Un poema para cada dĂa (1ÂŞ ronda de poemas)
EMBLEMA SOBRE UN TÓPICO ANTIGUO Me gustaría invitarte una noche (y aún lo espero) a charlar, para que te vieran, y a tomar una copa juntos. (Porque es emocionante discurrir junto a un cuerpo tan hermoso y tan joven, y verlo con deleite, sin prisa, y que lo crean tuyo.) Y cuando el camarero nos tendiese la copa, exuberante, grata, y colmada de algún licor entre el hielo y el oro, a la luz íntima y brillante de las lámparas, Vitucho, te diría: ¿La ves? Fulge el cristal, y el licor rebosa. Tras un breve rato, aún en plena noche, estará vacía y sucia. Las huellas de los dedos pegadas al vidrio. Ida. Y te diría que tu adolescencia es, ahora, como esa copa rebosante. Te lo diría, y te miraría y esperaría que entendieras.
Luis Antonio de Villena
El Enamorado Lunas, marfiles, instrumentos, rosas, lámparas y la línea de Durero, las nueve cifras y el cambiante cero, debo fingir que existen esas cosas. Debo fingir que en el pasado fueron Persépolis y Roma y que una arena sutil midió la suerte de la almena que los siglos de hierro deshicieron. Debo fingir las armas y la pira de la epopeya y los pesados mares que roen de la tierra los pilares. Debo fingir que hay otros. Es mentira. Solo tú eres. Tú, mi desventura y mi ventura, inagotable y pura.
Jorge Luis Borges
El mar es un olvido El mar es un olvido, una canción, un labio; el mar es un amante, fiel respuesta al deseo. Es como un ruiseñor, y sus aguas son plumas, impulsos que levantan a las frías estrellas. Sus caricias son sueños, entreabren la muerte, son lunas accesibles, son la vida más alta. Sobre espaldas oscuras las olas van gozando.
Jorge Guillén
HIERVEN BAJO LAS TÚNICAS DE LA IRA... Hierven bajo las túnicas de la ira; hierven los números y los ácidos depositados en su espíritu. Veo el mercurio en las pupilas, líquidos negros, la fertilidad de los cuchillos y las sombras; veo los agujeros y los párpados. Siento la herida musical, el llanto multiplicado por el viento, el sol en la pared de los agonizantes. Ésta es la soledad de mil cabezas, la gárgola que aúlla, la gallina desesperada. Al fin, surten las fuentes sangre, vértigo, luz, acero, lágrimas.
Antonio Gamoneda
EL AMOR ASCENDÍA ENTRE NOSOTROS El amor ascendía entre nosotros como la luna entre las dos palmeras que nunca se abrazaron. El íntimo rumor de los dos cuerpos hacia el arrullo un oleaje trajo, pero la ronca voz fue atenazada. Fueron pétreos los labios. El ansia de ceñir movió la carne, esclareció los huesos inflamados, pero los brazos al querer tenderse murieron en los brazos. Pasó el amor, la luna, entre nosotros y devoró los cuerpos solitarios. Y somos dos fantasmas que se buscan y se encuentran lejanos.
Miguel Hernández
Yo no soy yo Yo no soy yo. Soy este que va a mi lado sin yo verlo, que, a veces, voy a ver, y que, a veces olvido. El que calla, sereno, cuando hablo, el que perdona, dulce, cuando odio, el que pasea por donde no estoy, el que quedará en pie cuando yo muera.
Juan Ramón Jiménez
Como aquella nube blanca Ayer estaba mi amor como aquella nube blanca que va tan sola en el cielo y tan alta, como aquella que ahora pasa junto a la luna de plata. Nube blanca, que vas tan sola en el cielo y tan alta, junto a la luna de plata, vendrás a parar mañana, igual que mi amor, en agua, en agua del mar amarga. Mi amor tiene el ritornelo del agua, que, sin cesar, en nubes sube hasta el cielo y en lluvia baja hasta el mar. El agua, aquel ritornelo, de mi amor, que, sin cesar, en sueños sube hasta el cielo y en llanto baja hasta el mar León Felipe
Mi Buenos Aires querido
Sentado al borde de una silla desfondada, mareado, enfermo, casi vivo, escribo versos previamente llorados por la ciudad donde nací. Hay que atraparlos, también aquí nacieron hijos dulces míos que entre tanto castigo te endulzan bellamente. Hay que aprender a resistir. Ni a irse ni a quedarse, a resistir, aunque es seguro que habrá más penas y olvido.
Juan Gelman
El oficio del poeta Contemplar las palabras sobre el papel escritas, medirlas, sopesar su cuerpo en el conjunto del poema, y después, igual que un artesano, separarse a mirar cómo la luz emerge de la sutil textura. Así es el viejo oficio del poeta, que comienza en la idea, en el soplo sobre el polvo infinito de la memoria, sobre la experiencia vivida, la historia, los deseos, las pasiones del hombre. La materia del canto nos lo ha ofrecido el pueblo con su voz. Devolvamos las palabras reunidas a su auténtico dueño.
José Agustín Goytisolo
No volveré a ser joven Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde -como todos los jóvenes, yo vine a llevarme la vida por delante. Dejar huella quería y marcharme entre aplausos -envejecer, morir, eran tan sólo las dimensiones del teatro. Pero ha pasado el tiempo y la verdad desagradable asoma: envejecer, morir, es el único argumento de la obra. Jaime Gil de Biedma
El dolor envejece más que el tiempo
El dolor envejece más que el tiempo, este dolor dolor que no se acaba, y que te duele todo todo todo sin dolerte en el cuerpo nada nada. A tantos días de dolor se muere uno, ni la vida se va, ni el corazón se para, es el dolor acumulado el que, cuando no lo soportas, él te aplasta. Mi accidente será un buen epitafio: Cuando una calle bajo el sol cruzaba, de dolor – o de amor – es lo mismo, murió desbaratada.
Gloria Fuertes
Vida
Después de todo, todo ha sido nada, a pesar de que un día lo fue todo. Después de nada, o después de todo supe que todo no era más que nada. Grito «¡Todo!», y el eco dice «¡Nada!». Grito «¡Nada!», y el eco dice «¡Todo!». Ahora sé que la nada lo era todo, y todo era ceniza de la nada. No queda nada de lo que fue nada. (Era ilusión lo que creía todo y que, en definitiva, era la nada.) Qué más da que la nada fuera nada si más nada será, después de todo, después de tanto todo para nada.
José Hierro
El ángel del poema
Dentro de la mortaja de esta casa en esta noche yerma con tanta soledad, mirando sin nostalgia lo que en mi vida es ido, lo que no pudo ser, esta ruina extensa del pasado, también sin esperanza en lo que ha de venir aún a flagelarme, sólo es posible un bien: la aparición del ángel, sus ojos vivos, no sé de qué color, pero de fuego, la paralización ante el rostro hermosísimo. Después oír, saliendo del silencio y en tanta soledad, su voz sin traducción, que es sólo un fiel entendimiento sin palabras. Y el ángel hace, cerrándose en mis párpados y cobijado en ellos, su aparición postrera: con su espada de fuego expulsa el mundo hostil, que gira afuera, a oscuras. Y no hay Dios para él, ni para mí.
Francisco Brines
El día Si el día llega, cuando llegue el día, si el día llega para ti no esperes, hunde la débil nave en las orillas, como si nunca hubieras de volver, no esperes. Porque nada regresa de la noche, avanza con firmeza. Si encuentras luz hasta las heces bebe. Pero no esperes nunca, nunca esperes la madurez del fruto hasta muy tarde. Ahora débil pende, no vacile tu mano, débil pende. Lejos está el comienzo. No hay orillas, sólo un naciente olvido: el tiempo es breve, el límite es incierto, voraz el ancho reino de la sombra.
José Ángel Valente
LOS HERALDOS NEGROS Hay golpes en la vida, tan fuertes ... ¡Yo no sé! Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos, la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma... Yo no sé! Son pocos; pero son... Abren zanjas obscuras en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte. Serán talvez los potros de bárbaros atilas; o los heraldos negros que nos manda la Muerte. Son las caídas hondas de los Cristos del alma, de alguna fe adorable que el Destino blasfema. Esos golpes sangrientos son las crepitaciones de algún pan que en la puerta del horno se nos quema. Y el hombre... Pobre... pobre! Vuelve los ojos, como cuando por sobre el hombro nos llama una palmada; vuelve los ojos locos, y todo lo vivido se empoza, como charco de culpa, en la mirada. Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé!
César Vallejo
EN NOMBRE DE MUCHOS Para el hombre hambreante y sepultado en sed —salobre son de sombra fría—, en nombre de la fe que he conquistado: alegría. Para el mundo inundado de sangre, engangrenado a sangre fría, en nombre de la paz que he voceado: alegría. Para ti, patria, árbol arrastrado sobre los ríos, ardua España mía, en nombre de la luz que ha alboreado: alegría.
Blas de Otero
Los sueños malos
Está la plaza sombría; muere el día. Suenan lejos las campanas. De balcones y ventanas se iluminan las vidrieras, con reflejos mortecinos, como huesos blanquecinos y borrosas calaveras. En toda la tarde brilla una luz de pesadilla. Está el sol en el ocaso. Suena el eco de mi paso. —¿Eres tú? Ya te esperaba... —No eras tú a quien yo buscaba.
Antonio Machado
Lo que dejé por ti
Dejé por ti mis bosques, mi perdida arboleda, mis perros desvelados, mis capitales años desterrados hasta casi el invierno de la vida. Dejé un temblor, dejé una sacudida, un resplandor de fuegos no apagados, dejé mi sombra en los desesperados ojos sangrantes de la despedida. Dejé palomas tristes junto a un río, caballos sobre el sol de las arenas, dejé de oler la mar, dejé de verte. Dejé por ti todo lo que era mío. Dame tú, Roma, a cambio de mis penas, tanto como dejé para tenerte.
Rafael Alberti
ROMANCE SONÁMBULO
Verde que te quiero verde. Verde viento. Verdes ramas. El barco sobre la mar y el caballo en la montaña. Con la sombra en la cintura ella sueña en su baranda, verde carne, pelo verde, con ojos de fría plata. Verde que te quiero verde. Bajo la luna gitana, las cosas le están mirando y ella no puede mirarlas. Verde que te quiero verde. Grandes estrellas de escarcha, vienen con el pez de sombra que abre el camino del alba. La higuera frota su viento con la lija de sus ramas, y el monte, gato garduño, eriza sus pitas agrias. ¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde...? Ella sigue en su baranda, verde carne, pelo verde, soñando en la mar amarga. Compadre, quiero cambiar mi caballo por su casa, mi montura por su espejo, mi cuchillo por su manta. Compadre, vengo sangrando, desde los montes de Cabra. Si yo pudiera, mocito, ese trato se cerraba. Pero yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa. Compadre, quiero morir decentemente en mi cama. De acero, si puede ser, con las sábanas de holanda. ¿No ves la herida que tengo desde el pecho a la garganta? Trescientas rosas morenas lleva tu pechera blanca. Tu sangre rezuma y huele alrededor de tu faja. Pero yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa. Dejadme subir al menos hasta las altas barandas,
dejadme subir, dejadme, hasta las verdes barandas. Barandales de la luna por donde retumba el agua. Ya suben los dos compadres hacia las altas barandas. Dejando un rastro de sangre. Dejando un rastro de lágrimas. Temblaban en los tejados farolillos de hojalata. Mil panderos de cristal, herían la madrugada. Verde que te quiero verde, verde viento, verdes ramas. Los dos compadres subieron. El largo viento, dejaba en la boca un raro gusto de hiel, de menta y de albahaca. ¡Compadre! ¿Dónde está, dime? ¿Dónde está mi niña amarga? ¡Cuántas veces te esperó! ¡Cuántas veces te esperara, cara fresca, negro pelo, en esta verde baranda! Sobre el rostro del aljibe se mecía la gitana. Verde carne, pelo verde, con ojos de fría plata. Un carámbano de luna la sostiene sobre el agua. La noche su puso íntima como una pequeña plaza. Guardias civiles borrachos, en la puerta golpeaban. Verde que te quiero verde. Verde viento. Verdes ramas. El barco sobre la mar. Y el caballo en la montaña.
Federico García Lorca
No decía palabras No decía palabras, acercaba tan sólo un cuerpo interrogante, porque ignoraba que el deseo es una pregunta cuya respuesta no existe, una hoja cuya rama no existe, un mundo cuyo cielo no existe. La angustia se abre paso entre los huesos, remonta por las venas hasta abrirse en la piel, surtidores de sueño hechos carne en interrogación vuelta a las nubes. Un roce al paso, una mirada fugaz entre las sombras, bastan para que el cuerpo se abra en dos, ávido de recibir en sí mismo otro cuerpo que sueñe; mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne, iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo. Auque sólo sea una esperanza porque el deseo es pregunta cuya respuesta nadie sabe.
Luis Cernuda
No rechaces los sueños por ser sueños No rechaces los sueños por ser sueños. Todos los sueños pueden ser realidad, si el sueño no se acaba. La realidad es un sueño. Si soñamos que la piedra es la piedra, eso es la piedra. Lo que corre en los ríos no es un agua, es un soñar, el agua, cristalino. La realidad disfraza su propio sueño, y dice: «Yo soy el sol, los cielos, el amor». Pero nunca se va, nunca se pasa, si fingimos creer que es más que un sueño. Y vivimos soñándola. Soñar es el modo que el alma tiene para que nunca se le escape lo que se escaparía si dejamos de soñar que es verdad lo que no existe. Sólo muere un amor que ha dejado de soñarse hecho materia y que se busca en tierra.
Pedro Salinas
Amor
MUJER, YO HUBIERA sido tu hijo, por beberte la leche de los senos como de un manantial, por mirarte y sentirte a mi lado y tenerte en la risa de oro y la voz de cristal. Por sentirte en mis venas como Dios en los ríos y adorarte en los tristes huesos de polvo y cal, porque tu ser pasara sin, pena al lado mío, y saliera en la estrofa —limpio de todo mal—. ... Cómo sabría amarte, mujer como sabría amarte, amarte como nadie supo jamás. Morir y todavía amarte más. Y todavía amarre más y más.
Pablo Neruda
Mal de ausencia Desde que tú te fuiste, no sabes qué despacio pasa el tiempo en Madrid. He visto una película que ha terminado apenas hace un siglo. No sabes qué lento corre el mundo sin ti, novia lejana. Mis amigos me dicen que vuelva a ser el mismo, que pudre el corazón tanta melancolía, que tu ausencia no vale tanta ansiedad inútil, que parezco un ejemplo de subliteratura. Pero tú te has llevado mi paz en tu maleta, los hilos del teléfono, la calle en la que vivo. Tú has mandado a mi casa tropas ecologistas a saquear mi alma contaminada y triste. Y, para colmo, sigo soñando con gigantes y contigo, desnuda, besándoles las manos. Con dioses a caballo que destruyen Europa y cautiva te guardan hasta que yo esté muerto.
Luis Alberto de Cuenca
Déjame, pensamiento, déjame
Déjame, pensamiento, déjame, mañana seré tuyo, volveré a ser tu presa. Pero hoy, mientras la luz araña en los árboles y pide una oportunidad, quiero que me recoja la inútil primavera. A la casa del frío regresaré mañana, cuando el tiempo exponga sus razones y el corazón pregunte lo que falta por ver, cuántos latidos pueden quedarle para detenerse.
Luis García Montero
El día se ha ido Ahora andará por otras tierras, llevando lejos luces y esperanzas, aventando bandadas de pájaros remotos, y rumores, y voces, y campanas, -ruidoso perro que menea la cola y ladra ante las puertas entornadas. (Entretanto, la noche, como un gato sigiloso, entró por la ventana, vio unos restos de luz pálida y fría, y se bebió la última taza.) Sí; definitivamente el día se ha ido. Mucho no se llevó (no trajo nada); sólo un poco de tiempo entre los dientes, un menguado rebaño de luces fatigadas. Tampoco lo lloréis. Puntual e inquieto, sin duda alguna, volverá mañana. Ahuyentará a ese gato negro. Ladrará hasta sacarme de la cama. Pero no será igual. Será otro día. Será otro perro de la misma raza.
Ángel González
Los formales y el frío Quién iba a prever que el amor, ese informal se dedicara a ellos tan formales mientras almorzaban por primera vez ella muy lenta y él no tanto y hablaban con sospechosa objetividad de grandes temas en dos volúmenes su sonrisa, la de ella, era como un augurio o una fábula su mirada, la de él, tomaba nota de cómo eran sus ojos, los de ella, pero sus palabras, las de él, no se enteraban de esa dulce encuesta como siempre o como casi siempre la política condujo a la cultura así que por la noche concurrieron al teatro sin tocarse una uña o un ojal ni siquiera una hebilla o una manga y como a la salida hacía bastante frío y ella no tenía medias sólo sandalias por las que asomaban unos dedos muy blancos e indefensos fue preciso meterse en un boliche y ya que el mozo demoraba tanto ellos optaron por la confidencia extra seca y sin hielo por favor cuando llegaron a su casa, la de ella, ya el frío estaba en sus labios ,los de él, de modo que ella fábula y augurio le dio refugio y café instantáneos una hora apenas de biografía y nostalgias hasta que al fin sobrevino un silencio como se sabe en estos casos es bravo decir algo que realmente no sobre él probó sólo falta que me quede a dormir y ella probó por qué no te quedas y él no me lo digas dos veces y ella bueno por qué no te quedas de manera que él se quedó en principio a besar sin usura sus pies fríos, los de ella, después ella besó sus labios, los de él, que a esa altura ya no estaban tan fríos y sucesivamente así mientras los grandes temas dormían el sueño que ellos no durmieron.
Mario Benedetti