VIRGILIO
GEÓRGICAS Traducción de Antonio Castellote
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LIBRO I
[Invocación] De cómo sacar ricas cosechas canto ahora, la vertedera en qué constelación se arrastra por la tierra y las parras se enredan a los olmos, los bueyes qué cuidado, qué más dedicación reclama, oh Mecenas, el ganado menor, cuánto hay que saber de abejas hacendosas. Vosotras, oh lumbreras del mundo las más claras, bordón que sois del año cuando recorre el cielo, Líber, Ceres nutricia, si por mercedes vuestras bellotas de Caonia la tierra transformara en turgentes espigas, y aguas mezcló aqueloas con la flamante uva; y vosotros los Faunos, deidades que amparáis a labradores todos (moved el pie a compás, los Faunos y las Dríades, que a vosotros os canto); y tú, oh dios Neptuno, por quien la tierra echó al caballo relinchante al ser por vez primera de gran tridente herida; y tú, sí, Aristeo, amigo de los bosques, que allá en las dehesas feraces de la Cea pacen como la nieve tres cientos de novillos, y tú también, Pan, tú que guardas las ovejas, deja el bosque patrio, la fronda del Liceo, si acaso es que te cuidas de los campos del Ménalo, ven, Tegeo, asísteme, dame buena ventura; y tú que descubriste las olivas, Minerva, y tu hijo, que fama diese al corvo arado, y tú, sacro Silvano, que en tierno ciprés te apoyas al andar: dioses todos y diosas que al cargo estáis de gobernar los campos que alimentáis los no sembrados frutos nuevos que abastecéis con largas lluvias desde el cielo. Y tú, César, también, aunque no esté resuelta la divina asamblea que te dará cobijo ya quieras visitar ciudades y en el campo ser amparo, y el orbe todo te considere, [2]
con el mirto materno las sienes bien ceñidas, señor de las tormentas y dueño de los frutos; o acaso vengas como dios del mar infinito y no más a tus númenes pidan tus marineros y remota te sirva Tule y Tetis te compre y te escoja como yerno entre las olas; o bien, en la porción de cielo que se abre allá entre el Erígone y las vecinas Quelas te añadas como estrella nueva a los lentos meses (que ya estrecha sus pinzas el Escorpión fogoso y de sobras te aparta espacio en las alturas). Lo que hayas de ser, dame fácil camino, pues no como un rey el Tártaro te espera ni funesto deseo de reinar te invada, aun si a Grecia le asombran los Campos Eliseos y en seguir a su madre no piensa Proserpina cuando ella la reclama. Apiádate conmigo de aquellos labradores que ignoran el camino, emprende este viaje, y desde este momento acepta que sus votos te imploren por costumbre. [Cultivos] Por primavera, cuando en las montañas blancas el hielo se derrite y la gleba reseca el viento la deshace, que ya entonces empiece hundido el arado el toro a gemir y brille en el surco la reja desgastada. Los votos cumplirá del labrador ansioso solamente aquella mies que haya sentido por dos veces el sol, por dos veces el frío. Pero antes que la tierra virgen rompa el hierro noticia de los vientos conviene conseguir, de cómo el cielo va variando sus costumbres, los cultivos de siempre, los hábitos del sitio, qué se da bien en esa zona, qué no se da. Aquí se cría hermoso el cereal, allí mejor la uva y allá plantones de arbolillo y semillas que toman sin nadie cultivarlas. ¿No ves el azafrán que el Tmolo nos envía y su incienso los flojos sabeos y la India su marfil; y los Cálibes desnudos, sin embargo, sacan hierro y el Ponto castóreo maloliente y triunfos el Epiro de yeguas elideas? Siempre impuso estas leyes Naturaleza, [3]
normas eternas para sitios determinados, desde aquellos tiempos en los que Deucalión arrojaba las piedras a un mundo vacío y de ellas nació la dura raza humana. Vamos, pues, que laboren los bueyes poderosos la gruesa tierra ya en los meses tempranos y cueza polvorientos terrones el estío con el fulgor del sol. Si es la tierra infecunda basta cavar un surco leve bajo Arturo, que allí los frutos no se arguellen con las hierbas y aquí no falte escasa el agua a los baldíos. Un año sí y otro no, también dejarás los campos ya segados descansar, que el barbecho se vaya haciendo duro por falta de labor. Pondrás el rubio trigo cuando cambie el tiempo allí donde legumbres pusiste antes lozanas, de vaina tremolosa, o delicados brotes de veza y quebradizas cañas y hojarasca de amargos altramuces. Queman también la tierra las hazas de avena y la queman las de lino y asimismo la queman los campos de amapolas bien empapadas todas del sueño de Leteo. Con los años alternos, en cambio, la labor más llevadera llega a ser si no te apura cubrir los suelos áridos de mantecoso fiemo o esparcir ceniza inmunda por la tierra. Así también, llevando cultivos alternantes, descansan los bancales y no se queda en nada el fruto mientras tanto de tierra sin arar. Incluso viene bien pegar fuego a menudo a los campos exhaustos y que ardan livianas entre las crepitantes llamas las rastrojeras, igual da si las tierras, según esta costumbre, toman fuerzas ocultas y pingüe alimento o bien si el fuego funde la maleza entera y elimina la no necesaria humedad como si el calor le abre los poros a la tierra y los respiraderos ciegos, pues es allí donde la savia alcanza hasta las hierbas nuevas, o la vuelve más dura y las venas abiertas contrae por que no la quemen finas lluvias o del sol fulminante la más dura potencia o bien del viento Bóreas el frío penetrante. Igualmente le ayuda muy mucho al labrantío romper con la legona los ya secos terrones [4]
y pasarle de mimbres el rastrillo, no en vano lo contempla la rubia Ceres en el Olimpo; y el que, cuando ya está labrado el bancal, lo que levanta en recto, con reja de través de nuevo lo rotura, y remueve la tierra sin desmayo y firme manda en sus cosechas. [Necesidad de agua] Elevad, labradores, vuestras invocaciones por inviernos serenos y húmedos veranos: farros salen hermosos de inviernos polvorosos, y la Mesia se ufana del fruto sin cultivo, los Gárgaras se asombran de tan grande cosecha. El campo es fecundo. Y qué diré de aquél que después de haber ya echado la simiente repasa los terrenos, los grumos desmenuza del estéril secano, y después encamina uniendo canaleras las aguas desde el río, y si el campo exhausto se llega a requemar entre los herbazales mustios, hete aquí que del borde inclinado en la boca del canal hace saltar las aguas, y un bronco rumor resuena al discurrir entre esmeradas piedras y a chorros refrescan los áridos bancales. ¿Y qué diré de quien, para evitar que la caña bajo el peso se acueste de la rubia espiga, mete al ganado a pacer la mies asilvestrada entre las yerbecicas tiernas cuando asoma por cima de los surcos el sembrado? ¿Y aquél que con la bebedora arena seca el agua de los charcos que pudo quedarse retenida, y mucho más si, allá en los meses movedizos, va el río crecido y todo lo inunda con el barro que arrastra, y así hondas lagunas van saliendo y resudan templada humedad. [Pestes y enfermedades] Y, en cambio, a pesar incluso del trabajo de hombres y de bueyes, que conocen muy bien cómo la tierra deben labrar, dan mucho mal las grullas estrimonias o los gansos voraces o de amarga raíz la achicoria o la sombra. Difícil senda Júpiter le marcó al cultivo [5]
y en mover con astucia las tierras fue el primero, introdujo el cuidado en la conciencia humana y no quiso que presos de penosa desidia sus reinos se dejaran. Porque antes que Júpiter ningún labrador hubo la tierra trabajado, ni fue de ley marcar el campo con linderos; sólo el procomún buscaban, sin pedirlo la tierra liberal lo concedía todo. Él puso el veneno en las serpientes negras y que hicieran estragos ordenó a los lobos; él removió los mares, fue él quien represó el vino que a raudales corría por doquier, quien escurrió la miel en las hojas, y el fuego nos quitó; que así, a fuerza de ejercicio, las técnicas distintas forjara, y buscase entre los surcos brotes de trigo, y arrancase el fuego escondido en las venas de la piedra. Por vez primera entonces las aguas de los ríos sintieron del aliso los troncos ahuecados y puso el marino a las estrellas número y nombre a las Pléyades y nombre a las Híadas y a la fúlgida Osa, hija de Licaón. Cazar fieras a lazo y pájaros con liga y acechar con perros tupidos matorrales fue entonces inventado; ya uno con la honda el ancho río bate y busca en lo profundo, mallas arrastra el otro mojadas por la mar. Algo después llegó la dureza del hierro y también de la sierra las hojas estridentes (pues con cuñas partían la leña fácil de hendir los hombres primitivos), y los varios oficios. Mas todo lo venció el trabajo agotador, las carencias que apuran en tiempos difíciles. Fue Ceres la primera que enseñó a los hombres a labrar con el hierro la tierra, cuando ya su alimento Dodona negó y escaseaban las bellotas del bosque sagrado y los madroños. Al trigo el trabajo también se aplicó luego, porque el añublo hacía daño en las espigas y entre la mies el cardo se erizaba inútil. Se pierden las cosechas, el bosque se enmaraña de abrojos y lampazos, campan por los cultivos la estéril cizaña y las avenas locas. Pues si a menudo no te aplicas con rastrillos a la hierba y con ruido asustas a los pájaros [6]
y del campo umbroso la sombra impenetrable no con la podadera la despejas ni elevas plegarias por la lluvia, esperarás en vano esos enormes muelos de trigo, y en el bosque aliviarás el hambre vareando encinas. [Aperos de labranza] De los recios labriegos las armas nombraremos que ni pueden sembrarse ni tampoco crecer sin ellas los cultivos. La reja lo primero, y del corvo arado el roble ponderoso, y los carros de nuestra madre la eleusina, que ruedan muy despacio, y los trillos y gradas y azadones que sean de distintos tamaños; después bastos aperos con la mimbre celea y angarillas hechas con ramas de madroño y el cedazo ritual en ceremonias iacas; dispondrás lo que hayas con tiempo aparejado, si de campos divinos la gloria te mereces. Lo primero es domar con esfuerzo una rama de olmo en el bosque para cama de aladro. Un timón de hasta ocho pies desde el arranque, el dental de espaldar doble y dos orejeras se ajustan al camal. Antes también se cortan una rama delgada de tilo para el yugo y para la esteva otra de alta haya que gobierne la base del tiro desde atrás; de estas maderas pone a prueba la dureza el humo si las cuelgas encima del hogar. De los antiguos muchas reglas puedo contar si en saber del trabajo detalles no desmayas. Con el pesado rulo debes igualar la era y a mano amasarla con greda pegajosa y endurecer el suelo, que no medren las hierbas ni el polvo la cuartee, que entonces plagas varias la echan a perder: puso el ratón diminuto casa y granero bajo tierra muchas veces o cavaron los topos ciegos sus madrigueras, y en un agujero encontraron un sapo y demás bichos raros que se crían la tierra, y el gorgojo que arruina vastos muelos de trigo y la hormiga que teme la mísera vejez.
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[Pronósticos para la cosecha] Observa el almendro, si se cuaja de flores y comba por el bosque sus ramas olorosas; si los brotes prosperan, ricos serán los trigos cuando venga la trilla con toda la calor; mas si adensa el follaje la sombra exuberante trillará la era pajas gordas, nunca espigas. A muchos vi en la siembra tratar la sementera y con amurca negra y también con salitre rociarla bien antes, para que así los granos en vainas engañosas vayan creciendo gruesos, y rápido se ablanden aun con escaso fuego. He visto yo semillas escogidas despacio, tratadas con esmero, degenerar si el hombre las más gordas de todas no elegía cada año: así es el destino, que todo lo empeora y una vez hundido lo echa para atrás, y al que a golpe de remo remonta su barquilla, si acaso sucede que afloja los brazos, el río lo atrapa y lo arroja al abismo. [Calendario del agricultor] Estudiar las estrellas que Arturo custodia, los días del Dragón luciente y las Cabrillas, nos es tan necesario como escrutar el Ponto a quienes son de vuelta llevados a la patria y han de atravesar el tormentoso piélago, o afrontar las bocas ostríferas de Abidos. Cuando el signo de Libra reparta ya las horas del día y del sueño por igual, y el mundo las luces y las sombras las haya demediado, poned a trabajar los bueyes y sembrad bancales de cebada, labradores, y así del invierno indomable hasta el fin de las lluvias; el tiempo es llegado de hundir bajo tierra semillas de amapola cereal y de lino, volcarse en el arado en tanto el campo seco así nos lo permita, y estén quietas las nubes. En primavera llega la siembra de las habas y también a ti entonces, alfalfa, te acogen los surcos esponjosos, y es el turno del mijo. El año lo abre el Toro blanco, cuernos de oro, se esconde el Perro y sale el astro que le sigue. [8]
Mas si labras la tierra pensando nada más en cosechas de trigo y robusta cebada y tan sólo a la espiga dedicas tus afanes, que a tus ojos se oculten habrás de aguardar las hijas de Atlante matutinas, y ceda la estrella cretense de ardiente corona, antes de echar al surco semillas oportunas y a tierras desganadas confiar antes de tiempo la esperanza del año. Pues muchos empezaron sin ponerse la Maya, pero esas cosechas que ansiaban con espigas vacías los burlaron. Si a sembrar algarrobas en cambio te dedicas o humildes habichuelas, y plantar no desprecias lentejas pelusianas, el Boyero al ponerse la señal te dará: es hora de que empieces y alargues la simiente hasta mitad del frío. [La gran esfera celestial] Por esta razón rige el orbe el sol dorado, en partes dividido, a través de los doce signos que el firmamento habitan en un año. Suman cinco las zonas que ocupan el cielo: una siempre está roja del fulgurante sol y abrasada siempre de fuego, y a derecha e izquierda se extienden los límites azules, de tormentas sombrías cuajados y de hielo; entre estas dos y la otra que en el medio se queda dos más dieron los dioses a los pobres mortales, y por todo el camino que corta ambas zonas sobre sí gira el orden oblicuo de los astros. El mundo, así como se levanta escarpado por los montes Rifeos y allá por la Escitia, así también se hunde en pendiente hacia Libia, allá por donde soplan los vientos aüstrales. Siempre está este polo encima de nosotros, debajo de sus pies al otro lo contemplan, la Estigia siniestra y los Manes profundos. Aquí la gran Serpiente se retuerce sinuosa, circula como un río por entre las dos Osas, Osas que tanto temen bañarse en el Océano. Allí, según se cuenta, o la noche cerrada por siempre calla y densas tinieblas la recubren o vuelve desde nuestros límites la Aurora y les trae un nuevo día, y el sol entonces [9]
su soplo con caballos jadeantes nos envía. Allí es donde enciende el Véspero brillante las luces de la tarde. Y con esto podemos en el incierto cielo el tiempo predecir y el día de la siega y la hora de sembrar, cuándo batir con remos el mármol traicionero nos viene mejor, cuándo sacar naves armadas, o cuándo en el bosque hay que talar el pino; no en vano escrutamos los astros en su ocaso y el sitio donde nacen, y el año por igual en cuatro estaciones distintas dividido. [Labores para los días de lluvia y de fiesta] Si guarda lluvia fría en casa al labrador da tiempo a preparar muchas cosas que luego con el cielo sereno habría de improviso que prestar atención: afila el labrador y endereza el diente férreo de la reja, los árboles vacía y talla las artesas, y marca el ganado y numera los montones. A las horcas bicornes y a las estacas otros sacan punta y avían las mallas amerinas para la vid flexible. Tejer sencillas cestas es mejor estos días con varas de las zarzas. Si hay ahora el grano al fuego que tostar, molerlo con la piedra es luego menester. Hasta en días festivos unas cuantas labores permiten las divinas y las humanas leyes: ninguna religión vedó encauzar arroyos, o cercas ir tendiendo en el sembrado, construir las trampas de los pájaros, o ir a quemar yerbas y chapuzar la grey balante en agua sana. De contino los lomos del canso borriquillo carga de aceite y fruta barata el arriero y carga otra vez al dejar la ciudad montón de negra pez o una piedra molar. [Días del mes, buenos y malos] La Luna puso en otro orden otras jornadas buenas para el trabajo. Evita quintas lunas cuando nació el Orco pálido y las Euménides y en parto nefando la Tierra echó al mundo a Ceo y Japeto y al bárbaro Tifeo [10]
y los hermanos cómplices de derrumbar el cielo. Tres veces intentaron el Osa levantar por cima del Pelión, dejar que se cayera sobre el Osa rodando el Olimpo frondoso; por tres veces el padre, los montes levantados derrumbó con un rayo. Y también es muy bueno, en el décimo séptimo día poner las parras, domar bueyes uncidos y urdir telas con lizos. Para echarse al camino el nono es mejor día, y el peor es de todos para ir a robar. [Labores nocturnas] Muchas labores cunden más en la noche fresca o cuando sale el sol y el lucero del alba rocía la campiña. Mejor segar de noche la rastrojera fina y la pradera seca. Por la noche no falta un húmedo relente, y alguno las veladas consume del invierno al arrimo del fuego, con falces afiladas muescas abre en las teas en forma de espiga. Y en tanto la mujer, que alivia con canciones la eterna faena, cardando va las telas con peine cadencioso, o pone a cocer mosto dulce, y servida de unas pocas hojas el caldo del puchero hirviente desespuma. [El invierno y el verano] Se siega el rubio trigo en la fuerza del calor, con calor trilla la era las mieses ya tostadas. Desnudo has de arar, has de sembrar desnudo. El invierno lo vuelve gandul al labrador: en llegando los fríos, estos agricultores los frutos que acopiaron se afanan en gozar, llenos de alegría se invitan a festines, los anima el invierno, y aléjales las penas, así cuando a puerto llegan naves cargadas y flores en las popas cuelgan los marineros. Pero también es tiempo de recoger bellotas, bayas de laurel, mirto ensangrentado, olivas, de trampas a las grullas colocar, y a los ciervos redes, y perseguir las orejudas liebres, tirarles a los gamos y darle que restalle a la cuerda de estopa de la honda balear. [11]
[Tormentas de invierno y primavera] Ha llegado el tiempo de la nieve profunda, cuando arrastran los ríos los témpanos de hielo. De las estrellas qué diré, de las tormentas del Otoño, y en qué han de reparar los hombres cuando acortan los días y afloja la calor o se mete en lluvias la primavera, cuando se erizan en los campos las espigas y el trigo en leche se va hinchando, sobre la caña verde. Yo he visto muchas veces, cuando el campesino llevaba al segador hasta los trigos royos y ataba las gavillas con frágiles vencejos, cómo a luchar todos los vientos se juntaban, que arrancaban de cuajo la espiga preñada y al aire la aventaban: y así de esta manera se lleva la tormenta en remolinos negros las cañas voladoras y las livianas pajas. Muchas veces también se derrama del cielo una tromba de agua tremenda y las nubes, que ya en lo más alto están acumuladas, de lluvias brunas crecen horrible temporal. El cielo se derrumba, la labor de los bueyes anega el diluvio y los campos feraces. Los hondos ríos crecen estruendosos, revueltas van sus profundidades, las fosas se colmatan, hierve el mar. Con su diestra lanza el propio Júpiter rayos que culebrean en noche de tormenta, tiembla la tierra entera con estas sacudidas, se ahuyentan las fieras, el pánico avasalla y arrasa el corazón de los mortales. Montes quebranta refulgente con su venablo Júpiter, el Atos o el Ródope o las cumbres Ceraunias; y arrecian más los Austros y es más densa la lluvia, los bosques y riberas claman con el vendaval. [Piedad alegre y vigilante] Observa con escrúpulo siempre qué curso siguen los meses por el cielo y las constelaciones, por dónde se oculta la frígida estrella de Saturno, en qué órbitas errante va en el cielo la estrella Cilenio. Rinde culto a los dioses ante todo, y ofrece a la gran diosa Ceres [12]
sacrificios cada año en los hermosos prados al cabo del invierno, serena primavera. Están mucho más gordos entonces los corderos y más suaves los vinos, y más dulces los sueños, y espesas son las sombras que cubren las montañas. Que los mozos veneren a Ceres junto a ti: dilúyeles panales en leche y vino dulce y por tres veces pase la víctima propicia en torno a las mieses. Y que el coro entero y todos la acompañen entre aclamaciones, y con gritos convoquen a Ceres a sus casas, y que no arrime nadie la falce a las espigas si antes no a Ceres le canta y le baila con ramas de encina la frente coronada. [Señales del mal tiempo, viento y lluvia] Y todas estas cosas, a fin de que pudiéramos conocerlas por signos precisos, los calores, las lluvias y los vientos que acarrea el frío, Júpiter ordenó qué nos enseñarían en cada mes las lunas, en qué signo los Austros se sosiegan, y viendo qué seña los pastores no lejos del establo sus reses guardarán. Revueltas por los vientos encrespados, de pronto, empiezan a hincharse las olas en el mar y un ruido se escucha seco en la alta cumbre o bien rompe el mar y resuenan las orillas y en el bosque umbroso el estruendo se crece. Mal a curvos navíos las olas se resisten si del mar un revuelo de raudos somormujos lleva hasta la playa sus graznidos, y cuando en las áridas playas retozan las gaviotas y la garza abandona lagunas conocidas y vuela más arriba de las sublimes nubes. Verás a veces, cuando la tempestad amaga, cómo los astros desde el cielo se deslizan, y detrás de ellos una larga estela en llamas blanca entre nocturna sombra se ilumina, y un remolino a veces de pajas delicadas y de hojas muertas; cómo, por encima del agua, nadando van las plumas, girando unas con otras. Mas si vienen relámpagos del crudo viento Bóreas o truena en la casa del Céfiro y del Euro, el campo se inunda, las zanjas ya rebosan, [13]
y en el mar mojadas velas el marinero corre a recoger. Nunca le sorprendió la lluvia a quien no la esperaba. Y cuando asomó, las grullas de alto vuelo en los profundos valles buscaron su refugio, o bien fue la novilla que alzó la vista al cielo y abiertos los hocicos aspiraba la brisa, o bien la golondrina voló estridente en círculos encima del estanque y las ranas cantaron sus quejas en el cieno. Y la hormiga, labrando un angosto sendero, solía sacar huevos de escondrijos suyos, y bebió el enorme arco iris las aguas, y con denso aleteo, en gruesa formación, graznó huyendo del pasto un ejército de cuervos. Las aves del mar varias y las que en dulces lagos del Caistro sus praderas asiáticas exploran el dorso de las alas con ardor se rocían y unas veces zambullen la testa entre las olas y otras hacia ellas corren, y verás cómo, ansiosas por lavarse, saltan de impaciencia. Terca llama a la lluvia con gritos la corneja y a solas se dispersa entre la arena seca. Aun las mozas que hilaban vellones por la noche pudieron barruntar tormenta cuando viesen de qué modo recrece el sebo del pabilo y chispea el aceite en la lámpara encendida. [Señales del buen tiempo] Y lo mismo podrás predecir con mal tiempo los días de sol, cielos abiertos y sin nubes, y por signos certeros conocerlos: no se ve tan apagado el brillo de las constelaciones ni a rayos hermanos debe la luna su luz ni vellones de lana surcan finos el cielo; las alas los alciones, tan queridos por Tetis, al tibio sol no abren en las playas, ni quieren hozar cerdos inmundos gavillas desatadas. Y bajan más las nieblas hasta la hondonada y van cubriendo el campo todo, y la lechuza, que observa la puesta de sol desde el alero, en vano en su canto nocturno persevera. En lo alto del límpido cielo asoma Niso y a sus rojos cabellos sufre Escila el castigo: adonde huya y corte el aire con las alas, [14]
allí está su enemigo encarnizado, Niso, que la sigue con grande estrépito en el cielo; y aprisa huye y corta el aire con las alas dondequiera que Niso en su vuelo se remonte. Los cuervos encadenan, bien prieto el gañote, sus nítidos graznidos tres veces y hasta cuatro, y a menudo, no sé con qué rara melodía, en sus altos cubiles entre la enramada se chillan bulliciosos; cuando acaba la lluvia, en ver sus dulces nidos de nuevo se complacen, a sus pequeñas crías. No creo que esto pase porque su ingenio tenga inspiración divina ni su mayor prudencia sea obra del destino; sino que, cuando ha dado un giro el mal tiempo y la humedad inestable del aire, y el dios Júpiter, mojado por los Austros, que son vientos del sur, así espesa lo suelto que aclara lo espeso, su aspecto las especies varían animadas, una emoción distinta les ocupa el pecho de cuando acumula el vendaval las nubes: en el campo ahora el canto de los pájaros regresa y los rebaños henchidos de alegría, y aquel jubiloso graznido de los cuervos. [Señales de la luna y el sol] Mas si hacia el curso del sol vuelves la vista y a los días del ciclo lunar, no han de fallarte las horas mañaneras ni caerás en la trampa de las noches serenas. Si el cuerno de la luna abraza en la sombra una negra neblina, en el mar se prepara fortísima tormenta a los hombres del campo; y si acaso un rubor de virgen le cubriera el rostro, viento habrá, pues el aura enrojece de Febe con el viento. Y si la cuarta luna (la fuente más segura) por el cielo con cuernos buidos fuese nítida, ese día completo y cuantos vengan luego todo un mes pasarán sin vientos y sin lluvias, y mientras, en la orilla, salvos los marineros sus votos cumplirán a Glauco, a Panopea, y al hijo de Ino por cierto, a Melicertes. También el sol te hará señales cuando salga y tiempo después cuando se esconda entre las olas; son los signos más ciertos los que siguen al sol [15]
al despuntar el alba y al salir las estrellas. Si de manchas salpica el sol disco naciente oculto en una nube, a medias escondido, lluvias has de temer, que amenaza en el mar el Noto, de los campos azote, de los árboles y del ganado. O bien cuando al amanecer rompen rayos sin orden entre espesas nieblas, o cuando surge pálida la Aurora, que abandona el lecho de Titono, de color de azafrán, mal cuidará el pámpano, ay, a la blanda uva, que con recio estruendo el granizo indeseable rebota en los tejados y está cayendo a mares. Tener esto presente hará muy más provecho cuando el sol se recoge tras recorrer el cielo, pues a menudo vemos vagar varios colores por su cara: anuncia lluvia el azul cerúleo, rojo el Euro; si manchas al fuego refulgente le empiezan a salir, entonces podrás ver los vientos desatarse al tiempo que las lluvias: nadie conseguirá que esa noche yo salga a la mar ni que rompa amarras con la tierra. Mas si al traer el sol al día en su regreso persiste luminoso el disco hasta esconderlo, te amedrentarán en vano nubarrones y en vano los bosques verás estremecerse con el viento Aquilón, el que aclara los cielos. Muchas veces también nos habrá de avisar de que acechan secretas ciertas perturbaciones, de que guerras ocultas se traman y añagazas: el sol, muerto el César, se apiadó de Roma, su cabeza radiante con lóbrega herrumbre cubrió, y tuvo miedo un siglo de impiedades de pensar que aquella noche fuera eterna. [Prodigios] Esos días la tierra y las aguas del mar, entre perros astrosos y aves agoreras dieron también señales. ¡Y cuántas veces vimos arrojar de sus hornos el Etna reventados la hirviente marea en los campos de los Cíclopes, echar globos de fuego y piedras derretidas! Escuchó la Germania el fragor de las armas por todo el firmamento, y los Alpes temblaron con estremecimiento insólito. Se oyó [16]
tronante una voz en silenciosos bosques y pálidas fantasmas con espantosa facha fueron vistas al caer la noche, e incluso, ¡indecible fenómeno!, las bestias hablaron; abierta está la tierra, los ríos se empantanan, llora desconsolado en los templos el marfil, los útiles de bronce se cubren de sudor. Al revolverse Erídano, rey de todos los ríos, los bosques en violentos remolinos, los campos inunda y con ganados arrambla y con majadas. Ni entonces las entrañas de desgraciadas víctimas presagios ominosos dejaron de mostrar ni cesó en los pozos el manantial de sangre ni aun de resonar profundas las ciudades con aullidos de lobo en mitad de la noche. Jamás tanto relámpago cayó del cielo claro, jamás tantos cometas siniestros se incendiaron. [La guerra. Invocación final] Y así dos veces vieron los campos de Filipos entrar tropas romanas con armas comunales en lucha fratricida; y a los altos dioses no indignó abonar con nuestra misma sangre dos veces la Ematia y vastas tierras del Hemo. Ha de llegar el día en que el agricultor se vaya encontrando por aquellos confines al trabajar la tierra con el corvo arado las lanzas corroídas de escabrosa herrumbre, rastras chocar pesadas verá en yelmos vacíos, y lo embargará el asombro cuando vea sobre tumbas abiertas enormes esqueletos. Oh dioses que cuidáis de la patria, y tú, Rómulo, y tú, Vesta, que amparas el Palacio de Roma y el Tíber toscano, dejad que este joven acuda en socorro de un tiempo convulso. Pues hemos ya pagado hace tiempo el perjurio del teucro Laomedonte. Y también ya hace tiempo que la regia estirpe del cielo nos envidia, oh César, por tu causa, y lamenta que busques los honores de triunfo que te ofrecen los hombres. Lo justo confundido sigue con lo injusto, el mundo, tantas guerras, y las caras del crimen; ningún honor es digno del arado, baldíos quedan los campos, fueron colonos expulsados, [17]
se funden curvas hoces en rígidas espadas. El Éufrates nos lleva por aquí a la guerra, por allá la Germania; las ciudades vecinas, rotos los pactos, toman las armas; despiadado, el dios Marte se ensaña por la faz de la tierra: así van las cuadrigas desde el arrancadero, se lanzan a la pista y arrastran los caballos al auriga que en vano estira de las bridas, y el carro no escucha las voces de la rienda.
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LIBRO II
[Proemio. 1] Hasta aquí el cultivo ha sido de los campos y los astros del cielo; a ti, Baco, ahora, te cantaré, y contigo a los brotes silvestres, los vástagos de olivo, que crecen con despacio. Ven, oh padre Leneo, aquí, que de tus dones aquí todo está lleno y para ti florece preñado el campo todo de pámpanos de otoño, y en cubas repletas espuma la vendimia. Ven, oh padre Leneo, junto a mí sin coturnos mancha de vino nuevo tus piernas sin vestido. [Propagación de los árboles, 1] Variada es Natura en la crianza de los árboles, pues germinan algunos de forma espontánea, sin la ayuda del hombre, y colman abundantes los campos y los ríos sinuosos, cual sucede con el mimbre cimbreño y la pringosa retama, el chopo y el sauce de fronda verdicana; brotan otros mejor de semillas esparcidas, tal los altos castaños, así el roble de Júpiter, del bosque el más frondoso, y también las encinas, que son entre los griegos tomadas por oráculos. En otros densa mata de la raíz pulula, es así con los olmos y así con los cerezos, y también de pequeño el laurel del Parnaso bajo la hermosa sombra materna se cobija. En un principio dio Natura tales métodos, selvas de todas clases están verdes por ellos, las de bosques sagrados y árboles frutales. Otros hay que encontró el uso en su camino: el uno fue plantando esquejes en los surcos, los arrancó del cuerpo aún tierno de la madre; el otro en el sembrado va enterrando vástagos, en cruz varas hendidas, estacas puntiagudas. [19]
Mugrones en acodo algunas plantas piden, en tierra doblegados sus planteles, y vivos. Otras no necesitan raíces, y el que poda si puntas de ramón ha de poner no titubea y así de esta manera volverlas a la tierra. Incluso en los troncos cortados, y esto asombra, de un leño seco brota una raíz de olivo; y vemos a menudo trocarse sin peligro las ramas de unos árboles en las de otras clases, dar el peral mudado manzanas injertadas y del todo encarnarse de ciruelas el durillo. [Proemio, 2] Así es que vamos, ea, aprended, labradores, el cultivo que a cada especie se le aplica, y con el laboreo domad frutos silvestres, y no dejéis que queden baldíos los terrenos. Luce plantar viñedos en el monte Ismaro y el gran Taburno vestirlo de olivares. Pero tú, oh Mecenas, honra y prez, responsable máximo de mi fama, guárdame, y junto a mí recorre las faenas que hemos emprendido surcando a toda vela las llanuras del mar. No pretendo enteras con versos abarcarlas, no, ni aunque cien lenguas tuviera, bocas ciento, aunque fuera de hierro mi voz. Ven y ampárame, léeme la orilla de la primera playa, la tierra queda a nuestra mano. No con rodeos te voy a impacientar ni con largos preámbulos, con fábulas poéticas no voy a entretenerte. [Propagación de los árboles, 2] Lozanos aunque bordes, están llenos de fuerza los árboles que salen espontáneamente y buscan al crecer los reinos de la luz, pues al suelo el sustento le da Naturaleza. Pero estos su alma también sacan silvestre si se injertan o en hoyos mullidos se trasplantan, y si se les dedican frecuentes atenciones, a no tardar se amoldan a otro cualquier cultivo. Hará lo mismo el árbol cuando brota estéril de las raíces bajas, si a campo despejado se quiere trasplantar, si no las altas frondas [20]
lo ensombrecen y el medro las ramas maternales les niegan a sus frutos, y al crecer los abrasan. Lento crece un árbol plantado con simiente y sombra dará solo a los lejanos nietos, las pomas se corrompen, no hay suco primordial, la vid pobres racimos da, triunfo de los pájaros. A los árboles todos hay que poner cuidado, todos hay que plantarlos en hoyo, y domarlos a puro de atenciones. Mejor, en cambio, nace de un tronco el olivo, de mugrones la vid, de sólida madera el arrayán de Pafos, los duros avellanos en plantero, y el fresno gigantesco y el árbol umbroso del que Hércules sacaba sus coronas; nace así la palma y el abeto que ha de ver lances del mar. En cambio es injertado el áspero madroño al fruto del nogal, los plátanos silvestres recios manzanos dieron, y castaños las hayas; y mascan cerdos bajo el olmo las bellotas y al fresno encaneció peral de blanca flor. [Injerto y empeltre] No hay un solo modo de injerto y empeltre. Donde brotan las yemas, mediada la corteza, y rasgan sus delgadas túnicas, se les hace justo en el nudo una estrecha cortadura; allí un pimpollo de otro árbol se entremete y al crecer se endereza en el húmedo albor. O, al revés, se dejan los troncos sin sus nudos y a cuña en lo duro una raja profunda se abre y penetra de esquejes fecundos, y no mucho es el tiempo en que un árbol robusto se yergue con sus ramas feraces hacia el cielo, y admira sus extraños frutos, sus hojas nuevas. [Variedades de árboles frutales, y en especial de la vid] No hay solo una especie de olmo poderoso, ni sauce ni azufaifo, ni entre los cipreses de la montaña Ida, ni las pingües olivas salen con pinta igual, hay gordales, picudas, y amargas bayas hay tempranas; son distintos los huertos de Alcino, los árboles frutales, ni el plantón de las peras crustumias es el mismo [21]
ni el de gordas volemias ni el de las tarentinas. Y no cuelga la misma vendimia en nuestras cepas que Lesbos del sarmiento recoge metimneo. Están las vides tasias, las blancas mareótidas, buenas son éstas para tierras gruesas, y aquéllas para las más ligeras, y está la uva psitia, para el vino de pasas la más recomendable, y la pequeña lágea, que hará, en su tiempo, que se trabe la lengua y tropiecen los pies, y la uva temprana y la tinta, ¿y de qué modo hablaré de ti en este poema, uva rética, sin medirte a Falerno aún con sus bodegas? Y están de recios vinos las amíneas, viñas que al rey avasallan del Tmolo y al Faneo, y está la blanquilla, uva la más menuda, con quien ninguna otra podría competir ni en caudal del mosto ni en vejez del vino. No, uva rodia, no he de pasarte por alto, grata entre los dioses como entre los postres, ni a la de los racimos grandes, a ti, bumaste. No hay cifra que abarque las muchas variedades, los nombres de las uvas, ni contarlos importa. El que quiera saberlo pregunta por los granos de arena que el viento en el mar libio mueve, por las olas que rompen en las costas de Jonia si el más violento Euro azota los navíos. [Plantas distintas en lugares diferentes] Porque todas las tierras no pueden dar de todo. Los sauces se propagan orilla de los ríos, en ciénagas espesas se crían los alisos, los olmos infecundos, en montes pedregosos, feraces son las costas en fuertes arrayanes, colinas despejadas, en fin, ama el dios Baco y los tejos los fríos y el viento Aquilón. Mira la Tierra, cómo la doman labradores de remotos confines: las casas de los árabes, que miran a la Aurora, los pintados gelonos. Por sus árboles pueden las patrias distinguirse: ébano negro sólo se cría en la India, y varas de incienso en terreno sabeo. Del bálsamo que llora de oloroso leño y la siempre hojosa acacia con sus bayas, ¿qué puedo decir?, ¿qué de los bosques etíopes [22]
su blancura de lana suave?, ¿o de los chinos cómo peinan las hojas de copos delicados? ¿O la India, los bosques que aquella región cría, vecina del Océano, allá en el fin del mundo, donde no hay saeta que alcanzar pudiera con un disparo esas alturas de los árboles? Y no es un pueblo torpe si tira de carcaj. Del salubre limón da el país de los medos el sabor duradero y los ácidos zumos: no hay remedio que obre con tanta eficacia y extraiga de los miembros todo el negro veneno que pusieron malvadas madrastras en la copa, y sus yerbas mezclaron con mágicos conjuros. Es un árbol de mucho porte, tan parecido al laurel que laurel sería si un aroma algo menos distinto echase desde lejos; no hay viento capaz de arrancarle las hojas, su flor es resistente por demás, y los persas contra el mal olor de boca lo utilizan y con él de los viejos sosiegan los ahogos. [Elogio de Italia] Mas ni los bosques medos, su riquísima tierra, ni el célebre Ganges ni el Hermo turbio de oro igualan a Italia en fama, ni tampoco el Bactra ni la India ni toda la Pancaya, tan rica en arenas cargadas de incienso. No araron estas tierras los toros que echan fuego, sembradas con los dientes de una hidra monstruosa; no erizó de yelmos ni apretadas lanzas estas tierras ninguna cosecha de guerreros, pero están repletas de fértil cereal y del jugo de Baco, allá en el monte Másico. Las pueblan los olivos, los ganados untuosos. Corcel batallador de aquí se lanza al llano, altiva la testuz. De aquí blancos rebaños y el toro, la víctima más grande, ¡oh Clitumno!, bañados a menudo en tus sagradas aguas, triunfos romanos hasta el templo trasladaron. Aquí la primavera es estación constante y es verano incluso en los meses impropios: dos partos los ganados, dos cosechas los árboles. No hay aquí rabiosos tigres ni la estirpe feroz de los leones, ni al ir a recogerlas [23]
las hierbas al incauto engañan con veneno. Ni la escamosa sierpe arrastra enormes roscos ni se encoge luego en largas espirales. Suma tantas ciudades de renombre y el ímprobo, trabajo de las obras, castillos levantados en ásperos peñascos por la mano del hombre, y los ríos que corren bajo antiguos muros. ¿Y habré de recordar el mar que al alba baña, el agua que al ocaso? ¿Quizá los grandes lagos? ¿A ti, gran lago Laro, y a ti que te encrespas, Benaco, en oleajes y estrépitos marinos?, ¿los puertos y los diques en el lago Lucrino, las aguas que se indignan estruendosas, allí donde resuena la onda Julia muy a lo lejos, el mar ya rechazado, y el bravo Tirreno se precipita hasta los brazos del Averno? Ríos de plata, minas de cobre por sus venas ofreció esta tierra, y a chorros el oro. Engendró una recia estirpe de guerreros, los marsos, el austero ligur, la juventud sabélica y los volscos que tiran con venablo, y a los Decios, los Marios y los magnos Camilos, a Escipiones duros de batir, y a ti, César, el más grande de todos, que en este momento campeas victorioso en el confín del Asia y apartas del cuartel romano al indio imbele. Salve, tierra saturnia, gran madre de las mieses, gran madre de los héroes. Emprendo en tu honor este arte de antiguo prestigio, me atrevo a abrir fuentes sagradas, y entono en honor de ciudades romanas el canto de Ascreo. [Clases de suelo] Hora es de tratar la condición del campo, cuál es su fortaleza y cuál es su color, y de saber qué fruto su natural produce. Tierras duras, collados yermos de arcilla pobre y de cascajo entre los matorrales piden bosques de terne olivo a Palas consagrados: la prueba es la porción de acebuches que salen y los campos cubiertos con endrina silvestre. También está el terreno fecundo, amerado de tibia humedad, las fértiles campiñas por donde a espuertas las hierbas proliferan, [24]
y están los profundos valles que oteamos al pie de las montañas (hasta allí los ríos derrámanse por altas peñas y a su paso arrastran rico limo), y el campo elevado que mira al viento sur y helechos cría odiosos para el arado curvo, pues este dará un día viñedos vigorosos, de Baco manantiales; te dará mucha uva, te dará mucho caldo igual al que bebemos en páteras de oro cuando un etrusco grueso sopló junto al altar su flauta de marfil, y en fuentes pandeadas alzamos las entrañas humeantes de las víctimas. Si pones tu empeño en ganado mayor, y a criar terneros te dedicas, o bien corderos recentales y las cabras que pacen en campos de cultivo, vete a las dehesas y a las lejanías de la fértil Tarento, a un campo parecido al que Mantua perdió, que en los frondosos ríos nutre cisnes de nieve. No habrá de faltar la hierba a los rebaños ni fuentes limpias: cuanto en días largos coman lo devolverá el fresco rocío en noches breves. La tierra casi negra, gruesa al hundir la reja, de fosco suelo (pues eso al arar buscamos) para los trigos es la mejor; no verás de ningún otro campo volver a la alquería a más bueyes ronceros tirando de los carros; o donde la maleza el bravo labrador quitó y arrasó bosques baldíos muchos años y descuajó antiguas guaridas de las aves que dejaron sus nidos y volaron a lo alto, pero al meter la reja brilló el erial de nuevo. En cambio, el cascajo encosterado y seco tan apenas romero y humilde cantueso procura a las abejas; la toba escabrosa y la greba roída por las serpientes negras demuestran que ningún otro terreno queda que dé sustento tan sabroso a las culebras y les dispense tan torcidos escondrijos. La solera que tenue nebulosa exhala y vapores flotantes, y embebe la humedad y la escupe ella misma cuando así lo quiere, de jugosa y verde hierba siempre va vestida, y moho no estropea ni herrumbre salitrosa, los olmos esta tierra pondrá de fértil vid, [25]
buena tierra de aceite, verás al cultivarla que bien le va al ganado, que aguanta el curvo arado. Labra la rica Capua terrenos como estos y las zonas que lindan con el monte Vesubio y del Clanio fatal a la desierta Acerras. [Cómo distinguir los tipos de suelo] De cómo conocerlas te hablaré yo ahora. Para saber si es pobre o crasa por demás (porque a las mieses presta una, a la vid otra, la densa más a Ceres, a Baco la más floja) a ojo escogerás un sitio y dispondrás cavar profunda hoya en el terreno firme y con toda la tierra volver a rellenarlo y la arena somera llanarla con los pies. Si falta tierra, floja será, pero adecuada para el verde pasto y las lozanas vides; pero si a ocupar su espacio se resiste y sobra tierra cuando ya está lleno el hoyo, el suelo es compacto: verás densos terrones, crasos lomos; rotúrenla novillos poderosos. La tierra salitrosa y la que llaman amarga, negada para el fruto, indómita al arado, ni a Baco su estirpe ni a la fruta su nombre les puede conservar, y así dará la cara: descuelga de los techos ya negros por el humo cestas de mimbre prieto, cedazos del lagar; llénense hasta arriba de aquella tierra mala y de los dulces chorros de las fuentes: el agua seguro que se filtra toda y gruesas gotas se escurren por las mimbres. A todo el que la cate amarga torcerá la boca en triste mueca. Sabremos de otro modo si la tierra es crasa: cuando la manoseas, nunca se desmenuza, más bien como la pez se pega entre los dedos. De por sí más fecunda, cuando está amerada más altas y espesas cría también las hierbas. Que no me sea, ay, demasiado feraz, ni tan fértil se exhiba en las espigas nuevas. La que va bien cargada el peso la delata y la que es más floja. Y a la vista salta si es negra o de qué color. Pero es difícil barruntar el nefasto frío. Sólo, a veces, la presencia del falso abeto nos lo indica, [26]
o la de hiedras negras, o venenosos tejos. [Plantación de un viñedo] Con estas previsiones, no te olvides dejar la tierra que se cueza, romper grandes montones con hoyas y exponer las glebas volteadas al viento Aquilón, muy antes de que plantes la estirpe poderosa de la vid. Blando suelo reclaman las mejores cepas. La escarcha fría y el viento lo procuran, y el recio cavador que mueve las yugadas de la tierra deshecha. [Preparación, trasplante y espaciado de las viñas] Pero aquel labrador al que nada escapa busca con tiempo un sitio donde luego plantar sarmientos en hilera, un suelo parecido a aquel en que plantones arrimó a los árboles, para que no extrañen el cambio de la madre. En las cortezas marcan la orientación del cielo y así de cada una la posición retocan, la parte que aguantaba los calores del sur y la que vuelta estaba dando la espalda al norte: hace mucho el hábito cuando están aún tiernas. Has de averiguar primero si es mejor poner la vid en faldas o en terreno llano. Si en campos de tierra crasa quieres vendimia, planta los brotes juntos, que no es más lento Baco en cepas apretadas; si el terreno se empina en lomas y colinas de cuestas muy tendidas, espacia las hileras, ponlas al tresbolillo, que cuadre al cortarse la hilera con la calle. Así ocurre a menudo en las grandes batallas, cuando una legión que formaba en columna despliega las cohortes y las tropas ocupan del campo las anchuras, y las rectas escuadras y la tierra entera se ensancha y se ondula de bronces que al abrirse resplandecen, en tanto aún no se han revuelto en terrible combate, y Marte, indeciso, pasea entre las armas. Que la separación se ajuste entre las calles a la misma medida, no por que alimente la hermosa perspectiva un corazón vacío, sino porque la tierra no de otra manera [27]
dará la misma fuerza a todas, ni los sarmientos podrán desparramarse por el espacio libre. [Profundidad del hoyo] Quizá preguntes cómo de hondo es el hoyo. Yo me atrevería incluso a plantar cepas en un surco liviano; el árbol que es alto se hunde más en tierra, y el que más la encina, que se estira tanto al cielo con la copa como con la raíz a la región del Tártaro. Así no la arranca el invierno, las lluvias, las ráfagas de viento: inmóvil permanece, a muchos descendientes sobrevive, ve a muchas generaciones de hombres pasar mientras perdura, y extiende por doquier sus ramas vigorosas, y en el centro sostiene la sombra inabarcable. [Otros preceptos] Cuida que a poniente las viñas no te miren ni plantes avellanos por medio de las vides, ni escojas tampoco los vástagos más altos, o deja sin podar esquejes de la copa (pues tanto es el amor que tienen por la tierra), ni con romo podón los pámpanos lastimes ni plantes de acebuche troncos intercalados. Que a menudo a más de un pastor desprevenido se les escapa el fuego, que se mete primero escondido debajo de la untosa corteza y se propaga todo alrededor del tronco y la llama al saltar a las hojas más altas provoca un tremendo estallido en el cielo; desde allí continúa e invade las ramas y reina por las altas copas y el bosque todo envuelve con las flamas, y al cielo negra nube arroja engordada de espesa resina, sobre todo si se echa encima la tormenta, y el viento se revuelve, que aviva los incendios. Cuando esto sucede no se nutren las vides de la raíz ni pueden revivir si se podan, ni en esa misma tierra otras nuevas salir; se salva, con sus hojas de hiel, el acebuche.
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[Época de plantación] No hay autor tan ducho que a mover te anime cuando sopla el Bóreas la tierra endurecida. Cierra el invierno entonces los campos con el hielo y habiendo echado la simiente impide que las prietas raíces se agarren a la tierra. Lo mejor es plantar vid cuando a la primavera le salen los colores, y cándida regresa el ave que las largas culebras aborrecen, o bien en el otoño, con los primeros fríos, cuando impetuoso el Sol con sus caballos no alcanza todavía la región del invierno, mas ya pasó el verano. Y cuánto beneficio a la fronda del bosque trae la primavera. Cuando es primavera el terreno se hincha y demanda semillas productivas, y el Éter, el Padre Omnipotente, vuelto lluvia fecunda, penetra en el seno de la feliz esposa, y uniéndose grandioso con el grandioso cuerpo nutre los frutos todos. Resuena la espesura de pájaros cantores, y en días señalados de Venus el consuelo imploran los rebaños. Está dando a luz la tierra nutritiva, el campo a los aires del Zéfiro calientes abre su corazón; todo está rebosante de tibia humedad y seguras las plantas se entregan a soles nuevos, y no da miedo al pámpano el embate de los Austros, la lluvia que trajeron del cielo violentos Aquilones: antes abre las yemas y despliega las hojas. No imagino distintos los días que alumbraron los primeros albores en la infancia del mundo ni que curso distinto siguiesen: fue aquello primavera que el mundo entero disfrutaba, acallaban los Euros sus vientos invernales, entonces los cachorros bebieron de la luz y sacó la cabeza entre los campos duros la estirpe terrena de los hombres, y fueron las fieras a la selva y al cielo las estrellas. No habrían podido tan recientes criaturas dar fin a este trabajo de no haber tal sosiego entre el calor y el frío, si la bondad del cielo no hubiese acogido a la faz de la tierra.
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[Cuidados después de la plantación] Diré también que, sean los vástagos que sean los que quieras plantar por el bancal, rocíalos de mantecoso fiemo, recuerda que los cubra la tierra en abundancia, y no dejes de echarles también piedras porosas o conchas arrugadas; se escurrirán las aguas entre las hendiduras se meterá hasta dentro un aliento sutil, se animarán las plantas. Y hay quienes colocan encima una piedra o un grueso ladrillo, defensa esta contra las lluvias desatadas y cuando la Canícula, el ardiente estío, resquebraja los campos que ha abierto la sed. Plantados los mugrones, queda aporcar las cepas una y otra vez, tirar de fuerte agalla, o remover el suelo a fondo con la reja y meter por las viñas los bueyes renuentes, y aparejar las cañas finas luego, las varas tiesas y repeladas, las estacas de fresno y las valientes horcas, para que los pimpollos, al recio rodrigón encaramados, se hagan a soportar los vientos y de rama en rama seguir trepando hasta las copas de los olmos. Y mientras la infancia medra con hojas nuevas, con los pámpanos tiernos hay que tener cuidado, y si el sarmiento sube alegre a las alturas, disparado a rienda suelta en el vacío, no hay ni que arañarlo con el filo de la hoz, sino arrancar las hojas pinzadas con la mano, e ir así escogiéndolas. Cuando, tiempo después, la parra ya se extienda abrazada a los olmos con sus fornidos troncos, arráncale el cabello, pódale bien los brazos. Antes temen al hierro, gobiérnalas ahora con rigor, y mantén a raya los ramajes que más se desparramen. [Vallado. Fiestas populares] Y hay que levantar los setos y el ganado tenerlo recogido si la fronda es tierna y aún poco sufrida, pues pueden maltratarla, amén del sol potente y del invierno crudo, las cabras testarudas y los toros salvajes, y pastar la oveja y la voraz novilla. [30]
Los fríos que se cuajan en la escarcha cana o el calor que cae sobre peñascos secos no la ofenden tanto como esos rebaños, el veneno del diente duro, la cicatriz que queda en el tronco mordido. Por tal crimen se inmola en altares de Baco al cabrón y suben a escena las sátiras antiguas, y la estirpe Tesea entregaba su trofeo por pueblos y aldeas a hombres de talento, y entre copas de vino, sobre grasientos botos, sobre blandas praderas eufórica saltaba. Y entre los Ausonios, que vinieron de Troya, también con versos malos y risas desatadas juegan los campesinos, y horrible careta se ponen de cortezas vaciadas, y a ti, Baco, invocan con su alegre canto y en tu honor del alto pino cuelgan figuras de vellón. La viña desde entonces entera se hace moza y los cóncavos valles y los bosques profundos se cubren con sus frutos generosos, y allá doquiera que el dios vuelva su egregia cabeza. Y así cantaremos, como manda el rito, a Baco himnos nativos, y también le honraremos con páteras de ofrenda y con pasteles; de pie, traído por un cuerno, estará en al altar el chivo expiatorio y asaremos nosotros sus vísceras untosas en llandas de avellano. [Mantenimiento del viñedo] Y queda la faena, que nunca se agota, de cuidar los viñedos: hay entera cada año por tres y cuatro veces la tierra que labrar y destripar terrones con la azada al revés y descargar las parras todas de hojarasca. El ciclo del trabajo retorna al labrador y el año tras sus pasos al principio regresa, y así, tiempo después, cuando ha la vid perdido las más tardías hojas y el frío Aquilón despojó ya los bosques de todo su ornamento, el tenaz campesino extiende sus cuidados al año venidero y sigue escamondando con la hoz de Saturno el resto de la viña, podando la compone. Sé el primero en cavar, el primero en quemar sarmientos recortados, [31]
y el primero en guardar estacas bajo techo. Y vendimia el último. Se cierne sin respiro la sombra en los majuelos, sin respiro las hierbas de prietas zarzas cubren la tierra de labor. Alaba el campo grande, cultiva el reducido. Son muy duras labores. Se cortan por el bosque también varas de áspera retama, y los juncos a la orilla del río, y el sauce silvestre, que lleva su cuidado. Atadas ya las vides las cepas a la falce ya dan tregua, ya canta postrero el viñador sus liños vendimiados. Pero la tierra hay que atenderla, binarla y, maduras las uvas, hay que temer a Júpiter. [Olivos. Árboles frutales y del bosque] Los olivos, en cambio, ningún cultivo piden, no esperan curva hoz ni pertinaz rastrillo porque se sujetaron para siempre a la tierra y los vientos supieron aguantar. El terreno, si abierto con azada, se abasta de humedad; si con la adunca reja, de frutos abundosos. Así se crían ricas, pacíficas olivas. Los árboles frutales, así como han sentido los troncos vigorosos y tienen sus nutrientes, también crecen lanzados rumbo a las estrellas por sus propio impulso y sin esfuerzo nuestro. Se carga mientras tanto de fruto la arboleda, y los sotos incultos, refugio de los pájaros, enrojecen de sangre con bayas coloradas. Se pacen los codesos, de tedas la alta selva suministra y se ceban nocturnas las hogueras y derraman su luz. ¿Y aún dudan los hombres de plantar y poner todo su esfuerzo en ello? ¿A qué seguir con árboles de más porte? Los sauces, las humildes genistas o aquellos que abastecen de hojas al ganado, de sombra a los pastores, de cercas al sembrado, de pábulo a la miel. Da gozo contemplar el monte Citereo, que del boj se ondula, los bosques de Naricia, que dan pez. Sin rastrillos da gozo ver los campos, al cuidado de hombre alguno no sujetos. Las mismas selvas bordes en las cumbres del Cáucaso, que fuertes Euros barren y sin cesar destrozan, dan cada cual su fruto: dan útil maderamen, [32]
pinos para los barcos y cedros y cipreses para subir las casas; de aquí los labradores los radios tornearon de las ruedas; de allí, ruedas a las carretas pusieron y a las barcas curvas quillas. Los sauces son fértiles en varas, los olmos en forraje, y buen arma de guerra son los palos cereños del mirto y el cornejo; los tejos se doblegan para arcos itureos, también los leves tilos o el boj que se pule al torno toman forma, con gubias afiladas son tallados y flota el álamo liviano arrojado al río Po sobre aguas bravas, y las abejas crían en las cortezas huecas enjambres y en la entraña podre de las encinas. ¿Qué dádivas de Baco atán son memorables? Ocasiones dio Baco también para la culpa: castigó a los centauros furiosos con la muerte, Reto y Folo e Hileo, aquél que amenazaba con una gigantesca copa a los lapitas. [El campo y la ciudad] Dichosos los labriegos que saben lo que tienen, sobre quienes la tierra justísima derrama del propio suelo fácil alimento, muy lejos de discordias armadas. Si un alto palacio de soberbia fachada no arroja una ola por todas las entradas de clientes que saludan desde por la mañana y contemplan pasmados las jambas incrustadas de conchas suntuosas, las telas con brocados, los bronces efireos, y no tiñe veneno asirio blanca lana ni corrompe al aceite de oliva la canela; sí hay, en cambio, paz segura y una vida sobrada de recursos y libre de mentiras, y ratos de descanso en fincas anchurosas, lagos de agua viva y espeluncas, mugidos de los bueyes y frescos valles y dulces sueños debajo de los árboles; allí están las selvas los nidos de las fieras, la juventud sufrida, de costumbres austeras, los misterios divinos y los padres virtuosos; en ellos la Justicia grabó al dejar la tierra sus últimas pisadas.
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[La arcadia campestre] Y a mí que las Musas más dulces me amparen, cuyo culto profeso, de grande amor herido, y enseñen los caminos del cielo y las estrellas, los eclipses del sol, las fases de la luna; el temblor de la tierra, dónde es que se origina, por qué fuerza se encrespan los piélagos profundos, rompen los diques, vuelven después a contenerse, y los soles de invierno, a qué fin al océano van corriendo a bañarse o qué pausa los retiene cuando tarda la noche. Mas si la sangre fría que ronda el corazón me impidiese acercarme a estos territorios de la naturaleza, que los campos me sirvan de gusto y las aguas que corren por los valles, y mi amor se dirija a los ríos sin gloria y a los bosques. ¡Oh campos, dónde estáis, el Espérgeo, ese monte Taigeto, de vírgenes laconias las orgías! ¡Quién, oh, me tuviera en los valles del Hemo congelados, con sombra de sus ramas profunda me cubriera! Dichoso aquel que supo las causas de las cosas y todos los temores y el hado inexorable puso bajo sus huellas, y el tremendo estrépito del Aqueronte avaro. Afortunado aquél que a los dioses agrestes conoció, al dios Pan y al viejo Silvano y a las hermanas Ninfas. A este labrador no lograron doblegarlo ni fasces populares ni púrpura real ni las discordias entre hermanos desleales o el dacio que desciende el Histro sedicioso, ni asuntos de Roma ni caducos imperios; ni envidia del rico ni al pobre compasión, cogió aquellos frutos que los propios terrenos espontáneamente quisieron regalarle, y ni leyes de hierro ni el foro demente ni archivos del pueblo llegó a conocer. Mares sombríos otros golpean con los remos y corren a las armas, allanan los palacios, el umbral de los reyes. Uno arrasa ciudades, los míseros hogares, para beber en copas de gemas engastadas y en púrpura de Sarra tumbarse a dormir; fortuna oculta el otro y se acuesta junto al oro soterrado; a este lo aturden tribunas de oradores, [34]
y a aquel lo dejó boquiabierto el aplauso que redoblan las gradas de pueblo y senadores; otros gozan bañados en sangre de hermanos, y cambian casa y dulce hogar por el exilio y buscan otra patria bajo distinto sol. La tierra el labrador ara con curva reja: esta es la labor anual, de aquí mantiene la patria y los hijos pequeños, de aquí el pienso de los bueyes, los novillos preciosos. Y no hay pausa mientras el año no abunde en frutos de los árboles o en crías del ganado o en haces de espigas a Ceres consagradas, y abrume los surcos y colme los graneros. Llega el tiempo frío: la aceituna sicionia se muele en los lagares, los cerdos ya regresan cebados de bellotas, los bosques dan madroños, se despoja el otoño de los variados frutos, y se cuece en lo alto de peñas soleadas la uva ya madura. Entonces, abrazados, los dulces hijos cuelgan en torno a sus besos, sabe la casta casa guardar la honestidad, se abajan las ubres repletas de las vacas, los rollizos cabritos se enzarzan en peleas, por lozanas praderas chocan sus cornamentas. Y también él celebra las jornadas de fiesta y echado en la hierba, cuando los compañeros en torno a la lumbre la copa engalanan, te invoca, Leneo, ofrece libaciones y a los mayorales un tiro les propone sobre el olmo de flecha veloz, y en la palestra desnudan los zagales sus cuerpos poderosos. Esta vida llevaron los antiguos sabinos en tiempos muy lejanos; ésta Remo y su hermano; así creció Etruria fuerte, y Roma se hizo la más esplendorosa de la tierra, la única que las siete colinas rodeó con un muro. Antes del rey Dicteo, de que casta impía se hartase de comer novillos del sacrificio, pues esta era la vida que hacía en la tierra el Saturno dorado, no habían aún oído el toque de trompeta, aún no crepitar puesta sobre el yunque rígido la espada. Largo trecho anduvimos, el tiempo es llegado de soltar los caballos, echan humo sus cuellos.
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LIBRO III
[Invocación] También voy a cantarte a ti, Pales magnífica, y a ti, inolvidable pastor del río Anfriso, y a vosotros, bosques y ríos del Liceo. El resto de asuntos que a mentes ociosas pudieran cautivar con fábulas poéticas ya son muy conocidos: ¿pues quién no sabe nada del cruel Euristeo, de los sacros altares del infame Busiris? ¿A quién no le han hablado del jovenzano Hylas y de Delos latonia, de Hipodamia y Pélope, bravo con los caballos, famoso por su hombro de marfil? Es distinto el camino que debo emprender si persigo alzarme desde el suelo y de boca en boca volar entre los hombres victorioso. Las Musas seré yo el primero, al volver a la patria, en traérmelas desde la cima del Aonio, si me asiste la vida. Seré yo el primero en traerte, oh Mantua, las palmas idumeas, y allí cerca del agua, en la pradera verde, elevaré un templo de mármol donde el Mincio discurre caudaloso en sosegadas curvas y adorna las riberas de jóvenes juncales. En medio estará César, y el templo llenará: triunfante y admirado con mi púrpura tiria, en su honor soltaré centenar de cuadrigas a la orilla del río. Se medirá ante mí, dejando el Alfeo y los bosques de Molorco, en cesto crudo Grecia entera y en carreras. Yo mismo, coronado con ramón de olivo, llevaré las ofrendas. Ya gozo acaudillando solemnes procesiones camino del santuario, contemplando novillos recién sacrificados, o al volver el tapiz cómo cambia la escena y el telón purpúreo en el que están bordados levantan los británicos. Pintaré en las puertas, [36]
con relieves en oro y macizo marfil la lucha de los pueblos del Ganges y las armas del vencedor Quirino, y allá la corriente del gran Nilo, con olas nacidas de la guerra, y columnas alzadas en bronce de navío. Añadiré ciudades del Asia sometidas, y el golpe al Nifates y el Parto que la huida a las flechas que lanza hacia detrás confía, y esos dos trofeos ganados por la mano a enemigos distintos, y pueblos que han sido dos veces derrotados, a ambos lados del mar. Y allí estarán también los mármoles de Paros, las imágenes llenas de vida y la estirpe de Asáraco y los nombres que descienden de Júpiter, el padre Tros y Cintio, el fundador de Troya. Temerá la Envidia estéril a las Furias igual que a las corrientes severas del Cocito, las sierpes que se enroscan amarrando a Ixión, la rueda gigantesca y la piedra insuperable. Sigamos, entretanto, hacia los bosques vírgenes, las selvas de las Dríades, siguiendo tu mandato, Mecenas, nada fácil de cumplir: pues sin ti nada profundo ha de tentar mi pensamiento. Ea, vamos, basta ya de vagas dilaciones, nos llama Citerón a gritos, del Taigeto los perros y Epidauro, que doma los caballos, y vuelven a mugir, dobladas por el eco, las voces de los bosques. Me ceñiré después a cantar los combates de César ardorosos y a llevar su nombre en alas de la fama a lo largo de tantos años como separan a Titono, el primero de la estirpe, y a César. [Selección de las vacas] Tanto el que a criar caballos se dedica, cegado por los premios de la palma olímpica, como quien cría fuertes novillos de arado, escoja con esmero los cuerpos de las madres. Son de torva mirada las vacas mejor hechas y tienen la cabeza fea y mucho cuello, y del morro a las patas les cuelga la badana. La lomera es larga y desproporcionada: todo lo tienen grande, incluidas las pezuñas, las orejas peludas bajo la cuerna vuelta. [37]
No me disgustaría si luce manchas blancas, o la que se resiste alguna vez al yugo y tira gañafones con estampa de toro, y la que al andar toda engallada barre sus huellas con la punta de la cola. La edad de pasar por Lucina y los apareamientos que sean menester, antes de los diez años termina y empieza más allá de los cuatro. Fuera de ese tiempo no valen para cría ni tienen fuerzas para tirar de los arados. Ese tiempo, que es cuanto dura entre el rebaño la fértil juventud, dales suelta a los machos; llévale el primero a Venus los ganados, compensa las camadas sacando unas con otras. Los primeros que huyen son los mejores días, vienen males y penas y la triste vejez, y arrebata el rigor de la muerte despiadada. Reses habrá sin tregua que prefieras cambiar; pues renueva sin tregua, y no echarás en falta las que hayas quitado si a escoger las crías te adelantas cada año por el bien de la vacada. [Selección de los caballos] Igual se selecciona el ganado caballar: tú al menos procura todas tus atenciones a aquellos que desde potrillos ya decidas aparearlos para perpetuar la estirpe. El potro, si es de casta generosa, bracea con garbo y altivo pasea por el campo. Será siempre el primero en echarse a andar y desafiar los ríos llenos de amenazas y en encomendarse a puentes no sabidos, y tampoco lo espantan estrépitos vacíos. Tiene el cuello tieso y la cabeza fina, el vientre es escurrido, la grupa regordida, y altanero enseña los músculos del pecho. Son buenos los castaños, aparte de los bayos, y es el peor color el blanco y el ruano. Si suenan armas lejos no sabe estarse quieto, sacude las orejas y tiémblanle las patas, fuego por los ollares relinchando arroja. Espesa es la crin y al sacudirla cae por cima del brazuelo; un espinazo doble le corre por los lomos, y escarba en la tierra [38]
y en el casco suena grave el cuerno duro. Pues así era Cílaro, domado con las riendas de Pollux Amicleo, y así eran, de cuantos cantaron los poetas griegos, los dos caballos de Marte y los del carro del grandioso Aquiles. Y así era el raudo Saturno, que al encuentro de su esposa la crin desparramaba encima del cuello de caballo, y que en su escapada con un relincho agudo llenó el alto Pelión. [Potros y caballos viejos] Cuando también a este caballo le abandonen las fuerzas abrumado por las enfermedades, cansado por los años, déjalo en la cuadra, respeta su vejez, que en nada es vergonzosa. El viejo está frío en los lances de Venus y en vano se empeña en la ingrata labor, y si alguna vez se crece en la batalla, le entra el furor pero todo es inútil, fuego de rastrojera, aparatoso y flojo. Conque habrás de tener en cuenta, sobre todo, los bríos y la edad, y luego otras virtudes, la casta de sus padres, cómo es el dolor que invade a los vencidos, qué orgullo en la victoria. ¿No ves precipitarse los carros a la pista, y a rienda suelta corren desde el salidero, cuando el encendido anhelo de los mozos y la ansiedad consume su ardiente corazón? Los mozos los arrean con trallas retorcidas, echados adelante les dan toda la rienda, tensos vuelan los ejes, van echando centellas; y parecen a veces ir por tierra y a veces, aupados en el aire, guiados por el vacío, subir a las alturas. Ni pausa ni sosiego; se levanta una nube de arenas amarillas, la espuma y el aliento de los perseguidores las humedece. Tanto es el afán de gloria, tanto les preocupa vencer. Fue Erictonio el primero que cuatro caballos a un carro atrevióse a uncir y a mantenerse firme, encima de las ruedas, veloz y triunfador. Lapitas peletronios, montados en el lomo, los frenos han legado, los giros, y enseñaron a los jinetes bajo el peso de las armas [39]
a galopar gallardos y a saltar. Son iguales una y otra labor, y eligen igual al joven de fogoso ánimo los criadores que al veloz en carrera, por más que muchas veces aquel pusiera en fuga las huestes enemigas y afirme que su patria es la fuerte Micenas y el Epiro y haga descender su estirpe de los mismos orígenes que los del dios Neptuno. [Cuidados en el apareamiento] Con estas precauciones, a su debido tiempo, se aplican a engordar de recio sebo a aquél al que eligieron jefe, al que de la yeguada nombraron semental; siegan la hierba fresca, farro les echan y agua, no sea que no puedan con la tierna faena, y las crías arguelladas conserven de sus padres el ayuno. En cambio, a las hembras las rinden adrede y adelgazan, y, cuando el deseo ya catado echa de menos los primeros encuentros, les quitan el forraje y lejos de las fuentes las mantienen. Incluso las cansan a correr, las fatigan al sol muy a menudo, cuando las eras gimen graves con las trilladas mieses, cuando al viento Zéfiro, que nace por entonces, pajas arrojan vanas. Hacen esto a fin de que el mucho engordar no embote los terrenos genitales y el surco se atasque y remanse, sino que la semilla tomen sedientos y hundan bien en su interior. [Cuidado de las madres] Al menguar los cuidados de los padres, aumentan los de las madres. Cuando van vagando preñadas, con los meses cumplidos, que nadie las enyunte a los pesados carros ni consienta que retocen ni que echen a correr por la pradera o naden sobre las aguas bravas. En sotos despejados deben pacer, y orilla de ríos caudalosos donde hay musgo y riberas cuajadas de verdor, y las cuevas les rinden refugio y las peñas su sombra les extiendan. Por los bosques del Sílaro, por el río Alburno, verde de tanta encina, abunda mucho cierto insecto volador [40]
cuyo nombre romano es ‘asilo’ y los griegos por ‘estro’ tradujeron, áspero, estridente, que espanta los rebaños, los pone en desbandada; el aire se enfurece, lo agitan los mugidos, y al bosque y del seco Tanagro a la ribera. Con este monstruo Juno descargó una vez su saña horrorosa contra la hija de Ínaco, la novilla: su ruina tenía meditada. Apártalo también de las hembras preñadas, pues más violento ataca con la fuerza del día; sácalas a pastar no más que salga el sol o cuando las estrellas conducen a la noche. [Cuidado de las crías] Si ya están paridas, todos estos desvelos van a los ternericos: hierros marcan a fuego, señalan las camadas, y se apartan aquellos que son para la cría o van para el altar, o son para labrar la tierra y revolver los deshechos terrones que erizan el campo. Que pasten los demás en verdes herbazales: y tú, a los que críes para el laboreo, no dejes de enseñarlos desde que son becerros, de seguirlos domando el tiempo que se dejen, en tanto que la edad es mudadiza. Átales al cuello un ronzal flojo de mimbre muy delgada; después, cuando los cuellos hasta entonces libres ya estén acostumbrados a la esclavitud, úncelos por parejas, atadas en collera, y obliga a los novillos a mantener el paso; y que lleven los carros vacíos a menudo y solo a flor de tierra dejen huella, y luego cruja resplandeciente, bajo el mucho peso, un buen eje de haya, y un timón de bronce tire del rodamiento. A esta juventud indómita entretanto cortarás tú a mano no solamente yerba y ramas de sauce ralas y ovas de los pantanos, sino cebada verde; vacas recién paridas no tienen que llenar como era la costumbre que usaban nuestros padres las cántaras de nieve; antes consumirán la ubre toda entera en sus dulces criaturas. Si la guerra te atrae, los fieros escuadrones o dejarte rodar junto al pisano Alfeo [41]
y en el bosque de Jove llevar carros que vuelan, la primera faena del caballo es ver las armas y los ánimos de aquellos que pelean y soportar el ruido de un clarín de guerra y aguantar la rueda que cruje al tirar della y oír de los frenos, en las caballerizas, el sonoro tintín; y entonces, más y más, gozar los cariñosos piropos del maestro y amar ese sonido, la palmada en el cuello. Que nada más salir del vientre de la madre se atreva ya con esto, y que al mismo tiempo a los flojos cabestros arrime la cabeza, aunque esté indefenso y sea asustadizo, y aún no sepa nada de la vida. En cambio, con tres años cumplidos, en el cuarto estío, menester es que empiece a practicar los giros, y haga sonar los pasos a compás, y que en curvo movimiento vaya uno y otro brazo doblando igual que al trabajar; que les eche entonces carreras a los vientos y vuele desbocado y apenas deje huella en la primera arena: igual que un espeso aquilón se levanta allá por las regiones del norte y disipa las tormentas escitas y las nubes de polvo, y entonces altas mieses y campos ondulantes al más leve soplido se estremecen, resuenan las copas de los árboles, los grandes oleajes se estrellan en la costa; vuela así el aquilón, barriendo en su fuga los campos de labranza igual que las llanuras. Y a partir de entonces, sudará este caballo en su afán de ganar las metas elideas y las más grandes pistas y arrojará sangrienta espuma por la boca, o mejor llevará carros belgas de guerra con su cuello cimbreño. Tú déjalos que engorden con sabroso forraje, una vez ya estén domados; no antes, sacarán entonces mucho genio y no resistirán, cuando estén sometidos, el látigo flexible ni el bocado duro. [Efectos del sexo en el reino animal] Pero no hay ninguna artimaña que más mantenga el vigor que apartarlos de Venus, ya se trate de toros, ya prefieras caballos, [42]
lejos de los estímulos que ofrece el ciego amor. Por eso guardan lejos, en pastos solitarios, a los toros, allende el monte, el ancho río, o los tienen cerrados cabe pesebres llenos. La vista de la hembra les quita poco a poco la fuerza y los consume, pues ella no los deja, con sus dulces encantos, ni acordarse siquiera de bosques o de hierbas, y a luchar a cornadas arrastra a menudo a los bravos amantes. Pasta una hermosa en novilla el gran Sila: enzárzanse los toros, los unos con los otros, en violenta batalla: abundan las heridas la negra sangre corre por los cuerpos enormes, con tremendos bramidos traban las cornamentas, y retumban los bosques junto al vasto Olimpo. No es costumbre guardar a los que se pelean en el mismo cercado; antes uno, el vencido, a parajes ocultos se marcha desterrado, lejos, y su afrenta gime y las heridas que causara el soberbio vencedor, los amores que perdió sin que fuera posible la venganza, y sin quitar la vista de su propio establo abandonó el solar de sus antepasados. Pues con todo cuidado ejercita sus fuerzas y de noche se tumba encima de las piedras, come cardos hirsutos, carrizos espinosos, se prueba y descarga su ira a cornadas contra el tronco de un árbol, y embiste al aire y escarba en la arena, listo para pelear. Recobrado el vigor, recompuestas las fuerzas, se encampana y carga contra el enemigo, que está ya descuidado, con toda su violencia: como la marejada que en alta mar blanquea y arrastra una ola de hondas lejanías, y volcándose en tierra resuena con estruendo en la orilla cuando rompe contra las rocas, tan alta cual montaña deshácese al caer, mas en la ola se agitan profundos remolinos y arrojan las arenas negras de sus entrañas. Hasta ese extremo toda clase de hombres y de fieras terrestres y animales de agua, reses y aves pintadas furiosas se abalanzan al fuego, al amor, el mismo para todos. No en otro tiempo fue más fiera la leona por el campo, olvidada ya de sus cachorrillos, [43]
ni los osos deformes causaron por doquier tantas muertes y tantos estragos en los bosques; es furo el jabalí, es entonces la tigre más salvaje que nunca; ay, y qué peligroso es ir vagando entonces por los desiertos libios. ¿No ves cómo un temblor sacude a los caballos por el cuerpo entero con solo que la olor un aire familiar haya traído? No hay ni freno de jinete ni látigo cruel barranco ni roqueda capaz de contenerlos ni río que se cruce ni torrente que arrastre montañas descuajadas. Hasta el cerdo sabélico corre y se afila los colmillos y escarba la tierra con el pie, restriega la lomera en un árbol y aquí y allá curte los flancos, por prevenir heridas. ¿Y qué no hará el mozo a quien el insensible amor se vuelve fuego que abrasa las entrañas? Allá va el muchacho, entrada ya la ciega noche, cruzando a nado el crespo mar de cuando estalla la tormenta, y las puertas del cielo, por encima de él, truenan majestuosas y retumban las aguas que van a estrellarse contra los peñascales; ni pueden retenerlo sus desdichados padres ni la novia, que muerte cruel ha de tener. ¿Qué decir de los linces manchados del dios Baco, de la raza violenta de lobos y de perros? ¿Y qué de las peleas de inofensivos ciervos? Ya se sabe el furor que distingue a las yeguas; Venus misma les dio su pasión allá cuando las cuadrigas de Potnias a Glauco le arrancaron los miembros a bocados. Las lleva el amor más allá de los Gárgaras y el estruendoso Ascanio; coronan las montañas, los ríos atraviesan. Y en que el fuego penetra las médulas ansiosas (más por la primavera, pues es por primavera cuando el calor vuelve a los huesos), se suben vueltas cara el Zéfiro a las altas roquedas, se embeben de brisas sutiles, y a menudo, sin coyunda ninguna, quedan, oh maravilla, preñadas por el viento. Huidas se dispersan por entre los peñascos, riscos y hondos valles, no, Euro, hacia donde tú naces ni el sol sale, sino hacia el Bóreas y donde sopla el Cauro, o allí donde nace el tenebroso Austro [44]
que el cielo oscurece de lluvia y de frío. Humor viscoso entonces destilan por la ingle, hipómanes lo llaman los pastores, hipómanes, que las malas madrastras solían recoger y mezclaban con hierbas y aciagos conjuros. [El ganado menor. Poética] Y entre tanto pasa el tiempo sin remedio, pasa y seguimos dando vueltas a detalles, cautivos del amor. Basta de esos ganados, que nos queda la otra parte de este asunto, la cabaña lanar y las cabras hirsutas. Esto sí es trabajo, oh recios labradores, de aquí sí podéis esperar los elogios. Y no se me oculta lo difícil que es salir airoso de esta empresa con palabras, y añadir ese honor a las cosas sencillas. Pero tengo un dulce amor que me arrebata por ásperos desiertos del Parnaso; me gusta ir por las cumbres donde no hay huellas de otros que se vayan desviando a la fuente Castalia por fáciles pendientes. Oh veneranda Pales, con voz sublime ahora tenemos que cantar. [Las ovejas y las cabras] Nada más empezar digo que es necesario que pasten las ovejas en cijas confortables, en tanto que retorna la estación frondosa, y por el duro suelo se esparza mucha paja con haces de helecho, que el frío de los hielos a los tiernos corderos no haga ningún daño ni les entre la sarna y las feas pateras. A continuación cambio de asunto y dispongo echarles a las cabras hojas de los madroños y abastecerlas bien de agua fresca del río, que miren los establos hacia el mediodía, hacia el sol de invierno, al abrigo del viento, allá cuando el frío Acuario ya declina y se mete en lluvias para el fin del año. Las hemos de atender con no menos cuidado, por más que se aprecie la lana de Mileto cuando la han hervido en púrpura de Tiro. Su prole es más nutrida, su leche más copiosa; [45]
cuanta más sea la espuma que dejen en los cubos tras exprimir la ubre, tanto más manarán al ordeñar las tetas exuberantes chorros. También rapan las barbas a los chivos del Cínipe, esos mentones blancos, su áspera pelambre, de uso en los reales y para vestimenta de pescadores pobres. Pacen allá en los bosques y cumbres del Liceo, las zarzas espinosas, las matas que se crían por entre asperezas. De volver al redil ellas solas se acuerdan y guían a los suyos y apenas son capaces de pasar con sus ubres cargadas por la puerta. Así que pondrás tanto más celo en apartarlas lejos de las heladas y de los ventisqueros cuanto menos del hombre reclaman atenciones, y les tendrás a punto el pasto generoso, ramones de forraje, no cierres los pajares todo el tiempo que dure la estación de la bruma. Por el contrario, cuando el verano alegre, a la voz de los céfiros saque a los rebaños al bosque y a los prados, que pasten hierba fresca al lucero del alba, al despuntar el día, cuando brilla un manto blanco en la pradera y al ganado le sabe más rico el rocío sobre la grama tierna. Después, a la hora cuarta, cuando aprieta la sed y encienden los arbustos chirridos de cigarras estridentes, darás de beber al rebaño el agua que discurre por canales de encina, orilla de los pozos o de hondas lagunas; y tendrán que buscar algún umbroso valle en la fuerza del calor allá donde extienda desde el tronco antiguo su ingente ramaje la encina corpulenta, consagrada a Júpiter, o allá donde cubra un oscuro follaje de espesos carrascales su sombra consagrada; entonces otra vez dales un poco de agua, que pasten otra vez hasta que caiga el sol, cuando el Véspero frío refresca el ambiente y la luna rosada aviva las dehesas y se oye resonar la zarza de jilgueros, de alciones la ribera.
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[Los pastores] ¿Y a qué insistir hablándote en mis versos de los pastores libios, sus pastos, sus aduares poblados de muy pocas tiendas? Pues a menudo todo un mes apacientan de día y de noche y por vastos desiertos deambula el ganado sin refugio ninguno: tanto abarca el campo. Todo lleva consigo el pastor africano, el techo y los dioses lares y el armamento y el perro amicleo y la aljaba de Creta; así el bravo romano, cuando sirve a la patria, soporta en las marchas bagajes excesivos, y acampa y se dispone en formación de ataque sin que se haya dado cuenta el enemigo. No es así, en cambio, en los pueblos escitas, donde el lago Meotis y el turbio río Istro, que arrastra las arenas amarillas, y donde, cuando ya ha discurrido hasta mitad del polo, retrocede el Ródope. Allí a los animales los cierran en establos, porque allí no asoma la hierba por el campo ni en los árboles hojas; al contrario, la tierra se extiende por debajo de montones de nieve y gruesas capas de hielo que alcanzan hasta siete codos. Siempre es invierno, siempre los vientos Cauros, que soplan aire frío; el sol nunca disipa las sombras desvaídas ni cuando a la más alta región del firmamento tirado por caballos se aproxima, ni cuando su carro precipita y se baña en la roja llanura del Océano. En el curso del río costras cuajan de hielo con toda rapidez ruedas cargan ferradas las aguas a su espalda antes naves llevaban, anchos carros ahora; los útiles de bronce se rajan por doquier sobre la carne quedan las vestiduras tiesas, el vino que fue líquido lo cortan con el hacha, se vuelven las lagunas duro hielo, se forman horribles carámbanos en las hirsutas barbas. Entretanto en el cielo no deja de nevar: se mueren los ganados; allí se quedan yertos, cubiertos por la nieve los corpulentos bueyes; los ciervos atrapados por la extraña mole en prietos escuadrones apenas dejan ver las puntas de los cuernos. Y ya no los acosan [47]
echándoles los perros ni con trampa ninguna, o aterrorizados por esos espantajos de plumas coloradas: llegándose hasta ellos les clavan el cuchillo, en tanto que los ciervos en vano apechugan el monte que los para, y en medio de roncos berridos los degüellan, y a cuestas se los llevan con gritos de alegría. Pasan sus ratos de ocio estos hombres en grutas cavadas bajo tierra, y acercan rodando pilas de robles y olmos enteros al hogar, y los echan al fuego. Aquí pasan la noche entregados al juego, y muy contentos beben el jugo fermentado del ácido serbal como si fuera vino. Esta indómita raza de hombres sometidos al norte hiperbóreo azótala el Euro de los montes Rifeos y con rojas zamarras el cuerpo se protege. [La lana y la leche] Si a esquilar la lana te dedicas, evita primero matorrales escabrosos, protégete de abrojos y lampazos, huye del pasto gordo; sin descanso las blancas ovejas selecciona de sedosas vedijas. Pero si el carnero, por más que blanco sea, tiene la lengua negra debajo del mojado paladar, elimínalo, no vaya a ensuciar el vellón de las crías de máculas negruzcas, y búscate algún otro, que el campo está lleno. Pues así te sedujo, mediante una ofrenda de nívea guedeja, Pan, el dios de la Arcadia (si hemos de creerlo), llamándote, oh Luna, al interior del bosque, y no te resististe tú al que te llamaba. Mas quien ame la leche, él mismo con sus manos que arrime a los pesebres cantueso y meliloto en grandes cantidades, y yerbas bien saladas. Así beben el agua del río con más gana y atirantan más las ubres y conservan oculto en la leche el sabor de la sal. Hay muchos que apartan incluso de las madres a los cabritos ya crecidos, les sujetan con bozales de alambre los tiernos hociquillos. Lo que al alba ordeñaron y en las horas del día, lo cuajan por la noche; lo que ya entre tinieblas [48]
y al declinar el sol, cuando se hace de día: en canastos de mimbre lo transportan (los lleva el pastor a la ciudad) o lo salan un poco y para cuando venga el invierno lo conservan. [Los perros] Y no aplazarás cuidados a los perros; al contrario, con rico suero has de criar de Esparta los cachorros, veloces corredores, y el moloso feroz. Con ellos de guardianes no va a darte miedo el ladrón nocherniego que ronda las majadas, ni el ataque del lobo, ni que a traición te cojan iberos cimarrones. A menudo también a los onagros tímidos los podrás acosar, y les podrás dar caza con perros a las liebres, con perros a los gamos. Y a los jabalíes moverás con ladridos de sus revolcaderos silvestres espantados, y por altos peñascos con tanta gritería enorme harás correr al ciervo hacia la red. [Pestes] Aprende a quemar también en los establos el oloroso enebro y a poner en fuga con el vapor del gálbano el áspid venenosa. Muchas veces la víbora, de tacto peligroso, oculta quedó bajo pesebres sin mover, y allí asustada escapó de la luz, o la culebra, peste cruel de las vacadas, que se suele escurrir por las sombras del techo y al ganado asperjar con veneno, buscó el abrigo del suelo. ¡Coge piedras, pastor, coge un palo, aplástala cuando ella ominosa se empina y el cuello silbando se le hincha! Ya escondió profunda la tímida cabeza en su huida, cuando se parten los anillos de la mitad del cuerpo y el final de la cola, las lentas roscas últimas va arrastrando sinuosa. Se da una sierpe mala en los montes de Calabria que tuerce las espaldas escamosas, el pecho muy erguido y el vientre oblongo jaspeado de máculas enormes, que mientras de sus fuentes brotan los manantiales y mientras se empapan [49]
las tierras con la fresca primavera y los austros, tan llovedores, ella vive en los estanques, habita las orillas, y llena el negro buche de ranas parlanchinas y peces sin medida; después, cuando la charca se seca y se cuartean las tierras abrasadas, salta a terreno seco, y virando los ojos encendidos, rabiosa de sed el campo asola y el calor la acobarda. No me coja un dulce sueño al aire libre ni disfrute tumbado en el lecho del bosque, entre las hierbas, cuando, mudada la camisa, radiante serpentea en su nueva juventud, o al haber dejado atrás los viboreznos, los huevos en el nido, remonta cara el sol y la lengua en la boca trisulca centellea. [Enfermedades] También te enseñaré, de las enfermedades, las causas y los síntomas. La sarna asquerosa ataca a las ovejas cuando la lluvia fría y el invierno crudo se meten hasta el tuétano con sus escarchas blancas, o si el sucio sudor en la piel ya esquilada se quedó adherido, y zarzas puntiagudas su cuerpo desollaron. Por eso los pastores sumergen el ganado en corrientes de agua dulce y el mardano baña el vellón mojado entre los remolinos y se lo va llevando la corriente; o bien el cuerpo esquilado de amargo alpechín les untan y añaden azufre natural y espuma de plata y pez del monte Ideo y cera mantecosa y cebollas albarranas y eléboro fuerte y el negro betún. Pero ningún remedio presta más a estos males que sajar con la faca la boca de la llaga: la enfermedad vive, se nutre si está oculta, si se niega el pastor a poner las heridas en manos de los médicos, y se queda sentado suplicando mejores auspicios a los dioses. Cuando ha penetrado el dolor en los huesos de la res baladora y se torna violento, y estraga los miembros la fiebre sitibunda, aún es mejor sacar la ardiente calentura sangrándole la vena que late entre las uñas; [50]
así hacen los bisaltas y el gelono feroz, que huyendo al Ródope y los desiertos getas leche bebe cuajada con sangre de caballo. Si a lo lejos vieras que alguna oveja busca dulce sombra o cansina mordisquea las puntas de las hierbas y va siempre la última o en medio del campo se tumba a pacer y se recoge sola, ya entrada la noche, a escape ataja el mal con el cuchillo, antes de que el terrorífico contagio serpentee por todo el incauto rebaño. Pues no tantas tormentas se desatan en aguas turbulentas como enfermedades padecen los ganados. Que no atacan los males cabeza por cabeza sino a la dehesa entera de repente, las crías, el rebaño, el encaste entero, del primero al último, a todos a la vez. Lo sabrá el que mire, ahora, todavía, después de tanto tiempo, los Alpes levantados, las quintas montañosas que quedan en la Nórica, los campos de Yapidia, que riega el Timavo, y los reinos desiertos de aquellos pastores, y a lo largo y ancho, bosques abandonados. [La gran peste de la Nórica] Aquí, en otro tiempo, por corrupción del cielo, se propagó una peste que mueve a compasión, los días de otoño ardían de calor, y llevó a la muerte a la cabaña toda, doméstica y salvaje, y la sangre podrida envenenó los pastos, inficionó los lagos. No había solo una manera de morir; si la fiebre ardiente, metida entre las venas, había atrofiado los miembros miserables, manaba otra vez abundante la pus, la cual poco a poco les iba corroyendo los huesos estragados por la enfermedad. A menudo, en mitad de una ofrenda a los dioses, estando ya la víctima de pie junto al altar, caía moribunda mientras le ajustaban la ínfula de lana con guirnalda nevada, entre el desconcierto de los que oficiaban; o bien, si el sacerdote se había adelantado a inmolar alguna con el hierro, no arden [51]
si al fuego del altar arrojan las entrañas ni al ser consultado responde el adivino, y al meterles bajo el cuello los cuchillos los sacan sin teñirlos apenas con la sangre y solo por encima la arena se ennegrece de pútridos humores. Y así por todas partes se mueren entre hierbas lozanas los novillos, cabe llenos pesebres sus ánimas devuelven; se contagian de rabia los perros zalameros, y una tos jadeante sacude a los cerdos, las gargantas hinchadas enfermos los ahogan. Desfallece incapaz de acometer esfuerzos y ajeno a la hierba el corcel victorioso la tierra con los cascos escarba sin parar, se aparta de las fuentes, agacha las orejas, y al tiempo le viene sudor desconocido y ese frío que tienen los que van a morir; el cuero se les seca, al tacto está duro. Aquestas dan señales, heraldos de la muerte, en los primeros días: si el mal se recrudece en su normal seguida, entonces, ciertamente, los ojos les abrasan y les viene el resuello de lo más profundo, en ansias con gemido, y un recio estertor los flancos estremece, por la nariz les mana sangre negra, y la lengua las fauces tumefactas rasposa les oprime. Sirvióles el licor Leneo ministrado con cuernos como embudo; se pensaban que era para los moribundos el único remedio. Este alivio era después su perdición, pues al verse repuestos ardían de furor y ya en la angustia de la muerte ellos mismos (¡dadles, dioses, mejor suerte a los piadosos, y a los enemigos locura semejante!) con dientes descarnados los miembros se arrancaban. He aquí que el toro, que iba echando humo bajo el duro arado, se derrumba y arroja la sangre por la boca, revuelta con espuma, y suelta boqueante los últimos gemidos. Triste va el labrador desunciendo al novillo, dolido por la muerte de su hermano, y deja el aladro clavado en mitad de la labor. Ni las sombras de altos bosques los reaniman ni los jugosos prados, ni tampoco el río, que más claro que el ámbar discurre entre las piedras [52]
y va cara la vega; sino que, al contrario, a más no poder llevan los lomos descolgados, sobre sus ojos quietos se cierne el estupor, se dobla por su peso el cuello hacia la tierra. ¿A qué tanto trabajo, o el bien que nos procuran? ¿A qué haber labrado con reja el campo duro? Ni los dones de Baco, dones del monte Másico, ni manjares a espuertas pudiéronles dañar: se alimentan con hojas, se toman el sustento de hierba muy sencilla, componen su bebida las fuentes cristalinas, las corrientes del río, las cuitas no perturban el sueño reparador. También por ese tiempo, en aquellas regiones, para los sacrificios de Juno, según dicen, iban buscando bueyes y habían de llevar los carros de ofrendas con uros disparejos a templos elevados. Así que a duras penas la tierra con las rastras labran los campesinos, y entierran las semillas cavando con las uñas, y van por las montañas cimeras arrastrando, los cuellos estirados, chirriantes carromatos. El lobo al acecho no ronda la majada ni siquiera el rebaño vigila por la noche: mucho más riguroso, el miedo lo domina; los tímidos gamos, los ciervos huidizos ahora van vagando a vueltas con los perros, al lado de las casas. Orilla de las playas crías del ancho mar arrojan ya las olas y especies nadadoras, cuerpos de un naufragio; las focas a los ríos escapan extrañadas. Perece la culebra, que en vano se defiende con nidos retorcidos, y las hidras, atónitas, con híspidas escamas. Hasta para las aves el cielo no es sano y se dejan la vida cuando se precipitan desde las altas nubes. Cambiar de pastizales no sirve ya de nada, los remedios que buscan incluso son dañinos; los mejores maestros se dieron por vencidos, Quirón el de Filira, Melampo Amitaonio. Arrojada a la luz de la tiniebla estigia, la pálida Tisífone arrea enfurecida a la Enfermedad y al Miedo y se engríe, altiva la cabeza, más voraz cada día. Resuenan las corrientes y las riberas secas y los tendidos cerros con el mugir constante [53]
y el balar del ganado. Estragos a mansalva causa y amontona en cuadras los cadáveres con podre repulsiva, en descomposición, hasta que a cubrirlos de tierra se deciden y en fosas sepultarlos. No sirven ni las pieles, nadie puede hundir las vísceras en agua ni quemarlas al fuego ni tampoco esquilar los vellones podridos de peste y de mugre ni siquiera tocar la lana corrompida; a quien vestía esos despojos repugnantes pústulas encendidas y un inmundo sudor les iban envolviendo los miembros pestilentes, y el fuego sagrado, sin demorarse mucho, el cuerpo infectado devoraba entero.
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LIBRO IV
[Proemio] Cantemos luego al don divino de la miel, que baja desde el cielo: oh Mecenas, también hacia esta nueva parte dirige tu mirada, dignos de admirar serán los espectáculos de su pequeño mundo, los valientes caudillos, los pueblos, las costumbres, las luchas, los afanes de toda una estirpe que ahora, por orden, habré de describir. Labor de poca monta, mas no de gloria poca si númenes propicios lo consienten y Apolo mis súplicas escucha. [Establecimiento y cuidado del panal] Lo primero es buscar morada y residencia a las abejas donde el viento no penetre, pues los vientos impiden llevar sustento a casa, donde ni el cabrito tozón ni las ovejas se pongan a brincar encima de las flores, o la ternera que anda suelta en la campiña pisotee el rocío y machaque las hierbas cuando están creciendo. Manténganse bien lejos los pintados lagartos de áspera lomera de las ricas colmenas, y los abejarucos y tantos otros pájaros, y Procne, que en el pecho señales de sus manos lleva ensangrentadas; pues todo lo devastan por doquier, e incluso al vuelo con el pico se llevan las abejas, alimento sabroso para nidos tan crueles. Pero ténganse cerca las fuentes cristalinas los estanques lozanos de musgo, el arroyuelo que se desliza entre las yerbas, y una palma o un robusto acebuche dé sombra al entradero, y así, cuando los nuevos reyes, por primavera, que es su tiempo, hagan marchar a sus enjambres, y salgan a jugar las crías del panal, [55]
la orilla vecina será una invitación a irse del calor, y en mitad del camino de un árbol las tendrá su fronda acogedora. Por en medio del agua, corriente o estancada, echa de través ramas de sauce y grandes piedras, que puedan en los puentes posarse numerosos y al sol del verano sus alas desplegar, si resulta que el Euro mojó a las tardineras o hundiólas desatado en aguas de Neptuno. Y alrededor florezcan las casias vigorosas, y el tomillo rastrero, que aroma desde lejos, y abundante ajedrea de intensa fragancia, y beban en la fuente del riego las violetas. Han de ser de angostas piqueras las colmenas, ya las tengas sujetas a cortezas vaciadas o bien de perezoso mimbre estén tejidas: pues la miel el invierno la cuaja con el frío y el calor la derrite hasta volverla líquida. Uno y otro extremo, tratándose de abejas, es de mucho temer: no en vano untan ellas a modo en sus moradas con cera las rendijas, con flores y propóleo tapan las aberturas y a tal fin guardan goma que habrán recolectado más blanda que la liga y la pez del frigio Ida. A menudo pusieron, si la fama es cierta, su hogar en guaridas cavadas bajo tierra, y las han hallado entre los poros de las piedras y dentro de los huecos de árboles podridos. Tú, en cambio, las colmenas, que están llenas de grietas, con barro blando unta y cúbrelo bien todo y echa por encima alguna que otra rama. Y no dejes el tejo que crezca muy cercano, ni al fuego los cangrejos ponerse colorados, ni te fíes de charcas profundas, allí donde es más fuerte la peste del cieno, o allí donde, cuando se las golpea, suenan las peñas cavas y rebota la imagen deforme de la voz. [Actividad en el exterior de la colmena] Por lo demás, en cuanto hunde el sol dorado bajo tierra el invierno y despeja los cielos con la luz del verano, recorren las abejas los bosques y los sotos sin descanso, cosechan la púrpura flor, beben ligeras sobre el río. [56]
De ahí, y contentas de no sé qué dulzura, atienden a las crías y a los nidos; de ahí, las más recientes ceras labran como artistas y amasan la espesa miel. Y a partir de ahí, si ves que el enjambre lanzado de las celdas surca el aire claro del verano y remonta rumbo a las estrellas del cielo, y te admiras de la oscura nube, que la lleva el viento, párate a contemplarlas, pues siempre van buscando aguas dulces, cobijos frondosos. Tú esparce por aquí los sabores como está mandado, melisa machacada y humildes borrajas, y dale al cascabel y todo alrededor el címbalo andarás tañendo cibelino. Ellas solas irán a posarse a los sitios que hayas perfumado, y según su costumbre se esconderán solas muy dentro de los nidos. Si, en cambio, saliesen a luchar, que a menudo con gran tumulto entre dos reyes la discordia prende y en seguida, desde la lejanía, el ardor del enjambre se puede barruntar, el tremor de la guerra entre los corazones; y a las que se retrasan, el cántico marcial de los broncos metales las increpa, y un ruido recuerda en el sonar quebrado a las trompetas. Entonces, trepidantes, se arraciman y brillan las alas al batirlas, y afilan con la trompa el aguijón y sueltan los brazos y se juntan prietas en torno al rey, junto a sus reales, y con gran griterío llaman al enemigo. Conque, cuando encuentran el campo despejado, la primavera clara, irrumpen por la puerta, se traba el combate, retumba el alto cielo, revueltas se aglomeran en grande pelotón y caen al vacío; no más denso en el cielo arrecia el granizo ni al varear la encina llueven tantas bellotas. Los reyes por sí mismos, enseñando las alas por medio de las tropas, es ingente el coraje que llevan removido en tan angosto pecho, firmes en no ceder hasta que fiero a unos o a otros obligue en la fuga a dar la espalda el vencedor. Esta agitación de los ánimos y estos combates tan tremendos se aplacan y sosiegan con echar por el aire un puñado de tierra. [57]
Pero cuando a los jefes de entrambos escuadrones los hayas separado, al que veas peor, a ese dale muerte para que no estorbe; que reine el mejor en la corte vacante. Uno tendrá encendida la color, recamado con máculas de oro; pues son dos las especies: el mejor, de aspecto distinguido y bello con escamas brillantes, y el otro, desastroso, que arrastra sin gloria el vientre abultado. Al igual que son dos las caras de los reyes, del mismo modo son los cuerpos de la plebe. Porque unas son feas e hirsutas, como tierra que escupe el viajero por la boca reseca cuando sale de una espesa polvareda; y otras son lustrosas y brillan con fulgor, radiantes como el oro, los cuerpos salpicados de gotas parecidas. Esta casta es mejor, de aquí sacarás, a su debido tiempo, la dulce miel, que no dulce ya sino fluida el áspero sabor rebajará del vino. Mas cuando los enjambres vuelan desconcertados y juegan por el aire y descuidan los panales y dejan las colmenas frías, que no entreguen sus ánimos volubles a vanos pasatiempos. Impedirlo tampoco cuesta mucho: tú arráncales las alas a los reyes; cuando ellos titubean ninguna al alto cielo se echará a volar y no levantarán del campo las banderas. Los huertos perfumados las llamen con sus flores de color de azafrán, y con falce de leña la custodia de Príapo el Helespontíaco proteja de las aves, guarde de los ladrones. Aquel que se dedique a tales menesteres, él mismo ha de plantar los laureles silvestres y el tomillo que traiga de las altas montañas en las colmenas todo alrededor; él mismo con el duro trabajo se agrietará las manos, él mismo ha de poner las plantas más feraces en tierra y regarlas con la lluvia amiga. [Un modelo para todos] Y si yo, en verdad, casi al fin de mi labor no fuera ya plegando velas y la proa a tierra a enderezar corriese, acaso cantaría [58]
al arte del cultivo que cura y embellece los abundosos huertos, los rosales de Pestum, que tienen dos floradas, cómo la endivia goza bebiendo en el arroyo y verdean de apio las orillas y crece, torcida entre las hierbas, la panza del cohombro; y no habría callado al narciso tardío en echar la hojarasca o a la penca del cardo flexible y a las pálidas yedras y a los mirtos, que aman la ribera. Recuerdo haber visto, bajo los torreones de la alta ciudad de Ébalo, allí donde baña el negro Galeso los campos amarillos, a un viejo coricio a quien pertenecían unas pocas yugadas de tierra abandonada, y la mies ni era fértil para darle a los bueyes ni un bien para el rebaño ni del gusto de Baco. Él, sin embargo, ralas plantaba las verduras entre los matorrales, rodeadas de lirios blancos y de verbenas y ricos ababoles, e igualaba en orgullo el poder de los reyes y al volver a casa, entrada ya la noche, de balde en las mesas manjares descargaba. El primero en coger rosas por primavera y frutas en otoño, y si el lóbrego invierno quebrara con el frío hasta la mismas peñas y frenasen los hielos el curso de las aguas, de un blando jacinto pelaba la melena y del tardo verano y los céfiros remisos iba despotricando. Por tanto era el primero en tener abundancia de crías de abeja y de enjambres repletos, y escurriendo panales en extraer de ellos la espumosa miel: había puesto tilos y ubérrimos laureles, y así de cuantos frutos se hubieran vestido con renovada flor los árboles fecundos, otros tantos maduros cogía en otoño. Los olmos ya crecidos trasplantó en hileras y el recio peral y el espino con prunas y el plátano que sombra ofrece a los que beben. Pero, como me salgo de los estrictos límites, voy a pasar por alto estas evocaciones y dejarlas a otros que vengan tras de mí.
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[La vida en la colmena] Ahora contaré los dones naturales que a las abejas Júpiter inspiró, como premio por haber en la cueva Dictea sustentado al señor de los cielos, llamadas por el dulce sonar de los Curetes, sus bronces crepitantes. Tan solo tienen ellas los hijos en común, viven de sus ciudades en casas compartidas y bajo grandes leyes van pasando la vida, patria y penates fijos distinguen ellas solas, mientras dura el verano se aplican al trabajo y como del invierno se acuerdan venidero en medio almacenan cuanto han conseguido. Porque unas vigilan el sustento y trabajan en los campos según acuerdo establecido; otras en las entrañas de la colmena ponen el zumo del narciso y la espesa resina de la corteza, base del panal, y después de ella van colgando las ceras resistentes; otras sacan crecidas las crías, esperanza de su raza, y otras labran la miel más pura y de líquido néctar rellenan las celdillas. Hay a las que montar guardia en la piquera les ha caído en suerte, y a turnos escrudriñan las lluvias y las nubes del cielo, o recogen la carga a las que llegan, o en formación cerrada expulsan a los zánganos, hatajo de holgazanes, allende el comedero. Y el trabajo hierve, y las mieles despiden aromas de tomillo. Como forjan veloces con masa derretida los Cíclopes los rayos (unos el aire cogen y lo soplan con fuelles de piel de toro, otros templan en la pileta los bronces que chirrían, al Etna el martillar de yunques lo estremece, ellos van levantando los brazos poderosos a ritmo enlazado y voltean el hierro con sólidas tenazas), no de otra manera, si puede compararse lo grande y lo pequeño, urgen a las abejas cecropias las innatas, cada cual en su cargo, ansias de acopiar. De cuidar la ciudad se ocupan las más viejas y de armar los panales y con arte de Dédalo las celdas moldear. Y las que son más jóvenes exhaustas se recogen, entrada ya la noche, [60]
las patas bien cargadas de tomillo; y pacen madroños por doquiera, jara y sauces glaucos y azafrán colorado y jacintos azules y resinosos tilos. Hay para todas ellas un único descanso, un único trabajo. Salen muy de mañana corriendo por las puertas; no hay tiempo que perder; y cuando a la tarde el véspero las llama otra vez a que dejen los pastos en los campos, entonces a las casas se vuelven y atienden del cuerpo los cuidados; suena un ruido, zumban por todo alrededor de umbrales y piqueras. Luego llega el silencio, cuando en las alcobas ya están recogidas, y el sueño las invade, sus miembros agotados. Mas no se alejan mucho si llueve de su albergue ni se fían del cielo cuando soplan los euros, antes bien se abastan de agua alrededor, seguras en el castro, al pie de las murallas, y cortas excursiones intentan y a menudo sostienen piedrecicas, como el lastre que llevan en aguas encrespadas las barcas inseguras, con ellas se equilibran por las vacías nieblas. [Las abejas trascendentes] Asombra una costumbre que es grata a las abejas, que ni quieren la cópula ni a Venus indolentes abandonan sus cuerpos o paren con esfuerzo: ellas mismas, en cambio, escogen con la trompa las crías de las hojas, de las delgadas hierbas, ellas mismas procuran un rey y sus pequeños ciudadanos, y erigen la corte nuevamente y los reinos de cera. A menudo, incluso, las alas contra duros peñascos se quebraron en su errante vagar, y bajo los bagajes el alma se dejaron: tanto aman las flores y tanta es la gloria de fabricar la miel. Así, aunque de su breve vida el fin les llegue, pues no va más allá del séptimo verano, sin embargo perdura la raza inmortal y aguanta muchos años la dicha de la casa y se cuentan abuelos de abuelos. Así es que ni el Egipto venera de tal modo a su rey ni la Lidia anchurosa o los pueblos de los partos o el Hidaspes medo. Mientras el rey les dura [61]
en todas las abejas hay solo un corazón; cuando ya lo han perdido, quedan rotos los pactos, ya mismo han saqueado la miel que almacenaron ya dejan destrozada la trama de celdillas. Él es el que vigila los trabajos, lo admiran y con denso zumbido lo rodean y escoltan todas arracimadas y lo alzan en hombros y le ponen sus cuerpos de escudo en la guerra, y aspiran a caer de hermosa muerte heridas. Por señas como estas, según estos ejemplos, algunos afirmaron que una mente divina asiste a las abejas, y que beben del aire; pues el dios va y viene por la tierra entera y por el ancho mar y por el hondo cielo. De aquí rebaños, bestias, hombres, razas salvajes y cualquier criatura sus vidas delicadas reciben al nacer; y a él vuelven después, por supuesto, y todo disuelto se reintegra y no hay lugar para la muerte: antes vuelan vivos entre estrellas y alturas celestiales. [La cosecha de miel. Enfermedades] Si su augusta sede a destaparla fueres y a extraer la miel que guarda en su tesoro, refréscate la cara con un poco de agua y restriégate, y echa con insistencia humo. Dos veces acumulan los frutos abundosos, dos son las temporadas de castrar, si Taigete la Pléyade a la tierra mostró su hermosa faz, y apartó con el pie las aguas despreciadas del Océano, o cuando esta misma estrella, escapando del Piscis lluvioso con tristeza, a las ondas de invierno desciende de los cielos. Su ira es sin medida, el veneno inoculan a mordiscos, pegadas a las venas, y dejan el aguijón metido, y mueren en la herida. Si en cambio el invierno crudo te preocupa y miras al mañana y lamentas que tengan los ánimos caídos, la hacienda quebrantada, ¿quién sahumarlas duda con tomillo y cortar las ceras inservibles? Pues a veces un geco comió de los panales escondido, y las celdas se enjambraron de bichos que escapan de la luz y el zángano que al pienso ajeno se apalanca, [62]
o bien se introdujo, con armas desiguales el áspero avispón o tiñas de mala raza, o las mismas arañas, odiadas por Minerva, suspenden en la puertas sus hilos extendidos. Cuanto más esquilmadas, con tanto más empeño se afanan todas ellas en levantar la ruina de una estirpe caída, y reharán las celdas y otra vez labrarán con flores los panales. Como la vida trae nuestras calamidades también a las abejas, si acaso sus cuerpos están languideciendo con la triste enfermedad, por no dudosos síntomas podrás reconocerlo: de pronto a las enfermas les cambia la color, les deforma el aspecto la horrible delgadez, sacan luego los cuerpos que no verán la luz de sus casas y marchan en triste pompa fúnebre. O cuelgan del umbral trabadas con las patas o se juntan adentro, con las puertas cerradas, desfallecidas de hambre, encogidas de frío. Entonces se escucha un sonido más grave, un zumbido constante, como se oye silbar alguna vez al Austro frío entre los bosques, como brama el mar revuelto en el reflujo, como el fuego en los hornos cerrados se arrebata: quemar fragante gálbano entonces te aconsejo y acercarles la miel con canutos de caña, animándolas tú, llamando a las enfermas al manjar conocido. Aprovecha también añadir el sabor de agallas machacadas rosas secas o arrope, espeso a fuego lento, o racimos ya pasos de uva psitia, tomillo cecropio y hiel de tierra, de penetrante olor. Hay incluso una flor en los prados, la mielga, la llaman los labriegos, bien fácil de encontrar, pues de una sola cepa saca enorme mata; tiene el botón dorado, y en cambio en los pétalos, que se extienden copiosos por todo alrededor, asoma el color púrpura de la violeta negra; a menudo se adornan las aras de los dioses con guirnaldas trenzadas; sabor acre a la boca; la cogen los pastores en valles repelados, a orillas del Mela y su corriente tortuosa; pon la raíz en vino aromado a cocer, y cabe las colmenas, delante de la puerta, en cestos bien cumplidos arrímales comida. [63]
[El último recurso] Mas si a uno le ocurre que todos los enjambres, de pronto se le mueren y no queda de donde sacar estirpe nueva, es tiempo de contar la invención memorable del pastor de la Arcadia, y cómo muchas veces ha criado abejas la sangre corrompida de los novillos muertos. Remontándome atrás a su origen primero voy a contarla toda esta famosa historia. Por allá donde el pueblo de Canopo Peleo habita venturoso el Nilo, que produce inundaciones cuando el curso se desborda, y recorre sus campos en barcas de colores; allá donde amenaza la vecindad de Persia, su aljaba al hombro, y fecunda el río con negro cieno al verde Egipto, y discurre, tras bajar del país de los indios pintados, a raudales por siete ramales diferentes, toda esa región funda en este artificio la fe en su bienestar. Lo primero se escoge a intención un lugar reducido y lo cubren, con techo a teja vana y angostos tabiquillos, y abren a los cuatro vientos cuatro ventanas que permiten que pase indirecta la luz. De seguido se busca un utrero que tenga la cuerna en la frente ya curva, y le tapan de la boca el resuello y también los ollares por más que se resista, y una vez muerto a golpes las entrañas majadas se van descomponiendo sin quitarle la piel. Así puesto lo dejan en recinto cerrado, y bajo el costillar trozos ponen de ramas, tomillo y casias verdes. Cuando echan a rizar los Céfiros las olas, esto tiene ocasión, antes de que los prados pinten nuevos colores, antes de que chillonas su nido del alero cuelguen las golondrinas. Entretanto fermenta el humor calentado en las entrañas tiernas, y hay que ver la de bichos con sus formas extrañas, faltos de pies primero, luego haciendo ruido incluso con las alas que se mezclan y aspiran aire puro e irrumpen, como cae la lluvia con nubes de verano, al igual que las flechas que dispara la cuerda [64]
si los partos ligeros inician el combate. [Mito de Aristeo y Cirene (con el de Orfeo y Eurídice)] ¿Qué dios, oh Musas, quién nos trajo esta industria? ¿Dónde tuvo su origen este nuevo saber? El Pastor Aristeo, como es bien sabido, cuando huía del Tempe, en el río Peneo, y después de perder por las enfermedades y el hambre a las abejas, se detuvo afligido en la fuente sagrada donde nace este río y entre muchos lamentos habló así a su madre: «Madre, madre Cirene, que moras en el fondo de estos remolinos, ¿por qué, si es verdad, como dices, que Apolo el timbreo es mi padre, de alcurnia preclara de dioses me creaste para que me odiasen los hados del destino? ¿Dónde fue a parar ese amor que me tenías? ¿Por qué me diste orden de esperar el cielo? Es que incluso esta gloria de mi vida mortal que la diestra custodia de mieses y ganados después de hacer a todo me trajo a duras penas, aun siendo tú mi madre la tengo que dejar. Ea, que arranque tu mano mis árboles frondosos, fuego lleva enemigo y prende los establos, arrasa las cosechas, incendia los bancales, levanta el hacha recia y acaba con las viñas, si es que tanto enojo te causó mi honor.» Mas la madre el sonido en su lecho sintió en lo hondo del río. A su alrededor, ya las ninfas hilaban vellones de Mileto teñidos del color oscuro de los vidrios, Nesea y Espío y Talía y Cimodoce, suelto el limpio cabello sobre los blancos cuellos, y Drymo y Ligea y Janto y Filodoce, y Cidipe y la rubia Lícoris, la una virgen, la otra ya por entonces experta en las primeras fatigas de Lucina, y Clío y su hermana, Béroe, ambas hijas del Océano, ambas de oro y de pintadas pieles ambas ceñidas, y Éfira y Opide y la asiana Deiopea y la rauda Aretusa, dadas al fin las flechas. Entre ellas estaba contándoles Climene los inútiles celos que ocupan a Vulcano, la astucia y los goces furtivos del dios Marte, [65]
y empezando en el Caos narraba de los dioses sus densos amoríos, mientras ellas devanan cautivas del poema, con huso suaves copos, y otra vez llegaron a oídos de su madre, las quejas de Aristeo, y todas sorprendidas quedaron en su escaño de cristal. Y Aretusa, saliendo a mirar antes que sus otras hermanas sacó rubia cabeza por cima de las aguas y dijo desde lejos: «Oh hermana Cirene no en vano te asustas de tan grandes lamentos, pues es él, Aristeo, tu desvelo mayor, quien llora junto al padre Peneo sin consuelo, y con razón te llama cruel». La madre, su alma herida por un nuevo temor, «Tráelo», dice, «vamos, tráelo aquí con nosotras, que es justo que pise los umbrales de los dioses». Al tiempo, ordena separarse a las profundas aguas, bien abiertas, por donde pueda el muchacho entrar. Y una ola curvada en forma de montaña rodeó al mancebo y en su enorme seno lo acogió y hasta el fondo del río lo condujo. Iba ya Aristeo entonces admirando la casa de la madre y sus húmedos reinos, los lagos encerrados dentro de espeluncas, los bosques resonantes, y él, estupefacto ante el movimiento enorme de las aguas, los ríos contemplaba todos, que se deslizan con rumbos diferentes bajo la ancha tierra, el Fasis y el Lico y la fuente donde brota el profundo Enipeo, y donde el padre Tíber y donde las corrientes del Anio, y el Híspanis que suena estruendoso entre los peñascales y el Caico de Misia, y con un par de cuernos dorados el Erídano, y apariencia de toro, no hay ningún otro río que fluya más violento por fértiles cultivos hasta el mar purpúreo. Y en que hubo alcanzado la bóveda de piedra que cubre su morada, sintió Cirene el llanto inútil de su hijo, y límpida aguamanos le ofrecen las hermanas, paños llevan de raso. Unas ponen las mesas cargadas de manjares y otras las copas llenan, ardiendo está el altar con fuegos de Pancaya, y la madre le dice: ven, coge estas copas de vino de Meonia y en honor del Océano haremos libaciones. [66]
Y al mismo tiempo eleva sus preces al Océano, que es el padre de todas las cosas, y a las ninfas hermanas que cien bosques protegen y cien ríos. Por tres veces derrama Cirene néctar líquido en el fuego vestal, y tres veces la llama subió resplandeciente a lo alto del techo. Afirmando el ánimo con el augurio, dijo: «En el fondo del Cárpato, del reino de Neptuno, se encuentra un adivino, Proteo el cerúleo, que cruza el vasto mar en un carro tirado por peces que también son bípedos caballos. Ahora mismo está Proteo visitando los puertos de la Ematia y su patria, Palene; las ninfas y el anciano Nereo le tenemos en gran veneración, pues, como adivino, sabe todas las cosas, las que son, las que han sido, y las que traerá después el porvenir; y como así a Neptuno le avino, sus rebaños apacienta monstruosos debajo de las aguas y a sus horribles focas. Antes que nada, hijo, lo tienes que amarrar con lazos a Proteo, para que así te explique el origen del mal y le dé solución. Pues no dará consejos si no es por la fuerza, ni ablandarás con ruegos; emplea fuerza bruta y cuando lo tengas preso aprieta las cadenas; solamente con ellas se quebrantan inútiles al fin sus artimañas. Yo en persona, cuando el sol haya encendido ardiente el mediodía y las hierbas pasan sed y los ganados van buscando ya la sombra, te conduciré hasta la guarida del viejo, allí donde del agua cansado se retira, para que te resulte más fácil atacarlo mientras yace dormido. Pero cuando lo tengas sujeto con las manos y con las ataduras, tratarán de engañarte diversas apariencias y semblantes de fieras. Se trocará de pronto en un cerdo con púas y en un tigre negro, en dragón escamoso y en rubia leona, o hará el crepitar de la llama y así zafarse intentará de las cadenas, o bien escurrirse disuelto en finos chorros de agua. Y contra más se mude en todas las figuras, tanto más fuertes, hijo, aprieta las prisiones, hasta que el cuerpo vuelva a ser como lo viste, [67]
cuando al coger el sueño él cerraba los ojos». Así dice, y derrama perfume de ambrosía con el que untó el cuerpo entero de su hijo; del cabello arreglado emanó un dulce aroma y un ágil vigor a los miembros le vino. En la falda se encuentra de un monte erosionado una gruta muy grande donde se aglomera con viento el oleaje, y en recónditas cavas se rompen, que no hay más segura ensenada para los navegantes que se han visto perdidos; dentro, tras el escollo de un peñasco enorme, Proteo se guarece. Aquí la Ninfa deja al joven en las cuevas, de espaldas a la luz; ella, a lo lejos, queda oculta entre la niebla. Ya ardía en el cielo el Sirio abrasador que torra a los sedientos indios, y un sol de fuego la mitad de su esfera ya había consumido; las hierbas se agostaban y los rayos cocían en sus cauces resecos las corrientes profundas, calientes hasta el cieno: en esto que Proteo, saliendo de las olas, iba a su antro habitual; alrededor de él los habitantes húmedos del vasto mar salpican a lo lejos, brincando, un amargo rocío. Las focas, por la playa, todas diseminadas se acuestan a dormir. Y así como hace el guarda del establo allá en las montañas, un día que el lucero de vuelta de los pastos trae a los terneros camino de las cuadras, y azuzan a los lobos los corderillos cuando se oyen sus balidos, Proteo se asienta en medio del rebaño y encima de una piedra los cuenta uno por uno. Como sabe Aristeo cuáles son sus poderes, sin casi consentirle que sus miembros cansados recomponga el anciano, con un grito tremendo se abalanza sobre él y echando las esposas se apodera del viejo cuando está tendido. Proteo, a su vez, sin olvidar sus artes, se transforma en toda clase de maravillas en fuego y espantosa fiera y agua de río. Mas, como ningún truco le brinda escapatoria, vuelve a su ser, vencido, y con la voz de un hombre finalmente así habló: «¿Y a ti quién te ha mandado, intrépido muchacho, que entres en mi casa? ¿Qué vas buscando aquí?» Pero él: «Tú lo sabes, [68]
Proteo, tú lo sabes; nada puede engañarte, pero tú deja ya de intentarlo. Venimos siguiendo los mandatos de los dioses, aquí, en busca de un oráculo para la ruina nuestra». No dijo más. Por fin, ante estas palabras, torció el adivino con fuerza extraordinaria los ojos encendidos de glauco resplandor, y haciendo rechinar los dientes con violencia abrió de esta manera sus labios al destino: «No te dejan tranquilo las iras de algún dios; purgas grave delito: el malandante Orfeo te suscita estas penas en nada merecidas, si el hado lo consiente, y se venga con saña por la esposa perdida. Pues aquella muchacha, mientras de ti escapaba precipitadamente por la margen del río a una muerte segura, no vio ante sus pies una enorme culebra que entre las altas yerbas guardaba la ribera. Mas entonces el coro de sus amigas Dríadas las cumbres de los montes llenó con su clamor; y lloraron las cumbres del Ródope y el alto Pangeo y la tierra de Reso belicosa y los Getas y el Hebro y la ática Oritia. Orfeo, consolando sus amores perdidos, a ti, dulce esposa, con la cítara hueca, a ti junto a sí mismo en playas solitarias, a ti al despuntar el día te cantaba, a ti en su caída. Se adentró, incluso, en las fauces del Ténaro, por la entrada profunda de Plutón, y allí, entre negros espantos, llegó hasta los Manes por bosques tenebrosos y hasta el rey terrorífico y hasta los corazones que con ruegos humanos no saben ablandarse. Las sombras delicadas, movidas por el canto, salían de recónditas moradas del Erebo, los espectros de aquellos que no verán la luz, tantos como los pájaros que se esconden a miles entre las hojas cuando la lluvia del invierno o el Véspero los echan de allá de las montañas, madres, hombres, los cuerpos privados de la vida de héroes magnánimos, los niños, las doncellas, jóvenes arrojados a las fúnebres piras delante de sus padres: los cerca el cieno negro y los feos carrizos del Cocito y la odiosa ciénaga con sus aguas lentas, los aprisiona [69]
fluyendo nueve veces la Estigia alrededor. Es más, hasta las mismas mansiones de la Muerte, las entrañas del Tártaro, quedáronse pasmadas, y las Furias, que llevan serpientes azulencas trenzadas al cabello, y se quedó Cerbero tres veces boquiabierto, y se paró en el aire la rueda de Ixión. Ya Orfeo regresaba, ya había salvado todas las amenazas; devuelta a la vida, Eurídice subió caminando tras él hasta la luz del día (condición que había impuesto Proserpina), cuando se apoderó del incauto amante locura repentina, de veras perdonable si es que los espíritus supiesen perdonar. Orfeo se detuvo, olvidándose, ay, y el ánimo entregado, ya en puertas de la luz, se volvió a mirar a su amada Eurídice. Y todos sus esfuerzos allí se derrumbaron, rotos fueron los pactos con el cruel tirano, se oyeron tres estruendos en los lagos avernos. «Qué es lo que nos ha perdido», dice ella, «desgraciada de mí, y a ti también, Orfeo, qué locura tan grande? He aquí que los hados otra vez de regreso crueles me reclaman, el sueño ya me cierra los ojos arrasados. ¡Ha llegado el adiós: la noche interminable envuelta se me lleva, y tiendo hacia ti mis blandas manos, ay, pero ya no soy tuya!» Dijo, y de pronto, tal como el humo sutil en aire se disipa, se fue desvaneciendo delante de los ojos de su amante, y ya no volvió más a verlo tratando de agarrar las sombras para nada, ni decir tantas cosas, ni volvió a consentir el portero del Orco atravesar el lago que se interponía. ¿Qué podía hacer? ¿Adónde dirigirse si le habían quitado dos veces a su esposa?, ¿con qué llanto a los Manes podría conmover, alzando qué palabras a los dioses del cielo? Pues yerta ya flotaba sobre la barca Estigia. Cuentan que él pasó siete meses llorando, uno detrás de otro, al pie de un alta roca y junto al Estramón de solitarias aguas, y que a estos lamentos dio suelta en el fondo de cavernas heladas, amansando a los tigres [70]
y haciendo que a su canto siguiesen las encinas; así es como llama la triste Filomela a la sombra de un álamo a sus crías perdidas que el duro labrador al acecho sacó implumes de su nido; mas ella por la noche llora mientras repite, posada en una rama, su amarga canción, y llena los entornos de quejas desoladas. Y ya no hubo amor, ya no hubo himeneo que doblegar pudiera el corazón de Orfeo. A solas recorría los hielos hiperbóreos y el Tanais nevado, los campos nunca viudos de la escarcha rifea, llorando a su raptada Eurídice y los dones sin fruto de Plutón; deste honor desairadas, las mujeres ciconas, entre ritos sagrados y orgías del nocturno Baco, hecho pedazos los miembros del mancebo por la vasta llanura fueron desperdigando. Aun cuando el tracio Hebro llevaba dando vueltas, en medio de las aguas la cabeza arrancada del marmóreo cuello, ¡Eurídice!, clamaba la voz, la lengua fría, ¡Ah mi pobre Eurídice!, y el alma se le iba: ¡Eurídice!, sonaban las márgenes del río». Esto dijo Proteo, y se arrojó de un salto al piélago profundo y allí donde cayó dejó un remolino de olas espumosas. Mas no se fue Cirene, que habló así al temeroso: «Hijo mío, conviene que alejes de tu ánimo tus desgraciadas cuitas; esta es la causa toda de la enfermedad, por tal razón las ninfas, con quienes ella, en coro, por los bosques profundos danzar solía, enviaron la muerte a las abejas. Tú, como un suplicante, eleva tus ofrendas pidiéndoles la paz, y honra a las Napeas, ninfas afables ellas, que aceptarán tus votos y aplacarán su ira. Te diré por su orden de qué manera debes decirles tu oración. Escoge cuatro espléndidos toros, de bella estampa, que pastan en las verdes alturas del Liceo, y otras tantas novillas con la cerviz intacta. Levanta cuatro altares para estos animales cabe los elevados santuarios de las diosas, derrama de sus cuellos la sangre consagrada y en un bosque frondoso sus cuerpos abandona. Luego, al rayar la Aurora en el noveno día, [71]
amapolas leteas ofrendarás a Orfeo y sacrificarás una oveja negra y al bosque volverás: matando una becerra darás culto a Eurídice para que se apacigüe». No hay demora: al punto ejecuta las órdenes que le diera su madre: a los templos acude, levanta los altares señalados, conduce cuatro toros preciosos, de estampa impresionante, y otras tantas novillas de intacta cerviz; más tarde, al rayar de la novena Aurora, a Orfeo elevó sacrificios, y volvió la mirada al bosque consagrado. Y aquí de pronto ven sus ojos un prodigio, súbito y fascinante: pues zumban las abejas por todo el interior, por entre las entrañas podridas de los toros, y bullen a través de las costillas rotas y arrastran grandes nubes, y en la copa de un árbol se juntan y en racimo cuelgan de tierna rama. [Epílogo] Todo esto yo cantaba del cultivo del campo, del ganado y los árboles, en tanto que el gran César, junto al profundo Éufrates, lanza rayos de guerra y como vencedor da leyes a los pueblos que así bien lo quieren, y emprende el camino que le ha de llevar hasta el Olimpo mismo. Era la dulce Parténope la que a mí, Virgilio, me daba en aquel tiempo su alimento, a mí que en gustos de un ocio sin gloria florecía, y que también compuse canciones de pastores, y audaz como los jóvenes a ti te canté, Títiro, tumbado a la sombra de un haya frondosa.
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INDEX LIBRO I Invocación………………………………………….........2 Cultivos……………………………………………….……3 Necesidad de agua………………………..……….……5 Pestes y enfermedades………………………….….5 Aperos de labranza…………………………….….7 Pronósticos para la cosecha………………………..8 Calendario del agricultor………………………….8 La gran esfera celestial……………………………9 Labores para los días de lluvia y de fiesta………10 Días del mes, buenos y malos…………………….10 Labores nocturnas………………………………..11 El invierno y el verano…………………………..11 Tormentas de invierno y primavera…….……...12 Piedad alegre y vigilante…………………………12 Señales del mal tiempo, viento y lluvia…………13 Señales del buen tiempo………………………….14 Señales de la luna y el sol…………………………15 Prodigios………………………………………….16 La guerra. Invocación final……………………..17 LIBRO II Proemio. 1……………………………………….……....19 Propagación de los árboles, 1…………………….…..19 Proemio, 2………………………………………….…....20 Propagación de los árboles, 2………………….……..20 Injerto y empeltre…………………………………21 Variedades de árboles frutales, y en especial de la vid……………………..…..21 Plantas distintas en lugares diferentes……..….22 Elogio de Italia……………………………..……23 Clases de suelo24 Cómo distinguir los tipos de suelo………..……..26 Plantación de un viñedo………………….…….27 Preparación, trasplante y espaciado de las viñas……………….………27 Profundidad del hoyo…………………….……..27 Otros preceptos………………………….……….28 [73]
Época de plantación…………………….………29 Cuidados después de la plantación…….……….30 Vallado. Fiestas populares……………………..30 Mantenimiento del viñedo……………………31 Olivos. Árboles frutales y del bosque…………..32 El campo y la ciudad…………………………..33 La arcadia campestre………………………….34 LIBRO III Invocación……………………………………..36 Selección de las vacas………………………….37 Selección de los caballos………………………..38 Potros y caballos viejos…………………………39 Cuidados en el apareamiento………………….40 Cuidado de las madres…………………………40 Cuidado de las crías……………………………41 Efectos del sexo en el reino animal……………42 El ganado menor. Poética…………………….45 Las ovejas y las cabras……..………………...45 Los pastores……………………………………47 La lana y la leche……………………………..48 Los perros……………………………………..49 Plagas………………………………………….49 Enfermedades…………………………………50 La gran peste de la Nórica……………………….51 LIBRO IV Proemio……………………………………………..…55 Establecimiento y cuidado del panal……………55 Actividad en el exterior de la colmena……..…56 Un modelo para todos………………………...….58 La vida en la colmena…………………………….60 Las abejas trascendentes…………………….……61 La cosecha de miel. Enfermedades…………....62 El último recurso……………………………..…...64 Mito de Aristeo y Cirene (con el de Orfeo y Eurídice)………………..… 65 Epílogo ……………………………………………....72
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