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E D I TA : M U S E O R A M Ó N G AYA C O O R D I N A C I Ó N : P E D R O S O L E R Y A N A Á L A M O R E A L I Z A C I Ó N : C O N T R A S T E P U B L I C A C I O N E S , S . L . I M P R E S I Ó N : I . G U I R A O D . L . : M U - 1 4 3 1 - 9 7 I N F O R M A C I Ó N Y S U S C R I P C I O N E S : M U S E O R A M Ó N G AYA . P L A Z A D E S TA . C ATA L I N A . 3 0 0 0 4 M U R C I A T L F. : 9 6 8 2 2 1 0 9 9 FA X : 9 6 8 2 2 1 0 3 1 e - m a i l m u s e o . r a m o n . g a y a @ a y t o - m u r c i a . e s
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Il Gondoliere (Un dibujo de Ramón Gaya)
el museo p a p e l e s
El papel se ha curvado
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al recibir el golpe
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octubre-diciembre de 2011
del remo en su textura, y la nave se mueve, cabecea. Levemente se inclina sobre ella aquel hombre, y se yergue, y repite el movimiento justo, decantado. Pero la barca sale
Pepe Rubio
dejando la laguna a las aguas abiertas
José Rubio Fresneda nació en Murcia en 1951. Ha publicado dos libros de poesía, en la editorial Pre-Textos: Después de la señal, en el año 2003, y Días aparte, en 2010.
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usar los recursos estilísticos más frecuentes en Gaya; a fin de cuentas estoy hablando de él). La malicia viene al pensar que esa entrada de su diario quedó al margen de anteriores ediciones por, supongamos, exceso de desnudez, es decir, por ser lo mismo que dice, por encarnar las palabras y darles verdad. La prosa de Gaya es clara, pero a veces su imaginería sinestésica es como un envoltorio brillante, como la aplicación concreta de motivos ya utilizados. Aquí, en este fragmento, el motivo es el mismo, pero el esfuerzo de verdad es comparable, en más de un aspecto, a la que era su manera de pintar. Juan Ballester, a propósito de esta foto, me contó que el retrato de Rafael de Paula le había costado varias y muy intensas sesiones, que se quedó postrado al terminar, hecho polvo, y no solo porque ya tenía ochenta y tantos años el pintor, porque, en sus anotaciones del Diario (muy especialmente en las recuperadas, las antes inéditas) se
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del alma, por el impulso vivo que le infunde este trazo desnudo al gesto cotidiano del remero.
ve que su modo de trabajar era un poco virgiliano: un cuadro por la mañana (pasteles, acuarelas, algún óleo) y algún retoque, si acaso, por la tarde. Sus expresiones para juzgar la obra del día son escuetas y contundentes: “creo que está bien”, “no me gusta”, “verdaderamente bueno”. Se podría pensar que tanto el pastel como la acuarela son dos géneros instantáneos, pero, por lo que se desprende del Diario, no más instantáneos que el óleo. Uno no se imagina a Gaya sobredorando el cuadro veinte años, como hace Antonio López (a Gaya, López le parecía tan abstracto como Tápies), ni siquiera el tiempo que emplearía su idolatrado Velázquez, a no ser que hablemos de cuadros como los dos de El jardín de Villa Medici, sino más bien el tiempo que dura un acto creativo, llamémoslo así, un momento que, traducido a prosa, tiene una extensión y una intensidad proporcionales a las de, por ejemplo, sus homenajes a la pintura. Quiero decir que cada una de las entradas de Roca española o Balcón español son acuare-
Dibujo publicado en el facsímil del álbum de dibujos ‘Venezia’, de Ramón Gaya, de la galería Guillermo de Osma, de Madrid, en diciembre 2010.
las escritas, el algunos casos óleos inmediatos, abandonados cuando la vida de la prosa (o de la pintura) ha empezado a animar el cuadro, se ha asomado para indicar el camino hacia el abismo de realidad que propone. Y por otra parte es el tipo de artículo que más me gusta. Tengo que copiar, ya que me queda más cerca, la que le dedicó a Albarracín. Digo esto porque los tres párrafos que he copiado, aquella entrada inédita en principio, son de la misma extensión y de parecida intensidad. Cualquiera diría que es la medida, la extensión poética más adecuada, y que tenía en Juan Ramón un modelo bien claro. Pero el Juan Ramón de Españoles de tres mundos, un libro que venero, es más, digamos, consciente, más orífice de sus palabras, y eso que son retratos lo que hace. Más cerca de Gaya están los textos de Juan Ramón reunidos en Política poética, que también se llamaron El trabajo gustoso, un título que, si no se lo hubiéramos ya leído a Juan Ramón, diríamos que es típico de Ramón Gaya. Sea lo que fuere, esas estampas del
tipo El carbonerillo palermo y así son de lo que hoy yo más admiro de la prosa de Juan Ramón. En mi biblioteca imposible (ese museo soñado del que tantas veces habla Gaya), guardaría como pera en tabaque una edición de El trabajo gustoso con acuarelas de RG. Por eso, en fin, este fragmento tiene algo de poema, de versos arrancados de la entraña, con ese aire un tanto furibundo de los momentos creativos, intensos y devastadores, como para pasarse luego el tiempo aplicándole veladuras. A Gaya los óleos le salían o no le salían, igual que sus cartas (le costaba escribirlas lo mismo que pintar un cuadro) o sus prosas descriptivas o líricas o teóricas. Él siempre decía que era muy lento escribiendo. Yo más bien creo que era lento en reunir la disposición adecuada para escribirlos, o rápido en la capacidad de ver cuáles creía buenas, cuáles no le gustaban y cuáles valían de verdad. Su obra literaria no es que sea exigua, es que siempre fue igual de exigente.
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PERA EN TABAQUE En anotación inédita del 29 de diciembre de 1952, incluida en la edición de 2010 de su Obra completa, Ramón Gaya escribe unas de las, a mi juicio, palabras más transparentes en torno a lo que andaba buscando en 1928, antes de cumplir los dieciocho años, cuando se fue a París a ser pintor y sintió de inmediato, como un olor que le repeliera, los principales defectos del vanguardismo: su condición caduca, casi inmediatamente caduca, y su carácter de banco (nunca mejor dicho) de pruebas, de pasamanería secundaria, de mero esbozo. Las grandes aportaciones a la vanguardia, por viejas que fuesen, sirven en tanto pueden formar parte de la obra, no ser la obra. Eso, desde luego, si hablamos de la vanguardia interesante, no de las audacias niñoides. En general, para referirse a la vanguardia, amén de alguna que otra andanada tan contundente como divertida, Ramón Gaya utiliza mucho la palabra ocurrencia. Dejando aparte –siempre– a Picasso, Gaya ve, sobre todo en el cubismo primero, caminos, posibilidades estéticas para buscar lo mismo que buscaba Tiziano, Rembrandt o Velázquez, o incluso Van Gogh, “el último gran artista”, según él. Son recursos, métodos, herramientas al servicio de la pintura, de la revelación de vida que es una pintura, no el centro ni la esencia autosuficiente de nada. Muchos vanguardistas se jactaban de esta condición efímera, antieterna, como si la eternidad, la perdurabilidad, la universalidad y la atemporalidad fuesen también gustos burgueses. Lo que pasa es que luego se han preocupado bien de historificar la vanguardia, de santificarla como a un mártir medieval del que nos quedan reliquias venerables pero
«Los pintores se afanaban por encontrar un arabesco inédito y sorprendente, ingenioso, incluso vivo»
Antonio Castellote
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que, siendo serios, nunca pasó de ser un entretenimiento para señoritos. De todas formas, Duchamp nunca será antiguo sino viejo. Ramón Gaya, en fin, buscaba otra cosa. Buscaba lo que la gente, artistas incluidos, buscan cuando ya han visto lo que tenían que ver, cuando las vanidades del momento se caen como hojas de colorines y queda el frío desnudo de la verdad, de lo que uno busca de verdad. Copio unos párrafos que parecen la poética de un artista depurado. Es lo que escribió un pintor de 42 años sobre lo que había sentido a los 17. «Ahora, aquí en París, me doy cuenta de que en el año 1928 ya había tomado –a la vista del espectáculo parisino– determinaciones decisivas. Ya entonces comprendí que lo que aquí se buscaba no era un estilo siquiera –como había sucedido otras veces en Francia–, sino que se buscaba fundar un mercado de estilos. Los pintores se afanaban por encontrar un arabesco inédito y sorprendente, ingenioso, incluso vivo; se trataba de encontrar un artículo para ese mercado, es decir, que se había fundado un mercado y ahora se fabricaba algo que poder vender en él, pero ese algo no era libre, sino hecho a la medida –fabricado a propósito– del mercado fundado con anterioridad. El resultado de todo esto ya se puede suponer: un mercado abstracto, en abstracto, en donde los artículos no tienen necesidad, no son necesidad, sino, a lo sumo, necesidad del mercado. «Pero ninguna necesidad exterior. En el primer momento –yo tenía diecisiete años– me afanaba por ser uno de ese mercado y encontrar una mercancía mía, honrada –que yo creía que podía ser mía, ser honrada– para vender en ese mercado. Y no la encontraba, y en mi búsqueda siempre iba a
parar al mismo sitio, a una desnudez, a una autenticidad; artículo, claro, invendible. Más tarde pensé que eso, una autenticidad –la autenticidad–, es lo que podía constituir mi estilo; pensé que en vez de hacer estilo de un material muerto como es la línea o el color, podía hacer estilo de una condición casi moral, es decir, no hacer estilo de un material, sino estilo de una esencia. «No iba por mal camino, mi sola equivocación consistía en que de las esencias no puede hacerse estilo; quizá otros ha habían tropezado con esa dificultad, pero entonces, al tener que renunciar, habían renunciado a la esencia y no al estilo –porque el negocio del estilo los mantenía cegados–, y yo terminé por comprender que el estilo era, precisamente el ingrediente que sobraba, que no era de ley, que no había estado nunca en la composición del arte verdadero y grande. El estilo es una conquista de la civilización; estilo es civilización, pero el arte ha sido siempre incivil, ha escapado a las civilizaciones, aunque los historiadores hayan podido confundirse puesto que el arte les ha permitido estudiar las civilizaciones; al ver que el arte les permitía estudiar las civilizaciones tomaron el arte mismo por civilización, pero el arte está, existe, vive fuera de ellas (las civilizaciones), y su información de ellas no es más que una debilidad suya.» Esa inclinación cotilla de todo lector fiel me hace preguntarme cómo pudo ser en realidad es sentimiento visto por el pintor maduro. No digo que Gaya embellezca aquello, todo lo contrario, porque además es un fragmento escrito con mucha intensidad, como… pintado. (Me voy a permitir Continua en la página 4
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Ciclos de conferencias, celebración de centenarios y presentación de libros también marcan las actividades del Museo Gaya La actividad en el Museo Ramón Gaya, durante los últimos meses, se ha basado, por una parte, en una constante conocida y popular, pero en la que, por otra, también se han incluido notables variedades, que han aumentado la atención de nuestros amigos y visitantes. Somos conscientes de que, pese a las dificultades de diverso tipo, que obstaculizan el normal desarrollo de los organismos culturales, la imaginación y el interés por no dejar espacios ni tiempos vacíos deben ser una respuesta plausible, para vivificar la existencia del Museo Ramón Gaya, que, a lo largo del año, no cesa prácticamente en sus más variadas actuaciones. También, se sigue ejerciendo la política de puertas abiertas, con la que mostramos nuestro interés por cooperar con todos aquellos organismos, públicos y privados, junto a particulares, que solicitan nuestras estancias, para celebraciones de muy variada índole. En una relación fiel de estos actos, debemos remontarnos a meses atrás, el pasado octubre, cuando prácticamente comenzaba el curso oficial, con una actividad muy singular: Peras Ramón Gaya. Se trataba de un postre preparado por Raimundo González, que, a la vez, servía de motivo para que el famoso cocinero evocara sus recuerdos, tan personales y amplios, con nuestro pintor. El día 10, se celebraba el aniversario del Museo, y se conmemoró con un Flamenco de corazón, recital en el que participaron José Martínez Hernández, Antonio Parra, Andrés Sánchez y Alicia Serna, acompañados la guitarra por Francisco Tornero. El día 15, en recuerdo de Ramón Gaya se ofreció un concierto, a cargo de Ars Cello Ensemble. El día 17 fue presentado el libro Mur-
«La imaginación y el interés por no dejar espacios ni tiempos vacíos deben ser una respuesta plausible» (2)
cia: secretos y leyendas, del periodista Antonio Botías, en el que se recoge, como el propio título indica, una serie de remotos, inventados o auténticos escenarios de la Murcia pasada, pero de los que han quedado reflejos exactos en los medios de información de la época, que hoy son testigos fidedignos de una parte de nuestra historia, ya pasada, pero todavía no olvidada. El libro fue presentado por el alcalde de la ciudad, Miguel Ángel Cámara, Alberto Aguirre Cárcer (director de La Verdad) y Antonio Pérez Crespo (cronista de la ciudad de Murcia). La presentación de libros es una sucesión constante a lo largo de los meses, que sin duda ha encontrado en el Museo Ramón Gaya un lugar adecuado y apetecible. Esto viene sucediendo desde hace bastantes años. Por esto, tres días después de la mentada presentación, el protagonismo lo ocupaba José Cantabella, con su obra Los sueños cotidianos, para la que intervino como presentador el catedrático de la Universidad de Murcia Francisco J. Díez de Revenga. Y el día 25, La espada de hierro, de Julio Manzanaro, también se acogía a la calidez del Museo. El libro fue presentado por Juan Amado de Andrés. Al día siguiente, María Dueñas, Pilar Garrido y Soren Peñalver eran los encargados de dar a conocer oficialmente Señales del cuerpo, de Maram al-Masri. También hay que destacar que el Museo Gaya viene siendo lugar solicitado para ciclos de conferencias. La Archicofradía de la Sangre, con sede en la parroquia de Nuestra Señora del Carmen, se acogió al Museo para la celebración de su VI Centenario, con una serie de intervenciones bajo la denominación genérica de Otras miradas. Los coloraos vistos desde fuera. Se deseaba mostrar cual era la impresión que, desde distintas localidades y desde otras cofradías no incluidas en el espacio capitalino, se ofrecía sobre tan centenaria Archicofradía. El ciclo fue iniciado el 17 de octubre por Agustín Alcáraz Peragón, quien habló sobre La procesión de los coloraos. Una mirada desde Cartagena. El día 24, otra conferencia, Un rincón en el Lagar, corrió a cargo de Enrique Centeno González. El ciclo finalizó el 7 de noviembre, con la intervención de
Raimundo González Frutos, Peras al Ramón Gaya. Mis recuerdos con Ramón Gaya (7 de octubre de 2012).
Juan Calabuch, quien habló sobre Hijos de San Vicente Ferrer. Dentro de esas actividades de aspectos a veces nuevos, otras atractivo, se encuentra la lectura sobre el libro de Ramón Gaya Velázquez, pájaro solitario, organizada por el Club de Lectura de la Academia Alfonso X, y que corrió a cargo de Santiago Delgado, miembro de la entidad y conocido escritor. Y, sin duda, igual que en precedentes ocasiones, la celebración del llamado Altar de los muertos –esa tradición tan arraigadamente mejicana– tuvo el treinta de octubre una respuesta misteriosamente emocionante, no solo entre los nativos del
país hispanoamericano residentes en Murcia, sino entre murcianos ya conocedores del evento. En noviembre, nada menos que cuatro libros fueron presentados en el Museo: el día 3, La suma y la resta, de Irene Jiménez, por Lola López Mondéjar y Pascual García; el 9, Isla Cueva Lobos, de Rosa Cáceres, por Santiago Delgado; el 10, Nuevo manual de inexperiencias, de Juan José Cerezo, por Angélica Cerezo; y el 24, Antología poética, de Elena Escribano y otros autores, por J, Mila Villanueva y José Belmonte. Hay que reseñar con especial interés
Presentación del libro de Antonio Botías Murcia, secretos y leyendas (17 de octubre 2011).
Pascual Martínez, Rafael Gil, Luis Rubio, Manuel Fernández-Delgado, en la inauguración de la exposición Rosales y Gaya.
la tres conferencias pronunciadas, entre los días 21 y 23, con una clara evocación de la Murcia literaria y su relación con escritores y poetas de alta talla, ya desaparecidos. Dentro del ciclo titulado ‘La identidad de Murcia a través de sus literatos’, José Belmonte se responsabilizó de recordar una figura como la de José Luis Castillo-Puche, narrador de la reconciliación y la memoria; Manuel Enrique Tornero evocó a un poeta tan entrañable como Vicente Medina. Un autor en busca de la identidad regional; y Jorge Novella Suárez habló sobre Aproximación a Miguel Espinosa. La ciudad como metáfora del mundo.
No puede olvidarse que el espacio del Museo, además de presentar la extensa y perenne colección de las obras que alberga, también dispone de su recoleta sala de exposiciones temporales, por lo que ha tenido ocasión de ofrecer a Murcia una muestra muy singular y atractiva, como ha sido la dedicada a la obra interrelacionada entre Eduardo Rosales y Ramón Gaya. Los pequeños cuadros del pintor madrileño, realizados durante sus lejanas etapas de residencia en Murcia –en los que recoge con fervor emotivas escenas de tipismo y realidad–, han estado acompañados por otros, en los que Ramón Gaya quiso demostrar la valía de su
Congreso sobre ‘La identidad de Murcia a través de sus literatos’. Aproximación a Miguel Espinosa (23 de noviembre de 2011).
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El Museo Gaya se convirtió en un ‘Museo de moda’ (16 de diciembre de 2012).
predecesor, y evidenciar la devoción que como pintor le provocó. Los cuadros de Gaya, como se ha comprobado, son un constante homenaje de admirable reconocimiento. La exposición ha servido de atractivo imán, que se vio ampliada en su finalidad divulgadora con la conferencia que el catedrático de Arte de la Universidad de Murcia, Cristóbal Belda, pronunció el 29 de noviembre sobre La muerte de Lucrecia, dentro del ciclo el ‘Museo enseña’. Al principio de estas líneas, se comentaba la necesidad de exprimir la imaginación y hallar nuevos senderos que, dentro de una normativa culturalmente aceptable, amplíen y agilicen el número de nuestras actividades; por esto habría que citar, aunque se trate de algo más interno y reducido, de ese dispositivo que, bautizado como De paso, pretende dar a conocer las obras de Gaya. No se trata más que de colocar un cuadro –Venecia se instaló en noviembre, y Adoración de los pastores, en diciembre– en la sala del Museo. Y dentro de esas pretensiones novedosas, hay que incluir Murcia shopping night, un momentáneo, pero atractivo ‘Museo de Moda’, que tuvo lugar el día 16 de diciembre, gracias a la colaboración de tan notables comercios de la ciudad como Gore, Otilia, Paula de Vas y Serrano Alcázar. Fue una jornada de puertas abiertas durante veinticuatro horas.
El mes de diciembre adquiere para el Museo la sensibilidad propia de las fechas navideñas. Al margen de la conferencia, que el día 13 Soren Peñalver ofreció sobre La mujer que amó. La pasión de María Magdalena, según Rainer María Rilke, el día 22, el Cuarteto Almus participó en el ‘Concierto de Navidad’, con la interpretación de notables obras de resonancias religiosas, clásicas y tradicionales. Los niños, por otra parte, y como viene siendo habitual, también han sido protagonistas de esas fiestas tan entrañables, en las que, por demás, liberados de las obligaciones escolares, disponen de tiempo para interesarse por los vídeos que se muestran o por la propia obra de Gaya. La campaña navideña ‘Abuelo, llévame al museo’ y otras actividades relacionadas con la infancia, ha continuado con notable aceptación. Si por lo hasta aquí narrado, puede interpretarse que el dinamismo en el Museo no han remitido, ni en cantidad ni en calidad, tampoco pueden olvidarse otra serie de actos ya consabidos, pero que siguen provocando el interés, como son las visitas guiadas los domingos. En resumen, la vitalidad es base imprescindible para la buena marcha del Museo Ramón Gaya, que se manifiesta en nuestros actos y en nuestra apertura a los demás.