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Introducción.

La idea de que la cocina pueda considerarse un arte es algo que se ha investigado y estudiado en los últimos años, incluso podemos decir que a los cocineros de renombre se les ha tratado en muchas ocasiones como artistas, casi por extensión podríamos afirmar lo mismo de otros campos en los que impera la fugacidad, pero también la imagen. La estética ya contempla lo inmediato en el sentir artístico, no solo en el espectador sino en el objeto en sí. Por ejemplo, Kierkegaard habla de la inmediatez en la estética, para este autor la búsqueda instintiva del placer inmediato es lo que representa la experiencia existencial que provoca el arte. Además, Kierkegaard relaciona lo artístico con una inversión de valores, en ese sentido puede entenderse también que la gastronomía es justamente eso, del nutrir necesario se pasa al placer de degustar la comida. (romero, 2012) Por su parte Schopenhauer considera que la música es el arte supremo. Siendo ese el objetivo artístico no cabe duda de que la

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Food Designers ejecución de una pieza musical es fugaz en

el tiempo, podrá replicarse, pero cada interpretación será una actuación diferente. De la misma manera puede repetirse la degustación de un plato exquisito y cada vez que lo comamos será un plato diferente. No hay mucha diferencia por ese lado en la durabilidad del objeto artístico. (romero, 2012)

“comer es fácil, lo difícil es comer bien” (quero, 2007) con esta frase, aparentemente simple, damos en la diana de las raíces de la historia de la civilización y de la cultura. Una cultura que ha sabido hacer del hambre como una apremiante necesidad fisiológica un razonado y apasionado discernimiento sobre las cosas que nos alegran el paladar. Toda pasión razonada y dirigida se convierte en arte. Ahora bien, la gastronomía es susceptible de razonamiento y dirección más que cualquier otra pasión. Es la alegría de todas las situaciones y de todas las edades. Nos da belleza, mansedumbre y galantería. La transformación del hambre en placer y gusto de lo que saboreamos conlleva un juicio de valor sobre aquello que se saborea.

En gastronomía, como en otros campos de la cultura, el gusto es una apreciación que se sustenta en un conjunto de normas y reglas que marcan y definen la aceptación o rechazo de unos elementos determinados. Siendo el gusto, no obstante, un asunto estrictamente personal, no por ello deja de significar un largo y gozoso aprendizaje que termina en refinamiento. Gracias a la gastronomía, el hambre como pulsión se racionaliza y se somete a un control social que lo transforma en un producto cultural, en el que ya no solo cuenta la dimensión dietética de los alimentos, sino también la estética. El aspecto estético del hambre transformado en gusto viene a ser el resultado de un conjunto de reglas comparables a las que rigen en la poesía, la música o la danza. El hambre ya no es instinto, sino placer refinado y por ello difícil, “propre aux créatures d’elite”, como escribió Baudelaire, (quero, 2007), quien también observo con lucidez los valores estéticos del arte culinario.

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