Todos
los ni単os, menos uno, crecen. Hay un ni単o capaz de detener el tiempo. Y su nombre es Peter Pan.
En el número 14 de una calle de Londres, vivía la familia Darling. El señor y la señora Darling tenían tres hijos: Wendy, John y Michael.
La ni単era de los ni単os era una inteligente perra San Bernardo llamada Nana.
Wendy tenía ya doce años y muchas veces contaba cuentos a los pequeños. Luego, cuando se iban a dormir, los tres soñaban con el País de Nunca Jamás y con Peter Pan.
El País de Nunca Jamás ¿Que dónde está ese país? Pues nadie lo sabe exactamente, porque el País de Nunca Jamás nace con los sueños de los niños y puede ser diferente para cada uno.
Wendy diría que se encuentra en una estrella del firmamento y que allí vive un lobo bueno. Para John tiene una gran laguna llena de flamencos. Y según Michael, en el País de Nunca Jamás vive una tribu de indios.
Una noche la madre de Wendy descubrió unas hojas en el suelo del dormitorio de los niños, bajo la ventana. Al preguntar a su hija, ésta le respondió con naturalidad: - Habrá sido Peter Pan … A veces se le caen hojas de su vestido cuando nos visita mientras dormimos.
La madre acostó a sus hijos, pensando en las extrañas hojas, se quedó dormida. La señora Darling soñó que regresaba al País de Nunca Jamás, como cuando era pequeña. Y mientras ella soñaba, alguien voló hasta la ventana y la abrió.
Primero se coló en la habitación una pequeña luz. Tan brillante que despertó a la señora Darling. Y entonces entró también Peter Pan.
La señora Darling pegó un grito del susto, y Nana acudió corriendo. Al oír el grito, Peter Pan saltó por la ventana. La señora Darling enseguida se dio cuenta que Nana llevaba una cosa en la boca. Era la sombra de Peter Pan. Decidió doblarla cuidadosamente y guardarla en un cajón.
Pasaron unos cuantos días, hasta que llegó el martes. Aquella noche los señores Darling tenían una cena.
Cuando sus padres se marcharon, los niĂąos jugaron un rato hasta que se quedaron dormidos. Â
Pronto apareci贸 en la habitaci贸n una luz brillante. Revolv铆a en el armario y se met铆a en todos los cajones.
ÂĄBuscaba la sombra de Peter Pan! Porque no era una simple luz, sino una diminuta hada, que cabrĂa en la palma de una mano, llamada Campanilla. Llevaba un vestido hecho de una hoja y sus alas soltaban un polvillo mĂĄgico.
Siguiendo a Campanilla, entr贸 en la habitaci贸n Peter Pan.
El hada había localizado su sombra en el cajón de una antigua cómoda. Y el niño se lanzó a por ella.
Con lo que no había contado era cómo volver a unirse a su sombra. El ruido despertó a Wendy, pero la niña no se asustó. Wendy le ayudó - Yo te la coseré…
Peter Pan le dijo a Wendy que le encantaban los cuentos que contaba a sus hermanos. - ¿Por qué no te vienes conmigo para contarles cuentos a los niños perdidos?
- Si vienes, te enseñaré a volar, nos contarás cuentos por las noches y nos arroparás como una mamá, verás a las sirenas y…
Wendy despertó a John y a Michael, que dormían profundamente. -¡Arriba, perezosos! Ha venido Peter Pan y nos va a enseñar a volar. Peter echó polvo de hada sobre los niños para que pudieran volar.
ยกYa sabemos volar! gritaron al notar que se elevaban
En aquel preciso momento, Peter exclamó: - ¡Vámonos! ¡Vámonos! Y se lanzó al aire a través de la ventana, penetrando en la oscuridad de la noche. John, Michael y Wendy le siguieron.
Allí está el País de Nunca Jamás – anunció por fin Peter Pan
Precisamente en ese instante Campanilla les avisó: los piratas debían de haberlos descubierto, porque estaban preparando el Gran Tom. Así habían bautizado a un enorme cañón.
Mientras tanto, desde el barco se oyó: –¡Por ahí va Peter Pan con unos niños! Ataquemos, ¡vamos!, ¡fuego!
–¡Campanilla! –ordenó entonces Peter Pan–. Lleva a Wendy a mi cueva, porque yo voy a quedarme aquí para luchar contra el capitán.
Pero Campanilla, que tenía envidia de Wendy, quiso deshacerse de la niña y ordenó a los niños perdidos que disparasen contra ella.
Pero Peter Pan llegó a tiempo para salvarla. Y anunció a los niños perdidos que les traía una mamá.
-¡Qué bonito hogar! Exclamo Wendy - ¿Serás nuestra mamá, Wendy?- le pidieron todos juntos. Wendy acepto entusiasmada.
Pocas cosas les gustaban mĂĄs a los niĂąos perdidos que ir a la laguna de las sirenas. Sin embargo, era un lugar peligroso.
Las sirenas siempre estaban intentando llevarse a alguien al fondo de las aguas, donde ellas dormĂan. Eran traviesas y malas con todo el mundo, menos con Peter Pan, con el que coqueteaban. Por ello a Wendy no la soportaban. ÂĄOtras celosas!
Por otro lado, en el centro de la laguna se alzaba la Roca de los Abandonados. Se llamaba así porque los piratas dejaban allí a sus prisioneros para que se ahogaran, ya que la roca quedaba cubierta por las aguas cuando la marea subía.
Aquel día habían ido de excursión a la laguna. De pronto, el cielo se oscureció. ¡Mal presagio! Enseguida notaron que se acercaba una barca con tres personas.
Vieron a Garfio, que habĂa capturado a la princesa india Tigrilla.
–¡Rápido! ¡Es preciso rescatarla! –exclamó Peter Pan–. Espérame aquí, Wendy.
–¡Dime ahora mismo dónde está la cueva de Peter Pan o morirás ahogada!
Y saltó a la barca del cruel capitán Garfio. –¡Atrévete conmigo, pirata cobarde! ¡Vamos, coge tu espada!
Peter Pan liber贸 a la ni帽a y la llev贸 junto a su familia.
DespuĂŠs de la aventura de la laguna, los indios se hicieron amigos de los niĂąos perdidos y fumaron la pipa de la paz.
Estaban tan agradecidos a Peter Pan por haber salvado a la princesa, que les ayudaban a vigilar la casa. Â
El capitรกn se fue en busca de Campanilla para que le ayudara a encontrar la cueva de Peter Pan.
–Campanilla –dijo Garfio–, si me dices dónde está la cueva yo acabaré con Wendy y tendrás a Peter Pan para ti sola.
Pasaba el tiempo y Wendy echaba de menos a sus padres. Un día les dijo a sus hermanos: –¡Nos tenemos que marchar! Nuestros padres nos estarán esperando. Volvamos.
–¡Quietos! No deis un paso más si queréis salir de aquí con vida. Era el capitán Garfio quien estaba gritando. Ató a los tres niños y se dispuso a ir en busca de Peter Pan, que no sabía nada del peligro de los niños.
El Capitán Garfio, intentó envenenar a Peter Pan sin que él se diera cuenta, echando unas gotitas de veneno en su medicina. Menos mal que Campanilla llegó a avisarle justo a tiempo. –¡No lo bebas! El capitán Garfio ha puesto veneno para que te mueras y ha atrapado a los niños. Los tiene atados y los quiere matar.
Aunque no pudo evitar que la salpicaran unas cuantas gotas del veneno, una cantidad suficiente para matar a un ser tan diminuto como ella. Una sola cosa podía salvarla: que todos los niños creyeran en las hadas y en el poder de la fantasía. Y así es como, gracias a los niños, Campanilla se salvó.
Mientras tanto, los niños seguían en poder de los piratas. Ya estaban a punto de ser lanzados por la borda con los brazos atados a la espalda. Parecía que nada podía salvarles, cuando de repente, oyeron una voz: - ¡Eh, Capitán Garfio, eres un bacalao ! ¡A ver si te atreves conmigo!
Era Peter Pan que, alertado por Campanilla, habĂa llegado justo a tiempo de evitarles a sus amigos una muerte cierta. Comenzaron a luchar.
De pronto, un tic-tac muy conocido por Garfio hizo que éste se estremeciera de horror. El cocodrilo estaba allí y, del susto, el Capitán Garfio dio un traspié y cayó al mar. Es muy posible que todavía hoy, si viajáis por el mar, podáis ver al Capitán Gar fio nadando desesperadamente, perseguido por el infatigable cocodrilo.
El resto de los piratas no tardó en seguir el camino de su capitán y todos acabaron dándose un saludable baño de agua salada entre las risas de Peter Pan y de los demás niños.
Ya era hora de volver al hogar. Peter intentó convencer a sus amigos para que se quedaran con él en el País de Nunca Jamás, pero los tres niños echaban de menos a sus padres y deseaban volver, así que Peter les llevó de nuevo a su casa.
- ¡Quédate con nosotros! -pidieron los niños. - ¡Volved conmigo a mi país! -les rogó Peter Pan-. No os hagáis mayores nunca. Aunque crezcáis, no perdáis nunca vuestra fantasía ni vuestra imaginación. De ese modo seguiremos siempre juntos. - ¡Prometido! -gritaron los tres niños mientras agitaban sus manos diciendo adiós.
Fin