Punto y aparte / por Alberto Hernández Izquierdo

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Punto y aparte

Alberto Hernández Izquierdo

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ecía alguien que cuando el viento sopla de espalda empuja para que todo en la vida vaya sobre ruedas. Ése es mi caso. Permitid que me presente: mi nombre es Abel Tormes, soy Ingeniero de Telecomunicación y catedrático de la ETSI de Telecomunicación de la célebre Universidad Politécnica de Madrid. Fui también uno de los primeros becarios Full Bright de nuestro país (aunque he de decir que esto fue más bien un mérito genético, pues mis ancesdientes han sido, desde la tercera generación anterior a mi nacimiento, expertos telecos reconocidos mundialmente). He pasado largas y fructíferas estancias investigando en universidades norteamericanas como el MIT, o la Universidad de Santa Bárbara, amén de diversos periplos por Asia y Europa en diferentes universidades trabajando como profesor visitante. Ah!, casi se me olvidaba, mi colaboración con empresas como Hewlett Packard, Deloitte, Apple o Telefónica entre otras, es prolífica como consultor y asesor de proyectos. 1


La Universidad, un mundo lleno de historias

Mi vida era un río con gran caudal de éxito. Sí, digo bien río, porque todo en ella fluía plácidamente: los días, meses y años disfrutando con lo que más me apasionaba: la investigación, y… por qué no decirlo, la docencia. En uno de mis viajes por Asia conocía a mi esposa Marta. Mi uno noventa de estatura y “un cuerpo de Apolo”, según me confesó antes de llevarla al altar, la atraparon nada más vernos por primera vez en la Universidad de Sanghai en la Biblioteca cuando consultaba la bibliograf ía existente de mis obras en las estanterías y ella hojeaba uno de mis libros. Mis hijos, Abel y Carlos, seguían los pasos del padre y, aunque dudo mucho que logren llegar a las cotas de éxito que yo he alcanzado, comenzaron a estudiar ingeniería, uno en nuestra Escuela y el menor, en la no menos importante Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de la UPM. Sin duda, soy ejemplo a imitar por ellos y así me lo hacen saber.

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Mis colegas profesionales (los amigos) aplaudían mis éxitos y me pasaban la mano por el hombro cada vez que necesitaban de mis favores… ¡Hombre Abel, échanos una mano en este o aquel proyecto, que con tu firma nos vale para que nos den la subvención!, “Abel, ¿podrías presidir la inauguración del Congreso?, Seguro que vendría mucho público si tú la presides!!, son dos ejemplos, aunque podría citar miles. Por supuesto, también (y no digo que esto me disgustase) mis enemigos me temían y hasta odiaban por tantos éxitos y parabienes que había dispuesto el destino ante mí y ante ellos… En mi departamento manteníamos una actividad frenética. Abarcábamos (abarcaba yo) más proyectos de los que podíamos llevar con un mínimo de tranquilidad y relajamiento. Más, más, más… Todo me parecía posible y no sabía decir no a las oportunidades que se me presentaban casi a diario. Obviamente, este hecho era centro de discusión y conflic-


tos entre los que convivían (?) conmigo en el ámbito laboral: profesores, personal de administración… y los becarios. No podían entender lo “importante” que era crecer, aumentar nuestro campo de acción. No había que dar opción a nuestros rivales, porque éstos eran muchos y muy preparados, y a poco que nos descuidásemos podríamos caer en el olvido de las empresas y los factotum que nos ayudaban a seguir en la brecha. Una tarde, Manuel, un simpático y, sobre todo, servicial becario a mi servicio, me aconsejó que me marchara a casa, pues a su parecer, daba muestras de agotamiento y cierta ansiedad, y “sinceramente —me dijo— la vida no sólo es trabajo, también están otras cosas como la familia, la salud, el amor… Olvídese por unas horas de proyectos, de ingeniería y de congresos, seguro que le vendrá bien…”. Como comprenderéis, ahora que me conocéis un poquito, no le hice ni puñetero caso, (si me permitís lo vulgar de la expresión). Es más, le costó una de las broncas en público más famosas de los casi cien años de historia de la Escuela, advirtiéndole que más le valía aplicarse en

sus insignificantes tareas en vez de dar absurdos consejos, si es que pretendía dejar algún día su bien merecida y perenne becaría. ****** Luz, mucha luz. No podría calcular cuánta potencia tiene, pero me ciega la vista. Y sin embargo, algo me dice que todo está muy negro, mucho más de lo puedo llegar a imaginar (esto último lo intuyo por ese sexto sentido que me ha dado mi innata inteligencia).

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relato corto Un punto y aparte. No es una coma, con la que puedas continuar la frase. Ni siquiera un paréntesis que cierras y te olvidas. Es un punto y aparte. Dolorosamente aparte. No viene a cuento entrar en detalles del por qué. Yo estoy aquí para contaros el resultado: no puedo caminar, balbuceo como un niño de meses y apenas se me entiende, no me puedo asear sin ayuda y mis extremidades son apéndices sin vida de un cuerpo deformado. El extraño virus que afectó a mi movilidad fue tan cruel que respetó mi integridad mental al

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cien por cien. Lo siento, sigo pensando que fue demasiado cruel, aunque pueda contarlo.

apartar sus ojos de los míos, no sé si por una falsa compasión o desprecio.

Primero negación. Más tarde, depresión. Más tarde, más depresión. Al final, aceptación… No, no, esto jamás. Al final, resignación.

Marta pasó por dos fases. En un principio, se volcó en buscar los especialistas más afamados para intentar recuperar a su “adonis”, para finalmente desistir por la coincidencia de opiniones de todos los médicos a los que acudía con mis informes: “no hay solución, nunca volverá a ser el de antes, salvo en su cerebro que está intacto”. En ese principio de mi metamorfosis, yo hubiera necesitado tenerla más cerca, sentir su cercanía, su cariño, no su inquietante preocupación por recuperar al hombre del antes de. En la segunda fase, parece que optó por jugar el rol de asistente social: me ha procurado un enfermero interno, que me acompaña allá dónde vaya; me organiza mi agenda de revisiones médicas para que asista puntualmente (con mi enfermero); me organiza viajes relámpago a balnearios para que acudamos ¡mi enfermero y yo! Y como no podía ser de otra manera hizo una reforma en nuestro chalet para habilitar una habitación con una cama adaptada a mis necesidades y otra para… seguro que adivináis quién

Todos me decían cosas similares. “Hay que seguir, no te puedes hundir… Podía haber sido peor (?)… Estaremos a tu lado… No te preocupes de nada, en cuanto te recuperes, vuelves a la Escuela y continuamos como siempre. Ya sabes que hay sistemas para que interactúes a través de los interfaces que creamos para Hewlett Packard en aquel proyecto que tú conseguiste… Y tu familia, siempre estará ahí, apoyándote… ¡Joder Abel, con lo que tú eres, esto seguro que lo superas!” Pues no. No lo superé, y además, mi familia tampoco estuvo ahí. Estuvo más bien allí. Mis hijos se avergonzaban (y avergüenzan) de mí. Ya no soy el ejemplo a imitar, soy un tullido al que con tan sólo mirar a la cara más de diez segundos se sienten obligados a

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fue (y es) mi acompañante. Con Marta, y para Marta, también fue un punto y aparte.

Paulatinamente las visitas de mis colegas y compañeros fueron disminuyendo. Lo que en un primer momento era un ir y venir de profesores, cargos académicos, personal de administración y becarios de la Escuela, a los que prácticamente había que hacer huecos en mi completísima agenda de visitas, poco a poco se convirtió en alguna esporádica visita protocolaria de mi mano derecha en el Departamento, las llamadas de compromiso de antiguos amigos, y sí alguna visita regular que luego os comentaré. El departamento seguía funcionando como un reloj suizo (según los comentarios, ahora mejor que cuando yo lo dirigía), aunque parecía que había disminuido el volumen de proyectos que se estaban llevando a cabo desde que caí enfermo, hace ya más de un año.

El único que repetía visitas era Manuel, el becario. Las suyas, eran visitas diferentes a las del resto. No había compromiso, había verdad en sus palabras, en su mirada en, por qué no decirlo, en sus caricias

amables que recorrían mis manos. Todos los viernes (día que yo había marcado en rojo en su calendario para que saliera un par de horas antes), a las cinco de la tarde, entraba por la puerta del despacho en el que pasaba largas horas mirando la piscina y la vegetación.

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relato corto —Buenos días Abel, hoy te veo más animado… —Tienes mejor color de cara… —Parece que estás cogiendo peso… hay que hacer ejercicio!!! Siempre traía una palabra amable. No acababa de comprenderlo. Yo, que le había exprimido como a un limón, que le había puesto en evidencia delante de todos… ahora era receptor de una amistad no buscada y, seguramente, inmerecida por mi parte… —Debes volver a la Escuela. Cierta vez te dije que te fueras y olvidases todo lo que hacías allí… Ahora te digo que debes volver a tu sitio.. Gracias a Dios, tu ce-

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rebro está intacto, y no sobran mentes privilegiadas como la tuya… En mi opinión, te necesitamos en el Departamento en varios proyectos que se están complicando. Además, te vendría estupendo recuperar la actividad… Hubo un silencio significativo al acabar de pronunciar la palabra “actividad”. ¿Qué actividad podría tener alguien que no tenía actividad propia? Alguien que sólo podía mover a duras penas su cabeza en un espectro de setenta grados… “Recuperar la actividad”, qué ironía, qué crueldad… Manuel se apresuró a pedirme disculpas por el desafortunado comentario y me animó a ir al día siguiente a la Escuela. Me adelantó que tenía una sorpresa para mí que había estado preparando mucho tiempo. Después de meditarlo, por supuesto, en soledad, decidí que podría ser buena idea. Me apetecía volver a ver a los amigos del Departamento, a los poderes fácticos de la Escuela e ir tomando el pulso a la vorá-

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gine laboral e investigadora que se estaría produciendo en el Laboratorio, podría ser un principio para mi reingreso definitivo. ****** Hacía mucho frío. Este invierno no quería dejar el escenario estacional hasta que la fecha del calendario le obligara a hacer mutis por el foro. Mis ojos se movían frenéticamente de un lado a otro. Trataba de introducir todos los datos en mi disco duro para que el reconocimiento del terreno, que antes pasaba desapercibido por cotidiano y vulgar, y ahora se convertía en una imagen espectacular y novedosa ante mi curiosa mirada, fueran ocupando su lugar en mi mente antes de. La abarrotada entrada del edificio A, la Casa Solar, el reloj de sol del Instituto de Energía Solar, las ardillas bajando y subiendo a los árboles, todo era un espectáculo para mis ojos y mi persona. A medida que avanzaba, con ayuda de mi fiel enfermero, por el aparcamiento de personal, tenía la sensación de que efectivamente podía ser posible la reincorporación total a mi trabajo, a mi verdadera pasión. ¡Qué con-


fundido estaba, y qué pronto iba a ver la siguiente sorpresa que deparaba mi caprichoso destino!

Aún tengo la duda si las caras que pusieron fueron de estupefacción, sorpresa o compasión. Cuando la puerta del laboratorio se abrió, se hizo el silencio durante unos instantes que a mí se me hicieron interminables. Quizás lo único que sucedió fue un no saber qué hacer generalizado: ni por mi parte ni por la audiencia que me recibió. Por fin, Manuel rompió el hielo comenzando un cálido aplauso que poco a poco, fue secundado por las dos docenas de personas que en ese momento trabajaban sobre sus ordenadores. Después de los abrazos, besos y apretones de mano, me fui directamente a mi despacho, al que no entraba desde más de un año escolar. Todo estaba en su sitio, tal y como lo dejé el fatídico día que tuve que ser llevado a urgencias después de sentir cómo se me paralizaba medio cuerpo. Nadie se había atrevido a mover un solo papel, un bolígrafo

o una carpeta del sitio donde estaban ubicados aquel día. Jamás consentí que alguien pudiera entrar en mi cuando yo no estaba, ni mucho menos, tocar nada de mi mesa o archivadores.

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relato corto Apartaron el sillón que ocupaba presidencialmente la mesa del despacho y ocupé su lugar con mi silla de ruedas. Pedí que me dejaran a solas con el subdirector del Departamento. En mi ausencia, había llevado las riendas de las operaciones, y mi renovada presencia no le daba demasiada alegría. Me hizo una descripción pormenorizada de la situación de los proyectos en los que estaban trabajando, y después de ponerme al día, me animó a comenzar mi actividad de manera paulatina, a mi antojo y sin ningún tipo de prisa. —Ahora tienes que disfrutar de lo que quieras hacer, sin presión. Contamos contigo para que colabores en lo que tú quieras… —Perdona, ¿he escuchado “colaborar” o he entendido mal? ¿Cómo que colaborar? ¡Que yo sepa, sigo siendo

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el Director del Departamento! —y aunque no siempre se me entendía por mis complicaciones a la hora de hablar, creo que mi expresión fue lo suficientemente explícita y mi irritación también. Abandonó el despacho sin mirar atrás. En el fondo, era cuestión de tiempo enterarme. Había cambiado todo. Nuevas normas, nuevos planteamientos, diferente organización… Quedaba poco de mi estilo, quizás la forma de comunicar las noticias… las malas noticias. Nunca tuve valor para hacerlo de manera directa, siempre utilizaba rodeos y juegos de palabra. Ahora había sido yo el sujeto paciente de mi estilo circundante y cobarde. Cuando salí por la puerta de mi despacho todas las miradas se clavaron en las pantallas de los pc’s. Nadie tenía nada que decirme, y yo tampoco quería hablar con nadie, así que salí del laboratorio empujado por mi fiel acompañante. Manuel gritó mi nombre desde el fondo del pasillo, y vino corriendo hasta alcanzarnos en el ascensor:

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—Abel acompáñame al local de mi asociación, quiero que veas la sorpresa que he preparado para ti. Después de la gymkana que supone recorrer la Escuela para un discapacitado, llegamos a la Asociación de Ingenieros Sin Fronteras en la que colaboraba mi antiguo becario. Aquello parecía una webcam como tantas otras. Sin embargo, guardaba horas y horas de trabajo, y Manuel me explicó que se trataba de un dispositivo que interactuaba directamente con el movimiento de mis pupilas. Reconocía el movimiento de mis ojos sobre las imágenes que estaban proyectadas en la pantalla haciendo que cuando fijaba la mirada sobre un objeto, actuaba como un ratón activando la función, archivo o carpeta elegidas. —Llevamos trabajando varios años en esta iniciativa, pero al no tener fondos propios y no haber sido aceptado el proyecto por defectos de forma en el Plan Nacional de I+D, nos hemos valido de subvenciones de alguna ONG y aportaciones esporádicas


de la ONCE. Ahora que ya es una realidad la voy a patentar y espero que alguna empresa decida comercializarla, me comentó un nervioso y tímido Manuel.

Era una idea fantástica. Si hubiera tenido noticia de este proyecto, no me habría costado lo más mínimo ponerlo en marcha y conseguir fondos para llevarlo a cabo. Y sin embargo, mi insignificante y perenne becario había conseguido sacarlo adelante con unas condiciones realmente increíbles, parecía cienciaficción, no el proyecto que era tremendamente novedoso, sino el soporte económico con el que se había financiado.

—contesté haciéndome el interesante.

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relato corto Hubo risas, y también lágrimas, y nos fundimos en un abrazo. Posiblemente, el primer abrazo sincero desde hacía mucho tiempo, tanto que ya ni recordaba cuánto. Aunque me cueste reconocerlo, creo que realmente, aquí fue donde hice el verdadero punto y aparte en mi vida.

—Después de tu enfermedad, mi trabajo ha sido una carrera contrarreloj para que puedas usarlo. Necesito tu ayuda para pulir los defectos que tenga y, sinceramente, creo que puede ser una herramienta muy útil para ti.

Ya no fui reclamado para otros proyectos, no me solicitaban para presidir actos, sí que me continuaban pasando la mano por la espalda… aunque ahora era fuese por compasión y no por adulación. Mi Departamento había sufrido también una metamorfosis tal que ya no reconocía nada en él. Ya no tenía demasiado sentido seguir en un lugar donde mi espacio había desaparecido, es más, me di cuenta de que podría ser una rémora demasiado pesada para los que estaban marcando ahora la línea investigadora y docente.

—Gracias. Claro que colaboraré. Seguro que tengo “algún hueco” en mi agenda para trabajar contigo…

La aplicación Globalvision, como fue bautizada por Manuel, se convirtió en un éxito sin precedentes en 9


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el campo de la investigación y desarrollo de aplicaciones en el entorno de la discapacidad. Manuel, obviamente, dejó su becaría para liderar un grupo de investigación que entendía los proyectos como una actividad que no debía renunciar a la solidaridad. Las aportaciones científicas beneficiosas para la salud de sus proyectos, además de venderlas a las empresas para su explotación, siempre se dejaba alguna cesión gratuita para las ONG’s que apoyaban acciones solidarias para discapacitados. En mi caso, entendí que también había otra forma de trabajar. Comencé a colaborar activamente con Ingenieros Sin Fronteras y varias Fundaciones de apoyo solidario a colectivos de desfavorecidos. Pasé a ayudar a Manuel en temas burocráticos y colaboraba con él en los proyectos en los que necesitaba de mi ayuda técnica. Siempre entendía mi forma de ser, y aguantaba pacientemente mis ramalazos de orgullo que regalaba de vez en cuando a mi alrededor. Aproveché mis contactos para conseguir fondos en apoyo de acciones solidarias en Sudamérica. Llamé a

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todas las puertas de las empresas en las que había trabajado, bombardeé con correos electrónicos a los colegas de medio mundo difundiendo las acciones que iba a realizar, lograba artículos y entrevistas en medios de comunicación. En definitiva, cobré mis deudas para acciones realmente útiles. Por suerte (perdón, por Manuel) vuelvo a escribir un párrafo en mi vida. Ahora puedo decir que después de un punto y aparte, por abrupto que sea, hay muchas vidas que vivir. d


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