V Encuentro de Clubes de Lectura de las Bibliotecas Públicas de Asturias
Julio Llamazares
(La Felguera. 14 de marzo de 2015)
Índice Julio Llamazares .................................................................................................... 2 Biografía ............................................................................................................... 3 Obra ........................................................................................................................ 4 Narrativa ........................................................................................................... 4 Poesía .............................................................................................................. 4 Ensayo.............................................................................................................. 5 Viajes ................................................................................................................ 5 Guiones cinematográficos................................................................................. 5 Antologías ......................................................................................................... 5 Premios ................................................................................................................ 5 Luna de lobos, 1985 ............................................................................................. 6 La lluvia amarilla, 1988......................................................................................... 7 Escenas de cine mudo, 1994 ............................................................................... 8 El cielo de Madrid, 2005 ....................................................................................... 8 Tanta pasión para nada, 2011.............................................................................. 8 Las lágrimas de San Lorenzo, 2013 ..................................................................... 9 Distintas formas de mirar el agua, 2014 ............................................................. 10 Voces sobre las aguas, por José Carlos Mainer................................................... 10 Mi visión de la realidad es poética, entrevista por Yolanda Delgado Batista ...... 11 Julio Llamazares: “La memoria histórica de un país es su literatura” ................. 17 Sobre la escritura y los lectores…ha dicho Julio Llamazares… .......................... 22
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(La Felguera. 14 de marzo de 2015) http://www.ucm.es/info/especulo/numero12/llamazar.html http://www.revistafusion.com/2000/febrero/entrev77.htm http://elpais.com/autor/julio_llamazares/a/ http://cvc.cervantes.es/literatura/aih/pdf/13/aih_13_2_059.pdf http://www.enmitg.com/izquierdo/literatura/mvm/VazquezLlamazares.pdf http://www.prisaediciones.com/uploads/ficheros/libro/dossier-prensa/201304/dossier-prensa-lagrimas-sanlorenzo.pdf
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Julio Llamazares Biografía Julio Llamazares, es un escritor y periodista español que nació en el desaparecido pueblo de Vegamián, Provincia de León (España) el 28 de marzo de 1955 poco antes de que el pueblo quedase inundado por el embalse del Porma. Tras la destrucción del pueblo de Vegamián se muda con su familia al pueblo de Olleros de Sabero, en la cuenca carbonífera de Sabero, la infancia en ambos pueblos marca, en adelante, parte de su obra. Licenciado en Derecho, abandonó el ejercicio de la profesión para dedicarse al periodismo escrito radiofónico y televisivo en Madrid donde reside actualmente La obra de Julio Llamazares se caracteriza por su intimismo, el uso de un lenguaje preciso y el exquisito cuidado en las descripciones.
Julio Llamazares (León, 1955) puede ser encuadrado en una hipotética generación de novelistas nacidos hacia la mitad del siglo XX y que han empezado a publicar sus obras durante los años 80. Formarán parte de este grupo autores como Juan José Millás, Rosa María Montero, Javier Marías o Antonio Muñoz Molina. Dentro de ese grupo de autores Llamazares ocupará un lugar específico tanto por situar la acción de sus novelas en el mundo rural, como por su voz. Voz construida a través de descripciones neorrománticas e impresionistas y tonos melancólicoexistenciales. Llamazares, como los restantes componentes de su «generación», conocerá la literatura de la posguerra de forma histórica y a través de la universidad. En estos autores no se da la autorreflexión del cambio estético o poético de los autores realistas sociales y neorrealistas como en el caso de, por citar un caso bien conocido, Carmen Martín Gaite y sus El cuarto de atrás (1978) y El cuento nunca acabar (1983). Para estos autores de los ochenta las obras de Luis Martín Santos, Tiempo de silencio (1962) o de Gonzalo Torrente Ballester, La Saga/Fuga de JB (1972), claves en la recuperación de la narrativa española tanto en lo que respecta a técnicas como a temas, serán ya obras de un pasado no muy reciente. Además los escritores de los ochenta son autores que no tienen el impedimento de la censura ya que escriben en el período más largo de democracia de la historia de España. Son universitarios, buenos conocedores de las literaturas norteamericana, hispanoamericana y europea y han viajado por el extranjero. Se da, por otro lado, la circunstancia de que la mayor parte de ellos conocen bien los diversos lenguajes de los medios de comunicación de masas porque son periodistas o colaboradores asiduos en éstos. Otro rasgo de grupo será que los temas tratados se situarán en el campo de lo íntimo, de lo humano, y serán presentados desde el subjetivismo deseado del yo. Julio Llamazares participa de todas estas características pero, tal vez por su origen montañés de una de las regiones más deprimidas y olvidadas de la provincia de León, ha construido una narrativa totalmente diferente a la de sus compañeros de generación.
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En su obra, el autor de Vegamián, mostrará el «olvido» por parte de la administración de los campesinos de las comarcas montañesas situadas entre León y Asturias o de las pirenaicas. Olvido propiciado por el privilegiar zonas de regadío en las llanuras, es decir, zonas de cultivos estratégicos de cara a la CEE. Olvido que se refuerza por la constante migración de la montaña a la llanura, del campo a la ciudad iniciada ya en la década de los años 30. Llamazares intentará también recuperar tradiciones como la del Jueves Santo profano de León o recordar tanto a los antiguos combatientes republicanos como a los viejos guerrilleros del «Maquis» español de la posguerra. Esa recuperación, ese rescate del olvido, lo hará Julio Llamazares luchando contra su propio desarraigo intentando fijar su propia memoria personal, sus recuerdos y tradiciones. Fragmento de Memoria e identidad en tiempos de amnesia: Manuel Vázquez Montalbán y Julio Llamazares, de José María Izquierdo
El autor que ha expresado de la forma tal vez más entrañable y lograda esta preocupación por la memoria y la desaparición de los rastros del pasado, hasta convertirla en el eje de su proyecto narrativo, es, a mi juicio, Julio Llamazares: nacido en 1955 en Vegamián, un pueblo de la zona rural y minera de León, el escritor nos proporciona, en efecto, el entramado de una memoria heredada, cuyos rasgos remiten por un lado a la transmisión de la “memoria de la identificación” moral con los vencidos, por el otro a la visión del pasado propia de una generación criada durante la última etapa de la dictadura y llegada a la madurez tras la muerte de Franco. Fragmento de La silenciosa dignidad de los vencidos. La poética de la memoria de Julio Llamazares, por Fabrizio Cossalter (Universidad Complutense de Madrid)
Obras Narrativa Luna de lobos (1985) La lluvia amarilla (1988) Escenas del cine mudo (1994) En mitad de ninguna parte (1995), relatos Tres historias verdaderas (1998), relatos El cielo de Madrid (2005) Tanta pasión para nada (2011) Las lágrimas de San Lorenzo (2013), Finalista del premio de la Crítica de Castilla y León. Distintas formas de mirar el agua (2015)
Poesía La lentitud de los bueyes (1979) Memoria de la nieve (1982) Versos y ortigas (Poesía 1973-2008) 4
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Ensayo El entierro de Genarín: Evangelio apócrifo del último heterodoxo español (1981). En Babia (1991), artículos de prensa Nadie escucha (1995), artículos de prensa En mitad de ninguna parte (1995), artículos de prensa Los viajeros de Madrid (1998), artículos de prensa Modernos y elegantes (2006), artículos de prensa Entre perro y lobo (2008), artículos de prensa
Viajes El río del olvido (1990) Trás-os-montes (1998) Cuaderno del Duero (1999) Las rosas de piedra (2008)
Guiones cinematográficos Retrato de un bañista (1984) Luna de lobos (1987) El techo del mundo (1995) Flores de otro mundo (1999)
Antologías Antología y Voz; El Búho Viajero (2007)
Premios 1978: Premio Antonio González de Lama. 1982: Premio Jorge Guillén. 1983: Premio Ícaro. 1986: Finalista Premio Nacional de Literatura. 1988: Libro de Oro de la CEGAL. 1989: Finalista Premio Nacional de Literatura. 1992: Premio de Periodismo El Correo Español-El pueblo vasco. 1993: Premio Nonino. 1994: Premio Cardo D´Oro. 1999: Premio de la Semana Internacional de la Crítica en el Festival Internacional de Cannes. 2013. Finalista del premio de la Crítica de Castilla y León con Las lágrimas de San Lorenzo
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Toda la obra de J. Llamazares (novelas, cuentos, ensayos, libros de viaje, guiones literarios para películas) ha ido creciendo a la sombra de una indeclinable vocación poética. Empezó su carrera de escritor con la publicación de dos bellísimos libros de poesía: La lentitud de los bueyes (1979) y Memoria de la nieve (1982) y, aunque desde entonces no nos ha vuelto a gratificar con ninguna otra obra poética, en cualquiera de sus páginas persiste soterrado y vivo el latido de la poesía. Él es perfectamente consciente de ello: «pienso que en mis novelas hay mucha poesía y, seguramente, en mi poesía había bastante narración». Es obvio que la expresión poética, con sus redundancias, correspondencias y resonancias es la más adecuada para la transmisión de sus obsesiones y de la melancolía que se cierne invariablemente sobre su producción. Hallamos ya en sus poemas de juventud el germen de los motivos que preocupan al escritor (la infancia, la soledad, la comunicación con la naturaleza, la muerte, la memoria como elemento existencial y como origen de la creación, el efecto devastador del paso del tiempo, etc.) y también los símbolos e imágenes (la luna, la lluvia, la nieve, etc.) que, con el paso de los años, adquirirán profundidad y contribuirán a configurar su universo tan personal y su estilo inconfundible. «Sorprende —dice Nicolás Miñambres— que una obra tan breve como la de J. Llamazares presente una estructura literaria tan precisa, articulada mediante una serie de motivos, símbolos, tipos y paisajes urdidos con absoluta armonía». Fragmento de La prosa de Julio Llamazares, de Irene Andres-Suárez (Universidad de Neuchátel)
Luna de lobos, 1985 Julio Llamazares explica, en el ensayo 'Adiós a Gorete, que escribió Luna de lobos para recoger en esa novela "los cuentos -dice- que me contaron en mi infancia". Así rendía al mismo tiempo un homenaje a los héroes de su infancia y a la manera oral de narrar que aprendió de niño. Los días de invierno, cuando era un chaval, se sentaba con los mayores junto al fuego en su aldea natal y les oía contar muchas historias y entre ellas, historias de la guerra civil, que él no había vivido, pues nació en 1955 y la guerra terminó en 1939, y que no había podido leer en los periódicos porque era un tema tabú en la España franquista. Refugiarse en esas narraciones heroicas era, entre otras cosas, una huida de un tiempo suyo, y de los vencidos, desprovistos de heroicidad. Pero además Julio Llamazares utilizó los recuerdos de su niñez, la experiencia de un saber que procedía de los recuerdos de sus mayores -una continuidad de memorias transmitidas oralmente de generación en generación- para denunciar, ahora, en los años ochenta, el olvido de la España democrática de esos viejos luchadores, los héroes de su infancia. Julio Llamazares concluye en "Adiós a Gorete": "Por eso, precisamente, quiero ahora despedir con el mejor de mis recuerdos, en este tiempo de olvidos y en esta España moderna y desmemoriada, al hombre que con su vida alimentó de leyendas las largas noches de invierno y los días de mi infancia, cuando los años cincuenta se despedían de España y los cuentos de los viejos servían para decir lo que la radio callaba. "
Fragmento de Memoria y representación en la narrativa española contemporánea Francisco Caudet (Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.Centro de Investigaciones Socio Históricas)
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Luna de lobos, 1985 Luna de lobos –publicada en 1985 y justamente definida como “la novela de un poeta”– es dedicada a los trágicos sucesos del maquis en la montaña leonesa y, en particular, de la desesperada resistencia de un puñado de soldados republicanos, cuyas vicisitudes hallan en la figuración literaria el lugar simbólico de su posible rememoración: el autor relata la desgarradora lucha para la supervivencia de cuatro fugitivos del frente de Asturias, derrumbado en el octubre de 193713, los cuales se refugiaron en la vertiente leonesa de la Cordillera Cantábrica intentando huir del acoso policial y buscar un imposible escape. El narrador, Ángel, maestro de escuela afiliado a la CNT, cuenta la peregrinación sin rumbo emprendida por él y sus compañeros en el espacio restringido de una sierra sin salida, a lo largo de nueve años que constituyen el tiempo de un presente eterno, marcado tan sólo por la matanza de tres de ellos y por la continua persecución de sus familias. La nota preliminar resume la intencionalidad ética del libro en la dedicatoria a quienes siguieron luchando contra las tropas vencedoras y así dejaron en la memoria colectiva la huella inolvidable de una época heroica: Muchos de ellos quedarían para siempre, abatidos por las balas, en cualquier lugar de aquellas en otro tiempo pacíficas montañas. Otros, los menos, conseguirían tras múltiples penalidades alcanzar la frontera y el exilio. Pero todos, sin excepción, dejaron en el empeño los mejores años de sus vidas y una estela imborrable y legendaria en la memoria popular.
Aplastados entre la experiencia de la derrota y un horizonte de expectativas que parece entrañar solamente la espera de la muerte, los protagonistas de Luna de lobos sobreviven según el ritmo inmóvil de una historia que para ellos se ha parado, adquiriendo más bien los rasgos aislados de una realidad geográfica que determina su naturaleza de hombres acorralados y perseguidos como alimañas. Así pues el texto dibuja las borrosas facciones del “corazón de tiniebla” de la historia española, congelada en las atrocidades de la represión de la posguerra, y despliega el potencial trágico de la trama para representar la profundidad traumática de las heridas infligidas por la violencia a un pasado no reconciliable. Fragmento de La silenciosa dignidad de los vencidos. La poética de la memoria de Julio Llamazares, de Fabrizio Cossalter (Universidad Complutense de Madrid)
La lluvia amarilla, 1988 Dentro de la narrativa española que ha sido marcada por la guerra civil, se debe ubicar la obra de Llamazares que se está analizando, no en el sentido de que se hable de la guerra como tal, pero sí de las consecuencias que esta deja, por ejemplo el cambio que sufre la vida de Andrés y de su familia cuando Camilo se va para la guerra y no regresa. Otra característica importante de la novela contemporánea es que refleja las profundas transformaciones sociales y culturales que ha sufrido el mundo en los últimos años: la tecnología, la globalización, el poder de los medios de comunicación, entre otros, y lo hace en el desorden, la complejidad, el caos, arrastrando dentro de estos la conciencia de sus personajes. Hay un desprecio por lo racional, lo que provoca que se exploren los mundos interiores del inconsciente, ensueño, recuerdo, melancolía, nostalgia de otro mundo. Indica Navajas que “La abundancia de narradores en primera persona, aparentemente próximos a un yo parecido al del
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autor (aunque no idéntico a él), es un dato que revela la ruptura de distancias en la comunicación ficcional. La separación convencional entre autor y narrador ha ido quedando descalificada”. Entre otros, estos elementos mencionados, que son rasgos de la postmodernidad, también se encuentran en La lluvia amarilla. Se puede mirar a La lluvia amarilla desde otra óptica, y es como novela existencial. Afirma Óscar Barrero Pérez (La novela existencial española de posguerra. Gredos, 1987) que “Con el final de la guerra civil española, el mundo cultural padece los efectos lógicos de una paralización a la que las circunstancias políticas derivadas de una nueva situación no son ajenas.” Continúa: “Desde finales de los años treinta, un sentimiento general de angustia parece impregnar, aun antes del comienzo de la contienda mundial, la literatura del momento”. Manifiesta el mismo autor que en España se registra una corriente novelística próxima a las ideas existencialistas: duda, incomunicación, pesimismo, vacío, tedio, culpa, dolor, la vida como perpetuo estado de lucha contra una realidad superior, y al final de ella, la muerte; y personajes enfermos, agónicos, solitarios, con un futuro incierto. Al igual que otros autores españoles de la posguerra, Llamazares “fija su atención en tipos humildes, grises, intrascendentes, sin más problemas que los de subsistir día a día y perderse a veces en el mundo añorado de las evocaciones”. Fragmento de La Desintegración del yo en La lluvia amarilla, de M.L. Ana Cecilia Morúa (Universidad de Costa Rica)
Escenas de cine mudo, 1994 En Escenas de cine mudo, Julio Llamazares define así la memoria, coincidiendo en buena medida con Carmen Martín Gaite y Juan Benet: "la memoria es una mina oculta en nuestro cerebro. Una mina profunda, insondable y oscura, llena de sombras y galerías, que se va abriendo ante nuestros ojos a medida que avanzamos dentro de ella; una mina tan profunda como los hundimientos de nuestros sueños".
Fragmento de Memoria y representación en la narrativa española contemporánea Francisco Caudet (Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.Centro de Investigaciones Socio Históricas)
El cielo de Madrid, 2005 Llamazares precisó que "no se trata de una novela sobre la movida. Es un viaje a través de la memoria y una reflexión alrededor de la búsqueda de la felicidad". El autor reflexionó con tono amargo sobre cómo la sociedad empuja a la gente hacia el éxito social y profesional, descuidando la dimensión interior del ser. "De alguna forma, es una novela contra el éxito. El tipo de éxito que está vacío", dijo. Fragmento de Julio Llamazares retrata en 'El cielo de Madrid' el viaje hacia la madurez, por Andrea Rizzi eh El País, 18 de febrero de 2005
Tanta pasión para nada, 2011 No espere encontrar aquí el lector acciones trepidantes, grandes intrigas, sucesos espectaculares o hechos misteriosos, ni tampoco personajes llamativos. Hallará pasiones humanas, demasiado humanas- y momentos decisivos que dan cuenta de una vida entera y, a 8
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menudo, la tuercen o la rompen. Así Djukic, el jugador del Depor encargado de lanzar un penalti en el último minuto del último partido de Liga, teniendo en sus pies la posibilidad y responsabilidad de dilucidarla; el viejo Mario que en su ronda de despedidas reencuentra inesperadamente al gran amor de juventud y se dispone a vivirlo antes de morir; Man, un periodista romántico-aventurero al que las para él detestables fiestas navideñas sorprenden en Madrid cuando vive la desazón y la extrañeza que le produce una repentina prejubilación; Neme, cuya vida (y muerte) encarna como pocas la suerte de Don Tancredo: "Un continuo deslizarse hacia la nada, hacia la pasividad total, hacia la estatua que siempre fue"; la monja fallecida en accidente de coche a la salida misma del pueblo donde se hallaba su convento la primera vez que, en treinta y cinco años, rompía la clausura para acudir al hospital; o la suerte del pobre acordeonista de 'Mírame en la oscuridad'. Son vidas tan pegadas a la realidad como presas del tiempo, cuyo transcurso Llamazares puntea a partir de unos pocos hechos significativos (porque las representan y también las transcienden), y enmarca en su peculiar circunstancia (que en algunos casos las determina y condiciona) y en el espacio o escenario, que el autor describe con la pericia a que nos tiene acostumbrados, sea el lilar de un convento o una aldea perdida en las montañas. Fragmento de La vida, una pasión inútil, por Ana Rodríguez Fischer en El País (19 de febrero de 2011)
Las lágrimas de San Lorenzo, 2013 Otra vez la soledad. Un hombre solo, con su hijo, contemplan el cielo, son mirados por el tiempo. “La soledad y el tiempo. Seguramente porque esos dos elementos son los que mueven mi vida y la vida de todos. Para mí escribir es aquello que decía Pessoa: mi manera de estar solo, y una lucha contra el tiempo. Por eso el ejercicio de escribir es tan contradictorio: te exige soledad cuando tú lo que quieres es escapar de ella, puesto que escribes para comunicarte, y te requiere tiempo cuando tú lo que quieres es luchar contra el tiempo. En esa contradicción transcurre mi vida”. Es inevitable buscar paralelismos entre Las lágrimas de San Lorenzo y La lluvia amarilla. “Pero se trata de dos novelas muy diferentes. Es verdad que hay una presencia en el cielo en todas mis novelas, un mismo estilo y una parecida prosa, un mismo gusto por la evocación poética, pero los argumentos de ambas novelas son muy distintos, así como su estructura”. En ambas cuenta “la vida que no viví”, pero es cierto que “escribiendo se viven muchas más vidas de las que te corresponden. Porque las novelas son vidas que pudimos vivir y no vivimos”. “Escribir”, dice, “es buscar la música de las palabras. Fragmento de Julio Llamazares: “Las novelas son vidas que no vivimos y que pudimos vivir”, por Juan Cruz en El País (16 abril 2013)
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Distintas formas de mirar el agua, 2014
Voces sobre las aguas, por José Carlos Mainer En Babelia 14 de febrero de 2015
En 1968 se llenó el embalse del Porma y anegó los pueblos leoneses de Vegamián, Campillo, Ferreras, Quintanilla, Armada y Lodares. En aquel año, Julio Llamazares tenía nueve de edad, era hijo del maestro de Vegamián y fue de los primeros en abandonar la zona en pos del nuevo destino de su padre. Los personajes de su novela, Distintas formas de mirar el agua, proceden de Ferreras y fueron de los últimos en salir: como todos los vecinos, fueron realojados, muy lejos de allí, en la comarca palentina de Tierra de Campos, donde ese mismo año de 1968 se completó la desecación de la laguna de la Nava y se construyó uno de aquellos “pueblos de colonización” —Cascón de la Nava— que el franquismo declinante seguía presentando como una de sus grandes conquistas sociales. Ahora, en el año 2014, esta novela cuenta el último regreso de una familia a la vista del agua que cubrió sus tierras para arrojar allí las cenizas de quien fue marido, padre, suegro o abuelo de todos ellos: el hombre que siempre quiso volver, como si fuera —piensa Raquel, su nieta, un tanto pedante— un “Ulises campesino y provinciano cuyo sueño era volver al sitio en que nació por más que nadie lo esperara allí”. En aquel lugar —cavila Alex, otro de sus nietos— que ha venido a ser “una gran fosa común hecha con agua en lugar de con tierra”. Llamazares no cuenta sus propios recuerdos, por supuesto, pero seguro que esta excelente novela coral ha sido de gestación lenta. Su acusado interés de siempre por la larga agonía de la vida rural española no busca un testimonio político, ni siquiera sociológico; de estos destinos de desarraigo le importa más la perduración de los lazos vitales y la fuerza de la resignación laboriosa. A la orilla del embalse que guarda su pasado, todos saben que “hay distintas formas de mirar el agua” y que “depende de cada uno y de lo que busque”. Y no es casual que estas palabras —eco del título— sean las de un hijo del muerto, Agustín, al que todos tuvieron por deficiente mental y vivió como una sombra fiel y trabajadora. A su modo ha sido feliz. Pero tampoco hay tragedia en ningún otro de los viajeros, porque no les ha ido tan mal en la vida: la tierra de la laguna era mala pero abundante, alguno de los hijos pudo estudiar y otros emigraron; ellos y los nietos forman ya esa suerte de clase media que ha ido brotando en este país, fruto de tantos años de sacrificio de campesinos o de obreros. En 1988, cuando se hizo un clamor la lucha contra los nuevos embalses, Llamazares publicó una de las novelas más leídas de aquellas fechas La lluvia amarilla, donde cedía la palabra al último campesino que había vivido en el pueblo de Ainielle, en la comarca pirenaica del Sobrepuerto de Biescas. Ahora quienes monologan son los descendientes de Domingo, el expulsado de Ferreras. Los yernos y los nietos miran el nuevo paisaje con admiración. “La verdad es que es maravilloso”, empieza Miguel, su yerno. Pero Elena, su nuera, o María Rosaria, novia de un nieto, sienten que “sobrecoge este paisaje sin alma”, o que aquella belleza tiene algo de “siniestro”. A Teresa, la hija mayor, le fastidia en el fondo esa actitud admirativa: “Algunos exclaman mientras lo contemplan: ¡Qué bonito! Y qué triste, añado yo”. Y es que varios de los visitantes recuerdan otro viaje, cuando acudieron a ver las ruinas de los pueblos —cubiertas de fango— en ocasión de un desembalse. En alguno se advierte la mala conciencia: en José Antonio, el hijo que se estableció en 10
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Barcelona; también en Virginia, la hija que se hizo maestra, estudió fuera del pueblo y también le fue mal en su matrimonio. En otros, predomina un cierto rencor por la vida perdida, como sucede a Teresa, la hija mayor; Jesús, uno de los nietos, no entiende la fijación en el pasado, esa “negatividad” que en la vida de su abuela “guía todas sus actuaciones”, mientras que Daniel, el nieto que se hizo ingeniero de caminos, dedica buena parte de su monólogo a justificar la inevitabilidad de la destrucción del pasado en función del porvenir. Sólo la viuda de Domingo, el patriarca familiar, no mira el paisaje: sólo se ve a sí misma, a su marido, al afán de aquel tiempo en que “íbamos de un lado a otro gastando nuestras fuerzas y la vida en el trabajo de volver aquí”. Ninguno de estos monólogos sucesivos ha buscado El autor no cuenta sus recuerdos, representar el habla de cada cual. Ha sido una buena por supuesto, pero seguro que decisión que no obstaculiza en absoluto la esta excelente novela coral ha convincente caracterización de cada personaje y la sido de gestación lenta trama fascinante de la historia. Tampoco lo hizo Llamazares en La lluvia amarilla donde, sin embargo, la urgencia dramática del relatorio era más acusada: “La soledad entró en mi corazón —leemos allí— e iluminó con fuerza cada rincón y cada cavidad de mi memoria”. Aquí el rito funerario común acompaña una autorreflexión más sosegada y quizá fatalista. Y en este sentido, Distintas formas de mirar el agua, revela la cercanía Las lágrimas de San Lorenzo (2013), donde un padre y su hijo conversan largamente a la vista del espectáculo que buscaban: la lluvia de estrellas de los primeros días agosteños, en una noche pasada en la isla de Ibiza. Las estrellas o el agua son escenario propicio a la conversión del recuerdo espontáneo en biografía meditada. Y quizá también dan una tácita lección de piedad por el pasado y estoicismo ante el futuro, como lo hace esta novela conmovedora, intensa y madura. Mi visión de la realidad es poética, entrevista por Yolanda Delgado Batista
En Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid Pocos somos los afortunados a quienes se nos presenta la ocasión de provocar un encuentro con uno de los escritores a los que admiramos no solo por las palabras que nos regala cuando sostenemos sus libros en nuestras manos, sino por los sentimientos que destilan y que siento míos. Sí, Julio Llamazares es uno de los creadores más sólidos y consecuentes de la literatura española actual. Este autor, enemigo de encasillamientos y definiciones, a la sombra del cuasi anonimato, disfruta libremente sus paseos por los barrios de Madrid, para luego retirarse, en silencio, a su oficio. Allí, en su taller —como el artesano—, pule y da forma a esa materia mágica que son las palabras. Fue en una de estas calurosas tardes de julio cuando tuve la suerte de disfrutar la compañía de Julio Llamazares, con quien conversé sobre literatura y cine. (...) Pues, detrás, hay otro pueblo que le dicen Nocedo y que se llama así porque allí vivía el rey cristiano y, entonces, el rey Mon, que quería conquistarlo, iba y le decía desde lejos: "¿Cedes o no cedes?" Y el cristiano: "No cedo". Y, así un día y otro día hasta que el pueblo se quedó con Nocedo.
(El río del olvido) Tú, que eres un contador de historias, ¿por qué crees que los seres humanos necesitamos historias? En este tipo de cosas se suele contestar con frases contundentes y lapidarias. Pero a mí no se me ocurre ninguna. Lo que sí sé es que desde el origen del hombre está la necesidad de contar 11
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y de que te cuenten historias. En la infancia lo primero que pedimos es que nos cuenten cuentos y cuanto más fantásticos mejor. En las noches de las tribus africanas o europeas enseguida alguien empieza a contar historias. Decía Juan Cruz, tu compatriota, que las novelas son historias que contamos para olvidar otras historias. Y yo creo que hay parte de razón. Las novelas son historias que la gente lee para olvidar otras historias que les están ocurriendo. Aunque no siempre. Yo creo que, en parte, sí hay un aspecto de evasión de la realidad a través de la fantasía y, por otro lado, ocurre lo contrario, que también son historias que nos ayudan a interpretar la realidad y a conocer nuestra propia historia. Mi voz será como un paréntesis de duda
(La lentitud de los bueyes)
Estudiaste derecho, ¿cómo surgió tu vocación literaria? La literatura es algo vocacional en sentido estricto del término, no en el sentido religioso. Yo desde que me recuerdo a mí mismo, desde que tengo uso de razón o de memoria, me recuerdo escribiendo. En mi entorno no había nada que me empujara hacia la literatura. De pequeño vivía en un pueblo minero donde no había ni un libro seguramente. Digamos que no tenía un ambiente precisamente literario, sino todo lo contrario. Y, sin embargo, siempre me recuerdo escribiendo o queriendo escribir cosas desde los ocho o diez años. Estudié Derecho por accidente, como digo, por exclusión. Pero yo sabía que lo que quería hacer era escribir y, bueno, ejercí de abogado un año. Trabajo en el periodismo como otra faceta de la literatura; para mí el periodismo forma parte de lo mismo, del afán de contar; y que tiene la ventaja sobre la literatura de que te permite, de una forma más inmediata, vivir de lo que haces. Pero no solo he concebido el periodismo como un paso hacia la literatura, porque ahora —que podría dedicarme solo a la literatura— sigo haciendo periodismo porque me gusta. Fue el principio del fin, la iniciación del largo e interminable adiós en que a partir de entonces, se convirtió mi vida. Como la luz del sol, cuando se abre una ventana después de muchos años, rasga la oscuridad y desentierra bajo el polvo objetos y pasiones ya olvidados, la soledad entró en mi corazón e iluminó con fuerza cada rincón y cada cavidad de mi memoria.
(La lluvia amarilla)
Tu forma de escribir está muy pegada a la tierra. Podríamos decir que eres un escritor romántico. Sí, creo que soy un escritor romántico, aunque es una palabra muy devaluada últimamente. En el sentido original que es el de la conciencia de escisión del hombre con la naturaleza, de la pérdida de una edad de oro ficticia porque nunca ha existido. En ese sentido soy un escritor romántico, sobre todo porque me tomo la literatura como un fin en sí mismo y no un medio para algo, para ser famoso, para hacerme rico, para lo que sea. Para mí la literatura es un fin en sí mismo y, en ese sentido, soy un escritor romántico. Los temas que abordo no los elijo yo, porque creo que el escritor no elige los temas, sino que los temas le eligen a uno en función de su propia vida, de su trayectoria personal, pues esos también son temas que entran dentro de la órbita del romanticismo. Yo creo que el propio hecho de escribir es una actitud romántica, es un acto de romanticismo. Y siempre en soledad... El acto de escribir es un acto solitario. Escribir es un vicio solitario. Lo que ocurre es que en estos últimos años —no conozco las razones— se ha convertido en una actividad prestigiada 12
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socialmente. Entonces al escritor se le exige también que sea personaje social. Yo no estoy de acuerdo con eso. No estoy dispuesto, sobre todo por carácter. Yo soy —tímido no tanto— poco sociable. Soy sociable con la gente que quiero y tengo confianza, pero no me gusta ir de escritor por la vida. Me parece una falacia. Y de la literatura lo único que me interesa es escribirla o leerla. Todo lo que hay en torno a la literatura: el mercado, el glamour..., me parece una mentira que no tiene nada que ver con la literatura y, sobre todo, lo que hace es impedirte escribir normalmente. ¿No crees que tanto a la literatura española actual como al cine les faltan argumentos capaces de reflejar realidades más cercanas? El cine, la literatura, el periodismo, y muchos de las actividades sociales y culturales de la España de los últimos veinte años han estado muy contaminados por este afán de modernidad que nos entró a todos a raíz de la normalización del país. De repente España, que era un país de medio pelo, se ha creído —seguramente por complejo de inferioridad— el país más moderno del mundo y para ser modernos lo primero que había que hacer era no responder al arquetipo de lo español y recordar de dónde venimos y quiénes somos. Esto es un grave error que pagaremos y que estamos pagando ya en todos los sentidos porque de repente la cultura de cartón piedra responde a unos arquetipos prefijados por una serie de personas que dicen por dónde tienen que ir las cosas, cuando el país es el que es y la realidad es lo que es. Y por eso decía yo, a propósito de Flores de otro mundo [película dirigida por la directora española Icíar Bollain y guión de Llamazares, que obtuvo este año el Premio de la Semana Internacional de la Crítica en el Festival Internacional de Cannes], de Barrio de Fernando León, de Solas de Benito Zambrano, que el cine, entre otras cosas, como la literatura, entre otras cosas, siempre tienen que ser reflejo de su tiempo. En España no lo ha sido en los últimos años o no lo ha sido en todo. Si tú tienes que entender este país a través de las películas que se han hecho en los últimos veinte años sobre todo las películas que más éxito han tenido dentro y fuera de España, verás un país que no tiene nada que ver con éste. Es decir, fuera de España el cine que se conoce fundamentalmente es el de Almodóvar. En Canadá o en Polonia deben pensar que España es un país de travestidos, de modernos de diseño, y España es eso en una mínima parte pero sobre muchas más cosas. Sobre todo lo que quería decir, y eso pasa en el cine y en el periodismo y en la literatura, es que hay un fenómeno de ensimismamiento, de autocomplacencia que consiste en que las películas hablan de lo que le pasa a la gente que trabaja en el cine, no de la gente que pasa por la calle, y la literatura —mucha literatura— habla de los que se dedican a la literatura y no de lo que pasa a la gente que anda por la calle. La cultura española — según muchos de los que la teledirigen o de los periodistas— ha vivido una época de vacas gordas. Creo que no es exactamente así, que ha habido más ruido que nueces. ¿Vislumbras un cambio? Está cambiando; como todo, se va a normalizar. Todo se habrá de normalizar. Pasando esa especie de fiebre de modernidad y de esa repentina riqueza de los pobres de comba que nos entró a todos, pues España va a ser, en todos los sentidos —está siendo ya—, un país que está avanzado muchísimo en muchísimas cosas, pero no precisamente en la cultura. España ha avanzado mucho políticamente, económicamente, pero culturalmente ha vivido en una especie de campana de cristal, en una especie de nube de autocomplacencia que se va desvaneciendo. Yo creo que todo volverá a la normalidad y la literatura volverá a hablar, como el cine y como el periodismo, de las cosas que realmente importan a la gente, no de las cosas que determinadas personas dicen que le importan a la gente.
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(La Felguera. 14 de marzo de 2015) Con la primera palabra nace el miedo y, con el miedo se incendia la hojarasca del conocimiento y del olvido.
(La lentitud de los bueyes) ¿Por qué olvidaste escribir poesía? Porque se me olvidó rezar. Escribir poesía, yo creo, es escribir oraciones laicas y hubo un momento en que a mí se me olvidó rezar, como también se me olvidó rezar en la iglesia. Pero yo creo que sigo haciendo poesía en todo lo que escribo, porque mi visión de la realidad es poética. Mejor o peor, pero poética en el sentido de aplicar una cierta subjetividad límite a la contemplación. Creo que la literatura, si no tiene un substrato poético no es literatura. Son historias que se cuentan, sin más, pero lo que da un plus a un relato, a una historia, lo que hace que se convierta en literario, es el substrato poético y yo he procurado mantener ese substrato, que he heredado de cuando escribía poesía, incluso en el tratamiento del lenguaje —que es lo que es la literatura—. Amasar la memoria es bondad de alfareros, lentitud de veranos de fabulación.
(Memoria de la nieve)
Yo creo que la labor de un escritor es contar de la mejor manera posible; de los miles de millones de formas de contar una historia, tratar de contarla de la mejor manera posible. No se trata de contar una historia por contarla, sino de sacarle el máximo jugo a esa historia, y eso solo se consigue a través de la manipulación del lenguaje. Otros trabajan manipulando hierro, manipulando la piedra…, el escritor trabaja manipulando el lenguaje y creo que la labor del escritor, en cierto modo, es como la labor de los ríos que van puliendo las piedras hasta que producen una música determinada en el agua. Los escritores hacemos eso, lo que yo entiendo por escritor: limamos, pulimos las palabras como si fueran piedras hasta que producen una música y una poesía determinada que es la que uno pretende. (...) La discusión se extiende, cada vez más enconada, por los mismos derroteros y argumentos de todos los veranos. Los asturianos insisten en la vieja sentencia de que Asturias es España y el resto tierra conquistada y Socorro -la bayeta en mano- se defiende diciendo que León es, en efecto, una provincia conquistada pero no por los moros, sino por los borrachos asturianos.
(El río del olvido) ¿Estás de acuerdo con que tu literatura está comprometida con el mundo rural? No es exactamente eso; eso sí que es el Romanticismo, la escisión entre el hombre y la naturaleza. Lo que ocurre es que simplemente yo vengo de un mundo y he sido trasplantado a otro, como le ocurre por otra parte a la mitad de los españoles en primer o segundo grado. Decía Julio Caro Baroja que durante miles de años en Europa se vivió sustancialmente igual. Cambiaban cosas, pero se vivió de la misma manera; y en este siglo y sobre todo en España, más tarde que en el resto de Europa, se produjo el gran cambio cultural, que fue el cambio de la cultura rural a una cultura urbana. Esa escisión entre una cultura y otra yo la he vivido personalmente, porque nací, me crié los primeros años en lugares pequeños, y luego toda la vida he vivido en ciudades. Ese salto de una cultura a otra, esa sensación de escribir y de pérdida, aunque sé que no se puede volver atrás —ni yo querría volver atrás—, creo que forma 14
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parte de mí y por eso hablo de ello; no porque lo añore, sino porque, como la mayor parte de los escritores, bien por ese afán de modernidad, bien porque su propia vida es diferente, hablan de una sola de las dos Españas. El hecho de que haya alguien que se preocupe —porque yo también escribo historias que pasan en ciudades y en lugares lejanos—, el que alguien se preocupe de una manera más intensa de ese otro mundo, ya parece que se ha especializado y que lo reivindica. Yo no reivindico nada, simplemente que yo soy eso. Yo soy alguien que viene del mundo rural y vive en el mundo urbano. Ni reivindico el mundo rural ni lo añoro, ni hago una alabanza de aldea y menosprecio de corte porque si no yo no estaría aquí. Pero quizás destaca más porque, como vivimos en un país que es el que tenemos, pues parece que nadie quiere preocuparse de estos mundos que están ahí, que desaparecen, y el hecho de que alguien se preocupe de ello, parece que se especializa en ello. Yo no quiero especializarme en ello, pero, simplemente, a mí me afecta. Hombres valientes, acostumbrados desde siempre a la tristeza y soledad de estas montañas.
(La lluvia amarilla)
Como muy bien lo refleja Flores de otro mundo, los pueblos españoles empiezan a ser repoblados de una manera muy original: ahora llega gente de otros sitios y de otros países. Esto trae consigo una transformación brutal del mundo rural. Eso está ocurriendo mucho; no es algo anecdótico. Icíar Bollaín y yo encontramos viajando por Guadalajara, por Soria, por Teruel muchísimas parejas de este tipo. Yo creo que eso no va a solucionar nada, lo único que delata es una desesperación. Una soledad tan profunda que la gente busca soluciones a veces disparatadas. Igual que la desesperación del hambre llevó a la gente a conquistar América y obligó a mucha gente a irse de muchos pueblos de Extremadura, ahora son los americanos los que vuelven. Yo creo que esta película pone el dedo en la llaga en un problema muy, muy grave y muy marginado, porque la prensa no habla de él si no es de forma esperpéntica, casi folklórica y risible, que es la soledad de la gente del campo. España está llena de pueblos habitados por gente sola que no tiene ninguna posibilidad de salir de ahí y que se busca por sí misma soluciones disparatadas, desesperadas y un poco esperpénticas, como la de traerse mujeres de América. Pero es algo que está ocurriendo. En ese sentido, la película de lo que habla es de la soledad, de la soledad de la gente; de las chicas dominicanas o cubanas sin ninguna esperanza de vida; y de la soledad de unos solterones perdidos por los pueblos de España que se juntan para buscar una solución común, lo que no parece que sea una solución muy fiable. Además, con una realidad muy diferente a la que vivieron nuestros padres y nuestros abuelos; se perdería cierta identidad. Se crearía otra; si funcionara, llegaría un momento que veríamos en la provincia de Teruel a un labrador africano en un tractor, lo mismo que ocurrió en América. En realidad, de lo que habla la película no es tanto de la inmigración, sino de la soledad, la soledad de la gente, de cómo huye de la soledad buscando fórmulas, las que sean, para salir de ahí. Hasta el momento, Julio Llamazares ha escrito cinco guiones cinematográficos. En 1984 escribió y protagonizó Retrato de un bañista, dirigida por José Mª Martín Sarmiento. Tres años más tarde, el director Julio Sánchez Valdés contó con su colaboración para llevar a la pantalla su novela, Luna de lobos. En 1995 escribió el guión de El techo del mundo, que dirigió Felipe Vega. Ya en este año, Llamazares ha escrito el guión de la última película de Icíar Bollaín, Flores de otro mundo.
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¿Cómo nació tu vinculación con el cine? De una manera accidental. A mí el cine me gusta mucho, he visto mucho cine pero nunca me había planteado escribir nada para el cine. La primera cosa que escribí fue a raíz de la adaptación de una novela mía, Luna de lobos. El director, Julio Sánchez Valdés, me propuso escribir con él el guión y la verdad es que me encantó la experiencia, porque es muy diferente de escribir solo una novela a larguísimo plazo. Escribes con otro, discutes y luego lo ves en imágenes al acabar. Es otra forma de escribir. A raíz de esto fui entrando en una inercia y ya el propio Julio contó conmigo para su siguiente película. ¿No fue Retrato de un bañista tu primera colaboración? Fue una colaboración mínima anterior a Luna de lobos en la que, además, salgo de actor. Fue una experiencia, casi un divertimento. [El pueblo leonés de Vegamián quedó sepultado para siempre en el fondo del embalse del Porma, en las montañas de León. En una ocasión fue vaciado y entonces el pueblo surgió del lodazal. Esta circunstancia fue aprovechada por Martín Sarmiento para rodar Retrato de un bañista, con Julio Llamazares como protagonista.] En la película de José María Martín sarmiento aparecía Vegamián, tu pueblo natal, emergido de las aguas. ¿Qué recuerdo guardas de aquello? Es muy difícil de describir. Hay que tener en cuenta que yo apenas viví allí, que apenas tenía raíces allí. Mi familia era la familia del maestro y cuando comenzaron a construir el embalse se fue. No tenía abuelos, ni hubo generaciones viviendo allí, pero la sensación de volver al lugar donde nací y verlo lleno de lodo; Entrar en tu casa, en las habitaciones que todavía están allí, llenas de barro y de truchas muertas… es una sensación muy difícil de describir. Yo creo que es de las experiencias que marcan a uno. Terminamos la entrevista hablando de su reciente viaje a Israel, donde pronto, además de su ya traducida Luna de lobos, se podrá leer La lluvia amarilla y Escenas de Cine mudo. Por fin, en un acto romántico, pude entregar a Llamazares la imagen que me asalta siempre que leo su poesía, poesía que lucha derrotada contra el óxido del tiempo que amarillea el paisaje de nuestros caminos. © Yolanda Delgado Batista 1999 El URL de este documento es http://www.ucm.es/info/especulo/numero12/llamazar.html
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Julio Llamazares: “La memoria histórica de un país es su literatura”, entrevista por Javier Rodríguez Marcos En Babelia
14 de febrero de 2015 El autor relata en 'Distintas maneras de mirar el agua' el destierro olvidado de los vecinos de pueblos sumergidos en pantanos. “Son los judíos españoles del siglo XX” "Todavía existe”. La vida de Julio Llamazares está tan unida a lugares desaparecidos que cuando habla del pueblo en el que pasó casi toda su infancia —Olleros de Sabero— aclara sin darse cuenta de que todavía existe. Los que no existen, o no del todo, son Vegamián —el lugar en el que nació en 1955, hoy anegado por un pantano— y Ainielle, la aldea deshabitada del Pirineo aragonés en la que situó la acción de La lluvia amarilla, su segunda novela, que lo consagró en 1988. Tras décadas siendo algo así como “el escritor del pueblo sumergido”, Llamazares publica Distintas formas de mirar el agua, el relato coral Llamazares, en su casa de Madrid después de la entrevista. de una familia que vuelve al embalse del Porma Julio / Alejandro Ruesga —el que anegó Vegamián— para dispersar en sus aguas las cenizas del patriarca. En su casa de Madrid, el escritor cuenta que siempre ha escrito el mismo libro, que todo lo que ha hecho son variaciones sobre el primer verso del primer poema de su primer libro. Lo dice metafóricamente, pero, por si acaso, el libro es La lentitud de los bueyes. De 1979. El verso es este: “Nuestra quietud es dulce y azul y torturada en esta hora”. Son las cinco, llueve. No es literatura. Por fin su novela sobre los pueblos sumergidos. Casi a los 60 años. ¿Le ha costado? La verdad es que he tenido la sensación de escribirla como al dictado. Tardo mucho entre novela y novela. Esta es la sexta en esos 60 años. Hubo dos detonantes: haciendo un reportaje sobre el pantano de Riaño fui a un pueblo de colonización de Palencia y me impresionó que la gente me dijera que cuando pasaron de la montaña a la llanura tuvieron que aprender a mirar porque se perdían sin puntos de referencia. Además, los habían alojado en una laguna desecada y cuando llovía volvía a aflorar el agua, así que tenían que dormir con la mano colgando de la cama por si acaso. Esas imágenes removieron en mí todo lo acumulado. ¿Y el otro detonante? Una conferencia que me invitaron a dar en un congreso sobre el agua. Me pidieron que hablara sobre mi relación con Juan Benet como ingeniero del pantano que cubrió Vegamián. Las dos cosas hicieron que brotara de golpe esta novela. Es como cuando llevas mucho tiempo escribiendo y un día le das a la impresora y sale todo seguido.
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El libro lleva una cita de Benet, que le dijo que usted era escritor gracias a él. Lo hacía por provocar, en su estilo, y yo lo tomé como un insulto. No tuve mucha relación con Benet, pero creo que era un gran tímido que combatía su timidez atacando. Hizo por conocerme. Para mí era un escritor muy importante y nuestra relación fue extraña: por un lado, mantenía su pose de ingeniero escritor arrogante; por otra, siempre me preguntaba por la gente de allí. ¿Y tenía razón? Polemizamos sobre el cierre de Riaño, en 1987, y usó esa frase. Con el tiempo he pensado que tenía razón. Esta novela trata de responder a la pregunta que siempre me hacen sobre cómo me ha influido nacer en un pueblo sumergido. Supongo que como a otro nacer en Madrid o en África, pero imagino que ese sentimiento de pérdida, destrucción y desarraigo que recorre mis libros viene de ahí. Vegamián es un símbolo, no un lugar. Es esa sombra que se adivina bajo el agua cuando pasas por allí en verano. Esa es mi patria, una sombra bajo el agua. ¿Se acuerda de Vegamián? Muy poco. Nací allí por azar. Mi padre era el maestro de la escuela y me fui con dos años. Cuando empezaron las obras nos mudamos a un pueblo minero cercano. ¿Olleros? Olleros de Sabero, que todavía existe, aunque muy decaído por el cierre de la minería. Me dicen: “Escribes de cosas muy tristes”, pero miro para atrás y todos los lugares por los que he pasado o están bajo el agua o son arqueología industrial o no queda nadie. No es que sea mejor ni peor, es lo que yo he vivido. De ahí me viene la sensación de ser un extranjero que vive en España. ¿Cuándo tomó conciencia de que su pueblo estaba bajo el agua? En 1983. Vivía ya en Madrid y un director de cine, José María Martín Sarmiento, quiso hacer una película —El filandón— con cuentos de autores leoneses. Yo escribí un guion para rodarlo en un pueblo cercano al pantano y al llegar para rodar lo primero que veo son las ruinas de Vegamián emergidas del agua. Estaban vaciando el embalse para revisar la presa. Fui a la casa en la que nací: estaba llena de truchas muertas atrapadas en el lodo. Escribí tres poemas pero fui incapaz de seguir. Me di cuenta de que la palabra es muy limitada, y yo, más. Te pueden obligar a todo menos a no recordar, o a recordar. El trabajo de los escritores es recuperar todo lo que puedas del peso del olvido Los personajes de su novela se quejan de que el ingeniero los menospreció. ¿Fue así? Por lo que yo he oído contar, fue así. Salvo el dueño de la venta de Remellán, en la que Benet escribía por las noches, nadie me ha hablado bien de él. Pero este libro no es un ajuste de cuentas: yo tuve una relación cordial con Benet y como escritor lo admiro mucho. Era la época. ¿La época? Entonces los ingenieros eran dioses, pero también los médicos y hasta los maestros de escuela. Los ingenieros eran dioses que podían cambiar la naturaleza y tu vida. Estabas en tu casa y te caía encima el aparato del Estado. Vegamián fue en la época de Franco, pero Riaño en la de Felipe González y no sé si recuerdas imágenes de la Guardia Civil entrando en el pueblo como los israelíes en Gaza. Y era el PSOE, que antes había criticado los pantanos. Pero esto es una novela. Mi postura ante los pantanos no es de cerrazón. Las cosas hay que hacerlas porque hace falta el agua pero sin tratar a la gente como animales. Pese al drama, sus personajes reconocen que la vida les fue mejor. Los dos temas de la novela son el punto de vista —para unos el paisaje es precioso; para otros, tenebroso— y el desarraigo. Los damnificados por los pantanos son los judíos españoles del 18
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siglo XX, el suyo es un destierro desconocido para la mayoría de la gente. Muchos saben que hay pantanos, pero no que hay pueblos debajo del agua. ¿Mereció la pena? Los pantanos no siempre han servido para el regadío. Es que muchos no fueron construidos para lo que le dijeron a la gente. El progreso es necesario pero hay muchas formas de enfocarlo, y en los países tercermundistas se hace a lo bruto. Es muy posible que hoy las comisiones de medio ambiente impidieran la construcción del de Riaño. Mucha gente no sabe que ese pantano fue la contraprestación que Iberdrola exigió al Gobierno de Felipe González a cambio de cerrar la central nuclear de Lemóniz cuando ETA mató al ingeniero Ryan y la cosa se puso muy grave. ¿Por qué? Riaño está en la cabecera del Esla, que es el río más caudaloso de la cuenca del Duero, es decir, el más caudaloso de España de los que no desembocan en el mar. No iban a regar el sur de la provincia de León, Valladolid y Palencia, que algo debe regar, el objetivo era garantizar el caudal para todas las presas que hay a lo largo del Duero, que son las que producen energía eléctrica. Se manipuló a la gente. Los más defraudados por Riaño eran los que más a favor habían estado: los presuntos regantes. Veinte años después no regaban. Usted ha escrito que la actitud del PSOE entonces fue su desengaño político. Es que coincidieron dos cosas en ese tiempo y, por cierto, en las dos estaba Benet, que fue uno de los que apoyaron el sí en el sí en el referéndum de la OTAN. Riaño me dio la oportunidad de decir lo que no había dicho cuando sepultaron Vegamián porque era un niño. Eso y la vida, que te va enseñando que es mentira dividir el mundo entre buenos (los míos) y malos (los otros). Vuelta al pueblo fantasma Julio Llamazares volvió a Vegamián en 1983. Habían vaciado el pantano y las ruinas del pueblo emergieron. Fruto de aquella visita fueron el guion cinematográfico 'Retrato de bañista', publicado por Del Oeste Ediciones, y tres poemas ahora recogidos en Versos y ortigas (Hiperión), su poesía reunida. En uno de ellos dice: “Como una ciencia antigua de vapor de plomo. Como un lobo de piedra que el río arrastra hacia el abismo. Aguas negras y acero, entre la niebla helada la muerte viene y va”. ¿Pasa lo mismo entre la ciudad y el campo? Su novela habla también de la desaparición del mundo rural. R. Para mí cualquier tiempo pasado fue peor. No hay que idealizar ni el mundo rural ni el urbano. Aparte de que ahora no hay distinción entre uno y otro. Los medios de comunicación lo han homogeneizado todo. Vas a un instituto a Plasencia y a otro a Madrid y no sabrías dónde estás si te cierran los ojos antes de llegar: visten igual y dicen las mismas cosas. Mi opinión al respecto es la suma de todas las voces de esta novela. Los escritores somos muy vanidosos y solemos poner nuestros rasgos al protagonista, pero es mentira, lo que refleja la verdadera personalidad del autor es la suma de los secundarios. En la edición del 25º aniversario de La lluvia amarilla se sorprendía del éxito de la novela porque pensaba que el tema y el estilo eran anacrónicos. ¿Su estilo es anacrónico? No es que lo crea, es que lo era para el gusto dominante. Luna de lobos salió en el año 1985, en plena movida, cuando hablar de la Guerra Civil era de mal gusto. ¿Es verdad que mandó el original a una dirección equivocada? ¡Y no tenía copia! Es que era un desastre. Tampoco es que ahora sea muy ordenado, pero… Entonces ser joven no era un plus como ahora, era un handicap. Con menos de 40 era difícil 19
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publicar novela. Seix Barral me gustaba y, aunque no conocía a nadie, actué con picardía porque entre las pocas cartas que había recibido comentando mis libros de poemas había una de Gimferrer. Miré la dirección en un ejemplar de Confieso que he vivido, las memorias de Neruda, y la mandé a la calle del Tambor del Bruc, todavía me acuerdo. La editorial estaba ya en otra calle y el cartero la llevó allí. Mi padrino literario fue el servicio de Correos. Pese al gusto dominante, tuvo sus lectores. Y tres años después La lluvia amarilla fue un gran éxito. Lo que he descubierto es que hay dos países. Uno es el que aparece en los medios y otro el real. Ese es el que se identificó con La lluvia amarilla, que no es que fuera anacrónica, es que estaba fuera de lugar en la España oficial de entonces. Tú leías los periódicos y las novelas tenían que hablar de ciudades y detectives. Todos éramos muy modernos, queríamos ser un bote de Colón y salir anunciados en la televisión. Y venía usted con sus historias de pueblo. Me cayó el sambenito de escritor rural. Incluso sobre El cielo de Madrid Rafael Conte dijo que era una novela rural aunque pasaba en Madrid. Joder, ya puedes situar una novela en Marte, que no te sacan de la casilla. También dijeron que era el campeón de la literatura ecológica. Yo soy lo más contrario a la visión romántica de la ecología, aunque tampoco estoy en el otro lado. Tenía razón Einstein: es más fácil desintegrar un átomo que una idea preconcebida. Los libros te emocionan o no te emocionan. Como me dijo una vez un lector, es como meter los dedos en un enchufe: hay libros que dan calambre y libros que no. Yo siempre me he sentido fuera de lugar, no lo digo con prepotencia, todo lo contrario. Lo que me ha ayudado es el eco que los libros han tenido en la vida real. La lluvia amarilla fue un fenómeno. La gente bautizaba a sus hijas con el nombre del pueblo, Ainielle, viajaban a visitarlo… Toqué una fibra que estaba lejos de saber que tocaba. Es el monólogo de doscientas páginas, o las que tenga, de un hombre que se muere. No parece lo más comercial. Algunos la tomaron por algo que no es: la Biblia de la desaparición de un mundo. A veces más que halagarme me sobrecoge saber que hay gente que va andando al lugar, que duerme allí, he recibido cartas de lectores a los que se les apareció el personaje… Si lo llego a saber la hubiera situado en un pueblo más cerca de la carretera para que no tuvieran que subir doce kilómetros. La gente ve en los libros cosas que uno no ha puesto.
Julio Llamazares. / Alejandro Ruesga
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Lo que sí ha puesto son padres. Sus novelas están llenas. Incluso esta última: el muerto es el protagonista. ¿Lo había pensado? Lo estoy pensando ahora que me lo dices. Es verdad. Padres callados, duros, bondadosos pero que no quieren parecerlo. Tal vez los libros, en lugar de los críticos, deberían analizarlos los psicoanalistas. ¿Se llevaba bien con su padre? Sí. Dentro de lo que uno se lleva bien con su padre. Yo es que creo que todas las relaciones son complicadas: con los padres, las madres, la pareja, los amigos… ¿Leyó sus libros? Murió en 1996. Sí, leyó varios. La imagen de mi padre, más que en mis libros la he visto reflejada en una de las novelas que más me han impresionado siempre, Muerte de un apicultor, de Lars Gustafsson. ¿Su madre los leyó? Alguna. Cuando acabó La lluvia amarilla me dijo: “Está bien, está bien, pero ¿por qué escribes cosas tan tristes?”. Como diciendo. “Si tampoco has llevado una vida tan…”. ¿Y qué respondía usted? Que no era mi vida sino la del personaje. Es que yo no sé por qué escribo. Para consolarme de la vida, supongo. La literatura es un consuelo. Leerla y escribirla. Lobo Antunes dice que la imaginación no es más que la memoria fermentada, y estoy muy de acuerdo. Escribo sobre mi memoria, la de mi familia y la colectiva. Por eso soy tan raro y por eso soy tan normal. Para algunos de sus personajes la memoria es destructiva; para otros, fundamental. Uno de ellos, Alex, reivindica algo que se parece mucho a la memoria histórica. ¿Comparte su opinión? Saber que España es después de Camboya el país con más muertos en las cunetas debería hacernos pensar. Memoria histórica es una redundancia. La memoria histórica de un país es su literatura, y su arte. Se ha reducido a la Guerra Civil, pero memoria histórica también son los pantanos, la expulsión de los judíos… Estar en contra de la memoria es como estar en contra de pensar o de soñar. Te pueden obligar a todo menos a no recordar, o a recordar. La vida se resume en una lucha entre memoria y olvido, y el trabajo de los escritores es recuperar todo lo que puedas del peso del olvido.
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Sobre la escritura y los lectores… …ha dicho Julio Llamazares… Cuando una cola de seguidores espera para conseguir su firma ¿Qué siente?
Me siento agradecido y halagado, porque todos somos vanidosos. Uno escribe para comunicarse con los demás. Y si hay gente que tiene la paciencia de esperar, lo menos que puedes hacer es agradecerle esa paciencia y la fidelidad. Mi mayor orgullo como
escritor es que mis lectores me son fieles. Entrevista de Rocío Cantero en El Periódico de Extremadura (9 de mayo de 2011)
Otra persona puede ver esta historia en la suya propia y usted en alguna ocasión ha mencionado que prefiere hacer reflexionar al lector. Lo que hago cuando publico un libro es poner un espejo delante de los lectores, contarme a mí mismo la novela que quisiera leer. Un libro no es más que un espejo en el que el
lector se mira. No escribo para entretener a nadie, ni para aburrir, busco el entretenimiento de las emociones. Entrevista de Elena Santorromán en El Periódico de Aragón (29 de abril de 2013)
"Tengo la impresión de que ha sido una novela escrita como al dictado, porque es algo que se ha ido madurando como cuando tienes un tumor dentro de ti y llega un momento que estalla", señala este poeta, narrador y articulista que siempre parte, al escribir, "de sentimientos, de recuerdos y de pensamientos". Esa es "la sustancia de la escritura. El objetivo del escritor
es producir electricidad poética, que el lector tenga la sensación de meter los dedos en un enchufe. La literatura tiene que dar calambre ", subraya el autor de obras como Luna de lobos, La lluvia amarilla o Las lágrimas de san Lorenzo. Fragmento del artículo Julio Llamazares: "Ser apátrida te da libertad", en La Vanguardia.com (12 de febrero de 2015)
En libros suyos como El río del olvido o Cuaderno del Duero el agua fluye y, por tanto, está viva. Aquí es al contrario: está inmóvil. ¿Es también la negación de la vida? El agua es la vida, pero también la muerte. Es el elemento de fundación de civilizaciones, de ciudades, pero también las ha arrasado. Es un símbolo de la historia y la memoria de la 22
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humanidad. Es curioso, porque es verdad que en mis libros hay mucha presencia del agua en forma de río, de viaje, en este caso el agua está vista desde la perspectiva del espejo de la muerte, son diferentes puntos de vista del mismo tema. Al final, en el pantano, la forma de
mirar el agua es un espejo para que el lector se refleje en él
y proyecte su propia visión, su propia mirada del mundo en el que se encuentra y la vida que está viviendo. Entrevista de Xesús Fraga en La Voz de Galicia (12 de febrero de 2015)
En los encuentros con los lectores, "siempre aprendes algo, porque el oficio de escribir es de los más solitarios que existen" y el creador no conoce la reacción del público "salvo en casos como éste y a veces escuchas cosas que realmente te sorprenden porque, al fin y al cabo, cada lector es un mundo y lee un libro
diferente, porque el libro como objeto fijo no existe, un libro es un espejo en el que el lector se mira y cada uno se refleja de una forma", ha resaltado. Fragmento del artículo de Europa Press Zaragoza publicado con motivo de la participación de Julio Llamazares en el ciclo 'Conversaciones con el autor', que organiza la Diputación Provincial de Zaragoza (9 de noviembre de 2013)
La escritura es la más solitaria de las artes. El músico puede ver la reacción del público, el de clásica si el personal carraspea y el director de cine puede ir a una sala de cine y ver si la gente ríe cuando él pretendía. El escritor, no”. Llamazares disfruta de la soledad pero, contra lo que algún lector llegó a pensar, no es aquel anciano solitario en su delirante último día de vida de La lluvia amarilla. Frente a la posible decepción de quien se lo imagina un alma solitaria, se define sociable aunque suspira por ese “lujo asiático” que es coger un periódico y tomarse un café sin que nadie lo moleste. “Nunca he podido entender por qué quieren ser famosos”, se interrogó el escritor, “siempre he defendido el anonimato”. Y el paseo como fuente inagotable para la literatura. “Yo escribo mientras paseo”, aseguró. También que sin título de antemano, no hay posible novela. Fragmento del artículo Julio Llamazares: “Si el tiempo no se detuviera, no sentiríamos lo que sentimos” por Carlos Pérez Cruz en eldiario.es (26 de abril de 2013)
Julio Llamazares expone en Las lágrimas de San Lorenzo su visión de la vida y encuentra su tema principal en "el paso del tiempo". "Escribimos porque el tiempo pasa, leemos
porque el tiempo pasa y escribimos y leemos para entender algo de este misterio, de este sinsentido de la vida, y de eso trata esta novela". Fragmento del artículo de Europa Press Zaragoza con motivo de la participación de Julio Llamazares en el ciclo 'Conversaciones con el autor', que organiza la Diputación Provincial de Zaragoza (9 de noviembre de 2013)
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V Encuentro de Clubes de Lectura de las Bibliotecas PĂşblicas de Asturias
Julio Llamazares
(La Felguera. 14 de marzo de 2015)
NOTAS
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