La esquina de los milagros

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LA VANGUARDIA 5

V I V I R

LUNES, 7 ABRIL 2014

CIUDADANOS hermana de tres, Thiane. Los fruteros son sus yayos. Los padres de los niños, Samba y Fatu, nunca se imaginaron “que hubiera gente tan buena y que nuestros hijos iban a tener unos abuelos blancos”. Manolo y Antonia han estado a su lado siempre que ha hecho falta. Les han cambiado los pañales, los han vestido y los aman tanto como a su otro nieto, Pol, el primero de su sangre, pero el tercero en venir al mundo. El alma no entiende de colo-

Quian y Chen miran las mesas vacías de su bar y también se preguntan cuándo acabará la mala racha

DAVID AIROB

Lassana y su hermana, Thiane, besan al yayo Manolo, en la frutería de la calle Cristóbal de Moura donde han pasado tantas horas DOMINGO MARCHENA Barcelona

E

l barrio del Besòs, entre Barcelona y Sant Adrià, una tierra de aluvión de inmigrantes en el franquismo, ha experimentado una transformación espectacular, pero la crisis, que aquí parece sempiterna, sigue dando la bienvenida. Los murcianos, andaluces, gallegos y extremeños de ayer son los marroquíes, pakistaníes, senegaleses y ecuatorianos de hoy. Nada como la esquina de la calle Cristóbal de Moura con Alfons el Magnànim refleja la evolución demográfica y sentimental del barrio. A un lado, la frutería del señor Manolo. Al otro, el Montserrat, un bar de toda la vida que ahora regenta un matrimonio chino. La frutería tiene la fatalidad de estar junto al Día con más ventas de toda España. Pese a un competidor tan duro, el señor Manolo, de 64 años, capea el temporal y

Una frutería y un bar ejemplifican la evolución demográfica y sentimental del barrio del Besòs

La esquina de los milagros

res, como se vuelve a comprobar a menos de veinte metros de la frutería, nada más doblar la esquina, en el bar Montserrat, que a lo largo de estos años ha ido cambiando de manos, pero no de nombre y que resiste el embate del tiempo, como la farmacia Pastrana, donde aún recuerdan la papelería Pino o la zapatería Moya, cerradas hace muchísimos años y reconvertidas hoy en un almacén y un restaurante pakistaní. Quian y su esposa, Chen, compraron el bar hace dos años. Ellos también han notado que cada vez entran menos clientes. “Quienes antes se tomaban una cerveza y un bocadillo, ahora piden apenas un café”. De vez en cuando, les ayuda David, un muchacho espigado, muy alto para sus catorce años recién cumplidos, y de tez inequívocamente no asiática. El joven, que podría pasar por dominicano o puertorriqueño, con sus tejanos y su gorra de visera, sorprende a la parroquia cuando se dirige al mostrador en un perfecto mandarín. Si alguien le pregunta cómo es posible, David contesta con la ingenuidad de su edad: –¿Qué pasa? ¡Si yo soy chino! Le encanta dejar de piedra a los camareros de los restaurantes orientales “No soporto que me hablen en español y a mis padres, en chino”. Quian y Chen tienen otros dos hijos, de 8 y 10 años, pero que no sorprenden a nadie porque tienen los mismos rasgos que ellos. Y qué pasa, como diría David, que también es su hijo. Nada, y menos en Barcelona, donde tantas parejas son padres de niños

“Dos plátanos y 45 céntimos de fresas”, nada resume mejor la crisis para Manolo, el frutero del barrio

Son malos tiempos, pero la frutería y el bar tienen un eficaz antídoto contra la caída de la economía

demuestra las cosas que los supermercados nunca tendrán. Un cliente le abraza y le enseña, con un guiño de complicidad casi infantil, unas tijeras y un peine. “Ya, ya”, le contesta Manolo con la mirada húmeda. Luego explica: “Ha sido barbero toda su vida. Pobre, tiene alzheimer”. Conoce a casi todos sus clientes. Cada vez más personas pagan moneda a moneda o compran la fruta por piezas. Dos plátanos, tres tomates... La caja registradora es un confesionario: “¿Cuántas fresas me puedo llevar

de aspecto asiático. A Quian y Chen sólo les preocupa que la economía mejore y que sus hijos, sus tres hijos, estudien y sean personas de provecho, a ser posible sin tantas privaciones y sin tener que trabajar tanto como ellos, que tuvieron que cruzar medio mundo y recorrer 9.000 kilómetros para tratar de salir adelante. Quian, Chen, Samba, Fatu, Manolo, Antonia. Los hijos, los nietos. El secreto de la humanidad. Lo único que frena la crisis y evita que todo se vaya al traste. Sacrificio, bondad, amor.c

DAVID AIROB

Chen y su marido posan orgullosos con el mayor de sus tres hijos, David, en el bar Montserrat

por 45 céntimos?”. Todo eso le recuerda al frutero su dura infancia en Málaga, trabajando desde los siete años, casi como el niño yuntero de Miguel Hernández. Sólo alguien que ha pasado hambre y que sabe lo bueno que es un men-

drugo de pan duro se merecía este premio. Manolo y su mujer, Antonia, otro corazón de oro, como sus hijas, Milagros y Montse, se apiadaron una mañana de una senegalesa de aspecto muy cansado y que cargaba a la espalda con

un bebé. Su marido estaba en una obra y ella se iba a vender baratijas a Malgrat de Mar. “Si quieres, deja aquí al niño hasta la tarde”. Y así un día. Y otro. Y otro. Lassana, Las, tenía entonces cuatro meses. Hoy tiene siete años y una


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