Dirección General
Gloria Inés Palomino Londoño
División de Información y Cultura
Cruz Patricia Díaz Cardona Sala Antioquia
María Yohem Taborda Cardona Cristina Silva Rodríguez
Comunicaciones, Extensión Cultural y Medios Audiovisuales
Juan Carlos Sánchez Restrepo María Victoria Suárez Gutiérrez Mariluz Donado Montoya
Investigación y Autoría de textos:
Jairo Morales Henao Luz Posada de Greiff
Curaduría y Diseño de Catálogo y Exposición:
Leonardo Sánchez Perea Asistencia editorial:
José Gabriel Baena Editor General:
Jairo Morales Henao
© Derechos Reservados 2015 Carrera 64 Nº 50 – 32 / Medellín – Colombia 460 05 86 Ext: 223 www.bibliotecapiloto.gov.co
“Por la caricatura puede llegarse más al fondo de la verdad de cada época”. Germán Arciniegas
Contenido Prólogo 7 Revistas y periódicos de caricaturas publicados en Medellín –mediados del siglo XIX a principios del XX
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Benigno A. Gutiérrez
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Miguel Angel del Río – “Mar” – Eladio Vélez
Horacio Longas
Antonio José Robledo Ceballos José Posada Echeverri
Guillermo Jaramillo Vélez Gustavo Facio Lince Periódico El Bateo
Rubén Henao Morales
Salvador Arango Botero Arturo Puerta Lucena
Alberto Lalinde Arango
Samuel Santiago Santamaría
Campo Elías Arango, “Campo” Fabio Ruiz Osorno Sebastián Robles
Lorenzo Márquez
La caricatura en “El Correo”, de Medellín
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Velezefe 72 Hernando Escobar Toro Elkin Obregón
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Jairo Morales Henao.
Luz Posada de Greiff
Medellín. Licenciado en Filosofía y Letras de la Universidad Pontificia Bolivariana. Director del Taller de Escritores de la Biblioteca Pública Piloto desde hace 20 años, del Taller Avanzado en la misma institución y editor del boletín cultural y bibliográfico Escritos desde la Sala, publicación de la Sala Antioquia de la Biblioteca Pública Piloto.
Yarumal, Antioquia (1933). Licenciada en Bibliotecología de la Escuela Interamericana de Bibliotecología de la Universidad de Antioquia (1961). Es Miembro de número de la Academia Antioqueña de Historia y de la Sociedad Bolivariana de Antioquia. Ha desempeñado su profesión en la Dirección de la Biblioteca de la Academia Colombiana de Historia, Bogotá. Biblioteca Pública de Arlington, Massachusetts; Biblioteca de la Andi, Medellín; Dirección de la separación de la biblioteca Sai-Camacol, Medellín; Biblioteca del Centro Colombo Americano, Medellín; Sala Antioquia de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín.
Libros publicados: Desencuentros (cuentos, dos ediciones: 1984, Colección de Autores Antioqueños; 2000, Fondo Editorial EAFIT); Atardecer en el parque (novela infantil, Editorial Libros y Libros, 2009); El carpintero soñador (teatro juvenil, Zani Editores, 2001); José Restrepo Jaramillo (Premio en ensayo, 1990, Serie Autores de hoy, Concejo de Medellín); Medellín en su narrativa (antología, Biblioteca Básica de Medellín, ITM, 2006); La ciudad y sus escribas (ensayo, Biblioteca Básica de Medellín, ITM, 2003), El texto y la mirada 1 y 2 (reseñas críticas, Biblioteca Pública Piloto, 1992-1996); Oficio lector (reseñas críticas, Ediciones UNAULA, 2014). Un cuento suyo fue incluido en la Antología comentada del cuento antioqueño, de Mario Escobar Velásquez, Medellín, Thule Editores, 1986. Y otro cuento suyo fue incluido en la Segunda antología del cuento corto colombiano, de Harold Kremer y Guillermo Bustamante, Bogotá, Universidad Pedagógica Nacional, 2007.
Ha publicado diferentes clases de textos en la Revista de la Universidad de Antioquia, el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República, El Magazine de El Espectador, El Mundo Semanal (suplemento literario del periódico El Mundo), Dominical de El Colombiano, y en otras revistas culturales y suplementos literarios nacionales. Participó en el proceso de constitución de la Red Nacional de Talleres de Creación Literaria.
Producción bibliográfica: Andrés Posada Arango, su vida y su obra- Bogotá, Fondo FEN, 1995; Medellín, su origen, progreso y desarrollo / Jorge Restrepo Uribe (1981); Parroquia de San Ignacio de Loyola, 25 años, 1967-1992; Jorge Restrepo Uribe: su influencia en el desarrollo de Antioquia (1992); Investigación y textos para la exposición “Botánicos Antioqueños”, en los 10 años de la Sala Antioquia, 1995. Entre los reconocimientos que ha recibido figuran la “Medalla Luis Florén” otorgada por la Escuela Interamericana de Bibliotecología y su Asociación de Egresados y, de estas mismas, la distinción “José Félix de Restrepo”.
Panorama de la caricatura en Antioquia en el siglo XX
Prólogo
En 1987 el Banco de la República le encomendó a la Biblioteca Pública Piloto de Medellín la coordinación del inventario de caricaturas publicadas por caricaturistas antioqueños en diferentes épocas y medios, principalmente durante el siglo XX. La investigación hacía parte de un vasto plan de recuperación del trabajo de los caricaturistas colombianos. Se constituyeron equipos de investigadores en distintas ciudades del país. En Medellín se formó uno compuesto por Luz Posada de Greiff, Juan Escobar y Miguel Escobar Calle (q.e.p.d), quienes recopilaron alrededor de 2.000 caricaturas y fotografiaron el 50% de ellas. El resultado de esta tarea se encuentra desde entonces al servicio de los investigadores, en la Sala Antioquia de la Biblioteca. Se han sumado con posterioridad unas siete mil caricaturas más, para un total aproximado de diez mil.
El proyecto comprendía, como uno de sus productos finales, la edición de varios libros, tanto sobre algunos caricaturistas en particular, como acerca de la caricatura de conjunto en algunas ciudades. Se editaron así catálogos, verdaderos libros, sobre Pepe Mexía, Alberto Arango Uribe, Pepe Gómez y Hernán Merino, y sobre la caricatura en Bogotá y Bucaramanga. Circunstancias fortuitas dejaron el libro sobre la caricatura en Medellín en el limbo. Diez años después, Luz Posada de Greiff, motivada por esa fase trunca del trabajo, se dedicó a difundir dicha investigación en las páginas del boletín de la Sala Antioquia Escritos desde la Sala, resultado de lo cual fueron los ocho primeros artículos de la serie. A su retiro de la Sala Antioquia, creí un deber elemental continuar con ese trabajo. En adelante, sobre la base de aquella investigación realizada en 1987, me he ocupado en redactar los textos sobre el tema que han ido apareciendo en las páginas del boletín. Incluso los dos o tres textos siguientes al último escrito por doña Luz, los publiqué con el nombre de ella, porque lo consideré de justicia poética. Pero en adelante resolví hacerlo bajo mi propio nombre, no tanto porque el trabajo de redacción me pertenezca, ni porque haya agregado nuevos caricaturistas investigados y datos debidos a rastreos particulares míos, lo que es rigurosamente cierto, sino porque en ellos adelanto opiniones
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personales que desbordan, no que contradicen, los planteamientos iniciales recogidos en la investigación de 1987.
La difusión progresiva y constante de aquella investigación apuntaba a una meta que ahora se cumple: realizar una exposición para difundir el Fondo de Caricatura de la Sala Antioquia y acompañarla con un catálogo que de hecho, por su volumen, es un libro. El título, tanto de la exposición como del catálogo: Panorama de la caricatura en Antioquia en el siglo XX, es rigurosamente exacto. La exposición, por ejemplo, incluirá, desde luego, caricaturas de Ricardo Rendón, pero el catálogo no contiene artículo sobre él, porque es el caricaturista colombiano a quien más se han dedicado libros y artículos, y no tendríamos nada esencial que agregar a lo ya dicho y mostrado. Tampoco aparece artículo sobre Héctor Osuna, pues aunque nacido en Medellín, se fue a vivir a Bogotá con su familia cuando aún no había terminado sus estudios primarios, y fue en la capital donde no solo hizo el bachillerato y la carrera de derecho, que no ejerció nunca por no haberse graduado, sino donde adelantó toda su trayectoria de caricaturista.
No se incluyen en el catálogo todos los caricaturistas cuyo trabajo se recuperó en esa búsqueda de 1987, pero sí una selección representativa de los más destacados –hubo casos de caricaturistas que, aunque investigado, recuperado y organizado técnicamente una parte considerable de su trabajo, no se escribieron textos sobre ellos en la compilación de biografías que permanece inédita, por considerarse que de casos como Horacio Longas y Luis Fernando Vélez (“Velezefe”), por ejemplo, abundaba en el medio información más que suficiente en libros, catálogos y en lo que aportó la recuperación de diferentes tipos de documentos– y de otros menos afamados, que lo fueron por circunstancias diversas, como la personalidad elusiva y hasta misteriosa de algunos de ellos; la manera juglaresca, casi anónima, como otros ejercieron su oficio, o el carácter transitorio que tuvo la presencia de no pocos en el oficio en la caricatura. Cronológicamente decidimos llegar hasta Velezefe y Elkin Obregón (nacidos en 1937 y 1940, respectivamente) porque en algún lugar había que hacer el corte. En la Sala Antioquia, el Fondo de la Caricatura en Antioquia continuó acrecentándose hasta el día de hoy, con base en artículos, catálogos y recortes de prensa, con los que se han formado nuevos libros artificiales. Ya vendrán investigadores que se ocuparán de caricaturistas de las últimas
Panorama de la caricatura en Antioquia en el siglo XX
generaciones. Como lo anota con mucha sabiduría el crítico e historiador del arte Álvaro Medina, a propósito de un libro suyo sobre el arte en Colombia durante un período específico, no ignoramos el carácter precursor de este catálogo, su destino de ser superado en el futuro por una obra mayor, realizada por un equipo que se ocupe no solo, como lo hemos hecho en esta agrupación de textos, de la obra individual de nuestros caricaturistas, sino de los contextos en los que realizaron su trabajo: histórico, urbano, político, intelectual y artístico, y que en estas páginas se lee, obviamente, y en primer lugar, en las caricaturas mismas, y algo también en nuestros textos, pero no de manera sistemática. Ya vendrá ese trabajo futuro. Las condiciones están dadas: un acervo documental voluminoso y bien organizado, personas conocedoras e interesadas en el tema, y el presente catálogo, que, a la vez que un paso en esa dirección futura, es una realización valiosa en sí misma, útil y necesaria, último paso de aquella investigación de 1987, pendiente desde entonces. Aunque no exhaustiva, como ya lo señalamos, hicimos lo que pudimos, y lo mejor que pudimos, y lo cierto es que en adelante, los futuros investigadores del tema tendrán en este catálogo un punto de apoyo de una gran ayuda, un tramo recorrido. También hemos dado un paso adelante respecto a esfuerzos anteriores, como la exposición titulada “Caricatura Colombiana”, realizada en 1981 en el Recinto Quirama, con el apoyo de varias instituciones, exposición que se apoyó y divulgó con la edición de un catálogo, del que afortunadamente se conserva un ejemplar en la Sala Antioquia, y como la “Muestra Didáctica” llamada “Caricatura y Humor Gráfico”, efectuada por el Departamento de Extensión Cultural de la Cámara de Comercio de Medellín en el año 1984, apoyada también con la edición de un catálogo, que conservamos igualmente en la Sala Antioquia. Jairo Morales Henao
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Revistas y periódicos de caricaturas publicados en Medellín –mediados del siglo XIX a principios del XX
Para iniciar esta historia, registramos aquí algunos títulos de publicaciones periódicas del siglo xix y principios del xx, cuyo estilo era crítico divertido o joco-serio, según sus respectivos editores, o estaban dedicadas exclusivamente a la caricatura.
EL COMETA. El No. 1 es de mayo de 1853. “De aparición caprichosa”. Crítico satírico. En la presentación, sus editores hacen notar que será de “estilo zumbón, remontado, sublime, etc.” Todos sus artículos son jocosos. El No. 1 está ilustrado en su primera página. Parece que tuvo muy corta duración. Sólo conocimos los números 1 y 2.
ORLANDO PARLANTE. Nadie las mueva/ que estar no pueda/ con Orlando a prueba. El no. 1 es del 11 de mayo de 1860. Conocimos tres números con un total de 32 páginas. Imprenta de Balcazar. Crítico divertido. LA LECHUZA. Periódico joco-serio, con ínfulas de literario. El No. 1 es de junio 7 de 1875 y el último conocido es el No. 9 de octubre 18 del mismo año. Quincenal. Editorial Silvestre Balcazar. Su precio es de 30 cvs. pagados por anticipado. Anónimo. En la presentación que comprende toda la primera
Panorama de la caricatura en Antioquia en el siglo XX
página explican por qué sale en forma anónima. Dice: “Empero, nosotros, con la fe del carbonero seguimos adelante con nuestra empresa, pues confiamos en que todos los antioqueños amigos del progreso intelectual de sus conciudadanos verán con gusto la aparición de un nuevo periódico creado y sostenido (subrayado nuestro) por unos cuantos jóvenes de la Universidad de Antioquia”. Más adelante dice: “… declaramos: ‘La Lechuza’ es puramente literaria; las echará de jocosa, de criticona y se reirá a más no poder de todas las cosas y personas que pertenecen al ridículo”. En realidad, sólo algunos de sus artículos en verso son jocosos.
Entre los seudónimos con que firman sus colaboraciones encontramos los siguientes: Sósides, Ben-Belei, Gazel, Jeneral Carrasco.
El número dos se enfrasca en una discusión con el periódico conservador-oposicionista El Ciudadano. El No. 17 de junio 10, 1875 de El Ciudadano había dicho que habían sabido “de buena tinta que colaborarán en aquel los señores Abraham García e Isidoro Isaza”. En los nueve números estudiados, aparecen artículos sobre El Ciudadano. CIRIRÍ. Directores Jesús del Corral y Jesús Velásquez García. El No. 1, Serie 1, está fechado el 11 de abril de 1897. A partir de 1903 se publicó en Bogotá. Sale cada semana. Hay noticias serias y noticias humorísticas, muchas de ellas en verso. A partir del No. 16 del 31 de julio de 1897, trae caricaturas en la 1ª. Página. La correspondiente a e sta fecha tiene como protagonistas a Miguel Antonio Caro y a Rafael Reyes. Caro:- ¿Estará Reyes creyendo que me está engañando a mi? Majadero, le estoy viendo las clavijas desde aquí.
Reyes: -Con un poco de paciencia y un zarpazo bien pegado, le quito la Presidencia cuando esté más descuidado. En 1914 aparecieron en Medellín dos revistas de caricaturas de las cuales no hemos encontrado ningún ejemplar. Fueron ellas Guerra y Paz, cuyo primer número es del 30 de marzo de 1914. En julio va ya en el número 14. El periódico El Sol, de Medellín, No. 912 de julio 7 de 1914, p. 1, c. 1, en la sección “Apuntes para el periodismo en Medellín” la reseña.
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Y la revista Etcétera, fundada por Miguel Ángel del Río -Mar-. Su primer número es del 28 de junio de 1914. El periódico El Sol, de Medellín, No. 906 de junio 30 de 1914, comenta su aparición. En el No. 916, de julio 21 de 1914 del mismo periódico se hace la siguiente referencia al número 3 de Etcétera: “Trae el festivo colega una ingeniosa caricatura titulada ‘su majestad la vaca’. De la leyenda que la acompaña recortamos. -(El Concejo a la vaca): Señora viva tranquila
mientras protección le dé:
del parque abreve en la pila; para usté el atrio se alquila y es la villa para usté”.
Mientras el No. 923 de julio 20, en su sección ‘Prensa local’ dice El Sol lo siguiente en relación con el número 4 de Etcétera de julio de 1914
“Caricaturas sobre la manera de apagar los incendios en Medellín en que figura el consejo (sic) municipal tirándole buches de agua a un edificio que arde por todas partes”.
El 1 de enero de 1916 se publica El Año que tiene como director a J. Tobón Quintero. Anual. FAES. Hay otra revista, cuyo número 9 es de 1923, en la que se lee:
“Caricaturas. Suplemento de ‘SANCHO PANZA’. Director: Marco T. Venegas P.Tip. Externado. Valor del ejemplar, $0.20”
El ejemplar que conocemos (sin fecha) trae caricaturas de personajes conocidos en Medellín, con leyenda alusiva. Muy similares a los del Álbum de El Bateo. Están firmadas por G. Jaramillo V. y dos por Eladio Vélez y hay varias sin firma. En las últimas páginas trae dos caricaturas sobre temas urbanos. Luz Posada de Greiff
Panorama de la caricatura en Antioquia en el siglo XX
Miguel Angel del Río – “Mar” –
Nació en Medellín el 20 de julio de 1883. Fueron sus padres don José María del Río y doña Honorata Posada. Estudió en el colegio de los jesuitas y en la Universidad de Antioquia por poco tiempo porque prefirió continuar los estudios en la Escuela de Artes y Oficios cuyos ambiente y pénsum estaban más acordes con su espíritu inquieto y sus inclinaciones artísticas. Estaba dirigida en ese entonces por don Eulogio Correa. Allí trabajó en El Artesano, órgano de la Escuela, en cuyo número 10 de agosto 7, 1987, p. 1, publicó un zincograbado de Bolívar, su primer trabajo, para ilustrar el editorial titulado La República y cuyo comienzo dice así:
“Queremos hoy, cuando adornamos El Artesano con el primer zincograbado, obra de Miguel Ángel Río, niño de 12 años de edad, quien seguramente tendrá el mismo genio de su tocayo, el grande, -daros alguna idea de la fecha gloriosa que celebra la patria…”.
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Fue fundador con don Enrique Castro de El Bateo, en cuyo número 8 de agosto 16 de 1907, en primera página, apareció este aviso: “Miguel Ángel del Río
se encarga de la construcción de clichés para anuncios e ilustraciones”,
y en número posterior avisaba:
“Miguel Ángel del Río se encarga de hacer Figuritas para ilustrar avisos.
El Bateo los publica con un poco de recargo, a entera satisfacción del cliente”.
En febrero 5 del año siguiente -1908- Efraím de la Cruz y él ingresaron al periódico como caricaturistas y como tal permaneció allí por más de 25 años. Efraím se retiró en 1909 para radicarse en Bogotá y en ese momento fue MAR el encargado de caricaturizar personajes y situaciones políticas y sociales, no sólo con la línea sino con los versos y leyendas complementarias. En el número 1455-56-57, de febrero 4 de 1933, hay una entrevista con MAR por ser el más viejo colaborador del periódico, en la cual narra su vinculación, de la siguiente manera:
“La idea nos surgió en una tertulia íntima cuando unos cuantos vasos de cerveza o algunos tragos de ron iluminaron nuestro cerebro y nos señalaron el camino de desvararnos porque, a la verdad, no éramos entonces, como lo somos ahora, ningunos holgados pecuniarios”. En un principio era don Efraím quien escribía las siluetas “llenas de pintoresca agresividad sobre los sujetos de moda de la ciudad”. Además de caricaturista MAR fue periodista, escritor y poeta y trabajó como fotógrafo, fotograbador y pintor escénico.
Como periodista fundó en Manizales las revistas Arlequín, con Oscar Arana, en la que se publicaron caricaturas en colores, y Chanteclair con Juan B. Posada Cano. Y en Medellín Vis a vis, en 1911. De esta publicación no se conoce ningún número en Medellín. Aparece registrada en los catálogos de la Biblioteca de Zea de 1918 y de la Biblioteca Nacional en 1935. El Lucha-
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dor, órgano de la Sociedad de “luchadores” y defensor de los Derechos del pueblo. El número 1 es de agosto 29 de 1918. Aún se publicaba en 1924. Hay ejemplares en la Universidad de Antioquia. Y Etcétera, periódico de variedades y de caricaturas, aparecido el primero de junio de 1914. Este número inicial aparece comentado en el periódico El Sol, nro. 906, de 30 de junio.
En los números 916 de julio 21; 923 de julio 20 y 935 de agosto 3 de 1914, aparecen mencionados los números 3, 4 y 6 de Etcétera, respectivamente. No se conoce ningún ejemplar de esta revista, en Medellín. Como pintor escénico pintó telones para los teatros de la ciudad. Trabajó muchos años para la Compañía Colombiana de Tabaco y su nombre está muy ligado al diseño de la cajetilla de los Cigarrillos Pielroja. Al respecto hay muchas afirmaciones basadas todas ellas en la tradición oral. Algunas de ellas son:
Según su hijo Iván, Del Río fue el ganador del concurso convocado para escoger el diseño correspondiente. El presentado por Del Río tenía ocho colores. Más tarde Ricardo Rendón modificó el diseño y los colores. Arturo Puerta L. dice en su libro Medellín ciudad tricentenaria, que el diseño fue de Ricardo Rendón, modificado posteriormente por José Posada.
Pero la verdadera historia, basada en las actas que reposan en los archivos de la Compañía, y que fueron consultadas para escribir el libro Setenta y cinco años de progreso y servicio, es la siguiente: En 1923 hubo un concurso en el cual Miguel Ángel del Río presentó el indio a caballo, en tres colores. Como ya existía el Pielroja de Ricardo Rendón, se declaró a Del Río fuera de concurso, se le premió y se guardó la cajetilla, hasta 1940 cuando circularon las dos. En 1951 se unificaron en una con dibujo artístico de José Posada, modelo que aún se usa. Ganó otros concursos convocados por la Compañía Colombiana de Tabaco, con frases que se hicieron famosas en la propaganda usada para anunciar los cigarrillos.
Sus poemas y escritos permanecen inéditos en su gran mayoría, entre ellos la Comedia en un acto sobre el cigarrillo Pielroja (ca. 1940) cuyo libreto existe en la Compañía Colombiana de Tabaco de Medellín.
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Fue su esposa la señora Abigail Osorno. Y fueron cuatro los hijos: Miguel Ángel, Rafael, muerto en su juventud, Iván, publicista, y Oscar, residente en Bogotá.
Poeta Guillermo Valencia
Bibliografía sobre MAR
Antología de poetas de Antioquia, comp. Por Ernesto González y León Zafir. Medellín, Imprenta Departamental, 1953. 463 p. En las páginas 219 y 220 se reproducen dos poemas suyos.
Historia biográfica de la poesía en Antioquia por José A. Zapata A., publicada en Repertorio Histórico (Academia Antioqueña de Historia), Vol. 12, Nro. 134 (Mayo, 1934); p. 669-702. Poesías inéditas en poder de su hijo Iván.
Luz Posada de Greiff
Panorama de la caricatura en Antioquia en el siglo XX
Benigno A. Gutiérrez
Nació en Sonsón en 1889. Murió en 1957, en Medellín. En Sonsón, desde inicios del siglo XX, fue contador, concejal, personero, gerente de las empresas públicas. Director de varios periódicos literarios de corta existencia entre 1906 y 1931. Luego, empleado de la Contraloría Departamental entre 19491956. Ya desde 1954 era tipógrafo y corrector en la Editorial Bedout, donde fue también el editor de una decena de libros de autores como Manuel Uribe Ángel, Antonio José Restrepo –“Ñito”–, Gregorio Gutiérrez González, Porfirio Barba Jacob, Tomás Carrasquilla, Fernando González, entre otros. En su época de periodista literario fue también caricaturista. En El Gato Negro, cuyas caricaturas resalta Heriberto Zapata Cuéncar como “una de sus secciones más interesantes”, fueron publicadas xilografías de su autoría, siete de las cuales logramos encontrar en nuestras búsquedas, no así ejemplares del periódico. ¿Será posible que fuera el mismo don Benigno quien en 1931 firmaba sus caricaturas en El Bateo con el dibujo de un gato negro? Personajes de Sonsón constituyen el tema de estas xilografías, cuya calidad y sello original son patentes. Al pie de la caricatura escribía una semblanza del personaje, donde el afecto y el interés por estimular la obra pedagógica, musical o literaria que ellos cumplían, no impedían, para fortuna de biógrafos del futuro, que se filtraran datos concretos sobre sus vidas y trabajos. La obra de Benigno A. Gutiérrez como caricaturista es una tarea pendiente de nuestros investigadores, un capítulo por escribir en la historia de la caricatura en Antioquia. Luz Posada de Greiff
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Eladio VĂŠlez
Panorama de la caricatura en Antioquia en el siglo XX
En esta serie sobre la caricatura en Antioquia no podía faltar la mención de la obra que en dicho campo dejó el Maestro Eladio Vélez (Itagüí, 1897 – Medellín, 1967), figura reconocida de la pintura antioqueña y colombiana, y de quien, por lo mismo, sobra dar aquí mayores datos biográficos. Además, en los últimos trece años se publicaron tres trabajos principales sobre su vida y tarea artística: Paisaje, frutas, retrato. ELADIO VÉLEZ 1897 -1967 (Catálogo editado en 2002 por el Banco de la República para la retrospectiva sobre su obra y que incluye una cronología muy completa escrita por Miguel Escobar Calle, y textos de otros autores); Eladio Vélez, libro publicado en 1994 por la Alcaldía de Itagüí, Área Metropolitana de Valle de Aburrá y Escuela de Arte Eladio Vélez, también con textos de varios autores y cronología, y Eladio Vélez, libretas de apuntes 1927/1931, obra publicada en 1997 por el Fondo Editorial de la Universidad EAFIT, y que igualmente incluye textos, cronología y bibliografía.
Eladio Vélez fue uno de los apartes de nuestra investigación del año 1987 sobre la caricatura en Antioquia. El rastreo de publicaciones periódicas medellinenses como Sábado y El Bateo, y bogotanas como Mundo al día, nos lo impusieron como merecedor de una atención particular por el volumen y calidad de su trabajo caricaturístico y de ilustrador, que tuvo sus inicios hacia el año 1921 en revistas y periódicos de Medellín, como las ya mencionadas y Cyrano. En entrevistas concedidas muchos años después afirmaba que la caricatura había sido su iniciación artística. Comienza a firmar algunas caricaturas en Cyrano, Sábado y El Bateo en los años 1921, 1922 y 1923. Su veta de caricaturista recibió un gran estímulo con la vinculación a la última de las publicaciones mencionadas, dado el carácter jocoso del periódico, sobre el cual anotábamos cosas como las siguientes en la entrega número ocho de este Boletín: “Fue el primer periódico diario de Antioquia en el siglo XX. Desde su primer número se propuso ser un periódico jocoso, carácter que conservó toda su vida, excepto por un breve período (…) Por más de medio siglo fue El Bateo el periódico más representativo en cuanto a caricaturas se refiere y su nombre era sinónimo de agresividad, franqueza e ironía (…) Los caricaturistas principales de El Bateo fueron Eladio Vélez, José Posada y Miguel Ángel del Río (MAR)”. El asunto preferido de sus caricaturas fue el rostro. Se podría decir que casi el único. Medellinenses conocidos en diferentes esferas de la vida trans-
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vasaron al lápiz de Eladio algo del carácter moldeado por la vida en una nariz hiperbólica y triste, en la quilla de una mandíbula desafiante, en el ciclón de una cejas inmunes al paso de la claridad, en una cabeza hecha como de un molde que le vino estrecho y violentó los rasgos, en la blancura amorfa de una cara que quedó por concluir, en una frente suavizada por la inteligencia o aherrojada por el signo pesos. Escritores, artistas, políticos, negociantes, médicos, ingenieros, periodistas, sastres, notarios y demás fauna social, dejaron, al ser redondeados por la mano de Eladio Vélez, mucho más que esos rasgos sugeridores de un carácter individual, pues algo en ellos delinea también el mapa de lo que pudieron ser sus vidas, y con ello, las fronteras del acontecer ciudadano de entonces, el pulso, el ámbito vital, el croquis mental del Medellín del tranvía y el Bosque de la Independencia, de los puentes de La Playa y el Teatro Bolívar, de las vitrinas de los almacenes de Junín y las callejuelas retorcidas y estrechas de extramuros, de sus cafés famosos y sus bohemios, de la luna y las chimeneas fabriles, de las berlinas que ya se iban para siempre y los automotores que forzaban la desaparición de las callejas empedradas, de los niños descalzos y las mansiones de Prado, de las labores domésticas, de las avenidas arborizadas, la bruma de Santa Elena coronada por un sol entumecido y los rincones recoletos de la ciudad que tanto le gustaría pintar mucho después al Eladio Vélez pintor.
En 1925 realizó una exposición de acuarelas y caricaturas en el hall del Hotel Regina. Entre las caricaturas figuraban las de personajes como León de Greiff, Guillermo Valencia, Marco Fidel Suárez, Ñito Restrepo y Miguel Abadía Méndez, entre otros. Al respecto, Mundo al Día, en la columna “Notas de Arte”, subtitulada ese día “Un nuevo caricaturista”, dice lo siguiente: “Desfilaron ante el público las siluetas de muchos personajes que se han distinguido en las letras o en la política, sorprendidos en sus gestos característicos, apenas figuras de un divertidísimo guignol. Cultiva Vélez la caricatura de síntesis que hicieron célebre los artistas germanos y que ha triunfado hoy en todo el mundo. Busca ella la semejanza con el individuo, caracterizado más que en la exageración de los rasgos de su fisionomía, en la hábil simplificación de la línea. Esta tendencia, que ha llegado a la perfección entre nosotros con las caricaturas de Rendón, tiene en Vélez otro nuevo y feliz partidario”. En 1927 viajó a Europa y su nombre no vuelve a aparecer relacionado con la caricatura; al menos no con la caricatura política.
Panorama de la caricatura en Antioquia en el siglo XX
Se puede decir que su trazo en la caricatura nace maduro. Precisión, soltura, síntesis, voluntad de apresar más que unos rasgos, un alma, son características que se afinarían de una caricatura a la siguiente, pero que ya estaban en las primeras, aparecidas en Cyrano y Sábado en 1921. Por eso, si bien no puede negarse la presencia del humor en el tratamiento de los rasgos de un rostro –no recurriendo a la exageración que cae en la crueldad sino a la agudeza que aprovecha lo sobresaliente de un rasgo en el modelo natural para arrimar una sonrisa comprensiva con nuestras imperfecciones–, lo que de conjunto obtienen sus caricaturas es la intuición de un carácter, entrevisto desde una ironía equilibrada de bondad cristiana. Es cierto que su paso por la caricatura fue breve pero también es cierto que fue intenso, como lo comprueba su trabajo en El Bateo, periódico ya mencionado. El Bateo editó en el año 1923 un pequeño libro con una selección de sus caricaturas, donde se incluyen trabajos de tres de sus caricaturistas de planta del periódico: José Posada, B. Isaza y Eladio Vélez. El librito, cuyo original conserva la Sala Antioquia, es una joyita bibliográfica, una magnífica muestra condensada de un capítulo de nuestro pasado periodístico y una antología de los primeros pasos de nuestra caricatura y del trabajo de Eladio Vélez en este campo. Todos los elementos reseñados en esta nota consiguieron que sus caricaturas hayan sobrevivido la prueba del tiempo, que sean consideradas como de lo mejor que Antioquia y el país pueden ofrecer en el género y que mantengan vigencia como lectura de unos personajes de nuestro pasado histórico, cultural y cotidiano. Jairo Morales Henao
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Horacio Longas Longas es un breve pero luminoso capítulo de la caricatura en Colombia. Como en diciembre de 1985 la colección Ediciones Autores Antioqueños editó como volumen 18 un álbum con una selección de sus caricaturas, y la edición, aunque agotada, es de fácil consecución en las bibliotecas públicas y universitarias, y como su biografía figura en varios libros y catálogos se puede consultar igualmente hoy en día con mucha facilidad, es superfluo repetir su biografía en estas páginas.
Además, aquí cuenta como caricaturista de paso que fue. Su obra mayor, por la que fue y es reconocido –y por la que ante todo se le incluye en los libros y catálogos que mencionamos– la hizo al óleo, la acuarela, el dibujo, los baldosines, la talla en madera, la cerámica y la plumilla. Pero como caricaturista no se puede omitir en este catálogo; más que una injusticia, sería una estupidez.
En la solapa del Álbum de Caricaturas que hemos mencionado, y en la entrevista de Ana María Cano que hace de prólogo, nos enteramos de que en 1930 se inició como caricaturista en El Colombiano y en las revistas antioqueñas Alas, Claridad y algunas más. Fue tal la calidad que mostró en esas caricaturas iniciales, que a la muerte de Rendón en 1931, “en forma unánime la prensa y la opinión pública lo proclamaron como ‘el gran sucesor’ ”.
“Viaja entonces a Bogotá contratado por El Tiempo y El País como caricaturista e ilustrador”. Pero ya en 1935 está de regreso en Medellín, y “suspende de una vez por todas la caricatura, para dedicarse de lleno al óleo, la acuarela y las tallas en madera”.
Panorama de la caricatura en Antioquia en el siglo XX
Su talento, la formación en dibujo recibida del maestro Francisco Antonio Cano (aclaró que en pintura “aprendió solo”), de quien fue discípulo, y su esfuerzo personal, son el origen de la acogida tan grande que tuviera su trabajo como caricaturista. Pero a la vez era un artista muy consciente de sus talentos y limitaciones para la caricatura. No era asunto de inmodestia o apocamiento, sino de objetividad. Por eso explica en la entrevista con Ana María Cano cuando se le pregunta por el abandono tan radical de la caricatura: “¡Hombre…! El fuerte de Rendón era la chispa política, yo no tengo eso. Yo dibujo como él, el dibujo mío no era inferior, pero yo no tenía esa gran cualidad del hombre de la chispa política; dominaba el ambiente político, pues. Fue mejor caricaturista que yo”.
Si hojeamos el álbum con sus caricaturas comprobamos que no erraba en su juicio. No carecía por completo de chispa política, pero, desde luego, la distancia con Rendón era enorme, y la presión silenciosa que ejercía la obra de este –presión inmediata en el tiempo– fue tan grande que lo obligó a regresar a Medellín. Pero también acertaba en que su dibujo en absoluto era inferior al de Rendón; la precisión suelta de su trazo, que no deja dudas sobre los personajes de que se ocupa, sin que al hacerlo lo roce ni de lejos la rigidez académica; las asociaciones, no muy benignas pero certeras, del perfil de algunos personajes con la silueta de un animal, en su serie “Sombras chinescas”; los trazos sueltos y escasos pero suficientes para recuperar lugares, personajes y tradiciones de Bogotá y Medellín, como las tertulias del Café La Bastilla, La Botica de los Isazas y el Café Madrid, la Plazuela Uribe Uribe; la formidable serie “Personajes”, en absoluto inferior a las series de personajes de Rendón, y donde se exagera, desde luego, el rasgo fisionómico, pero no apuntando a la crueldad con un defecto físico o con la desarmonía de un cuerpo, sino a la insinuación o captura de un carácter; las viñetas pueblerinas o urbanas, donde, al igual
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que en sus óleos o acuarelas, y a pesar de la ausencia del color, se logra dar con el alma de un pueblo, del pueblo antioqueño. Porque en su caso, la caricatura no es extraña, marginal, al conjunto de su obra artística, sino parte orgánica de ella, una faceta del conjunto de su trabajo creador.
Imprescindible, pues, su inclusión en esta agrupación panorámica de la caricatura en Antioquia. Lo que su obra en este campo no alcanzó en volumen, lo consiguió sobradamente en eficacia estética y en alcance de representación de nuestra historia y geografía humana. Jairo Morales Henao
Panorama de la caricatura en Antioquia en el siglo XX
Antonio José Robledo Ceballos
Como en las otras artes, también la caricatura cuenta con sus hombres-sombra. Aquellos cuyo trabajo no alcanzó siquiera la dispersión de los periódicos y las revistas, pues se hizo humo en una fragmentación más radical: la de la calle, lo que en palabras más exactas quiere decir: en el encuentro amical o azaroso de los cafés, las esquinas, los salones, las librerías, los caminos, las esperas. Eso hace prácticamente imposible la recuperación de una parte aceptablemente representativa de su obra y, por ende, un seguimiento a su temática y evolución estilística.
Lo curioso es que en algunos casos sus vidas tuvieron una suerte parecida a la de sus caricaturas y siluetas. Los datos sobre ellos escasean tanto que el investigador o el curioso no logra bajarlos de la acera en sombras donde Marceliano Posada han permanecido, a la media luz de unos datos, y retenerlos allí los minutos necesarios para fijar en el tiempo estatura, rostro, un gesto, e igualmente algo por lo menos de la estela de sus vidas. Dos caricaturistas nuestros pertenecen a esa elusiva especie, a esa suerte de juglaresca de la caricatura antioqueña: Luis Carlos Echeverri (“Gallardo”), nacido en Rionegro (Antioquia), y Antonio José Robledo Ceballos, oriundo de Amalfi. Del segundo de los mencionados nos ocuparemos en esta oportunidad. Nació en 1906 en Amalfi. Siluetista y caricaturista. Lamentablemente apenas sí quedó huella de su producción. A los cinco años de edad lo llamaban de las tiendas y almacenes de Amalfi para escucharle leer algún fragmento de un libro. Además de buen lector, con el tiempo llegaría también a ser un prosista solvente. Estudió primaria en Amalfi y bachillerato en el Colegio de los Hermanos Cristianos en Medellín. Nunca quiso trabajar en un
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solo sitio. Haciendo sus caricaturas y siluetas viajó por muchos países. Fue deportado de México después de haber estado detenido por confundírsele con otro colombiano, al que se le imputaba un homicidio. Padeció por ello un simulacro de fusilamiento y –naturalmente, tratándose de las cárceles en ese país– lo despojaron de todo lo que tenía antes de liberarlo. En 1956 se fue para Brasil. De su estadía allí no se tiene ningún dato. Lo siguiente, y último, que se sabe de él lo ubica en Popayán en 1967, firmando la silueta que hace de una secretaria del Centro Colombo Americano de Medellín. Luego, la sombra. Y hasta el día de hoy. Para ilustrar esta nota hemos podido rescatar apenas 4 siluetas y dos caricaturas debidas a su mano. Las siluetas identificadas corresponden al escritor José Restrepo Jaramillo; a Lucía Valencia, secretaria del Centro Colombo Americano; a Marceliano Posada, tesorero por 27 años de la Universidad de Antioquia, botánico y escritor de temas cívicos, y a un personaje sin identificar. Y las dos caricaturas fueron publicadas en la Gacetilla Bayer en los años 1935 y 1936, y representan a los médicos Jorge Enrique Bueno, director entonces de la Clínica Antivenérea de Cali, y a Andrés Patiño Gutiérrez, que ejercía su profesión en Manizales. Suficiente como para lamentar la pérdida de un trabajo que cubrió varias décadas, puesto que, como lo anotamos, todavía en 1967 aparece firmando una silueta en Popayán. Jairo Morales Henao
José Restrepo Jaramillo
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José Posada Echeverri
Autorretrato
Nació el 13 de agosto de 1906 en Medellín. Hijo de Rafael Posada y Rafaela Echeverri. Casó en octubre de 1941, con Gabriela Nicholls Vallejo. Padre de Boris, 1946-1963. Murió en Medellín el 31 de octubre de 1952. Excelente pintor, ilustrador y caricaturista. Admirado por sus compañeros de generación, pero menos conocido por el grueso público debido a su labor callada e íntima, como le gustaba a él. Pocas personas pudieron cruzar la intimidad de su hogar y de su corazón.
Desde muy joven colaboró con sus ilustraciones en las mejores publicaciones de la época, como veremos más adelante, y se interesó por el grupo literario y artístico de “Los Panidas”; más tarde vivió en Bogotá, donde hizo
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parte del grupo de Ricardo Rendón, Germán Arciniegas y León de Greiff, pero pronto volvió a Medellín, al seno de su familia.
Era un fuerte crítico de su obra, hasta el punto de que quemó todos sus papeles unos años antes de morir. Sólo quedan unos pocos originales en poder de familiares y amigos y en la Compañía Colombiana de Tabaco, y lo poco que aparece en revistas y periódicos, como Universidad de Germán Arciniegas (1921-1922 y 1928-1929); El Gráfico; Patria (Nos. 1-75), Claridad (entre Mar. y Jul. 1930), Cyrano (Oct. 1921-Feb.12, 1922), Cromos, Colombia (Sep. 1931), Unión, Alas (May. 1933), El Bodegón (Sep. 1936), Amigos del Arte (entre Nov. 1942 y Mar. 1944), Sábado (Abr. 1929), El Espectador, El País, (Bogotá, 1932, 1933); Unión (Ene. 1932), Pan (1936 a Abr. 1939); El Cuento Colombiano (Jul. 1953). Donde aparecen más colaboraciones suyas es en El Bateo Ilustrado, de junio de 1923 a julio de 1933, y en la revista Pan, de julio 1936 a abril 1939. Los caricaturistas principales de El Bateo fueron Eladio Vélez, José Posada y Miguel Ángel del Río –MAR-. De Posada hay numerosas caricaturas, ilustraciones y portadas, sin firmar en un principio pero de estilo inconfundible1.
Estuvo vinculado a la Compañía Colombiana de Tabaco durante más de cuarenta años. En los 25 años de fundación la Colombiana de Tabaco publicó el libro ADÉ, Antología del Tabaco, hoy joya bibliográfica, donde aparecen ocho bellísimas ilustraciones de José Posada. En 1951 los modelos de la cajetilla de “Pielroja” eran diferentes para los departamentos del oriente, occidente y la costa, lo que ocasionaba fuertes problemas cuando se agotaban sus marquillas. José Posada modificó el diseño artístico usado hasta entonces, y los unificó en un solo dibujo2.
En 1935-1936 fue profesor en la Escuela de Ornamentación del Instituto de Bellas Artes, de la cual era director Eladio Vélez. Discípulos suyos fueron Graciela Sierra, Débora Arango, Sofía Uribe, Jairo Cano, Emiro Botero, J. María Saldarriaga.
En el segundo aniversario de su muerte, su amigo José Jaramillo Z. escribió en El Colombiano Literario de octubre 31 de 1954 un sentido artículo donde comenta la lealtad de quienes lo conocieron: “Tal vez uno de los datos de la valía humana y artística que llegó a alcanzar la personalidad de José Posada estriba en la incancelable lealtad que a su memoria guardan sus amigos.
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No hay, entre quienes lo conocieron a fondo, quien no lo recuerde con sincera emoción y entrañable afecto…”
En cuanto a las razones de la poca producción artística de Posada, cuando tenía tantas cualidades para haber sido reconocido por un público más numeroso, dice: “¿Un exceso del sentido de autocrítica? ¿Un temprano y esterilizante escepticismo sobre el mérito intrínseco de la pintura como expresión de la inteligencia y de la imaginación del hombre? En todo caso, no deja de tener interés el testimonio del propio artista, de Posada. Y recuerdo haberlo oído expresarse en alguna oportunidad desfavorablemente acerca de las posibilidades de la pintura como medio de expresión… Existe otro dato que demuestra esta manera de ver las cosas en José Posada: no un poco sino un todo subrepticiamente. Posada ocupaba buena parte de su tiempo en la composición de poemas. Casi sin temor a equivocarse se puede afirmar que hubo en él un poeta frustrado, o por lo menos un anhelo muy vehemente, tan vehemente que llegó a influir poderosamente en su vida, de ser poeta. ¿Fue esta una actitud infantil, equivocada o farisaica? Nunca en todo caso lo último y, en cuanto a lo demás, bien dice el adagio aquello de que “cada hombre es un universo”. “Hay otro elemento más: El día siguiente de su muerte, escribía yo mismo que, con haber sido José Posada uno de los hombres mejor dotados, por el aspecto de la inteligencia, de la capacidad de trabajo, de la penetración crítica y de la preparación intelectual, para sobresalir en el terreno del arte, la naturaleza le había escatimado un factor determinante de la actividad exitosa del artista: la ambición… Era una filosofía: una actitud ante la vida, ciertamente orgullosa por cuanto se basaba en la conciencia del propio valer; una manera de ser íntegro, ya que comportaba el perfecto acuerdo entre el hombre y el medio natural y social. La falta de ambición lo hizo sencillo, casi elemental, como el incesante discurrir de las aguas o la esperanzada y diaria actividad de los hombres.
“En el segundo aniversario de su desaparición, ningún amigo ha olvidado la austeridad de su figura, su lento deambular por las calles de una ciudad que amó por sobre todas las cosas. Con José Posada desapareció uno de los últimos recuerdos de un Medellín que sólo existe ya en la memoria de algunos: el Medellín de la bohemia de Barba Jacob: el de los sonrientes sarcasmos de Tomás Carrasquilla; el de los “pintores, caricaturistas, eruditos, nimios estetas… pero, eso sí, locos y artistas” del poema de León de Greiff; en fin, el Medellín que se
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nos fue para ser poco a poco reemplazado por la urbe industriosa y universitaria, seria y nada acogedora para la alegre irreflexión de que suelen ser dueños los verdaderos artistas en la época de las primeras armas.
“Escribir que su recuerdo perdura sería poco escribir. José Posada sigue viviendo entre nosotros, con esa punzante vida espiritual que es el mejor testimonio del valor de los desaparecidos” En 1978, al cumplirse 21 años de su muerte, Arturo Puerta Lucena escribió en Revista Colombia Turística Internacional, de octubre 1978, “… artista genial e insuperable amigo, quien no obstante su elevada jerarquía intelectual y del espíritu, destacaba por su sencillez en la entrega de sus conocimientos a quienes tuvimos el privilegio de ser admitidos en su corazón.
Dibujante excepcional por su estilizada línea y la suave tonalidad que daba a la figura femenina en sus colores al pastel…”
Con esos comentarios queremos rendir homenaje a quien, sin aspavientos, supo caricaturizar las situaciones políticas y sociales de una provincia que crecía y buscaba un mejor vivir, y que tuvo en personas como Posada exponentes que hoy son su orgullo.
León de Greiff
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Periódico El Bateo. En: Escritos desde La Sala, BPP. No. 8 (enero 2000), p. 2-3
Respecto a la historia de la cajetilla, véase: Miguel Ángel del Río -“MAR”. En: Escri-
tos desde La Sala, BPP. No. 4 (marzo 1998), p. 4-5
Jairo Morales Henao
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Guillermo Jaramillo Vélez
Dr. Manuel José Silva
En los años 1927-1929 apareen caricaturas firmadas por “G. Jaramillo V.”, “Jaramillo” y “G. Jaramillo” en Sábado, Athenea y Letras y Encajes, publicaciones de Medellín de reconocida prestancia intelectual y en el álbum de la Casa Bayer, de Bogotá, titulado Gacetilla Bayer.
En la investigación no se pudo identificar este personaje, aunque se cree que es el señor Guillermo Jaramillo Vélez, nacido en Valparaíso (Antioquia), en 1907. Fue propietario del Hotel Tisquesusa, en la Laguna de Tota. En 1945 recibió el Segundo Premio en el VI Salón Anual de Artistas Colombianos.
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Cuando se hizo la investigación en 1987 sobre la caricatura en Antioquia, se le consultó al respecto, pero él negó ser la misma persona. Sin embargo, como investigadora de este caricaturista, pienso que sí es la misma persona que el autor de las caricaturas referidas. Las razones para afirmar esto son las siguientes: Según Horacio Jaramillo B., sobrino de don Guillermo, éste fue agente de drogas en esa época, probablemente de la Casa Bayer. Ésta contrataba caricaturistas de cada región para que dibujaran médicos de sus pueblos y ciudades. Y don Guillermo era pintor, y no de cualquier clase, como lo sugiere el premio mencionado. Y las iniciales con las que firmaba sus caricaturas corresponden plenamente con su nombre: Guillermo Jaramillo Vélez.
Luz Posada de Greiff
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Gustavo Facio Lince
León de Greiff
Nació en Medellín en 1905 y murió en La Ceja en 1981. En su niñez vivió en Santa Rosa de Osos, Entrerríos y Sonsón, ciudades donde su padre fue secretario de la alcaldía respectiva, y más tarde viajó a Aguadas, donde trabajó de fotógrafo.
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Es muy posible que esta trashumancia que lo obligaba a renunciar a todos los afectos cuando apenas comenzaba a acomodarse a ellos, fuera la causa de la soledad que lo acompañó siempre. Viajó a Bogotá para estudiar en la Escuela de Bellas Artes, donde fueron sus maestros Francisco A. Cano y Ricardo Rendón.
Publicó sus caricaturas en El Tiempo, El Espectador, El Gráfico, El Colombiano, Cromos, Universidad, y en decenas de revistas.
En Bogotá tomó parte de la tertulia formada por Rafael Maya, Ricardo Rendón, Víctor A. González, Eduardo Castillo y Germán Arciniegas. Fue amigo de Porfirio Barba Jacob y de Lino Gil Jaramillo. “Con Lino pasé los mejores ratos de mi vida”, acostumbraba decir Facio Lince. Más que una educación académica, se encuentra en Facio Lince un conocimiento adquirido por comparación entre la vida que veía en las personas y en las cosas, y la frialdad de las fotografías, primer intento suyo por captar el alma de las personas. El mismo reconocía la decepción sufrida cuando como fotógrafo se encontró con que las fotos no correspondían a su deseo de rescatar la fisonomía de las personas que pasaban a su lado.
Con su sensibilidad de artista sentía que les faltaba alma, que carecían de movimiento. Entonces comenzó a plasmarlas por medio de la línea y así hizo sus primeras caricaturas.
La caricatura de Lenín publicada en la revista Universidad, de Bogotá (No. 112, Dic. 15, 1928) fue reproducida en numerosas publicaciones del mundo. En 1943 se organizó en Medellín una exposición con la obra de Facio Lince a la que se refiere el artículo siguiente, aparecido en Generación, el suplemento literario de El Colombiano: Gustavo Lince
Gustavo Lince es un artista nacional en receso. Enemigo de presentaciones y de buscados elogios, no escatima esfuerzos, sin embargo, para ejecutar obras que “lleguen” a la generalidad de las gentes. El arte en este mozo atrabiliario, desconectado del mundo físico por una introspección aguda y por nepentes extraídos de Lautreamont y
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los disidentes del siglo xix, es una forma consustancial de su espíritu. Vive para el arte, en su más acendrada pureza, en él fructifica sus días, y al amparo de su sombra ve correr la desandada tediosa de las horas ajenas al momento creador, al instante divino del conjuro cósmico.
Esta página -cuadros de una exposición- ofrece tres momentos macerados del artista; tres interpretaciones extraordinarias de Juan Sebastián Bach, de Jorge Haendel y de Francisco José Haydn, es decir, el universo con sus propias leyes que es Bach, el orador musical que es el compositor de Halle y la sinfonía perfecta que es Haydn: tres geniales cumbres del arte universal interpretadas por un corazón y una inteligencia aunados. Gustavo Lince pertenece a una generación artística nueva, amoldada a las eternas normas de la belleza. Sus mismas obras son testimonio fiel de sus principios. Nada que obnubile la mente en interpretaciones absurdas. Nada que se salga de lo real y objetivo a lo meramente especulativo y fantástico. Eduardo Castillo, amigo singular de Lince, con quien atravesó vedados caminos de maldición y exotismo, es un ejemplo literario de la obra de nuestro pintor, y viceversa. Líneas de arcana pureza que reflejan un alma clásica y conducen, por rutas de asombro, a la concepción virgiliana de la vida que culmina en Sandro, en Ghirlandaio o en el monje de Fiésole.(1) J.L.A.
La exposición de que hablamos constaba de 42 cabezas de grandes músicos y mereció los más elogiosos comentarios por la magnífica calidad del trabajo. A ella invitaron la Gobernación y la Alcaldía y todos los días hubo concierto de la Orquesta Sinfónica de Antioquia. Pero Facio Lince nunca volvió a exponer porque, en el momento de liquidar la exposición, el organizador se había robado el dinero. De ese momento en adelante sólo hace caricatura para la prensa o por encargo.
Jorge Cárdenas dice de él lo siguiente: “La obra de Facio Lince tiene la precisión, el reconocimiento, el virtuosismo y el encanto de los dibujantes e ilustradores de la primera mitad del siglo y es lástima que hasta el momento no se le haya valorado como merece”. Fue también Facio Lince un radio-actor muy cotizado, al lado de Marco F. Eusse, Marina Uguetti, Roberto Crespo, Efraín Arce Aragón, Carlos Mejía
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Saldarriaga y Rodrigo Correa Palacio. Actuó en “La Voz de Antioquia” en los años cincuenta.
En sus últimos años se retiró a vivir al municipio antioqueño de La Ceja, donde murió en 1981. Empleaba su tiempo en departir con sus amigos, pintar caricaturas por encargo o simplemente “salía a paisajear”. Generación (Medellín) abril 12, 1943 p.8
Luz Posada de Greiff
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Periódico El Bateo
Periódico El Bateo. Serie 1, no. 1, Agosto 7, 1907. Director y fundador, don Enrique Castro. Fue el primer periódico diario de Antioquia en el siglo XX. Desde su primer número se propuso ser un periódico jocoso, carácter que conservó toda su vida, excepto por un breve período cuando, al decir de don Enrique, “un notable y severo escritor, honra y prez de nuestra intelectualidad regional quiso tornarlo en una revista filosófica, crítica y adusta…” situación que tuvo su fin el 18 de febrero de 1928. En efecto, en el no. 901 del 15 de febrero, anunciaba que a partir del no. 902 volvería a adoptar su antiguo carácter de periódico jocoso y burlón. Por más de medio siglo fue El Bateo el periódico más representativo en cuanto a caricaturas se refiere y su nombre es sinónimo de agresividad, franqueza e ironía.
Tuvo como columnas habituales la tituladas “Bello Sexo”, donde cantaba la belleza femenina y “Sexo Feo”, donde caricaturizaba en dibujo y en verso a conocidos personajes de la política y el comercio, lo mismo que a literatos, periodistas, etc. Estas caricaturas salían cada dos o tres días y algunas formaron parte del Álbum de El Bateo en cuyo caso no venían impresas en el periódico sino que formaban un cromo aparte. Según declaración de Don Enrique Castro, las caricaturas que más dolores de cabeza le produjeron fueron las de don Abraham Uribe y don Vicente Villegas sencillamente porque “el dibujante tuvo que pintarlos tal como era. Ya un poco desmejorados por el uso frecuente”.
Los caricaturistas principales de El Bateo fueron Eladio Vélez, José Posada y Miguel Ángel del Río –MAR–. De Posada hay numerosas caricaturas, ilustraciones y portadas, sin firmar en un principio pero de estilo inconfundible; Miguel Ángel del Río colaboró en el periódico desde el 5 de febrero de 1908, fecha en que también ingresó Efraím de la Cruz, quien además de las caricaturas escribía los versos que las acompañaban. En 1909 Efraím se radicó en Bogotá y desde ese momento fue MAR el encargado de caricaturizar personajes y situaciones políticas y sociales, no sólo con la línea sino con los versos y leyendas complementarias. Por mucho tiempo
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y según lo acostumbrado en esa época, aparecen sus caricaturas sin firmar.
En los números comprendidos entre el 137 y el 393 no aparecen caricaturas, excepto en el no. 192 del 23 de abril de 1908 cuando aparece una de don Enrique Castro firmada por “Mequetrefe”. En el no. 395, de junio 30, 1909, hay una de Rafael Reyes firmada por “Picas”. En el no. 414 de febrero 23, 1910, página 1, aparece la siguiente nota: “Caricaturas
Los nombres de las caricaturas que llevarán los diez números de la serie que con el presente empieza, serán: Es mucho peso.
Nada, nada tengo.
Efectos de un discurso. El mono sabio.
Al hoyo con ella.
Y me la quitarán. Con todo puedo. Saltó la chamba. Soy feliz.
Quién fuera libre.
Cada una de estas caricaturas, llevará su correspondiente esbozo, escrito por una persona más que competente para estos asuntos. A pesar de los gastos que demanda el grabado de cada número, el precio de la serie no ha sido alterado, se continuará cobrando sólo $25, y $3 por el número suelto”. (Los ejemplares a los que se refiere la nota transcrita, no están en la Universidad de
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Antioquia, donde está la colección conocida más completa que existe en Medellín, por eso no se pudo conocer la serie de caricaturas mencionada).
El número 780 de enero 22, 1926 se anuncia como nueva serie (en la U. de A.). En este mismo número y en el 781 se publican caricaturas firmadas por CRIN. A partir del 784 hay de Cruz Berrío. En el número 831, enero 22, 1927, aparece una firmada por Eladio Vélez. En el 840, marzo 28, 1927, hay una de C. Pérez M. En octubre de 1927, empieza MAR a firmar las caricaturas. Además de los caricaturistas mencionados, aparecen caricaturas firmadas por Iván Camargo, Rodríguez, Alfredo Vanegas y Rubén Henao. Al parecer la gran mayoría fueron de colaboradores ocasionales que no dejaron huella en la caricatura antioqueña aunque por su ingenio y dibujo merecen ser rescatados del olvido.
En 1937 las portadas del periódico son de Alfredo Vanegas y hay caricaturas de Posada y unas pocas de MAR y de R. del Río. El grabador era Rodríguez.
Al cerrarse El Bateo, Alfredo Vanegas y sus hermanos compraron la imprenta y trabajaron la tipografía por un tiempo. La directora era Aurora Vanegas. Alfredo murió muy joven. Don Enrique Castro murió el 1º. de julio de 1936. Luz Posada de Greiff
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Rubén Henao Morales Las primeras palabras encontradas hasta ahora sobre este caricaturista son del año 1929 y se encuentran en Sábado, suplemento de El Espectador: “Ha pintado para el Teatro Bolívar un telón de propaganda con figuras sobrias y efectos decorativos. Henao posee verdadera seguridad en el trazo de sus figuras y la naturalidad en sus actitudes. Dibuja bien y no tiene miedo a los escorzos difíciles. También es de él el telón del Teatro Junín”.
La investigación sobre la caricatura en Antioquia, realizada hace veinte años, descubrió unas pocas caricaturas suyas en publicaciones periódicas como El Bateo (4 del año 1928, tres de 1931, tres de 1936, y una de 1937), El Colombiano (septiembre de 1939) y Micro (1944), publicación ésta en la que en el número 58 se informa así su vinculación a la revista: “Artista ya bastante conocido de todos gracias a sus afortunadas intervenciones como dibujante de El Pueblo”. Con fecha de 29 de mayo de 1957 se encuentra una caricatura de su autoría en El Correo, sobre Rojas Pinilla.
Sus temas: política local, nacional e internacional; problemas urbanos (mal estado de las calles, la Ley Seca); los pulpos económicos internacionales y su explotación de los países del Tercer Mundo; las relaciones Iglesia – Estado. Las caricaturas de El Bateo se acompañaban con versos jocosos,
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sin grandes pretensiones formales. Versos de ocasión, escarceos repentistas debidos a diferentes autores, entre los que han sido identificados dos nombres, también caricaturistas, uno de ellos vinculado durante toda su vida al periódico: Miguel Ángel del Río (MAR), menos conocido el otro: Efraím de la Cruz. Reproduzcamos las estrofas que acompañaron una caricatura de Rubén Henao Morales aparecida en dicha revista el 24 de octubre de 1936, titulada “El Diablo Suelto”: El Santo Padre, amable e indulgente, después de propinarle altas consejas, le jala suavemente las orejas a nuestro muy ilustre presidente.
¿Por qué es aquel regaño soberano? Pues porque López dizque piensa, injusto, ahora suprimir por mero gusto la subvención que tiene el Vaticano. Y dicen por ahí que si algún día deja López el caso mal resuelto, es por careos de ese “diablo suelto” y masón consumado de Echandía.
Que no se perjudique al Vaticano es lo que deseamos a porfía; que este pleito se arregle, y que Echandía se vuelva buen católico y cristiano.
Nota: La investigación mencionada no consiguió recuperar más datos sobre la vida y obra de este caricaturista nuestro, también dibujante, pintor, ilustrador, decorador y calígrafo. Jairo Morales Henao
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Salvador Arango Botero
Nació en Santa Rosa de Osos en 1911. Retratista, pintor de temas religiosos, caricaturista. Estudió dibujo, pintura y escultura en la Escuela de Bellas Artes de Bogotá, donde tuvo como profesores a Coriolano Leudo, Ricardo Borrero Álvarez y Roberto Pizano, figuras destacadas de la llamada Escuela de la Sabana de Bogotá. Aprendió a tallar el mármol con Ramón Barba. También fue ilustrador, calígrafo y litógrafo. Vivió durante varios años en Bogotá, donde trabajó para diferentes publicaciones periódicas como Cromos y El Espectador. Ya pasada la frontera de los setenta años su balance de esa época
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en la capital era negativo, como lo deja claro en una entrevista para El Colombiano, concedida a Oscar Hernández en 1982, en la cual dijo: “ — Ah… sí yo pinté mucho en Bogotá, dibujos, cuadros, de todo. Podría decir que parte de mi juventud la perdí en esos lados. “ — ¿Qué es perder la juventud, maestro Arango?
“ — Pues digo yo que hacer lo que hice. Pintar en todas partes. Moverme de un lado al otro, los tragos, las amanecidas, todo aquello que no deja nada. Nada aparte de un gran deseo que nos asedia: regresar”.
Recorrió el país estudiando el arte religioso de la Colonia. De regreso a su pueblo, del que ya nunca saldría, se dedicó a la pintura religiosa, incluyendo la pintura mural, utilizando óleo y temple, en iglesias, conventos, colegios y comunidades religiosas. En este campo trabajó en Santa Rosa de Osos, Angostura, Entrerríos, Yarumal y Medellín. En su pueblo, en la capilla de la Sagrada Familia y el Señor Resucitado, trabajo que le ha valido a la capilla el apelativo de la “Sixtina” de Santa Rosa de Osos. En el Seminario de Misiones de Yarumal pintó los murales que representan a San Francisco Javier, misionero fundador; a Santa Teresita y versiones de la Asunción y la Inmaculada Concepción. En las iglesias de Angostura y Entrerríos los motivos de los murales son los Misterios del Santo Rosario. Otro destacado trabajo mural suyo obedeció a un llamado del Hermano Daniel para que exornara las paredes del Museo de Ciencias Naturales del Colegio de San José, donde dio término a una representación de la creación bíblica dentro de cierto tratamiento evolucionista sobre la formación de la tierra y el surgimiento de la flora, la fauna y el hombre, desde su aparición en las cavernas; igualmente dicho mural trae las imágenes de José Celestino Mutis, Francisco José de Caldas, del Hermano Nicéforo María, fundador, a comienzos del siglo XX, del Museo de Ciencias Naturales de la comunidad lasallista en Bogotá. Pero fuera de su labor como muralista pintó unos cuantos paisajes, muchos retratos e innumerables copias de escenas religiosas que le solicitaron de muchos municipios antioqueños a lo largo de su prolongada vida. Vivió, pues, para pintar y de pintar, pero nunca su arte lo redimió de la pobreza, de un pasar económico con muchas limitaciones. Las razones de ello las ofrece el maestro Jorge Cárdenas: “Solamente se acercaban a él algunas personas, especialmente del clero, que tantas veces lo explotaron y le dieron mal trato. Los santarrosanos creen haber entendido a Salvador como hombre y como
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artista, pero lo cierto y justo es decir que lo malentendieron y, sea cual fuere la razón, lo confinaron y le redujeron el horizonte, estuvieron convencidos de que lo favorecían explotándolo y malpagándole, a pesar suyo y de su timidez”. Sin pretender discutir la veracidad de estas afirmaciones, agregaríamos que el propio artista tuvo que ver con su situación al elegir un pueblo, así fuera el suyo, como el lugar donde ejercería su vocación, con todo lo que implicaba someterse a la cerrazón para el arte de una atmósfera pueblerina. Él también contribuyó, pues, a ese horizonte cerrado dentro del cual realizó su obra. Según conocedores y curiosos de su obra, su sello personal iba en las expresiones de cuerpos y rostros, en lo ambicioso y armónico de la composición con aquellos espacios dentro de los cuales hizo sus murales, en el colorido tan adecuado siempre al tema y dentro de una gama que podía ir con solvencia de lo realista a lo simbólico, y en la fluida continuidad narrativa de sus escenas bíblicas, entre otros aspectos de un quehacer que en lo fundamental giró en la copia de motivos tomados de pintores de asuntos religiosos de diversas latitudes.
En 1990 el municipio de Santa Rosa de Osos le concedió la distinción “Botón de Oro Francisco Rodríguez Moya” y en 1993 —moriría al año siguiente— la Gobernación de Antioquia le otorgó el Premio a las Letras y a las Artes, reconocimientos importantes aunque tardíos para un artista ya viejo
Panorama de la caricatura en Antioquia en el siglo XX
y enfermo, y que en modo alguno lo resarcieron de toda una vida de obras mal pagadas.
Sin embargo, fue su obra como caricaturista la que lo justifica en esta serie de artículos sobre la caricatura en Antioquia. En su libro Evolución de la pintura y la escultura en Antioquia, el maestro Jorge Cárdenas anota: “Salvador Arango es un gran dibujante, caricaturista agudo, que ha dejado consignadas todas las personalidades de la vida santarrosana entre los años 19201940, en caricaturas que permanecen inéditas”. A pesar de esta afirmación del Maestro Cárdenas, no se puede descartar que haya continuado haciéndolas con posterioridad al año1940. La Sala Antioquia posee una fotocopia de su cuaderno de muñecos. Que se sepa, hacía únicamente para sí esa labor. Muy aficionado a la filatelia, al parecer cambió ese cuaderno legendario por sellos postales. El resto es ese viaje extraño que hacen algunos documentos hasta llegar a nuestros estantes, así haya sido, en este caso, en la forma de una fotocopia, que en el año de 1993 fue cedida a la Sala Antioquia, por parte de Marco Mejía y Miguel Escobar Calle. Contiene un poco más de 120 caricaturas, en su casi totalidad de paisanos suyos. Hay de todo: cardenales (Muñoz Duque), obispos (Builes), sacerdotes, personalidades de la vida antioqueña y nacional (Rodríguez Moya), médicos, políticos, notarios, exgobernadores (el General Berrío) Hermanos de La Salle (el Hermano Daniel), comerciantes, beatas, personajes de la vida pueblerina (los nombres vienen sin datos), incluyendo una extensa galería de simples, muchos de ellos con sus apodos: “Avión”, “Jesús Humilde”, “La Maguza”, “Ramoncito”, “El Loco de Teche”, “Picudo”, “7 cabezas”, “Candonga”, “Cachucho”, “Solete”, “Verraquera”, “Quincho Pato”, etc. Las caricaturas muestran el ojo y la habilidad de un buen retratista doblado en caricaturista. Certero para aquellos rasgos que individualizan un rostro y un cuerpo, aunque resaltados hasta el exceso. Digámoslo más claro: hasta la crueldad. La extensa muestra golpea la sensibilidad, y no hay ninguna exageración en lo que decimos, como una galería de monstruosidades, de seres deformes. El tratamiento es impecable, goyesco. No se necesita ser muy perspicaz para adivinar un secreto ánimo vindicatorio en el artista contra aquellos de sus conciudadanos de los que se sabía o pensaba víctima de expoliación económica o discriminación social, en unos casos, y en otros, hombre superior a un medio en el que veía predominar la ignorancia, los prejuicios de todo orden y el atraso material y espiritual. Al fin y al cabo él
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había sabido en Bogotá lo que era el trato con artistas nacionales de primera categoría. Cuando en la caricatura hay cierta mesura en el tratamiento de los defectos físicos, el espectador sonríe y aplaude en secreto el humor del artista; pero cuando, como en este caso, se pasa más que generosamente esa frontera de la misericordia, la sorna de la complicidad secreta del espectador da paso a un sentimiento de lástima y, de contera, produce un ánimo de distancia con el autor por lo que no puede dejar de percibir de entrada como sevicia. Esto no niega el talento y la habilidad, pero desata una sospecha sobre lo que se h hecho con ellas. Esos rostros y cuerpos aparecen deformados, ensombrecidos y hasta embrutecidos por la pobreza, por la ausencia total de un horizonte intelectual elevado, por la estrechez de miras de la vida pueblerina, por la intolerancia religiosa o política, por la represión sexual, por la rigidez de pensamiento, por la ignorancia de una sana vida corporal, por la falta de diversiones, resumiendo, por una vida material y espiritual ruinosa. “El rostro es el espejo del alma”, reza el lugar común. Y la monstruosidad, que más que acecharlos se ha enseñoreado de esos cuerpos y esas caras, ya dejándolos entecos como retorcidos huesos desolados o abotagándolos hasta el cretinismo en una masa grasosa distendida en el límite donde se adivina el avance de un movimiento contrario: el desmoronamiento, como en las imágenes cruelísimas del General Pedro José Berrío y del Padre José Antonio Lopera, sugiere ser savia que prendió en todos y trazó con los años el plano implacable de sus asimetrías. El razonamiento que acabo de exponer me lleva a querer creer que en el fondo la saña de Salvador Arango Botero es contra ese estado de cosas más que contra quienes son sus víctimas y, en algunos casos, sus instrumentos para que tales condiciones y mentalidad se perpetuaran en el cuerpo social de la Santa Rosa de Osos de entonces. Mirando desde esta perspectiva sus caricaturas, éstas trocarían su faceta cruel por una de aguda visión crítica de la vida y la espiritualidad dañadas de un pueblo. Por eso el conjunto de sus trabajos en este campo deja un sedimento perturbador en quien ha pasado sus ojos por ellos con cierto detenimiento: la sospecha de que dicho conjunto de imágenes retorcidas es una radiografía de un alma colectiva hecha de confesionario y santurronería de beatas, de malicia y maledicencia, de penumbra de iglesia y olor a cera derretida, de encierro, de tacañería y rapacidad, de pobreza que emponzoña el alma de fatigas, de pocillo de tinto
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en cafés astrosos y ventanucos entreabiertos a los rencores, de rezo del rosario para recibir el tedio de otra noche en la que no sucederá nada notable ni agradable, de días disolviéndose en la mismidad, de soledades ateridas de esperas, de palabras y silencios incesantemente repetidos día tras día, de panzas aburridas, de intriga de directorio político, de miradas turbias por el tedio, de innúmeras horas castas, de odios sin memoria, de calles que llegan y se van del pueblo con las manos como llegaron: vacías de respuestas, de musitaciones que son gritos aherrojados, del andareguear sin pausa de la murmuración, de todo aquello que entreteje esas facies y cuerpos roídos por rutinas agobiantes, retorcidos como callejones siniestros, asediados por la mezquindad del ambiente, atemorizados, recelosos, tocados por la deformidad espiritual y física que todo ello termina por irrigar, imponer y expandir. Sin embargo, llama la atención que en dos de las caricaturas la crueldad parece haber huído de su lápiz, aunque por motivos muy seguramente bien distintos: en la que hizo de Monseñor Miguel Ángel Builes cualquiera supondrá que debió ser el temor lo que le impuso una talanquera: de conocer el obispo por un azar muy probable en pueblo pequeño la que le había hecho y no sentirse precisamente muy halagado, por decirlo suavemente, al “temido purpurado” le hubiera sido suficiente alzar un dedo para que al artista no se le llamara más nunca de ninguna iglesia a pintar cuadros de devoción; pero en la que le dedicó a Marco Tobón Mejía se adivina una corriente de simpatía profunda que lo alejó con espontánea facilidad de la vera de lo grotesco: tuvo que mirarlo siempre como un modelo, padre o hermano mayor que encarnaba y representaba otra Santa Rosa de Osos, minoritaria pero viva, una franja luminosa en medio de tantos cerrazones. Porque lo otro también contaba: la tradición artística del norte de Antioquia, las bibliotecas familiares y de instituciones, los maestros cultos, la tradición del librepen-
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samiento de los artesanos, los grupos musicales y de teatro, las tertulias, la franja luminosa. Imposible ridiculizar la sal de la tierra, distorsionar hacia la fealdad lo que constituía una vida que era un paradigma de dedicación al arte.
Si nuestra interpretación de las caricaturas de Salvador Arango Botero es cierta, y así lo queremos creer, tendríamos en ellas un documento de geografía humana de gran valor por su condición de lectura, discutible pero aguda e inquietante, de un conglomerado social antioqueño históricamente específico, a través de imágenes de individuos sometidos al escalpelo de una mirada que, en la deformación excesiva de unos rasgos reales, captura una imagen de vaga pero cierta contrahechura del alma colectiva, una distorsión del ser que a todos hiere, una suerte de magma entumecido que a todos envolviera, penetrara, distorsionara y socavara de opacidad, temores, represiones, frustración, furias contenidas, oscuridades de la mente, encogimientos del alma, abandono y soledad, y soledad. Bibliografía:
María Soledad Londoño Soto y Marco Antonio Mejía. Salvador Arango Botero: La constancia de una obra. Exposición, Galería de Arte Palacio de la Cultura de Antioquia “Rafael Uribe Uribe”, 1993. Óscar Hernández. “Los artistas no se entregan” (Entrevista). Suplemento Literario de El Colombiano, diciembre 19 de 1982.
Jorge Cárdenas. Evolución de la pintura y escultura de Antioquia. Medellín Museo de Antioquia, 1986.
Jairo Morales Henao
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Arturo Puerta Lucena
Nació en Segovia (Antioquia) en 1912. Estudió pintura en el Instituto de Bellas Artes de Medellín y, entre otros artistas, tuvo como compañeros a Hernán Merino, Emiro Botero y Rubén Henao Morales. Sin embargo, prefirió la publicidad a la pintura. De su trabajo en este campo, disperso, quedan muestras en poder de amigos y coleccionistas particulares. En 1929 se vincula como dibujante a la oficina “Comercio y Anuncio” que dirigen Alberto Mejía Botero y Alfredo Avendaño. En compañía de Luis Viana Echeverri gana el concurso para la dirección de la Oficina de Propaganda del Municipio de Medellín. Pintó escenografías para teatros de Medellín y Cisneros, diseñó carrozas para la promoción de películas de Cine Colombia y decoraciones para la Exposición Nacional de 1930. Fue amplísima su obra como ilustrador. Para la Librería Búffalo, también sello editorial, ilustró libros de Salvador Tello Mejía, Alfonso Castro, Gabriel Arango Mejía, Bernardo Aristizábal Mejía, Juan Clímaco Vélez, etc. Realizó trabajos en grande de ilustración publicitaria, como la promoción del Con-
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greso Eucarístico de Medellín en 1935, junto con los pintores Horacio Longas y Rafael Sáenz. También con Rafael Sáenz, en el Taller Artes Gráficas, elabora “las primeras vallas publicitarias de 24 pliegos para la Cervecería Unión”. A fines de los años 30 incursiona con éxito en la fotografía. Es nombrado corresponsal fotógrafo para las revistas Estampa y El Liberal, de Bogotá, y es llamado como director artístico de la revista Antioquia nueva, fundada por Eduardo Rendón. El periódico El Colombiano lo vincula como fotógrafo independiente para cubrir reportajes escritos e ilustrados con sus fotos de asuntos políticos y policiales. El periódico liberal El Correo lo nombra como su fotógrafo oficial al ser fundado en 1944.
La radio, que por esos años daba sus primeros pasos entre nosotros, también contó con su participación. En los años 40 fundó el radioperiódico “El Momento”, junto con José Viana Echeverri, en la emisora “La voz del hogar”, para la cual formó la Orquesta Ritmos, dirigida por Jorge Marín Vieco. Director del “Radioperiódico Actualidad” en la Emisora Siglo XX y luego en La Voz de Antioquia. En 1948, en una reunión en Bogotá, poco antes del 9 de abril, propuso el nombre de “Caracol” para designar la cadena radial que se creaba en ese momento, fundada por William Gil Sánchez y Humberto Restrepo, en asocio con Coltejer. Dirigió cinco programas dominicales en La Voz de Antioquia. En esta emisora surgió por entonces la revista Ondas, cuya jefatura pertenecía a Gustavo López, y en la que colaboró Puerta Lucena como ilustrador y articulista. Porque las revistas fueron un ámbito más de esa energía excepcional, por lo intensa y múltiple, que fue este todero paisa, a quien al parecer lo único que le faltó fue tomar la alternativa en la plaza de toros La Macarena (y de pronto estuvo a punto de hacerlo, quién sabe). Micro, fundada por Camilo Correa; Temas, de Eduardo Rendón; Michín y Publicidad Temas, publicaciones todas de los años 40, recibieron el homenaje de su diseño e ilustraciones y de la revista Semana fue jefe nacional de publicidad. Editor. En 1945 edita el Almanaque popular colombiano, simultáneamente con Creadores de la democracia colombiana, impresos en Editorial Bedout. Con Fernando Gómez Martínez, ese mismo año, edita el libro Biografía económica de las industrias de Antioquia. Edita las revistas Econometría, con el profesor Emilio Gutard; Diciembre, con Pablo Balcázar; Portafolio de Semana Santa y Hechos, con Juan Zuleta Ferrer; Art publicitarios Ltda. y Su-
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peranuncio, con el dibujante Aníbal Upegui. En 1975 edita los libros Medellín -ciudad tricentenaria, financiada por la Sociedad de Mejoras Públicas dentro de las celebraciones del tricentenario de la fundación de la ciudad, obra de una gran vigencia aún hoy en las consultas sobre nuestra historia de la ciudad, y Figuras significativas en el tricentenario de Medellín, en compañía de Olimpo Gómez.
La razón de su inclusión en esta serie sobre la caricatura en Antioquia fue obtenida con trabajos como los veinte dibujos, tipo historieta, sobre el conflicto con Perú, que fue editado como folleto por la Librería Búffalo, de Medellín. En el mismo año, 1932, realiza caricaturas para el periódico El Diario, también de Medellín, y una carátula sobre Olaya Herrera, publicada por El Bateo el día de su posesión presidencial. A comienzos de los años 40 hizo caricatura para la revista Micro. Murió en Medellín, hacia 1996, después de más de ocho décadas de vivir la vida en lugar de dejar que ella lo viviera, como deja traslucir con toda claridad esta apretada síntesis biográfica, basada en tres páginas a máquina escritas por él mismo.
Jairo Morales Henao
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Alberto Lalinde Arango
Nació en Medellín el 4 de julio de 1912. Hijo de don Ricardo Lalinde Pérez y doña Teresa Arango.
Comenzó sus estudios en el Ateneo Antioqueño y los continuó en la Universidad de Antioquia, en época de intensa actividad política. Sus compañeros escribían en los periódicos de la ciudad y le pedían que fuera él quien ilustrara sus colaboraciones. Siendo muy joven hizo una caricatura relacionada con la candidatura de Olaya Herrera y como su padre la consideró de mérito, se la llevó a Jesús Tobón Quintero, director de Heraldo de Antioquia, donde la publicaron con el título de “Jugando candelita”. Eran tiempos de Ricardo Rendón y de Caras y caretas de la Argentina, circunstancias que recuerda con emoción y que influyeron en su interés por la caricatura de parecido.
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En 1961 le publicaron una caricatura del Padre García Herreros –iniciador del programa de TV El minuto de Dios– en El Colombiano, dando inicio a dos años continuos de trabajo en este campo, con la firma de ALA. Terminó de publicar cuando el periódico quiso recompensarlo económicamente y él se opuso. Entonces se dedicó al comercio –su actividad principal– y a los seguros, sin dejar de sentirse atraído por el lápiz y el dibujo, por la ironía y el escepticismo de la caricatura.
En un comentario publicado en El Colombiano de mayo de mayo 29 de 1977, cuenta que retornó a la caricatura en 1974 cuando pintó a un cliente mientras conversaba con él en la oficina. “El que es dibujante toma lápiz y papel y no cesa de hacer trazos. A mis compañeros de trabajo les gustó. Claro que el personaje se prestaba que daba gusto”. A raíz de esto le pidieron que hiciera la caricatura del vendedor de seguros de vida de la semana que fue todo un éxito.
Convencido de la importancia de las caricaturas a través de las cuales se pueden estudiar las costumbres, los muebles, la moda, la realidad política y tantos otros aspectos, se dio a la tarea de fundar, en la Biblioteca Pública Piloto de Medellín, el Salón de la Caricatura con originales del mundo entero, pero la idea no prosperó. A partir de 1977 colaboró con El Espectador-Antioquia por dos años. Dejó de hacerlo cuando el periódico suspendió la publicación de este suplemento regional. A ejemplo del Country Club de Bogotá, en 1976 comenzó a caricaturizar a sus compañeros golfistas del Club Campestre de Medellín, serie que se inició con la caricatura de Iván López “El Poderoso”. En su gran mayoría aparecen los personajes de cuerpo entero, acompañados de coplas alusivas a sus intereses. Muchas están coloreadas con acuarela y otras son aguadas, firmadas “A. Lalinde”, con fecha. Son de 24 x 17 cms., enmarcadas de tres en tres en cuadros de 39 x 66 (incluyendo marco). Están inventariadas y permanecen en exposición permanente en el bar La Ronda y en el salón de billares del Club. En diciembre de 1986 había un total de 246. Refiriéndose a las caricaturas de mujeres golfistas decía que con ellas no tenía suerte “porque alegan que les pongo más volumen en algunos sitios y en fin, ninguna ha quedado contenta porque tenían mejor imagen de sí mismas”. También hay caricaturas suyas en los clubes Unión, La Macarena y El Rodeo. En el Club Unión las 45 correspondientes a los contertulios del famoso
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bar El Compañero, están en éste. Las 164 restantes se encuentran expuestas en el Salón de Billares. A diferencia de las del Club Campestre, las del Unión en su mayoría son caras en blanco y negro, con firma completa y fecha. Tamaño 24 x 17 cms., sin coplas ni versos acompañantes. Fueron dibujadas directamente mientras las personas jugaban o conversaban.
Las del Club Campestre y las realizadas en los últimos años merecieron un estudio más detenido de sus personajes. Después de estudiarlos cuidadosamente, procedía a fotografiarlos para ayudar a la memoria, aunque afirmaba que cuando comenzaba una caricatura ya conocía al personaje. Antes de considerarlas terminadas, volvía a estudiar el personaje.
El trazo de Lalinde es flexible, suelto. Estiliza con facilidad. Además de caricaturista era “dibujante por aficción”. Practicaba el puntillismo. Estuvo casado con doña Lucía Posada. Son sus hijos Celina, Mauricio y Patricia. Luz Posada de Greiff
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Samuel Santiago Santamaría
Nació en Envigado el 7 de marzo de 1913, en una familia que ha dejado una huella artística en ese municipio y en la región, principalmente en el campo de la música. Después de sus estudios primarios ingresa al Instituto de Bellas Artes de Medellín y por la misma época se vincula como ayudante al famoso “Taller de los Carvajal”, que por entonces funcionaba en Envigado, donde aprende el arte de la imaginería religiosa. Simultáneamente recibe en Medellín clases de dibujo y pintura con Pedro Nel Gómez, y tiene como condiscípula a Débora Arango. Luego es becado por la alcaldía de su tierra natal para continuar sus estudios de arte en Bogotá, hecho que ocurre hacia el año 1938, y de donde sólo regresaría en muy pocas ocasiones para visitar a sus familiares. En la capital se vincula a la compañía de ingenieros españoles Gómez & Cía, donde permaneció por muchos años; en 1946 contrae matrimonio con la señora Francisca Reyes, de origen boyacense, con quien tuvo tres hijos. Fallece en la ciudad de Bogotá en febrero de 1992. Catorce años después de su muerte, en el mes de octubre de 2006, y en el marco de la Segunda Muestra Mundial de Caricatura del Valle de Aburrá, la Casa de la Cultura Miguel Uribe Restrepo del municipio de Envigado le rindió homenaje con una muestra de sus pinturas, esculturas y caricaturas.
Su formación lo inclinó por la escultura. Pintaba en sus ocios. Pero las necesidades de la subsistencia lo obligaron a conservar su empleo en Gómez & Cía. En la medida de lo posible se encargaba de trabajos de imaginería, principalmente para la Arquidiócesis de
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Bogotá. Cuando se retira de la empresa monta su taller imaginero y se entrega a responder con mayor intensidad los pedidos de la Arquidiócesis para iglesias, principalmente de Bogotá y de algunos pueblos de Cundinamarca y Boyacá. Su dedicación al empleo con la mencionada firma y a la imaginería con fines comerciales lesionaron necesariamente su dedicación a la escultura artística y la pintura, de las que se conservan no obstante algunos trabajos en manos de coleccionistas, como las esculturas tituladas “Dante”, “Acólitos”, y la serie “Los grandes músicos”, pertenecientes a la familia; la titulada “Homenaje a Cristo”, instalada en el Alto de Manzanillo, San Antonio de Prado, y otras obras como un pesebre, perteneciente a las colecciones de la Iglesia San Juan de Dios, en Medellín, algunos desnudos y paisajes al óleo.
Su obra como caricaturista fue exclusivamente labor de juventud, lo que quiere decir que data de la época anterior a su viaje a la capital del país, y es, por esa razón, obviamente de inferior volumen a su producción como imaginero y escultor, aunque talentosa, como lo comprueban las caricaturas que reproducimos. Algunas de ellas fueron publicadas en periódicos envigadeños de los años 30 y comienzos de los 40, como La Chispa, Ayurá y Ceibas, periódico éste que tuvo sección de caricaturas a cargo de “Campo” (Campo Elías Arango). Pero de su producción en este aspecto se conserva apenas un puñado de caricaturas, hoy en manos de uno de sus descendientes y coleccionistas. La escasez se explica no sólo porque haya sido apenas obra de juventud sino porque, al igual que otros caricaturistas incluidos en esta serie sobre la caricatura en Antioquia, la hacía en la calle y la dejaba en manos de quien le había servido de modelo involuntario o de quien se interesara en ella y quisiera conservarla. Todo indica que no guardaba archivo de originales o cosa parecida, como sí lo hizo Salvador Arango Botero con su famoso álbum, al que ya nos referimos en esta misma serie. Según la leyenda -y según permiten inferir sus caricaturas- frecuentaba mucho el parque del municipio, sobre todo en los días domingo, porque no pocos de sus “monos”, cuando representan mujeres, lucen prendas dominicales con la moda de los años 30; también dicen la leyenda, y algunos poquísimos sobrevivientes, que exhibía sus caricaturas en la botica Colombia de don Julio Uribe. Es fácil imaginar el jolgorio de ociosos y curiosos, y el muy seguro disgusto de las víctimas de su “lápiz mordaz”, como dice el lugar común, cuando se enteraban de que habían figurado entre los elegidos, sobre todo si se trataba del bello sexo. No es
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arriesgado suponer que tanta mortificación acumulada hubiera tenido que ver algo, además de su indiscutible talento, con la beca que se le dio para que estudiara en Bogotá.
Comenzó a hacer caricatura cuando Rendón era la figura nacional de este lenguaje, por lo que se descuenta su influencia. Pero su línea segura y suelta, y su capacidad de síntesis, lo mismo que el ojo de todo buen caricaturista para con las desarmonías fisonómicas del ser humano, ponen de presente un talento y originalidad personales, y su mirada suavemente -y a veces no tanto- corrosiva. A diferencia de Salvador Arango Botero, sus caricaturas no vienen con la indicación del nombre del personaje, lo que constituye otra limitación adicional, aunque secundaria. Estas circunstancias que acompañaron su producción en el género sugieren que Santamaría no le otorgaba mayor valor y que la asumía a escala de su aldea: donde todos se conocían ¿qué necesidad había de otorgar el nombre al personaje caricaturizado? Esta actitud, que pudiéramos calificar, si no de despectiva, sí de descuidada con su propio trabajo, fue común a otros caricaturistas de las primeras décadas del siglo XX en Antioquia, como lo hemos comprobado en nuestro seguimiento historiográfico y crítico de este género en la región. Pero en el caso de Santamaría hay un agravante: su obra de imaginero y escultor, la más voluminosa y probablemente más coherente, se encuentra dispersa, sin inventariar siquiera, debido a las condiciones ya señaladas de aficionado en que se vio obligado a realizarla y al sistema de trabajo de los imagineros, por pedido. Habría algo más en su caso, sin embargo. Por lo menos así lo da a entender el autor de la investigación en que se basa nuestra nota, Orlando Morales Henao, que anota en un libro en proceso sobre el arte en Envigado: “El parroquianismo de su formación, que no su talento, una timidez natural que le dificultaba hacer amistades con facilidad, y, sobre todo, la concepción conservadora de la vida cultural que le impidió abrirse a nuevas corrientes del pensamiento, fueron parte de las limitaciones que no permitieron que su obra hiciera parte del movimiento artístico nacional que le fue contemporáneo”. Aquí se toca un tema profundo y paradojal si se piensa en el caso de Salvador Arango Botero, de la misma generación de Samuel Santiago Santamaría, como que nació en Santa Rosa de Osos en 1911, y estudiado en un artículo anterior; quien prefirió regresar al terruño para hundirse hasta el fin en el provincianismo artístico a continuar en la capital al lado de profesores y amigos de la
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talla de Coriolano Leudo, Ricardo Borrero Álvarez, Roberto Pizano y Ramón Barba, en una Bogotá que le había abierto las puertas de publicaciones como Cromos y El Espectador para que ilustrara en ellas, datos que no dejan duda sobre el mayor vuelo de Arango Botero respecto de Santamaría en cuanto al mundo artístico que alcanzó a abrirse. Sin embargo, a este último tampoco le valió permanecer en la capital hasta su muerte para superar el horizonte de provincia, lo que denuncia en los dos un problema más profundo en su constitución artística. Jairo Morales Henao
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Campo Elías Arango, “Campo”
Nació en Medellín en 1914. Hijo de Benjamín Arango y Genoveva Botero. Fue un periodista integral, como se verá más adelante.
Como caricaturista colaboró en El Tiempo de Bogotá y en El Correo y El Colombiano de Medellín y en periódicos de más restringida circulación como Crédito y Consumo (más tarde El Cooperador Colombiano) de la Cooperativa Familiar de Medellín, donde publicó caricaturas alusivas al tema del cooperativismo, de 1941 a 1943; en Ceibas, de Envigado y en la Revista del Campestre, del club social del mismo nombre. Fue editor en Medellín del periódico Actualidad Mundial.
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Colaboró en El Colombiano en diversas ocasiones por un período de 32 años. Experto traductor, desde pequeño estudió idiomas, entre ellos el inglés, francés, italiano, portugués y alemán, para los que tenía una habilidad especial. La última vinculación con este periódico comenzó el 1º de octubre de 1945 como redactor “inflador” de telegramas, como cronista y posiblemente como ilustrador aunque éstas no aparecen firmadas. Es muy curioso que existiendo un caricaturista como “Campo” en el periódico, no aparezcan en éste caricaturas durante lapsos que cubren varios años, o aparezcan de otros artistas y no de él. Fue además libretista y humorista de Radio Sucesos.
Todos los que lo conocieron concuerdan en afirmar que era una persona polifacética, muy cuidadosa de su presentación personal. Sobre él dice Jaime Mercado en una historia de El Colombiano, inédita:
“Era Campo el representante de la caballerosidad y de la bonhomía. Siempre tenía a flor de labio un chisme nuevo, para contarlo a sus amigos con esa risa sarcástica con que matizaba sus intervenciones”. En el número 3 de Crédito y Consumo, agosto 23, 1941, aparece un comentario sobre la obra de Campo que entre otras cosas dice: “Campo es un caricaturista y el único actualmente que en Antioquia esgrime el lápiz con actitud refleja, es decir, con ánimo de descuartizar, y lo logra. Desde el punto de vista de la simple ironía, que se nos antoja ser algo trascendental, Campo es admirable”. En 1966 participó en una exposición colectiva que se llevó a cabo en el Centro Colombo Americano y en la cual lo acompañaron Gustavo Molina Restrepo, Herbert Jiménez, Guillermo Londoño y Augusto Montoya Correa.
Murió en Medellín el 6 de octubre de 1966. Estuvo casado con la señora Sofía Restrepo Uribe y son sus hijos Luz Elena, Ramiro y Darío. Luz Posada de Greiff
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Fabio Ruiz Osorno*
Nació en Medellín el 15 de abril de 1920 y murió en la misma ciudad el 3 de agosto de 1986. Estudió en el Instituto de Bellas Artes, donde fue alumno de Pedro Nel Gómez, Rafael Sáenz, Gustavo López y Carlos Gómez Castro. Durante su vida de soltero y hasta 1948, aproximadamente, fue caricaturista de profesión. Entre los años 1944 y 1948 fue caricaturista de planta del periódico La Defensa. Se calculan en más de mil las caricaturas políticas que hizo durante este período. Dibujos suyos ilustraron las páginas literarias del mismo periódico y de las revista El Verso (nos. 2, 3 y 4), dirigida por el “Vate” González; Occidente y Deleite, publicación de Almacenes Ley. También ilustró libros, como uno de poemas religiosos del ya mencionado “Vate” González. Al parecer, después de casarse abandonó por completo este camino para vincularse a Empresas Varias, donde se jubiló. Después trabajó en Notaría y Registro. Firmó sus caricaturas e ilustraciones como “Frofro”, “Fabio” y “Ruiz”, aunque bajo el seudónimo de “Toto”, y por la misma época aparecieron en otros medios caricaturas muy semejantes a las suyas.
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Los originales de las caricaturas de las cuales fueron tomadas las fotocopias que posee la Sala Antioquia en su fondo de caricatura, son de propiedad de Aura Ruiz, hija del artista. Durante sus últimos días volvió a pintar al óleo. Incursionó también en otras técnicas, de las que son muestra dos lápidas hechas por Pepe Saldarriaga, vaciadas sobre dibujos de Fabio Ruiz Osorno, lo mismo que un San Francisco de Charitas.
Su tema como caricaturista fue la vida política nacional de su época de caricaturista activo y sus personajes protagonistas: Alfonso López Pumarejo, Alberto Lleras Camargo, Jorge Eliécer Gaitán, Gabriel Turbay, Juan Lozano y Lozano, Eduardo Santos y figuras de segundo orden pero que tuvieron su peso político nacional y sobre todo en sus regiones de origen, como Rafael Arredondo, Alfonzo Orozco, Fernando Londoño y Londoño, y Carlos Arango Vélez, entre otros. Otras de sus imágenes corresponden a caricaturas alegóricas de temas como la “Opinión”, el “Comunismo”, una “Convención”, la “Oposición”, el “Manzanillaje”, “Antioquia”, etc. Cronológicamente esos años fueron los del segundo gobierno de López Pumarejo (1942 – 1946), es decir, cuando concluían los dieciséis años de gobiernos liberales. Excepto los protagonistas políticos señalados y ciertos rasgos de la forma, los asuntos de sus caricaturas no difieren mucho de los de la vida política actual: alianzas electorales, precandidaturas y candidaturas, renuncias, garantías políticas de la oposición, calumnias, relación del gobierno con las críticas del periodismo, la opinión pública, etc.
Su línea en el trabajo de los rostros es acertada porque los personajes se identifican de inmediato, están suficientemente individualizados, lo que indica su talento y formación artística. Y a pesar de que el tiempo ha despojado a no pocas de sus caricaturas del sentido inmediato de su mensaje para un espectador de hoy, por haber estado muy ligadas a circunstancias efímeras, a nombres y hechos hoy olvidados, o por carecer de la agudeza y mordacidad de un Rendón, conservan su vigencia como un documento de época, como un testimonio de crítica política desde el humor gráfico y como una lectura atenta, divertida y sagaz de nuestras costumbres políticas. (*) Texto basado en investigación de doña Luz Posada de Greiff.
Jairo Morales Henao
Panorama de la caricatura en Antioquia en el siglo XX
Sebastián Robles
Ciro Mendía
Con Robles se repite ese fenómeno tan curioso de caricaturistas que parecen haberse empeñado, en unos casos, en borrarles huellas a sus posibles biógrafos; en otros, en negar su pasado en el género, que fue el caso de Guillermo Jaramillo Vélez, nacido en Valparaíso (Antioquia), dibujante de la famosa Gacetilla Bayer y Segundo Premio en el VI Salón Anual de Artistas Colombianos, o en abandonar la caricatura para siempre, como si se tratara de una expiación, lo que tipificó Fabio Ruiz Osorno, anteriormente mencionado, quien olvidó la caricatura a partir del día en que se casó, o tal vez un poco antes, muy probablemente a requerimientos de su futura esposa para que buscara una forma más confiable de ganarse el sustento que haciendo caricaturas. Con sus diferencias, desde luego, en cuanto a escasez de datos biográficos y de registro documental de obra, Sebastián Robles repite el caso de otros caricaturistas, ya incluidos en esta serie, unos de ellos, como Antonio José Robledo Ceballos, pendientes de inclusión otros, como Luis Carlos Echeverri (Gallardo). De éste comentó Elkin Obregón: “Era un juglar de la caricatura (…) Su sitio de trabajo eran los cafés y bares de la ciudad. Sus modelos,
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aquellos que allí pagaban su trabajo de repentista del retrato”. Y anécdotas de este tipo fue todo lo que pudieron recoger sobre él los investigadores: que “despachaba en el café de Los Mora y en La Bastilla”, que “iba de pueblo en pueblo en busca de su clientela”, etc. Con Robledo Ceballos ocurrió algo semejante, pues si bien se encontraron datos precisos sobre su nacimiento, niñez y primera juventud en Amalfi, donde nació, una vez termina su bachillerato y sale del pueblo a enfrentar el mundo, se pierde casi por completo su rastro. Dibujante callejero como Gallardo, caricaturista y siluetista, de Robledo no se poseen más datos de su vida adulta que referencias vagas a estadías en México, Brasil y Popayán. Luego, la sombra de ninguna referencia confiable y documentada.
Ya la primera frase de Luz Posada de Greiff en su nota biográfica se introduce la duda, la ambigüedad: “¿Es la misma persona Robles y quien firma caricaturas como Robles Aponte?”. A continuación anota doña Luz: “Manuel Mejía Vallejo cree que era chocoano. Arturo Puerta cree que era costeño”. Pero su vinculación a El Correo, El Colombiano y al suplemento Generación permitió conocer su trabajo y rescatarlo como caricaturista de manera mucho más cabal que lo sucedido con Robledo y Gallardo. La investigación consiguió establecer la cronología de sus colaboraciones. Comienza a publicar caricaturas en El Colombiano en julio de 1935. En 1937 comparte sus colaboraciones con otros dos caricaturistas: Campo Elías Arango y Horacio Longas. En 1937 comienza a hacerlo en el suplemento Generación, de El Colombiano. En titular de primera página del día 24 de junio de 1946 el periódico El Correo anuncia el ingreso de Sebastián Robles como caricaturista de planta en sus páginas. El anuncio no incluye datos personales. Luego, se pierde su rastro. “No es más lo que sabemos de Robles”, concluye doña Luz en su nota biográfica sobre este artista.
De su trabajo hay que decir en especial dos cosas. Era un estupendo retratista, y esa cualidad marca sus caricaturas. Al igual que sucedió con otros caricaturistas, como Ruiz Osorno, la seguridad de su trazo sugiere una formación artística académica en algún instituto, muy probablemente en el de Bellas Artes. El otro rasgo diferenciador es un elemento atípico: en él fue ausencia lo que ha sido rasgo dominante de los caricaturistas nacionales: la política nacional. Trabajó para un diario liberal y para uno conservador, vivió una época de aguda y sectaria confrontación liberal - conservadora,
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situaciones que pudieron inducirlo a esa neutralidad, además de probables predisposiciones personales. Prefirió personajes mundiales de la política, la farándula, el cine, el toreo o el deporte. Algunos de sus rostros y dibujos de cuerpo entero son definidamente caricaturas, otros se ubican en un territorio ambiguo entre el retrato y la caricatura, tienen tanto de lo uno como de lo otro. Pertenecen a este campo su figura del entonces presidente Mariano Ospina Pérez; también las de Saito, Almirante y Jefe del gabinete japonés, y Gerald P. Nye, presidente de un comité senatorial norteamericano. Sin duda son caricaturas pero los rasgos que se exageran se mantienen de este lado de la crueldad. No así, por ejemplo, las de Alfred Emmanuel Smith, norteamericano, autor del libro El ciudadano y su gobierno, al parecer muy popular entonces, o la del emperador de Etiopía, Haile Selassie, que cruzan la frontera hacia la exageración cruel. La calidad de sus caricaturas demuestra que se justificaría editar un catálogo con una selección de su trabajo.
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Pablo Picasso
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Lorenzo Márquez Nació en Medellín. Hizo estudios secundarios en el Liceo de la Universidad de Antioquia y de arte en el Instituto de Bellas Artes. Arquitecto de la Universidad Nacional, seccional Medellín. Por muchos años residió en distintas ciudades colombianas, en Venezuela y Alemania, donde se casó con Bárbara Kruger. En 1982 regresó a Medellín
En 1945, siendo muy joven, colaboró en El Correo con dibujos excelentes para la sección “Toros y Toreros”. Dos años después reaparece con una serie de caricaturas titulada “Lo que más estorba en Medellín”, donde expresa problemáticas diversas originadas por el desarrollo de una ciudad que pasaba aceleradamente de aldea grande a ciudad. También hizo –qué caricaturista colombiano no lo haría– caricatura política. Fue a finales de los años 40, en los comienzos de lo que se conocería como “Época de la Violencia en Colombia”. Su primera caricatura política propiamente dicha apareció con su firma en El Correo el 24 de septiembre de 1947, bajo el encabezamiento de “Actualidad Política”. La leyenda de esa caricatura rezaba: “Las dos planchas”. Ironiza en ella esa institución manzanilla y electorera de nuestras costumbres políticas que es la elaboración de listas (llamadas “planchas” en el argot político) para candidaturas a concejos, asambleas, cámara y senado de la república, episodio o momento donde funciona a plenitud la maquinaria de la componenda, la manipulación, la trampa, la promesa falsa, el engaño. El caricaturista le contrapone la imagen inocente, arquetípica, entrañable, sonriente, de una mujer planchando ropa en su hogar.
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En octubre de 1947 publica otras dos caricaturas en el mismo periódico y en 1948 insiste en ellas con la vida política nacional. Las dos que reproducimos se cuentan entra las más fuertes. En la titulada “La popol” se ve a una pareja campesina que interroga a otro campesino, quien evidentemente acaba de asesinar a un hombre que yace tirado en el suelo, como que aún empuña tras su espalda el cuchillo ensangrentado. A la pregunta: “¿Por qué ha hecho esto?”, el hombre responde: “Porque quiero que me metan a la Popol”, palabra con la que se nombraba en la época a la policía chulavita, instrumento de terror del gobierno. La denuncia no puede ser más obvia y cruda. En la otra caricatura, titulada “De la injusticia a la justicia”, y cuya leyenda reza al pie de la imagen: “Seremos circunspectos y escrupulosos pero no permitiremos los desórdenes”, un hombre con el traje a rayas de los presos está de pie sobre el mapa de Colombia; en la mano derecha esgrime un puñal ensangrentado y en la izquierda una escopeta. La superficie del país está poblada de llamas, cruces y calaveras. El personaje guarda semejanza con dos de los políticos que hicieron parte de los llamados Leopardos: Silvio Villegas y José Antonio Montalvo (más probablemente este, porque la caricatura aparece el 29 de marzo de 1948, y por ese entonces Montalvo era ministro de gobierno de Ospina Pérez), que tenían cierto parecido físico.
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Y la otra caricatura que reproducimos pertenece a su serie “Lo que más estorba en Medellín”. En ella una mujer ordeña una vaca en la franja de grama que separa la acera de la calle, frente a una casa. Pero el encabezamiento general nos ha hecho saber que aquello ocurre en la ciudad, y la leyenda lo enfatiza: “Ordeñada de vacas en barrios residenciales”. El año, 1947. En un contexto rural o pueblerino de la época, la escena sería anodina, pero ubicarla en Medellín es un agudo señalamiento sociológico, pues nos permite hoy ver y saber que entonces la ciudad estaba en mucho poblada por inmigrantes campesinos y por inmigrantes recientes de asientos rurales en la periferia de la ciudad, que prolongaban de diversas maneras un estilo de vida arcaico en el nuevo tejido humano. Una caricatura como esta demuestra el valor que posee ese lenguaje gráfico para revelar, con su atractivo poder visual y sintetizador, problemáticas del presente, y también como documento histórico que hace de postigo por el cual asomarnos a nuestro pasado ciudadano, a un fragmento de él, y, por resonancia de la evocación, al fresco completo de lo que era Medellín entonces. Desde luego, un fresco apenas insinuado, pero insinuado con mucha eficacia no solo por el tema mismo de la caricatura –ese trozo de vida rural venido de un pasado remoto y de inmigraciones recientes que se resistía a su extinción–, sino en la sutil contraposición que trae el
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dibujo: quien ordeña está vestida de pies a cabeza como una campesina, y quien la ha rebasado y se aleja dándole la espalda –luego de haberse visto obligado a abandonar la acera y esquivar el excremento del animal visible en la calle– es un hombre que viste como un citadino de la época: saco y pantalón de paño y sombrero, vestimenta que invoca el mundo al que pertenece: un mundo de edificios de varios pisos construidos en cemento, ladrillo, vidrio, acero, hierro y bronce, edificios con ascensores y oficinas donde trepidan las máquinas de escribir Rémington y las Wonderwood, tecleadas por oficinistas tan impecablemente vestidos como nuestro hombrecito del dibujo, y también por muchachas con trajes estilo sastre y cabellos cortos que se cubrirán con sombreritos al salir en busca del tranvía que las arrimará a sus casas. Una nueva topografía urbanística que viene levantándose en la ciudad desde hacía unas décadas. El caballero de la caricatura está inmerso en ese Medellín de 1947, en la época que le era por completo contemporánea: se dirige hacia el futuro con decisión, definitivamente no piensa darse vuelta hacia ese pasado rural que lo acecha en aquella calle, y del que muy probablemente él mismo proceda directamente. * Texto basado en investigación de Luz Posada de Greiff.
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La caricatura en “El Correo”, de Medellín El Correo comienza a publicarse el 20 de junio de 1944, con el número 5020, como continuación de El Heraldo de Antioquia, que había concluido sus días en el número 5019.
Periódico liberal. En sus primeros números no publicó caricaturas políticas. Sólo unas pocas de personajes nacionales e internacionales y algunas extranjeras sobre la Segunda Guerra Mundial que, en ese entonces, tocaba a su fin. El 25 de junio de 1944, a los cinco días de su nacimiento, la primera página incluyó dos caricaturas, una de Eduardo Santos, sin firma, y una de José Stalin, salida de la pluma de Gustavo Facio Lince, que se haría famosa internacionalmente. En julio se publican caricaturas de Alberto Lleras Camargo, Esteban Jaramillo y Laureano Gómez, firmadas por Campo Elías Arango -CAMPO-, de quien aparecen unas pocas en los años siguientes.
George Bernard Shaw
En el número correspondiente al 11 de julio de 1944 llama la atención una excelente caricatura del presidente Alfonso López Pumarejo, firmada por Rafael, y en los números de agosto se suceden varias caricaturas sobre el golpe de estado contra el presidente López y otros temas locales, firmadas por “Toto”. De octubre de 1944 a marzo 3 de 1945 la caricatura nacional no tiene presencia alguna. En 1945 firman caricaturas Patiño, quien ilustra la sección literaria; Lorenzo Márquez, Arango, Cabanzo (bogotano), L. Montoya C., Tilú, Jaime Díez y Gallego.
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En 1946 Sebastián Robles colabora con cuatro ilustraciones y con una Campo Elías Arango. En 1947 y 1948 predominan las caricaturas políticas y de denuncia de los problemas de la ciudad, en su gran mayoría de Lorenzo Márquez, quien de todos los mencionados es el que más tiempo permanece en el periódico. También ilustra Márquez la sección “Toros y toreros”, lamentablemente con muy pocas caricaturas sobre el tema. El 22 de julio de 1947 dio comienzo a lo que fue tal vez su serie más regular y popular, titulada “Lo que más estorba en Medellín”, centrada en la denuncia de las dificultades que ofrecía la vida ciudadana, denuncia que aún conserva vigencia. También son de Márquez las caricaturas políticas que aparecen por segunda vez en El Correo de septiembre 24 de 1947 a abril 4 de 1948. La caricatura desaparece del periódico entre abril de 1948 y 1950, debido, por supuesto, a la fuerte censura oficial que vivió entonces. Entre este último año y 1957 no existe en la ciudad colección del periódico.
El 4 de mayo de 1957, en vísperas del derrocamiento del general Rojas Pinilla, se publica la primera caricatura de Luis Fernando Vélez Ferrer -VELEZEFE-, con el tema de la Feria de las Flores, que por primera vez se celebraba en Medellín. Seis días después se producía la caída del general Rojas y a partir de entonces la política fue el tema preferido por Velezefe, quien habría de ser caricaturista de planta del periódico y columnista de humor con “Fosa Común”. En los ejemplares revisados a partir del 14 de junio de 1957, las caricaturas de Velezefe son de aparición diaria en la página editorial y era acompañado entonces en la caricatura política por R. Laverde. Velezefe deja de trabajar en El Correo el 31 de agosto de 1972 y pasa a El Colombiano.
Velezefe es reemplazado por las tiras “Pachón” y “Pachita”, ambas extranjeras. Y El Correo no vuelve a tener caricaturas de la talla de los que habían constituido su historia en este campo. Como es sabido, el periódico concluyó su existencia en febrero de 1979. Luz Posada de Greiff
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Velezefe*
Luis Fernando Vélez Ferrer, Velezefe, fue, sin duda, caso Rendón aparte, el caricaturista antioqueño del siglo XX con dedicación exclusiva al oficio a lo largo de la vida, que más reconocimiento obtuvo en su medio regional y también entre los que más lo alcanzó en el país. Para comprobarlo basta repasar las páginas del diario El Colombiano en los días subsiguientes a su muerte, ocurrida el 9 de julio de 1986, a los 49 años de edad.
Editoriales y columnas se ocuparon con entusiasmo de su vida y obra, a la vez que lamentaban, y hondamente, su muerte. En 1977, cuando cumplió 20 años en el oficio de caricaturista, el acontecimiento fue celebrado en las páginas del mismo periódico con un artículo de cierta extensión, una * La información utilizada en este artículo se extrajo de los álbumes con recortes de prensa sobre Velezefe y caricaturas suyas, formados por Luz Posada de Greiff durante su investigación sobre la caricatura en Antioquia, adelantada en 1987; álbumes que hacen parte del Fondo de Caricatura de la Sala Antioquia de la Biblioteca Pública Piloto.
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especie de entrevista resumida, donde se traza un esbozo de su vida en el campo de los “monos”, como se ha designado a la caricatura en el argot periodístico. Cinco años después, con motivo de sus “Bodas de Plata” con la caricatura, el despliegue es mucho mayor e incluye la prensa nacional. En mis muchos años ya de rebuscas en el Fondo de la Caricatura en Antioquia, conservada en la Sala Antioquia de la Biblioteca Pública Piloto, no recuerdo el caso de ningún otro caricaturista antioqueño que haya obtenido en vida un reconocimiento semejante, tal fue Elkin Obregón, quien hace 25 años dejó de publicar caricatura, pero que también alcanzó gran notoriedad y reconocimiento. Su trayectoria se inició el 4 de mayo de 1957 en las páginas del periódico liberal El Correo, seis días antes de la caída de la dictadura de Rojas Pinilla. En esa primera caricatura, el dictador aparece en traje formal, en posición de quien está sentado pero sin que asiento alguno lo sostenga, solo, y con las manos cruzadas sobre la rodilla izquierda; mira hacia un costado y su gesto es de preocupación. Radiografía política notable del momento por el que pasaba la dictadura, para ser concebida por un muchacho de 20 años (había nacido en Medellín el 18 de mayo de 1937).
El tema de la dictadura conserva un predominio casi completo en las caricaturas que continúa publicando en El Correo durante el resto de ese año y todo 1958. Se explica por la alegría nacional que implicaba la caída de la dictadura y el regreso a las formas del ejercicio democrático, específicamente a las elecciones libres. Pero también por una razón más general, como lo señala en la que fue, si no la primera, sí una de las primeras entrevistas que le hicieron en la vida. Se la concedió a Jaime Mercado y fue publicada en El Correo, medio para el que continuaba trabajando en 1970, donde aparece el 29 de marzo. A la pregunta: “¿Cuál es el tipo de caricatura que más llega al pueblo?”, responde: “En Colombia, indudablemente la caricatura política. Y mientras más demoledora, más violenta, sea esa caricatura, más gusta. Esto he podido comprobarlo en mi carrera de caricaturista profesional, cuando he procurado alternar temas políticos con otros de mayor universalidad. Sin embargo, el lector pide “monos políticos”. Mordaces, crueles, satíricos. Y en verdad he hecho lo posible por complacerlo”.
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Aquella caricatura del 4 de mayo de 1957 fue la entrada de Luis Fernando Vélez Ferrer en la historia de la caricatura en Colombia, capítulo que se prolonga hasta su muerte, casi cuarenta años después. Su prehistoria en el género la conocemos en ese artículo de 1977, ya mencionado, de celebración de sus 20 años haciendo caricatura diaria, y en artículos posteriores en El Colombiano y otros medios escritos. “Su primera víctima, el padre Juan José Briceño, profesor del colegio San Ignacio de Medellín. Para deleite de sus compañeros”. Sus escarceos juveniles con el lápiz aparecen en las páginas de la revista del colegio y los continuó en Bogotá, adonde se trasladó su familia, en Juventud Bartolina, revista del Colegio San Bartolomé, donde cursó sus dos últimos años de bachillerato. Aquel diablillo que lo hacía feliz hostigando a quienes lo rodeaban, satirizándolos con su lápiz, tuvo como blanco a profesores, pero también a condiscípulos que se burlaban de su acento paisa. Osuna, estudiante entonces del mismo colegio, veló hombro a hombro con él esas primeras armas en la caricatura en esa revista estudiantil. “Progresos”
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Algo de aquellos ejercicios cuasi secretos llegó al escritorio de Calibán, quien le dio carta de recomendación para El Correo. En este periódico, su medio social comprobó que esas caricaturas iniciales no obedecían a una curiosidad pasajera sino que fueron el anuncio de una vocación constitutiva de su ser: no faltó su caricatura diaria en esas páginas hasta el 31 de agosto de 1972, cuando se retiró del periódico para continuar con su oficio en El Colombiano. Durante sus 15 años en El Correo se hizo a un manejo de sus horarios de manera que simultáneamente pudo publicar “monos” en El Tiempo, El Espacio y en la revista Vea Deportes, medios en los que se afianzó como un caricaturista de alcance y reconocimiento nacionales.
Para entonces ya había realizado dos exposiciones individuales con sus trabajos. La primera, titulada “Caricaturas de la vida y de la muerte”, con imágenes a todo color, la hizo en junio de 1965 en el Centro Colombo Americano. Dos años después, el 5 de mayo, hace la segunda, en el mismo lugar. Ya antes, y con un carácter relativamente privado, hizo una exposición en su finca “Providencia”, en Sabaneta (Antioquia), con 30 caricaturas de 30 personajes de la vida nacional e internacional, “hechas en cartulina bristol, de 20 x 15 cmts”. Lo de “relativamente privado” es porque esta información apareció el 15 de enero de 1963, en El Correo. Sin embargo, el cronista anónimo ocupa sus cuartillas de manera exclusiva en una descripción muy animada del pequeño minifundio familiar y del bucólico lugar geográfico donde se encontraba. Fue una lástima que no dijera una palabra sobre la exposición, porque la factura técnica de los representados en esas treinta caricaturas es destacada, como lo era su presencia pública en la vida nacional e internacional. Aparecen entre ellas las caricaturas de Fidel Castro y Nikita Kruschev, prueba suficiente de lo que decimos.
El 6 de septiembre de 1972 es la fecha de su ingreso en El Colombiano como caricaturista, pero también como cronista de temas cotidianos y taurinos, ejercicio este que tuvo su inicio en los medios donde había trabajado. Diez años después celebra los 25 años en el oficio diario de la caricatura. Celebración que es nacional, como lo hace palpable Consuelo Lago en su “Negra Nieves” del 6 de septiembre de 1982, con las siguientes palabras puestas en boca de su personaje:
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“–¡Qué machera! Don Velezefe cumplió 25 años haciendo caricatura diaria, diaria, diaria”. Abre fuegos sus Bodas de Plata una entrevista que le hace Marta Luz Posada de González, publicada el miércoles 5 de mayo de 1982, desde luego, en El Colombiano. Aunque la entrevista se va más por el lado personal: desde los objetos que adornan su escritorio hasta sus aficiones personales, pasando por sus amistades en el periódico y fuera de él, también toca puntos interesantes de su trabajo como caricaturista: colegas que admira (Mingote, Quino, Osuna y Pepón); rasgos de su humor (cruel, negro, frívolo); satisfacciones que le da su oficio (“… el hecho de saber que influyo en la opinión, y que puedo hablar por los que no pueden hablar, protestar por los que no pueden hacerlo, gritar por los que no pueden gritar”); concepción y elaboración de sus caricaturas (“Mira. Por la mañana leo varios periódicos y elijo dos o tres noticias importantes. A éstas ‘les trabajo’. A veces ‘sale’ una caricatura y a veces tres. También hay unas que ‘salen’ sin uno pensarlas. Hago el boceto y después tinta china y demás”), y una muy importante, pues toca un aspecto de su trabajo que un observador imparcial no puede escamotear: su línea como dibujante, sin duda muy deficiente (“¿Tiene más fuerza tu dibujo o tu mensaje?”. Respuesta: “Creo que el mensaje. El dibujo es accesorio. Jorge Zalamea me dijo una vez que es más importante lo que se dice que lo que se traza. Yo soy un mal dibujante. Si fuera bueno no estaría aquí sino en una agencia de publicidad”. No es el lugar de entrar a discutir esta respuesta, que, sin duda, es evasiva; pero lo que cuenta es señalar que pese a su condición de mal dibujante (su mentor inicial y amigo, Adolfo León Gómez, encontró una forma elegante para aludir a este asunto, sin minimizarlo ni ignorarlo: “Porque no es un simple dibujante: en realidad, nunca le ha desvelado la perfección en la línea”), fue un caricaturista cuyo trabajo tuvo eco en el país, que ejerció una influencia en la opinión pública –de la que se erigió en una especie de portaestandarte, por lo menos de sectores amplios de ella– y, sobre todo, que contribuyó a darle un status al oficio del caricaturista como pocos lo consiguieron entre nosotros en el pasado. Fue un ejemplo indudable de profesionalismo, de honestidad intelectual, de fe en su trabajo.
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Esas y otras circunstancias se aunaron para hacer de él una especie de vedete. Un abismo de reconocimiento social lo separan de otros caricaturistas antioqueños incluidos y no incluidos en este libro, de hombres como Sebastián Robles, Fabio Ruiz Osorno, Antonio José Robledo Ceballos o Gallardo, que, como lo hemos repetido, signados por lo que pudiéramos llamar voluntad de sombra, hicieron de la caricatura una suerte de juglaría anónima, furtiva, pasajera, un oficio ejercido en los claroscuros de un segundo plano. Velezefe, situado en el lugar de la afirmación sin ambages ni dubitaciones sobre su quehacer, ratifica esa actitud con la publicación de un libro al cierre de ese 1982, el de sus bodas de plata en la caricatura. Se presenta el 29 de noviembre en las instalaciones del periódico y un artículo, salido ese mismo día, lo publicita. El libro tiene una importancia más allá del hecho celebratorio porque se trató de una selección entre unas doce mil caricaturas aproximadamente y se hizo con criterio representativo. La reproducción de los “monos” guarda un orden cronológico, aunque no incluyó, por razones técnicas, las publicadas entre 1957 y 1960. El prólogo fue escrito por Adolfo León Gómez (hecho político destacado, en el sentido de apertura ideológica de Velezefe y El Colombiano, lo mismo que indicativo de la calidad humana del caricaturista, quien expresó así su agradecimiento, pues fue en El Correo, diario liberal, donde apareció su primera caricatura pública, como ya se dijo, el 4 de mayo de 1957, siendo Adolfo León Gómez director de ese medio) es de mucha importancia. Es más que una cortesía, que un elogio de trámite. Es una semblanza de la personalidad de Velezefe como hombre de cultura y caricaturista, y hace énfasis en el papel jugado por esa condición de hombre culto en su oficio con la caricatura, porque, según el prologuista, es esa cultura lo que se aúna a la visión del mundo del caricaturista para darle a su trabajo ese poder de generar interés e identidad en un espectro muy amplio de lectores. Hoy, ese prólogo-semblanza se puede tomar como un esencial obituario anticipado. Menos de tres años después Velezefe moría en Bogotá. Pero la estela de sus 25 años en la caricatura continuaba iluminándolo todavía un año después. El periódico medellinense La Razón encargó a dos de sus colaboradores, Andrés Márquez y Hans F. Barth,
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para entrevistarlo. La entrevista (mayo de 1983) contiene datos biográficos inéditos o no mencionados con esa precisión en entrevistas anteriores. No resistimos la tentación de reproducir el comienzo, los primeros brochazos de un estupendo retrato moderno: “Su pequeña figura, su descomplicada manera de vestir, su paquete de Pielroja, su juego constante con el encendedor, y un ansia de preguntas, son los rasgos característicos que saltan a la vista para quien por primera vez lo ve de cerca. Es Luis Fernando Vélez Ferrer, caricaturista exclusivo, ‘como jugador de fútbol’, de El Colombiano”.
Siempre afirmó que prefería al tema político, el que más demanda tenía entre los lectores, las caricaturas centradas en lo social: “En la injusticia, en la miseria, que resulta de ese desequilibrio entre la gente que lo tiene todo y la que no tiene todo. Uno tiene que ser testimonio de la época”. Qué tanto lo consiguió, ahí está su obra vastísima en espera del balance que pueda entregarnos un libro definitivo sobre su vida y obra, libro en el que con seguridad sueña alguien. Porque si bien en términos de la época que vivió, su influencia social y amical, se apuntaló también –fuera del trato personal, que quienes lo conocieron celebraron en su momento como un hecho memorable de sus vidas– en sus columnas “Fosa Común”, de opinión, y “De pitón a pitón”, de tema taurino, es, cómo ponerlo en duda siquiera, su obra en la caricatura el fundamento de su pertenencia a la historia del género en el país como expresión del vínculo profundo entre la caricatura y la opinión pública.
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Hernando Escobar Toro Treinta años separan los dos mejores artículos escritos sobre Hernando Escobar Toro (Medellín, 1926 – 1981) encontrados en el Fondo de Caricatura de la Sala Antioquia. Uno de ellos pertenece a Jorge Moreno Clavijo, caricaturista y crítico de arte, y fue publicado en la Revista Gloria, de Fabricato, en octubre de 1951, luego de ser leído como texto de presentación de una muestra individual de óleos y acuarelas; el segundo fue escrito por Hernando García Mejía para la revista El Impresor, de la Editorial Bedout, en mayo de 1981, con motivo de la muerte del artista.
“La modestia natural de este artista ha impedido que su nombre tenga la resonancia merecida. No son muchas las personas que fuera de Antioquia saben quién es y qué hace Hernando Escobar Toro”, escribía hace cincuenta y cuatro años Moreno Clavijo, hablando de sus dibujos, óleos y acuarelas. Tres décadas después esa situación más bien ha empeorado, pues si bien cuenta con reconocimiento sólido en los medios editoriales y publicitarios como dibujante y talento creativo de primer orden, el pintor fervoroso y de trazo firme y suelto que continuaba siendo se había alejado de las retinas del público, o, en palabras más precisas, había pasado a un segundo plano bajo el apremio inaplazable de ganarse el pan y la cerveza de cada día, como se transparenta en este párrafo del artículo citado de García Mejía: “Pero Hernando Escobar Toro no era solamente un ilustrador de libros y de formas publicitarias. Era un artista completo en toda la significación del vocablo. Prueba fehaciente de ello son algunos óleos y acuarelas que reposan en distintas colecciones particulares”. La frase es un reconocimiento implícito de cierto olvido, de que, en el ínterin de esos treinta años, su
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trabajo más personal ocurría “tras bambalinas”, “entre bastidores”, como rezan esos dos deliciosos lugares comunes.
Moreno Clavijo veía en Escobar Toro un estupendo acuarelista. García Mejía lo valoraba como un magnífico plumillista. Los dos coincidieron en que era “uno de los más extraordinarios dibujantes colombianos de todos los tiempos”. Vigor, seguridad en el trazo figurativo sin rigidez, pues buscaba, más que la reproducción fiel y académica de los seres y las cosas del mundo, una imagen de ellos que resaltara su individualidad, que los exaltara como expresión de vida desde valores pictóricos de plasticidad, color y composición. El poeta que había en él tendía a plasmar arquetipos ideales del pueblo raso, de situaciones y lugares, ubicados claramente en un ámbito antioqueño, a señalar la belleza y humanidad que puede encontrarse aún en imágenes de pobreza, un poco en la línea del gran dibujante e ilustrador norteamericano Norman Rockwell. Libros como Ají pique, Guayaquil -una ciudad dentro de otra, revistas como Micro (donde alternó con Hernán Merino, Arturo Puerta y Rubén Henao) y El Impresor, e innumerables cubiertas de libros y avisos publicitarios en Editorial Bedout, Carvajal y Cía, y otras empresas de publicidad se beneficiaron de su talento. Si esa circunstancia vital de su vida y obra relegó el cultivo más constante del óleo y la acuarela, por lo menos en su difusión pública, se entiende que otra faceta suya, la de caricaturista, no haya sido siquiera mencionada en los artículos que hemos citado.
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Cultivaba el dibujo y la pintura de la figura humana desde una perspectiva natural y también llevando los rasgos hacia lo caricaturesco. No ejerció, que sepamos, como caricaturista de planta de ninguna publicación, pero lo hizo, sin que podamos establecer durante cuánto tiempo, para una historieta titulada “Morrocotudas y despampanantes aventuras de Repollito y Cucarrón”, de la que conservamos en nuestro fondo de caricatura sólo una entrega, y sin que hayamos podido identificar la publicación a que pertenece. También contamos en nuestro fondo de caricatura con un dibujo suyo, coloreado y de rasgos caricaturescos, en el que se representa una escena típica de diciembre: una familia elevando un globo. Y eso es todo, más la autocaricatura incluida en la entrega número 100 de El Impresor, un dibujo a plumilla tan magnífico que cualquiera se resistiría a aceptarlo sólo como caricatura. Por eso en un inventario de su obra en este campo deben incluirse las ilustraciones de muchos de los libros de las colecciones de Editorial Bedout que viven una extraña y fascinante vida entre el dibujo y la caricatura. Por esto hemos incluido su nombre en esta serie sobre la caricatura en Antioquia. Jairo Morales Henao
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Elkin Obregón
Miguel Escobar Calle
Aunque retirado públicamente de la caricatura hace aproximadamente 25 años, si no toda, sí gran parte de su obra en ese campo, está envuelta en una especie de burbuja extraña al paso del tiempo. Sus retratos, muchos de sus dibujos humorísticos y “Los invasores”, tira cómica que mantuvo durante mucho tiempo en las páginas de El Colombiano y El Mundo, dan la impresión de ser hechuras recientes, de los días que corren, asunto de un artista que todavía hoy crea y publica semana a semana. ¿Qué alquimia lo ha logrado?
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Hacia 1970 comenzó a publicar caricatura en el medio local –específicamente en El Colombiano–, y desde entonces hasta su retiro, y aun después, ha disfrutado de un gran reconocimiento en la prensa, y en lo que se designa muy ampliamente como medios culturales y artísticos. Reconocimiento que, más allá de la publicación y acogida de sus retratos, tiras cómicas y dibujos humorísticos, se ha manifestado también en la publicación de libros donde se compilaron selecciones de sus caricaturas. La Fábrica de Licores de Antioquia editó en 1978 una primera muestra de su trabajo con el título de Grafismos. Ocho años más tarde, Ediciones Autores Antioqueños lo incluyó como su Volumen 25, bajo el título de Más grafismos, con prólogo en forma de entrevista hecha por Luis Fernando Calderón. En 1992 la Editorial Universidad de Antioquia publica el tercero de sus libros, Los invasores, una selección de la tira cómica que con ese nombre comenzó a aparecer en El Colombiano, en 1975, y hasta 1977, cuando desapareció de las páginas de este periódico para reaparecer en 1981 en las de El Mundo, fundado en Medellín en 1979. En 2007 se sumó a su bibliografía (nuestro recuento no menciona sus textos literarios sino exclusivamente los relacionados con el tema que nos ocupa) el Fondo Editorial Universidad EAFIT con una edición magnífica titulada Trazos, que incluye, fuera de caricaturas, retratos, dibujos, ilustraciones y acuarelas, lo que para mí fue una novedad. Esta agrupación de imágenes, a diferencia de las anteriores, que privilegian o intentan equilibrar el dibujo humorístico, el retrato, la caricatura y la tira cómica, trazos enfatiza al retratista y dibujante talentoso que es Obregón. Para mí una prueba de esto que digo es que sus retratos en trazo de caricatura tienen una carga que los hace más retrato que caricatura. En el asunto van dos cosas que trasladamos al párrafo siguiente porque este se nos estaba alargando mucho (hay que pensar en el descanso visual del lector). El 9 de junio de 1982 la periodista Ana María Cano publica en las páginas de El Mundo un artículo –lo que parece condensación de una entrevista, más opiniones personales– con motivo de una muestra de caricaturas de Obregón que se exponía por esos días en el Instituto de Integración Cultural. Se toca allí lo que convencionalmente pudiéramos llamar semilla de la poética que anima y distingue su caricatura: “A excepción de Galán, todas estas caricaturas son a favor de la persona y no en contra. Eso me pasó con una amiga en París (…) Ella me preguntó que si todas las que yo hacía eran
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en contra y yo le contesté que no todas”. Ya de su cuenta la periodista escribe: “El humor en todas estas caricaturas no consiste en el chiste sobre el personaje, sino en el rasgo de profunda humanidad…”. El otro rasgo distintivo es el particular sello estético de sus retratos –aspecto de su trabajo por el que tengo más afinidad–, quiero decir, el virtuosismo alto del dibujo, la apropiación mental de las líneas que definen una figura, y la soltura del trazo que la lleva al papel y le permite, más que la recreación verista de ella, su evocación, y, lo principal, apresar un atisbo, una sugerencia del ser recóndito que animó en el personaje, de aquello que se lo hizo cercano y aun entrañable, porque la verdad es esa: se ocupa de personajes que llegaron a su vida para quedarse en ella: Troilo, Rivero, García Márquez, Marylin, León de Greiff, Greta Garbo y demás. En la raíz, pues, lo que Lezama Lima llamaba, en su estilo de libres asociaciones poéticas, el Simphatos griego. En la esquina opuesta, Salvador Arango, el santarrosano, también buen caricaturista, pero que hacía sus caricaturas sin duda ‘en contra’ del alma pueblerina, zaherida en cada uno de quienes hacía sus víctimas porque veía en ellas una encarnación de esa aura mediocritas de la provincia que vivió y, también sin duda, padeció.
Lo que hemos dicho de sus retratos no cobija, obviamente, la totalidad de su producción. La sagacidad crítica con el poder, marca de su serie “Los invasores”, y la mordacidad sonreída con ciertas debilidades, incluyendo el ridículo, de la condición humana, animan también su obra como afluentes principales. Unos y otros rasgos de unen para fundar esa característica que apuntamos en el primer párrafo: la vigencia de muchas de ellas y la perennidad, creo, de no pocas. Han conseguido que pensemos en Obregón como alguien que continúa publicando caricatura semanal en alguna parte del aire y haciendo exposiciones de manera ocasional también en alguna galería del aire. Otra cosa es que la caricatura, como toda obra de arte, es una apuesta con el tiempo; las hay que conservan por muchos años su poder de reconocimiento inmediato del personaje o la situación representados (Neruda, Borges, García Márquez, Marylin, Orson Welles); otras tienen más próximo el enrarecimiento de esa transparencia con el espectador (una generación más, y habrá pocos que sepan al primer vistazo, aun en nuestro medio local, quién fue Hernán Restrepo Duque, por señalar un solo ejemplo). Sin embargo, aun en este último caso, el retrato – caricatura habrá encontrado su justificación para quienes alcanzaron a conocerlo y tratarlo. El riesgo lo
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corre igualmente la caricatura política cuando se ocupa de coyunturas muy particulares o transitorias, que el paso del tiempo adelgaza en importancia o aun hace irreconocibles, y que incluye a menudo la extinción total de la memoria colectiva de un episodio nacional o de la fisonomía de un político muy famoso nacional y aun internacionalmente en su momento. Lo que hará el tiempo con este o aquel personaje, con esta o aquella situación, es caer en lo obvio recordarlo, escapa a los poderes del caricaturista. Sus poderes no incluye el conjuro contra el olvido. De entrada se acepta el riesgo (vale recordar aquí esa frase de Yourcenar, que cito de memoria, cuando justifica escribir sobre los libros de sus escritores amigos o admirados: “Vale la pena quebrar una lanza por sus cientos de años de gloria antes de que les lleguen los milenios de olvido”). Lo que sí depende de este es la calidad estética de sus trazos, el poder de síntesis de lo representado, el humor y el amor. Esos libros que hemos mencionado han contribuido también a esa imagen de obra en proceso 25 años después de que sus caricaturas, tiras y retratos dejaron de aparecer con regularidad semanal. No tanto, aunque el hecho no puede minimizarse, porque en cada uno de esos libros Obregón incluye trabajos inéditos, lo que remoza la fidelidad de sus seguidores y el interés de curiosos e investigadores, sino por las características de su trabajo que acabamos de señalar. Pero también hay que decir que esos libros salvaguardaron ya buena parte de su producción de esa antesala del olvido que es la dispersión connatural a las revistas y periódicos. Lo suficiente como para que curiosos, lectores o investigadores puedan hacerse a una idea muy completa de los rasgos distintivos de ese trabajo. En ese sentido su situación ha sido muy otra que la de aquellos caricaturistas nuestros que apenas sí dejaron rastro porque mucho de su trabajo ni siquiera llegó a las rotativas de un periódico, quedándose en las mesas de los cafés, en el mostrador de un negocio, en el entrepaño de una peluquería, aquellos que he llamado “con voluntad de sombra”, y aun que la de aquellos otros que poblaron con sus “monos” las páginas de publicaciones periódicas, pero que las dejaron allí, entre otras cosas porque el destino de la caricatura ha estado enmarcado en ese horizonte de la prensa escrita, como un animador importante de ella, como un remanso de tanta palabra escrita, y agudo, gracioso e irreverente. Pero bajo, al lado o de la mano del talento artístico; del dibujante de trazo tan eficaz, personal y atractivo; del retratista agudo, del humorista, en
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resumen, del hacedor feliz y del poeta que se encuentra en las diferentes facetas de su trabajo con la imagen, va el hombre que piensa lo que hace, la reflexión. Ya mencionamos su entrevista con Ana María Cano, a la que aclaró que no caricaturiza “en contra” del personaje. De manera esporádica ha dejado salir a escena este componente suyo. En una fecha ya tan relativamente lejana como el año 1981, se hizo una exposición de caricatura colombiana en el Recinto Quirama. La acompañó un breve y modesto catálogo (hoy una rareza bibliográfica, que afortunadamente conserva la Sala Antioquia) donde se reproducen algunas de las caricaturas expuestas, entre ellas una de Obregón sobre “Los carrangueros de Ráquira”. Contiene textos de Juan Escobar, uno de los curadores; una entrevista que le concedió Ricardo Rendón a Nicolás Bayona Posada en el año 1931, y un texto de Elkin Obregón (que ofició de discurso de apertura). Es una cuartilla escasa, y aunque escrita desde una actitud reacia a establecer doctrina, y distante también de pretender hacer de la caricatura expresión de una sola aspiración: crítica, sarcasmo, etc., pero aceptándolas todas como líneas posibles, deja ver de todas maneras cuál su visión sobre el asunto: muy amplia, sí, porque teme los cotos cerrados, pero con ciertas fronteras en la distancia, a pesar de la exageración con la que termina: “Al releer esta cuartilla me doy cuenta (no sin agrado) que no tengo idea de qué es la caricatura”.
Tres años después, la Cámara de Comercio de Medellín, a través de su Departamento de Extensión Cultural, organizó una “Muestra Didáctica de la Caricatura y el Humor Gráfico”. En este evento el contexto fue universal, el origen y principales hitos de la caricatura en el mundo y en particular en Colombia. La obligada brevedad del texto le impuso a su autor, Elkin Obregón, un tratamiento panorámico, historiográfico, pero aun así se las arregló para escribir dos párrafos donde expone una visión de la caricatura como “una interpretación de la historia”, una interpretación “subversiva”, párrafo que concluye con esta cita de Bernard Shaw: “El humorista es un experto en demolición”. Y en las mismas líneas vuelve a discutir dos conceptos que siempre han estado entre sus preocupaciones: la caricatura como síntesis y retrato, y a reafirmar la condición de la caricatura como “parte del arte de todos los tiempos”; sin embargo, no es este el espacio para detenernos en ellos, pues lo que he querido resaltar al respecto es señalar al artista que piensa su oficio.
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Y para concluir con este rastreo en una faceta específica de su quehacer en la caricatura, la reflexiva, recordemos que 1986 recibió el Premio de Periodismo CPB, en la modalidad de Caricatura. Con ese motivo le concede una muy buena entrevista a Adriana Mejía, periodista de planta de El Mundo. Es uno de los documentos más jugosos para aproximarse a su personalidad, a su estilo y ámbito de vida, y a lo que, mejor que su estética o su credo artístico, me inclino más por llamar poética de la caricatura, de la que brotan y en la que se sostienen sus creaciones. En esa oportunidad, a la pregunta para que defina lo que es la caricatura, respondió señalando: al humor como denominador común de ella y a las diferentes modalidad de caricatura como respuesta “práctica” de lo que es.
Este conjunto de características reseñadas en nuestro artículo, y los vínculos entre ellas, hacen del caricaturista Elkin Obregón, un capítulo específico de la caricatura en Antioquia y en Colombia. Jairo Morales Henao
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