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Introducción
Trujillo tiene un rico patrimonio que es apreciado por la vista (y tal vez no esté de más recordar que Aristóteles consideraba que los ojos eran el más noble de nuestros cinco sentidos) con obras de Arte a cada cual más seductoras. Muchos son los turistas que llegan a nuestra ciudad y que recorren con justificada avidez las calles de Trujillo asisten a un espectáculo inigualable, unos edificios palaciegos y casas fuertes salpicadas en el terreno, noble entidad, verdaderos monumentos que han llegado a nosotros gracias a su protección, a su restauración y puesta en valor, y en estos últimos años, índice de la madurez que alcanzan nuestras artes visuales, exigidas por un público cada vez más numeroso, y más exigente. Entre finales del siglo XV y principios del XVI tiene lugar una importante actividad arquitectónica en Trujillo. Se fundan los conventos de San Miguel, La Encarnación y San Francisco; se levanta el Rollo o Picota en el sitio del Mercadillo y se construyen las Casas Consistoriales, otros inmuebles municipales y privados van configurando la estructura y fisonomía del espacio placero. El siglo XVI será definitivo para la historia de Trujillo por su importante participación en el descubrimiento, conquista y civilización de América. La población supera abiertamente sus antiguos límites y se expande fuera de la muralla. El desarrollo demográfico trujillano, cuya población es de 1730 vecinos en 1580 -cifra superior a la de Cáceres en la misma fecha- y el enriquecimiento de ciertos sectores como consecuencia de la empresa americana, son las circunstancias que impulsan ahora el desarrollo arquitectónico-urbanístico de Trujillo que poblará la ciudad de nuevas construcciones nobiliarias. Se ampliarán las antiguas fábricas religiosas y proporcionará a Trujillo el aspecto con que la ciudad llega al siglo XVIII.
Villa y “ciudad” mantendrán desde ahora una evolución arquitectónica de distinto signo. Torres, aspilleras, alfices, arcos apuntados y demás elementos arquitectónicos militares y goticistas de los palacios intramuros desaparecen de arquitectura de la “ciudad”; en ésta se empleará una construcción más abierta en la que elogias y patios proporcionarán una fisonomía estructural diferente a los inmuebles. En el interior de la «villa», el aspecto defensivo de alcázares y casas fuertes da paso a otro renacentista. El siglo XVI español propició a Extremadura la ocasión histórica de pasar al recuerdo universal como región, gracias a los acontecimientos que se dieron en torno al descubrimiento y posterior ocupación del continente americano. Atrás, muy lejos, el pasado difícil e irretornable, que intentamos recuperar con toda la belleza y el esplendor del Renacimiento en esta obra. No solo hemos estudiado el proceso evolutivo de la Plaza Mayor, centro neurálgico de Trujillo, sino una amalgama de edificios monumentales que forman parte de este espacio placero desde sus orígenes en la Baja Edad Media. Edificios tan importantes como el palacio de los Duques de San Carlos, Marqueses de la Conquista o el de Piedras Albas, que más allá de su mérito arqueológico, histórico o artístico; más allá, también, de su condición o reconocimiento, primero, como monumentos histórico artísticos de interés nacional, y, sobre todo, como edificios claves en la formación y la evolución del paisaje urbano de Trujillo. El resultado es un magnífico conjunto de obras arquitectónicas en el que podemos apreciar con detalle el esmero y la sensibilidad, el rigor profesional de verdaderos especialistas en materia constructiva que dejaron su impronta en estas obras.
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Queremos agradecer la colaboración generosa en esta obra a don Juan González Amado, a don Manuel Ruiz Narciso, a don Javier Mª Diz-Plaza, a don Felipe Toribio Flores, a doña Marisa López, directora del Archivo Municipal de Trujillo. Y, por supuesto, a nuestro amigo don Ángel del Río López, Cronista Oficial de Madrid y Getafe, que ha prologado esta obra.
Los autores