D e “Castillos en España. Su historia. Su arte. Sus leyendas" (1952) D e “M onasterios de España. (1953) de Federico Carlos Saínz de Robles
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EXTREMADURA
Abril de 2007 "DÍA DEL LIBRO"
PRESENTACIÓN Hay fechas muy señaladas del calendario en cuya celebración se da cita de manera inexcusable la Caja de Extremadura. Es el caso del 23 de abril ins tituido com o ‘Día el Libro’, la efeméride cervantina por excelencia, y punto de partida para la convocatoria de las ‘Ferias del Libro’ en toda España, ese excepcional encuentro entre editores, escritores y lectores que este año alcanza ya, para la ciudades pioneras, la elevada cifra de 67 edi ciones. Nuestra entidad se suma al conjunto de instituciones públicas y privadas que declaran su firme defensa del libro y su decidido apoyo al fomento de la lectura especialmente entre los más jóvejies de cuyo proce so formativo resulta herramienta imprescindible. Y lo hace una vez más editando un libro, es decir, com o corresponde al fundamento de nuestra cul tura europea basada en la conservación de las ideas a través de la escritura. El seleccionado en esta ocasión recoge las evocaciones que deter minados castillos y monasterios extremeños suscitaron en el erudito madrileño Federico C. Saínz de Robles a raíz de un viaje suyo realizado por nuestra tierra a com ienzo del siglo pasado. Se da con él continuidad a la colección ‘Visiones de Extrem adura’, una iniciativa -n a ció hace ahora siete años y goza de un lugar irremplazable en la programación de nuestra Obra Socio-C ultural- destinada a rescatar del olvido textos de autores de otros tiempos que hablan de nuestro pasado; un texto que se inscribe, pues, en el proyecto de recuperación de nuestra memoria cultural; una iniciati va, en fin, que entronca con los postulados de la Confederación Española de Cajas de Ahorros de alinear en la misma efeméride la celebración del ‘Día de la Cultura y del Patrimonio Histórico-Artístico’.
Edita: Caja de Extremadura Dep. Legal: CC-121-2007 Composición e impresión: Imprenta “La Victoria” Valdegamas, 20 - PLASENCIA
Ojalá que los lectores de esta nueva publicación participen de los principios que la impulsan y le concedan idéntica acogida que a sus predecesoras. Sería otra manera de manifestar su fidelidad a la Caja de Extremadura. Je s ú s M e d i n a O c a ñ a PRESIDENTE DE LA CAJA DE EXTREMADURA
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PRÓLOGO “Viaje por castillos y monasterios en Extremadura” Comisionado por una empresa de arte, el erudito Federico Carlos Saínz de Robles (Madrid, 1899-1982) hubo de recorrer España en el año 1925 y los meses que duró tal recorrido lo hizo, según confesión propia ‘con un fer vor no menor al que poseía a los medievales peregrinos jacobeos en tren, en autos de línea, en carro, jinete en pacientes jam elgos, y hasta en el popularísimo y tan seguro com o cansado ‘cochecito de San F e m a n d o Al com pás de aquel peregrinaje fue redactando sus impresiones viajeras en conci sas y casi telegráficas notas con las cuales, ya bordados en un cañamazo literario, com puso años más tarde algunos, en su decir, ‘librejos’, tales ‘Castillos en E spañ a’ y ‘M onasterios españ oles’, entre ellos, que alcanza ron un insospechado éxito editorial por los años treinta. O sea que aquellos textos iniciales escritos en cortado estilo antes de entregarlos a la impren ta para su publicación fueron sometidos a un proceso de reelaboración, su prosa remozada y pulida y todavía ampliaron su extensión con la incorpo ración de notas eruditas de carácter histórico-artístico y con las añadiduras de ciertos sucesos sorprendentes, leyendas varias y otras evocaciones aso ciadas a tan espectaculares escenarios caballerescos y monacales. El resul tado final de tan cuidadoso proceso de reescritura afectó tanto al fondo com o a la forma de una obra interesante, amena, sabrosa. Conocedor el erudito viajero de los no pocos escenarios de tal naturaleza com o atesora Extremadura, encaminó sus pasos hacia M edellín, Zafra, Trujillo, Alcántara, Plasencia y Belvís de Monroy convocado por sus castillos y asombrado por sus monasterios hacia Guadalupe y Yuste. Los nombrados castillos y monasterios extremeños, fueron los elegidos
b ib l io t e c a
p u b lic a
definitivamente para su atento estudio y los que al fin arrancaron de su docta pluma páginas evocadoras. Son las que ahora rescatamos de su desconocim iento u olvido y bien agavilladas en la compañía de las estampas que ilustran cada monu mento, con el esencial aparato bibliográfico de referencia y la introducción general con que prologaba las publicaciones originales, conforman el librito que ahora ve la luz con ocasión del más cervantino día de este y de todos los años. Páginas, en fin, salidas del talento y la fecundidad del catedrático
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y archivero don Federico Carlos Saínz de Robles Correa, autor pluriforme que cultivó la poesía ( ‘La soledad recón dita’, ‘El silencio son o ro ’...), la novela ( ‘M ario en la fo sa de los leones ’, ‘La decadencia de lo azul celes
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t e ’...), el teatro ( ‘El alma en torm en to’...) y que a esta faceta com o crea
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dor debe sumarse su vasta labor com o crítico, ensayista e historiador ( ‘H istoria del teatro españ ol’, ‘El otro Lope de Vega’, ‘Vida, pasión y m uerte de don Rodrigo Calderón ’, ‘G aldós: su vida, su época y censo de sus perso n a jes’, ‘Los movimientos literarios’...). A su ciudad natal dedicó no pocos de su afanes investigadores: ‘Por qué M adrid es capital de E spañ a’, ‘Cuerpo y alma de M a d rid ’, ‘Autobiografía de M a d rid ’... Vayamos ya sin más demora con Saínz de Robles por los castillos y monasterios extremeños. TEÓFILO GONZÁLEZ PORRAS ABRIL DE 2007
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EXTREMADURA
INTRODUCCIÓN Muchas frases se han hecho, se han dicho y escrito acerca de los castillos en España. Frases sentimentales, unas. Piedras iluminadas de la raza. Alcázares de los ensueños. Arcas del milagro medieval. Torres de humos. Anhelos petrificados. Frases críticas, otras. Símbolos del poder feudal. Hitos de la historia de la Reconquista. Espectros del despotismo. Naves de los locos. Frases despectivas, algunas. Sueños con los ojos abiertos. Bambolla arruinada. Quimeras puestas en solfa. Vanos alardes del hambre y de la guerra. Estofa vieja para cubrir el harapo. Frases vulgares, tópicos, bastantes... Ambiente puro del pasado. Mansiones de la ilusión. Señeros recuerdos de tiempos gloriosos... Muchas, muchas frases.... Virutas para la gran fogata de la vulgaridad de ahora. De todas ellas, una: ‘¡Castillos en España!’ -sarcasm o de allende el Pirineo- ha tenido aceptación mundial. Hacer o levantar casti llos en España equivale a salirse de la realidad, a desear cosas y sucesos imposibles, a investirse de una condición espiritual de locura. Todo esto es exacto, pese a la secreta perversidad de la frase. Porque la frase daña, no por el contenido, sino por la entonación. Nosotros quisiéramos hallar el matiz elogioso aun en la entonación misma. Por estas razones... Maravillosas catedrales tiene España. Burgos, León, Toledo..., prodigios de gracia, como aquellos alcázares que los ángeles del Antiguo Testamento transportaban, y que hoy vemos en algunas viñetas iluminadas de misal. Y tiene España monasterios de prodigio: las ‘Huelgas’, en el solar del Cid; el ‘Poblet’, ‘Santas Creus’, ‘Silos’, e insignes fábricas de civil empaque: las Universidades de Alcalá y Salamanca, los pala cios del Infantado en Guadalajara, y de Santillana, y mil y mil más ejemplos de singular hermosura arquitectónica. Pero... La catedral de Burgos recuerda demasiado a la de Colonia, o la de León a la de Amiéns. Y las ‘Huelgas’ y el ‘Poblet’ aso-
nantan con firmeza a otros monasterios prodigiosos de la Italia franciscana o de la Alemania ‘del Sacro Romano Imperio’. Es decir, que los estilos, de origen circunstancial, apenas si tienen patria o núcleo central definido. El románico, el ojival, el barroco se aclimatan -valga la expresión-, lo mismo en España que en Francia, que en Flandes. Por tanto, en la belle za de una catedral, de un monasterio, de una mansión no cabe orgullo local alguno. El arte universal presenta ejemplos uni versales. Y nosotros creemos que España debía gloriarse en los únicos monumentos suyos que responden a una influencia de suelo, costumbres, deseos y estados de ánimo eminente mente, genuinamente indígenas: los castillos. Lo románico, lo ojival que haya en éstos es también lo esporádico, lo externo, lo desvalorizado. El ardor constructivo, anárquico, a que res ponde, su consonancia con el paisaje, con la luz, con el momento tradicional, son las calidades, los valores inmuta bles. Insistimos con un ejemplo. La tierra de Burgos -larga y estrecha como un navio-, de carne de greda o de ocre, lograda de cerros redondos y humildes, con la pinta verde de su entrada por el norte y su desnuda serenidad de entrada por el sur, tenía -para sus anchas parameras, secas tierras llanas- un viento heroico, una sonori dad bélica, como si constantemente la hendiesen los cascos de la cabalgadura del Cid en marcha a su destierro. Se levantó en esta tierra una catedral. Con ella, ¿ha ganado heroísmo el solar burgalés? No. Y la catedral, ¿ha asimilado sugestiones de Romancero netamente castellano? No. La catedral, hermosísi ma, hace bien en Burgos. Pero la tradición burgalesa sigue estando en el paisaje -imagen y semejanza de la emoción-, en los puros elementos rurales: el huerto, la solana, el Ebro, el Duero, de clara dicción. En la misma tierra, en un momento inefable, surge el castillo, encaramado guardián de la ciudad. Los sobresaltos de
ésta se tamizan a través de sus murallas almenadas, porque al amparo de sus torreones la ciudad pone sus pequeñas aldeas, sus burgos insignificantes... El castillo da el pulso de la vida local. Los dardos lanzados por las aspilleras llevan los impul sos sumados de todos los burgaleses. Cada uno de éstos apoya su mano sudada en el lienzo, y la piedra absorbe el esfuerzo. Roto, al fin, caído en parte y en parte caedizo, el castillo está enraizado, polvo sus raíces, del mismo polvo fecundo escapa do de las urnas mortuorias de Fernán-González, Laín Calvo, Ñuño Rasura, Díaz de Vivar... La vejez es una misma en el paisaje y en la fortaleza: dorada, austera, seca sugeridora. Y todo el vivir delirante de ésta se acaba en aquél, que el mejor día de los ensueños la fecundó en la tierra burguesa, larga y estrecha como un navio. El castillo es la médula del cuerpo medieval de España. Por eso ninguna otra nación tiene ejemplares seme jantes al de Nájera, en sus rojos peldañares; al de Lemus, sobre el verde brinco galaico; al de Bellver, en el paisaje acromado de almendro y de olivos y de azueles mediterráneos; al de Albarracín, en la añoranza aragonesa del Pirineo. Y téngase en cuenta que aun dentro de la piel de toro de Iberia varían, por regiones, los tipos bélicos, sometiéndose a la influencia inmediata del núcleo social -Cataluña, Aragón, Galicia, Andalucía...-. Así difieren el prieto y oscuro de Sigüenza, y el rojo y abierto de Carmona, y el sentimental de Campolongo, y el épico de Loarre. Pero todos ellos... ¡tan nuestros! ¡Síntesis de nuestras virtudes, de nuestras soberbias, de nuestras locuras! Focos de leyendas, archivos de la Historia, siluetas de las quimeras vividas un día, los castillos han ido jalonando los caminos de España. Atavíos moriscos de Alcalá de Guadaira, bárbaros bastiones de Ponferrada, abatidas suntuosidades de
Olite, blasonadas e iluminadas piedras de Medina, navio anclado de Peñafiel... ¡Castillos de España! Las ruinas, los restos de tantos fantasmas del pasado, alcanzan una fuerza emotiva sin par en la historia y en la literatura españolas. Uno a uno, estos castillos -posadas del Ideal- conmueven el ánimo contemplador, más empedernido en su realismo, que los encuentra al azar, sobre un poblado de villancico, ladero a un río de melancólicas aguas -llám ese Duero, Eresma, Arlanza o Tajo-. Reunidos todos en maravilloso rolde de simbolismo, forman el vestigio por excelencia de nuestra Edad Media feu dal; culminan como hitos de hazañas y de intenciones extraor dinarias. ¡Y son tantos y tiene cada uno tal fuerza de evoca ción! Coca, de ladrillo afiligranado; Sepúlveda, separado de sus pedazos como la carne caída de un leproso; Manzanares el Real, al borde de la serranilla; Calatrava, de las blancas capas de la cruz profesa; Belmonte, arca de la intriga fracasada; Sotomayor, torre de los vientos o de los airiños de Rosalía de Castro; Simancas, archivo legendario, urna de cristal de las castellanas peripecias; la Mota, trono y altar de Castilla... Escornalbou, Monzón, Alcañiz... Nombres todos cargados de tradición; recordatorio, éste, de un príncipe o de un prelado venático; aquél, de una espesa orgía derramada en la muerte; uno, de la conjura desleal; otro, de las pasiones bárbaras de unos linajes decadentes. En el aspecto menos romántico, el castillo español es el resumen cabal de la vida caballeresca -tan intensa- durante los siglos X al XV. El instinto del noble turbulento le instiga a enseñorearse sobre sus propiedades, a negar tributo al rey. Y el noble eleva su castillo-palacio. Ha de luchar y ha de gozar. Para lo primero: la muralla de almenas, el foso, las torres, el patio de armas. Para lo segundo: los salones suntuosos, las galerías soleadas, las obras de arte. El noble español es emi nentemente religioso. Una nueva necesidad ha de sentir den tro de su fortaleza: un templo, y el templo se encontrará en
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casi todos los castillos-palacios de España. Castillos-palaciosconventos... Nobleza, realeza y religión... ¡Los tres poderes más eficaces de entonces, de antes y de siempre! Mala suerte han tenido los castillos de España. Mala y ... buena. ¿Por qué no decirlo? Mala, porque las guerras de Sucesión y la invasión francesa los han mutilado, derrocado, pulverizado; porque los monarcas, como en Francia sí hicie ron, aquí no los compraron o confiscaron para convertirlos en residencias fastuosas, dedicadas al amor, a la intriga y a las bellas artes. Buena suerte, fortuna, porque, ruinosos o arruina dos ya, permanecen fieles a su destino, a su carácter y a su tra dición; porque muertos o semimuertos, a semejanza del Cid, siguen ganando batallas, en nombre del pasado, a la admira ción presente; porque, con indomable orgullo castellano, han preferido su miseria a ese enmascaramiento grotesco de un Blois o un Pierrefonds. El propio llanero o serrano, carne de gleba, que ayer luchó contra el castillo, coraza del abusivo señor feudal, hoy lo admira entre canción y azadonazo, a resol, a contrasol, tan viejo, tan humillado... Hay que salvar en los castillos de España lo netamen te castellano que nos queda; pero salvarlo sin disfrazarlo; devolviéndole su traza, su empaque y sus resabios. ¡Que no se nos pierda ese espíritu antiguo de voluntad indomable, de energía espléndida, que aún vaga melancólicamente por entre las ruinas de las mansiones de la raza! F.S.R.
CASTILLO DE MEDELLÍN. PANORÁMICA GENERAL
CASTILLO DE MEDELLÍN (Badajoz) Es, indudablemente, uno de los más importantes levantados en la España del último tercio de la Edad Media. A dos kilóme tros de la población, sobre un altozano, dominando la orilla izquierda del río Guadiana, la plaza fuerte de las gestas caba llerescas medievales adquiere un prestigio y una netitud admi rables. En M edellín, fundada quizá por Quinto Cecilio Metelo, la antigua Metellium Caeciliae - o Colonia Medellinense-, celebrada por Plinio como una de las cinco colonias en que se dividía la Lusitania, hubo ese importante castrum romano, origen muy frecuente de importantes castillos de España. En tiempos de Trajano era un castrum sumamente estratégico en la vía que unía Emérita con Córdoba, de los que distaba -según el itinerario entre las mansiones- veinticuatro y veintiocho millas, respectivamente; con la ventaja de su fácil colocación en el puzzle bélico que pudiera jugarse en Portugal. Autores muy eruditos -don Nicolás Díaz Pérez- sos tienen que Medellín fue fundada al mismo tiempo que Mérida y Badajoz por las legiones V y X; que desarrolló su importan cia sometida a la ciudad primeramente mencionada; que ape nas si dio su nombre en las denominaciones goda y sarracena. Se tiene noticia exacta del año en que Medellín fue reconquistada. Un privilegio rodado de Fernando III, dado en
Berlanga a 1 de agosto de 1234, dice: anno quo capta fui Medellín. El mismo santo rey mandó restaurar el alcázar árabe -sustituto a su vez del castro romano- y concedió dos ferias a la población; por cierto que no en el año 1300 como afirma -d e cuando en cuando Homero dormita- el señor Díaz Pérez. En 1300 hacía ¡cuarenta y ocho años que había fallecido el gran monarca! Don Juan Alonso de Alburquerque, valido de Pedro I, poseía el señorío de Medellín a mediados del siglo XIV. Caído en la desgracia real, el propio Cruel mandó tomar la villa y desmantelar el castillo, de modo que no quedara piedra sobre piedra. Don Sancho, infante de Castilla, se tituló, en 1373, señor de Medellín, y reconstruyó la fortaleza con celo minu cioso. El rey Don Juan II, para evitar querellas entre la turbu lenta nobleza de su época, se posesionó del señorío en el año 1445, e inmediatamente se lo pasó a su valido don Juan Pacheco, cuya hija, doña Beatriz, otra fémina inquieta y anda riega, lo dominaba cuando -1485- nació en la villa una figura histórica portentosa: Hernán Cortés. Varios siglos de tranquilidad. El castillo sirvió de campo de juveniles y aun de infantiles alardes belicosos. Y debemos hacer constar que la pragmática en que los Reyes Católicos mandaban la inutilización de todas las fortalezas feudales del reino no consiguió fracaso alguno para la de Medellín. En marzo de 1809, entre los días 27 y 28, equidis tante de la población y del castillo, tuvo lugar la famosa bata lla de Medellín entre franceses y españoles, bien empezada y mal acabada para aquéllos. Cuesta, Eguía, Trías, Alburquerque, eran los jefes del ejército de España en Extremadura. El mariscal Víctor, Leval, Lasalle, Neuman, dirigían los dragones, los infantes y los artilleros napoleóni cos. Doce mil bajas entre muertos y heridos lamentaron los españoles. Cinco mil los franceses. Y si una formidable tor
menta no hubiera protegido los intereses de España, habrían quedado en poder de los bonapartistas -águilas o chacales- los restos de un ejército deshecho. El castillo de Medellín, de planta oblonga, semejante a la de un navio, ocupa una longitud de 150 metros y una anchu ra de 71. Se compone de dos recintos fortificados, y la Naturaleza le ha hecho punto menos que inaccesible por el noroeste; le rodean el Guadiana y el Ortigas por el norte, y, por el este, escarpa dura, cortado tajo. En el suroeste se abre la entrada principal. Y en el sureste se rasga un portillo. El recin to exterior se adapta a las escarpas de la colina base: es de manipostería. A menos de veinte metros sobre él, corre el segundo encintado, de igual construcción y mejor conservado. Inmediata a la puerta de entrada se alza la torre del homenaje, cuadrada, de piedra sillería. Las demás torres, en su mayoría redondas, y su diámetro oscila entre siete y diez metros. De la mayor de éstas sale el lienzo principal, en el que se halla la principal puerta: ojival, no fortificada, y dentro de un recuadro sobre el que destacan dos escudos trabajados en mármol: uno, dividido en cuatro cuarteles: banda, bordadura, dos calderos, seis escudetas con quinas...; otro ajedrezado. ‘El lienzo del mediodía -escribe Mélida- (con inclinación al oeste) ofrece un estrecho torreón cilindrico y continúa en línea algo quebrada y saliente hasta la dicha torre del homenaje. Adosado a ella, hacia el sur, está el baluarte o cuerpo destacado, bajo el que se encuentra la entrada principal, de flanco, como era costumbre, defendida por dos torres, que la flanquean, y una barbacana con sus canes de piedra, que se destaca sobre la entrada, la cual se perfila en arco rebajado. Siguiendo la línea de defensa desde la gran torre cuadrada, en su lienzo, que por cierto en su primer trozo está algo derruido..., se quiebra de nuevo, en punto donde existió otro estrecho torreón semicilíndrico, y aun vuelve más adelante hasta otra torre cilindrica que consti-
tuye el extremo noreste de la fortaleza... Ofrécese imponente esta torre por lo más escarpado de la colina, y ostenta en lo más alto un escudo de mármol ajedrezado y con unas aves’.
ZAFRA. ALCÁZAR DE LOS DUQUES DE FERIA. VISTA GENERAL
Solano y Altamirano, autor de una monografía acerca de la Historia de Medellín escrita en 1645, afirma que este escudo corresponde al infante Don Sancho, hijo de Alfonso XI. Imponente se presenta la línea defensiva por el noro este. En los extremos, dos torreones redondos. En el comedio, una torre cuadrada. Abajo, el río Ortigas. La torre del home naje tiene veinte metros de altura y rasgadas ventanas que indican su interior división en crujías. Es toda de piedra sillar. Disposición curiosa: en el eje del castillo, a sentido de su anchura, una línea protectora divide el recinto interior en dos, y une las torres oriental y occidental, presentando dos cubos a cada lado. En el gran navio anclado, como la noémica arca, en lo alto del monte, después del diluvio, aprendió a soñar navega ciones maravillosas y empresas siempre del más allá el genio aventurero de Hernán Cortés.
BIBLIOGRAFÍA SOLANO Y ALTAMIRANO: Historia de Medellín. Manuscritos, 1645 MÉLIDA, José Ramón: Catálogo Monumental de España: Badajoz. Madrid, s.a. DÍAZ PÉREZ, Nicolás: España. Sus monumentos... Extremadura. Barcelona, 1887 VIU, José: Extremadura (Guía de Arte) s.a. CALLEJO NAVAS, Antonio: Medellín. Sus tradiciones y su historia. Badajoz VALVERDE Y ÁLVAREZ, Emilio: Guía de Extremadura. Madrid, s.a. ÁLVAREZ ANGULO, Julio: Arquitectura militar en la raya de Portugal. Madrid, 1903
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CASTILLO DE ZAFRA (Badajoz) En el lugar donde está emplazado actualmente el castillo de Zafra hubo una fortaleza celta: Segeda, y después un campa mento amurallado romano: Restituía Julia; más tarde, un alcá zar árabe: Zafar (de Safar, junio en árabe, por una famosa feria celebrada en dicho mes). Sobre este alcázar, aprovechando los cimientos y varios muros, se levantó en el siglo XV -1437- el castillo que hoy subsiste. Entonces, don Lorenzo de Figueroa, conde y después duque de Feria, poseía los vastos señoríos de Zafra. Tal como hoy se conserva, presenta: una fábrica del siglo XV, una reforma del siglo XVI y unos añadidos del siglo XVIII -1707- y del XIX -1808. Se levanta al noreste de la ciudad. Su planta es un rec tángulo con ocho cubos en sendos ángulos y sendos frentes, uno de ellos de enormes proporciones, y todos almenados. En él se advierten tres estilos distintos, correspondientes a las tres fábricas sucesivas: el árabe primitivo, el gótico-mudéjar y el renacimiento clásico. Un portillo del siglo XVII lleva hasta un espacio libre entre las murallas, al cual se abre la entrada del alcázar, flanqueada de cuatro torres: dos en medio y otras dos, mayores y más recias, en los extremos; 43 metros tiene por lado la planta. Las torrecillas adicionadas a los frentes y a los ángulos miden 3,90 metros de diámetro. En el lienzo oriental destaca la magnífica torre del homenaje, cilindrica, de 8,79 metros de diámetro, y cuya altura es un tercio superior a la general de la construcción. Todas las cortinas, los cubos y las torres conservan sus almenas cerradas en pirámide, lo que les
da un recorte caprichoso y originalísimo. Por varios lados hay adiciones de edificios encalados, mucho menos antiguos -siglo XVII-, que le restan perspectiva y le atenúan propor ciones. Estas adiciones consisten en dos planos superpuestos de galerías, con arquerías de medio punto y arcos rebajados. La puerta principal es uno de los detalles que se con servan de la primitiva fábrica. Está trazada en arco de medio punto corrido, y sobre ella hay una lápida, en la que, con caracteres góticos y bajo un blasón, está escrito: ‘Año de mil
CCCC
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XXXVII años se
co ] inervo este A lca [ $ar por madado ] del noble cavallo Lore^o Suarez de F/igoa Fijo del mang / ifico señor Gom es S [ uarez de Figoa uno
] del consejo del Rei
[ uró
señor maior ] domo maior de la [ señora Reina su madre.’
Sobre la puerta, una ventana geminada de arcos apun tados. Sobre la ventana, una barbacana con troneras. Y en el lienzo mismo dos escudos cuartelados: en uno, dos lebreles y cinco estrellas; en otro, cinco hojas de higuera, un brazo alado y un león. Y adornando los escudos, lambrequines y cintas, con este lema en letras góticas: Todo ve por mi adiós noble es.
En el interior, el patio es de estilo Renacimiento, con galerías de columnas dóricas en la planta baja, y jónicas en la principal, cuyo trazado se atribuye a Juan de Herrera -arqui tecto de El Escorial-. Toda la obra es de mármol blanco fina mente labrado. En el comedio de esta plaza de armas existe una fuente de pilón poligonal y una esfera de surtidores, tam
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bién de mármol blanco. Sobre el dintel de la puerta que con duce al interior de la torre del homenaje hay otra lápida, con la fecha en que se terminó el castillo: 1443. Y la parte baja de la torre la ocupa una cámara cilindrica, de bóveda cónica, de piedra, que ostenta un friso de azulejos policromados, en figu ras geométricas, y en los escudos: de gules, ala dorada y espa da de plata, y blanco con león y hojas de higuera. En el piso principal, el gran salón del trono -hoy dividido en varios- con serva su puerta monumental, de recias y ferradas hojas, y en las demás estancias abundan los artesonados gótico-mudéjares, cupuliformes, y frisos de yesería. Lo apuntado es lo que queda de la época de su construcción a este castillo bellísimo. En el siglo XVI se le añadió la capilla, de una nave -16,56 metros de longitud por 3,67 de anchura-, planta cuadrada, cúpula y adornos de crucería; la sala dorada, de techo llano y un friso en plano inclinado, y en uno y otro una fina labor de lacería mudéjar, formando cuadros y estrellas de ocho puntas. Posteriores son también los salones del piso bajo, cuya dispo sición y entrada guardan gran semejanza con las de los alcá zares sevillanos, y cuyos techos son de viguería labrada, con ornamentación en varios colores. En el año 1229, el maestre de Alcántara Fray Don Arias Pérez, se apoderó de la fortaleza de Zafra, que estaba gobernada por el rey Benent. Fernando III volvió a ganar el castillo, que pocos años después -1284- se contaba entre los bienes del feudo dotal de la reina Doña María de Molina. Por privilegio real, fechado en 1394, suscrito por Enrique III el Doliente, se vende el castillo a don Gómez Suárez de Figueroa, señor de Feria, cuyos descendientes, en 1437, lo ree difican y dan prestigio bélico. Hernán Cortés, el maravilloso caudillo colonial, protegido de los duques de Feria, habitó en él antes de su inmortal expedición. Durante la guerra de la Independencia fue base militar de las tropas francesas que operaban en la raya de Portugal.
BIBLIOGRAFÍA
MÉLIDA, José Ramón: Catálogo Monumental de España: Badajoz. Madrid, s.a. LAMPÉREZ Y ROMEA: Arquitectura civil española. Madrid, 1922 DÍAZ PÉREZ, Nicolás: España. Sus monumentos... Extremadura. Barcelona, 1887 PAZ, Julián: Castillos y fortalezas del Reino. 1914 LÓPEZ CALLEJO: El castillo de Zafra. Badajoz, 1918
TRUJILLO. GALLARDAS TORRES DEL ALCÁZAR TRUJILLANO
PELÁEZ ITURRINO: ... Zafra de los Caballeros. Madrid, 1877
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CASTILLO DE TRUJILLO (Cáceres) No puede ser motivo de incredulidad ni causa de asombro el que casi todos los castillos españoles se hayan levantado sobre los cimientos o en lugares de antiquísimas ciudadelas o senci llos castros romanos. La lucha entre los indígenas y Roma fue lenta, larga, estratégica. Las famosas legiones acampaban en puntos dominantes de un gran radio y allí solían elevar sus defensas; y no era raro que aprovecharan los restos de las poblaciones o mansiones muradas ganadas al enemigo. Ya Plinio cita una ciudad importante, colonia romana, acaso municipio romano: Castrae Juliae -esto es: castillo Julio-, Sobre la misma colina del castillo se erigió el cenotafio dedi cado por Augusto a Julio César, en conmemoración de sus vic torias sobre los lusitanos, en el año 61 antes de Cristo. Y el mismo Plinio insiste en que era inexpugnable esta fortaleza, cuyas fortificaciones llegaban hasta la base de la colina, envolviendo y protegiendo los albergues de paz. Todavía hoy, en Trujillo, puede observarse esta disposición en las rotas murallas. Ningún detalle queda, sin embargo, de la construc ción romana; únicamente, hasta principios del siglo XIX, hubo en ‘Torre Juliana’ -nom bre dado también a Trujillo- una esta tua colosal, de piedra, de un emperador -Julio César, quizá-, rota en el año 1823 al grito de ¡Abajo las cadenas! y ¡Viva la libertad! Don Nicolás Díaz Pérez, cronista de Extremadura, escribe, refiriéndose al castillo extremeño: ‘Aún se conservan restos de este castillo, que tantos asaltos ha resistido y tantos grandes hombres ha albergado. Guerras civiles, obstinadas
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resistencias, luchas de bando, estrecheces de los extranjeros, en la antigüedad portugueses, franceses en época reciente... han pasado sobre los muros de esta fortaleza, procurando con ardiente saña postrar sus fuertes muros y altos torreones. El castillo de Trujillo, sin embargo, como la hidra de la fábula, ha renacido cada vez más potente, hallándose en la actualidad en el mejor estado que se puede desear. Aunque ha perdido total mente el carácter que tuvo en la Edad Media, y nada, por tanto, conserva de su primitiva época’. Un poco exageradas son estas afirmaciones, por lo que se refiere a no conservar sello ni atisbo de sus construcciones medievales. Don José Ramón Mélida, autorizado arqueólogo, que ha estudiado con cienzudamente ese monumento, afirma que pueden hallarse muchos detalles de las dos épocas fundamentales en su reedi ficación: la árabe y la cristiana. El castillo estaba adosado al muro del noroeste, en la cumbre de un cerro pelado, ocre. El castillo era parte del gran recinto almenado que defendía la ciudad, abriéndola en él siete puertas, de las que únicamente se conservan cuatro, muy desfiguradas. El recinto era de arga masa y manipostería, y muchos de sus cubos, cilindricos y achatados, llegaron a confundirse con el caserío empinado a lo alto y a lo bajo del cerro. Con el tipo de torre castellana, redonda, esbelta y alta, las torres del castillo de Trujillo son cuadradas, anchas y chatas, verdaderos baluartes, sin exceder en mucho de la altura de los lienzos. La puerta enfocada a Oriente -puerta de alcazaba- se corresponde con otra interior, y entrambas conducen al núcleo central, cuyo corazón lo ocupa la plaza de armas, base de dos torreoncillos gemelos, los más altos dedicados acaso a los vigías o voceros. Hacia Oriente se amontonan los restos de lo que debió ser alcázar; entre ellos quedan dos aljibes maravillosos. Uno, al que se llega desde el patio de armas, rectangular, dividido en dos naves por gruesos arcos, con bóvedas de medio cañón y tra galuces, todo de ladrillo. 30
Las bóvedas arrancan de retallos corridos sobre los arcos. Y según el señor Mélida: ‘Este aljibe -d e 8,12 por 5,35, con una sola columna en el centro, sin base ni capitel, de 0,72 metros de altura-, por su disposición en dos naves, guarda cierta semejanza con el del castillo de Piñar y el de la alcaza ba de la Alhambra’. El otro tiene tres naves unidas por cuatro arcos de medio punto y peraltados sobre pilares; planta trape cial; ocho metros de profundidad. Estos son los restos árabes del castillo de Trujillo. Y por si se necesitara mayor prueba del cuidado que tuvieron los musulmanes españoles por esta for taleza, la lápida de piedra de granito, tosca y mal grabada, hallada en ella, es causa de convicción profunda. El insigne arabista don Francisco Codera la tradujo así: ‘En el nombre de D ios clem ente, [ m iseri cordioso...
[Mohamed, hijo de Suleiman,
com padézcase (de él) D io s... ] y esto (fue) día de jueves, años och [ o y cuatro cientos.’
De la Héjira el cómputo. Corresponde al año 1018 de Cristo. De la época de la reconquista los detalles son menos numerosos: el recinto exterior de la parte oriental, con exten sas y hondas cortinas y torres ya semicilíndricas y más eleva das que las arábigas; un templete levantado en una plaza inte rior, templete a tramos, de arcos ligeramente apuntados, y esti lo gótico impreciso, que sustituye a la iglesia de las fortalezasmonasterios, tan abundantes en el norte y este de España. Nada más queda del importante castillo de Trujillo, conquista do en 1184 por Alfonso VIII, y recobrado por Miramamolín y fortificado de nuevo en 1197, según el historiador conde de Campomanes. En 1233, Trujillo quedó definitivamente para Castilla. Los Anales Toledanos refieren así el hecho:
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‘Asistieron á ella [conquista] en 1232, los freyles de las Ordenes e el Obispo de Plasencia; prisieron a Trujillo día de Conver sión Sancti Pauli Iaenero. Era MCCLXX. Y
a M edellín, Alfange e Sancta Cruz. Era 1272, anno Cristo 1234.’
Don Juan II, en 1428, cedió ciudad y castillo, junta mente con otras poblaciones, a la infanta Doña Catalina, mujer de Don Enrique de Aragón, a cambio del feudo de Villena. Pero el haber tomado parte Don Enrique en una rebelión con tra el monarca castellano, sirvióle a éste de pretexto para qui társelos, no sin resistencia por parte del alcalde y bachiller Garci-Sánchez de Quiñones, al que traicionó, después de brin darle una entrevista, don Alvaro de Luna. En 1475 entró en la fortaleza la infanta Doña Juana la Beltraneja, prometida del rey de Portugal, y su alcalde, don Diego López Pacheco, se pasó al bando de la desventurada señora, haciendo del castillo feudo de sus derechos. Los franceses, admirados de tan sober bia mansión, la reedificaron en 1809, esculpiendo en sus lien zos el escudo de la ciudad: la Virgen, con Jesús en brazos, colocada entre un muro y dos torres. BIBLIOGRAFÍA DÍAZ PÉREZ, Nicolás: España. Sus monumentos... Extremadura. Barcelona, 1887 MÉLIDA, José Ramón: Catálogo Monumental de España: Cáceres. (¿1924?) HURTADO, Pablo: Castillos, torres... de la provincia de Cáceres. Cáceres, 1927 PAZ, Julián: Castillos y fortalezas del Reino. 1914 PALACIOS, Emilio: Fortalezas de Cáceres: Trujillo. Cáceres, 1909
ALCÁNTARA. RESTOS DE LA MURALLA Y CASTILLO
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CASTILLO DE ALCÁNTARA (Cáceres) Alcántara tuvo una singular importancia durante la domina ción romana. ¿Se conocía entonces con el nombre de Norbal El puente celebérrimo, el arco de Trajano y el templo, en la cabeza del puente, atestiguan la afirmación antecedente. Es también muy posible que en el cerro inmediato al puente, al templo y al arco, existiera un castro de gran extensión. A prin cipios del siglo VII, Alcántara era celebrada por los visigodos con el nombre de Oliva -puente, su significado-. En el año 784, cuando Abul-Aswad se sublevó en la Lusitania contra Abderramán I, los alcaldes de Badalyox y Cantarat Alseil (Badajoz y Alcántara) se encargaron de derrotarle y de disper sar sus huestes. Ya tenemos, pues, a Oliva convertida en Cantarat Alseil -ciudad del puente-. La mención más antigua que poseemos del castillo es la del geógrafo árabe El Edrisi -prim era mitad del siglo XII-, ‘De Mérida a Cantara-as-Saif, dos jomadas. Cantara-as-Saif es una de las maravillas del mundo. Es una fortaleza construida sobre un puente. La pobla ción habita en esta fortaleza, donde está al abrigo de todo peli gro, porque sólo se le puede atacar por el lado de la puerta’. En una carta del siglo XIV que el rey moro de Granada dirige al rey de Fez -1354-, se afirma que el monarca castella no Pedro I ‘puso sitio a su hermano Almixar (don Fadrique), señor de Cantarat-as-Saif, en la ciudad de Segura, y permane ció ante ella ocho días... Y se retiró del campo que había asen tado y volvió sobre sus pasos sin conseguir su esperanza.’ (carta traducida por Gaspar Remiro).
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Es realmente asombroso que, habiendo estado esta población más de seis siglos en poder de árabes muy destaca dos, no conserve vestigio alguno del alcázar, que indudable mente tuvo que poseer, dominando el puente sobre los cimien tos del campamento romano. En el archivo de la catedral de Astorga se conserva un acta en la que se lee textualmente: ‘Facta carta in Astúrica mense novembris, era 1204 lo anno, quo is Famosissimus rex Legiones Ferdinandus cepit A lcantaram ...’ Reducido ese año de los treinta y ocho pertinentes al cómputo general, queda de 1166. Femando II ganó, por tanto, Alcántara; pero volvió ésta a poder de los árabes, siendo elevada a categoría de waliato en 1191 y denominada el Kart-el-Fethab -fortaleza de entrada-. Fue reconquistada por Don Alfonso IX - con auxilio de don Lope de Haro y 600 caballeros enviados por el castellano Alfonso VIII-, a 17 de enero de 1214, después de dos fatigo sos asedios, el segundo de los cuales duró once meses. ¿Puede creerse que proezas tales se realizaran sin una enorme fortale za? Sin embargo, hasta que el monarca conquistador no puso la ciudad en manos de los caballeros de Calatrava -1216- no se tienen noticias fidedignas de castillo alguno. Parece ser que éstos, bajo las ordenanzas reales, erigieron uno a semejanza del de Calatrava -punto cardinal de la Orden-, pero que, no pudiéndolo sostener, lo traspasaron a la Orden de San Julián de Pereiro, que desde entonces tomó también el nombre de Alcántara, añadiendo a su única arma -heráldica- hasta enton ces: un peral, las dos trabas negras de Calatrava, 1346. De esta época son los restos que quedan del castillo. ‘Emplazado al occidente de la villa fortificada, a la derecha de la indicada puerta de la misma y en sitio inminente, hállase destruido, y lo único que se ve, entre varios informes, son los de una torre cuadrada y dos muros, correspondientes al inte
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rior de la fortaleza, por cuyo emplazamiento se aprecia que no fue pequeño. Lo que de la torre y lienzos queda es de mani postería de pizarra con mortero de tierra y cal. El muro mejor de los que juzgamos interior es de sillería, muy largo, y su paramento no es liso, sino que ofrece una serie de nichos igua les, hasta diez, a modo de ábsides estrechos también, acaso correspondientes a otros tantos arcos de cerramiento de una sala o estancia... Esta parte del castillo debe datar del último tercio de la Edad Media, posiblemente del siglo XIV, por cuyo tiempo, reinando Don Juan II, se sabe que el maestre de la Orden de Alcántara, don Gutierre de Sotomayor, fortificó en parte la v illa ...’ (J. R. Mélida). Este mismo don Gutierre mandó levantar dos torres famosas: la torre Blanca y la torre de Matacabras. Muerto Don Pedro I de Castilla, Alcántara abrió sus puertas al rey Don Fernando de Portugal, bisnieto de Sancho IV el Bravo, pero el condestable de Castilla levanto piedra a piedra la resistencia del castillo. Año de 1479. En esta misma ciudadela se firman las paces entre Castilla y Portugal, que ponen fin a la guerra civil entre Isabel I y la Beltraneja, com prometiéndose Portugal a entregar cuatro castillos en prenda a la raya de Castilla; entre éstos, el propio Alcántara, tan dispu tado. De dos hechos bélicos importantes vuelve a ser escena rio el castillo: 1706: el marqués de las Minas, jefe de las tro pas del archiduque Carlos, se apodera de él, recogiendo ¡5.000 prisioneros! 1809: los franceses, mandados por el general Lapiche, lo incendian y destm yen... ¡Triste sino el de los fla mantes ejércitos de Napoleón de ir dejando en ruinas lo que no podían llevarse... a mano!
BIBLIOGRAFÍA MÉLIDA, José Ramón: Catálogo Monumental de España: Cáceres. (¿1924?) DÍAZ PÉREZ, Nicolás: España. Sus monumentos... Extremadura. Barcelona, 1887 HURTADO, Pablo: Castillos, torres... de la provincia de Cáceres. Cáceres, 1927 SARTHOU CARRERES: Castillos de España. Valencia, 1932 BIBLIA Y DEFINICIONES: ... de Alcántara, con la historia y origen de ella. Madrid, 1665 GUILLEMAR, M.: De las Órdenes Militares... Alcántara... Madrid, 1825
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CASTILLO DE PLASENCIA (Cáceres) Se eleva al norte de la ciudad, en la parte más eminente, rode ado de un ancho foso que se llenaba con el sobrante de los alji bes, numerosos en torno a la fortaleza. El ángulo noreste for maba el recinto amurallado. Tal vez tuvo otro anterior amurallamiento del que no quedan restos, pero sí detalles que pue den suponerlo. El castillo de Plasencia es cuadrado y recorta una torre cilindrica en cada uno de sus cuatro ángulos, y otra torre -semicirculares tres, rectangular una: la del lado este- en cada uno de los cuatro lienzos. Es opinión muy posible que los cubos fueran construidos en época muy posterior a los muros, ya que entre aquéllos y éstos no existe trabazón lógica en un todo, sino que están los cubos simplemente adosados a la aris ta angular. Un puente levadizo da entrada al castillo por la parte de poniente y dos torres semicirculares y de gran salida defienden el portón derruido. Entre éste y la puerta del segun do recinto fortificado se alarga un pasadizo enarenado, estre cho y oscuro, por el difícilmente los hombres de armas pasa rían de dos en dos. El interior de la fortaleza presenta hoy un desolador aspecto. En torno a un patio rectangular, de unos 29 metros de lado, que serviría de plaza militar, derruidos lienzos con columnatas y arcadas; dos pisos con cuatro galerías sin solución; cuatro crujías en los muros del fondo, en una de las cuales -la del m ediodía- se conserva una bóveda de ladrillo de canon seguido; detalles de un aljibe con reminiscencias deco rativas mudéjares. Toda esta fábrica insigne, en la que se 41
advierten distintos estilos: sillares romanos, entoscamientos visigóticos, tracerías árabes, disposiciones románicas, es de manipostería y sillería con mortero de cal. Para el señor Mélida como fortificación, data del siglo XIII; para don Pablo Hurtado ya existía en el año 764 antes de la era cristiana, con el nombre de Ambroz, junto al riachuelo del mismo nombre, seguramente el conocido hoy por río Jerte. La muralla exterior correspondiente al lado oeste se une en un ángulo recto con la general de la ciudad, de modo que parece encontrarse el alcá zar dentro del encintado víllico, en el punto culminante, sobre la roca viva en que se rompe la empinada mesa. Delante del castillo, entre éste y las últimas casas de Plasencia, hay una explanada denominada de los Llanos, que al tiempo que de lugar apto para el ejercicio de caballeros y peones, servía, según el docto Díaz Pérez, para evitar todo ataque de sorpresa por parte del vecindario contra sus señores.
que es entregada al monarca católico Don Fernando, del que siempre fueron enemigos los señores feudales de Plasencia. Felipe V de Borbón, durante la guerra llamada de Sucesión, a 19 de marzo de 1704, celebró en una de las estancias del cas tillo una conferencia con el generalísimo de sus tropas, el duque de Berwick. La furia implacable de la guerra de la Independencia lo destruyó casi por completo. Hay quien afir ma que lord Welington lo incendió para no dejar a sus espal das lugares de resistencia que le cortaran la retirada.
BIBLIOGRAFÍA
PAZ, Julián: Castillos y fortalezas del Reino. 1914 HURTADO, Pablo: Castillos, torres... de la provincia de Cáceres. Cáceres, 1927 MÉLIDA, José Ramón: Catálogo Monumental de España: Cáceres. (¿1924?) DÍAZ PEREZ, Nicolás: España. Sus monumentos... Extremadura. Barcelona, 1887
Las vicisitudes históricas del castillo de Plasencia son innumerables. Fundada la ciudad en tiempos de Alfonso VIII y ganada a castellanos y leoneses por Jacob Aben Jucef -año 1196-, sirvió su alcázar de defensa segura contra las algaradas Cristinas, y se engalanó con los primores de los alarifes y artis tas árabes del siglo XIII. Fue rescatado a los dieciséis meses por el monarca ‘de Las Navas’. Juan II lo donó a don Pedro de Zúñiga, señor de Trujillo, tan buen zurcidor de la real volun tad como despótico rebelde feudal. En el siglo XV albergó a los más conspicuos cortesanos de la infortunada princesa cas tellana Doña Juana la Beltraneja, el arzobispo de Toledo, el conde de Medellín, el marqués de Villena, el conde de Plasencia y el de Ureña, que acudían a presenciar el matrimo nio de su señora con el monarca portugués Alfonso V. Hacia el año 1515, el pueblo de Plasencia se subleva contra los seño res de Zúñiga y los sitia en el alcázar durante dos meses. Capitulan los nobles, obligándose a abandonar la fortaleza, 42
PÉREZ MONTERO, Darío: La histórica y legendaria Plasencia. Madrid, 1882
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BEiLVÍS DE MONROY. UNA PERSPECTIVA DEI. GRANDIOSO CASTILLO DE BELVÍS
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CASTILLO DE BELVÍS DE MONROY (Cáceres) Acaso sea este castillo el más importante de Extremadura. Y no sólo en importancia histórica y sí también por interés arqueológico. Pero como no es paradoja en España que el sumo valor tenga la apreciación mínima la fortaleza de Belvís se encuentra en la más lamentable ruina. Ni su planta irregu lar -dos recintos poligonales, uno de nueve lados, el exterior, y otro, el interior, de cinco-, ni su construcción, siguieron canon alguno uniforme o conocido. Su fábrica es de manipos tería y sillería, con almenas, matacanes, cornisas de canecillos y torres triangulares en los lienzos de la primera fortificación. El segundo cuerpo defensivo, de cinco lados, induda blemente construido con posterioridad al primero, se eleva a mayor altura que éste. El muro occidental presenta en su comedio una torre que por su forma y tamaño sobrepuja y difiere del resto de la fortaleza: la del homenaje, de planta triangular, y en la que los ángulos son sustituidos por semicilindros y el vértice está inclinado hacia dentro. La primitiva entrada -siglo XIII- se abre al poniente, flanqueada de torres. La puerta del segundo recinto -siglo XV- está en el lienzo occidental, defendida por un matacán gigantesco. El interior del castillo, durante la décimosexta centuria, se convirtió en casa-palacio señorial. Los detalles románicos, las enmiedas tipo castellano fueron amortiguadas por el gusto neoclásico. Aún campean sobre los dinteles los escudos heráldicos: casti llos, calderos, fajas breteseadas, cimeras... Fernando III conquista esta parte de la tierra extreme ña y concedió la villa de Belvís a la ciudad de Plasencia, y 47
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Sancho IV, por privilegio especial, la traspasó a su leal arme ro Fernán Pérez del Bote, que con treinta vecinos erigió el pri mer encintado del castillo. La fortaleza de Belvís de Monroy fue escenario de románticas tragedias. Un poco mansión Barba Azul y algo palacio de la pesadilla. Una hija de Fernán Pérez se casó con Juan Alfonso de Almaraz, y en años sin tre gua y diversas generaciones, los Monroyes y Almaraces fue ron protagonistas de tremendos dramas. Según don Alfonso Maldonado, Fernán Rodríguez de Monroy, partidario del rey Don Pedro I de Castilla, dio muerte a Blasco Gómez de Almaraz, leal de Enrique de Trastamara. El hijo de Blasco, para vengar a éste, mató a lanzadas al viejo Monroy, le cerce nó la cabeza y la expuso, clavada en una picota, en las almenas del castillo. Desde entonces, el fantasma de Fernán Rodríguez se apareció todas las noches al hijo de Blasco, que, como Caín el ojo de Dios, no pudo librarse de él hasta la muerte. Belvís de Monroy fue asaltado por los soldados del maestre de Alcántara en el año 1472. Dos años después fue sitiado de nuevo por las huestes de la duquesa de Arévalo -m ujer intrigante y decidida, a lo Catalina de Médicis-, que pretendía el Maestrazgo de Alcántara para su hijo don Juan de Zúñiga. Las decisiones de Carlos I contra el feudalismo fue ron causa de que los villanos de Monroy saquearan la fortale za. Desde el siglo XVII, la ruina del hermoso castillo extre meño no se interrumpe.
BIBLIOGRAFÍA MALDONADO, Alonso: Hechos de don Alonso de Monroy. Memorial Histórico español. Tomo VI MÉLIDA, José Ramón: Catálogo Monumental de España: Cáceres. (¿1924?) DÍAZ PÉREZ, Nicolás: España. Sus monumentos... Extremadura. Barcelona, 1887 BENÍTEZ, Cecilio: El castillo de Belvís de Monroy, en La Esfera. Madrid, 1919 TUERO BENÍTEZ: El castillo de Belvís de Monroy. Madrid, s.a.
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II MONASTERIOS EN
EXTREMADURA
INTRODUCCIÓN La pezuña del caballo de Atila ha dejado huella sobre una página bucólica de Virgilio. Contra la cabecera de la Cruz que Pedro ha levantado en Roma, se clava el dardo del bárbaro Alarico, barbudo y rechoncho como un rey de la baraja espa ñola. Las aguas grises del Tíber, las azules del Danubio, las plateadas del Ródano, arrastran móviles fantasmas de legiones romanas, sombras caedizas de águilas asaeteadas. La orgía que cantaba en sonoros epigramas el bilbilitano Marcial ha encontrado rúbrica inesperada en la espada impía del germano tan alabado por Tácito. La cultura romana, Séneca mártir del gesto irónico y de la inteligencia comprensiva, ante el dictado de Nerón con sobrenombre terminado en ico, se abre las venas en las catacumbas de su pasado aún iluminado y grandioso. Y luego..., ríos de sangre..., humadas de incendios..., alaridos de dolor, como en cualquier paisaje del canto primero de la Comedia que redactó el florentino Alighieri. Los caudillos que, como el mediterráneo Dyonisios, inventaron las alas para las sandalias, reunidos en el clan de la nórdica audacia, celebran la muerte del hombre, del hecho y del predominio romanos. Muerte y ... resurrección de la cultura latina. Al tercer día, como Cristo, de entre los muertos. Y, como Cristo, en un alba de revelación y de milagro. Sobre la piel de toro flotada en el extremo de la occidental Europa, se preludia la sinfonía de un gran acontecimiento. Los guardianes del sepulcro, visi godos y musulmanes -predestinados ofensores de Florinda y aparentes vengadores del conde don Julián-, contemplan ató nitos e indecisos el sortilegio. Como por arte de birlibirloque, se alzan monasterios, abadías y cenobios, que, si no admiran por lo admirable de la apariencia, admirarían por los sucesos
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de filtro faustino en ellos desarrollados. Ermitaños, abades y monjes -báculos sin florecer y cogullas- coleccionan los per gaminos salvados del terrible ciclón, paréntesis de las dos Edades, y redactan los códices con minio y con oro, sin olvi darse de las graciosas viñetas y de las solemnes capitales, y enseñan, a quienes quieren aprender, el salterio y la gramáti ca, las vagas reminiscencias del trivio y el cuadrivio. Única mente en las casas de Dios se conserva el amor a la sabiduría y a la serenidad. Fuera de ellas, los odios, las traidoras algara das, las muertes, los desolamientos, los fieros males.
se destacan, entre las casas de Dios, Samos y Sobrado, en Galicia; Sahagún, Eslonza y Escalada, en León; Corias y San Vicente, en Oviedo y en Asturias... El camino de Santiago, matamoros y gran llavero de España, que unificaba los cuatro trazados hasta él, desde Francia -Tours, Vézelay, El Puy y Arlés-, por la piedad de las reinas, el fervor de los monarcas, la generosidad de los magnates y el esfuerzo de las órdenes religiosas, se marginó de colegiatas, de abadías, de catedrales -hitos de la pausada peregrinación- y hasta de castillos para defenderlos.
Junto a los monasterios se apiñan las poblaciones nue vas, con carta o con fuero; en sus interiores se acrisolan los caracteres de las luminosas figuras tonsuradas. Consejeros áulicos, predicadores de cruzadas, maestros de la vida recogi da y fecunda forman las conciencias de las nuevas gentes, des pojándolas de la costra más íntima de su tradicional barbarie. El casi legendario obispo Odoario, fugado del Africa, luego de ser arrojado a las costas gallegas, quizá a semejanza de Jonás, por una ballena de amplias sumisiones bíblicas, reconstruye Lugo y repuebla la orilla superior del Miño y funda, en menos de dos lustros, más de veinte monasterios. En el valle del Duero y en las márgenes del Esla, los cua tro pilares de la monarquía de Alfonso III, el Magno, Atilano y Rosendo, Genadio y Froilán, hombres de fuegos capaces de fructificar el yermo leonés, de hacer correr bellamente la pluma sobre el pergamino palimpsesto y de dominar cohortes de mon jes, legiones de soldados y muchedumbres de colonos, fundan insignes refugios de la Divinidad: Rosendo, a Celanova, a Moreruela, a Távara; Genadio, a San Pedro de Montes.
Los piadosos viajeros, según cuenta el Códice Calixtino, conservado en la catedral de Compostela, viendo mitigados sus sinsabores y saciadas sus necesidades, adquiría resuello para continuar sus cánticos al son de las violas, de las flautas, de los tímpanos, de las cítaras, y para remover el polvo de la vieja Castilla con la punta de sus cayados y para alzar sus ojos, otra vez encendidos, en la espera estrellada del milagro. Y los viajeros piadosos eran caballeros y peones, nobles y anónimos aventureros, prelados y legos, damas extraviadas en la superstición y mujerucas alentadas por las corazonadas. Unos, ciegos. Otros, lisiados. Estos, antiguos presos, portando las cadenas que el Apóstol había roto. Muchos, cargados de hierro, plomo, piedras preciosas para contribuir a la basílica maravillosa diseñada en no se sabía qué sueños tremendos. Todos sacándose el fuego del pecho por la boca patética de oraciones. Santo Domingo de la Calzada, San Amaro, San Julián, abad de Sahagún, monjes y cenobitas en admirables casas de Dios, alegres y coloreadas como las mayúsculas de un misal, cuidaban de enseñar y de alentar a los jacobitas cala mocanos de pretensiones sobrenaturales.
El ejemplo cunde. El arte se alia con el fervor. El clé rigo traza pórticos y el alarife presume de oraciones líricas. Y
En el oriente de la piel de toro, más arriba de Jaca, en tierra de almogávares, se levanta, entre brumas de leyendas,
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de bruces en la arriscada Naturaleza, el monasterio de San Juan de la Peña, corte, panteón, escuela, templo y parlamento del reino aragonés. Vifredo el Velloso funda Santa María de Ripoll; y uno de los primeros abades, Arnulfo, hacia el 950, construye un escritorio en el que se copia con fervor inusitado y con inédita m inuciosidad toda la sabiduría de las Humanidades, Biblias y Filosofías, Medicina y Poesía. A Porfirio y a Cicerón. A Aristóteles y a San Agustín. A las escuelas árabes de Toledo y Córdoba. A Massalla de Bagdad.
exacerban la angustia espiritual de España desde sus celdas y, algunos, desde las principales mitras. Bernardo, de Toledo. Jerónimo, en Burgos. Dalmacio, en Compostela. Monjes negros -benedictinos- soberbios de cultura y de riquezas y de privilegios reales y señoriales, que transforman la antigua escritura y despatetizan la liturgia antigua. Monjes negros que esconden bajo sus túnicas de paz las cotas de guerra y que, a veces, se olvidan de colgarse el Cristo en el pecho, pero nunca el espadón al costado.
Otro monje, Oliva, nieto de aquel conde catalán, poeta y milagrero, santo y artista, instituye en Europa la tregua de Dios, por ‘que en todas las iglesias se toquen las campanas el jueves por la tarde, y desde esa hora hasta la primera del lunes haya paz inviolable y sea excomulgado el transgresor’. Y Oliva fue para el monasterio de Ripoll y para el monasterio de Montserrat un prestidigitador de constelaciones.
¡Monjes negros! ¡Primavera románica! ¡Versos leoni nos y leyendas hagiográficas! ¡Catedrales con apariencias y sombras de fortalezas! ¡Báculos pastorales blandidos detrás de bosques de lanzas! ¡Ritmos de gestas cruzando ritmos litúrgi cos! ¡Alma de la Edad Media azuzada por el cayado del ine xorable y redivivo San Schenudi!
Más tarde, los monjes negros de Cluny traen en los pliegues de sus cogullas el espíritu de la Europa medieval. Nuevos y portentosos apogeos culturales en nuevas casas de Dios conseguidas como en marfil para el escenario caballeres co del romancero. Leyre, en Navarra, con su recinto murado y su fortificada iglesia. Santa María de la Real de Nájera, en la Rioja, devoción de García VI de Navarra, reyezuelo comido de pequeñas pasiones como manzana de gusanos. San Zoilo, en Palencia, vago románico en el desnudo pecho de Castilla. San Pedro de Cardeña, en Burgos, epitalamio y epitafio del Cid, nuestro señor, la evocación más humana en los versos de arte mayor que copió Per Abbat Oña, burgalés, fundado a expensas del conde don Sancho. Monfero, en Galicia, retiro espiritual del emperador Alfonso VII, perfil soberbio para la buena moneda, fanfarria descarada para la conquista. Y más. Muchos monasterios más. De monjes negros que dominan y
Más tarde, siglos XII y XIII, nuevos alardes europeos traídos en cogullas blancas, por las huestes de San Bernardo, gran reformador de los benedictinos, que opone a la actividad absorbente de Cluny el anhelo de vida sencilla, alejada de los afanes cotidianos, del Císter. Mejor que la espada, el azadón. Preferibles las contemplaciones místicas que los esplendores litúrgicos en el coro. Oración y trabajo, sí. Pero... ¿monaste rios famosos? ¿Bibliotecas copiosas? ¿Cultos con esa suntuo sidad que únicamente ha podido traducir el pentagrama vagneriano...? ¡Para qué! Felizmente para la cultura, antes de los cien años de haber penetrado en España, no por Cataluña, como los benedictinos, sino por Castilla, los cistercienses habían ya caído en la añagaza del mundo feudal. Buscaron los templos iniciados en el ligero, ágil arte gótico, las salas capitulares con entreluces y laudas, los nume rosos gajes de los señoríos monacales. Y España se enorgulle
ció de Sobrado, en Galicia; de Villalba, en Castilla; de Veruela, en Aragón; del Poblet, en Cataluña; de La Oliva, en Navarra, casas de Dios como entrevistas en sueños, alcázares semejantes a los que, en el Antiguo Testamento, transportaban los ángeles de tierra en tierra, a través de los mares. Y más; muchos más monasterios, a los que se donaban por los reyes y por los ricos, las villas a centenares, los castillos y las parro quias por docenas, las rentas de la tierra por miles de fanegas, los privilegios, las mesnadas, los rollos, las inmunidades. La abadía-señorío fue durante la Edad Media la única fuerza espi ritual y el único intelectual impulso que tuvieron los reinos de la Reconquista. En ella se dictaban las leyes. En ella se ente rraban los reyes. A ella se acogían los nobles desengañados de la vida. Por ella se conservaban encendidos los crisoles de la sabiduría. De su recinto salían los hombres inspirados o fuer tes que podían remover las luchas y alcanzar las victorias.
De la centuria IX a la XV, decir cultura en España equivale a decir Iglesia. Y la Iglesia era una suma de monas terios, abadías, cenobios, colegiatas, catedrales. Toda la cien cia latina se conserva e incrementa, durante un período bárba ro, por un eclesiástico insigne: San Isidoro de Sevilla. Sus dis cípulos, Ildefonso, Justo de Urgel, Julián, Braulio, Fructuoso,
prelados y santos, crean las escuelas de Toledo, Sevilla, Braga, Zaragoza y Barcelona, focos de mil y mil sugestiones espiri tuales. Religiosos son los primeros cronistas de España: Sampiro, obispo de Astorga; el Najerense, autor de la primera historia democrática; el monje de Silos, redactor de la prime ra historia literaria. Monje -fam iliar de San Millán- fue el pri mer poeta castellano: Gonzalo de Berceo, grandullón y senti mental. Monje el autor del poema de Fernán-González, el más estridente de los cantores épicos. Monje el fundador de la única comunidad dedicada al estudio y a la predicación: Santo Domingo de Guzmán. Clérigo quien primero sugirió la idea profunda de la hispanidad: el arzobispo Ximénez de Rada. Monje el que dispuso de los destinos del reino de Aragón: Vicente Ferrer. Clérigo el único estadista y político cuyas influencias encontraron arraigo fuera de la Península: don Gil de Albornoz. Religioso el gran místico del alma enardecida, cumbre de la ciencia filosófica medieval: Raimundo Lulio. Monje el encauzador de las admirables energías bélicas de las Ordenes Militares: Reimundo de Fitero. Monjes -ascetas, teó logos, humanistas- cuantos llevaron a su apogeo el movimien to intelectual más importante del siglo XV: Alonso de Cartagena, hijo del judío converso Pablo de Santa María; Juan de Segovia, teólogo de la Universidad de la Salamanca de las piedras rubias; Alonso de Madrigal, ‘cabeza grande, cuello corto, mediana estatura’, que ajustada la cuenta de lo que escribió, sale a tres pliegos diarios, de donde proviene el dicho vulgar: Escribir más que ‘El Tostado’; Fernando de Córdoba, doctor en Medicina, Teología y Artes, a quien por su mucho saber atribuyeron doctores franceses pacto con el demonio y denominaron Anticristo. Fueron de monjes los espíritus ani madores de las prodigiosas catedrales españolas... De la tole dana, el arzobispo don Rodrigo. De la burgalesa, el prelado don Mauricio. De la compostelana, el celebérrimo don Diego Gelmírez.
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Así, entre las ruinas de Arlanza, aún se escuchan las endechas sin ecos de los primeros condes de Castilla. Y en Cardeña, entre las paredes se desmoronan, todavía, según el Cantar, Gran yantar le facen al buen Campeador; tannen las campanas de Sant Pero a clamor.
Y en San Salvador de Leyre quedan, después de muchos siglos, las sombras enormes de los cogullados conse jeros de don Sancho el Mayor.
Repetimos: en la selva inmensa de la cultura medieval española únicamente cantan las aves maestras de la Iglesia. Cuando ellas enmudecen, el silencio es casi absoluto.
MONASTERIO DE GUADALUPE
Estudiar, aun cuando sea sucintamente, los monaste rios surgidos en la piel de toro extendida al occidente europeo, tiene la emoción de una expectativa a probables sucesos mara villosos. F.S.R.
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MONASTERIO DE GUADALUPE (Cáceres) En la falda de la sierra de Altamira, en terreno bañado por el Guadalupejo, por la carretera de Logrosán a Navahermosa, se levanta el celebérrimo monasterio de los jerónimos, cuyo ori gen estimula una sentimental leyenda. San Gregorio el Magno, para significar su amistad a San Leandro de Sevilla, le envió, por medio de San Isidoro, que visitó al pontífice, una imagen de Nuestra Señora de Guadalupe que veneraba él en su oratorio particular. La imagen, hasta el año 711 se veneró en la ciudad del Betis. Pero cuando la invasión sarracena, unos clérigos sevillanos enterraron el piadoso recuerdo en las mon tañas de Guadalupe. Y allí se habría perdido para la devoción si en el siglo XIII un pastor de Cáceres, llamado Gil Cordero, no lo hubiera hallado milagrosamente. Sobre la tierra removi da se levantó una ermita que muy pronto se hizo famosísima en toda España y a la que empezaron a llegar frecuentes y nutridas peregrinaciones. Uno de los primeros que acudió a visitar la imagen fue Alfonso XI, antes de la victoria del Salado, y en una carta suya, dada en Cadalso a 25 de diciem bre de 1340, confiesa que viendo que la ermita ‘era asaz muy pequeña e estava derrivada, e las gentes que i venían a la dicha hermita e venían por devocion non avyan i do estar, nos por esto tobimos por bien e manamos fazer esta hermita mucho m ayor... e para fazer esta hermita dimos nos el suelo nuestro en que se fiziese e mandamos labrar las labores’. Y el mismo monarca, atribuyendo su gran victoria a esta santa advocación de María: ‘E por quanto nos acabamos de vencer al poderoso Albohacen, rey de M arruecos..., venimos luego a este lugar
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por grand devocion que i aviam os...’, donó innumerables pri vilegios -entre ellos el señorío de Guadalupe en 1348-, rentas y trofeos a la erm ita..., principios, indudablemente, del gran cenobio futuro. La ermita -debió de tener anexas algunas dependen cias conventuales- estuvo cuidada por monjes negros, cuyos cuatro priores fueron éstos: don Pedro Barroso, que fundó el hospitalillo para descanso y curación de los romeros; don Toribio Fernández de Mena, que adelantó las obras del tem plo, del monasterio y de las murallas enormes que rodearon a aquéllos; don Diego Fernández, continuador de dichas obras, y don Juan Serrano, obispo, después, de Segovia, que aconsejó al rey don Juan I la entrega de Guadalupe a una orden de regulares. Hizo caso el monarca de este consejo, y en 1389 mandó venir de Lupiana a varios monjes jerónimos, y al frente de ellos, al primer prior, fray Fernando Yánez, espíritu selecto y muy emprendedor que en los años de su mando -1389 a 1412- dejó construido casi todo el monaste rio y renovada la iglesia. El apogeo de Guadalupe coincide con el reinado de los Reyes Católicos -q u e lo visitaron ocho veces- y el reinado de Carlos I, cuando llegó a ser no sola mente un centro cultural y artístico, sino también taller y escuela de carpintería, metalistería, bordados, caligrafía, m iniaturas... Según el señor Tormo en El monasterio de Guadalupe y los cuadros de Zurbarán visitaron esta famosa casa de religión trece monarcas de Castilla, uno de Aragón, cinco de Portugal, cuatro que fueron em peradores de Alemania y muchísimos personajes famosos. En ella dejó Hernán Cortés un escorpión de oro, esmeraldas y esmaltes verdes, símbolo del que estuvo a punto de envenenarle en Méjico; y don Juan de Austria, la farola de proa de la capita na turca en Lepanto; y Andrea Doria, una lámpara de oro; y el conde de Alcaudete, las llaves de las ciudades de 62
Temeswar y Belgrado, rendidas al otro don Juan de Austria, hijo natural de Felipe IV. Desde la exclaustración, en 1835, Guadalupe ha sufri do, como los demás cenobios medievales españoles, las depre daciones y vejaciones del abandono más irritante. Menos mal que por real orden de 1 de marzo de 1879 fue declarado monu mento nacional... El monasterio está formado por una serie de construc ciones de fisonomía propia. Arqueólogo insigne -e l señor Mélida- ha asegurado que en el conjunto se agrupan templo y monasterio, fortaleza y alcázar. El conjunto tiene la disposi ción tradicional monástica: orientada la iglesia; adosada a ella, el claustro; alrededor de éste, las dependencias conventuales. Pero en lo que difiere de las edificaciones de benitos y ber nardos es en el material y en la mano de obra. Los albañiles mudéjares consiguieron para Guadalupe múltiples consecu ciones pintorescas: torrecillas cilindricas cubiertas de tejas policromadas y esmaltadas, ventanas y chimeneas de ladrillo emplatillado, alicatados fulgentes, yeserías... Guadalupe ocupa un área vasta: más de 20.000 metros cuadrados. Y si tuviéramos que concretar para él un estilo, nos atreveríamos a denominarlo gótico-mudéjar. Gótico el conjun to (fue un monje el arquitecto). Mudéjar el detalle (fueron mudéjares los obreros). De las construcciones de Guadalupe, la de mayor pure za -gótica- es el templo, erigido en los tiempos del primer abad, Fernando Yáñez (1389-1403). La fachada se corre entre dos torres cuadradas -la del Reloj, a la izquierda, y la de la Portería, a la derecha- y es gótica, de ladrillo enlucido, y tiene cinco pilares cuadrados -adornados con arcadas y coronados 63
con pináculos-, que la dividen en cuatro compartimientos, cada uno con una arcada ojival. La fachada tiene espléndidas puertas, cubiertas con planchas de cobre repujadas e historia das -obra quizá de principios del siglo XV-, cuyos motivos son escenas del Nuevo Testamento: la Anunciación, la Natividad, la Epifanía, la Circuncisión..., contenido cada uno en una plancha rectangular, a cada uno de cuyos extremos hay una columnilla sobre las que descansan los extremos de dos arcos canopiales a modo de doselete. En el pilar de la izquier da del arco de entrada al templo se ve un azulejo con esta ins cripción:
El templo tiene planta de cruz latina, tres naves, más la del crucero -que no excede de la planta-; ábside poligonal, un coro alto, a los pies, que forma como otro ábside, y un pórtico -capilla de Santa Ana-. Las puertas son góticas, de baquetones en jambas y archivoltas; el yeso guarnece su ladrillo aplanti llado. Las bóvedas de crucería con nervios diagonales. Sobre el centro del crucero se ahueca la linterna sobre ocho arcos, por mitad torales y esquinados. La nave central, de mayor altura que las laterales, está separada de ellas por pilares de finos baquetones, sobre pedestales octágonos, apoyos de arcos apuntados. Cuarenta y nueve metros mide la iglesia de largo y su ancho máximo es de 25,16. Don Manuel Lara Churriguera
cometió la herejía de festonear con adornos barrocos los ner vios de las bóvedas, al tiempo que éstas, seguramente pinta das, fueron encaladas bochornosamente. El retablo del altar mayor -seudoherreriano- lo trazó Nicolás de Vergara, lo eje cutó Juan Bautista Monegro, lo esculpieron Giraldo de Merlo y Jorge Manuel Theotocópuli -hijo de el Greco-, lo ensambló Juan Muñoz, escultor valenciano, y lo doraron y estofaron el toledano Gaspar Cerezo y el portugués Gonzalo Marín. Fray Francisco de Salazar, lego de la Orden de Santo Domingo y el mejor maestro herrero de España, colocó en el templo de Guadalupe la hermosa verja central -valorada en 637.500 maravedíes- (1510). Y dos años después, las también primoro sas de las capillas de San Pedro y Santiago. Mención especial merece la capilla de Santa Ana por el enterramiento que en ella se admira de don Alonso de Velasco y de su mujer doña Leonor de Quadros, obra del magnífico artista Egas, según han probado con documentos irrefutables -entre ellos, dibujos firmados por el mismo Egas- los padres Rubio y Acemel. Por los mencionados documentos se sabe que don Alonso encargo a Egas la obra por la que había de pagarle 50.000 maravedíes en tres plazos y que dicha obra debía estar terminada en fines de abril de 1568. El monumento, labrado en piedra, verdadera joya de arte, está colocado, en sentido diagonal, a la izquierda de la cabecera de la capilla. Los bultos sepulcrales son las estatuas orantes de los esposos. El caballero lleva birrete, túni ca ceñida con cinturón de hebilla y manto prendido sobre el pecho con un gran broche redondo. La dama, túnica y manto con aberturas por las que saca los brazos. Medallones, hoja rascas, escudos jaquelados, tracerías góticas, ángeles de flo tantes túnicas, pajes vestidos de jubón y calzas sosteniendo las espadas del caballero completan el adorno del admirable monumento. A entrambos lados del altar mayor, en dos facha das laterales de mármoles de colores -dividida cada una en tres cuerpos, están los sepulcros reales, traza arquitectónica de
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HIC IACET ALFONSO MAESTRO MAYOR QUE FIZO ESTA IGLESIA
¿Qué Alfonso es éste? ¿Fue, en efecto, el constructor de la iglesia? Llaguno y Amírola afirma que lo fue Juan Alfonso, escultor que trabajó hacia 1418 en la catedral de Toledo. Tormo asegura que el epígrafe alude a Alonso de Plasencia, constructor nada más de la capilla de Santa Ana y que en 1507 figuraba como maestro mayor de obras de Guadalupe.
Juan Gómez de Mora y esculturas o bultos de Giraldo de Merlo. En todo su decorado se advierte la reminiscencia de los de El Escorial. Al lado del Evangelio se halla enterrado el rey don Enrique IV de Castilla, cuya estatua aparece arrodillada, de perfil, sobre un reclinatorio con almohadón y paño, vestida con manto blasonado de cuello de armiño y gola, las manos juntas y la característica melena de tiempos de Felipe II, cuya munificencia dedicó estos sepulcros. El epitafio, en capitales romanas, dice así:
El claustro grande del monasterio de Guadalupe es de estilo mahometano, magnífico ejemplar, impar en España.
sación intensísima de Oriente. Cuarenta pies de longitud tiene cada crujía y casi cuatro de anchura; y cubiertas de madera; y antepechos también de ladrillo enyesado; y nueve arcos en los lados norte y sur y ocho en los de este y oeste; y en el claus tro de arriba, doble número de arcos en cada crujía. En un ángulo del piso bajo hay un templete -con pavimento de finí simo alicatado- destinado a lavatorium. En el centro del patio o jardincillo ese alza otro templete aún más original, gótico en el conjunto y mudéjar en los detalles. ‘Todo él es labor de ladrillo, predestinado para ir recubierto de revoque, sólida mente sobrepuesto; están, sin embargo, las molduras prepara das y marcadas en el ladrillo, cuyos cortes o cuyos moldes obedecían, desde luego, al proyecto en todos los detalles. Solamente se hubieron de utilizar otros materiales en las columnillas de los parteluces, que son de piedra, y en los capi teles de ellas y de todas las demás adosadas, que son de terra cota basta... Las enjutas y otros fragmentarios paramentos tie nen sobrepuestos, o azulejos, alternando el blanco y el verde, o lacería árabe de molde, o lacerías góticas singulares, capri chosas, también hechas a molde, al menos las cifras repetidas JHS. Tiene, interiormente, por cubierta este edificio un cas quete esférico, al parecer, apeado en ocho nervios que se ju n tan en la clave; cúpula nervada, todo de ladrillo y apeado en cornisa octógona, como lo es al interior el templete. Acúsase al exterior exageradamente esta cubierta por medio del chapi tel... El rigor de los elementos atmosféricos ha dejado sin el revoque primitivo a las nervaduras enlazadas en malla de cha pitel, cuyos espacios llenan azulejos de esmalte azul y verde, de los pocos que se conservan’ (E. Tormo).
Los forman cuatro bujías y dos pisos, con arcadas de ladrillos guarnecidos de yeso, pilares cuadrados y arcos túmido-apuntados con arrabá. La blancura de los arcos y los naranjos del jardincillo consiguen para el espectador una sen
En el centro de este templete sabemos -p o r una histo ria manuscrita del siglo XVIII- que había una fuente con ins cripciones a su alrededor; dos dedicadas a la Virgen y otra que decía así, según copiamos del señor Mélida:
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HOC HENRRICI 4. REGIS CASTELLAE MONIMENTUM ANTIQUA/ ET MINUS APTA, STRUCTURA DISPOSITUM ELGANTI / FORMA DENVOFIER1, HAEC ALMA DOMUS, DE CREUIT, SUMPTIBUS / NON PARCIT, DUM GRATI ANIMI, TANTO PRINCIPI: / DE SE BENEMERENTI EX HIBERET TESTIMONIUM
En el lado de la Epístola yace la reina doña María, madre de don Enrique IV. De perfil, arrodillada su estatua en un reclinatorio, con paño y almohadón. Las manos juntas. Cubierta de un manto soberbio de finos pliegues. Su inscrip ción dice así: MARIAE CASTELLAE REGINA JOANIS 2. UXORIS, SEPUL / CHRUM TEMPORE FERE DELETUM, HAEC ALMA DOMUS, APTI / ORI LOCO NOBILI, ET ILLUSTRIORI ORNATU DISPOSITO, LOCA / VIT PRINCIPI, SANCTITATE, RELIGIONE, ET PIETATIS CLARIS / SIMAE DE HOC SACRO CAENOBIO BENEMERENTI, P.
Año de mili cuatrocientos e cinco leuanto esta fuente e castillo / Fr. Joan de Sevilla por man dato de Fr. Fenando Yañez, primero / fun dador y prior de este monasterio.
Otro claustro de Guadalupe es el conocido con el nom bre de su patio: de la Botica-, es obra empezada en 1516 y ter minada en 1524 por fray Juan de Siruela; responde a un estilo mixto mudéjar-gótico-clásico. Tiene planta rectangular, tres pisos con tres órdenes de arcadas y es de ladrillo. Cada una de las galerías este y oeste abre seis arcos y cinco la del norte. Los arcos bajos son de medio punto en arrabá; los del segun do piso, góticos sobre pilares cuadrado achaflanados; los del piso alto, escarzanos sobre pilares.
BIBLIOGRAFÍA TALAVERA, Fray Gabriel de: Historia de Nuestra Señora de Guadalupe... Toledo, 1957 SAN JOSE, Fray Francisco: ... Guadalupe... Fundación y grandezas de esta santa casa... Madrid, 1743 ALCALÁ, Fray José de: ...Adiciones a la historia de Guadalupe... Ms. (En la revista ‘Guadalupe’, 1908) PONZ, Antonio: Viaje de España. Madrid, 1778 (Tomo VII) ACEMEL Y RUBIO, P. P.: Guía... del monasterio... de Guadalupe. Sevilla, 1912 ACEMEL Y RUBIO, P. P.: El maestro Egas en Guadalupe. 1912. (En B. Sdad. Española de Excursiones) MÉLIDA, José Ramón: Catálogo Monumental de España. Cáceres. Madrid, 1924 (Tomo II) TORMO, Elias: El monasterio de Guadalupe y los cuadros de Zurbarán. Madrid, 1906 TORMO, Elias: Guadalupe (Tomo IX del ‘Arte en España’) Barcelona. S.a. ORTEGA, P. Angel: Tradiciones históricas... de Guadalupe. (En la revista ‘Monasterio de Guadalupe’, tomo IV) GARCÍA VILLACAMPA, P. Carlos: Grandezas de Guadalupe. Madrid, 1924 BLANCO SÁNCHEZ, Rufino: Para la historia del monasterio de Guadalupe... Madrid. 1910
Entre estos dos claustros todavía hay otro muy peque ño. De las restantes construcciones del monasterio destacan: la botica, paralelepípedo rectangular con labores en barro cocido y yesería de lacería con estrellas; la sacristía, cubierta con bóveda de cañón y dividida en cinco tramos por seis arcos resaltados, con lunetos correspondientes a diez ventanas, en la que se admiran ocho magníficos lienzos del famoso pintor extremeño Zurbarán; y la sala capitular, pabellón de rectangu lar planta, muros de manipostería y torres cilindricas, corona das con chapiteles de tejas vidriadas; pabellón construido en el siglo XV, bien decorado, cuyas bóvedas aún conservan vesti gios de la pintura de follaje que las cubrió.
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MONASTERIO DE YUSTE (Cáceres) Escondido en uno de los parajes más agrestes de la Vera, entre Jarandilla y Cuacos, se alza el monasterio de Yuste, uno de los más históricos de España y de los menos importantes artísti camente. Las sierras de Gredos y de Béjar no quedan muy lejos, consiguiendo la gran emoción del paisaje... La fundación de Yuste no data sino de principios del siglo XV. Dos ermitaños llamados Andrés de Plasencia y Juan de Robledillo, queriendo llevar una vida más recogida aún, dejaron la ermita de San Cristóbal, próxima a Plasencia, y se fueron a la Vera, deteniéndose en las faldas de la sierra de Tormantos, donde un propietario piadoso de Cuacos, lla mado Sancho Martín, les hizo donación -agosto de 1402- del terreno que quisieran elegir para labrarse un pequeño ceno bio. En 1409 se hace, a nombre de los citados ermitaños y de otro, Juan de Toledo, una súplica al señor de Oropesa para que permita construir el monasterio de San Jerónimo. Y en 1414 consiguen los ermitaños ponerse bajo la protección de los jerónim os de Guadalupe y que éstos, constituyéndolos en comunidad, les nombre a un primer prior: Fray Francisco de Madrid. Hacia mediados del siglo XVI, los condes de Oropesa ampliaron extraordinariamente el monasterio a sus expensas. Y e n 1557... En la parte delantera de la cerca conventual se ve escul pido en piedra un magnífico escudo, rodeado del toisón de 73
oro, sustentado por el águila exployada, de dos cabezas, entre las cuales triunfa una corona imperial; y debajo, en letras capi tales, esta inscripción: EN ESTA SANTA CASA DE SAN HIERONIMO DE YUSTE SE RETIRÓ A ACAUAR SU VIDA EL Q. TODA LA GASTÓ EN DEFENSA DE LA FE Y EN CONSERVACIÓN DE LA JUSTICIA CARLOS QUINTO EMPERADOR REY D ELA S ESPAÑAS C RISTIANISIM O INUICTISSIMO MURIÓ A 21 DE SETIEMBRE DE 1558
Inscripción y escudo recuerdan el mejor episodio desa rrollado en Yuste y uno de los más emocionantes de la histo ria de España. En verso lo memora Azedo de la Berrueza, cier to poeta de Jarandilla que en 1667 publicó en Madrid unas Amenidades, florestas y recreos de la Vera: Aquí, pues, donde el rigor del tiempo no se respeta por ser alba todo el día, todo el año primavera, se vino el emperador por gozar en esta tierra del cielo más favorable que cubre toda la esfera. Llegó, pues, a Jarandilla, y después de estar en ella mucho tiempo, partió a Yuste y se encerró en una celda.
m ás... (según sabemos por todos los manuscritos citados por Gachard en su Retraite et mort de Charles Quint au monastére de Yuste), su limosnero, el prior de Yuste; su secretario, Martín de Gaztelú; su obrero, fray Miguel de Torralba; su administrador, fray Lorenzo de Losar; su veedor, Juan Gaeta; su camarero, el borgoñón Morón; su maestro relojero, Juanelo; su mayordomo, don Luis de Quijada; sus gentiles hombres, Molineo, Oxier, Mathía, Pietro; sus dos barberos, Dirú y Guillermo; su guardajoyas, Joannes; su mantequero, Andrés; su ayuda de cámara, Francosi; su guardamangel, Enrique; su carnicero, H ans..., y lacayos, y porteros, y ayudas de cocina... El día 21 de septiembre de 1558 se fue de Yuste el emperador. A las dos y media de la tarde dejó de existir... Dejó de perturbar la vida monástica. Su cuerpo aún permane ció cuatro años en el cenobio, dentro de un ataúd de madera de castaño, a los pies del altar mayor, y, como dispuso en el tes tamento, quedando fuera del arca la mitad del cuerpo, del pecho a la cabeza...
El día 3 de febrero de 1557, por la puerta de la Huerta, entró, ya sin reinos y con poca soberbia, al monasterio el mag nífico señor Carlos I. No le acompañaban más que los criados, dos médicos, dos cirujanos y su confesor, fray Juan de la Regla. Le recibió toda la comunidad con cruz alzada y bajo palio. Se cantó un tedeum ... En seguida el emperador ocupó su palacio. Pero en los días siguientes se puso de manifiesto que no renunciaba del todo a sus gustos, a sus caprichos y a sus disposiciones. Cincuenta religiosos: predicadores, capella nes, músicos y oficiantes, le servían continuamente; y ade
La iglesia de Yuste es de estilo gótico decadente. ‘Al exterior, su imafronte desnuda de ornatos; pues tan sólo tiene un festón perlado bajo la cornisa en que se asienta el frontón y ofrece en éste tres pequeñísimas ventanas; debajo, en el gran lienzo, dividido por una moldura que perfila también los estri bos de los ángulos, se abre un ojo de buey. La portada es de medio punto moldurado, sobre pilastras, recuadrado por otras y cornisa, sobre la cual hay tres arcos ciegos y frontón todo ello muy pobre’ (Mélida). Una sola nave tiene el templo, ancha de 11 metros y larga de 36, cubierta con bóvedas de cru cería sobre arcos apuntados y pilares baquetoneados. No exis te en la nave ornamentación de ninguna clase; en sus pies, sobre un arco carpanel y bóveda rebajada, está el coro, cuya sillería fue llevada a Cuacos. En el ábside se conserva un zóca
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lo de azulejos. El escultor y pintor riojano Juan Antonio Segura terminó el altar mayor en 1558; pero inmediatamente hubo de ser desajustado para poder enterrar detrás de él a Carlos I, ya que delante, bajo el ara, según quería el empera dor, era sitio reservado para los santos. El incendio provocado en 1809 por las tropas francesas destruyó cuantas obras de arte había en el templo, diseminadas por las capillas. Por el lado norte de la iglesia se extiende la residencia conventual. Dos claustros quedan en ella, semiarruinados. Gótico y muy pequeño el más antiguo, de piedra granítica y con dos pisos; el inferior, con arcos carpaneles sobre pilares lisos y sin capite les; el superior, con soportes semejantes; y uno y otro con cinco huecos por galería. El otro claustro es plateresco y tam bién de dos pisos; arquerías de medio punto; columnas corin tias de fustes lisos; escudos a relieve en el arranque de los arcos; siete huecos en cada lado...
puerta y ventanas en arco canopial. En su interior, una emo cionante desnudez. Se cuenta que Carlos I, huyendo de la solemnidad ritual de la iglesia de Yuste, acudía muchos días a ella para darse el gusto... de ayudar a misa. BIBLIOGRAFÍA CORRAL, Fray Hernando de: Fundación del Monasterio de Yuste... Ms. de El Escorial GACHARD, Publiées par M.: Retraite et mort de Charles Quint au monastére de Yuste. Bruselas, 1854 MIGNET, FranQois M.A.: ...Charles Quint...sa mort au monastére de Yuste. París, 1854 (2a ed.) SIGÜENZA, Fray José de: Historia de la Orden de San Jerónimo. Madrid, 1595 (parte III) DÍAZ PÉREZ, Nicolás: España. Sus monumentos... Extremadura. Barcelona, 1887 MÉLIDA, José Ramón: Catálogo Monumental de España. Cáceres. Madrid, 1924 (Tomo II) AZEDO DE LA BERRUEZA, Gabriel: Amenidades, florestas... de la Vera. Madrid, 1667 MADOZ, Pascual: Diccionario geográfico... de España. Madrid, 1850 (Tomo XVI) GUZMÁN, Juan de P: Crónica general de España. Cáceres. Madrid, 1870
El antiguo refectorio, rectangular, de corridos asientos y zócalo de azulejos mudéjares, es digno de mención. Y las habitaciones del emperador. Cuatro grandes salones: recibi miento -con una gran chimenea-, dormitorio, comedor y coci na. Muy grandes, pero en verdad muy austeros. En la puerta del recibimiento existe un banco de madera sobre el cual se lee esta inscripción: Su Mag.a El Emper." D. Carlos quinto uro. Señor en este lugar estaua asentado quando le dio el mal a los treinta y uno de agosto a las cuatro de la tarde. Falleció a los veinte y uno de setiembre a las dos y media de la mañana. Año del Se." de 1558
Adosada al monasterio está la ermita de Belén. Pequeña, de sillería, cuadrada, gótica. En su portada, una 76
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Acabóse de imprimir este libro en los talleres de Imprenta “La Victoria”, de Plasencia, el día 23 de Abril de 2007, “Día del Libro”, al cuidado de Teófilo González Porras.
COLECCIÓN
“VISIONES DE EXTREMADURA” “Referencias a Extremadura del Maestro Correas y del Médico Sorapán” (2001) “En tren por Extremadura con Gregorio Marañón” (2002) “Un viaje romancesco a Yuste con Ciro Bayo” (2003) “Un viaje a Extremadura con Federico García Sánchiz” (2004) “Extremadura (Badajoz y Cáceres) de N icolás Díaz y Pérez” (2005) “Viage a Estremadura de Francisco de Paula Mellado” (2006) “Viaje por castillos y monasterios en Extremadura con Federico Carlos Saínz de R obles” (2007)