La celda de Carlos V. Historia del Monasterio de Yuste por Domingo Sánchez Loro (1949)

Page 1





# £

fxcmo. Sr. D. Antonio Rueda y

Sánchez ■!Malo, gobernador Civil y Jefe Provincial del ¡Movimiento, en Cáceres, como testimonio de gratitud por sus constantes desvelos en pro de ¡os intereses de Extremadura. EL AUTOR





DOMINGO SANCHEZ LORO

en sus «Amenidades...», A zedo de la Berrueza, emulando al genial cantor de las Villuercas. Una hermosa tarde del mes de Junio de 1402, pusieron por obra sus deseos y partieron hacia donde D ios fuera servido proporcionarles retiro apartado y acorde con la santidad de sus p r o p ó ­ sitos. Un jumento, p o rtad or de mísero y escaso utensilio, era el único bagaje de aquellos cenobi­ tas de larga b arba y &osco sayal, que causaron admiración respetuosa a cuantos les veían cami­ nando entre vericuetos y espesuras, tortu o sas ve­ redas, bulliciosos arroyos y gargantas temerosas. Así recorrieron siete leguas, hasta que un atarde­ cer dieron con sus cuerpos enjutos en la pequeña ermita del Salvador, al norte de C u acos, lugar de romería para los pueblos comarcanos. La ermita, construida por Rechila, O bispo de Avila, en la épo ca de esplendor visigodo, es fa m o ­ sa, porque fué ara de sacrificio en la que el furor de la media luna inmoló a muchos mártires de Cristo. C u an d o la sinuosa intención de los ju díos y la perfidia de los nobles go d o s abrieron las puertas del Estrecho a los musulmanes, huyeron obispos, sacerdotes y cristianos, de to d a Andalu­ cía y Extrem adura, a refugiarse en los montes escarpados de las Villuercas y en las sierras ocul­ tas de la Vera. «En este sitio—informa A zedo de la Berrueza—se recogieron los santos pontífices Faustino, O b isp o de Sevilla; Floro, de Jaén; Boni­ facio, de Coria; Z aq ueo, de Ecija; Populo, de Niebla; H abito, de Urce; Escesindo, de Cabra; T eod iselo , de Baza; Centurio, de Granada; y otros m uchos ob ispos y santos varones, cuyos nombres se ignoran, y de algunos sacerdotes y diáconos, que también se retiraron a las tierras ocultas de la Vera».

LA CELDA DE CARLOS V

________________________________ 1 ■>

El hito culminante de la civilización romana en nuestra península, Emérita Augusta, fué la pri­ mera ciudad española que ofreció resistencia p o r ­ fiada y heróica a los árabes invasores. T a l contra­ tiempo irritó su fanatismo anticristiano y avivó la saña persecutoria de los moros. Corría el año 714. Los prelados y fieles de Cristo, fugitivos y teme­ rosos, celebraban el Santo Sacrificio en la ermita del Salvador, cuando los soldad os del Caudillo M uza, señor ya de Mérida y su comarca, llegaron con gran algazara y vocerío, y les martirizaron y dieron muerte. La H ostia Santa fué a parar a una fuente que mana b ajo el altar. Al acudir los fieles que lograron salvarse, ocultos en la maleza ex u ­ berante de las cercanías, hallaron incorrupto el cuerpo de Cristo Sacram entado en las aguas que le servían de C ustodia. Para dar sepultura a los mártires gloriosos, afirman los cronistas, que b a ­ jaron los angeles del cielo. Es fama que, desde en­ tonces, el agua cristalina que brota del manantial, es remedio seguro para to d a s las enfermedades. En la Vera, le llaman *La fuente santa». Instalados nuestros penitentes en el célebre e histórico lugar, siete siglos más tarde (1402), con ­ tinuaron su vida de renunciamiento, soledad y aspereza, tan rica a los o jo s de D ics cuan pobre al parecer de los hom bres. Pronto, junto a los er­ mitaños de San Cristóbal, compartieron en común la santidad de sus propósitos, Andrés de Plasencia, Juan de Robledillo y Juan de T o le d o . Pero sus cu erp os extenuados estaban para p o co s ri­ gores: temiendo morir de frío en lo crudo del in­ vierno, salieron a buscar más benigno acom odo. En la cima de la montaña impresionante, na­ cen dos arroyuelos: Gilona y Vercelejo. Este últi­ mo toma, a la falda de la sierra, el nom bre de


LA CELDA DE CARLOS V

16

17

DOMINGO SANCHEZ LORO

Yuste, acaso por llamarse de esta manera el p ro ­ pietario de aquellos terrenos. Su cristalina c o ­ rriente discurre por estribaciones y remansos, cuya vegetación es delicia de los ojos y su belleza penetra, insensiblemente, en el alma. En un paraje oculto, guarecido de las intemperies por alameda frondosa, reposaron, a la vera del arroyo, los ce­ nobitas, para descansar a la som bra de nogales y castaños. Estando allí, pasó, al acaso o tal vez por querer del cielo, Sancho Martín, vecino de C u a ­ cos y propietario de aquella tierra. C o n o c id o s sus deseos de servir a D ios en la contemplación y re­ nunciamiento, les donó generosamente el barran­ co, siendo este campesino extremeño el primer bienhechor del futuro monasterio. T al donación fué hecha ante el escribano Martín Fernández, de Plasencia, en la ermita de San Gil, término de C u ac o s, a 24 de A gosto de 1402. La fama de su virtud y santidad hizo que otros piadosos varones acudieran a aquellos luga­ res, sitio propicio para religiosos de vida perfec­ ta: su hermosura levanta el espíritu a contemplar la grandeza que D io s creó y a considerar los bie­ nes y deleites que tiene preparados para los que le sirven. D ueños ya del terreno, emulándose, santam en­ te, pusieron manos a construir toscas, reducidas y humildes celdas, con los m edios que su ingenio y la caridad les deparaban, alternando esto s tra­ bajos con el culto y cuidado de las cosas santas, en el rústico oratorio que levantaron, para sus p e­ nitencias y oraciones, y en el que pusieron las imágenes, cuadros y pinturas, traídas de San Cristóbal. Les llamaban «herm anos de la pobre vida», pues las cosas del cuerpo y la más pequeña satis­

facción o com o didad eran repelidas de sus m ora­ das, com o im pedimento en su caminar hacia Dios. C on pincelada divina daba lustre y espíen dor a la solemne magnificencia de la Vera el ar­ do ro so y encendido amor celestial de los sar.tos varones, que estimulaban con su ejemplo y súpli­ cas a regenerar las costu m bres de la región. El proverbial desprendimiento de los extremeños fué dando bienes de la tierra a los penitentes, por cuya intercesión tantos bienes del cielo descen­ dían so bre sus moradas. Así pasaron cinco años, afanándose cada cual en el crecimiento de su virtud. «Porque el c u e rp o —dice el P. Sigüenza —con el ocio no se entorpeciese, cultivaban la tierra, plantaban árboles, sembraban hortalizas, ingerían castaños, cerezos y otros árboles, que aquella sierra, en medio de los cantos y las peñas, los abraza bien y se hacen de extrem ada grandeza y hermosura», ocupán dose to d o s en algo útil, para sustentar y vestir el cuerpo, que es flaco y no se­ guía en pos de la espiritualidad de aquellos h o m ­ bres. El diezm o de la fruta en la Vera im portaba muchos d u cado s y era base de pingües ganancias para el O bispo de Plasencia. Es aquella tierra d e ­ leitable y fértil cpn abundancia de toda clase de frutos, y los que el cultivo de los ermitaños p r o ­ dujera, serían cosa de ver. Por codicia o ardid del demonio, empezaron a fijar su atención los cob rado res del diezmo en aquellos cenobitas. * C a d a día eran más apremiantes las exigencias de los cob radores; cada día se hallaban los pobres solitarios en el apurado trance de sacar'a relucir su miseria y escasez: las cosas de Dios y la p o b r e ­ za de sus siervos pesan poco en los que persiguen


18

DOMINGO SANCHEZ LORO

algún interés. M uy su b ido era el de los que tanto persiguieron y alteraron por bienes de la tierra a quienes solo se afanaban por entender en los del cielo. Para salir del aprieto, idearon pedir, humilde y respetuosam ente, al O b isp o de Plasencia, que les eximiese del diezmo. Pero la perfidia y el c o m ­ plejo envidioso de algún que otro fraile no muy observante, hicieron que a tal súplica precediese, ante los ojos del O b isp o don Vicente Arias, una información inexacta del asunto y un ambiente antipático so bre la vida e intenciones de aquellos hombres. El Prelado, ju zg an d o de corrido, dene­ gó la salicitud y ordenó que pagasen, de contado, lo que les exigían. Sorprendidos y consternados, pero sumisos, respetuosos y obedientes, sacaron fuerzas de flaqueza y salvaron el apuro. Más la causa de su inquietud, para lo sucesivo, seguía ¡atente y veían que la incomprensión de los de­ más traería aparejado un continuo desasosiego. T o m aron consejo unos de otros y acordaron pedir autorización al Santo Padre, Benedicto XIII, para erigir una ermita a San Pablo, primer ermita­ ño, pues fué el parecer de to d o s que sería mejor y más seguro hacerse religiosos en la Orden que más a cuento viniese para conservar su propósito y manera de vivir. La empresa era árdua, más p a ­ ra los corazones esforzados to d o es llano y h a ­ cedero. Al punto se ofrecen Andrés de Plasencia y Juan de Robledillo. Mendigando y a pié, de pue­ blo en aldea y de venta en mesón, con el tiempo y su paciencia, vieron colm ados sus desvelos, al poder arrojarse a los pies de Su Santidad, a quien hicieron sab ed or de sus cuitas, pesares y deseos. D ios proveyó en este caso con largueza, pues

LA CELDA DE CARLOS V

19

además de concederles que ni ellos ni sus su c eso ­ res pagasen diezm os de su s haciendas ni de las cosas trabajadas p o r sus manos, les o to rg ó licen­ cia para levantar una iglesia con campanillas, cam­ panas y cementerio, y autorización para que ad­ ministrasen los Sacram entos y celebraran Misa y dem ás oficios del culto to d o s los com pañeros que fuesen sacerdotes. D e santo júbilo se vieron llenos aquellos viri­ les extremeños, ante la abundancia del fruto que vino a coronar la meta de su amarga, incierta y penosa peregrinación. A los cinco años de su re­ tiro a la soledad, veían que su afán era felizmente coronado. Su obra parecía grata a los ojos del Pontífice. Recibida la bula que les concedía tantas mercedes, tornaron decididos, anim osos e impa­ cientes por hacer partícipes de su ventura a los otros compañeros, que en Yuste quedaron con el alma transida por el desconsuelo y, tal vez, el pe­ cho de alguno tuviese conatos de desánimo. La impaciencia de los caminantes alargaba las jorn a­ das y su alegre optimismo acortaba los trabajos, no cesando de cantar sus lenguas y sus c o razo ­ nes las alabanzas del Señor. Bajo su amparo die­ ron feliz término al viaje. En su s rostros vislumbraron el éxito de la em­ presa los que con ansia esperaban su retorno, apenas les vieron aproximarse al ameno lugar donde estaban las delicias de sus almas. Pasados los primeros ím petus de alegría celestial, dieron gracias a D io s p o r los beneficios recibidos de su mano y dieron también un poco de descanso a sus cuerpecillos extenuados: aquellos pies, que habían hollado el polvo de tantos caminos, con o­ cieron lo que era reposo. Aunque por p o co tiem­ po, que no es duradera la alegría en este mundo,


20

DOMINGO SANCHEZ LO RO

los penitentes so ldad os de la oración y el sacrifi­ cio dieron rienda suelta a la euforia que inundaba todo su ser. D o s días pasaron Andrés y Juan, com partien ­ do con los demás en los ratos que la oración les dejaba libres, sus ilusiones y proyectos, ameni­ zando las pláticas con el m enudo relato de los detalles y peripecias de su viaje. Solo les falta­ ba un requisito: que el Prelado de la Diócesis autorizara la bendición de! local destinado a c a­ pilla. Con la Bula del Pontífice debajo del brazo, la cabeza llena de ilusiones y proyectos y el c o ­ razón rebosante de entusiasmo, tomaron el cami­ no de Plasencia los dos ermitaños andarines, para dar cuenta al O b isp o de sus asuntos, sin que ellos, ni los que en Yuste quedaron, abrigasen la menor duda o sospecha sobre el éxito de su empeño. Era entonces la Vera lugar de veraneo, donde el O b isp o , magnates, frailes, religiosas y damas de alta alcurnia de Extrem adura, se cobijaban huyen­ do del clima extrem oso en el estío; la amenidad de sus sierras, valles, cañadas, jardines y vergeles, alegraban la vista; la abundancia de sus frutos exquisitos de toda clase, estimulaban el deseo; la calidad y sab or de sus vinos confortaban el c o ­ razón; los finos pececillos de sus regatos y las truchas apetitosas, hacían las delicias de la mesa; los aires saludables daban vigor a todo s; sus mu­ chas fuentes de aguas frígidísimas eran un encan­ to, pues manantial había en cuyas aguas, durante el mes de A gosto, no era posible tener metida la mano por espacio de d o s credos. A estas delicias se reunían la mucha volatería y caza tan excelen­ tes, que desde el Rey Alfonso VIII, fu n dado r de Plasencia, to d o s sus sucesores han g u stad o de organizar cacerías por aquellos parajes.

LA CELDA DK CARLOS V

21

Para recreo y descanso de frailes y monjas, abundan los conventos por los pueblos y aldeas de la comarca, cuyos moradores atendían a las necesidades espirituales de la selecta, hidalga y en copetada colonia veraniega. Es natural que no viesen con buenos ojo s las intenciones de los er­ mitaños de Yuste, en los que, por envidia o inte­ rés, apreciaban una posible competencia. T r a t a ­ ron p o r to d o s los medios de indisponer el ánimo del O b isp o contra los «herm anos de la pobre vida». Penetraron en el Palacio Episcopal los dos benditos caminantes, mientras la satisfacción les em bargaba el ánimo ante la próxima victoria que esperaban. Pero la codicia de los cob radores, el recelo de los frailes y el orgullo de don Vicente Arias, dieron al traste con el fantástico m onaste­ rio, que en su imaginación veían ya construido los ermitaños. E( O b isp o se sintió herido en su dignidad y amor propio. Recibió con alterado sem blante y tosco ceño las pretensiones de los cenobitas. Airado por las concesiones que del Santo Padre habían obtenido, negó, temeraria­ mente, obediencia al mandato pontificio. Más no anida fácilmente el desaliento en los corazones extremeños, pródigos siempre de au ­ dacia soñadora para to d o s los grandes ideales, aunque negligentes y apáticos para los prosaísmos de la vida. Sintieron en sus almas ruda protesta y desprecio altivo para las miserias y m ezquinda­ des que pretendían ahogar sus ilusiones, pero se resignaron con obediencia santa a la decisión del Prelado. Vueltos a Yuste, se entregan con más fervor a su vida de renunciamiento, oración y sacrificio, com partiendo su po breza con los mendigos, que,


n

DOMINGO SANCHEZ LORO

po r entonces, es fama que vivían en abundancia en torno a los conventos y fundaciones religiosas. Pero el Señor parecía bendecir el trabajo de sus manos. Pronto pudieron adquirir una heredad, arroyo abajo, que llamaron «castañar» poi la p r o ­ fusión de esto s árboles que en ella había. Era propiedad de Juan Sánchez, vecino de C u ac o s, donde se oto rg ó la escritura a 21 de O ctu b re de 1408, ante el Escribano de Plasencia, Sancho G ó ­ mez, por la suma de 450 maravedises. Así las cosas, se reunieron en consejo y perfi­ laron lo que ya otras veces habían tratado. Fué decisión unánime, el dar comienzo a la con struc­ ción de un Monasterio de San Jerónimo, bajo la regla de San Agustín, pues ya tenían acord ad o el hacerse religiosos. Para ello era necesario vencer la resistencia del Prelado placentino. Juan de Robledillo y Andrés de Plasencia, que según algunos cronistas habían sido criados del Infante don Fernando, hermano del Rey de C a sti­ lla don Enrique III el Doliente, sin tem or a la fati­ ga e insensibles al cansancio, marcharon a T o r d e sillas, donde residía el Infante. En rápidas jo rn a­ das, pronto llegaron a su presencia. En sus manos pusieron cuidados y agiavios, esperando de su buen juicio y proverbial rectitud auxilio y p r o ­ tección contra el proceder del O bispo. Gran j ú ­ bilo y contento experimentó el ilustre Príncipe ante el santo p rop ósito de sus visitantes, a quie­ nes prom etió to d o su favor. Pensó com o pruden­ te y o b ró con tacto, delicadeza y sentido, entre­ gándoles una carta para el O bispo rebelde en la que le suplicaba, más bien q u e le ordenaba, per­ mitiese a los «hermanos de la pobre vida», hacer u so en su s celdillas de las concesiones del Papa. N u evo ánimo tomaron sus compañeros, al

LA CELDA DE CARLOS V

23

verlos tornar g o z o so s y alegres. Pero su con tento fué pron to desvan ecido por el O b isp o , que si no p restó obediencia al representante de C risto en la T ierra, tam poco se d o b legó ante las súplicas del herm ano del Rey. Irritado po r la tenacidad de los erm itaños, ordenó a un tal Fray H ernando, n atu ­ ral de Plasencia, que pasase a Yuste y, arrojando de cus celdas a los penitentes, se incautase de to ­ das su s posesiones. E jecu tó se to d o a la letra con sum o rigor y los buenos hom bres se salieron sin resistencia alguna. M ientras los dem ás se albergaron en m isera­ bles chozuelas disem inadas por las cercanías, vi­ viendo de la caridad pública, nuevam ente se p u ­ sieron en cam ino esto s peregrinos sin ventura, para dar cuenta al infante de que tam poco su v a ­ liosa y respetable recom endación había d o b lega­ do la cerviz del O b isp o . Reaccionó airadam ente y determ inó vencer p o r la fuerza aquella tenaz rebeldía, que para nada había tenido en cuenta la súplica respetu osa. A ntes de hacer sentir el peso de su poder, quiso agotar la prudencia, poniendo en conocim iento de don Lope de M endoza, Ar­ zo b isp o de C o m p o stela, del que era Plasencia sufraganea, la sin razón del Prelado. C on otra discreta carta, fechada en T ord esillas el 1.° de Junio de 1409, sin apenas tener pun ­ to de reposo, partieron Juan de Robledillo y An­ drés de Plasencia hacia Medina del C ajn po, donde el A rzobispo residía, a quien relataron sus penas y sinsabores, m ostrando la Bula de Benedicto XIII, en la que, a petición del Infante don Fernando, les daba licencia para fundar en Yuste un Monasterio de San Jerónim o b ajo la regla de San Agustín. Q u e d ó m aravillado el A rzob ispo de tanta o sa ­ día y preso de honda indignación por la actitud


24

DOMINGO SANCHEZ LORO

del Prelado don Vicente Arias. Luego de ofrecer a los extenuados caminantes mesa con que repo­ ner su.s flacas fuerzas y albergue honesto donde descansar de sus continuos y penosos viajes, les dio ánimos y prometió reparar en t o d o los agra­ vios recibidos. Leídas las cartas del infante, quiso el A rzo­ bispo hacer justicia a la pretensión de aquellos nervudos extremeños, al mismo tiempo que c o m ­ placía la sensata recomendación de don Fernando. Redactó solícito una carta para el señor de Oropesa, Garci-Alvarez de T o le d o , nieto de aquel Maestre de Santiago, del mismo nombre, a quien Enrique 11 dio las Villas de O ro p esa y Valdecorneja, con 50.000 maravedises cada año, a cambio de que dejase el M aestrazgo en favor de don G onzalo Mexías. En ella mandaba a este caballe­ ro que «en virtud de santa obediencia et sub pena de excomunión, que luego vista esta nuestra car­ ta, vayades o enviedes al dicho lugar de Yuste, e pongades e apoderedes en la posesión del a los sobredichos, según que estaban al tiempo que del fueron desap od erad o s». P or si «oviere alguno que contra aqu esto que aquí es, otra cosa quisiere decir», concede quin­ ce días de plazo para oir reclamaciones, prom e­ tiendo que a cada uno le será guardado su dere­ cho. La c a T a lleva fecha del 10 de Junio de 1409. Apenas los cenobitas tuvieron en su poder tan importante docum ento, reparadas las fuerzas del cuerpo con la generosidad de don L ope de M end oza y llena el alma nuevamente de ilusiones con tan prósperos auspicios, partieron otra vez hacia Tordesillas, para dar cuenta al Infante del fruto de su gestión, pues deseaba estar al tanto con suma impaciencia e interés de la suerte corri­

LA CELDA DE CARLOS V

25

da por la constancia y tenacidad de los d o s infa­ tigables extremeños. Con pruebas ue go zo y alegría recibió el prín­ cipe ilustre la decisión del A rzobispo com postelano. Redactó, también, unas letras para GarciAlvarez, recalcando su deseo de que se esfo rza­ ra por cumplir, rigurosamente, lo que don Lope encomendaba, en lo cual le haría «m u y grande placer e servicio». El día 12 de aquel mes de Junio, fecha de la carta de don Fernando, salieron de Tordesillas y se abrazaron, de nuevo, con la dureza del camino esto s sim páticos andarines, con la esperanza fun­ dada de que, ahora, llevarían a buen término su negocio, pues ¡as penas eclesiásticas estaban res­ paldadas por el brazo de un hidalgo; que es muy eficaz para volver cuerdo a quien el seso le falta, el unir a las razones el argumento contundente de la espada. La víspera del nacimiento de San Juan Bautis­ ta, llegaron Andrés y Juan a Jarandilla, al palacio del señor de O ropesa, a la sazón allí veraneando, que les recibió con extrao diñaría complacencia y benevolente agrado. C uando leyó la Bula del Papa y las cartas del A rzobispo y del Infante, las b esó y puso sobre su cabeza en señal de acatamiento, prom etiendo a los ermitaños personarse en Yuste, pasada la festividad del Bautista, y poner bajo su protección y amparo a los penitentes. Confiados, alegres y go z o so s con tal promesa, recorren volando la legua larga que hasta C u a c o s hay desde Jarandilla. Los vecinos y demás c o m p a­ ñeros, que habían vivido de la caridad mientras fu eronau sen teslos com isionados,les recibieron en el puente situado a la entrada del lugar con abra­ zo s y m uestras de fraternal regocijo. Era la hora


26

DOMINGO SANCHEZ LORO

de vísperas y t o d o s se trasladaron a la Iglesia, pa­ ra dar gracias al Señor por los beneficios que les enviaba. El día después de San Juan, muy de mañana, pasaron por C u a c o s Garci-Alvarez y Alvar-Gar­ cía Caballero, un amigo de Trujillo, que tenía hospedado en su casa, acom pañados del Bachi­ ller Fernán Martínez, escribano y notario del Rey, caballeros t o d o s en briosos corceles y seguidos de un brillante y ostentoso acompañamiento. C o ­ rrió por el pueblo con rapidez la noticia de b oca en boca. Llenos de emoción los anacoretas, entre el jubiloso alborozo de los vecinos, siguieron a los hidalgos lanzando al viento continuas aclamacio­ nes y vítores entusiastas. Q u e d ó maravillado Fray Hernando, al ver lle­ gar a Yuste semejante comitiva. Su estu por llegó al extremo, cuando conoció sus propósitos, tan contrarios a la orden que del O b isp o de Pla­ sencia recibiera. T rató de hacer algunos reparos y consideraciones, más el gesto ceñudo y enérgi­ co de Garri-Alvarez infundió tal su sto y pavor en el ánimo del fraile intruso, que al momento hizo entrega a los «herm anos de la pobre vida», de cuanto les pertenecía. El notario leyó en alta voz la Bu'a del Papa y la carta del A rzobispo de Com postela. Seguidamente, se procedió a inventariar los enseres del convento, que, a tenor del acta que se levantó, son los que siguen: «seis almadraques viejos, tres almohadas de lino viejas, siete mantas y alfamares, una vestimenta, una tabla de comer, una mesa pequeña, una sartén, una caldera, dos artesas, la una grande, siete tinajas pequeñas, las tres y media llenas de vino, un tajo, cuatro aza­ das y seis azadones, y otro q u ebrado, una zaina-

LA CELDA DE CARLOS V

27

rra vieja, dos segurones y una pica». ¡Q ue frágil es la naturaleza humana, cuando tan pobre uten­ silio llegó a despertar la codicia de los hom bres contra los cenobitas de Yuste! Algunas cosillas m enudas faltaban en las que dejaron los ermitaños, cuando les arrojaron de sus celdas. Ellos no las reclamaron, pero GarciAlvarez obligó a Fray Hernando que pusiera por fiador a Ju an G óm ez, vecino de Jaraiz, c o m p r o ­ metiéndose a entregarlas, pues, de lo contrario pagaría con la cárcel. El señor de O ro p esa y su amigo el trujillano donaron gruesas sum as a los ermitaños y pusie­ ron a su disposición t o d o su po d er e influencia para lo sucesivo. Pasaron los quince días dados de plazo por el A rzob ispo para admitir reclrmaciones, sin que nadie, ni aún el presun tuoso don V. Arias, hiciera la menor objeción. Así q u e d a ­ ron ju b ilo so s los anacoretas, en la soledad de aquellos barrancos deleitables, entregados a su vida de oración y penitencia.


«Los monjes Jerónimos»


La Bula de Benedicto XIII concedía a los e r ­ mitaños de Yuste autorización -para fundar un monasterio de la Orden de San Jerónimo, bajo la regla de San Agustín; les anejaba para el sustento de los religiosos la ermita de San Cristóbal, junto a Plasencia, con to d a s sus posesiones y bienes raíces; y les ponía por condición que prestasen obediencia a Fray Velasco, Prior de G uisando. C onstantes en su intención primaria de ingre­ sa.' en la Orden de Jerónimos, quisieron aprove­ char la coyuntura de hallarse en Yuste Garci-AIvarez y los que le acompañaban, para dar c u m ­ plimiento al mandato pontificio. El escribano Pe­ dro Fernández de Robledo levantó acta de que I q s ermitaños de Yuste hacían entrega de sus p o ­ sesiones y de sus personas al Prior de Guisando, teniéndole «p o r gob ern ad or e reform ador del dicho monasterio de Yuste e de nosotros, según dicho es, y no ir ni venir contra ello ni contra parte dello, nos, ni otro por nos, ni por alguno de nos, en algún tiempo... e por esta carta le damos poder cumplido al dicho Fray Blasco, para que pueda regir e administrar e reformar el dicho m o­ nasterio, e proveerlo de Prior e de frayles con n o s­ otros, cuando él entendiere que son menester: e visitarlos e proveerlos en la manera que quisiere e por bien tuviere con to d a s las cosas que al m o ­ nasterio pertenecer deban, ansí en lo espiritual com o temporal». Entre otros testigos firman el ac­ ta Garci-Alvarez, Alvar-García Caballero, de Tru-


32

DOM INGO SANCHEZ LORO

jillo, y el Bachiller Fernán Martínez, a 25 de Junio de 1409. En cuanto a la posesión de la ermita de San Cristóbal, no se pudo llevar a efecto, porque estaba condicionada a la voluntad del O bispo de Plasencia, que aun miraba con recelo y enojo a los ermitaños. Así quedaron convertidos en M on­ jes de San Jerónimo los penitentes de Yuste. Informaron de sus decisiones y propósitos a Fray Velasco, que vino desde Guisando para im­ poner a los religiosos en su nuevo género de vi­ da: les reunió en capítulo y, hechas las pertinen­ tes observaciones, nom bró a Juan de Robledillo para Prior del nuevo Monasterio, al cual todos prometieron obediencia. La misión de nuevos monjes estaba supeditada a las posibilidades eco­ nómicas para mantenerlos. Hecho el recuento de todos los bienes que poseían, fueron valorados en 20.000 maravedises. Marchó Fray Velasco y los de Yuste se entregaron con fervor encendido a la práctica de la virtud, sin olvidar la atención por las cosas materiales que necesitaban para el sustento. La m a )o r necesidad que sentían era de agua segura, abundante y encañada. Salió cierto día Fray Juan de Robledillo monte arriba, y en el si­ tio que dicen «venero del agorador», halló entre malezas y zarzales un hermoso manantial. Como estaba fuera de las posesiones donadas por San­ cho Martín, gestionaron del Municipio de C u a ­ cos que les cedieran aquellos terrenos. El Alcalde, Juan Sánchez Hidalgo, les autorizó ante el N o ta ­ rio Gil Martín y el Escribano Juan Jiménez, para que cercaran una parcela de terreno de la exten­ sión que quisieran, donación que fué confirmada en Plasencia a 31 de Diciembre de 1410. Los monjes encañaron el agua, levantaron la pared y

LA CELDA DB CARLOS V

33

acondicionaron las tierras para sembrar hortaliza y frutas. En la fuente pusieron una imagen del Bautista, por lo que se conoce aquel campo como «Huerta de San Juan». El trabajo de los frailes, las donaciones y li­ mosnas, aumentaban su patrimonio, lo que les permitía admitir a nuevos religiosos. Entre los conventos de Jerónimos disemina­ dos por España, existían profundas diferencias en cuanto a las prácticas religiosas, manera de vivir y administración de la hacienda. Se trataba, por entonces, de dar una misma regla a todos, exi­ mirse de la obediencia a los Obispos y consti­ tuirse en Orden independiente, sujeta solo a la autoridad del Papa. Elevaron sus proyectos ante Benedicto XIII, que los estimó adecuados para el mejoramiento de la religión. T om ado el consefo de sus Cardenales, mandó por una Bula, que se reuniera Capítulo General en Guadalupe, famoso santuario que luego habría de convertirse en Tem plo de la Hispanidad. Allí acudieron repre­ sentantes de todos los conventos, el día de Santa Ana, 26 de Julio de 1415. Fray Juan de Robledi­ llo y Fray Francisco de Madrid, fueron en repre­ sentación de la comunidad de Yuste. Impetrada la asistencia del Espíritu Santo, fué elegido General Fray Diego de Alarcón, Prior de San Bartolomé de Lupiána. Entre los muchos acuerdos que se tomaron, era uno el de que nin­ gún convento podría tener menos de doce frai­ les y el prior. Com o el fin primordial de los reli­ giosos era la medjtación y alabanzas divinas, prohibieron que los frailes anduviesen mendigan­ do para su sustento y acordaron no admitir en la O rden a los monasterios que carecieran de bie­ nes suficientes para sostenerse con decoro. Entre


DOM INGO SANCHEZ LORO

ellos estaba Yuste, que se vio excluido por ia po­ breza de sus recursos. Llenos de angustia p o r el nuevo contratiem ­ po, acudieron al castillo de Oropesa, residencia de Garci-Alvarez, a quien piden consejo, pro te c ­ ción y ayuda. Conocía el hidalgo por experiencia cuan santas eran aquellas almas; llevado de su natural impulso y ánimo generoso, m ontó a ca­ ballo y se personó ante el Capítulo de G uadalu­ pe, para interceder en pro de los anacoretas. Rei­ teraron los Padres reunidos las razones de su an­ terior negativa, y entonces él, causando admira­ ción a todos, exclamó sin vacilar: — Pues bien: hoy por mí, mañana por mis des­ cendientes, me obligo a cubrir todas las necesida­ des del monasterio de Yuste. Ante la generosa oferta y en atención al arro­ gante caballero que la hacía, acordó el Capítulo que fueran admitidos los «hermanos de la pobre vida» en la O rden de San Jerónimo. Agradecién­ doselo al señor de Oropesa, quedó esta casa den­ tro del número de las que allí se unieron. Poi se­ gunda vez, este pundonoroso hidalgo llenó de paz y alegría la humilde existencia de aquellos penitentes, tan ansiosos de ligarse con ataduras de vida monástica. Los de Yuste recibieron una copia de las estipulaciones acordadas en el C apí­ tulo, para conformar en un to d o a ellas su m ane­ ra de vivir, tornando a su morada llenos de santo júbilo y celestial alegría. Garci-Alvarez, cumpliendo su promesa, ape­ nas llegó a su casa, les d o n ó ^ u n hato de cabras, con todos sus aperos, atavíos de perros, calderos, asnillos para llevar el hato y otras menudencias. Alvar García Caballero, vecino de Trujillo y amigo del señor de Oropesa, a quien acompañó

LA CELDA DE CARLOS V

35

cuando fué a Yuste para dar posesión a los reli­ giosos de la hacienda que el Obispo de Plasencia les arrebatara, quedó altamente impresionado de la virtud y santidad de aquellos monjes y de la pobreza en que vivían. Les envió una fuerte suma de su peculio e hizo de ellos alabanzas tales, que pronto acudieron de Trujillo nuevos religiosos, algunos bastante acaudalados, que donaron sus bienes al monasterio. Viñas, olivares, dehesas, parcelas y rebaños, fueron con virtiendo las penu­ rias anteriores en una hacienda saneada. Se cuidaron lo primero en poner la casa en forma de convento, con iglesia decente y espa­ ciosa para los oficios divinos, celdas, claustros, dormitorios y otras dependencias, a to d o lo cual acudió, pródigamente, la generosidad de GarciAlvarez y la de los Condes de Plasencia, don Pe­ dro de Zúñiga y su hijo don Alvaro. A compás del tiempo, crecía el esplendor del monasterio, siempre bajo la tutela del señor de Oropesa, constante bienhechor, cuya afición por Yuste heredaron sus descendientes. Parece como si los Reyes, Príncipes, Obispos y magnates, sin­ tieran emulación por colmar de beneficios a estos religiosos. La ermita de San Salvador vino a ser posesión de Yuste, aumentando con sus bienes el caudal del monasterio. Pertenecía la ermita al O bispo de Piasencia, que nom braba un m ayordom o o san­ tero, encargado de recibir las lismosnas y cuidar de la conservación y sostenimiento del santuario. C om o consecuencia de laboriosas gestiones por parte de los religiosos, obtuvieron del Prelado la posesión de la ermita con to d o s sus bienes raíces, quedando a cargo de los monjes la atención del culto. La donación tuvo lugar en el mismo san-


36

DO M INGO SANCHEZ LORO

tuario, a 3 de agosto de 1417, ante el escribano D iego Fernández, vecino de G arganta la Olla. El Santero, Diego Gonzalo, dio cuenta de las rentas y limosnas recibidas y entregó a Fray Juan de Robledillo y Fray Andrés de Plasencia, en nombre del monasterio, la ermita, con tres imágenes de madera, algunos manteles viejos y rotos, una cruz de plata pequeña, un cáliz de estaño con su p a­ tena, un ara con sus corporales, tres vestiduras viejas con su ornamento, una de seda y d o s de lino, un incensario viejo de cobre d e sad o b ad o , unas vinajeras de plom o viejas, tres crucetas de cobre viejas, dos de ellas quebradas, un manus­ crito con la historia de San Salvador y San Blas, un libro de oficios y misas, un arca de pino vieja para guardar las ropas, una casa pequeña en C u a ­ cos, d o s viñas, un huerto, seis ovejas, una parcela de tierra, d o s campanas grandes y una pequeña, y una Bula en pergamino escrita en latín. Esta donación fué confirmada, en 1426, por el Papa Martín V, previo consentimiento del O b isp o de Plasencia, gozan do los religiosos la segura p o se ­ sión de la ermita. Ellos la repararon e introduje­ ron grandes mejoras. El Prior nom braba a un fraile y a un seglar (por lo cual hubo pleito entre los de C u a c o s y Garganta), para atender y adm i­ nistrar el santuario En ella se celebraba gran fies­ ta y romería el 3 de Febrero, día de San Blas, y el 6 de A gosto, festividad de la Transfiguración, a donde concurría mucha gente de la Vera y el V a ­ lle de Plasencia. Ya solo queda, com o testimonio de tanto esplendor, unas pobres ruinas en la sie­ rra y una imagen rota en la sacristía de Garganta la Olla. L os privilegios y donaciones se sucedieron en aumento cada día: el Rey don Juan II les otorgó

LA CELDA OE CARLOS V

37

privilegios (1434) para que pudiesen llevar a p a s­ to reo 200 cabezas de ganado por los c o to s de Plasencia y otros lugares. Don Alvaro de Zúñiga (1454) cedió a Yuste 3.000 maravedises de ju ro sobre sus rentas. Don Fernando Alvarez de T o l e ­ do (1459) les donó la mitad de un molino llamado de San Miguel, junto al convento de San Francis­ co, en la ciudad de Alfonso VIH. El O b isp o de Avila, don Martín de Bilches 0 4 5 8 ) concedió al monasterio un beneficio en la parroquia de S a n ­ tiago d é l a Puebla de N a d a d o s . El Rey don Enri­ q u e IV (1468) dice a los frailes en un privilegio, que .en «satisfacción de los trabaxos e fatigas quel dicho monasterio por mi servicio havedes p asa­ d o » en beneficio de la paz y concordia, cuando el Reino anduvo tan revuelto y mientras perm a­ neció en Yuste aquel Rey, les concede que no paguen alcabala ni otra derrama a la C orona ni a los Oficiales que la cobran, por las tierras que p o ­ seían en Trujillo. Don Alvaro de Plasencia, Deán de Salamanca, resignó en favor de los religiosos un medio préstam o que poseía, cuya donación fué autorizada (1469) por su Santidad Pablo II. L os Reyes C atólicos ordenaron que nadie pertu r­ base los bienes y posesiones de los religiosos en Trujillo y sus términos (1477); dieron órdenes a to d a s las justicias y ju eces para que no les c o b r a ­ sen alcabala (1484); y otorgaron privilegios, para que ni los fi ailes, ni sus criados y cabalgaduras, ni los bastim entos para el monasterio, pagasen can­ tidad alguna en todas las barcas del T a jo y el Tiétar, am enazando a los barqueros con «pena de 10.000 maravedises para la cámara d^ Su M ajes­ tad, y los dem ás daños e intereses, que se les re­ creciesen por no les pasar luego». Las capellanías fu n dadas en Yuste llegaron a 15 y el Prior gozaba,


38

DOM INGO SANCHEZ LORO

además, de otras 6 en Trujillo, pagando 4.800 maravedises anuales a los sacerdotes que las re­ gentaban. O tras num erosas donaciones y com pras efec­ t u a d a s por los religiosos, que sería prolijo enume­ rar, nos refiere el P. Santam aría en su crónica del iMonasterio, cuy os títulos de propiedad gu ard a­ ban cuidadosam ente en los 16 cajones o gavetas del archivo. M inuciosos detalles de estos extre­ mos se hallan en la historia del monasterio escrita por el P. Alboraya, a donde remitimos al curioso de más noticias y pormenores. La abundancia de bienes materiales que p r o ­ digaron los ricos y p o d e r o so s sobre la fundación de Yuste, atraídos por la prudencia, sabiduría y virtud de los que moraban en ella, eran em plea­ d o s por los religiosos en hacer muchas limosnas a las gentes de aquella región, pues en la puerta del convento daban al año más de 600 fanegas de trigo, llegando hasta 1.500 cuando p o r las malas cosechas el hambre acuciaba. La Pascua de N av i­ d ad se festejaba repartiendo a los po bres 50 fa­ negas de pan; y la de Resurrección entregaban 4 carneros y el Prior, personalmente, 30 arrobas de harina, 6 de aceite y 12 du cado s. C a d a día, ade­ más, atendían con suculenta y abundante ración a los enfermos de C u acos. T o d o esto alternaban los religiosos con un diligente celo por nutrir las almas de los com arcanos con el alimento de la palabra divina y el ejemplo. O tro cuidado de los monjes, por el que sen­ tían constante preocupación, era el levantar nue­ va iglesia para m ayor esplendor del culto divino. En 1508 empezaron las obras y el 16 de Julio de 1525, ya terminada, la bendijo y abrió al culto don Juan de Miranda, O b isp o de Anillo y Admi­

LA CELDA DE CARLOS V

39

nistrador del O b isp a d o de Coria. El templo tenía estilo gótico, con portad a de medio punto m ol­ durado sobre pilastras, de una sola y alta nave con b ó v e d a de crucería estrellada. Contribuyeron a la fábrica del edificio con sus limosnas los C o n ­ des de O ropesa, don Fernando Alvarez de T o le ­ do y doña María Pacheco, su mujer; el O b isp o de Plasencia, don G óm ez de Solís y T o le d o ; y un tal Alvarez, de Trujillo. L o s monjes vendieron con este fin el ganado de vacas que tenían y algunas casas y tierras de sus posesiones. Ju n to al templo se levantó nuevo monasterio con un pequeño, sencillo y artístico claustro gótigo, de insinuante regusto arquitectónico del Renacimiento. El edificio se levantó, en varias ve­ ces, según lo permitían los recursos. Construyeron primero el lienzo del N orte; el refectorio en la planta b aja y 14 espaciosas celdas en los d o s pi­ sos. Siguieron la parte de Orienté, el M ediodía y Oeste, q u edan do terminada la obra en 1554. La Parte antigua se destinó a noviciado. Eran gala de la iglesia conventual la sillería del C oro , construida años más tarde, tal vez, por el fam o so maestro Rodrigo, que hizo la de la C atedral de Plasencia. L os ángulos del claustro se adornaban con bellas pinturas al temple de las cuatro estaciones del año; en el testero del refec­ torio lucía un cuadro de la Cena; to d a s las gale­ rías se herm oseaban con alegorías religiosas de mucho primor, obras to d a s del pintor fam oso Fray G asp ar de Santacruz, a quien los monjes t u ­ vieron en aprecio y estima. Fray Juan de la Fuen­ te, hermano lego y m aestro cantero, hizo trabajos de mérito en la nueva fábrica, entre los que d es­ taca la entrada principal del Monasterio. Don G óm ez de Solís, O b isp o de Plasencia, de


40

DOMINGO SANCHEZ LORO

buena memoria por sus grandes prendas y por el celo dem o strado en el cumplimiento de f u oficio, fué uno de los que más interés dem o stró por el convento de Yuste, donde gustaba pasar muchas tem poradas. Además de aportar grandes sumas para la construcción del monasterio, iglesia y si­ llería del coro, que no logró ver terminada, hizo construir, por cuenta propia, la ermita de Belén, que im portó 12.316 maravedises. La adornó con tapices y azulejos talaveranos; la do tó con ricos ornamentos para celebrar los oficios divinos y en sus altares colocó una reliquia de las once mil vírgenes. Para habitación de su servidumbre, mientras estaba en Yuste, edificó unas dependen­ cias que se dieron en llamar «casa del O b isp o ». Murió este insigne Prelado (1521), en Coria, donde se hallaba apaciguando los albo ro tos y discusiones habidas con las C om unidades. C u m ­ pliendo su voluntad, llevaron su cuerpo a Yuste y recibió en el C oro sepultura sobre la que pu ­ sieron este epitafio: «aquí yace don G ó m e z de Solís y T o le d o , O bispo de Plasencia, juntamente con doña Francisca de T o le d o , C on desa de Pasa­ ron (¿de Coria?), su madre». Era bisnieto del se­ ñor de O ropesa, Garci-Alvarez de T o le d o . T a m ­ bién hallaron sepultura en la iglesia otros p erso­ najes de la familia A varez de T ole d o, según p u e­ de apreciarse por los escu do s de armas y b la so ­ nes grab ado s sobre las lápidas. Allí descansan los restos de Garci-Alvarez de T o le d o , fu n dado r del monasterio, y de su esposa, doña Juana de Herrea. Junto a ellos están Lis cenizas de su hijo el C on de de O ropesa, don Fernando Alvarez de T o le d o , IV señor de O ropesa, C abañas y Jarandilla, y de su segunda mujer, doña Leonor de Zúñiga, hija de don Pedro de Zúñiga, C on de de

LA CELDA DE CARLOS V

41

Ledesm a y de Plasencia, y de su tercera esposa, Isabel de G uzmán. El II C on d e de O ropesa, dor» Fernando Alvarez de T o le d o , espera en aquel re cinto sagrado la resurección de los muertos. Allí está, también, la sepultura de la mujer del III C on d e de O ropesa, que se llamó en vida doña María Manuel de Figueroa, hija de don G óm ez Su árez de Figueroa, II i^onde de Feria. So b re otra lápida, reza esta inscripción: «E sto s entierros son de don Esteban T a m a y o y de doña Juana de T o le d o , su mujer, y de don Francisco T am ay o , Racionero que fué de Plasencia, y de sus herede­ ros y sucesores, por bienhechores desta santa casa. Año 1625». Y ya que salieron a relucir los m uertos, vea­ mos las costum bres que tenían los de Yuste, para celebrar las honras fúnebres, según nos informa el P. Alboraya: «Los religiosos de este monasterio — dice—habían establecido «h erm andad» con los conventos de San Leonardo, de Alba; de la V ic­ toria, de Salamanca; de San Jerónimo, de Z a m o ­ ra; de Santa Catalina, de Talavera; de Santa C a ­ talina de Sena, de la Vera, que era de los Padres Dominicos; de San Francisco, de Jarandilla, y de San Francisco de Tabladilla, de P ad resD escalzo s». «C onsistía esta «herm andad» en la obligación recíproca de celebrar to d o s los sacerdotes de di­ chas casas cierto número acordado de misas, los coristas sus oficios y los legos sus rezos, siempre que muriese uno de sus religiosos, en sufragio del alma del finado». Los de Yuste, por su parte, cuando moría un religioso, sacerdote, corista o lego, celebraban sus funerales con mucha solem ­ nidad y pom pa extraordinaria.


\ í

Allá por los años 1543, recorría la Vera una Comisión, encargada por Carlos V de bu scar en España un lugar ameno y de saludable clima, a donde pensaba retirarse, en cumplimiento de la prom esa hecha a su esp osa Isabel, de acabar los últimos días de su vida en la humildad y llaneza de un convento. El encanto de Yuste agradó s o ­ bremanera a los graves varones com isionados p a ­ ra b i scar el retiro del Em perador. Ellos le acon­ sejaron con sumo interés que escogiera tal sitio para llevar a cabo sus santos propósitos. D eterm inado a ello C arlos V, hallándose en los Países Bajos, encargó a su hijo don Felipe, que antes de partir a celebrar sus b o d a s con la Reina de Inglaterra, fuese a Yuste, y, a semejanza del Palacio de Gante donde el C ésar había nacido, mandase trazar las habitaciones, que habían de ser su última morada. Realizó el hijo con suma diligencia lo que su padre le encomendara. El 24 de M ayo de 1554, llegó al monasterio y allí, oído el parecer de Fray Juan de O rtega, General de los Jerónimos, y del Arquitecto Luis de Vega, se acordó la traza del edificio y la ejecución de las obras. E stas empezaron el 25 de Junio b a jo la di­ rección del P. Villacastín, que fué después el alma de los trabajos en la fábrica del Escorial. La parte administraiiva q u ed ó encomendada a Fray Mel­ chor de Pie de Concha. El Secretario Juan V á z ­ q u ez de Molina, p er orden imperial, sufragó t o ­ dos los gastos.


DOMINGO SANCHEZ LORO

En esta ocasión, tam poco faltaron, entre los mismos frailes, las intrigas, ambiciones y partidis­ mos, que siempre están vinculados a los lugares donde la flaqueza humana se cobija. El P. Ortega se entregó afanoso a preparar la estancia en Y u s­ te del Emperador, por lo que fué adquiriendo acentuado prestigio. El complejo de resentimien­ to que produce en los demás to d a obra realizada, dió pie a los otros frailes para que, so pretexto de haber el P. O rtega solicitado y obtenido del Papa Julio III la reforma de la Orden en punto a elecciones, se indispusieran contra él y contra Fray Melchor de Pie de Concha. N o solo dejaron de reelegirle General, sino que le inhabilitaron para tom ar parte en la elección y para desem pe­ ñar cargos en la Orden. E sto s dos frailes, con oíro s religiosos que les eran adictos, fueron d es­ terrados de Yuste, lo que motivó gran retraso en las obras. Fué necesaria la intervención de la Prin­ cesa doña Juana, para que tal medida no se lle­ vara a efecto y pudieran continuar los trabajos. D e nuevo vuelven a desterrarlos, alegando que el edificio toc ab a a su fin, y otra vez la Princesa y el Secretario V ázquez han de obligarles a que continúen su tarea. T ales incidencias dieron o c a ­ sión a que el C ésar llegara a Jarandilla sin estar el Palacio terminado. Mientras los obreros trabajaban en el conven­ to de Yuste, el más ilustre em perador de to d o s los siglos, gastada su vida en servicio de la Fé y en la salvación de Europa, descansó del peso de su corona, poniéndola sobre las sienes de su hijo Felipe II; porqu e los achaques y el cansancio le tenían agotado: su actividad fué tan asom brosa, que estuvo nueve veces en Alemania, seis en E s­ paña, siete en Italia, diez en Flandes, cuatro en

LA CELDA DE CARLOS V

Francia, d o s en Inglaterra, y otras tantas en Afri­ ca, sin o tros caminos de menos cuenta, que por el bien de sus E stad o s había hecho; cuatro veces navegó el O céano y ocho el Mediterráneo. Así gastó su vida C arlos V, que siempre salió con ho­ nor de sus empresas y nunca excusó trabajos ni fatigas. Ajeno ya a los negocios y a los asuntos políti­ cos, no tenía otro anhelo que sepultarse en Yus- • te. Salió de Flandes y, al arribar al puerto de Laredo, en tierra ya, dijo: «Y o te saludo, madre c o ­ mún de los hom bres. D esn ud o salí del vientre de mi madre; desnudo volveré a entrar en tu seno». Hizo pausadam ente el viaje hasta Valladolid, d e donde salió el 4 de N oviem bre de 1556, en tiempo lluvioso y frío, caminando en litera. Por Medina del C am p o , H orcajo de las T orres, Peña­ randa de Bracamonte, Alaraz, Gallegos de Solmirón y Barco de Avila, llegó a T orn av acas el 11 del mismo mes. A pesar de los trabajos que habían realizado para hacer el Puerto transitable, hubo de ser conducido en ho m b ro s de los labradores hasta Jarandilla, porque sus achaques le impedían montar a caballo y en litera corría el peligro de despeñarse en muchos tro zo s del camino. S u m a­ y o rd o m o y gran amigo, fiel servidor e íntimo confidente, Luis Quijada, iba a pié junto al E m ­ perador. Al llegar a la cima, recreó su vista en el bello paisaje y exclamó: «n o pasaré ya otro puer­ to en mi vida sino el de la m uerte». D esd e enton­ ces se llamó aquel paso «Puerto nuevo o del E m ­ perador». En Jarandilla fueron magníficamente hospe­ d ad o s en el castillo que allí posee el C on d e de O ropesa, donde se le ofreció alojamiento con ­ fortable y mesa bien servida y acondicionada al


48

DOMINGO SANCHEZ LORO

gusto del más comilón de cuantos llevaron so bre su cabeza la corona de España. «El día siguiente que llegó— dice el secretario G aztelu —, m udó de aposento, el cual diz que le satisface, porque tie­ ne junto, pegado con su cámara, un corredorcillo abrigado donde vate el sol to d o el día, y se está la mayor parte del allí, de donde tiene bien larga y alegre vista de huertas y verdura, y debajo del un jardín, cuyo olor de cidras, naranjas y limo nes y otras flores, se siente arriba». Ardía el Em perador en deseos de encerrarse en Yuste, pero los 27.000 ducados, que tenía p e­ didos a Sevilla, de la pensión que para manteni­ miento de su casa, beneficencia y caridad, había reservado, no acababan de llegar. Las existencias alimenticias del pueblo y de la despensa real pronto fueron disminuidas en form a alarmente por el num eroso séquito, al que el C ésar quería recompensar antes de salir pata su última m orada; cosa que el señor de dos m undos no podía hacer por falta de recursos. M uchos de sus servidores, añorando las aza ñas de varón tan insigne, se avenían con dificul­ tad a la idea de tener que acompañar a C arlos V en el gesto más sublime de to d a su existencia. Las necesidades apremiaban hasta el extremo de tener que buscar prestado, entre los vecinos de Jarandilla, 2.000 reales para comer. Si el séquito pasaba to d o género de escaseces, pues no podían costear un correo y hasta les faltaba papel para escribir, por haberse agotado las existencias del pueblo; tam poco en la mesa del Em perador abundaban siempre los manjares que eran de su gusto y más a su delicada salud convenían. Así vem os a su m ayordom o, Luis Q uijada, dar las gracias por las em panadas de anguila que habían enviado a Su

LA CELDA DE CARLOS V

49

M ajestad, las cuales eran más de su agrado q u e las truchas que allí se crían. Tam bién se inquieta al ver que se daba fin a la reserva de aceitunas, que tan deliciosas le parecían al Em perador. E xceptu an do los días de vigilia, sab o reaba con deleite los suculentos salchichones de Extrem a­ dura, las picantes y grasosas morcillas, los chori­ zos y jam ones bien curados; alternando con el caldillo, cachuela, chicharrones, bollas, perrunillas, magdalenas, pestiños, gañotes, flores enme­ ladas, buñuelos, b orrachos y demás golosinas, hechas por las amas de casa de aquellos buenos labriegos. T a m p o c o faltaba en la mesa el tinto de C u ac o s, el blanco de Jarandilla y el clarete de Pasaron. En esto de catar los buenos caldos se llevaban la palma los alemanes; era el aliciente que más estimaban de las infinitas delicias que a sus ojo s ofrecía la región de la Vera. Preguntado uno de ellos cuál era lo mejor del m undo, respondió: — Lo m ejor del m undo es España; lo mejor de España es la provincia de la Vera; lo mejor de la Vera, Jarandilla; lo mejor de Jarandilla es la b o d e ­ ga de Pedro Acedo de Berrueza; allí está lo mejor del m undo y allí quisiera que me enterraran para irme al cielo, porque tiene el mejor vino de la tierra. C elebró mucho el E m perador tal respuesta. Sab id o el caso por el dueño de la bod ega, le lla­ mó a su casa y le dijo que eligiese d o s tinajas de las que mejor olor, gu sto y sab or tuvieran; a lo que de buen grado se prestó el alemán. —Pues U u n a—dijo Pedro A c e d o —será para el E m perador y la otra para V. S. Puesto que mi b o d eg a es la mejor del m undo y V. S. sabe el ca­ mino, véngase por acá siempre que gustare que


DOMINGO SANCHEZ LORO

en to d o tiempo será bien servido. Se partió al punto el alemán hacia el Palacio y contó al Em perador la generosidad del extrem e­ ño, cosa que también le congratuló, y mucho más, cu an d o vió entrarse por las puertas las cargas de vino prometidas. Igual que se alegraba el dueño del mundo de tan insignificantes donativos, m ostró sumo con ­ tento cuando le dieron la receta para el guiso de las aceitunas; mientras, su m ay ordo m o se devana­ ba los sesos, para proporcionarle perdices de G a ­ ma, longanizas al estilo de las de Flandes, an ch o­ vas, acedías, ostras frescas y en escabeche de Portugal. Mientras llegaba el dinero de Sevilla y se d a ­ ban los últimos to q u es a su aposento en Yuste, los servidores, que deseaban marchar a sus casas, para disfrutar de un merecido descanso, se d eses­ peraban por tal estado de cosas. El ilustre César, a pesar de sus ansias de sole­ d a d y sosiego, se veía precisado a entender en los asuntos públicos, enviando cartas y despachos a su hija doña Juana, Princesa G obernadora; a su secretario, Juan V ázq uez de Molina, sobre graves negocios de E stado ; so bre la venida de la Infanta de Portugal a acompañar a su madre la Reina de Francia; so bre los problem as de Italia y Flandes; sobre la tregua y rompimiento de Felipe II con el Papa; y sobre aquellos intereses en que su genio y experiencia podía ejercer influencia decisiva. H asta sus más íntimos amigos y servidores p a ­ recían con fabu lad os para llevar a su ánimo la multitud de inconvenientes que acarrearía su re­ tiro en Yuste. U n o s se fundaban en las frecuentes lluvias y densas nieblas del invierno y el sol ab ra­ sad or del verano; otros insinuaban la falta de in­

LA CELDA DE CARLOS V

51

terés q u e se había m ostrad o , al con stru ir la vi­ vienda del C ésar, que, p o r estar al M ediodía, era insufrible en el estío , m ientras los frailes tenían el con ven to al N o rte defen dido del calor p o r la Iglesia; hasta su secretario, G aztelu , sacó a relucir que se vería precisado a sen tar la m ano a lo s frai­ les, para arreglar su s d isco rd ias y pequeñ as p a­ sioncillas. Advirtió C arlos V que no era to d o sinceridad en los consejos de sus amigos y criados, p o r lo que, el día 23 de Noviem bre, decidió inspeccio­ nar, personalmente, su futura morada. Ante el pasm o de to d o s, manifestó que eran aquellos p a ­ rajes un encanto y que no abandonaría su p r o p ó ­ sito, aunque el cielo se ju n tase con la tierra. Se resignaron to d o s, de mal humor, a la voluntad del C ésar, y con él pasaron en Jarandilla las Pascuas de N avidad, Año N u evo y Festividad de Reyes. Por fin, el 16 de Enero de 1557, llegó el dinero tan deseado. Al punto, dió orden de que fueran recom pen sados y licenciados aquellos servidores más impaciencia mostraron: en p o c o s días ?[ue ueron d espedidos 98. El 31 del mismo mes, le comunicaron q u e ya estaban ultim ados su s a p o ­ sentos y dió comienzo con prem ura a los prepa­ rativos del viaje. El día de San Blas, 3 de Febrero, despidió a la puerta de su cámara, entre emoción y lágrimas, a gran número de los que hasta allí le habían acom pañado. Al salir p o r las puertas del castillo, pasó entre los 99 alabarderos que habían d e partir a Flandes, pues el vencedor de tantas batallas quería morir sin ningún aparato guerrero. Le rindieron h o n o ­ res aquellos soldad os, que m ostraban la emoción en la rigidez de su cuerpo y en el fiero aspecto de sus miradas. Apenas salió el C é sar de entre las fi­


52

DOMINGO SANCHEZ LORO LA CELDA DE CARLOS V

las, arrojaron al suelo las alabardas, diciendo que nunca más empuñarían aquellas armas vasallos que las habían em pleado al servicio de tal señor. Parece com o si la savia de esta tierra de conquis­ tadores se hubiera filtrado en aquellos pechos, dándoles la reciedumbre extremeña, que solo se emplea en pro de ideales sublimes. La tarde era fría, bru m o sa y triste. Aquel sen­ cillo cortejo, que lentamente avanzaba por cami­ nos y veredas en !a alta Extrem adura, tenía la grandiosidad silenciosa de los gestos inmortales. El C on de de O ropesa, don Fernando Alvarez de T o le d o , sobre brioso corcel, cabalgaba a la dere­ cha del Em perador; su m ayordom o, Luis Q uijada, ocu pab a la izquierda. T o d o s los vecinos de C u a ­ cos, vieron pasat aquella p o bre comitiva y, llenos de respetu osa curiosidad, algunos le acom pa­ ñaron. Varios lugareños, al ver que llegaba el César p o d eroso, cuya voluntad era ley para el universo, acudieron con audacia pueblerina y algunos pre­ sentes, para pedirle mercedes. El respondió que no estaba en su mano concederlas, porque había dejado to d o su poderío y autoridad. L o s de C u a ­ cos, con gesto ruin y malicia socarrona, se volvie­ ron a sus casas sin entregar los regalos. D espués, teniendo en p o co al E m perador, le prendían las vacas; le robaban las truchas en los criaderos d es­ tinadas para su mesa, cometiendo otras mil d es­ cortesías. Y hasta algún cronista afirma que llega­ ron a maltratar a «Jerom ín», el futuro don Juan de Austria, p o r tom ar algunas cerezas de un huer­ to, el cual, generosamente, les perdonó, siendo desde entonces m otejados los de este pueblo con el marchamo infamante de «p erd o n ad o s». A peóse el C ésar de la litera a la puerta de la

53

Iglesia del M onasterio y en una silla fué llevado hasta el Altar M ayor, donde se colocó entre el C on d e de O ro pesa y su M ayo rd om o . El Prior del C onvento, Fray Martín de Angulo, entonó el « T e D eu m », mientras las cam panas tañían con furia, impregnando el aire de profundos acentos. Le fueron luego besando las manos los 53 frailes más escogidos de la Oí den de San Jerónimo, p o r su gravedad, sabiduría y devoción, que para mejor atenderle habían sido enviados a Yuste. El Prior dirigió unas palabras a la concurrencia, felicitán­ dose p o r el alto honor de tener entre ellos a E m ­ perador tan insigne, al que, guiado por la c o stu m ­ bre y em bargado por la emoción, le dió el n o m ­ bre de «paternidad», lo cual le fué advertido por un fraile, que estaba a su lado, y, ruborizándose, le llamó muy luego «m ajestad». T erm inados estos actos, quiso el C ésar hacer alguna merced a los ru dos extremeños que le ha­ bían conducido so b ie sus hom bros. Juzgaron t o ­ d o s que era su mayor recompensa el haber tenido ocasión de conducir con sus b razos a tan ilustre persona, y solo pidieron que les diesen un po co de vino. Le agradó su m ucha sencillez y poca ambición, y dijo de buen talante: —D a d un pellejo a estos borrachos. Esta anécdota sirvió de asunto al artista para gravar en relieve sobre la sillería del C o r o un gru­ po de hom bres metidos en un tonel, que da p a­ tente a los de aquellas tierras de aficionados a Baco.


IV

da celda de Carlos VÂť


Salió C arlos V de la Iglesia y, por una suave ram pa construida sobre arcos de progresiva d u ­ ración, subió al salón-mirador, sostenido p o r b ó ­ vedas, arcos y pilares, donde se halla la puerta de entrada a la segunda planta del edificio, llamado Palacio del Emperador. D esd e la puerta, va un pasillo al extremo opuesto. A la parte izquierda, tienen su entrada el recibidor y el dormitorio, que también se comunican entre sí por dentro. A la derecha está el c om ed or y la cocina. N ingu­ na de estas habitaciones tiene ornamentación ar­ quitectónica y sus lisas paredes están blanqueadas con cal. El recibidor consta de una chimenea de cam ­ pana con enorme tragante y fogón, la puerta de comunicación con el dormitorio, una ventana que dá paso a la luz del salón-mirador, y una puertecilla de un pecjueño.retrete. Se hallaba esta cám a­ ra de luto riguroso, ya que el E m perador lo lle­ vaba por su madre; largos paños negros y corti­ nas flotantes eran la tapicería. Los muebles eran un dosel y seis sillones de terciopelo negro, 12 si­ llas de nogal y cuero, 6 bancos forrados de paño, que se abrían y cerraban. El rincón de la estancia más resguardado de la corriente del aire tenía una gran mesa, ju nto a la que estaba enorme si­ llón con 6 blandos cojines, provisto de ruedas para transportar al César. El dormitorio solo tenía una ventana que le daba luz por la parte de Levante, la puerta de


58

DOMINGO SANCHEZ LORO

comunicación con el recibidor y la que da a la galería. D esp u és abrieron, oblicuamente, otra puerta sobre el recio muro del templo, en el án­ gulo opuesro al lecho, para que desd e él pudiera asistir a los actos religiosos en los días que sus achaques le tenían po strad o. En aquella sala reducida, un tanto sombría y adornada con paños negros, p u so su m o d esta cama C arlo s V, bajo la cual cuentan que hacía colocar el féretro de plomo, que sirvió para guardar los restos del E m perado r Maximiliano. Un viejo sillón de roble con asiento de cuero y una mesa de nogal, so bre la que estaban sus libros de devociones, y una pequeña caja de c a o ­ b a adornada de m osaicos preciosos, que encerra­ ba el crucifijo y la vela que tuvieron en sus manos, al morir, su abuelo y su esposa, era el mobiliario de aquella regia estancia. El c o m ed o r con sta de un balcón volado, que da a la huerta y mira al M ediodía, donde tom ab a el sol C arlos V, y una chimenea parecida a la del recibidor, donde se calentaba mientras comía. En la cocina hay una descom unal chimenea en torno a la cual podía agruparse, los días de riguroso frío, to d a la servidumbre. Para decorar las habitaciones trajeron 24 pie­ zas de tapicería de Flandes, 7 alfombras, varios retratos de familia y pinturas del Ticiano: « L a Trin idad», a cuy os pies se halla el E m perado r d e rodillas, contem plando el misterio, que le señala un ángel, «El ju icio Final», «L a Flajelación», «D escen dim iento», «Adoración de los M agos».... T a l entusiasmo le producía el gran pintor que, habiéndosele caído el pincel, se lo recogió dicien­ do: «T ician o merece ser servido por el C ésar».

LA CELDA DE CARLOS V

59

N o faltaban, para su distración, ingeniosos relojes de Juanelo, a los q u e era m uy aficionado. A esta mezquina m orada p asó a descansar de las fatigas del camino, el que había tro c a d o tan ruin aco m o d o por el imperio de d o s M undos. Seguidamente hubo de aposentarse la servi­ dum bre, contra su agrado, en las 40 camas a tal efecto acondicionadas en el estrecho recinto que les fué asignado. L os ayud as de cámara, b arberos, cocineros y panaderos, con Juanelo y su ayudan­ te Valín, ocuparon unos apo sen to s independien­ tes, cedid os p o r los frailes en el claustro. El m é­ dico M athys, el boticario Ówerstraeten y el cer­ vecero Dugsen, se acom odaron en la hospedería del Monasterio. El m ay ordo m o Luis Q uijada, el guardarropa M orón y el secretario Martín G aztelu, fueron a bu scar hospedaje, com o D io s les dió a entender, en las casas más vistosas de C u ac o s, de donde venían diariamente, a prestar sus servi­ c io s al convento. v A partir de su establecimiento en Yuste, el tiem po que sus achaques le permitían, lo emplea­ b a en negociar la salvación de su alma, en aten­ der los asuntos públicos que requerían su inter­ vención, y en disfrutar de honestos pasatiem pos. Parte de los p o co s recursos, que para sus aten­ ciones se había reservado, de los que hacía entre­ ga al Prior y al monje Fray Loren zo del Solar, encargado de las provisiones, empleaba en limos­ nas y en atender a las necesidades y miserias de los po bres de aquellos contornos, velando p o rq u e recibieran sus almas sana doctrina, juntamente con el alivio de sus cuerpos. Cuentan que una mujerzuela acudió a pedir limosna, haciendo gala de un lenguaje p o co honesto, causa de algunos al­ b o r o to s y picantes com entarios entre la servidum ­


LA CELDA DE CARLOS V 60

DOM INGO SANCHEZ LORO

bre. E sto le contrarió y pidió a los visitadores ge­ nerales de la O rden, Fray N icolás de Segura y Fray Juan de Herrera, que pusiesen remedio a tal desenfreno, acordándose enviar a los pueblos las limosnas, para que fueran repartidas p o r los Alcaldes. Se dió, a la vez, un edicto a las villas y lugares, ordenando que ninguna mujer pasase la C ru z del Humilladero, bajo pena de cien azotes. Se halla esta C ru z en una plazoleta form ada en el camino que de C u ac o s conduce a Yuste. C o n sis­ te en un sencillo crucero de piedra sobre un fo n ­ d o de robles y castaños, que hacen un bello con­ junto. Ponía el E m perador celo extremado en aten­ der a la salud de su alma. Le gu stab a asistir a los divinos oficios; tenía pláticas espirituales con su confesor Fray Juan de Regla; los sermones estaban a cargo de tres Predicadores fam osos, Fray Juan de Azolera, Fray Francisco de Villalba y Fray Juan de San Andrés; las lecciones de Sagrada Escritura eran explicadas por Fray Bernardino Salinas, t e ó ­ logo afam ado de la Universidad de París. A to d o s estos actos, distribuidos en los días de la semana, asistía la C om un idad del Monasterio. Recibía con frecuencia los Santos Sacram entos, dedicaba al­ gún tiempo a la oración y meditación, se recreaba con piadosas lecturas, y alguna que otra vez, se entregó a las penitencias y mortificaciones, que sus flacas fuerzas le permitían. La popularidad del extremeño Pedro de Al­ cántara, «hecho de raíces de árboles», en frase de Santa T eresa, asom bro de penitencia y fiel im ita­ d o r del Seráfico de Asis, cundía por to d a España; pero en Extrem adura la idolatría por este Santo rayaba las lindes del fanatismo. La noticia de sus virtudes y del acierto con que dirigía las concien­

61

cias.llegó al Em perador, que le hizo venir a Yus­ te con el p rop ósito de tomarle por director espi­ ritual. Edificado el C ésar por su celestial conver­ sación, le dijo: —Padre, mi intención y voluntad es que os encarguéis de mi alma y seáis mi con­ fesor. — Señ o r,—respondió el franciscano — p a r a ese oficio, otro debe bu scar vuestra M ajestad más digno, que yo no podría soportar las obli­ gaciones de él. —H aced vos lo que os mando, que yo sé ¡o que me conviene, replicó el César contrariado. Pedro, humilde y enérgico a la vez, cayó de rodillas ante e! Em perador, le besó la mano y se contentó con decir estas palabras: —Señor, vuestra M ajestad tenga por bien y se sirva que en este negocio se haga la voluntad de Dios. Si no vuelvo, tenga vuestra M ajestad por respuesta, que no se sirve de ello. Q u e d ó admirado de la respuesta y dijo a los circunstantes más próximos. —Este Santo Religioso, siempre ab so rto en Dios, no es hom bre de este mundo. Pedro de Alcántara no volvió a aparecer d e­ lante del C ésar, el cual no sabía que admirar más: la humildad dei franciscano o la entereza del ex­ tremeño. C arlos V se oc u p ab a no solo de lo concer­ niente a su salvación, sino que hasta para sus criados hizo venir de Flandes un religioso, que hablaba a la perfección el flamenco, al cual h o s­ pedó a su costa en Jarandilla, en el convento de San Francisco. Aunque su cuerpo estab a lleno de achaques y extenuado p o r la gota, le complacía asistir a los actos del culto, pensando que nunca hace daño


62

DOMINGO SANCHEZ LORO

el sol del C o r p u s ni el sereno del Jueves San­ to. Era muy amante de que los Oficios se cele­ braran con gran magnificencia y su n tu osidad, procurando que siempre fueran acom pañados de órgano. C on ocid a su afición p o r la música, se habían reunido allí los 14 frailes más entendidos en esta materia de to d a la Orden. T an habituado estaba a sus graves melodías y salmodias, que no le agra­ dab a oír en el C o r o a otro cantor que no fuera de los que integraban la capilla del Monasterio. Fué a Yuste, en cierta ocasión, el contralto de la Catedral de Plasencia, hom bre entendido en el arte y de vo z dulcísima, y q u iso lucir su s galas, a la hora de Vísperas, ante persona tan augusta, pe­ ro al C ésar no le agradó y m ostró, de mal talante, su deseo de que saliera del C o r o el nuevo músi­ co, en lo que fué complacido, con gran disgusto y desilusión del cantor. N o solo tenía afición a la música y procuraba que su orqu esta fuera la mejor del mundo, sino que era algo entendido en el arte. Un día sacó los colores a un monje, que a la so m bra de un nogal corpulento y voluminoso, se hallaba ensayando una Misa y algunos m otetes, que le había enviado el maestro d e Capilla de Sevilla; al oirle d esen to­ nar desde el mirador de su m orad a dijo: — O h, Bermejo, y com o yerra. E sto muestra la delicadeza espiritual de aquel rayo de la guerra, que, por haber nacido Rey, se perdió en él al jinete más lijero de aquel siglo. A pesar de sus deseos de llevar en Yuste una vida retraída y ajena a los negocios del mundo, h ubo de intervenir con su orientación y consejo en los más diversos asuntos. D esd e el M onasterio m antuvo correspondencia con su hijo Felipe II,

LA CELDA Dfi CARLOS V

63

q u e residía en Flandes; con su hija, G ob ern ad ora de Castilla; con los Ministros de otros Reinos y Príncipes de la Iglesia, hasta el punto de tener que d ar su experimentada y genial apreciación en los asuntos más transcendentes de to d a E uropa, vi­ niendo a convertirse aquel rincón de E x trem ad u ­ ra, en faro luminoso, que disipaba los tem ores y tinieblas en aquellos días tan críticos p o rq u e atra­ vesaba el M undo. Sigue con atención sum a y des­ pacha con diligencia cuantas cartas y consultas recibe so bre la marcha de la guerra en Italia; se preocupa p o r la trascendencia que pudiera tener la gran Arm ada que el turco aparejaba, que halló luego su fin en Lepanto a mano de su hijo don Juan de Austria; trata con la Princesa de Portugal so bre la incorporación de la Navarra Francesa, a cambio del D u c a d o de Milán; gestiona con el se­ cretario V ázquez de Molina el envío de dinero a Italia y pide al A rzobispo de Sevilla que con trib u ­ ya a sufragar los ga sto s de la guerra; se ve obliga­ d o a «u sar del último rem edio» contra el Papa, que más se oc u p ab a de intrigas políticas y ambi­ ciones terrenas, que del incremento del Reino de Dios; se interesa p o r la suerte que pudiera correr el dinero que en once galeras venía de las Indias y da normas a seguir para m ayor seguridad de las mismas; aconseja con to d o detalle so bre la táctica en la guerra con Francia y sobre las c o n ­ diciones de una posible paz; se vió angustiado porque, mientras escaseaba el dinero para las g u e­ rras que sostenía España p o r salvar a E u ro p a de la escisión protestante, algunos desaprensivos da­ ban ocasión a que se filtrasen en los bolsillos del egoísmo gran parte de los 1.549,296,702 marave­ dises que de las Indias habían llegado, viéndose en la precisión de usar en este asunto la justicia


64

DOMINGO SANCHEZ LO RO

más rigurosa; cuando llega a su conocimiento que en Castilla han sido descubiertos algunos segui­ dores de Lutero, monta en cólera, se arrepiente de no haberle d ad o muerte en Alemania, y reco­ mienda se use con los culpables el máximo rigor, pues de lo contrario, dice a su hija Juana, «no sé si tuviera sufrimiento para no salir a remediallo», porque su genial clarividencia vislumbraba la dis­ cordia íntima que el «libie exam en» acarrearía al mundo entero. Las visitas que recibió, más le llenaban de preocupaciones que le servían de esparcimiento. Así sucedió con la que les hicieron las Reinas de Francia y Hungría, la Infanta de Portugal, doña María, y don Sebastián, que tan encantado qu edó de las delicias gu stad as en los guisos de la cocina extremeña, d é la cual ha copiado y a la que debe su fama la francesa; y o tros Príncipes, O b isp o s, religiosos, hom bres de letras, políticos y santos, com o San Francisco de Borja, que fué el primero a quien comunicó su pro p ó sito de retirarse a un convento. Las dolencias y achaques de la gota, las p r e o ­ cupaciones y su poca frugalidad, iban dando al traste con su precaria salud, que cada día se m o s ­ traba más ruinosa. L o s 3.615.294 maravedises, en que fueron tasad o s los muebles del E m perador * en Yuste, no poseían la virtud de aminorar sus dolores y flaquezas. Para entretenimiento y ali­ vio de sus fatigas, le gu stab a distraer el ánimo con los ingeniosos relojes y figuras mecánicas, que el arte de Juanelo le ofrecía y con los que llenaba de admiración ingénua a los legos del convento y a la servidumbre de su casa. T u v o la curiosidad de com probar, si podrían d o s relojes marchar en

LA CELDA DE C A RLO S V

65

perfecta consonancia. Al no poderlo conseguir, dijo: — Loco de mí, que he pretendido igualar a tantos pueblos diferentes en su lengua y en su clima. Solía recrearse leyendo a Tucidides, a Comines y ( juicciardini. C o m o algunos magnates se lo criticaran, respondió: - En un abrir y cerrar de ojos, puedo hacer cien grandes com o vosotros; pero solo D ios pu e­ de hacer un Guicciardini. Con algo de sorna solía decir: — Los literatos me instruyen, los com ercian­ tes me enriquecen y ios grandes me despojan. A su ingenio no le faltaba aguda ironía, para responder a toda insinuación: viéndole tam balear­ se, agobiado por la gota, le dijo un día un magnate: —El Imperio tiembla. — N o gobiernan los pies, sino la c a b e z a —le contestó el César. En los días más calurosos del estío disfrutaba, gozando la som bra del corpulento y venerable nogal, al pie de cuyo tronco se sentaron Brañes y Castellanos, la tarde en que eligieron aquel sitio para fundar el insigne Monasterio: es ameno y deleitable el um broso lugar por la frescura que impregna al ambiente el arroyuelo que fluye a su vera. O tras veces, g o zab a desde el mirador la plácida dulzura de aquella encantadora huerta, cuajada de naranjos seculares, frondosa arboleda y apetitosas hortalizas. En alguna ocasión, llegó a ser uno más entre los frailes, departiendo con ellos en charla interesante, a través de la avenida que por com pleto som brea la exuberancia del b osque, y que lleva a la venerable ermita, próxi­


66

DOM INGO SANCHEZ LORO

ma al Monasterio, paseo favorito de los re­ ligiosos. Gran parte de los días apacibles se pasaba Carlos V en el mirador, defendido de la dureza del viento y de la intensidad del calor por la verdura de los árboles, hiedra, enredaderas tre ­ padoras y rosales floridos y engarzados entre las columnas y balaustradas. Cuando el hum or y su enfermedad se lo permitían, cultivaba por su mano los arriates que en el mirador habían sido dispuestos ingeniosamente, y en los que florecían rosales de pitiminí, clavellinas y geránios. T a m ­ bién le agradaba pescar en el estanque de la huerta, 'p ró x im o a su aposento. Si alguna vez la gota se m ostraba más benigna, solía pasear sobre una muía vieja o una mansa y pequeña jaquilla. Sobre tan míseras y mostrencas cabalgaduras, bajaba Carlos V, desde el mirador, por la rampa cons­ truida en suave declive, con el fin de evitar a per­ sona tan augusta y llena de dolencias, que bajase escaleras, para lo que de to d o punto estabr im ­ posibilitado. Para poder m ontar a caballo habían construido un poyo de piedra en el mirador, ju n ­ to a la graciosa fuente que está al lado de la p a ­ red frontera a la Iglesia, que se la regaló a Carlos V el ayuntamiento de Plasencia. Forma esta fuente un pilar redondo de unos dos metros de altura, del centro de! cual surge un árbol que tiene form ado el ramaje po r un gra­ cioso grupo de niños muy bien esculpidos que sostienen una taza redonda. Por cuatro caños a rro ­ ja agua cristalina de grandes virtudes higiénicas, única que el Em perador bebía. Es la fuente de una sola pieza y de piedra parecida al mármol, aunque de especie granítica. El César veía sereno llegar la muerte, pero no

LA CELDA DE CARLOS V

67

quería partir de este m undo sin dar expansión a un hondo afecto, que había guardado largo tiempo en lo más íntimo de su corazón, fruto de una aventura amorosa. T ra tó de compaginar el cariño de padre con la prudencia del gobernante y procedió de esta manera. Durante largos años, su m ayordom o y confi­ dente, Luis Quijada, acompañó al Em perador en trances de guerra y paz, mereciendo p o r su valor el aprecio y por su fidelidad la más absoluta c o n ­ fianza. Mucho tiempo llevaba apartado de su amante y fiel esposa, doña Magdalena de Ulloa, que con ansiedad y resignación santa, en su cas­ tillo de Villagarcía le esperaba, sin que nadie h u ­ biera podido vislumbrar la amargura de su co ra ­ zón ante los temores de que un niño, que su es­ poso le enviara, para que a su cuidado fuese aprendiendo los principios del honor y de la vir­ tud, le estuviera siempre recordando una posible infidelidad de su marido. Apenas instalado en Yuste el Emperador, Luis Quijada pidió licencia para retitarse a descansar en su señorío, p r o p o ­ sición que no fué muy bien acogida. Más, al fin, el día 28 de Mayo, que estaba el César de buen humor, porque era día de terciana y no había acudido la calentura, dijo a su m ayordom o que podía marchar a su casa de Villagarcía, a donde le avisaría de lo que hubiera que hacer. Loco de contento, dispuso Luis Quijada el viaje con toda diligencia. Salió de Yuste con el firme propósito de no volver a Extrem adura «a comer espárragos y turmas de tierra». Poco tiempo so p o rtó Carlos V la ausencia de Luis Quijada, pues el 10 de Agosto le manda con un propio tornar a la Vera. La falta de aquel ser­ vidor y amigo, a quien tan sin dobleces abría su


68

DOMINGO SANCHEZ LORO

corazón, le entristecía. El deseo de ver al hijo de Bárbara Blomber, nacido en Ratisbona, después de quedar el E m perador viudo, le espoleaba. Q ue ría tener, en sus últimos días, ju nto a sí al que, por bastardo, no dejó de ser amado. Llegó Luis Quijada el 23 de A gosto. Su ásp e­ ro genio tu vo ocasión de expansionarse, cuando, al día siguiente, después de la comida, oyó de labios de su señor, que era su deseo volviese a C u ac o s con su esposa y el niño que tenía en co­ mendado. D isgustóle grandemente y, después de violentas y acaloradas discusiones, vino a consen­ tir en la pretensión del César, a quien tanto am a­ ba. Después, tuvo el Em perador muy en cuenta el sacrificio de tan fiel vasallo, y en igual sentido le dejó recom endado a Felipe 11. D ecidido a venirse a C u acos, dispuso Luís Q uijada par? su familia un alojamiento, lo menos indecoroso posible, com prando dos casas media­ neras a la que él ocu pab a y acondicionándolas lo mejor que pudo. En tales prepaiativos y en el viaje tan penoso, se empleó algún tiempo. El día 1.° de Julio del siguiente año, llegó el m ayordom o a C u ac o s con su esposa Magdalena, a quien ser­ vía de paje un muchacho, que llamaba la atención por sus prendas, gentileza y bizarría. El mancebo era to d o entusiasmo por tener ocasión de recrear su vista y satisfacer su espíritu contem plando aquel hom bre legendario, estim ado com o el rayo de la guerra, que aparecía com o un ser mitológico ante el mundo entero. Ju n to a un viejo ciprés, que hay al principio de la hermosa calle de árboles, que va desde el convento hasta la ermita de Belén, recostado en su tronco, se hallaba Carlos V la vez primera que vió a su hijo, ya casi m ozo, después de m uchos

LA CELDA DE CARLOS V

69

años de separación. Se contentaba el pajecillo con atisbai al Em perador desde la huerta del conven­ to, cuando comía en la terraza, o en la arboleda de los contornos, o paseaba en una vieja mulilla. Las ideas que embargaban su mente y los sueños de su imaginación debían ser, en aquellas ocasiones, propias de un libro de caballería. La llegada de tan apuesto galán fué notada por las jóvenes y mozuelas, quedando más de una prendida en las redes del más hondo afecto por tan simpático adolescente. Las travesuras y lances puntillosos del rapazuelo andan de b oca en boca entre el vulgo de la región, aunque alterados por la aguda fantasía de los extremeños. C arlos V cuidaba de mandar visitas y regalos a la mujer de su m ayordom o, a quien hacía todo favor. Un día se qu edó el pajecillo sorprendido y tem eroso por el vuelco que le dió el corazón, al oir a D.a Magdalena, que habría de acompañarla a visitar al Emperador. Rara cosa fué el que solo se preocupara el muchacho por carecer de una brillante hoja de servicios que po der ofrecer a la C esárea Majestad. M ontado en la mulita romana que heredó Luis Quijada de su hermano Alvaro de M endo­ za, salió el pajecillo, muy galán y bien aderezado, de Cuacos, una tarde de los primeros días de J u ­ lio, en compañía de D .a Magdalena, que iba a llevar un presente al Em perador. Llegaron a la iglesia, se acercaron al Altar Mayor, donde Luis Q uijada les esperaba, y pasaron a la estancia de C arlos V, llevando el pajecillo sobre una bandeja el regalo de D .a Magdalena. Fué la única vez que D . Juan de Austria, que este era el pajecillo, tuvo ocasión de hablar con su padre y besarle la mano. El no lo sabía, pero la fuerza de la sangre llenábale de


70

DOMINGO SANCHEZ LORO

presentimientos el corazón. Ya solo volvieron a verse de lejos y com o de soslayo, cual si fuera un delito el revelar los afectos de tal hijo y de tal padre.

La tumba del César»


C ada vez el Emperador se hallaba más ag o b ia­ do por el peso de sus achaques y dolencias. Un día le vino en gana dar un paseo en su vieja muliIIa; apenas dio unos cuantos pasos, com enzó a dar voces, pidiendo que le bajasen, porque se d esv a­ necía. Fué la última vez que montó en cab alg ad u ­ ra. Los ciiado s !e llevaron con t o d o respeto y consideración, porque siempre lo estimaron c o ­ mo a su Rey, aunque desde mayo de 1558 ha­ bía abdicado, definitivamente, en su hijo Felipe II, contra la voluntad de éste, a quien tanta falta le hacía «la som bra de au toridad » de su padre. El C ésar ordenó que le trataran com o a un particu­ lar y que en su sello no hubiera insignia de clase alguna. Ello fué estímulo para ser más y más re­ verenciado T a n to interés pu so en apartarse de toda influencia y autoridad, que jam ás dió oido a las numerosas recomendaciones que recibió en Yuste. Hasta los problemas de alguaciles y con ce­ jales en C u ac o s, les enviaba a su hija para que re­ solviera. Sentía llegar el fin de su vida y era la muerte su único pensamiento. LIn día, mientras le afeitaba su barbero le dijo: — ¿Sabes, Nicolás, lo que estov pensando? Q ue tengo ahorradas 2.000 coronas y querría h a ­ cer mis honras con ellas. N o cure Vuestra M ajestad de eso, que si se muriera, n oso tro s le haremos las honras. — Oh, cóm o eres necio replicó el C esar.—


74

DOMINGO SA N C H tZ LORO

¿Igual es llevar el hom bre la candela delante, que no detrás? De esta anécdota salió la creencia tan difundi­ da de que el Em perador se hizo el muerto para que le hiciesen sus funerales. D esde luego, afirman muchos cronistas, que, según tenía por costum bre desde que vino a Yusie, solía encargar con fre­ cuencia misas y oficios por su intención, y, en su última enfermedad, lo hizo con m ayor interés y quiso que los actos religiosos por su alma revis­ tieran gran esplendor. Las fantasías que circulan en torno a este hecho, son ingénuas apreciaciones de los amigos o sinuosas ironías de los enemigos del César y de España. En agosto frío en rostro, dicen por estas tie­ rras: el día 30 de este mes del año del Señor de 1558, quiso el Em peredor com er en la terraza cu ­ bierta que sirve de mirador a su aposento. Se en­ tretuvo despu és en contemplar varios retratos de familia y algunos cuadros del Ticiano. Reverbera­ ba allí mucho e! so!, donde permaneció, medio adormilado, hasta las cuatro de la tarde, que le entró frío y se notó destem plado y calenturiento. Le acostaron al punto y, desde entonces, fué cada día agravándose la enfermedad. Se preocupó el César, viéndose tan mal, de disponer el codicilo añadido a su testamento, en el que expresaba su última voluntad, diciendo que se procurase llevar por la senda de la religión al hijo que había tenido después de viudo, «sin hacerle para ello premia ni extorsión alguna», más si era su vocación la carrera de las armas, se le diese de renta «en cada año de veinte a treinta mil du cados en el Reino de N ápoles, señalándole lugares y vasallos con la dicha renta». Cerró el codicilo con su sello secreto y pu so de su puño y

LA CELDA DE CARLOS V

75

letra, que solo podría ser abierto por su heredero legítimo. Así se proveía sobre el porvenir de D on Juan de Austria, que habría de asom brar al mun­ do con el brillo de sus hazañas. Buena perspica­ cia tuvo D .a Magdalena, a quien él llamaba tía, cuando dijo: «soldadito tendremos, que no fraile». Se mandó llamar al médico de la reina Doña María, D oc to r Cornelio Baersdort, que, apenas llegado, se dió cuenta de su mal irremediable. T'odas las previsiones y dictámenes científicos fueron cumplidos con el mayor escrúpulo, pero se acercaba la hora de com parecer ante el T r ib u ­ nal de Dios. A pesar de su estado, aún recibió a Garcilaso y al A rzobispo de T o le d o , Fray Bartolo mé Carranza, que traía comisiones de su hijo Feli­ pe II. Luis Quijada cuenta así sus últimos días en carta dirigida al Príncipe heredero: «El mal llegó tan adelante, que los médicos le quisieron dar la unción e! lunes a mediodía; y pareciéndome que no era tiempo, por tener gran sujeto y que no se alterase, no consentí que por entonces se la diesen,hasta que a las nueve de la noche casi me lo protestaron y aquella hora se le dió; y se la llevó su confesor, la cual recibió con el juicio y enten­ dimiento que siempre estuvo y con gran d e v o ­ ción. D esde aquella hora, siempre estuvieron con él su confesor y Fray Francisco de Villalba, Pre­ dicador de esta casa, a quien S. M. oía de buena voluntad; los cuales le hablaban com o se suele hacer en semejantes tiempos, rezando oraciones y salmos; y S. M. les pedía, «decidme tal salmo o tal oración», en las que más devoción tenía, las cuales se le rezaban y declaraban, cuando llega­ ban 3 cosa que venía a aquel propósito; y t a m ­ bién se le leía la Pasión, declarándole en ella los


76

DOMINGO SANCHFZ LORO

pasos que convenía, a la cual estaba S. M. con gran devoción y contrícción, poniendo las manos juntas y mirando al cielo y a un Crucifijo, que allí tenía, y a una imagen de Ntra. Sra., que eran las con que la Emperatriz nuestra señora murió; el cual me había m ostrado y m andado que los q u e ­ ría tener, cuando en aquel caso se viese; así se es­ tuvo to d a la noche con grandísima devoción. El día adelante volvió a reconciliarse y a recibir el Santísimo Sacramento; y advirtiéndole que mira­ se que no podría pasarlo, me respondió que si haría; y pareciendo también a S.M. que podría ser tarde la Misa, para recibirlo en ella, mandó que se lo trajesen de la C u stod ia y así lo recibió y se vió en trabajo de pasarlo; pero estaba con tan buen juicio que él mismo abría la b oca para que se mirase si q u edab a alguna cosa por pasar; y despues oyó misa con grandísima devoción, hirien­ do los pechos cuando decían los Agnus. D esta manera pasó aquel día com o cristianísimo Prínci­ pe. D espu és de esto, el mismo día, a las doce, llegó el A rzobispo de T o le d o y le habló com o convenía para el tiempo en que estaba, y él oyen­ do a los unos y a los otros con grandísima d ev o ­ ción y con tanto juicio, que, po co antes que an o­ checiese, me pidió si tenía allí candela bendita, yo le respondí que sí, y aunque algunas veces cerra­ ba los ojos, hablándole de D ios les volvía a abrir y estaba muy atento a lo que se le decía, y pareciéndome que iba muy al cabo, envié a llamar al A rzobispo de T o le d o , que estaba en su cámara, el cual vino y le volvió a hablar y S. M. a enten­ der lo que decía; y de esta manera se estuvo has­ ta las dos de la noche, que se le puso la candela en la mano derecha, la cual yo le tenía y con la izquierda extendió el brazo para tom ar el C ruci­

LA CELDA DE CARLOS V

77

fijo, diciendo; «Jesús», dió el alma a D ios, sin h a cer más que dar dos o tres b o c ad as; de lo cu a S. M. debe dar muchas gracias a D ios: que cier­ to es de creer que jam ás se vió persona morir con más juicio, ni mayor devoción y contricción ni arrepentimiento. C reo com o cristiano que se fué derecho al cielo». Esta creencia de Luis Q uijada parece estar de acuerdo con los designios de D ios, pues Fray G onzalo Méndez, provincial de Frailes Menores del Perú, el día 21 de Septiembre, tu vo una reve­ lación que ocultó hasta m om entos antes de expi­ rar. Ante la súplica y m an dato de su Prelado, dijo: —En el juicio de D ios se ha d ad o por buena la causa del E m perador C arlo s V y colocada su alma entre los bienaventurados que gozan de la vista dulcísima del Criador. Las fantasías de la gente han traído en torno a la muerte de tan principal M onarca, muchas le­ yendas de com etas que anunciaron su partida de este mundo, aves m onstruosas que rondaron el Monasterio y otras mil ocurrencias, a las que c a­ da uno da el crédito que le viene en gana, según lo equilibrado de su ingenio. Hasta el destino pareció m ostrarse irónico en la agonía del más fiero luchador contra el pro tes­ tantismo. Fray Bartolomé Carranza, acu sado más tarde de simpatizar con la Reforma, m ostrando al E m perador el Crucifijo, pronunció estas palabras: «H e aquí al que responde por todo s. Ya no hay pecado, to d o está perdonado». Divulgada esta frase, motivó un ruidoso proceso, en el que se airearon, acaso poco respetuosam ente, los más nimios detalles de la muerte de Carlos V. Mientras el Em perador iniciaba el camino para


78

DOMINGO SANCHEZ LORO

la vida eterna, cundía entre to d o s los m oradores del convento el m ayor nerviosism o e intranquili­ dad por conocer' las m enores incidencias del e s­ tado en que se hallaba el regio m oribundo. El ve­ cindario de C u ac o s perm anecía en continua ro ­ gativa ante el Santísim o Sacram en to, uniendo sus preces a las de la Iglesia, para que tuviese el C é ­ sar feliz su ceso en el duro trance que atravesaba. C u an d o la cam pana m ayor de Y uste rom pió el si­ lencio de la noche con lúgubre tañido, se en co­ gieron los corazon es de to d o s por la intensidad del dolor y vieron sus almas inundadas por la p e ­ sadum bre más descon soladora. Un pajecillo d o r ­ mía plácido sueñ o que, am orosam ente, velaba doña M agdalena. El doliente tañido de las cam ­ panas le despertó; so bresaltad o , dijo anhelante: —¿H a m uerto?... ¿Ha m uerto?... — Rezad, hijo, r e z a d —con testó la dama. Y aquellos d o s corazon es elevaron fervorosa oración por el alma del más grande Em perador que los siglos vieran, que acab ab a de expirar en un bello y ap artado rincón de la Alta E xtrem a­ dura. C errad o s, piadosam ente, los ojo s del cadáver, salieron de la cám ara m ortuoria el A rzobispo de T o le d o y dem ás señores, qu edan do solam ente las tres personas q u e más habían go zad o de su pre­ dilección y confianza: el m ayordom o Luis Q u ija­ da, el Secretario Martín G aztelu y el M arqués de M irabel. «L o s cu ales—dice un cro n ista—hicieron y dijeron c o sa s en sentim iento de la m uerte de Su M ajestad, que, a no los con ocer, fuera posible pensar y sentir muy diferentem ente de ellos y de su gravedad». C on grandes voces y gritos d áb an ­ se palm adas en el ro stro y calab azadas en la p a ­ red. Estaban fuera de sí por la pena de ver m uer­

LA CELD A DE C A R L O S V

79

to a su señor, que en tantas honras les pusiera y al qu e tan tiernamente am aban. Decían m uchas alabanzas del C ésar y contaban su s virtudes, sien­ do to d o m uestra de dolor hasta qu e les sacaron del aposen to, donde solo quedaron cuatro reli­ gio so s para velar el cadáver. T o d o e sto su ced ía en la m adrugada del día 21 de Septiem b re de 1558, festivid ad de San M ateo, que había d ejado poi C risto su caudal, com o el C ésar su corona. Pusieron los restos m ortales en una caja de plom o, que guardaron en otra de m adera de n o­ gal fo rrad a de terciopelo negro. D urante tres días se celebraron en la Iglesia del M onasterio so lem ­ nes funerales, oficiando el A rzob ispo de T o le d o , a quien servían de m inistros el prior de Yuste y el con fesor del Em perador; cada uno de los días predicaron el P. Villalba y los priores de G ranada y San ta Engracia, de Z aragoza. Presente se halló en las exequias el pajecillo, q u e a to d o s maravilló por su entereza, aguantan­ do en pié to d o s los actos, pues Luis Q u ijad a a nadie perm itió sentarse en los funerales. Llevaron una silla, el prim er día de las honras, al M arqués de M irabel, lo cual visto po r el m ayordom o, in­ quirió la causa de hacer tal cosa; le dijeron qu e el M arqués se hallaba enferm o y no podría aguan­ tar en pié m ucho tiem po. —Pues q u édese fu era— con testó airad o —, que no he de perm itir y o que nadie tom e silla ante el Emper ador, mi señor, ni vivo ni m uerto. El día 24 pronunció el A rzob ispo una sentida plática en el refectorio de la com unidad, elogian­ d o a C arlo s V. T am bién le hicieron honras en San Benito el Real, de V alladolid, en las que can ­ tó las virtudes del C ésar San Francisco de Borja,


80

DOM INGO SANCHEZ LORO

su amigo íntimo; en Santa Gudula, de Bruselas, que presenció Felipe II; en Bolonia, por el Colegio Español; en Roma, por el caballero napolitano, Arcanio Carracciolo, a la que asistieron 19 C a rd e ­ nales con muchos Obispos y Embajadores, y en las que pronunció la oración fúnebre Paulo Flabio, rector público de las escuelas de Roma y fa­ miliar del Papa. Esta muerte fué sentida en m u­ chas ciudades de la tierra, donde se elevaron al Cielo súplicas innumerables por el alma del Señor del mundo, que acababa de expirar en el silencio­ so retiro de un Monasterio. Hasta el mismo Sul­ tán de los Turcos, Lelín, le hizo unas honras a su manera: porque cuando la grandeza es auténtica, hasta ei enemigo ha de alabarla. La Princesa doña Juana encomendó a los m on­ jes de Yuste, que celebraran quince misas diarias por el alma del Emperador. Felipe II las redujo a cuatro semanales y una solemne todos los jueves del año en honor del Santísimo Sacramento. Ce saron los sufragios, al ser trasladados los restos del César a| Escorial. Había ordenado Carlos V que le enterrarán debajo del Altar Mayor, para que el sacerdote pusiera los pies sobre su cuerpo, al decir la Misa. Com o es tal lugar exclusivo de los santos, fué necesario hacer reformas en el altar, quedando en la extraña disposición que hoy se advierte, su­ mamente estrecho de prebisterio, al que se sube por unas escalerillas de peldaños fatigosos y em­ pinados. El cadáver se colocó detrás del retablo. A los dos días de enterrado, se personó en Yuste el Corregidor de Plasencia, acompañado del escribano y alguaciles, para reclamar el cuer­ po del Emperador, que había m uerto en territo ­ rio de su jurisdicción. Después de muchas consul­

LA CELDA DE CARLOS V

tas y acaloradas disputas, vinieron al acuerdo de que perm aneciese en poder del Prior, en calidad de depósito. Pero no se pudo disuadir al C o rre ­ gidor de su em peño de ver el cadáver, para iden­ tificar la personalidad del difunto, según era cos­ tum bre. Fué necesario tirar el tabique de la se­ pultura, abrir los féretros y descoser la m ortaja, para reconocer el rostro, quedando de to d o ello constancia y testim onio. En recuerdo de la gran devoción que m ostra­ ra en vida po r el Santísimo Sacram ento, se colo­ có ante la C ustodia el capullo de azuzenas, que b ro tó la noche de su m uerte ju n to a la ventana de su aposento. El retablo del Altar M ayor fué adornado con el célebre cuadro de «La Gloria», de T iciano, porque había dispuesto el E m perador que estuviese en el lugar de su sepultura. Según el dolor se iba m itigando, cada cual se ocupaba en disponer lo más conveniente para lo sucesivo. Los frailes continuaron en Yuste su vi­ da de estudio, m editación y recogim iento, pues los sucesos allí pasados les darían abundante ma­ teria, para im pregnar su espíritu con la idea de que to d a es vanidad la gloria de este m undo.



Luis Q uijada perm aneció en C u ac o s hasta fines de noviem bre, para levantar la casa del E m ­ p erad or, despedir a la servidum bre y arreglar las cuentas, tiem po que aprovecharon D .a M agdale­ na y su pajecillo, para visitar el Santuario de N tra. Sra. de G uadalupe. T an grab ada qu edó esta visita en el corazón de D. Ju an de Austria, que en los días de su m ayor gloria ofreció ante el T ro n o de la M orenita de las Villuercas los tro feo s de la victoria insigne ganada so b re los tu rcos en Lepanto. D e las m iserables y pacíficas bestezu elas que form aban la caballeriza de quien había sido el m ejor jin ete de aquellos tiem pos, se hizo cargo el pajecillo de doña M agdalena, el cual tam bién he­ redó los gatito s que tuvo el C ésar m ientras vivió en Y uste, a los que, solo por respeto a la m em o­ ria de su señor, perm itía L uis Q uijada vivir en su casa, pu es m ás de una vez ju garon la mala partida de verter el tintero en los papeles del m ay o rd o ­ mo. En la terraza del palacio del E m perador, so ­ bre el banco en que estab a sen tado cuando le dió su enferm edad postrera, fué grabada, con carac­ teres y ortografía del siglo XVI, esta inscripción: «Su M agestad don C arlo s V, N i estro Señor, en este lugar estab a sen tado, cuando le dió el mal, a los treinta y uno de a g o sto a las cu atro de la tar­ de. Falleció a los veintiuno de septiem bre, a las d o s y m edia de la mañana. Año del Señor de 1558». C om o puede apreciarse, la mano que lo


85

DOMINGO SANCHEZ LOBO

grab ó era p o co ducha en cronología. S o b re tal inscripción y en la pared, se hallaban pintadas las arm as im periales. El aniversario de la m uerte del C ésar, se cele­ braron en Y uste solem nes honras, a las que asis­ tieron el Cardenal Pacheco y el D uqu e de Alba. Ya estaban de nuevo h ab itu ad o s los m onjes a su vida solitaria. D o ce años d esp u és de m uerto el Em perador, en 1570, vino a Y uste Felipe II, cuan­ do se dirigía a C ó rd o b a para entender en la reb e­ lión de los m oriscos. Perm aneció d o s días en el convento y visitó la sepultura de su padre; pero no qu iso dorm ir en su cám ara, p o r resp e to . Lo hi­ zo en un estrecho retrete del mismo ap o sen to , donde apenas cabía una cam a pequeña. Q u é pen­ sam ientos ocuparían la mente de éste m onarca t a ­ citurno, durante las d o s noches que durm ió, casi em pared ado, ju n to al lecho m ortuorio del gran Em perador. D esd e entonces se llama aquel g a b i­ nete «celda de Felipe II». Se hallaban lo s frailes, po r entonces, afan ad os en la construcción de la tapia grande de la huerta, que llaman de San Jerónim o, en cuya pared h a­ bían colocado un escu do inm enso, obra de Fray Ju an de Avila, ab razad o p o r águilas de d o s cab ezas y encerrado entre las colum nas de H ércules con la leyenda «Plus U ltra», en cu y os cuarteles se h a ­ llan representadas las arm as de to d o s los E stad o s del au gu sto M onje. D eb ajo se lee: «En esta santa casa de San Jerónim o se retiró a acabar su vida el que tod a la gastó en defensa de la Fé y con serva­ ción de la ju sticia, C arlo s V, E m perador, Rey de las Españas. C ristianísim o. Invictísim o. M urió a 21 de septiem bre de 1558». El escu d o va encajado en un lectán gu lo, ter­ minado po r un frontón triangular con flam eros y

I A CELDA DE CARLOS V

87

rem ates, y en el tím pano la im ?gen de San Je ró ­ nimo sen tado. En él aparecen los b lason es de E s­ paña, alternando con los del Imperio: castillos, leones, barras, con la cadena de N avarra, las águi­ las de Sicilia y la cruz de N ápoles, representan a España; la faja de A ustria, lsfs lises de A rtois, el león de Bravante y las b andas de Borgoña, sim b o ­ lizan los dem ás E stad o s de C arlo s V. So b re el es­ cudete aparece el león de Flandes y el T iro l. La corona real descansa so b re el blasón y la imperial so b re las cab ezas de águila. Rodean el escu d o lo s eslabon es del T o isó n de O ro con el borrego pen­ diente y en la parte inferior colocaron una grana­ da, al estilo de los Reyes católicos. Al pasar Felipe II frente a él, m andó parar su litera para contem plarlo y leerlo, dan do m uestras de íntima satisfacción. Q uiso dejar m em oria de su visita y ordenó que no pagase el convento, d u ­ rante d o s años, im puesto alguno a Plasencia, pri­ vilegio que suponía el ahorro de unos 300 esc u ­ do s anuales. Llena de nostalgia discurría la vida en el co n ­ vento, cuando llegó a Yuste el O b isp o de C oria, don D iego Enríquez de Alm ansa, que venía desde M érida con lo s resto s de la Reina de Francia, hija de Felipe II. Al o tro día, 25 de Enero de 1574, muy de mañana, recorría la cam piña de la V era en dirección al M onasterio una lúgubre caravana. Eran el O b isp o de Jaén y el D uqu e de Alcalá, que desde G ran ada traían lo s cu erp os de la E m pera­ triz, de la Princesa doña Ju an a, que fué m ujer de Felipe II, y los restos de los Infantes don Fernán do y don Juan . Se dirigían a San Loren zo de el Escorial por orden de Felipe II, cu y o s deseos eran llevar allí los d esp o jo s m ortales de su s d eu d os y antecesores. Pasaban p o r Y uste, para recoger los


88

DOMINGO SANCHEZ LORO

del «m ás principal hom bre que ha habido ni h a­ b rá », según aprecia su fiel m ayordom o Luis Q u i­ ja d a . El O b isp o de C o ria ofició solem nes fun era­ les en la Iglesia po r el alma de los que esperaban la resurrección de la carne, con vertidos en los tristes d e sp o jo s que encerraban lo s féretros. El día 27, salió de Y uste el extraño y lúgubre cortejo. E ncabezaban la com itiva d o s hileras de caballeros y señores. Seguían 24 religiosos m en­ dicantes y 8 frailes jerón im os. Entre los capella­ nes reales iban las literas que contenían lo s cu er­ po s. D etrás cam inaban el O b isp o de Jaén , don Francisco D elgado, y el D uq u e de Alcalá, don Fernando Enriquez de Rivera, esco ltad o s p o r j i ­ netes con lanzas, en las que ondeaban banderas de tafetán negro. Les acom pañaban millares de gentes, que de to d a s partes salían a ver el e s­ pectáculo. La guardia de a pié de su M ajestad y 24 pajes a caballo, en lu tados y con hachas de c e ­ ra en las m anos, rodeaban el conjunto. Al p asar p o r los lugares y aldeas, salían los clérigos a decir oraciones y responsos. C u an d o era necesario per­ noctar, d ep ositab an los cu erp os en la Iglesia y les rezaban los oficios con mucha pom pa y solem ni­ dad , cantando bellos y expresivos resp o n sos los m úsicos de Jaén y C oria, con tal m aestría en el arte «que oiila quitaba el cansancio del cam ino», dice el cronista. El 4 de Febrero llegaron al Escorial, m ás ya Extrem adura se había p reo cu p ad o , con fina ga­ lantería y profu n d o resp eto , d e llevar las m ás herm osas flores de su s jardin es y vergeles al M onasterio de San Lorenzo, porqu e en 1562, el jardin ero de Y uste, Fray M arcos de C ard o n a, lle­ vó semillas de la V era y plantó el primer jardín que allí hu bo, en el lugar de la Fregenada y en la

LA CELDA DE CARLOS V

89

dehesa q u e se com pró ju n to a ella a diversos he­ rederos y personas de Segovia, que aún continúa im pregnando de arom as la tu m b a de n uestros héroes. En un sepulcro provisional pusieron la corpu ­ lenta y recia m om ia del nieto de los Reyes C a tó li­ c o s. AI sacarlos de allí, para ser co lo cad o s en el Panteón de los Reyes, el año 1674, se p u d o apre­ ciar que el cuerpo de C arlo s V se hallaba intacto. Fíoy m ism o, cualquiera le identificaría, si com para los retrato s que de él hicieron Ticiano y Pantoja. T an cabal se encuentra, que causa m aravilla apre­ ciar la con textura de aquel infatigable guerrero: su ancha frente, capaz de tan to s laureles y creadora de altos, geniales y sublim es pensam ientos; aq u e­ llos o jo s, aun cu b ierto s de cejas y pestañ as, que habían contem plado el área de tantas tierras y el agua de tan to s m ares; el ángulo facial, específico de la C asa de A ustria, y su rostro con la b o c a d e ­ prim ida y la m andíbula descom pasadam en te avan­ zad a, que aún mantenía las b arb as y cuya expre­ sión tantas veces hizo tem blar a los enem igos de Españ a, de la Iglesia y de la u n id ad de E u ropa; su cráneo característico, con el siem pre bien a tu ­ sad o cabello, en señal de finura, elegancia e hi­ dalguía; su alta y arfiplísima cavidad torácica p ro­ pia del pecho fuerte que encierra un corazón in­ vencible; su s anchos y elevad os h om b ros, cap a­ ces de sosten er el gobierno del m undo; las esp al­ das, cargadas por el agob io de tanta in com pren­ sión y perfidia en torno de su ob ra y a su p e rso ­ na; los b razo s exten d idos e inflexibles com o la rectitu d de su proceder. L as carnes enjutas y re­ vestidas de una piel cenicienta y parda. Así ap a­ recieron los restos de aquel insigne M on arca, que en ju sticia m erece el título de E m perador de Ó c-


90

DOMINGO SANCHEZ LORO

cidente, en el m undo m aterial, en el reino de las ideas y en la integridad de la Fé. En Y uste habían dejado para recuerdo la caja de nogal que con tuvo los restos de C arlo s V. Pero com o los turistas y viajeros diesen en cortar p ed azo s del ataúd, para gu ardarlos com o reli­ quias históricas, fué co lo cad o en un nicho inac­ cesible, desde donde producía im presión fan tásti­ ca. Este lúgubre testim onio de la estancia del C ésar, es una de las pocas cosas que hoy quedan en el M onasterio. Al Em perador, según su s deseos, fué aco m ­ pañando el cuadro de «La G loria», haciéndose una buena copia para Yuste, donde hoy puede tam bién apreciarse la de otro cuadro, que repre­ senta a San Jerónim o, viendo llegar a C arlo s V al Cielo en actitu d de arrodillarse a los pies de la Santísim a T rinidad. D eb ajo se lee esta in scrip­ ción: «S . A. R. el Infante D uqu e de M ontpensier regaló al M onasterio de Yuste este cuadro sacado del original, que a la m uerte del E m perador C a r­ los V, su glorioso abuelo, se hallaba a la cab ece­ ra de su c a m a ». El C ésar tuvo en vida especial devoción al A póstol San M atías, cuya festivid ad se celebraba en el día de su nacim iento y aniversario de su consagración en Aquisgran, y de la prisión de Francisco I de Francia, ju n to a los m uros de Pavía. Flabía obten ido del Papa ju bileo plenísimo, para donde estuviera su cuerpo, vivo o m uerto, en la fiesta de este A pó sto l, que siem pre quiso celebrar con el máxim o esplendor. D esp u és de confesar y com ulgar, o fretía C arlo s V tantos escu d o s, más uno, com o eran los años de su vida, pidiendo al A ltísim o le concediera salud para en adelante po der servirle. En la cerem onia solía lle­

LA C E LD A DE C A R L O S V

91

var al cuello el T o isó n de O ro. T o d o s sus cria­ d o s, españoles y flam encos, iban con su s m ujeres, m uy galanes y ad erezad o s, a recibir los Sa n to s Sacram en tos. A cudía tanta gente, no solo de C u ac o s y la Vera, sino de las m ás ap artadas re­ giones de España, para ganar el ju b ileo «q u e no era po sib le— afirma el cronista anónim o—cele­ brarse la fiesta, ni andar la procesión, sin grande aprieto de voces y ru idos». T al privilegio cesó en Y uste, cuando se trasladaron los restos del E m ­ p erad or al Escorial. C arlos V no había dejado en vida donación ni beneficio m aterial a los m onjes, pero en el codici!o del testam en to recom endaba a su hijo que les atendiera y recom pensase. Felipe II, agradecido a los cu id ad o s que los frailes prestaron a su au gu s­ to padre, Ies envió en 1587, con Fray A lonso de V illanueva, preciadas reliquias de san tos, que re­ cibieron con m ucha fiesta, respeto y veneración. Siete años m ás tarde, en 1584, se colocab a en el altar m ayor un herm oso retablo, obra policrom a­ da y dorada, articulada por cuatro colum nas c o ­ rintias, que le dividen en tres cu erp os y so stie ­ nen rico entablam iento, que corona un frontón partido con im ágenes, en cuyo rem ate están las arm as del E m perador. En el centro pusieron la copia de «L a G loria» de Ticiano. C u atro estatu as, representando las virtudes cardinales, adornan el altar. La m adera labrada vino en 16 carretas d e s­ de el E scorial y es ob ra de A ntonio Segu ía. Feli­ pe II, adem ás de costear los g a sto s del retablo, realizó n otables m ejoras en el prebisterio de la iglesia, colocando azulejos muy v isto so s a los la­ d o s del altar. A partir de este m onarca, to d o s los de la C asa de Austria, principes y m agnates del Reino, s,-guie-


LA CELDA DE CARLOS V

92

93

D O M IN G O SA N C H E Z L O R O

ron visitando aquel lugar de veneración histórica, le hicieron grandes m ercedes y dispensaron p ro ­ tección eficaz a este M onasterio, que continuó siendo uno de los m ás florecientes de la O rden de San Jerónim o. El día 23 de noviem bre de 1615, al rayar el al­ b a, se derru m bó con gran estrépito el lienzo co n ­ tigu o al refectorio del clau stro nuevo, q u edan do a los m onjes aislados en su s celdas, saliendo de entre las ruinas, cada cual com o p u d o , sin que por fortu n a hubiera desgtacias personales. T al su ceso d esp ertó la generosidad de los C o n d es de O ro p e­ sa, que ayudaron con 200 d u c ad o s a edificar los tres herm osos órdenes de galerías, de traza m uy galana y la ob ra m ás vistosa del M onasterio. L os m onjes, agradecidos, grabaron su s arm as, alter­ nando con los .e sc u d o s de San Jerónim o, en los antepechos y en trearcos del clau stro. A pesar de los don ativos que recibía, el co n ­ vento llevaba una vida de estrechez económ ica, para sosten er los cuarenta religiosos conventuales y treinta herm anos, que le habitaban. El prestigio del M on asterio cay ó de plano, cuan do con la d i­ nastía de los B orbones llegó a E spañ a la ideología del n efasto en ciclopedism o, que tan tas desven tu ­ ras y males nos ha prop orcion ado . E m pezó a eclipsarse la buena estrella de Y uste, donde cerró su s o jo s el m ás encarnizado enemigo- del luteranism o, causa y origen de los d isparates ideológi­ c o s que h oy torturan al m undo. Los frailes seguían con sencillez su apartada vida, cuan do el 12 de ag o sto de 1809, llegó a su s oíd os que m erodeaba po r la Vera una colum na francesa, fugitiva y tem erosa, despu és del gran descalabro que quince días antes habían su frid o ju n to a T alavera. Sintieron en su s venas aquellos

religiosos arder la sangre con furia alterada y n o­ taron que en su s alm as desp ertab a la fiereza in do­ m able de los hijos de esta tierra. N o pudiendo resistir la presencia de los m iserables, que, c o b a r ­ dem ente y a traición, ultrajaban a la Patria, h u ye­ ron del M onasterio, uniéndose a lo s guerrilleros heróicos entre los esp eso s m atorrales de aquellas m ontañas escarpadas. Llegaron los franceses y solo vieron una sole­ dad y aban don o que les alteraba los nervios y re­ saltaba ante su conciencia la vileza de su co n d u c­ ta. A quellos so ld ad o s no tuvieron ru b o r y pen e­ traron, con mucha grosería y falta de resp eto , en la cám ara m ortuoria del gran C arlo s V, ante cu y os pies tantas veces cayera vencida la bandera de Francia. Profanaron la iglesia, robaron el conven­ to, saquearon la despen sa y vaciaron la b o d ega. Es propicio el lugar para los guerrilleros y, tem ien­ d o el coraje de los hijos de la A lta E xtrem adura, huyeron de allí para ju n tarse con el grueso de sus tropas. A lgunos se quedaron en el convento, ded ica­ d o s al pillaje y afan osos de botín, bebien do vino descom pasadam en te y vertiendo las tinajas, cuan­ do vieron repletos su s estó m ago s. C ayeron sobre Yuste los guerrilleros de los con torn os y pasaron a cuchillo a la so ld ad esca, en castigo de su s d esa­ fu eros, suerte que hubieran corrido su s cam ara­ das si no recurren a la huida. N otaro n la falta de e sto s so ld ad o s en las filas fran cesas y m andaron una Sección de caballería en su bu sca: solo hallaron so led ad , ruina y la sangre de su s com pañeros. G u ia d o s p o r su c o s ­ tum bre y afán resentido de destrucción, pren die­ ron fuego al M onasterio, cuya parte m ás m onu­


DOMINGO SANCHEZ LORO

mental y artística, la qu e a su s expen sas había c on stru id o el C o n d e de O ro p esa, q u ed ó com p le­ tam ente d estru ida, salván dose, providencialm en te, la Iglesia, el n oviciado y el apo sen to del E m ­ perador. V olvieron lo s religiosos, qu e m erodeaban el el con ven to, llenos de pesadum bre, e intentaron atajar las ruinas y p av oro so incendio, que se ce­ b ab a en el m aderam en de los tech os, p u ertas y ventanas. Vinieron algunos vecinos de C u ac o s, pero exten u ad os por la fatiga, cejaron en su em ­ peño y qu edó el M onasterio a m erced de la lla­ ma. La com unidad se instaló en la parte m ás an­ tigua, que era el noviciado, continuando su vida regular con m uchas privaciones y escaseces. Pero la dinastía de Borbón, venida a España tras una guerra su cesoria de la qu e salió el p o d e ­ río de nuestra Patria hecho p ed azo s, dió lugar con su mal gobierno para que se perpetrara el latrocíneo sacrilego de la desam ortización, y a qu e fuera insultada, p o r vez prim era, la concien­ cia de los españ oles, im plantando la libertad de enseñanza, con el torcido p ro p ó sito de que se filtrasen entre n o so tro s las ideas disolven tes del enciclopedism o francés. C on tan fau sto m otivo, en nom bre de la libertad y del progreso, fueron arrojad os los frailes del M onasterio, y pu esta en venta para el m ejor p o sto r la cám ara m ortuoria de C arlo s V, en virtud del D ecreto de 13 de se p ­ tiem bre de 1813, pu esto en vigor m ás tarde p o r Fernando VII, q u e m andaba enajenar en pública su b asta lo s bienes de lo s ex-jesu ítas, los de la O rden de San Ju an de Jerusalén , lo s predios rú sti­ co s y u rb an os de lo s m aestrazgos y encom iendas vacantes y qu e vacasen en las cuatro O rdenes M ilitares, y los que pertenecían a los M on as­

LA CELDA DE CARLOS V

95

terio s y conventos arruinados y suprim idos. Y u s­ te fué incluido en tal decreto. Por vergüenza y ru bor, cedem os a la plum a de V íctor G eb h ard t la triste misión de narrar la vileza de algunos hijos de E xtrem adura. «En 1820 —dice - u n a irrupción de los llam ados patriotas d e los lugares inm ediatos, com pletó la o b ra d e ­ vastad ora: los papeles que aún qu edaban en los archivos fueron en tregados a las llamas; ro b á ro n ­ se cuan tos o b je to s de valor se hallaron a mano; la iglesia fué convertida en estab lo , y las h a b ita­ cion es donde vivió y murió el con q u istad or de T ú n ez sirvieron para d ep ó sito de trigo ». D esde entonces, aquel lugar solo prod u ce tris­ teza, d o lo r y melancolía; lo s tro z o s de colum nas y las piedras de los arco s yacen en los p atios, am on ton ados y cu b ierto s de hiedras seculares, que sirven de guarida a reptiles asq u ero so s; entre los esco m b ro s llora el agua cristalina, qu e se d e s­ liza ya sin ningún destino; entre el m usgo y las flores silvestres se descu b ren , tirados p o r el su e ­ lo, el escu d o de la casa d e O ro p esa y las arm as im periales; entre los re sto s de la techum bre, y a ­ cen los alicatad os de azulejos, qu e revestían el zó calo de lo s m uros del refectorio; las celd as v a­ cías y sin m uebles hablan el patético lenguaje de la orfan d ad y de la viudez; el ataú d de C arlos V, descu id ad o y en el m ás irresp etu oso de los ab an ­ d on os, denuncia al m undo hasta qué extrem os puede llegar la inconsciencia de los hom bres, de cuya p o ca fé dá testim on io aquella iglesia ab an d on ad a con las altares desn u do s.»


V II

ftuinas


Un com plejo sectario y un od io resentido lle­ varon la desam ortización a tal extrem o, que se llegó a vender los conventos hasta p o r el precio de 30 reales. El Palacio del E m perador y el M o ­ nasterio de Yuste, excepto la Iglesia, fueron ad ­ quiridos por un tal Bernardo de Borja y T arriu s, en 1821, por 1.000 pesetas. U n os años m ás tarde, en 1838, com pró tam bién la Iglesia, p o r la canti­ dad irrisoria de 50 du ros. El nuevo propietario del histórico lugar le destinó al cultivo de g u sa­ nos de seda: la Iglesia vino a convertirse en d ep ó ­ sito de m adera y tra sto s viejos. El C o ro se desti­ nó para secad ero de capullos. Las ob ras de arte y m obiliario del tem plo fu e ­ ron a parar a las Parroquias de los pu eb lo s c o ­ m arcanos, donde se conservan en su m ayor parte hasta hoy. En C u ac o s se hallan 37 sillas del C o ro , el facistol m onum ental con casi tres m etros de altura, uno de los órganos con 22 registros y un herm oso tem o del siglo XVI de terciopelo negro con so b rep u e sto s en carn ados b o rd ad o s. En G ar­ ganta la O lla hay 19 sillas del C o ro , el o tro órga­ no con 17 registros y un relicario de alabastro , qu e representa una imágen de M aría Inm aculada, prop ied ad de la familia Curiel M erchán. En C asatejad a se encuentra el retablo del Altar M ayor, que aún se conserva en buen estad o. En M ajadas existe un altar-relicario donde se guarda las reli­ quias de las once mil vírgenes, que regaló el O b isp o de Plasencia D . G óm ez de Solís, a la er-


DOMINGO SANCHEZ LORO

m ita de Belén, próxim a al M onasterio; en la sa ­ cristía hay un cu ad ro que representa el triunfo de San M auricio con su s com pañ eros m ártires, y la imágen de una san ta; en el Altar M ayor se halla colocad a una efigie de San Jerónim o. En Serrejón se conservan o tro s d o s altares bien d o rados, que producen magnífico efecto de riqueza y fa u sto , propio de los b u en os tiem pos de Yuste. Algunos años despu és, el Sr. T arriu s, cansado de disfru tar lo que tan malam ente había adquiri­ d o y con afán de lucro, pu so en venta el M onas­ terio, tratan do de com prai lo algunos franceses, que pretendían regalárselo a N apoleón 111, para escarnio del vencedor de Pavía y para ludibrio de la incuria de los extrem eños. La prensa española hizo una patriótica cam paña contra sem ejante crimen histórico. Al fin, unos cuan tos de españo les conscientes se reunieron para com prarlo, evi­ tando la iniquidad de los gobernantes. Pero to d o iba quedan do en palabras, h asta que uno de los reunidos, el M arqués de M irabel, tuvo el gesto hidalgo de adquirirlo en la sum a de 20.000 du ros. D esd e entonces, su propietario se ha dedicado con afán y sacrificio a salvar a Yuste de la total ruina que le am enazaba, reedificando algunas partes y deteniendo la destrucción en otras. A m ediados del p asad o siglo, las b óv ed as oji­ vales am enazaban venirse al suelo, por lo que el M arqués de M irabel gestion ó en M adrid con los m ejores arqu itecto s su reparación, obra que a juicio de to d o s era irrealizable. Pero un hum ilde albañil extrem eño, Jo sé C am pal, vecino de Jarandilla, donde está lo m ejor del m undo a ju icio de los alemanes, llevó a feliz término la em presa. C au só gran adm iración la obra y, en prem io a su arrojo e inteligencia, pusieron en el C o ro esta ins-

L A

CELDA DE CARLOS V

101

cripcíón: «E stan d o estas b ó v ed as en ruinas, se construyeron p o r Jo sé C am pal, año 1860». Para cultivar las tierras del M onasterio y velar p o r la conservación del edificio, pu so el M arqués en Y uste varios colon os y adm inistrador. Se abrió un álbum , para que firm aran los visitantes, pues nunca faltaron viajeros de to d a clase y condición, qu e se acercaban a las ruinas venerables para re­ crear su espíritu con la n ostalgia de p asad as glo­ rias. E ste álbum que contiene dato s peregrinos e im presiones curiosas, se halla hoy en el archivo del M arqués de M irabel. El entusiasm o p o r Y uste m ovió a su propie­ tario a gestionar el traslad o, desde C asatejad a donde se encuentra, del altar qu e Felipe II regaló al M onasterio. O b tu v o el perm iso op ortu n o del O b isp o de Plasencia, pero dificultades posteriores de m edios económ icos y de tran sportes im pidie­ ron la realización de tan laudable p rop ósito . P a ­ recía que el M onasterio estab a con den ado a perpétua ruina y abandono. C ierta noche, se produjcj fu ego en el heno que había en una de las celdas. A cudieron los vecinos de C u ac o s y so fo caro n las llam as, pero no pudieron evitar la ruina de va­ rias de ellas. C a d a vez era m ás difícil y agobiadora la conservación de la parte del M onasterio que se hallaba en pie. E sto m ovió a don M anuel G o n ­ zález de C astejó n , heredero del m arqu esado de M irabel, para iniciar varias gestiones y ofrecim ien­ to s con el fin de instalar en el edificio una c o m u ­ nidad religiosa. L os T erciario s C apuchin os, cuyo Instituto se dedica a la corrección de m enores, el 18 de febrero de 1898, firmaron y acordaron las estipulaciones para instalar su com u nidad en Y uste, fijándose la fecha del 2 de abril del m is­ mo año, para tom ar posesión del mism o.


102

DOMINGO SANCHEZ LORO

LA CELDA DK CARLOS V

El m unicipio de C u aco s, subven cion ó de su fo n d o la con strucción de un cam ino desde la villa al M onasterio. L o s religiosos, con la ayuda del O b isp o de Plasencia, las lim osna de los pu eblos com arcanos y algunos anticipos de su C o n greg a­ ción, llevaron a efecto varias reparaciones, para hacer aquellas ruinas habitables. El cu lto se cele­ braba en una capilla provisional habilitada en el C o ro . Enlosaron el pavim ento de la Iglesia, rep a­ raron las b ó v ed as y la techum bre, ensancharon el presbiterio, construyeron nueva sacristía, pu ­ sieron ventanas, pu ertas y vidrieras de colores, arreglaron y pintaron el altar, adquirieron to d o lo necesario para celebrar decorosam en te los ofi­ cios divinos, m ejoraron el cultivo de las tierras que rodean el C on ven to y habilitaron un local para enseñanza gratu ita de los niños que acudían de los pu eb lo s lim ítrofes. D esd e un principio, instalaron un internado para alum nos y jóv en es viciosos, so b re los cuales ejercían una lab o r c o ­ rreccional adm irable. El brío y en tusiasm o co n ­ qu e se inició esta nueva etap a, infundió esperan­ za de que Yuste adquiriera nuevam ente su p a sa ­ do esplendor. El 30 de ju n io de aquel año (1898), a las nue­ ve de la m añana, en m edio de las ovaciones y clam ores de num erosa concurrencia de los pu e­ b lo s lim ítrofes, entre los acordes de la banda de San C alixto de Plasencia, recibía con em oción y entusiasm o la C om u n idad de Y uste a un gru po de expedicion arios distin guidos, que venían para asistir a los c u lto s solem nes en hom enaje a Je s u ­ cristo Redentor, en aquel año san to, con m otivo de la inauguración d e la Iglesia del histórico M o ­ nasterio. E ntre los visitantes ilustres, llegaron el O b isp o de C oria, don Ramón Pérez M encheta;

el D eán de la C atedral de Plasencia, don Eugenio E sco b ar Prieto; el M agistral de la m ism a diócesis, don Bernardo D om ínguez M artín; el Secretario de C ám ara del O b isp o de C oria, don Jo sé F. Fog u é s y C o g o llo s; el G o b ern ad o r C ivil de la p ro ­ vincia, el apo derado del M arqués de M irabel y otras m uchas personalidades que seria prolijo enum erar. El O b isp o de C oria bendijo la Iglesia y durante cu atro días se celebraron solem nes fies­ tas religiosas a las que concurrieron num erosas peregrinaciones de los pu eblos com arcanos. T o d o parecía ofrecer los augurios m ás bri­ llantes para el porvenir del M on asterio. H asta en rom ances llegó a circular p o r los p u eb lo s de la V era el encendido entusiasm o que d espertó, poco despu és, la visita que hicieron a Yuste los M ar­ q u eses de M irabel, acom pañ ad os de los D uqu es de la C on qu ista. M ás la perfidia de unos, la in credulidad de o tro s, la ignorancia de m uch os, el m arasm o y fal­ ta de sen tido histórico, q u e, so capa de un fatu o liberalism o, nublaba la m ente de to d o s, apagaron el en tusiasm o y fervor de los corazones, la gene­ rosid ad y desprendim iento en los bolsillos; y to d o fué ocasión de que los religiosos dejaran el co n ­ vento, la desidia se adueñara del edificio, las b ó v e­ d as del C o ro vinieran al suelo, y el M onasterio q u edara en el m ás com pleto abandono. Fué necesa­ rio q u e la sangre ardiente de un millón de esp a­ ñoles viniera a desp ertar la atonía histórica en que do rm itab a nuestra Patria. Ya, com o un d o ra­ d o antaño, inquieta las m entes y los esp íritu s la angustia vivificante p o r hallar el destino y la m e­ tafísica de España. La conciencia de un quehacer transcendente y el afán po r instuir y dom inar un fu tu ro explen doroso, ha hecho que volvam os la


1«4

DOMINGO SANCHEZ LOBO

vista hacia los h itos señeros, que jalonan los m o­ m entos cum bres de nuestra H istoria. Si to d a la geografía de E spañ a está repleta de sím bolos y recuerd os venerables, E xtrem adura lleva la palma y viene a convertirse en punto geom étrico de la trayectoria hispana: G u ad alu pe y Alcántara; Mérida y Trujillo; Medellín y A lburquerque... y tan ­ to s otros lugares y figuras de esta tierra, im preg­ nada de hidalguía y au steridad, evidencian tal aserto. C ad a uno de ellos sim boliza una gesta gloriosa o un? misión fecunda. Yuste, tam bién, ob sten ta un sim bolism o gi­ gante, porqu e entre sus m uros se apagó la vida de aquél caballero esfo rzad o , que gastó hacienda e ilusiones en evitar la escisión de E u ropa, d e­ form ada por el Protestantism o. H oy, que cuenta España con una conciencia y sen tido jerarquizad o r de los valores, se ha con vertido este rincón ap artad o de la Alta Extrem adura, en orgullo de su pasado venturoso y en táb an o de un porvenir operante, en la trayectoria lum inosa de nuestro quehacer histórico. El Frente de Ju v en tu des, consciente de su mi­ sión form ativa, instaló, varios años, cam pam entos de verano ju n to a los m uros de la celda im perial, a donde venían los jóv en es de to d a s las tierras españolas, para im pregnar su s pechos de aire puro y brisas deleitables, y su s almas con el ideal su b li­ m e— m itad monje y m itad so ld a d o — de quien p u ­ so la esp ada invencible de su b razo al servicio de la C ruz. El E stad o , servidor y centinela del destino de España, ap o rtó la eficacia de su s m edios para c u ­ brir con un velo de gloria aquellos esco m bros que eran nuestra ignominia. Próxim o al IV centenario de la m uerte de C arlo s V, la inquietud espolea el

LA CELDA DE CARLOS V

105

afán de to d o s: El M inistro de la G obernación, el de E ducación N acional, el G ob ern ad or Civil de C áceres y el C on sejo Provincial de Falange, O rga­ nism os, Instituciones y extrem eños de to d a índole y condición más diversa, rivalizan y se desvelan para convertir en realidad el sueño de aquél v ia­ jero im penitente y sutil am ador de las cosas de España, Antonio Ponz, cuando en el siglo XVIII, decía con nostalgia recrim inadora: «d esgracia que yo no sea hom bre po d ero so para erigirle allí m is­ mo un m onum ento, cuya fam a llenase al m undo, com o su gloria lo llenó y lo llenará por m uchos siglos». Por fortun a, la desidia y el sectarism o no arruinaron del to d o la traza prim itiva del M on as­ terio, y las crónicas sum inistran dato s suficientes para llevar a cabo una auténtica restauración, que los poderes públicos han encom endado a la peri­ cia del arqu itecto don M anuel G on zález Valcarcel. Q uiera D ios que el centenario de la m uerte de C arlos V, pueda celebrarse en su últim a m o­ rada con la magnificencia y decoro que requiere su alta personalidad histórica.



C om plem ento ob ligad o a esto s breves apun­ tes sobre el M onasterio de Y uste, son las reseñas sucintas, que a continuación se insertan, de los varones ilustres que florecieron entre los m uros del convento y aum entaron la fragancia y herm o­ sura del vergel de la Iglesia con el dulce arom a que exhalaban las flores de su encendido am or. Lam entable es, según el Padre Sigüenza tam bién confirm a, que de m uchos no q u edara m em oria, «p o rq u e fueron tan rigu rosos y recatad os, qu e no perm itieron saliese en público lo que con tanta solicitud habían procu rado sepultar en aquel d e­ sierto, teniendo a solo el cielo por testigo de sus o b ras».

Fray Rodrigo de Cáceres Recibió el hábito en Y uste, el año 1481. D e s­ de un principio, su vida ejem plar fué gala del con ­ vento, pero m ás que en to d o , se distinguió por su devoción ferviente a la Reina de los C ielos, preparán dose para celebrar su s festivid ades con rigu rosos ayunos, largas vigilias y encendidas oraciones. Fué su m ayor anhelo el m orir en un día con sagrado a N u estra Señora, gracia que le fué oto rgad a com o prem io a su virtud. La dulce Em peratriz C elestial, vino en p e rso ­ na a recoger su alma. Se hallaba enferm o p o r el mes de ag o sto , cuando, la víspera de la A sunción, recibió en su lecho la visita de la Reina de los


no

DOMINGO SANCHEZ LORO

Angeles. E n tró en la celda el enferm ero, para atender a su s quehaceres, y extrañ ado de su p o ca c o m p o stu ra, le dijo Fray Rodrigo: —H erm ano, ¿cóm o no andas con m ás reve­ rencia, estan d o aquí N u estra Señora la Virgen M aría? Estim ó el enferm ero que tales palabras eran puro desvarío. Al volver po r la tarde, le rogó con palabra segura y tranquilo sem blante: —Vé presto, herm ano, y llama a nuestro p a­ dre Prior y al convento, porqu e son ya venidos por mi ánima, y están aquí N u estro Señ o r y su Santísim a M adre. A cudieron to d o s, rodearon la cam a rezando oraciones y salm odias, y el enferm o pidió una candela bendita. Le advirtieron que tod avía era pron to, pero Fray R odrigo suplicó angustiado: —D ádm ela luego, que ya es hora. Así, la candela en una m ano, y en otra la cruz, em prendió su alma, plácida, el cam ino de la m an­ sión eterna.

Fray Jerónimo de Plasencia A tribuyen m uchos al D u q u e de Béjar, don D ieg o de Zúñiga, la patern idad de este ilustrado religioso, que floreció en Y uste, en tiem pos del O b isp o placentino don G utiérrez de T o le d o . P a­ recía destin ad o p o r D io s para volver a su estad o prim ero la conservancia y espíritu del con ven to fu n d ad o p o r el tesón de d o s extrem eños. Y fué tal su sabid uría y perfección de costu m b res, que fijaron en él los o jo s su s com pañ eros, eligiéndole V icario y d espu és Prior.

LA CELDA DE CARLOS V

111

C on frecuencia refería que, antiguam ente, so ­ lían hacer un ju e g o , en el que los prim eros daban las velas a los que d etrás venían, con lo que sig ­ nificaba haber hecho entrega de los talen tos reci­ b ido s, sin que en ellos pudiera notarse deterioro o m en oscabo. Así les hacía ver cuan ob ligad os estaban a dejar la observancia en la m ism a o m a­ yor altura que la encontraron. De lleno se c o n sa ­ gró e infiltrar en los corazon es el seguim iento del C oro , po r ser el centro de su Religión y p o r tener a D ios propicio en to d o s los m enesteres del Cielo y de la tierra. Santam ente, según vivió, m archó de este m un­ d o su alma al cielo.

Fray Melchor de ^epes So lo en España, donde el pueblo tiene ro b u s­ ta fé, se dan hom bres com o este lego de Yuste, que vivió algún tiem po en el m aridaje con trad ic­ torio de alternar picardía y devoción. Llega al M onasterio en 1528, con el alma llena de ilusio­ nes, pero sin dejar a la puerta el hábito de m o s­ trar, ostentósam ente, su gallardía, fu erzas y ha­ bilidad. Pronto le fué pesada la carga de verse dedica­ do a hum ildes y b ajo s m enesteres. Su ju ven tu d y brío s, fueron espuelas que azuzaron a su tem pe­ ram ento soñ ad or. Salió a b u scar glorias y aventu­ ras en los cam pos de batallas, pero, tam bién en la guerra, hay treguas y su im paciencia no le perm i­ tía sobrellevar la ocio sid ad de un cam pam ento. Sintió en su pech o n uevos deseos y ardores san­ to s y llegó al convento, apesadu m b rado y co n fu ­ so, pidiendo perdón a los religiosos p o r sus in­


112

DOMINGO SANCHEZ LORO

sen satas locuras. N uevam ente se vid ten tado p o r su afán de proezas y devan eos, y, nuevam ente, m archó del M on asterio por eso s m undos de D ios, hasta qu e su mala ventura hacíale tornar. Repitió con frecuencia estas idas y venidas, hasta que el sufrim iento le apartó con recias ligaduras de su ideal aventurero. Se hallaba un día, ay u d ad o por otros religio­ so s, cortan d o un herm oso castaño de los que en la Vera se producen . Al revolverle, saltó una asti­ lla y le dió tal coz, que le hizo p ed azo s la pierna. C on descu id o le curaron, se cerró la herida en falso y, p asad o s unos m eses, hubieron de tornar a abrirla, cada vez con peor acierto, pues solo consiguieron hacerle gu ardar cam a durante vein­ tiséis años. Im posibilitado para nuevas correrías, ded icó los m ás pu ros afecto s de su aíma al C r u ­ cificado. So lo decían sus labios, cuando m ás arre­ ciaban los do lo res, aquellas divinas palabras: In m anus tu as, D óm ine, com m endo spiritum meun. Su im paciencia juvenil q u ed ó bien con trarres­ tada en el curso de la enferm edad. T an grande era la virtud y perfección que llegó a tener, que más bien salían con solado s aquellos religiosos, que p o r caridad entraban en su celda para darle ánimo. Al cab o de tanto tiem po, pu do levantarse y asistir a la iglesia con m uletas y ay ud ado de otros. S u especial devoción p o r los Reyes M ago s hizo que fuera oída la súplica que constantem ente les dirigía, siendo llam ado al cielo el día de su festividad. L os hijos de esta tierra son tan esfo rzo d o s en las em presas de gloria com o en el oscu ro su fri­ miento de una celda.

LA CELDA DE CARLOS V

J ] 3

Fray Alonso de Mundarra Fué este religioso m agnate de m ucha prez y honra; al que tenía muy en cuenta el Em perador para cargos de im portancia, antes de que dejara la vanidad del m undo p o r la so led ad del M onasrio. En Yuste le nom braron cocinero, cargo para él m ás estim ad o que to d o s los del reino. Llegó al convento su hija, en unión de su m arido y num e­ roso acom pañam iento, y se m ostró corrida y p e­ sarosa, al considerar en cuan b ajos m enesteres e s­ tab a em pleado hom bre tan principal com o su padre. C u an d o el religioso entendió el sentim ien­ to de su hija, salió en hábito ordinario y con el mandil más sucio que había en la cocina, diciendo con rostro grave: —Hija, estas son mis galas y esta to d a mi hon ­ ra; en la obediencia está pu esto mi teso ro y esti­ ma. Y nunca yo merecí tan gran ventura, com o es servir a D ios en sus siervos, que le alaban noche y día. E sas sed as y esa vanidad sean para tí. H ar­ ta lástim a te tengo. Q u e d ó la hija tan tu rb ad a y con fusa, qu e es­ tu v o a punto de m uerte; m ás él torn ose a la coci­ na y nunca m ás volvió a verla. ' 4 C ad a día fué creciendo en virtud, hum ildad y ejem plo para to d o s, hasta que su b ió a la mansión eterna.

Fray Juan de Jerez Un día recorrieron las siete leguas que Y uste d ista de Plasencia d o s frailes, enviados por


114

DOM INGO SANCHEZ LORO

Prior, para resolver ciertos asuntos. Terminaron su negocio con diligencia y con más rapidez de lo que esperaban. Com o el tiempo no les urgía, qui­ sieron ver la hemosa fortaleza de la ciudad. El alcalde placentino, Juan de Jerez, había re­ cibido la alcaldía en premio a los méritos contraí­ dos sirviendo al Rey en las banderas del Gran Capitán. Aunque valiente y honrado, no había salido de la milicia con mucho apego a la Reli­ gión. Paseaba junto a la puerta de Ir fortaleza, cuando vió acercarse a los humildes religiosos, hecho que le hizo fruncir el entrecejo. Al oir que era su propósito satisfacer una curiosidad, m o n ­ tó en cólera y, descom puesto y lleno de furia, dijo a voces: —M ozo„m ozo, echa acá un arcabuz. Cuerpo de Dios con los frailes, ¿fortaleza quieren ver? Allá, allá a Sus monasterios. Confusos, medrosos y corridos, se volvieron a Yuste, sin nunca más tener ganas de ver fo rta ­ lezas en su vida. Pasado algún tiempo, llegó a Plasencia el Al­ calde Ronquillo con un preso de importancia, que conducía a Valladolid; dei cual hizo antrega al m alhumorado Juan de Jerez, para que durante la noche le custodiara. La astucia del recluso, y la negligencia o complicidad de sus guardianes dieron ocasión a que se fugase. Temió el placentino las consecuencias de tal suceso. Avergonza­ do y para eludir la pena, huyó de la ciudad, a d e n ­ trándose, antes que anunciara su venida la aurora, por los deleitosos campos de la Vera. El influjo dulce y suave de los bellos paisajes, que en su huida recorrió, fueron elevando sus miradas al cielo y la gracia de Dios llenó de blandura su corazón empedernido, hasta hacerle pedir a los

LA CELDA DE CARLOS V

monjes de Yuste un hábito, para servir como es­ clavo. Fué, luego, admiración de todos, pues nin­ guno en hum ildad le aventajaba, m ostrando tan santa alegría en las ceremonias del templo, como en las menudencias de los trabajos que tenía en­ comendados. Encanto daba ver a un guerrero cur­ tido en tantas batallas, hecho corderillo manso y humilde, invitando, dulcemente, a sus hermanos, a loar a Dios en todo momento. Más tem or le infundía el Capítulo, que había tenido, cuando con tropas españolas luchara y venciera a los ejércitos y escuadras francesas. El cielo por su virtud le hizo gracia de espe­ ciales dones. En el m om ento que moría en Valverde, su amigo, D. Pedro de la Cueva, C o m e n ­ d ador m ayor de Alcántara, se le apareció, rogán­ dole encomendase a Dios su alma, lo que hizo luego, y, de mañana, le ofreció varias misas. A todos causó admiración cuando, al pasar el cadáver de tal señor ju n to al Monasterio hacia la villa de Alcántara, donde había de ser enterrado, les dijeron que expiró en el punto y hora que Juan de Jerez había tenido la aparición. D urante dos años se entregó en cuerpo y al­ ma a satisfacer las pasadas culpas y acabó en el Señor, santamente, en 1546.

Fray TTliguel de TTtanserrat Desde Barcelona llegó a Yuste para tom ar el hábito este religioso, que, aún en sus años mozos, hizo gala de ricas prendas y excelentes disposi­ ciones en el camino de la virtud. La austeridad de su conducta, la prudencia de su consejo y el ejem-


116

DOMINGO SANCHEZ LORO

pío de su san tidad, m ovió a lo s religiosos a nom ­ brarle V icario, a pesar de su s p o co s años. M urió jo v en y truncó las esperanzas que en él tenían. La n ota m ás saliente de su vida, fué la esp e­ cial devoción que siem pre tu vo para con las once mil vírgenes, que vinieron a consolarle en el tran ­ ce de la m uerte. Su retiro habitual y predilecto era la erm ita de Belén, próxim a al convento, m an­ dad a construir por un O b isp o placentino y qu e gu ardaba reliquias de aquel num eroso ram illete de puras doncellas, qne florecieron ju n to a los o jo s del Señ or. •

Fray Diego de San Jerónimo El C o n d e de D eleitosa y señor de Belvís, don Francisco de M onroy, trajo a su sobrino D iego, hijo de su herm ana doña C atalina y de don Fran­ cisco de T o v a r, señores de la Villa de C edillo, para que viviese con él en su casa de Belvís. P ro­ curó ilustrar su inteligencia con buenos m aestros; que le im pusieron en las lenguas griega y latina, m ientras en su corazón nacía con gran fertilidad la virtu d y el recogim iento. Por su alcurnia era destin ad o a m andar v a sa ­ llos, m ás él prefirió servir com o esclavo en p o s de los divinos intereses y de la santificación de su alma. Un día p u so p o r obra lo que con tanto c a ­ riño e ilusiones ansiaba. Sin dar parte a su s tíos, salió hacia Y uste, donde pidió, hum ildem ente, el h ábito de San Jerónim o. La virtud y rápido perfeccionam iento fueron sín tom as de su vocación religiosa, durante el año

LA CELDA DE CARLOS V

117

q u e estu vo de novicio. L o s frailes, al ver su s m u ­ chas prendas, le enviaron a Sigüenza para cursar T eo lo g ía E scolástica, en la que aprovechó so b re ­ m anera, siendo ejem plo por su hum ildad y apli­ cación para con discípulos y m aestros. Llegó a tal punto su au toridad , qu e to d o s en su presencia se com portaban respetuosam en te. V uelto a Y uste, le hicieron Vicario y, luego, Prior varias veces, cargos que aceptab a po r o b e ­ diencia, porqu e se le hacía muy du ro m andar a los religiosos, quien había dejado a las pu ertas del convento un señorío. Su m ayor cuidado era el asistir y con fortar a los enferm os; y su m ayor d e ­ licia el hacerse humilde y servir a los m enestero­ so s. Su s prendas naturales le daban don de gentes y atiaían en torno su yo la sim patía y adm i­ ración de cu antos le trataban. E xtrem ado en su com portam iento, nunca se atrevió persona alguna a proferir la m enor m urm uración en su presencia. H asta los superiores andaban com ed idos en su trato, de tal suerte, que era un fuerte apoyo y sosten para la religión. C om o fué ed u cad o entre m im os y caricias en casa de su tío, lo que m ás le m ortificaba era realizar ciertos trab ajo s y m enes­ teres del convento, aunque siem pre por ob ed ien ­ cia santa los hacía con cuidado y esm ero, lo que muy a las claras patentizaba su virtud. L as disci­ plinas, vigilias y penitencias, le dieron un coloi q u eb rad o y de ceniza, qu e solo se alteraba cuan­ do con fervor tratab a las cosas del C ielo. Solía dedicarse a la predicación en los pu eb lo s com ar­ canos, diciendo algunos días varios serm ones, cuando los p u eb lo s estab an próxim os, a pesai de lo cual nunca com ía fuera del convento, pasan do con el b o c ad o , que a la mañana tom ara, antes de salir. T en ía la costu m b re de preguntar a su co m ­


118

D O M IN G O SA N C H E Z LO R O

pañero le dijese las faltas que com etía. E ste le respon d ió: —A mí bien me parece lo que V u estra Reve­ rencia dice; m ás una cosa le descom pon e, y es que da muchas palm adas en el pu lpito, cuando predi­ ca. —D e eso será—respondió el siervo de D io s— que me duelen m ucho los d ed o s y las m anos. Yo procu raré enmendarme. N o se dab a cuenta que ello era deb id o a la vehemencia y fervor, que ponía en la predicación. G rande fru to y notable provecho hacía por aquella com arca. T o d o s se le dispu tab an , sin re­ gatear en esfu erzo, para disfru tar de su palabra. L o s de G arganta hicieron un cam ino a su c o s­ ta, para que fu era a predicarles, que p o r eso se llam a el «cam ino de Fray D ieg o »; los de Jaraíz un puente para facilitar el paso de los arroyos en t o ­ do tiem po. En esto s cu id ad o s, en la m editación y estu dio continuo, consum ió su vida, durante 33 años que habitó en el M onasterio. Por fin, le die­ ron unas viruelas m ortales y entendió que el Se­ ñor le llam aba. Una vez que con fesó y com ulgó, rechazando al m édico que el C on de de O ro p esa le enviara para que le asistiese, alzó las m anos al cielo, a la hora de tercia, y dijo con alegre sem ­ blante: —Alegría, alegría. Y entregó su espíritu, cau sando sum a tristeza en los p u eb lo s de la Vera, donde tanto fru to h a­ b ía alcanzado con el fu ego de su ardiente palabra. Al m om ento de m orir se apareció en C ó rd o b a a su gran am igo Fray H ernando de¡ Corral.

LA CELDA DE C A R L O S V

Fray Hernando del Corrai E ste fué uno de los m onjes que m ás llamó la atención en Yuste por su tem peram ento exaltado. Gran sabio y un tanto bohem io, dejó grabada en to d o s Sos gesto s de su vida la vehem encia de su carácter. Le nom braron Vicario y Prior en Yuste y en el convento de Santa Catalina M ártir, de T alavera, aunque, despu és, no le confirm aron en este últim o cargo. H om bre corpulen to, huesudo y de m uchas fu erzas, tenía el prurito de que t o ­ das las faenas fueran hechas por su m ano, d ed i­ cándose afanosam ente a los más hum ildes tra b a­ jos y ru d o s m enesteres de! convento. E stab a im pregnado de un ardiente fervor de caridad y, si por él fuera, en un día hubiese dad o a los po b res cuanto en e¡ M onasterio tenía, q u e ­ dando a los m onjes en la necesidad m ás extrem a. Llevaba vida de sum a aspereza y solo se alim en­ tab a de gro seros m anjares; dorm ía vestido lo m ás del año y nunca volvía a la cam a d esp u és de los m aitines, dedicán dose a rezar por los clau stros hasta la hora de misa, que siem pre solía decir an­ tes del alba. Gran am ante del C o ro , no permitía que de él se ausentaran sin grave m otivo. Un día que salió el Vicario sin razón ju stificad a, se fué a bu scarlo y, tom ándole en sus b razos por la fu er­ za, le llevó al C o ro contra su agrado. D edicab a al estu dio y m editación las horas que qu itaba al sueño, con lo que llegó a ser muy leído en to d a variedad de asuntos, siendo im ­ prescindible oir su vo to y con sejo en los caso s de conciencia para los frailes y de im portancia para el convento. Su s escritos, prudentes pero d e so r­ den ados, eran muy estim ad os por cuantos de ellos tenían noticia.


120

D O M IN G O SA N C H E Z LO R O

Rezaba, diariam ente, el oficio de difu n tos, porqu e era gran dev oto de las almas del P u rgato­ rio. En sus años m ozos, se andaba largas horas rezando de rodillas por las sepulturas del con­ vento. D espu és, cargado de años y penitencias, cuando las piernas flaqueaban, era su retiro más deleitable el pasear por el cem enterio, diciendo resp o n sos y rezando salm os. En prem io a su devoción por los m uertos, se le aparecieron varios difuntos, entre ellos el so ­ brino del C o n d e de D eleitosa, Fray D iego de San Jerónim o. Se hallaba en C o rd o b a, a altas horas de la noche, leyendo un libro que le habían prestado. La fatiga le acuciaba y se echó en la cam a v estid o , para despu ntar un poco el sueño antes de ir a maitines. Apenas había cerrado los o jo s, se tornó a despertar y vió en la pared fro n ­ tera un grupo de religiosos que am ortajaban a su amigo Fray D iego. H asta maitines se andubo p a­ seando y rezando, porque no po día descansar tranquilo, rogando luego al V icario que ofreciese varias misas por el difunto. M ás aquel le e n tre ­ tenía, estim ando locura el sueño. Solo accedió a sus deseos, por deshacerse de su s im pertinen­ cias. A los p o co s días qu edó corrido el d esco rtés Vicario, porque llegaron noticias de que Fray D iego expiró en el punto y hora que Fray H er­ nando tuviera la aparición. Pidió al Señor le concediese purgar sus culpas en esta vida. La súplica fué atendida, haciéndole sufrir, durante m uchos años, lepra asqu erosa. Se le llenó el cuerpo de llagas y gusanos con un olor tan ediondo, que los frailes se vieron ob ligados a sacarle del convento. Lo sufrió to d o con gran paciencia, resignación e igualdad de ánimo, sin que de su b oca saliera la menor queja, cuando de

LA C ELD A DE C A R LO S V

121

la cam a le quitaban los gu sanos a alm uerzas o cuando el m uchacho en cargado de asistirle le tra­ taba mal de ob ra y con duras y atrevidas pala­ bras. D urante su enferm edad no dejó de rezar el oficio divino y el de difu n tos. Varias veces se fué arrastrando hasta el C o ro para oir m isa, sin rep a­ rar en la sangre que fluía de las llagas ni en los gusanos con que iba regando el cam ino. A pesar de su flaqueza y dolor, se levantó una noche para d espertar al cam panero, p o rq u e habían d ad o las doce y no to c ab a a m aitines. Fué necesario, d es­ pués, llevarle a cu estas, sufriendo callado y con paciencia las reprensiones que por ello recibía. C u ando le habían adm inistrado la E xtrem au n ­ ción, se enteró que otro fraile se hallaba ag o n i­ zando y se levantó para ir a consolarle. Se h alh b a ya muy al cab o. El Prior, Fray M i­ guel de A lejos, leía la pasión de San M ateo en su presencia, y al llegar a las palabras «e t inclinato capite tradidit spiritum » entregó él su alma a D ios. Fué maravilla el ver que su cara tan horri­ ble y d esco m pu esta se volvió blanca y colorada com o una rosa..

Fray Pedro de Béjar A gran altura había llegado Yuste en to d o s los órdenes, para que en su am biente desarrollara sus facu ltad es el hijo de Béjar, Fray Pedro. La virtud, prudencia y sabiduría de este religioso d es­ colló entre los frailes de la orden jerónim a. El C apítulo celebrado en 1501, le nom bró General. La reciedum bre de su carácter dejó pronto sentir su influencia.


122-

D O M IN G O SA N C H E Z LO RO

N o debían andar muy com ed id o s algunos reli­ giosos, ni sentir grandes preocupaciones por el cultivo de su inteligencia, cuando se interesó B u ­ la del Pontífice, para quitar el hábito a aquellos hom bres de corazón pervertido y costu m b res li­ cenciosas, que ocultaban los vicios bajo el sayal del fraile. T am p o c o serían de p o ca m onta las in­ fluencias b astard as, arb itrariedad y pasiones ras­ treras, cuando el profeso de Y uste se o cu p ó con alto em peño en que los Priores fueran asistidos por un religioso de los más sab io s y «fu é buen acuerdo, aunque m ejor fuera escusar la necesi­ d a d », afirma el cronista. T o d a su vida consagró Fray Pedro en re fo r­ mar y perfeccionar la O rden, em pleando su alta inteligencia y espíritu sereno en prestigio de su hábito.

Fray Miguel de Alejos En Yuste profesó y tom ó el hábito, hacia la segunda m itad del siglo XVI, cuyas prendas le h i­ cieron Prior d o s veces en este convento y su fa ­ ma de ciencia y virtud fué m otivo de que en él pusiera los o jo s el prudente Felipe II, para que rigiese la C om u n idad de San Lorenzo de El E s­ corial. D urante su vida entera, no obstan te la res­ ponsabilidad del cargo y su s m últiples o cu p acio ­ nes, cultivó asiduam ente la piedad y asistencia al C o ro , a donde acudía el prim ero y salía el p o stre ­ ro, sorprendiéndole m uchas veces el alba orando de rodillas en su silla de Prior. Dicen las crónicas que «fu é hom bre entero, de severo asp ecto, buen

LA CELD A DE C A R L O S V

12,?

ingenio y ju icio, celoso de la Religión y de la honra de sus frailes; su frid o, callado, atento, nada vengativo, algo seco de condición, de donde le nacían mil bienes, que le so b rab a tiem po para sus buenos ejercicios y excu saba im portunaciones de seglares y de frailes». Era tan apreciada su p ru ­ dencia y tac to , que Felipe II descansó m uchas veces la responsabilidad de su s decisiones en los sabios con sejos de este Prior ilustre. Saneó con gran acierto los oficios y m inisterios de la Iglesia y el proceder de los cortesan os. Por su rectitu d de juicio y au steridad de costu m b res con certó, con el aplauso de to d o s, el gobierno tem poral y espiritual de los frailes. Para con los rectos de conciencia y pu ros de corazón era dul­ ce y afable; m ientras se m ostrab a áspero y severo y eludía to d o trato y conversación con los m enos observan tes. G rande era su influencia ante el Rey, pero su virtud le im pidió que nunca em please las ventajas que la ocasión le ofrecía en propio beneficio, sino para honra y prez de la orden de San Jerónim o. E ste Prior insigne, que tom ó el hábito en tierras de E xtrem adura, fué el único hom bre que se o p u ­ so con valentía a la volun tad del gran M onarca, cuando su conciencia así se lo aconsejaba. Por m uerte del D o c to r Miguel M artínez qu edó vacan ­ te la C áted ra de Prima, y quisieron los privados del Rey llevar al ánimo de éste la conveniencia de que no fuese regentada po r frailes, con el p ro p ó ­ sito de satisfacer las recom endaciones de su s am i­ go s y paniaguados. Felipe II envió el nom bram ien­ to para que el Prior lo firm ase, de acuerdo con lo estatu id o en el convento. Fray M igi el vió la ju g ad a y se negó a estam par su rúbrica, de lo que to d o s quedaron m aravillados, pues nadie con ce­


124

DOMINGO SANCHEZ LORO

bía que hom bre alguno osara oponerse a la v o ­ luntad regia. Sab id as por el M onarca las razones en que el Prior fu n daba su negativa, hizo otra vez más lo que Fray Miguel proponía. Fué su enferm edad postrera dolor de c o stad o . M urió, en 1589, en la festivid ad de la T ran sfigu ­ ración, con grandes p ru eb as de que em prendía el viaje para el reino celestial. Al con ocer su m uerte Felipe 11, dijo: —T ard e toparán los frailes con otro Fray M i­ guel de A lejos.

Fray Juan de los Santos Recibió el h ábito en Y uste, el año 1600. De enferm iza con textu ra, no aprovechó en las letras por falta de salud. L os m onjes le enviaron a Sigüenza, poi ver si el cam bio de aires le atenuaba los achaques y se ejercitaba en los estu dio s. T a m ­ poco allí o b tu v o gran provech o en las ciencias, pero hizo n otable progreso en la virtud. V uelto a Y uste, le encargaron de la b otica. La práctica le hizo tan perito en recetas, que de to d a la com arca venían al convento en b u sca de los potingues para rem edio de sus males. Lo más n o­ table de este religioso fueron las curas que reali­ zab a, que unos atribuían a ciencia o sortilegio y o tro s a m ilagro. A plicó su rem edio a un m ucha­ cho con la cab eza abierta y curó pronto. T o c ó los b razo s inchados de un enferm o y re c rb ró la salud... Ju n to a su m aravillosa facilidad para sanar en ferm edades, brillaba en él la virtu d de la cari­ dad para con los frailes. Padecía un religioso en fer­ m edad contagiosa. M ientras los dem ás rehuían el

L A C E L D A D E C A R LO S V

125

entrar en la celda del paciente, Fray Juan go zab a cuidándole con esm ero y atendiéndole de buen agrado en cuanto necesitaba. El mal hum or del enferm o y los ¿espantosos do lo res al aplicarle las m edicinas, le hacían d escon siderado y h asta lle­ gaba a desear la m uerte a su enferm ero. E ste lo sufría to d o con paciencia adm irable. Un día, cuando m ás le insultaba, dijo serenam ente: —H erm ano, yo m oriré y vu estra C arid ad sa­ nará. Palabras que resultaron p roféticas, pu es, en efecto, el m alhum orado enferm o recob ró la sa­ lud, y al ben d ito Fray Juan se le pegó el con tagio, que le llevó al sepulcro en 1629.

Fray Juan de Fuensalida

* . 40 años vivió en Yuste este religioso, sutil o p e­ rario en la santificación de las almas y fo rjad o r experim entado de religiosos au steros. L o s frailes le nom braron m aestro de novicios por su p ru ­ dencia y buen consejo. Afirma el cronista en su alabanza, que nunca h ubo en Yuste religioso de aquellas prendas para tan difícil cargo. Le eligieron d o s veces Prior y jam ás persona alguna recibió de él agravio, ni se le oyó hablar mal de tercero. M urió el 25 de O ctu b re de 1635.

Fray Mateo de Galisteo T u v o este religioso cualidades polifacéticas y resu ltó en to d o m aestro con sum ado. Le en carga­ ron de regir a los novicios po r su buen proceder y au steridad de criterio. Por su carácter plácido


126

D O M IN G O SA N C H E Z LO RO

y sentido prudente en el gobierno, le hicieron Vi­ cario. Por su buena voz y tem peram ento m u si­ cal, le confiaron el cargo de corrector m ayor del can to . T o d o lo hacía tan bien, que le llamaban «el triform e», po r los aciertos de los tres oficios que desem peñaba. Las ocupaciones no le im pedían llevar una vi­ da interior intensa. Gran am ante del C oro , era m ás puntual en acudir a los oficios que el cam p a­ nero en llamar a los frailes. A ndaba de rodillas por su celda; en los pasillos, siem pre se le veía rezando. M urió santam ente en Yuste, el 21 de N oviem ­ bre de 1639, a los 48 años de hábito.

Fray Antonio de Belwís H om bre de gran personalidad, con el cual la naturaleza se m ostró pródiga, adornándole de b e ­ llas cualidades, fué en Yuste m aestro de novicios, Vicario y Prior. Su grave y pulida oratoria le acre­ ditó no solo en Extrem adura, sino en las m ejores ciu dades del reino. T o d o s le solicitaban a porfía y él, generosam ente, se entregaba, sin cuidarse nada de sí. C om o era muy estim ado, recibía grandes li­ m osnas por su s misas y serm ones, que él em plea­ ba en dar magnificencia al culto. A su c o sta se la­ bró una C u sto d ia para el día del C orp u s y una corona de plata para una imagen de N u estra S e ­ ñora. T enía gran devoción al C o ro y era su deseo m orir en él. C u an d o, viejo y ach acoso, le proh i­ bieron asistir a m aitines, p asab a las horas en su celda rezan do y haciendo oración a la luz de un candil. En la misa derram aba lágrim as de am or

LA CELDA DE CARLOS

V

1 27

divino y fué to d a su vida una continua m ortifi­ cación, entre disciplinas y ásp ero s cilicios. C u ando el m édico le dijo que se hallaba muy grave, respon d ió con buen ánimo: — Me alegro, por d o s razones: la prim era, por pagar a la naturaleza la deu d a que le d eb o , y la otra, p o r que falte un p ecad o r que ofenda a D ios: C on m uestras de santa alegría, entregó su alma, el 9 de Junio de 1658.

Fray Cristóbal de yuste En el Jardín de Yuste crecieron flores de san ­ tid ad con los arom as m ás diversos. U n os d e sta­ caron en virtud, otros en ciencia, y Fray C ristób al era la ingenuidad personificada por su can d oroso y sencillo fervor a la Reina de los C ielos, su vida fu é un continuo sacrificio en honor de la m adre de Jesú s. T o d a s las vigilias de su fiesta ayunaba a pan y agua, dedicándola otras m uchas d ev o cio ­ nes. La celestial Señora le visitó en el trance de la m uerte y le concedió la gracia de expirar mientras sus labios dibujaban una dulce sonrisa. El padre que le con fesó antes de morir, afirmó que su alma nunca se vió m anchada por culpa grave.

Fray Pablo de la Trinidad E ste hijo de M alpartida de Plasencia tom ó ei hábito en Y uste, el año 1621, y se d estacó desde un principio por su aspereza de vida y espíritu de penitencia. M ortificaba su s carnes con duras d isci­ plinas y solo dorm ía en el suelo, para acostu m ­ brar al cuerpo a la dureza del lecho que habría


128

DOMINGO SANCHEZ LORO

de tener d espu és de m uerto. Era su m ayor d ev o ­ ción el sacrificio de la M isa, pasan do largas horas en oración, antes y despu és de celebrar. A plicaba m uchos su fragios por los difu n tos y solía rezar de hinojos p o r las sepulturas. T o d a s su s penas y cu id ad o s las ponía en m a­ nos del Señor y, ni aún cuando le calum niaban, quería defenderse, dejando la integridad de su honra al arbitrio de la volun tad divina, que siem ­ pre veló po r la limpieza de su fam a. E stab a en los m ism os hu esos y su cuerpo parecía un esqueleto, por los con tinuos cilicios y m aceraciones a que le som etía. Su m ortificación le acarreó una mala calentura y cuando se vió extenuado por sus flacas fu erzas, pidió perdón humildemente a cada uno de los reliosos, y murió en el Señor, con m u­ cha paz y alegría, adoran d o un Crucifijo, el 26 de Junio de 1651.

Fray Luis del Rosario H abía nacido este religioso en Roches, villa de Portugal, y dejó en Y uste fam a de santo y prestigio de m úsico excelente. Le nom braron m aestro de capilla, cargo que desem peñó con sum o acierto y com petencia, dejando hechas muy buenas ob ras para voces y órgano. Fué un prodigio de abstinencia, pués ayunaba to d a s las vigilias del año. Especial d ev oto de la Santísim a Virgen, hizo para su imagen un vestido a su costa, regaló una jo y a de alto precio para adornarla, e hizo un libro para el C o ro con el ofi­ cio y M isa de la Purísima C oncepción. Su s fu er­ tes cilicios le tenían siem pre delicado de salud.

LA CELDA DE CARLOS V

129

En su enferm edad postrera, viéndose muy acab a­ do, rezó los m aitines y al decir el salm o «N u n c dim ítis» expiró en el Señor, la víspera de año nue­ vo, en 1671.|

Fray Antonio de !a Cruz Portugués de origen y m aestro cantero de profesión, pidió el hábito en Yuste y, com o los frailes le preguntaran p o r las herram ientas de tra ­ b ajo , respondió ufano: — Ainda, sinaon traho as ferram entas, traho ingenno. C on razón presum ía de su pericia com o can­ tero, pues fué m ucho y bueno lo que ob ró en el edificio del convento. Le hicieron luego adm inis­ trad o r de la G ranja de V alm orisco. Se hallaba esta prop iedad del M onasterio ju n ­ to a la ribera del T iétar, donde solían ir los reli­ giosos a pasar los días de asu eto. Era am eno y fértil el lugar, con casa, huerta, tierras de labran­ za, viñas, higueras, olivos, castañ os, naranjos y o tro s frutales. Se la regaló a los m onjes don A lva­ ro de Z úñiga, a m ediados del siglo XV y los frailes m ejoraron m ucho los terrenos, que en un princi­ pio solo eran jaras y robles. E sta finca fué una de las p o cas que conservó el M onasterio despu és de la desam ortización. A quí perm aneció 40 años Fray A ntonio, adm i­ nistrando la hacienda, m ientras adelantaba en el perfeccionam iento de su virtud. Lim itado al cum ­ plim iento de su s obligaciones, trab ajab a durante el día m ás que los ob reros, y gran parte de la n o­ che solía pasarla en oración en la capilla. D orm ía


130

D O M IN G O SA N C H E Z L O R O

p o co , com ía m enos y jam ás bebió vino, ni se acercó a los lagares com arcanos. Los m onjes siem pre le tuvieron por san to, y, al morir, qu edó su rostro tan bello com o un ángel.

EPÍLOG0


N ad a m ejor po d rá servir de aurea cerradura a la po b re y m ísera con strucción histórica, que hem os tratad o de levantar en las líneas preceden ­ tes, que el galano y profu n do escrito, en el que rivalizan la serena y transcendental visión del sim ­ bolism o de Yuste con el ard o ro so en tusiasm o por el lugar que sirvió de tu m ba al Em perador C a r­ los V, dirigido a los Poderes Públicos po r el E x ­ celentísim o señor G ob ern ad or Civil y je fe Provin­ cial del M ovim iento, en C áceres, don Antonio Rueda y Sánchez-M alo, cuyo sentido gerarquizad or de los valores, hace que en to d o m om ento dirija las flechas de su s tra b ajo s y desvelos hacia los hitos culm inantes de esta hidalga E xtrem a­ dura. D ice así: «C o n stan te prim ordial de nuestro M ovim ien­ to, ha sid o, es y será, el sen tido perm anente ante la H istoria y ante la vida, qu e esconde !a vena tradicional de la España exacta, difícil y eterna. Vena heroica, militar y religiosa, que define nues­ tra m isión, inspira nuestra doctrina y llena n ues­ tras alm as de una inquebrantable y sobrehum ana voluntad de «revalorizar e hispanizar hasta el rin­ cón más ocu lto de la patria», y de una ard o ro sa in quietud de proy ectar en el m undo nuestro uni­ versal destino. »E1 C on sejo Provincial de F. E. T . y de las J. O. N . S., de C áceres, recogiendo este sentido inmanente de nuestra historia, dirigió hacia él


134

D O M IN G O SA N C H E Z L O B O

to d o s sus acto s, afanes y desvelos, y no d e sap ro ­ vechó ni un solo m om ento para que el credo fa ­ langista, encarnación la m ás hispana que existió desde los últim os esplendores de los siglos im pe­ riales, uniera a su letra— concrección del pen sa­ m ien to—el recio vibrar de los corazones. »Y así, la Falange de C áceres y los hom bres de buena volun tad, que sin entendernos nos aman y sin com pren dern os no nos odian, recorrieron una y cien veces las rutas extrem eñas, genuína repre­ sentación de la ruta hispánica y encarnación geo­ gráfica de! dual y exacto perfil que cada español lleva dentro de sí: G uadalu pe, T ru jillo, A lcántara, Brozas, Plasencia, Y uste, El Palancar y cientos y cientos de lugares, veneros de tradición y altares de hispanidad, testigo s son de nuestro incesante caminar, paladines del tem ple de nuestro espíritu, relicario que esconde la sagrada prom esa de n ues­ tro denso, grave y p rofu n d o quehacer. »Ju n to a ellos y en ellos se form ó y tom ó co n ­ tenido nuestra ju ven tu d. Riadas de m uchachos de las Falanges Juveniles forjaron su in quebran table voluntad de vencer, su intransigente y rígida m oral y su conciencia de regeneración revolucionaria ante la estatu a ecuestre de Pizarro en la extre­ meñísima plaza trujillana; encendió, alimentó y espiritualizó el fuerte sen tido de su vivir en las intransitables veredas del Palancar y en las piedras del ruinoso convento que exhalaban so llo zo s di­ vinos y huelen a carne y a sangre en m aceración y penitencia, que el asceta de los ascetas, Pedro de Alcántara, cuajado de puro y santo am or a D ios, fué dejando por aquellos so to s; b ajo los m ajestu osos arcos del nunca su perad o ni igualado Puente de A lcántara, bebiera el «licor del siem ­ pre rico T a jo » y dorado, y si las piedras milena­

LA CELD A DE C A K LO S V

135

rias de tan fam o so puente hablóles de una E sp a ­ ña rom anizada, el m urm ullo de las aguas del no m enos fam osísim o río, trájoles acentos de una Roma hispanizada; atravesaron la sierra de las Villuercas inhóspitac en otros tiem pos, para p o s­ trarse de hinojos ante ia Reina de la H ispanidad y en la soled ad del M onasterio, por entre los clau stros gótico y m udejar, entregarse a la o ra ­ ción y purificar el alma con el fuego calcinador de los ejercicios espirituales; ante las ruinas, en fin, del Imperial M onasterio de Yuste, levantaron su cam pam ento, y en el caer de la tarde soñaran con el dulce y risueño am anecer de una E spaña m isio­ nera e imperial, y juraron perm anecer en vigilia tensa y fervorosa hasta ver realizada la grandeza de la Patria. » T o d o s y cada uno de esto s veneros de la hispanidad, en el grado y m edida que a cada uno correspon d e, nos adentran en la form a y con cre­ ción de lo hispánico y nos m uestran el sentido exacto de nuestro universal destino. Pata to d o s quisiéram os la piedra eterna — triun fadora del tiem po y del esp acio —que, al reprod ucir el puro y exacto perfil geom étrico de su estilo arqu itec­ tónico, ensanchara los redu cidos límites de n ues­ tro s deseos y acallara las ansias de este dolor con stru ctivo que nos ab rasa, para aprender de la piedra m aciza e inhiesta la m aciza y erguida ver­ ticalidad de lo español. >Hoy, sin em bargo, es Y uste nuestra honda preocupación y nuestra inm ediata tarea. N o es que so b re to d o s, con expresar y decir tanto este ' nom bre, tenga preem inencia ni preferencia, sino que en el correr de las efem érides de los hechos h istóricos, unas a o tras se suceden y com o la conm em oración de unas a otras engrandece, así


136

DOMINGO SANCHEZ LORO

com o el olvido a to d as daña, ju sto es celebrar­ las con el esplendor que cada una requiere, para que no se resienta ni quiebre eslabón alguno de la cadena histórica. ¡►Conm em orándose el 21 de Septiem bre de 1958, el cuarto centenario de la m uerte del siem ­ pre A u gu sto C arlo s, acaecida en el solitario M o ­ nasterio de Y uste, al cual se retiró ya «can sad o de sostener cual nuevo atiente el m undo», para dar de mano a los n egocios terrenos y entregarse solo a los espirituales, pues ju sto era que el que no conoció «lindes ni h ito s en la geografía de las tierras y de los m ares», limpiara de ab ro jo s y es­ pinas los cam inos qu e conducen a la otra, a la pura e im palpable geografía celeste y eterna. »N o d u dam o s que este cuatricentenario ha de celebrarse con la solem nidad y pom pa que m erece y le es debida a la universal figura del m ás univeisal de los C ésares. P ueblos y hom bres del m undo rendirán hom enaje a su recuerdo, pu eb lo s y hom bres *de España arderán en jú b ilo y to d o s confesarán y proclam arán las virtudes, cualidades y excelencias del C ésar C arlos. »Pero el más acertado hom enaje que rendírse­ le pudiera, habría de ser la reconstrucción de ese derruido M onasterio, y celebrar en él los princi­ pales actos del cuatricentenario. Porque si en to ­ d as las latitudes del planeta habrían de encontrar­ se lugares para honrar su m em oria, pues no hay pedazo de tierra que no pisaran su s pies o reco­ nocieran su grandeza, ninguno guarda de Su M a­ je sta d m ás grato recuerdo ni m ás con m ovedora lección, que este solitario retiro. H ablarán T ún ez, Pavía, M ulhberg, Flandes, El Franco C o n d ad o y to d o s los pueblos, ciudades y aldeas españolas de la gloriosa gesta de su vida, y la pura y exacta

LA CELDA DE CARLOS V

137

geom etría de El Escorial entonará el lúgubre acento de su m uerte, pero una y o tr a —vida y m uerte— están recogidas, con dim ensiones infini­ tas, en esas piedras m ilenarias, que en con fu so desorden se am ontonan en este rincón extrem eño, en el que aún resuena el eco de las cristianísim as palab ras con las que p u so fin a su vida aquel in­ victísim o C ésar, que com enzó gobernan do en fla­ m enco y term inó m uriendo en español. »¿C a b e m ayor hom enaje a tan gran m em oria? »N o ignoram os la honda e intensa p reo cu p a­ ción de n uestros gobernantes por la recon stru c­ ción de este solar cesáreo. D esd e la generosa d o ­ nación que, de este histórico M on asterio de San Jerónim o de Yuste, hicieran los M arqueses de M irabel, el M inisterio de E ducación N acional to ­ mó a su cargo la restauración del venerado lugar y con el ritm o que perm iten las m últiples aten cio­ nes que so b re él pesan, van las piedras dan do t o ­ no y sen tido a su prim itivo estad o con acertada y exacta expresión arquitectónica. »M ás tanta es nuestra ansia y tan grande es nuestro deseo de ver term inada su recon stru c­ ción, que no ocu ltam os la posib ilid ad de que, p o r dificultades de uno u o tro orden, no fuera p o si­ ble su term inación en la fecha del cuatricen te­ nario. »Para que to d o su ceda conform e a nuestro sentir, que es interpretación del sentir de to d o s los españoles, nada más acertado y eficaz que una acción conjunta de los d istin tos O rganism os, que en la árdu a y difícil labor de reconstrucción de E spaña están em peñados. U nase a la ingente la­ b o r del M inisterio de E ducación N acional la pre­ ocupación que el M inisterio de la G obernación, por m edio del D epartam ento de Regiones D e v as­



B I B L I O G R A F I A C ró n ic a d e l C onvento de Yusíe. de Fray Luis de Santa María. Manuscrito propiedad del Marquésde Mirabel. U na

visita a l M o n a s te rio

de

Yuste. de Pedro

Antonio de Alarcón. Por

la

V ieja E xtrem adura,

de Jo sé Blázquez

Marcos y Tomás Martín Gil. E l M o n je d e l M o n a s te rio de Yuste, de Leandro

Herrero. H is to ria

U niversal, de C ésar Cantú.

H is to ria y A n a le s de la C iu d a d de P lasencia y su O b isp a d o , de Fray Alonso Fernández. V ida de C a rlo s V, y E pítom e de la V ida de C a rlo s V, de Vera y Zúñiga. H is to ria de C a rlo s V, de Robertson. V ida d e l invictísim o E m p e ra d o r

C a rlo s

V. de

Gregorio Leti. L ib ro de cosas curiosas en tiem pos d e l E m pera­ d o r C a rlo s V y d e l R ey don F elipe, nuestro S eñor, de

Antonio Cerezeda. (Bibl. Real Acad. de la Historia). V ida d e l E m p e ra d o r en Yuste. de Sandoval. H is to ria de la O rd e n de S an J e ró n im o , del P. Si-

guenza y Fray Francisco de los Santos. H is to ria d e l M o n a s te rio de Yuste, del P. Domingo

de Guzmán María de Alboraya. H is to ria

G e n e ra l de

España, de Modesto La-

fuente. J e ro m ín , del P. Coloma. R elación de la entrada que C a rlo s V, E m p e ra d o r


h iz o en Yuste, Romance

de Pedro Acedo de la B a -

rrueza.

D ic c io n a rio H is tó ric o , de Agustín C ean Bermúdez C a tálogo M o n u m e n ta l de la P ro v in c ia 'd e Cáceres.

(Manuscrito de la Bibl. Nacional).

■de Jo sé Ramón Mélida. V iaje de España, de Antonio Ponz.

Fundación d e l M o n a s te rio de Yuste. de Fray Her­ nando del Corral (Manuscrito Bibl. Escorial).

Unamuno.

R e tiro , estancia y m uerte d e l E m p e ra d o r C a rlo s V en e l M o n a s te rio de Yuste. de Tomás González (Se

Stirluig Maxunell.

R e tra to de C a rlo s V, del M a rq u é s de V a ip a ra is o

conserva este manuscrito en el Ministesio de Nego­ cios Extranjeros de Francia). Vida de C a rlo s V en e l M o n a s te rio de Yuste. de el Prior c.e Yuste y Limosnero del Emperador. Fray Martín de Angulo. (Fué escrita por encargo de la Princesa doña Juana). H is to ria b re ve y su m aria de cómo e l E m p e ra d o r don C a rlo s V. N u e s tro Señor, tra tó de venirse a re­ coger a l M o n a s te rio de San J e ró n im o de Yuste. que es en la Vera de Plasencia, y re n u n c ia r sus E stados en e l P rín c ip e don Felipe, su h ijo , y d e l m odo y m a­ nera que vivió un año y ocho meses menos nueve días que estuvo en este M o n a s te rio , hasta que m urió, y de las cosas que acaecieron en su vida y m ue rte , Manus­

crito anónimo, que se conserva en el Archivo *Courfeodal». de Brabante. R e liq u ia s de Yuste, de Jo sé Ramón y Fernández

La vida de C a rlo s V en e l claustro, de WillLm R e tra ite e t m o rí de C h a rle s Q u iñ i an M o n a s té re de Yuste, por M. R. Gachard. R e la fió n des A m b assa deurs vénifiens s u r C harles, Q u iñ i e l P h ilip e II, de Mr. Gachard. C h arle s V, C h ro n iq u e de sa vie in fé rie u re et de sa vie p o litiq u e , de son a b d ica tió n e t de sa re tra ite dans la c lo ítre de Yuste, de Amadeo Pichart. C h a rle s V, son a b d ica tió n , son se jo u r e t sa m o rt an M onastére: de Yuste, de M. Miguet. M e m o ria s de F ra y J u a n de San J e ró n im o , publi­ cad as en el tomo Vil de la ‘ Colección de documentos inéditos paro la Historia». E stu d io s o b re C a rlo s V, del P. Dietens, publicado en <Rvue Catholique», de Lovaina. E studio so b re las cartas d e l E m p e ra d o r C a rlo s de

E u ro p a , E m p e ra d o r de O ccidente, de

N o b ilia rio G eneológico de los Reyes y Títulos de España, de Alfonso López de Haro.

B. M/yndham Lewis. C a rlo s V, de J . Poch y Noguer.

A m enidades, F lorestas y R ecreos de la P ro v in c ia de la Vera A lta y B aja, en E xtre m a d u ra , de Gabriel

Manuscrito (Arch. Catedral de Plasencia).

Acedo de la Berrueza. España. Sus M o n u m e n to s y

C o lección

de cartas y docum entos d e l S ig lo X VI-

H is to ria de D o n C a rlo s A rte s ■ E xtre m a d u ra ,

de Nicolás Díaz Pérez. E l Escudo de España, de N. Sentenanch.

V

de G. Heine. C a rlo s

Oxea.

Visiones Españolas, de Miguel de

A n d a n za s y

V, del Doctor Bustos.

Manuscrito (Bibl. del Escorial). C a rlo s V e l E m p e ra d o r y

Bigelow Merriman.

e l Im perio, de Roger











Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.