Extremadura y los extremeños por Eduardo Hernández Pacheco

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D i s c u r s o d e G r a c ia s


ED U A R D O H ERN Á N D E Z -PA C H E C O (Discurso de gracias con motivo de la concesión al autor por la Excma. Diputación Provincial de Cáceres, de la Medalla del Mérito provincial) (1931)

“EXTREMADURA Y LOS

EXTREMEÑOS”

EDUARDO HERNÁNDEZ-PACHECO

A bril de 2008 "D ÍA D EL LIBRO"


PRESENTACIÓN Aliada con otras Instituciones públicas y privadas, nacionales y locales en el común compromiso de la defensa del libro y el fomento de la lectura, la Caja de Extremadura a través de su Obra Sociocultural desea celebrar con los lectores -en especial los más jóvenes- este cervantino 23 de abril obse­ quiándoles con este librito, octava entrega de 'Visiones de Extremadura', toda una invitación al mejor conocimiento y rememoración de nuestro pasado. En efecto, inscrito en este propósito, 'Extremadura y los extre­ meños' del científico y naturalista Eduardo Hemández-Pacheco nos sitúa en el estado de nuestra región en el primer tercio del siglo XX y nos per­ mite asistir al dramático espectáculo de postración y abandono que pade­ ce, instalada como es sabido en el subdesarrollo material y cultural e ins­ taladas sus gentes en el más persistente conformismo, esto es, los males seculares que le han aquejado y sobre cuya erradicación nuestro autor pro­ pone un conjunto de medidas. Han tenido que pasar muchas décadas para que aquella lacerante realidad la que hoy transform ada en otra Extremadura plenamente asentada en la modernidad y capaz de afrontar los retos de la nueva era tecnológica y de la globalización que nos ha toca­ do vivir, gracias al empuje solidario de corporaciones públicas y entidades privadas con nuestra Caja, y al coraje de no pocos extremeños. La publicación da pie, por otra parte, para recordar igualmente al Profesor Hemández-Pacheco, de ascendencia y vocación extremeñas, que nos legó una ingente obra y muy valiosas aportaciones en el ámbito de las ciencias de la Naturaleza y que es considerando como un pionero del ecologismo actual por lo que cobra hoy mayor actualidad Edita: Caja de Extremadura Dep. Legal: CC-104-08 Composición e impresión: Imprenta “La Victoria” C/ La Merced, 5 - PLASENCIA

J e s ú s M e d in a O c a ñ a PR ESID E N T E D E LA CA JA D E EX TR EM A D U R A

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PRÓLOGO “Extremadura y los Extremeños” El día 13 de enero de 1931 la Excma. Diputación de Cáceres celebró sesión extraordinaria al único objeto de deliberar y aprobar, a propuesta de su pre­ sidente, la concesión de la 'Medalla del Mérito Provincial' a don Eduardo Hemández-Pacheco y Estevan (Madrid, 1872-Alcuéscar, 1965). El pleno corporativo aprobó por unanimidad la moción presidencial conscientes y sabedores todos sus miembros de que la acreditada categoría científica del egregio naturalista y su acendrado amor a su tierra extremeña constituían muy firmes credenciales, para hacerle acreedor a tan alta distinción, según quedó probado en el largo, convincente y necesario proceso de tramitación estatutariamente establecido. A ello hubo de corresponder el distinguido, el cual haciendo uso de la protocolarizada fórmula del 'discurso de gracias' disertó en solemne acto público sobre 'Extremadura y los extremeños', texto que reproducimos a continuación recuperándolo e incorporándolo a nuestra colección

'Visiones de Extremadura'. Como se comprobará, se trata de una disertación razonada que discurre, detenida y metodológicamente, sobre la naturaleza y esencia extremeñas desde ángulos y enfoques que nos descubren al investigador incansable que fue Hemández-Pacheco en los más variados ámbitos y ramas de las ciencias geológicas (geología, paleontología, geografía física, mineralogía, arqueología, prehistoria,...) y naturales (botánica, zoolo­ gía,.. .) de cuyo conocimiento y sabiduría dan cuenta los dos centenares de publicaciones, que computa en copiosa bibliografía. E, igualmente, por tra- ‘ tarse de una 'lección' en el sentido estricto, nos revela al profesor vocacional que fue, desde su estreno juvenil en el Instituto Provincial de Segunda Enseñanza de Cáceres -hoy 'El Brócense'- como 'interino gratuito de la sec­ ción de ciencias' y sucesivamente 'auxiliar por oposición' de la Universidad de Valladolid o catedrático del Instituto de Córdoba hasta culminar su carrera docente como catedrático de 'geología geognóstica y estratigrafía' de la Universidad Central de Madrid.

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Al tiempo de su ingente labor investigadora y docente ocupó numerosos cargos, entre otros la jefatura de la sección de ecología del Museo Nacional de Ciencias Naturales, o Delegado-Inspector de Sitios y Monumentos Naturales de Interés Nacional de la Comisión de Parques Nacionales, o Vicerrector de la Universidad de Madrid, o Director de la Comisión de Investigaciones Paleontológicas y Prehistóricas de la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas; dirigió expediciones científicas como la de Lanzarote y las de Ifni y Sahara; representó a España como Delegado en numerosos congresos y foros internacionales; fue miembro de Academias, Sociedades y Patronatos tanto nacionales como extranjeros.

te' sentimiento por la situación de postración y retraso que padece Extremadura y contra la que incita a rebelarse:

En todas estas responsabilidades y encomiendas dejó huella inde­ leble no sólo de su sabiduría y conocimientos sino también de los ideales de libertad y progreso que inspiraron su vida y de su honda preocupación por el desarrollo y la renovación de la ciencia en España, actitudes que le entroncan con los movimientos regeneracionistas y del 98. Toda una ingente tarea y toda una vida intensamente dedicada a la ciencia que le hizo merecedor del reconocimiento y respeto de la comu­ nidad científica internacional. Una parte de esa vida y de esa tarea son extremeñas por derecho propio. Se confiesa el propio don Eduardo Hemández-Pacheco cuando escribe:

Como lo es, en fin, su firme decisión de pasar los últimos años de su vida y gozar del descanso definitivo en compañía de sus antepasados en su tierra alcuesqueña. La visión de Hemández-Pacheco acerca de Extremadura y de los extremeños data de 1931, según quedó indicado más arriba; es decir, han transcurrido de entonces acá nada más y nada menos que setenta y siete años. Una distancia muy considerable nos separa temporalmente de aque­ lla fecha; con seguridad que la realidad descrita por el naturalista resulta igualmente distante a los ojos de hoy y, asimismo, bastante distinta. Quede para el lector la tarea de cotejar una situación y otra y establecer el consi­ guiente balance. Más allá del ejercicio comparativo propuesto y, en general, de la opinión o el juicio que las teorías y disquisiciones de don Eduardo merez­ can, importa destacar y rubricar al menos, una de las varias enseñanzas que se encierran en su docta 'lección': su convicción de que Extremadura debe combatir y erradicar de su comportamiento el conformismo que secular­ mente la ha acompañado; debe guiarse, por el contrario, con una actitud siempre despierta y siempre diligente al encarar los problemas y dificulta­ des del presente y afrontar los retos y desafíos del futuro. '¡Alerta, pues, extremeños! Los tiempos actuales no son para dormitar', exclama el orador a los oidores de entonces. El mensaje sigue teniendo vigencia.

'Por cacereño me tengo y por extremeño me tienen todos, pues aunque no nací en Extremadura, en Alcuéscar me crié, de allí tengo los primeros recuerdos de la infancia, allí permanecí lar­ gos años con mis padres, de viejo abolengo alcuesqueño. En Extremadura aprendía a leer y cursé los estudios de bachillera­ to; en el Instituto de Cáceres desempeñé mi primer cargo docen­ te. En el ambiente de la tierra cacereña se formó mi espíritu, a la provincia de Cáceres se refieren mis primeros trabajos geológi­ cos; en ella conservo afectos, familia y amistades entrañables y en ella están mi casa solariega y mi patrimonio familiar, y nunca paso un año sin vivir más o menos tiempo en el ambiente de paz de la inmortal Extremadura'.

'Tiempo es ya también que la desamparada provincia cacereña en sus necesidades, en los caminos, en los ferrocarriles, en los medios de vida que carece, en las escuelas y establecimientos de cultura que la faltan, que deje de ser la cenicienta de España pero que no pida humildemente al poder central. Valiente y deci­ dida exija que se atienda a lo que por nobleza, por su desinterés por la historia, y por su patriotismo tiene derecho'.

TEÓFILO GONZÁLEZ PORRAS A B RIL DE 2008

Como lo es su estrecha vinculación con la 'Revista Extremadura' y la cacereña 'Alcántara' con las que celebró acompañando a sus ilustrados impulsores y amigos Roso de Luna, Publico Hurtado, Sanguino Michel, García-Plata de Osma, Joaquín Castel, entre otros. Como lo es su 'dolien­

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ACTA DE LA SESIÓN DE LA DIPUTACIÓN DE CÁCERES, CELEBRADA EL 28 DE ENERO DE 1931, EN LA QUE SE CONCEDE LA MEDALLA DE ORO DEL MÉRITO PROVINCIAL A DON EDUARDO HERNÁNDEZ-PACHECO

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EXTREMADURA Y LOS EXTREMEÑOS

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LA PATRIA Sean mis primeras palabras de profundo reconocimiento y gratitud a la Diputación extremeña que me ha hecho el gran­ dísimo honor de concederme la M edalla del Mérito Provincial: A todos los diputados de la provincia de Cáceres y a cada uno de ellos en particular -tanto a los actuales como a los que cesaron en el transcurso de la necesaria y convenien­ temente larga tramitación que exige el galardón que hoy me concedéis- les expreso mi mayor agradecimiento, que hago extensivo a todos mis paisanos de la Extremadura Alta, pues de su soberanía popular son delegados los miembros que inte­ gran la Diputación Provincial de Cáceres. También deseo manifestar mi gratitud al Ateneo cacereño, al Instituto Nacional de Segunda Enseñanza y a las Escuelas Normales de Maestros, centros culturales que solici­ taron la concesión de tan grande honor; a la Corporación municipal de Alcuéscar, que quiso ensalzarme, al nombrarme su hijo predilecto; al Municipio de la capital, a todos los cacereños, a toda Extremadura, pues constantemente he recibido de sus Corporaciones culturales y de la Prensa de ambas pro­ vincias, bondadosos elogios y consideraciones de afecto, que me ligarían, con vínculos de amor, a esta sagrada tierra, de abolengo glorioso, si ya no estuviese ligado a ella por mi estir­ pe, por los recuerdos de mi infancia, por mi constante convi­ vencia en este noble, rico y fecundo solar -corazón de la tierra hispana- donde reposan en sueño eterno mis antecesores; donde radica mi hacienda, no por pobre menos amada, pues es el legado amasado con sudor y esfuerzo de mis progenitores; a esta tierra de mis amores, de mis desvelos, de mis trabajos,


de mis penas y de mis alegrías; a este país que es mi patria ver­ dadera, no la patria convencional que da el nacimiento, o que delimitan las fronteras políticas o administrativas, y pretenden fijar las conquistas o establecer los convenios diplomáticos; patria que determina únicamente el corazón del que la siente; patria de límites imprecisos y vagos, que se extiende hasta allí donde el sentimentalismo individual alcanza, influenciado, más o menos concientemente por el determinismo de las leyes naturales de la geografía, de la tradición y de la historia. Por esto yo no puedo separar en tan solemne acto una provincia extremeña de la otra, pues el impulso de mi corazón me obliga a sentirme íntegramente extremeño; pues en ambos territorios provinciales se desarrolló mi vida. En el cacereño pasé mi niñez y allí aprendía a leer; en Badajoz transcurrió mi adolescencia y en su Instituto cursé la segunda enseñanza; en el de Cáceres, durante mi juventud, comencé mi labor docen­ te; y desde entonces jamás trascurrió un año sin que, haciendo un alto en mi deber profesional, gozase del deleite de reposar alguna temporada entre los plácidos encinares de los campos emeritenses que alegra el Aljucén y en la variada campiña alcuesqueña. Pero desechando lo que de impulso emotivo y de afec­ to sentimental hay en esto; pensando, por una parte en lo que suponen las leyes naturales de la geografía y de la geología, de la vegetación y de las producciones de la tierra, y, por otra, en las características raciales y en las consecuencias de la histo­ ria, y, como resultado de este complejo, en los intereses espi­ rituales y materiales de nuestro país, vengo a la conclusión de que Extremadura constituye una tal unidad geográfica, histó­ rica y económica, que nos induce a pensar en la conveniencia, general a todo el territorio extremeño, que las dos provincias -la del Tajo y la del Guadiana-, dentro del libre y autónomo régimen administrativo de cada una, procedan atentas a una

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intensa y eficaz cooperación y coordinación de esfuerzos comunes, especialmente en cuanto atañe a fines culturales y en cuanto se refiere a los intereses económicos de la región, pues en toda ella los problemas son los mismos; en ningún caso los intereses son antagónicos, y cuando por diferencias fisiográficas se presentan con diverso aspecto, tienen el de complementarios de los característicos de las otras comarcas extremeñas. Afortunadamente esta compenetración y unión espiri­ tual está en el ánimo de todos los extremeños, pues en cuanto se encuentran fuera de su país todos se llaman y consideran paisanos, fundiéndose en el concepto común de extremeños, incluso los que proceden de localidades que, rebasando los límites políticos, encajan dentro de los que la naturaleza esta­ blece. Extremeños se consideran y lo son, los que habitan desde las nevadas cumbres de Almanzor hasta los fructíferos castañares y olivares de la alegre y pintoresca sierra de Aracena, límite natural y meridional de Extremadura, y desde el Alentejo portugués a las vertientes de la Sierra Morena, que dan vista a la llanura bética. Ya lo dice la vieja copla popular, aludiendo a Guadalcanal de la Plata, ciudad de la provincia de Sevilla: Vengo de la Extremadura de ponerle a mi caballo de plata las herraduras.

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EL PAÍS Tiene Extremadura gran unidad geográfica y características físiográficas que hacen que nuestra región ofrezca condicio­ nes naturales de las más favorables en el ámbito peninsular: Orográficamente constituye una penillanura con altitud media de unos 400 metros, gran ventaja respecto a la meseta de Castilla la Nueva, que es 250 metros más alta, y mas ventaja aún sobre la planicie del Duero, de altitud media de unos 850 metros. Abierto el territorio extremeño a los vientos y a la humedad del Atlántico, es más lluvioso que las Castillas, pudiéndose calcular la pluviosidad media anual en nuestro país en unos 500 milímetros, distribuidos en forma tal que casi se enlaza la época lluviosa del otoño con la primavera. Estas circunstancias, unidas a lo templado y suave de las temperaturas invernales, con mínimas pocas veces inferio­ res a 0o y medias de enero de 6,9° en Cáceres y 8,2° en Badajoz, producen un resultado de la mayor importancia, base de la riqueza ganadera del país, cual es el campo verde en el otoño y especialmente en el invierno, cubriéndose las dehesas extremeñas, tan pronto viene la otoñada, del tapiz herboso, que crece y se desarrolla lozano en los meses invernales, y al que, muy rara vez, cubre la nieve, que es, en todo caso, fugaz y pasajera. En ninguna otra región española tiene la campiña más amenidad y placidez que en Extremadura. Las onduladas lla­ nuras y los oteros, salpicados de pintorescos roquedos graníti19


eos y canchales de cuarcita, se extienden por el ámbito de la tierra extremeña, con el florido yerbazal, cubriendo el suelo y el encinar frondoso, ocupando dilatados espacios y llenando el ambiente primaveral de paz y de serenidad. Hermosos días de plácido descanso espiritual en los amenos encinares, lejos del vertiginoso vivir de las grandes urbes. Bellas tardes de prima­ vera, en los floridos campos extremeños, de suave y dulce tranquilidad, en donde al estruendo agotador de la populosa ciudad sustituye el melodioso sonido del primitivo caramillo del zagal entre el tintinear lejano de las esquilas del ganado, juntamente con las repetidas notas musicales de la elegante abubilla, de movible penacho, y del escondido cuclillo, o del apagado canto de la rústica perdiz. La encina y el olivo, el árbol de Júpiter y el árbol de Minerva; estas son las dos especies arbóreas, siempre verde­ antes, propias, típicas y características de la tierra extremeña: la primera espontánea, la segunda cultivada; la encina fuerte y de porte majestuoso como el olímpico Zeus, padre de los dio­ ses; el olivo emblema de la paz y de la cultura, don de Minerva, la de las palabras aladas, diosa resplandeciente y venerable.

Ambos árboles son los que dan a Extremadura su mayor riqueza, siendo nuestros encinares, de fruto dulce y gustoso, los más extensos y productivos de todo el territorio hespérico. De lo dicho deducimos que, siendo la tierra extremeña donde más patente y con más fuerza se manifiestan estas características comunes al conjunto peninsular, llegamos a la conclusión que Extremadura, por sus características naturales, al igual que por las raciales e históricas -que estudiaremos luego-, es la tierra más genuinamente española, corazón gene­ roso de la tierra hispana. Tiene el sol de Extremadura -empleo este término en el sentido figurado de condiciones climatológicas de temperatu­ ra- características especiales que influyen grandemente en sus producciones naturales. Suave en los otoños e inviernos, su poder germinador y vivificante hace crecer pujante la vegeta­ ción y adelantarse los sembrados, que crecen altos, apretados y densos, en los campos cacereños, en las vegas del Guadiana y en la fértil tierra de Barros, mientras que en los valles del Jerte y del Alagón y en las abrigadas vallonadas de una y otra provincia, los naranjos, frondosos y bellos, se presentan cua­ jados de los dulces frutos del jardín de las Hespérides.

Si se escogiese un árbol representativo y emblemático de España, ninguno lo sería con más razón que la encina, pues por todas las comarcas y regiones de la tierra hispana se extiende abundante y frondosa: desde el estrecho que une los dos mares peninsulares hasta los ingentes acantilados de la costa cantábrica y desde las tierras mediterráneas de Levante hasta las atlánticas del litoral lusitano. Y si este emblema debiera ser dos ramas enlazadas, de especies arbóreas diferen­ tes, a la rama de la encina debiera unirse la del olivo, pues abarca su cultivo en nuestra patria mucha más amplia exten­ sión y rinde mayor producto el extenso olivar hispano, que el de cualquiera otra nación.

Después de la primavera, florida y fecundizadora, al llegar el solsticio de verano, las lluvias se interrumpen, comienza la estación seca, muy larga en Extremadura. Salvo en las zonas de Gredos y de Gata, donde actúa el clima de montaña, es el verano, en toda la región, en extremo caluroso, especialmente en el valle del Guadiana, con temperaturas medias estivales de 26 a 27 grados y máximas superiores a 40 grados. El sol, ardiente y brillante en un cielo sin nubes, y el viento solano, extremadamente cálido y desprovisto de hume­ dad, secan la vegetación herbácea; las mieses rinden su cose­

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cha, y hasta pasado el equinoccio de otoño; sustitúyese el verde de los prados por el amarillo de los pastizales, presen­ tándose entonces las dehesas extremeñas con un nuevo aspec­ to, también bello, por el contraste que hace el amarillo del pas­ tizal con el verde oscuro del encinar. Pero este calor estival es el que da a las frutas de nues­ tra tierra el exquisito gusto y sus excelentes condiciones; es el que produce los inmejorables pimentales de la Vera y de las vegas del Tiétar; es el que da su sabor y cualidades, no supe­ radas, a los higos de Almoharín, y, en general, a los de la extensa zona de higuerales situada en la base meridional de las graníticas sierras de Santa Cruz, de San Cristóbal y de Montánchez, desde las Miajadas a Alcuéscar; es el que ade­ lanta la madurez y da el buen gusto a las uvas y sandías de Villanueva de la Serena; es el que produce la abundante cose­ cha vitícola de Almendralejo y de Guareña y los buenos vinos de Brozas y de Motánchez. La constitución geológica del territorio extremeño contribuye mucho a dar unidad a nuestro país. Casi todo él está formado por pizarras silíceo-arcillosas del Paleozoico inferior, más o menos metamorfízadas en pizarras cristalinas. En extensas comarcas de la de Badajoz, los neis micáceos ocupan grandes extensiones. Las cuarcitas silúricas destacan en la penillanura pizarrosa, constituyendo los accidentes topo­ gráficos más abruptos y pintorescos, sobre todo en las ásperas Villuercas, cuyos escarpados picos, de cumbres dentelladas, se elevan hasta los 1.443 metros de altitud.

de Montánchez, cuya cumbre, por su elevación de 994 metros y situación céntrica, es el más espléndido mirador desde el que se divisa toda Extremadura; formando también el granito amplias e irregulares zonas en la provincia de Badajoz, de las cuales la más extensa es la que se continúa por los Pedroches cordobeses. Amplias llanuras, formadas por grandes espesores de aluviones, constituyen ancha banda entre la base de las mon­ tañas centrales de Extremadura y el valle del Guadiana; llanu­ ras denominadas rañas o rañales, que son testigos residuales de la red fluvial de la época pliocena, cuando el Guadiana no penetraba en Extremadura por el portillo de Cíjara, sino que por Puerto Rey y el puerto de San Vicente iba a verterse en el Tajo. Rañas antaño cubiertas de espesa vegetación de jarales y destinadas a cabreriles, y que en los últimos años del siglo pasado y en lo que va de éste han experimentado gran trans­ formación, descuajándose el matorral y convertido, lo que antes albergaba al ciervo, al corzo y al jabalí y era criadero de lobos y de alimañas, en extensas dehesas y tierras de labor que producen anualmente muchas toneladas de carne, lana, trigo y cebada, habiéndose aumentado de este modo en alto grado la riqueza del país.

En este conjunto pizarroso se intercalan extensas masas de granito, roca que forma la ingente sierra de Gredos y toda la Vera, constituye los berrocales de Trujillo, Miajadas y Alcuéscar y los comprendidos entre Cáceres y Alcántara, como también el escarpado picacho de Santa Cruz y la Sierra

Todos los terrenos mencionados, tanto los antiguos como los modernos, originan tierras de labor silíceo-arcillosas en las que falta o escasea en extremo el elemento calizo, pues las calizas en Extremadura afloran en reducidos manchones, constituyendo los llamados calerizos. Únicamente al Sur del Guadiana, por Lobón y Badajoz, entre otros sitios, y sobre todo en Tierra de Barros, el elemento calizo, bajo la forma de marga, entra en la constitución de las tierras de labor, resultando éstas por su mucho fondo, por la perfecta ponderación de sus ele­ mentos litológicos y por su fertilidad natural, la tierra más feraz de España, mucho más que la decantada Tierra de Campos, en

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los llanos vallisoletanos, y si acaso, comparable a las tierras negras llamadas de bujeo, en el valle bajo del Guadalquivir. También son de fertilidad extraordinaria las grandes llanuras por cuyo eje avanza el Guadiana en meandros diva­ gantes y en amplias tablas. El macizo de dioritas de Mérida, que hace describir al río un gran codo, corta el ancho valle en dos zonas: al Este de La Serena y al Oeste la que desde Mérida llega a Badajoz. Ambas fueron, al constituirse la red fluvial actual, al final del Plioceno y comienzos del Cuaternario, dos extensas lagunas pantanosas, rellenas de limos y de finas are­ nas arcillosas por la lenta acción del río; materiales ricos en elementos fertilizantes, de fácil laboreo y que conservan la humedad, propiedades del suelo que, unidas a las climatológi­ cas, explican la gran producción agrícola y pecuaria de las vegas del Guadiana. Caracteres muy diferentes tienen los dos grandes ríos extremeños. El Tajo, de valle disimétrico, en todo su curso, en nuestro país; corre adosado al borde bajo del escalón que forma la meseta trujillano-cacereña, por honda zanja casi siempre, disposición que ha obligado a sus afluentes por la margen izquierda a encajarse en los duros terrenos paleozoi­ cos en profundas gargantas, presentando, como también el río principal, excelentes condiciones para saltos productores de energía eléctrica. En cambio, los afluentes al Tajo por la mar­ gen derecha, al descender de las montañas de Norte y llegar a la baja llanura, al Sur de Plasencia, divagan por ella, llenán­ dola de finos aluviones, como acontece al Tiétar, al Jerte y al Alagón, disposición que permite atajar sus corrientes con pre­ sas, ubicadas en las gargantas de salida al llano y establecer embalses para regadíos en las bajas planicies. Muy otra es la característica del Guadiana, siempre de cauce anchísimo y valle llano y amplio, sin marcarse caracte­

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rísticas diversas en los afluentes por una y otra margen. Es el Guadiana y su valle adecuados para extensos regadíos, que con el tiempo sustituirán en las amplias vegas a los herbosos pastizales y a los cultivos de secano. Sale el Guadiana de los laberínticos montes de Toledo y penetra en la llana Extremadura por el estrecho congosto del portillo de Cíjara, el cual puede cerrarse fácilmente con una presa de la altura que se quiera, pero en la que cincuenta metros de elevación son suficientes para embalsar el río en un gran lago con dos extensas bifurcaciones: una, Guadiana arri­ ba, y otra, por la vallonada de su afluente el Estena, con una cabida total de 434 millones de metros cúbicos, que no ago­ tan, ni con mucho más, el caudal de ambos ríos. Este proyec­ to, ya por completo estudiado, es de realización fácil, y en extremo económico, por lo cerrado, firme y en absoluto impermeable de la cerrada y de la zona que ocuparían las aguas, y por no exigir casi gasto alguno en expropiaciones, pues el embalse se extendería por terrenos yermos, propiedad del Estado. Embalses laterales en los afluentes extremeños del Guadiana, tales como el Zújar y el Matachel, el Ruecas y el Búrdalo, completarían este grandioso proyecto, para el cual no ha llegado aún la hora de su realización. En todo lo que vengo diciendo se pone de manifiesto la gran riqueza natural de nuestro país en muy diversos órde­ nes: en el de la energía eléctrica producida por sus ríos; en el del agua para abastecimiento de poblaciones, y, sobre todo, para regadíos de producción espléndida, pues el calor germinador y fructificador no falta y las condiciones del suelo rega­ ble son excelentes por su topografía y constitución geológica; fuentes de riqueza que se suman a las agrícolas y ganaderas actualmente en explotación. 25


Extremadura constituye la gran reserva agrícola y pecuaria nacional, pues aunque en la actualidad es rica y productífera en extremo, aún puede multiplicarse mucho la pro­ ducción de la tierra y aumentarse en alto grado la densidad de su población. Extremadura no es tan sólo el generoso corazón de España, es también el gran reservado de sus energías vita­ les.

LA RAZA Difícil es determinar los elementos étnicos que en el transcur­ so de los tiempos se han ido superponiendo en estratos racia­ les a los pueblos primitivos que en los lejanos tiempos de la prehistoria ocupaban nuestro país, y también es difícil precisar en qué medida se fusionaron las razas nuevas con las viejas de la región, para llegar a constituir los actuales extremeños con sus características étnicas, físicas y psíquicas. Los datos pertinentes a los más lejanos orígenes de los extremeños los encontramos en los tiempos ya de clima actual en que una raza de cabeza redonda correspondiente a la época neolítica invade la Península, y mezclándose con los pueblos del mesolítico y con los dolicocéfalos del paleolítico superior, impone su cultura, germen de la actual. Los pueblos pintores de figuras y de signos rojos en los canchales de cuarcita de Las Batuecas, de Las Villuercas, de Alanje y de Alburquerque, y los constructores de enterramien­ tos dolménicos de Garrovillas, del Lácara y de los encinares de la sierra de San Pedro, son los más antiguos de nuestros antecesores de los que tenemos noticia cierta, los cuales cons­ tituyen el fondo étnico en el que se ha moldeado y formado la raza extremeña; viejo pueblo esencialmente ganadero en sus orígenes, como aún lo es en la actualidad, y entre los que se encontrarán analogías múltiples y patentes respecto a usos, costumbres y géneros de vida, en cuanto los estudios etnoló­ gicos analicen y comparen utensilios, artefactos, chozos y demás construcciones rústicas, que juntamente con ciertas tra­ diciones y supersticiones, no son sino supervivencias de cul­

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turas y mentalidades que, más o menos transformadas, persis­ ten a través de los milenios. No mucho más claros son los datos pertinentes a los tiempos protohistóricos, correspondientes a la edad de los metales; si bien de ellos haya mayor material arqueológico, pueden hacerse deducciones de orden lingüístico, y aunque en extremo incompletos, confusos y modificados, se dispone de documentos escritos, copiados de los periplos de los navegan­ tes del Mediterráneo occidental y de los relatos de los antiguos geógrafos e historiadores contemporáneos de aquellas remotas edades. Desde el fin de la época del bronce ocupa la llanura bética y de Huelva el pueblo tartesio, que con elementos ber­ beriscos, del África inmediata, y semitas, de las lejanas costas asiáticas del Mediterráneo oriental, se constituyó en la fina y elegante raza del feraz valle del Guadalquivir, la cual se infil­ tró hasta el Guadiana. Esta es la época del comercio del cobre y de la casite­ rita, madre del estaño, procedente de los aluviones, actual­ mente agotados; material precioso para la fabricación del duro bronce que se traía de las remotas tierras del Noroeste a través de las tribus que ocupaban Extremadura y Sierra Morena, hasta Huelva y Gades, y esta es la época de las fabulosas luchas entre Gerión, el gran rey de los tartesios, con los feni­ cios, y estos son los tiempos de las expediciones de los tirios y de las naves de Salomón y de Josafat al lejano occidente, pasadas las columnas de Hércules.

sora que se extendió hacia el Sur, por Portugal, e infiltrándose en Extremadura, añadió otro factor étnico y cultural a la vieja raza autóctona. En cuanto a los íberos, que tanta preponderancia han tenido en la constitución de los pueblos de Levante y del Noreste de la Península, representan un factor que ejercerá escaso influjo en Extremadura. Queda la cuestión del pueblo lusitano, que algunos suponen resultado de la penetración en Portugal de las tribus de la altiplanicie del Duero, a su vez empujadas por las tribus de los Vetones, al ascender desde el valle del Tajo a las altas llanuras del Duero. Los imprecisos bordes orientales de los lusitanos puede suponerse alcanzasen al interior de Extremadura, pues no sin fundamento Mérida fue capital de la Lusitania romanizada. Con estos elementos étnicos, unos atlánticos-europeos y otros mediterráneos del Sur y del Oriente, actuando sobre un fondo racial de viejo abolengo neolítico, se ha constituido nuestro pueblo, estabilizado desde entonces y fijado en el largo transcurso de los milenios, por las acciones del medio natural, a cuyas leyes, al igual de los demás seres del mundo biológico, está sujeta la especie humana, pues como expresa el dicho popular, "el hombre es hijo de la tierra", "de Gea, vene­ rable, madre de todos, la de sólidos fundamentos, que produ­ ce y sustenta a cuantos seres existen", que cantaba el padre Homero.

Otro hecho antropológico importante es el de la inva­ sión en el siglo VI, antes de Cristo, del pueblo europeo atlán­ tico, que se denomina celta, que ocupó el occidente peninsu­ lar y cuyo carácter étnico tanto persiste en Galicia, raza inva-

La dominación romana es bien sabido que no modifi­ có el cuadro racial de España, aunque transformó su civiliza­ ción y su cultura y estableció el régimen social y legal que aún persiste en sus fundamentos. Los elementos étnicos de la inva sión de los bárbaros fueron absorbidos por el pueblo auUVio

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no sin dejar señales apreciables, y por lo que respecta a la invasión árabe, no dejó sedimentos raciales diferentes de los que ya existían acumulados en las épocas a que nos hemos referido anteriormente. Así, cuando consideramos la gran metrópoli extreme­ ña, Emérita Augusta, en la época de Trajano, nos la figuramos expansionada, alrededor del núcleo emeritense, en una dilata­ da población rural, genuina del país, que se extendía lejos de la acrópolis al modo de la tela de la Epeira, de mallas tanto más anchas y abiertas cuanto más alejadas del centro, donde la araña, de fastuosos y brillantes colores, atentamente vigila. La muchedumbre campesina que en los días de grandes fiestas acudía presurosa al coliseo, al circo o al hipódromo, o se reu­ nía los días de mercado junto al magnífico puente sobre el Anás, no se diferenciaría en nada por sus caracteres étnicos, por los rasgos de su fisonomía, por la contextura y proporción de sus miembros y demás caracteres antropométricos, de la multitud que en los tiempos actuales acude de la región los días de feria a realizar sus transacciones agrícolas y ganaderas y llena de rebaños, vacadas y piaras las márgenes del río que el viejo puente une. Sólo la indumentaria, las costumbres, los hábitos y, en menor escala, la mentalidad, establecen diferen­ cias entre los que en nuestros tiempos, en tales días, ocupan el coso taurino y los que antaño llenaban el inmediato circo romano. Pasaron los siglos y tomaron distinto aspecto las civi­ lizaciones. En la secular lucha entre el Norte peninsular, cris­ tiano, y el Sur, musulmán, en las postrimerías del primer mile­ nio -época del gran esplendor de Córdoba-, según los relatos de los cronistas árabes, el hagib Muhamad ben Abí Amer, lla­ mado el almanzor, al llegar las primaveras concentraba a los muslines de Mérida, o sea a los rudos y valientes extremeños, y con esta gente intrépida y esforzada, que constituía el más

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valioso elemento de su ejército, avanzaba desde el Guadiana, camino de tierra de cristianos, y al llegar a lo alto del escarpa­ do borde de la meseta trujillano-cacereña, por cuyo pie corre en honda barrancada el Tajo, verían al otro lado de la llanura elevarse imponente, alta y abrupta, con su majestuosa creste­ ría nevada, alcanzando a las nubes, la granítica alineación montañosa, columna vertebral de la tierra hispana, que enton­ ces formaba la frontera, y descollando en la ingente montaña el dentellado macizo de Gredos, y en el conjunto de altos picos, cubiertos de blanca nieve, uno más alto, al que desde entonces, en homenaje al hagib cordobés, le denominaron el Almanzor, o sea el vencedor, el excelso, el eminente. El destructor de ciudades, el terrible cautivador de muchedumbres, el vencedor de reyes cristianos, fue a su vez derrotado en Calat Anosor y muerto en Medina Zelim el año 1001.

Después, en lucha secular de constancia y valor, los nobles y austeros castellanos desbordaron de su alta planicie, rodeada de montañas, hasta dar vista al opulento valle bético, ocupándole más tarde con sus espléndidas ciudades de Córdoba y Sevilla, llegando al mar en la arenosa costa de Huelva que se llama la playa de Castilla y en el ancho golfo tartesio. Extremadura se castellanizó y fueron todos unos, y fusionados en un mismo pueblo ocuparon las ásperas monta­ ñas de la cordillera Bética, y la bella Granada, asentada en el rico valle del Genil, al pie de la nevada Sierra que culmina en las altas cumbres del Muley Hacen y del Veleta, fue también Castilla. Toda España fue una, sustituyendo a las expediciones de desolación y guerra las pacíficas trashumancias de rebaños de baladoras merinas, desde las frías parameras y montañas castellanas a los plácidos encinares y verdes prados invernales

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extremeños, y de éstos, a las tierras altas de Castilla, cuando al iniciarse los calores estivales, las verdes praderías floridas comienzan a amarillear en los deleitosos campos de la zona media de las cuencas del Tajo y del Guadiana. Extremadura, así formada, viene a ser la síntesis del espíritu de España, con sus grandes virtudes y con sus defec­ tos, la tierra más genuinamente española. Por esto, cuando en las postrimerías del siglo XV y durante el XVI culmina la cul­ tura española y España llega a su máxima grandeza, los extre­ meños realizan las máximas empresas y los más gloriosos hechos que registra la historia de la humanidad; aun más gran­ des que las míticas hazañas de los héroes griegos, cantadas por el padre Homero. Extremadura, corazón de España, se exalta y se desborda, y saliendo fuera del ámbito peninsular, explo­ ra, conquista y civiliza dos grandes continentes, asienta los cimientos de múltiples naciones, funda tantas ciudades como aldeas existen en el solar extremeño, duplicando los nombres de los pueblos en el extenso ámbito americano, y lleva la cul­ tura y el habla española por todo un hemisferio terrestre. Espíritus de juicio superficial, tanto extranjeros como españoles, han considerado a los exploradores y conquistado­ res de América como grupos de aventureros en busca de for­ tuna, de condiciones morales poco recomendables en general y sin más ideales que la sed de oro. Apreciación completa­ mente falsa e injusta.

Las más diversas clases de la sociedad éstán represen­ tadas en los exploradores y conquistadores extremeños. Pondré como primer ejemplo a la noble trujillana doña María de Escobar, que con tierno amor y con la serena decisión de quien cumple un deber conyugal, acompañó a su esposo Diego de Chaves a América, cuando la conquista del Perú, compartiendo con él peligros y fatigas. Como buena y hacen­ dosa ama de casa, pensando en el nuevo hogar que habían de establecer en la remota y desconocida tierra americana, llevó consigo las doradas semillas de las mieses trujillanas, que repartió generosa entre los colonos de Lima, donde se estable­ ció. Con cuidadosa atención transportó al Perú las verdes estaquitas de los olivos extremeños que por su solícito cuidado se desarrollaron y extendieron en las mesetas andinas. Venerable y excelsa mujer, émula de la diosa Ceres, haciendo prosperar en el nuevo continente los frutos del antiguo. Pizarro es el más genuino representante del hombre salido de la masa anónima del pueblo, que llega a brillar a costa de ímprobos esfuerzos por sus propios méritos; zagal porquerizo en su niñez y en su adolescencia; soldado desco­ nocido, en su juventud; distinguido y hombre de guerra de confianza, en su edad viril, primero a las órdenes de Ojeda y después a las de Vasco Núñez de Balboa, en la homérica expe­ dición a través del Istmo. Se establece como colono en Panamá, frente al exten­ so y desconocido mar del Sur, donde le llega el comienzo de la vejez, pobre de fortuna, sano y fuerte de cuerpo, con ánimo sereno e imperturbable y con corazón intrépido.

Indudablemente el afán de hacer fortuna guió a la intrepidez extremeña en sus empresas americanas, pues ésta ha sido, es y será, general aspiración humana, como asimismo la de adquirir honores, nombre y fama. Pero también lo extra­ ordinario de la empresa y lo maravilloso de la aventura era lo que llevaba a América a gentes llenas de ideales nobles y de grandeza de espíritu: tanto al soldado como al sacerdote, al artesano como al letrado, al plebeyo como al hidalgo.

La discreción y el talento natural de Pizarro suplieron su falta de instrucción. Su ecuanimidad de espíritu, nobleza de ánimo y la íntima consciencia de su valer se manifestaron cuando, realizadas las penosas y tenaces exploraciones que precedieron a la conquista del Perú, vino a España e hizo al

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Emperador, con elocuente sencillez, sin apocamiento ni rude­ za, el relato de su odisea y de sus proyectos, consiguiendo concertar con la Corona las capitulaciones para la realización de la magna empresa. Contrato que la Emperatriz, por ausen­ cia del Emperador, firmó en Toledo el 26 de julio de 1529. Ninguno de los míticos héroes de la Grecia homérica puede compararse con este hombre de alma amasada con los espíritus de Néstor y de Aquiles. Hernando de Soto es comparable a Héctor, el Troyano. De abolengo aristocrático, adquirió instrucción universitaria y muy joven pasó a América con su pariente el gobernador Arias de Ávila. A los veinticuatro años tomó parte como oficial en la expedición a Darien, y a los treinta y tres mandó en jefe la que exploró la costa de Guatemala y Yucatán. Mozo apuesto y gentil, elegante, generoso y afable, intrépido y valeroso, se lle­ vaba las simpatías de los que servían a sus órdenes y de quie­ nes le trataban. Era el más diestro y bizarro jinete que pasó de España a América: cuenta su paisano y cuñado Balboa, que Soto, cabalgando armado, hacía saltar a su caballo un espacio de veinte pies. Durante toda la conquista del Perú, Hernando de Soto fue el escogido por su prudencia y ánimo esforzado por los peligrosos reconocimientos y descubiertas, y a él se le debió en mucha parte el éxito que alcanzó la empresa.

ción y su injusticia. No quiso presenciar la guerra civil entre españoles que siguió a la conquista del Perú, pues tan pronto terminó ésta y se desarrolló, enconada, la discordia entre los conquistadores, regresó a España, famoso y aureolado con la victoria y acrecentada su fortuna con la cuantiosa que obtuvo en el Perú. Pronto regresó a América, y con un ejército equipado a sus expensas, emprendió la exploración y conquista de la Florida; pero el éxito no coronó esta empresa, y después de vagar con su gente, hambrientos y descorazonados durante cuatro años por las inmensas llanuras del Sureste de los Estados Unidos y de la cuenca del Mississipí, por países des­ provistos de medios de subsistencia y ocupados por grupos hostiles de salvajes miserables, cuando regresaba la maltrecha expedición río abajo, murió el valiente y caballeroso conquis­ tador, que fue sepultado en la corriente del majestuoso padre de las aguas, comparable por su grandeza al noble espíritu del excelso extremeño. Hernán Cortés representa al hombre de cultura univer­ sitaria. De genio superior a Ulises, el héroe de la Iliada y de la Odisea, es como éste, fecundo en astucias, sagaz y prudente, de gran inteligencia y claro talento, de intrépido valor y de corazón fírme. Tan buen político y eximio estadista como excelente caudillo y gran guerrero. Fue el hombre de la con­ quista que mejor supo hermanar la libertad con el orden y la democracia con la autoridad, prestando cuidadosa atención, en el gobierno de Nueva España, al fomento de la cultura públi­ ca y al desarrollo de las Ciencias y de las Artes.

Soto es el prototipo de la generosidad y nobleza de espíritu; en su corazón no cabían la indignidad ni la injusticia. Fue el gran defensor del inca prisionero que fue sacrificado mientras él, ausente, en una expedición de reconocimiento; al regreso de la cual estalló en indignación al tener noticia de la muerte de Atahualpa, y buscando a Pizarro, a quien halló ape­ sadumbrado y con remordimientos, le recriminó duramente por haber cedido a los temores del ejército y a las sugestiones de los acusadores del inca, reconociendo el jefe su precipita­

Grande se manifestó Cortés desguazando sus naves, desmontándolas y destruyendo los cascos para impedir la posible retirada a su ejército y obligarle a vencer o morir. Grande fue también, haciendo construir en tierra fírme, lejos

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de la costa, los trece bergantines, hacerlos conducir a hom­ bros en grandes piezas a través de quince leguas de montaño­ sos y ásperos terrenos, armarlos en la orilla de la gran laguna de Méjico y con ellos apoderarse de la inexpugnable ciudad y de Guatimozin, el jefe azteca, preso por el cacereño García de Holguín, que mandaba el bergantín más veloz. Pero debe con­ siderársele dotado con más grandeza de espíritu cuando, a poco de desembarcar e inmediatamente de fundada la ciudad de Veracruz, da el alto ejemplo de civismo y de democracia de renunciar a todos sus cargos civiles y militares, propo­ niendo al Concejo que, antes de comenzar la conquista, pro­ cediese a la elección popular de gobernador y jefe de la expe­ dición. Puede ser que algún espíritu suspicaz, pensando en los amaños y ficciones electorales que hace más de medio siglo envilecen y deshonran a la nación española, vea en tal determinación una habilidad de Cortés. Maligna y necia suposición, pues Cortés comprendía que el verdadero poder reside en el pueblo y que éste únicamente era el que podía conferirle poderes para dirigir la empresa con autoridad y eficacia. Compare el que quiera aquellos tiempos con los actua­ les, haga comentarios y deduzca consecuencias. España entonces se hallaba a la cabeza de la cultura y de la civilización, y por eso era grande y poderosa. Extremadura se nutría con la luz intelectual que irradiaba de la Universidad de Salamanca, que compartía con la Sorbona y con la de Bolonia, en Italia, el predominio de la intelectua­ lidad y del progreso científico. Cortés, espíritu superior, com­ prendió lo mucho que supone en un pueblo su desarrollo inte­ lectual, y a esto prestó tan gran atención, que Méjico llegó a ser, bien pronto, la más adelantada nación de América, supe­

rando en ciertos aspectos culturales a muchas naciones euro­ peas. La ascensión de Diego de Orgaz al alto, nevado y a la vez ardiente cráter del Papocatepell, en plena erupción, cuan­ do los españoles avanzaban hacia Méjico, reconocimiento, según dice Solís, "para observar todo el secreto de aquella novedad", tiene todo el aire de una moderna investigación vulcanológica. Especulación científica que produjo útiles resulta­ dos, pues cuando se agotó la pólvora al ejército, pudo fabri­ carse gracias al azufre que Orgaz descubrió en la montaña vol­ cánica. Los primeros restos fósiles de grandes mamíferos, tra­ ídos de América a Europa, fueron los presentados por Cortés al Emperador Carlos. Tres años después de la toma de la ciudad de Méjico se fundaron, en 1524, las primeras escuelas, y desde entonces todas las iglesias y conventos de la América española tenían adjunta una escuela para los indios, entre los que descollaron muy ilustres escritores y artistas. Veinte años después, y muchísimo antes que existiesen en la metrópoli, funcionaban en Nueva España escuelas industriales, a las que concurrían los indios en gran número. En 1536 el Obispo Zumárraga ins­ taló en Méjico la primera imprenta, y desde 1539 existieron libros impresos en América. Los estudios de ciencias natura­ les y geográficos y los de ciencias físico-químicas, adquirie­ ron gran desarrollo en la Universidad de Méjico, en la que en 1579 se hizo en público la autopsia de un indio para indagar qué clase de epidemia era la que hacía estragos en el país. En 1693 se publicaba en dicha ciudad El Mercurio Volante, pri­ mer periódico del continente americano y uno de los primeros del mundo.

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Llegó la decadencia española, y Extremadura, que había enviado a América lo mejor de su gente y realizado tan grande derroche de energías, se adormeció cansada en su viejo solar.

LOS PROBLEMAS Tiempo es ya de despertar, pues en España, y más aún fuera de ella, ha comenzado una época en la que se ha acelerado, en grado extremo, el ritmo de las continuas variaciones que, en los diversos órdenes de la vida, traen los tiempos. La cuestión consiste en que salgamos del sopor secular, con nuevos bríos y energías, para bien de Extremadura y de España. El mundo está variando rápidamente como consecuen­ cia de la facilidad de medios de comunicación, maravillosa rapidez y economía de los transportes y desarrollo de la pro­ ducción. El efecto es el mismo que si el globo terráqueo se hubiera empequeñecido y los lugares lejanos de la faz de la tierra se hubiesen aproximado. El extraordinario aumento en la producción de las substancias más fundamentales para la vida humana, ha traí­ do, como consecuencia, el sobrante de ellas y su depreciación, y al mismo tiempo el aumento de los hombres sin trabajo. ¡Paradójico caso este del hambre por sobra de alimentos! La baja de los productos agrícolas camina rápidamen­ te, en todos los países, a los precios anteriores a la gran gue­ rra. De momento, las tarifas proteccionistas mantienen el pro­ blema económico sin resolverlo, buscándose la solución en la especialización de los países en aquellos cultivos que en cada caso rindan productos de mejor calidad y obtención más bara­ ta para que puedan competir en el mercado universal. Diversas regiones españolas están especializadas en la producción fru­ tera y hortícola, con buen resultado, pues por algo vale de 50

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a 60.000 pesetas una hectárea de huerto, en plena producción, en las vegas del Segura. Extremadura debe pensar en la pro­ babilidad de un obligado cambio de cultivos en algunas de sus comarcas y en la intensificación y mejoramiento de otros exis­ tentes. Independientemente de esto, aún falta mucho por hacer en Extremadura: la conquista de los jarales está muy lejos de haber terminado, y que el matorral dejaras, lentiscos, madroñeras, chamecas, murteras, romeros y brezos, se despe­ je de las llanuras y de los oteros y se reduzca a las altas lade­ ras de fuertes pendientes, a los peñascales y a las fragosas cumbres de ásperos riscos de cuarcitas. Queda por resolver el fundamental problema de la tierra en forma que, satisfaciendo lo que tengan de justas y equitativas las aspiraciones de la masa labradora, no altere ni desconcierte la economía nacional ni se merme la rique­ za del país, sino que se acreciente. Problema éste arduo y de gran complejidad en toda España, por lo en extremo diver­ so de su geografía, de su suelo y de sus condiciones físiográfícas. Lo mismo acontece en nuestro país, de tan varia­ dos matices dentro de la gran unidad que presenta la región extremeña. Al tratar las características del país extremeño, enun­ cié lo mucho que puede hacerse para la utilización de sus ríos, con enorme riqueza, actualmente improductiva. Hay problemas minúsculos y de detalle, como el inte­ resantísimo del aprovechamiento piscícola, con la sabrosa tenca extremeña, de los pequeños embalses y albueras. Hay problemas magnos, de gran envergadura, de aspi­ ración remota y de orden internacional, como el que supondría

la libre confederación de las dos naciones que ocupan la Península, con la posibilidad para Lisboa de alcanzar su población a un millón de habitantes y tener a Extremadura como zona la más rica de su interland, mientras que nuestra región tendría amplio mercado para sus productos y salida fácil al mar por uno de los puertos más importantes del atlán­ tico sud-europeo. Los enunciados son muestras de los problemas que, en gran número, se plantean en Extremadura, de los cuales no es ocasión ni lugar para tratarlos ahora. Pero como cuestiones básicas de la máxima importancia, están los de orden cultural, en sus dos aspectos de instrucción y de educación, instrucción que debe hacerse llegar a toda costa y a todo coste a la pobre, sufrida y laboriosa masa campesina, hasta que nos veamos libres de la lepra del analfabetismo. Educación a todos: a pobres y a ricos; a los que man­ dan y dirigen tanto o más que a los que obedecen. Educación orientada a que nos despojemos de la picardía, antaño propia de los hampones y galloferos, morbo del espíritu que hace algún tiempo ha invadido, juntamente con la cuquería, a las clases más distinguidas de la sociedad, funestas enfermedades de las que también está invadida nuestra tierra, que, como la ley del encaje, según Cervantes, "suelen tener mucha cabida en los ignorantes que presumen de agudos". Alejemos de nosotros la envidia, madre de la discor­ dia, hierba venenosa de nuestras ciudades y aldeas, de la que decía Quevedo "que anda flaca porque muerde y no come". Tengamos cohesión y coordinación, fuentes fecundas de la riqueza pública y privada. Prediquemos constantemente la concordia, la tolerancia y el respeto a las opiniones ajenas, sustentos de la paz y del bienestar de las corporaciones y de los pueblos.

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¡Alerta, pues, extremeños! Los tiempos actuales no son para dormitar, sino para estudiar con atención, meditar con ecuanimidad y serenidad de espíritu y obrar con diligen­ cia y resolución, con equidad y con justicia, para que Extremadura llegue victoriosa y con energías al fin de la lucha que en todo el mundo, y en España, ya ha comenzado.

LA ENSEÑA Los símbolos son nada y son mucho: suponen el constante recuerdo de los ideales que representan y significan unión y comunidad de aspiraciones y de hechos Extremadura carece de enseña, lo cual puede ser que a algunos espíritus superficiales les parezca cuestión baladí y sin valor positivo y tangible; pero si meditan, comprenderán que es de gran importancia espiritual y educadora que Extremadura tenga un símbolo de unión y de armonía que indique que toda nuestra región, por haberlo así dispuesto la Naturaleza, tiene los mismos problemas, los cuales debemos estudiar y resolver en perfecta coordinación de esfuerzos, den­ tro del régimen de la patria común española. Cataluña tiene su clásica bandera de las cuatro barras; Castilla, el antiguo pendón morado; Valencia, hace poco cele­ bró la fiesta de su señera; Andalucía ha escogido recientemen­ te los colores blanco y verde para su enseña. Extremadura debe tener la suya. La bandera que Hernán Cortés llevó a la conquista de Méjico, era de damasco rojo. En los tiempos de las expropia­ ciones de los extremeños en América, no existía bandera nacional. La actual data de los tiempos de Carlos III, resulta­ do de una especie de concurso, en el que el Rey puso la con­ dición de que no figurasen para la bandera nacional los colo­ res de la casa reinante. En la enseña regional de Extremadura deben tener

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lugar preponderante los colores rojo y amarillo, en tres bandas de igual anchura, pues nuestra región, según se ha dicho, es la más genuinamente española. Al resto de la bandera puede corresponder un gran triángulo azul cuya base ocupe todo el ancho de la enseña en la parte del asta, alcanzando el vértice hasta las cuatro quintas partes de la línea media del amarillo. Un gran sol radiante, también amarillo, debe llenar gran parte del triángulo azul. El simbolismo está claro. España, representada por los colores nacionales, domina y prepondera y constituye el fondo de la enseña regional. El azul es el extenso océano, cruzado en larga navegación por los bajeles donde los audaces explorado­ res extremeños iban en busca de la fama y de la gloria a con­ quistar, cual nuevos argonautas, el vellocino de oro; el azul del mar de las Antillas y del proceloso golfo de Méjico; el del mar del Sur, que Vasco Núñez de Balboa descubrió; el azul del inmenso Océano Pacífico y del mar de las Indias, en donde los monzones hinchaban las velas de los galeones que marcaban, con fugaz estela, la ruta de Acapulco a Manila. En cuanto al sol radiante, puede significar el ardiente y vivificador de Extremadura, y también asociarse su imagen al sol de los tem­ plos incaicos y de los sangrientos adoratorios aztecas, cuyos ídolos, símbolos de una religión de crueldad y de muerte, los valientes conquistadores extremeños y los heroicos misione­ ros sustituyeron por la cruz, símbolo de una religión de paz y de amor.

Gallo, sus hombres morían agotados por las enfermedades, el hambre y las inclemencias; el bajel que esperaban, en vez de refuerzos y bastimentos, traía la orden del gobernador de hacer retomar la expedición a Panamá, y Pizarro se mantenía decidido con voluntad y corazón impertérritos. Inspírese también la juventud extremeña en aquellas palabras de Pizarro, en aquel momento histórico, que decidie­ ron a los trece de la fama a seguirle cuando, sacando la daga, con ella trazó en la arena de la desolada isla del Gallo una raya de Este a Oeste y dijo a su acobardada gente, señalando alter­ nativamente al Sur y al Norte: "Camaradas y amigos: esta parte es la de la muerte, de los trabajos, de las hambres, de la desnudez, de los aguaceros y desamparos; la otra la del gusto. Por aquí se va a Panamá, a ser pobres y a la vida obscura y miserable; por allá al Perú, a ser ricos y famosos. Escoja el que fuere buen castellano lo que más bien le estuviere." E d u a r d o H e r n á n d e z -P a c h e c o

Debemos tener gran confianza en la juventud; de ella es el porvenir. Inspírese la extremeña en el gran ejemplo de Hernando de Soto y de Cortés. Incluyo en esta juventud a los que, aunque no lo sean por su edad, conserven jóvenes los arrestos, el ánimo y el corazón; pues sesenta años tenía Pizarro cuando, de retomo de España, emprendió la conquista del Perú, y cincuenta y siete cuando, en la inhospitalaria isla del

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BIBLIOGRAFÍA DE EDUARDO HERNÁNDEZ-PACHECO REFERIDA A EXTREMADURA 'Datos para la fauna de Extremadura central'. 1895 'Una excursión por la Montaña y el Calerizo de Cáceres'. 1895 'La gneis de la Sierra de Montánchez'. 1897 'Erosión de las rocas graníticas de la Extremadura central'. 1897 'Los glaciares cuaternarios de la Sierra de Hervás'. 1899 'La conquista de los jarales'. 1899 'Del meteorito de Guareña'. 1900 'Sobre la existencia de fenómenos glaciales en el Norte de Extremadura'. 1900 'Los filones estanníferos de Cáceres y su comparación con los de otras regiones'. 1900 'Apuntes de Geología extremeña'. 1901-1902 'Consideraciones respecto a la organización, género de vida y manera de fosilizarse algunos organismos dudosos de la época silúrica, y estudio de las especies de algas y huellas de gusanos arenícolas del silúrico inferior de Alcuéscar (Cáceres)'. 1908 'Nota descriptiva del yacimiento mineral radiactivo en el granito de Albalá (Cáceres)'. 1908 'Sobre supuestos fenómenos glaciares en el Norte de Extremadura'. 1916 'Pinturas prehistóricas y dólmenes en la región de Alburquerque'. 1917 'Fisiografía del Guadiana'. 1928 'Datos geológicos de la Mesetas toledano-cacereña y de la fosa del Tajo'. 1929 'Extremadura y los extremeños'. 1931 'Discurso respecto a los extremeños en América'. 1932 'El mineral de uranio de Albalá (Cáceres)'. 1945 'Caracteres naturales de Extremadura Central en relación con las del conjunto hispano'. 1949

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A cabóse de im prim ir este libro en los talleres de Im prenta “ La V ictoria”, de Plasencia, el día 23 de Abril d e 2008, “ D ía del Libro” , al cuidado de Teófilo G onzález Porras.


COLECCIÓN

“VISIONES DE EXTREMADURA” “Referencias a Extremadura del Maestro Correas y del Médico Sorapán” (2001) “En tren por Extremadura con Gregorio Marañón” (2002) “Un viaje romancesco a Yuste con Ciro Bayo” (2003) “Un viaje a Extremadura con Federico García Sánchiz” (2004) “Extremadura (Badajoz y Cáceres) de Nicolás Díaz y Pérez” (2005) “Viage a Estremadura de Francisco de Paula Mellado” (2006) “Viaje por castillos y monasterios en Extremadura con Federico Carlos Saínz de Robles” (2007) “Extremadura y los extremeños” de Eduardo Hemández-Pacheco (2008)


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