Descripción y noticias del Casar de Cáceres por Gregorio Sánchez de Dios

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BIBLIOTECA EXTREMEร A

POR

Gregorio Sรกnchez de Dios

Publicaciones del Departam ento Provincial de Sem inarios de F . E. T. y de las J . O. N. S.

CACERES -

1952


Proemio Vosotros, camaradas, tenéis c¡ue demostrar c¡ue la Jalan ge sirve para los mommtos de lucha y para los momentos de paz, para derribar un orden caduco y con trario a España, lo mismo c¡ue para construir otro nuevo y enraizado en su historia, d¡ue sois aptos no sólo para las ocasiones de riesgo físico, sino también para las tareas de la inteligencia y del trabajo, (fue dejáis huella de vuestra eficacia por todos los terrenos (fue pisáis, y a estén cubier­ tos por el asfalto urbano o por el polvo campesino, que sois los mejores, no sólo en los puestos políticos, sino en vuestras respectivas profesiones, empleos u oficios, y cfue habéis sustituido vuestra ardorosa ingenuidad de antaño por una veteranía política cfue, sin haceros incurrir en las clásicas intrigas y encrucijadas de la vieja política, os da armas bastantes para libraros de los escollos de la reali dad y de los atacjues de las fuerzas políticas, c¡ue son ha­ bilidosas y no se resignan a olvidar viejos métodos de lu­ cha. Pero debéis también velar por la defensa doctrinal de la falange, cuya esencia y cuyo núcleo central estriba en la unidad, pero no en la unidad fundada en el miedo, ni en la fuerza, ni en las concesiones, sino en la incorpora­ ción de todos los españoles a una gran empresa común, porgue nuestra guerra no tuvo una finalidad de revancha, de descjuite, sino de destruir todos los obstáculos cfue se oponían a cfue naciera la ilusión de esta empresa y la am ­ bición de los españoles por llevaría a cabo. P ara esta uni­ dad nació la OFalange y por esta unidad ha luchado. R a im u n d o F ern a n dez C u e s t a .

(Del discurso d irigid o a los cam aradas da la V ieja G uardia, en Valencia del Cid).


Falange Española considera a l hombre como conjunto de un cuerpo y un alma, es decir, como capaz de un desfino eterno como p o rta d o r de valores eternos. (Puntos iniciales de Falange).

C on siderar al hom bre com o po rtad o r de valores eternos, es el duro cim iento que sustenta la doctrina de Falange. E s­ to plantea d o s problem as fundam entales: conocer el estad o actual del hom bre y los cauces diversos p o r donde puede discurrir su existencia; son prem isas necesarias para la orien­ tación de una sana política. So b re este problem a aportam os nuestro esfu erzo, haciendo, en prim er lugar, una sem blaza de la naturaleza hum ana; en segundo lugar, publicando biografías de extrem eños, cuya existencia nos iluminará sobre una de las dim ensiones en que se puede proyectar n uestro tránsito por el m undo; a cuyas biografías precede breve noticia de la tierra en que nació. C reó D ios la tierra y el cielo, le agradó su obra y d e s­ cansó. Pero el cosm o s no fué sólo hecho para deleite y g lo ­ ria del Altísim o; su hacedor le destinaba para ofrecérselo al rey de la creación, al hom bre, hecho a su imagen y sem ejan­ za (1). Por eso, cuando ya to d a s las co sas estaban hechas, -------------i (1) En prim er lugar, el m ism o p asaje del G énesis poco ha cita­ do—fecit hom inem ad im aginem et sim ilitudinem su am —si bien no tal vez en el sentido literal de las p alab ras, sin em bargo, con una recta interpretación, no solam ente sign ifica que e l hombre fué creado con razón y voluntad, sino tam bién con esas m ism as potencias incli­ nadas al bien y a Dios m ism o. Pues habiendo Dios instilado a todas la s cosas que plasm ó afecto de sí m ism o e inclinación; m ás aún, habiéndolas hecho todas am ig a s su y as según el grad o y m edida de cada una: es m uy verosím il que al hombre, a quien form aba a su im agen y sem ejanza y capaz de su consorcio, le engendrara, no so la ­ mente con toda propensión hacia S í y sin declinación algu na al mal..., sino tam bién que le hiciese su am igo, lo cual atañe a la gracia,


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tom ó un poco de barro, le infundió un soplo de vida y su r­ gió Adán, el primer hom bre; de su costilla, m ientras dorm ía, hizo a Eva, la primer mujer. Les puso en ameno paraíso y les dió poder sobre tod o lo creado (2).

Estado de inocencia

El universo, que existía «ab aeterno» en la mente divina, al convertirse en acto, fué expresión sublim e y deleitable d e la perfecta armonía; tod o estab a ordenado con su peso y m edida; la creación parecía com o una cítara pulsada por la m ano delfAltísim o. El cosm os y tod as las energías de la n a­ turaleza estaban sujetas al dom inio del hom bre; los seres irracionales le servían con humilde sum isión; la tierra toda era com o|h u erto fecundo y am eno, que le ofrecía ubérrim o fru to sin necesidad de cultivo. El cuerpo con to d o s los se n ­ tidos go zab a voluptuosam ente, pero con rectitud y orden, la cual Santo T om ás y otros añaden a la razón de la m ism a justicia (original). Soto: De natura el gratia, pág. 13. Salam anca, Ildefonso Neyla, 1577. Pues ha de sab erse que la im agen de D ios se h alla en el hom bre de tres m odos: uno, según la naturaleza; otro, según el hábito; el ter­ cero, según el acto... Por el pecado, pues, la im agen m ism a no se b o ­ rra, pero pierde aquel color y aq u ella exacta sem ejanza, que c o n sis­ tía en el hábito de la g rac ia y en los actos de la cogitación y del amor... Salm erón: Commentarii in omnes Epístolas B. P a u 1 el Canónicas, pág. 591. Madrid, Ludovico Sánchez, 1602. (En los textos de los teólogos hispanos que p restigiaro n a T reato —Soto, Salm erón, Lainez, Vega...—hem os utilizado la traducción de F. G. Sánchez-Marín y V. Gutiérrez Durán, en su obra Doctrina de Trento, tomo I. M adrid, Editora Nacional, 1946). (2) No por eso se le ocurra a alguno el pensam iento de que Dios hizo de alma y cuerpo al hombre, p a ra que fu era colono del m undo y estuviese a l frente de los dem ás seres y co sas in anim adas; pues no el hom bre a cau sa del mundo, sino el mundo, cuan extensam ente se extiende, fué fabricado a causa del hom bre. Soto: Ibidem , pág. 7.

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los dones que la naturaleza le ofrecía; ignoraba el dolor, no tenía enferm edades, ni le acechaba la m uerte; el apetito de la carne estab a su jeto al libre albedrío, que no se veía co m ­ b atid o por ningún m ovim iento concupiscente desorden ado. La inteligencia poseía, infundidos por D ios, los conocim ien­ tos que le eran necesarios al hom dre, según su naturaleza y com o rey del paraíso, para conocerse a sí m ism o, al m undo exterior y a D ios, con to d a s las otras verd ades que debían m odular norm ativam ente los actos de su existencia. La v o ­ luntad, guiada por la luz de la razón, regía a to d o el hom bre; las facu ltades, potencias y sentidos obedecían, sum isos, sin el m enor con ato de perturbación o rebeldía. Su estad o de inocencia le llenaba de ventura. N o era la tierra valle de an­ gustia, ni d o lo ro so tránsito de la nada a la m uerte; m ás bien parecía acogedora po sada, ofrecida al hom bre para rep o so tranquilo y dulce asu eto en su cam inar hacia la vida sem ­ piterna (3). Pero el con certador de tanta arm onía no era el hom bre; sus actos debían som eterse a la voluntad divina, a la eterna ley, reguladora del bien y del mal. El entendim iento hum ano conocía la verdad, la voluntad del hom bre seguía en p o s del bien, los sentidos del cuerpo gozaban dichosam ente de los bienes naturales: pero su mente no regulaba lo verdadero; su libre albedrío no era la m edida del bien; el cosm os seguía leyes inexorables, que el hom bre no había establecido. Era el querer divino quien to d o lo gobernaba, no estab a en m anos (3) Antes de la caída, una econom ía gratu ita de la Providencia tenía disp u esta con tal arm onía la m arav illo sa construcción del U ni­ verso, que el hombre, por la gracia, estaba en correspondencia d irec­ ta con Dios; el libre albedrío, en ajuste directo con la recta razón del hombre, ilu m in ada con ciencia in fu sa tanto n atural como sobren a­ tural; la concupiscencia, en directa subordinación a la voluntad, s e ­ cundándola d t grad o y no divirtiéndola de su fin últim o; la n atura­ leza cósm ica, en fin, en sum isión directa al hombre, reconociendo su m agistratu ra universal. E l hom bre disfrutaba, por tanto, de fa m ilia ­ rid ad con Dios; de una tran quila unidad y arm onía íntim a en sí m is­ mo; de una existencia segura en cuanto a la in m ortalidad y en cuanto a la ase g u rad a satisf acción de su s necesidades por la dócil abun dan­ cia de las cosas, a m ano, «para ello adecuadas; y, en plan de lujo, co­ mo ornamento sim bólico de su presidencia del cosm os, un feliz do­ minio de todo, una gran influencia y autoridad sobre la s en ergías de la N aturaleza. Todo estab a dichosam ente en poder o servicio del hom bre. E ra aq u ella edad de oro el tiem po de la segu rid ad máxima, de la existencia favorecida. F . G. Sánchez-Marín: Doctrina de Jrento, estudio prelim inar, tomo I, pág. 52. Madrid, Editora Nacional, 1946.


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del hom bre determ inar los principios de la ciencia del bien y • El cúm ulo de perfecciones naturales que Adán poseía, le hicieron venturoso rey del cosm os; de él pasaría con su e s­ píritu y su carne—hecha gratuitam ente inm ortal, ya que per se era corruptible —a gozar sin fin en la mansión eterna. M as el C read o r—¡oh inm ensidad del am or divino!—pare­ cía sentirse ru b o ro so de su generosidad sin límites; no quería que el hom bre gozara la gloria sin el propio merecimiento: le som etió a un periodo de prueba y le puso veto en com er la fruta del árbol del bien y del mal. Encom endó al libre al­ bedrío de Adán el escoger su fin transcendente: ventura eterna o pena sin fin; esta libertad era, a la vez, su tragedia y, tam bién, su m ayor gloria, porqu e le hizo m erecedor de castigo o prem io. Para ello con taba con los dones naturales y sobre naturales, que graciosam ente le fueron sobreañ adidos

camino tortu o so del error e incertidum bres a la choza m ise­ rable en que habita una Darodia de la verdad que, antes de la caída, por ciencia infusa Adán poseyera; la voluntad, per­ dido el seguro guía de la razón, sujeta a erróneas indicacio­ nes y sin fuerzas adecuadas para segu ir en p o s del bien, se convirtió en ju gu ete de las pasiones y fué víctima de toda insana concupiscencia; el libre albedrío y la mente perdieron su m utua concordancia; el dolor, la enferm edad y la m uerte, extendieron su dom inio sobre la carne mancillada; el cosm os negó obediencia al hom bre y le ocultó el secreto de las leyes que le rigen; los dóciles animales se tornaron enem igos; la tierra fecunda negó su fru to generoso y el hom bre ha de arrancárselo con su d o r de la frente. (5) A ngustiosa era la desarticulación producida en la íntima contextura del ser hum ano y en sus relaciones con el m undo exterior y con la divinidad; el desenfreno de to d a con cu pis­ cencia era su m ayor torm ento (6); pues, aunque el hom bre sigue con unidad sustancial, ha perdido la concordia y arm o­ nía de su primer estad o de inocencia. La lucha interna entre

Caída del primer hombre

(5) L a in segu rid ad y la am enaza com ienza en cuanto el hom bre ha caído del alto estado de inocencia. D espojado de los dones sob re­ naturales y preternaturales, queda reducido a su p rop ia condición natural Aparte de la pérd id a suprem a de lo sobrenatural, la del don de la in tegridad es gravísim a; pues, relajad a la arm onía íntim a del hombre, la parte inferior com ienza a ex igir fueros de autonom ía, a desentenderse de las órdenes de la voluntad dictam inadas por la recta razón, y aún a sabotear la libertad del albedrío. A la vez, rebelado el hom bre contra Dios, la N aturaleza d eja de rendir vasallaje y sum isión espontánea al hombre. L a tierra se hace infecunda, si no la riega con su sudor; las fieras dimiten su anterior y excepcional m ansedum bre; la selva h ísp id a le encubre p eligros mil; la m aieria se le opone g ráv id a y como viscosa; lo exterior se le hace objección; las cosas, objetos con cuya hostilidad ha de g lad iar su vis cognoscitiva, ob ligad a a interm inables etapas en el progreso del conocimiento y expuesta a incontables d esfalleci­ m ientos y errores; las existencias en torno se le tornan resistencias; el m undo, en resum en, se le encrespa, ya en resistencia pasiva, ya en hirsuta rebeldía. L a m uerte com ienza a estar al acecho del hombre, capaz de sorprenderlo en cualqu ier instante. El caído es arrojado al mundo, pero a un m undo ya no fácil y su m i­ so: a un mundo hecho enem igo, sobre el que tiene que vivir, como en cam po conquistado, en constante tensión de cultivo y alerta contra su s p eligros ocultos. F. G. Sánchez-M arír: Ibidem , pág. 52 y 53.

del mal.

El «non serviam » de los ángeles rebeldes llenó de engrei­ rá iento al prim er hom bre e instigado por la mujer, sím bolo d«*Ja curiosidad, com ió de! fru to vedado. (4) D e pron to, cam bió to d o para él; sufrieron gran detrim en­ to su carne y su espíritu. Aquella ligazón con D ios mediante la gracia, que era ornam ento infinito de la naturaleza hum a­ na, se cortó con la caída del pecado prim ero, y el que antes convivía en am oroso trato con su H acedor divino, se vió p o strad o a infinita distancia y descendió al mísero abism o de su finitud: la inteligencia fué contreñida a partir de las tinie­ blas de la ignorancia— tanquam tabula rasa—y llegar por el (4) E l p rim e / pecado, el pecado original, fué, pues, un pecado del espíritu, un pecado esp iritu al de soberbia doble: de inteligencia y de voluntad; de pretender la ciencia del bien y del m al, y de preten­ der la potestad de determ idar lo bueno y lo m alo. Sólo después del pecado del espíritu, es cuando la carne apareció desnuda a los ojos de Adán y Eva; desnuda de aquel invisible vestido de inocencia, traje de g a la con que la prim era p are ja estrenó en perfecto idilio un edén p reparado por el m ism o Creador, tam bién rum bosísim o padrino de aq u el connubio. P. G. Sánchez-Marín: Ibidem , pág. 50.

(6) H as ordenado, Señor, y así es, que todo ánim o desordenado sea castigo de sí m ism o. San Agustín: Confesiones, lib. I, cap. XII, pág. 99. M adrid, B.A.C., 1951.


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las partes que integran la naturaleza humana, su proyección -—defensiva y ofen siva—sobre lo que le circunda, y su z o z o ­ bra por el fin eterno, hacen posible la biografía: el hom bre caído es su jeto de la historia, con to d o el sentido de dram a y tragedia que encierra su desventura; antes, no la tenía, p o r­ que la felicidad carece de ella. Entre to d o s los males que acarreó la culpa, era el más grande aquella pavorosa distancia, que se interpuso entre el hacedor y su hechura, aquella sima infranqueable para la pequeñez humana, aquella ofensa hecha al divino artífice por la criatura, que, al ser infinito agravio, el hom bre no podía saldar, aunque en ello pusiera to d a su mente, to d o su c o ra­ zón y tod as sus potencias, pues qu edó reducido a los límites de su naturaleza, limitada, finita y contingente. El ansia in­ quieta (7) p o r obtener aquella gracia sobren atural y com u­ nicación beatífica con la divinidad, que había perdido y para la que, no obstan te, fue criado, hizo del hom bre el ser más infeliz de to d o el universo: tenía vedado el acceso a su fin transcendente, a la posesión de D ios (8). Al perder la gracia, cayó en la servidum bre del demonio, la rebelión del cosm os le convirtió p o r necesidad en so ldad o, que ha de librar continuas batallas (9) por el dom inio y s o ­ metim iento del mundo, los fu eros que reclam a la parte de bestia que en el hom bre existe, le circunda de peligros ger­ m inados en su misma carne. Son los enem igos del alma: mundo, demonio y carne. (7) Nos bas hecho, Señor, p a ra T í y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Tí. San Agustín: Ibidem , lib. I, cap. I, pág. 79. (8) Dios, luz de m i corazón, pan interior de mi alm a, virtud fe­ cundante de m i mente y seno am oroso de m i pensam iento. San Agustín: Ibidem , lib. I, cap. X III, p ág . 101. (9) L a vid a del hom bre sobre la tierra es una perpetua gu erra; y su s d ías son como los de un infeliz jornalero. Como el siervo fatig a­ do su sp ira por la som bra, y al m odo que el jornalero ag u ard a con an sia el fln de su trabajo, así he p asad o yo m eses sin sosiego y estoy contando las noches trabajosas. Santa Biblia: L ib ro de Jo b , cap. VII, ver. 1, 2 y 3, pág. 573. M adrid Apostolado de la Prensa, 1950.

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Promesa de redención. Aquella sinuosa incitación de la serpiente para que Adán y Eva gustaran la fru ta del árbol proh ibido, tuvo réplica generosr dentro de la alta providencia divina. En gesto am o­ roso incom prensible a la razón creada, prom ete el Altísimo que nacerá de m ujer—prim era incitadora a la cu lpa—El que había de quebrantar la cabeza del viscoso reptil: su U nigé­ nito, el V erbo, se haría carne y habitaría entre los hom bres. D e esta manera, al unirse lo hum ano y lo divino, lo h is­ tórico y lo eterno, por la encarnación de D ios en el hom bre, el dram a hum ano adquiría posibilidad de solución venturosa: el caído vislum braba su rem edio, podría salvarse o condenar­ se— prem io o castigo de sus actos— , po rq u e el H acedor del m undo venía a redimirle (10), acortando con su sangre la infinita distancia, que interpuso el pecado entre D ios y la criatuara, y ofreciendo, de nuevo, la gracia y am istad perdida. A unque esta am istad y conciliación redentora no tendría lugar hasta la «plenitud de los tiem pos», hasta la venida de C risto, el hom bre, aparte de la esperanza, se vió m ejorado en el cuerpo y en el alma. En la caída, quedaron la m ente, la voluntad y la carne, lim itadas a su s propias fuerzas: la p r o ­ m esa de redención no confería la gracia, pero D ios, con ab u n dosa generosidad, tom ó a su cargo el señalar los cam i­ nos al pueblo elegido, que escuchó su v o z entre rayos, tru e­ nos y centellas, salvoconducto de su diestra p o derosa; p ro ­ mulga su s m andam ientos, para que la voluntad obrase con rectitud el bien; estim ula al hom bre con prem ios y castigos; sirve de luz al entendim iento; le envía profetas que aviven su esperanza, recordan do y describiendo la herm osura del M esías prom etido; su s con sejos y norm as para la conviven­ cia social llenan de paz el cotidiano vivir; y hasta a las leyes del cosm o s suspende y les quita dureza rigurosa en beneficio de su pueblo. Así mitiga D ios la nostalgia del paraíso, tem ­ pla el dolor de la expulsión y fom enta la esperanza del Ju sto . El acontecer de la «era m osaica» tiene a D ios por guía y allí se encuentran los principios b ásicos— m utatis m utandis— del quehacer histórico de los pueblos; lo que suele olvidar el hom bre en su dura tarea de anhelo progresivo por d o m i­ nar la naturaleza y arrancarla sus secretos, inquirir la verdad y practicar el bien. (10) Salve, Rey, hacedor del mundo, que viniste a redim irnos. Oficio del Domingo de Ramos, Ant. 2.


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El hom bre, em pero, ingrato de corazón y olvidadizo de tantas gracias, a m enudo se hace digno de im properios (11).

La plenitud de los tiempos Llegada la plenitud de los tiem pos (12), el Hijo de D ios (11) En la Adoración de la Cruz, ( Oficio del Viernes Santo) el Sacerdote a muestra al pueblo: He aq u í—le dice—e l lefio de la Cruz, en el que pen­

dió la salu d del mundo. El coro, después, entona im properios contra los descarríos del pueblo elegido en su larga peregrinación de viandante:

Pueblo mío, ¿qué te lie hecho? o ¿en qué te he contristado? R e s­ póndem e. Porque te saqué de la tierra de Egipto, has preparado la Cruz a tu Salvador. Porque te gu ié por el desierto cuarenta años y te alimentó con inaná y te introduje en una tierra m uy buena, has p re­ parado la Cruz a tu Salvador. ¿Qué m ás debí hacer por ti y no hice? Yo te planté como m i viña m ás herm osa y tú me has salid o muy am arga, pues has saciado mi sed con vinagre y has taladrado con una lanza el costado de tu Salvador. Yo, por ti, flagelé a E gipto con su s prim ogénitos y tú me has entregado al azote. Yo te saqu é de Egipto, hundiendo a Faraón en el m ar Rojo, y tú me has entregado a los príncipes <'e los sacerdotes. Yo abrí ante ti el m ar y tú has abierto con una lanza mi costado. Yo fui delante de ti en la colum na de nube y tú me has llevado al pretorio de Pilatos. Yo te alimenté con m aná en ol desierto y tú me has herido con bofetadas y azotes Yo te di a beber ag u a salud able de la roca y tú me has abrevado con hiel y vinagre. Yo p or ti herí a los reyes de los Cananeos y tú has herido mi cabeza con una caña. Yo te di un cetro real y tú has dado a m i c ib e za una corona de espin as. Yo te exalté con g ran poder y tú m e has suspendido en el patíbulo de la Cruz. (12) Con ternura palpitante y exaltación amorosa, canta la liturgia del Vier­ nes Santo:

Exalta, oh lengua, la victoria del m ás glorioso certamen y celebra el noble triunfo de la Cruz, y cómo el Redentor del mundo venció inm olado en ella. Condolido el C reador del engaño de 1prim er padre, cuando, al com er la m anzana dañosa, incurrió en la m uerte, señaló entonces otro árbol, p ara rem ediar los daños del prim ero. E sta obra requería el orden de nuestra salud, para que el arte engañ ara al arte del m ultiform e traid or y sacase el rem edio de aquello con que el enem igo había dañado. Cuando llegó, pues, la plenitud del sagrado tiem po, del seno del Padre fué enviado el H ijo, creador del mundo, y, vestido de carne, nació de un vientre virginal. L lora el Niño, re­ costado en estreeho pesebre; la Virgen m adre envuelve en pañales y lig a los tiernos m iem bros; y ciñe con apretados fajo s las m anos y los p ies de Dios. Cuando cum plió los seis lustros, term inado el tiem po del cuerpo, el Redentor librem ente se entregó al sufrim iento, el Cor­ dero fué levantado e inm olado en el leño de la Cruz. Ved cómo d es­ fallece, abrevado con hiel; con espinas, clavos y lanza han traspasad o su cuerpo; m anan agu a y sangre; la tierra, el m ar, los astros y el

tom ó carne, habitó entre los hom bres y murió en C ruz: es la Víctim a propiciatoria, que se ofreció a sí m ism a para la salud del m undo. Su m érito infinito b o rró la infinita ofensa de la caída prim era; hizo posible la am istad entre D ios y el hom bre: ya puede el género hum ano dirigir las flechas de su vida a la gloria sem piterna. Pero el retorno a la integridad del estad o inocente no se­ rá hasta el fin del m undo, cuando el hom bre resucite—-con vida eterna para el cuerpo y para el alm a— y com parezca ante el suprem o Ju ez, para rendir m inuciosa cuenta de los actos de su carne, de su voluntad y de su mente. A ningún ser humano le niega D ios la gracia necesaria p a ­ ra ganar el cielo: el conseguirlo está su bordin ado al libre albedrío. Es eí negocio que más im porta al hom bre restaura­ do en C risto. La posibilidad de m érito que inform a nuestra existencia, m ediante la redención gratuita, ahogó aquella angustia d e­ sesperada del hom bre caído y liberó al m undo de pesim ism o trágico y fatal: produce el go zo auténtico de vivir. La d e s­ viación del fin últim o y el no considerar la existencia com o tiempo de prueba y proceso de justificación personal— con su s p e­ nas y alegrías, sus dolores y venturas, su s m iserias y virtu ­ des, causa y estím ulo de tod o m erecim iento—engendra un balanceo existencia!, característico en las épocas de crisis en el cauce histórico del género hum ano. R oto el m agnetism o de la gracia en la brújula de! hom bre— y en esto influye el pecado personal y, acaso tam bién, el descarrío social, porque entre las partes y el to d o debe existir m utua interferencia — pierde su norte, olvida el fin auténtico y m erodea a la deri­ va, víctim a de su visión chata y m iope, tras anhelos m unda­ nales e intranscendentes. mundo son lavados en este río. Dobla tus ram as, árbol alto, p lega tus tensas fibras y ablándese tu nativa aspereza; y recibe con suave d u l­ zura los m iem bros del suprem o Rey. Sólo tú fuiste digno de sostener a la V íctim a del m undo, y de p rep arar el puerto al arca del m undo n áu frago; tú, a quien ungió la san gre sag rad a, d erram ada del cuerpo del Cordero. A intervalos emocionantes, el coro interrumpe a los cantores, para llenar el ámbito del tempo con palabras dulces cual la miel: ¡Oh Cruz fiel, árbol noble entre todos los árboles! Ningún bosque ha producido otro igu al en fronda, en flor, en fruto. E l dulce leño, dulces clavos y dulce sostiene. Oficio del Viernes Santo: H im no y respondorios c¡ue se cantan a coi ción de los im properios, en la Adoración de la Cruz.


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Destinas deI hombre

N o encierra el acontecer histórico meta definitiva ni ple­ nitud satisfactoria de la naturaleza humana. El proceso de justificación sucede históricamente en la tierra —la historia es fruto de los vaivenes del libre albedrío— pero la satisfacción cum plida de nuestra felicidad no está en el m undo. T iene e) hom bre, no obstan te, dos destinos: uno, el eter­ no, que puede conseguir en el estad o actual de la naturaleza (13), m ediante la correspondencia sum isa y m eritoria de sus acto s a la gracia; otro, el destino histórico, pues al perder en la caída los dones sobrenaturales del estado de inocencia, que no recuperará hasta el fin del m undo, el hom bre se ve im pul­ sad o a la proyección de sí m ism o para conseguir la sumisión del cosm os, la perfección de la sensibilidad, la posesión de la verdad y la práctica del bien. L o s avances fatigosam ente adq u iridos—es trágico olvidar una jerarquía valorativa en ellos—no pueden quedarse en abandono indiferente, que haría de cada vida un continuo em pezar de n uevo—jam ás, em pero, podrá el hom bre eludir su esfu erzo, si ha de poseer vida espiritual propia, auténtica y fecunda (14)—; alguien debe ocuparse de su conservación (13) Pues hay estado de naturaleza íntegra o de inocencia; segun­ do, de naturaleza caíd a bajo el pecado y Adán; tercero, de naturaleza rep arad a bajo Cristo, m ientras vivim os aquí; y de naturaleza re p ara­ da y glorificada bajo el m ism o Cristo, después de esta presente vida. Salm erón: Ibidem , pág. 224. (14) Recientemente, y con todos los resp etos—con unos respetos m ezclados a determ inadas extrañezas, no todas de orden filosófico— he tenido que p u blicar ciertos reparos a una afirmación de M. Etiénne Gilson. Este había m anifestado—bien es verdad que la cosa p asab a en N orteam érica—que la m ejor definición, que jam ás se hubiese del hom bre dado, era la aristotélica: f,l hombre es un animal racional. Y yo me decía: Ahí encontram os a faltar, doblemente, el género próxim o y la últim a diferencia. E l prim ero, porque, si el hom bre es un anim al, no es un anim al como los otros, puesto que su carne está dotada, p ara el cristiano, del don de una asequible y definitiva inm ortalidad, g r a ­ cias a la resurrección de los cuerpos. Y, si es racional, no es racional exclusivam ente, ya que, aparte de la razón, le asisten diversos ó rg a­ nos de conocimiento, la evidencia, la experiencia, la intuición, el gusto, la ilum inación m ística o transcendente. E l hombre es un anim al; pero un anim al de orden único. E l hom-

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y proyección adecuada en cada tiem po y circunstancia, con sentido norm ativo del quehacer hum ano: es la misión de la Iglesia y del E stad o , es la política de D ios y la política de los hom bres. Si entre am bas no existe armonía, el m undo se to r ­ na en caos y el hom bre convierte su vida en un tejer y d e s­ tejer, cual Penépole, po rq u e olvida la auténtica razón ju stifi­ cativa de su existencia. (15) En el estad o actual de la naturaleza hum ana y en su c a ­ minar por el m undo, el hom bre puede proyectarse en m últi­ ples dim ensiones loables y propicias para alcanzar los valores eternos de que es portad or. El D epartam ento Provincial de Sem inarios de F E T y de las JO N S , en la Alta Extrem adura, afanoso de encontrar las hondas raíces del problem a hum a­ no en su s más variadas facetas, consciente de que el hom bre es el nervio de tod o sistem a político y eludiendo encastillarse tras las m enguadas almenas de una estrecha y esquinosa v i­ sión del quehacer hum ano, quiere presentar una galería de figuras extrem eñas que. entre la variadísim a anecdótica de bre es un racional; pero no un concertista de la razón, sino un sin fo­ nista de la razón, que, a toda orquesta, com pone con la m ism a. Eugenio d'Ors: De la escultura. Artículo publicado en Arriba, nüm. 5948 (2-X1I-1951). En todo hombre, la filosofía es cosa que ha de fab ricarse por un esfuerzo personal. No se trata de que cad a cual haya de com enzar en cero o inventar un sistem a propio. Todo lo contrario. Precisam ente, por tratarse de un sab er rad ical y último, la filosofía se halla m on ta­ da, m ás que otro sab er alguno, sobre una tradición. De lo que se trata es de que, aún adm itiendo filosofías y a hechas, esta adscripción se a resultado de un esfuerzo personal, de una auténtica vida in telec­ tual. Lo dem ás es brillante aprendizaje de los libro s o esplén dida con ­ fección de lecciones magistrales. Se pueden, en efecto, escrib ir tonela­ d as de pap el y consum ir una larg a vid a en una cátedra de filosofía, y no haber rozado, ni tan siq u iera de lejos, el m ás leve vestigio de vid a filosófica. Recíprocam ente, se puede carecer en absoluto de originalidad, y poseer en lo m ás recóndito de sí m ism o, el interno y callado m ovim iento del filosofar. L a filosofía, pues, ha de hacerse, y por esto no es cuestión de aprendizaje abstracto. Como todo hacer verdadero, es una operación concreta, ejecutada desde una situación. X avier Zubiri: .TVaturahza, historia. Dios, pág. 38 y 39. Madrid, E d ito ­ ra Nacional, 1951. (15) L os que no conocen las cosas m ayores, aún de las m uy p e­ queñas no podrán juzgar. P. Ju a n E usebio Nierem berg: Diferencia entre lo temporal y eterno y crisol de desengaños, pág. 14. Madrid, A postolado de la Prensa, 1927.


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DOMINGO SANCHEZ LORO

sus fecundas ejecutorias, nos sirvan de ejem plo y despejen el sendero de nuestro vivir cotidiano. La Biblioteca Extremeña no sale a la palestra con la b iogra­ fía de un héroe de universal renom bre—y esto no es por c a­ recer de ellos, que Extrem adura cuenta por docenas los de primera m agnitud—; sale con hum ildes b iografías, rosas fra ­ gantes del apacible vergel de las crónicas de antaño, perfu ­ mes celestiales y arom as de tod as las virtudes. La hum ildad es grata a los ojo s de D ios y es una form a de ser, que no debe estar oculta a ninguna política, que se precie de fecunda y transcendente. En la econom ía del Altísim o ¿qué influye más, la gesta de ganadores de m undos o la oración del ju sto , que hace a D ios mirar con ojo s benignos al pueblo hispano? A caso no sea descabellado tener sobre esto un rato de me­ ditación. Las páginas que siguen, te darán, lector, para ello ocasión propicia.

N o quedaran estas biografías en su adecuado m arco, sin dar noticia del lugar en que vinieron al m undo los hom bres recios que movieron las plum as en su alabanza. N o s libra de tal cuidado la diligencia del culto y prudente sacerdote don G regorio Sánchez de D ios, que aplicó su ingenio a descifrar el p asad o de sus feligreses. La Descripción y noticias Jel Casar de Cáceres preceden al canto de las virtudes de sus ilustres hijos. H ará la presentación don Vicente Barrantes, que poseyó el m anuscrito, llegado a sus m anos en la form a que indica la siguiente carta:

Gata, 18 de Septiem bre ae 1874.

Sr. Don Vicente Barrantes. Muy señor mío y distinguido am igo: E l dador, hijo de m i am igo y com pañero el m édico de aquí, que ya a esa a continuar su s estudios, le lleva a usled las tres m onedas árabes, el docu­ mento de este Ayuntam iento y el escrito sobre el C asar de Cáce­ res, de que hablé a usted hace tiempo, y dos libros de V irgilio, porque no sé si recibió usted otros que le m andé a Badajoz, no habiéndom e usted dicho nad a sobre ello, y en el caso que u s­ ted los recibiese, p ara que corrija aqu ellos por estos, advir-

PROEM IO

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tiéndole que en m uchos lu g ares eso se reduce a una com a o a un punto o a cosa por el estilo de leve. Por «E l Im perial» he sab id o que por encargo de la A cade­ m ia de la H istoria se h allaba usted en M érida revolviendo an­ tigüedades, que le llam aron a usted p ara encargarle in terin a­ mente la Dirección de Estudios, que se decía le ib a a ser con­ ferid a en p ropiedad y que se ha hecho esto a otro, habiendo usted luego presentado la dim isión de oficial m ayor del M inis­ terio de Fom ento, que no le ha sido adm itida. D espués de esto nada dice de usted y yo ni por él, ni por ningún otro conducto, he sabido de usted, en térm inos que ign oro lo que es ahora de usted, ni donde p ara, aunque lo desee saberjvivam ente. Yo haciendo la vid a sim ple de siem pre y como siem pre. Mi • M arcelino m e en carga p a ra usted afectuosas m em orias; y sin otra cosa hoy, repite a usted que es su verdadero am igo s. s. q. s. m. b.,

Telipe

Querrá.

Se dan a la estam pa esto s escritos, por el desvelo del D e­ partam ento de Sem inarios de F .E .T . y de las J.O .N .S ., en la Alta Extrem adura; deb id o a la generosidad del Santuario de las Villuercas donde m ora la Reina de la H ispanidad, que fa ­ cilitó el original; y gracias al municipio del C asar de C áceres, que ofreció sus arcas para que to d o s conozcan su ejecu toria brillante y la de sus hijos. D

o m in g o

S á n c h ez L o r o .


P r e s e n t a c i ó n

(,)

Poseía el origina! en 1834 un estudiante del sem inario de C oria, llam ado don M elitdn O lleros, que fué despu és canóni­ go de Plasencia, y en C oria lo copió en aquel año mi amigo don Felipe León G uerra, a quien he deb id o este ob sequ io. Es contestación al interrogatorio im preso, dirigido a los párrocos y ju sticias de Españ a, po r el fam o so geógrafo don T o m ás L ópez, en 7 de ju n io de 1794, para confeccionar su fam osa colección de m apas, que ha sido la m ás exacta y apreciable, hasta que nuestro am igo y colega de A cadem ia, don Francisco C oello, ha hecho la suya m odernam ente. E m ­ pieza con la com unicación e interrogatorio de L ópez, al cual va con testan do punto por punto el párroco del C asar, con la ayuda, que confiesa, de don D iego Jim énez Benito, su te ­ niente en la parroquia, el cual hizo el ob seq u io a L óp ez de cuatro m onedas, encontradas en las inm ediaciones de la V ir­ gen del Prado, que éste ofreció presentar para su estudio a la Academ ia de la H istoria. T an to el señor Sánchez de D ios, com o Jim énez, debieron de ser personas de muy buen criterio e inteligencia, pues en vez de limitarse a las vulgaridades que en caso s análogos suelen escribirse, hacen una verdadera historia de la p o b la­ ción, muy circunstanciada y apreciable. Aldea de las más fa ­ m osas realengas y de behetría que el rey de España tiene, es, según ellos, el C asar, y su iglesia tan herm osa com o la de San Esteban de Salam anca. Entre las sepulturas de ella que copian, hay algunas interesantes para la historia y los linajes de Extrem adura. D e piedras rom anas sólo traen una, que se halla incrustada en el m uro de poniente de la iglesia, a mano (1) Don Vicente Barrantes, en su Aparato bibliográfico para la Historia de Extremadura, tomo I, p ág in a 452, al hacer la reseña del m anuscrito de la Descripción y noticias del Casar de Cáceres, escribe el com entario que aq u í se inserta.


20

VICENTE BARRANTES

derecha de la puerta mayor, trozo epigráfico casi ilegible, que dice así:

.................... ODISYA ......................................XA . . . . IN X X II

Describen también varios vestigios de población antigua, que en términos del C asar se encuentran, com o los de la er­ mita del Prado, al sitio de la Jara, en el cual existen muchos sepulcros abiertos en peña viva, (de ellos abunda la provincia extraordinariamente), y han solido hallarse objetos, al pare­ cer, del culto cristiano primitivo. Este lugar de la Jara cría en tanta copiosidad rosas naturales y de fragancia tan exqui­ sita, que allí, según el autor, hacen en mayo su acopio todas las boticas de los pueblos inmediatos y aún del mismo Cáceres. Tam bién en las ermitas de N u estra Señora de Almonte y San Benito A bad, a media legua del pueblo, orillas del río Almonte, se conservan algunas ruinas, y la tradición de haber tenido allí hospicio o casa de recogimiento los tem­ plarios. Yo pienso que sería alguna defensa para el paso del río en el siglo XIII, a la orden del T em ple encomendada, c o ­ mo es notorio. Igualmente hay restos de población en el si­ tio de Pedro Hurtado, a tres cuartos de legua del Casar, por el camino de Alconétar, al lado de los restos de la vía lata (de la plata), allí muy bien conservada a trozos, con los miliarios enteros, algunos de pie, y una columna con un fragmento de inscripción, interesantísima, a juzgar por la única palabra que se deletrea:

TRAIAN

I.a antigüedad más remota y curiosa de cuantas el señor Sánchez de Dios describe, es la lancha de Valdejuan, a dos

PRESENTACIÓN

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leguas al oeste-n oroeste del pueblo, que es casi to d a de una pieza y tan grande, que puede sobre ella trillarse có m o d a­ m ente una extensa parva con 80 a 100 cob ras de reses v acu ­ nas. (Sab id o es que form an cada cobra lo m enos cinco cab e­ zas). H acia el com edio de dicha lancha irguese otra piedia, no nacidiza sino artificial, un m onolito en puridad, tan d es­ m esurado, que se calcula su peso en quinientos quintales, y pu esto en térm ino tal de equilibrio, que un m uchacho lo mueve con sólo reclinarse en él. Sim plem ente com o curiosi­ dad natural lo describen esto s apuntes; m ás yo pienso por lo con trario que allí lo pu so la mano del hom bre prim itivo, que ahora dicen prehistórico los fun dadores de una de tantas ciencias nuevas com o en este siglo nos llueven; que es en sum a un m onum ento megalítico, nom bre inventado, y no sin acierto, p o r Pruner Bey, en el congreso de arqueología p re­ histórica celebrado en París en 1867, el cual lo sancionó dán ­ dole carta de naturaleza. Explícalo mi estim able am igo el se ­ ñor don Juan Vilanova, en su Origen, naturaleza y antigüedad del hombre (M adrid, 1872, en 4 .°) com o un com pu esto de d o s palabras griegas, megas, piedra, y Utos, grande, en verdad ati­ nada etim ología. E sto s, pues, m onum entos m egalíticos, se di­ viden en menhires, dólmenes, túmulos y cromíechs, según el distinto carácter de las razas que los form aron y el país donde h abi­ taban, siendo, al parecer, sepulturas o tem plos, o am bas c o ­ sas a la vez, de los pu eb lo s prehistóricos. N o pienso yo que haya en España ninguna com arca tan digna de estu dio bajo este asp ecto com o Extrem adura (ex ­ cep tu ad as p o r su p u esto las islas Baleares, donde aún se en­ cuentran en pie y podrían ser habitadas algunas viviendas célticas, com o el Ja la y o t de Cairú). Lim itándom e al territorio de C áceres, acaso conserva m ás vestigios ante-históricos que rom anos, estan do com o está sem brado de ésto s p o r donde q u ie ra. N o hablaré de las m inas de Plasenzuela, ni de las antas o altares dru ídicos de las orillas del Salor, donde el ilustre in ­ geniero don Amalio M aestre halló los preciosos instrum entos druídicos de sacrificio, que tan celebrados fueron p o r los in­ teligentes en la exposición universal de París de 1867 (1); ni (1) N uestros lectores verán con gusto una relación de las anti­ g ü ed ad es preh istóricas, procedentes de Extrem adura, que figuraron en aquel gran certam en de la in du stria europea, en la g alería esp e­ c ial de la H istoria del trabajo, h istoria sintetizada por los instrum entos q u e han servido al hom bre desde la creación del m undo p ara reali-


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VICENTE BARRANTES

hablaré tam poco de T rujillo, a cuyas antigüedades preh istó­ ricas probablem ente consagraré alguna página curiosa en su lugar oportun o, que plum a perita ha de facilitarm e, ni de otros lugares más o m enos con ocidos ya por sus restos de antigüedad prehistórica. Ju n to al castillo o casa-fuerte de la Erguijuela, cuyo contorno peñascoso está lleno de sepulcros abiertos en roca viva, y tal vez de inscripciones que p o d re ­ m os llamar m egalíticas, po r nadie hasta lo presente repara­ das, sin prop ósito alguno de estudio y en lim itados p aseos de ligera exploración, descubrim os, en diciem bre de 1873, m ás de un dolm en, m ás de un trilito y m ás de un menhir, de muy notable configuración, en com pañía del actual propieta­ rio del castillo, nuestro cariñoso amigo el señor m arqués de C astro -fu erte, antes T orreorgaz. Y en térm inos de la G arrovilla, en la dehesa de Lácara, tan n om brada en los docum en­ to s antiguos del archivo de M érida, nos con sta po r relación de personas entendidas y de su actual propietario el notable juriscon su lto em eritense don M anuel G undín, que existe uno de los más raros y n otables m onum entos de la edad de pie­ dra, lo que llaman los anticuarios de! norte un gan-graben, o gruta artificial form ada por la mano del hom bre, con gran­ des peñas puestas de punta, que sostienen otras colocadas transversalm ente a m odo de techo, b ordean do un m ontículo zar los fines m ateriales de la vida. E ra corta la colección, pero tan notable, que únicamente la de Mr. Lartet, do P arís, la aventajaba. L as dificultades y riesgo s que ofrece el trasporte de objetos que los afi­ cionados conservan en m ucha estim a, hizo dim inuta una sección inte­ resan tísim a, que pudo ser la m ás abundosa de la exposición. N u es­ tro m useo arqueológico por sí solo conserv a m ás riquezas de este género, que las que acertó a reun ir en 1867 la corte del im perio na­ poleónico. Don Amalio Maestre, presentó: Dos hachas de p ied ra, de la segu nda edad, procedentes de Valencia de Alcántara. L os cuchillos druídicos a que nos referim os arriba. Una pequeña cabra de bronce, h allada en la s ruin as rom anas de Plasenzuela. Un pico, una cuña, un legón y una tenaza de las m ism as m inas. Don Antonio Machado, catedrático de la u n iversidad de Sevilla, p re ­ sentó: Dos hachas de piedra, de la segu n d a edad, procedentes de Don Benito. Tres de la Puebla del Maestre. Una de Llerena. Otra db U sagre. Y otra de R iv era del Fresno, pueblos todos de la provincia de Badajoz. De estas hachas abunda extraordinariam ente Extrem adura, donde se las llam a, como en otras partes, piedras de rayo, sin concederles va­ lor ni cu rio sid ad alguna, y raro es el secretario de Ayuntamiento, escribano o pendolista, que no tiene algu n a sobre su m esa com o sujeta-papeles.

PRESENTACIÓN

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en cuya cúspide cierran el recinto otras piedras m ayores aún, en círculo colocadas. E sto s m ontículos son los que con p r o ­ piedad reciben el nom bre de dolmen, de las palabras célticas, dol, m esa, y men, piedra, po rq u e en el centro del círculo se ponía el altar del sacrificio. Suelen hallarse llenos de restos hum anos, urnas cinerarias, instrum entos y o b jeto s de in­ dustria. En el tom o I de su excelente Cours d‘ anticjuités monumenta­ les, dice M r. de C au m on t, que «e sto s san tuarios qu e ap arta­ ban a la gente del bullicio (en el centro de los b osq u es), sin im pedir a la vista explayarse y extenderse, eran m uy p rop ios de la religión de los druidas, que no querían encerrar a la divinidad entre paredes. C réese fundadam ente que tales m o­ num entos no han servido sólo para las cerem onias sagradas, sino que eran al m ism o tiem po tribunales y com o punto de reunión para celebrar los con sejos, las ju n tas, q u izás las elec­ ciones de aquellos pueblos infantiles. Su pónese esto con tan ­ ta m ayor razón, cuanto que los sacerdotes druídicos eran tam bién legisladores y predicaban el origen divino de las leyes», que siem pre, añadim os n o so tro s, la religión se ha aso ­ ciado a los grandes actos de la existencia colectiva, y ¡ay de las colectividades que se divorcian de ella! T al me describen este m onum ento de la G arro villa, que no vacilo en creerlo m ás notable que el cromlech del b o sq u e de Soesm ark, en la isla de Lalandia, no lejos del lago M aribó (D inam arca), y sólo sem ejante, a ju zg ar p o r la lámina que publicó el señor Vilanova, loco laudato, al descu bierto en C astilleja de G uzm án, provincia de Sevilla, p o r o tro de los m ás activos ilustradores de la antigüedad prehistórica, el señor don Francisco T u b in o. T iene el extrem eño la particula­ ridad inapreciable, seguram ente rara y digna de estu dio, de hallarse al lado de un alt?r de sacrificios, que se dom ina per­ fectam ente desde el m ontículo; inm enso m onolito con esca­ lones toscam en te abiertos en la peña, p o r donde aún trepan los cu rio so s para observar en la superficie del peñ asco la abertura donde se colocab a la víctim a, con su caño para dar salida a la sangre, to d o tosqu ísim o y prim ordial, com o labra­ d o con instrum entos de piedra. Viniendo, pues, para concluir, al altar m ovible del C asar de C áceres, no pu ede du darse que sea un m onum ento megalítico, pues así están con siderados o tro s sem ejantes que en nuestra misma E spaña existen, singularm ente el que form a parte del trilito de Luque, dib u jado por mi querido am igo


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VICENTE

BARRANTES

el catedrático de la universidad de G ranada, non M anuel de G ón gora, en su s Antigüedades prehistóricas de Andalucía (M adrid, 1868, en 4.°), de cuya m ovilidad y configuración hace m ues­ tra esta copla gráfica y expresiva, que cantan en el país: G ilita gilan do puso aq u í este tango y Menga Mengal lo volvió a quitar.

3níro6ucctón

L o mismo podría cantársele al tango de Extrem adura, si es cierto que un m uchacho lo menea, com o este m anuscrito certifica; de cuyo autor excusam os añadir, que no le pasa por mientes que aquello haya sido altar ni m onum ento megalítico. 'Vicente Barrantes.

Seminario conciliar de C oria, Febrero de 1834. Un estudiante del C asar de C áceres (1) me ha p ro p o rcio ­ nado so b re las antigüedades de su pueblo un legajo co m ­ pu esto de cuatro hojas de cuartilla cosidas a otras cuatro de m edio pliego o folio entero, en las que he leído lo que aquí sigue, com enzando por la primera llana de la prim era cuartilla que está im presa: Muy señor mío: H allándom e ejecutando un m ap a y d e s­ cripción de esa diócesis y deseando pu blicarle con el acierto posible, m e pareció in disp en sable su p licar a usted se sirva resp on d er a los puntos que le com prehenda del interrogatorio adjunto. E s muy propio en todas las clases de personas concurrir con estos au xilios a la ilustración pública, y mucho m ás en las g rad u ad as por su sab er y circunstancias como usted y como otros lo ejecutaron en otros obispados. P or este m edio discurro desterrar de los m ap as extranjeros, de las descripciones y g e o g ra fía de E sp añ a, m uchos horrores que nos ponen; unos cautelosam ente, otros, ocultando nuestras producciones y ventajas, p ara m antenernos en la ignorancia con aprovecham iento suyo; y por un fin de c o sa s que usted sab e y no es asunto de esta carta. <1)

Don Melit. n O lleros, luego canónigo por oposición de l’ lasencia.


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FE L IP E

LEÓN

QUERRA

Si usted lo permite, daré cuenta de su nom bre y circunstan­ cias en el prólogo de la obra como concurrente con su m edia­ ción y trabajo, sin olvidar todos los sujetos que ayuden a usted en el encargo. Se servirá usted poner la cubierta al g eógrafo de los dom i­ nios de su M ajestad, que firm a abajo. Dios gu ard e a usted m uchos años. M adrid y junio, 7 de 1794. P- T).— Es con permiso y orden del ilustrísimo señor obispo de Coria.

B. L. M. de V., su m ás atento servidor. Tomás López (una rú ­ brica), agregado a la Secretaría de Estado. Sr. Cura párroco de la villa de Casar de Cáceres.

(L o arrayado está en el original de la misma letra que la firma y de consiguiente no im preso). En la primera cara de la segunda hoja, tam bién im preso, se ve lo que sigue: Interrogatorio: 1.° Si es lugar, villa o ciudad, a qué vicaría pertenece; si es réalengo, de señorío o mixto; y el núm ero de vecinos. 2 o Si es cabeza de vicaría o partido, p arroquia, anejo y de qué parroquia; y si tiene convento, decir de qué orden y sexo, como tam bién si dentro de la población o extram uros hay a l­ gún santuario e im agen célebre, d eclarar su nom bre y distan­ cia; asim ism o, el nom bre antiguo y m oderno del pueblo, la advocación de la p arro qu ial y la patrona del pueblo. 3.° Se pondrá cuánto dista de la principal o m etrópoli, cuánto de la cabeza de la vicaría, cuánto de la cabeza de p arti­ do, y cuántos cuartos de leg u as de los ju g are s confinantes, ex­ presando en éste últim o particular los que están al norte, al m ediodía, levante o poniente, respecto del lu g ar que responde y cuántas legu as ocupa su jurisdicción. 4.° D irá si está a la orilla de algún río, arroyo o laguna, si a la derecha o a la izquierda de él, bajando ag u a abajo; dónde nacen estas agu as, en dónde y con quién se juntan y cómo se llam an; si tienen puentes de piedra, de m adera o barcas, con su s nom bres y por qué lu gares pasan. 5.° E xpresarán los nom bres de las sie rras, dónde em piezan a subir, dónde a bajar, con un juicio razonable del tiem po p ara p asarlas o de su m agnitud, declarando los nom bres de su s puertos y en dónde se ligan y pierden o conservan su s nom ­ bres estas cordilleras con otras. 6.° Qué bosques, m ontes y florestas tiene el lu gar, y de qué m atas poblado, cómo se llam an, a qué aire caen y cuánto se extienden. 7.° Cuándo y por quién se fundó el lu gar, qué arm as tie­ ne y con qué motivo; los sucesos notables de su historia; hom ­ bres ilustres que ha tenido; y lo» edificios y castillos m em ora­ bles que aún conserva.

INTRODUCCIÓN

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8.° C uáles son los frutos m ás sin g u lares de su terreno; los que carece; cu ál la cantidad a que ascienden cad a año. 9.° M anufacturas y fáb ricas que tiene, de qué especies y por quién establecidas; qué cantidades elaboran cada año; qué a r ­ tífices sobresalientes en ellas; qué inventos, instrum entos o m áquinas ha encontrado la in dustria p ara facilitar los trabajos. 10.° C uáles son las ferias o m ercados y los d ías en que se celebran; qué generos se com ercian, extraen y reciben en cam ­ bio, de dónde y p ara dónde, su s pesos y m edidas, com pañías y c asas de cam bio. 11.° Si tiene estu dios gen erales o particulares, su s fu n d a­ ciones, m étodo y tiem po en que se abren; qué facu ltad es ense­ ñan y cuáles con m ás adelantam iento; y los que en ellas se han distinguido. 12.° Cuál es su gobierno político y económico; si tiene p ri­ vilegios y si erigió en favor de la enseñanza p ú blica algún se ­ m inario, colegio, hospital, casa de recolección y piedad. 13.° L as enferm edades que comunmente se padecen y có­ mo se curan; núm ero de m uertos y nacidos p ara poder hacer ju icio de la salu b rid ad del pueblo. 14.° Si tiene ag u as m inerales, m edicinales o de algún bene­ ficio p ara las fáb ricas, salin as de p ied ra o agua, canteras, p ie ­ d ras preciosas, m inas, de qué m etales, árboles y hierbas ex­ traord in arias. 15.° Si hay algu n a inscripción sepu lcral u otras, en cu al­ quier idiom a que sea. Finalm ente, todo cuanto pu eda conducir a ilu strar el pueblo, aunque no esté prevenido en este interrogatorio. NOTA.—Procurarán los señores... form ar unas especies de m ap as o planos de su s respectivos territorios, de dos o tres le ­ g u a s en contorno de su pueblo, dónde pondrán las ciudades, v illas, lu gares, aldeas, gran jas, caseríos, erm itas, ventas, m oli­ nos, despoblados, ríos, arroyos, sie rras, montes, bosques, cam i­ nos, etc., que aunque no esté hecho como de mano de un p ro ­ fesor, nos contentam os con una idea o borrón del terreno, p o r­ que lo arreglarem os dándole la últim a m ano. Nos consta, que m uchos son aficiodados a g e o g rafía y cad a uno de estos puede dem ostrar m uy bien lo que hay al contorno de su s pueblos.

L as otras dos cuartillas no contienen m ás que una carta, escrita de mano de don T o m ás L ópez, que dice así: Muy señor mío: R ecibo la apreciable carta de Vm. de 7 del que rige, juntam ente con las noticias de su pueblo y m ap a de la sierra, que viene m uy claro y creo exacto, por lo que doy a Ym. expresivas g rac ias. Quedo en d ar cuenta de su p erson a y circunstancias en el prólogo de la obra, como lo tiene g ra n je a ­ do su celo y laboriosid ad ; como asim ism o del señor don Diego Jim énez, a quien se servirá Vm. darle las g ra c ia s por todo y, en particular, por las cuatro m edallas que m e envía, que cu an ­ do tenga ocasión las haré ver al anticuario de la A cadem ia de la H isto ria y le com uniraré lo que me diga.


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FE L IP E LEÓN QUERRA

Reitero m is agradecim ientos y ruego a Dios gu ard e su vida m uchos años. Madrid y febrero, 13 de 1795. B. 1. m. de Vm. su m ás atento servidor. Tomás López Señor don G regorio Sánchez de Dios.

(Una rúbrica, igual a la que en la carta im presa atrás men­ cionada, se veía después de la firma de este geógrafo). En seguida, las cuatro hojas en folio escritas tod as de le­ tra de pluma y muy menuda por tod as sus ocho caras. He aquí lo que dicen. Felipe León Querrá.

Descripci y noticias leí Casar de títeres PO R

Gregorio Sánchez de Dios (Cara párroco de la misma otila)

1794


A .—Situación y población. En la provincia de Extrem adura, territorio de! o b isp a ­ do de C oria, en el térm ino y jurisdicción de la villa de C áceres, está situ ado , a los 39 grados y 15 m inutos de latitud y a los 19 grad os y 30 m inutos de longitud, el lugar del C a ­ sar de C áceres (una de las aldeas más fam osas realengas y de behetría que tiene el rey de España), en una llanura con d e­ clinación al norte de la vertiente de las aguas de to d as sus calles, las que son muy herm osas por su rectitud, longitud, am plitud, bella disposición, unión y com unicación de unas con otras a distancias proporcion adas. Las calles principales son doce y cinco pequeñas. La calle Larga, que es el cam ino real de C astilla a A ndalucía, tiene 253 vecinos, y por casi to d as las doce pueden ir y venir dos coches a un tiem po. T iene 1.100 vecinos. Se conoce haber tenido m ás vecin­ dad, pues aunque se han fabricado m uchas casas poco tiem ­ po ha, hay cuatro calles al poniente b astan tes largas arrui­ nadas, que hoy están hechas corrales para... (ilegible) y sem ­ b rad os algunos olivos; al levante, la calle Barrionuevo, que era tan grande com o la calle Larga, los extrem os están hechos corrales com o las de poniente; no obstan te estas ruinas, conserva gran herm osura el pueblo, el que goza de un herm oso cielo por la parte de levante, descubriendo por cam piñas las altas sierras de G uadalupe con sus faldas, que distan veinte leguas, y por el camino que va a M adrid doce leguas hasta el m ism o castillo de M iravete. Por el norte, cinco leguas por la línea que se descubre (entre el n oroeste y norte) el castillo del Portezuelo, que está pu esto en la cordillera de sierras que tienen su origen al poniente y sigue su línea recta a levante; y en sus faldas, hacia el m ediodía, se ven los lugares del Cañaveral que dista de éste cinco leguas, C asas de Millán que dista seis leguas, y la villa de la Serradilia que dista ocho leguas. Por cima de la referida cordillera, entre C asas de Millán y Serradilia, se descubre de más altas sierras otra cordillera,


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GREGORIO SÁNCHEZ DE DIOS

la que tiene su origen en la ciudad de Flasencia, distante de aquí doce leguas, sigue por Béjar hacia levante a Arenas enfrente de T alavera de la Reina, descubriéndose treinta leguas de distancia. Por el m ediodía, de una legua hasta cuatro, siguiendo h asta el sudeste. Por el poniente, desde el su d o este hasta el n ornoroeste a distancia de m edio cuarto de legua del pueblo, circunda a éste una loma, que le im pide goce del herm oso cielo que ella goza desde su altura, y dicha lom a sigue hasta la inme­ diación del río T ajo , y por la cima de ella va siempre el camino que va de este pueblo al puente de A lconétar. (1)

B .—Parroquia, ermitas y hospitales. En este pueblo hay una sola parroquia con el título y advocación de N uestra Señora de la Asunción. Su capilla (1) a fin del m anuscrito, aparece un curioso apunte sobre Al­ conétar, de don Alvaro Gómez Becerra, que dice así: «En la alegación hecha por don Alvaro Gómez ante el Con­ sejo de C astilla por el excelentísim o duque de F ría s y conde de A lba de L iste contra el Concejo de la Mesta, en 22 de m ayo de 1816, resulta que el Infantazgo de las siete villas, de que era A lconétar la cabecera, se fundó por don Alfonso VII, poco en­ trado el siglo X II; que durante su prim er poseedor, por estar d espoblad a y derrib ad a dicha villa de Alconétar, junto al río Tajo, que adem ás por entonces fué robada, se hizo capital de dicho estado al Garro de la Villa, al que por esto se le cqncedió título y privilegio de villazgo; que todo esto consta por docu­ mento auténtico que poseía el Ayuntamiento de dicha villa de G arrovillas, y que entregó p ara ser copiado al duque p o r poco tiem po y asegurando su devolución con una fianza; y que au n ­ que su fecha está tom ada de la era vulgar, debiendo estar de la del César, esto no puede atribuirse a defecto del documento siiio a im p ericia del copiante; que en los años de 1568 o 1569, se construyeron, sin decir por quien, unos puentes de m adera sobre el Tajo y el Almonte; que éste se lo llevaron las agu as en 1576 y, de allí a nada, el otro; y que después de esto, cons­ truyó el conde la lu ria que está m edia leg u a m ás abajo. E s el prim er documento de que aquí se habla. Tam bién dice que consta, que a la form ación del estado de Alconétar, el puente rom ano de este nom bre ya estaba arruinado. E l C añaveral d ice que entonces se llam ab a Cañaveruelo».

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m ayor se hizo nueva por los años de 1540 hasta el de 1550, po r haber dem olido la antigua. E s muy herm osa por su lon­ gitu d, am plitud y altura; y por su arquitectura, que contie­ ne diferentes órdenes en sus colum nas y pilastras; por la b óveda, que es de orden gótico; y to d a la capilla es de pie­ dra de cantería berroqueña de sillería (y se puede decir es igual a la de San Esteban de Salam anca) y le acom paña de la misma y piedra la torre, que para subir a ella tiene un caracol m ayorquino, que es una pieza sola sin división ni descanso, y tiene 92 p aso s de a cuarta cada uno hasta d o n ­ de están las cuatro cam panas, que la m enor no baja de 44 arrobas y la m ayor pasa de 80; y echando una saliva o piedrecilla desde lo alto del caracol, cae perpendicular sin tro ­ pezar en parte alguna en el primerssscalón de abajo. Lo dem ás del tem plo, aunque es b astan te grande, que de largo tiene 52 varas inclusa la capilla m ayor, es obra de pie­ dra com ún y su techo de m adera. El retablo m ayor, que su elevación es de 23 varas hasta la b óv ed a, es muy herm oso con las im ágenes de los A p ó sto ­ les, estatu as enteras de la altura de d o s varas y pu estas en los tres órdenes de cuerpo de que se com pone: el prim ero de abajo es dórico, el segundo y el tabernáculo es jón ico, y el tercero es corintio, y el M isterio de la titular en el m edio, y adem ás los basam en tos y rem ates. H ay en dicha parroquia, al lado del evangelio, una capi­ lla, con su reja de hierro dorada y d o s lám paras de plata, en la que se venera una imagen de C risto crucificado, m uy d e ­ vo ta y m ilagrosa, con el título del Santo C risto de la Peña, de cuya cofradía son cofrad es to d o s los vecinos del pu eblo, y se encuentran asentados en ella m uchos caballeros y n o­ bles de esto s con tornos y los señores m arqueses de la villa de M onroy. T iene en la pared exterior inm ediata a la reja, colgada con cadenas de hierro, la piel de un lagarto: este es su nom bre com ún por su figura. A lgunos extranjeros le han visto: unos dicen es caim án, o tro s cocodrilo; tiene tres varas y tercia de largo. Viene de tradición, que un dev oto del San to C risto , viéndose acom etido po r este animal, im ploró su auxilio, lo m ató, le qu itó la pie!, la que trajo po r tro feo, agradecido de! favor que le hizo su M ajestad. N o se ha en­ con trad o razón sobre este particular, aunque se ha encon­ trad o ser ya cofradía el año de 1524. El patrón del pueblo es San G regorio, ob ispo de O stia, ab ogado contra la langosta. Se guarda su fiesta de precepto 3


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con toda solem nidad y procesión general, el 9 de m ayo. A la distancia de 200 pasos, hay en los cuatro puntos principales en cada uno su herm ita, que las tres prim eras pueden servir de parroquias: al norte, Santiago Patrón de E spaña; al m ediodía, San Bartolom é A po sto l; al levante, los san tos m ártires Fabián y Sebastián; al poniente, nuestra S e ­ ñora de la Soled ad. D entro del pueblo hay dos hospitales unidos; el uno del concejo, para recogim iento de los pobres m endigantes p a sa ­ jero s; el otro, fu n dado en el año de 1554 por don Rodrigo Pé­ re z,—presbítero, natural de este lugar (2) y prim er arcediano (2) E l testamento de doñ R odrigo Pérez se conserva en el archivo p arro qu ial del C asar y fué publicado en la Revista drl Centro de Estudios Extremeños, t. IX, c u ad .'lll, 1935, por don Tom ás Martín Gil. Con los d a ­ tos que sum in istra hem os pergeñado ésta y algu n as de la s siguientes notas. Nació don R odrigo en el C asar de Cáceres, hijo.legítim o de S e b a s­ tián Pérez y de M aría Hernández. E ra do su natural despierto y afi­ cionóse al estado eclesiástico. B ajo el patrocinio del clérigo Ju a n Vi­ v a s—«que fué el que me crió», dice en su testamento, cláu su la 42— hizo su s estudios y se ordenó de m isa. Muy joven debió m arch ar en­ tre los num erosos extrem eños que arribaron a las In d ias en lo s p r i­ m eros años del siglo XVI. Allí hizo g a la de su donaire y valía. En lo tem poral, am asó una bien san eada fortuna, los cuales b ie ­ n e s - d ic e en la cláusula 74—«he am asado por in du stria e trabajo de m i propia persona, e no con m is beneficios eclesiásticos, ni por nin­ gu n a causa eclesiástica, ni por herencia, ni patrim onio». En lo eclesiáftico, tras mucho andar por las nuevas tierras con­ q u istad as, alcanzó cargos de prestancia y honra en la Ciudad de los Reyes, donde era ya arcediano de su ig le sia el 31 de enero de 1545, cuando la diócesis fué erigid a en m etropolitana. En esta ciudad vivió de asiento hasta el fin de su s días, entregado al servicio de Dios, a la s tareas de su oficio y al m edro de su h acien­ da. Siem pre le acom pañó en su s correrías por el nuevo m nndo su sobrino Ju a n Pérez. E l d ía 4 de septiem bre de 1550, estando don R od rigo enferm o del cuerpo, sano de la voluntad y libre de entendimiento, reunidos en su c asa el doctor Ju a n de la Cueva, el licenciado D iego de Pineda, el e s ­ cribano y notario público Diego Núñez, y Pero Núñez, y Alonso de A guilar, y Antonio de Agüero, y Andrés de Torres, vecinos y m orado­ res de la C iudad de los R eyes y todos hom bres de bien, quiso e! arce­ diano otorgar su testam ento. A parte de las m andas que hace al C asar y Santiago del Cam po de tipo social, religioso y hum anitario, que serán referidas en siguientes notas, contiene su últim a voluntad cláu ­ su las de interés, que ilustran las incidencias de su vida, exponen la bondad de su alm a y testifican la alteza de m iras del común de las gentes hispanas en tierras de In d ias por los años de su conquista. H echa una honda y em otiva profesión de fe, don R odrigo va d i­

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que hubo de la C iu dad de los Reyes, en Indias, cuando fué hecha episcopal antes de llegar a arzobispal— , con su o r a to ­ rio público con el título de San Juan Bautista, con sus cuarciendo con parsim on ia y sosiego su últim o deseo: Manda, en p rim er lugar, su ánim a a Nuestro Señor Jesu cristo , que la crió y redim ió; quiere ser enterrado en la ig le sia principal de la ciu dad donde m uriere y dispone la form a en que han de hacer su entierro y funeral. D eclara que tiene 90 b a rras de p lata y ciertos tejuelos y otra plata m enuda, en que pod rá haber m ás de 20.000 p esos de buen oro; y que P erianes, m ercader de la C iudad de los Reyes, y Gonzalo Suárez, m er­ cader residente en Panam á, y Pedro de A guilar, le deben algunos dineros. A su herm ano Fran cisco Pérez, que reside en el C asar de Cáceres, m anda 500 ducados, y a su h ija Ju a n a Pérez 300; y si ellos no vivie­ ren, que lo cobren su s descendientes. A su otro herm ano H ernán J i ­ ménez tam bién le otorga 500 ducados. A Fran cisco Pérez, que por otro nom bre se llam a Bautista, m esti­ zo, natural de la provincia de N icaragua, que hacía unos doce años m archó a Sevilla, donde aprendió el oficio de hacer corazas con el m aestro Ju a n Rodríguez, que vive en la calle de las Arm as, m anda se le den 1.000 ducados, puestos en Sevilla lib res de toda costa «por razón de buenos servicios que su m adre me hizo en este reino». A Antonio Perez, mestizo, hijo de Ju a n Pérez, «m i sobrino que al presente tengo en m i servicio», leg a 500 ducados, y dice que su s alb aceas le lleven a E sp añ a y la ju sticia del C asar nom bre curador, que guarde, adm inistre y procure aum entar los 500 ducados, hasta su m ayor edad. A Beatriz, h ija de la india Isab el, natural de Cuzco, «que me sir ­ vió», m anda 500 ducados y la d eja por curador a su herm ano F ra n ­ cisco Pérez, que reside en el C asar, hasta que se m eta m onja o con­ traig a m atrim onio. A su sob rin a E stefan ía Pérez y Mari Hernández, hijas de su her­ m ana Mari Hernández, n atural de Santiago del Cam po, m anda 100 ducados a cad a una p ara ayuda a su casam iento. A Lorenzo y María, indios, naturales de N icaragua, que le servían como esclavos, m anda que sean libres y hagan de sí lo que quieran, y den 50 pesos a cada uno en d escargó l e su conciencia por el tiem ­ po que de ellos se había servido. A su sobrino Alonso Pérez, hijo de su herm ano Alonso Pérez, le d eja un m olino en el térm ino del C asar, que adqu irió con su s p ro ­ p io s dineros; y a l hijo segundo de su hermano, un solar que dejó en dicho pueblo, com enzadas a levantar las paredes, cuando m archó a Indias. N om bra por albaceas a C ristóbal de B u rgo s y a Pedro Serrano, vecinos de la Ciudad de los Reyes, a los que d a poder cum plido p ara ejecutar cuanto ordena en su testamento. A 11 d ías del m es de septiem bre del dicho año de 1550, añadió un codicilo a su testam ento, en el que reform a la s condiciones ad m in is­ trativas de los pósitos que fundó en el C asar y Santiago del Cam po. D eja 1.000 pesos de buen oro a la provincia de N icaragua: 500 p ara evangelizar y m antener a los naturales e indios del pueblo de Bomba-


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to s y cam as para los enferm os hijos del pueblo, asistidos con m édico, cirujano, b otica y dem ás utensilios necesarios po r su patron o. (3) cho; y otros 500 p ara que se em pleen en los indios de la ciudad de León y térm inos de la ciudad de G ranada. H ace otras m andas a la negra"M argarita, su panadera, y a Mari Velázquez, que le servía en su enferm edad. E l d ía 15, hizo otro condicilo y establece que, «deseando d escar­ g a r su conciencia e d estrib u ir su s bienes como m ejor le convenga a su salvación, e consultado después acá con letrados e otras personas tem erosas de conciencia lo que m ás conviene al descargo de su con­ ciencia, e visto su parecer, es su voluntad de d ejar en estos reinos del P erú una m em oria perpetua p ara la doctrina de los naturales dél; e al presente no está dispuesto p ara especificar la orden que conviene se tenga en ello, porque quiere y es su voluntad que de los dichos su s bienes, ante todas cosas, su s albaceas tomen la cantidad de pesos de oro que les paresciere que baste p ara com prar hasta trescientos e cincuenta pesos de renta de buen oro, que sean perpe­ tu o s^ la dicha renta conviertan en pro e doctrina de los natu­ rales deste dicho reino, lo cual hagan con acuerdo e parescer del ilu strísim o e reverendísim o señor don fray Gerónim o de L oaysa, prim ero arzobispo de la san ta iglesia desta C iudad de los Reyes, e cum pliendo la susodicho en todo, lo dem ás contenido en los dichos su s testam ento e codiciios quedaren en su fuerza e vigor». Murió un m iércoles, 17 de septiem bre de 1550, en la C iudad de los Reyes. (3)

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Erigió tam bién a sus expensas, en la iglesia parroquial, al lado del evangelio, una capilla herm osa, to d a de piedra si­ llería berroqueña, de orden gótico com o la capilla m ayor, con el título de Santa Ana, dotán dola con cuatro capellanes, cáli­ ces, incensario, vestuarios y su fiesta con to d a solem nidad (4). que el dicho hospital se llam e San Ju a n de Letrán e sea m iem ­ bro de San Ju a n de Letrán de Rom a. «Item, m ando que en el dicho hospital se h aga un altar e se ponga un retablo pequeño de la advocación del señor San Ju a n , p ara que allí se d ig a m isa; e uno de los capellanes (o sea, uno de los titulares de las cuatro cap ellan ías que fundó y dotó en la ig le sia parroqu ial) la vaya a decir tres d ías en la sem ana, que sea el dom ingo, e viernes, e sábado...» Don T om ás Martín G il escribe sobre el hospital: «Aún se halla en pie el hospital de San Ju a n de Letrán, en el cu al fu n d ara el testador las seis cam aretas para cam inantes o p a ra enferm os. Y aún funciona tan p articu lar obra, aunque con el funcionam iento que podrán suponer todos. H um ildad y y pobreza franciscana; pero un acierto en la disposición de los cuartitos, sep arad os y dando todos ellos a un patio interior perfectam ente aislado de la s calles adyacentes. A un lado, la erm ita en que se hizo el retablo de que nos h abla el testam en­ to; obra en su talla, escultura y pintura de la s m ism as m anos que hicieron los de la ig le sia parroquial.»

Don R odrigo lo dispuso en su testamento de esta gu isa: «Item, m ando que en un hospital que está en dicho pueblo del Casar, se hagan a costa de m is bienes e hacienda se is c á ­ m aras pequeñas, y en cad a una se ponga una cam a honesta, donde si algún pobre del pueblo, enfermo, que no tenga con que curarse de su enferm edad, se q u isiere recoger a curar, sea curado e servido hasta que convalesca e que sé pueda ir a su casa; e que la una de las dichas cám aras sea p ara clérigos e frailes que por allí pasaren cam inantes; y en las tres de ellas se aposenten los p obres cam inantes, faltando enferm os que las ocupen del dicho pueblo... «Item, porque deseo traer indulgencias de Rom a, con que las ánim as se salven y el dicho pueblo sea honrado, ruego e pido por m erced a la ju sticia e regim iento del concejo del dicho pueblo, que llam en a el dicho hospital San Ju a n de Letrán, e que esto se negocie con el señor obispo de Coria. «Item, m ando que de los dichos m is bienes se envíe a R om a lo que fuese necesario p ara traer las bu las al dicho hospital, e se alcancen de Su San tidad e de los cardenales todas la s in dul­ gencias de San Ju a n de Letrán de Rom a, como están concedi­ d as a San Ju a n de B árbalos en Salam anca e a otros hospitales que son m iem bros de San Ju a n de Letrán de Rom a; e se su p li­ que con toda instancia al dicho señor obispo, haya por bien

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A sí reza en el testamento del fundador: «Item , m ando que, suplido e p agad o lo susodicho, se h aga de los dichos m is bienes en la ig le sia m ayor de dicho pueblo del C asar de Cáceres, a la m ano izquierda del altar m ayor, junto al altar de Santa Ana, que es fuera de la cap illa m ayor de la dicha iglesia, una cap illa de la advocación de señora Santa Ana; e se ab ra por aquel lado de la dicha iglesia, e se rom pa la p a ­ red, e se h aga la dicha capilla, e se g aste en la obra e retablos d ella h asta la cantidad de m il coronas de oro. En la dicha c a ­ p illa haya dos altares, en que se pongan dos retablos: el p rin ­ c ip al sea de la dicha advocación de señora Santa Ana, y el otro de N uestra Señora; e ruego e pido por m erced a los alcaldes e reg id o res de dicho pueblo, se junten con el patrón que por mí se rá nom brado p a ra lo susodicho, e todos juntam ente su p li­ quen al señor obispo de Coria, que dé licencia p ara lo su so ­ dicho. «Item, m ando que de los dichos m is bienes se doten cuatro c ap ellan ías en la dicha capilla, e se com pren de los dichos b ie­ nes cuarenta m il m aravedís de renta perpetua, en yerba o en otra cosa que a dicho patrón le paresciere, contando que lo


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Juntam ente, fundó el pósito de granos que hoy tiene este

pueblo, con un vasto caudal para so co rro de los vecinos (5). Fundó otro p ó sito de granos en el lugar de Santiago del

com pren dentro de seis m eses después que m is bienes lle g a­ ren al dicho C asar de Cáceres. «Item , m ando que de los dichos m is bienes se com pren otros diez m il m aravedís de renta, p ara los reparos de la dicha capilla, e p ara los ornam entos e cera e vino que en ella se gastare, e se com pre de la m ism a renta que se com praren los cuarenta m il m aravedís p ara las capellan ías, e esa asim ism o perpetuo. «Item, m ando que los dichos diez m il m aravedises se p a ­ guen a cada uno de los dichos capellan es por su s tercios de cad a un año.

pese cinco m arcos». Sobre esta cap illa dice el fervoroso extrem eño don T om ás Martín Gil:

Establece después las obligaciones de los capellan es y las m isas que han de cslebrar: el dom ingo, en d escargo de su ánim a y con­ ciencia; el lunes, en alivio de los que sufren en el purgatorio; el m ar­ tes, p or la conversión de los in dios de los reinos del Perú y de Nica­ ragua; el m iércoles, p ara que vuelvan al Señor los que están en p e ­ cado m ortal; el jueves, p ara acrecentar el estado de la Ig le sia y que las b á rb aras naciones entren en su redil; el viernes, por todos su s difuntos y p or su intención; el sábado, p a ra que el Señor lleve su alm a a la san ta gloria. N om bra capellanes a cuatro clérigos n atu rales del C asar: a Ju a n Vivas, «que fue el que me crió, e si éste fuere tan viejo que no pueda servir la dicha capellanía, nom bre él otro clérigo que la sirv a por él»; a Ju a n Gutiérrez; a Alonso Jim énez; y a Jerón im o de Alcántara. N om bra patronos de estas capellan ías a su s herm anos H ernán Jim én ez y Francisco Pérez y a su s sucesores, en la form a y b ajo las condiciones que especifica, los cuales nom brarán en lo sucesivo los capellanes, «prefiriendo siem pre a los parientes m ás cercanos que las pretendieron»; y harán que de sus «bienes se com pren m il e quinien­ tos m aravedís de renta, lo? cuales se den por su s tercios al sacristán que fuere de la dicha iglesia, porque tenga cargo de lim piar la dicha capilla, e tenga cuenta e razón de las m isas que se dijeren, e gu ard e los ornam entos de la dicha capilla, e tenga cuidado en servir lo ne­ cesario della». En carga con m uy subido interés que el «dicho patro­ nazgo, p a ra ahora e p ara siem pre jam ás, sea siem pre de seglares, en tal m anera que en la presentación del dicho patronazgo p ara las d i­ chas capellan ías no se entrem eta ninguna persona eclesiástica...», y si algún clérigo, prelado, pontífice, rey u otra cualquier persona «se entrem etiere en pedir e perturbar esta dicha m i fundación e p atro­ nazgo, que en tal caso quiero y es m i voluntad, que en todos m is bienes e rentas que dellos se com praren, sucedan los dichos m is her­ m anos y los descendientes dellos, los m ism os que estaban nom bra­ dos por patronos, e sean m is perpetuos herederos en todo lo su so d i­ cho», con tal de que ellos cum plan con las obligaciones de las cap e­ llanías. Manda, en fin, que «p ara el servicio de la dicha capilla e ca­ pellan ías, se com pren de m is bienes tres cálices de plata, de tres m arcos cad a uno, con su s patenas, que sea el uno dorado p ara las fiestas principales, e asim ism o se com pre un incensario de plata, que

«E stá en el m uro norte de la referida ig le sia p arro qu ial y e i una construcción del sig lo XVI, de estilo gótico, m odesta pero robustam ente levantada, de planta cu ad rad a y cubierta por bóveda de aristas. C onserva los dos retablos de que se h abla en el testamento, am bos con pinturas y esculturas. E l estilo, uniform e, es el plateresco, y han debido ser m uy repintados, p u es los cuadros, sobre tablas, están ennegrecidos hasta el punto de ser im posible la identificación de su s asuntos. E l ü rin cip al lleva la im ágen de bulto de Santa Ana, escultura com o la otra del retablo de la V irgen, de las conocidas entre los artistas con el nom bre de im ágenes de sección de pan, que son a m anera de relieves exentos y por tanto con la parte p os­ terior casi plana y solam ente desbastada. De aquí una frase g ráfica del actual sacristán de la parroqu ia, que m e decía cuando estu d iaba las citadas esculturas: —E sta s no se hicieron p ara sacarlas en procesión. «Conserva asim ism o esta cap illa todo su friso de azulejos a la cuerda seca, indudablem ente de la época de la construcción. E p oca que, en docum entos de referida ig lesia, consta fué en años muy poco posteriores al 1551». (5) H e aquí la voluntad del testador: «Item, m ando que de los dichos m is bienes se junten cuatro m il e doscientas coronas, de valor cad a una de trescientos e cincuenta m aravedises..., y es m i voluntad que se com pre en el dicho pueblo de C asar de Cáceres de la s doscientas coronas una casa e granero, p ara que se ponga e deposite el trigo que se ha de com prar con la s dichas cuatro m il coronas. «Item , m ando que si en las dichas doscientas coronas de oro no hubiere p a ra com prar los dichos casa e granero, tales cu al convengan p ara el depósito del dicho trigo, se su p la lo que faltare de las dichas cuatro m il coronas. «Item , m ando que, com prada la dicha c a sa e gran ero de las dichas doscientas coronas e de las dem ás según lo dicho, las dichas cuatro m il coronas o lo que d ellas hubiere com pradas las dich as casas, se em plee todo e com pre de trigo todo, al m ás b ajo precio que se pu diere com prar en la p rim era cosecha; y el trigo que así se com prare, se deposite e ponga en la dicha casa; e en ella haya tres llaves con tres cerrad u ras en la puerta de dicha casa, e un alcalde del concejo del dicho pueblo del C asar tenga la una llave, e la otra tenga el patrón que fuese por m í de yuso nom brado, e la otra un diputado nom brado por el concejo e regim iento del dicho pueblo». Establece en el testam ento p ro lijas norm as p ara el buen gobierno


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C am po , por vivir en él un hermano su yo. (6) Y tam bién que-

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dó dotación para casar huérfanas de su línea en este pueblo (7).

del pósito, pero luego las redujo en un codicilo, de esta form a: «M anda que las dichas cuatro m il coronas que se com pra­ ren de trigo, el trigo que d ellas a sí se com prare en cad a un año, se venda al tiem po que valiese caro en el año que se com prare, e entonces se venda al precio que costó, e se rep arta entre los pobres del dicho pueblo del C asar, dando a cada uno lo que pareciere a los patronos e alcaldes e diputados que tuvieren las llaves del dicho granero, e se torne a renovar de m anera que en cad a un año haya siem pre las cuatro m il coro­ nas de trigo; e fagan de m anera que antes se acreciente que venga en dism inución; e que el tiempo en que se hubiere de vender sea albedrío de los dichos patronos e alcaldes e d ipu ta­ dos; e la m ism a orden dijo que qu ería e m andaba e m andó se tenga en las m il coronas que tiene m andado se com pren de tri­ go en el pueblo de Santiago del Cam po». N om bra «patrón p ara tener la prencipal llave de la casa e d epósi­ to del trigo» a su s herm anos y sucesores. Don T om ás Martín Gil ap ostilla esta fundación con las siguientes p alabras: «De los pósitos habría mucho que hablar. Su fundación nos ilum in a con una viva luz la vid a económ ica de los pueblecitos extrem eños en el siglo XVI. ¡Qué poco han variado las activi­ dades a p esar del tiem po transcurrido! He aqu í un filón virgen p ara los que quieran estud iar cuestión tan interesante p ara todos los buenos españoles. Sin contar que, adem ás de los p re­ cios y otras noticias cu riosas que contiene, la reglam entación de su funcionam iento y el uso del dinero sobrante de la peque­ ña especulación trigu era son un dato notabilísim o p ara el co­ nocimiento de la p sicología de las colectividades de entonces. «¿Dónde estuvo situad a la casa del pósito o de las tres llaves? Según noticias de casareñ os que la conocieron en su form a ' prim itiva, se trata de la c asa que hoy ocupa el Ayuntamiento, en la plaza m ayor del lu gar y en el lado en que se prolonga una de las aceras de la m agnífica calle llam ad a L arg a (unos 800 m etros de longitud). A tal edificio perteneció una pied ra con un escudo curioso: cuatro llaves form ando un rom bo den­ tro de un cam po acuartelado, sostenidos por dos tenantes que figuran sendos am orcillos; todo ello tallado en granito no muy fino del p aís y en alto relieve». (6)

Dice así el testamento: «Item, m ando que, por cuanto m is p ad res fueron naturales de SantiBgo del Campo, que es térm ino de la s G arrovillas, que de los dichos m is bienes saquen otras m il coronas e se haga en dicho pueblo de Santiago otro depósito, com prando una casa de poca costa de las dichas m il coronas e em pleando la resta en trigo, en lo cual se gu ard e la m ism a orden que en el depó-

C .— L ím it e s d e l C a s a r . La ciudad de C oria, m atriz del o b isp ad o , dista de este pueblo nueve leguas, entre el norte y el nornoroeste. La villa de C áceres, cab eza de vicaría y partido, dista de este pueblo d o s leguas, entre m ediodía y su d su d este. El lugar de M alpartida de C áceres, dista de este pueblo tres leguas, entre m ediodía y el su dsu d oeste. La villa de A rroyo del Puerco tres leguas, inm ediato a la línea del su doeste. La villa de N avas del M adroño (ésta es del priorato dé Alcántara) cuatro, al oeste-noroeste. La villa de G arrovillas de A lconétar, cuatro leguas, entre el n oroeste y el nornoroeste. sito de las cuatro m il coronas que está de yuso declarado... «Item , m ando que sea patrón p ara tener una de las llaves en el dicho pueblo de Santiago del Campo... dicho Fran cisco P é­ rez, m i herm ano, e d espués dél su hijo varón que se a m ayor, e no dejando hijos, el pariente m ás cercano a l dicho patrón, con­ tando que sea de m i linaje, e sea el hijo m ayor el que siem pre su ced a en el dicho patronazgo». <7) A sí reza la cláu su la 66 del testamento: «Item , m ando que los dichos Fran cisco Pérez y H ernán J im é ­ nez, m is herm anos, sean m is herederos universales, en tal m a­ nera que de los dichos m is bienes se com pren treinta m il m a­ ravedís de renta perpetua en la form a y m anera que se com ­ prare la dem ás renta p ara las dichas cap ellan ías e p ara lo de­ m ás de su so contenido; y en aquello que se em pleare la dicha renta, en ello m ism o se em plee en renta que renten los dichos treinta m il m aravedís; e todo lo dem ás que sob rase de m is b ie ­ nes, m ando que se com pre en renta y lo que d ellas se hubiere se d istribu y a en c asar huérfanas, cum pliendo ante todas las co sas todo lo de su so contenido, e que las dichas huérfanas se doten e casen por la orden de su so contenido». Esto es, prefiriendo a su s parientes y entre ellos a los que proce dan por lín ea.d e varón.


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El puente arruinado de A lconétar y barca para pasar el T ajo en el mismo sitio, dista tres leguas, entre el n ornoroeste y el norte. El lugar del C añaveral, entre el norte y el nornoreste, dista cinco leguas po r el cam ino que se lleva p o r el dicho puente y barca de A lconétar, que si hubiera camino derecho, hay poco m ás de cuatro leguas. El pueblo de Hinojal del C am po dista de éste tres leguas, por el nornordeste; y el de Santiago del C am po d o s, entre el n ornordeste y el nordeste. E sto s tres últim os lugares— Cañaveral, H inojal y San tia­ g o - s o n de la vicaría y partido de la villa de G arrovillas de A lconétar, y también la villa del A rco, que está pu esta en m edio de la sierra en el punto del norte, a la izquierda del Cañaveral. L a villa de T alaván (ésta es del o b isp ad o de Plasencia) dista de este pueblo cuatro leguas, entre el n ornordeste y el n ordeste, y su térm ino, que linda con el de los dichos lu ga­ res de Hinojal y Santiago, va dividiendo, desde el río T ajo al norte hasta las puentes de don Francisco de Carvajal, que están hacia el m ediodía (en donde se juntan el riachuelo T a muja y el río Alm onte), el territorio de los d o s o b isp ad o s C oria y Plasencia; y el dicho riachuelo de T am u ja va divi­ diendo el término de la villa de C áceres y el de la ciudad de T rujillo, y el de los d o s dichos ob isp ad o s; y en el camino que va de C áceres a T rujillo, tiene un puente bueno de cantería. L a villa de M onroy, m arquesado de este título, dista de este pueblo cuatro leguas, entre el esten ordeste al este. E sta villa es tam bién del o b isp ad o de Plasencia. El lugar de Sierra de Fuentes, que es de la vicaría y p arti­ do de C áceres, dista de éste cuatro leguas, entre el su deste y el su dsu d este.

D —Amenidades y antigüedad de la Jara y de i a ermita de Nuestra Señora de! Prado.

A legua y media de distancia de este pueblo y en su tér­

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mino hacia el poniente, en el sitio que llaman de la Jara (do n ­ de hay vestigios de haber habido población , y en las excava­ ciones que hacen los dueños de aquellas heredades para la­ b orear sus viñas, se encuentran m onedas m uy antiguas) se venera en su erm ita, muy decente, la imagen de M aría San tí­ sim a con el título del Prado, a la que los pu eblos inm ediatos tienen grande devoción, y éste en su s afliciones la trae en procesión a la parroquia, para conseguir p o r su intercesión los divinos beneficios. El expresad o sitio de la Ja ra en la prim avera es un jardín natural m uy delicioso p o r la abundancia y diversidad de flo­ res, principalm ente rosas, de las que se proveen los b o tic a­ rios de C áceres, Alcántara, Brozas, G arrovillas y de to d o s esto s con tornos, viniendo de hecho a go zar algunos días de recreación y llevar cargas de ellas, para surtir sus b o ticas, y la infinidad de m anojos, que cogen las gentes de to d o s esto s con tornos que en este tiem po vienen de rom ería a visitar a la Virgen. Juntam ente, hay en dicho sitio m ás de 40 lagares o caras de cam po para el tiem po de vendim ia, que lo hacen m ás delicioso.

E —Ermitas de San Benito y de Nuestra Señora de Almonte. A distancia de m edia legua y m edio cuarto, a la m ano derecha, distante cosa de 300 p aso s del cam ino que va de este lugar al de Santiago del C am po, están d o s erm itas, dis­ tante una de otra unos 60 pasos, en una dehesa de diferen­ tes caballeros de C áceres, las que antes de dar el rey esta dehesa eran del pueblo, y hoy se m antiene en posesión de ellas, la una con el título de San Benito A b ad y la otra con el de M aría Santísim a de Alm onte. Se considera que este título es po r estar cuarto y m edio distante del río Almonte. L a efigie de M aría Santísim a es antiquísim a, com o la obra de la erm ita. La de San Benito es m ás m oderna. H ay vestigios de algunas habitaciones y viene tradición de que fué este sitio recogim iento u hospicio de tem plarios. Y para pasar el río de Alm onte de un lugar a otro, hay un b arco pequeño.


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que corresponde al año 1291, el rey don Sancho IV concedió a este pueblo del C asar el privilegio siguiente:

F .—Lagunas, huertas y molinos del arroyuelo llamado Aldea. H acia el m ediodía, a distancia de media legua, inm ediato al camino que va de este pueblo a M alpartida, tiene origen, en la dehesa boyal, un arroyo que llaman de la Aldea, el que corre hacia el norte y circunda al pueblo p o r el poniente, cuyas aguas entran en d o s lagunas al mismo lado del ponien­ te, muy inm ediatas al pueblo. La primera es la nueva y ma­ yor, que se hizo en 1507, y en su desaguadero tiene un m o ­ lino de harina; y el agua que vierte ésta, entra en la otra vie­ ja y m enor (no hay noticia cuándo se hizo y hoy conserva el nom bre de albuera vieja) en la que hay otro molino de harina. Y siguiendo el arroyo su curso al norte, hay en su inme­ diación, hasta p o r b ajo de la ermita de Santiago, 26 casas tenerías con to d as sus oficinas para la fábrica de curtidos, de que se hará expresión. Y en la distancia de un cuarto de legua del pueblo, hay en dicho arroyo otros dos molinos de harina y algunas huer­ tas de hortaliza. Y a la distancia de una legua del pueblo, al norte, entra en el río Almonte, sin tener puente; solamente tiene inmediatos al pueblo unos cinco pontoncillos fo rm a­ dos de algunas piedras de cantería.

G.—Privilegio de don Sancho el IV. Por las gu eiras con Portugal se perdieron y extraviaron m uchos instrum entos del pueblo, que nos podrían dar n oti­ cias individuales de m uchos asuntos útiles; p o r lo que no se sabe cuándo se fun dó el pueblo, ni quien lo fundó; pero se considera ser su fundación bastante antigua, porque, habien­ do sido ganada a los m oros la villa de C áceres por el rey don A lonso el IX, el día de San Jo rge, 23 de abril del año 1229, pues fué en la era de 1267, en el día 18 de febrero, era de 1329,

Privilegio-. Sepan cuantos esta carta vieren, cómo yo don Sancho, por la g rac ia de Dios rey de C astilla, León, Toledo, Galicia, Sevilla, de Córdoba, de M urcia, de Jaé n , do Algurve, p or hacer bien y m erced a los hom bres que moran en el ( )nwir, ald ea de Cáceres, porque se enviaron a qu erellar que se yerm a­ b a el pueblo e que no podían ahí vivir por m uchos a g ra v a ­ m ientos que recibían de hom bres de n uestra casa e de la villa de Cáceres que ganaron cartas de la chancillería del rey, nuestro padre, e de la nuestra, porque les dieron dehesas tan cerca de esta aldea y en las su s heredades, que los del pueblo no podían haber su s heredades desem b argad as, ni podían criar su s gan ados, ni entrar a beber las ag u as en aquellos lu gares do las entraban a beber antes que las dehesas allí fuesen dadas: tenem os por bien, porque esta aldea so b re ­ dicha se non yerm e y porque sea m ejor poblada, que de aquí adelante ningún hom bre non haya dehesa acerca de esta aldea a m edia legu a en derredor del pueblo p or ejido p a ra criar su s gan ados, e que no les entren allí otros gan ados a pacer las y erb as contra su voluntad; y p ara les hacer m ás bien y m ás m erced, tenem os por bien y m andam os, que en ninguno de los heredam ientos de los hom bres de esta aldea otro hom bre ninguno de aqu í adelante non haya dehesa, ni la com pre por carta ni privilegio que tenga; y p a ra les hacer m ás bien y m erced, tenem os por bien y m andam os, que entren los g a n a ­ d o s de los hom bres que m oren en esta aldea, paciendo, a b e­ ber ag u as do las hubiere, así como solían antes que la s dehe­ s a s allí fuesen dadas; e m andam os y defendem os firm em ente, que ningún hom bre non les pene contra estas m ercedes que nos hacérnosle por ninguna m anera por ninguna carta ni p ri­ vilegio que tengan de dehesas que allí haya; e a cualquiera que p asase contra ella, pecharnos ha en pena m il m aravedíes de la m oneda nueva, y a los hom bres de la aldea dicha o a quien su voz tuviere, todo daño que por ende recibieren, doblado; e de esto les m andam os d ar esta nuestra carta, se lla ­ d a con nuestro sello colgado do cera. D ada en Sepúlveda, a diez y ocho d ías del m es de febrero, era de 1329. Yo, Gozalo Fernández de la C ám ara, la hize escrib ir por m andado del rey. Isid ro Gómez B ach ilariu s. Vicente Pérez. G arcía Fernández.

El expresad o privilegio está confirm ado po r to d o s los se­ ñores reyes y por el reinante don C arlos IV. Por el privilegio anterior se deja ver claram ente que este pueblo del C asar es muy antiguo y siem pre ha sido de m u­ cha vecindad, porqu e en él corto espacio de 62 años que hay desde que se ganó la villa de C áceres a los m oros hasta que el rey don Sancho le concedió el privilegio, no se podía


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fundar una aldea y llegar a ser tan po p u losa que se queja a su rey se iba despoblando, porque su s vecinos no podían vivir en ella ni criar sus ganados, por las m uchas dehesas que iban dando los m onarcas en las inm ediaciones del pueblo, el que se considera tenía grande extensión de término.

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quierda del cam ino, el que tam bién pasa p o r ella hasta llegar al puente dicho de A lconétar.

J . — C asas

H.—Término de! Casar. El térm ino que tiene hoy día este pueblo, inclusa la me­ dia legua del privilegio, es de tres leguas de longitud de le­ vante a poniente por las dehesas que a este lado ha com pra­ d o con el dinero de sus prop ios; y desde el m ediodía hacia el norte, entrando por el m ism o pueblo el camino real ade­ lante, legua y media larga, y más hacia el poniente de legua y cuarto, y el rem ate de media legua.

I.—Ei camino de ¡a plata. El término de este pueblo, desde la línea interm edia del n oroeste al nornoroeste, siguiendo por el norte, levante, me­ diodía, y siguiendo al oeste, está circundado por dehesas de difeientes señores de C áceres y otras partes, y heredades de vecinos de C áceres, y desde el oeste al noroeste por los tér­ minos de la villa de N avas del M adroño y el de la de GarrÓvillas de Alconétar. A distancia de tres cuartos de legua, a mano derecha del camino que se lleva de este pueblo en su térm ino a la puente y barca de Alconétar, en el sitio que hoy llaman Pedfo H ur­ tad o , hay vestigios de población (no tan grande com o la que está en el sitio de la Jara, donde está N uestra Señora del Prado) y por dicha población pasaba la calzada que hoy con ­ serva el nom bre de los rom anos y por otro nom bre el «c a ­ mino de la plata»; y dicha calzada se encuentra y conserva, habiendo p asado tantos años, con sus colum nas (y en una se lee T rajano) a diferentes distancias y a la derecha y a la iz-

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de Ayuntamiento.

T iene por arm as este pueblo en la fach ada de! nuevo A yuntam iento, que se hizo el año de 1749, un castillo de cantería, y en la fach ada del viejo que se derribó estaba el mismo castillo que se trasladó a este nuevo; juntam ente, en la fach ada del viejo, había pintada un águila y en su cuerpo, entre su s alas y cola, tenía pintado un escu do , que a un lado tenía un castillo y en el otro un león. N o se ha po d id o averi­ guar quién concedió estas arm as al pueblo ni por qué m otivo. En el año de 1477, la reina católica doña Isabel estu vo en la villa de C áceres, y m andó que los d o s sellos que tenía la villa, uno con un castillo y otro con un león, porque los ca­ balleros de su Ayuntam iento, divididos en b an d os, unos fir­ m aban con el sello de C astilla y otros con el de León, se d es­ baratasen y se hiciese un solo sello partido en d o s cuarteles, de los cuales en uno se pusiese un castillo y en otro un león, dando estas arm as po r su yas propias a la dicha villa para siem pre jam ás; por lo que es presum ible que las m ism as se las concediese a este pueblo, aunque hubiese antes el cas­ tillo solo.

K .—Varones ilustres dei Casar. Este pueblo ha tenido d o s varones ilustres en santidad: el uno llam ado fray Agustín del C asar, religioso sacerdote profeso en los trinitarios descalzos en el convento de Valla* dolid, com o consta de las crónicas, lib. 2 ° , cap. 7 .°, fol. 312. Pasó diferentes veces a Argel a la redención de los cautivos y por predicar nuestra santa Fe C atólica a los m oros, ésto s le ataron a un palo y lo asaetearon y m urió con este m arti­ rio, y así está pintado en este pueblo.


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El otro es fray Juan de San D iego, religioso lego de los observan tes de San Francisco en esta provincia de San M i­ guel, el que vivió con fam a de santidad, haciendo m uchos prodigios aquí en su patria, en C áceres y en diferentes p u e­ blos, en el tiem po que vivió en esta provincia. D espu és pasó a Jerusalén y T ierra Santa, donde vivió con la misma opinión de santo y murió en éxtasis en el hospicio de la ciudad de D am asco, anunciando antes el día de su m uerte, que fu é el 3 de m ayo de 1670, en que cum plió 43 años de edad y 17 de religión. Así consta en las crónicas de esta provincia. En el primer capítulo de la provincia de San M iguel de la observancia de San Francisco, cuando se dividió de la de Santiago, celebrado en 3 de octu bre de 1551, fué electo canónicam ente para provincial de la misma provincia, siendo el segundo que tuvo, m as el prim ero n om brado en ella, el reverendo padre fray D iego V ivas, natural de este lugar. Era su jeto en quien, so b re las dem ás partes requisitas, res­ plandecían singularm ente el espíritu de po breza, austeridad y observancia regular; y, así, visitó la provincia a pie; to d o el aparato del camino se reducía a una humilde bestezuela, que llevaba su m anto y el del com pañero, cuando ellos se aliviaban, y el recado necesario para el despacho del oficio. A delantó m ucho la observancia religiosa y en ella quiso en­ vejecer y morir, con tan firme determ inación que no se pu do conseguir de él que aceptase un o b isp ad o que le ofrecían en las Indias. C uan tas razones de conveniencia le propon ía la instancia ajena, las hallaba d esbaratad as y desvanecidas con su hum ildad propia. El reverendo padre fray Francisco Vera, natural de este lugar, p o r su gran virtud, ciencia y prudencia, fué electo provincial de esta misma provincia en el prim er capítulo que se hizo en la villa de Béjar, en 11 de diciem bre de 1662. Y despu és ha habido o tro s d o s provinciales en ella, naturales tam bién de este pueblo, habiéndole to cad o al dicho reve­ rendo padre Vera ser el 39 provincial de esta referida p r o ­ vincia. El padre fray D iego de A ndrade, religioso sacerdote de la misma provincia, natural de este pueblo y sobrino carnal del venerable fray luán de San D iego, de que qu eda hecha mención, fué procu rador general de Jerusalén y to d a T ierra Santa, com o consta de una carta que escribió (la que co n ­ serva en su poder y me ha m ostrad o un sacerdote pariente su yo) con fecha de 12 de ag o sto de 1719, al reverendo padre

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fray Jo sé G arcía, m inistro general de to d o el orden seráfico, el que la m andó imprimir, en que le com unicaba la fuerte oposición que hacían los tu rco s para la ob ra que se quería hacer p o r la ruina que am enazaba la cúpula, y otros rep aros del tem plo del Santo Sepulcro, y de la sedicción sucedida en Jerusalén p o r dicho m otivo, el día 31 de m ayo del dicho año, en el qúe estuvieron a perder la vida to d o s los religio­ so s, y que p o r sus disposiciones el bajá de D am asco vino y su jetó a los tu rcos, y que ya se había dad o principio a la obra, poniendo él p o r su m ano la prim era piedra bendita con dirección del artífice.

L.— Calidad, frutos y laboreo de las tierras. Este pueblo participa de d o s terrenos, los que divide la línea que corta al pueblo del norte a m ediodía. Hacia levante es tierra de barro a p ro p ó sito para sem brar trigo; y hacia poniente es tierra arenisca para centeno y cebada, y los d ife­ rentes pagos que tiene el pueblo de viña están en dicha tierra arenisca; son de p o co fru to, pero el vino es m uy generoso; es tam bién ap ro p ó sito para zum aque, de lo que se coje b u e ­ na cosecha. L o s fru to s m ás singulares son los ya dichos, trigo, ceb a­ da y centeno, y vino; y habiendo arreglado un quinquenio a cada uno, to ca de trigo 7.000 fanegas, ceb ad a, entre blanca y avena, 5.500, centeno 11.000, de vino 5.000 arrobas, p o co más o m enos de to d a s las referidas especies. D e trigo, algu­ nas fanegas se venden en C áceres y en o tro s algunos p u e ­ b lo s y, a veces, se trae de fuera; de centeno, cada año se e x ­ traen para vecinos del partido de M ontánchez y de la villa de G arrovillas y o tro s p u eb lo s, so b re 2.000 fanegas; la ceb a­ da, com o este pueblo es carrera de Andalucía a C astilla, casi to d a se consum e en el pu eblo; el vino, p o r ser bueno, algu­ nas arrob as se venden para fuera del pu eblo; la cosech a de zum aque será cada año, p o co m ás o m enos, de 5.500 a rro ­ b as, el qu e, despu és de las arrob as qu e se consum en en la fábrica de curtidos que hay en este pu eblo, las dem ás s o ­ bran tes las llevan para fábricas de C áceres y otras de los con tornos en esta provincia; de aceite es corta la cosecha y 4


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necesita el pueblo traerla de fuera, cosa de 1.200 arrobas, para surtirse, pero, hoy día, se esmeran los vecinos en poner plantones de olivos, que no hay rincón de terreno en sus ejidos que no lo siem bren los pobres, que no tienen tierra propia para sem brarlos y, de veinte años a esta parte, se ha­ brán sem brado en tierras propias y en los ejidos, co sa de 10.000 pies de olivos y se han hecho tres m olinos de aceite. L o s vecinos del pueblo son muy adictos a laborar, lo que les faltan son tierras para sem brar. En to d o el térm ino del pueblo no hay m ás m onte que el de encina en la dehesa b oy al, que tiene de largo m edia legua y corre desde la línea de m ediodía hacia poniente, dentro de la m edia legua del privile­ gio, y de ancho cosa de un cuarto de legua. L o dem ás del térm ino to d o se siem bra, excepto lo que está plantado de viñas y zum aque; y en aviando los fru tos, lo pastan los g a ­ nados.

M.—Floreciente industria en el pueblo del Casar. H ay una fábrica de curtidos de suela, vaquetas y c o rd o ­ bán, la que ha tom ad o grande increm ento en el término de 20 años, que hoy día, unos años con o tros, se curten de 8.000 a 9.000 cueros de reses vacunas, y cosa de 2.000 pieles de reses cabrunas para cord o b án ' cu y os curtidos, principal­ m ente la suela, se lleva a vender a diferentes ferias de la p ro ­ vincia y fuera de ella. E sta fábrica no se ha establecido p o r com pañía alguna, sino p o r su jetos particulares, elaborando cada uno según sus posibles. Y en dicho tiem po de veinte años, se han hecho nuevas unas veinte casas tenerías en el arroyo de la A ldea, que circunda al pueblo po r el poniente, que antes había seis o siete solas. D e dicha fábrica resulta otra de zapatería de ob ra b asta, la que corre p o r to d a la provincia, la de C astilla, y hasta la m ism a corte de M adrid. En este siglo hubo fábrica de pañ os de lana del país p o r diferentes particulares del pueblo, y vendían los pañ os de esta fábrica en las ferias, con preferencia a los de otras fá ­ bricas de la m ism a clase. H o y día sólo se fabrican paños para el consum o del pu eblo, y si aún se venden algunos en Jas ferias es con la preferencia dicha.

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N —Gobierno político y económico. El gobierno político de este pueblo se com pone de d o s alcaldes pedáneos, cinco regidores y procu rador del Com ún, los que se nom bran cada año y lo m ism o los d o s alcaldes de la Santa H erm andad. H ay do s escribanos del núm ero y Ayuntam iento. El gobierno económ ico es de d o s procu radores o dipu ­ tad o s, que tam bién se nom bran anualmente, y cuidan de los ab astos de pan, carne, aceite y dem ás com estibles que nece­ sita el pueblo.

O.—Condiciones sanitarias del lugar. Las enferm edades que com unm ente reinan y se padecen en este pueblo, son calenturas inflam atorias, dim anadas en parte por el clim a, alim entos crasos y po r las m uchas fatigas del trabajo, principalm ente en la gente labradora y jornalera. El m odo curativo es con refrescos y sangrías, que, al que m enos, se le hacen ocho o diez y a m uchos se les hacen doce o catorce. . En el sexenio siguiente, han nacido y m uerto éstos: M UERTO S A ño

B a u t iz a d o s

1788 1789 1790 1791 1792 1793

199 156 217 177 188 193

Párvulo s

86 90 105 78 82 120

A

d ulto s

54 65 47 53 43 57


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El total de los nacidos es 1130, y el de los m uertos 880 (561 párvulos y adu ltos 319). Son m ás los vivos qu e los m uertos en esto s seis años en este pueblo 250 almas. Tiene este pueblo tres fuentes públicas de las que se su r­ te de agua de b eber, una al levante, otra al poniente y otra al nornoroeste, la que tiene el suelo y paredes de cantería y en una piedra tiene escrito con número, antigua letra, año 1515. Ju n to a la ermita de Santiago hay otra fuente al norte con el nom bre de «san ta»; su agua, por ser nitrosa, sirve m uchas veces a los enferm os de inflamación. En el término de la media legua del privilegio, hacia le­ vante y en las dehesas inm ediatas, hay infinidad de fuentes herrum brosas (así le dan el nom bre). Un boticario de este pueblo ha experim entado ser aguas sulfúreas, las que sirven a los que padecen cru d ezas de estóm ago, a los inapetentes y a los que padecen enferm edades de pecho.

P .—Florestas y berrocales en el término del Casar. En el término del pueblo no se crían árboles ni hierbas extraordinarias, pero de las medicinales ordinarias hay ab u n ­ dancia. E ste terreno abunda m ucho en gualda, la que llevan para los tintes de.Ias fábricas de T o le d o , M adrid y otras partes. T o d o el término que tiene el pueblo de tierra arenisca al poniente, es abundante en canteras de piedra berroqueña, de las que se sacan piedras para las tahonas del zu m aqu e y cascas para los curtidos de la suela, etc.; y en los sitios que llaman los Arenales de la Atalaya y V aldeespino, son más finas las canteras y de m ejor calibre para piedras de m olinos de harina, así de los qu e hay en el térm ino del pu eblo, com o tam bién las llevan para los del T a jo , A lm onte, Ribera de C áceres, arroyos y lagunas de los pu eblos de to d o s esto s con tornos. Y a d o s leguas de distancia del pu eblo, al oeste n oroeste, en el sitio que llaman V aldejuan, hay una lancha de cantería (con dificultad se encontrará otra igual) cuasi to d a en una pieza, en la que se pone to d o el pan segado de una hoja

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* bastan te grande y, sin esto rb ar el pan, están trillando de ochenta a cien cob ras de reses vacunas y caballerías, de seis a ocho cab ezas cada una; y cuasi en m edio de dicha lancha hay una peña, que se hace juicio pesa sobre d o s mil arrobas, pu esta en tal equilibrio que un m uchacho de doce a catorce, aproxim ándose a ella, la hace m over.

Q.—Sepulcros y antigüedades en el término del Casar. En las inm ediaciones al pueblo, al poniente y en el sitio de la Jara, donde está la Virgen del Prado y hay vestigios de población, en las peñas hay m uchos sepulcros y en algunas hay dos unidos com o para m atrim onio, sólo con división p a­ ra las cabezas. Y se ignora si esto s sepulcros se harían en tiem pos que los m oros ocuparon esta tierra o fuesen hechos antes en tiem pos de cristianos, porque en el siglo p asado, en uno de los sepulcros inm ediatos a la erm ita de N uestra Señora del Prado, se encontró una cam panita y otras algunas alhajas, indicios del culto divino; y la cam panita la conserva­ ba en su poder, por los años de 1650, un vecino de C áceres de la familia de los M olinas. A caso estaría el sepulcro en las viñas que en el m ism o sitio poseen los de dicha familia. Así lo dice don Ju an Solano de Figueroa, canónigo penitenciario de la santa iglesia de Badajoz, en el libro titulado Santos de Cáceres, que escribió en el año de 1655. Y tam bién dice que San E vasio, ob ispo de C oria, fué m artirizado en C asar de C áceres el año 82 del nacim iento de C risto. C ita el M artiro­ logio de Plasencia y a don Juan T am ayo. Si dam os po r cierta esta noticia, el lugar del C asar de C áceres es antiquísim o; y, hoy día, se reza en este ob ispad o de San E vasio, ob ispo y m ártir, com o natural de él; y en las inm ediaciones del pueblo se encuentran en las excavaciones m onedas antiquísim as, com o en el sitio donde está N uestra Señora del Prado y en los vestigios de población al sitio Pe­ dro H u rtado, y, hoy día, conserva en su p o d er algunas de ellas don D iego Jim énez Benito, teniente de cura de este pueblo.


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DESCRIPCIÓN Y NOTICIAS D EL CASAR DE CÁCERES

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En el m edio de la capilla m ayor, entre otras, hay una que dice:

/?.—Inscripciones antiguas. En la fachada de la iglesia parroquial que mira al ponien ­ te, saliendo por la puerta m ayor, a la m ano derecha, en m edio de la pared de la esquina, está una piedra de cantería con una inscripción, la qu e po r el transcurso del tiem po algunas letras, especialm ente las del renglón o línea del m edio, no se pueden leer. La piedra está ladeada y pu esta según la figura siguiente: .................ODI3YA ...........................XAI ...................IN XXII

Antes de la O hay otra letra que no se puede discurrir cual será, ya parece una hache, ya una eme, ya una ene, pero con to d o esta letra, así com o el renglón del m edio, por estar destruida la cantería, no se puede venir en conocim iento de lo que dice. Algunas lápidas sepulcrales que hay en la parroquia tie­ nen armas: una tiene una flor de lis, otra una banda, otra un glob o con una espada que lo atraviesa, otras un sol y entre sus rayos cabezas de animales y por b ajo d o s animales com o especie de jabalíes, y ninguna tiene inscripción.

Por cima de un sepulcro que había en la pared de una capilla y ya está un altar, está un escu do con una estrella: si había inscripción, la derrotarían.

En la capilla de Santa Ana hay una lápida con la inscrip­ ción que dice:

SACERDOS DOMINI JO A N N ES G U TIER R EZ FROT. G. R E C T O R IS EC C LESIA E IN PACE XTI. DOMINI R EQ U IESC IT SALVATORIS.

En otra dice es de Benito M artín G od in o, indiano, y D ie go M artín G odin o, su herm ano, año 1623.

En otra dice: SR . DN. ANDRES MARTIN, CLERIGO

La cual m andó hacer Juan A lonso Pablo, escribano, año de 1632.

En otra dice es de A lonso Xim énez del P ozo y Ju an Ximénez del P ozo, y tiene en m edio figurado un po zo y al pie de él una caldera.

En m edio de la iglesia, en el cuerpo de ella, hay una lápi­ da con letras góticas que dice: ESTA SEPU LTURA ES DE ALONSO LORENZO BLASCO

Y en m edio, la figura siguiente (en el m anuscrito aparece pintado un dib u jo sem ejante a un corazón ).

SEBASTIAN PEREZ

Así se llam aba el padre del fun dador de la capilla, don Rodrigo Pérez, arcediano de Lima.

H ay tam bién otra lápida con letras góticas que dice: SEPU LTU RA D E JU A N CABALLERO Y SU M U JE R


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GREGORIO SÁNCHEZ DE DIOS

Y sigue con esta figura (en el manuscrito aparece una figura semejante a un corazón y en el centro de él las letras A y M).

En otra dice: D. GONZALO GOMEZ

DESCRIPCIÓN Y NOTICIAS DEL CASAR DE CÁCERES

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sigue su curso hasta que entra en el río Almonte, a corta distancia del puente de Alconétar; y en su curso recibe todas las aguas de término de este pueblo, que vienen de poniente, y también algunos arroyos del término de la villa de Garrovillas. Y por no tener en todo su curso puente alguno, en las avenidas de aguas, muchas veces, los pasajeros que van de este pueblo a la barca de Alconétar, se vuelven por no po­ der pasarlo.

Y una jarra de azucenas.

T.—Sierra de Pon tefuer a y ermita de Santo Toríbio que está en su falda.

O tra que dice: L U IS DELGADO

Y las llaves de San Pedro.

Hay otras lápidas con solo el nombre del sujeto, y otras diferentes que no tienen nombre, sólo figurado el oficio:, unas herraduras, una reja, un gancho y tijeras, un telar, una vara de medir, etc.

A distancia de una legua de este pueblo, cuasi al punto de mediodía, tiene origen y sigue hasta la villa de Cáceres la sierra de Pontefuera; y a levante, entre su falda y el camino que se lleva de este pueblo a dicha villa, hay una ermita sin techo casi arruinada, con el nombre de Santo Toribio, la que sería iglesia del lugar (hoy se conocen muchos vestigios) arruinado, llamado Pontefuera, de adonde tomaría el nom­ bre.

U. —E l río Almonte y cosas notables que hay en su curso 5

.—Arroyo de Villoluengo y viñedos que hay en su ribera.

A una legua de distancia del pueblo, hacia poniente, por el camino que va a la villa del Arroyo del Puerco, tiene su origen el arroyo de Villoluengo, en el sitio que llaman la M ata, que es del término de la villa de Cáceres y está plan­ tado de viñas, y en ellas más de sesenta lagares o casas de campo para las vendimias y recoger sus frutos, con dos er­ mitas en distancias proporcionadas para decir misa. Y dicho arroyo sigue su curso a levante hasta la distancia de un cuarto de legua de este pueblo, y luego tuerce su cur­ so al norte, atravesando el término de la media legua, por un valle de adonde toma el nombre de Villoluengo, y después

El río Almonte tiene su origen en las sierras de G uadalu­ pe, sigue su curso hacia poniente por el obispado de Plasencia y entra en el de Coria en las puentes que llaman de don Francisco de Carvajal, donde se lé junta el riachuelo de Tamuja, el que tiene su origen en el partido y jurisdicción de la villa de Montánchez, inmediato a la villa de Salvatierra, con el nombre de arroyo de Santa María, y sigue su curso al nor­ te, inmediato a la villa de Botija, la que queda a levante, y al entrar en el término de los obispados de Coria y Plasencia, toma el nombre de Tam uja. Y siguiendo. Almonte su curso, a la distancia de una legua del Casar de Cáceres, inmediato a la ermita de Nuestra Se­ ñora de Almonte, le entra la ribera de Cáceres, la que tiene su origen inmediato a dicha villa, al mediodía, siguiendo des­ de su origen las huertas de frutas y hortalizas los molinos,


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batanes y tintes hasta tres cu arto s de legua, donde le entra el arroyo de G uailoba, el que tiene su puente de piedra y tie­ ne su origen en la jurisdicción de C áceres, inm ediato a la vi­ lla de T orrém och a, del partido de M ontánchez, del priorato de León. Y siguiendo Alm onte su curso hacia septentrión, entra en él el arroyo de Talaván, que tiene su origen entre las villas de Talaván y M on roy, en el o b isp ad o de Plasencia, y a la d is­ tancia de d o s tiros de bala del puente de A lconétar, que es donde se ju n ta con el T ajo el río Almonte, entra en éste el arroyo de Villoluengo, com o arriba va expresado. En el mismo Alm onte entra el arroyo de la A ldea, de que se habló atrás, a una legua del C asar de C áceres, en cuya dehesa boyal, al m ediodía, nace, p o r b ajo de donde se ha di­ cho que entra la ribera de C áceres en este río. La ribera de Araya, que entra en el T a jo a tres tiros de bala por bajo del puente de A lconétar, tiene su origen en el térm ino de la villa de N av as del M adroñ o, del priorato de A lcántara, y sigue su curso al norte, bañando por el ponien­ te la falda de la sierra de Alm adroñal y hoy de Santo D o ­ mingo, y m ás abajo se m ete en el término de G arrovillas, hasta que se pierde en el T ajo . El Almonte, hasta entrar en el T a jo y antes de llegar al ob ispad o de C oria, corre siem pre entre riberos. El de T am uja corre del mismo m odo, desde que entra en el ob ispad o de Plasencia y C oria. La ribera de C áceres corre por llano, has­ ta m edia legua antes de entrar en Almonte. El arroyo de T a ­ laván corre por tierra llana, h asta cosa de tres cuartos de le­ gua antes de perderse en Alm onte. La ribera de Araya, desde corta distancia de su nacim iento, va siem pre p o r entre ribe­ ros. Y en las inm ediaciones del T a jo , en to d o s los riberos hay m uchos acebwches, y fuera de las inm ediaciones del T a jo , son m atorrales de encina pequeña.

V. —Plano deI lugar. Para inteligencia del m apa del lugar del C asar de C áceres, se advierte lo siguiente: que, teniendo p o r centro al pueblo, está delineado con algún conocim iento desde el puente de

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A lconétar en T ajo , siguiendo el río arriba hasta la barca de Talaván, y por la m ism a villa a la de M onroy, a las puen tes de don Francisco, las que distan del C asar d o s leguas y m e­ dia; y siguiendo el riachuelo de T am u ja, hasta el puente; y desde aquí, en línea recta, al lugar de Sierra de Fuentes, que está en la falda del Santo C risto del Risco (8), a levante; (8) AI final del m anuscrito, aparecen estas notas y versos latinos de don Ju a n G uerra y Yáñez, escritos en su s años juveniles como ofrenda p iad o sa al Santísim o C risto del R isco, p ara salir con decoro en su s apu ros de estudiante. Dicen así: O «Victori, triunhpatori optimo, Homini-Deo Jesu ch isto Cruciflxo, qui sub titulo del Risco in suo sacello prope oppidum vulgo Sierra de Juentes p ia devotione colitur, devotaque pietate ab eju s incolis, flnitim isque p opu lis veneratur, su ae juventutis philosophicas prim itias, d u abu s m etaphisicis et duabus phisicis propositionibus contentas, ad ara s tantae m ajestatis demisu s D. O. C. Q. eju s hum ilim us cíiens Jo a n n e s G uerra et Yáñez, praedicto oppido ortus, sub eis carm inibus, die 2.a ap rilis, anno D om ini 1780, in om nium m áxim o scientiarum Salm antino Atheneo: «Dona ferant alii, sib i q u isqu e patronum q u aerat et inveniat, sed tu m ihi Christe, patronus, tu m ihi M aecenas, m ea m uñera solu s habeto. Sed q u is tantam tantae sub im agin is um bram pronus adest, tutum quin experiatur asylum ? N uilus adhuc tua tem pla, tuum que altare revisit, dulce patrocinium qu i non sub im agin e laudet. Q uidquid id est, ferim u s, non dona sed asp ice mentem. Sed qu is adinventas peregrin o in littore gem m as? q u is tibi thura? q u is argentum , aurum ve dicavit? Cum tua flam igeris altaría sacra pyropis tota m iscent, totique ju b a r dent c lara sacello: cum que et arom atica in gens procul ara saeb eis fum et, augusto rigean t tu a tem pla m etallo. E rg o flecte tuum precibus, Pater optim e, numen; respice me m iserum , tam en hac sub im agin e tutum; su scip e p rim itias, elem entaque p rim a tyronis; protege quae tanti sub im agin e M ecaenatis tuta quidem conferre m anus, et tuta valebunt carpere victriees tanto in certam ine lauros. P arva, quidem , fateor, sunt m uñera, nulla profecto: sed si quantus am or, sed si m ihi quanta cupido est, m ille quidem m ihi corda forent, tibi m ille dicarem corda; sed ¡heu! quoniam non sunt m ihi m ille, cor unum tradere m ultoties tota su m mente p aratu s. Denique, ne quid am em , ne quid tibi denique desit, su scip e totum: sen su s, praecordia, nem tem , corda, voluntatem , vitam que, anim am que».


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GREGORIO SÁNCHEZ DE DIOS

desde este pu eblo a la villa de C áceres, por la Sierra de N u estra Señora de la M ontaña; desde C áceres al lugar de M alpartida de C áceres; y desde éste a la villa del A rroyo del Puerco, po r el arroyo M olano, que tiene su origen inme­ diato al nacim iento de la ribera de Araya; y despu és por to A continuación de los versos latinos, constan los datos siguientes: «Copiado el 15 de junio de 1838 por Felipe León Guerra, hijo del m ism o pueblo y de un herm ano del señor dedicante, en la erm ita del Señor del Risco». Puesto en rom ance, en honor al común de los lectoras, dictfn a s í : «Al invencible, triunfador óptim o, Hom bre-Dios, Jesu c risto Crucificado, que b ajo el título del Risco, en su erm ita junto a l lu gar llam ado vulgarm ente Sierra de Juentes, recibe culto con devoción afable y es venerado con piedad devota por su s veci­ nos y pueblos confinantes, ofrece las p rim icias filosóficas de su juventud, contenidas en dos proposiciones m etafísicas y dos físicas, postrado ante la s ara s de tanta M ajestad, D. O. C. Q, su hum ildísim o devoto Ju a n G uerra y Yáñez, nacido en el antedi­ cho lu gar, en lo s cantos que siguen, el d ía 2 de abril, año del Señor 1780, en el Ateneo Salm antino, el m ás preclaro en todas la s ciencias: •U nos a otros ofrecerán presentes y cad a cual b u scará y ha­ lla rá su protector; m ás tú, ¡oh Cristo!, se rás m i patrono, tú has de ser Mecenas p ara mí, tú sólo tendrás m is ofrendas. ¿Pero es que hay alguno cobijado bajo la inm ensa som bra de tan excel­ sa im agen, sin que haya obtenido satisfacción cum plida? N in­ guno hasta ahora se llegó a tu tem plo y altar, que no ensalce el suave patrocinio de tu im agen. H em os traído' cuanto aqu í hay: no m ires la ofrenda, sino la intención. ¿Mas quién te o fre­ ció las p erlas h allad as en lejan a orilla, quién el incienso, quién la p lata o el oro? Puesto que todos tus altares sacros brillan con p ied ras flam ígeras e ilum ina a tu clara erm ita el resp lan ­ dor que arde inm enso ante tus aras con m irras arom áticas, y endurecen tus tem plos con m etal augusto; otorga, P adre ópti­ mo, tu favor a las preces; m íram e aunque indigno, seguro, em ­ pero, cabe esta im agen; considera las p rim icias y frutos p ri­ m eros de un principiante; protege lo que unas m anos confiadas pusieron b ajo el m ecenazgo de tu im agen, y arrancarán de se­ g u ro victoriosos lau reles en tan enconado certam en. Pienso, en verdad, que son p arcos lo s dones, sin valor acaso ninguno, p e­ ro si, com o tengo am or cuantioso y deseo anhelante, m il cora­ zones tuviera, m il que te ofrecería. Mas ¡ay!, como no tengo un m illar, d ispuesto soy a brindarte m i corazón único infinitas veces con toda la mente. P ara que nada, en fin, am e, p ara que nada te oculte, recíbem e entero: sentidos, pecho, inteligencia, corazón, voluntad, vid a y alm a».

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do el curso de ésta hasta que entra en el T a jo , po r b a jo de dicho puente de A lconétar. L o dem ás que representa el plano o m apa, es para que se venga en algún conocim iento de lo que el terreno que com ­ prende representa a la vista y de la posición que tienen los pu eb los. El término del pueblo está figurado y señalado de pajizo, su longitud de levante a poniente, rem atando inm ediato a la ribera de A raya, a la falda del norte de la sierra de Santo D om ingo. E sta figura + es señal de haber allí en el río, ribera o arroyo que la raya m arca, algún molino. D o s líneas parale­ las que se figuran desde Aldea del C an o hasta el puerto del Cañaveral, es el cam ino real; los dem ás cam inos de un pueblo a otro se figuran por una serie de puntos. D esde el C asar a Alconétar, hay en el camino real, en diferentes partes, estas figuras II, ya en m edio del cam ino, ya a los lados, a la derecha o a ía izquierda, y representan las colum nas miliarias, unas en pie y caídas otras, con tro zo s de la calzada de los rom anos en el cam ino de la plata, de que se habló en la letra I. En la punta que hace donde el río Alm onte entra en el T a jo , hay un castillo de cantería y, entre el castillo y el tro zo de puente que perm anece en pie en el T a jo , en m edio del río se figuran los cim ientos que perm anecen en el agua y se descubren en verano; y entre el castillo y la venta, hay v e s­ tigios de haber habido tam bién puente en Almonte. La vicaria de C áceres se divide de la de G arrovillas, d es­ de el punto en que se une el término de las N avas con el de G arrovillas y C asar; y siguiendo el térm ino de éste, por ju n ­ to la erm ita de N u estra Señora de A ltagracia, que es de G a ­ rrovillas, y llegando a d o s puntos figurados com o rosas, en que se unen los térm inos del C asar, G arrovillas y C áceres, sigue el de esta villa en línea recta h asta un arroyo, que lla­ man de la H iguera, que entra en Alm onte, y éste va dividien­ d o los térm inos, siguiendo su corriente arriba, hasta llegar al p unto donde el o b isp ad o de Plasencia llega a dicho río y viene dividiendo la dicha vicaría de G arrovillas. D espu és, sigue la vicaría de C áceres p o r los puentes de don Francisco, po r la línea que va figurada dividiendo el o b isp ad o de C oria del de Plasencia, priorato de León, o b isp ad o de Badajoz y priorato de A lcántara, hasta la sierra de A lm adroñal, cuyas faldas al levante son del o b isp ad o de C oria, que correspo n ­ den a la villa del A rroyo del P uerco y p asto s com unes de


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GREOORIO SÁNCHEZ D E DIOS

C áceres y el C asar, y las del poniente son de la villa de N a ­ vas del M adroño, del priorato de Alcántara, y llega al punto de donde se principió la división de la de Garrovillas. Entre la casa del conde de T orre Arias y la sierra de Pontefuera, tiene origen el arroyo llam ado G rande; a éste se se le juntan otros diferentes y camina por entre m onte de encina, donde hay m uchas canteras de piedra berroqueña qu e parecen sierras y to d o el m onte es p asto com ún de C áceres, M alpartida, el A rroyo del Puerco y el C asar, y en­ tra en una laguna o charca bastan te grande, que llaman de Lancho, y p o r bajo tiene diferentes m olinos y un lavadero de lana, y se va a juntar por b ajo de la villa del A rroyo del Puerco con el arroyo M olano; y se le ju n ta tam bién el arroyo o ribera que sale de la charca que tiene dicha villa, y siguen su curso al poniente y entran en el Salor, en el priorato de A lcántara. Van figurados y pu estos los nom bres de los arroyos ma­ yores; los dem ás que entran en ellos sólo van figurados. El o b isp ad o de C oria hace una cintura de calabaza, d o n ­ de están la villa del A rco y el lugar del Cañaveral, que a éste ciñe el o b isp ad o de Plasencia po r levante y a la villa del A rco po r el poniente el priorato de Alcántara, que la cintura ten d rá cosa de d o s leguas a d o s y media de ancho f9).

prodigiosa del venerable y extático varón fray loan de San Bien POR

(9) Aquí term ina el m anuscrito de don Gregorio Sánchez de Dios, y el copista don Felipe León Guerra, dice a renglón seguido: «H asta aquí el legajo; y el m apa me es im posible, porque ya no está pegado a él, ni yo he sobre esto m ás que este legajo. Ignoro igualm ente si continúa algo, porque aunque acaba lo aquí escrito en punto final, es tam bién en el últim o renglón de una llana, y no sé si tenía otra y p roseguía o no la letra en ella». Siguen d ssp u és los apuntes sobre Alconétar, de don Alvaro Gómez Becerra, y los versos latinos de don Ju a n G uerra y Yáñez, transcritos en notas anteriores; sigu e al apunte sobre Alconétar un ep igram a de don F elipe León Guerra, que dice así: «Si bu scas tú, p ara m entir aciertos, m em oria ten y sin vergüenza cierra, hablando siem pre de rem ota tierra y afirm ándolo todo con los m uertos». 1824 (El lector curioso de m ás noticias consulte los trab ajos de don T om ás Martín G il sobre el C asar y su s cosas, especialm ente los p u ­ blicados en la Revista del Centro de Estudios Extremeños).

fray Francisco de Soto y Marne

1743


C A P IT U L O I

Patria, padres, nacimiento y juventud virtuosa del vene­ rable fray Juan de San Diego. ( 1 ) 1.—F o g o so corazón de la virtud es la santa virtud de la hum ildad; porqu e reconcentradas las potencias en el radical conociento de su nada, se humilla el orgullo del inm oderado apetito, suprim iendo rebeldes elacciones del am or propio; con que anim adas con santa rectitud, am or y tem or de D ios las potencias, sentidos e inclinaciones, florece en el corazón el imperio y dom inación de las virtudes. C u an to el alma, reconcentrada en su consideración, se humilla; tanto, abatida en su desprecio, se eleva: porqu e cuanto m ás profu n da ro ­ b u sta raices la hum ildad, crece a gigantes proceridades la virtud. Entre los arom áticos, fragantes cedros, que amenizan al seráfico Líbano de esta santa provincia, descuella el vene­ rable fray Ju an de San D iego, con proceridad floridam ente prodigiosa. R adicóse asom bro venerable de hum ildad, y creció a ejem plar prodigioso de virtud. Fué sin segundo en el desprecio propio; a radiaciones de su hum ildísim o, p r o ­ fu n do conocim iento, y en alas de sus virtudes, voló, eleván­ dose sobre sí m ism o, hasta la eminencia del cielo, con áni­ mo generosam ente superior a cuantas terreidades aprecia ob cecad o el m undo. Resignó, en las aras de la obediencia, tod as las vitalidades de hum ano, y logró su alma la exalta(1) O cupa esta b io g rafía desde la p ág in a 48 a la 90 de la parte II de la «Crónica de la Santa Provincia de San Miguel, del orden y r e ­ g u la r observancia de nuestro P adre San F ran cisco», im p resa en Salam an ca, en 1743.


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FRAY FRANCISCO DE SOTO Y MARNE

ción m ás gloriosa, en la perfectísim a unión con el beneplá­ cito divino.

2 .— N ació este ejem plar prodigio de hum ildad, este vene­ rable ejem plo de virtud, en el pueblo del C asar, distante d o s leguas al septentrión de la villa de C áceres, en el ob ispad o de C oria. Pueblo m edianam ente n um eroso, de terreno fértil y apacible, saludable influjo: pero sobrem anera dich oso por feliz solar de tan ilustre hijo, a quien dió oriente en luces de naturaleza y regeneración a la g ra p a , en el año de mil seis­ cientos veintiocho. Fueron su s padres A lonso Pablo y Juana Jim énez de So a, lim pios en sangre, pero muy po bres en b ie ­ nes de fortu n a, que aunque les pintó adversa en su honrado oficio de labradores, se les m anifestó propicia en la cultura y fertilidad de las virtudes. Fué alta disposición divina, que este héroe franciscano fuese poco favorecido en recom enda­ ciones de naturaleza, para ostentar en los progresos de su virtud brillantes prim ores de la gracia: pu es quien había de gozar tan piadosas, venerables estim aciones, a lo divino, era congruente careciese de naturales recom endaciones, a lo hu ­ m ano, y que tuviese p o r especiales ascendientes a la pobreza y hum ildad, quien había de florecer tan ilustre en blasones de evangélica perfección.

3.— Apenas am aneció en su oriente la solar luz de la ra­ cional naturaleza, despertaron en su alma brillantes, fo g o so s resplandores de la gracia, que, increm entando flores de san ­ tas inclinaciones, ofrecieron a la adm iración tem pranos, sa­ zo n ad os fru to s de virtudes. La necesidad, nacida de la p o ­ breza de sus padres, le pu so en la precisión de servir a un tío su yo , en cultivos del cam po. T an luego careció de ejer­ cicio la voluntad propia, rindiéndose a las disposiciones de la ajena, porqu e así lo iba disponiendo el cielo, para que radicado en obediencia y hum ildad, creciese a prodigio su virtud.

4.— Ejercitábase de día en el trabajo del cam po y em plea­ b a la noche en la cultura y labores de su espíritu. A spiraba a la ganancia, no de los bienes tem porales, sí de los eternos

VIDA DEL VENERABLE FRAY JUAN DE SAN DIEOO

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bienes; y escaseab a tem porales alivios a su cuerpo, para que su alma lograse eternos g o zo s de celestial descanso. A provechávese del ejem plo de la tierra, que, rota y q u ebran tada a rigores del cultivo y a su do res del trab ajo , prod uce las m atizadas, herm osas opim idades de su fru to , y m aceraba su cuerpo con rígidas m ortificaciones, para enriquecer a su alma con abundantes fru to s de sazon adas virtudes. C on oció, muy desde luego, que el silencioso recato es el m ás diligente gu ar­ d a-jo yas del espíritu; y así elegía para teatro de sus discipli­ nas, rigores y austeridades, las cañadas m ás retiradas y las cuevas m ás escondidas. Pero D ios, que quería ser glorificado en la virtud de su siervo, dispu so que algunas inopinadas casualidades m anifestasen a su amo y a o tro s vecinos del pueblo su s ejem plares rigores.

5.— En la soled ad apacible de los cam pos, lograba su e s ­ píritu con santa libertad su s vuelos gen erosos, po rq u e en el herm oso, variado libro de la naturaleza, estu diaba su c o ra­ zón altas m editaciones del au tor soberan o de la gracia. Re­ gistrab a, con reflexión atenta, la brillante belleza de los cie­ los, el esplendor fo g o so de los astros, la alternada variedad de los elem entos, la dulce arm onía de las aves, la m atizada belleza de sus galas, la móvil prim avera de sus plum as, la variedad herm osa de las flores, y la fro n d o sa, fecunda am e­ nidad de los árboles. D e to d o form aba escala para entrarse por los atrios del Em píreo, donde, ab rasada en sacros incen­ dios su hum ilde volun tad, se deliciaba en la belleza y p er­ fecciones de su C riador. Instruido y práctico en estas santas m editaciones, hacía ferv o ro so s razonam ientos a los dem ás zagales, que, g u sto so s, le oían y, edificados, le adm iraban.

6.— Era obsei vantísim o en el cum plim iento de los divi­ nos m an datos, y aunque se hallase muy distante de p o blado , iba a oir m isa to d o s los días de fiesta, dejando los bu eyes en el cam po con santa confianza. C uán del agrado de D ios fu e ­ se esta confianza de su siervo, lo m anifestó la experiencia en repetidos caso s; pues dejan do los b ueyes a su libertad entre las m ieses, jam ás hicieron daño alguno, ni entraron en lo vedado . Adm iraban los com pañeros este repetido prodigio, y creyendo que sucedía en virtud de algún especial secreto,


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FRAY FRANCISCO DE SOTO Y MARNE

le dijeron que si les enseñaba el m odo para contener sus g a ­ nados, le acom pañarían a misa to d o s los dom ingos. G u sto so adm itió ti pacto el virtuoso m ancebo y con su ocasión les instruyó en las observancias de la divina ley, asegurándoles que nunca quedaba m ás seguro su ganado, que cuando lo dejaba en el cam po por el m otivo de ir a adorar en el sacri­ ficio de la misa a Jesu cristo ; y les persuadió estuviesen cier­ to s que nunca hacían sus bu eyes daño alguno, si el dejarlos en el cam po era sólo por cum plir con el precepto de la misa, que ordena la santa m adre iglesia. Pusieron en ejecución el consejo y, viendo que sus bueyes no se habían m ovido del sitio donde los dejaron, qu edan do a su libertad to d o el tiem po que necesitaron para ir y volver d o s leguas de d is­ tancia, quedaron adm irados del su ceso, tributándole desde aquel día veneraciones y aclam aciones de santo.

7.— Sentía el d ev oto jov en , que en los días festivos se abu sase de aquella suspensión del corporal trabajo, que or­ dena el santo precepto. Sabía que m andar en esos días se alivie el cuerpo del trab ajo , es para que se emplee en reco­ nocidos, reverentes ob seq u io s a su C riado r el espíritu; y se entristecía en su corazón, viendo cuán necios, inconsidera­ do s los m ortales, abusan del corporal alivio, profanando los días festivo s con inútiles, nocivas diversiones, olvidados y distraídos de los eternos bienes y haciendo día de infeliz trabajo para el alma, el que gozan o desperdician día de fiesta y alivio para el cuerpo. P rocuraba p o r su parte en­ m endar este común yerro; y cuando los jóven es de su edad perdían el tiem po en las diversiones de la plaza, em pleaba com o otro T o b ía s to d a s las mañanas en la iglesia, d esah o­ gando en ob seq u io so s rendim ientos a su C riado r su volun ­ tad fervorosa. C errada la iglesia, se retiraba a casa de sus padres, donde em pleaba lo restante del día en la lección de libros d ev o to s y en la práctica de san tos ejercicios. D ecíale su m adre saliese a divertirse algún rato, porque no debía reputarse ofensa de D ios el m oderado uso de la diversión natural. O ía el virtuoso joven con humilde agradecim iento la expresión afectu osa de su m adre, pero respondía cor, dis­ creción m odesta: — ¿Parécete, m adre, que sacan algún provecho para sus alm as los que pierden el tiem po en las diversiones del mun­ d o ? N o da D ios el tiem po para perderlo, sí sólo para em-

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plearlo; y si piensa alguno qu e no le han de pedir cuenta del tiem po perdido, vive m uy engañado. El hom bre fué criado para servir y am ar a D ios; y yo no creo que sea cum plir con esta obligación que tenem os, cuando, em belesados en diver­ siones y pasatiem pos del m undo, nos olvidam os des D ios, p o r atender a nuestro g u sto corporal. A la luz de esto s m adu ros desengaños dirigía el bendito joven su s generosos fervores, siendo a la com ún edificación un prod igioso ejem plo de virtudes, que docum entando a la ju ven tu d, servía de cristiana, perfectísim a norm a, a la m ás desengañada ancianidad.


VIDA DEL VEN ERABLE FRAY JUAN DE SAN DIEGO

C A P IT U L O

II

Ejemplar tolerancia y caridad fervorosa del venerable fray Juan de San Diego en el estado del siglo. 8.—A rboles plantados a las márgenes de divinas leyes son los ju sto s, que tolerando, anim ados de la santa virtud de la paciencia, contrariedades y contradiciones, incrementan sazon ados fru tos de virtudes. A la rígida destem planza de los vientos y ceñida aridez de las escarchas desnudan los ár­ boles la vegetable esm eralda de su s hojas, y lánguido el am eno verdor de sus pim pollos, padecen su s ram as fu n estos parasism os. Pero nunca m ás vivos al fecundo increm ento de su s fru tos, que cuando a rigores del invierno parecen a la vista com o m uertos. Reconcentran toda su vitalidad en las raíces y m édulas de su corazón y toleran el rigor de los tem porales, esperando las fo go sas radiaciones del sol, para desabroch ar en flores y fru tos su reconcentrada virtud. Prevenía el cielo a nuestro virtuoso joven , para que creciese en los pensiles de la religión seráfica, árbol prodigioso de virtudes; y dispu so radicado y robustarlo al furioso soplo de graves tribulaciones, para que concentradas en su co ra­ zón las virtudes de la hum ildad, resignación y paciencia, procediese a prodigiosas producciones su fineza, incremen­ tad a con las radiaciones y celestiales influjos de la gracia.

9 .— Servía el virtu oso joven a su am o con solícita fideli­ dad, y satisfecho de la celosa con ducta del virtuoso criado, le fió una porción de dinero, para que fuese a em plearlo en

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trigo. A com pañaba, entre otros, a nuestro joven un m ance­ b o, que llebaba el m ism o encargo. Perdió éste el dinero en el cam ino, y viendo m alogradas las repetidas diligencias que se hicieron para aliarlo, creyó (sugerido del dom inio) que nuestro joven le había hurtado el dinero. Fijo en este tem e­ rario pensam iento, dió fu riosa corriente a su precipitado enojo y, colérico, cargó al siervo del Señor de fu rio sos palos, llenándole de injurias y de op ro b ios. Era el inocente joven de ro b u sto y esforzad o corazón, y pudiera, no sólo defen ­ derse de tan violentos procederes, sí tam bién oprim ir a su injusto invasor entre su s b razos. Pero reconcentrado en la profu n didad de su conocim iento propio y sum ergido en el piélago de su hum ildad, sufrió aquel tropel de injurias con ¡adm irable tolerancia, logrando un teso ro de resignación y paciencia. Inmóvil el virtuoso joven al violento im pulso de lo s palos, no quiso valerse de los pies para la fuga, de las manos para defenderse, ni de la lengua para disculparse; porque, sedientos de injurias y trab ajo s, se go zab a su coratón en las fatigas, penalidades y desprecios. Tenía los t o r ­ m entos, penas y dolores de nuestro am ado Je sú s muy p re­ sentes en su corazón, volun tad y entendim iento; y go zo so en la tolerancia, recibía los agravios con asp ecto tan inalte­ rable, com o si fuera un difunto. R epetidas las diligencias, se halló el dinero perdido; y calificada la inocencia del virtu oso joven, q u ed ó el agresor con fuso y arrepentido, tanto de la tem eridad de su ju icio, com o de los arreb atos de su enojo; y los com pañeros quedaron aso m b rad os de tan rara toleran ­ cia y edificados de tan hum ilde paciencia.

10.— D ifu nto el padre de nuestro joven , se acogió su m a­ dre al am paro de un tío su yo sacerdote, que le entregó su casa para que le sirviese, em pleada en su asistencia. Su cedió en una ocasión, que el sacerd o te separó una porción de car­ ne en la com ida, ordenándole se la preparase para cena. D e s­ cuidóse la po bre m ujer en asegurarla de las uñas de un g a to , que, acechando descu id os con desvelo cu id ad o so , logró a satisfacción el hurto. Era el sacerdote de natural colérico, y aunque previniendo las destem planzas de su enojo, se afligía la pobre m ujer, hubo de con form arse con el ya no tiene remedio, y dispu so otra cena para su tío. H allábase nuestro venerable joven presente, cuando pidió la cena el sacerd o te, que, noticiado del suceso, prorrum pió en destem pladas, in­


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ju rio sas palabras, contra la m adre y el hijo. Afligíase la mujer, llorando am argam ente la m iserable desgracia, a que la había con ducido su desam paro y pobreza, y el venerable joven , cru zad os los b razos, callaba con hum ildad profunda, cuando, entrando el gato con la carne en la b oca, saltó a la m esa y la pu so en m anos del sacerdote. Q u edó éste preocu pad o del asom bro, porque ver gu ardada la carne en la boca y uñas del gato, no pu do dudar que fuese sobrenatural prodigio, que quiso obrar el Señor en el crédito de la inocencia de la m adre y en premio de la hum ildad, paciencia y resignación del hijo.

11.— Ardía el puro corazón del virtuoso m ancebo en la pira del am or divino; y no sólo encendía su paciencia para la tolerancia en los trabajo s, sino también ab rasaba su con m i­ seración en afecto s com pasivos a las aflicciones de su s p ró ­ jim os. M iraba com o propias las ajenas necesidades y m ulti­ plicaba en su corazón los corazones, llorando sus d esco n ­ suelos y solicitando sus alivios. C on so lab a cariñoso al afligi­ do; exh ortaba ferv oro so al relajado; enseñaba com pasivo al ignorante, y se desnudaba generoso, para vestir al pobre. Repartía entre los n ecesitados su alimento, pareciéndole que la necesidad ajena era primera acreedora a los fru tos de su trabajo. N oticiad os los pobres del com pasivo genio de su corazón, le salían al encuentro, cuando llevaba su provisión para alimentarse en el cam po. A las representaciones de la necesidad ajena cedía gu sto so su com ida, contentándose con las reservas del mérito, para delicioso alimento de su esp íri­ tu. V estíase su alma de las fo go sas generosidades de la cari­ dad, y si veía algún pobre desnudo, se desn u dab a para v e s­ tir al pobre, quedán dose con las galas de la pobreza y con los intereses de su caridad generosa. Entre otras ocasiones, entró una vez en su casa sin cam isa y otra vez entró sin c a ­ pa, porque¿le había desn u dad o su com pasión para vestir la ajena desnudez. Escandescida su m adre, al ver que su gran pobreza le .im posibilitaba m edios para vestir a su hijo, y le respon d ió con aspereza, diciendo: — Sim plón, ¿juzgáis que tengo algún m ayorazgo, para e s­ taros to d o s los días vistiendo? ¿C ó m o podéis vos dar lo que no ganáis ni tenéis? ¿Q uién os ha pu esto en la cabeza, que seáis para o tro lim osnero, siendo vos el m ás n ecesitado? Eso de d a rjim o sn a es bueno para quien tiene que dar, pero no

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para quien no tiene que com er; y si queréis satisfacer a vu es­ tro genio, hacéos a vo s prim ero la lim osna, pues sois tan po bre com o cualquiera, o hacedlo a vuestro padre y a mí, pues no tenem os m edios para alim entaros y vestiros. 12.— O yó el bendito joven con profunda hum ildad la re­ prehensión de su m adre y, cuando la vió m enos alterada, le dijo : —M adre, yo he leído en mi librito, p o r donde rezo, que la caridad con los pobres cubre la m ultitud de los pecados: pues si puedo cubrir mis culpas con esos andrajos, ¿por qué me riñe lo mismo que había de agradecerm e? ¿N o es mejor que se tenga un hijo desnudo y sin pecados, que vestido y con culpas? Pues, m adre mía, ande vestida mi alma, y mas que ande desnudo el cuerpo. M uchas veces me ha reñido esto m ism o, y lo que veo es que luego me da D ios con qué vestirm e. Yo he reparado, que siem pre es m ejor lo que D ios me da, que lo que yo doy, pues por unas polainas viejas me dan luego unas nuevas. C um plam os n o so tro s con lo que de­ bem os, que yo espero en D ios nos ha de dar tod o lo que necesitárem os. A dm irada la m adre de la sim plicidad colum bina y terq u e­ dad santa de su hijo, lo dejó correr al im pulso de sus fe rv o ­ res, procurando aprovecharse de sus san tos ejem plos y fe r­ vorosas virtudes. 13.— E sto s prim ores de rústica perfección, que despun ­ tab a su espíritu, m anifestaban el eminente grado en que poseían las virtudes, porque a no estar muy adelantado en el camino espiritual, no practicaría tan delicados ápices de evan­ gélica perfección. ¿C u ál, pues, sería el cúm ulo de virtudes y m erecim ientos, con que coronó el últim o paso de su vida, quien principió con tantas y tales perfecciones su carrera? N o adm itía fines parciales la pureza de su rendida intención, porque sin reserva con sagraba su corazón entero a las d isp o ­ siciones de la divina voluntad. Preparado con esta disp osi­ ción herm osa, recibía copiosas afluencias, ilustraciones y au ­ xilios de la gracia, y com o ésta da la últim a perfección a sus ob ras, cuando no oponen voluntaria resistencia a su genero­ so im pulso las criaturas, mereció nuestro virtuoso joven ser llam ado al paraíso de la religión seráfica, donde creció a ejem ­ plar prodigio de perfección evangélica.


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CAPITULO

III

Viste el vénerab 'e fray Juan de San Diego el hábito de San Francisco y progresos de su virtud en el estado religioso 14.—En los herm osos, veloces pasos, con que desde los candores del Líbano cam inaba por el m onte de los leopar­ dos la tierna herm osura de la E sp o sa, se nos docum enta la anim osa pron titud con que deben cooperar las almas a los soberan os auxilios y divinas inspiraciones de la gracia; p o r­ que la voz del A m ado, que resonando en las am enidades de Amana, Sanir y H erm án, brinda con refulgentes coronas, ofrece la m ayor a las almas que con resignada pron titud c o o ­ peran a las inspiraciones divinas. N o obstan te, la vocación del estad o religioso pide desveladas reflexiones del m ás cir­ cunspecto con sejo, porque, aunque ninguna vocación debe en tod o , ni en parte, resistirse, ésta entre to d as debe con m ayor circunspección exam inarse. Resolverse sin la moral certeza de que la vocación es verdadera, es im prudencia te ­ meraria; resistir, su pu esta aquella certeza, es ingratitud cri­ minosa; porqu e despreciar la dicha, es merecer la desgracia.

15.—C on rendidos cuanto fervorosos deseos de cumplir en to d o y por to d o la volun tad divina, vivía nuestro dev oto joven en las inquietudes de Babilonia, cuando el Señor le inspiró abandonase las inconstancias del go lfo, tom an do en la religión seráfica tranquilo, seguro puerto. E s el C asar de C áceres pueblo muy frecuentado de los hijos de San Fran­

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cisco, cu y o s virtu osos ejem plos han prod ucid o m uchos glo­ riosos fru tos, con que ha enriquecido el C asar a mi provin­ cia y a otras de mi religión seráfica. O b serv ab a con dev oto cuidado el virtuoso m ancebo las virtudes de religión, m o ­ destia, paciencia, au steridad y p o breza, que resplandecían en los religiosos; y ansioso de lograr aquel estad o, se ab rasa­ b a en deseos ferventísim os. C om unicó a su con fesor esto s im pulsos, que sentía su alma, resignándose, con verdadera hum ildad, al dictam en y disposiciones de su directiva. A p ro ­ b ó el confesor su vocación al estad o religioso, alentándole a la pronta cooperación del soberan o im pulso. Fué esta ap ro­ bación y exhorto añadir llam as al fu ego, porqu e el virtu oso joven , ab rasado en llam as del am or divino y m ás encendido con los san tos ardores del consejo, dió la m ás pronta y efi­ caz ejecución a los im pulsos de su espíritu. C on seguidas las necesarias licencias, vistió el hábito de San Francisco con indecible jú b ilo de su alma, en el real convento de C áceres, por los años del Señor de mil seiscientos cincuenta y tres. D esem peñaba dignísimamente el gobierno de esta santa p ro ­ vincia el muy reverendo padre fray Francisco M ontiel, y el convento de San Francisco de C áceres el reverendo padre fray Francisco de V era, que en alas de su m érito voló d es­ pués al trono del provincialato. Reconocieron estos venera­ bles prelados las relevantes prendas del virtu oso novicio y providenciaron su m ás circunspecta obligación, bien esp e­ ranzados de que en su s fervores lograría la provincia m ara­ villosos ejem plos de virtud.

16.— H abía hecho elección nuestro novicio del estad o de religioso lego, porqu e la herm osura de la hum ildad, desp re­ cio y abatim iento, arrebataba to d a la inclinación de su ca­ riño. Instado de éste, hizo herm osa necesidad de esta virtud, esperanzado, que con las obligaciones de su estad o haría de la misma virtud necesidad; y vivió tan reconcentrado en los senos de su hum ildad profunda, que jam ás se reconoció fal­ tase en obra, palabra o sem blante, a la paciencia, resigna­ ción, serenidad y tolerancia. L a com ún expectación de sus virtudes fué incentiva, que le em peñó en fom entar la h ogu e­ ra de su s fervores, porqu e reconociéndose deu d or a las piedades del com ún con cepto, recelaba hum ildes, crim inosas hipocresías de su espíritu. A dvertido, pues, de tan crecidas obligaciones, procedía a santas heroicidades; y desem peñó


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to d o s los cargos de novicio con el fervor y perfección, que pudiera el m ás provecto, perfecto religioso. Llam óse fray Ju an de San D iego, renom bre que eligió su discreta d e v o ­ ción para em peñarse en im itar proezas de aquel glorioso hé­ roe de santidad. Era para su s connovicios herm ano cariñoso y prudente, afabilísim o m aestro. C om o hermano los asistía en sus necesidades, con solándolos y alentándolos en sus tri­ bulaciones; y com o m aestro los docum entaba con santas exhortaciones, instruyéndolos en el perfecto m odo de p rac­ ticar las virtudes.

17.— C on cluido su año de noviciado, hizo solemne p ro ­ fesión con singular go zo de su espíritu y universal regocijo de to d o s los religiosos, que, alegres con la posesiói. de aquel tesoro de virtudes, se daban festivos, recíprocos parabie nes. T u v o la dicha de hallar un director d o cto y virtuoso, cual lo fué el reverendísim o padre fray Juan Albín, glorioso tim bre de esta santa provincia y meritísimo genera! de to d a la religión seráfica, cuyas relevantes prendas de virtud, celo, prudencia y sabiduría, darán herm oso argum ento a la terce­ ra parte de esta crónica. A la fo go sa luz y prudentísim a d i­ rectiva de este venerable m aestro, hizo fray Juan de San D ie­ go tan adm irables progresos espirituales en breve tiem po, que afirma el referido director pudiera haber escrito un cre­ cido tom o, que sirviese de ejem plo y admiración al mundo, refiriendo los fervores del venerable fray Juan de San D iego, en solos cuatro meses de profeso, en que dirigió su espíritu. Pero los ejem plos, de que nos privó el circunspecto, pruden ­ te recelo del m aestro, suplió con m aravillosos efectos la virtud generosa del discípulo, pues fueron en este tiempo sus religiosas operaciones fo g o so s caracteres, que encendie­ ron piadoso s afecto s y venerables aclam aciones en los cora­ zones y lenguas de los seculares. E s imán m ilagroso la virtud, que goza fuertes, suaves atractivos de la gracia; y com o la insigne, nobilísim a villa de C áceres experim entaba en el venerable fray Juan de San D iego tod as las gracias que in te­ gran un perfecto religioso, entre cuyas brillantes virtudes re­ saltaban fo g o so s destellos de hum ildad profunda, candidez colum bina, resignación pacientísim a, caridad fervorosa y evangélica pobreza, la veneraba su cristiana, heredada y siem pre prom ovida piedad, com o hom bre enviado del cielo para ejem plo y edificación de! mundo.

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18.— O cu paba, dignísim am ente, el pülpito principal del real convento de San Francisco de C áceres el padre fray Francisco de O liva y, siendo electo guardián del convento de Santiago de A cebo, pu so los o jo s en el venerable fray Juan, para llevrrlo consigo. T enía larga experiencia de sus religiosas virtudes y, santam ente am bicioso, quiso enrique­ cer a su com unidad con los fervores de aquel po d ero so ejem plo, esperanzado que su convento sería un am eno pen­ sil de floridas regularidades, al fom ento de tan ejem plares fervores. Resignóse el siervo del Señor en la voluntad de su prelado y, pu esto en el convento del A cebo, lo em pleó la obediencia en la ocupación de la cocina, donde, encendido su humilde corazón, ardía prodigio de caridad. D isponía con tanta solicitud, aseo y veneración, la com ida para los reli­ gioso s, que edificados esto s, ponderaban les era m ás sa b ro ­ sa la refección espiritual, que les adm inistraban sus virtudes, que los m ás apetecidos m anjares. C on el encargo de la coci­ na, le fió la obediencia el cuidado de la portería, em pleo de los m ás im portantes de un convento, así porque es la ad u a­ na del claustro, donde se registran los géneros proh ibidos, com o porqu e es el m ostrad or, donde se manifiestan a los ojos del siglo las preciosas telas de virtud, que reservan los sagrad os del claustro.

19.— Resignado vivía el venerable fray Juan de San D ie­ go en los em pleos a que le había destinado la obediencia, cuando sintió un vehem ente im pulso, que, encendiéndole la voluntad, aspiraba fervoroso a vivir en el m ayor retiro y austeridades de la santa recolección. Las perspicacias de su hum ildad le abultaban m ontes de recelos y desconfianzas de su am or propio, y le persuadían necesitaba m ayores incenti­ vos para desem peñar las obligaciones de su instituto. En nada confía de sí m ism o el humilde verdadero, porqu e el conocim iento de su miseria, im perfección y flaqueza, son po d ero so s m otivos, que fundan su desconfianza, con que receloso de su virtud y so sp ech o so de su dictam en propio, fía los aciertos de su con ducta a la directiva del consejo y a la instrucción del ejem plo. Vivía por este tiem po en el convento de Santa María de G racia un religioso, llam ado fray Juan G arcía, cuyas excelentes virtudes eran piadosa ocupación de la fam a, de cu y os gloriosos ecos sólo ha qu e­ dad o esta confusa, aunque venerable mem oria. D eseab a


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nuestro fray Juan de San D iego la com pañía de este venera­ ble religioso, porque esperaba, que el po d ero so ejem plo de fam o sas virtudes sería eficaz incentivo, que alentase su s co r­ diales fervores. Pero receloso de algún disim ulado insulto, expu so con humilde resignación sus deseos al consejo de su director y a la voluntad de su prelado, fiando el m ás felice logro de su dicha al arbitrio y dirección de la obediencia. Exam inada po r el prelado y director la calidad del im pulso, le dieron la aprobación de perfecto y, conseguida la necesaria licencia, salió el venerable fray Juan del convento del A cebo, con general sentim iento de los religiosos y seglares, que la­ m entaban la pérdida de aquel vivo ejem plo de virtudes. C a ­ m inaba go zo so el siervo del Señor a la posesión suspirada de su dicha y, concibiendo en su entendimiento la m ilagrosa imagen de nuestra Señora Santa M aría de G racia, le con sa­ graba am orosas jacu latorias y cordiales ternuras, que, en las fo go sas alas de sus encendidos afectos, volaban a presentar­ se ante su M ajestad, rendidos, reverentes cultos. P rotestá­ base indigno de pisar los um brales de aquella religiosa casa que autoriza y consagra la soberana Princesa; pero apelan­ do de los reconocim ientos de hum ildad a las am orosas b e ­ nignidades de la gran M adre de las m isericordias, se alenta­ ba a lograr la radiación generosa de su s gracias. A b sorto en estas consideraciones, no sentía las fatigas del cam ino, p o r­ que, elevado su fervoroso espíritu, alivió de su pesada terreidad al cuerpo; y no podía éste sentir pasiones de la na­ tural flaqueza, cuando a fo g o so s im pulsos de sus vehemen­ tes, espiritualizados d eseos, cam inaba ansioso a las p o sesio ­ nes de su dicha.

20.— Llegó el siervo del Señor al su spirad o término de sus ansias, donde se venera el m ilagroso sim ulacro de la que es digno o b jeto de las divinas delicias. Llegó al delicioso, ameno santuario de N uestra Señora de G racia, donde la M adre del am or herm oso ostenta m ilagrosas liberalidades de su divina grandeza; pues considerando en la m ajestuosa ter­ nura de su herm oso sim ulacro respetu o sas veneraciones de la m ajestad y tiernas, apacibles benignidades del am or, rinde reverentes, hum illados, a los corazones y cautiva en dulce, am orosa prisión, las volun tades, que, reconocidas al peren­ ne, cau daloso curso de su s m ilagrosos beneficios, retribuyen hum ildes, reverentes v o to s. Entró el venerable fray Juan en

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este d ev oto , venerado santuario (donde al presente escribo), con universal go zo y aclam ación de los religiosos y seglares, que habían concurrido, atraídos de la clam orosa voz de sus virtudes. A tribulada su hum ildad a recelos del am or propio, que se m ovía agitado de los vientos lisonjeros del aplauso, se presidió en el alcázar de su propio conocim iento; y p o s­ trado en presencia de la m ilagrosa imagen de la M adre de las m isericordias, se entregó rendido a su protección, im plo­ rando su s p o d ero sas clem encias. A dvertido de sus nuevas obligaciones, entabló ejercicios feivorosam en te espirituales. V eneraba a los religiosos com o a espíritus seráficos, que en continuo m ovim iento consagran a su Reina cordiales cultos de reverentes o b sequ io s; y ob servab a su s virtudes con reve­ rente ternura, para trasladarlas en afectos y efectos de su alma.

21 .—A yu dado de los silencios y abstracciones de la so le­ dad, volaba su corazón tan libre a la fo g o sa esfera de su A m ado, qu e parecía m orador del cielo. Em peñó la interce­ sión p o d ero sa de la Reina de los Angeles, para que le alcan­ zase de su divino H ijo la participación de las penas de su C ru z, a cuya im itación d o lo ro sa aspiraba im paciente su colum bino, inflamado corazón. En el go zo de esta gloriosa dicha y en los silencios de este delicioso retiro, vivía el ve­ nerable fray Juan, gozan do las tranquilidades de su esp iri­ tual consuelo, cuando dispu so la obediencia trasladarlo al convento de San Francisco de C áceres, que habiendo sido el oriente, en que renació a las luces de la religión, había de ser el cénit glorioso, donde habían de radiar fo go sas v igo ro ­ sidades de su ejem plar virtud. Recibió la noticia con am argo desconsuelo de su alma, porqu e su hum ildad le persuadió, que su s tibiezas e ingratitudes le retiraban del servicio, o b ­ sequio y protección de su Señora, y que el no haber sab id o estim ar tan soberan a dicha, le ponía en el desconsuelo y funesta posesión de tan lam entable desgracia. Resignado en las aras de la obediencia, hizo pron to rendido sacrificio de su ternura do lo ro sa, y, despidiéndose con lágrim as y su sp i­ ros de aquel m ilagroso santuario, partió a cum plir su desti­ no, dejando cautivo el corazón en aquel m ilagroso, celestial tesoro.


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CAPITULO

IV

Entra e! venerable fray Juan de San Diego en el real convenio de San Francisco de Cáceres y resplandece en maravillosas virtudes 22.— G lorioso cuanto adm irable resplandece D ios en las virtudes de sus san tos a la brillante luz de sus prod igiosos ejem plos. D estina su alta, inscrutable Providencia los tiem ­ pos, provincias y lugares, donde ha de brillar el prodigioso esplendor de sus virtudes. Era el con ven to de San Francisco de C áceres teatro destinado por la Providencia divina, para que en las virtudes del venerable fray Juan de San D iego resplandeciesen prodigios de su virtud soberana; y dispu so sacarlo de los retiros de la soled ad, para que adm irase y ed i­ ficase al m undo, a ejem plos de su fervorosa virtud. H abíalo retirado del cierzo de los aplausos, destinándole los conven­ to s de Santiago del A cebo y Santa M aría de G racia, para que, rob u stad a su virtud, profundase raíces su hum ildad; y dispu so que los prelados le sacasen al teatro del m undo, para que, com o otro Juan enviado de D ios, diese maravilloso te s­ tim onio de las virtudes del cielo.

23.— En alas de su pronta obediencia, llegó el venerable fray Juan al convento de San Francisco de C áceres, alentan­ do fervores y resignaciones de su espíritu, pero reconcen­ trado en los senos de su profunda hum ildad, que fatigada y confusa al peligroso eco de clam orosos aplausos, padecía com b atida de fatig o so s su stos. Solícito de cautelar riesgos a

su alma y serenar la borrasca, que causaba esta lisonjera t o r ­ menta, se entregó to d o a los im pulsos, arbitrio y dirección de la obediencia. Jam ás experim entó precepto dificultoso, porque, cautivando su discurso, veneraba la voz de D ios en las expresiones del m andato. O b seq u iosa y rendida su v o ­ luntad, suspendía los peligrosos exám enes del propio ju icio , y así aseguraba aciertos, cautelando insultos del am or p ro ­ pio. A spiraba su am or a las aras del m ás rendido, aceptable sacrificio; y lograba su corazón este generoso im pulso en las rendidas sum isiones al precepto, porque, si en el sacrificio se quem a carne extraña, en las aras de la obediencia se abrasa la voluntad propia. A m aba en D ios a sus prelados y por eso era en la obediencia tan rendido: que los rendim ientos de la 'ob ed ien cia son rendidas veneraciones del cariño, y si la v o ­ luntad no se resigna a obedecer, es porque no cum ple con las obligaciones de amor.

24.—En la escuela de la perfecta obediencia, se hizo el venerable fray Juan doctísim o en la teología mística, no sólo porque en la práctica de un rendido obedecer, se instruye el alma en los ápices m ás delicados del bien obrar, sí tam bién, porque la cordial resignación, que de sí m ism a hace la cria­ tura, para unirse perfectam ente con la voluntad soberana, es madre m aestra del am or, que franquea los arcanos de la sa­ biduría divina. Regentaba una de las cátedras de teología del real convento de San Francisco de C áceres (con los fam o so s créditos, que animaban sus bien m erecidos aplausos) el d o c ­ tísim o y reverendísim o padre fray Juan Albín, director del espíritu de nuestro venerable fray Juan. Preparábase el d o cto padre, para presidir un acto m ayor sobre la profunda, ar­ duísim a m ateria de la beatísim a Trinidad; y habiéndole o cu ­ rrido una nerviosa du da, fatigab a su erudito, agud o ingenio, para fundar la solución adecuada. Entró a este tiem po el h u ­ milde lego, a consultar ciertas du das de su espíritu, y, h a­ llando en aquella perplejidad a su m aestro, le suplicó se sir­ viese referirle la dificultad, que le fatigaba, porqu e deseaba saber en qué consistía la duda. P ropúsola el doctísim o padre, con to d a s las réplicas y reflexiones m etafísicas, que hacían más difíciles las conclusiones dogm áticas. Propuesta la difi­ cultad, tom ó la mano el ilum inado lego y satisfizo al reparo, desatando los difíciles nudos de la duda con solución tan

genuinamente adecuada, que, absorto en devota admiración 6


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el venerable m aestro, magnificó las maravillas de D ios en la sapientísim a ignorancia de su humilde discípulo. Vivía el v e ­ nerable fray Juan perfectam ente cruficado en el santo am or y tem or de D ios, y, siendo estos los principios de la sab id u ­ ría, go zab a el sabio idiota posesiones dich osas de una m ara­ villosa ciencia en las sabias especulaciones de su humildísima . gnorancia.

2 5 .—T enía la regla de San Francisco im presa en la m em o­ ria, entendim iento y volutad, y la ob servab a con literal, fe r­ vorosa, perfectísim a exactitu d. T em ía errar y preguntaba, deseaba acertar y obedecía, siendo la dirección de su c o n fe­ sor y voluntad de su prelado el único visible norte, en que fija la brújula de su intención, gobernaba el timón de su v o ­ luntad, surcando go lfos de virtudes, entre borrascas de n a­ turales contradiciones. Su evangélica pobreza se m anifestó a los o jo s de la adm iración y al examen de la experiencia con to d o s los prim ores de apostólica. D isim ulaba su hábito la desnudez del cuerpo, pero evidenciaba el desinterés de su espíritu, pues sirviendo sólo a la honestidad religiosa, traía el cuerpojm ortificado con su ejem plar invariable desabrigo. J a ­ m ás consintió los alivios perm itidos en la religión, porque nunca creyó que su cuerpo los pedía con verdadera necesi­ dad. E stab a de pie firme arm ado y prevenido en la palestra, para el conflicto de la postrim era lucha, y confiaba su v icto ­ ria en las arm as de la espiritual desnudez y evangélica p o b re ­ za. Aspiraban a rigurosísim as penitencias sus generosos fe r ­ vores, pero duplicaba m erecim ientos, resignándose en la vountad de su s prelados y directores espirituales.

16. — G uardó la preciosa jo y a de la castidad con tan vir­ ginal entereza, que su con fesor dep uso con juram ento, que jam ás había ofendido en un á to m o los candores de esta vir­ tu d herm osa. A seguró este florido tesoro con la inviolable clausura del más circunspecto recato, bien advertido de que incautas casualidades han ocasion ado deplorables precipi­ cios, que han prod u cid o am argos, d o lo ro so s llantos. Tenía en reclusión perpetua sus sen tidos, para descam inar con tra­ b an d os de especies fo rasteras; pero, viendo que la obedien ­ cia instada del consuelo de los seglares le ponía en frecuen­

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tes ocasiones de su trato, fijaba su corazón en D ios y m orti­ ficaba 1? vista, m oderando la apacibilidad afable de su a s­ pecto, de m odo que sin especialísim a urgencia de la caridad, jam ás dispensó en el vigilante recato de no mirar a persona alguna al rostro. C ierta señora de la prim era nobleza de C á ­ ceres, m ovida de la gran fe y devoción con que to d o s m ira­ ban al siervo del Altísim o, le pidió en una ocasión que, para consuelo de su espíritu, dispensase en la reclusión de la vista y la mirase el rostro; pero el cau to siervo del Señor le dijo con m odestia sentenciosa:» -^-Señora, procure que D ios la mire con los o jo s de su benignidad y clemencia, que mi vista nada im porta.

27.—A unque era tanta la inocencia de su vida, vivía c o n ­ tinuam ente atorm entado en aquel duro po tro de recelos, con que la santa hum ildad defiende del cierzo de las pasiones la delicada com plexión de las virtudes. L lo raba su s deslices e inadvertencias con la do lo ro sa am argura, que pudiera las m ás enorm es culpas. A spiraba ansioso al Sacram ento de la E u ca­ ristía, para alentar los que suponía desm ayos de su alma, y recibía aquel divino alimento de los ángeles con fe viva, h u ­ m ildad profunda y copiosa ternura de ferventísim os afectos, que encendían sus deseos hum ildem ente am orosos. M ortifi­ caba anim oso sus sentidos y oprim ía con vgronil esfuerzo sus pasiones, sujetan do la rebeldía del cuerpo a la dom ina­ ción y leyes del espíritu. Puso gr^n cuidado en disim ular sus austeridades y, dev oto s ejercicios, para que no peligrase su hum ildad al eco de los aplausos. Fué tan singular en la ab sti­ nencia, que para toipiar el alimento proporcion ado a su tra­ b ajo, era necesario especial precepto. M editaba a su divino A m ado en los acerbos torm en tos de la C ru z, y en las más rígidas penitencias go zab a su am or suavísim as delicias. N o permitía descanso a su fatigado cuerpo, porq u e el verdadero am or sólo en la fatiga h álla^ ü delicia. Era su cam a una tabla y sü alm ohada un m ad ero ,;donde velaba su espíritu el breve espacio qu é dorm itaba sd cuerpo. Su s cilicios eran continuos y sobrem anera rigurosos} sus disciplinas eran diarias y cruel­ mente sangrientas. H asta las sandalias; traía sem bradas d e s u tiles puntás; que hallaba corrió Si fueran blandas rosas^ Al riego tíe'estás s&ntas crüéldades crecíah'rñaravJllosamente süs virtudes, sierido sus es^inosüs sandalias y stis m ortificados pasos herm osam ente acepkáblbá á lós diVlnóá ojo s.1


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28.— H erm osa consecuencia de la au steridad y rigor con que se tratan los ju sto s, es aquella am orosa com pasión con que miran las aflicciones de los prójim os; porque, em pleada to d a la conm iseración en las urgencias de la miseria ajen ab esatiende necesidades de la propia. Era el venerable fray Juan de San D iego to d o descu id os y rigores para las necesidades y aflicciones de su cuerpo; y así procedía todo vigilancias y suavidades, para los trab ajo s y desconsuelos del prójim o. Corregía a! distraído; aconsejaba al tu rb ad o ; consolaba al afligido; y socorría al m enesteroso; procediendo en estos em ­ pleos con tan afable dulzura y fervorosa caridad, com o si to d o s fueran tiernos p ed azo s de su com pasivo corazón. N o conoce la caridad distinciones, ni distancias, porqu e to d o lo aproxim an e identifican las finezas. Fom entaba el venerable fray Juan en su am oroso pecho la hoguera del am or divino y, respirando incendios a favor del prójim o, enferm aba (c o ­ m o otro Pablo) con el enferm o; se entristecía con el triste; lloraba con el afligido, y padecía con el necesitado. T estigo es de relevante excepción la ilustrísim a villa de C áceres que, agradecida a los prodigiosos fervores de su caridad generosa, perpetúa su reconocim iento, eternizado en los corazones de su excelentísim a nobleza. N o había aflicción, trabajo, enfer­ m edad o desconsuelo, que no llamase al venerable fray Juan para su alivio. Era tan viva la fe y devoción, con que vene­ raban su s virtudes, que sólo con la prom esa de que los en­ com endaría a D ios en su s ejercicios se tenían por dichosos. Era varón extático y tan em belesado en las m editaciones del C ielo, que parecía no era m orador del m undo; pero, en lle­ gando a entender alguna grave necesidad del prójim o y que su alivio era del divino beneplácito, dejaba al punto la o ra­ ción para m ejorarla en los em pleos de su fervorosa caridad.

29.—N o faltaron ojos enferm izos, que ojerizasen esto s em pleos virtu osos: que hay o jo s de tan maligna com plexión, que se ofenden hasta de las luces de la virtud. N o fuera tan irrem ediable este infortunio, si se quedara en las oqu ed ades de la ignorancia; pero se representa inexpugnable, escu dad o con las presu n tu osas alucinaciones de la ciencia. H ay genios tan vanam ente N arcisos, que creen que nada ignoran y cuan­ to no alcanzan to d o lo reprueban. La ciega presunción de su im aginada sabiduría les persuade, que el conocim iento de cualquiera extraordinaria con du cta pertenece al tribunal de

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su prudencia; y así condenan por desacierto cuanto no pasa por el contraste y balanceo de su ju icio. Pretextan m isterio­ so s lo circunspecto, para disim ular su rum bo caprichoso; y com o la verdadera caridad vive tan teñida con las ciegas afec ­ ciones del am or propio, en que se docum enta su apasionado ju icio, en las m ás ju stificadas operaciones presum en d es­ aciertos, que en su severo dictam en guían a fatales tro piezos, riesgos y precipicios.

30.— M orab a en el real convento de San Francisco de C áceres un religioso recom endado de su celebrada erudicción y caracterizado con especial autoridad. Fun dábase la celebridad de su nom bre, m ás en las m etafísicas esp eculacio­ nes de la teoría, que en las contraidas experiencias de la práctica. M iraba éste con m isterioso so brecejo aquella uni­ versal conm oción de los seglares, que aclam aban al siervo del Señor com o a com ún asilo de tod as sus aflicciones. En m u ­ chas ocasiones había ya m anifestado el grave recelo en que vivía, de que el cierzo de los aplausos m architase el verdor de aquellos im pulsos ferv oro sos, pasando a son rojoso escán­ dalo, los que se vociferaban venerado ejem plo. A caloróse d e­ m asiado un día sobre este punto y, resolviendo con severidad su juicio, dijo con notable aspereza y so brad a confianza: —M ás acepto sería, sin duda, a los o jo s de D ios y más conform e a las leyes de la caridad, encerrar a fray Juan en las seguridades del claustro, que exponerlos a tan visibles riesgos, trayéndole de casa en casa com o m édico. Llegó a noticia del siervo del Señor esta sentencia y, pu esto en presencia de su con fesor con los b razo s cru zados, le dijo con hum ildad apacible: —Padre, ¿dejar a D ios p o r D ios, será dejar a D ios? — N o p o r cierto, fray Ju an — respondió el c o n fe s o r antes es intimarse m ás con su voluntad divina, dejarlo en la m editación, para buscarlo en los incendios de la caridad. O ída la repuesta, bajó la cabeza el siervo del Altísimo y se retiró con apacible silencio. Q uedó el con fesor confuso con la extrañeza del caso; pero haciendo reflexión sobre el ptecedente suceso, se fué al au tor de la sentencia e instru­ yéndole en la rectitud de conciencia y pureza de intención con que ob rab a el siervo del Altísimo, se le dió amplia f a ­ cultad, para que desahogase sus generosos fervores en alivio de com unes y particulares necesidades.


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CAPITULO

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V

Califica el Señor las virtudes del venerable fray Juan de San Diego con sucesos milagrosos. 31—L o s milagros, qu e en crédito de las virtudes de los ju sto s obra la om nipotencia divina, son lenguas de m aravi­ llosa elegancia, que declam an la excelencia de su virtud so ­ berana. AI brillante esplendor de las virtudes de su s siervos, se ostenta D ios en las veneraciones de san to; pero a la voz de los m ilagros, resplandece divinamente prodigioso; porque si aquellas son fo g o so s destellos de su divino am or, ésto s son brillantes rasgos de su om nipotente poder. G randiosas veneraciones recom endaba el venerable fray Juan de SanD iego con el ejem plo de su s fervorosas virtudes, a honor y obsequ io de la M ajestad Divina; y qu iso el Señor magnificar en su siervo su om nipotencia soberana, para que su virtud pasase de venerada a adm irable y de creida a visible, confir­ m ando la fe y veneración de sus d ev oto s con el relevante testim onio de repetidos prodigios. Fueron tantos los que obró el Señor en crédito de las virtudes de su siervo, que la constante tradición los vocea innum erables; pero la fatal casualidad de un incendio redu jo sus auténticas mem orias a cenizas, que se conservan hoy calientes al fom ento de gra­ titud es piadosam ente cristianas. N o obstan te, referiré algu­ nos, qu e he po d id o autenticar con la deposición de los mis­ m os su jeto s experim entados, que en ju rad as testificaciones desem peñaron la obligación de agradecidos. 32.— D oña Ju an a M aría de U lloa, m ujer de don C ristó ­

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bal de O van do (casas principalísim as entre las m uchas escla­ recidas de la nobleza de C áceres) se hallaba en el trance peligroso de un fun esto, desesperado parto. Faltaron a la sensación las naturales facultades y calm ó, repentinam ente, la acerbidad de los dolores, siendo este síntom a, a juicio de m édicos y parteras, ejecutivam ente fu n esto, p o r experim en­ talm ente in fausto. D ebía la paciente a las oraciones del ve­ nerable fray Juan de San D iego la fecundidad, que repután­ dose en aquel trance infausto m alogro de su dicha, había sido por m uchos años fatig o so em pleo de su llorosa esp e­ ranza. Anim ada ésta con la posesión de su deseo y azorada con las apreturas del ah ogo, clam aba ansiosa, le llamasen a su fray Juan de San D iego. C om p adecido con la noticia del aprieto, vino al punto el siervo del Señor y, al dar vista a la m oribunda señora, instantáneam ente dió a luz con p r o ­ digiosa felicidad un herm oso niño, que en las regenerantes aguas del bautism o llamaron don Joaquín de O vando.

33.— D esem b arazad os los nobles caballeros de las páli­ das som bras, que abultaba el riesgo de tan lam entable d e s­ gracia, con las festivas luces de su m ilagrosa dicha, dieron solem nes, rendidas gracias al Altísim o con festivo , reverente go zo . Criaban a su hijo con aquel regalo y solicitud cuida­ dosa, que pedía un m ayorazgo de tan ilustre casa. C on tab a quince m eses el niño, cuando traveseando, a descu id os del am a que le criaba, cayó de un alto corredor al patio, q u e­ dan do, a juicio de cuántos miraron 1a desgracia, enteramente difunto. C onm ovióse en confusa turbación la casa, al fu n es­ to eco de casualidad tan lastim osa. A cudieron m édicos y cirujanos y, aunque consideradá la altura de la caida y la ternura del infante, no dudaban capitularle difunto; no obstan te, por cum plir con el honor de su facu ltad , que se aprehende desairada, cuando no receta, y por satisfacer las clam orosas ansias de sus padres, aplicaron algunos rem e­ dios y practicaron varias diligencias, que resultaron efecti­ vam ente in fructuosas, porqu e sólo sirvieron para evidenciar lo irrem ediable de la desgracia con la repetida dem o stra­ ción de la experiencia. D eclarado ya difunto el m alogrado m ayorazgo, soltaron los afligidos padres to d o s los diques de su am argo, lloroso desconsuelo. Levantaron al cielo las m a­ nos y los ojos, desahogan do clam orosos sentim ientos, tier­ nas dem ostraciones y d o lo ro so s llantos. Singularizábase la


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afligida señora, que alentando cordiales gritos, que destem ­ plaba el dolor de su materna! ternura, decía con fe viva: —Llámenme al punto a fray Juan de San D iego, para que resucite a mi hijo: que, pues tiene virtud para librar a tantos de la muerte, tam bién la tendrá para restituir a mi hijo la vida. Por su s oraciones le concebí en mis entrañas, por sus m erecim ientos le parí vivo y por sus ruegos espero verle resucitado. Salían los criados p resu rosos a b u scar al siervo del Altí­ sim o, para noticiarle la sucedida desdicha, cuando, m ovido el venerable fray Juan de superior aviso, se entró por las puertas de la casa. Alentó a la desconsolada señora, con fo r­ tándola en la fe y resignación a la voluntad divina. Retiróse a un aposen to de la casa, donde, p o strad o en tierra, hizo oración fervorosa. C oncluida su oración, se fué a la presen ­ cia del difunto niño y, poniéndole sobre la cabeza la mano, le llamó por su nom bre y, a vista de un grave concurso, se levantó el infante tan robustam ente sano, com o si d esp erta­ ra de un apacible sueño. E m b arazados los circunstantes con la novedad del prodigio, tom ó el siervo del Señor al resuci­ tad o entre los brazos y, entregándolo a su madre, le dijo: — D oñ a juana, sea muy agradecida al Señor, porque hoy le ha dad o este hijo, em peñándola en perpétuo reconocim iento. P reocu pados estaban to d o s los interesados de un go zo so asom bro, anegados en lágrim as de ternura, cuando el humil­ de siervo del Señor, huyendo de los peligros del aplauso, se retiró presu roso a su convento, donde, presidiándose en el alcázar de su hum ildad, defendió de los agradecim ientos, aplau sos y ruidosas dem ostraciones, su virtud.

34.—D oña M aría de Arce, mujer de don M atías de M i­ randa, corregidor de la villa de C áceres, se hallaba en los últim os vales de la vida a rigores de un infeliz sobreparto. A sistía el venerable fray Juan a su consuelo, con licencia que el corregidor había conseguido del prelado. A gravóse el acci­ dente y, hecha ju n ta de m édicos, desahuciaron de la vida a la señora y, despidiéndose de su asistencia, advirtieron que sin dilación providenciase las finales disposiciones de su alma. A m aba don M atías a su esp osa con to d a la ternura de la más cordial fineza y, oído el fun esto fallo, se retiró a un aposen to, dando licencia a su dolor, para que desahogase en las su spi­ radas, am argas corrientes de su llanto. C om padecida una

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I doncella de la aflición y desconsuelo de su am o, se fué al oratorio, donde estab a retirado el venerable fray Juan de San D iego, y, con lastim osos so llo zo s, digo: — Mi padre, quien vió a mi am o, en tal día, lleno de go zo , repartiendo limosna a los pobres, por la m ejoría de la señora, y, ahora, le ve tan obligado con el cierto m otivo de tan sen ­ sible desconsuelo, ¿le parece a vuestra paternidad tendrá corazón para sufrirlo? —¿Pues, quién le ha d ich o —respondió el siervo del Altí­ sim o, sin alterar la fervorosa, devota postura, en que se hallaba— quién le ha dicho, que el Señor, que sacó a su ama de aquel fun esto peligro, el mismo Señor, por su b o n d ad y clemencia, no la sacará de este fatal aprieto? Llena de fe la doncella, corrió a participar a su señor la noticia, que recibió el afligido caballero con singularísim as dem ostraciones de go zo so y agradecido. En brevísim o tiem ­ po, pasó a segura posesión de aquella desespeian zada dicha su fervorosa esperanza, porqu e variados, repentinam ente, los síntom as y corregido el rigor de los accidentes, cobró la m o­ ribunda señora, en breves horas, una salud tan perfectam en­ te ro b u sta, que, adm irados los m édicos, la capitularon s o ­ brenatural y m ilagrosa.

35.—Jo sé de la Presa, vecino del C asar de C áceres, se h a­ llaba desahuciado de los m édicos con resolución tan d eses­ peranzada, que por instantes aguardaba el últim o aliento de su vida. Entró el venerable fray Juan a visitarle y, alentando su desm ayo, le preguntó, si apetecía alguna cosa para reparo de su natural flaqueza. Respondió el m oribundo con trém u­ lo, balbuciente labio: — Yo, padre, com iera un pedacito de naranja dulce. L o extraño del tiem po im posibilitaba satisfacer el deseo del enferm o, pero el siervo del Señor, retirándose de la cam a del m oribundo, dió do s paseos por el aposen to, pu estos en el cielo los ojo s, y, m etiendo la mano en la m anga, sacó tres naranjas dulces, de tan sazon ada belleza, com o pudieran e s­ cogerse en el tiem po m ás natural de esta fruta. A cercóse al m oribundo con afabilidad am orosa y le dijo: — H erm ano mío, com a estas naranjas con fe y sea muy agradecido al Señor. C om iólas el enferm o con aliento superior a sus p o strad as fu erzas e invencible hastío, pero con efecto tan m aravilloso,


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cejando al instante el ejecutivo im pulso de la enferme3ue, ad, recuperó, en brevísim o tiem po, la desesperanzada salud. 36.— D on Pedro R oco C am p o Frío, ilustre caballero de la villa de C áceres, se hallaba tan oprim ido de una m ortal dolencia, que, advertido de los m édicos, había ya practicado las finales disposiciones de su alma. La fam a de los prodigios que ob rab a el Señor por las oraciones del venerable fray Juan de San D iego, alentó su fe, con esperanza de recuperar por este m edio la ya deplorada salud. Llam ó al siervo del Altísi­ m o, esperanzado de que su vista había de libertarle de tan fu n esto aprieto. N o salió vana su esperanza, pues en el m is­ mo instante que el siervo del Señor llegó a la estancia del m oribundo caballero, se reconoció restituido a la posesión de una salud rob u sta, con asom bro de los m édicos, que, re­ conociendo las circunstancias del caso, protestaron que ha­ bía sido m ilagroso. Levanto de esta materia la plum a, porqu e referir to d o s los sucesos m ilagrosos, que la constante tradi­ ción de la villa de C áceres publica haber ob rad o el A ltísim o, p er la intercesión del venerable fray Juan de San D iego, se ­ ria em peño m olestam ente dilatado. Bastan los referidos, parr osien sivo de su virtud y consuelo de la devoción. La con s­ tante experiencia de los prodigiosos efecto s, qu e producían las oraciones del siervo del Altísim o, había radicado tanto la fe de sus virtudes en los d ev o to s corazones de la insigne v i­ lla de C áceres, que cualquiera m édico que tenía enferm o de especial cuidado, b u scaba al siervo del Señor y le decía: — Padre fray Juan, véngase conm igo; consolará a un p o ­ bre enferm o, que se halla muy de peligro. Seguíalo sin réplica el com pasivo lego, instado de su c a­ ridad fervorosa, y, a ru egos del m édico y a instancia de los asistentes, ponía las m anos so b re la cab eza del enferm o, a cuyo con tacto, fugitiva instantáneam ente la enferm edad, fu e ­ ron innum erables los que consiguieron m ilagrosam ente la salud.

CAPITULO

VI

Espíritu extático del venerable fray Juan de San Diego y explicado en maravillosos raptos 37.—T iene el ju sto en el cielo su teso ro y así em plea siempre su corazón en el cielo. C orre veloz la senda de la vida, sin divertir su s potencias del últim o fin de su carrera, y lleva siem pre consigo el oratorio, sin qu e basten a distraer­ le to d o s los estru en dosos frangentes de este m undo. Mira a la divina voluntad, com o a centro de su s alientos vitales, y vela cu idado so , para no divertir de aquel céntrico punto el giro de su s operaciones. En D ios y p o r D ios, hace cuanto obra, porque, siguiéndole único ob jeto de su fervorosa v o ­ luntad, le goza posesión constante de su resignado amor. L os im pulsos de la caridad traían al venerable fray Juan de San D iego por las casas, calles y plazas del m undo; pero tan elevado y distraído de la tierra com o si viviera en el cielo. M iraba en las criaturas vivos retratos de su divino A m ado, y em belesado en altas m editaciones su generoso espíritu, vola­ ba independiente del terrenal com ercio. A m aba en D ios y po r D ios a las criaturas y aquella fervorosa solicitud al so ­ corro de su s necesidades era fo go sid ad es de caridad genero­ sa, en que, abrasado su puro corazón, se disponía am o ro sa­ mente con la divina voluntad.

38.—Eran sus rap to s tan frecuentes, que por repetidos dejaban d e ser adm irados. A guaba las alas del am or su abra­ sad o espíritu con tan fo g o sa vehem encia, que, interrum-


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piendo las conversaciones, se enajenaba del uso de los sen ti­ d o s y, aligerado de la terreidad del cuerpo, se elevaba a la región del aire, com o si fuera espíritu. A recelos de su p r o ­ funda hum ildad, padecía fatigosísim os qu ebran tos con la p u ­ blicidad de estos mentales excesos. Sabía que la luz que bri­ lla al descubierto, vive expuesta a las contingencias de un soplo, y que llora en hediondos hum os, los que su po cau te­ lar brillantes resplandores. E ste recelo le traía tan fatigadamente cu idado so , que bu scaba a deshoras los sitios m ás re­ tirados del convento. Procuraba solícito disimular los res­ plandores de su virtud, valiéndose de las cautelas y sagaci­ dades del vicio, ya que tantas veces se ha cautelado y disi­ m ulado el vicio, vistiendo apariencias de virtud. Pero com o el Señor se glorifica en la virtud de sus criaturas, ostensión de sus divinas m isericordias, favorece y fortalece la hum ildad y virtud de sus fieles siervos, para que no la inficione el con tagio so viento de los aplausos. A preciando con rendida veneración favores celestiales y reservando sacram entos del Rey soberan o de la gloria, procedía el venerable fray Juan de San D iego en el uso de sus fervores con circunspecto recato, porque, com o verdadero humilde, vivía en constante d es­ confianza de sí mismo.

39.— C om placido el Señor de los prudentes recelos de su siervo, premió con frecuentes m aravillosos raptos los am o­ ro so s rendim ientos de su hum ildad, m anifestando al mundo el eminente grado a que había llegado su virtud. Raro el día en que ab so rto en estos m entales excesos, no fuese devota adm iración de seglares o religiosos. Referir to d o s los raptos de su fo go so espíritu, sería asunto m olesto: ceñiréme, pues, a la relación de sólo uno, para que com o índice de los d e ­ más, manifieste a la devoción interesada los m aravillosos vuelos de su amor. 40.— Por la parte oriental de I? villa de C áceres y a dos leguas de distancia, está sita una pequeña población, llamada Sierra de Fuentes. Frecuentaba el venerable fray Juan este pueblo, en prosecución de las lim osnas, a que le destinaba la obediencia. En una de estas ocasiones, ocurrió la festividad del C o rpu s, para cuya digna celebración, adornó el siervo del Señor las potencias de su alma con la riqueza de sus vir­

tudes y la ingeniosidad de sus fervores. Asistió a la p ro c e­ sión, ab so rto en aquel piélago insondable de soberanas fine­ zas, donde, anegadas dichosam ente las alm as, gozan du lzu ras de inexplicables delicias. Es la población bien corta y la d e ­ cencia de tan venerable acto no era m ucha, porque se ceñía a la estrechez de su pobreza. Las calles por donde p asaba el Sacram ental M onarca estaban poco decentes y muy faltas de aquellos bien m editados adornos, que, autorizando el culto, excitan la devoción, a ob sequ io de tan soberana M ajestad. A vista de tanta pobreza y desaliño, ponderaba el venerable fray Juan el amor, benignidad y grandeza de la M ajestad D i­ vina, que, incom prehensible a los cielos, se digna asistir con los m ortales, sin em barazarse en tan po bres disposiciones. Lloraba ansioso el necio descuido y torpe inconsideración del m undo a la real presencia de su D ios Sacram entado, pues a m editarlas reverentes y a venerarlas am antes, labraran p r e ­ ciosas telas de sus rendidos corazones, para el más decente adorno de las calles. C on sid eraba, en fin, los generosos, n o ­ bilísim os excesos del am or divino, con trapun teados con las plebeyas, civiles ingratitudes del corazón hum ano, iesignando, celoso am ante, fo go sas finezas de su am or, a vista de la humana ingratitud.

41.— A b sorto en estas m editaciones, agitó su am or las ansias de su s ansias y encendió el fervor de su s finezas, a c u ­ ya vehemencia voló su espíritu, tan sin em barazo del peso de la carne, que se elevó m ás de tres varas de la tierra, q u e­ dan do en el aire hincado de rodillas, juntas al pecho las m a­ nos y fijos en el cielo los o jo s, a vista de aquel concurso d e ­ vo to, que inundado en lágrim as de ternura, qu edó inm oble a vista de aquel prodigio. A brevió el párroco la procesión y, concluido el religioso acto, volvió al sitio donde perm anecía el venerable fray Juan, ab so rto en su vuelo m aravilloso, a vista de la m ayor parte del con curso. Era el cura su jeto lite­ rato y de buen espíritu, prendas que habían m ovido a los prelados del venerable fray Juan, para concederle facu ltad de gobernar su espíritu, en los días que asistiese en aquel pueblo. O b serv ó el cura con atenta circunspección las cir­ cunstancias del m aravilloso vuelo y, para confirm arse en el concepto que tenía form ado de la elevada perfección de aquel espíritu, le m andó m entalmente que, restituido al uso de los sen tidos, descendiese sin dilación del rapto. O b ed eció


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pronto el siervo del Altísim o, dejando a D ios en las ilumina­ ciones de la mental visita, para gozarle en las resignaciones de la obediencia. D escendió, pues, del rapto con serenidad m aravillosa y se po stró humillado a los pies del párroco, pi­ diéndole perdón de su descuido, com o si las vehemencias del divino am or pudieran ser tibios deslices de la voluntad. Q u e­ dó el cura devotam ente com pungido, el pueblo ejem plar­ mente adm irado, y el siervo del Señor profundam ente con ­ fu so , pero tan p o co enm endado en su s am orosos excesos, que repitió con m aravillosa frecuencia sem ejantes raptos, ya en los con ven tos, ya en las poblaciones, siendo prodigioso ejem plo a los religiosos y porten tosa, devota admiración a los seglares.

CAPITULO

VI I

Mara vi/loso don de profecía que gozó el venerable fray Juan de San Diego, manifestado en repetidos casos 4 2 .- O b jeto reservado a aquella línea de sabiduría divi­ na, que llaman ciencia de visión los teólogos, es la determ i­ nada existencia de los contingentes futuros. El infalible c o ­ nocim iento de esta existencia excede la natural actividad del entendim iento criado, porqu e no hay natural m otivo, con e­ xión, ni dependencia, que representen al criado entendim ien­ to aquella necesidad de consiguiente, en que resplandece la determ inada existencia del futuro. N o obstan te, por especial privilegio com unica el Señor este sobrenatural conocim iento a algunos de sus siervos fieles, para la m ás suave consecución de sus altos venerables fines. E ste gracioso don gozó el vene­ rable fray Juan de Sar. D iego en tan eminente grado, que parecía tenía presente lo fu tu ro. C onsultóle cierto sujeto n o ­ ble un grave negocio, para cuya expedición m ás acertada se necesitaba la intervención de una tercera persona. Propuso el interesado un sujeto, que era a la verdad muy a p rop ósito , pero el siervo del Señor, respondiendo a la consulta, le dijo: — Parécem e, que ese su jeto, aunque se halla bueno y sa- . no, habrá m uerto ya para ese tiem po. Propúsole el consultante otro, y el siervo del Señor re ­ pitió la exclusiva, diciendo: —Parécem e, que tam bién ese su jeto será ya para ese tiem ­ po difunto. T o d o sucedió a la letra con puntualidad m aravillosa, pues, antes de llegar el tiem po señalado, murieron los d o s terceros, que había prop u esto el caballero.


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43.— Viniendo, en una ocarión, el siervo del Altísimo d es­ de la villa de C áceres al convento, le salid al encuentro un niño de cinco a seis años y, con aversión ajena a su noble sangre, cargó de im properios al venerable lego y le vino ape­ dreando por tod o el resto del camino. Entrando el siervo del Señor en el convento, tan pesaro so com o con fuso, encontró con su confesor, que, extrañando la n ovedad del sem blante, le preguntó la ocasión de aquella particular novedad. Refirió con hum ildad el caso, nom brando al niño y declarando to ­ das las particularidades del suceso. C oncluida la relación, m udó el sem blante y, levantando al cielo los ojos-llen os de lágrim as, exclam ó diciendo: — ¡Q ue esa criatura haya tenido aliento para ejercitar es­ te exceso con un hijo de San Francisco! ¡Si viviere; que no vivirá! En esta expresión enfática terminó su exclam ación, repi­ tiendo por tres veces: — ¡Si viviere; que no vivirá! Q uedó el confesor con fu so, pero no quiso pasar a ser curioso. Reservó en su corazón el enfático vaticinio, hasta que, dentro de breves horas, lo declaró el suceso, pues, en aquel mismo día, le sobrevino al niño un accidente tan ejecu­ tivo, que, burlando to d o s los esfu erzos de la medicina más experim entada, le quitó arrebatadam ente la vida.

44.— V isitaba el venerable fray Juan a doña Juana M aría de Ulloa, en la convalecencia de aquel peligroso parto, cuya m ilagrosa felicidad había debido a las oraciones del siervo del Altísim o, com o dejo ya referido en el capítulo quinto de este libro. Alentaba el siervo del Señor a la referida señora, para que correspondiese a los favores de D ios cordialm ente agradecida y, entre otras co sas, la dijo: — D oña Juana, ya D ios la ha dad o en su hijo el nom bre del padre de nuestra Señora, al siguiente parto la dará, p o r­ que parirá, una niña, que se ha de llamar Ana. V ióse cum plida la prom esa con puntualidad maravillosa, pues, al término de diez m eses, dió a luz con felicidad una herm osa niña, que llamaron doña M aría T eresa. Pasó el venerable fray Juan a congratular a los padres de

la niña y, tomándola en sus brazos, la acarició con especial ternura, y, gratulándose con su graciosa inocencia, le dijo: —Angelito, tú serás flor de las flores y morirás en el esta­

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do de casada, con las graciosidades de tu ed ad florida. Las circunstancias del suceso desem peñaron el vaticinio, porque las prendas, con que la adornaron naturaleza y g ra­ cia, fueron puntual imitación de la herm osura, fragancia y espinas de la rosa, declam ada flor de las flores, por coronada beldad de los jardines; pues, em pleada su singular herm osu­ ra en el estad o del m atrim onio, vivió traspasad a de agudísi­ mas espinas de pesadum bres, trabajos y desconsuelos, que toleró con ejem plarísim a constancia, exhalando fragancias de resignación y paciencia; y m urió a los diez y nueve años de edad, siendo ejem plar florido de virtud.

45.— El d o cto r don A lonso Escallón, m édico de la villa de C áceres (que, tom ando el pulso a las falacias del siglo, se alistó en el sacerdotal estad o y, aceptando la capellanía del convento de la Purísima C oncepción de C áceres, se ejerci­ tó en la práctica de m ás alta medicina, pu es, aplicado a la m etódica directiva de las almas, fom entó en el referido co n ­ vento tantos y tales fervores, que han increm entado e incre.mentan un m ístico viridiario de virtudes), se hallaba p o stra­ do en la cam a con pocas esperanzas de vida. H izo le llam a­ sen al venerable fray Juan de San D iego y, qu edán dose a solas con el siervo del Altísim o, le suplicó con urgentísim a instancia, suponiendo la inviolable prom esa del secreto, que, para honra y gloria del Altísim o, le declarase si había de m o­ rir de aquella que parecía ejecutiva enferm edad. O yó el sier­ vo del Señor la súplica de su espiritual am igo y, reconcen­ trándose un p o co en sí m ism o, levantó los o jo s al cielo y dijo: — H erm ano don A lonso, ánimo y m anos a la obra, que aún le faltan algunas leguas de la jorn ada. La enferm edad llegará al m ayor aprieto, según el conocim iento del hum ano juicio, pero, sin saber cuándo ni cóm o, se hallará p erfecta­ mente sano. Así sucedió con puntualidad prodigiosa, pu es se le agravó la dolencia hasta el térm ino fun esto en que, desesperanzada la medicina, echó el fallo desahuciando al enferm o, y cuando éste, a juicio de to d o s, expiraba el últim o aliento vital, le sobrevino un breve, apacible sueño, del que despertó ente­ ramente sano.

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4 6 .—D on Alonso Perero, ilustre caballero de la villa de C áceres, vivía con el grave desconsuelo, que produce la in­ fecun didad del matrimonio. Había em pleado m uchas oracio­ nes y lim osnas, solicitando la intervención de los San tos, pa­ ra alcanzar del cielo un hijo, que continuase los blasones de su casa, perpetuando sus m ayorazgos en la posesión de su ilustre descendencia. H abía ya m uchos años que padecía este fatig o so desconsuelo, que se acrecentaba con la ninguna e s­ peranza del alivio. Resolvió el venerable fray Juan de San D iego visitar los Santos Lugares de Jerusalén, com o se refiere despu és, y, al despedirse de sus dev oto s, le pidió este afligido caballero, por vía de especial fineza, se acordase de suplicar al Señor le concediese la sucesión de su casa. C ondescendió con puntual fidelidad el siervo del Altísimo y, desde la ciu ­ dad de Alicante, escribió a su devoto am igo, diciéndole-' Don Alonso, parécem e que tendrá legítim o sucesor de su casa, que se llam ará don Francisco, y espero en Dios le d ará dos hijas, que se llam arán doña Beatriz y doña Cecilia.

'■» ' Sin faltar alguna de las referidas individualidades, se vió y ve hoy cum plida la profecía del siervo del Altísimo, pues don Francisco Perero, que fué el m ayorazgo p rofetizad o, go za hoy la posesión de su casa, asegurada con familia nu­ m erosa.

47.— Expedidas las con vocatorias para el capítulo gene­ ral que celebró la religión de San Francisco en la ciudad de Valladolid, en la vigilia de Pentecostés del año mil seiscientos y setenta, salió de Jerusalén el reverendo padre fray Fran­ cisco M aría Rhini, cu sto d io de Tierra Santa y guardián del sacro m onte Sión. H allábase por este tiem po en aquellos San tos Lugares el venerable fray Juan de San D iego y escri­ biendo a algunos de los vocales, sus espirituales confidentes, entre otras cláusulas, ponía esta: Parécem e que los vocales eligirán en gen eral de la Orden a m i reverendo pad re gu ard ián de Je ru salé n y será muy a p ro­ pósito para el gobierno de la religión.

V ióse cum plido a la letra el vaticinio en circunstancias que lo elevaron a la clase de profético, pu es, sin agravio de las relevantes prendas del reverendísim o electo, corría la voz

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por .otros su jetos notoriam ente benem éritos, sin hacerse mención de dicho reverendísim o electo en las directivas que corrían entre los vocales, ni aún sospech arse en la E uropa que pudiese recaer en su meritísima persona el gobierno de la religión seráfica; pero, com o el venerable fray Juan se h a ­ llaba ilustrado con las directivas del cielo, su po anticipada­ mente lo que ignoraban los labios y prudentes del m undo.


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hum ano, consiguió gloriosos triunfos a la gracia, prov ocán ­ dolos a verdadera penitencia; pero valga por m uchos el si­ guiente suceso, en que se manifiesta la ilustración, penetra­ ción y eficacia, que go zab a el siervo del Altísimo. ó j ó m ógsH ocz

CAPITULO

VIII

Maravilloso conocimiento de interiores que concedió el Señor al venerable fray Juan de San Diego y su prodi­ giosa eficacia para mover los corazones a penitencia. 48. Inescrutables al hum ano juicio son los secretos del corazón hum ano, pero desnu dos y patentes a la infinita perspicacia del entendim iento divino. N iega el Señor este conocim iento al juicio de los hom bres, reservando a la so ­ beranía de su tribunal la residencia de los secretos, que disi­ mula el corazón de los m ortales. N o ob stan te, cuando con­ viene a los otros fines de su venerable Providencia, revela a alguno de su s fieles siervos esta privilegiada noticia, para prem iar fervores de su caridad generosa. A brasábase el ve­ nerable fray Juan de San D iego en la gloriosa pira del am or divino y, en prem io de sus afecto s fo g o so s, le favoreció el Señor con la gracia de especiales privilegios, que es estilo del am or divinó m anifestar la fo g o sa radiación de su fineza en la repartición gloriosa de sus gracias. C on cedió al venera­ ble fray Juan la gracia de curación, para que ocurriese su conm iseración a las enferm edades del cuerpo, y le concedió la gracia de penetración de corazones, para que em please su caridad, solicitando el rem edio a las dolencias del espíritu. Puso en sus labios dulzura de su divina eficacia, derram ando en su s palabras el gracioso atractivo de su infinita clemencia y, penetrando con estas saetas de am or los corazones m ás helados, los abrasaba con santo tem or y am or, d eján d o lo s, com pungidam ente encendidos. M uchos fueron los lances en que, penetrando el siervo del Altísim o los senos del corazón

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49. En cierta población de España, tom ó cuartel un c a­ pitán de caballos, que siguiendo el marcial im pulso de su genio y la vagueación estruendosa de las tro p as, capitaneaba la descon certada tropa de sus enorm es culpas. Su eltas las riendas de su d esb o cad o apetito, coiría intrépido, tem erario por los tajad o s riscos de su am or propio, tan poseída de licenciosos desafu eros su conciencia, com o olvidada de la snlud eterna de su alma. Era tan discreto a lo del m undo, com o necio a lo del cielo; y a desvanecim ientos de galán y celebrado, tan presu n tu oso com o vanam ente presum ido. H abía en la misma población una m ujer consagrada a o b se ­ quio del Altísim o en Ia$ aras del estad o religioso, donde, víc­ tima de la m ás pura fineza, había dado a su M ajestad solem ­ ne palabra de fidelísima esp osa. Era, sobre extrem adam ente herm osa, singularm ente discreta; pero en las delicadas leyes del recato p o co cauta. O ía tan g u sto sa com o agradecida los elogios de su discreción y belleza; y com o ésta hechiza tam ­ bién a quien la goza, inficionó el venenoso áspid de la m ayor desgracia, que, disim ulado, se ocu ltaba entre las flores con que la favoreció naturaleza. N eciam ente reconocida vivía esta m ujer a las relevantes prendas con que la favoreció n a­ turaleza, pero ciegam ente ingrata a la vocación y auxilios de la gracia. M alograba en visitas, chistes y profanas, seculares diversiones, aquella fervorosa aplicación y precioso tiem pó, que debía em plear en las virtudes, desm intiendo el penitente fervor que publicaba su hábito religioso, con las profanas secularidades de su vida, conversación y trato. fts j¡D¡ufí! oiaiv cu on 3 3 3 1 sq a i> p \9 ib s'i fe siim a u p ¿ - — -Í!Bo na t .ó ;b íu j níigls sh c je o a sb o d sb cbub nfS Vsbiv ua> .ofevzsb ojnsJK n si noo n ¡n . Mti «a>uq tp.fi 50.— N oticio so el capitán de esta discreta belleza, confió el logro de su curiosidad a la solicitud e inform es de su vis­ ta, sin advertir que ésta es aquel con du cto peligroso, por donde com unica el desorden ado cariño la m ortal infección de su veneno. Principió la com unicación p o r vía de em ula­ ción discreta y p asó a inclinación recíproca, porque la c o m ­ petencia de los entendim ientos pasó a prendar las v o lu n ta­


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des, que, em peñando sus viciados corazones, se derram aban incautos por los ojo s, noticiándose recíprocos, desorden a­ do s afectos. A pagóse en su s almas el tem or santo de D ios y se incendió la hoguera de la sensualidad, que, atizada del dom inio y fom entada de su natural flaqueza, los abrasó en las im puras llamas del m ás sacrilego arrojo, despeñ ándo­ les al eterno precipicio. A bandonó, en fin, esta infeliz m ujer su honor con la clausura y, arrastrando la funesta cadena de tan enorme delito, siguió en com pañía del sacrilego capitán el marcial destino de la tro p a, corriendo la opinión de su legitima esp osa, la que, infiel a Jesu cristo , se había rendido esclava del dem onio. D esn ud óse las prendas de la m odestia y recato con el hábito de la religión, y revistió la desenvol­ tura, altivez y soberbia con las galas de la profana vanidad, siendo en el manejo de las arm as y altivo trato de los p a tro ­ nes tan capitana de sus denuedos m arciales, que, desfiguran­ do m olestas pusilanim idades, disim ulaban enteramente las obligaciones e indicios de su estad o religioso.

51. Siguiendo con su galán la enorm e, sacrilega m archa, que la conducía a la perdición eterna, llegaron al C asar de C áceres, donde tom aron alojam iento en casa de un hermano del venerable fray Juan de San D iego. Por este tiem po, llegó el siervo del Señor al mismo pueblo, enviado por la obedien ­ cia, para pedir limosna. E stab a el venerable lego en casa de su herm ano, a tiem po que entró la capitana, m uy alborozada y festiva, porque venía de un festín donde había lucido las prendas de su herm osura y discreción. Entre oficiosa y risu e­ ña, em pezó a desnudarse las galas y a sacudir el polvo de las basquiñas. M irábala el venerable fray Juan con m odesta ter­ nura y tan atento que, siendo la dam a tan preciada de que la mirasen, no sin cuidado le dijo: —¿Q u é mira el Padre, que parece no ha visto m ujeres en su vida? Sin duda deb o de costarle algún cuidado a su cari­ ño, pues me mira con tan atento desvelo. Al oir estas palabras el siervo del A ltísim o, despidió un d o lo ro so su spiro, encendido en la hoguera de su corazón ab rasado, y , con blandas voces y tiernas lágrim as, le dijo: — ¡Q ué traje y vestido tan im propio, para quien debiera u sar otro m ás ajustado! Si procurara limpiar las m anchas de su alma, con el cu id ad o que sacu de a esas basquiñas el p o l­ vo, no estuviera D ios tan ofen dido ni tan ju stam en te irritado.

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52. Prendió el ardiente suspiro del venerable fray Juan en el seco corazón de aquella ap ó stata m ujer, que, aunque tan helado a las dilatadas destem planzas y continuadas e s ­ carchas de su eslabon ada culpa, cedieron a los incendios del am or las radicadas frialdades de su alma. H abíase visto su corazón asaltado de gravísim os peligros; habían com b atido su corazón y voluntad predicadores ferv oro sos, que había oído en su s militares tránsitos; pero, so rd a voluntaria, com o el áspid, a los ruegos de la m isericordia y conm inaciones de la ju sticia, no se había dad o por entendida, perm aneciendo en el fu n esto letargo de su s culpas, m íseram ente obstin ada. O yó las breves razones del venerable fray Juan de San D iego y fueron saetas encendidas en la fragua del am or divino, que, penetrando y abrasando aquel diam antino co ra­ zón, se derritieron en líquidas hebras de com pungidas ter­ nuras, que vertía por los o jo s en am argas, ¿o lo ro sa s lá­ grimas. E ntróse doña M agdalena, (este era el nom bre de nuestra pecad ora, que, si con el nom bre siguió crim inosos deslices de la otra belleza errante, tam bién intimó felicidad es'y m éritos de su conversión penitente), entróse en su aposento tan llorosa y com pungida, que no pu do arti­ cular palabra. A la vigorosa luz del im portante desenga­ ño, que había encendido en su corazón la ardiente caridad del venerable fray Juan de San D iego, se le presentó tan al vivo la horrorosa m on struosidad de su culpa y el próxim o peligro de su h orrorosa desgracia, que, fuentes de dolor su s ojos, se anegaba en am argos, su spirad os llantos. A rrojó de sí los profan os adornos de su belleza, com o fu n estos con ta­ gios de la culpa, que habían pu esto a su alma en tan fatal desgracia. D escogió la d o rad a m adeja de su pelo, que ya estab a muy crecido, y form ando velo para su s ojos de lo s rizos, que habían servido delincuentes, peligrosos lazos, cu ­ brió con ellos la belleza de su ro stro, en protestación de que, arrepentida de sus culpas, volvía ya al m undo las espaldas.

53.— R econocida, contrita y hum illada, procu rab a doña M agdalena sacar las m anchas de sus culpas con la eficacia, ardiente am argura de su llanto, cuando entró el capitán al aposento y, adm irado de ver tantas lágrim as en o jo s tan v a ­ ronilmente seco s, preguntó asu stad o , cuál era la cau sa de una novedad, que se representaba tan tiernamente d o lo ro sa. En breves pero eficaces razones, satisfizo a la adm iración y


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preguntas de su amante nuestra contrita belleza y, em plean­ d o , a obsequ io de su ofen dido esp o so , su energía discreta, dijo: — D ios, que no quiere que me pierda, me ha enviado a ese siervo su yo, ángel de luz para mi alma, pues con sus en­ cendidas razones ha iluminado mi tenebrosa conciencia. En solas d o s palabras, que ese lim osnero de San Francisco me ha dicho, ha hecho patente to d o el crim inoso secreto, que disim ulaba mi pecho, representándom e tan al vivo la fealdad abom inable de mis culpas, que, horrorizada de mí misma, apenas hallo lágrimas para arrepentirme, sin alientos ni valor para mirarme. Ni tú, ni yo hem os estad o m ás lejos del infier­ no, que aquella distancia m om entánea, que interpone el débil estam bre de la vida, el que hubiera cortad o tantas veces la espada de la divina justicia, si no hubiera suspendido su im­ pulso el am or de su infinita clemencia, y, pues hoy nos llama tan benigna su m isericordia, sería execrable tem eridad p ro v o ­ car más los rigores de su ju sticia. Su s fieles esp osas velan en los sagrados del claustro, em peñando a mi favor las so b e ra­ nas piedades con las brillantes lám paras de sus fervorosas virtudes; y aunque yo, infiel e ingrata a las finezas de mi d i­ vino dueño, vivo sum ergida en oscu ridad tan tenebrosa, es­ pero que su infinita clemencia me ha de abrir las puertas de su gracia. U no y otro so m os delincuentes de la infidelidad m ás sacrilega y traición tan alevosa sólo puede indultarse con las preciosas, contritas lágrim as de una verdadera peni­ tencia. Yo, pródiga, arrepentida, quiero volver a la casa de mi am oroso Padre; fugitiva, infiel esp osa, me arrojaré a los pies de mi divino A m ado, suplicando el perdón de mis enor­ mes culpas, con la tierna elocuencia de mis lágrimas; que, aunque le miro tan ofendido, le espero m isericordioso. C o n ­ trita y llorosa, volveré a la dulce com pañía de mis queridas herm anas, procurando edificar con mi d o lo ro so arrepenti­ m iento cuanto destruí con mi escan daloso delito. Si no quieres concitar contra mí to d o el represado rigor de la divina justicia, restitúyem e al claustro, de donde robaste mi alma, porque, desde este punto, propon go, firme y perpétuam ente, no volver a mirarte, huyendo, escarm entada, la ocasión de mi faltal desgracia, para asegurar la posesión de mi preciosa dicha.

54.— La fo go sa luz de su com pugido desengaño y el ver­

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dadero dolor, que alentaba su cordial arrepentim iento, h a­ bían ya encendido fu egos de la divina llama en el lloroso corazón de doña M agdalena, y sus palabras, rob orad as con la fo go sa reverberación, que fom entaban las encedidas razo ­ nes del venerable fray Juan de San D iego, fueron tan efecti­ vamente eficaces, que, enterneciendo el diam antino corazón de aquel so ld ad o valeroso, le m ovieron a verdadero arrepen­ tim iento. Reconocido el fun esto peligro de su alma, dió la más pronta eficaz expedición a las obligaciones y encargos de su conciencia, dejó en su retiro a la penitente belleza, com pungidam ente llorosa, y, disponiendo la expedición del negocio con la prudente circunspección que pedían las cir­ cunstancias del caso , la restituyó a su clausura, donde la reconocida delincuente sobrevivió m uchos años, siendo asom bro de penitencia y ejem plo de austeridades, en las que, perseverando constante, murió coron ada de virtudes. El caso es tan ejem plar com o adm irable, y si alienta desfalleci­ mientos de la confianza, tam bién avisa im portancias de la penitencia, pues, si esto s delincuentes no hubieran dad o pronto oído a la dulce voz de la m isericordia, hubieran e x ­ perim entado el eterno rigor de divina ju sticia.

55.— Reveló el Señor a su siervo, en otras m uchas o c asio ­ nes, los defectos ocu ltos de m uchas personas de diferentes estad o s y les hablaba al corazón con palabras tan eficaces que, sin dejarles aliento para la respuesta, los dejaba ab so r­ tam ente advertidos y cordialm ente enm endados. El d o cto r don A lonso Escallón, de quien hice mención en el preceden ­ te capítulo, asistía a la curación de los enferm os del conven­ to. H abía recibido, por m edio bien secreto, una noticia, que le advertía de cierta ingratitud con que le había ofendido cierto religioso, a quien el m édico tenía obligado con cierto particular beneficio. Vacilando sobre este pensam iento, que persuadiéndole ofen dido, le prov ocab a q u ejoso, pasaba el d o cto r por una calle en prosecución de su visita, a tiem po que el venerable fray Juan estab a a la puerta de una casa. Salióle al encuentro el siervo del Señor y !e dijo. — H erm ano, advierta que el caso sobre el que vacila es muy de otro m odo a lo que piensa. La noticia es incierta y el agravio de que se queja es su pu esto. M anifestóle o tro s bien im portantes secretos de su c o n ­ ciencia y concluyó el razonam iento, diciendo:


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—H erm ano mío, no hay sino querer de corazón a los hi­ jos de San Francisco, que im porta m ucho ese piadoso afecto . Q u ed ó el hom bre p oseído de un reverente asom bro y com pungidam ente confuso, al ver descubierto tod o el secre­ to de su pecho. Radicóse en la devociórt de los hijos del S e ­ rafín llagado y, ajustando el arancel del im portante aviso de su venerable amigo su conciencia, se ordenó de sacerd o te y, conm utando la facultad de medicina con la mística, trocó el em pleo de curar las enferm edades corporales en la solicitud y fervóroso desvelo de radicar y prom over en las almas las virtudes. T o m ó el hábito del Orden T ercero de San Fran­ cisco en protextación de su cordial afecto y, dándole el ve­ nerable fray Juan el escapulario, le dijo: — T om e, hermano, este hábito, por ahora oculto, qu e otro día lo traerá descubierto. Vióse cum plido puntualm ente el vaticinio, pues el vene­ rable eclesiástico vistió el hábito descubierto, en el que m u­ rió vivo ejem plo de austeridades, dejando venerable fam a de sus ejem plares virtudes.

56.— Pasado algún tiem po, cuando ya el venerable fray Juan vivía en Jerusalén, sintió el d o cto r Escallón cordialísirnos fervores, que alentaban vehem entes deseos de adorar aquellos San tos Lugares. Parecíale que lograría su alma ce­ lestiales con suelos, si tuviese la dicha de celebrar algunas m isas en aquellos dev oto s santuarios. A la vehemencia de estos ferv oro sos deseos, padecía rigores de una dificultada esperanza, al logro de aquella suspirada dicha, cuando reci­ bió una carta del venerable fray Juan, fecha en el Santo S e ­ pulcro, que, entre otras cláusulas, le decía que no era del caso vivir en Jerusalén, cuando to d a la im portancia pendía del bien vivir; que el espíritu propio suele fingir voces del divino espíritu y que se debía de exam inar con reflexión atenta a la divina luz, para reconocer lo verdadero o falso de la inspiración. Q ue le avisase, si quería se celebrasen por su intención algunas m isas en aquellos santuarios; que, au n ­ que era un pobre lego, no faltarían sacerdotes com pasivos, que diesen cum plim iento a su s deseos. N o adm iró don Alon­ so Escallón que el secreto de su pecho fu ese patente a su venerable am igo, porque tenía repetidas experiencias de que el Señor le había singularizado con aquellas y otras m uchas especiales gracias. A preció con especial veneración la d o ctri-

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na del siervo del Altísim o, poniéndola en puntual, perfecta práctica y, haciendo sacrificio al Señor de su deseo fe rv o ro ­ so, experim entó grande utilidad interior y m ucho consuelo de su espíritu. Era, en fin, tan constante la fam a, que corría en la villa de C áceres, de que el siervo del Señor penetraba lo m ás íntim o de los corazones, que sólo su venerable as­ pecto era un predicador eficazm ente elocuentísim o, que con ­ vertía a los distraídos y perfeccionaba a los enm endados, siendo m uchas las personas de estad os diferentes, que p r o ­ testaron con hum ildad excusaban cuanto podían el ponerse a su vista, porq u e estaban muy ciertos que les leía to d o el interior de su conciencia.


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tu d de su cuidado y siem pre desconfiado de sí m ism o, p ro ­ puso en su corazón asegurar su teso ro , haciendo fuga a re­ giones, donde no fuese con ocido; com o si, adonde quiera, no fuese una misma la virtud, para em peñar a los corazones en su aprecio, veneración y aplauso, siguiendo el herm oso inform e de los ojo s. Pero este género de inadvertencia es en los ju sto s ápice de la misma perfección, que esm alta precio­ so s prim ores de virtud.

CAPITULO

IX

P asa el venerable fray Juan a visitar los Sanios Lugares de Jerusalén.—Dificultades que se oponen a su tránsito.— Trabajos y sucesos de su camino 5 7 .— N o viste el árbol la animada pom pa de su vegetable esm eralda en más peligroso estad o, que cuando se martiriza vistosam ente florido, porqu e la ternura de aquel herm oso recreo de la vista bebe en destem plados vientos peligros de su fatal desgracia. A rbol fro n d o so (plantado a la corriente de santas regularidades e increm entado a la influencia de ce­ lestiales favores) vivía el venerable fray Juan de San D iego en el convento de San Francisco de C áceres, pom poso en ejem ­ plos, m aravilloso en prodigios, fron doso en austeridades y m atizado con la florida, herm osa variedad de sus virtudes. El peligroso cuanto alagüeño viento de las aclam aciones y aplausos excitaba en su humilde corazón tem ores fatig o sa­ m ente recelosos, pero advertido de su riesgo, cautelaba cu i­ d ad o so su peligro, aprisionado al natural apetito en la fuerte cárcel del m ás vigilante recato. D isim ulaba, cauteloso, los favores celestiales, que atesoraba su alma; reprimía las vehe­ mencias de sus ansias fervorosas; ocultaba el em pleo de sus ejercicios y el rigor de sus penitencias, y en to d o solicitaba el m ayor retiro y el tiem po más silencioso, para ocultar los generosos em pleos de su espíritu. Pero com o la virtud es luz tan brillante que, cuanto m ás se oculta, radia más su claridad manifiesta, experim entaba el siervo del Altísimo más crecidas veneraciones y aplausos de su virtud, cuanto m ás procuraba recatarla su recelosa hum anidad. Mal satisfecho de la solici-

58.— Persuadido el venerable fray Juan a que el rem edio para huir el riesgo de los aplausos, era em prender la fuga a países rem otos, se po stró a los pies de su confesor y, con resignada hum ildad, le dijo: —Padre, yo vivo con m ucho tem or entre estas aclam a­ ciones, porque mi natural flaqueza me pone en mucha d es­ confianza. Yo tengo firme p rop ósito de irme (si le parece) a donde nadie me conozca. Mi deseo se inclina a Jerusalén, tierra santa consagrada con la preciosa sangre, pasión y m uerte de nuestro am ado Je sú s, donde deseo vivir y m orir, ab rasado en su divino am or. Y podría ser, padre mío, que su M ajestad se sirviese de mi deseo y me concediese la dicha del m artirio. C on sid eró el prudente con fesor con reflexión circunspec­ ta las circunstancias del caso y, aproban do los im pulsos de su hum ilde hijo, le dió licencia para que solicitase los m edios que conducían a la consecución de su p rop ósito . Era, por este tiem po, guardián del convento de San Ildefonso de H o r­ nachos el padre fray Bartolom é de Vera, que, d eseoso de adorar los santuarios de T ierra Santa, solicitaba los m edios para lograr esta dicha, en que esperanzaba su alma tiernas recreaciones y m uchas influencias celestiales. Era íntim o del venerable fray Juan de San D iego, cuyo espíritu había diri­ gido y, noticioso de sus intentos, se confederaron para el logro de su s religiosos p rop ósito s.

5 9 .—C onsiguió el venerable padre V era la patente del Reverendísim o para sí y para su com pañero y, renunciada la guardianía, llegó al convento de San Francisco de C áceres, por el mes de septiem bre de mil seiscientos sesenta y ocho. C elebró el venerable fray Juan su llegada y la noticia de su


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feliz despacho con indecible go zo de su espíritu; peto , muy en breve, se convirtió su alegría en am argo llanto y su gozo en los desconsuelos de un cordial sentim iento. A penas se su ­ p o en la com unidad que fray Juan de San D iego pasaba a Jerusalén, se tu rbó el prelado, se alteró el convento, se con ­ m ovió la villa, siendo el clau stro un teatro de confusiones, em peños y solicitudes. L o s seglares, atro p ad o s a la portería, aclam aban no les enajenasen el tesoro de bienes espirituales, que poseían en aquel prod igioso ejem plo de virtudes. Las señoras m anifestaban el desconsuelo de sus corazones d ev o ­ to s, pasando al guardián recados apretadísim os. L os cab a­ lleros concurrieron al convento, resueltos a despachar p r o ­ pio al general de la O rden, para que im pidiese el tránsito del siervo del Altísimo. En esta deshecha b orrasca de em peños y aclam aciones fluctuaba el siervo del Señor, ancorado en la roca de su rob u sta hum ildad; pero, viendo zo zo b rar, com ­ b atidas de tantas olas, sus fervorosas esperanzas, padecía fatigosísim as congojas. Llegaron estas al extrem o de padecer la desesperación de su dicha, m irando enteram ente difunta su esperanza, porque los religiosos bien experim entados en la docilidad y rendim ientos de su virtud sabían que la o b e­ diencia era el único norte que dirigía el rum bo de su volun­ tad; y supieron pintarle tan graves dificultades y vivos in­ convenientes, a que arrastraba la tenacidad de su espíritu, qu e le hicieron desistir de su p rop ósito . ¡O h cuantas veces frustra el com ún enemigo pron tas, rendidas cooperaciones al im pulso e inspiración de la voluntad divina con aparentes razones, que pinta la energía de la elocuencia humana!

60.— Persuadido el venerable fray Ju an a que su destino no era im pulso del divino beneplácito, resolvió quedarse en el convento y, llegando a la presencia de su com pañero, anegado en lágrim as, so llo zo s y ternuras, dijo: — Padre mío, bien puede hacer su viaje, porq u e mi gran tibieza me priva de tanta dicha. La gran experiencia que el padre Vera tenía de las p ro d i­ giosas virtudes del venerable fray Juan de San D iego, había radicado en su corazón la g o zo sa esperanza de aliviar las fa­ tigas de tan dilatado cam ino con los alientos de tan venera­ ble com pañero, que apreciaba con las veneraciones de e x ­ pertísim o m aestro y con las ternuras de am igo fidelísimo. V ióse, inopinadam ente, privado de tanta dicha y alentó su

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resignación y paciencia, para tolerar el golpe de tan sensible desgracia. Sintió la resolución con las ternuras de su am argo llanto, en que pagó a la naturaleza el tribu to de su cordial sentim iento. Resignado en las altas disposiciones de la volun­ tad divina, se despidió de su venerable am igo y con él de to d o s los religiosos, dándoles cordialísim os abrazos. D esp e­ dido del convento, partió a la villa, a retribuir en religiosas gratitu des la beneficencia de un d evoto, de quien el padre V era se reconocía obligado, y quiso m anifestarse con su p er­ sonal visita agradecido. Bien desesperanzado de volver a ver a su venerable amigo estab a el padre Vera en casa de su d e ­ voto, cuando a dos horas que había salido del convento, entró el siervo del Señor p o r la puerta de la casa y, com o asu stado , dijo: — Ea, padre, vám onos luego, sin detenernos un punto, porque en la tardanza está el peligro de m alograr nuestro negocio.

61.— T an con fuso com o adm irado qu edó el padre Vera con la repentina visita de su venerable am igo y, batallando con el go zo y el recelo, le dijo: » — Fray Juan ¿com o ha sido esto ? ¿Por ventura ha salido del convento sin licencia de su prelado? N o , p ad re ,—respondió el humilde lego. — Pues decláram e cóm o ha sido eso ,— replicó el asu stad o religioso. — Padre—resp o n d ió—yo tengo licencia del padre gu ar­ dián para salir del convento cuando me pareciere convenien­ te, para ocurrir a las necesidades com unes y particulares. La que y o p ad ezco ahora es muy urgente, p o rq u e lo he m irado bien y con ozco que mi viaje a Tierra Santa es voluntad d i­ vina y erraría si no cooperara a ella. C on esta licencia he salido del convento y, ahora, con la de nuestro padre gene­ ral tom em os nuestro cam ino sin detenernos un punto. E s la m ística sutileza muy propia de la santidad, pues el sabio enlaza santidad y sutileza, para tejer los veinte y seis epítetos con que corona la sabiduría mística. Saber o b rar lo m ejor es la sutileza espiritual, que, proporcionando con dis­ creta armonía los m edios al efecto, da herm oso cum plim ien­ to a las inspiraciones del divino beneplácito. La fuga de los aplausos, que avisaban recelos a su hum ildad; el retiro del com ercio de las criaturas, en que zo zo b rab a de p u io aplau-


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dida y venerada su virtud; el ardiente deseo de adorar c o r ­ poralm ente los Santos Lugares; la ansiosa esperanza de en ­ tregarse, desem barazado, a la apacible m editación de las divinas perfecciones; y, so b re to d o , el cum plim iento del divino beneplácito, explicado y entendido a la luz de la cir­ cunspecta consulta y a la declaración de la obediencia, fueron los irrefragables fundam entos sobre que el venerable fray Juan de San D iego estableció su última resolución, para ven­ cer tan abultadas dificultades, dando anim oso, resolutivo ex ­ pediente a su s generosos fervores y, usando de la mística sutileza, eligió el medio más discreto que pudiera desear la más ardiente voluntad a su prop ósito.

CAPITULO

X

Prosigue ¡a materia del precedente. 62.— Fugitivos a los o jo s del m undo, pero anim osos con la virtud del cielo, salieron n uestros d ev oto s peregrinos de la villa de C áceres, en el rigor de la siesta, m ás ab rasados a incendios de su caridad, que a fo go sid ad es del sol. E m ­ prendieron su religiosa fuga po r extraviados cam inos, rece­ losos de que la aparente piedad de la prudencia hum ana co r­ tase el paso, que cam inaba al cum plim iento de la volun­ tad divina. L as alhajas y viático, que para tan largo camino había prevenido el venerable fray Juan , cup o, sin em bargo, en las m angas, porque se reducía a cilicios y disciplinas. A expensas de la santa po breza, cam inaban con am orosa con ­ fianza, po rq u e enteram ente se desem barazaron de lo te rre ­ no, para vencer trab ajo s y fatigas, subiendo anim osos a la eminente cum bre del C alvario. D o s días y m edio caminaron sin encontrar cabaña ni po b lad o , donde pedir el natural su s­ tento; pero ro b u sto s en la fe de la Providencia Divina, aun­ que rendidos a la necesidad y fatiga de la flaqueza hum ana, pararon al pie de un árbol, entreteniendo el ham bre y can­ sancio que fatigaba los cuerpos con san rs conversaciones en que, inflam ado, se recreaban su s espíritus. Confiriendo b elle­ zas de la santa po breza, ponderaban su dicha en la p o se ­ sión de aquel celestial teso ro y, alentando esperanzas en la fineza divina, magnificaban grandezas de la Providencia S o ­ berana. Así acrecentaban m erecim ientos esto s fieles israelitas en las soled ades del desierto, cuando el venerable vió ju n to a su lado un pan de extraordinaria blancura y unos p o c o s 8


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peces, que, en sitio tan extraviado de com ercio hum ano, no pu do dudar fuese del Proveedor D ivino. —G racias a D ios, herm ano—dijo, alb o ro zad o, al co m p a­ ñero— que nuestro m isericordioso Señor no está lejos de nuestra necesidad. C om ieron con veneración respetu osa, satisfaciendo a la necesidad del cuerpo y requebrando con deliciosas su av id a­ des el espíritu, que aquel m ilagroso manjar para to d o tenía m aravillosa virtud. Dieron rendidas gracias a su Provisor Sob eran o y dejaron con veneración en el m ismo sitio los re­ sid uos del m ilagroso alim ento, en atención de que es anti­ gua política del cielo, que de las m esas qu e prepara la Provi­ dencia Divina en el desierto no debe tom ar el necesitado m ás de lo preciso.

6 3 .—F ortalecidos con aquel alimento m ilagroso, siguieron el camino del sacro m onte Sión y, venciendo peligros, in co­ m odidades y fatigas, llegaron a la coronada villa de M adrid, donde se presentaron al com isario de T ierra Santa, que lo era el reverendo padre fray Antonio del C astillo. Aquí p ad e­ ció nuestro fray Juan el golpe de una tribulación gravísim a, en que a resignaciones de su hum ildad y paciencia, labró prim ores de fineza su generosa constancia. Presentóse el siervo del Señor a la vista del padre com isario y, reparando éste en su natural encogim iento; la m odestia, hum ildad y e s­ casez de sus palabras; la suave apacibilidad de su ánimo, y la patente sinceridad de su genio, lo reputó com o inhábil para tratar con la sagacidad astu ta e interesada de los turcos, ocasión que es muy frecuente a los religiosos legos, que, en las custodia de aquellos San tos Lugares, se emplean de o r­ dinario en el cargo de porteros y coad jutores. Persuadido el Padre de este pensam iento, dijo al venerable fray Juan, que no era a prop ósito para el servicio de T ierra Santa, en cuya consideración le m andaba se restituyese luego a su provin ­ cia. Recibió el siervo del Señor este inopinado golpe con re­ signada igualdad de ánimo y adm irable serenidad de espíri­ tu; pero, creyendo que sus dem éritos le privaban de la su s­ pirada posesión de aquella dicha, lloraba am argam ente sus im aginadas ingratitudes, im perfección y tibieza. C on el m oti­ vo de repararse de las fatigas del camino, se detuvo el vene­ rable fray Juan en el convento de San Francisco de M adrid algunos días y, en ellos, reconocieron los com pañeros del c o ­

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misario los m aravillosos fo n d os de aquel precioso diam ante, que ocu ltab a su profu n do abatim iento con disim ulos de su hum ildad y recato. N oticiad o el padre com isario de la gran virtud del venerable lego, y bien inform ado por el experi­ m ental conocim iento del pad re Vera, que go b ern ab a su e s­ píritu, con descen dió a los ferv oro sos deseos del siervo del A ltísim o, le alistó en la con ducta, dando g o zo sa vida a su difunta esperanza.

64.— Partieron alegres de M adrid y transitaron p o r Z a ra ­ goza y Barcelona, donde visitaron los célebres santuarios del Pilar y M onserrate, dan do de cam ino aquel recreo a su esp í­ ritu con los generosos alientos de aquel acto religioso. Hiciéronse a la vela en Barcelona y con feliz navegación desem ­ barcaron en M arsella, donde se detuvieron d o s m eses, esp e­ rando la em barcación para levante. A quí hizo reseña el ve­ nerable fray Juan de to d o el discurso de su vida, confesán­ do se generalm ente y llorando su s inadvertencias y deslices con am argura tan dolorosa, com o si fuera el pecador más ingrato a la divina clemencia. Festejó a los religiosos de la con du cta un herm ano del com isario, opulento m ercader, que residía en este pueblo y, agrad ecidos los religiosos a su piedad generosa, m anifestaban su reconocim iento en tem pla­ d o s, afectu o so s brindis sobre la mesa. Instado el venerable fray Juan , para que brindase, tom ó el vaso y, con m odesto despejo, dijo: — Brindo a que to d o s nos veam os ju n to s en la m esa de la gloria, donde no hay principios ni postres. Era continuo, delicioso alimento de su alma la m editación de la D ivinidad, cuya dulzura infinita, eterna, incom prehen­ sible e inmensa, carece de principio y de fin, po rq u e es infi­ nito e im principiado principio de to d o el universo; y com o su corazón enam orado vivía tan de asiento en aquella m esa soberana, em briagado con las dulzuras y su avidades que prepara el am or y sabiduría divina, no pu do explicar en su brindis m ás con ceptos que el que form aba la caridad, en que se ab rasaba su espíritu.

65.— A segurado vivía el siervo del Señor de aquellos fa ­ tigo so s su sto s, que levantaba el viento de los aplausos,


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porque creía que cesarían los riesgos de venerado, siendo en regiones extrañas desconocido. Pero, com o el Espíritu Santo, que habita en los corazones de los ju sto s, trasluce al exterior aquellos resplandores, que concilian devoción, vene­ ración y respetos, y derram a al rostro de los siervos del S e ­ ñor aquel esplendor, celestialm ente m ajestu oso, que empeña el piad oso cristiano culto, se halló el venerable fray Juan, cuando m enos lo recelaba, com b atido de tem ores, descon ­ fianzas y su stos, porq u e el esplendor de sus virtudes le con ­ cilio clam orosas estim aciones, veneraciones y aplausos, de m odo que, concurriendo innumerable gentío a la marina, le declaraban santo a b o ca llena. La misma fortu n a corrió en la navegación, porque el patrón, m arineros y navegantes, le obsequiaban con tan devota veneración y cordial respeto, que no le conocían p o r otro nom bre que el de santo. Dieron las velas al viento con tan feliz derrota que, en m enos de un m es, tocaron en Say d a, puerto de la Fenicia, provincia de la Asia. Fué inexplicable el go zo del venerable fray Juan , al mirar tan cercana la posesión de una dicha, que había sido mérito y torm ento de tan zo zo b rad a esperanza; pero, en breve, va­ rió el sem blante de la fortun a, oprim iendo su corazón con el retroceso de su rueda. O frecióse un fuerte em barazo en este puerto, que arriesgaba el desem barco de la con ducta; por lo que, siendo fo rzo so quedarse en la em barcación, el vicecom isario eligió al venerable fray Juan p o r com pañero. T om aron tierra los o tro s religiosos, travesando la Fenicia, para llegar a Palestina y T ierra Santa, ansiosos de aliviar las ansias de su corazón, adorando los santuarios de Jerusalén. Q u e d ó el venerable fray Juan de San D iego en la prisión de la nave, zo zo bran do ansias y suspiros en la b orrasca de dilaciones, que precisándole amainar las velas de sus afectos encendidos, le retiraban del puerto de su s deseos. D eliciá­ b ase el Señor en las tribulaciones de su siervo, porque, a f o ­ go sas resignaciones de su paciencia y generosa constancia, resignaba prim ores su fineza. Retirábase el divino A m ado, para encender las llamas de su am or en el corazón de su siervo; pero, com padecido de la vehem ente, do lo ro sa ansie­ dad de sus ab rasados afecto s, condescendió a la ternura de sus cordiales sollozos. C on suave providencia dispu so la v o ­ luntad divina se em barcasen en un navio de griegos, que, poniendo con felicidad la proa a Palestina, tom aron puerto en Ja ffa , donde desem barcaron la conducta.

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XI

Toma lierra en Palestina e) venerable fray Juan de San Diego, llega a ¡a santa ciudad de Jerusalén y sus admirables virtudes en aquellos Santos Lugares 66.— N o visa el navegante tan humilde, go zo so y agra­ decido, la tierra, cuando libre de la torm enta que padeció en el golfo, salta a la playa del puerto, com o el venerable fray Juan de San D iego b esó , humilde, go zo so y agradecido, la tierra de la Palestina, al tom ar puerto en Ja ffa , distante once leguas de la santa ciudad de Jerusalén, centro glorioso de las ardientes ansias de su corazón. A lb oro zada su alma, levantaba las m anos, los o jo s y el corazón al cielo y ab raza­ ba, agradecido, la tierra, regándola con alegres lágrim as de go zo y deliciosa ternura. V eneraba, ab so rto , aquella T ierra Santa, tan recom endada de la divina prom esa, destinada h e ­ redad de aquel pueblo, que, debiendo ser, po r escogid o, el m ás dich oso, gime el m ás infeliz, por m ás ingrato. C o n sid e­ raba aquel país, celebrado de divinas y hum anas letras, fé rti­ lísimo en opim idades de naturaleza y gracia, donde brindó al m undo, en afluentes arroy os de leche y miel, la soberana clemencia. A dm iraba la florida am enidad de aquellos san tos m ontes, cu y o s eminentes riscos declam an m isterios, eterni­ zan do m ilagros. M editaba, en fin, aquella religión dichosa, sem brada de prodigios del am or divino y santificada con las am orosas plantas del V erbo eterno hum anado, regada con la preciosa sangre del inm aculado C ordero y, encendido en su corazón el fuego de m otivos tan venerablem ente am o ro sos, se derretía en lágrim as, su spiro s y afecto s ferverosísim os.


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6 7.—A b sorto en estas consideraciones, llegó a dar vista a la santa ciu dad de Jerusalén, teatro glorioso, donde coron ó la heroicidad infinita de sus finezas el soberan o Am or. Aquí fueron los deliquios y ternuras de su am oroso pecho, p o r­ que, a vista de aquel sangriento anfiteatro, donde representó sus glorias la m ayor fineza, repetía su corazón, fogosam ente enternecido, todas las gloriosas proezas de su A m ado. H izo, con profunda veneración, las postraciones y adoraciones acostu m bradas, enriqueciendo a su alma con el grandioso teso ro de indulgencias que dispensa la benignidad de la Silla A postólica a los dev oto s peregrinos, que visitan y adoran aquellos santuarios. Experim entó su corazón las fervorosas ilustraciones e inspiraciones celestiales, con que los ángeles tutelares de T ierra Santa favorecen y confortan a los fieles. C oncluida la visita general de los santuarios de Palestina con la devoción, fervor y consuelo, que alentaban las suspiradas ansias de su espíritu, solicitó licencia para encerrarse en el San to Sepulcro y tem plo d tl monte Calvario*

68.—En esta sagrada cárcel, reclusión mística del alma (donde negada, no sólo al com ercio, sí también al resplandor de la luz del m undo, vive sólo a destellos de la luz del cielo) vivió el venerable fray Juan un año, tan independiente a las pasiones de la tierra, que parecía habitaba en la inm ortalidad de la gloria. A b sorto en la meditación continua de su Am a­ do, andaba com o fuera de sí, dulcem ente em briagado con los néctares, am brosías del amor. Em belesado en las delicias del cielo, vivía tan obligado de las pensiones del cuerpo que, negándole casi el alimento preciso, apenas le concedía un leve sueño al natural descanso. Enajenado habitualmente del uso de los sentidos, procedía com o insensible a tod o género de penalidades, porque la parte superior del espíritu arrebataba los alim entos de su vitalidad, para em plearlos en las finezas de su ab rasad o amor. L legó a tan alto grado de erudición m ística, que p rotestó su con fesor era un venerable asom bro de penetración, profu n didad y sobrenatural perspicacia. Em ­ pleaba en conferencias espirituales, desde que se concluían los M aitines, hasta la hora de Prima, y razonaba el siervo del Señor con tan celestial afluencia, dulzura, energía y eficacia, que, ab so rto s su s oyentes en el dulce em beleso de enterne­ cidos efectos, reputaban m uchas horas po r agraviados m i­ n utos.

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69.—E s ju icio piadoso, fu n dado en gravísim as congruen­ cias, que un espíritu tan ferv oro so en austeridades, tan c o n s­ tante y fiel en to d o género de virtudes, tan desnu do de to d o afecto terreno y tan ab rasad o en la hoguera del am or divino, recibiría muy especiales favo res en aquella casi continua ele­ vación de su s excesos m entales; pero su p o ocultarlos, h u ­ milde, cu id ad o so , con la d o rad a llave del vigilante secreto. N o obstan te, en una ocasión, rendido a la dulce violencia del am or divino, dijo a su confesor: — ¡Ay, padre mío! ¡De cuántos bienes espirituales y divi­ nas consolaciones me hubiera privado, si no hubiera tenido la dicha de venir a estos santuarios, donde reverberan las fine­ zas de aquel abrasado am or de mi divino Jesú s! Rabioso el dem onio de ver al siervo del Altísim o tan pri­ vilegiado en favores y tan ferv oro so en virtudes, le hacía p e­ sad as burlas, que para su coraje eran furiosas rabias, porqu e salía siem pre ignom iniosam ente vencido, aunque no escar­ m entado. Poníasele a 1? vista en diversidad de asp ecto s, ya pavorosos, ya ridículos. T o m a b a no pocas veces las figuras de serpientes, dragones y o tras fieras abom inables; y, otras veces, le representaba m onstruos, fantasm as, trasgo s y otros vestiglos pavorosam ente terribles, intentando p o r m edio de esto s tram pantojos tu rb ar al siervo del A ltísim o, para q u e, divertido de la oración, no se ro b u stase tan to su virtud. ‘ C on ocía el siervo del Señor la flaqueza de aquel tan rebelde com o obstin ado espíritu, que, desconfiado de su fortaleza, pone to d o s sus malignos con atos en la astucia; y, desprecian­ do sus fantásticas m aquinaciones, lo dejaba tan afrentosa­ mente corrido, com o furiosam ente irritado. En una de estas ocasiones, oraba el siervo del Señor en la eminencia del sacro monte Calvario, cuando se le puso a la vista el infernal ensm igo, haciéndole mil figuras y ridículos visajes, para atem o­ rizarlo o divertirlo. C astig ó el venerable fray Juan aquel n e­ cio desacato con el hum ilde disim ulo y generoso desprecio, pero irritado el dragón, arrebató al siervo del Señor y lo arrojó fu rio so al pavim ento de la iglesia, quedan do del go lp e lastim osam ente herido y, p o r m uchos días, dolorosam en te estropeado. En estas diabólicas veras paraban, de ordinario, aquellas infernales burlas; pero el siervo del Señor, a e sfu er­ zo s de su resignación y valerosa constancia, coron aba de v ic ­ to rio so s laureles su paciencia.


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70.— Viendo el dem onio que sus m ismas arm as servían de glorioso trofeo al siervo del Altísimo, porqu e to d o el ardid de sus diabólicas m aquinaciones lo convertía el humilde, p a ­ ciente lego, en m eritorio ejercicio de sus virtudes, m udó la batería para desahogo de su represada rabia. Bien experim en­ tad o , desde aquel infausto, original tro feo de su venenosa astucia, que la intervención de las criaturas es el m edio más eficaz para el logro de su s rabiosas ideas, pretendió co m b a­ tir esta inexpugnable fortaleza, asestando aquella su experi­ m entada máquina. H abía destinado la obediencia al venera­ ble fray Juan de San D iego, para que ayudase al sacristán del Santo Sepulcro en el aseo y cuidado de aquel sagrado tem plo. Era el sacristán hom bre de com plexión colérica, pronta y ejecutiva; perspicaz vivacidad de genio; y fo g o sa ­ mente solícito en el cum plim iento de su cargo. Por el con ­ trario, el venerable fray Juan era pacífico, p au sad o, apacible, m anso y humilde de corazón. El continuo em beleso de sus potencias en las m editaciones celestiales apagaba su natural actividad, divirtiéndole de exteriores solicitudes y cuidados materiales. D eseab a, ansioso, obrar lo m ás perfecto, pero no podía reprimir los vuelos y fo go sas elevaciones de su espíri­ tu. Reprendía el sacristán con asperísim a acrimonia su s d es­ cu idos, crim inizaba im perfecciones sus espirituales em pleos, acu saba sus devociones com o im pedim entos al cumplimiento de su cargo, oprim iéndole casi continuam ente con la fo go sa instancia de aquella (no siem pre bien entendida) máxima: q u e no puede ser acto de virtud aquel que im pide cum pli­ m ientos a la obligación. D esvelábase el siervo del Altísimo, solicitando com placer a su com pañero, pero jam ás pu do acertar a darle gu sto , porqu e en to d o le era contrario, im p a­ ciente y fastid io so. Afligido el venerable fray Juan, solía d e ­ cir a su confesor: — Padre m ío, m ás p ad ezco en no saber dar gu sto a mi com pañ ero, que en cuantas tribulaciones, trab ajo s y fatigas, hasta ahora he pad ecid o. R econcentrado en los senos de su hum ildad profunda, so p o rtab a el siervo del Señor esto s y otros trabajo s, co ro ­ nando su inalterable paciencia a esfu erzos de su resignación y tolerancia, cuando creció su desconsuelo a lo sum o, p o r­ que, persu adido el sacristán que era inhábil para la o cu p a­ ción y em pleo de cuidar del tem plo, consiguió del prelado que lo sacase del Santo Sepulcro. Recibió el siervo del Señor este sensible golpe con resignada hum ildad y obedeció ren­

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did o, haciendo do lo ro so sacrificio de su ferviente deseo, en el que duplicó m éritos a su corona con la hum ilde resigna­ ción en la voluntad divina.


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CAPITULO

XI I

Premia el Señor la humilde resignacióu de! venerable fray Juan de San Diego con soberanos favores y pasa al hospicio de Damasco, donde florece en virtudes y auste­ ridades de su espíritu 7 1 .—Premia D ios la humilde resignación de sus siervos con favores soberanos, po rq u e, cuanto se ruegan a los afec­ to s de su propia voluntad, empeñan más generosas finezas del soberano favor. G o zab a el venerable fray Juan de San D iego grandiosas consolaciones del am or divino en los sa­ grad os silencios del Calvario; pero, a la insinuación de la obediencia, se resignó hum illado, ofreciendo al Señor sus consuelos y delicias, en sacrificio herm osante rendido. C o m ­ placida la M ajestad Soberana de la oblación y víctima de su siervo, dió m ayor corriente a su s divinos favores, inundando su espíritu con afluencias soberanam ente celestiales. E xpira­ ba ya el año de mil seiscientos sesenta y nueve y, acercán­ d o se la celebridad de aquella felice noche, en que representa nuestra m adre iglesia el oriente del Sol encarnado de la gloria, que dió principio al día dichoso de la gracia, determ i­ nó el muy reverendo padre cu sto d io de T ierra Santa pasar al convento de Belén, para celebrar aquella solem nidad tier­ na, magníficamente devota, que to d o s los años se practica. Prepáranse para esta sagrada form ación los religiosos con aquellas espirituales, fervientes disposiciones, que excita la vista y dev ota ternura, en aquellos San tos Lugares.

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72.— Era, por este tiem po, custo dio de T ierra Santa, el reverendísim o padre fray Francisco M aría Rhini de Policio, general, despu és, de to d o el O rden Seráfico, y eligiendo los religiosos que habían de asistir a la solem nidad de aquella devota función, prefirió el venerable fray Juan de San D iego, que, reconcentrado en el conocim iento de su hum ildad y ti­ bieza, se reconocía indigno de tanta dicha. Radiaba tanto el esplendor de su s virtudes, en la esfera sacra de aquellos san ­ tuarios, que, adm irando to d o s los religiosos los ex cesos de aquel gigante espíritu, le veneraban con aclam aciones de santo. Entre to d o s, fué de especialísim a excepción el testi­ m onio del doctísim o, prudente, virtuoso prelado de T ierra Santa, que. en el capítulo general de Valladolid, donde fué elevado al suprem o gobierno de la Religión Seráfica, dijo al muy reverendo padre provincial de esta provincia: — Bien puede vuestra paternidad gloriarse de tener p o r hijo a fray Juan de San D iego, porq u e resplandecen las p r o ­ digiosas virtudes de San D iego en los adm irables fervores de fray Juan; y crea vuestra paternidad que es tan pro b ad o , só ­ lido, elevado y verdadero su espíritu, que con ju sta razón se merece en toda la custodia las piad osas aclam aciones de santo. E sta piadosa opinión facilitó al siervo del Señ o r el logro de la grandiosa dicha, que le preparaba en Belén la soberana clemencia. La principal función, que, en aquella dichosa N o ­ che, representa la devoción y ternura en aquella sagrada cue­ va, es la solem ne procesión, que hacen los religiosos, siendo uno solo el dichoso que consigue llevar el recién nacido In­ fante, haciendo tro n o de su s brazos y tiernas, ob sequ iosas fuentes de sus ojos.

73.—Alternan en esta dicha las naciones, cu y os religiosos viven en aquellos San tos Lugares, siendo, por lo regular, m e­ nos favorecida la de España, por el menor núm ero de los reli­ giosos nacionales que habitan aquella santa custodia. Tenían, en aquel año, las naciones de Francia, Italia y Alemania, creci­ d o núm ero de religiosos, con decorad os en literatura, virtud y antigüedad, y ansiosos de lograr en su s brazos al infinito te ­ soro de la gracia, alegaban los derechos de sus naciones, para ser preferidos en la posesión de aquella dicha. N adie hacía mención de nuestro hum ilde lego, porqu e, aunque sobresalía con m aravillosos excesos de virtud, le retraían los encogi­


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m ientos de su hum ildad y los atrasos d e su nación. C reció co n extraño fervor la com petencia, hallándose el prudente prelado perplejo e indeciso, para la resolución de aquella piad osa disputa, cuando, m ovido de superior im pulso, hizo elección de nuestro humilde lego para trono del recién naci­ do. C on general aplauso convinieron con esta decisión los religiosos pretendientes, cediendo cada uno g u sto so los d ere­ ch o s de su nación, en ob sequ io del qu e veneraba superior, ejem plar prodigio de virtud. N o es ponderable el jú b ilo que recibió el humilde siervo del Altísimo, com plicando ansias, finezas y recelos y desconfianzas en su corazón fervoroso. Veía excedida su esperanza en la posesión de su m ás ap e te ­ cida dicha y, reconcentrada en sí misma, se abrasaba en hu­ m ildes, rendidas gratitudes de fineza. Reclinábase am oroso el divino A m ado en el corazón humilde de su siervo, y, sin dejar la pira del corazón, qu iso pasar al delicioso trono de su s b razos, para prem iar el ardor de su s finezas, siendo am o­ rosa delicia de su s ojos.

74.— C oncluida la tierna áolem idad de aquel acto i eligioso, pasó el siervo del Altísim o al convento de San Salvador, donde, em pleado en la cocina, desahogaba las ansias de su am or, sirviendo a los religiosos entre lo s ardores del fuego m aterial. Favorecióle el Señor con frecuentes, m aravillosos raptos, en que, elevado m uchas varas de la tierra, le adm ira­ ban los religiosos, pu esto en el aire de rodillas, ya bañado de herm osos resplandores, ya de palideces m ortales, m anifestan­ do los diversos afectos de su espíritu en los varios efectos de su rostro. En la espiritual am enidad de suavísim as tranquili­ dades go zab a el siervo del Señor grandísim as consolaciones, cuando le designó la obediencia m orador del hospicio de D am asco, ciudad popu losa, sita a las raíces del monte L íba­ no, en la provincia de Syria, una de las cinco en que se divide la Asia, y herm osa capital de la Fenicia. Fué esta determ ina­ ción golpe de quebran to muy do lo ro so para el siervo del Altísim o, po rqu e apartarle de aquellos santuarios era arran carie el corazón de! centro de su s cariños. Resignóse en las aras de la obediencia, donde tantas veces había calificado sus finezas con la rendida oblación de su s fervorosas ansias. D es­ pidióse de su con fesor con el tierno anuncio de que no se volverían a ver y, en prendas de su cariño, le dejó el som ­ brero y un devoto decenario. E stas alhajas, que la piedad

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de los fieles venera hoy com o reliquias, llegaron .i m.tm><. <l<la dichosa m adre del siervo del Señor y, cediéndola» .» U n solicitudes de la devoción fervorosa, se conservan I»<>\ en la villa de C áceres, vinculadas al m ayorazgo de la de Ini Pereros, que las aprecia entre su s tim bres y blasones m.is esclarecidos. __ # 75.— D esped ido de aquella gravísim a com unidad con las dem ostraciones de veneraciones y ternuras que recom endaba su prodigiosa virtud, salió de Jerusalén para D am asco, no com o Saulo, fu rio so, sí com o o tro Pablo, hum ilde, rendido y de to d o en to d o resignado a la luz y dirección del bene­ plácito divino. Un año vivió en la asistencia de este hospicio, siendo para los católicos, infieles y pagan os, un prod igio de virtudes, a quien to d o s rendían o b se q u io sas veneraciones. R econoció el siervo del Señor qu e se acercaba ya el término dich oso de su ferv oro sa carrera y se apresuraba en ejercicios ferv oro sos y austeridades, para com pletar el opulento teso ro de su s virtudes. A cercábase ya la posesión dichosa de la patria y aceleraba, m ovim ientos a su centro su volun tad fer­ vo rosa, viviendo entre los m ortales tan em belesado y atraí­ do, que a to d as horas lo adm iraban los religiosos elevado.


VIDA DEL VENERABLE FRAY JUAN DE SAN DIEGO

CAPITULO

XIII

Muerte preciosa del venerable fray Juan de San Diego; sus exequias y fama postuma 76.— Siem pre constante a la alterada sucesión del tiem po, sazon a el árbol opim as fertilidades de su fruto. A solicitudes del cultivo y al rígido ceño de los tem porales, desabroch a, en pim pollos floridos, fecundas producciones, que, sazon a­ das, recoge el labrador con regocijo, enjugando su dores y aliviando fatigas con la posesión de su atesorado sustento. A rbol plantado a las corrientes de la gracia fué el venerable fray Juan de San D iego en diversas provincias de la Asia y la Europa. Inalterable a la sucesiva alteración de tem porales, trab ajo s y fatigas y aflicciones, incrementó m aravillosos fru ­ to s de virtud, al fervoroso, solícito cultivo de su rígida au s­ teridad, que, debiendo to d o su incremento a las influencias del cielo, floreció ejem plar prodigio, que em peñó veneradas adm iraciones del m undo. D eliciábase éste en los maravillo­ so s fru tos, que abundaba el go zo so fervor de aquel espíritu seráfico, pero lo arrebató el cielo de sus ojo s, cuando, a su parecer, lo poseían más estable sus afectos; porque, mere­ ciendo, por su herm osura y sazón, los aprecios de la acepta­ ción divina, dispu so la soberan a voluntad trasladarlo a las m esas de la gloria. D estinóle la Providencia divina m orador del hospicio de D am asco, para que habitando las am enida­ des que se avecinan a los candores del Líbano, oyese la divi­ na voz, que le llam aba a la corona del cielo. Ardía su co ra­ zón en la pira deliciosa del am or y, en premio de sus ansias, dispu so el cielo que muriese a filos de su fo go sa caridad. •'* ,

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Encendióse, por este tiem po, un pestilencial con tagio en la provincia de Syria, que, picando en la Fenicia, hizo un estrago funestam ente h o rro roso en su capital D am asco. C om p adecido el siervo del Señor de las calam idades que padecían los con tagiados católicos, entre la barbaridad inhu­ mana de los turcos, pidió licencia a su prelado, para que le concediese el consuelo, que sin du da interesaría su espíritu, de asistir a los católicos, que se hallaban picados del co n ta­ gio. C on cedió el prelado la licencia, edificado de su caridad generosa, que alentando el m ás heroico im pulso, aspiraba a rendir su vida por el alivio del prójim o.

7 7 .—M uchas veces había deseado el siervo del Señor, con ferventísim as ansias, dar el últim o esm alte al oro de su ab rasada fineza, con la oblación voluntaria de su vida; pero fugitiva la m uerte y la ocasión a su s d eseo s am o ro so s, tenía ya refinadísim os, en el crisol de la resignación y tolerancia, su s encendidos afectos. Viéronse estos dichosam ente lo gra­ d o s, a m edida de su deseo generoso, con la ocasión de aquel pestilencial con tagio, que, presentando en tan tos m íseros católicos urgentísim as ocasiones de su ardiente caridad, rin­ dió en su asistencia la vida, ganando la m ás preciosa corona. G o z o so se hallaba el siervo del Altísim o en la asistencia de los ap estados, cuando recibió celestial aviso, de qu e se llega­ b a el dich oso térm ino de su vida y el interm inable principio de su gloria. C elebró la noticia con la m ás rendida gratitud y hum ilde regocijo de su alma, que, alborozad a con la cer­ cana posesión de su eterna dicha, conservó to d as su s p o te n ­ cias y sentidos, para celebrar el triunfo de su esperanza. A lborozado con el celestial aviso, pasó a la pressencia de su prelado y, pu esto de rodillas, dijo: —P adie mío, hoy ha de parar en la fría tierra la b arq u i­ lla de mi cuerpo, porque ya se acaba la peligrosa navegación de cuarenta y tres años, que ha hecho en este m undo. A b sorto q u ed ó el prelado, al oir tan inopinada noticia, porqu e aunque tenía m uchas relevantes experiencias de su elevado espíritu, no reconocía quiebra de salud, ni otro n a ­ tural m otivo, que le inclinase al ascenso.

7 8 .—D ía tres de m ayo de mil seiscientos sesenta, en que


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cum plió cuarenta y tres de ed ad y diecisiete de religión, h a­ llándose a su parecer con la salud más ro b u sta, se con fesó generalmente, con tan am arga ternura de bien sentidas, do lorosas lágrim as, com o si fuera reo de las m ás execrables culpas, siendo así que, con textes los con fesores, juraron que, en to d o el discurso de su vida, no habían reconocido hubie­ se perdido la prim era gracia. Evacuada esta im portantísim a diligencia, ayud ó con grande ternura, fervor y devoción de espíritu, la misa de su prelado; asistió a dar cumplimiento a la ocupación de la cocina; sirvió a los religiosos a la mesa, y cum plió con o tro s em pleos de su caridad y de su cargo; to d o con tanto regocijo y hábil expedición, com o si gozara la m ás rob u sta salud. A las d o s de la tarde, se reconoció pi­ cado del con tagio y, advirtiendo que aquel aviso le noticiaba la venida del E sp o so, se p u so en tierra, de rodillas, cru zad o s sobre el pecho los b razo s y llenos de go zo sas lágrim as sus ojos. En esta devota p o stu ra recibió el soberano V iático, con tiernos, ardentísim os afecto s de su enam orado espíritu. Luego que recibió a su divino D ueño sacram entado, se tran spo rtó , enajenado de los sentidos, con tan apacible, risueña serenidad, que los religiosos le creyeron ab so rto en los fo g o so s vuelos de alguna mental elevación. Persuadidos de este fu n dado pensam iento y con intento de no interrum ­ pir los sacros silencios de su espíritu, resolvieron dejarlo sólo, para que, en am orosa tranquilidad, go zase tiernas deli­ cias de su A m ado.

79.— Pasadas algunas horas, entraron los religiosos en la estancia, donde habían d ejad o al siervo del Altísim o, no po co cu id ad o so s del su ceso , porque ya recelaban, qu e el crecido rapto fuese parasism o fu n esto. Hallaron al siervo del Señor en la misma elevación y postura, en que le habían dejado, fijas las rodillas en el suelo, cru zados sobre el pecho los b razo s y en tierna, risueña elevación p u esto s en el cielo los ojo s. Estaban los religiosos muy h abitu ados a venerar y adm irar los frecuentes excesos m entales, que padecía, g o ­ zan do, y go zab a, padeciendo, el siervo del Altísim o y, vien­ do tan dev ota p o stu ra y herm osa, alegre serenidad, creyeron qu e continuaba en las delicias de su mental elevación. A b sor­ to s perm anecían, alabando al Señor, m aravilloso en su siervo, cuando les pareció era tiem po d e que recibiese algún alimen­ to , para reparar flaquezas de su natural quebran to. C on esta

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resolución, probaron a despertarle del que suponían sueño celestialm ente am oroso, cuando le hallaron difunto. N o se engañaron en su con cepto p iad oso , porqu e no fué m uerte, sino sueño m ísticam ente delicioso, el que go zab a el siervo del Altísim o. N o murió a filos de la inexorable Parca, sí a dulces rigores de su caridad generosa; y com o su vida fué víctim a de la caridad, de cruentos sacrificios de su am or, exhaló el últim o aliento de su espíritu, en la dulce vehem en­ cia de aquel exceso am oroso. D esde que am aneció en su dichosa alma la brillante luz de la razón, se encendió el corazón del venerable fray Juan de San D iego en la pira de la caridad, porqu e, desde qu e abrió los o jo s de su alma a la divina belleza de su A m ado, vivió crucificado al m undo y a la carne, obediente am oroso y rendido hasta la m uerte, y, si ésta no fué efectivam ente de cruz, fué a lo m enos en el día de la invención gloriosa de la C ruz; y fué su m uerte efecti­ vam ente de cruz, po rq u e, a invenciones de su caridad gene­ rosa, su p o hallar esa triunfante gloria su fineza. N o consiguió la gloria de m orir pendiente de la cruz, im itando finezas de su A m ado, pero logró gran diosos m éritos de esta ardiente fineza su cariño, pues, si faltó la cruz a su deseo , su m ism o ardentísim o deseo fu é la triunfante, d o lo ro sa cruz, en que laureó heróicas proezas de am or.

80.—N o cabe en ponderación el dolor y ternura y d es­ consuelo de los religiosos, al verse, de repente, privados de aquel florido ejem plo de virtud, que alentaba, con solaba y fortalecía su s atribulados corazones. C om plicaban b arajad o s afectos de adm iración, ternura y d escon suelo, devoción y go zo , a vista de aquel espectácu lo devotísim o. Ponderaban, d esco n solados, su irreparable desgracia y celebraban, g o z o ­ sos, su venturosa dicha. Suspiraban, con tristad os, el ju sto m otivo de su cordial desconsuelo y vertían tiernas lágrim as de go zo , viendo en el venerable cadáver san tos indicios de su glorioso descanso. E sta herm osa com plicación de afecto s pu so una larga interdicción a los labios, perm itiendo tiernas, d o lo ro sas expresiones a los ojo s. Pero, rom piendo silencios de la adm iración, la intrépida vehem encia de su am argo d e s­ consuelo desahogaron en tristes endechas y su sp irad os la­ m entos la dolorosa opresión de su cariño. C onm oviéronse los cristianos a la noticia del tránsito dich oso del venerable siervo del A ltísim o y, concurriendo exh alados al hospicio,


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quedaron ab so rto s, a vista de aquella m aravillosa postura, que, em peñando reverentes veneraciones, did piadoso m oti­ vo a las tiernas lágrimas y su spirad os elogios, con que decla­ maban las prodigiosas virtudes. Al clam oroso llanto de los católicos, acudieron en crecido número los turcos y, adm ira­ d o s de aquel venerable prodigio, no sabían apartar los ojos del que reconocían les arrebataba con violencia dulce los afectos. Al siguiente día, se dispuso el entierro del venerable cadáver, que fué dep ositad o en la iglesia del hospicio, en la b óv eda com ún de los religiosos, siendo innumerable el c o n ­ curso de católicos y turcos, que, asistiendo al funeral, reco ­ m endaban las virtudes del siervo del Señor. Pasados algunos años, abrieron los religiosos la b óv eda y hallaron el venera­ ble cadáver incorrupto, herm oso, rubicundo, flexible y o lo ­ roso , y aunque han solicitado su traslación a sitio más d e­ cente, no han podido conseguirla, por las insuperables difi­ cultades, que ofrece la superstición de los tu rcos y la con s­ tante contradición de los griegos cism áticos.

81.— M uy en breve llegó a Jerusalén la noticia del tránsi­ to del siervo del Altísim o y, conm ovida de dolor aquella c o ­ m unidad gravísim a, repetía por sus cláustros con lacrim óge­ nos lam entos: — ¡Q ue ha m uerto el santo fray Juan! ¡Q ue ha m uerto el santo lego español! C on estos elogios, dolorosam ente trun cados, m ixturaban lam entos y sollozos, cordialm ente enternecidos, y de to d o se form aba una lastim osa armonía, que, siendo glorioso elo­ gio de su s adm irables virtudes, terminó en festivas aclam a­ ciones. En las veloces alas de la fama, llegó la noticia a la villa de C áceres y al pueblo del C asar, patria dichosa del siervo del Señor. H abían sido esto s dos pueblos el principal teatro, donde habían resplandecido sus ejem plos, au sterida­ des y virtudes, y así excedieron en dem ostraciones dolorosas, aplausos y veneraciones, midiendo el corriente caudal de su go zo so , d o lo ro so llanto, por el alto con cepto, que te­ nía form ado del prod igioso mérito de su venerable difunto. C elebráronse su s honras en presencia de su m adre y sus her­ m anos, echando la devoción el resto de su piedad y nobleza en lo magnífico del fúnebre, festivo aparato y en lo innume­ rable del concurso. D eclaró la oración laudatoria de sus vir­ tudes, ejem plos, éxtasis, gracias, m ilagros y austeridades, el

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padre fray Francisco R om ero, lector de teología en el real convento de San Francisco de C áceres, y con fesor que había sido algún tiem po del venerable difunto. D ió con felicidad las velas del discurso al viento de su piad oso con cepto, e n ­ golfándose con magistral elocuencia y fu n dada erudición en aquel venerable piélago de prodigiosa virtud; pero, aunque em peñó to d a la energía de la elegancia, apurando la vivaci­ dad de su s expresiones a la elocuencia, qu edó la devoción p o co satisfecha del elogio, porqu e su experiencia y piedad lo reconoció muy inferior a la profunda elevación de su con ­ cepto.

82.— Calificó el Señor las virtudes de su siervo con la clam orosa voz de los m ilagros, lenguas m aravillosas de la om nipotencia, que declam aban venerables soberanías de la gracia. Fueron m uchos los prodigios que ob ró el Señor por la intervención de este venerable lego, en confirm ación de la piadosa fe de sus devotos; pero, siendo em peño m olesto el referirlos to d o s, satisfaré a la devota curiosidad, com pen­ diando con b reved ad algunos. D on C u stod io O rdiales, pres­ bítero, vecino de C asar de C áceres, padecía una dem encia fu riosa, que con la radicación de m uchos años burlaba la esperanza y esfuerzo de los m édicos. G uardaba la m adre del venerable fray Juan, con el piadoso aprecio de reliquia, aquel decenario, que había sido alhaja de su hijo. Pusiéronsele al paciente en las m anos y, al instante que sintió el co n ­ tacto, exclam ó: — Padre m ío, fray Juan , com pad eceos de mí; siquiera por el am or y gu sto con que os acom pañaba, cuando, por esas calles, andábais pidiendo limosna. A dm iraron los circunstantes el concierto de razones y apacible serenidad de ánim o, tan contraria a las furias de su manía y desconciertos de su juicio; pero creció su adm ira­ ción, viendo que, desde aquel punto, go zó perfecta salud, sin reconocérsele el más leve vestigio de la precedente en­ ferm edad.

83.— C on la aplicación del m ism o decenario, cob ró salud perfecta y repentina un niño, m onstruosam ente quebrado, natural del m ism o pueblo. C on la aplicación de una carta,


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escrita poi mano del siervo del Señor cuando vivía en Je ru ­ salén, cobraron salud rob u sta y repentina m uchos enferm os desahuciados, que depusieron su m ilagrosa sanidad, com o experim entales testigos. Finalmente, la repetida experiencia de los frecuentes prodigios, que ob rab a el Señor a la in vo­ cación de su siervo, el alto concepto de su prodigiosa virtud y la fama postum a de su venerable santidad, excitaron tan cordial, piadosa am bición a las alhajas, cartas y firmas del venerable fray Juan de San D iego, que las buscaban , solíci­ tos, y las guardaban, celosos, estim ándola preciosa reliquia y valiéndose de ellas en ocurrencias de graves necesidades, en las que experim entaban alivios prodigiosos a sus m ás d eses­ perados aprietos. Vive, en fin, gloriosa su m em oria en la E xtrem adura y Palestina, donde florecen eternizadas su s mi­ lagrosas virtu des; en las inm ortales láminas de pías venera­ ciones.

Vida del saali padre y mártir de Criste fray Agustín del Casar, eiiieaiiii de Batida t lilje del real caaeeala fe tfalladalid POR

fray Fran cisco de la Vega y Toraya


/ . — Conjeturas

diversas en torno a fray Agustín (1)

Portugués llaman al santo fray A gustín, uno u o tro de los que escriben la vida o hacen mem oria honorífica de este gran siervo y am igo de D ios. Entre ellos se num era el d o cto r Jo rge C ard o so , en su Agiolotjio Lusitano, al día 5 de enero; pero aunque lo extraña de su tierra, no del convento donde recibió el santo hábito, pues afirma lo tom ó en V alladolid, com o es cierto. D ale por acom pañado en lo glorioso de su m artirio de otro santo religioso, llam ado fray Juan de Je sú s, a quien hace hijo del m ism o convento, y asaetado por los m oros de Argel al mismo tiem po que el santo fray Agustín. El m aestro Figueras hace m em oria de uno y o tro , pero en distintos tiem pos y años, y señala diversos lugares de su s gloriosos m artirios (2). Entre tanta confusión diré lo que hallo escrito en los an­ tigu os papeles del convento de Burgos y cronistas que hablan de este varón apostólico, su patria, virtu des, ingreso en la (1) L a Vida del santo padre y mártir de Cristo f r a y Agustín del Casar, extreme­ ño de nación e hijo del real convento de Valladolid ocupa los folios 126 al 133 de la Crónica de la provincia de Castilla, León y ^Navarra, del Orden de la Santí­ sima Trinidad, redención de Cautivos. Segunda parte: Escríbela el reverendo padre predicador general f r a y Trancisco de ¡a Vega y Toraya, natural de la villa de ÍMinaya, obispado de Cuenca, en la M ancha, procurador especial de las provincias de España en la corte de Roma, ministro ¡fue fué en el real convento de Burgos y en ti de N uestra Señora de los Remedios de Fuensanta, dos veces secretario de la pro­ vincia de Castilla, visitador en ella y ahora cronista general de la misma religión. L a consagra al excelentísimo e ilustrísimo señor don f r a y Diego M orcillo Rubio A uñón, arzobispo de Lima, virrey y capitán general de el reino de El Perú, del consejo de su majestad, etc. Con licencia. En M adrid, en la Jmprenta Real, por José Rodríguez de Escobar, profesor del consejo de la Santa Cruzada y de la Real A ca­ demia Española. Año de 1723 . (2) Vide Mag. F igu er. in Chronic. fol. 148 in principio, & fol. 168 prope flnem.


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FRAY FRANCISCO DE LA VEGA Y TORAYA

religión, su s gloriosos ejercicios y martirio ilustre, con que m ereció coron arse de triun fos en el cielo.

2 . — Naturaleza , padres y buenas dotes que adornaban su persona.

El santo fray Agustín debió su cuna y glorioso nacimien­ to a la villa del C asar de C áceres, provincia de Extrem adura, y no a grande distancia del reino de Portugal; acaso algunos, alucinados con la vecindad del reino, hicieron al siervo de D ios lusitano, o porque con la ocasión de las guerras estuvo algún tiem po en aquellos dom inios, com o sucedió con Alburquerque y otras villas de C astilla en n uestros tiem pos, y tom ando la pluma en esta ocasión, lo hicieron sin reparo p o r­ tugués, porque entonces dom inaba a su patria esta nación. En el bautism o le pusieron Agustín; en el ingreso de la religión tom ó el apellido del C asar, dejando el de sus padres, costu m b re u sada en aquellos tiem pos, y en los n uestros aún sucede con uno u otro de muy observantes familias, y en algunas religiones con tod o s. Las buenas costu m b res de Agustín dieron testim onio claro se criaba para D ios; para lograrlo con más facilidad, por inspiración divina, prop u so ser religioso trinitario; no halló em barazo alguno para el logro de su deseo, porqu e era d is­ creto y buen gram ático, de sangre limpia, estatu ra p ro p o r­ cionada, buena edad y cuanto el más nimiamente escru pu lo­ so superior pudiera desear; to d o se hallaba en el bienaven­ tu rad o A gustín.

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rioso teatro, para que con su mucha observancia saliera el siervo del Altísim o varón perfecto. En esta antiquísim a casa recibió el santo Agustín el hábito. D esem peñó su obligación en el estad o de novicio y dió testim onio claro de que su v o ­ cación era del cielo. Profesó a g u sto de to d o s; luego, le ordenó la obediencia se aplicase a los estu d io s y salió con sum ado teólogo y f a ­ m oso escriturario. De aquí nació destinarlo los superiores para la en fadosa tarea del púlpito, que adm itió gu sto so , por cum plir con la obediencia y no tener sep u ltad os los talentos q u e el Señor le había d ad o , tem iendo el cargo riguroso, que hizo su M ajestad al siervo infiel, que los em volvió en un su ­ dario. Por este camino acercó al Señor m uchas almas,— más se le habían ido por las culp as,— estrechándolas con sus altas doctrinas a que buscasen a Dior, por el real cam ino de la penitencia. E sto s cop ioso s y sazon ados fru tos, que logró el siervo de D ios en repetidos y continuados años, cultivando la heredad divina en m uchas villas y ciudades de E spaña por m edio de las m isiones apostólicas, dió m otivo a los su perio­ res para ocu par al san to Agustín en otros em pleos no menos glorio sos y propios de su sagrado instituto: nom brólo la p ro ­ vincia de C astilla diversas veces redentor, adm itiólo con gu sto , por ver si por este nuevo cam ino podía hacer algún ob sequ io al cielo. C on los caudales que le entregó la o b e ­ diencia, pasó el siervo de D ios al reino de G ranada, poseída aún entonces de los secuaces de la m ahom etana secta; otras veces pasó al A frica superior, a los peligros, que el Señor por altos decretos perm itió padeciese en mar y tierra su siervo.

4 .—Copioso fruto que obtenía entre fíeles. 3 . — Toma el hábito en el real convento de Valladolid, hácese predicador fam oso y muestra su caridad en la redención de cautivos.

Al real convento de Valladolid destinó el cielo por glo-

Satisfech a q u edab a su obligación con redim ir los cu erp os de los m iserables cau tivos del po der de los b árbaros; pero la grande caridad de este íntim o amigo de D ios, le estrechaba a que rescatase tam bién las almas que tenía cautivas y presas Satanás con las cadenas de las culpas. E sto s rescates, que lograba el siervo de D ios por m edio de sus altas doctrinas y exhortaciones ferv oro sas, prim era­


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mente se dirigían a los que por m edio del santo bautism o habían llegado al auge de su dicha, pasando del infeliz estad o de hijos de la ira, al glorioso de hijos de D ios por la gracia; a los rescatados y a los que se quedaban sin libertad, po r no alcanzar a to d o s los caudales de la redención, se dirigían prim ero su s fervorosas doctrinas; despu és a los m ahom eta­ nos en privados coloqu ios; m uchos de ellos po r este m edio, auxiliados de D ios, merecieron conocer la verdad, limpiaron sus m anchas con el santo bautism o, y dejando las con ve­ niencias de su s casas, pasaron a tierra de cristianos, haciéndo­ se pobres por C risto, por huir el riesgo de volver al vóm ito.

5.—Muchas veces se trocaba por cautivos en tierra de moros. O tras veces, se qu edab a con m ucho gu sto el siervo de D ios entre ellos, enviando con su com pañero a Castilla los redim idos, haciendo en estas m anifestaciones, sin com para­ ción, m ás fru to s que en rescatar con dineros los cau tivos del poder de los b árbaros. C u an d o el santo redentor conocía el manifiesto riesgo en que quedaban sus herm anos y sus exhortaciones faltas no bastaban a confirm arlos en la fe; o si p o r entonces quedaban con fo rtad o s, respecto de su velei­ dad y continuado com ercio con los m oros, advertía su en­ cendida caridad no quedaban seguros, tratab a de precio con sus am os y, aju stados, los remitía a España, donde con más facilidad pudieran conservar la fe católica, qu edán dose el siervo de D ios en rehenes, expuesto a ludibrios y afrentas, y a riesgo de perder la vida, mientras llegaban los caudales a fin de qu e ni una tan sola alma se perdiera.

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hiciese lo m ism o que allí y en otras p artes había repetido el siervo de D ios en otras m uchas ocasiones. Em pleados sus caudales en el rescate de los cautivos que pu do, y llegaron en esta ocasión al núm ero de doscientos, halló por su cuen­ ta, qu e se quedaban en Argel o tro s m uchos, que conside­ rando distante su libertad, m editaban sus vacilantes ánimos de volver las espaldas a C risto y abrazar la m aldita secta de su profeta falso, creyendo era este el m ás fácil y pronto c a ­ mino para librarse de tantos op ro b ios, com o mirando a este fin les daban sus dueños. E sta callejuela tan llena de ab rojo s y espinas, com o les fran queaba a esto s infelices el dem onio para tener m ás de su séq u ito, pu so al santo redentor en un durísim o po tro : b u s­ cólos con increíbles ansias su fervorosa caridad; exhortólos a no dejar el cam ino llano y seguro, que franquea a to d o s con seguridad el cielo, p o r librarse de unos tan ligeros tra­ b ajo s, respecto de los que esperan a los infelices, que abra­ zan la maldita secta de M ahom a, arbitrio que tom a el dem o­ nio para precipitar a sus secuaces en el infierno. Anim ólos a que volvería presto con otra redención y serían los prim eros rescatad o s, si no dejaban el camino de la veidad . D íjoles el siervo de D ios cosas tan altas a este y o tro s asuntos, to d o a fin de que sus almas no se perdieran, que con el calor de su s palabras, b astaban a derretir las m ás o b s­ tinadas piedras; pero después de tan santa porfía y batalla tan h orrorosa, que a im pulsos de la caridad había dad o a aquellos diam antinos m uros el siervo de D io s, halló por e x ­ periencia era el tiem po perdido, porq u e habían dad o puerta franca al dem onio, capitán general de su b astard o ejército, y defendía con tesón sus m uros, cerrando las puertas a D io s, con decreto firme de no coop erar a su s divinos auxilios, y resistirse con valor a su s santas inspiraciones.

7 —Tretas santas para ganar las almas. 6 .—Peligros que corrían los cautivos de negar a Cristo. En la últim a redención general, que fué a hacer en Argel el santo fray Agustín, lo estrechó su ardiente caridad a q u e

En tan grave caso y lance estrecho, d ictó la caridad al santo fray Agustín un m edio harto o p ortu n o, para batir su s m urallas y dejar desairada a tan fun esta cate iv a d e su s en e­ m igas tropas.


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E ste fué proponerles el santo varón, que se quedaría muy gu sto so en Argel, expuesto a los trabajo s, ludibrios y o p ro ­ b ios, que ellos habían de padecer si se quedaran allí y, así, en este su p u esto , iría a tratar del precio con su s am os, y viniendo en ello ocuparía su lugar m ientras enviaban de C astilla suficiente dinero para su redención; de esta suerte lograrían ellos irse a España con los restantes cautivos res­ c atad o s, al goce de su libertad m uchos, porqu e no se perdie­ ra una tan sola oveja del rebaño de su dueño.

& —Deja en prenda de su palabra su vida y su persona. C asi de mala gana entraban los infelices en este pacto, no teniendo ya por favor, lo que antes tanto habían apetecido, qu e era el logro de su libertad. A dvirtió el siervo de D ios su tibieza y casi disgusto en adm itir lo que tanto les im portaba. D ióle palabras y eficacia en ellas el señor, y reparó las quie­ bras, que en su s cob ard es corazones habían introducido las infelices tropas. Seguro de que no volverían atrás de la palabra que le habían dad o, de que dieron antes señales de arrepentim iento, fué el siervo del Altísimo a tratar de lo pactado con sus du e­ ños. Tenían ya de experiencia lo bien que había cum plido con los trato s, que en otras ocasiones había hecho con ellos. A ju stados los precios, dieron libertad para que se fueran su s esclavos en com pañía de los o tro s por quienes habían recibido dinero, señalando tiem po en que les había de en ­ tregar lo prom etido, dando p o r seguro de su palabra su p er­ son a y en caso necesario su vida. N o parece puede llegar a m ayor altura el am or, pues celebra la M ajestad Divina esta acción por el m ayor triunfo de la caridad.

9 .—Su ceio apostólico en las prisiones.

G u sto so el santo redentor de haber perdido la libertad,

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expuesto a perder la vida, porque gozasen de ella sus her­ manos, decretó en su ánimo no estar un punto ocioso, em ­ pleando el caudal, que el Señor le había d ad o , en obsequio suyo y de sus redim idos, no sólo con los católicos, sino también con los infelices m ahom etanos, ciegos en sus erro ­ res y obstin ados en sus delirios, alagados con sus torpes deleites. A estos predicaba y descubría el camino de la verdad en lo oculto, por no irritar a los am antes ob serv ado res de su ley y perder la ocasión de cultivar aquella tierra tan árida y seca, empeñada con la m ultitud de sus culpas a im pedir el rocío de la divina gracia; con este arte, m ucha parte de aq u e ­ lla numerosa m ultitud inclinó la cerviz y se sujetó al suave yugo de Dios.

10. —Golpes y malos tratos que recibió fray Agustín por auxiliar a un moribundo. Este arte de ganar almas, que con tanto fruto había practicado el santo fray Agustín m ucho tiem po, no pu do estar oculto entre tantos. Llegó la noticia a unos obstin ados m oros, celosos de la observancia de su abom inable secta, y conociendo que con esta industria perdía mucha autoridad y séquito su idolatrado M ahom a, decretaron bu scar al siervo del Altísimo, para vengar en él los agravios hechos contra su profeta falso. Halláronlo en un baño, prisión de los católicos, ejerci­ tando la caridad con un pobre enferm o, que destinado a no gozar más tiem po de esta presente vida, a im pulsos del santo redentor se estaba preparando para el goce de la eterna. Este heroico acto dió a los infieles más en rostro; atropellaron aquellas furias infernales al cordero m anso; hecho ob jeto de sus iras, le dieron m uchos golpes con m anos y pies, y con otros instrum entos que llevaban proporcion ados para el asunto de herir, m altratar y aún quitarle la vida a aquel mi­ nistro evagélico, tan declarado enemigo de su secta asq u ero ­ sa, y de quien la soñ ó y m editó tan a su g u sto para engañar tantas almas, y por sus pasos con tados, precipitarlas en las infernales cavernas.


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M altrataron a aquel manso cordero a m edida de su gu s­ to, sin m ostrar ligero sentim iento el verdadero discípulo de C risto en tanto tropel de sinrazones com o miraban sus ojo s; su dolor era contem plar la pérdida de su s almas, que ob stin adas en el mal, despreciaban los auxilios, que, com pa­ decido de su lástim a, les dab a el m isericordioso Señor.

11.—Le amenazan de muerte por predicar a Cristo. T riunfantes los infelices por haber ejecutado en aquella hu­ milde oveja tanto propel de iniquidades, se fueron gu sto sos, dejándolo envuelto en su sangre, a contar a otros de su ban ­ do tan escandaloso y abom inable hecho, habiéndole intim ado antes un riguroso precepto, de que dejara de predicar a C ris­ to, so pena de m ayor indignación, y que moriría asaetado en un leño. Poco cuidado dieron al apostólico varón sus amenazas; en eso tenía libradas sus delicias; su dolor era de que no lle­ gaba el caso de perder la vida en obsequ io de la verdad y en testim onio de lo indubitable de su santa fe. E sto deseaba y , m ientras el Señor le concedía esta fineza, predicaba y mi­ nistraba a to d o s la luz del Evangelio, repartiendo el pan de la mesa de C risto a los n ecesitados y ham brientos, siempre qu e hallaba ocasión oportuna de ejecutarlo. C on prudencia cristiana ejercitaba el varón de D ios este ministerio apostólico, por satisfacer a su ansia y porque no tuvieran aparente disculpa aquellos infelices de que no hubo quien los enseñara la verdadera doctrina de nuestra santa fe católica.

12.—Fray Agustín convierte a la fe de Cristo a un hijo del rey moro. Creció el odio de esto s b árb aro s, cuando llegó a sus oíd os la solemne conversión, qu e el varón santo había hecho

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en un hijo del rey, que se le aficionó m ucho, e inspirado de D ios, dió asenso a las verdades de nuestra fe; catequizado y bien instruido, recibió el b autism o santo. Llam ólo el Señor con otro nuevo m odo para sí; en las conversaciones frecuentes que tenía el nuevam ente b au tiza­ do, en privados coloquios, advirtió la grandeza y prod igios con que se fun dó nuestra religión trinitaria y sagrado insti­ tu to , que con tanto fruto de las almas y a c o sta de repetidas desconveniencias, practicaban esto s apo stólico s varones de esta sagrada milicia, sin m ás útil, ni conveniencia, que satisfa­ cer a su obligación y cum plir con lo que C risto les manda y su santa regla, exponiendo a cada paso las vidas, porqu e una tan solo oveja del rebaño de C risto no se pierda. E sto aficionó tanto al ya verdadero católico, que p ro p u ­ so en su ánimo alistarse en tan santa familia en llegando a tierra de cristianos, donde con libertad pudiera lograr su intento; mientras, recibió del santo redentor el escapulario pequeño, haciéndose desde luego, en la m ejor form a que en aquella tierra de abom inaciones podía, su herm ano.

13.—Noticiosos los moros de la conversión del príncipe, maquinan ¡a muerte de fray Agustín. Esta prodigiosa conversión y lo dem ás que obró la d ies­ tra de! Altísim o, tom an do p o r instrum ento a su siervo, aun­ que to d o se hizo tan ocu lto , que, al parecer, era im posible saberse por m edio hum ano, se llegó a entender por su s ém u­ los y declarados enem igos. A caso lo m anifestó el Señor, para que por este m edio llegara su siervo hum ildealograr la desea­ da palma del m artirio, donde tenía librada la felicidad de los eternos descansos, que se debía a sus grandes m éritos. Publicada que fue la conversión del hijo del rey y el m e­ dio por donde la había llegado a conseguir, se arm aron t o ­ d o s sus ém ulos de sacrilegas iras, creyendo hacerle un gran ­ de servicio a su falso profeta. Buscaron al siervo de D ios y lo hallaron orando en un terrado, por la exaltación de la santa fe católica, libertad de los cautivos y conversión de los m oros: entraron con artificiosa paz y le pidieron el dine­ ro que había p actad o darles por los cautivos, que en virtud


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de su palabra le habían entregado. Respondió el manso c o r­ dero, que no se había llegado el tiem po prefinido y plazo se­ ñalado, que esperaba en el Señor llegase a tiem po para d ar­ les satisfacción a m edida de su gu sto , com o en otras ocasio­ nes lo había hecho.

Que lo que era de su obligación, había ejecutado el tiem­ po que había estado en Argel, que era cierto no había logra­ do todo el fruto, para cuyo fin había puesto los medios que le parecieron más oportunos. Que lo que les convenía a todos era dar crédito al Evan­ gelio y abrazar las verdades católicas, y que estuviesen ad ­ vertidos, que si hacían lo contrario, y bien dispuestos no recibían el santo bautism o, serían sepultadas las almas eter­ namente en el infierno.

14.—Edificantes coloquios de fray Agustín con los moros N o tuvieron aliento los bárbaros para replicar contra esta verdad, pero el enemigo de la luz les sugirió un medio harto disparatado para argüir y, a su parecer, convencerlo con el argum ento. Este fué, decirle con so b rad o enojo, que com o no había cesado de predicar a los m ahom etanos la fe de Jesu cristo, siendo cierto que otra ocasión, con pena de la vida, se lo habían m andado; y que si ahora quería verse libre de sus m anos, renunciarse a C risto. A que respondió el sier­ vo hum ilde, con sem blante m odesto, que eso era lo que no podía ejecutar, porque p rofesab a de discípulo verdadero, y que por m uchos títulos era digno de ser am ado, estim ado y querido, y que por caso n-nguno merecía ser despreciado, y por esta defensa de esta verdad perdería con m ucho gusto el aliento y entregaría su garganta al cuchillo. Q ue en punto de no predicarles, tenía que decir, cóm o el Señor m andó en su Evangelio, que se predicase su santa fe a tod a criatura, para que conociendo la verdad, con si­ guiesen la vida eterna; y siendo tan divino, superior y ju sto m andato, ningún mortal tenía autoridad para im pedirlo. Q ue era cierto se lo habían intentado em barazar con la pena rigurosa de quitarle la vida, pero a este asunto tiene el Señor intim ado a sus discípulos otro soberan o precepto, en que dice: lAJo temáis perder la vida del cuerpo, sino la del alma, cjue

15.—Por la senda del suplicio. Divinas verdades y palabras soberanas, que con la ternu­ ra y amor que el santo redentor las decía, bastaran para ablandar las más obstinadas piedras; pero en aquellos infeli­ ces, más duros que el diamante, produjo contrario efecto de el que el santo Agustín había deseado. Frenéticos y airados contra el médico de sus almas, que con tanto amor deseaba curarlos, arremetieron, como san­ grientos lobos, para quitar la vida a aquel inocente cordero; con grande ímpetu lo arrojaron por la escalera abajo, hiciéronle otros malos tratamientos, hasta que llegaron al sitio que su odio tenía destinado para teatro y complemento de su glorioso martirio; en tanto trabajo, el siervo de D ios se empleaba en dar gracias por todo al Altísimo, cantando con gran melodía sus divinas alabanzas, predicando también a los infelices las verdades evangélicas.

16.—Glorioso martirio de fray Agustín.

priva el logro de las felicidades cjue tiene el Señor preparadas en la gloria, y que él, com o verdadero discípulo su yo, esperaba con

su ayuda observar tan divinos m andatos. Q ue to d a la p o testad de los enemigos de C risto, se p o ­ día extender a quitar la vida del cuerpo, y esto con perm iso suyo, porque de otra suerte, era im posible lograrlo, pero ninguna autoridad tenían para quitar la vida al espíritu, y com o ésta no falte, era cosa de risa perder la vida del cuerpo.

En un corral, muy capaz y dilatado, aseguraron un madero para atar en él al santo fray Agustín; ejecutaron con felicidad lo que habían meditado; luego empezaron a disparar agudas saetas los más peritos en el arte de martirizar cristianos. Con serenidad de rostro las recibía el verdadero soldado 10


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de C risto; allí celebraba con dulces y acordes acentos las mi­ sericordias de D ios, por haberle con cedido morir por defen ­ sa de la verdad. Sólo, en lance tan apretado, acom pañaba al verdadero m ártir de C risto un agrio sentim iento, y era el ver que, teniendo aquellos m ahom etanos el camino de su salva­ ción tan fácil, se quisiesen condenar por su gusto. Rogando al Señor p o r los que le quitaban la vida, entregó su espíritu al cielo. C elebró la corte celestial su triunfo, entrando en el goce de los descansos eternos, al tiem po que los cautivos, sab e d o ­ res de to d o , prorrum pieron en llanto, p o r haber perdido m aestro y guía para no torcer el camino del cielo; padre am oroso y m édico soberan o, que con tod a solicitud su sten ­ tab a y curaba almas y cuerpos. Sólo tenían el recurso, para tem plar su dolor, contem plar­ le ab ogado de to d o s, esperando ejerciera en la gloria su real patrocinio aún con m ás perfectr caridad, que lo había ejecu­ tad o m ientras, siendo viador, lo ejercitó con ellos. C uando pudieron con menor peligro, quitaron los cau tivos el santo sepulcro más religioso que m editó su devoción, incógnito a los infieles, para que no pudiesen jam ás repetir sus iras en el santo cadáver.

17.—Piadoso recuerdo que dejó por doquier el santo fray Agustín. C u an d o se su po en la provincia de C astilla el lamentable estrago, que los agarenos habían hecho en el santo fray A gustín, causó en to d o s un universal dolor; pero era de otra clase esta que en los m ortales parece flaqueza y especie de fragilidad, porqu e ju n to con la pena les asaltó una grande alegría, que enjugaba su s lágrim as y ponía en to d o s una co n ­ fianza segura de que reinaba en la gloria su herm ano, c o m ­ pañero y am igo, de quien podían esperar m ercedes, tenien­ do , com o tenían, seguro su patrocinio en el cielo. En el C asar de C áceres, su patria, se celebró su dicha y venerándolo com o a san to, le erigieron altar, colocando en él su retrato, poniéndolo p o r intercesor en su s necesidades com o a verdadero mártir y amigo de C risto , y lograron

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verse libres de ellas en los m ayores aprietos; y el día de su glorioso trán sito era festivo. En la provincia de C astilla, y creo que tam bién en otras, aún se conservan algunos retrato s. En el convento de V alla­ dolid, d on d e fué hijo, se mira uno en la portería, donde se ve el varón de D io s atad o a un palo, lleno el cuerpo de sae­ tas, instrum entos de su m artirio, aunque muy m altratado po r la injuria de los tiem pos. En éste de M adrid se registran d o s con el m ism o aspecto, con diadem as y resplandores de san to, uno en la Preciosa po r donde se entra al co ro , y o tro en el claustro, entre o tro s com pañeros de su triunfo; y otros retratos su yos se miran tam bién en otros conventos. El día glorioso en que este siervo de D io s subió al cielo a go zar la palm a del m artirio, fué el día 5 de febrero. El año, el de 1369, en los m ás aju stad o s cóm putos. El Señor nos conceda la dicha de celebrar su triunfo en el goce de los eternos descan sos de la celestial patria.


M ie s de fray Diegs de Vives, nilirsl de el Ceser de Cáceres y j t i m l de le de Seo Miguel de eueelri pedre S i fruciste POR

fray José de Santa Cruz

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1.—Elección de fray Diego de Vivas para provincia! de ¡a de San MigueI (1) A 3 de octu bre de 1551, vigilia de nuestro padre San Francisco, que aquel año cayó en sáb a d o , salió po r provin ­ cial el reverendo padre fray D iego V ivas, natural de el C asar de C áceres, jurisdicción de la villa de C áceres. Fué el segun ­ do en el núm ero y sucesión del que se n om bró en Benavente, m as el prim ero electo canónicam ente y en el prim er capí­ tulo de la provincia: su jeto en quien so b re las dem ás partes requisitas, resplandecía singularm ente la virtud y el espíritu de la po b reza, austeridad y observancia regular; y, así, visitó la provincia a pie.

2. —Espíritu humilde y penitente de fray Diego. T o d o el aparato del cam ino se reducía a una humilde bestezu ela, que llevaba su m anto y el del com pañero, cuando de ellos se aliviaban, y los recados necesarios para el d esp a­ cho del oficio. A delantó m ucho la observancia de n uestro estad o y en él quiso envejecer y m orir con tan firme determ inación, que no se p u d o acabar con él, que aceptase un o b isp ad o en las (1)

E s ta s n o tic ia s s o b re fra y D ie g o d e V iv as e stá n to m a d a s de la de fra y J o s é de S a n ta Cruz, p ág. 16 y s ig u ie n te s, d e la im p re s ió n h e c h a e n M adrid , e l afio 1671, en c a sa de la v iu d a de M e lch o r A leg re.

Crónica de ta santa provincia de San Miguel...,


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FRAY JO S É DE SANTA CRUZ

Indias que le ofrecían. C u an tas razones de conveniencia le proponía la instancia ajena, las hallaba desvanecidas en su hum ildad propia.

3.—Buen gobierno de fray Diego. V olviendo a los su cesu s de su provincialato, tratóse lue­ g o en el capítulo de satisfacer la devoción del señor obispo de Z am ora, don Antonio del Aguila; y se tom ó asiento en la provisión que ofrecía para los capítulos provinciales, que de allí adelante se habían de celebrar en el convento de C iu dad -R odrigo, donde están las m em orias de sus ascen ­ dientes. A ju stóse el núm ero de las casas, la cantidad del sustén to com petente y de alhajas necesarias para los huéspedes y p a ­ ra el servicio de su hospedaje, to d o prop u esto de parte de la provincia con tanta atención a la pobreza y m oderación religiosa, com o en la patente del ajuste se ve...

4 .—Institución de las casas recoletas en ¡a provincia. C om o el padre provincial fray D iego Vivas deseab a ad o r­ nar la provincia con to d a s las circunstancias de perfección en la observancia regular, no fué su menor cuidado instituir la recolección en casas acom o dadas a este fin, y las instituyó en la congregación que celebró en Alcántara, el año de 1553. Señaláronse cinco casas: N u estra Señora de G racia, San M iguel, A lcántara, Z afra y H ornachos; to d a s muy a p ro p ó ­ sito para los ejercicios de este in stituto. Para una provincia que tenía entonces 16 conventos de frailes, fué m ucho dar cinco a la recolección, cuando años después no pidió la ley m ás de d o s o tres aún en las provin­ cias de m ayor núm ero de conventos. Pero en eso se reconoce el espíritu del instituidor y el celo religioso de los prim eros padres de la provincia, que sabían m uy bien cuánto im portó

NOTICIAS DE FRAY DIEGO D E VIVAS

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siem pre en la orden la recolección para satisfacer al espíritu de los m ás ferv oro sos. A este fin se trajeron a la provincia las ordenaciones del convento del A b ro jo, que son las m ism as qu e n uestro padre San Francisco dió al convento de N u estra Señ ora de los A n ­ geles de Porciúncula y el ejem plar que sigue la recolección desde los tiem pos m ás antiguos hasta hoy. M ucho se engañan los qu e presum en que fué invención m ás m oderna, p o r haber leído que el año de 1502 se señala­ ron casas de recolección en to d a s las provincias de Españ a. Para la conclusión del trienio del padre V ivas y elección de nuevo provincial, visitó la provincia el reverendo padre fray Ju an de Faro, padre de la provincia de la Piedad. C eleb ró se este prim ero de C iudad-R odrigo el año de 1554, p o r el m es de septiem bre.


INDICE P á g in a

Proemio, por Domingo Sánchez L o ro ............................

3

E sta d o d e i n o c e n c i a .................................................................. C ald a d el p rim e r h o m b re .................................................... P ro m e s a de r e d e n c ió n .............................................................. L a p le n itu d de lo s tie m p o s .................................................... D estin o s d el h o m b r e ..................................................................

6 8 11 12 14

Presentación, por Vicente Barrantes................................. Introducción, por Felipe León Guerra ..........................

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Descripción y noticias del Casar de Cáceres, por G regorio Sánchez de D ios, cura párroco de la m ism a villa..

29

A.—Situación y p o b la c ió n ........................................................31 B .—Parroquias, erm itas y h o sp itale s.............................. .......32 C .—Lím ites.del C asar ....................................................... .......41 D .—A m enidades y antigüedades de la Ja ra y de la ermita de N u estra Señora del Prado ............................42 E.—Erm itas.de San Benito y de N u estra Señora de A lm o n te .......43 F .—Lagunas, huertas y m olinos del arroyuelo llam a­ do A l d e a .......44 G .—Privilegios de don Sancho el I V .....................................44 H .—T érm ino.del C a s a r ....................................................... .......46 I.—El cam ino de la p la ta ..........................................................46 J .— C asas de A yu n tam iento.....................................................47 K.—V arones ilustres del C a s a r ......................................... ...... 47 L .—C alidad, fru tos y laboreo de las tie rra s................ .......49 M .—Floreciente industria en el pueblo del C a s a r .. . 50 N .—G obierno político y econ óm ico.............................. .......51 O .—C ondiciones sanitarias del l u g a r ...................................51


Página

Página P .—Florestas y berrocales en el término del C a s a r .. Q .— Sepu lcros y antigüedades en el término del C a ­ s a r ......................................................................................... R.—Inscripciones a n tig u a s ................................................ S .— A rroyo de Villoluengo y viñedos que hay en su ribera ................................................................................ T .—Sierra de P on tefu eray ermita de Santo T orib io, que está en su fa ld a ....................................................... U .— El río Alm onte y cosas notables que hay en su c u r s o ................................................................................... V .— Plano del lugar ............................................................

Tida prodigiosa del venerable y extático varón fr a y Juan de San Diego, por fray Francisco de S o to y M am e.

C apítulo I.-—Patria, padres, nacimiento y juven tud virtuosa de fray Juan de San D i e g o .......................

riores que concedió el Señor al venerable fray Juan de San D iego y su p rod igio sa eficacia para m over los corazones a p e n ite n c ia ............................

100

C apítulo IX.— Pasa el venerable fray Juan a visitar los San to s Lugares de Jerusalén .— D ificultades que se oponen a su trán sito.—T ra b a jo s y su c e ­ so s de su c a m in o ............................................................

108

57

C apítulo X.— Prosigue la m ateria del precedente . . .

113

57

C apítulo X I.—T o m a tierra en Palestina el venerable fray Juan de San D iego, llega a la santa ciudad de Jerusalén y su s adm irables virtudes en aqu e­ llos San tos L u g ares.........................................................

117

C apítulo XII.— Premia el Señor la humilde resigna­ ción del venerable fray Ju an de San D iego con soberan os favores y pasa al hospicio de D am as­ co, donde florece en virtudes y austeridades de su espíritu .......................................................................

122

C apítulo XIII.— M uerte preciosa del venerable fray Juan de San D iego; su s exequias y fam a p o s­ t u m a ....................................................................................

126

'Vida del santo padre y mártir de Cristo fr a y Agustin del Casar, extremeño de nación e hijo del real convento de Talladolid, por fray Francisco de V ega y T oray a.

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1.— C on jetu ras diversas en torno a fray A gustín. . .

135

52

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58

63 65

C apítu lo II.— Ejem plar tolerancia y caridad ferv o­ rosa del venerable fray Ju an de San D iego en el estad o del sig lo ................................................................

70

C apítu lo III.— Viste el venerable fray Juan de San D iego el hábito de San Francisco y progresos de su virtud en el estad o r e lig io so .................................

74

C apítu lo IV .—Entra el venerable fray Juan de San D iego en el real convento de San Francisco de C áceres y resplandece en m aravillosas v irtu d e s. .

80

C apítulo V .— Califica el Señor las virtudes del vene­ rable fray Juan de San D iego con su cesos mila­ grosos .................................................................................

86

C apítu lo V I.—Espíritu extático del venerable fray Juan de San D iego, explicado en m aravillosos r a p to s...................................................................................

91

C apítu lo VII.— M aravilloso don de profecía que g o ­ zó el venerable fray Juan de San D iego, m an ifes­ tado en repetidos c a s o s ................................................ C apítu lo VIII.— M aravilloso conocim iento de inte-

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1 . — N aturaleza, padres y buenas do tes que ad o r­

naban su p e r s o n a ............................................................ 3.— T o m a el hábito en el real convento de Valladolid, hácese predicador fam oso y m uestra su caridad en la redención de c a u tiv o s ....................... 4.— C o p io so fruto que obtenía entre infieles............ 5.— M uchas veces se trocab a por cau tivos en tie­ rra de m o ro s..................................................................... 6.— Peligros que corrían los cau tivos de negar a C r isto 7. — T re tas.santas para ganar las almas ..................... 8.—D eja en prenda de su palabra su vida y persona.

136 136 137 138 138 139 140


P á g in

9.— Su celo apostólico en las prisiones ..................... 10.— G olpes y m alos trato s que recibió fray Agustín por auxiliar a un m o r ib u n d o ..................................... 11.—Le amenazan de m uerte por predicar a C risto .

140

BIBLIOTECA EXTREMEÑA (P u b lic a d a p o r e l D ep artam en to P ro v in c ia l de S e m in a rio s de F .E .T . y d e la s J.O .N .S ., de la A lta E x tre m a d u ra )

141 142

12.—Fray Agustín convierte a la fe de Cristo a un hijo del rey m oro .................................. ....................... 13.— N o ticio so s los m oros de la conversión del prín­ cipe, maquinan la m uerte de fray A g u stín ............ 14.— Edificantes coloqu ios de fray Agustín con los m o ro s 15.— Por.la senda del su p licio ............................................ 16.— G lorio so martirio de fray A g u s tín ....................... 17.—Piadoso recuerdo que dejó por doquier el san­ to fray Agustín ..............................................................

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N oticias de f r a y Diego de Vivas, natural de el Casar de Cáceres y provincial de la de San !Miguel de nuestro pa­ dre San francisco, por fray José de Santa C r u z .. .

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1.—Elección de fray Diego de Vivas para provin­ cial de la de San M ig u e l........................................... 2 . — Espíritu humilde y penitente de fray Diego . . . 3.—Buen.gobierno de fray D ie g o .............................. 4 . —Institución de las cosas recoletas en la provincia.

150 150 152 152

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V o lú m e n e s p u b lic a d o s

144 145 145

1.° Bibliografía de Extremadura. (C u ad ern o 1), p o r D o m in g o S á n ­ chez L o ro , 12 pts. 2.° Libro de la vida y milagros de los Padres Emiritenses, p o r P a u ­ lo D iáco n o, 16 pts. 3.° Amenidades, florestas y recreos de la Provincia de la Vera, Alta y Baja, en la Extremadura, p o r G a b r ie l A cedo de la B e rru e z a y P o ­ r r a s , 12 pts. 4.° Posibilidades industriales de la Alta Extremadura.(C iclo de c o n ­ fe re n c ia s o rg an izad o p o r e l S e m in a rio de E stu d io s E co n ó m ic o s de F E T y de la s JO N S , de C áce re s), 30 pts. (A gotado). 5.° Historia y anales de la ciudad y obispado de Plasencia, p o r fra y A lo n so F e rn á n d e z , 80 pts. 6.° Historia de Cáceres y su Patrona, p o r S im ó n B e n ito B o xo y o , 30 pts. 7 ° Descripción y noticias del Casar de Cáceres, p o r G re g o rio S á n ­ ch ez de D io s, 25 pts.

P r ó x im o s v o lú m e n e s

Relación del nuevo descubrimiento del famoso rio grande, que por el nombre del capitán que le descubrió, se llamó el rio de Orellana, p o r fra y G a sp a r d e C a rv a ja l, c a p e llá n de tan fa m o s a e m p re sa.

Crónica de la invención de la Santa Imagen de Guadalupe y erección y fundación de su monasterio, p o r fr a y D iego de E c ija . Diccionario histórico-geográfico de Extremadura, p o r P a sc u a l Madoz.

Bibliografía geográfica de Extremadura, p o r J o s é V . C o rraliza. Viajes por Extremadura, de v a rio s au to res. Partidos triunfantes de la Beturia Túrdula, p o r e l P . T o v ar. Historia de la ciudad de Mérida, p o r B e r n a b é M oreno de V arg as. Historia de Nuestra Señora de Guadalupe y fundación de su santa casa, p o r fra y G a b r ie l de T a la v e ra . Las Hurdes, m o n o g ra fía s in é d ita s s o b re e sta re g ió n d e v a rio s au to res.

Estudio histórico artístico de la Alta Extremadura, (C iclo d e c o n fe ­ re n c ia s o rg a n iz a d o p o r e l S e m in a rio de E stu d io s E x tre m e ñ o s de F E T y de la s JO N S , de C áce re s).


Don Gutierre de Sotomayor, Maestre de Alcántara (1400-1453).— P o r M ig u e l M uñoz de S a n P e d ro . C á ce re s, S e rv ic io s C u ltu ra le s de la E x cm a. D ip u tación P ro v in c ia l, 1949.

Otros libros y folletos publicados bajo el patrocinio y subvención, total o parcial, de la Jefatura Provincial ilel Movimiento Más Allá.— O rg an o

(le la "D elegación P ro v in c ia l d el F r e n te de J u ­

v entud es.

La voz de la Delegación. -

B o letín de la D e leg a ció n P r o v in c ia l de E x c o m b a tie n te s , de la A lta E x tre m a d u ra .

Boletín Informativo.— O rg an o de la J e f a t u r a P ro v in c ia l de F E T de las JO N S , de C áceres.

j

Acción.— B o le tín In fo rm a tiv o de la S e c c ió n de E n señ a n z a de la D eleg ación P r o v in c ia l d el F r e n te de Ju v e n tu d e s . Cáceres .— O rg an o

de la D e leg ació n P r o v in c ia l de S in d ic a to s.

Alcántara,

lie v is ta lite ra r ia . C á ce re s, S e rv ic io s C u ltu ra le s de la K xcm a. D ip u tació n P ro v in c ia l.

Viriato. — E stu d io

b io g rá fico , p or D om in g o S án ch e z L o ro. C áceres, A so ciació n de «A m igos de G u ad alu p e», 1947.

E l puente de Alcántara.—E stu d io h istó rico d el fa m o so p u en te ro m an o , p o r D om in g o S án ch e z L o ro . C áceres, A so ciación de «A m igos de G u ad alu p e», 1947. Santa Eulalia de Mérida —E stu d io h istó ric o so b re la s p e rs e c u c io ­ n e s de lo s c ris tia n o s y b io g ra fía de la in s ig n e M ártir, p o r D o m in g o S án ch ez L oro . C á ce re s, A so ciació n de «A m igos de G u ad alu p e», 1947. Alconétar.— E stu d io h is tó r ic o y le y e n d a s d el fa m o so p u en te r o ­ m an o, p o r D om in g o S án ch e z L oro. C á ce re s, A so cia ció n de «A m igos d e G u ad alu p e», 1947. Emérita Augusta .— H is to ria y m o n u m en to s de M érida, a n tig u a c a p ita l de L u s ita n ia , p o r D om in g o S án ch ez L o ro . C á ce re s, A so ciació n de «A m igos de G u ad alu p e», 1947. Doña María ¡a Brava .— E stu d io b io g rá fico , p o r D om in g o S án ch ez L o ro . C á ce re s, A so ciació n de «A m igos de G u ad alu p e», 1947. La Celda de Carlos. V. — (H is to ria

d el M o n asterio de Y u ste), p o r D om ingo S án ch e z L o ro . C á ce re s, A so ciació n de «A m igos de G u a d a ­ lu p e», 1949.

La vida en Cáceres en los siglos XIII y XVI a ! XVIII.— P o r M igu el A. O rtí B e lm o n te . C á c e re s, S e rv ic io s C u ltu ra le s de la E x cm a . D ip u ta ­ c ió n P r o v in c ia l, 1949. Desde la Lejanía—P o e m a s, de A lfo n so de A lb a lá C o rtijo . C á c e re s, S e rv ic io s C u ltu ra le s de la E x c m a . D ip u ta ció n P ro v in c ia l, 1949. Historia del Culto y Santuario de nuestra Señora de la Montaña, Patrona de Cáceres.—P o r M ig u el A. O rtí B e lm o n te . C á c e re s, S e r v i­ c io s C u ltu ra le s de la E x c m a . D ip u tació n P ro v in c ia l, 1949.

Para una interpretación Extremeña de Donoso Cortés .—P o r F r a n c is c o E lia s de T e ja d a . C á ce re s, S e rv ic io s C u ltu ra le s de la E x c m a . D ip u tación P ro v in c ia l, 1949. Memoria y Discursos de lá II Asamblea de Estudios Extremeños.C á c e re s, S e rv ic io s c ia l, 1949.

C u ltu ra le s de la

E xcm a.

D ip u ta ció n

P ro v in ­

Plasencia . —F o lle to h is tó ric o ilu stra d o . C á c e re s, J u n t a P ro v in c ia l d el T u ris m o , 1949. Guadalupe.— F o lle to h is tó ric o ilu stra d o . C á ce re s, J u n t a P r o v in ­ c ia l d el T u ris m o , 1949. * Museo Provincial de Cáceres .— F o lle to

ilu stra d o . C á ce re s, Ju n ta

P ro v in c ia l d el T u ris m o , 1949.

Cáceres, Ciudad Monumental.— F o lle to

ilu stra d o . C á c e re s, J u n t a

P r o v in c ia l d el T u ris m o , 1949. C á c e r e s .—F o lle to h is tó ric o ilu stra d o . C á c e re s, J u n t a P ro v in c ia l d el T u r is m o , 1949.

Extremadura y el Franciscanismo en el Siglo XVI.—P o r J o s é L u is C o tallo , P b ro . C á c e re s, S e rv ic io s C u ltu ra le s de la E x c m a . D ip u ­ ta ció n P ro v in c ia l, 1950. Tres Escritores Extremeños (M icael de C a rv a ja l, J o s é C a sca le s M uñoz y J o s é L ó p ez P ru d e n c io ).— P o r F r a n c is c o E lia s de T e ja d a . C á ­ c e r e s , S e rv ic io s C u ltu ra le s de la E x c m a . D ip u tació n P ro v in c ia l, 1950. Encuesta de Geografía Regional Extremeña . —P o r J . C o rch ó n G a rcía . C á ce re s, S e rv ic io s C u ltu ra le s de la E x c m a . D ip u ta ció n P r o ­ v in cia l, 1950. Mapa de Comunicaciones de la Provincia.—C á c e re s, S e rv ic io s C u ltu ra le s d e la E x c m a . D ip u ta ció n P r o v in c ia l, 1950. Alcántara.—F o lle to h is tó ric o ilu stra d o . C á c e re s, J u n ta P r o v in c ia l d el T u rism o , 1950.


Trujiilo.— F o lle to h is tó ric o ilu stra d o . C áceres, J u n t a P ro v in c ia l d e l T u ris m o , 1950. Realización de! Fuero del Trabajo.—P o r D a n ie l B e n a v id e s L ló ­ re n te . C á ce re s, D ep artam en to P r o v in c ia l de S e m in a rio s de F E T y de las JO N S , 1950. Doctrinas Sociales Superadas. — P o r B e rn a rd o A lm e n d ra l Lucat,. C á ce re s, D ep artam en to P ro v in c ia l de S e m in a rio s de F E T v de las JO N S , 1950. Las Realidades Sociales Contemporáneas.— P o r J o s é L u is Cotalio , P b ro . C á c e re s, D e p artam e n to P r o v in c ia l de S e m in a rio s de F E T y de la s JO N S , 1950. Los Instrumentos de la Obra Social del Movimiento Nacional.— P o r R a fa e l H e rg u e ta G a rc ía de G u ad ian a. C á ce re s, D ep artam en to P ro v in c ia l de S e m in a rio s d e F E T y de la s JO N S , 1950.

Tutela y Dignificación del Trabajo.—P o r F e rn a n d o H ern án d ez G il. C á c e re s, D e p artam e n to P ro v in c ia l de S e m in a rio s de F E T v de la s JO N S , 1950. 61 Seguro de Enfermedad en el Mundo y en nuestra Patria.— P o r L eo p o ld o M arco s C a lle ja . C á ce re s, D ep artam en to P ro v in c ia l de S e ­ m in a r io s de F E T y de la s JO N S , 1950. E l Accidente de Trabajo en la Historia y en la Realidad Españo­ la. —P o r A m b ro sio R o d ríg u e z B a u tis ta . C áceres, D ep artam en to P r o ­ v in c ia l de S e m in a rio s de F E T y de la s JO N S , 1950.

La Familia, preocupación fundamental del Estado Español—P o r L eó n L e a l R a m o s. C áceres, D e p artam e n to P ro v in c ia l de S e m in a rio s de F E T y de la s JO N S , 1950. La Lucha contra el Paro.—P o r J o s é R e d o n d o G óm ez. C á c e re s, D ep artam en to P ro v in c ia l de S e m in a rio s de F E T y d e la s JO N S , 1950. E l Liberalismo, el Socialismo y la solución Nacional Sindica­ lista.—P o r F r a n c is c o G óm ez B a lle s te ro s . C á ce re s, D ep artam en to P r o ­ v in c ia l de S e m in a rio s de F E T y d e la s JO N S , 1950.

Haeia la Unión de los Pueblos Latinos.—P o r R ic a r d o B e c e rro de B en g o a. C á ce re s, D e leg a ció n P r o v in c ia l de E x c o m b a tie n te s , 1950. Poesías selectas de Angel Marina, p o r fra y E n r iq u e E s c rib a n o . C áceres, S e rv ic io s C u ltu ra le s de la E x cm a . D ip u ta ció n P ro v in c ia l, 1951. La industria instrumento de la economía.—P o r A m b ro sio R o d r í­ g u ez B a u tista . C á c e re s, D e p artam e n to P r o v in c ia l de S e m in a rio s de F E T y de la s J o n s , 1951. Valores económico-sociales del árbol en la provincia de Cáce­ res. —P o r V ic e n te H ern án d ez R o d ríg u e z . C á ce re s, D ep artam en to P r o ­ v in c ia l de S e m in a rio s de F E T y de la s JO N S , 1951.

E l olivo, la vid e industrias derivadas. — P o r V icen te M u riel J i ­ m énez. C á c e re s, D e p artam e n to P r o v in c ia l de S e m in a rio s de F E T y d e la s JO N S , 1951. Posibilidades de industrias textiles en nuestra provincia—P o r F r a n c is c o C id G óm ez R o d u lfo . C á ce re s, D ep artam en to P ro v in c ia l de S e m in a rio s de F E T y de la s JO N S , 1951. Comunicaciones, transportes y turismo, en la Alta Extremadura. — P o r C asto G óm ez C le m e n te . C á c e re s, D ep artam en to P ro v in c ia l de S e m in a rio s de F E T y de la s JO N S , 1951.

Canalización del ahorro provincial, base económica de la indus­ tria.— P o r F r a n c is c o B u lló n R a m íre z . C á ce re s, D ep artam en to P r o ­ v in c ia l de S e m in a rio s de F E T y de la s JO N S , 1951.

Industrias derivadas de la ganadería.—P o r R a m ó n P e ñ a R e c io . C á ce re s, D e p a rta m e n to P r o v in c ia l de S e m in a rio s de F E T y de la s JO N S , 1951. La industrialización de los regadíos en 1a provincia de Cáceres. —P o r C le m e n te S án ch ez T o rre s . C á c e re s, D e p artam e n to P r o v in c ia l d e S e m in a rio s de F E T y de la s JO N S , 1951.

E l trabajador ante la industrialización de la Alta Extremadura .— P o r F e rn a n d o B ia v o y B ra v o . C á ce re s, D e p artam e n to P r o v in c ia l de S e m in a rio s de F E T y de la s JO N S , 1951. Fruto y esperanza de la Falange Cacereña.— E x p o s ic ió n d o cu ­ m e n ta l de la la b o r so c ia l, e co n ó m ica , a r tís tic a y c u ltu ra l, re a liz a d a p o r la F a la n g e de la A lta E x tre m a d u ra . C á c e re s, J e f a t u r a P ro v in c ia l de F E T y de la s JO N S , 1951. España, como unidad de destino en lo universal.—P o r R ic a r d o B e c e rro de B e n g o a . C á c e re s, D ep artam en to P ro v in c ia l de S e m in a rio s de F E T y de las JO N S ,1951. Guía histórico-artística de Cáceres. — P o r A ntonio C. F lo ria n o C u m b reñ o . C á c e re s, S e rv ic io s C u ltu ra le s de la E x c m a . D ip u tació n P ro v in c ia l, 1952.


S E ACA BO DE IM PRIM IR EN L O S T A L L E ­ RES T IP O G R A F IC O S D E « E L N O T IC IE R O » EN C A C E R E S , E L

1952,

20

D E N O VIEM BRE

«D IA D E L D O L O R »

DE

P O R Q U E HA­

C E 1 6 A Ñ O S , A L V EN IR E L A LBA , T R A N ­ SID O D E AM OR Y V IC T IM A D E L O D IO , PA R TIO JO S E A N T O N IO PRIM O DE RIVERA, N U E ST R O F U N D A D O R , D E E ST E M U N D O TE R R E N A L

A

GOZAR

EN

EL

SE N O DE

D IO S LA G LO R IA SEM PITERN A


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