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ibttcaKfeiMaa i i» (Cuarto ciclo de conferencias organi zado por el Departamento de Semina rios de la Jefatu ra
Provincial del
Movimiento).
Publicaciones del Departamento de Seminarios de la Je fa tu ra Provincial del Movimiento
PROLOGO por
Antonio Rueda y Sánchez Malo FISC A L, LICENCIADO EN CIENCIAS ECO NOMICAS, GOBERNADOR C IV IL Y JE F E PRO VIN CIAL
D EL
MOVIMIENTO,
CACERES
t
EN
Forzoso es proclamar que, entre otras cosas, el Movimien to Nacional ha conseguido que los españoles recobrem os una exacta conciencia de nacionalidad. Para ello fué preciso que reconquistáram os palmo a palmo las tierras de la Patria, am e nazada de sacrificio en las aras de una doctrina extraña, y sólo así nos dimos perfecta cuenta de lo que vale el suelo en que asentamos nuestras plantas. Y
suerte fué que la guerra, al propio tiempo que de libe
ración, tuviera caracteres de cruzada, porque así la conquista resultó animada de una fuerza doctrinal y política que, en raizando con nuestras gloriosas tradiciones, dió savia nueva y vigor de juventud a tantos valores que, para muchos, eran tan sólo venerables reliquias conservadas en el archivo de nuestras glorias. Fué preciso este abrazo físico a la tierra, hecho dolor en nuestros muertos y gloria en nuestros com batientes de las avanzadillas, para que volviera a nosotros el sentim iento adorm ecido del amor. Pero el amor, que por sí solo es ya una razón, necesita también de razones para subsistir. Por eso, no bastan nuestros puntos doctrinales. Es cierto que, del reflexivo análisis de sus declaraciones, brotan argu-
ANTONIO RUEDA Y SANCHEZ MALO
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PROLOGO
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m entos más que suficientes para amar a España, pero no es
la incom parable colección del Divino M orales en Arroyo o
m enos cierto que no se ama sino aquello que bien se conoce.
en Alcántara, o esa maravillosa joya que pintara Gallegos pa
Y yo me atrevo a afirmar, que no conocem os suficientemente
ra el retablo de Santa María de Trujillo. Podrían numerarse
a nuestra Patria.
sin esfuerzo los españoles que conocen el m onasterio alcan-
M uchas tareas nobles ha echado sobre sus hom bros la Falange, pero no es la m enos importante la que se concreta en las marchas de nuestros jóven es cam aradas por las rutas varias de la Patria, en un afán andariego de acrecentar el caudal de sus conocim ientos y, por ende, de sus ilusiones. El que los m uchachos de Ciudad Real pisen con sus botas cla veteadas las riberas del Ebro o los jóvenes cacereñ os resuci ten nuevos brotes de la inexplicable vocación marinera de sus antepasados a orillas de la mar azul en Isla Cristina o por las rumorosas corredoiras que llevan a las Rías B ajas, no es per der el tiempo. Ahora que tan en moda está el turismo y tan hacederos y rápidos son los desplazamientos que nos invitan
tarino de San Benito, la m elancolía que se desprende de las piedras de Yuste, o el ascetism o que aún rezuma por las p a redes del Palancar, expresivo documento que muestra la gran deza en santidad de aquel extrem eño tan ignorado que fué San Pedro de Alcántara. Pero no intentamos formular ahora un catálogo exhausti vo de las bellezas que atesora la provincia, ni siquiera hacer la labor propagandística que invite a los extraños a con ocer las, sino de algo más fundamental: tratamos tan sólo de justi ficar el por qué de un quehacer que la Jefatura Provincial de la Falange se ha impuesto y que, año tras año, viene desarro llando con plausibles resultados.
a ver mundo, nos vamos percatando de que apenas co n o ce mos nuestra propia casa, y nuestras plumas más ágiles van
A este propósito responde este ciclo de conferencias, que
descubriéndonos a diario la belleza de los paisajes que no nos
se pronunciaron en el nuevo Salón de A ctos de la Jefatura
hem os parado a contem plar y las huellas de las sendas que
Provincial de C áceres durante el curso 1952-1953, y que hoy,
cruzamos cada día con absoluta indiferencia.
recogidas taquigráficam ente y cuidadosam ente revisadas, se recogen en un volumen que edita la Falange de C áceres para
Las tareas políticas nos han llevado a provincias que des conocíam os casi por com pleto y, al hacer un escrupuloso es
la más meditada consideración de los temas que se estudia ron y más amplia difusión.
tudio de las tierras cuyo cuidado se nos encom endaba, nos hemos visto sorprendidos al considerar cuánto ignorábamos.
Un común denominador de extremeñism o imprime ca rá c
P o ca s tierras com o esta maravillosa provincia de Cáceres,
ter al curso. T rátase, en unos casos, de descubrir, ante un
para lanzar este grito de alarma. Causa asom bro com probar
auditorio ya curioso de saber, cuáles son las esperanzadoras
cuántos eruditos de nuestra pintura desconocen ese museo
ilusiones que venimos acariciando en el resurgir de España y
de Zurbalán que es la sacristía de Guadalupe, los G recos de
cómo a esta contribución aporta C áceres no pequeños v alo
Talavera la V ieja, la obra de Lucas Jordán en Extrem adura,
res; en otros, figuras extrem eñas, que ya tienen renom bre n a -
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cional y que quizá son m ás^conocidas] por su obra fuera de su tierra que en el propio suelo que les vió nacer, han a c c e dido gustosos a dar a sus paisanos un exponente de sus va lores ya consagrados. Una generosidad sin límites caracterizó todas las aporta ciones y los conferenciantes todos que en las páginas que siguen os aleccionan, se prodigaron en cumplir las promesas que formularon a invitación mía, teniendo, en muchos casos, que preparar sus charlas en los breves descansos que tareas ingentes les deparaban, o realizando, en otros, desplazamien tos penosos que gustosos llevaban a cabo, sin más premio que la conciencia de haber cumplido con el caritativo deber de enseñarnos a quienes sabíam os menos que ellos.
CONFERENCIAS
Que Dios les pague su generosa labor. Y también a quie nes, día tras día, han ido llenando la Sala de Actos, ya con sagrada com o solvente aula de cultura en la vida cacereña del espíritu. Y que nos dé acierto para continuar sin desm a yos en el futuro la obra emprendida.
C áceres, Octubre de 1953.
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Hepnblaciún forestal en las Hurdes
POR
José M a r ía fíu tle r Ingeniero del Patrim onio Forestal
En primer lugar, debo de agradecer las frases cariñosas que el E xcm o. Sr. G o bernad o r Civil ha h ech o de mi perso na. Antes de conocerlas, ya había de agradecerle la deferencia que había tenido, nom brándom e para abrir este ciclo de co n ferencias y poner en conocim iento de to d o s los cacereños, principalm ente de su capital, el problem a de las Hurdes. N o tengo condiciones oratorias; tam poco tengo la o b je tividad que es precisa ante esta clase de conferencias: la pri mera es una condición natural; y la segunda me la vedan 30 años de vida en la región de las H urdes, desde 1923, el 15 de mayo exactam ente. H e pasado desde el principio de mi ca rrera en aquella región y tengo h oy la satisfacción grande de ver com pensados mis esfuerzos y desvelos, habiéndom e traído, precisam ente aquí a la capital de la provincia, a exp o ner lo que se ha h echo y lo que se puede esperar con la ayuda del G o biern o del Caudillo para la regeneración de la región de las Hurdes.
REPOBLACION FORESTAL EN LAS HURDES
Semblanza fíistóriea de las Hurdes
V oy a com enzar la conferencia haciendo una ligera h isto ria de la región, para centrar el problem a en form a que sea con ocid o por tod os y cóm o hem os llegado a este m om ento actual.
le s celtas La historia nos dice que los prim eros pobladores de la región fueron los celtas. Por encim a de los celtas no tenem os ningún dato que pudiéram os traer aquí en este m om ento. D e su existencia se encuentran vestigios en las cuevas de las Batuecas, donde hay pinturas rupestres que reproducen los consabidos ciervos y las figuras de otras cuevas de distintas partes de España, con m ayor o m enor p erfección. Existe tam bién otra cerca del pinar del H orcajo en la parte de la Zam brana, en la cual se reproducen tam bién las mismas figu ras. E s decir, que lo mismo en la parte superior de las H ur des, com o en la parte inferior, se han encontrado vestigios del paso de los prim eros pobladores. E n tre los celtas y la dom inación romana carecem os por com pleto de datos que nos puedan indicar paso a paso c ó mo se ha desarrollado la historia en esta región.
Los romanos D e la dom inación rom ana, qué voy a decir, si toda la
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provincia de C áceres, toda E xtrem adura, es una m uestra palpable de su paso. U nicam ente puedo añadir acerca de las Hurdes: que se han encontrado m onedas rom anas del em pe rador Trajano en la Batuequilla; que en la parte del convento del río de los Angeles, al extrem o más su roeste de las H urdes, existen minas y pozos que quieren dem ostrar que hubo in dudablem ente principios de colonización por los rom anos; y que en la parte del T revel de la Zam brana y del H orcajo existen explanaciones, de form a que dem uestran la existencia de castillos. Es decir, que por tod as las H urdes, buscando y con ociéndolas, se encuentran siempre algunas ruinas, algún vestigio de que los rom anos pasaron por ia región. N o es necesario insistir so bre ello, puesto que sabem os que en toda Extrem adura, com o he dicho antes, existen in teresantes pruebas del paso de los mismos.
Los visigodos Después de los rom anos, al producirse la escisión en tre el imperio rom ano de oriente y el de occid ente en los re c o dos del D anu bio, invadieron ios bárbaros tod a la parte de Europa y llegaron tam bién a España; y en ton ces las H u rd es, form ando parte con Portugal, llegó a con stitu ir un reino que se llamó reino de los alanos. A los alanos sucedieron los su ev os; y, por últim o, se form a el gran im perio de los visigodos o godos del oeste. D e esto la tradición, sobre to d o en las Batuecas del du que de Alba, escrito por Lopé de Vega, nos habla de la d e rrota de don Rodrigo en G uadalete, e incluso de que don Rodrigo pasó por las H urdes con la C ava, cam ino de P o rtu gal. Posiblem ente debe ser una tradición un tanto cap rich o sa, porque no parece el cam ino más indicado desde G u ad a lete, para entrar en Portugal, el que pase p or esta región in hóspita y en ton ces de más difíciles com u nicaciones que en el m om ento actual.
Los árabes. Producida la derrota de don Rodrigo, com enzó la inva
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sión árabe. La invasión árabe, com o un flujo de la m area, fué ascendiendo, subiendo p or tod o el oeste de España hasta lle gar a A sturias, donde se inició la reconquista. D e la dom ina ción árabe existen restos de procedim ientos de cultivos, que indudablem ente se han ido pasando de unos a o tro s de los residentes y que dem uestran que, efectivam ente, los árabes tuvieron un gran dom inio sobre ellos. Pero es más, es que existen tradiciones. C uando se inició la reconquista, fué descendiendo la marea musulmana para bajar hacia el reino de Granada; y en el año 1157, repasaron el T a jo . E ncontram os ya en estos años el castillo de G ran a dilla, donde h oy en día existe el pueblo del mismo nom bre. C uenta la tradición que existía un adelantado cristiano en Granadilla y un m oro en C asar de Palom ero. El m oro se ena m oró de la hija del adelantado de Granadilla, que, al decir de las tradiciones, era de singular herm osura, y la pidió al ade lantado cristiano en m atrim onio. E ste le puso com o con d i ción im posible, dada la diferencia de religión, que realizase la traída de aguas desde el convento del río de los Angeles a! mismo pueblo de Granadilla. Las obras com enzaron. El m o ro las inició con gran ardor, y sigue contando la tradición que se hubiera realizado la traída de aguas, si la doncella cristia na, al darse cuenta de lo adelantado de las obras, no hubiese m u erto, dejando a Granadilla sin agua y al m oro sin novia. A ctualm ente, esta actualidad la refiero al año 1923, en ex cursión realizada cuando teníam os que entrar en las Hurdes saliendo por Hervás, he tenido que pernoctar alguna noche en Granadilla, y era curiosa la nota de color, por las m añanas, al ver salir a los habitantes a hacer las aguadas en la parte de fuera de la villa. Aun habla más todavía la tradición de los árabes: en ta blada una gran batalla entre m oros y cristianos, los reyes m oros de C áceres hicieron una razia o leva especial, llevando . to d o s los hom bres de las H urdes, que entonces pertenecían a la dom inación árabe, a las batallas y dejándolas com p leta m ente desprovistas de elem ento m asculino. Los cristianos avanzaron y se colocaron en la parte alta de las H urdes, y en un lugar que se llama el C o to rro de las T iendas, que tiene 1.591 m etros de altitud, uno de los puntos más altos d e las H urdes, un pastor cristiano encon tró a una musul, mana y , por lo v isto, debió tender ella sus d otes de sedu c ción para atraérselo. El cristiano no la atendió debidam ente y la m ujer árabe h ubo de darle m uerte de una form a violen
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ta, que la tradición cuenta al por m enor, y el respeto a los oyentes no me perm ite ampliarla con más detalles. Se habla de que en este C o to rro de las Tiendas y en una cueva, tenían establecid o los árabes una tienda de baratijas y el sitio donde las vendían. Lo mismo posiblem ente se puede decir del pinar del H o rcajo por b a jo del C o to rro de las T ie n das, donde actualm ente existe una cueva que se llama la cueva de la mora.
La reconquista Se inició la reconquista y, com o decíam os antes, en el el año 1157 se llega hasta el T a jo . En este período de la re conquista se prod ujo una gran despoblación de las H urdes, quizá por efecto del flu jo y reflujo de las batallas realizadas, y se puede considerar que en aquel tiem po los únicos p ob la dores que tenían las H urdes, eran los pastores con sus reb a ños. Existió una población puram ente nóm ada. Fundada la villa de Granadilla en 1184 por el rey don Fernando de León, en 1199, por privilegio del rey don A lfon so de León , se le concedió a la villa de Granadilla toda la región de las H urdes. Es curioso que en dicha acta, firmada en Valladolid, se habla de nom bres com o Rivera O veja, O veju ela, las M estas y Ladrillar; lo que sin más detalles demues tra que abarca los puntos extrem os de las H urdes. Luego parece lógico considerar que esos docum entos y esa cesión, evidentem ente, se referían a to d o el territorio hurdano. Unida nuevam ente Castilla y León, se prod uce entonces, por el infante don Pedro de C astilla, la cesión de la parte norte a la villa de Valdelaguna, actualm ente la Alberca. En el acta de cesión se habla de ambas márgenes del río hurda no y de la cordillera que divide las H urdes, una parte al la do de la A lberca y otra parte al de Granadilla. E sto en el año 1288. Y ya hem os llegado a lo que podríam os llamar un punto de entronque; un punto de salida, un punto desde el cual la historia de las H urdes ya se puede recoger con un cierto de talle y con una cierta garantía de veracidad. V am os a ver la m archa, m ejor dicho, lo que sufrieron los hurdanos de las d os distintas vertientes de las Hurdes.
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La villa de fíra n a d illa . Em pezarem os por lo que se refiere a la villa de G ranadi lla, es decir, por la parte sur, que era la dehesa de Pinofranqueado. La villa de Granadilla pasa a propiedad de! duque de A lba, y el duque de Alba, a petición de los vecinos de Pi nofranqueado, cedió estos terrenos al co n cejo de Pinofranqueado, que entonces se con stitu yó bajo una enfiteusis de 10.000 maravedíes y 80 pares de perdices anuales, y además le autorizó con este parte: cfue os damos permiso para hacer con cejo abierto a son de campana tañida y hacer vuestras ordenanzas co mo os convenga. D urante la dom inación del período del co n cejo de Pinofranqueado, sufrieron infinidad de vaivenes, debido a que la villa de Granadilla no se conform aba con la cesión que había h echo el duque de A lba; y tras innum erables pleitos celebra dos en Salamanca y Valladolid, llegaron al año 1705, en que se puede decir que el co n cejo de Pinofranqueado quedó com pletam ente libre y a sus expensas, sin tener ninguna enfiteu sis ni ninguna otra servidum bre que pagar.
La A lb e rc a . La parte norte, que pasó a depender de la A lberca, sufrió más que la parte sur de Pinofranqueado. La A lb erca—y per donadm e que quizá en estos m om entos recuerde que la A l berca, hasta hace pocos años, haya extendido su dominio con demasiada rigidez sobre la región de las H urdes— la Al b erca lo ejerció de una form a tan coactiva, que llegó a im po ner exacciones, en las cuales castigaba lo mismo la roturación efectuada que la plantación, cosa absurda y en com pleta contrad icción , y esto era debido a que la población de la A lberca estaba dividida en dos bandos, colm eneros y ga naderos. U nos querían los pastos para sus colmenas y o tro s querían los pastos para sus ganados. Castigaba con 21 rea les de multa a los que plantaban un árbol, pero casti gaba con 21 reales de multa a los que hacían un descua je sin una autorización del co n cejo de la Alberca. Y la 'A lberca organizaba tod os los años una visita; el alcalde, s e guido del secretario, obligaba a los alcaldes de los co n cejo s
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hurdanos a que le acom pañasen, para que pagasen una m ulta si no cumplían estas condiciones. Estas m ultas, en el caso de que no se cubriesen 16.000 reales, se exigían a prorrateo entre tod os los vecinos para que cubrieran las im posiciones hechas por el co n cejo de la Alberca. Pasaron años y llegamos al 1835, es decir, 135 años des pués de la liberación de Pinofranqueado. Entonces se abolie ron estos privilegios y la parte norte de las H urdes em pezó a respirar algo. Digo que em pezó a respirar, porque hasta el año 1923 y posteriores, siguió existiendo una especie de fe u do de los propietarios albercanos sobre los terrenos de las H urdes, hasta el punto de que sus olivares, sus huertos y sus m ejores posesiones eran de ellos. Y puedo asegurar, por haberm e sucedido el año 1 9 2 5 , al pasar en caballería a través de la A lberca, acom pañado de un hurdano que me servía de bagajero, oir decir a un pequeño albercano, de 9 a 10 años: J-lurdano, a pagar el corre taje (fue pasas por la Alberca. A fortunadam ente, en el año 1833, con la división de las provincias, se fué esfum ando, perdien do, por decirlo así, la dom inación que la A lberca establecía sobre los hurdanos.
La desamortización. La ley de 1.° de mayo de 1835, de desam ortización, dió un golpe trem endo a las H urdes. Puso en estado de venta tod os los terren os, excep to las B atuecas, que p or no haber sido sujetas a desam ortización conservaron su arbolado; en cam bio, tod a la parte que fué sujeta a desam ortización lo perdió por com pleto; y las H urdes, en vez de lo que se su pone com o p erfecto bosq u e, quedó convertido en los t e rrenos en que hoy en día sólo abundan los b rezos, jaras y otras especies arbustivas.
Benéfica la b o r de la iglesia. N o podem os, sin em bargo, dejar de hacer presente que en todas estas actuaciones la mano de la iglesia se hizo bien pa ten te, y m uchos de los datos citad os son debidos a la m e moria de la provincia de San G abriel y a los recogidos d e
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los con v en to s ex tin to s del río de los Angeles y las Batuecas. La fundación del convento de los Angeles se debe al paso de San Francisco de Asís, P atrono de los Ingenieros de M o n tes; hasta en esa parte tenem os la satisfacción los Ingenieros de M ontes de pensar que este San to es uno de los primeros que fundam entó la repoblación en las H urdes, el año 1214, de paso para Portugal. T u v o el con v en to de los Angeles, del qu e no quedan nada más que escasas ruinas, una gran influen cia so bre la región. A quellos frailes establecieron una especie de mando espiritual y al mismo tiem po material, beneficioso para to d o s los hurdanos, enseñándoles la manera de cultivar sus h u ertos, la manera de m ejorar su vida, instruyéndoles; y fu é una pena que desapareciese este convento y, com o con secuencia, toda la labor que realizabrn. El convento de las Batuecas fué fundado en el año 1597. En el año 1693, ya se cita un breviario de la parroquia de N uñom oral, al que se le atribuyen más de 400 años de existen cia. E n tre 1641 y 1693, se fundaron ayudas de parroquias en C asares, las M estas, C abezo y Ladrillar. En 1660, la mar quesa de V illafranca, a sus expensas, edificó la parroquia de O vejuela. En 1680, don Juan Porras Atienza, el gran obispo hurdano, natural de A ceb o y obispo de C oria, con stru yó, al par que cam inos y puentes, las parroquias de C am bron cino, M artin eb rón y V egas de C oria. Q uiero hacer con star que la labor de este obispo ha sido tan magnífica que, en la parte que pudiéram os llamar de com unicación, existen aún dos puentes que sirven de asiento a la carretera de la A lberca a Plasencia, uno sobre el río Ladrillar y otro sobre el río de Vegas de C oria, y sobre los que, debido a la fortaleza de su con stru cción y a la magnífica form a en que están realizados, se sustenta hoy el tránsito de cam iones que llevan 12 y 14 t o neladas. En época más reciente, ya hem os hecho notar la actua ción de los obispos de la diócesis. N o quiero decir nada, te niendo aquí al excelentísim o señor obispo de la diócesis, del cual tod os los hurdanos— y yo entre ellos me considero uno m ás— , esperam os con fe y con esperanza la actuación que por su amabilidad, por su sacerdocio y, especialm ente por el cargo que ocupa, viene obligado a realizar. La iglesia de las M estas era la que daba m ayor carácter a las Hurdes: de constru cción primitiva, tejado de pizarra, m u ro s de piedra al d escu bierto, rodeada por 12 m agníficos ci-
preses, que eran una gloria y un en can to, que servían de guía a tod os los cam inantes, que cuando atalayaban la parte alta de las M estas decían: «ya estam os en las M estas, ya la esta m os viendo». Eran com o un faro, com o un guía que animaba a los que m archaban por los cam inos. E sto s d o ce cipreses, desgraciadam ente, no existen. El año 1941, el vendaval que sufrió Santander y que se extendió a tod a la península, hizo caer el ciprés m ayor sobre la iglesia, partiéndola por la mitad. Se recon stru yó la iglesia y el m aestro de o b ra s—D ios lo perdone— no en con tró m ejor manera de defender la con s tru cción de la iglesia de futuras contingencias, que talar los 11 cipreses restantes. El ciprés tenía 700 años, con tad os por sus anillos.
La Esperanza de las H urdes Hemos llegado ya, o m ejor d ich o, llegamos ya quizá de un salto, al año 1907, a L a Esperanza de las Hurdes. Fué fundada por el obispo de Plasencia don Francisco Jarrín, secundado por el d o cto r Polo y Benito. Y o creo que no existirá ningún extrem eño que no haya oído hablar de la labor beneficiosa realizada por estos dos apóstoles. M erced a asistencias b en éficas, a delegaciones del G o bierno, b ajo el punto de vista hum anitario, pudieron realizar y em prender algunas obras que, si al principio parecieron que no iban a tener utilidad, luego han dem ostrado su ro tunda eficacia. C on stru yó algunas escuelas L a Esperanza de las Tíurdes en Ladrillar, V egas de C oria y la Sauceda. D o tó de practican tes, quizá rudim entarios pero al fin y al cab o practicantes, que, en un m om ento determ inado, podían dar una noción de la existencia de una enferm edad que pudieran tener los na turales del país. Sum inistró semillas a particulares para efectu ar rep obla ciones. Estas repoblaciones son magníficas y quedan aún muchos restos de ellas. Pueden citarse diversos lugares de las H urdes, y en Pinofranqueado un pinar h ech o por don Juan Pérez, uno de los secretarios de la región, y h oy día su explotación le ha producido un gran rendim iento y consid rabie cantidad de madera.
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Inició la constru cción de cam inos, aparentem ente sin ila ción y, en verdad, que cuando n osotros llegamos allí en el año 23 nos encontram os con varios que había con stru id o: el d e M estas y C a b ez o , con la particularidad que al atravesar el río Batuecas dejó fundado los estrib o s para con stru ir un puente sobre el río, que quizá por la luz, de unos 8 m etros, le dió un p oco de tem or al m aestro encargado de realizarlo. E sto , que aparentem ente quedó abandonado, ha servido de base para que el Patrim onio Forestal del E stado haya co n s truido el cam ino desde las M estas a C abezo; y so bre esto s m achones, que perduraron in tacto s desde el año 13 hasta el año pasado, sin actuar nada so bre ellos, hem os hecho un puente de 8 m etros de luz y 11 m etros de altura sobre la ra sante. C on struyó o tro cam ino de la Portilla Alta a A rroyo Bujó n , unos 3 kilóm etros, en m edio de las H urdes, com p leta m ente abandonado, sin ligar con las obras de las M estas a C ab ezo , ni con o tro s trozos y que aparentem ente para nada servían. Pues estaba tan bien planeado, estudiado, adaptado al llamado «cam ino m orisco», que ha servido de base para con stru ir el cam ino forestal desde Ríomalo de A bajo a Pinofranqueado, aprovechando esos 3 kilóm etros, con ligeras m o dificaciones. C on stru yó tam bién el cam ino de C am inom orísco al puente del río de los Angeles. A quí ya no puedo estar co m pletam ente de acuerdo con la manera de verificarlo, porque en el descenso al puente del río de los Angeles, se hicieron lazos y revueltas, que dem ostraron la incom petencia de los con stru ctores que lo realiraron. Sin em bargo, aún pudo apro vecharse parte de ello. Aún con los vaivenes políticos que entonces existían en la región, se aprovechaba un m om ento determ inado, según el predom inio de uno u o tro municipio, para realizar el trabajo en una u otra parte. Al fin y a la postre, la labor realizada p u do ser aprovechada por el Real P atronato.
Labor de la D ip utación P ro vin cial N o podem os dejar de hablar de la actuación de la D ip u tación Provincial de C áceres, que en estos tiem pos y con e s casos m edios, con stru yó escuelas en O vejuela, H orcajo, Eras,
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las M estas y V egas de C oria. Seleccion ó hurdanos, los trajo a C áceres, les dió una ligera noción pedagógica, y luego los lanzó a que hiciesen una misión cultural dentro de la región. Yo quiero recordar aquí al m aestro de M estas, buen am i go mío, don Cipriano Gaspar: ya era muy viejo; siempre consciente de su deber. C om o único m edio de orientación horaria, poseía un reloj de sol, que orientaba fácilm ente por m edio de su brújula y determ inaba la hora exacta a la que debía entrar a dar sus clases. Atendía a sus obligaciones y llegó a conseguir que los hurdanos tuvieran una pequeña instrucción por lo m enos, com o él gráficam ente decía: «para dar cuenta a la familia cuando salgan al servicio*.
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De la Dictadura al Movimiento Nacional
Sea, pues, Vuestra Majestad el Brem ontier quien inicie y aliente esa obra reparadora que ha de ap ortar vida a 6.000 hurdanos condenados a m orir de ham bre, que ha de destruir la plaga de analfabetismo que allí im pera, y ha de con vertir en limpios y saneados albergues, las pocilgas en las que sin ventilación y sin higiene viven en la actualidad. P ara aportar mi humilde óvolo a tan noble em presa, he es crito estos apuntes que a Vuestra Majestad van dedicados. D ig naos aceptarlos, señor, que si la ofrenda es modesta, es muy grande el am or patrio que los ha inspirado. Señor, a los reales pies de Vuestra Majestad. Cáceres, m ayo de 1921.
ñ e a l Patronato de las H urdes. Llegamos al año 1921, en que se produce el prim er inten to , que afortunadam ente tuvo éx ito , y que partió de la capi tal de C áceres, para que la región de las H urdes se revalorizase.
S úplica a Su M a je s ta d el rey don Alfonso X U l E ste primer intento fué el siguiente; es una simple e x p o sición que me perm ito leer, com o recuerdo de un com pañe ro a quien es lógico que se le haga justicia: A Su Majestad el rey don Alfonso XIII: Señor; durante la pasada gu erra mundial habéis realizado la obra m ás hum ani taria, m ás grande y m ás herm osa que registra la historia. Con solando m uchas penas, poniendo término a incontables a n gustias, salvando innum erables vidas, lográsteis la gratitud de todos los pueblos. Volved ahora, señor, vuestra augusta m ira da a la región hurdana; a ese pedazo de tierra española que parece m aldita y condenada al olvido; otorgad vuestra protec ción a esos hermanos nuestros, que están hambrientos, según frase de Gabriel y Galán, de «¡Pan de trigo p ara el ham bre de sus cuerpos! ¡pan de ideas para el ham bre de sus almas!» Se trata de una obra de saneamiento m oral y m aterial, para llevar al tugurio hurdano alientos de nueva vida. Se pretende que desaparezca del m apa civilizado de España, esa m ancha llam ada las Hurdes. Se intenta transform ar esa m ísera región en próspera com arca, creando una gran riqueza por medio de la repoblación forestal.
Esta n oble actitud , en estrecha colaboración con el en~ ton ces obispo de C oria, don Pedro Segura, actualm ente c a r denal de Sevilla, fu é recogida y dió lugar a que se co n stitu yese el Real P atronato de las H urdes. Antes de constitu irse, en ju lio de 1922, Su M ajestad re a lizó a caballo el viaje a las H urdes. E n tró por la p arte de C asar de Palom ero y C am broncino y vino a p ern o ctar a V e gas de C oria. Al día siguiente, desde Vegas de C oria fu é a Fragosa, llegando por M artilandián, que es la parte más p o b re de las H urdes, saltando después a C asares, donde volvió a pernoctar, y al otro día desde C asares, por Ríom alo de A rriba, Ladrillar, C abezo y las M estas, fué a Batuecas, d o n de había de pernoctar y donde no pudo, porque las co n d i ciones higiénicas de la cam a que se le ofreció, eran infrahu . manas. Al día siguiente, en un ch arco del río Batuecas, que s e llama el «charco del rey», se purificó de las m olestias que había sufrido el día anterior. C onsecuencia de aquel viaje, fué la creación del Real P a tro n a to de las H urdes en 18 de ju lio de 1922. En 1923, se ordenó por el M inisterio de A gricultura al Ingeniero de M ontes don Eugenio G uallar, en aquel en ton ces Su b d irector de M ontes, que realizase la ubicación de las facto rías hurdanas: se fundó una en las M estas, con el nom b re de A lfonso XIII; otra en N uñom oral, con el nom bre de Jord án ; y otra en C am inom orisco, con el nom bre de F a c to ría de los Angeles. .... P osteriorm ente a esta visita, ya en el año 1923, el 15 d e m ayo, previa designación de o tro ingeniero, el que os habla 2
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y don Pedro Cerrada de González de Serralde, m uerto por D ios y por España en Guadalajara, llegamos a las Hurdes. N o puedo m enos de significarles, recien salidos de la E scu e la, con escasas prácticas científicas, el gran tem or que nos produjo el asomarnos al valle de las B atu ecas— entonces no había carretera— en un oscuro atardecer. Em pezam os a b a ja r y el único estím ulo que teníam os para la labor que se nos había encom endado eran aquellas frases de G abriel y Galán, pronunciadas ante Su M ajestad en el Congreso H urdanófilo, de Salam anca: Seíior: en tierrras hermanas de estas tierras castellanas, no viven vidas de humanos nuestros míseros hermanos de las montañas jurdanas.
E sto parece ser que nos animó. Un ánimo que fo rta le ci m os m erced al aliento que, pocos días después, nos dió o tro ingeniero de C áceres, don Andrés T o rn o s L afite, que efectu ó visita oficial para prom over la inclusión, en el C a tá logo de utilidad pública de la provincia de C áceres, de los m ontes de las H urdes.
Montes de las H urdes. Por R. O . de 8 de m arzo de 1924, se produjo la inclusión de estos m ontes y hoy en día en las Hurdes existen los siguien tes: m onte núm. 8, llamado «'Comunal del valle del Ríom alo», q u e com prende to d o el térm ino municipal de Ladrillar; mon te núm. 3, «D ehesa de Casares»; m onte núm. 8-A , «Sierras de N uñom oral>; m onte núm. 1-L , «Sierras de C am inom orisc o » , y , por últim o, el núm. 8-B, «Sierras de Pinofranqueado», con distintas extensiones que om ito en obsequio de la b re vedad.
Real Decreto de 1924. En 2 0 de m arzo de 1924, se d ictó un Real D ecreto , que por la im portancia que representa y por los m edios que se
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concedían entonces al Real P atronato de las H urdes, voy a leer, si bien sólo algunas de las disposiciones: Artículo 1.°—Pasarán a form ar parte del patrimonio del R eal Patronato de las Hurdes los terrenos de dominio público enclavados en aquella com arca que estén incluidos dentro de los límites de los 5 municipios de Cam inom orisco, Casares, L a drillar, Nuñomoral y Pinofranqueado. Las aguas públicas que discurran o emerjan en aquella zona. Respecto de estos bienes, corresponderán al R eal Patronato las facultades de ordenar aprovechamientos, procurando m ejorar en los servicios de r e población forestal y otorgar concesiones p ara el aprovecha miento particular, sin pérdida del dominio por parte del E sta do. Las cantidades que figuren en los presupuestos del Estado con destino a los servicios públicos en la región de las Hurdes, se pondrán a disposición del Real Patronato, en concepto de subvención o donativo, conforme al artículo 5.° del Real D ecre to de 18 de julio de 1922, con las exclusivas obligaciones a que se refieren los artículos 2.° y 9.° de dicha soberana disposición. Artículo 2.°—Conforme lo autorizado por el apartado f) del a r tículo 4.° del mencionado R eal Decreto, quedan establecidas con carácter permanente, a favor del R eal Patronato de las Hurdes, las siguientes Delegaciones.
C ita todas las delegaciones: delegación de Sanidad, d e legación de Instrucción Pública o del ministerio de Fo m en to , las facultades que corresponden a este departam ento, en cuanto a la constru cción de obras públicas y de cam inos f o restales, de repoblación de m ontes, de aprovecham ientos de éstos y de las aguas públicas. A esta disposición fué aplicado el presupuesto ex trao rd i nario de repoblación del conde de G uadalhorce, que dió el primer año 10 millones y de los cuales fueron destinados 3 .200.000 pesetas a las H urdes. Al term inar, a la llegada de la República, sólam ente se habían gastado dos millones, q u e dando un saldo de 1.200.000 pesetas.
La República Una vez proclamada la República, estim a ésta que lo que allí se ha hecho es poco y nos lo dice en esta form a: La lamentable incuria en que la adm inistración tuvo en otros tiempos las Hurdes, hasta haberlas dejado en una situ a ción de oprobio nacional, empezó a ser tímidamente rem ed ia da en los últimos años, mediante la institución de un P atron a
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to, que con personalidad jurídica autónoma y facultad delega da de los correspondientes m inisterios civiles, montó servicios sanitarios, farm acéuticos, docentes, de beneficencia, de repo blación forestal y revalorización del suelo, dotando además a la com arca de los m ás indispensables medios de com unica ción; servicios todos ellos establecidos com o consecuencia de lo dispuesto en los decretos de 18 de julio de 1922 y 20 de m a r zo de 1924. Se está en definitiva, por lo que se refiere a las úl tim as de las mencionadas disposiciones, ante uno de los casos previstos en el apartado d) del artículo 1.° del decreto de esta Presidencia, de 15 de abril último, y el Gobierno Provisional de la República debe no solamente recoger los aspectos positi vos de estos trabajos, manteniendo y fomentando su esencial dinamismo, sino tam bién im pulsar, m ejorar y potenciar tales servicios. Mas para la consecución de estos fines, urge la e s tructuración de un Patronato Nacional, que intensifique su acción sobre com arca tan necesitada mediante la m ás ámplia autonomía, compatible con las prescripciones y norm as gene rales que en el orden económico rigen p ara la hacienda del Estado. La transm isión de uno a otro modo de funcionamien to no puede hacerse sino por interm edio de una Comisión que, sustituyendo a la junta de consiliarios del Patronato, active sus propias funciones, intensificando su actuación y el desen volvimiento de sus benéficas intervenciones, Comisión que es tudie y proponga al Gobierno en breve plazo la organización m ás eficaz del Patronato, mediante el correspondiente regla mento que regule el funcionamiento de tan im portante obra social. Esta Comisión de carácter interm inisterial, debe estar constituida lógicam ente por los Directores Generales de los Servicios establecidos en las Hurdes, presidida por el Ministro de la Gobernación, y conservará con tal carácter las facultades delegadas de los distintos ministerios en lo que concierne al territorio tutelado para conseguir su actuación, unidad, coerencia y rapidez hasta ahora no logradas en la actuación conjunta que allí se realiza y que debe seguir realizándose con la m a y o r eficacia.
E sto a tod os los que habíam os tenido co n tacto o rela ción con las H urdes y en aquellos m om entos por voluntad propia habíam os dejado de perten ecer al P atronato N acional, b ajo un punto de vista de satisfacción y de cariño a la región, nos agradó, porque pensamos que se iba a acelerar tod o lo que allí se había realizado. Pero es que después vinieron las disposiciones de 23 de ju lio , de 23 de diciem bre, del 31, y 6 de feb rero del 34 y hasta una del 6 de mayo de 1936. Aquí podíam os decir lo que la fábula de Sam aniego «En esta dis p u ta...» N o se hizo nada. La actuación, com o ya diremos después, fué negativa.
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El M o n i m iento N acional En 22 de octu b re de 1936, se d ictó una O rden en virtud de la cual se decía: Atribuidas a este Gobierno General las funciones p ro pias de Beneficencia por la instrucción 7.a de las dictadas el 5 de octubre del corriente afío, y al objeto de que no sufran m e noscabo los im portantes centros benéficos del territorio de las Hurdes sometidos al Glorioso Movimiento Nacional, so declara provisionalmente disuelto el Patronato Nacional de las Hurdes, cuya jurisdicción y cometido pasará a depender de este Go bierno General. Por los Gobernadores de Cáceres y Salam anca se adoptarán las medidas pertinentes para rem itir a este Go bierno General cuanta documentación y antecedentes existan en sus respectivas provincias de esta institución benéflcosocial.
En noviem bre de 1941, el Patrim onio Forestal del Estado emprendió la regeneración de las Hurdes m ediante la revalo rización del suelo por la repoblación forestal. En la parte que pudiéramos llamar cronológica, legal o adm inistrativa, esta mos en el m om ento actual. Ahora vamos a hablar ya de la descripción de las Hurdes.
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Situación actual de las Hurdes
Por su situación adm inistrativa pertenece al partido ju d i cial de Hervás. E stá constitu id a por cinco térm inos m unici pales, que son, de n orte a sur, C asares, Ladrillar, N uñom oral, C am inom orisco y Pinofranqueado. La extensión de la re gión viene a ser aproxim adam ente unas 4 9.000 hectáreas, lo que representa en relación con la extensión total de la p ro vincia de C áceres un 1 por ciento de la misma. C on respecto a la inmensidad de esta provincia, parece que se diluye en cuestión de superficie la im portancia del problem a. Pero, sin em bargo, la labor realizada, dada la gran extensión que son cerca de 500 kms. cuadrados, es de estim ar y es de conside ración. Se encuentran las H urdes alojadas en lo que podem os llamar un arco de la cordillera C arpetovetón ica, es decir, que la sierra de G red os, al llegar a esta parte, hace una gran inclinación coronada por la sierra de la Peña de Francia y continúa desde allí por la sierra de G ata.
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vez que orográfica.- es la cordillera que parte del C o to rro de las Tiendas, pasa por la Bragada, A rrobuey, Arrom ulas, C o l gadizos y viene a m orir al río Alagón; es decir, es casi lo mismo que la división anteriorm ente anotada entre el dom i nio de la A lberca y el dominio de Granadilla. En la parte n orte tenem os dos valles: el valle de Ladrillar, que es un valle que pudiéram os llamar lineal, con stitu id o por Un solo brazo principal que es el río Ladrillar, al que afluyen el río Batuecas de la provincia de Salamanca y una serie de arroyos, el A rroyom ayor, el A rroculantra, el A rroyo del Cid, la Jam b reja, el Arrofugaz y otros varios; y luego el valle principal, el de más extensión, que es el valle hurdano, tiene com o eje principal el río de su nom bre, pero este río al lle gar a N uñom oral se divide en dos partes, es decir, que fo r ma una Y: uno el río Casares, que sube a buscar la capital del térm ino de su nom bre; y otro el río de Fragosa, donde está el G aseo, Fragosa y M artilandrán, las alquerías más nom bradas por su pobreza en la región. La parte sur es el valle del rio de los Angeles, pero no es la totalidad del mismo; a partir de Pinofranqueado, es sola mente una ladera del valle; en la margen izquierda y en la cual está Pinofranqueado, tenem os el rio Alavea, los ríos C am brón y C am broncino, el río de M esa Santa, ríos de b as tante profundidad. A partir de Pinofranqueado, el valle de los Angeles hace una Y. Ya en esta Y está tod o com prendido dentro de las H ur des: ambas márgenes de Pinofranqueado hasta la O vejuela y hasta su nacim iento en el con ven to del rio de los Angeles, convento que, com o dijim os, fué la semilla que depositó pa ra su fundación San Francisco de Asís; y la otra rama de la Y, el valle Esparabán que sube hasta el pinar del H orcajo y que luego tiene com o afluentes el río Avellanar, rio de H or cajo, de las Erías... es decir, una orografía sum am ente com plicada y de difícil descripción.
O ro g rafía de ¡as H urdes Su orografía es b astante com pleja, por el entrecruzam iento que hay de valles. Para m ejor entenderla, voy a simplifi car su parte descriptiva, dividiéndola en dos partes, refirién dom e luego a cada uno de los valles. C asi lo que podríam os llamar el eje principal de las H ur des está constitu id o por una divisoria, administrativa a la
Estado geológico de las H urdes El estada geológico de las Hurdes es de una com posición análoga a casi toda la provincia de C áceres y gran parte de Badajoz; pertenece al sistem a cam briano. E stá form ado por pizarra y en su aspecto vegetativo exterior es de lom o re
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dondeado con b rezo y jaras, y su suelo vegetal quizás no llegue más allá de 8 a 10 centím etros de profundidad; esto se com prueba prácticam ente cuando, al hacer carbón de b rez o , se arrancan las m ayores cepas. N o ob stan te, por e s ta r fundam entado sobre pizarras, fácilm ente disgregables, los pinos meten sus raíces en tre las rocas y las disgregan, y así encuentran el sustento y asiento que necesitan. El clima no es extrem ado: en verano no alcanza tempera-/ turas elevadas. En nuestra Estación M eteorológica, que llev^ escasam ente dos años de funcionam iento en Vegas de Coria^ en nuestra casa foresta!, hem os alcanzado la tem peratura máxima de 37 grados (entiéndase a un m etro cincuenta soib re el suelo y en garita, con todas las garantías de ob serv a ción m eteorológica) y unas dos décimas bajo 0. Máximas y mínimas absolutas. En la primavera se presenta un pequeño periodo de llu vias, luego viene el verano seco, salvo alguna que otra to r m enta, y después se presenta o tro período de lluvias en o t o ño. E sto es lo que llueve: nuestros datos pluviom étricos son muy escasos y nos impiden fundam entar una cifra e x a ctí; únicam ente podem os asegurar que pasa de los 7 0 0 milíme tro s anuales y es posible que lleguemos aún a los 800 o a los 900. El invierno es tem plado y raram ente nieva.
Kégimen de ios ríos E l régimen de los ríos, por sus grandes pendientes, es de régimen torrencial; debido a la naturaleza del suelo y a la com pacidad que le suministra la vegetación, produce en ge neral pocos arrastres. Tenem os en cam bio, por ejem plo; el río H urdano, que en el térm ino de C asares, en la dehesa Boyal, com pletam ente sin m atorral de ninguna clase, c o n duciendo una gran cantidad de arrastres que se depositan ge neralm ente cuando el río ha perdido la pendiente. Cuando se ensancha, el cauce divaga y tenem os grandes depósitos en Rubiacos. Aguas abajo de Vegas de C oria, estos arrastres irán a parar al pantano de G abriel y Galán. La D irección General del Patrim onio Forestal del Estado, de acuerdo con el ministerio de O bras Públicas, encargó a nuestro Servicio de la repoblación de la cuenca del pantano de G abriel y Galán, y de con ten er y corregir estos posibles
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arrastres que algún día llegarían a terrar por com p leto el va so del pantano. E sto s arrastres, si bien producen daños, por otra parte ofrecen ventajas, y es que en los m eandros van depositando prim ero los m ateriales sólidos y después sobre ellos, cuando el agua ha perdido velocidad, el material más fino, depósito que llega a con stitu ir la única capa vegetal de los h uertos pegados a los ríos sobre los cuales cultivan ios naturales del país sus alim entos.
Estado fo re stal de las H urdes En el herbario nuestro tenem os recogidas más de 43 e s pecies. N o voy a hacer mención de ellas, únicam ente puedo citar com o más corrientes, el torv isco , el cantueso, el to m i llo salsero, rosal, zarza, ciruelo, peral, manzano, cerezo, jara, jaricep a, chaguarzo blan co, m adroño, b rezo colorado (éste es el que en la explotación de la cepa da lugar a hacer las pipas para fum ar, las que vulgarm ente se denominan cach im bas) m ogueriza, lentisco, olivo, carquexa, castaño, encina, alcornoque, quejigo, ciprés y enebro. La distribución es de gran m onotonía, dominando en grandes extensiones la íntima asociación de la jara, el brezo y el m adroño, entre los cuales se encuentra algún golpe de encina m ordido por el ganado y, en el valle de Ladrillar, al gún bosq u ete de alcornoques. Existen dos masas de pinares muy im portantes: una es el pinar del H orcajo, en el cual hay 1.000 hectáreas de masa au tócton a, es decir, de un pinar creado, y otra está en C am broncino, más pequeña, de 60 hectáreas. En la parte de la Zam brana, por bajo de las cuevas rupestres, una masa de en cinar de unas 500 hectáreas.
A g ric u ltu ra La agricultura es un caso notable. D ecía el ilustre conde de Gasperín, ilustre agrónom o, que es necesario sol - f agua, igual a felicidad. E sto es cierto , pero es necesario suelo tam bién, y en las Hurdes existe la necesidad de estos tres ele m entos. El sol no falta ni en verano ni en invierno. El agua
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escasea, hay que buscarla, la saben buscar; de aquí precisa m ente la gran im portancia y la gran herencia que los árabes dejaron a los hurdanos en la manera de efectu ar sus riegos. M erece citarse el ch orro de la M eancera, cerca de O veju ela, en donde existe una cola de caballo de 68 m etros de altura— la altura de la T elefón ica de M adrid— y una pared com pletam ente lisa; al lado de este escarpado, que puede te ner 6 0 ó 7 0 m etros de longitud, existen unos pequeños huer to s de castaños. U n os naturales del país, el año 1860, sintie ron la necesidad del riego para que esos castaños no se les perdiesen y derivaron a través de esa pared, sacando de la angostura de la cola, en el sitio donde saltaba el vertedero, un canal, para lo que tuvieron que estar colgados en un ces to de unas encinas. Hay que admirar, conociendo el lugar, la valentía de estos hom bres, que con gran desprecio a la vida pudieron llegar a realizar esta labor. S e llamaban estos v a lientes los herm anos Jo sé y Sim ón Sánchez C lem ente y M a nuel Dom ínguez. El riego lo efectúan generalm ente a manta. E xiste tam bién el aprovecham iento de carb on eo, el cual se realiza rozando una gran cantidad de terreno, descuajan do y quemando las cepas de b rez o , am ontonándolas y cu briéndolas de tierra para que la com bustión sea lenta y se produzca el carbón de b rez o . A nteriorm ente, era notable que para realizar una carga de uno o dos sacos, emplease un hom bre, una m ujer y un niño y un burro para portearlo, ca si jorn al y pico, y luego los llevasen a vender a M iranda del C astañar, la C epeda o Plasencia, invirtiendo casi dos días m ás, para que le diesen por los dos sacos 5 pesetas. H oy en día las ciencias adelantan y el carbón lo depositan al pie de la carretera y, m uchas veces, transitando por allí, más parece que estam os en M ieres que en las Hurdes. • H em os dicho antes que el sol y el agua no nos faltan, p e ro nos falta el suelo, y, para ten erlo, los hurdanos hacen m u ros de piedra en seco, que rellenan de la tierra que han pod i do encontrar, generalm ente a grandes distancias. Así co n sti tuyen una masa con un gran drenaje natural ab ajo, y com o el riego lo hacen a m anta, toda la sustancia ^fertilizante des aparece. Es adm irable la labor de estos pobres hurdanos que, buscando un medio de sustentación, hacen y obtienen poco rendim iento, com o consecuencia de la naturaleza de los h uertos. El abono lo recogen de sus ganados y no sólo de ellos, sino recorriendo cam inos, buscando tod os los ex cre m entos de las caballerías que pueden encontrar, y no es ex
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traño ver a los hurdanitos provistos de cestas, haciendo es tas búsquedas y penosas operaciones.
Vías de com unicación La vía de com unicación principal, antiguam ente, era el llamado «cam ino m orisco», que hoy en día coincide e x a cta mente con la carretera de Plasencia a la Alberca. Se adentra ba por la parte de Ríomalo de A bajo y luego se bifurcaba por los valles, introduciéndose hasta la parte más interna de las Hurdes: una dirección, siguiendo a N uñom oral, dividién dose allí pata dirigirse a C asares y a Fragosa; otra, siguiendo toda la parte de Ladrillar hasta Ríomalo de Arriba; otra, a A rrolobos y A rrofranco; y luego, desde Pinofranqueado al H orcajo y a las Herías y O vejuela, siguiendo, com o es n atu ral, las líneas del Valle. Las líneas ferroviarias que rodean la región son dos, un poco distantes ambas: una situada en el n oroeste por Ciudad Rodrigo, y otra línea de Astorga a Plasencia. La estación más próxim a, la que sirve para la salida de los prod uctos y para sum inistro de materiales, es la de Casas del M onte.
La población y su vida E sto que voy a decir sobre la población y su vida, se re fiere al año 1923. N o pienso pintar con tintas som brías. Me refiero a la parte alta de las H urdes, a la que linda con sie rra de G ata, porque toda la parte inferior de Pinofranqueado a C am inom orisco, son pueblos extrem eños que hoy en día afortunadam ente están dotad os de grandes adelantos, muchos de los cuales hem os de agradecer a la actuación de nuestro señor G obernador, que les ha dotado de vías de c o municación, hasta el punto de que tenem os coch e de línea a Pinofranqueado, lo que en los primeros tiem pos de 1923 considerábam os una utopía. Los hurdanos viven mal, tan to por la naturaleza de los terrenos com o por su miseria. La naturaleza no les da más que piedra, piedra para poder hacer muros en seco, lajas para poder hacer con su pizarra sus tejad os; pero no tienen dinenero, no lo tenían en el año 1923 para hacer con cal estos m u
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ros y h acer casas que tuviesen las mínimas condiciones de habitabilidad. Las casas no tienen más ventilación que la puerta de entrada con una sola o dos habitaciones, en las que hacen vida en com ún tod os ellos. Su vida ha sido triste, yo he convivido m ucho con ellos, los he sentido y los he visto, y por eso, en h onor a la verdad, lo quiero hacer con star aquí. N acen, desde pequeños son cargados enseguida con sus herm anitos para llevarlos a cu es tas cuando apenas pueden ellos mismos andar. Han carecido hasta hace poco de la instrucción primaria más elem ental, que les pudiera abrir un poco más los ojo s y dar lugar a que pen sasen en el fu tu ro, en una m ejor vida. Mal alim entados, tris tes, mal atendidos sanitariam ente y , por últim o, al llegar la m uerte, les espera a to d o s —aunque hablo del año 1923, en el año actual sucede lo mismo— la llamada caja de ánimas, una caja com unal para tod os los naturales de la localidad, que sirve para tod os los entierros. Es lastim oso, pero es la verdad. N o quiero continuar en esta descripción, porque es penosa y triste.
E l lenguaje T en g o aquí unas notas suministradas por el gran cated rá tico don Dám aso Alonso, del Instituto de Investigaciones C ientíficas, dedicado al estudio filológico, y nos dice que el lenguaje es una derivación del dialecto del antiguo reino de León, que tiene una gran arbitrariedad en el uso de sufijos, que son frecu entes los arcaísm os y que aspiran la s, la j y la h, que convierten la e y la o finales en i y en u, y que actual m ente tienen en preparación un diccionario en el cual han recogido, com o cosa curiosa, mil quinientas palabras de! len guaje hurdano. N o puedo decirles más porque es una nota suministrada a última hora. Y o quizás tenga tanta curiosidad com o tod os por co n o cer el referido diccionario.
Trabajos fo restales del lie a l P atro n ato de la s H urdes D urante el periodo transcurrido desde el año de 1923 a
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1931, la labor realizada por el Real P atronato de las Hurdes en el aspecto forestal, fué la siguiente: co n stru cció n , en pri m er lugar, del cam ino forestal de prim er orden desde R íomalo de A bajo hasta el limite sur de las H urdes con una longitud de unos 33 kms.; el cam ino forestal desde las M estas hasta la Vega del C anto y , por últim o, desde C am in om orisco al puente del río de los Angeles. En el año 1937 y en virtud de disposición de la Su perio ridad y Acta firmada por el Ingeniero Jefe de O bras Públicas Sr. N o cetti y el Ingeniero Je fe del D istrito Forestal don V icente Hernández, la carretera forestal principal pasó a d e pender de O bras Públicas. Expresam os n oso tro s aquí nues tra admiración y nuestra simpatía ante los com pañeros Inge nieros de C am inos, por el buen estado de conservación y t o das las deferencias que tienen con n o so tro s, en lo que se re fiere a com unicaciones. En la parte forestal se repoblaron 500 hectáreas, de las cuales fueron 250 en laderas de las M estas, otras 2 5 0 en la Portilla Alta, y unas 50 en la parte de Pinofranqueado. Estas hectáreas, de las que aún conservam os muestras m agníficas, demuestran desde el primer m om ento la im portancia de la repoblación y la facilidad de conseguirlo, pero querem os h a cer con star que en el período de la República, el hacha, el fuego, el pastoreo abusivo, dieron buena cuenta de ella y solam ente, com o hem os dicho antes, nos han quedado de esas 500 hectáreas unas 180 o 190 en condiciones de rep ro ducción. El m étodo de repoblación era el siguiente: se descepaban siguiendo curvas de nivel fajas y se hacía en ellas la siem bra, y se conservaban otras fajas interm edias sin descepar para que diesen abrigo a la plantilla y le suministrasen som bra en verano. E sto dió lugar a que la repoblación no tuviera el desarrollo adecuado.
Trab ajo s del P atrim o n io F o resta l del Estado Actualm ente se simplifica el m étodo de repoblación, e fec tuando una roza to ta l del m onte y después la división en fa jas siguiendo las curvas de nivel, dejando solam ente las c e pas en las faja de con ten ción y descuajando en las interm e dias y en las cuales se siem bra. E sto ha dado lugar a que el
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crecim iento sea bastante más adelantado que en el periodo anterior de la República. N o ob stan te, esta faja de m onte de contención vuelve a b rotar y domina al pino hasta los seis o siete años, en que este pasa por encima del m atorral cuando tiene de 80 a 9 0 centím etros de altura. C on respecto al estado de espesura conseguido por las repoblaciones hem os hecho estudios sobre 175 parcelas dis tintas, que han dem ostrado el éxito de la repoblación, cuyos porm enores om ito por no alargar con exceso esta conferencia. De las obras com plem entarias realizadas por el Patrim o nio Forestal del E stad o, tenem os que citar el actual camino forestal de Pinofranqueado al H orcajo con 13 kilóm etros de longitud, el de M estas a Ladrillar con 7 kilóm etros y la cons trucción de casas forestales en las M estas, N uñom oral, C a sares,. Vegas de C oria, Pinofranqueado y H orcajo, en total ocho edificios. En el m om ento actual, las hectáreas repobladas a que se ha llegado en las Hurdes son 14.726, 4 áreas, 30 centiáreas, para no pecar de inexactos: en la «Sierra de Cam inom orisc o » , 4.1 7 2 ; en el m onte «Com unal del valle de Riom alo», 1.912; en el de «Sierra de N uñom oral», 3.804; en la «Dehesa de Casares», 278; y en la «Sierra de Pinofranqueado», 4.556. La semilla empleada ha alcanzado hasta ahora la cifra de 122 toneladas. Procede de A révalo, C oca, Valladolid, Alba cete, Navas, Segovia y O rense. El im porte total de lo gastado, teniendo en cuenta las 14.000 hectáreas, los 20 kilóm etros, y las seis casas foresta les, asciende, según balance de 31 de diciem bre de 1952, a 20.083.101 '79 pesetas. Esta es la lab or realizada en las Hurdes por el Patrim onio Forestal del E stado que le da amplios vuelos al C uerpo de Ingenieros de M ontes, al que tengo el honor de pertenecer, y en el rnóyor honor de la Patria y del C uerpo y con gran ca riño a la Región hurdana he consagrado, desde el año 22, to do mi esfuerzo y tod os mis desvelos.
Escuelas con struidas por el R eal P atro n a to de Las H u rd es Se construyeron escuelas en las M estas, C abezo, Ladri llar, Ríomalo de Arriba, y Ríom alo de A bajo. En la parte del
REPOBLACION FORESTAL EN LAS HURDES
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valle de C asares se edificaron en H uetre, C asares, en el A segur, en Rubiaco, en Aceitunilla y Vegas de C oria y tam bién en C am broncino, la H uerta y la Sauceda, estas tres del va lle de los Angeles. En total 13 escuelas, de las cuales había dos m odelos, uno llamado m odelo solar pendiente y o tro m odelo solar horizontal. El m odelo solar pendiente era de dos plantas, la planta inferior se asentaba en la ladera y no tenía nada más que un muro de crujía central y de él hacia la parte de afueia é ra la vivienda del m aestro. En la parte superior tenía las naves de clase. Para conseguir que en el mismo edificio se reuniese la habitación del m aestro y la parte d ocen te, h ubo que dictar una disposición especial pa ra las Hurdes y para el valle de Arán, porque entonces e sta ba prohibido que pudiese residir el m aestro en el mismo lu gar que el local de escuela.
M e r ito r ia la b o r de A u x ilio Social Sería injusto si en este m om ento, al term inar, no dedicáse mos aunque fuese sólo dos palabras al G rupo de Auxilio S o cial de N uñom oral. Es la obra más m agnífica, más m erito ria, de más simpatía y más acogedora que el Régimen actual ha realizado en las Hurdes. Yo quiero hacer con star aquí an te el Excin o. Sr. G obernad or de la provincia y primeras autoridades, la em oción que produce a to d o s los que lo visi tan y aún a mí mismo que tam bién lo realizo con frecuencia, el grado de cariño, el grado de adelanto, el aspecto de tod os los pequeños hurdanos que guiados por una mano experta y con gran cariño van creciendo para el día de mañana ser hom bres útiles a la Patria. Es de ju sticia hacerlo constar.
Restauración del Monasterio de Y usté
POR
J osé M a n a tí González Valcárcel (A rquitecto de Bellas A rtes)
El m onasterio de Yuste, tem a de esta conferencia, tiene tal significación en la historia española y cacereña, que sola mente puede ser com parado con Guadalupe. D e m odo se m ejante los dos m onasterios, ya con gran tradición en los siglos anteriores, cobran nueva im portancia y alcanzan su época de m ayor esplendor con la conquista de Am érica el prim ero y con la decisión del Em perador de elegirle com o su última m orada el segundo; y si Guadalupe puede con si derarse com o el tem plo de la Hispanidad, Yuste es exp onen te de nuestro imperio y de la época de máxima influencia e s pañola en Europa. El m onasterio tiene su origen en el traslado a la V era de los erm itaños Andrés de Plasencia y Juan de Robledillo, que abandonan su erm ita ju n to al puente de T ru jillo en Plasen cia, y por la donación de un vecino de C u acos, Sancho M ar tín, fundan la primera casa. Ya en 1409, se consolida el m onasterio y existe una carta de don Fernando de Antequera al señor de O rop esa, perm i tiendo la fundación del m onasterio de San Jerónim o a favor de Juan de Robledillo, Juan de Plasencia y Juan de T o led o . En 1414, se une a G uadalupe, habiéndose obligado el s e ñor de O rop esa, don G arci Alvarez de T o le d o , a sustentar a la com unidad y edificándose a su costa la prim era iglesia y m onasterio. Siem pre b ajo el patronato de los sucesores de los condes de O rop esa, la iglesia y el m onasterio, del siglo X V , se reform an y amplían en el XV I con nuevas edificaciones, p ocos años antes de la llegada del Em perador. Su em plazam iento entre los bosques más agrestes de la V era y teniendo a sus pies las fértiles huertas de la com arca, domina desde su m irador, al abrigo de la serranía, los ricos valles del T iétar y T a jo , llegando la vista hasta las lejanas sie rras de la D eleitosa y los m ontes de T o le d o , parajes de los más bellos y amplios de España; pero al mismo tiem po aisla-
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do y ocu lto, al extrem o de apreciarse las fábricas del m onas terio solam ente al llegar a su muralla. La obsesión de abandonar la corte el césar C arlos im presiona aún más por coincidir con el m om ento máximo de su poderío; sigue luchando y es tem ido en las co rtes eu ro peas, y en Am érica se conquistan nuevas tierias b ajo su ense ña; en con traste, él se considera m uerto y elige a Yuste com o «reposadero imperial», en frase de Unam uno. E ntonces empieza la verdadera historia de Yuste y su nom bre se hace glorioso para la eternidad, no sólo por su historia y belleza, sino por ser el exponente máximo de un sentido español y m ístico de la m uerte, ejem plo vivo que nos lega un m onarca criado y educado en la suntuosidad de las cortes flam encas y que, al c o n ta cto del alma española, 1?. llegó a sentir tan hondam ente, que fo rjó la suya de m odo que ha de servir ya com o ejem plo en lo sucesivo. La com penetración del m onasterio y el Em perador llega al extrem o que, contem plando sus estancias, se percibe aún su presencia, por ser tan profunda la huella dejada en él por tan insigne figura. Por las descripciones de su viaje después d é la abdicación de Flandes, parece que la naturaleza quiso enm arcar de m o do grandioso a la com itiva, pues tras el rápido paso desde L ared o, por Burgos, a Valladolid para con ocer a su n ieto, el desgraciado príncipe C arlos, sufrió lluvias torrenciales duran te el viaje y aún se conserva su recuerdo en las casas del pin to resco pueblo de T ornavacas, cuyo puerto fu é pasado con grandes fatigas, conducido el Em perador, a veces, a hom bros de los labradores, que presenciaban con em oción y respeto el paso de su c o rto séquito. N ada detiene al Em perador en su pro yecto , y al igual que tantas veces viajó por tierra y cru zó los mares por m otivos de guerras o de gobierno, aho ra, enferm o y ach acoso, sigue im perturbable, en medio del tem poral, su últim o viaje. C om o aún no han sido term inadas sus habitaciones del palacio y no son de su gusto las dependencias provisionales entre claustros, ha de esperar en el castillo de Jarandilla, don de es huésped del conde de O ropesa, y en él recibe visitas com o las de su amigo y antiguo cortesan o el santo Francisco de Borja, que a su vez ha trocad o las galas de la co rte por el humilde h ábito de la milicia de San Ignacio. La casa-palacio, edificada a sem ejanza de la natal en G an te, siguiendo sus instru cciones y planos enviados al general
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de los jerónim os, es com o un recuerdo amable de su alegre infancia ju n to con la austera decisión del retiro. Q uijada, su secretario y confidente, trata aún de disuadirle, com o igual mente el d o cto r M athys y su hermana la reina María. Por fin, en una humilde silla de manos y por el antiguo cam ino de herradura, se traslada al m onasterio. C on la m a jestu osid ad de un tron o, la silla es llevada por sus últim os servidores, entre ellos Q uijada, el d o cto r M athys, Juanelo Tu rriano y su co rte de b arbero, repostero y servidores de casa y b o ca, para los que ha cedido la com unidad locales del segundo clau stro, ju n to al palacio. En un sencillo hum illadero, conservado aún, espera la com unidad con su superior al frente, tem eroso y orgulloso al mismo tiem po de la elección del Em perador, que trae a! m onasterio, aun sin quererlo, el sentido del Renacim iento y dará al ascetism o del m onasterio un gusto suntuario y c o r te sano. N o pasará m ucho tiem po sin que las brom as de Ju a n e lo Tu rrian o, con sus diabólicos ju guetes construidos par? distracción del Em perador, escandalice a los frailes y, sin em bargo, todas las tentaciones que aún le siguen llegando del mundo y del poder y el sentido de la responsabilidad del gobernante, quedan anulados ante su decisión de pre sentar al Señor sus cuentas ordenadas antes de abandonar el m undo. A Yuste llegan noticias de las cam pañas de Italia y Países Bajos, la batalla de San Q uintín, el envío de tesoros descu biertos en las tierras del N uevo M undo, y él, com o ejem plo de humildad y no com o signo de locura, según se ha querido decir m alintencionadam ente, ordena a los frailes una misa de difuntos por la salvación de su alma. N o falta la ternura en esta última etapa de su vida y fu e ron sin duda el m ayor recreo de su estancia en Yuste, las vi sitas de un jov en pupilo de la m ujer de Q uijada, gallardo m ozo de once años que vivía en la casa de Q uijada en C ua cos, aún conservada, y que con el tiem po llegaría a ser el gran capitán de la cristiandad, don Juan de Austria.
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El monasterio
C erca del hum illadero y en un ángulo de la muralla, exis te el escudo imperial m andado labrar por Felipe II, cuya sen cilla inscripción dice así: EN ESTA SANTA CASA DE S. HIERO NIMO DE YUSTE SE RETIRO A ACAÜAR SU VIDA E L Q. TODA LA GASTO EN DE FENSA DE LA F E y EN CONSERVACION DE LA JU STICIA CARLOS QUINTO EMPERADOR R EY DE LAS ES PAÑAS CRISTIA N ISIM O INVICTISSIMO MURIO A 21 DE SETIEM BRE DE 1558
Siguiendo la pequeña cuesta del actual cam ino, se llega a la puerta ju n to a donde estuvo el roble en el que es fama gustaba descansar el Em perador. D e fren te, la puerta de la portería, reconstruida, y, lateralm ente, el ingreso al palacio e iglesia con su com pás flanqueado por altos eucaliptos. La parte conventual está al norte de la iglesia con los dos claus tro s; el prim ero g ó tico , correspondiente al antiguo con ven to del siglo X V , con fachada de curiosos y antiguos revocos de rom bos, donde aún se conservan escudos de los M anueles y Alvarez de T o led o y m agníficas rejerías con escudos de San Jeró n im o . Al fon d o, transversalm ente, un arco y pasadizo de ingreso a la denom inada casa del obispo, antigua hospedería y otras dependencias. T ien e este cuerpo dos plantas, la infe rior de dependencias conventuales y la superior de celdas, con galería al clau stro; éste, de doble arquería en granito, es de gran sobriedad, conservándose, ya restaurado, con su
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fuente central, y fué dedicado a noviciado al construirse el nuevo m onasterio. Entre los dos claustros y la crujía interm edia, fué donde el general de los jerónim os, Padre O rtega, m odificó el dorm i torio de novicios, dividiéndole en tres piezas, para que fuera utilizado provisionalm ente por el Em perador, siempre si guiendo sus instrucciones, de form a que desde la cámara se pudiera ver el altar de la sala y el m ayor de la iglesia. (1) En la planta baja de esta crujía están situadas las sacris tías y el paso a la iglesia, habiendo aparecido durante las obras unas curiosas conchas de ladrillos, ya restauradas. El segundo clau stro, cen tro del nuevo m onasterio, es de nayor m onum entalidad y estilo plateresco. La planta es reci angular, con o ch o huecos de arquería en sus alas m ayores i orrespondientes al norte y sur y de siete en las otras dos, 1on preciosas puertas de ingreso al jardín, que tuvo una fuene central parecida a la del palacio. Las arquerías de medio >unto están finamente m olduradas, teniendo dos cuerpos de alerías con capiteles de gran belleza. So b re los capiteles, esudos de leones y capelos de San Jeró nim o, atributos de la asión y escudos de los Zúñiga, T o led o, Figueroa y G u zíán. En el ala norte, estuvo situado el refectorio, de grandes imensiones; en las restantes, celdas y pasos a la ermita de* elén; y en la de m ediodía, ju n to al ábside de la iglesia, una alería, de que luego se hablará por corresponder a la zona el convento cedida para dependencias del palacio. (1) En el Archivo de Simancas se conserva la traza del cuarte ú-ovisioBal.
La iglesia
Situada en dirección este-o este, adosada al clau stro en tn la zona conventual y el palacio, es ob ra del siglo X V , corres pondiendo, por ta n to , a la fundación de don G arci Alvarez de T o le d o . Es de grandes proporciones, con una única nave de 36,28 m etros de largo y 10,40 de luz; dividida en cu atro tr a m os, correspondiendo el primero al presbiterio con cabecera' * ochavada. La fábrica es de m am postería y sillarejo, cubrién-j dose los tram os con airosas bóvedas de crucería, de propor-/ ciones catedralicias. Los arcos form eros, de gran elevación/ apoyan en pilares con baqu eton es, capiteles y basas isabeli ñas, existiendo una im posta a la altura del arranque de laj bóvedas. El arco del presbiterio está finamente decorado ; conserva hornacinas para estatuas. El co ro alto, sobre bóveda muy rebajada, ya restaurads. está cu b ierto por una bóveda de crucería sem ejante a la d : los restantes tram os. D urante las obras se han descubierto unos arcosolios correspondientes a los enterram ientos de 1 familia Alvarez de T o le d o , p ro tectores del m onasterio, con servándose aún las laudas sepulcrales. El presbiterio, a seme jan za de tod as las iglesias de jerónim os, está muy elevado con las d oce gradas correspondientes a este tipo de iglesias habiendo sido reform ado para situar b ajo el altar la cript; donde estuvo sepultado el Em perador, según descripción de padre Sigüenza, ensanchando el altar m ayor hacia fuera, par; que d ebajo del mismo y a sus espaldas estuviera depositado el cuerpo, de form a que ni la custodia ni el altar estuvieser encim a. Al lado de la epístola, se ve la puerta que comunica con las habitaciones del Em perador. |
El palacio
Su traza tiene relación, según se dijo anteriorm ente, con la casa en que nació el Em perador en G ante; se conservan datos que hacen referencia al envío de planos e instrucciones al general de los jerónim os, entre las que figura la necesidad de que existiera una com unicación entre su dorm itorio y la iglesia, de form a que el altar m ayor se viera desde su dorm i torio , precedente éste com o tantos otros, de los que luego su hijo Felipe 11 reproducirá al construir el m onasterio del Escorial. Es tam bién interesante consignar que estas obras, dirigidas por el padre O rtega y fray M elchor de Pie de C o n cha, fueron tam bién vigiladas por fray Antonio de Villacastín, que tanta intervención hubo de tener más tarde en la obra del Escorial. T ien e dos plantas y una tercera bajo la cubierta, habien do m erecido los elogios del m onje anónimo de Yuste, que se maravillaba que en tan poco espacio hubiera tanta anchura y estuviera tan bien acom odado to d o , pues com o «Su M ajes tad era tan sabio y había visto tantas cosas, trazó en poco espacio mucha ob ra», constando de «och o piezas, todas de un tam año igual, cuatro altas para el invierno y cu atro bajas para el verano, con dos tránsitos por en medio que las divi den, con sus entradas y salidas para más luz y servicio de los aposentos», deduciéndose claram ente de esta descripción que la planta baja no fué dedicada nunca a servidum bre, com o se crey ó por error, aunque se usó muy p oco por no tener c o m unicación con la iglesia y considerarla Q uijada húmeda y triste para el Em perador.
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En !a planta principal, a la que se llega por una rampa ( i ) sobre bóvedas, construida para evitar la fatiga de subir es caleras a! Em perador, existe una gran plaza o terraza, prim e ro descubierta y que por orden del Em perador, en septiem bre de 1557, (2) se cubrió, según está actualm ente, con ricos artesonados, apoyados en esbeltas colum nas toscanas, sobre altos pedestales que cargan sobre las colum nas del cuerpo b ajo em bovedado, mandando poner una fu en te, con un ori ficio en la taza, para colocar el encañado, a fin de b eb er con com odidad, quedando abierto por los lados de mediodía y poniente con barandillas de hierro góticas, a m odo de jardín alto, con flores entre las pilastras, consiguiendo una estancia «más propia de una villa italiana o de un carm en granadino que de un m onasterio ocu lto en los repliegues de una sierra de Extrem adura», según lo d escribe Pedro A ntonio de Alarcón, en sus Viajes por España. So b re la terraza principal, existe una solana a la que se asciende por la escalera de subida al co ro . Aún se conserva la piedra labrada del cuadrante o reloj de sol que hiciera Juanelo Tu rrian o para la terraza. ' Ju n to a la rampa de subida y próxim o a la fuente, existe un poyo de piedra para poder m ontar a caballo con más co m odidad. Existen dos puertas, una pequeña de paso a la es calera del co ro , y la principal del palacio con guarnicionesde sillería; a su derecha, pintado al fresco , un escudo im pe rial y la inscripción siguiente: «Su Mag.'1 El Em per°r D. Carlos Quinto nro. Señor de este lugar estaua asentado quando le dió el mal a los treynta y uno de Agosto a las quatro de la tarde.—Fallesció a los Veinte y uno de setiembre a las dos y y media de la mañana. Año "del S.°r de 1558». (1) Fray Jo sé de Sigüenza, Historia de la Ordtn de San róuimo, di ce: «Vino a visitar a Su Majestad, desde Valladolid, Juan do Vega, presidente del Consejo Real (a quien solamente por la enferm edad de la gota se dió licencia para que entrase a caballo por la puente que llegaba a la pieza del aposento im perial)». (2) Carta de Quijada al secretario Vázquez, de 27 de septiembre de 1557: «Su Majestad quiere tom ar pasatiem po en hacer un jardín en lo alto, que es donde está un terrado, el cual quiere cubrir y traer una fuente en medio dél, y a la redonda por los lados hacer un jardín de naranjos y flores, y lo mismo quiere hacer en lo bajo».
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Traspasada la puerta, un amplio pasillo, iluminado por ventanales altos de vidriera em plom ada, dan paso a las habi taciones. La primera, a la derecha, fué sin duda la antesala para despachar audiencias, con bellas vistas sobre la terraza, a través de una ventana enrejada, y por los balcones del cu b o saliente sobre el jardín y estanque, donde es tradición, se paseaba el Em perador en una barquita y pescaba. Está la pieza com o las restantes cubierta con sobrio y fuerte artesonado y provista de amplia chimenea de granito. En esta pieza existía un dosel de terciopelo negro, bajo el cual se sentaba el Em perador para recibir audiencias; las pa redes estarían cubiertas de tapices y cuadros, y el m obiliario lo com ponían sillas de brazos, unas a la «española» y otras a «la flamenca», algunas plegables, com o los bancos; tam bién figura en el inventario una silla de caderas, donde se sentaba C arlos V . La siguiente pieza es la sala, con com unicación a la ante rior y al pasillo, con puertas de castaño, de m olduración a la española; tiene disposición análoga, con otro cu b o saliente y una galería de enlace a m odo de solana, con barandilla reco r tada sem ejante a la de la escalera del coro. En esta pieza, donde pasaba el Em perador la m ayor parte del día, tenía su b ib lio teca, guardada en un cofrecillo con gran núm ero de libros, cuya lista se conserva; en tre ellos, c o mo m uestra de su preocupación por las cosas de Am érica, fi guraban dos grandes libros con pinturas de la flora y curiosi dades de las Indias. El m obiliario se com ponía de un bargueño de ébano, d on de guardaba sus libros de memorias, papeles de E stad o , y en un cajón sus an teojos. Las escasas armas conservadas se guar daban en un aparador, principalmente las de caza, a la que era muy aficionado. U n pequeño banco servía para colocar los relojes, por lo m enos dos, obra de Juanelo Tu rrian o. Una mesa vestida y una silla de b razos era el lugar donde leía y escribía, envueltas sus piernas en pequeñas colchas de H o landa y apoyadas cuando le aquejaba la gota en una sillita de cuero. En esta pieza estuvieron sin duda los retrato» fa miliares y las cartas geográficas en las que seguía las cam pa ñas militares. Al fondo, está el cu arto de la estufa, con un paso abierto en el muro ju n to a la chimenea; en ella se m ontó la estufa de Q uijada, cedida ante la insistencia del Em perador, que sentía grandes fríos constantem ente. C on staba de estufa propia
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m ente dicha de hierro colado y cámara donde se conseguía una alta tem peratura; en ella debió estar durante los grandes fríos, pues se tienen datos de un encargo de mesita y tabla para los libros, en el año 1557. Por sus características se tu vo en tiem pos por la cocina. La primera pitza a la izquierda, llamada de don luán de Austria, estaba amueblada con tapices, cuadros, bancos y si llas, de acuerdo con su destino de antecám ara; sirve de paso, a través de una pequeña habitación, a la tribunilla del co ro y tiene una puerta de com unicación con la cámara. Esta habi tación, la principal de la casa, el dorm itorio del Em perador, tiene una abertura en esviaje, de form a que desde la cama se podía ver el attar m ayor, no faltando la chim enea y la puerta al pasillo; se ilumina con una ventana que se enrejó al co n s truir la galería adosada al palacio. Tenía antepuertas de paño negro, estando tapizadas las paredes de idéntico color, la cama con cielo de tela negra, y las cortinillas y goteras d ef mismo ton o; en verano, se colocaban bajo las cortinillas unos pabellones de sedilla de toca, a m odo de m osquiteros. Ju n to a la cama, la mesita con candelero y campanilla de plata, una banqueta para el reloj y la caja de madera con el vaso de plata, com pletaban, ju n to con varias sillas y sillitas de cuero, el m obiliario. En esta pieza estuvo el cuadro de la Trinidad y el Juicio (hoy en el M useo del Prado): en él figuran el Em perador y la Em peratriz presentados a la Santísim a Trinidad, con aire de triu n fo, m ostrando la confianza en la salvación de su alma, por los grandes servicios prestados al Señor. La planta baja, de parecida disposición, carece de chim e neas, excep to en la cámara del Em perador, dato este que confirm a su destino com o casa de verano. A fin de no carecer en esta época de altar ju n to a su cá mara, se mandó instalar un oratorio en la primera estancia; confirm a esta noticia la obra de ampliación del hueco alto de la terraza, para conseguir más luz, y la abertura pequeña de la planta baja. Esta planta baja se cubría con 25 tapices, que figuran en el inventario com o pertenecientes a sus estaacias, por lo que las pinturas debieron estar en la planta principal. Al fondo del palacio, existe un claustro abierto al jardín, donde se plantaron naranjos y lim oneros, colocándose una fuente; dom inando este jardín desde la galería adosada para el servicio del Em perador y enlace con los oficios y ermita de Belén.
Los aposentos de la pequeña co rte (parece ser que su nú m ero ascendía a unas sesenta personas) estaban adosados al claustro plateresco, correspondiendo al ala orientada al m e diodía los aposentos de b arbería, cám aras y el relo jero Ju a nelo, entre otros; en el ala del este, las oficinas, habiendo c e rrado las puertas al claustro de esta zona, cedido p or la c o munidad a fin de no m olestar a los frailes. Estaban aderezados para su destino y se adaptó el cap í tu lo para cava y otras piezas para botica y hospedería para el m édico, cerveceros y panaderos. La cocina, situada ju n to al ala este del claustro, tiene och o piezas altas y otras bajas, para lo que se m odificaron celdas de frailes. La chim enea estaba en la planta baja. T ien e sus fuentes ideadas por Juanelo com o igualmente son obra suya to d o s los arreglos para elevar el agua al mirador. Los jardines se arreglaron por orden del Em perador, con nuevas plantaciones de flores y árboles frutales arom áticos; b ajo el palacio existe un amplio estanque, en el que se refle ja su fachada y en el que se criaban tencas y truchas, que se gún tradición pescaba desde su barquita o desde el b alcon cillo entre los cu b o s; este estanque sirve, asimism o, para el riego de ios h uertos del convento, que siguiendo la costu m b re de los m onasterios españoles son a m odo de ampliación de los jardines; esta solución está repetida tam bién en el E s corial, con análoga disposición en el jardín de los frailes, es tanque y huertos bajos. D esde el clau stro plateresco, arranca entre el bosqu e un paseo con largos bancos de piedra para el uso de la com u nidad, enlazando con una amplia alameda en cuyo eje, c e rrando la perspectiva, está situada la ermita de Belén, bello rincón de m editación, en el que el Em perador evocaría las glorias de su vida pasada. Las caudalosas cascadas, que bajan desde las cum bres ca nalizadas, siguiendo las instrucciones de Juanelo Tu rrian o, que tanta práctica tenía de obras hidráulicas, surten de agua a las distintas dependencias, clau stros, jardín, estanque y huertos, habiéndose descubierto y reparado una ingeniosa obra de saneam iento e irrigación de los jardines del segundo clau stro, obra sin duda p osterior a su constru cción y que es de suponer fuera planeada por el au tor del fam osísim o arti ficio con el que se elevaban las aguas del T a jo a la Imperial Ciudad. Aún después del traslado de los restos de C arlos V al E s
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corial, e¡ m onasterio siguió recibiendo la p rotección de los m onarcas, llegando al año de 1809, en cuyo mes de agosto, un grupo de soldados franceses huidos, tras la derrota de T alavera, profanaron el tem plo y saquearon las estancias, alojándose hasta su incorporación al resto de las fuerzas del m ariscal V ícto r. U nos pocos soldados, com pletam ente em briagados, quedaron en el m onasterio, pereciendo a manos de los criados y colonos del convento. Al llegar en su busca una sección de caballería y enterarse de lo sucedido, pren dieron fuego al m onasterio, que sufrió una destrucción casi to tal, quedando desde entonces reducido el convento al pri m er claustro, recom puesto de mala manera y con graves m utilaciones. Expulsados los frailes, se puso en venta, adquiriéndolo el señor T arrius, quien a su vez lo sacó a subasta: intentó ad quirirlo N apoleón III, lo que m otivó la patriótica reacción de un grupo de títu los de C astilla, y en vista de la dilación en el acuerdo, uno de ellos, el m arqués de M irabel, lo adquirió en la cantidad de 400 .0 0 0 reales. A este insigne español se d ebe que entonces no desapareciera el m onasterio, habiendo tratado de evitar su ruina con obras, que el sucesivo aban d ono y el tiem po hicieron en parte ineficaces. H ace pocos años, sus descendientes, con generosidad que les honra, cedieron la propiedad del m onasterio, habiéndose en ton ces iniciado su restauración por la D irección General de Bellas A rtes, que me honró con el encargo de p ro y ectar la y dirigirla. Al com enzar los trabajos, sus estancias, utilizadas durante años com o secadero de ta b a co , entre otros usos, tenían los fo rjad o s de piso y artesonados hundidos o vencidos de m o do alarmante; las habitaciones útiles del palacio en la planta principal, las dos próximas a la terraza, eran ocupadas por el guarda y su familia, que usaban com o cocina las chimeneas de la antesala y antecámara. La planta baja, sin solados, era destinada a corral y cochiqueras. En los claustros, sem ienterrados hasta una altura de seis m etros, faltaban la casi totalidad de los muros de sus crujías, principalm ente en la zona entre claustros; el refectorio, cu b ierto de escom bros y maleza, habiéndose desarrollado entre las ruinas gran núm ero de árboles que oscilaban entre los diez y d oce m etros de altura. En la iglesia, las dos bóvedas del coro estaban totalm ente hundidas, los m uros abiertos y desplom ados y la cim entación
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de los con trafu ertes socavada por una corrien te de agua que los atravesaba, por estar cegados los desagües co rre sp o n dientes; el tram o siguiente al co ro , con los nervios d efo r m ados, amenazando ruina, y en el resto de las bóvedas gran número de dovelas desprendidas y la totalidad de sus lie n zos y pilastras revocados y enlucidos en un ton o azul vivo del peor gusto; la escalera del presbiterio so bre relleno de tierras, construida en piedra artificial y m odificada su traza por reform as posteriores. Después de realizar con la máxima urgencia los apeos y cim bras necesarias para evitar y contener las ruinas iniciadas, se procedió a la limpieza de los claustros, excavando entre las ruinas, siendo preciso rem over un gran volumen de tie rras; al mismo tiem po, era preciso realizar el trabajo con el cuidado necesario de seleccionar cuantos elem entos habían de ser útiles para la restauración, tales com o fustes, capiteles, escudos, antepechos, fuentes y arquerías; algunas piedras h u bo que sacarlas entre las raíces de los corpu lentos árboles que las aprisionaban y otras fueron rescatadas de edificacio nes próximas en que habían sido aprovechadas, sustituyén dolas por elem entos de nueva labra. C om o se carecía de c a rretera y sólo existía el cam ino de herradura antiguo, el tras lado de tod os los m ateriales tuvo que hacerse a lom o de ca ballerías. Se han levantado ya los m uros del claustro del noviciado, en uno de los cuales aparecieron curiosas exedras de conchas de ladrillo, tam bién restauradas; en esta crujía es donde el p a dre O rtega preparó al Em perador las salas provisionales. Se colocaron los forjad o s de piso en las celdas y están to ta l m ente m ontados los dos cuerpos de arquerías, para lo que fué preciso labrar gran número de piezas y la totalidad de las dovelas de! piso alto, que habían desaparecido. Se com p leta ron las obras con la colocación de antepechos, enlosado y fuente central. En la iglesia, cuyo com pás de ingreso estaba cu b ierto de escom bros y maleza, hasta el extrem o de no verse la p o rta da, se limpió totalm en te, levantando en una línea de unos veinte m etros el alto muro de m anipostería que marca la clausura. En el interior, se limpiaron la totalidad de sus lien zos y bóvedas, para lo que fué preciso emplear herram ienta p or la dificultad de desprender las sucesivas capas de encala do. Las bóvedas de los distintos tram os se consolidaron, c o locando las dovelas y claves que faltaban una vez m ontados
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los andamios y cim bras precisos. Los m uros y contrafuertes se recalzaron en su cim entación socabada, estando tam bién ya term inados los dos tram os de la bóveda baja del co ro en sillería de granito, el forjad o de pisos con los atirantados de consolidación en los m uros desplom ados y actualm ente se está m ontando la bóveda alta, labrada casi totalm ente de nuevo, ya que por la gran altura de la misma, al caer se rom pieron la totalidad de los nervios. Para estas obras ha si do preciso construir dos grandes cimbras en las que se han invertido más de 7 0 0 tablones. A fin de cum plir la disposición del Em perador, de que no fueran utilizadas sus habitaciones del palacio después de su m uerte y al mismo tiem po evitar la vergüenza de que fueran utilizadas com o vivienda del guarda, se con stru yó totalm en te nueva una guardería de m anipostería con esquinas y guar niciones de sillería, com pletando estas obras con la restaura ción de las tres puertas de ingreso al palacio, convento y portería, incluidas las colum nas de granito y los porches c o rrespondientes. En el palacio, se desm ontó la cubierta totalm ente podri da, volviendo a colocarla con nuevas armaduras y reparando las limas de plom o y zinc. Se ha restaurado la totalidad de artesonados en castaño, algunos totalm ente nuevos, com o el de la antecám ara. H ubo n e c e s i d a d de picar los m uros de las dos plantas, en n egreci dos y encalados, enfoscando con m ortero de cal y arena, se gún estuvieron prim itivam ente. Se restauraron las arquerías y bóvedas del piso b ajo , la terraza y las galerías entre cu bos y escalera, incluso colocand o las piezas de cerám ica de T alavera que tuvieron en sus tabicas. Igualmente se han colocad o sobre las soleras necesarias los enlosados y pavim entos de baldosa en la totalidad de las estancias y terraza. E n tre las obras más interesantes realizadas, por la curiosi dad del sistem a de fraileros independientes para graduar la luz, figuran los ventanales del palacio, que se encristalaron con vidrieras emplomadas, siendo preciso fabricar vidrio es pecial en la mufla, a fin de conseguir la calidad necesaria. E s ta obra de vidriería tam bién se ha realizado en los ventanales de los pasillos. Los antepechos de hierro forjad o y la rejería fué realizada en talleres toledanos, a semejanza de la obra prim iti v a. Se han com pletado estas obras con las de pintura, limpie
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za y restauración de chimeneas y arreglo de la fuente en la terraza. En el claustro abierto adosado al palacio, totalm ente en terrado y cu b ierto de arbolado, ha sido posible descu brir las dependencias que existieron para los oficios y el enlace de ellos con el palacio (en carta de fray Juan de O rtega al Em perador, le habla de esta galería al oriente del palacio, de m odo que Su M ajestad pueda ir a pie o a caballo, a la calle, erm ita de Belén y claustro y además para el servicio de la com ida). Tam bién se está restaurando la escaleta de caracol construida para la pieza de Luis Q uijada. Esta obra se ha p o dido com probar fué realizada en dos tiem pos, prim ero un pequeño p órtico em bovedado, y luego ampliado con una logia de dos plantas con arquerías de granito de medio pu n to. La inferior de sillería maciza, está ya m ontada. La altura de los escom bros en esta zona llegaba hasta diez m etros. Estas obras harán posible la exacta y fiel restauración del palacio con sus oficios agregados: de barbería a la que c o rrespondían los cuidados higiénicos del Em perador, la b o tica con el material de cirugía y farm acia, panadería cuyo sumiller era el encargado de disponer la mesa, cava instalada en el capítulo, en la que no faltaban los medios de enfriar los lí quidos por medio de salitre, salsería, cerería, pastelería con su horno, cervecería (la principal estaba en C u acos), m ante quería y guardamanjel o despensa, donde se conservaban los manjares enviados desde los puntos más lejanos del reino. Las cocheras tam bién se conservan en planta; en ellas se guardaban las dos literas que llevó a Yuste; la pequeña es la denominada de C arlos V, guardada en la Armería Real. A do sadas estaban las caballerizas. Los altares, retablos, sillerías de coro y aún libros y orna m entos se conservan dispersos, pero ya catalogados, en los pueblos de la com arca. Del mobiliario del palacio existen daios com pletos en los inventarios del Archivo de Sim ancas, gran núm ero de cu a dros están en el M useo del Prado y Palacio Real, entre ellos los retratos familiares y los de m otivos religiosos que acom pañaban siempre al Em perador en sus viajes. Los tapices y doseles, tam bién descritos m inuciosam ente, podrán ser sustituidos por copias o piezas auténticas sem e jan tes, com o igualmente las alfom bras de Alcaraz o las lla madas turquesas. El m obiliario ya fué descrito al reseñar las piezas del pa 4
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lacio. Las jo y a s y ropas tam bién figuran en el inventario de la almoneda y eran de gran magnificencia los toisones, cadenita con reliquia de la V era C ruz, que llevaba al pecho, y ios rosarios, no faltando los sellos de plata y oro con las armas imperiales. Puede considerarse que con las obras ya ultimadas, cuyo im porte asciende a la cantidad de 1.096.039'57 pesetas, in cluidas las de aislamiento y canalizaciones de las fuentes y otras com plem entarias de m enor im portancia, y las actu al m ente en curso, correspondientes a la última concesión, en trará la restauración del m onasterio, una vez vencida la parte más laboriosa y costosa, en su fase final, pudiendo restaurar con los datos acopiados las estancias del palacio y convento, con una fidelidad tal, que pueda constituir m otivo de orgu llo para una generación, que tras el olvido y abandono de las anteriores, ha conseguido salvar este m onum ento, uno de los más evocadores de nuestra Patria, que figura en tod os los li b ros de viajes españoles y extran jeros desde Ponz hasta Alarcón, siempre con el estigma de su abandono y ruina, gra cias a la iniciativa de la D irección de Bellas Artes y al estím u lo y apoyo decidido de la primera Autoridad provincial, a la que tanto debe esta región, que ha resurgido de un m odo extraordinario en estos últim as años y que no solam ente se ha reducido al caso de Y uste, sino de tod os los m onasterios, con ju ntos y m onum entos de la región.
incrementa de la riqueza ganadera extremeña
PO R
Domingo C arbonero llra u o D irecto r de! Instituto de Insem inación Artificial
Si de España se ha dicho con frecuencia que por su co n s titución geológica, por su posición geográfica y hasta por sus condiciones clim áticas norm ales, es un país em inentem ente ganadero, de Extrem adura puede decirse con mucha más ra zón que es casi exclusivam ente ganadera; y dentro de E x tre madura, C áceres, con un suelo tan superficial que apenas si aguanta la caricia del arado rom ano, es poco propicia para una agricultura, y m enos si ésta ha de ser intensiva; y fa v o rablem ente dispuesta, sin em bargo, para la producción de una flora herbácea que sustente un gran censo pecuario. Sus m ontes; los cantados encinares de nuestras églogas; los co rto s y hondos valles de nuestro terreno quebrado; las cañadas de nuestros regatos, que som eros se deslizan por lechos pizarrosos o areniscos, fundam ento basal de nuestra provincia; la húmeda brisa que del lejano O céano sube a contracorriente por nuestro rio T a jo , trayéndonos bonanza y tibieza para nuestras otoñadas tem pranas, para nuestros inviernos benignos o para nuestras primaveras exuberantes; la altura media en que sobre el nivel del mar estam os en cla vados; el puesto interm edio de nuestros paralelos entre la zona verde de la vertiente norteña española y la sem i-tropical de la costa que, am orosa, mira hacia el A frica... T o d o es te con ju nto de circunstancias, m ontes, tierras ligeras y fres cas, humedad, tem peratura m oderada en o to ñ o , invierno y primavera, realizan el prodigio de alim entar a una cabaña tan numerosa com o la que C áceres tiene actualm ente: 7 5.000 c a bezas de ganado vacuno; 9 5 0 .000 de ganado lanar; 225.000 de ganado cabrío; unas 135.000 de ganado porcino y unas 80.000 entre caballar, mular y asnal, constituyen el censo pecuario de nuestra provincia.
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El gan ada vacuno. En ganado vacuno, tenem os razas de trab ajo com o la blanca cacereña, la colorada extrem eña, hermana de la retin ta andaluza del Guadalquivir, y las agrupaciones llamadas se rrana y m orucha. Estas razas, de tipo prim itivo, viviendo a expensas casi exclusivam ente de lo que el suelo produce de manera espontánea, en un régimen de absoluta libertad, am ontarazadas, sin albergues ni piensos supletorios, no sola m ente rinden en su función de tra b ajo , sino que en ciertas agrupaciones se obtienen soberb io s rendim ientos de carne, que llegan a veces hasta el 57 por 100 a la canal. En realidad, tod os estos núcleos de ganado bovino que pueblan nuestras dehesas, dan más rendim iento en carne que en trabajo (pues si bien es cierto que algunas parejas son u n cidas al yugo secular, bien sea para abrir las entrañas de la tierra y hacerla así amable a la ternura de la siem bra, o para entroncarlas al pesado carro), la m ayor parte de ellos van al m atadero sin la huella de la coyunda en el p oten te testud, y sin que el torm en to de la ahijada haya puesto fuego sobre su piel y so bre sus nervios. Es sobrio, sí, nuestro ganado vacuno, com o es sobria to da nuestra tierra, que sabe vivir a veces, com o dijo el poeta, «del aire y la esperanza» y es «agradecida», com o decim os en térm inos cam peros, y pone kilos en cuanto brilla un p oco la hierba, y se pone lustrosa con una mediana rastrojera.
El ganado ovino El ganado ovino de C áceres perten ece tod o él a la raza merina, la que mi pobre verbo no puede cantar por haberlo hecho plumas tan preclaras en tod as las épocas, que si yo entonara loas en su honor, sin duda desafinara del concierto sublim e de las alabanzas. Pero sí hem os de decir, que si su renom bre ha decaído en el transcurso de los tiem pos, porque otras cabañas form adas a expensas de la sangre de nuestros lanares se impusieron en el m undo, hem os de decir, repito, que todavía poseen las ganaderías extrem eñas suficiente rai gam bre para volver a ser lo que fueron y aún superarlas, p orqu e en ellas queda la esencia, que, com o la madre de los
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buenos vinos, puede dar aroma y sabor a nuevas gen eracio nes. Son m uchas las cabañas cacereñas que tienen exclusiva mente ganado merino; les falta quizá uniform idad y le sobra, pongam os también cjuizá, abandono de sus dueños. Se man tiene firm e y tensa la tradición ganadera en nuestra provin cia, pero es posible que las explotaciones no hayan evolu cionado al com pás de los tiem pos y que queram os seguir pensando todavía que nos encontram os en el siglo X V I, en pleno apogeo de la M esta, cuando el paso de nuestros rebas señalaba horas de gloria y esplendor para la Patria, cuan• sin descanso, nuestros m erinos, en un ir y venir con stan te d¿ m onte a sierra y de sierra a m onte, iban fo rjan d o la finura de\sus lanas con la hierba siempre tierna y ju gosa que halla ban en las cañadas y cordeles, en su constante caminar. Kero ya la dulzaina pastoril y la poesía bucólica suenan en larápida vida del siglo XX a trasnochado entretenim iento de relatos de historias, al amor de hogares cam pestres. Ló mismo que la civilización, la ciencia y el progreso han tomaoo nuevas rutas, cam biando la calzada rom at.a por la carreara de asfalto, y el telar por la fábrica de tejid o s, y el candi! He aceite por el foco p oten te de la luz eléctrica; así también en el arte y en la ciencia de criar animales para uso del hombre, ha habido un avance al que, sin duda, no se ha incorporado el ganadero de nuestra tierra. A ferrado a la tra dición, borque en ella están los más fuertes valores espiritua les y morales, ha mirado con recelo tod o lo que no arranque de un ¿asado glorioso. «D ichosa edad y siglos dichosos aquéllos*, en que por conjuntarse todos los factores am bien tales y hista políticos y sociales en torn o al eje ganadero, es ta riquezl no precisaba del afinar econ óm ico que es signo de nuestros ttías. D esenvolviéndose a sus anchas, era tal su pu jan za y sil poten cia, que podía aguantar la sangría constante de la viruila y del carbun co que, cayendo de golpe com o som bra negra, agorera de m uerte y desolación, sobre nues tro s rebañas, hendían sus efectiv os con furia destru ctora.
El ganado ¡¡orcino C om o haciendo mimetismo con el tro n co gris obscu ro de la encina y a rojo ladrillo del alcornoque despojad o de su corteza, vivep y engordan en los m ontes extrem eñ os dos ra-
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zas de ganado porcino que, ju n to con el lanar, constituyen la base de la riqueza ganadera de la provincia. Los negros lampiños o entrepelados y los colorados, cruzados entre sí unos y o tro s en caprichosa desarmonía. Se ven tam bién pia ras por estos cam pos de D ios, en las que predominan en va riedad de to n o y colores, en m ezcolanza de form a y de tip o, tod a una gama que pregona bien a las claras incuria y aban dono. El ganado de cerda, con un ciclo de vida larguísimo (dos años para llegar a m atadero) vive tam bién en plena libertad, buscando las raíces que le apetecen, levantando con su «j¿ta» la tierra en busca de lom brices, de larvas y hasta de ver tebrad os que duerm en su sueño invernal b ajo la tierra y ,s o b re to d o , aprovechando esa inmensa riqueza del fru to de nuestros alcornocares y encinares. Som etidos a oscilaciones trem endas en su alim entación, acom pasado su número/y su peso a la abundancia de com ida, es la especie que ñor su proliflcidad sufre más variación en su censo. Su defensa e c o nóm ica está, com o en toda nuestra ganadería extensiva, en el núm ero. V iviendo com o puede en la época de eícasez, aprovecha la m om entánea abundancia de hierba, de rastroje ra o de m ontanera, para dar m ultiplicado con creces/lo que se les da, poniendo, con un co sto insignificante y en poco tiem po, un buen número de kilogram os, que nos demuestra la perfecta adaptación de nuestro ganado al medio/en que vive. I
El ganado cabrío El ganado cabrío ha sido, y lo sigue siendo, la «<in icien ta» de la ganadería, siempre un p oco olvidado, en /ucha con o tra gran riqueza nacional, el m onte, que se le hai :onsiderado, en cierta form a, com o animal dañino. Su alejam iento, no ya de las grandes urbes, siso hasta de los pueblos, la hace desconocida. Entroncada con/la serranía, dueña y señora de los espacios lum inosos de lis cum bres, ansiosa y avizorante de horizontes de nítida transparencia, contem pladora del paisaje agreste, del que p/rece form ar parte, m oteando de albura nuestras cum bres -/los ejemplares blancos— y m oviéndose casi ingrávidas, <:on reflejos de jaspes, las restantes. Pocos han entendido el valor que la cabi 'cjsupone para
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los humildes y sólo muy contados saben del enorm e rendi m iento que da este animal. Aprovecha lo que solamenle pu e den disputarle sus congéneres salvajes, el co rz o , el rebeco y el ciervo, pobladores furtivos de los m ontes. Se nutre de la pequeña m ata, solitaria en la grieta de una roca, de las ramas bajas del acebuche, que verá transform ado su am argor en blanca y m antecosa leche; del b ro te del espino, de los mil y mil recursos que la naturaleza esconde en su belleza para d e leite de los animales que, intrépidos y bravios com o la cabra, saben llegar hasta los risqueros quebrados por los difíciles cam inos de una arriesgada em presa casi deportiva. La carne, la leche y las pieles, éstas últim as aún más apre ciadas fuera que dentro de España, constituyen una p ro d u c ción económ ica tan im portante, que parece extraño no se haya prestado a esta especie más interés.
El ganado c a b a lla r El ganado caballar de C áceres, rom pedor de resistencias y hollador de tierras vírgenes en América, en cuyos lomos transportó figuras extrem eñas, tan arraigadas y presentes en el vivir de la raza hispana, cuyos nom bres son siempre en nuestras b ocas com o clarines de guerra, com o g rites de es peranzas insatisfechas, com o deseos de superación, com o alertas del espíritu..... E sto s caballos, que fueron adm iración, no del m undo, sino de los mundos, salieron de esta tierra, y su potencia y gallardía son las que alumbran todas las em presas que de aquí parten. N o im porta que sus ascendientes nacieran en las orillas del caudaloso Betis, para que aquí, en esta Extrem adura, hallen las condiciones suficientes para un desenvolvim iento p erfecto. Tam bién en nuestra provincia, com o en el resto de Espa ña, llegaron las modas e influencias que en el siglo XVI nos trajeron los germanos con sus grandes caballos de cabezas acarneradas, de form as am pulosas, m atroniles en su peso y su arrogancia, propios para las pesadas armaduras de los c a balleros de aquel siglo. Aquellas modas trajeron m escolanzas que aún hoy día se observan en la variedad de nuestros efectiv os caballares. V a riaciones en tipos múltiples, sin directrices fijas, han ido in trodu ciendo en nuestra cabaña equina sementales de varias
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razas que han venido a dar esta fisonom ía abigarrada a la ganadería caballar. Solam ente algunos ganaderos prestigiosos han conservado yeguadas particulaies que pueden ser la b a se de un resurgir uniform e de los equinos cacereños. A veces, cuando se camina despacio por los senderos de la provincia, cuando se visitan las pequeñas ferias y m erca dos de nuestros burgos, cuando buscando los aires puros de! cam po para delicia de nuestros pulmones y de nuestro espíritu, vamos por medio de nuestras dehesas, los ojos se admiran y la sensibilidad se exalta al contem plar la arrogan cia de un caballo de bella estam pa. No im portan ni los arreos ni el ginete, porque es tal la gallardía de la marcha de un ca ballo español, que su contem plación nos enerva en sensacio nes exquisitas. Así, en con ju nto, es nuestra ganadería de especies m ayo res, adaptada al terren o, viviendo unas veces con increíble parvedad, otras en una abundancia despilfarradora de hier bas y de fru to s, siempre mirando al cielo, esperando la llu via benéfica que, cuando tarda, aprieta com o un dogal las gargantas de los que esperan y cuando llega a tiem po trae con sus gotas suspiros de alivio y de alabanzas al Altísim o. E stá nuestra ganadería defendiéndose con su núm ero más que con su calidad, con grandes masas de rendim ientos medianos o francam ente m alos, con individualidades que son com o esa esencia que se dice se guarda en peque ños frascos por ser la más exquisita, esperando siem pre com o Lázaro la voz que le mande levantarse dicien do que tiene potencia y que hay medios para cen tu plicarla, deseando que b ro te incontenible esa política gana dera que haga el verdadero resurgir en nuestra provincia y en nuestra España de la riqueza que perm itió la conquista de un m undo; que tod a la historia habla de que los pueblos han sido grandes cuando su ganadería alcanzó el máximo esplen dor.
.Avicultura. D e las pequeñas industrias rurales, denominadas así más bien por el reducido tam año de los animales que las co n sti tuyen (aves, con ejos y abejas) que por el volumen eco n ó m i
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c o , a veces im portante, que constituyen sus explotaciones solam ente querem os enjuiciar las referentes a la avicultura y a la apicultura. En los últim os años se ha increm entado en la provincia de C áceres, com o en casi to d o el resto de España, la p rod u c ción avícola, gracias a un fa cto r económ ico bien explicable, pero a pesar de to d o , el número de aves dentro de lo que se ha dado en denom inar granjas, es muy reducido en relación con el diseminado por los gallineros rurales. E xp ortad ora la provincia de aves y de huevos, podría serlo en m ucha m ayor cantidad si se dedicara un mínimo de cuidado a las exp lota ciones. Para no desentonar con el resto de la ganadería provin cial, en las gallinas las razas y los colores constitu yen un cen tuplicado arco iris, com o no pudiera soñarlo para su paleta pintor alguno. Las m oteadas, las rojizas, las negras o las blan cas, o las de reflejos dorados, las de irisaciones m etálicas, las que em pezando p or el negro com o ala de cuervo terminan en blancura de gaviota, pasando por tod os los grises imagi nables del pizarra, azules o cobrizos. T o d a esta amalgama que pueblan las casas de cam po de nuestras dehesas, tod os los corrales de nuestros pueblos y hasta las calles y plazas de nuestras pequeñas u rbes, busca el sustento a fuerza de caminar en los próxim os sem brados, en los excrem en tos de las cuadras y, en el m ejor de los casos, en la época feliz de la recolección, en el torbellino am ontonado de las mieses en la era. Por habitación , los viejos aperos de labranza, unos palos o unos tron cos b ajo un co b ertizo cualquiera, en lucha con los paiásitos que las debilitan, y dando un elevado por centaje a las pestes y a los cóleras cuando estas epizootias se presentan. U nas pocas docenas de huevos al año es su rendi m iento, y esta puesta suele coincidir con la m ayor abundan cia de huevos en el m ercado; pero com o en esta form a pa rece que las gallinas no cuestan, siguen así sin cuidados y sin atenciones, com o si en vez de vivir en la era atóm ica, en la época en que se con oce la form a de producir centenares de huevos por gallina, en la época en que incluso se les alimenta de manera que los huevos sean, al mismo tiem po que alimen to , m edicam ento, estuviéram os en la época arcaica en que los hom bres salían a b u scar los huevos que encontraban en el nido del prim itivo «gallus bankiwa».
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A p ic u ltu ra En cuanto a las abejas, riqueza im portantísim a en la p ro vincia, que posee una flora espontánea y unas condiciones clim áticas especialm ente propicias para el desarrollo de esta industria, sigue explotándose com o hace milenios. Las colm enas de co rch o , en núm ero de 31.057, en rela ción con las m odernas movilistas 5.667, pregonan bien a las claras que la técnica ha hecho poca mella en el ánimo de nuestros viejos colm eneros. Bien es verdad, que las zonas ricas en flora-m elífera se hallan apartadas, que el tom illo, que el cantueso, el rom ero o la aulaga crecen en los linderos de nuestros m ontes ásperos, allí donde el hom bre, aislado un p oco en la naturaleza, tiene pocas ocasiones de adquirir nue4 vos conocim ientos renovadores. Esta riqueza de la provincia podía ser de una im portancia considerable si consiguiéram os eliminar el rutinarism o que convierte a las exquisitas mieles de nuestras zonas agrestes en un prod ucto impurificado por el polen, los restos de abejas m achacadas durante el co rte de los panales y en el estrujam iento de los mismos para extraer los de las celdillas. D e tres a cinco veces podría obtenerse más miel en nuestra provincia con la utilización de los siste mas apícolas que actualm ente se emplean en to d o el mundo civilizado.
Plan de mejora ganadera
Hem os esbozado así, entre nostálgicos por las cosas del terruño y críticos por naturaleza de la función, la actual si tuación de la ganadería de la provincia. Llam ados a dar so lución, a buscar rem edio que transform e lo que de malo tie ne y exalte lo que existe de bueno, hem os respondido al re querim iento que nuestro buen amigo, el E xcm o. Sr. G o b e r nador Civil de esta Provincia, don A ntonio Rueda y Sánchez M alo, nos hizo, para participar en este ciclo de conferencias, con tod o el entusiasm o de que som os capaces, en primer lugar, para no regatear el esfuerzo que nos pide la tierra que nos vió nacer, y en segundo lugar, com o agradecim iento al Sr. G obernad or que, al acordarse de mí, me ha honrado c o mo sólo saben hacerlo los que grande honra tienen. L o poco que yo pueda aportar a la gran empresa de en grandecim iento de nuestra provincia, os puedo asegurar que otras cualidades no tendrá, pero sí posee en grado sumo la muy im portante del amor. Y el amor es siempre fecundo cuando se dirige a exaltar los pilares fundam entales de la vida; la am istad, la familia y la patria grande o chica. T o d o plan de m ejora ganadera ha de ajustarse a dos pun to s inicialmente fundam entales: 1.°, conservación de los e fe c tivos existentes; 2.°, m ejora zootécn ica de los mismos.
Problemas sanitarios de la ganadería Es indudable que, previa a toda m ejora ganadera, debe
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con tarse con una sanidad lo más perfecta posible y sobre tod o con los m edios de lucha para evitar que una epizootia pueda dar al traste con la labor de m ejora de nuestras razas. Para esto hem os de distinguir varias agrupaciones de en fer medades de nuestros animales desde el punto de vista que pudiéram os llamar de lucha. En primer lugar, tenem os aquellas enferm edades sobre las que podem os actuar hasta lograr su com pleta eliminación del ganado de nuestra provincia; y en segundo lugar, aque llas otras contra las que hay que estar prevenidos, porque por su gran poder difusivo pueden llegarnos en cualquier m om ento desde otras zonas o regiones de la nación. E s, pu diéram os decir, empleando un símil guerrero, la eliminación del enemigo interior y la unión de todas las defensas para rechazar al invasor. D esde este punto de vista, podem os señalar en primer lugar el ejem plo de una enferm edad muy conocida de nues tros ganaderos de lanas hace algunos años y hoy totalm ente eliminada de nuestros rebaños , donde sólo de una manera esporádica surge alguna vez; nos referim os a la «viruela ovi na». E ste azote de nuestras cabañas, al que se pagaba un tri b u to elevadísim o, no sólo en bajas, sino en en carne y en lana de los animales que conseguían salir adelante, era, ju n to con el carbun co, la pesadilla de nuestros pastores de antaño. ¡Aquellas parideras destrozadas cuando la viruela hacia su aparición en los rebaños! Pues bien, bastó que hace unos años se dispusiera el tratam iento sistem ático con vacunas no contagíferas, para que la epizootia, batiéndose en retirada, pasara de la cifra de 200.000 casos declarados anualmente a 100 ó 200 de los últim os tiem pos. E sto que se ha conseguido con la «viruela» puede lograrse tam bién con otras enferm edades, algunas de las cuales se pre sentan con m ucha frecuencia en nuestra ganadería provincial; la «agalaxia» en el ganado lanar, el «carbunco» b acterid ian oy sintom ático y el «mal rojo» del cerdo,diezm an con demasiada frecuencia nuestras piaras y rebaños. O tro tan to podem os decir de las enferm edades parasitarias, la «distom atosis», las «verm inosis pulm onares», que cada día se presenta con más frecuencia, sobre tod o en el ganado lanar y vacuno joven. Esas corderas que enflaquecen a ojos vistas, sin que sirvan los buenos pastos ni las hierbas tiernas para saciarlas adelante; son esos ganados, sobre tod o de los años húm edos, que van quedándose flacos, tosen, arrojan abundantes deyecciones
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por la nariz y que, hoy uno y mañana o tro , van sem brando de esqueletos y de restos de pieles resecas los hondalizos de nuestros cam pos. Unam os a esta enferm edad parasitaria otras dos que, a pesar de los tiem pos que correm os y de las facilidades para su eliminación, todavía existen en nuestra ganadería; nos re ferim os a la «cenurosis», torn eo o m odorra, y a la sarna o roña que de vez en cuando, por una desidia incom prensible, hace desm erecer las excelentes cualidades de las lanas; en fer medades com o la «ascaridiosis» (gusanos intestinales) del cerd o que hace perder kilogram os y lo retrasa en su desarro llo e impide que los rendim ientos sean adecuados. O tra serie de enferm edades com o el «ab orto» y la «mami tis» en las vacas lecheras, la «estirilidad» en las yeguas y vacas, la «diarrea blanca», son, con las enferm edades anteriorm en te enunciadas, de posible eliminación en nuestra provincia. A fortunadam ente, la ciencia, con sus continuos progiesos, ha conseguido ya la preparación de tratam ientos contra todas estas enferm edades; pero no basta la acción aislada del ganadero cuidadoso que previene sus ganados contra estas enferm edades, es necesaria una acción conjunta que elimine por com pleto los fo co s de ¡as epizootias. Es necesario que todos los ganados que entren en terrenos que se saben son, por ejem plo, carbuncosos, hayan sido tratados previamente, a fin de que no se reproduzca la enferm edad y rápidam ente poderla eliminar en el transcurso de pocos años. Es preciso que se destruyan tod as las cabezas de las ovejas m uertas de «m odorra», que se saneen los lugares húm edos donde se al bergan los parásitos, que se traten los animales atacados de verminosis, que no se empleen vacunas vivas en las preven ciones del «mal rojo» del cerdo; que se diagnostique con ra pidez y se trate el ab o rto ; que ¡a esterilidad de las yeguas sea com batida por los medios m odernos de lucha; que los establos, las cuadras y las porquerizas tengan condiciones h i giénicas mínimas, que no sean basureros o estercoleros, en los que toda inmundicia tiene su asiento, donde los parásitos externos e internos hallan co b ijo en las mil y mil guaridas que el polvo y la suciedad les prestan. Es preciso, además, que hasta los más m odestos ganaderos llegue la voz de los nuevos conocim ientos en materia higiénica y sanitaria, p o r que, señores, cierto es que un núcleo elevado de ganaderos de nuestra provincia está al día en lo que se refiere a estos extrem o s, pero tam bién es verdad que la rutina y el deseo
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nocim iento en estas m aterias asientan sobre un se cto r d es graciadam ente dem asiado grande de nuestra población rural. E s preciso una educación del ganadero m odesto en este sen tid o; es necesario hacerle ver las ventajas que puede repor tarle a él la sanidad de sus ganados; hay que hacerle p artíci pe de la gran obra de saneam iento de la provincia, haciéndo le com prender que su falta de cooperación pueda ser la cau sa de la persistencia de una epizootia que acarree p erjuicios a toda la cabaña. H e aquí una gran labor para los In stitu tos Laborales. A las otras grandes afecciones, tales com o la «peste p o r cina», la ‘ glosopeda» y el «cólera» y la ‘ peste» de las galli nas, por sólo poner unos ejem plos, hem os de considerarlas com o el enemigo que viene de fuera. Aún cuando lográra m os arrancarlas de nuestra provincia, y aún de nuestra na ción, siempre debem os esperar su llegada a nuestros puertos o a nuestras fronteras, com o tantas y tantas veces se ha vis to a lo largo de la historia de estas epizootias. Así com o las otras enferm edades pueden llegar a ser eli minadas, éstas necesitan un plan general muy organizado, con tod os los resortes prontos para poder luchar con tra ellas, y para ello, principal y fundam entalm ente, lo prim ero que hay que enseñar a la población, al igual que en los casos de gue rra entre hum anos, es, que los vigías estén alertas y que seña len inm ediatam ente la presencia del enemigo. C uanto más p ronto se m arque la aparición de las naves m ortíferas, cuan to más tem prano se vea el brillar de las bayonetas, cuanto más incipiente recoja el oído el run-run del avión, tanto más pronto será la actuación de las am etralladoras o de los avio nes de caza propios, conteniendo la agresión. Del mismo m o d o, cuanto antes un ganadero, un veterinario, un alcalde, un español cualquiera, y en este caso un cacereño, pueda seña lar a las autoridades sanitarias la presencia de un animal en ferm o de uno de esos ejércitos m icroscópicos que se llaman virus o m icrobios que intentan azotarnos, tan to más rápida m ente y con más eficacia lucharem os contra ellos. Vendrá en seguida el aislam iento y el cerco , señalando a su alrededor un espacio de tierra quemada donde no haya animal de la espe cie que ataca, a los que pueda transm itirse, y un círculo de afiladas bayonetas en form a de jeringuillas esparcirán a su alrededor el fuego graneado de una vacunación eficaz y pron to , sitiado por las armas de la higiene, de la profilaxis o de los tratam ientos, vendrá a m orir la epizootia en el mismo
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punto en que puso pie en nuestro bien guardado territorio. Hay que llegar a proclam ar y a exigir la responsabilidad que causa a tercero aquél que, por desidia o por o tra razón cualquiera, haya callado u ocu ltado la presencia de una epi zoo tia. Q u e el peso de la ley caiga so bre él, co m o el peso de la ley cae tam bién so bre el que, siendo traidor a la Patria, no denuncia la presencia del enemigo. La nueva ley de epizootias, recientem ente aprobada en las C ortes españolas, que recoge las experiencias de higiene pecuaria de los últim os treinta años, es un te x to legislativo que puede hacer viable la gran obra del saneam iento ganade ro español.
Problemas de selección g an ad era La m ejora de la ganadería de nuestra provincia sólo pue de hacerse a base de las razas propias, porque en el tran s curso de los tiem pos han dem ostrado sus perfectas condi ciones de adaptabilidad a las características agrícolas y am bientales. Precisam ente por estas condiciones, es p o r lo que no puede pensarse en tener en C áceres animales de alta especialización. Es criterio b astante general en estas últim as décadas so s tener que la base de la ganadería de cualquier país debe hacerse, no so bre el número, sino aum entando los rendi m ientos por selección hasta límites extrem os. E ste criterio, a nuestro ju icio , y ya lo hem os expuesto en otras ocasiones, es sólo en cierto m odo aceptable, y sin duda alguna to ta l m ente inadecuado para la ganadería de la España seca. Los animales selectos, esos que dan las cifras record mundiales de carne, leche o de lana, tienen unas necesidades alimenticias tan extraordinarias, que solam ente pueden vivir en aquellos sitios donde la agricultura está al servicio de la ganadería, donde la rlim entación puede regularse en unas condiciones perfectas, donde les sobran p rod u ctos alim enti cios, incluso de los de más alto valor. Pero es inútil que no so tro s queram os traer a nuestras tierras secas ejem plares de estas características, porque aquí, donde cada uno tiene que buscarse el su stento diario a fuerza de andar, la m ayor parte de las veces, y vivir con unos escasos puñados de granos o forraje en otras, no medrarían estos animales selectos.
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C om o tantas veces se ha dicho, la ganadería española tie ne su defensa en el núm ero; y los periodos de ham bre que forzosam ente han de pasar en determ inadas épocas del año, son com pensados con hartura en otros en los que ponen los kilogram os suficientes para m antenerse en la escasez. Es preciso, pues, la m ejora de nuestras razas de animales dom ésticos para renovar así nuestros planteles y para o b te ner los máximos rendim ientos en carne, leche, lana, huevos, etc ., con animales perfectam ente adaptados a nuestras co n diciones clim áticas y alimenticias. Esta no es labor de ganaderos aislados, porque poco pue de hacer aisladamente un ganadero para conseguir una se lección perfecta de su rebaño, ya que, o le faltan rr^edios e c o nóm icos (que toda labor de selección suele ser cara) o le faltan conocim ientos técnicos. Esta labor debe ser llevada a cab o por las entidades estatales y paraestatales, de una f o r ma conjunta y arm ónica, aunando los esfuerzos de tod os en una empresa com ún. En este sentido, la D iputación Provin cial, la Jun ta de Fom ento Pecuario, la Cámara Sindical, las Herm andades, Ayuntam ientos, etc ., deben agruparse para con stitu ir, no una granja donde haya unos pocos animales de cada especie, sino para form ar núcleos de selección en los rebaños de particulares en los que oficialm ente se lleve a ca bo esta labor en una acción eficaz que haga de esos núcleos las bases de la m ejora ganadera que se desea. Esta acción debe ir en armonía con los centros de selección y e sta cio nes pecuarias del Estado. La fórm ula puede ser sencilla: escoger, entre los rebaños de cada especie, aquellos que presenten individualidades con las características que deseam os perpetuar. T o d o s los gastos que irrogara el proceso selectivo de estos rebaños, serían del cargo de estas agrupaciones de entidades provinciales. D e esos rebaños saldrían las estirpes de sementales y hembras de reposición para otros en años sucesivos. N o podem os entrar en detalles, dado el carácter de esta conferencia, sobre la form a de llevar a cabo la técnica de la m ejora, pero nuestros profesionales conocen perfectam ente que la apreciación de los rendim ientos es, en definitiva, el orientador que nos ha de guiar en el proceso selectivo. A este respecto, quiero señalar aquí la eficacia del esfu er zo com ún en materia ganadera. En una visita que hice, hace algunos años, a Suecia, una de las cosas que más llamó mi atención fué un m atadero coop erativo para cerdos. Los ga
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naderos, agrupados en la coop erativa, tenían sus criaderos bajo normas de explotación sem ejantes, si bien existían d ife rencias en cuanto a las familias (no a la raza) de los cerdos, así com o variaciones en alim entación. Aparte del con trol del peso para ver el aumento b ru to en kilogram os que se hacía en el sacrificio, to d o s los cerdos llevaban su co n tro l de d es piece, lo que les permitía hacer una selección perfecta de las familias y de las fórm ulas alimenticias que más rendim ientos proporcionaban. El éxito de la cooperativa era de tal naturaleza, que el núm ero de inscripciones aum entaba de un año a otro en p ro porciones considerables. Pues bien, este ejem plo de control de rendim iento podem os aplicarlo a todas las especies de abasto, y aquí en España se han m ejorado ya algunas ganade rías so b re la base de con troles sem ejantes al que acabam os de indicar y lo mismo podem os decir de la m ejora obtenida en lana en los rebaños acogidos al registro lanero, en aque llas provincias donde los medios económ icos de este servicio le permiten realizar una labor eficaz. Según lo que acabam os de exponer, nos pasa en esto lo que en tantas y tantas cosas en nuestra nación; conocem os la técnica para m ejorarla, tenem os técn icos para realizar la labor; nos falta, sin em bargo, la organización que la lleve a cabo; unas veces, nuestro exaltado individualismo, nos im pi de la unificación de esfuerzos; otras, la excesiva centraliza ción, el tan con ocid o «a mí me corresponde esto, pero no lo hago yo, ni lo d ejo hacer a los demás», hace que transcurra tiem po y tiem po sin que la empresa progrese con el ritm o debido. N osotros, los extrem eños todos, que supimos abrir rutas en tantas em presas nacionales, debem os dar tam bién este ejem plo de agrupación y con stitu ir en nuestra provincia un bloqu e de fuerza que permita un resurgir de nuestra gana dería.
La in sem in ació n a r tific ia l D entro del proceso selectivo que señalamos, hay que dar le toda la im portancia que tiene al semental, y en este senti do, no por deseo de propugnar por algo en lo que tanto h e mos trabajado durante años, sino por absoluta convicción y
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por la certeza que da estar en posesión de la verdad, abogo por la implantación de la inseminación artificial com o medio auxiliar de la m ejora. Las posibilidades que este m étodo tie ne son extraordinarias y la influencia que un semental de calidad puede ejercer sobre una agrupación ganadera, ad quiere proporciones gigantescas cuando se le emplea en in seminación artificial; se logra una uniform idad de los reb a ños tan considerable, se eliminan ta l cantidad de enferm eda des, que ya hasta los ganaderos más alejados de los medios científicos, conocen la bondad de este procedim iento. Sin em bargo, es preciso rom pa la inercia y que adopte para su ganadería estas nutvas prácticas, que tantos beneficios e c o nóm icos le puedan reportar. La implantación en nuestra provincia de una manera ex tensiva de este procedim iento, la intentam os llevar a cabo a través del servicio de Inseminación A rtificial Ganadera y desde aquí yo os pido a tod os la colaboración necesaria pa ra el desarrollo de esta tarea.
El alimento de los ganados O tro punto de la máxima im portancia en la labor de aum ento de nuestras producciones, es la alim entación. Es preciso increm entarla, m ejorando las producciones de nues tros pastizales; es necesaria la resiem bra de semillas, sobre to d o de plantas leguminosas, que dan calidad a los pastos. Se hace indispensable para ello, que en nuestras dehesas se acoten parcelas para la obtención de semillas de estas plan tas. Hay que tener en cuenta que en la form a en que se viene realizando el pastoreo y dado el núm ero casi siempre ex cesi vo de cabezas, en relación con la extensión del terreno que se posee, van desapareciendo las plantas de m ejor calidad, las que por tanto no pueden producir semilla, mientras que las que el ganado no apetece se reproducen más, invadiendo los pastizales, que sufren así un proceso de degradación co n s tante. Es necesario, tam bién, regular la alim entación, y para ello creem os que el recurso más econ óm ico y más al alcance de tod o ganadero, es el cultivo de plantas que puedan ser heneficadas y que tengan pocas necesidades de cultivo, tales c o m o la asociación avena-veza.
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Hay que dedicar mayor extensión de cultivo a plantas forrajeras y henifícables, no sólo para sostener nuestra gana dería, sino al mismo tiem po para hacer más productiva la tierra dedicada al cultivo de cereales y de consum o humano. Ya es hora de que se dedique a la ganadería la extensión de terreno necesario para su alim entación y, en este sentido, juzgam os acertadísim a la disposición del m inisterio de A gri cultura, en la que se señala la obligación de cultivar una c ie r ta cantidad de plantas forrajeras en los nuevos regadíos. P e ro no basta con eso, es necesario que se reduzcan las super ficies dedicadas, obligatoriam ente en estos últim os años, al cultivo de cereales panificables, para volver a dar al ganado los pastizales de los que siempre ha disfrutado en nuestras dehesas. Y no es esta la expresión de un deseo unilateral en favor de nuestra ganadería, sino que tenem os el convencim iento absoluto de que es la única form a de aumentar los rendi m ientos unitarios de nuestra producción cerealista de seca no. Son bien con ocid os los cálculos, en virtud de los cuales una hectárea en un secano normal, dedicado al cultivo de plantas forrajeras, alimenta ganado suficiente para p ro p o rcio nar abono orgánico a dos hectáreas de terreno en las que se pueden conseguir, m erced a este hecho, rendim ientos en c e reales que se superan en más del doble a los de los terrenos no estercolados Esta convicción la tienen de una manera clara nuestros ganaderos, y por ella han abogado durante estos últim os años, porque saben además que, en el suelo de nuestra provincia, el pan nuestro de cada día no puede o b tenerse, si no es a base de que la ganadería deje sus esctetas fertilizantes en las tierras que han de producir el trigo.
Los albergues del ganada Alim entación y selección; esta es la base de la m ejora ga nadera, com plem entada, claro está, con una m ejora de las condiciones de vida del ganado. Hay que desterrar la vieja práctica de tener el ganado sin co b ijo . Es necesario que en cada finca, en cada explotación ganadera exista el albergue del ganado para las noches crudas del invierno. Son m uchos los kilogram os de peso, las arrobas de lana y el número de crías que se pierden con los rocíos y las escar-
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chas mañaneras. N o es necesario que construyam os esos e s tablos m odelos de que nos hablan en tan tos libros y revis tas. Q uédense esos verdaderos palacios del ganado para esa aristocracia del reino animal, que tiene en el p órtico de su casa el árbol genealógico de una larga familia, en el que se anotan nom bres, pesos y rendim ientos, con una m eticulosi dad digna de encom io. Pero dem os siquiera a nuestras rústi cas vacas, a nuestras humildes ovejas, hijas del. terruño duro y sobrio, com o tod o lo nuestro, dém osles al m enos el res guardo preciso donde se cobijen del cierzo, del granizo, de las heladas, y yo estoy seguro que nuestros animales que, tam bién com o los hijos de esta tierra, son agradecidos, nos pagarán con creces estas atenciones que les guardamos y al cab o del año, cuando llegue la época feliz de la venta de las crias o de las lanas, verem os aum entado nuestro caudal y tam bién nuestro orgullo de ganaderos, por haber conseguido llevar adelante una paridera com pleta y por haber hecho su bir la pila en bastantes kilogram os sobre la del año anterior. Así, pues, y para concluir, porque no quiero cansar más vuestra atención, seleccionem os nuestro ganado, alim enté mosle m ejor, proporcioném osle el co b ijo necesario, p ro tejá mosle contra sus males y achaques, y, sobre to d o , en esta empresa com o en tantas otras, agrupém onos, cacereños, pai sanos y herm anos de sangre v de afanes, para ofrecer a la Patria, con nuestro ejem plo de unidad, con nuestro esfuerzo com ún, la pujanza y los anhelos que en servirla tuvim os siempre los hijos de esta bendita tierra.
Castillos de la A lta Extremadura POR
4ntir>nío
tlristin n Ftnriann Cum breftn
C ated rático de la Universidad de O viedo
Los estudios históricos en nuestra Provincia han sufrido una evolución muy lenta, a partir de sus inicios en el siglo X V I. Esta lentitud ha tenido com o primordial consecuencia, la de una producción muy restringida; pero en com pensa ción de ello puede decirse, que to d o , o casi to d o lo produ cid o, tuvo siempre un marcadísim o sello de seguridad y una evidente valoración científica, com o si fueran m ateriales de primera mano. La obra de U lloa-G olfín está integrada por los docum entos; el M emorial firmado por Pellicer, y que p o siblem ente es del mismo U lloa-G o lfín , recoge con una siste matización sorprendente relatos que encuentran frecu en te m ente plena confirm ación en supervivencias genealógicas, monumentales o docum entales. El ju icioso Sim ón Benito Box o y o , nacido en épocas de m ovim iento crítico, com o con se cuencia de la expansión de las doctrinas diplom áticas de Jean de M abillón, discierne con agudísimo sentido sobre ar duas cuestiones de autenticidad, y es el padre de nuestra heurística; y, por últim o, ya en nuestros días, aparece don Publio H urtado, el gran codificador de la historia cacerense, que supo aprovechar toda la investigación anterior, enrique cerla con nuevos hallazgos, com pletarla con observaciones de la vida contem poránea, que supo captar con una mirada perspicaz y sutil, y, lo que es todavía m ucho más im portan te, crear una escuela a la que pertenecim os com o epígonos más inm ediatos don Juan Sanguino, Miguel Angel O rti y Belm onte, y el que tiene el honor de dirigiros estas palabras. Considerada, pues, la producción histórica cacerense, desde U lloa-G olfín a don Publio H urtado, destacarem os una característica general e inconfundible, y ésta es la de su ca tegoría com o fuente copiosísim a, depurada críticam ente con escrupulosidad, y organizada con pulcritud y con la más e x quisita probidad. F alta, pues, una l a b o r constru ctiva de aprovecham iento pragm ático, que permita enfocar nuestro
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panorama histórico con un sentido sistem ático, com o corres ponde al con cep to actual de la investigación. Ya apuntó esta tendencia entre los últimos colaboradores de la Revista de Extremadura; y después de ella, O rti y Belm onte y el que os habla, seguidos muy de cerca por la clara in teligencia y el sorprendente tem peram ento de historiador de Miguel M uñoz, tratam os de abrir una senda propicia, plena de promesas de fecundidad, a esa nueva generación de his toriadores cacerenses que se personifica en Jo sé de H injos, Jo sé Luis C otallo y Avila Talavera, que hoy son magníficas realidades de las que mucho tenem os derecho a esperar. Pe ro O rti Belm onte m archó; y aunque estam os seguros de que no nos olvida y cabe presumir que seguirá laborando sobre el material inteligentem ente acumulado en más de treinta años de trabajo , es lo cierto que hemos de echar m ucho de menos el co n tacto inm ediato de su diligencia y de su fina escrupulosidad; y en cuanto a mí, llevado y traído por la vi da, no sólo a latitudes distantes, sino que tam bién a muy diversas actividades y cam pos de investigación, de estudio y de trabajo , puedo aseguraros que, a pesar de m overm e ac tualm ente en cam pos de una m ayor amplitud y de más vas tos horizontes, no sueño con otra cosa sino con volver, con enlazar mi vida actual con mi vida del pasado, con poner al servicio de mi tierra y de la historia de mi tierra tod o lo aprendido a lo largo de m uchos años de labor. Y seré feliz, muy feliz, si consigo de la misericordia de Dios venir a ter minar mis días aquí, entre v osotros, colaborando con la m o destia de mis esfuerzos en esa labor constructiva de que an tes os he hablado. Y ya estoy dando para ello los prim eros pasos. En estos diez últim os años, y com o consecuencia de mis investigacio nes en la raíz de la historia patria por tierras asturianas, son m uchos los con cep tos que he conseguido madurar, y com o consecuencia de ello preparo en la actualidad una edición crítica del Juero M unicipal de C áceres, para lo cual estoy re cibiendo una asistencia que nunca agradeceré b astante de nuestro alcalde Sr. Elviro M esseguer. El segundo paso es esta conferencia. La gentil invitación de vuestro G o bernad o r, Sr. Rueda y Sánchez M alo, de ve nir a participar en este ciclo, me llenó de personal satisfac ción. Yo, en cuestiones de sentim ientos, soy un hiperestesiado, con sensibilidad quizá un tan to exagerada y muy a flor de piel. Además, y ello es frase de quien me con oce muy
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bien, tengo una especial habilidad para m ortificarm e, lo que quizá estaría m ejor expresado diciendo que carezco de h ab i lidad para evitarm e m ortificaciones. El caso es que yo me sentía un poco olvidado en mi tierra; y hasta alguna vez, viendo que nadie se acordaba de mí al poner en práctica ideas mías en el orden m onum ental, y que cuando yo las e x puse se tom aron quizá un poco en brom a, hasta creí que en ello hubiera cierta malévola prem editación. Esta invitación me trae a una realidad más placentera, y por ello os doy a tod os las gracias.
Vam os a tratar aquí, en el breve marco tem poral de una conferencia, de los castillos de la Alta Extremadura. y ello nos im pone com o cosa previa la de precisar, aclarar y circu n s cribir los dos térm inos que integran este enunciado. Entre los rom anos, las palabras castrum y castellum son sinónimas: am bas significan el castillo, el fuerte, la fortaleza, el alcázar o la ciudadela. V iiru b io emplea la palabra castellum en un sentido trópico, aplicándola por extensión a las torres o depósitos de agua que en los acueductos servían para hacer la distribución de este elem ento vital por las cañerías; y com o figura oratoria nos habla C icerón del Castellum Philosophitt. En el bajo latín o latín alto-m edieval castellum hizo castellu, y de ahí derivó castiello por diptongación de la e latina, que se c o n vierte en ie desde los com ienzos del siglo X, y que en los fi nales del XI com ienza a evolucionar a i por influencia de los sonidos siguientes y en especial de la II. Entre nosotros, la palabra tiene diversos significados, de los cuales ahora no nos interesa nada más que su acepción castrense: el castillo es un lugar fuerte, cerrado por murallas, capaz de resistir los ataques de un enem igo exterior. En su origen fué de una gran sencillez. Escogíase un te rreno llano, que se fortificaba a la manera rom ana, con un f o so , un parapeto que se iba form ando al am ontonar hacia adentro las tierras extraídas del fo so , las cuales se apisonaban fuertem ente, coronándose la totalidad del recinto con una empalizada. En el cen tro, y tam bién hecho de madera, se al zaba el castillo propiam ente dicho o torreón. Así fueron casi tod os los castillos de la época visigoda, que se extendían por la superficie peninsular, y que, en realidad, no eran sino refu gios o acuartelam ientos de las bandas de guerra a la manera
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bárbara, creados y m antenidos para conservar la autoridad del m onarca, que era el único que entonces tenía potestad para elevarlos, com o hem os de verlo más adelante. D espués, el castillo com ienza a transform arse desde los com ienzos de nuestra Alta Edad M edia. La tierra y la made ra desaparecen y son sustituidas por la piedra y la obra de albañilería. Para esta nueva form a de fortaleza se prefiere siem pre un lugar elevado, que dom inase, a ser posible, los pasos naturales o artificiales que pudieran ser cam inos de in vasión. Se form aba el recinto cuadrado o poligonal con un muro continuo, que se denominaba de cortina, el cual se flan queaba de trecho en trecho por torres redondas o cuadrangulares. La primera de estas form as fué la más generalmente adoptada, por ser la más adecuada para resistir a los p royec tiles lanzados por las máquinas de guerra y a los trabajos de zapa de los sitiadores. Por otra parte, cuando el uso de la bóveda gótica sobre nervios se generalizó, esta clase de c e rram ientos se pudieron adaptar fácilm ente para separar los distintos pisos de las torres redondas, que antes estaban sim plem ente aislados por planchas de madera. Las torres se c e rraban en lo alto por techos elevados, que eran en pirámide para las cuadradas y cónicos para las redondas, a excepción de aquellas torres que habrían de soportar en su rem ate má quinas de guerra, las cuales se term inaban por medio de te rrazas. Los muros de cortina y los de los diferentes pisos de las torres estaban oradados por largas aberturas, estrechas al e x terior y más anchas al interior, llamadas aspilleras o saeteras, destinadas a vigilar los m ovim ientos de los atacantes y al tiro de los arqueros y ballesteros. En los muros, que eran de un giar. espesor, la abertura de las saeteras form aban verdaderos nichos, cuyas paredes estaban a veces provistas de bancos de piedra. La parte alta de estos mismos muros estaba almena da, tanto en las torres com o en las cortinas. Esta disposición, excelente para la defensa cuando el enemigo estaba separado de la fortaleza, era totalm ente inútil, si éste conseguía situ ar se al pie de los mismos m uros, en lo que se llamaba el «ángu lo m uerto»; pues entonces se hacía im posible a los sitiados, no ya lanzar sus proyectiles con tra los asaltantes, sino aún conseguir verlos sin asomar más de la mitad del cuerpo por la almena, exponiéndose así y sin defensa a los golpes del a d versario. Para evitar este inconveniente, solía disponerse en tiem pos de guerra y en lo alto de la cortina una galería sa-
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líente de madera, que iba volada sobre el muro, y abierta de trech o en trech o en el suelo por orificios, por los cuales se podían lanzar proyectiles, haces ardiendo o hirviente aceite so b re los que atacaban la base del recinto. E ste es el m ata cán, que sobre las puertas y flancos de algunas to rres no era un elem ento adicional o eventual, sino constru ctivo y perm a nente, com o podem os verlo aquí mismo en C áceres en lo s tam bores semicilíndricos que defienden las puertas de las c a sas fuertes de la Generala y del Sol, y en los dos que flan quean ia torre de Bujaco. T o d a la parte superior del coronam iento tras la almenara estaba respaldada por una ancha vía para que los defensores pudieran circular y com b atir; es lo que se llamó el «cam ino de ronda». Al exterior, los castillos solían estar circundados por un fo so , y para entrar era necesario tender un puente m ovible que se accionaba desde el interior, por medio de un m eca nismo de cadenas, y a lo que se llamaba el puente levadizo. La puerta, defendida por el m atacán, lo estaba además por el rastrillo o verja, que no giraba so bre goznes, sino que se subía o bajaba, según las conveniencias, y detrás estaban las puertas de madera, reforzadas con chapa de hierro. Era fr e cuente que una de las torres, que flanqueaban las puertas, avanzase despegándose del muro. A estas torres se las d en o minaba «torres albarranas». En el interior del recinto se alzaba la torre de honor o del homenaje, cuyo destino, a partir de los siglos XI y XII, era dobie. Por una parte, servía de habitación al señor o poseedor del castillo; y por otra, de supremo refugio a los defensores, si el recinto exterior hubiese caído en poder del enemigo. El espacio de este mismo recinto, que se extendía ante la torre del hom enaje, constituía la plaza de a r m a D e n tio de los mu ros había otras edificaciones, además de la torre del hom ena je , tales com o la iglesia, los acuartelam ientos para la tropa, cuadras y establos y aljibes. Esta estructura se conservó así, casi inalterable en sus lí neas esenciales, hasta ya bien entrado el siglo XV I. El castillo es durante la época visigoda una constru cción puram ente estatal, o para decirlo de una manera más precisa, de carácter soberano. El rey es el único que tiene derecho a elevar fortalezas, com o je fe suprem o del ejército; pero desde los com ienzos de la Alta Edad M edia, al producirse en E u ro pa el m ovim iento feudal que tiene su origen en la capitular
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del año 877, conocida con el nom bre de «Capitular Q uierzisus-O ise», los dominios que un vasallo tenía por delegación del rey se hacen hereditarios, con lo cual estos meros tenentes se hacen propietarios, para si y para sus herederos, de los territorios sobre los que antes no ejercían sino una autoridad tem poral y delegada. Estos nuevos poseedores del suelo sin tieron pronto la necesidad de defenderlo, construyendo fo r tificaciones, ya contra las tentativas de vecinos am biciosos, bien contra las invasiones del extranjero, o ya contra las rebeliot.es de sus propios súbditos. Y este es el castillo feudal, que centra el feudo y es sím bolo y fo co del que irradia el poder coercitivo de los señores, que no tardaron en confun dir la propiedad con la soberanía. El señor tiene el castillo para su defensa y su morada; pero com o había nobles p o seedores de diversos feudos, él regía y habitaba su solar úni cam ente y los demás los gobernaba un vasallo por su dele gación, al cual denom inaba vicarias, tenente y más ta r d e alcaide. O tras veces, los cedía en una especie de usufructo mediante vasallaje u otra especie de servidum bre y obligaciones, que eran el signo del señorío d irecto. E stos vasallos se decía que tenían el castillo y las tierras de su jurisdicción en feudo o en honor. Los señores de los castillos tenían la obligación de acudir por sí y con sus feudatarios y vasallos al servicio de! rey, y además los vasallos estaban tam bién obligados con el señor a tod os los servicios feudales y, concretam ente, por lo que al castillo se refiere, no sólo a acudir en su defensa en caso de guerra, sino a la reparación de sus m uros, que es lo que se conocía con el nom bre de ópera, muros, lavores y más gene ralm ente castellana. En cam bio, el señor debía proteger a sus vasallos y darles refugio en caso necesario dentro del cas tillo. Hem os term inado con esto el con cep to a que se extiende la primera parte de nuestro enunciado. Vam os ahora a pre cisar la segunda: la Alta Extrem adura.
El con cep to actual de Extrem adura es nada más que una determ inación m eramente política, que no se apoya en nin guna realidad histórica ni físico-geográfica. D esde hace ya m ucho tiem po vengo sosteniendo esta teoría, aún a costa de algunas animadversiones de los que confunden las opiniones científicas con los convencionalism os más o menos respeta
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bles, pero siempre circunstanciales. Pero es un hecho inne gable que, sin mengua de los com unes intereses ni menos de los afectos que deben existir y que de hecho existen entre tod o este amplio territorio que hoy se llama Extrem adura, ni la geografía, ni la etnografía, ni las características de las supervivencias espirituales del pasado, justifican el que se con cib a la actual Extrem adura com o una unidad h istó rica. Mi m aestro G óm ez M oreno,estudiando las pizarras escritas de la época visigoda, descubrim iento que está llamado a revo lucionar toda la paleografía latina occidental, hace notar el h echo de que todas ellas o casi todas han sido halladas en la Alta Extrem adura, y añade «o Bajo León, com o quiera llamársele, unidad geográfica estrictam ente leonesa, que se limita por la divisoria de D uero y T a jo , sur de Salamanca y norte de C áceres; y que tanto por su suelo com o por su historia, nada tiene que ver, pese a divisiones p olítico-g eo gráficas, con el Guadiana». E sto es indudable y pudiera ar gumentarse y de hecho se ha argumentado reiteradas veces, y el no haberlo querido com prender así ha sido causa de muchos errores del pasado y dei presente. Sólo parece ha berlo entendido m ejor los dirigentes del fútbol, que se han llevado a los equipos de Badajoz a ju gar para otra parte. Lo que ahora se llama Alta Extrem adura es lo que h istó ricam ente se denominó ya, desde los tiem pos de la conquista de T o led o por A lfonso VI, la Transierra, siendo muy signifi cativo el hecho de que la verdadera Extrem adura histórica sea el territorio que se extendía al sur del D uero, desde C astro Ñ uño, frontera de Castilla, hasta la entrada de este río en el reino naciente de Portugal, es decir, lo que para los reinos castellano y leonés eran los extrem os del D u ero, ExtremaDurium, lo que justifica su nom bre. El centro de esta verda dera Extrem adura era, pues, Salamanca, y se extendía por el sur hasta las fuentes del C oa, del Agueda y del T o rm es, con las sierras correspondientes de Guadarram a, G red os y G ata, por bajo de las cuales estaba la Transierra, que som os nos otros, los que tenem os por eje a nuestro padre el T a jo , y que estaba dividida en dos porciones, com o lo vamos a ver, que se denominaban Transierra leonesa a la de occidente y castellana a la de oriente. Y esta es la Alta Extrem adura, cuyos castillos nos corres ponde estudiar.
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Los castillos se diferencian arqueológicam ente entre sí, en que unos están más arruinados que o tro s, pues la disposi ción varía p oco en la distribución de sus elem entos esencia les y con stru ctivos, y com o lo decorativo falta por regla ge neral, una descripción arqueológica daría muy escasa margen de variedad en una conferencia. Yo prefiero, pues, enfocar esta parte de mi m odesta lección desde un punto de vista histórico; y sin perjuicio de hacer algunas descripciones, s o bre tod o de los ejemplares típ icos, voy a explicar cóm o y para qué surgieron los castillos en nuestras tierras, qué es lo que ellos nos recuerdan y qué significado tiene su caracterís tica distribución por nuestra geografía. Los prim eros castillos que surgieron en España fueron obra de cristianos y su aparición tuvo lugar, com o es n a tu ral, en la zona liberada del nordeste peninsular: es decir, en Asturias y Galicia. Allí, y por tradición iberorrom ana, se les denom inó, y aún se les denom ina, castros, y del más antiguo de que se tienen noticias docum entales auténticas es del lla mado C astro Brione, ju n to al cual estaba la Villa O stu lata, hoy V ilouchada, ju n to al T am b re, en territorio gallego. Esta villa fué donada, en el año 818, por el conde Alvito, para la erección de un m onasterio, y en la carta de donación ya se hace referencia al castillo. En Asturias, el más anti guo (digamos con más propiedad el que tiene referen cia más antigua) es el de Tu d ela, que se alza en una em i nencia casi inaccesible al S E de O viedo, a la izquierda del N alón, y que ya existía en tiem pos de O rd oñ o I. En tierra de León, la noticia más antigua es la del C astro D ona, ju n to al Esla, cerca de la villa de O rede, que data de 854. D esde este núcleo nord-occidental pasa el castillo a la antigua Bardulia, donde se construyeron tantos, que de ello tom ó el nom bre de Castilla o Castiella esta región, com o es h arto sa bido. La expansión de los castillos hacia el sur fué realizán dose a medida que avanzaba la reconquista, y se intensificó notablem ente después de la repoblación de la cuenca del D u ero, com o una necesidad im prescindible para la defensa de las fron teras. A la Transierra llega el castillo com o una consecuencia natural de la expansión cristiana castellano-leonesa, su bsi guiente a la conquista de T o led o por A lfonso V I, en los fina les del siglo XI; pero en el siglo siguiente la Transierra d ejó , según ya lo dejam os aludido anteriorm ente, de ser una uni dad. Al morir Alfonso V II, en 1157, el reino queda dividido
en dos porciones: la leonesa, que correspondió a Fernando II; la castellana, que fué heredada por Sancho III. En el com ien zo de los respectivos reinados surgieron las inevitables dife rencias que siguen siem pre a estos im políticos rep artos, pero éstas se zanjaron en Sahagún, en el año 1158, donde am bos herm anos en buena arm onía, a lo m enos aparentem ente, no sólo fijaron los límites que a la sazón separaban am bos rei nos, sino que determ inaron los que en el futu ro habrían de ten er cuando, avanzando la reconquista hacia el sur, fuera ocupada por uno u o tro la Transierra. Así ésta, por tal tra ta do, quedaba dividida por una línea marcada ya de antiguo por la 'Via Lata o cam ino de la Plata, y que en los tiem pos medievales se llamaba la Quinea. Al oriente de esta vía estaba la parte de la Transierra, que habría de ser o b jetiv o de las conquistas castellanas, y al oeste de la misma hasta Portugal, se extendía el territorio asignado a la conquista leonesa. Es decir, que !a futura frontera, por esta parte, arrancaba de M ontem ayor y Granadilla, bajaba paralelam ente a la m en cio nada Guinea que quedaba en la parte leonesa, bajando hasta G alisteo, desde donde seguía hasta A lconétar. Allí se estran gulaba, torciendo a la derecha por toda la tierra del Rivero al norte de Talaván, H inojal y M onroy, adelantándose hasta T ru jillo , desde donde por detrás de Santa C ruz de la Sierra y M ontánchez penetraba en Badajoz. Plasencia y T ru jillo , pués, quedaban en la parte castellana, lo que pudiera muy bien explicar m uchas cosas. C uando en los reinados de Fernando II y A lfonso IX de León y Alfonso VIII de Castilla, la conquista de la Transierra se verifica, los castillos acusan la diferencia de condiciones históricas en que esta liberación tiene lugar, com o lo vam os a ver seguidam ente.
C iñám onos por ahora tan sólo a la parte leonesa. La nota típica de las operaciones en la Transierra leonesa durante el reinado de Fernando II, fué la inestabilidad. Q u i zá Fernando II ya fuera de por sí un carácter algo extraño; los m oros le llamaron el Baboso, que quiere decir el lo co, y su herm ano Sancho III lo trató siempre com o a un extrav a gante. D icho sea tod o esto sin la m enor mengua del con cep to que nos m erece com o h om bre de valor. El o b jetiv o indu dable de los cristianos era el reino m oro de Badajoz, que ataponaba fuertem ente los cam inos del Su r, ob stacu lizan d o 6
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el progreso de la Reconquista por esta parte; pero a este o b je tiv o tendía no solam ente el leonés, sino que tam bién, com o es natural, el reino de Portugal, que además presionaba a León por el flanco d erech o, m ientras que por el izquierdo, Castilla, pese a tod as las apariencias de buena voluntad, m i raba no con muy buenos o jo s al reino herm ano. Así pues, tod as estas circunstancias frenaban los ataques de Fernan do II, que en sus correrías por nuestra tierra nunca fué más dueño de otra sino d e la que pisaba con sus propios pies, obligándole a pasarla y repasarla una y otra vez de punta a punta, ya para tener en respeto al musulmán, bien para c o n tener al portugués, que por sí o p or adalides más o m enos incontrolados com o el G eraldo Sem pavor, trataba de am pliar su dominio a costa del cam po natural de la expansión leonesa, o ya para acudir a las agresiones más o m enos larvadas del castellano. Podem os con cretar la situación de la Transierra leonesa en los finales del reinado de Fernando II, de la manera siguiente: desde Ciudad Rodrigo hasta C o ria , había un relativo predom inio de las armas cristianas; desde C oria hasta A lconétar, la situación era de equilibrio, depen diendo de múltiples circunstancias el que pesase más el cris tiano o el m usulm án; y en tod a la vertiente sur del T a jo , era una tierra de nadie, en la cual ni a unos ni a o tro s les era posible m antenerse. Pero ocurre en este mismo reinado un h echo muy im por tan te, que habría de hacer cam biar casi por com pleto el rit mo de las campañas cristianas en este se cto r, y este fué el de la creación de las O rdenes M ilitares. Señalem os algún precedente.
So b re el T a jo y ju n to a su confluencia con el Alm onte, había un puente rom ano, cuyos restos aún pueden con tem plarse en su poética ruina. Allí hubo una población romana, que algunos identifican con la Jurmulus del ‘ Itinerario de Á ntonino», y además de la población un castellum para la d e fensa del puente. Arruinado este castillo, se rehace a raiz de la invasión musulmana, aprovechando los materiales del an tiguo derruido. Es el que se denomina indiferentem ente cas tillo de Alconétar, de JWantible y tam bién Jo r r e de los H oripes. D e él sólo queda en pie la to rre, de planta pentagonal. Lo creem os obra cristiana, del siglo X II, aunque a otra cosa pu diera inducir la solución de las ménsulas que soportan lo que
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resta del alm enar. Pues bien, esta torre, a la cual una leyen da, nacida no sabem os cuándo ni con qu é fundam ento, unió a las gestas caballerescas del C iclo C arolingio, es, ni más ni m enos, que el prim er baluarte cristiano que se alza en el m ism o corazón de la T ransierra leonesa. Allí, y desde muy antiguo, ya desde los tiem pos del E m perador, hallamos establecida una O rden M ilitar, la del T e m ple, que se m antuvo m ilagrosam ente en ese lugar, dom inando un amplio territorio qu e com prendía las ju risd iccion es de G arrovillas, Talaván, H inojal, Cañaveral, C abezón y Santiago del C am po, lo que era tan to com o ser dueña de los cam inos del Sur, pues no solam ente cerraba el paso por la Guinea, si no que además ocupaba el enlace de ésta con la Dalm acia, que, por C oria, iba a parar a C iudad Rodrigo. H em os dicho m ilagrosam ente, porque esta O rd en no s ó lo tuvo que soportar los continuos ataques de los musulma nes, sino que además siempre fué o b je to de las más ren co ro sas malquerencias. Aunque rom pam os un p oco el orden c ro nológico, veamos lo que ocu rrió con ella y sus castillos. En las primeras expediciones de Fernando II, éste, ayuda do por los tem plarios, conquistó la villa de ^Trebejo. E sto s ca balleros quedaron en ella; y para defenderla, so bre un em pi nado cerro, constru yeron un castillo de considerable ex ten sión y de tan n otable fortaleza, que tuvo guarnición hasta el pasado siglo. Pues bien, el mismo m onarca, en el año 1186, quita el castillo a los tem plarios y hace entrega de él a la O r den de Santiago, por instigación de su m aestre Fernando Díaz. N o se explicaron las causas y n osotros, naturalm ente, no hem os conseguido averiguarlas; pero los hechos su bsi guientes nos dan una explicación, com o verem os. El castillo de Portezuelo es una de las m ayores fortalezas de nuestra región. D efendía un desfiladero abrupto, abierto entre dos m ontañas, por el que pasaba la vía Dalm acia, de gran im portancia estratégica, porque era cam ino de reserva, caso de perderse la Guinea, para unir los pasos m eridionales de la Transierra con las tierras de C iudad-R odrigo y Sala manca. El castillo, en una posición dom inante y estratégica m ente para aquellos tiem pos de un valor incalculable, es de triple red u cto, y estaba flanqueado al exterior por torres re dondas. N o lo creem os árabe, com o algunas veces se ha di ch o, aunque es posible que prim itivam ente hubiese allí fo rta leza mora, pues su situación lo reclam aba im periosam ente. El hecho es que, en 1167, estaban allí los tem plarios, quienes
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lo defendieron hasta el últim o extrem o, cuando las campañas del emir alm ohade A b u -Ja cu b , quien term inó p or apoderarse de él. Fué recuperado por las armas cristianas de Alfonso IX, y aunque los tem plarios lo reclam aron, el m onarca se negó a devolvérselo, entregándolo a la O rden de Alcántara. Igual, exactam ente igual, ocu rrió con el de la Cabeza del Esparragal, sito en térm ino de Villa del Rey. Tam bién los alcantarinos se lucraron en este caso del desp ojo h ech o a los tem plarios. El paso de la vía D alm acia por la Sierra de G ata estaba defendido por el castillo de Santibáñez el Alto. Fué donado al T em p le en 1167 y arrebatad o a esta O rden por la de Alcán tara. El m otivo de este fenóm eno es que las dos O rdenes, que se consideraban com o genuínas del territorio cacerense, las de A lcántara y San tiag o , sentían el suelo de la Transierra com o algo su yo, cu y o dom inio, tácita o expresam ente, se ha bían repartido, com o se repartieron tam bién la misión que cada una de ellas tenía que desarrollar en la reconstru cción y , so bre to d o , en el aprovecham iento del territorio conquis ta d o o a conquistar. Los alcantarinos habían nacido en la fron tera. H acia la m itad del siglo XII, durante el pontificado del obispo de S a lamanca don O rd o ñ o , que m urió en 1164, varios caballeros, entre los que se en con traban don Suero Fernández y don G óm ez, se habían retirado a una humilde erm ita consagrada a San Julián, en el lugar de Pereiro, tocan d o los lím ites del reino de Portugal. Su intención era la de consagrarse a la vi da religiosa, pero al mismo tiem po luchar por el triunfo de la C ruz con tra los musulmanes. D e este m odo nació la O r den de la C aballería de San Julián del Pereiro, que tom ó pronto n otable increm ento, siendo desde los com ienzos de las campañas de la Transierra uno de sus facto res más im portantes. No basta con quistar, sino que, en aquellos tiem pos com o en to d o s, era tan im portante com o conquistar, asegurarse de la posesión de lo con q u istad o, máxime teniendo en cuenta que a la conquista habría de seguir una acción repobladora de los terrenos que se iban ocupando, y el nuevo poblador exigía, para establecerse en los sitios peligrosos, un mínimum de garantías de seguridad. L o s avances m eridionales por las tropas reales, les daban, en cierto m odo, esta garantía por lo que a los musulmanes respecta; pero no había que perder de
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vista al portugués, que siempre tuvo la mirada puesta en nuestra frontera. La O rden de San Julián del Pereiro, parece ser que tuvo por misión principal, si no única en estos tiem pos por lo menos, la de estabilizar dicha frontera y defen derla. Es curiosísim o observar a este respecto el em plaza m iento y distribución geográfica de sus castillos durante los reinados de Fernando II y A lfonso XI. D esde 1167 a 1213, esta O rden conquista posiciones y construye fortalezas a lo largo de toda la fron tera portugue sa, y no sólo no se separa de ella sino en contadísim as o ca siones, sino que impone la exclusiva y no tolera dentro de la zona fronteriza la presencia de otras órdenes ni de o tro s se ñoríos. Para sostener este poderío, im prescindible al cum plim ien to de su misión, busca un punto central, y lo suficientem en te estratégico. Alcántara fué ya fuerte en la época de los r o m anos, que erigieron allí villa y castro, que acaso fuera la Brutóbriga del «Itinerario», com o lo supone D elgado. C o n s truyeron a la defensa de este castro el puente para el paso del T a jo de la vía secundaria que, ya dentro de terren o p o r tugués, había de enlazar con la C olim briana. El puente dió nom bre a la villa en la época árabe y estratégicam ente fué uno de los o b jetiv o s más codiciados por las armas cristianas, sobre tod o al trasladarse a la línea del T a jo el cen tro de gra vedad de la Reconquista, después de la tom a de T o led o. El em perador se apodera de Alcántara en 1143, la pierde ense guida, tóm ala después Fernando II, dando gran resonancia a su hazaña, en el año 1166; vuelven a apoderarse de ella, c o m o de to d o , los musulmanes en el 74, hasta que en 1213 Al fonso IX la reconquista definitivamente. El rey trató de asen tar en esta villa y castillo a la O rden de C alatrava; pero los caballeros del Pereiro se im ponen, alegan buenas o malas ra zones y consiguen establecerse ailí, haciendo de esta villa y castillo el cen tro de irradiación de la defensa de la fron tera occidental. Para asegurarse más en su posesión, trasladan allí la casa central de la O rden, que en adelante se habría de lla mar de Alcántara. D esde allí, en efecto , com ienza su labor de estabilización y de vigilancia, m ediante más de una vein tena de castillos, num erosas atalayas y no m enos posiciones avanzadas para vigías y adalides. Entre estos castillos m erecen ser citad os los siguientes: El de Eljas. C astillo y villa eran patrim oniales de la ciu -
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dad de C oria, pero durante el reinado de Fernando II,sin per der esta ciudad sus derechos, encom endó la defensa a la O rden de Alcántara, que term inó por incorporárselos, de h echo y de d erecho, en el año 1298. D e este castillo apenas si subsisten algunos restos, pues fué totalm ente desm antela do en el siglo XVII en las luchas con Portugal. Salvaleón, en la sierra de G ata. T am b ién conquistada pri m ero por Fernando II y después, definitivam ente, por A lfo n so IX en 1227, en la campaña preparatoria de la reconquista de C áceres. E ste m onarca entregó el castillo a la O rden de A lcántara, quien la hizo cabeza de una encom ienda com prensiva de los pueblos de Salvaleón, G enestrosa y N avafría. Tam bién está en escom bros. C om o una avanzada de estas dos fortalezas estaba la de Santibáñez, conquistada tam bién en la campaña de 1167; se le dió a los tem plarios, según ya lo dijim os; pero la O rden de Alcántara la reclam ó; no porque les interesase para la defen sa de las fronteras que en este punto ya estaban bastante distantes y lo suficientem ente defendidas, sino para no tener a los tem plarios cerca. Fué una herm osa fortaleza con foso y barbacana, de la que hoy apenas si quedan restos discernibles. Peñafiel. Es un castillo que se dice construido por los m o to s sobre una roca cerca de Z arza de M ontánchez. Lo tom ó A lfonso IX en las operaciones preliminares a la conquista definitiva de A lcántara. N i que decir tiene que fué inm edia tam ente entregado a esta O rden. Tiene recinto alm enado, con antemural de cortina y torre central con matacán sobre ménsulas para la defensa de la puerta. Ceclavin, que fué encom ienda de la O rden desde su res cate por A lfonso IX. Hijuela de este castillo fué el de Acebuche, destacado hacia occid ente, para evitar la infiltración de los tem plarios que estaban en Portezuelo. Piedras A lbas, atalaya alcantarina, avanzada hacia la fro n tera de Portugal. Casa de la CFreyra, otra atalaya en la M ata de Alcántara.
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Cabeza del Esparragal, cerca de Villa del Rey. Tam bién fué ganada por los tem plarios en la campaña de 1167, y reivindi cada con razones o sin ellas poi los alcantarinos. Las ruinas de esta fortaleza fueron exploradas por mí en el año 1931 ó 32, con m otivo del hallazgo de un conglom erado de m one das soldadas entre sí a consecuencia de un incendio. D ebió ser ocupada por los portugueses a finales del siglo XII, pues todas las monedas pertenecían a este reino. Al S. E. de Villa del Rey estaba la atalaya llamada de Belvís, de la cual resta un solo ángulo de T o rre ó n , visible to d a vía a la derecha de la carretera. Brozas, que tuvo castillo de gran fortaleza, del que resta tan sólo alguna de lae torres de ángulo, que son redondas. El resto está o destruido o sumergido en edificaciones p o s teriores. Hacia el E. de Brozas estaba la encom ienda de Ara y a , con su villa y su castillo, de los cuales nada resia; y, por últim o, cam ino de la frontera, las posiciones alcantarinas de Cantillana, Benfaya, Clavería y H erreta de Alcántara. La fortaleza más meridional que por la parte fronteriza poseía esta O rden era la de 'Valencia de Alcántara, que la a d quirió por derecho de conquista, pues fué ganada a los m o ros por su m aestre G arci Sánchez, en la cam paña 1222. A pe nas si queda nada de su castillo, pues el muro del recinto quedó totalm ente ocu lto, por haber adosado a él casas m o dernas y el núcleo de la fortaleza sufrió m odificaciones en muy diversos tiem pos. Hoy sirve de cuartel a la Guardia Civil. Aún se hallaba algo más al sur la fortaleza del asiento de Jopete, pero ésta ya es obra más tardía, probablem ente del si glo XV. C om o se ve, la Orden de Alcántara cum plió bien a con ciencia su com etid o, sin dejar resquicio por guardar en las fronteras. Sim ultáneam ente, y al calor de las luchas en la frontera musulmana, en 1170, había nacido un nuevo Instituto reli gioso-m ilitar. Ello fué ante los muros de C áceres. Allí se co n gregaron varios caballeros de la hueste de Fernando II, entre
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ellos los leoneses Suero Rodríguez y Pero Fernández, y acuer dan congregarse en germanitate caballeresca, cuyos objetivos eran, com o fácilm ente se adivina, luchar contra el infiel y p ro tejer los cam inos de las peregrinaciones a Santiago. La idea inicial es posible que partiese de algunos eclesiásticos com postelanos que acom pañaban los ejércitos del monarca. N aturalm ente se pusieron b ajo la protección del Santo Após to l, adoptando com o distintivo una cruz latina, floreteada, cuyo vástago inferior se prolongaba a la manera de espada. T itu ló se el nuevo Institu to Congregación de los IFratres de Cáce res o IMilites de Cáceres; pero por su enseña fueron tam bién llam ados caballeros de la Orden de los Vratres de la Spada y más tarde Orden de la Caballería de Señor Sanctiago. Su casa matriz la situaron en una iglesia construida b ajo esta misma dedica ción, en el declive norte que form aban las afueras de nuestra Villa, fren te a la puerta de C oria. E sta O rden nació con escasa fortuna. En prim er lugar, al rccib ir la Villa «pro sua h ered itate», en el año 1170, com o decim os, se fraguaba por el m ediodía una de las más terri bles torm entas que h ubo de sufrir la cristiandad. El emir alm ohade Y u suf-abu-Y acu b, estaba decidido a restaurar el poderío musulmán en nuestra Península, cuya m itad inferior había ya conseguido som eter a sangre y fuego, y con el fin de crear un foso natural que contuviese los avances cristia nos hacia el m ediodía, trató de hacer fron tera del T a jo , re corriéndole en tod a su longitud, desde T o le d o hasta A lcán tara. Iba a cerrar su campaña en 1173 con la tom a de esta villa, pero antes se dedicó a realizar una operación de lim pieza, que diríamos en nuestro m oderno lenguaje b élico , en to d o el espacio com prendido entre el T a jo y las sierras divi sorias de su cuenca meridional que limitaban la Transierra leonesa, es d ecir, las de G uadalupe, M ontánchez y San Pe dro, en las cuales, desde la desaparición de G eraldo Sem pavor habían conseguido los leoneses cam par por sus respetos, sin im portarles nada de portugueses ni de musulmanes. C om o sabem os,!habían ocupado C áceres, y dando con esto por d escontad o el avance hacia el sur y la consolidación de su poderío en el sur del Salor, h u b o ilusos o valientes que se aventuraron a intentar repoblaciones. Urf notario de la can cillería del m onarca, Petrus C ervarius o C orvarius, había elevado una puebla o aldea a media vertiente en los bordes de la Guinea, que fué llamada de su fundador la Aldea de Pedro C ervero, y que es la finca que nosotros conocem os
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con el nom bre de las C erveras; y un noble castellano que fi gu raba en las huestes del m onarca leonés, el conde don G o n zalo de M arañón, había h echo más, pues descendiendo por la Guinea hasta los desfiladeros de la Sierra, en el mismo puerto de las Herrerías había situado un casar, defendido por un castillo, pretendiendo nada m enos que co rtar por esta parte el avance de los m oros de Badajoz. C om o fácilm ente se explica, Y u suf-abu-Y acu b se deshizo fácilm ente de tales ob stácu los: atacó C áceres defendida por los Fratres de la Espada, la tom ó al asalto y degolló a los defensores. Pero había otras circustancias políticas de carácter inter no, que fueron no menos adversas a la expansión de los santiaguistas; y éstas eran, de una parte, el auge a que había lle gado la O rden del Pereiro, según lo acabam os de relatar, y por otra, el establecim iento del Tem p le en las orillas del T a jo . La nueva O rden tenía que crecer necesariam ente hacia el sur; v crecer hacia el sur significaba, ni más ni menos, que crecer a costa del musulmán, el cual, com o es natural, no se prestaba muy llanamente a la com binación. Ellos, los santiaguistas, soñaban sin duda alguna con C áceres, con vengar la sangre de sus m ártires en la recuperación de la plaza que fué su cuna; pero en C áceres, después de la degollina del año 1173, no había que pensar. N o sabem os qué es lo que o c u rriría con nuestra villa en la campaña de 1183. H ay quien di ce que Fernando II volvió a tom arla, pero que fué evacuada rápidam ente ante la presencia del musulmán, que volvía con refuerzos. Si ello fué así y tal lo parece, no es de extrañar que no se hable en esta ocrsión de las pretensiones de los santiaguistas. La primer fortaleza de esta O rden que aparece en la T r a n sierra, en espera de tiem pos m ejores, fué la Atalaya de Pelay Velidiz. Era ésta una de tantas fortalezas situadas en las avan zadas de la fron tera castellana para la defensa de la Guinea. Se hallaba emplazada en el cam ino de C ori^ a G alisteo y ya databa de tiem pos muy antiguos su con stru cción , pues la tu vieron los m oros, que debieron ser sus edificadores, y fué conquistada por Alfonso V I, quien la donó a su m ayordom o Pelay V ellido. C om o ocu rrió tantas otras veces, se perdió y se volvió a ganar en este flujo y reflujo de conquistas, y en una de éstas, en la de 1183, Fernando II la donó al arzobispo de C om postela, a cam bio de la prom esa de enviar socorros para la defensa de la diócesis de C oria que estaba infaucibus sarracenorum. En efecto , perdida otra vez y vuelta a re c o n
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quistar en 1209, encom ienda esta defensa a los santiagueses y entrega la to rre a esta O rden ju ntam ente con la de Palom e ro, que estaba cerca de illas Zafurdas. Es d e d r, de las H urdes. Es lástima que este dato no fuera con ocid o hace cincuenta años, pues nos hubiéram os ahorrado mucha cantidad de tin ta y de tiem po com o derrocharon eruditos y pseudo-erudito s cacerenses, sobre si se debía decir Hurdes o Ju rd es, pues esta etim ología cam biando la / en b com o es de rigor h u b o de dar Hurdes, y después, aspirando la b com o siempre ha ocurrido, ocurre y ocurrirá en nuestras latitudes, se dijo Ju r des, con lo cual ha venido a resultar que am bos contend ien tes tenían razón. Aparte estos dos castillos, de los que nada queda, la O r den de Santiago no poseyó, con anterioridad a la conquista de C áceres y en la Transiera leonesa, más castillo que el de Qranadilla, conquistado en 1170 por Fernando y donado a los santiagueses por Alfonso IX, en 1191. Lo que hoy existe de este castillo es una reedificación, hecha en el siglo X IV , adi cionada a la antigua muralla árabe. Es de sillería granítica, magníficamente aparejada, que centra un recinto, del que aún restan en pie m uchos y estim ables elem entos con stru ctiv o s. C onsta de una torre cuadrada, cantonada por cuatro sem icilíndricas. Se corona por una barbacana volada sobre ro b u s to s m odillones y arquillos bilobu lados, presentando un c o n ju n to monumental admirable. Y vamos con el gran desengaño de la O rden de San tiago . E ste fué el de la reconquista de C áceres. Vim os ya cóm o el Instituto había nacido b ajo sus m uros y cóm o, defendiéndo los, había recibido su bautism o de sangre. Es posible, casi s e guro, que repitiese su sacrificio en el año 1183, y con sta posi tivam ente que con trib u yó generosam ente a la cam paña de la reconquista final. A ella acudieron todos los freires deSpata, n o s dice una de las fuentes más autorizadas; y en la Cbarta Populationis se nos narra cóm o en el mismo día de la reconquista se presentaron al monarca los freires cfui demandabant Cáceres pro sua hereditate, recibiendo una segunda negativa de en tre garles la villa, pues el rey quería que C áceres fuera libre per se et super se, sin depender de nadie, sino del mismo rey y de su co n cejo , sin depender de ordinibus vel twbílibus, vel secuto abrenunciantibus, a los que se prohibía incluso el derecho a te ner propiedades territoriales dentro de su térm ino, lo que andando el tiem po, y no m ucho, no se llevó con excesivo ri gor. El rey daba a los freires en com pensación dos villas leo-
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nesas, Villa Fáfila y C astro to raf y dos mil maravedíes. A la sa zón, de m oros eran «Trugiello, et San cta C ruz e M ontánchez, M érida y Badaioz». Allí tenían, pues, los santiagueses su h ere dad; si la querían, que fuesen por ella. Y fueron. Robledillo, Salvatierra de Santiago, M ontánchez y A lcuéscar fueron sucesivam ente cayendo en poder de la O rden, mientras que el m onarca se dedicaba a salvaguardar su reabolengo, colocando un cordón de torres en lugares estratégicos al sur de C áceres; torres que, si bien no servían para una eficaz defensa, eran, cuando menos, atalayas y pues to s avanzados para adarvar la llegada de los enemigos. Fueron estas torres: primera, la Torreciella somante a Sancta A laría, citada en el Fuero com o primer m ojón de su térm ino. Jorrem ocba, de la cual no hay rastros ni noticias, aunque sí al gunas fábulas de escasa consistencia. Jorrecjuemada, de la que quedan restos al saliente de la población. Jorreorgaz, que fué después señorío de los Apontes. Jo rre de la Zamarrilla, que se desm anteló en el siglo XIX. Jo rre del Jrasijuilón, de la que hay escasos restos. Jorre de los Arias, sobre una m ota, en la que aún hay vestigios de su reconstru cción en el siglo XIII. Y, por últim o, hay un recuerdo de torreón en M alpartida. P osible m ente perteneció tam bién a esta cadena de atalayas la ju rad era de Ximén Sánchez, hoy llamada Jo rre de la Higuera. C om o se vé, las intenciones del m onarca estaban bien claras: que no bajasen los del Tem p le hacia C áceres desde el T a jo ; que los alcantarinos no pasasen de las cuestas de Araya; que los m oros no traspasasen el Salor; y si los santia gueses u o tro s cualesquiera querían castillos, posiciones o poblaciones, al sur de este río podían fundar o cojer tod as las que quisieran. Alguien preguntará sin duda alguna: ¿Pero es que no h a bía en estas tierras más castillos que los castillos de las O r denes? Para co n testar a esta pregunta debo recordar que en t o do lo expu esto me vengo refiriendo tan sólo y exclusiva m ente a la Transierra leonesa, es decir, a la m itad occidental de nuestra Provincia, que se extiende al oeste de la Vía de la Plata, y en ella es natural que en el ciclo de la Reconquista y aún en lo s tiem pos inm ediatam ente posteriores, es decir, en el siglo que va desde la segunda m itad del X ll a la según da m itad del XIII, es natural repito, que no hubiera fo rtale zas nobiliarias: prim ero, porque las O rdenes no las hubierar» consentido cerca de sus casas y encom iendas, que im pregna
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ban, com o lo acabam os de ver, to d o el te rrito rio ; después porque los dos co n cejo s principales, los de C áceres y C oria, que se regían por un mismo fu ero , rechazaban enérgicam en te el establecim iento de propiedades de los nobles. Fué, pues, al declinar el s ig lo X I I I, cuando al inmigrar a nuestras tierras la n obleza alienígena atraída por los ricos patrim onios agrícolas y , so bre to d o , g an ad eros,'cread o s por los primitivos poblad ores y sus sucesores inm ediatos, cu an do aparece el castillo nobiliario, de una form a análoga a c o mo apareciera el feudal en Francia de la época carolingia, es decir, para la defensa de la form a de propiedad territorial típica de nuestro suelo: la dehesa. La dehesa! (del latin defensus) es un territo rio defendido, acotad o (pues tam bién se llamó coto y colada) para la exp lo tación de los prod uctos espontáneos, especialm ente de los pastos. En un principio, sólo pudo acotar el co n cejo ; p ero, después, com enzó a concederse por los reyes el privilegio de acotar a particulares, quienes, al hacerlo, y para dar efectiv i dad a la defensa de la propiedad adehesada, solían elevar en el cen tro de ella una to rre o un castillo. H em os estudiado el fenom eno de los adehesam ientos en o tro lugar, y aquí sólo nos corresponde destacar algunos ejem plos. C reem os el más antiguo de tod os los castillos así eleva dos, entre los subsistentes, el castillo de Blasco ¡Muñoz, que se eleva sobre ingente canchalera en la dehesa de G arab ato. E stá muy ruinoso, pero todavía presenta elem entos co n s tru ctiv os suficientes para una restauración. Valdría la pena intentarla, o cuando m enos, consolidar lo existente, para ev i tar la ruina total. A éste sigue muy de cerca la fortaleza de Castellanos, en la sierra que perteneció a la familia de los Valverde, y de la cual quedan restos considerables, que pueden datar del pri m er tercio del siglo X IV . Las dos Arguijuelas son del siglo X V , am bas están magní ficam ente conservadas, aunque afectadas por múltiples re s tauraciones. Al norte hallamos el de ¡Monroy. cuyos cim ientos datan del X IV con reconstrucciones del X V , del X V III y aún del XX.
O tra s fortificacion es com o las de C oria, San M artín de T re v e jo , A rroyo, Aliseda y G alisteo, que h oy m uestran el aspecto de castillos aislados, son en realidad parte de las d e fensas muradas de estas villas.
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Unas palabras más, y éstas muy resumidas, so b re los cas tillos de la Transierra castellana. N o creo que nos afecte extrictam en te su estudio dado el con cep to fijado de Alta Extrem adura, com o Bajo León, según lo explicam os al princi pio; pero hay otras razones para que no aborde el tem a con la misma amplitud y hasta casi lo soslaye. La región oriental de nuestra provincia, salvo el m onasterio de Guadalupe, no ha sido por mi parte o b je to de estudios especiales, y sólo tengo acerca de ella noticias esporádicas, muy incom pletas, muy de segunda mano, y, so b re to d o , que no nos ofrecen una excesiva confianza. V em os, sin em bargo, que el fenóm eno castellano a este resp ecto se caracteriza por la escasa densidad de fortalezas de las O rdenes. Los tem plarios asientan en Hervás. Alcántara fué dueña de los castillos de A lbalate, T ru jillo y C abañas y Santiago de M onfragüe, tras la efím era vida de la O rden de M o nte Gaudio. En cam bio, abundan los castillos de tipo n o biliario, entre los que hay que citar dos muy im portantes: el de barandilla, de maravilloso em plazam iento y magnífica conservación, qu e data del siglo X IV , y el de Behís de !Monroy, aproxim adam ente de la misma época, que es de los que tam bién m erecen una restauración. Llego al final, paisanos y amigos míos, habiendo tenido una doble satisfacción y por tod a clase de aspectos muy in tensa: la de h aber respondido con tod o mi esfuerzo al lla m am iento de vuestro G obernad or, y la de haber reanudado mi co n tacto con las cosas arqueológicas de mi tierra, a la que nunca, nunca, dejo de amar con la misma intensidad de aqu e llos días juveniles ya lejanos, en los que paseaba sus calles y sus cam pos en busca de los inm ortales testim onios de sus glorias.
Meditaciones de un artista extremeño a su paso por el mundo antiguo POR
Enrique Pérez Com endador Académ ico de Bellas Artes
T rab ajosa tarea es para mí, ésta de m antener un soliloquio ante auditorio, siquiera éste sea de paisanos; de paisanos que le quieren a uno y, por tanto, prontos a la benevolencia. Y digo que es trabajosa tarea porque, com o sabéis, no es la pa labra sino la escultura mi m odo de expresión. El arte de expresarse con palabras, habladas o escritas, tiene principios com unes a las otras artes y ob ra sobre nos o tro s por una sucesión de imágenes y de sugerencias, palabra tras palabra, siempre una tras otra con toda la riqueza del lenguaje, y son necesarias para que podam os abarcar un con ju n to , imaginar o sentir algo. La más excelsa página escrita, al abarcarla con la m irada, sin su lectura no nos dice nada. La escultura, por el con trario, so bre tod o y ante to d o , nos ofrece el con ju n to, la unidad, y en ella lo demás. Son dos form as de obrar so bre nosotros diam etralm ente opuestas. Así, el poeta, el escritor, el orador, con cibe, piensa, obra, de m odo distinto al escu ltor. H abituado yo a expresarm e con la materia plástica, esto es, con la escultura, com prenderéis la dificultad en que me encuentro para ordenar el lenguaje que, en parte, d esco n o z co; hacerlo claro, com prensible, expresivo y aún em ocionan te; ya que no podem os con cebir arte ninguno sin estas y otras elem entales condiciones. Y arte, repito, es tam bién el dom inio de la palabra hablada o escrita. Así, cada vez que se me ha pedido subir a una tribuna, enfrentarm e con un grupo de personas que, m irándom e, es cuchan mi palabra, se me ha puesto en grave aprieto. ¡Es esto tan distinto de la soledad de mi obrad or, donde nada me coarta! A D ios gracias, estas veces han sido pocas. H abiendo cedido una por am or y espíritu de coop eracion , no podía ya resistir las sucesivas, que ¡ay! h arto frecu ente es en el hom bre reincidir en la flaqueza. M enos podía negarme ahora, escudarm e en mi propósito y vocación de obrar y callar, esto es, de esculpir en silencio,
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por con traste con la algarabía que hoy arma el últim o llega do que hace un garrapato. N o podía negarm e, porque el requerim iento era para C á ceres, que es para mí así com o si le pidieran a uno algo para su madre, y, adem ás, porque me lo pedía nuestro G o b ern a d or y Je fe Provincial, él, que consciente de sus deberes de gobierno, dedica buena parte de su atención al cultivo del es píritu de les gobernados. ¿Q u é artista podía negarse a c o operar en tan noble propósito, aún a trueque de defrauda ros? Sin duda, don Antonio Rueda y Sánchez M alo no pensó que esto de hablar en público es parte de su elevado oficio, oficio que él con oce bien y con brillantez ejerce en cada o ca sión. Yo le he oído alguna oración plena de claridad y de sen tid o, en tan to que mi oficio, para hacerlo bien, quiere, exije, rep ito, soledad y silencio. C onsuélom e pensando en el apuro de los queridos amigos que me hacen dar conferencias, si se les pusiera en el trance de hacer una escultura o siquiera un d ib u jito.,. no abstracto. N o os habla, pues, el m agistrado, el escritor o el pro fe sor, sino un escu ltor o, quizás, quizás, un poeta que no sabe h acer versos. T en ed , os lo ruego, indulgencia. ¿D e qué h a blaros? ¿de las obras de arte, que no son pocas y algunas de primer orden, que se alzan o se guardan en nuestra provin cia? M e falta la erudición y, por otra parte, [ilustres eruditos cacereños hay que podrían daros noticia de ellas y situáros las en la historia m ejor que yo. O s hablaría de la confusión reinante en las artes, de c ó mo hoy prevalecen la m ixtificación y la pampirolada. Este te ma me hubiera sido grato, mas Eugenio H erm oso tratará aquí del mismo. El, con su jerarquía artística, os hablará con autoridad y gracia. Será, pues, m ejor no dar lugar a la reite ración y más vivo e interesante para v osotros hablaros de cóm o se form a un artista sincero y honesto, de cóm o actúa o reacciona ante el mundo circundante. (Y , de una vez para tod as, no entendam os por honestidad conservadurism o o prudencia). Ahí está en potencia la obra de arte, pues éste participa de los sucesos de la vida y a veces es la vida misma.
C om o véis, de buen abolengo rom ano; p robablem ente, su físico nos lo dice; tiene gotas de sangre goda y celta. N o tan probable es que, a ju zgar por su idiosincrasia, las tenga ára b es o judías.
Extrem eño es el artista elegido y extrem eño es quien os habla; no nos desviamos, pues, del propósito de tratar en es te ciclo tem as cacereños.
Viene al m undo en un enclave m ontañoso que da aguas a! padre T a jo , verde rincón ibérico de sierras, que reco n fo r ta el cuerpo y da placer a la ventana del alma, los ojos, cu an do de C astilla o de la Baja Extrem adura se llega. M ontañ as, cum bres: al este, la nieve sobre ellas y nubes que cortan o
A D ios gracias, el artista de que os hablaré está vivo, el Altísim o no le hizo mandria ni pusilánime, que de serlo, no podría llamarse español, y m enos extrem eño. ¿H abéis visto acaso pusilanimidad o blandura en estos palacios— fortalezas cacereñ as—, en los frailes pintados por Zurbarán, o en el e x trem ado paisaje que va desde la Sierra de G ata a la tierra de b arros, desde Portugal a Castilla y Andalucía? «M editaciones de un artista extrem eño a su paso p or el mundo antiguo». Al leer este enunciado, que ha salido no de «m otu propio» demasiado am bicioso, a cada uno le habrá sugerido ideas distintas y algunos esperarán oir aquí profundas disquisicio nes. D aros por defraudados. La conferencia estaba ya escrita en buena parte, cuando el enunciado expuesto por mí vagamente tom ó la definición inserta en el programa. Lo eludo en lo que tiene de am bicio so; lo que sigue son más bien un relato y unas impresiones, siquiera el h echo de con tar y de expresar sea precedido de m editación. E sta tierra ibérica, de la que hem os salido y a la que sólo D ios sabe si volverem os, o el mar M editerráneo, o la pe nínsula bellísima y dulce que se adentra en el corazón del mar Antiguo; y aquella lengua de agua y de verde que corre y se extiende entre los desiertos líbico y arábigo, en el viejo m un do están, y por ellos nos m overem os, pasaremos. Lim itado es el tiem po de una confetencia; ello y el recato del paisanaje harán que hablem os de dicho artista sucinta m ente, ciñéndonos al hom bre más que a la o b ra, la que ha de hablar por sí sola. Su nom bre: Gervasio de t io r b a Hispalense. Sus padres, tam bién extrem eños, así com o sus abuelos, hasta el siglo XVI. El libro parroquial no va más lejos. Sólo algún castellano se in je r tó en ese árbol. G ervasio de N orba Hispalense.
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difuminan los picachos; al n orte, la reverberación solar, ro cas tostad as, barrancos ocres, siena, pardos, que no grises; al sur, verde, y en la ladera, som bra; al oeste, el horizon te dila tado v los cam inos. D entro de este circo , to rren tes, por en tre cuyos m usgos y canchales circula alegre o quejum brosa el agua cristalina, pura, siempre fresca. C on este agua recibe el bautism o G ervasio; esta es su bebida primigenia; este es el rimer paisaje ante el que sus ojo s nuevos se abren. Apenas a em pezado a vislum brar su belleza y reciedum bre y a ser considerado memo, en virtud de sus silencios adm irativos, cuando el hogar parte rum bo a Sevilla por el lado de los c a minos, por el oeste. Es la misma ruta que siguieron los des cubridores y conquistadores extrem eños del nuevo m undo, los que com o antorchas, unidos a su caballo, van tras la qui mera con sed de infinito, elevándose por so bre la tierra, al zándose sobre base, sobre solera latina, desnudos de am bi ciones bastardas, envueltos en el pendón de la Patria que alas les presta, llevando ante sí y consigo la cruz y la espada, la luz, el verbo, la civilización. D e Extrem adura a Sevilla, com o Zurbarán, com o tantos otro s extrem eños. Mas cuando G ervasio de N orb a llega a Sevilla, ésta no es ya, segundo lustro del siglo, la Atenas es pañola, com o lo fué en los siglos imperiales; no es tam poco la ciudad más rica y floreciente, puerto de partida y arribada del nuevo m undo, adonde llega el oro , se vierte el oro de allá y de acá, oro que en manos españolas no se m ercantiliza, no se envilece, no se abate, sino que por el con trario, se b a te; y, caso único en la historia m oderna, se espiritualiza. En Sevilla estaban —y aún queda uno— ¡os artífices, los batihojas que a golpe de maza convierten el oro en panes, esto es, en delicadas, finísimas hojas que, aplicadas sobre otras materias, las enriquecen, em belleciéndolas. Así, este oro , que en manos de los seculares enemigos de la grandeza española se habría envilecido, se envilece cada día, en manos españolas, se espiritualizó. Aún cu b re los grandes y pequeños retablos de nuestras catedrales, de nuestras iglesias, únicos en el m undo; las imá genes ante las que oram os, los artesonados que cobijan los más nobles recintos. E ste o ro , pese al interm itente despertar de la bestia excitada por enem igos y dem agogos, está aún h echo form a y filigrana en las custodias, en los cálices, en los m anifestadores con que rendim os culto a la Divinidad. E ste oro , por el que otros tejieron nuestra leyenda negra, vino de
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América y en buena parte fué devuelto allá, cubriendo reta blos, imágenes y ornam entos sagrados. C uatro siglos pasaron desde aquellos áureos tiem pos y Sevilla no era ya el cen tro de reunión y partida para la prodi giosa aventura, forjada y hecha universo por españoles. P o r el contrario, estaba vivo aún el paso derrotado y harapiento de los últim os que en C uba sostuvieron lo que era in so ste nible ya. El horizonte español se había cerrado y nuestro extrem eñito oía con asom bro hablar mal de España a los españoles. Ya alguién le había dicho que la Patria era com o nuestra ma dre y no com prendía que nadie hablase mal de su madre. Iba creciendo, para su fortu na, en aquella ciudad b ética, que además de estar fundada donde pudo tener su asiento el pa raíso, supo en sus tiem pos de poder y riqueza dar primacía al com ercio del espíritu y ya con mármoles, piedras o barro cocid o, con metales y madera, en lienzos y colores, o con la letra impresa, plasmó la sutil univeisalidad de su espíritu. Por ello es aún lo que es: la ciudad de la gracia, de la gracia en su más noble acepción, o sea, don de D ios sobre toda la actividad y exigencia de nuestra naturaleza. En Sevilla, el aura, más aún que del norte llega del este, del mar Antiguo, cuna de civilizaciones, de Italia, de G recia, de O riente: Sevilla, entre las grandes ciudades occidentales de Europa (grandes por su espíritu), es quizás la que más aura oriental recibe y, ved el prodigio, funde en su crisol hecho de gracia las dos culturas, la oriental y la occidental. La p ro digiosa criatura es así llevada, casi siempre desde Sevilla, a través del O céano, al nuevo m undo, por extrem eños. Esta fusión no es una imagen ni una hipótesis, es algo vi sible y tangible, la sentim os en Sevilla a un lado y a o tro por doquier; mas si ello no bastara a nuestra miopía, para cap tar lo, parém osnos en el patio de Banderas, en la plaza del T riu n fo o en el patio de los N aranjos, en Triana o en la M acarena, y alcemos la mirada. En el corazón de Sevilla verem os en un m onum ento que es obra de la inteligencia, del espíritu y de la destreza hispalenses de distintas épocas, la gracia, la uni dad, la universalidad, en un to d o arm ónico. He m entado a la Giralda. Diréis que estoy enam orado de Sevilla: ¿por qué no? ¿^uién que tenga ojos y entendim iento, no se enam ora de ella? Enam orado y agradecido, pues agéste que os habla, c o mo a Gervasio de N orba Hispalense, le nutrió y , además, le
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inició en el para nosotros m ayor de los bienes: el conocim ien to y am or de la belleza. Por ello, paisanos, lejos los celos, que es baja pasión; antes bien, alegrém osnos, que enam orarse, amar y dar nietos, es darle a la madre dicha y amor. Volviendo a G ervasio, le encontram os ya m ozo, inmerso en el am biente en que vive y de él enam orado. D e sus m aes tro s, de sus amigos, en la lectura y en la calle, ha aprendido de dónde llega el aura que respira y que ama. N o es el O céano A tlántico el que com o a tan tos extrem eños en otro tiem po le atrae; él sueña con el M ed iterráneo, con los oríge nes, y su sueño se hará realidad. Son años en que para él no hay descanso; desde que se alza del lecho hasta que al hecho vuelve, día tras día, año tras año, porque sí, sin que nadie le obligara, porque se lo pedía su ser, no vivía más que para el aprendizaje del arte. Ni asociaciones de padres de familia, ni com isiones m iniste riales o legislativas pensaban entonces en aliviar a los jóvenes en la enseñanza y en el trabajo , que son los que form an a los hom bres. E stud iaba, adem ás, un peritaje, pues habiéndole el padre alentado a seguir su vocación y siendo ésta de resultado tan incierto, quiso que eventualm ente tuviese o tro medio de vida. Y cuando a los 18 años, term inados los estudios, a la cabeza de la prom oción, pudo ob ten er una plaza bien retri buida, esto es, un porvenir asegurado, optó por opositar a una pensión que el ayuntam iento de Sevilla convocaba. Siguió su v ocación, dando de lado el lucro inm ediato y seguro y, com o veréis, fué com pensado con creces. N o todo por m érito suyo, seamos ju sto s; tuvo m aestros y amigos sevillanos nobles, com petentes y bondadosos, que inculcaron en él principios que inform aron toda su trayectoria moral y artística. Así, de Joaquín Bilbao, su paternal m aestro, a más del oficio de m odelar, tallar, policrom ar, del trabajo honesto y recatad o, asimila la caballerosidad, el sentido del orden, el esm ero y la pulcritud en cuanto acom ete. D el viejo pintor Virgilio M atton i, el conocim iento directo del gran arte his palense, el respeto o la veneración por la obra de los que nos precedieron, sin beatería arqueológica y, por tanto, el interés en estudiar a los antiguos no a través de historias del arte, sino ante la obra misma, con toda su elocuencia. Del pintor Bacarisas admira y aprende la elevación m oral, la entrega am orosa de su arte, el código ético del artista digno de este nom bre. D e Agustín Sánchez-C id, escultor, el tra b a
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jo concienzudo, la conciencia insobornable, la intransigencia con la intriga, con la adulación, con la com ponenda. Del ceram ista M ontalbán asimila el placer alegre de la buena labor artesana; de aquí sus barros cocidos que en Roma c re yeron salidos de la tradición etrusca. C on Santiago M artínez y Alfonso G rosso, com pañeros suyos de pensión, algo ma yores que él, empieza a saber cam inar. D e to d o s, de los m a yores, de sus com pañeros, de sus discípulos h oy, aprendió y aprende todavía. Ya va a salir de Sevilla, más antes hase habituado por necesidad a tener conciencia de la responsabilidad que com porta el encargo. Podéis imaginaros que con estos fundam entos el joven extrem eño no sale a buscar fortuna, ni renom bre, ni laure les. Sale en toda su integridad a aquello para lo que se le pensiona, a ampliar sus estudios, sencillam ente, m odesta m ente, sin otra am bición menos noble, y tod o se le dará por añadidura. Su pueblo natal y la capital de su provincia, con los que nunca perdió el co n ta cto , le ayudan. En una exposición de las obras de pensionado, en Sevilla, un títu lo de Castilla, nada m enos que el duque del Infanta do, pára atención en sus esculturas y quiere con ocerle. Le hace llamar, y allá va nuestro G ervasio, G ervasito, com o le decían sus amigos, ufano y tem eroso, tem eroso y ufano. Aún no había alcanzado la estatura de hom bre y su voz era casi infantil. El duque, al tener ante sí a aquel jovenzu elo, pequeño y muy m odestam ente ataviado, le ataja: — Y o he hecho llamar a tu m aestro, al m aestro N orba Hispalense, ¿por qué no viene él? G ervasito crece de súbdito un palmo, ahueca la voz — por única vez en su vida—y dice: D e N orba Hispalense soy yo, para servirle. Y dejó de ser tierno, porque, com o no ignoráis, en Sevi lla raro es el que no tiene m ote, y a él, por su timidez e impresionabilidad, le llamaban el «niño tierno». H ace los b u stos del duque, de sus familiares y de o tro s aristócratas. Está en la capital de España, vive en un casi palomar en el corazón de la ciudad, trabaja con ahinco y tenacidad, ve tod o con ojos nuevos, con curiosidad y humil dad, observa, con la mente ya moldeada del aura clásica asimilada en Sevilla. Vive com o antes, com o después, sólo para su arte. Mas en los lugares de trabajo hay com pañeros
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que van pregonando quién es y lo que hace. Igual aquellos aristócratas cuyos retratos esculpía. Así va siendo con ocid o sin buscarlo y es que, casi siem pre, el éxito viene solo, cu an do nos proponem os y perseguimos metas elevadas, siendo fieles a nuestro propósito; y a la inversa, es frecu en te el fracaso cuando trabajam os pensando en el éxito más que en la obra misma. C o n o ce por en ton ces y traba am istad, que ha de durar tod a la vida, con Javier W inthuysen, pintor, oso jard inero — com o le llama Juan Ramón Jim énez— una de las m entes más lúcidas que pueden encontrarse en España. Sevillano tam bién, inqu ieto, indolente, con ideas y con cep tos artísti co s tan ju sto s y perm anentes, por encima de modas o de fosilizaciones, que abren a N orba Hispalense nuevos h o ri zontes, que le hacen ver con claridad ante sí su senda, senda que seguirá ya toda su vida,, aunque a veces y con frecu en cia, haciendo zig zág. H aciendo-zig zág porque la meta está alta y lejana y el repecho es de aúpa. ¿Q u é repecho?: la persecución día por día de la calidad en la realización de lo con ceb id o, los pasos dados hacia la verdad, franqueados al precio de noches pasadas en vigilia, tras los días en lucha con la m ateria, la obsesión de la belleza, el am or inefable por ella. C uando el futurism o está en boga y la pampirolada hace pinitos, tiene ya bagaje para no com ulgar con ruedas de m olino. N o es que haya dejado de ser im presionable, sensi b le, no; por el con trario, su sensibilidad se afina cada día y es atraído com o jov en por lo nuevo, lo llam ativo, lo que se opone a lo que, mal inform ados o ignorantes, puede pare cem o s viejo. Es ten tad o, ¿cóm o no?, por ciertas sirenas, y a veces envuelto en su sortilegio; más pronto se percata de su fatuidad, de lo poco que cuesta vencerlas y reacciona rápidam ente, recobrand o su senda. Y es que, sencillam ente, tiene una buena salud moral; m oral, que no corporal, pues el cuerpo flaquea, y precisam ente cuando ha inaugurado el m onum ento a un vate castellano-extrem eño, m onum ento ad ju d icad o en concurso nacional, al que acudieron algunas prim eras figuras de entonces, ha de recluirse en un sanatorio. A í donde el cuidado del cuerpo, de la salud perdida, es lo p rimordial, no olvida que cuerpo sin espíritu es animalidad; y lee, lee incansablem ente, m edita. Así, cuando al cabo de casi dos años de inactividad forzada, nuestro hom bre, con sus manos tem blorosas, aprieta y acaricia de nuevo el b arro.
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éste cede y se transform a de muy distinto m odo a com o antes se dom eñaba; tom a ahora form as claras, rotundas y serenas; la anécdota empieza a ser superada, ataca las m ate rias nobles, huye de la especialización, quiere ser com pleto y universal, com o Leonardo de Vinci nos dice que debe ser el artista, y no olvida esta insuperable lección de don Miguel de U nam uno: Eran los años en que éste, exilado, residía en París. A cu de N orba Hispalense a su tertulia en el café de la R otonde, en ton ces centro de reunión de los artistas de tod o género y de com pañía cosm opilita y estrafalaria. Es presentado al m aestro, ab so rto ante una b ola de masilla, de la que pellizca y va haciendo con sus dedos, pulgar e índice derechos, p e queñas bolitas que lanza lejos seguidamante. T ras los an te ojo s levanta su grave, aterciopelada mirada lejana; la dirige a Gervasio y le dice: — Bien, pollo, ¿escu ltor o m odelador? G ervasio se queda hecho un marmolillo; mas reacciona y sin jactan cia alguna: — D on Miguel, ambas cosas. La respuesta com place al m aestro y éste aclara lo que ha querido decir, o sea, que lo propio de la escultura, lo origi nario es tallar, esculpir; y ello, claro es, so bre m ateria resis ten te, m árm ol, piedra, madera. — H o y — d ice— son raros los escultores; abundan en cam bio los m odeladores, esto es, los que no conocen otra m ate ria que el barro, y m odelada la estátua creen haberlo hecho to d o , entregándola acto seguido al vaciador, al sacador de puntos, al fundidor, que las más de las veces, si la vigilancia del artista no es muy estrecha, la matan. Gervasio reflexiona y deduce que el escu ltor que lo sea ha de co n o cer y trabajar todas las m aterias. N o quiere lo referido decir que la escultura en b ronce, que suele ser modelada previamente, no sea escultura; lo es, y su riqueza inalterable la hace cob rar superior jerarquía entre las m ate rias nobles que el escultor emplea. Ahora bien, cuando se ha tallado, esculpido, se modela y se com prende la form a de muy distinto m odo. D e aquí el con traste entre todas las grandes épocas de la escu ltu ra, y el siglo XIX, y aún el XX, cuando casi tod os son m odeladores. En general, la escultura de esa época carece de rotundidad y firmeza. Ello no es ób ice para que en co n tre m os obras estim ables y aún excepciones extraordinarias—
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Rodin, Bourdelle— pese al m odo y a la m oda, pues el genio y el talento to d o lo superan. O tro día, Unam uno a solas con el de N orba, después de un paseo por la ciudad del Sena, le habla de los peligros que acechan al artista; los dos más tem ibles, el dinero y las m u jere s, que no la m ujer. El prim ero, o sea, el afán de lu cro, la avidez, le desvía del que ha de ser su nobilísim o y elevado o b jetiv o , envileciéndole hasta que ya en esta vía, pervertido, pierde el sentido de la belleza. El segundo le distrae, le roba energías y am or. El arte es un tirano, es exigente y quiere to d o el am or, toda la pasión para sí. D e aquí que el com er cio de la mujer con el artista, aunque ansiado, sea difícil y se rom pa a veces con estruendo. S ó lo m ujeres extraordinaria mente inteligentes y com prensivas, que sepan plegarse y amar tam bién el arte, pueden, no digo ser felices, sino vivir ju n to a un artista y hacerle feliz. Hem os hablado, aunque sucintam ente, de la form ación juvenil de Gervasio N orba Hispalense, de las influencias que ha recibid o, de cóm o ha ido haciéndose hom bre el artista; calidad esta segunda que no alcanza consistencia sin la pri mera. Sería dem asiado hablar en una sola vez de esa vida si aún no muy larga, sí henchida de inquietudes, de trab ajo y de obras. Dem os un gran salto sobre los años en que nuestro artista lucha, obtien e recom pensas, va adquiriendo reputa ción artística y experiencia; años en que viaja, dentro y fue ra de la Patria. He aquí lo que más tarde dirá de él don Pedro M ourlane M ichelena: Le vemos crear figuras de ayer con las que España hizo la unidad del mundo; el togado o el misionero, el nauta de siete m ares o el fundador, y figuras de ahora por las que España resurge, que dan sentido a una época. En todas infun de el escultor dignidad, aliento y firmeza, pues que son gen te dura, aparte de ser la sal de su estirpe y la luz de los suyos. Las cuatro virtudes de España han sido: am ar, viajar, fun dar y renunciar; y nuestro artista da fe sobre m ateria resis tente con la que el tiempo no puede.
D etengám onos brevem ente en un acontecim iento, quizás el más im portante de su vida. Había amado com o tantos jóv en es idealistas o rom ánti cos, unas veces platónicam ente y otras con pasión, con ocien do el desencanto que supone cerciorarse de que no había más que vulgaridad donde vinculara las bellas y grandes c o
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sas por las que la ju ventu d es «el divino teso ro », que quere m os alcanzar prim ero y que vemos alejarse después con la m ayor de las melancolías. Había mariposeado y con ocid o el néctar de muchas flores y un día Dios quiso co rtar su e fí mero vuelo, cruzando en su cam ino a la que, si le unió al yugo, le agrandó las alas y la ilusión. Extranjera de nacimien to , se españoliza rápidam ente, y enseguida es ella quien hace ver, com prender y amar ciertos aspectos de su Patria a nues tro extrem eño y aún a pasar so bre cierto s llamados d efectos españoles, que no lo son tan to. También artista, de form a ción sólida y de gustos depurados, contribuye grandem ente a que se depure y afinen los de N orba Hispalense. Item, que com o extranjera de país celoso de los vecinos llegó a nuestra Patria bien pertrechada de advertencias e inform ación ten denciosa— ¡ojo con los españoles, le habían d ich o!—y el pri mer español con quien se en fren tó, sin que le hiciera gracia alguna, fué nuestro G ervasio. T am p o co a él se la hizo ella, mas el m útuo conocim iento progresivo y la contem plación ju n to s de España y de sus obras de arte, les hicieron amarse. D e ella dirá más tarde el gran escritor don Pedro M our lane M ichelena: Su presencia, corno su palabra, se dibujan con el contorno diáfano de un castillo del Renacimiento de la región del Loire o de la isla de Fran cia. L a claridad, la cortesía y la gracia la sonríen y configuran sus gustos. T rae del fondo de los siglos esa vocación a la que Magdalena, fiel a los suyos, no renuncia. Pensionada en la Casa de Velázquez, de Madrid, m ira y ve España sin que los ojos se le sacien. Nace entonces su cono cimiento, hoy certerísim o, del modo de ser de nuestra Nación, en la que finca por su matrimonio. No porque la pintora sonría siem pre con gentileza hum a nísim a, es menos firme su creación, sobre la que el tiempo se detiene; es además por su ljnaje, como por la riqueza de su alm a «defense, refuge et reconfort» de cuantos gustan de su diálogo siem pre vivo e inestinguible.
G ervasio tiene ya amiga, com pañera, amada esposa, y am bos logran con tem peram ento y personalidad diferentes, quizás porque se com plem entan, la unidad de que habla la Epístola. El y ella, ella y él, son pobres; los tiem pos, de sa crificio y heroísm o; mas llévanse alegremente, porque la vo cación es fu erte, grande la ilusión, se dan pasos que condu cen a la m eta y cada paso — com o decía G o eth e— es una meta.
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Se anuncia por aquellos días la oposición a una plaza de pensionado en nuestra Academia de la Ciudad Eterna; lucha de nuevo y vence. T ien e encargos, nom bre. La am istad le dice: — E s una locura marchar a Rom a; tienes aquí un porvenir inm ediato; ya has asimilado no p o co ; bajas un escalón; perderás. Y el de N orba: — H e soñado desde niño en Sevilla con Roma, con el M e d iterráneo, con los orígenes; sigo mi vocación de co n o cer, de aprender; así me hago de nuevo estudiante y b ajo escalones; no perderé, ganaré. Partieron para la soñada Italia G ervasio de N orba Hispa lense y su esposa. El y ella, ella y él, ya con 1.a medalla, caso único en los anales de la Academia Española de Bellas Artes de Roma. N o podem os detenernos con él durante sus años vividos en la dulce Italia, en la Rom a m adre, ni en la resplan deciente G recia, de donde irradia la noción de la belleza; o en Lutecia que hereda de G recia la luz de la inteligencia, el sentido del orden y de la medida; ni en Londres, la ciudad de la niebla. En uno y otros lugares dejó corazón y obras y am or o curiosidad por España. Q uizás un día nos sea dado llenar otros pliegos y en ellos se dirá cuánta herm osura hizo la humanidad en este viejo mundo y cuán descaecido y errado y laxo se encuentra ca minando, si el T o d op od eroso no lo remedia, hacia su ruina u ó b ito , com o acon teció a los im perios egipcio y asiáticos, a G recia, a Rom a, a Bizancio, etc ....
C uando España descubre, puebla y civiliza el nuevo m undo, es la última vez que el polo de las civilizaciones se desplaza. Ello trastorna el equilibrio antiguo, trayendo la decadencia de unos y em pujando a otros al primer plano. El prim er plano tod os lo tenem os cada día ante n osotros, en el cine, en la radio, en la prensa, y acabará por hacer que t o dos vean, piensen, amen u odien a una, y a una mueran. D e jem o s este torbellino y evadám onos con N orba Hispalense al últim o plano, allá donde fué y aún está el principio de la historia escrita de la humanidad, a las tierras que baña el padre N ilo, y acom pañém osle en su viaje. C om o sabéis, Egipto, el E gipto m oderno, su cultura, es o b ra de Francia. H asta hace no más que meses, en casi tod os
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sus organism os culturales h u b o asesores y profesores fran ceses. U n o de ellos, a la sazón experto para las Bellas Artes, M r. G eorges Remond, amigo de España, organiza una misión de artistas extranjeros: arq u itecto , pintor, escu ltor, d ecora dor, medallista, ceram ista. T o d a la gama de la plástica y sus aplicaciones más nobles. La misión, invitada por el G o biern o, ha de ejercer su m agisterio durante 4 meses en la Escuela de Bellas Artes de El C airo, y cada m iem bro ha de exponer un grupo de sus obras. C om o escultor va N orba Hispalense y es invitada su e s posa a exponer pinturas suyas con las de la misión. El sueño se realiza y la form ación del artista se com pletará. D ejem os ahora la palabra a nuestro G ervasio, que nos re lata el viaje y nos hace con ocer que no to d o son delicias en el mar Antiguo. Es un escrito suyo de 1947, el año del c ó lera: Viajam os en u p o de los tres barcos que ahora hacen la travesía entre España y Egipto, el Benicarló. U nicos pasaje ros, el E m bajador de España en El C airo, que va a tom ar p o sesión de su cargo, un fraile que se quedará en los Santos Lugares, y nosotros. El viaje se inicia grato cuando am anecem os reposados en la costa brava, de singular belleza. Palamós y San Feliú de G uisols, son las dos primeras escalas, gratísimas; se recrea nuestra mirada y nos sentim os ya tranquilos y gozosos. Así llegamos a G énova. Está adelantado noviem bre y la tem pe ratura, la luz, la brisa son, sí, deliciosas, mas ¡ay! la barbarie de los liberadores ha hecho estragos. Los m ejores m onum en tos en ruinas, aunque en plena reconstru cción, y la dignidad de la arquitectura italiana que en pie queda, es mancillada por la burda zafiedad de innumerables letreros m arxistas y dem ocristianos. N o sólo la faz ha cam biado, es el sarampión de la libertad y donde antes reinaba el orden y la sensatez, ahora la grey pulula sin contención ni decoro. U nos m ozal b etes, tocad os con pañuelos rojo s al cuello, son paseados en cam iones y, con sus cartelones y gritos, reunidos en la gran plaza, en adunata estrepitosa, piden acudir a liberar a la ju ventud española de las cadenas tiránicas de la Falange de Franco. N os sonreím os, se sonríen otros dignos italianos, p e se a la algarabía, y com entam os: si un falangista apareciese aquí con una estaca, se esfum aban todos. Abandonam os Cénova, la del fam oso cam po santo, de bellas colinas pobladas de m ausoleos y estatuas com erciales
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y decadentes de gusto deplorable, entre las que se ahogan aquellas em ocionadas y estim ables, que no faltan. Pasamos ya de noche el estrech o de Messina. A un lado, Mesina; al otro , Reggio; plenas de sugerencia y atracción. A quí term ina la dicha. El barqu ito em pieza a bandear y t o dos a alarmarnos. Los bandazos van en aum ento, las olas se encrespan y barren la cubierta; im posible estar en pie. La gente desaparece, vencida por el m alestar; no hay más reme dio que tum barse. La ligereza de aquellos miles de toneladas sobre el agua es inconcebible y su fragilidad ante los elem en to s furiosos nos asusta. Así pasan las horas, el día, la n oche. Im posible acudir al com edor; el cam arero suda para tenerse en pie; y ha de tenerse, pues nuestro em bajador, el viejo hi dalgo don Alonso C aro, es el único que acude im perturba ble a la mesa; tiene su copa de coñac ante sí, mas se dice que en el cam arote lo que tienen son botellas. M ientras mi m u je r, postrada, sufre el trem endo m areo, y o, trabajosam ente, me enderezo y haciendo zig-zag, dando trom picones, logro acercarm e hasta donde desfallecido y pálido yace nuestro fraile; dice haber oído que en estos casos salir a cubierta y correr por ella es rem edio eficaz: ¡ánimo, padre!, ensayem os. Allá vam os los dos; él remanga su h áb ito , yo calo fu erte la boina y correm os, correm os, toreando las olas y aguantando su fría salpicadura en el rostro. Y, ¡vive D ios!, cierto era el rem edio. S e nos despierta un ham bre canina y llegada la h o ra entram os a restaurarnos del ya largo y forzado ayuno. Allí está, im perturbable, sin necesidad de carreritas ni agua fresca, el viejo hidalgo; no sonríe, ni se extraña; ante su co p ita de coñ ac, espera. N o hem os hecho sino retirarnos, cuando los bandazos arrem eten con insistente fuerza y he aquí que un ruido en sordecedor nos acongoja, tod o el ajuar del com ed or rueda por los suelos e igual nuestros utensilios y m aletas, que abiertas han expelido tam bién cuanto contenían. T o d o dan za en el cam arote y si nosotros no som os un o b jeto más, ju guete del trem endo vaivén, es porque el instinto nos hace m antenernos fuertem ente asidos al catre. N o queda más que encom endarse a D ios. El quiso que to d o quedara en un susto de cu atro días con sus noches y, al fin, ya lejos de C reta, la calma vuelve y con ella la vida, el placer de mirar, de pensar, de estar. Es muy de mañana y Beyrut se nos aparece bellísima, sonrosada, recostada en la ladera, abierta, im púdica. D uran
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te tod o el día la recorrem os; es nuestro primer co n ta cto con O rien te, un a m odo de preludio de lo que verem os en los días y meses sucesivos, pero sin m onum entos, sin solera, sin genio; eso sí, con rostros fem eninos de ojos y labios que h e mos visto antes en algún sitio; ¿dónde?: en el andaluz, en Sevilla. Después Jaifa, y aquí vienen otra vez las delicias del M editerráneo. La guerra entre árabes y ju díos se nos aparece allí mismo en el puerto en toda su crueldad. N o se nos per m ite ir a tierra, es peligroso. N uestro cónsul en Jerusalén ha venido a saludarnos; p o co s días después perecería al ser volado por las bom bas el hotel en que habitaba. El Benicarló ha de quedar tres días con sus noches fu e ra del puerto, mas tan cerca de la ciudad, que divisamos cuanto en ella sucede, animado por el incesante paqueo. D e día, bueno va; pese a lo que acontece, el espectáculo es nuevo para n osotros e inagotable. El atuendo, magnífico para los ojos de un artista, de cuantos por allí pululan, su colorido. Amplios ropajes que dóciles al aire y a los m ovi m ientos del cuerpo, nos dejan adivinar su herm osa estru ctu ra, disfrutar de su ritm o y ademanes. ¡Uf! cóm o aborrecem os en ton ces estos tu b o s grises que nos envuelven, que nos convierten, al menos por el hábito, en masa gregaria. ¿El chapeo, la chaqueta, el pantalón que llevamos, signos de progreso, de civilización? N o para el escultor. Estam os ya en Jaifa, al fin en el puerto, y es hora de dor mir; la tem peratura grata, casi cálida; mas no hem os em pe zado a conciliar el sueño cuando una conm oción del barco, acompañada de sordo y lejano ruido, nos hace estrem ecer nos; después, silencio, quietud. E sto se repite toda la noche, varias noches, con intervalos de media hora. Es la actividad de los hom bres sanos y la defensa contra los mismos. Y d e solados pensamos que aún nos aguarda el cólera en Egipto. Una mañana, a la vera del nuestro, atraca un barco ca r gado de... ju d ío s. Son jóv en es, vienen de O ccid en te a la tie rra de promisión; ellos y ellas ligeros de ropa, pantalón c o r to , piernas al aire, camisa o blusa sin mangas y abierta hasta no poder más: ¿dónde quedó el recato? ¿acaso se lo dejaron en España, allá en el siglo X V ? Ellos feos, desgalichados, gra sicntos y así las hem bras; pero algunas, ¡D ios!, guapas y ju n cales com o ellas solas. Es el arribo a la tierra de promisión.
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Cantan, se abrazan, saltan al muelle y se organiza el convoy hum ano; los ju d ío s, en autobuses; delante y detrás, un carro blindado; a los lados, m otoristas armados. Es la escolta in glesa. El convoy se pone en m archa alegrem ente, mas ¡oh el odio de raza, la pugna de intereses sembrada entre seres que no tienen por qué odiarse, por los poderosos, por los que siempre están resguardados!, el convoy no ha hecho sino re correr cien m etros, dejar atrás la salida del puerto y los ára bes allí apostados abren fuego. G ritos, confusión, sangre. Y la escolta inglesa continúa im pertérrita. Es la no intervención. Al atardecer veíamos pasar un b arco con unas extrañas y grandes jaulas sobre cubierta. ¿Serán fieras para los parques europeos?— inquiríam os— . N o, señores, son ju d ío s cazados durante el día. Y en efecto , allí entre los barrotes vem os unos hom bres que, com o a nosotros, D ios creó a su imagen y se m ejanza. Pensam os: sólo España los ha tratado com o a seres hum anos, ¿por qué entonces nos com baten? N os disponem os a levar anclas. Es la aurora. P ronto d eja rem os de estar en medio de la inmensidad co lo r turquesa del mar y nos acercareriios a las pirámides. Rato ha que la n oche cayó. El cielo esplendente, tachonado de estrellas, muchas fugaces, nos produce la ilusión de encontrarnos en verano. T enem os a la vista un inm enso, maravilloso collar de brillantes en un estuche de terciopelo azul oscu ro; es A le jandría en la noche desde el mar. T o d o s hem os evocado desde nuestra niñez, desde que se generalizaron nuestras lecturas, Alejandría— de Alejandro que la fundó— , la antigua ciudad cosm opolita, la que em be llecieron los T o lo m eo s y los em peradores rom anos, la de la fam osa biblioteca que hacía encontrarse en la ciudad a los sabios del m undo. T o d o s los que hem os arribado a ella con esta ilusión he mos sido decepcionados; ¿qué queda de su antigua grande za?; algunas ruinas que casi hay que adivinar, una herm osísi ma colum na romana, la llamada columna Pom peva, y restos del faro de los T o lom eo s. U n museo greco-rom ano, éste, sí, bello y riquísimo en su género para los estudiosos de arqueología. Para n oso tro s, al gunos fragm entos y la colección de Tanagras, quizás la más rica y num erosa que se conserva.
Sabéis que a esas figurillas de b arro cocid o que los grie-
gos m odelaron siempre y en to d o lugar, les viene el nom bre de la ciudad de Tanagra en Bexia, en cuyas necrópolis se en con traron las más célebres. C asi siempre bellísim as, con ser van a veces restos de policrom ía. Una m uchedum bre de d io ses y diosas, héroes y genios, hom bres y m ujeres. Empleadas com o ex -v o to s, con frecuencia acom pañaban en sus tum bas a los que en vida las gozaron. Algunas, verda deras obras m aestras, pese a su pequeña dimensión; otras, las más, m oldeadas y repetidas. So n creaciones artísticas y artesanas, plenas de belleza, de gracia, donaire y coqu etería. Sapientísim as en el m odo de interpretar el plegado, adaptán dose al cuerpo en reposo o en m ovim iento, en el m odo de plantar la figura y de moverla. ¡C uánto más nobles y bellas que nuestra m oderna pequeña imaginería! Alejandría. ¿D ónde está la tum ba de Alejandro; dónde la tum ba de C leop atra, en la que se extendió para m orir des pués de haber quem ado el cuerpo de A ntonio? N ada da idea de la grandeza alejandrina. Alejandro, C ésar, C leop atra, los T o lo m eo s..., nom bres y nada más que nom bres. Pensamos con H enri Bordeaux: ‘ N unca la m uerte fu é honrada com o en Egipto. En ningún sitio m ejor que en A le jandría puede medirse el olvido». M as la vida continúa. G rie gas, sirias, ju d ías, turcas, egipcias, m ujeres encantadoras, v es tidas en París, elegantes, decorativas, flexibles y coq u etas, son com o tanagras vivas que nos regalan, además de con su plástica y sus jo y a s, con la música de su voz y de su con ver sación cosm opolita. C on ellas hem os ido al d esierto— era la m oda— y con ellas el desierto perdió su máximo encanto: la soledad. N os hem os olvidado del cólera y, por tan to , allí está en el delta haciendo estragos, lo atravesam os cam ino de E l C airo. Los ojo s no se sacian de mirar a través de los vidrios del tren herm éticam ente cerrados para defenderse del polvo. C reem os que, pese a la invasión del hom bre y de la m áqui na m oderna, allí nada ha cam biado; casas rectangulares, más modernas y bellas que las del viso madrileño, dan la sensa ción a veces de estar cortadas, de faltarles el últim o piso. Por el bellísim o cam po del delta verdísim o, surcado de canales y de cam inos, circulan asnos ju icio sos, dóciles y re signados, que no se com prende cóm o pueden sop ortar la carga de la familia árabe rem atada por un m onum ental tu r bante.
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En la tarde, la teoría de negras siluetas vivas, macizas, e s tatuarias; son m ujeres egipcias cam inando, pies desnudos, con paso flexible, el to rso arqueado hacia atrás y los senos exultantes, sus velos caen a plom o hasta los pies; caminan con indolencia milenaria. La cabeza erguida, h ierática, s o portando en equilibrio perfecto el peso de su cántaro. Van y vienen del N ilo con la carga de agua para su humilde hogar, cum pliendo el mismo rito que hace miles de años. M iram os con respeto su con tin en te solem ne. ¿D ónd e hemos sentido idéntica em oción, en un paisaje urbano diam etralm ente opuesto? En lo que aún perm rnece de N o rb a , en C áceres. Q uizás un día nos sea dado rep resen tarla así escultóricam ente. C onservad y amad, oh paisanos, estos vestigios de vida antigua. Por lo que ellos significan, fuim os y som os. N ada de lo que viene detrás puede com parársele en su paso solem ne. Volvam os a las m árgenes del N ilo, donde hem os dejado a los búfalos de dulce y triste m irada, perezosam ente tu m b ad o s, o haciendo girar lentam ente la rueda de la noria. C a m ellos de ritm o acom pasado y cabezas filosóficas, fellahs, esto es, cam pesinos de largos vestidos pintorescos, pies des calzo s y turbantes variadísimos, marchan m ordiendo caña de azúcar u hojas de lechuga, o engullendo habas, sus tres alim entos. Es com o un horm iguero que bulle incesantem ente; son gentes pobrísim as y magras; inmovilizadas por la religión mu sulmana, creen, ignoran y viven felices. Lo vem os en su mi rada, en su sonrisa, infinitam ente más felices que el asalaria do europeo de b om bín y corb ata, lleno de am biciones, ren cores y cuidados, de preocupaciones sociales y electorales. ¡Señor, dejad siquiera ese pueblo de cam pesinos so bre la v ie ja tierra fecunda, que viva feliz, y se vista a su m od o, sin nuestros torm en tos, que viva el m om ento presente com o los niños! Un rayo de sol, el espacio infinito y la esperanza en el más allá los m antiene. Q u e generales, sociólogos y especula dores no tu rben su paz. Estam os en El C airo , las avenidas m odernas y sus edifi cio s, com o allá y acullá constru id os por la avidez crem atísti c a , no nos dicen nada y nos ocultan la ciudad que nos in te resa; ya la irem os descubriendo. Igual nos sucede en el centro de Sevilla y de otras nobles ciudades, mancilladas, ultrajadas, deform adas por el llamado progreso y por sus alcaldes. D i chosas las viejas ciudades cuyos alcaldes no son em prende
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dores. ¡C óm o nos co n fo rta rem em orar aquí la casi incolum i dad de nuestro viejo C áceres! ¡Q ué buenos fueron sus al caldes! Ya desde el gran balcón de nuestro cu arto en un séptim o piso, se nos o frece el más bello y radiante panoram a que h u biéram os podido soñar. A bajo, a nuestros pies, la ciudad m o derna, la calle bulliciosa en la que el guirigay de las gentes orientales y europeas se entrem ezcla con el estrépito de tran vías, autobuses y claxon de lujosísim os autom óviles; tod os han de atem perar su prisa al paso de manadas de cam ellos que marchan con regularidad inalterable; de ovejas, de asnos cargados hasta lo inverosím il o de plataform as con ruedas, llenas de fellah. M ás allá, el N ilo, poblado de barcas cuyas velas son com o grandes palom as y flanqueado de jardines a los que siguen los barrios residenciales, ocu ltos casi entre palmeras, ficus y sicom oros; y, en seguida, en el fo n d o , la maravilla de las maravillas, las tres pirám ides en el desierto, rosadas ellas, rosadas las m ontañas que limitan el horizon te y el límpido azul. El aire fino, la nitidez de la luz nos recu er da la de Castilla en los días soleados de invierno. N o podem os resistir el ansia de acercarnos al más im po nente y antiguo con ju n to m onum ental que el hom bre le vantó. N os llevan velozm ente, por la gran avenida m oderna que conduce a las pirámides. Estas se acercan y van tom ando d i mensiones cada vez m ayores en el paisaje nuevo y extraño para nosotros. T am b ién la em oción va en aum ento, mas, ya próxim os, dejam os la avenida que siguen los turistas— b o r deam os a pie un canal, nos distraem os con el paisaje y los cam pesinos y dejam os de verlas— ; ¡ah las estatuarias egip cias, negras com o la diorita, m oviéndose siempre dentro de un bloque! Estam os en G uizah, pueblecillo que a los pies de las pirá mides les da h oy nom bre; lo atravesam os y, ten te corazó n, que a nuestros ojos pecadores se ofrece una de las siete m a ravillas. En un plano inclinado, abajo y a los lados, las m ostabas, dom inándolas, im ponente, la esfinge enigm ática, in conm ovible por encima de su fama; y arriba, las colosales p i rám ides. El sol se ocu lta, nubes horizontales racheadas vue lan tras la ingente geom etría, en e fe cto sorprendente. O ro , blan co y azul. El silencio nos so brecoge y alguien dice re co r dando a N apoleón: — C in co mil años nos contem plan.
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El sortilegio nos ha em brujado. Subim os sin rom per el silencio, elevándonos lentam ente, dejando abajo la esfinge, un p oco anonadados, hasta llegar a los pies de la pirámide de Keops, la más grande de las tres. N uestras manos tocan los enorm es bloques e, in m ente, abrazam os la colosal co n stru c ción. T ra s contem plar su belleza sin par, en un paisaje único, consideram os ¿cóm o el hom bre en aquella época rem ota pu do edificar tam año m onum ento pétreo? Sábese que los innú m eros bloques que superpuestos la form an fueron traídos del o tro lado del gran río, de las m ontañas del M okatán, que enfrente se divisan. Mas ¿cóm o, con qué ingenio y esfuerzo colectivo fueron rodados hasta el río, vadeado éste, y subidos hasta donde h oy se alzan? ¿C óm o pudieron ser traídos desde Assuan en el A lto N i lo a mil kilóm etros de distancia, las enorm es losas que puli m entadas las revestían, y ser colocad as allá en lo alto donde algunas perm anecen? La respuesta no es categórica. Una rampa conducía a la pirámide en constru cción y se supone que según ésta subía aquella tam bién iba elevándose. C om o fuera, nunca el h om bre hizo más con menos m edios: ¿qué pueden decirnos ya los rascacielos neoyorquinos o m adrile ños de nuestro tiem po? Pensad que las pirám ides son m onum entos al más allá, al arcano de la vida y la m uerte. L os rascacielos ¡ay! son los tem plos del hom bre m oderno, los tem plos en los que se id o latra al b ecerro de oro y las apetencias más primarias, pese a su aparente refinam iento y progreso. H em os entrado en una de ellas y ¡ay! n oso tro s tam bién, al h acerlo, profanado el sueño etern o del Faraón. Hay que subir a grandes zancadas ayudándose con las manos hasta la entrada; un profundo pasillo por el que casi a gatas llegamos al corazón de la constru cción. Ya allí, una galería, en rampa m ajestuosa, nos conduce a la cám ara m ortuoria, en el centro de la cual se encuentra el sarcófago. El tech o, de una sola piedra plana, pulimentada, de unos 2 0 m ts. 2. Igual los cua tro param entos y, com o siem pre, grabados en ellos los je r o glíficos. La piedra> negra; y el recinto en el mismo centro de la pirám ire, ¡C óm o percibim os allí categóricam ente lo efím e ro de nuestro paso por este hirviente horm iguero humano en que cada uno va con su afán y muy p oco seguro de su carga! T re s m onum entos, tres tu m b as, tres nom bres inm ortales:
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Keops, Kefren y M ikerinos, con stru ctores de las mismas. F a raones de la IV dinastía (4.000 años ya). Si hubiéram os de hablar de El C airo, habríam os debido renunciar a cuanto llevam os dicho y a lo que sigue; mas pa semos siquiera por sus viejos barrios árabes, pintorescos y bulliciosos, y, sobre to d o , por el Kan Kalil, donde ven.os trabajar a los artesanos en sus pequeñas tiendas, en los más diversos oficios, con una destreza y amor por cuanto hacen que ya no podem os encontrar en las ciudades m odernas. U nos hacen prodigios con el marfil, otros con el oro, com o se hizo desde tiem po inmemorial. T en ed presente que las egipcias, por pobres que sean, ciñen siempre a los to b illo s, a las m uñecas, pulseras de plata u oro y cuelgan collares y pendientes. Llevan con ellas cuan to tienen; eso y los vestidos que las cubren, com o hem os podido ver al asom am os curiosa e indiscretam ente allá en el A lto Egipto desde una altura al interior de viviendas com o allí hay m uchísimas. N o conociénd ose la lluvia, carecen de cubierta; y, así, vimos un recinto de paredes de adobe, un cán taro, la piedra de moler las habas y unas hojarascas que hacían de lecho. He aquí tod o su ajuar. N os acercam os hasta las im portantes m ezquitas del sul tán Hassan y El Rifaf, que form an un con ju nto m onum ental im presionante. So b re tod o cuando nos situam os entre am bas y divisamos al fon d o la de M oham ed AIí, fundador de la dinastía reinante, que emerge en la colina sobre la ciudadela. Desde arriba divisamos uno de los más sugestivos pano ramas que pueden gozarse. Allí sí se descubre El C airo, la ciudad de las m ezquitas; ¿cuántas?: quizás más que iglesias y conventos en Rom a. El M okatán, de cuyas entrañas tantos m onum entos salieron. La ciudad m uerta, que son las tum bas de los Kalifas y de los M am elucos. El padre N ilo, al o tro la do del viejo C airo; al fon d o, las pirámides y el desierto y, más allá, Menfis, la capital del antiguo Imperio. En el M useo de antigüedades egipcias, es en el que per m anecem os anhelantes y con deleite. ¡Q ué mundo maravilloso de seres de piedra y de leño que nos hablan con pureza escu ltórica, sin palabras... y sin ges tos! Allí están las piedras que por primera vez labró el hom bre con pleno sentido de la belleza, con canon. M onum entales, aún las de pequeñas dim ensiones, solem nes y m ajestuosas. D ejem os las que por litúrgicas son la re petición no siempre herm osa de las creadas en la gran época
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m enfítica, allá entre la 111 y V I dinastías. C onocem os las obras de los grandes artistas de tod os los tiem pos que han tradu cid o los más elevados, los más grandiosos gestos de los seres y de las cosas, y, sin em bargo, no han alcanzado el ápice del gran arte escultural, o sea, la «ley soberana de la belleza de las con stru ccion es, antes que el arte por el gesto, la sublim i dad y em oción de las estru ctu ras ju stas, antes que la mímica del gesto». Aquí los planos se concentran, com o nunca después; los perfiles son totales y sólidos, com o nunca después; la fo r ma exterior depende del esquem a de la armadura interior del hom bre representado, com o nunca después. No es la im ita ción de un hom bre, es su síntesis, plena, equilibrada, arm o niosa. Así fué, sin duda, la presencia de los dioses. La presencia física de los faraones, su piel y su osatura, allí perm anece tam bién en seres m om ificados, cuya con tem plación nos produce escalofríos. ¡Ah, el rostro fiero, am bicio so, dom inador y el brazo au toritario, aún levantado, de Ramsés II! Rem ontem os, N ilo arriba, hacia el sur, los solares, los tem plos, las tum bas de donde estos inm ortales seres de pie dra y leño fueron arrancados. Ya perdim os de vista las m ezquitas; van alejándose las pirám ides, siem pre rosadas y ligeras en el aire sutil, com o el M okatán de donde ellas salieron. D e nuevo encontram os la serenidad milenaria del valle del Nilo. En seguida, Sakkara, el solar de la antigua Menfis, con los restos de la inmensa necrópolis, la pirámide escalo nada de la III dinastía, la más antigua de todas, m ajestuosa en el descarnado paisaje, tum bas y m astabas. M overse entre estas piedras labradas 5.0 0 0 años ha, es em ocionante. El Serapeun o cem enterio subterráneo de los bueyes «Apis», con sus enorm es sarcófagos m onolíticos, algunos de los cuales pesan 7 0 toneladas, tiene tal gravedad que sobrecoge el áni mo. ¡O h , las m astabas con sus m uros decorados de relieves d eliciosos, en los que puede leerse ¡todavía! la vida y los ritos de los antiguos egipcios; actitudes y m ovim ientos graves, solem nes, lentos com o la corriente del Nilo! Bajam os a las márgenes del río y vivimos una época re m ota, m ucho más sencilla y bella que la nuestra, respiram os más pausadam ente y gozam os de esa quietud que tanto re co n fo rta a nuestro m oderno espíritu angustiado. Em briagados por el lugar y la evocación nos quedaría
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mos allí para siempre, cuando llegamos al palmeral en que viven tum bados los colosos, aún pulim entados, de Ramsés II. H em os subido so bre ellos, los hem os acariciado, y su mirada fija y lejanísim a, que viene del fon d o de las edades, su sonri sa y su pecho amplio y am bicioso, nos han hablado; ¿nos servirá el consejo? Seguim os recorriendo el país, de n orte a sur, el valle y el desierto, atravesando en uno u o tro sentido el padre N ilo. H em os vivido entre las piedras de más alcurnia que el h om b re labró con pleno arte, las hem os m edido con nuestra m i rada que no las abarca. N uestras pobres m anos, torpes y p e recederas, p oco hábiles— aunque los que no saben de eso di gan que lo son m ucho— las han tocad o y , a veces, su co n ta cto nos ha h ech o estrem ecernos y com prender cuán pe queños som os. N o, no concebim os, ni am bicionam os tan en grande, ni con los raudales de energía que el gran arte re quiere. Só lo m irar uno de aquellos enorm es bloqu es y pen sar en lo que su labra, transporte y erección exige, asusta. H em os interrogado a estas herm osas y nobilísim as piedras, conjurándolas a que nos digan su secreto . E ste es inaborda ble para el hom bre m oderno, tan banaüzado; mas algo nos dijeron cuando nuestra mirada am orosa y angustiada c o n tem plaba su herm osura aplastante, la grandiosa belleza de sus con stru ccion es, la ju steza de sus estru ctu ras, algo cu y o rigor quisiera no olvidar y saber aprovechar. ¡O h , cuando por entre palmeras, al borde del gran río, se atraviesa un pequeño poblado de barro, polvorien to, p o b rísimo, com o no es posible más, pero bello p or la gracia de la línea, de la luz y del co lo r, que nos conduce o que se ante pone a lo que fué tem plo de Amón en Karnak! En silencio y estu pefactos, por avenidas de pétreos carne" ros, llegamos al recinto y nos m ovem os insignificantes en tre los ingentes pilonos, lofc grandes patios, en los que holgada mente cab e una catedral, las salas hipóstilas con sus co lu m nas enorm es y robustas, los colosos im pávidos, sentados o en pie, con su sonrisa, en la que no nos es posible leer de misteriosa y lejana. N uevos pilonos, bloqu es y más b lo q u es de piedra, patios más estrech os con m uros ciclóp eos y, en ellos, los herm osos m onolíticos obeliscos que, por entre la angostura de los m uros, se elevan al cielo con firmeza y lige reza inigualables; cám aras, capillas y ... to d o , las superficies todas, labradas, grabadas, escritas. Escritas con figuras, ani males y utensilios con los elem entos de la n aturaleza, h ech o s,
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abstracciones, ideas, de tod os los tam años ¡y qué tam años a veces! Un mundo de maravilla inaccesible en tod o su signifi cad o a nuestra com prensión moderna. Y , cuando después de atravesar lentam ente el ancho N i lo , m ecidos por el can to y el rítm ico rem ar del barqu ero, c o m o en un ensueño, del verde valle lleno de vida, pasamos sú bitam ente al desierto y por una garganta sinuosa, entre m on tañas peladas, polvorientas, secas, sin un solo signo de vida vegetal, pues no conocen la fresca caricia de la lluvia; cuan do angustiados por tanta luz y desolación, por el cam ino pe dregoso, delante y a los lados ocre roca escarpada y arriba azul purísim o, llegamos al valle de los reyes, tuvim os deseos de huir, de volver atrás, de tendernos en el verde o de zam bullirnos en el río; pero nos introducim os por uno de tan tos agujeros que horadan el valle y las laderas, y ¡oh encantam iei.to! en la entraña de la inhóspita m ontaña, amplias gale rías descendentes, cortad as por fosos profundísim os, defen sa con tra los profanadores, amplias salas cuadradas o rectan gulares con sus rob u sto s pilares, to d o excavado en la roca, con todas las superficies esculpidas y policrom adas, nos co n ducen a la cám ara, en que un sarcófago siempre vacío, nos recuerda que allí reposó el faraón, o la reina, o algún noble, con sus tesoros y ofrendas, con tod a la historia de la vida y del más allá escrita en los muros. Algo fabuloso que la ava ricia de las generaciones posteriores profanó, saqueó y dis persó, que los arqueólogos profanaron y dispersaron de nue vo más tarde por los museos y colecciones del mundo. A unos y a otros los hem os anatem atizado in m ente, dentro de aquellas tum bas, porque no respetaron el sueño y la v o luntad de hom bres que supieron con ceb ir y m orir tan en grande com o nunca después. Ruinas de tem plos, tum bas desvalijadas, talento, fatiga, riquezas empleadas sólo para los dioses y los m uertos, mientras los hom bres, aún los mismos faraones, pasaban su vida en palacios de barro com o las ca sas de los fellahs de ahora. ¡O h , colosos de M em non que cada mañana cantáis a la A urora, vuestra madre, al recibir la caricia de Rá (el So l), que cantásteis cuando nos acercam os a vuestros pies anhelantes y devotos de vuestra milenaria herm osura! H em os pasado por la antigua T e b a s y Karnak. H oy, la población allí enclavada, equidistante de am bos, se llama Luxor y, ¡vive D ios!, que tam bién en este lugar, sin m overse, en el lujosísim o gran h otel para m illonarios, con jardines pa
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radisiacos, divisando el Nilo y las montañas líbicas al fondo, rosas y plateadas, un cielo azul profundo y no ob stan te li gero, aquí, digo, tam bién se pasa la vida perezosa y divina m ente, evocando. ¿C óm o son las m ujeres egipcias? En la antigüedad sabe mos que eran finas, juncales com o ju n co s, y vestidas de telas tan transparentes que se las hubiera creído de «aire tejid o ». Pero N apoleón Bonaparte las declara grasientas y obesas y prefiere a M m. Faurés. N o así sus soldados, que por una vez no eran de su parecer. Y así hay allí una colonia rubia, en R osetta, que proviene de la expedición. La literatura no es indulgente con la m ujer egipcia, la con ceptúa frívola, coq u eta, caprichosa, incapaz de guardar un secreto , em bustera, naturalm ente infiel; los moralistas veían en ella el gérmen de tod o pecado, el saco de todas las malicias; ¿no habéis leído u oído ésto ya refiriéndose a otras q u e no eran egipcias?: En tiempos muy antiguos la m ujer de un sacerdote de Rá engañaba a su m arido y poblaba la casa de tres hijos ad ulteri nos. Su excusa, que el padre era el dios R á en persona que h a bía querido así dar a Egipto tres reyes piadosos y bienhe chores...
Cuéntanse muchas historias de éstas. N o faltan, sin em bargo, algunas estelas que nos muestran a la madre tierna o a la esposa irreprochable. El h om bre, por el con trario, dicen, es fiel, afectu o so , d e v o to , razonable, sin que deje de haber algún cuento que nos hable del faraón de co rto talen to, testarudo o extravagante. Es instructivo leer esta enternecedora queja que sobre un papiro un marido dirige a su esposa: Te he tomado como esposa cuando yo era joven. He estado contigo. Después he conquistado todos los grados y no te he abandonado. No he contristado tu corazón. Esto he hecho cuan do yo ejercía las altas funciones del Faraón, Vida, Salud, F u e r za, no te he abandonado, diciendo al contrario «Que esto sea contigo»; cada hombre que venía a hablarme de ti, yo no acep taba sus consejos. Cuando fui instructor de los oficiales del ejército de Faraón , los enviaba a echarse sobre el vientre ante ti, llevando toda suerte de cosas buenas para depositarlas de lante de ti. Nunca te ocultó mis ganancias. Nunca se me en contró haciendo desprecios de ti a la m anera del plebeyo que entra en la casa de otro. Mis perfum es, mis vestidos, no los he llevado a otra casa; al contrario, decía: la esposa está allí. No
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quería contristarte. Cuando has estado enferm a del m al que has tenido, he hecho venir un oficial de salud que hizo lo ne cesario, haciendo cuanto le ordenaste. Cuando he seguido a Faraón que iba hacia el sur, he aquí cómo me he comportado contigo. He pasado un tiempo de 8 meses sin com er, ni beber como un hombre de mi condición. Cuando he vuelto a Menfis he pedido permiso a Faraón y he ido a tu m orada (a tu tumba), a llorar con mis gentes frente a ti. Así he hecho ya tres años hasta el tiempo presente. No voy a en trar en otra casa, lo que para un hombre como yo no es obligatorio. He aquí las h erm a nas que están en la casa: no he ido con ninguna de ellas.
¿C uántos m aridos m odelos com o éste, cuántos viudos inconsolables obran com o el antiguo egipcio en nuestros tiem pos cristianos? ¿N o supisteis, poco ha, cóm o un flam ante m inistro fran cés, que al igual que el egipcio había esposado a m ujer de cond ición hum ilde, fué m uerto por ésta, al sentir so b re sí la m ofa, el engaño y el desprecio del que amaba? Y entonces la adúltera pagaba con la vida su pecado, en tan to que el hom bre tenía el d erecho a introducir co n cu b i nas en su casa. D ejem os la evocación y la l'teratu ra y sigamos río arriba. Se percibe ahora claram ente la estrech ez del valle y ya d on de, en unas zancadas, se recorre la faja de tierra viva culti vable, las caravanas de cam ellos fueron reemplazadas por el duro y chirriante hierro sobre vías, por las máquinas del progreso que avanzan estrepitosam ente, com o m onstruos envueltos en espesas nubes de polvo. A ratos bordean el ma jestu o so río, a ratos se adentran en el d esierto, y siempre el padre N ilo se desliza suave, con la misma m ajestad y parsi monia que viene deslizándose a través de los milenios. D esierto, ferrocarril y río ofrecen sorprendente con tras te, co n traste fugaz, pues allí perm anece eternam ente el espí ritu del espacio infinito, el m isterio de las montañas desérti cas, del mismo d esierto, de los que habitan sus márgenes, el balanceo y el murmullo de las palmeras batidas por el vien to , las negras rocas graníticas, el silencio que nos sobrecoge y el brillo adm irable, la irisación de la luz en el azul purísim o. Extasiados llegamos a Assuan, no lejos del confín suda nés. Guirigay en la estación. A la salida cien manos quieren apoderarse de nuestras maletas. Divisam os el coch e del C ataract'H o tel y en él nos introducim os; es un coch e crem a, limpísimo, grande com o una tartana o tranvía, autom óvil
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que nos lleva p or una carretera bien asfaltada, cab e la orilla del anchuroso río. La impresión es grata y alegre y nunca más que en esta ocasión tendrem os la sensación de ser turis tas. Igual impresión a la llegada al gran hotel, h echo tam bién para m illonarios. D esde nuestro balcón abarcam os (aunque no som os m illonarios) uno de los paisajes más bellos que puedan soñarse para la contem plación: la isla Elefantina en fren te, márgenes escarpadas, palmeras, rocas enorm es, rojas y negras, redondeadas por la caricia del agua durante miles de crecidas e inundaciones. Y el ancho río surcado de islas, de grandes peñascos. ¡Q ué sensación de peremnidad en cuan to vem os!, ¡cuán efím eros somos! H em os bajado al río, al padre N ilo, que lleva la vida c o n sigo y generosam ente va depositándola en sus márgenes año tras año, siglo tras siglo, milenio tras milenio. En una ligera barquita de vela nos hem os adentrado en él, haciendo zig zag por entre los grandes canchales graníticos, negros y pu lidos por las aguas; nos siguen unos arrapiezos, en fragilísi mas lanchas fabricadas p or ellos, y cantan, cantan algo que nos parece cante jo n d o y que es una arrulladora melopea. Aquí hem os con ocid o la felicidad. Q uerem os subir por la vereda al b ord e mismo de las aguas, vereda que a veces hem os de hollar peligrosam ente por lo alto de un desfiladero. Silencio, soledad, m uerte; sólo abajo, en el abism o, discurre la vida. D e p ronto, sorprendi dos, hem os de detenernos; la cadena pedregosa hácese cir co , y en lo hondo, el valle, unas palmeras y un pequeño p o blado jam ás imaginado. Playa o plaza, allí bullen m ujeres y niños; aquéllas, de que nos divisan, huyen a encerrarse; éstos trepan por las rocas a nuestro encuentro: ¡qué rostro s radian tes y venturosos! M ujeres y niños. L o s hom bres de éste y de tantos poblados del A lto Egipto bajan a El C airo, a A le jandría, a bu scar el sustento en el servicio dom éstico. Ellos son los que en to d o Egipto hacen lo que en España nuestras sirvientas. Y siguiendo, sudorosos, llegamos a la gran presa, ingente obra de ingeniería moderna que, sea por el paisaje, sea por sus dimensiones o por las cataratas que braman allá abajo, no carece de belleza. La hem os recorrido en autom óvil y en em barcación, paseado el inmenso lago form ado por el em balse. ¡C óm o el progreso, la técnica moderna, va llenándonos de nostalgia! Ellos no han permitido ¡oh Isis, diosa de la m e dicina, del m atrim onio y del cultivo del trigo!, que co n tem -
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piem os la parca belleza tuya en tu gran santuario de la isla de Filaa, allí sumergida. C on solém on os, en parte, llegando hasta las canteras de donde salistes, de donde salieron tantos dioses y diosas, bosques de colum nas y tem plos enteros. Allí permanecen aún h orizontales, adheridos a la roca, 6 0 m onolíticos m etros de piedra, que vosotros los con stru ctores de las grandes pirá m ides, exh austos ya por el sobrehum ano esfuerzo, no Iográsteis, ni nadie logró después, alzar a la digna verticalidad.
A c o m p a ñ á n d o le , h e m o s o lv id a d o a G e rv a s io , r e c o g id o a n t e ta n ta g ra n d io s id a d , ¿q u é im p o r ta su afán a n te lo q u e n o s h an d ich o las m ás ilu stre s p ie d ra s del p la n e ta ? L e e m o s , sin e m b a r g o , alg u n o s p á rra f o s d e u n a c a r t a q u e e s c rib e a un am ig o , s u stra íd a p o r n o s o tr o s a su in tim id a d : Pese a no trabajar, el tiempo nos falta; alecciono a los jóvenes escultores egipcios; conocen conm igo, por prim era vez en sus cuatro años de estudios, el Museo de antigüedades egipcias. E n tre visitas oficiales y recepciones vuelan los días, no hago lo que aquí me gustaría hacer, esculpir, dibujar, y cada noche en el le cho me gana la m elancolía, ¡qué lejos el obrador y el jardín míos, donde poder cantar mi canción! Aquí todos quieren vernos, reci birnos en sus casas, como los artistas de la misión, el juguete nuevo que estas gentes frívolas, snobs, necesitan cada tem porada para distraer su ocio. Cuando hayamos cumplido, p ara mí no quedará otra cosa que el recuerdo, la nostalgia del campo egip cio, de sus monumentos y ruinas, de su escultura, de los fellahs y los animales. Añoro siem pre mis cinceles, mis gubias y p ali llos; m is manos ociosas se crispan. No, no me cuadra, no me va este papel de personaje o de vedette. Por otra parta, las impresiones recibidas aquí— mundo el más antiguo y mundo el más moderno y frívolo—me producen una crisis de desaliento y de escepticismo que me angustia. Mientras te escribo, abajo, a mis pies, en la gran plaza, los automóviles cir culan en enjambre, sonando con sus bocinas una canción que no entiendo. Los tranvías abarrotados y los autobuses les hacen eco y corren p ara llegar cuanto antes, no sabemos a dónde ni a qué. Pero el hombre sigue aquí en las aceras de la m ism a plaza, en cuclillas, sentado o en pie, quieto como las pirám ides, envueltos en ropajes, entre los que descubrimos cabezas broncíneas, con ojos brillantes que se diría que no m iran sino muy lejos, espe rando no> sé qué, quizás el fin de sus días y con él la verdadera vida. Quisiera ser como ellos, como las pirám ides, estar quieto, perm anecer. Hay 'días en que, desengañado, sigo la canción que ¡ay! ya en la edad de los Faraones se cantaba y que te transcribo:-
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Desde el tiempo de los dioses, los cuerpos vuelven a la tierra y las nuevas generaciones los reemplazan. £n tanto cjue R á (el Sol) se levante al alba y se ponga a Occidente, los varones pro crearán, las hembras concebirán, los pulmones respirarán; mas un día pasa y los hijos están y a en la tumba. Que tu día sea fe liz ¡su hermano!, séante dados perfumes de primera calidad, esen cia para tu nariz, guirnaldas de lirios para tus hombros y para el cuello de tu hermana bienamada cfue está sentada junto a tí, (jue haya canto y música de arpa frente a ti. Olvidando todos los males no pienses más cjue en los placeres hasta cfue venga ese día en cjue hay due abordar a la Tierra de la amiga del silencio. Que tu día sea feliz Neferhotep, justo de voz, excelente padre di vino de las manos puras. Tle oído los discursos de los sabios a n tiguos. ¿Qué ha sido de sus moradas? Los muros fueron destrui dos, sus mansiones no existen y a. Silos mismos son como el cfue no ha existido nunca desde el tiempo de los dioses. Tus muros son firmes, has plantado sicomoros a la orilla de tu alberca. Tu alma está bajo ellos y bebes su agua. Sigue tu corazón resuelta mente el tiempo cfue estés sobre la tierra. Dale pan al c¡ue no lo tiene a fin de ganar huen nombre para la eternidad. Que tu día sea feliz... ¡Ninguno viene del más allá adonde fuera, para decirnos cómo se encuentra. SI dios de la Muerte no escucha las lamentaciones y los gritos no libran a nadie del otro mundo. P asa el día gozosa mente. A la verdad ninguno puede llevar sus ricjuezas consigo, ¿n verdad, de los cjue parten para más allá ninguno regresa. Gervasio regresó a España, a la Patria; deja correr la vida: ¿qué más da? Pesan las piedras, to d o pasa. Pero C risto vino después, y N orb a Hispalense es cristia n o. La crisis fué vencida. Se enciende de nuevo en ansias de vida. Ama: su arte, la Patria, su tierra, sus am igos... y tam bién a los que no lo son, porque si hay hom bres que son sus enem igos, él no es enemigo de nadie; ama y, por lo que ama, pena, se afana, com bate. C om bate por tod o lo que es orden, unidad, calidad, c o n tinuidad, belleza; com b ate con arrojo, a veces el corazón henchido de santa cólera, y no con oce el odio. C o m b ate por la civilización que viene de A ten asyd e Roma, q ue es recogida por españoles y llevada al o tro lado del A t lán tico. Por esta civilización y por nuestro patrim onio espiritual h oy amenazados de m uerte violenta y de m uerte infecciosa. Q ue el Altísimo nos ayude e ilumine en el com b ate.
La evolución urbanística en tres ciudades monumentales de Extremadura: C<áceres, Plasencia y Trujillo PO R
Rodolfo G arcía-Pablos y G onzález-Q uijano Arquitecto especialista en las Comisiones Superiores de Ordenación Urbana de Extremadura
C on sumo gusto he atendido la invitación que el ex ce lentísimo señor G obernad or Civil de esta provincia me hizo, para tom ar parte en este ciclo de conferencias, que propor ciona al que os habla la ocasión de reflexionar con voso tro s acerca de un tem a tan interesante, en el m om ento actual y en el futu ro, de tres ciudades destacadas dentro del ám bito provincial: C áceres, Plasencia y T ru jillo; poblaciones de acu sado carácter m onumental y de resonancia dentro del cua dro nacional. N o soy extrem eño de nacim iento, pero sí estoy ligado con esta herm osa región, en primer lugar, por mi ascenden cia más próxim a y, al mismo tiem po, por tener en esta tierra quehaceres profesionales en la m ateria de mi especialidad. Mi primer recuerdo me lleva a la época de estudiante de arquitectura, en la que, enam orado del C áceres antiguo, me perdía por sus calles con el b lo ck de apuntes para recoger los bellísimos m onum entos cacereños; las perspectivas de sus laberínticas callejuelas; los detalles de sus herm osas portadas; los finos perfiles de sus cornisas y molduras; la gracia de los típicos balcones de esquina y, por qué no decirlo tam bién, las figuras tan típicas de las m ozas cacereñas que, regresando con su carga de Fuente C o n cejo , subían com o aún hoy lo hacen por la empinada cuesta del A rco del C risto , con sus dos o tres cántaros tan sabiam ente dispuestos. Iglesias de Santa María, Santiago, extram uros, y San M a te o ; casas de los G olfines, del Sol y M ayoralgo; palacio de las V eletas; arco rom ano del C risto ; delicada casita m udéjar; tod os m onum entos arquitectónicos de estilos diferentes, pe ro trabados por el tiem po y los m ateriales en la unidad y orden general de la ciudad antigua, recinto que, en su co n ju n to , constitu ye uno de los más im portantes de nuestra Patria. Esta evocación del núcleo prim itivo de C áceres, salvado
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RODOLFO GARCIA-PABLOS Y GONZALEZ-QUIJ ANO
en su aspecto estético a lo largo de tan tos siglos, constituyen para Extrem adura y para España, en definitiva, un orgullo y una herencia, que por tod os los medios deben sus hijos co n servar y m ejorar. Y es fundam ental tenerle en cuenta y valo rarle en la form a debida, ya que para sacar consecuencias actuales de una población de carácter h istórico-artístico, es im prescindible estudiar e investigar su núcleo más antiguo, para com prender su estructura y con ocer las constantes ur banísticas más determ inativas. Después de este primer estu dio, nos será más sencillo seguir los m ovim ientos naturales de la población, que han de definir su evolución urbanística. E stos análisis previos son totalm ente necesarios antes de que el proyectista tom e el lápiz, porque si volvem os la espalda a la H istoria, no conseguirem os crear nada razonable y con v e niente. Antes de entrar en el estudio del desarrollo o evolución de las tres poblaciones extrem eñas citadas, quisiera exponer el «tipo urbanístico de ciudad medieval» que define los nú cleos antiguos de las ciudades de C áceres, Plasencia y T r u jillo .
Tipo urbanístico de una ciudad medieval
En la ciudad medieval lo prim ero que adveram os, apenas sin darnos cuenta, es la existencia de un «orden urbano» de tipo general, de un estilo de con ju nto y de una escala hu mana en tod os los elem entos que form an la ciudad, y lo ad vertim os a pesar de que, a primera vista, nos p artee que to do debe haber surgido de la im provisación o del capricho. La ciudad medieval se sitúa frecuentem ente sobre un desta cad o accidente top og ráfico, afirm ando con ello desde su origen la consideración más determ inante de su personali dad, su unión con el suelo. So b re el terreno y según sus posibilidades, traza sus vías, que no nacen del capricho, sino que siguen las trazas que permiten los accidentes top og ráficos y , en muy contadas ocasiones, con gran decisión acom eten máximas pendientes, creando con ello las sugestivas calles de escaleras, aptas úni cam ente para el paso de las gentes y cerradas a la circulación viaria rodada. Las plazas y plazuelas donde se concentran los edificios rep resen tativos, se disponen en los cen tros de cada barrio o cada parroquia, constitu yen d o con ello un sistema orgánico y , a la vez, humano. D ice Cam ilo Sitte, en su con ocid o tratado so bre las ciu dades medievales que..., €cada m onum ento tiene su am bien te , y si en un co n ju n to existen varios, la relación en tre ellos es perfecta; constitu yendo una armonía y , en definitiva, una superación de los estilos arquitectónicos de cada edificio en sí»; la ciudad medieval representa, p or tan to, un valor estéti
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co to ta l en sus exteriores con la sugestiva silueta de sus fa chadas, y en sus interiores con la armonía de to d o su co n te nido urbano. En definitiva, la ciudad medieval es en su escala humana, íntima; su expresión y personalidad, clara y definida. A este tipo de ciudad medieval corresponden los recintos antiguos de las tres poblaciones escogidas, ya que en los casos de C áceres y T ru jillo , fundadas b ajo la dom inación rom ana, no se puede con ocer hoy la estru ctu ra de sus núcleos de origen; y en el caso de Plasencia, edificada en el siglo X II, su traza responde— desde su form a original— al tipo medieval des c rito . Las épocas visigótica y árabe apenas dejan huellas que puedan tener interés urbanístico, por lo que no hem os co n siderado necesario tratar de ello, ya que no m odifican el ti po primitivo de los núcleos fundacionales. Las concepciones del Renacim iento, que tan to alteran el orden íntimo e intuitivo del m edievo, y que propugnan solu ciones muy pensadas, no han de afectar a la masa medieval de los recintos antiguos de C áceres, Plasencia y T ru jillo. S o lam ente edificios aislados fueron enriqueciendo el valor m o num ental de las tres ciudades, pero conservando las respec tivas zonas de influencia de cada nueva edificación su traza original. Las plazas m ayores de las tres poblaciones no se com pu sieron con ejes, sino que siguieron trazas irregulares y capri chosas, con e fe c to s de insospechada calidad arquitectónica
Corrientes migratorias del campo a la ciudad (problemas que plantea)
N os interesa muy especialmente reflexionar respecto a los fenóm enos que se producen en el último tercio del siglo pasado y que ocasiona graves trastorn os en la estructura de las ciudades y en su normal evolución urbana. Me refiero muy concretam ente a las fuertes corrientes migratorias que desde el cam po se han dirigido a las ciudades, atraídas por el resurgim iento industrial y , al mismo tiem po, ilusionadas por la creencia de que la ciudad habría de proporcionarles una vida m ejor. Tam bién debem os señalar la perturbación que se origina por el súbito desarrollo de los medios de tran sporte, ya que las ciudades antiguas no se encontraban preparadas para so portar el tráfico rodado m oderno. Pero es indudable que en estos últim os tiem pos las ciu dades se quedan pequeñas y rápidam ente tienen que ensan charse para proporcionar alojam iento a estos fuertes aumen to s de su población. En vista de ello, se produce una d eso r ganización de los nuevos barrios de ensanche, que surgen anárquicam ente y sin la debida cohesión con el núcleo principal, ya que lo más corriente es que no exista la m enor pre visión de tipo u rbanístico, que encauce estos crecim ientos adaptándoles a un plan general de ordenación; se establecen estos nuevos barrios, en general, sobre el suelo urbano o rural, apoyándose en las com unicaciones y ocupando los s e c tores de suelo más b arato , lo que da lugar a form aciones de
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tipo suburbano que han de funcionar sin servicios y con muy escaso co n tro l por parte de los ayuntam ientos de quienes dependen, que por la escasez de sus m edios económ icos no pueden llevar a estos nú cleos los más elem entales servicios de urbanización que requiere tod a zona residencial. El resurgim iento industrial, que desde finales del pasado siglo se produce sistem áticam ente, en m ayor o m enor grado, en todas las poblaciones españolas, tam bién con stitu ye un fenóm eno pertu rbad or, ya que no tod as las instalaciones in dustriales se emplazan en los sitios más apropiados, sino que, p or el contrario, en m uchos casos las industrias peligrosas e incóm odas se emplazan en los cascos antiguos, perjudicando a la estética de la ciudad y, al mismo tiem po, a sus co n d icio nes sanitarias. Finalm ente, la necesidad de estab lecer un sistema vario, amplio, capaz de soportar el aum ento de tráfico que se p ro d uce en esta última etapa, no siem pre se ha resuelto en la form a debida, sino que en m uchos casos se ha tenido poco respeto a las zonas antiguas de nuestras poblaciones m onu m entales, sobre tod o en las reform as interiores, que en m u chas ocasiones han producido co rtes totalm en te artificiosos, muy perjudiciales para la conservación del am biente de nues tros recintos prim itivos. Estas reform as interiores que u rba nísticam ente se estiman necesarias, deben ser o b je to de estu dios muy m inuciosos, ya que pueden lesionar el valor m onu m ental de una zona o el carácter del barrio afectado por su trazad o. La legislación en m ateria de urbanism o en los finales del siglo pasado y com ienzos del actual es tan escasa, que ape nas podem os considerarla com o existente. Las ordenanzas municipales nada dicen respecto a los criterios que puedan servir de base para establecer una ordenación urbana, redu ciéndose a sum inistrar en un articulado casuista unas cuantas recetas sobre el ancho de las calles, la altura de los edificios, los entrantes, salientes y vuelos, las norm as indispensables de carácter higiénico o las que puedan referirse al servicio de in cendios, sin olvidar las que en form a de multa dedican a los vecinos. Nada dicen sobre una zonificación de la ciudad, con cep to fundam ental para que la población, com o cuerpo vivo que es, pueda funcionar en form a orgánica y clava. N in guna disposición tam poco que hable de la situación de los cen tros cívicos representativos, que definan los cen tros de gravedad de los distintos barrios de la ciudad, ni tam poco
EL URBANISMO EN CACERES, PLASENCIA Y TRUJILLO
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las norm as o disposiciones que permitan la conservación y m ejora de las zonas correspondientes a los recintos de ca rá c ter h istó ric o a rtístic o . Si algún ensanche ha surgido en esta etapa, en general ha seguido el tipo de trazado en cuadrícula, sin que cuente para nada el facto r suelo, viéndose con relativa frecuencia barrios cuadriculados so bre terrenos muy accidentados, lo que da lugar a que las rasantes de las calles produzcan efecto s su mamente desagradables; y en algunos casos estos barrios no se con ectan con las vías de ronda ni con los sectores más ptóxim os de la ciudad. E ste es el estado de la inmensa mayoría de nuestras capi tales de provincia y pueblos im portantes, que en la última etapa de su evolución urbanística rom pieron la marcha nor mal en su expansión mantenida a lo largo de la H istoria. D el examen de la situación actual de estas tres poblacio nes ¡se desprende la urgente necesidad de proceder a la re dacción de los planes de ordenación urbana de las mismas, consiguiendo con ello la solución a los múltiples y com plejos problem as de orden urbanístico, que en la últim a etapa de gran desarrollo han desorganizado los núcleos urbanos. Cuando estos planes generales de ordenación estén re dactados, se podrá determ inar un plan de etapas para el desarrollo de las ciudades de C áceres, Plasencia y T ru jillo , lo que permitirá que los sucesivos crecim ientos de p ob la ción puedan distribuirse en form a adecuada, ocupando los ensanches previamente fijados en el plan general. E sta labor, tan fundam ental en nuestros días, con stitu ye una preocupa ción del G obiern o, que hace unos años y con el fin de resol ver los problem as generales urbanísticos de España, decretó la creación, dentro del ministerio de la G obernación y ads crita a la dirección general de A rquitectu ra, de la jefatu ra nacional de U rbanism o. C on sus técn icos especialistas, ase sora y asiste a las com isiones superiores de O rdenación U r bana establecidas ya en 24 provincias españolas, creadas su cesivam ente por d ecretos y cuya misión fundam ental es la redacción de los planes provinciales de ordenación urbana y rural de las mismas. En la provincia de C áceres funciona la com isión superior de U rbanism o, b a jo la presidencia del excelentísim o señor G o bernador Civil, form ando parte del pleno de la misma el pre sidente de la D iputación Provincial, el alcalde de la C apital, un alcalde, en representación de los pueblos de la provincia, y
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representantes y delegados de los m inisterios de O bras Pú blicas, Agricultura, Industria y direcciones generales de A r qu itectu ra y Bellas A rtes. U na oficina técnica, establecida en la sede de la D iputación Provincial, es el órgano ejecu to r de los planes aprobados por la Com isión Provincial. N o es este el m om ento para indicar la labor que en poco más de un año lleva realizada la com isión superior de O rd e nación U rbana de esta provincia, pero sí me interesa señalar; por su relación con el tem a que estoy desarrollando, que unt» de sus prim eros acuerdos fué el de encargar a la oficina téc nica el estudio de un plan de ordenación de la capital de Cá ceres, trabajo que prácticam ente se encuentra term inado en grado de an teproyecto y que muy en breve será entregado por la comisión' de U rbanism o al excelentísim o Ayuntamien to de C áceres.
Các er es M uy necesario es para esta población, com o se despren de del gran desarrollo que ha tenido en los últim os 15 años, con tar con un plan, en el que se prevean tod os los aspectos fundam entales de una ordenación urbana to tal; donde q u e de determ inado un sistema circu latorio capaz y apropiado para el tráfico rodado de hoy; se establezca y delim ite la zonificación de la ciudad, proyectando los distintos sectores de carácter residencial, com ercial, industrial, espacios verdes, deportivos, sanitarios, etc.; donde queden fijadas las distintas zonas de tipo residencial, organizadas en barrios, de ciudadjardín o de edificaciones de pisos para las clases acom oda das, las zonas para viviendas de clase media y las que pueden destinarse para residencia de las clases m odestas, dotando a cada barrio de tod os sus servicios urbanos y de las edifica ciones que precisen, iglesias, edificios públicos, m ercados, etc .; sin que esta división pretenda proponer una to ta l sepa ración de los d istintos niveles sociales, sino por el contrario postule la mezcla de aquellos más afines que hayan de convivir dentro de los sectores indicados. Asimismo, es necesario dotar a esta población de un plan mínimo de reform as interiores, dentro de la zona densa del C áceres actual, excluyendo en su totalidad la ciudad antigua, para que se pueda acceder a la plaza mayor, corazón de la población, y queden en las debidas condiciones de vialidad los accesos de tod as las penetraciones exteriores hasta el cen tro de la ciudad, aunque ello sea tem a más que delicado y su estudio requiera una m eticulosa inform ación y unos p ro y ecto s muy realistas.
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Finalm ente, es necesario dictar unas ordenanzas munici pales concebid as con am plitud de criterio y que recojan t o dos los aspectos que exige una urbanización actual, que en las zonas más m odernas de la ciudad evite las irregularidades y d efectos que fácilm ente se perciben en ella, ya que no es difícil ver hoy al lado de una constru cción de 6 ó 7 plantas un chalet y a su costad o un simple almacén. Es necesario es tablecer unas ordenanzas flexibles, pero co n cretas, bien orientadas, que determinen el volumen y uso para las edifi caciones futuras. En el futu ro desarrollo de C áceres encontram os un te ma de trascendental im portancia para la ciudad, planteado por el traslado de la actual estación de ferrocarril al nuevo em plazam iento fijado por el m inisterio de O b ras Públi cas. E ste p ro y ecto , recogido en el trab ajo ya redactado, si se lleva a efecto , ha de proporcionar a C áceres una zona apta por sus buenas condiciones topográficas y de com uni caciones para que en ella se organice un amplio barrio resi dencial, que puede planearse con criterio m oderno, calles am plias y edificaciones abiertas entre espacios verdes, con lo que se puede conseguir un núcleo im portante en este sector de la ciudad, que ha de ab sorb er para los próxim os 40 ó 50 años el aum ento dem ográfico previsto para la población. Es te barrio, independiente de la zona que corresponde a la ciu dad m onum ental, se puede resolver con un planeamiento m oderno, sin que por ello sufra la estética del recinto anti guo de Cáceres. La zona reservada para parque, en donde existe actualm ente el secto r d eportivo, servirá com o elem en to de enlace entre la zona histórica de la ciudad primitiva y el sector correspondiente a este nuevo ensanche. C on ello la evolución norm al de la población continuará su desplaza m iento hacia el oeste, único cam ino libre y apto, ya que los c o rte s de la topografía m arcados por el arroyo de la Ribera y en el lado opuesto por Ja vía de circunvalación, frena a la expansión de la ciudad en esas direcciones. La plaza de los C aídos, hace algunos años una encrucijada de carreteras, constitu ye hoy un herm oso espacio urbano, que ocupa el cen tro de gravedad de la zona residencial más moderna y con fortab le de C áceres.
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Plasencia presenta un problem a urbanístico en estos m o m entos de gravedad, lo que exige se actúe en este caso c o n creto con la m ayor rapidez y eficacia. El caso de Plasencia es totalm ente diferente al de C áceres: su recinto prim itivo, fu n dado por Alfonso VIII, en el siglo XII, fué previsto desde un principio con gran amplitud y ha sido suficiente hasta hace poco tiem po para albergar el crecim iento de su población, que con ritm o normal se producía en la ciudad; pero los ú l tim os años, por la privilegiada posición de esta herm osa ciu dad, la sede com arcal más im portante del cen tro de la p ro vincia, con un nudo de com unicaciones de especial im por tancia, ha h ech o que Plasencia reciba un fu erte m ovim iento m igratorio de toda su zona de influencia, lo que ha obligado a que tenga la ciudad que desarrollarse súbitam ente y en la form a más sencilla. Así, se ha producido el ensanche del se cto r San A ntón, que si tuvo alguna m utilación nada afortunada desde el pun to de vista h istérico -artístico , con stitu ye h oy una realidad que exige una atención preferente e inm ediata. El recinto amurallado ahogaba a Plasencia y la población se ha exten dido hacia el río Je rte , ocupando desordenadam ente los b a rrios de Santa Elena, San Francisco y San Juan. Finalmente, en el sector de la estación del ferrocarril, al otro lado del río, se ha form ado una robusta cabeza de puen te, que ha dado lugar al desarrollo de una im portante zona m ixta, industrial y residencial, bien servida por el ferrocarril y por las carreteras que p or este secto r discurren. Esta zona
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d ebe ser tam bién o b je to de una ordenación general, que m e jo r e las condiciones urbanísticas de la misma. C om o en el caso de C áceres, el desarrollo de la ciudad está lim itado p or el Je rte y, en el extrem o opuesto, p or la zo na m ontañosa de V alco ch ero, lo que ha obligado a un des arrollo lineal en sus dos extrem os, de una dimensión p roba blem ente excesiva para la im portancia de la población. Por ello es m enester pensar si sería la solución más acertada p ro y ectar el ensanche más im portante en la margen izquierda del río Je rte , frente a la ciudad actual, ya que de este m odo se concentraría el cen tro de la población, quedando perfec tam ente relacionados el centro com ercial actual y el que p u e da surgir en el fu tu ro en la margen opuesta.
Trujillo
El caso de T ru jillo no reviste la com plicación de los an teriores, por ser su m ovim iento dem ográfico de tipo m ode rado, aunque de tod as form as es necesario corregir el anár quico crecim iento de las zonas de más reciente con stru cción , proyectando un ensanche con la debida unidad. La desvia ción de la actual travesía de la carretera M adrid-C áceres, cuyo p ro yecto estudia la jefatu ra de O bras Públicas, permi tirá, con su realización, organizar este ensanche en la zona sur de la población, evitando que continúe el desordenado crecim iento que podría crear situaciones graves para el fu tu ro de la ciudad. O tra idea perfectam ente ju stificad a respecto al desarrollo de T ru jillo , se refiere a la conveniencia de plantear y resolver el problem a de la unión entre la zona antigua de la población y el im portante arrabal de H uertas de Animas, que hoy vive independiente de su cabecera. E ste tem a, que sabem os co n s titu ye una preocupación de prim er orden en las autoridades locales de aquella ciudad, quizá pueda resolverse con la construcción de una buena vía de com unicación entre los dos núcleos, que pueda dar lugar al establecim iento de un eficaz servicio de transportes entre ellos, que resuelva el tras lado de los vecinos de H uertas, que tienen que desplazarse continuam ente en sus visitas a T ru jillo , recorriendo un cam i no actualm ente p o co agradable.
Epílogo
La tierra de Cáceres
POR Y term ino con esto el tem a que me ha correspondido desarrollar en este IV ciclo de conferencias organizado por el seminario de estudios de la Jefatura Provincial del M ovi m iento. H e pretendido encam inar la evolución, a lo largo de la H istoria, de tres poblaciones de la provincia; si con esta charla he logrado que el distinguido auditorio haya pensado unos m inutos en la empresa actual ordenadora que en m ate ria de urbanism o es necesaria llevar a cabo, me doy por muy satisfecho. Puedo, por mi parte, asegurar a tod os los cacereños que sus autoridades y en form a muy destacada el excelentísim o señor G obernad or Civil, sienten una especial predilección ha cia estos tem as, que constituyen una de sus más vivas preo cupaciones. C on su apoyo, con el de tod os los ciudadanos am antes de su tierra, y sobre tod o con la ayuda de D ios, quizá veamos pronto convertidos en realidad nuestros deseos para bien de Extrem adura y de España. He dicho.
Francisco Hernández-Pacheco Catedrático de Geografía física y Geología aplicada de Universidad de Madrid
Significación de Extremadura en el conjunto peninsular
Extrem adura queda situada h ad a el S W del M acizo H es périco, alcanzándose hacia el Sur, en la provincia de Bada jo z , la zona de b ord e al iniciarse los relieves de Sierra M o rena. Extrem adura, y más acentuadam ente C áceres, geográfi cam ente es país de trán sito, entre la M eseta C astellana y Portugal por un lado y Andalucía por o tro ; pero no por ello deja Extrem adura de acusar su personalidad, pues en reali dad da origen a una de las regiones peninsulares m ejor ca racterizadas. N o ob stan te, hay que indicar que dentro de tal región, determ inadas com arcas, no son ya propiam ente E x trem adura en el sentido geográfico. T al ocurre con La V era, adosada a G redos y que form a parte del Sistem a C en tral; de los llanos del T iétar, que aún corresponden com o entidad a la depresión del T a jo y de G ata, que es com arca que pro longa el Sistem a C entral enlazándolo con la Sierra de la E s trella, ya en territorio portugués. Pero pese a ello, E xtrem a dura form a una de las más extensas y típicas regiones geo gráficas naturales en el con ju nto peninsular, com o se ha d ich o, y es dentro del M acizo H espérico la región más uni form e y la que m ejor idea da del con ju nto paleozoico que la form a, lo que se acentúa aún más en C áceres.
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LATIERRA
Monotonía de las formaciones geológicas
La Península es en su con ju nto extrem adam ente variada, ta n to por su relieve, com o por sus características geológicas. Ello queda denunciado por el abigarrado mapa geológico, que tan gran variedad de signos y colores ofrece. T o d as las form aciones y , dentro de ellas, gran variedad lítológica que puede a veces ser extraordinariam ente com pleja, se ofrecen en España y Portugal; pero tal diversidad, tan gran diferen ciación de terrenos y rocas, en Extrem adura se unifica y más acentuadam ente en C áceres, donde salvo detalle, sólo el Paleozoico inferior, C ám brico y Silúrico y los grandes b e rrocales graníticos form an el país, con ju nto que además da origen a m anchas de gran extensión, dentro de las cuales, las variaciones litológicas son mínimas; manchas que en general se arrumban u orientan de N W a S E , cruzando así diagonal m ente la provincia. Sólo destaca en tal con ju n to el manchón de terrenos recientes de C oria, que se extiende a lo largo del valle medio del Alagón y que queda form ado por depósitos oligocenos y grandes masas de aluviones cuaternarios, y los llanos d eN avalm oral de la M ata y del valle del T ié ta r o los situados al Su r de M iajadas, zonas donde un con ju nto ter ciario y cuaternario form a el suelo de estas típicas com arcas, form aciones m odernas que se superponen y cubren a grani to s y pizarrales del Paleozoico inferior. Pero verem os que tales zonas, por su sencilla topografía y por las características litológicas, tienen gran im portancia y acusada personalidad. En C áceres no puede hablarse, fuera de detalles, más que de tres con ju ntos Iitológicos. El form ado por las rocas gra-
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níticas, con sus extensos berrocales y canchales de H oyos, Plasencia, Las Brozas y G arrovillas, M ontánchez, T ru jillo y Valencia de Alcántara. El inm enso y m onótono pizarral, cám b rico y silúrico, no siempre fácil de diferenciar, de las zonas de G ata, de los cam pos que rodean a la depresión de C oria, de M onroy, Jaraicejo y Logrosán, y de A lcántara, M em brío y M alpartida. En estas zonas domina la llanura, que sólo se in terrum pe al aproxim arse a los ríos, pues éstos se han en caja do en ella en zanja que quedan limitadas p or inclinadas lade ras abarrancadas. Finalm ente, queda el con ju n to form ado p or las alineaciones o m acizos cuarcitosos, que al estar co n stitu i dos por cuarcita, una de las rocas más duras e inalterables, ofrecen especial aspecto, p or la rudeza de sus características de relieve que, acusado y fragoso, interrum pe con sus man tenidas alineaciones el especial carácter topográfico del cam po cacereño, en general form ado por extensos y plácidos pi zarrales, en gran parte ocupado por dehesas y pastizales; cuarcitas que form an el quebrad o nudo de Las Villuercas, que se prolonga hacia el N W , hasta alcanzar el P uerto de M iravete y, cruzando el T a jo , continúa hacia Serradilla, M i rabel, Portezuelo y , después de salvar el Alagón, penetran en Portugal, perdiéndose a poco en m onótonos pizarrales. H a cia el SE , dan origen a las Sierras de Altamira y Palomera, al canzando el paraje de C ijara, donde, extendiéndose en gran núm ero de alineaciones y cordales, ocupan amplios espacios p o r tierras de Badajoz y Ciudad Real. Form an estas rocas tam bién la serrata de la Virgen de C áceres y otras de m enor im portancia inm ediatas a esta capital, la com pleja Sierra de San Pedro, que desde la fron tera portuguesa avanza hacia el S E , con sus diversos cordales, amplias navas y vallonadas, hasta perderse hacia los cam pos de Alcuéscar, a p oco de al canzar el río AIjucén, en los llanos del Guadiana, m arcando en su avance las divisorias de aguas, entre el T a jo y G uadia na. A estas zonas cuarcitosas acom pañan con ju n tos muy po ten tes de conglom erados y pizarras, del silúrico y otras rocas muy variadas del devónico, que en pequeños m anchones dan origen a veces a calerizos, tal com o el de C áceres y el de la Sierra de La Calera al Sur de San V icen te de A lcántara, en zona fronteriza entre C áceres y Badajoz. En los llanos del T ié ta r y de Navalmoral de la M ata, de T o rrejo n cillo y C oria y en los situados al Sur de M iajadas, son las form aciones m odernas de arcillas y de m ateriales areniscosos los que form an el terren o, dando así origen a
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pequeñas cuencas o depresiones que interrum pen a las fo r m aciones antiguas, si bien estas masas de sedim entos m oder nos no alcancen, dentro de la provincia de C áceres, gran po tencia. Así, pues, granitos, pizarras y cuarcitas, dan el carácter peculiar a los cam pos de C áceres, que siempre ofrecen pano ramas especiales, amplios y sencillos, con con trastes que rara vez son rudos, paisaje genuino de estas zonas hispánicas, las más típicas dentro del dominio del Escudo H espérico.
La tectónica y el relieve derivado de ella T an sencillo país está afectad o por una orogenia de las más intensas y com plicadas, pues estas zonas están reco rri das por las alineaciones que en su con ju n to constituyen la vieja cordillera hercínica, hoy desaparecido por repetidos y largos ciclos de erosión, hasta sus más profundas raíces. M ontañas hercínicas que se extendieron por el cen tro de E u ropa y una de cuyas ramas principales cruzó las tierras que en el Paleozoico superior ocupaban lo que hoy en parte fo r man la Península, m ontañas que se arrum baban de N W a SE , dirección a la que se amoldan en general las principales alineaciones de sierras y relieves que, com o ya se indica, cruzan diagonalm ente la provincia, relieves que no son sino los últim os restos desm antelados y arrasados de tan antigua cordillera terrestre, siendo sin duda Las Villuercas y las sie rras que la prolongan hacia el N W y SE y la Sierra de San Pedro, dentro de C áceres, los parajes donde aún pueden r e con ocerse las direcciones y plegam ientos, las verdaderas raí ces de estas viejas y casi desaparecidas m ontañas que, si en realidad, o ro g áficam en te, han podido llegar a n o so tro s, ha sido debido a la presencia de los con ju ntos cu arcitosos que, con su dureza y resistencia, han resistido el desgaste y los destrozos del tiem po, pues allí donde las m ontañas hercíni cas estaban form adas por m ateriales pizarrosos, siendo éstos blandos y deleznables, se arrasaron y vinieron así a form ar las amplias superficies llanas que en grandes espacios forman las tierras de C áceres, com o acon tece al N o rte de la capital hasta el T a jo , con el pizarral cám brico, y al N o rte de la Sie rra de San P edro, a lo largo del Salor, con las pizarras silúri cas, reducidas a dilatadas penillanuras.
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D el esfuerzo y de los fenóm enos que por presiones ta n genciales afectaron a estos co n ju n to s sedim entarios del Pa leozoico inferior, nos hablan los intensos replegam ientos que ofrecen las pizarras, y cóm o tam bién y en determ inadas z o nas, las cuarcitas aparecen dobladas en pliegues en saliente o enticlinales o hundidos o sinclinales y que, alineados y con grandes corridas, se arrumban en las direcciones anterior m ente indicadas. En época posterior a los fuertes plegamientos que dieron origen a la citada cordillera, la masa continental, al dejar de estar com prim ida por los grandes em pujes, se rehundió y se fractu ró , constitu yénd ose, así, en lo que actualm ente son tie rras de C áceres, diferentes com partim ientos, diversos m aci zos que, al desequilibrarse, unos quedaron más altos que o tro s, estando entre sí separados por grandes fracturas que se orientan más o m enos hacia el N E , o sea, en dirección n or mal a la de los plegam ientos; fracturas que son hoy día las que dan origen al ingente paredón de G redos, a los desnive les bien acusados de las vertientes m eridionales de la Sierra de G ata, a la depresión de C oria y Navalmoral, al m acizo granítico de la Sierra de M ontánchez que se alza com o enor me pilar so bre los llanos pizarrosos y graníticos que lo ro dean, a la alineación m ontañosa que da cara al SE, en treZ orita y Logrosán, y al m acizo de cuarcitas de Las Villuercas y a la Sierra de San Pedro que, al con trario de los países que la ro dean, quedaron más en alto. Así pues, el relieve de C áceres en sus grandes líneas es debido a fenóm enos de fractura e individualización de com partim ientos de la corteza terrestre, que desarticulando a las diversas zonas citadas, a lo largo de períodos geológicos, dieron el característico relieve a estas tierras. Fracturas im portantes de este tipo son a las que se am ol da el valle del Je rte y al gran desenganche orográfico que se aprecia entre la Sierra de B é ja r y G ata, que en parte es se guido por el Alagón, que en líneas generales van de S W a N E. V im os que las form aciones geológicas se arrum baban de N W a SE. La misma dirección siguen las corridas de las ca pas o estratos que en muchas ocasiones están levantadas has ta la vertical. T a l h echo se refleja en los relieves de detalle, pues, debido a la erosión, los m ateriales más duros quedan destacando, especialm ente las cuarcitas que form an así, sien do los sedim entos inferiores del con ju n to silúrico, las creste rías de las m ontañas, mientras que las pizarras quedan en las
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vallonadas. A veces tam bién los granitos, por su m ayor re sistencia, dan origen a m acizos destacados, pero pueden tam bién quedar nivelados por erosión y arrasam iento al nivel de la llanura, lo que es corriente en los cam pos de C áceres. E s tas rocas, cuando se form aron, quedaron en el interior de los m acizos m ontañosos, siendo los efecto s de la erosión los que, al destruir los m ateriales que los cubrían, los han puesto al descu bierto, lo que nos habla de la im portancia de tales ac ciones y del tiem po transcurrido. V em os, pues, que en C áceres y en general en el occid ente de la Península, hay dos clases de relieves: los debidos a arrum bam iento genera! de las form aciones geológicas y de sus diferentes m ateriales geológicos, im puesto por las presio nes orogénicas y que se orientan de N W a S E y que h oy día se acentúan debido a los fenóm enos erosivos que dejan en alto las rocas más resistentes, dando origen así a las alinea ciones Hispánidas, siendo buen ejem plo de ellos la Sierra de San Pedro y las alineaciones derivadas del núcleo de Las V i lluercas. Los o tro s son debidos a fracturas y se arrumban con variaciones locales de S W a N E , dando origen a relieves en escalón, siendo muy buen ejem plo la Sierra de G ata y muy especialmente el m acizo de la Sierra de M ontánchez, dando tales relieves origen a las H ibéridas. Así pues, Hispánidas e Hibéridas son sistemas m ontañosos, que caracterizan a am plias zonas peninsulares, m odo de ver debido al profesor don Eduardo H ernández Pacheco, a quien t 3 nto deben los estudios españoles de geografía y geología.
LA TIERRA DE CACERES
Unidades estructurales dentro de la provincia de Cáceres
D en tro de la provincia de C áceres y teniendo en cuenta el m odo de ser y estar dispuestas las form aciones o terrenos que constituyen el país, pueden distinguirse diferentes uni dades estructurales, siendo muy diferentes entre sí las zonas que quedan integradas por m acizos eruptivos graníticos, por form aciones sedim entarias m odernas o antiguas, éstas in ten sam ente afectadas por fenóm enos orogénicos y m etam órficos, que han cam biado el m odo de estar dispuestos y de ser de sus materiales, y aquéllas casi nada afectadas y que por ello conservan el asp ecto prim itivo de sus sedim entos y el m odo de estar dispuestos de los mismos. C abe distinguir, pues, los m acizos graníticos de la zona occid ental de G red os o de Jarandilla, Hervás y Plasencia; de A lcántara, Garrovillas y M alpartida de C áceres, y el más p e queño de la Sierra de M ontánchez y de San C ristób al. Los tres constitu yen buen ejem plo de m acizos eruptivos ácid os, de tipo b ato lítico , que form aron en un principio el núcleo o zonas axiales de m acizos m ontañosos, com o se ha dicho, hoy d estruidos, d ebido a lo cual surgieron en superficie, siendo sin duda ei núcleo de G red os que, en sus zonas más bajas y m eridionales, da origen a la V era, el más im portante. A continuación vienen los m on óton os pizarrales cám bri c o s, intensam ente replegados y m etam orfizados, que dan lugar en general a la Sierra de G a ta , donde están atravesados por masas de granitos; pizarral que en gran parte y hacia el E ste, da origen a las H urdes. D el mismo tipo es el país que rodea a la pequeña depresión de C oria, y el que queda, m o
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n óton o y 'exten so , entre el T a jo y C áceres por tierras de T ru jillo y que desde Logrosán se extiende hacia el N W , siendo recorrido p or el río A lm onte y al que limita el foso del valle del T a jo . Pizarrales del mismo tip o , pero funda m entalm ente silúricos, son los situados al N o rte de la Sierra de San Pedro y que alcanzan hasta el T a jo , desarrollándose en ellos la cuenca del río Salor. E l intenso replegam iento de los m ateriales y el régimen isoclinal, caracteriza a estas m o nótonas y poten tes masas de pizarras. C on características peculiares se presentan los co n ju n to s cuarcitosos silúricos, que son, fuera de G red os, los más fra gosos y quebrados. El principal es el que da origen a Las V illuercas, de cuyo núcleo central y con arrum bam ientos muy continuados parten'seguidas sierras que se caracterizan por la gran continuidad e isoaltitu d de sus alineaciones. A m plios pliegues las caracterizan, no siendo las serratas, sino los flancos de ellos, pues la erosión hizo desaparecer las charne las superiores. La alargada banda que desde el núcleo princi pal se interna en Portugal, separa o aisla a las dos funda m entales masas pizarrosas cacereñas. La otra entidad cu arcitosa queda integrada por la Sierra de San Pedro, que de N W a SE y dando origen a amplia banda, separa la p ro vincia de C áceres de la de Badajoz, sirviendo de divisoria de aguas, si bien no claram ente m arcada, a las cuencas del T a jo y Guadiana. A am bas unidades |cuarcitosas se asocian piza rras silúricas que van entrem ezcladas con los niveles de las cuarcitas, debido a los com plejos plegam ientos, en cuyos sinclinales, a veces, se albergan restos del D evón ico, ca ra cte rizados por sus masas de calizas cristalinas, por m etam orfis m o. Las bandas o corridas de cuarcitas son al mismo tiem po las que nos indican la localización de los más exaltados ple gam ientos, pudiendo hasta cierto punto indicarnos tales c o rridas cuarcitosas, la situación de ejes fundam entales en el gran con ju nto de pliegues de esta vieja cadena hercínica. Finalm ente, vienen las depresiones, más o m enos acusadas y extensas, rellenas por m ateriales dei T erciario . La principal es la de Navalmoral de la M ata y del valle del T iétar, gran com partim iento hundido al Su r de G redos y que aparece re lleno por sedim entos oligocenos, m iocenos y pleiocenos, a su vez cu b ierto s, a lo largo del T ié ta r, por el com plejo de las te rrazas fluviales y los aluviones m odernos del río. Da origen a un amplio llano, levem ente alomado y algo abarrancado, ya en las inm ediaciones del río. Los sedim entos, al menos los
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más m odernos, están sensiblem ente horizontales, siendo pues hasta cierto punto una llanura estructural, al estar de acuer do la disposición horizontal de sus form aciones, con la su perficie plana de sus cam pos. Es bastante extenso y se carac teriza por su m onotonía, sólo interrum pida hacia el N o rte por la dentellada y alta crestería de G red os, que da peculiar aspecto y grandiosidad al paisaje de estas tierras, en gran parte cubiertas de dehesas con buen arbolado de encinas y alcornoques. Es esta zona, sin duda, una de las más típicas, quedando situada entre C áceres y T o led o . O tra depresión del mismo tipo, pero m ucho más restrin gida, es la de C oria, situada a lo largo del valle medio del Alagón. Dominan en ella los sedim entos arenosos, más o m e nos arcillosos, de gran hom ogeneidad del O ligoceno, estan do sensiblem ente horizontales o levem ente inclinados, por basculación de este com partim iento. C on ella se relacionan las dos depresiones más pequeñas e inmediatas de T o rre jo n cillo al Sur y de M oraleja al N o rte, situada ésta a lo largo del Arrago. Finalm ente, queda la depresión situada al Sur de M iajadas, ya en los lím ites de la provincia y que sin discon tinuidad se extiende, amplia, por los llanos del Guadiana. Es la más somera y más m oderna, por cuanto sus sedim entos corresponden ya al Plioceno. D eben destacarse, tam bién, los replanos más o m enos e x tensos de las rañas, de edad pliocena que, fundam entalm en te situadas al Sur de las alineaciones de cuarcitas y especial m ente en la Sierra de San Pedro, dan con sus masas de canturrales peculiar aspecto a las zonas por ellas ocupadas. Gran desarrollo alcanzan tam bién alrededor de Las V illuercas, d on de tales plataform as de escom bros alcanzan en ocasiones grandes espacios, pudiendo sumar a veces potencias superio res a los 30-40 m. Por Alia, C añam ero y tam bién a lo largo del valle alto y medio del A lm onte y en las cercanías de Ja raicejo, tales form aciones son de gran im portancia. Cada unidad de las m encionadas tiene, pues, sus caracte rísticas y entre todas dan variedad y com plejidad a la estru c tura del país.
El relieve general cacereño
Se ha indicado que en tierras de C áceres, el relieve, salvo determinadas y especiales zonas, es poco acusado, dom inan do la llanura tan to en los extensos pizarrales y berrocales, que han llegado a constituir planas superficies por arrasa m iento, com o en los espacios ocupados por los depósitos terciarios, donde el llano es de tipo estructural. T res tipos de relieve fundam ental pueden distinguirse en estas tierras: el de los grandes desniveles y gran altitud del Sistem a C entral, donde culmina la provincia al W del Almanzor (2.592 m .) al seguir la arista de Sierra Llana con alti tudes siempre superiores a los 2.0 0 0 -2 .2 0 0 m. D esde esta al ta arista granítica hacia el Sur, inclinadas y quebradas lade ras, excavadas por h oyos, gargantas y barrancos, desciende hasta el replano de La V era, que queda ya tan sólo a unos 4 50-500 m., dom inando al amplio valle del T ié ta r que corre aproxim adam ente en estas zonas a unos 200 m. de altitud. M ás hacia el W , el límite provincial alcanza en el C alv itero, cum bre de la Sierra de Béjar, los 2.401 m. En estas regiones el paisaje es verdaderam ente bravio, de alta m ontaña, con sus nieves invernales y neveros hasta bien avanzada la prim a vera y con su típica topografía de origen glaciar. Este S iste ma C entral aparece desnudo, pues sus canchales sólo q u e dan cu b iertos por claros piornales y rebollares que aguardan la repoblación que cubre las laderas, de pinos y robles. La V era, por Villanueva de la V era, Jarandilla y Jaraíz, co n tra s ta con las zonas de cum bres, pues sus variados cultivos y masas de arbolado hacen resaltar a aquéllas, rocosas, desnu das y solitarias.
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Salvada la vallonada del Je rte , en tre la Sierra de la V era y T ras-Sierra, por donde el país de m ontaña va descendiendo al más b ajo , y más allá de la depresión del Alagón, se alza la Sierra de G ata, que en muchas zonas nos o frece aún v erd a deros paisajes de m ontaña, con cum bres que alcanzan los 1.367 m etros en Jañona y los 1.366 m etros en el A lto de M e zas, ya casi en la raya de Portugal. Pero ya, ni los desniveles son tan acusados, ni las laderas ofrecen la rudeza de los altos paredones graníticos de G red os y Sierra de Béjar. Esta Sierra de G ata no es sino un gran escalón que desciende hacia el Sur entre Salam anca y C áceres. Las nieves son sólo inverna les y las gargantas y barrancos no ofrecen ni la fragosidad, ni la inclinación de las que descienden hacia La V era. Piza rras y granitos, éstos en m anchas restringidas, form an el t e rreno, que es rico, variado y ameno hacia el O este, por H o yos, G ata y San M artín de T rev ejo , m ontuoso y pobre hacia el E ste, en la zona de Las H urdes, que ahora, con la rep obla ción general, el desarrollo de las com unicaciones y la implan tación de cultivos, no es ya sino un recuerdo de lo que fué, no hace m ucho tiem po. C om o zona de tránsito entre G ata y G red os, pudiera p o nerse la Sierra de La Vera y T ras-Sierra y el valle del Jerte, li m itado por ellas y que rem ontando el país, salva el Puerto de T ornavacas. Rivera poblada, a lo largo de sus estrechas vegas, que florecen cuando aún resplandecen las nieves en las próxim as y altas cum bres. Las Villuercas, fuera de estas zonas m ontañosas, pudiera decirse que constituyen el núcleo m ontañoso más genuínam ente cacereño, rom piendo la m onotonía del b ajo relieve y de los amplios llanos más o menos alomados del país. F o r man Las Villuercas un verdadero nudo orográfico, en zona donde los plegam ientos de las cuarcitas adquieren com ejidad extrem a. Culmina el m acizo en Las Villuercas a los . 58 m etros. El paisaje es sum am ente quebrado, de gran ru deza, pues los canchales de cuarcitas son de los más ásperos bravios. Las seguidas y altas alineaciones, coronadas por a lto s y dentellados paredones, dan muy peculiar aspecto a este núcleo m ontañoso, del que parten, com o ya se ha indica d o , seguidas sierras que corriendo hacia el N W , después de cru zar el T a jo y el Alagón, se pierden en Portugal. En senti do con trario, pronto las sierras que se derivan, pierden alti tud y con cum bres de acentuada uniform idad cortan el valle del Guadiana en C ijara y form an un país quebrado y fragoso
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en Ciudad Real y Badajoz. M ás al E ste queda la depresión erosiva del G uadarranque, entre sierra Palomera y de San V i cente o Altam ira, siendo sin duda uno de los valles más típ i cos y solitarios de estas zonas cuarcitosas. Pudieran Las V illuercas, hasta cierto p u nto, ser con sid e radas dentro del con ju nto de las Sierras C entrales de E x tre madura y que iniciándose en la granítica Sierra de M o n tán chez, que culmina a los 994 m etros, continúan hacia el NE por la de San C ristóbal, A ltos de Robledillo y Sierra de San ta C ruz, todas graníticas, para enlazar en las cercanías de H erguijuelas con el Alto o C abeza de D on Pedro, de 1.004 m etros, continuando el relieve así form ado, de tipo asim étri co, con caída hacia el Sur, hacia Logrosán y C añam ero, dan do origen a la Sierra de Guadalupe, casi tod a ella pizarrosa, enlazando, finalm ente, con el nudo de Las Villuercas. T a l ali neación es del tipo de las Hispánidas o sea de fractura, com o G red os y G ata, dando así lugar a un escalón que hacia el Su r va rebajando, más y más, los cam pos de C áceres, hasta alcanzar la depresión del Guadiana, ya en los lím ites con Bad rjoz. Relieve característico, muy variado y tam bién fundam en talm ente cu arcitoso, aunque no con acentuados desniveles, es el de la Sierra de San Pedro. Culmina tal serranía en e lT o rrico de San Pedro, a 705 m etros y en el Alto del M ayoralgo, a 711 m etros. Fuera de su alineación principal queda e! M orrón de Estena, que alcanza los 677 m etros. La serie de quebrados cordales y serratas cuarcitosas, limitando a cañadas, amplias navas y valles, tod os pizarrosos, dan peculiar aspecto a estas zonas, las más solitarias y aisladas de C áceres, donde gran des dehesas, con buen arbolado de encinas y alcornoques y excelentes pastizales, ha poco han com enzado a colon ozarse, si bien no siempre con criterio plausible. Es en esta serranía donde el m atorral expontáneo, el típico jara!, alcanza aún ma yor desarrollo, pero son ya pocos y muy restringidos los pa rajes donde se ofrece con aspecto natural. Fuera de estas zonas, más o menos quebradas y de altitud tan variable, el país es llano o ligeramente alom ado. Da ori gen a verdaderas llanuras en las depresiones de Navalm oral de la M ata y hacía los cam pos arcillo arenosos de M iajadas; dominan las lomas en las depresiones de C oria y en la más pequeña de T o rrejo n cillo . En los espacios pizarrosos, el cam po es m onótono y plano por arrasam iento, pues han sido, mediante largos y repetidos ciclos de erosión, reducidos a
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penillanuras. Lo mismo sucede en determ inados berrocales graníticos que quedan así enrasados con el pizarral. Dominan las penillanuras al N o rte de la Sierra de San Pedro, a lo largo del encajado valle del Salor y en los cam pos de Trujillo y al N orte de C áceres y tam bién al N orte del T a jo , entre la depresión del Alagón y las zonas bajas de G ata. En estas zonas y en determ inados parajes, el relieve es hasta cierto punto negativo, pues los desniveles no están d a dos por lomas o cerros, sino por las profundas vallonadas, donde encajados, a veces acentuadam ente, avanzan los ríos. El T a jo , desde el P uente del A rzobispo a la frontera p o rtu guesa, el Alm onte, Salor, Arrago y Alagón, al atravesar los extensos pizarrales, bien claram ente nos muestran este relieve que así rejuvenece a las viejas penillanuras, y muy particular m ente ya, en las cercanías de los valles en zanja. En determ inados parajes y muy especialm ente entre C á ceres y A rroyo de M alpartida, los terrenos graníticos pre sentan el relieve de detalle de lierrocal, tan peculiar y ex tra ño, con sus am ontonam ientos caó tico s de grandes bloques y con el desarrollo de sus canchales. Paisajes de este tipo son tam bién los de A lcuéscar, Las Brozas y Tru jillo. Finalm ente, relieves especiales son los que dan lugar a las plataform as o replanos de las rañas, que con sus llanas super ficies interrum pen la quebrada topografía de las sierras cuar citosas. Paisajes de este tipo son los de Alia, C añam ero, y tam bién, com o ya se ha indicado, los que quedan al pie y rodeando al m acizo de Las Villuercas. T íp icas son las rañas de las vertientes meridionales de la Sierra de San Pedro, ra ñas que hacia Cañam ero han com enzado a colonizarse me diante im portantes plantaciones de pinos y fundam ental m ente de eucaliptus, que no tardarán en cubrir con sus m a sas estas llanas y solitarias superficies pedregosas.
Las comarcas naturales
Teniendo en cuenta tod o lo ya dicho en relación con las características geográficas y geológicas de las tierras cacereñas, es fácil establecer las com arcas naturales, dentro de esta porción de la región extrem eña. T al labor ha sido ya b o s quejada, pudiendo hoy diferenciarse las siguientes com arcas:
Sierra de ¡jcedos y la Vera. Se trata, com o ya se ha indicado, de un país m ontañoso, con fuertes relieves y gran altitud en sus zonas de cum bres, form ado casi exclusivam ente por rocas graníticas y m ateria les muy afines, que constituyen el gran bato lito del Sistem a C entral. En esta com arca pueden distinguirse dos zonas, la de cum bres y vertientes meridionales de G redos y de la Sie rra de Béjar, y el zócalo adosado a la m ontaña, pero aislado de ella mediante gran fractura, y que suavem ente se inclina hacia el Sur, quedando limitado en su borde extern o por un acentuado resalte o cuesta, debido tam bién a fractura o falla del terreno, que lo aisla de la depresión seguida por el T iétar. Esta zona, en su con ju nto, es rica, siendo casi exclusivam ente agrícola en su zona baja o de La Vera y em inentem ente ga nadera en la alta o de cum bres. En La V era dominan en am plias zonas los regadíos, que se efectúan con las aguas de las gargantas o pequeños riachuelos de acentuadas característi cas torrenciales, que se mantienen con buen caudal hasta muy avanzado el verano, debido al deshielo de las nieves de las cum bres. La zona alta es un país deforestado desde hace
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m ucho tiem po, que viene a ser el com plem ento por sus pas tos del inferior, pero suceptible de repoblación forestal, ya iniciada en amplias zonas, y en donde el pinar y los robleda les podrían, relativam ente p ro n to, dar origen a grandes m a sas arbóreas, lo que favorecería el régimen de las aguas, creándose, al mismo tiem po, riqueza. En con ju n to la com ar ca es rica y próspera, destacando com o núcleo de p ob lación , entre o tros, Jarandilla.
El ralle del J e rte y Tras-Sierra. Puede ser considerada esta com arca, com o zona de trán sito entre la anterior y la constituida por la Sierra de G ata. Es aún un país m ontañoso, pero de altitudes m ucho m enos acusadas, recorrido por un gran valle, el del Je rte , que que da com prendido entre dos alineaciones muy bien m arcadas, la form ada por la Sierra de la V era, que corresponde a la c o marca anterior, y Tras-Sierra. Dom inan en esta com arca, casi en absoluto, las rocas graníticas. Las zonas m ontañosas están tam bién deforestadas y ofrecen las mismas características que las de la com arca ya descrita, siendo, pues, fundam ental m ente zona de pastos, ganadera. El valle, salvo sus zonas altas, tam bién ganadero, es un país de pequeños regadíos de tipo de huertos, enclavados en las estrechas vegas que siguen y limitan al río. Los frutales abundan, siendo posible una gran m ejora de tales cultivos. El valle en su con ju nto es muy pintoresco y salva la alineación m ontañosa por el Puerto de T ornav acas. A la salida del valle y ya en zonas donde se inicia la llanura, si bien muy rejuvenecida, se asienta Plasen cia, im portante núcleo urbano en la zona N o rte de C áceres. En el valle el núcleo principal es N avaconcejo.
La S ie rra de G ata. Esta com arca, tam bién m ontañosa, es más com pleja y variada que las dos anteriores. Las tres quedan incluidas en la región geográfica que abarca el Sistem a C entral. G ata está form ada por extensos y m onótonos pizarrales y manchones, a veces extensos, de rocas graníticas. E sta com arca no es sino las laderas, o m ejor, el plano inclinado hacia el Sur, de
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un gran accidente tectó i que separa, m ediante gran fra c tura, las altas tierras salamantinas de las cacereñas, m ucho más bajas. H asta hace p oco , el país alto no era sino un in menso brezal, con manchas extensas de rebollares. En la ac tualidad, la repoblación forestal, muy intensa, lo está trans form ando, existiendo ya muy amplias zonas de pinares, ro bledales y masas de castaños. La agricultura en las zonas bajas y medias es rica y variada, existiendo im portantes, peí o siempre localizados, regadíos, a lo largo de los valles de las gargantas o riveras, riachuelos de acentuadas características torrenciales, que tienen gran caudal durante casi to d o el año, pues las precipitaciones atm osféricas son muy im portantes en esta Sierra de G ata. Valle muy característico es el de la Rivera de los Angeles, que sigue una gran fractura longitu dinal que aisla hacia el interior, o sea, hacia el N o rte, el dom i nio de las verdaderas Hurdes del resto de la com arca, zona em inentem ente pizarrosa, abarrancada y cubierta de extenso brezal y situada hacia el E ste, en los límites ya con las Ba tuecas, país cu arcitoso perteneciente a tierras salamantinas. Las Hurdes, hasta hace poco, eran país de muy escasos recu r sos, francam ente pobre. El desarrollo de las com unicaciones, la repoblación forestal, la im plantación de cultivos diversos donde ha sido posible, m ejorando los antiguos o creando otro s nuevos, la acción sanitaria y muy especialm ente las en señanzas culturales y morales de las gentes que habitaban estas tierras, las han transform ado profundam ente, pudiendo decirse hoy que las H urdes, en el sentido que se daba a esta palabra, han dejado de existir, pues es un h echo que la agri cultura, la ganadería y las masas forestales, hacen de esta z o na país de relativa riqueza. D estacan com o núcleos urbanos en el O este, o sea, en G ata, H oyos; en las H urdes, Casar de Palom ero.
Pizarrales del A lagón y Arrago. Esta com arca ofrece lím ites p oco precisos y encierra en su interior las cuencas terciarias de M oraleja, en el Arrago; la m ucho más im portante de C oria, en el Alagón; y la peque ña de T o rrejo n cillo . La zona de pizarral es m onótona y de no gran riqueza, alternando en ella los pastizales lim itados por cercas de piedra, dando lugar a las cortinas, con tierras abiertas. El país es alom ado, corriendo los ríos, especialm ente lt
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en sus tramos finales, bastante encajados en el pizarral, que no es sino una superficie de arrasamiento, más o menos re juvenecida. En determinadas zonas, las dehesas con buen arbolado son extensas, siendo, pues, tal región zona agrícolaganadera, pero no de gran riqueza. Como núcleo urbano en clavado en zona de pizarral puede citarse Calzadilla. Cuencas de C uria, M o r a l e j a y T o rrejoncillo. Se trata de verdaderas zonas terciarias incluidas en el pi zarral, resto sin duda de manchas m ucho más extensas. Apa recen ocupadas por materiales arcillo - areniscosos del oligoceno, en disposición sensiblem ente horizontal o muy poco inclinados por basculación. La cuenca principal es la de C o ria, que ocupa el segm ento medio del Alagón, extendiéndose desde tal localidad y rem ontando el río hasta G alisteo, casi en la unión del Je rte con el Alagón. Las mismas característi cas ofrece la cuenca de M oraleja, que ocupa un gran espacio llano, pero menos deprim ido, a lo largo del Arrago. La cuen ca de T o rrejo n cillo no es sino un resto muy restringido de tales con ju ntos terciarios. Per el dominio de la llanura, por el carácter de estas tierras que dan origen en amplios espacios a las vegas de los citados ríos y por ser posible implantar en ellas grandes regadíos mediante los embalses de G abriel y Galán en el Alagón y el del Arrago, tales depresiones han de con stitu ir zonas de gran riqueza por sus im portantes cu lti vos intensivos, que ya han com enzado, muy especialm ente en la vega de C oria y en la de M oraleja.
V a lle del l i é t a r y llanos de N a v a lm o ra l de la M ata . Esta com arca, que se enlaza hacia el Este con la gran huer ta de Talavera de la Reina, da origen a otra gran depresión terciaria, que en la zona que nos interesa está seguida en su borde N orte por el T iéta r, de anchuroso valle. En la actuali dad, es país de extensos cultivos de secano, fundam entalte cerealísticos, pero aún quedan en ella amplios espacios ocupados por dehesas con o sin arbolado. En la zona ocupa da por el valle del T iéta r, son ya muy im portantes los rega díos, con cam pos de ta b a co , algodón, pimentales y otros de
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gran rendim iento, que han de desarrollarse m ucho en toda la cuenca terciaria, cuando com iencen a implantarse los rega díos con las aguas del em balse de Rosarito, que regularizará el caudal del T iétar y distribuirá sus aguas por la gran llanu ra. Esta com arca se caracteriza por el dominio de los llanos, lim itados hacia el N orte por el ingente paredón de G redos. Paisaje sencillo de amplio horizonte, que da carácter especial a estas zonas del NE de la provincia.
Los riueros del T a jo y las Hie rra s C entrales de Cáceres El T a jo , salvado el Puente del A rzobispo, se encaja en e s trecha y profunda zanja, de la que ya no ha de salir, hasta haber penetrado en Portugal. Esta gran vallonada, estrecha y profunda, con stitu ye en realidad una com arca que, muy alar gada, separa las que quedan al N orte, de las del resto de la provincia. Es pues una com arca en franja o banda de tipo de límite o frontera entre otras. E ste gran foso es casi exclusi vam ente pizarroso, salvo cuando co rta las alineaciones de cuarcitas, com o ocurre en la zona de confluencia de los ríos T iéta r y T a jo , paraje donde la fragosidad y estrechez de la gargarita es muy acusada. Aguas arriba de A lcántara, la gar ganta es granítica y ofrece también características sumam en te grandiosas, con desniveles desde el río a la superficie arra sada superior, de 100-150 m. Las acarcavadas y abarrancadas laderas no se prestan a ser cultivadas, estando ocupadas por m atorral o por claro arbolado de encinas y alcornoques, ex plotados en régimen de dehesas, pues en la otoñada, durante el invierno y la primavera, suelen cubrirse de buenos pastos. Por el fondo de las gargantas, el T a jo avanza tranquilo, en lazando sus grandes y profundos charcos y tablas, que le prestan muy peculiar aspecto. En realidad no existen vegas, por lo que los cultivos de regadíos faltan, salvo en muy res tringidas zonas. Hacia el N orte, la continua garganta queda limitada y es seguida por un con ju nto de sierras cuarcitosas, paralelas en tre sí, que ofrecen por lo general dentelladas cresterías, sie rras que limitan a veces amplias vallonadas y cañadas ocupapadas por pizarrales y que dan asiento a buenas dehesas en general con arbolado. Las sierras aparecen en general cu b ier
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tas en sus zonas altas por m atorral, y son, com o los Riveros del T a jo , casi exclusivam ente ganaderas. Esta banda o faja de sierras form a en realidad un país com pletam ente diferente a los Riveros, pero unimos am bos accidentes o con ju ntos en una sola com arca, que tiene más bien carácter de zona de lí m ite, com o ya se ha indicado. C om o núcleos de población deben citarse A lcántara, en la zona occidental, y Cañaveral, fuera del T a jo , en la zona m ontañosa.
P e n illa n u ra del S alo r y berrocales de M a lp a rtid a y Navas del M a d ro ñ o Las superficies de arrasam iento de Extrem adura y espe cialm ente las de C áceres, son muy extensas y típicas y co m prenden tanto a los pizarrales cám brico-silúricos, com o a las rocas graníticas, que quedan en m uchos casos niveladas, por arrasam iento, con los pizarrales, constituyendo así típicas pe nillanuras. T a l es lo que sucede entre los relieves de la Sierra de San Pedro y el encajado valle del T a jo , en los cam pos si tuados al O este de C áceres. E ste país es m onótono en co n ju n to , pero en detalle o frece cierta diversidad. El pizarral aparece ocupado por dehesas con buen arbolado, que puede faltar, dando entonces origen a pastizales o a cam pos abier tos cerealísticos, de extraordinaria m onotonía, que se extien den alrededor de los pueblos. Lo mismo sucede en las zonas graníticas, que son más pobres en arbolado, pero más varia das, pues la rugosidad del berrocal, los pequeños y herbosos vallecillos y el canchal, a veces con form as curiosas, dan en con ju nto peculiar carácter a estos cam pos. D e tod os m odos, la placidez de esta campiña contrasta con la rudeza de los Riveros del T a jo y la fragosidad de las Sierras que por el N o rte los limitan. E ste país es em inentem ente agropecuario y com o núcleos de población deben citarse Salorino, Las B ro zas y A rroyo de la Luz.
A ltip lan icie T ru jilla n o -O a cereñ a E sta com arca es tam bién típica de la extensa penillanura fraguada en pizarras y granitos. La atraviesan los ríos AI-
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m onte y T am u ja, que corren com o el T a jo que la limita h a cia el N orte, encajados en ella en zanja. Dominan el pizarral, que está ligeramente alom ado, pero no dejan de ser de re la tiva gran extensión los afloram ientos y m anchones graníticos, dando origen el país a una de las zonas donde m ayor ex ten sión alcanza el encinar y las dehesas de pastos. El berrocal granítico más característico es el de T ru jillo e im portante tam bién el denom inado Sierra Ruñe, situado entre La cum bre y Plasenzuela. Es al N o rte de C áceres, donde el cam po arrasado da origen al más extenso y m onótono piza rral que, desnudo de tod o árbol y form ando aplastadas lo mas, se extiende hasta los confines del horizonte, siempre li m itado p o r lejanos perfiles de cuarcitosas sierras. El p aíses p obre, por su agricultura; por el con trario, y especialmente hacia T ru jillo, la ganadería es abundante y con buenas razas porcina y de ovejas. Más hacia el E ste, hacia M adroñera y A ldeacentenera, el pizarral, ya en tierras más altas, pudiera dar origen a buenos núcleos para repoblación, pues los cu l tivos, por escasez de suelo, se desarrollan casi siempre con deficiencia. Los núcleos más im portantes son C áceres y T r u jillo .
La H ierra de San Pedro En los límites de C áceres y Badajoz, y dando origen a la divisoria de aguas entre T a jo y Guadiana, se extiende la Sie rra de San Pedro. Ya sabem os que un con ju nto de alineacio nes cuarcitosas, sensiblem ente paralelas entre sí y de im por tancia y longitud variable, avanzan de N W a SE , dejando e n tre sí amplias cañadas, vallonadas y navas, rincones y parajes, que muchas veces ofrecen am enos paisajes, de los más típ i cos de estos despoblados de Extrem adura. La alineación prin cipal queda al N orte de este sistem a m ontuoso, dando frente a los llanos pizarrosos del Salor. H acia el Sur, las alineacio nes se rebajan, se acortan y distancian, hasta quedar aisladas y perderse en cerros y lom as, en los llanos del Guadiana, por tierras de Badajoz. Esta zona de grandes latifundios es sin du da de las más solitarias, de las m enos pobladas de C áceres. Agudas crestas de cuarcita, pedregosas laderas y rinconadas, hasta hace p oco cubiertas por m atorrales y en las zonas b a ja s por dehesas, dan origen a cam pos em inentem ente ganade
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ros que, poco a poco, se van colonizando, pues los descua je s , las rozas y las roturaciones hacen que los cultivos ganen terreno al m atorral y a las dehesas, si bien, en m uchos casos, tal estado de cosas no sea beneficioso. D esaparece tam bién de este país la caza m ayor, que era abundante, y los co to s fa m osos, pudiendo citarse com o paraje apropiado para las m onterías el Arca de Estena, ya en los límites de C áceres con Badajoz. Esta Sierra de San P edro, desde la fron tera p ortu guesa, hasta alcanzar el valle del A ljucén, ya en las cercanías de A lcuéscar, da origen a uno de los paisajes donde las ali neaciones de las H epéridas se ofrecen más típicas y donde los restos de la orogenia hercínica se presentan, si bien arrasa dos y desm antelados, más claros. Es esta sierra zona ganade ra, com o se ha indicado, que ahora com ienza a transform ar se. Solitaria, tranquila, m uestra aún lo que debió ser este país, en épocas pretéritas. En la Sierra de San Pedro no hay poblados de im portancia.
El Nudo de Las V illu ercas y el V a lle del G u a d a rranque Sin duda alguna, este núcleo m ontañoso a cuyo pie se asienta el M onasterio de Guadalupe, es el que m ejor nos ofrece los paisajes de cuarcita en tierras de C áceres. Las alineaciones de cuarcitas de Alia, Cañam ero y Guadalupe, al correr hacia el N W , se hacen más y más im portantes, más quebradas y fragosas, hasta culminar en La V illuerca, a 1.470 m etros de altitud. Alineaciones muy m onótonas y manteni das que corren paralelas, lim itando angostos valles y gargan tas que se subordinan a este m acizo, principalm ente las Sie rras de Altamira, Palomera y otras que ofrecen agudas y den telladas cresterías. C om o valle principal debe ser citado el del Guadarranque, que por sus características, aislamiento y soledad, por no dar origen a zonas de cultivos, ni a parajes de características ganaderas, pudiera ser convertid o en C o to o Cazadero de tipo nacional, donde se recriase la caza ma y or, hoy día en peligro inm inente de desaparecer de todas estas zonas. Las Villuercas y todas estas otras sierras que corren al N o rte, por el límite entre C áceres y T o le d o , deben ser consideradas com o paisaje genuino de cuarcitas y piza rras, de m atorral de jaras, de criadero de caza m ayor, que
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con una bien orientada repoblación forestal y cierta vigilan cia, llegaría a ser una verdadera reserva natural. Logrosán, Cañam ero y Guadalupe, son los núcleos urbanos más im por tantes de esta verdadera serranía.
La H ierra de M on tán ch ez, Han C ristóbal y la alineación que las prolonga hacia el NE Fuera del relieve granítico de G redos, la Sierra de M on tánchez y las sierras graníticas que con ella se enlazan, dan origen al con ju nto granítico más im portante de C áceres. Culmin» la Sierra de M ontánchez, casi a los 1.000 m etros (994 m A de altitud, dando origen a zona de cum bres muy amesetada y suavem ente inclinada hacia el Sur, resaltando este pequeño m acizo, con fuertes desniveles, sobre los llanos pizarroso? que lo rodean, en los que un verano seco y ard o roso se deja sentir con toda intensidad. Las zonas bajas y las laderas m ejor orientadas están ocupadas por diversos cu lti vos de secin o y huertecillos, particularm ente en sus vertien tes N orte, nue dan variedad al campo que ofrece en d eter minados patajes rincones sum am ente pintorescos. Es por lo tanto zona agropecuaria, bien poblada y relativam ente rica. Por el clima especial de M ontánchez, la industria de la cura de jam ones <is fam osa desde la antigüedad. Esta montaña está deforestlda y muy especialmente su zona de cum bre, que, com o sejha dicho, da origen a un extenso replano c u bierto por rebollares y retam ares y, en algunos parajes, por matorral de castaños, que dejan recrecer para su aprovecha m iento en vigas y rollizos. Una repoblación adecuada de esta sierra haría efe ella paraje deleitoso en la alta piim avera y aún en el verano, pues la sierra es rica en agua y su altitud relativa m odijica el clima ardoroso de los llanos inferiores, pudiendo potilo tanto ser un lugar de estancia en la caluro sa estación del verano, a lo que contribuiría la masa de pinos, robles y castaños, que no tardarían en con stitu ir verdadero bosque. La mole granítica rom pe la m onotonía de estos cam pos, quedando prolongada hacia el N E por la Sierra de San C ristó b al, A fo s de Robledillo y Sierra de Santa C ruz, en la que termina el b ato lito de este manchón granítico, el más extenso de la: tierras cacereñas centrales.
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Llanos de Almoharín y M ia ja d a s Ya en los lím ites con las bajas tierras de Badajoz y en los dom inios de los amplios llanos del Guadiana, quedan las de presiones, en gran parte ocupadas por sedim entos terciarios, que se extienden al Sur de Almoharín y M iajadas. E ste país es rico, dominando en él los plantíos de higueras y olivos y viñedos, siendo riqueza muy estim able de estos cam pos los higos, que tienen ya justificada fam a. Son tam bién muy e x tensas las tierras abiertas, cerealísticas, que, sin discontinui dad, penetran en Badajoz, por las llanas vegas del Ruecas, cam pos que tam bién, a veces, dan origen a excelentes pasti zales. E sta gran llanura está en sus zonas del S y S W inte rrumpida por serratas de cuarcitas, que prolongan hasta ella las alineaciones de la Sierra de San Pedro, quedando en tales parajes amplias zonas de dehesas. C am pos abiertoí cerealísticos, plantíos, pastizales y dehesas, hacen de estA com arca una de las más ricas y ponderadas de C áceres. En grandes espacios estas tierras han de regarse en un futu ro inm ediato, con las aguas del C ijara, abriéndose, pues, para eita zona un cercan o y próspero porvenir. Así pues, estas trece posibles com arcas nat/irales hacen ver claram ente cóm o, dentro de la uniform idad de las tierras de C áceres, el -----------------------terreno varía de unos parajes a ptros, dando -------------------------- f — ------------ello lugar a paisajes diversos y muy típicos dent o de una zona que m ejor caracteriza al paleozoico inferioii penínsular y a las superficies de arrasam iento fraguadas en 1os dominios de la desaparecida cordillera hercínica, dentro del dominio del Escu d o H espérico.
Los suelos de Cáceres
D e las tres grandes regiones en que, por su fitología, H er nández Pacheco (Eduardo), dividió la Península, la Hispania silícea, paleozóica fundam entalm ente, con dominio de las superficies de arrasam iento, surcada por ríos encajados y con acusadas características de senectud, p ob re en bosques y rica en dehesas y pastizales y, por lo tan to, ganadera; la cálcica, especialm ente secundaria, quebrada y fragosa, afec tada intensam ente por la tectón ica alpina, con red fluvial muy encajada y pendiente, rica en masas forestales y, por lo tan to , forestal; y la arcillosa, la de las form aciones geológicas más m odernas, con dom inio de las extensas llanuras, por las que avanzan amplios y tranquilos los ríos caudales, rica en tierras abiertas cerealísticas y ocupadas por olivares y viñe dos, o sea, la agrícola, la provincia de C áceres queda encla vada en la prim era, o sea, en la Hispania Silícea, siendo, pues, em inentem ente ganadera, pero estando tal riqueza bien p o n derada por variada y, a veces, rica agricultura. T al caracte rística está dada por la gran extensión de las rocas graníticas, ricas en cuarzo, por la gran abundancia de las sierras cu arci tosas que tan gran predom inio tienen en determ inadas z o nas, cuarcitas form adas por granillos de cuarzo, cem entados en tre sí por sílice y por la gran extensión de las pizarras sili catadas del cám brico y del silúrico, en virtud de impregna ciones m otivadas por m etam orfism o, debido a lo cual, con frecu encia son tenaces y resistentes. Incluso los sedim entos m odernos que ocupan los llanos y depresiones, son tam bién ricos en sílice, pues entre las arcillas abundan o dominan las arenas cuarzosas, de origen fluvial y procedentes de los ma
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cizos graníticos y del desecho de las rocas cuarcitosas y tam bién cuarzosos son los pedregales que form an las rañas, y las graveras de los ríos, form ados exclusivam ente por can to s más o m enos rodados de cuarcita. Por lo indicado, se com prende que los suelos resultantes de la alteración de tales rocas sean tam bién silíceos-arcillosos y casi carentes de cal, suelos, pues, em inentem ente ácidos y, por lo tanto, no muy consistentes, pobres y que se resecan con facilidad. Pueden, no o b sta n te, en esta uniformidad general distin guirse los siguientes tipos fundam entales: los suelos areno sos, los arenales procedentes del granito y originados por al teración de sus masas. Tales suelos, en ocasiones y en los lugares b ajos y húm edos, son relativam ente ricos y aprecia dos por sus buenos pastos, pues tienen determ inada riqueza de ácido fo sfó rico , por descom posición del apatito que com o mineral accidental contienen los granitos, dando ade más los minerales ferro-m agnesianos y los feldespatos carác ter ponderado a sus masas, que en ocasiones pueden ser b a s tan te ricas en m aterias orgánicas. Pero estos suelos se agotan p ronto, son «fríos» y dan origen a las denominadas tierras centeneras. Son tam bién suelos de tipo arenoso-arcilloso los que fo r man las rañas, siendo pedregosos y sólo en sus zonas más profundas arcillosos. En general, tales tierras son m ucho más pobres que los arenales procedentes del granito y se agotan, al estar cultivadas, con facilidad. El superfosfato en ellos da muy buenos resultados, por ser terrenos carentes de cal y sin ácido fosfó rico. E stos suelos son, además, exigentes en estiércol, y para que den buenas cosechas ha de acom pañar bien el tiem po. La raña com ienza ya a form ar zonas fo resta les, pues da muy buen resultado la repoblación en ellas de pinos y muy particularm ente la de eucaliptus, pasando así las rañas, cubiertas antiguamente por inmensos m atorrales, a dar origen a masas forestales. C aracterísticas algo sem ejantes ofrecen los suelos que c u bren las laderas de las sierras cuarcitosas, pero la pendiente de las mismas y lo lavadas que están, hacen de estas tierras suelos de baja calidad, sólo apropiados para que se desarro lle la masa de m atorral espontáneo, que puede, mediante descuajes bien llevados, con stitu ir bosques abiertos de cu pulíferas, con suelo de pastos. El extenso pizarral, si 110 es muy som ero y las pizarras no
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excesivam ente silíceas, puede dar a origen a suelos relativa m ente ricos, originando las tierras pardas meridionales, tan extensas y típicas de estas zonas. Son suelos bien pondera dos, pero escasea en ellos el ácido fosfó rico y con frecuencia la cal. Por otra parte, suelen estar muy lavados, por lo que el estiércol es el m ejor abono, al que se debe acom pañar el superfosfato de cal. En amplias extensiones estos pizarrales son los que dan origen a excelentes pastos, cuyas caracterís ticas, muy especiales, pueden trastocarse y degenerar con los cultivos accidentales, siendo problem a muy interesante el estudio del pastizal, del que ya se están preocupando y con éxito distinguidos técnicos españoles, evitando así que se em pobrezca, lo pue repercute intensam ente en los rebaños de ovejas. Por ello, las roturaciones de antiguos y buenos pastizales con frecuencia han sido calam itosas. Son muy interesantes los suelos de las llanuras y depre siones ocupadas por sedim entos terciarios, Vega de C oria, C am pos de Navalmoral de la M ata, y de Almoharín y M iajadas. Estos suelos son de tipo interm edio entre los pardos meridionales y los arenales graníticos, siendo en general m u ch o más profundos y sueltos, pues en casi tod a época se la bran bien, reteniendo bastante la hum edad, pero son exigen tes en abonos orgánicos y minerales y, al carecer o ser p o bres en cal, necesitan de este p ro d u cto, que pueden recibir mediante enmiendas. Son estos terrenos apropiados para plantíos, desarrollándose muy bien el higueral, los viñedos y o tro s cultivos m ucho más exigentes, com o el tabaco y el algodón. Estos llanos, por su posición y características top ográfi cas, han de con stitu ir, com o se ha indicado, extensos rega díos con cultivos intensivos, y han de llegar a constituir zo nas de gran porvenir y riqueza, en las que se han de m odifi car por positiva revolución, el m odo de estar y ser de las gentes que los habitan.
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La protección del suelo
El suelo en la provincia de C áceres es en general muy p o co profundo, siendo por ello fácil que degenere y se em pobrezca, y muy especialm ente donde las pendientes son ya acusadas y el terreno no sólo está lavado sino francam ente som etido a intensa erosión, lo que ocurre en muy amplias zonas de la provincia. Suelen, adem ás, ser estos suelos poco orgánicos, pobres en humus, escasos en mantillo y, al estar lavados, son suelos muy desequilibrados, por lo que cualquier accidente hace degeneren y aún por erosión que casi desaparezcan, quedan do el subsuelo, los granitos o los pizarrones al descubierto. T a l es lo que ocurre en las laderas de las sierras ya muy in clinadas, donde los cultivos permiten que las aguas de llu via arrollen y acarcaven el suelo, acción que se ha acentuado en estos últim os años de sequía. Por ello, en determinadas zonas, no debiera desaparecer el m atorral, el típico jaral, pues las laderas inclinadas quedan protegidas por él. T al es lo que ocu rre en los pizarrales cám bricos de Sierra de G ata y en los silúricos de la Sierra de San Pedro. Por otra parte, el m atorral, con su masa, detiene y lleva al suelo un gran cau dal de agua, no procedente de las lluvias, sino de la conden sación de las nieblinas y nieblas, caudal que es m ucho más im portante de lo que se cree y, que al incorporarse en el su b suelo con el de las precipitaciones directas, hace que los m a nantiales se mantengan en el tiem po seco, en el largo y ardo roso verano, perm itiendo ello que el ganado, en esta época, pueda en determ inado paraje encontrar aguas, de las qué c a recerá si el m atorral sistem áticam ente desaparece. D esapare
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cido el m atorral, la tiern a arrastrada y el subsuelo, por falta de condensaciones especiales y por intensa evaporación, se resecará, teniendo ésto com o consecuencia la desaparición o el em pobrecim iento de muchas fuentes y manantiales. En m uchos parajes se ha de pensar en implantar e incluso en obligar a labrar según líneas de nivel, para aprovechar así m ejor las precipitaciones y evitar en cierto m odo la acción erosiva de las aguas llovedizas. T al labor se viene ya hacien do, con muy apreciables ventajas, en m uchos países quebra dos y m ontuosos. A ello ha de co n trib u irla proyectada c o n centración de tierras, evitando las parcelas largas y estrechas de arriba a ab ajo, donde el labrar en sentido contrario a la pendiente es un verdadero problem a. La tierra, el suelo, es la m ayor riqueza que tenem os; hay que defenderla por tod os los m edios, pues de ello depende en muy alio grado la tranquilidad y el buen vivir en nuestros cam pos.
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trem adura, se incorporen al resurgir de España, labor que con ilusión, constancia y eficiencia, llevada a cab o por técn i co s diversos y com petentes, han de hacer de toda esta re gión, tan variada en com arcas naturales, un país próspero, rico, sin inquietudes, donde la vida será plácida, de paz y de trab ajo .
Final Extrem adura es un país rico en potencia, pero pobre en realidad, al menos hasta hace poco. Equipos de técnicos, en estos últim os años, vienen trabajando con intensidad y estas tierras, verdadero pequeño «far west> de España, van cam biando sus anteriores características, com enzando a evolu cionar hacia un porvenir de m ucho m ejores perspectivas. El cam bio que se ha de operar en Badajoz con ios riegos del Guadiana ha de ser form idable, pudiendo ser calificado de verdadera revolución geográfica, pues tod o se ha de tras tocar, para m ejorar. Pero en C áceres, los can.bios que se vie nen operando en el cam po y que se han de originar en un futu ro próxim o, son tam bién de trascendental im portancia. Se han trazado cam inos que han sacado del aislamiento a c o marcas que en realidad estaban perdidas; se construyen gran des em balses que han de aprovechar al máximo las aguas de los ríos de régimen muy anorm al, creándose así ricos y ex tensos regadíos en las cuencas del T iétar, Alagón, Arrago y o tros; se repueblan forestalm ente yerm os y rañas que son ya masas forestales de pinar, robledales y bosques de eucaliptus, creándose nuevas riquezas; se implantan nuevos cultivos y se enseña, con constancia y tesón, m étodos de siembra, poda y labores; se estudian y se regeneran los pastos y se implantan nuevos m étodos de cría, en las ganaderías. La labor sanitaria, constantem ente mantenida, ha hecho desaparecer endemias, dejando de existir los lugares insalu bres. Sacerd otes y m aestros llevan la cultura moral y m ate rial a las gentes, especialmente en los rincones apartados. Se ha trabajad o por equipos, haciendo que C áceres, E x
CĂĄceres, escudo de nuestra fortaleza POR
Eugenio Herm oso A cadĂŠm ico de Bellas Artes
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Una advertencia preliminar. N o sé si el tem a elegido para esta conferencia interesará o no, mas es tan dram ático, sobre to d o , y hablando en térm inos caballerescos, para los que pueden llamarse d oce pares, el hecho histórico a que voy a referirm e, com o puedan ser las antiguas invasiones o las ex pulsiones, com o la de los jesu ítas, por ejem p lo— que es a lo que más se parece— por el hecho de desarrollarse en plena normalidad, cual aquella que fué decretada por la monarquía tradicional. Em piezo, pues, mi discurso, que puede, acaso, parecer más apasionado que académ ico.
Invitado por el E xcm o. Sr. G obernad or, don Antonio Rueda y Sánchez-M alo, para venir a C áceres a tom ar parte en estas conferencias organizadas en el D epartam ento de Sem i narios de la Jefatu ra Provincial del M ovim iento, no dudé un m om ento en aceptar la para mí tentadora llamada, siendo ésta mi primera conferencia, la única, acaso, de mi vida, tan sin letras y ya tan acabada. Digo que me fué tentadora esta invitación. Venir a la ciudad más varonil— valga la expresión— de Iberia, la de los blasonados palacios, blasones que son com o elocuentes len guas en los rostros de sus fachadas, proclam ando ante los siglos que las hazañas llevadas a cab o por sus habitantes son las más portentosas de la historia, para decir yo algo, a mi vez, tenía que serme, en e fe c to , tentador. Antes de seguir en el para mí difícil em peño, quiero im plorar el auxilio de la excelsa Patrona de C áceres, la Virgen de la M ontaña, plagiando, en cierto m odo, a los oradores sagrados, que siguen tan bella tradición, puesto que tradicionalista es este discurso que voy a leer. Quisiera yo que mis pinceles, mi pluma, mi b o ca, fueran com o dovelas de cacereños arcos, para sustentar con ellas el
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EUGENIO HERMOSO CACERES, ESCUDO DE NUESTRA FORTALEZA
brillante iris de nuestra pintura en el cielo de las bellas artes españolas. Porque y o he de con cretarm e sólo, al escribir o al h a blar, a lo único qne me es fam iliar y conocido: la pintura, y, por extensión, la escultura. N o quiero, no, incurrir en lo que tanto criticam os los artistas a ciertos tratadistas de arte: hablar, escribir, de lo que me es p oco conocid o, p oco amado. Puede afirm arse que, en general, el hom bre no sabe ple nam ente más que de aquello que concierne a su profesión. Saliéndonos de nuestro elem ento, zozobram os. ¡Cuántas veces en mis inquietudes artísticas, que han sido continuas, com o lo dem uestran mis fases evolutivas, dentro de la elíptica de mi personalidad, he pensado venir a C áce res para tratar de insuflar a mi espíritu algo de esta recie dum bre con que dar vitalidad a mi pintura, cuántas! Mi pueblo, Fregenal, aunque perteneció a Sevilla, es muy cacereño, com o lo dem uestra su plaza m ayor, aunque perdi do en parte su estilo por las m odernas reform as, ¡ay!; com o lo dem uestran las portadas de sus casonas, de con textu ra cacereña y pétrea, aunque no en arco; y allí en Fregenal, ju nto a su gótico castillo, he tratado de suplir, con lo que de C á ceres tiene, lo que de C áceres me faltaba. H ubo un m om ento en mi vida artística, allá por los años de la primera guerra mundial, que las figuras que y o pintaba en mis cuadros, figuras fem eninas, cuyos trajes reconstruía con prendas guardadas en las arcas, que cuando las vi en la realidad fué al venir a C áceres por vez primera, camino de Guadalupe, con amigos muy entrañables de Huelva— donde viví varios años— , entre cuyos amigos venía aquel hom bre de D ios que se llamaba M anuel Síu ro t, de santa memoria. Yo sueño...
Sueño con una cosa; con que España sea hoy en el orden artístico lo que fué otrora en el religioso: la amparadora de la catolicidad y tradición artística— la tradición no excluye la m odernidad serena, normal y eterna, ni aún las grandes auda cias, si merecen la pena—; y, si España, por los m uchos co n ta cto s que tiene con Europa, la que en su actual mengua pa rece quererse vengar por su postración y abatim iento, inyec tando al mundo su veneno decadentista en los carriles estéti cos, en los que sigue teniendo un gran prestigio— so bre tod o
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en el ya viejo mundo descu bierto por C o ló n — se deja inva dir por tan malsanas ideas, para las que nunca hubo Pirineos, sea Extrem adura la región que impulse esta nueva co n trarre form a. V o so tro s tenéis en esta provincia un adalid, que en el cam po de la escultura tiene la máxima autoridad para esgri mir su espada contra el horrendo endriago del arte que lla man nuevo y que nos quieren entronizar; arte a más de bár b aro, decrépito y revisto en los dos reviejos continentes. E ste caballero andante, enderezador de entuertos estético s, es Enrique Pérez C om endador. En el estadio de la poesía ya tuvo Extrem adura hom bres esforzados defensores de lo tradicional, fam osas son las c o n troversias que G arcía de la H uerta, gran poeta extrem eño, autor de ‘ La Raquel», secretario de la Academia Española, sostuvo contra los innovadores afrancesados de su m om ento. Pero aquellas innovaciones eran tortas y pan pintado com paradas con las de ahora. Extrem adura tiene sin duda una personalidad en arre. Sus artistas imprimen a sus obras un sello especial que las une, aunque procedan de escuelas distintas; matiz racial, particular m odo de ver y de sentir, dentro del acervo hispá nico, que yo diría que es una form a condensada representa dora cual ninguna de las hispánicas form as, de lo que es la pintura española, en lo que tiene de más espiritual, com o lo dem uestra la personalidad exenta, señera, recia, de Zurbarán — de la provincia de León, en E xtrem ad ura— , personalidad enlazada más de cerca con lo sevillano (m aridaje de lo e x tre meño con lo andaluz, en que la novia es Sevilla). Extrem eño Zurbarán, de nacim iento y de psiquis; sevillano, por sus es tudios; vanguardista con V elázquez, de aquella vanguardia que de Italia vino de la mano gigante del Españoleto y que iniciara el Caravaggio. Hay quien llama vasco a Z u rbarán, por su apellido: ¡quién sabe!; mas lo cierto es que este vasquismo se ha fundido en el sol de lo extrem eño, y que Zurbarán es neta y genuinamente de nuestra tierra, en lo que más significa: en el espíritu. La pintura española propiam ente dicha, la que tiene c a rácter universal inconfundible, es la surgida del enlace de lo valenciano con lo sevillano, con alguna aportación castellana; milagro realizado en M adrid p or V elázquez. Extrem adura re fo rzó el influjo sevillano con Z u rbarán, siendo, p or lo tan to , copartícipe en la fundación de nuestra gran pintura nacional.
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V elázquez, Z urbarán, G oya: he aquí nuestros tres gran des genearcas, sin olvidar al valenciano Ribalta, al gran M u rillo y a Pedro de Berruguete; porque tanto R ibera, el Españ oleto, com o el G reco T eo to có p u li, son pintores, en realidad, que sólo a medias nos pertenecen; pintores italo-hispánicos. D e entre tod os, Zurbarán es e¡ más español, sin género de dudas, y esto a pesar de su enraizam iento hasta los estra to s más hondos de la historia del arte; por lo que a la vez que muy español, es muy universal. Además de Zurbarán, tuvo Extrem adura, en lo antiguo, otro pintor de originalísima personalidad, tam bién por el es píritu; y así com o a Zurbarán puede considerársele com o a gran capitán parejo a los grandes conquistadores extrem e ños, pudiera personalizar M orales la conquista religiosa de las Indias. Es evidente que la humanidad no ha desarrollado, a la vez y por igual, sus conocim ientos en las ciencias y en las artes. Adelantóse en artes, retrasóse en las ciencias. Avanza en las bellas artes, en la literatura, en la filosofía. Funda reli giones: triunfo del espíritu sobre la materia, hoy en auge, con los adelantos científicos y sus aplicaciones industriales. Sentiría incurrir en lo que antes condeno: en salirme de mi humilde barquilla de pequeño pescador, para caer al piélago de lo d esconocid o, donde las sirenas de las ideas se debaten y riñen batallas entre furiosos oleajes para apoderarse de los náufragos incautos e ignorantes; mas si así fuera, procuraré que, si de algo pecam inoso se me tachare, sea sólo en la tran s parente y azulada gruta de las hechiceras de las artes. Cuando G recia creó el Partenón, debió ya disponer de aviones para enviar una em bajada de cultura a sus antiguos m aestros los egipcios y los asirio-caldeos, y no los tuvo: mas inventó la fábula de Icaro, pensando que el hom bre podía volar. La perfección de las artes en G recia es la equivalencia— aunque en plano más elevado y superior— de las perfecciones técnicas m odernas, que, cual equipo fu tb o lístico , convierten la naranja terrestre en balón d eportista para fu tu ros partidos interestelares. C onsidero, pues, contem poráneos de las maravillas que se llaman autom óviles y aviones, de aquellas otras com o el Auriga délfico, Venus del Esquilino, o cualquiera otra V enus. ¿Q u é im portan los siglos que los separan para la eternidad de los tiem pos?
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C uando y o hablo de tradiciones artísticas, me refiero siempre a las que han dado por resultado el arte universal occidental; la gran calzada que nos viene del Egip to, de Asirio-C aldea, por G recia y Roma, y aún las ram ificaciones m edio-evales: bizantino, rom ánico, gó tico , hasta la gran flo ra ción renacentista, en que las artes vuelven a bord ear los límites que el hom bre no puede rebasar, por su misma n atu raleza, llegando casi a igualar las perfecciones máximas de los griegos. El Renacim iento, más equilibrado ya en sus adelantos, ciencias y artes, intentó volar, mas im pidióselo el pesado las tre de la edad media; pero voló muy alto con sus cúpulas, sus ju icios miguelangelescos, y con el espíritu enigm ático de sus G iocondas.
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Los nuevos bárbaros..
N os dicen ahora los seudofilósofos que tratan de las b e llas artes, que el artista m oderno está obligado a realizar una ob ra más dinámica, original y nueva, que arm onice con los grandes adelantos actuales, que no lo que consideran de m e ra tradición, com o aguas paradas y verdinosas, cual ofidio que se hubiese tragado un hipopótam o; que suenen en ella los silbidos de las locom otoras; las bocinas de fábricas y de autom óviles; las explosiones de la dinamita; las trepidaciones de los ferrocarriles subterráneos; las explosiones de las b o m bas atóm icas, y aun de las oxigenadas; que en ningún m odo d ebe hacerse obra acabada, perfecta, tranquila; obra en la que predom ine el d ib u jo — odian el dibujo, la form a— ; por que ya el hom bre no es el mismo hom bre de las pasadas ci vilizaciones. Alguna conferencia he oído y o — y no hace p oco tiem po— en que un energúm eno, m antenido en v'lo por la fama duran te algún tiem po, en la que se burlaba de Virgilio, propug nando una poesía de estruendo, de cañonazos, tan huera y d etonante com o el perforam iento aéreo de un rebuzno, rica en jaram alla d estru ctora y anárquica: ¿quién se acuerda ya de aquel marinero milanés que pescara el renacuajo del futurismo? Según mi humilde opinión, el hom bre es más o menos com o era en épocas ya civilizadas; el griego, por ejem plo. Psíquicam ente, ¿en qué ha cam biado el hom bre? En lo físico, no hay para qué empeñarse en dem ostrarlo. M anso aparentem ente, con relación al hom bre antiguo, tras de esta m ansedum bre epidém ica se halla la fiereza del hom bre prim itivo; y buena prueba de ello es la que d erro
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chan entre sí los intelectuales, com batiéndose en los desfila deros y aledaños del Parnaso— ¡ese m onte!..— por pequeños puntos y com as ideológicos y figurados; y a veces por pun to s y com as sin figura; y si así proceden los hom bres del es píritu (y no quiero ir con la linterna de D iógenes a buscar al hom bre más espiritual todavía), ¿cóm o serán los que manejen los puntos y las com as, y los dos puntos, de intereses prosai co s y encontrados? C am bio de peluquero, de zapatero y sastre; im perm eable agrietable de celofán, es ese cam bio. E sto se ha dem ostrado palpablem ente en nuestros días. M ás que Roma persiguió a C artago hasta descuajarlo de la corteza terrestre, se han perseguido a los vencedores ilustres de otros lagos trasim enos, de otros Cannes, vencidos luego por enemigos superiores en núm ero... N o fué más cruel el prim itivo Aquiles con el vencido prín cipe troyan o, ni su saña más felina con el cadáver de su ene migo arrastrado y profanado, si bien entregado luego, m e diante rescate, al doloroso Priamo, en lo que fué acaso supe rio r... Som os com o éram os, con la excepción de los San tos, c o mo el extrem eño San Pedro de Alcántara. G uerras h ubo por m otivos de honor, principalm ente en tre los antiguos; guerras hay por m otivos de intereses, prin cipalm ente en tre los m odernos; guerras hubo siempre por el placer del hom bre de dominar a su sem ejante, por im poner le sus ideas, por apoderarse de sus riquezas; canes humanos disputándose la piltrafa de lo material. El artista actual, puede, pues, al igual que un Fidias, e s culpir obras acabadas y sabiam ente perfectas y... m odernas; puede, al igual que lo hizo Apeles, pintar con un sentido tra dicional, reposado, sabio y p erfecto y m oderno, y si se qu ie re dinámico. El Renacim iento lo hizo así, y no hay razón de peso para que no se haga hoy lo tradicional, con carácter m oderno, con matiz m oderno, equivalente al que tuvieron siempre en tre sí las antiguas épocas. Los hom bres actuales dedicados a las investigaciones cien tíficas ¿no hacen un derroche de paciencia, de apartam iento, ajenos en sus laboratorios a los ruidos de la vida, asom ados a los ventanales de sus m icroscopios, al mundo de lo infini tam ente pequeño, tras un m icrobio que presienten entre mi llones, hechos argos para verlos y galgos para darles caza?
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¿D ejan, por esta causa, de su disciplina, de su afán de perfec ción, de ser m odernos? O tro tanto pasa con los astrónom os abstraídos en sus vi gilias, cañoneando los siderales espacios, sublimes artilleros, con sus telescopios, o com o pescadores excelsos con sus ca ñas maravillosas, orillas del profundo lago, para pescar una estrella entre millares de las ya conocidas, escribiendo sus nom bres en la sublime bóveda. ¿D ejan por ello de ser m oder nos en sus afanes de infinitas perfecciones, de medidas, de pesos de mundos en sus balanzas ideales? Pues esto mismo puede hacer el artista m oderno sin de ja r las tradicionales rutas: buscar d entro de los abism os de su mismo ser la estrellita de su aportación al cielo de las ar tes; estrella con luz propia, no prestada, eterna y resplandete; no corpúsculos de materia cósm ica, que, inflamados por los fó sfo ros de la falsa crítica, brillen, aunque fugazm ente, com o m eteoros, en la tenebrosa n oche del mundo actual, noche opaca por que atraviesa, asfixiándose en su carroza, el dios de las bellas artes. ¿Para qué quiere el artista m oderno sus veinticuatro h o ras diarias? Puede trabajar en serio, com o los artistas de to das las épocas, cuidando lo que solem os llamar oficio, que en vez de ser esto rb o a la inspiración es su instrum ento ade cuado, com o son nuestras manos al servicio y mando de la inteligencia; puede el artista dorm ir, soñar y divertirse y has ta aburrirse puede. Puede hasta perder algún tiem po viendo y com entando las obras de los artistas holgazanes y e x tra viados. El hom bre m oderno, además, vive en general, o puede vivir, una vida más larga, apurando, digamos así, la colilla de su vivir hasta quem arse las yemas de los dedos con el adve nim iento de nuevas y nuevas generaciones hostiles, com o olas y olas en la playa del continuo fluir de la vida, que vi viera el hom bre antiguo, para realizar sus obras, más apta en sus postrim erías para com pletarlas, m erced a los adelan tos de la medicina y de la higiene (¡oh curanderos de las ar tes!) ¡C uántos genios quedaiían a media edad sem iciegos por falta de cristales para suplir las deficiencias de sus gastados o jo s, incapacitados para term inar y para superar sus obras con la práctica y la más aguda sensibilidad de sus p ostreros años, com o vemos ocurría en nuestro V elázquez, más espi ritual en sus obras finales, com o ocurría con G oya; porque sólo los cantores pueden ser ciegos!
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H oy, después de tantos siglos de tradiciones, siglos que se marcan en la historia del arte con caracteres diferenciales absolutos, lo que demuestra que el artista evolucionó siem pre, quizás sin proponérselo, acusando el paso de las gene raciones y épocas, concretando y definiendo estilos; y cuan do surge un genio que da lugar a un cam bio con su aporta ción, ese cam bio es tan suave que sólo lo distinguen los ini ciados en el articulado proceso. ¿Por qué razón ha de ser el arte la única actividad hum a na que no continúe dando cima a la pirámide de sus p erfec ciones? ¿es porque se considera que el arte llegó al máximo de lo que puede llegar? Si es por esto , alguna razón pueden tener los que quieren com enzar de nuevo; mas piensen que después de que los griegos llegaron a ese lím ite que nos está vedado superar, el arte ha pasado por otras fases, si no equ i valentes, distintas, buscando siempre la perfección: fases d e rivadas de aquel mismo arte antiguo, y entre las que figura una que es maravillosa: lo gó tico , que es tradición y novedad a la vez. ¿Puede señalarse eso que llaman arte nuevo, com o ejem plo digno de la capacidad humana de renovación y cam bio? D esm oralizado el mundo después de las dos guerras uni versales, atrévense ciertos artistas a co rtar los cables de las gloriosas tradiciones artísticas para retrotraerse a los tiem pos auriñacenses, despeñándose locam ente desde las alturas de la civilización a las cimas de la barbarie, haciendo un arte infra humano y ridículo, tom ando por m odelos los más rudim en tarios ejem plos de los pueblos primitivos. Pero estos artistas que así proceden, ¿son artistas de ver dad?, ¿no será que estos aficionados inteligentes traten de h acer en su im potencia, en tacto de cod os entre sí, una fuerza n u merosa para ir a las elecciones y ganarlas, al socaire de las ideas revolucionarias en el maremagnum de la política? V e mos cóm o las ratas, las sucias zapatillas, los o b jeto s más rui n e s -e s p in a s de sardinas—son pintadas y cantadas por artis tas y poetas, con proclividades a lo anormal y repugnante. ¡Y qué m odo de querer im poner estas aberraciones! N o fueron más fero ces los más fam osos dinam iteros, lanzando sus bom bas contra la sociedad, que estos artistas, estos lite ratos esgrimiendo sus lenguas con tra los que serenam ente se les oponen. Cam pañas en la prensa, en íntim o enlace con los dem oledores de la política, desm oralizando a los que valen, sem brando el confusionism o entre las gentes.
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Los críticos que animan a estos artistas, vale tam bién p re guntarse: ¿entienden un adarme en achaques de pintura, de escultura?; y cito sólo estas dos ramas, porque de arq u itec tura no hablan nunca, com o si fuera cosa ajena a nuestra c i vilización. N o se meten nunca.con los arq u itecto s, pensando, acaso, com o el lo co de C órd ob a: «guarda, que hay cole gio»... Dedican sus preferencias a la pintura, verdadero con ejo de Indias de sus experim entos revolucionarios; y los pintores som os sus presuntas víctim as. Es la pintura hoy en España el sustitutivo polém ico de la religión y de la política. Aquí campan a sus anchas los dem agogos, sin tem or a que los pin tores los persigan. Podem os decir los pintores que en este particular presta m os un gran servicio a las instituciones. La pintura además— y esto no lo digo de puro c e lo so —es la sobajada Altisidora de tod o el mundo: com petencia ruino sa que nos hacen aficionados y aficionadas de todas las cate gorías sociales. Algo de esto ocu rre con la literatura: todos escritores; tod os poetas... ¿Aman los críticos a las bellas artes, com o nosotros los artistas, que som os la madre de la criatura, que a esto s críti co s no im porta destruir cual la falsa madre del ju icio de Sa lom ón? A mí me hace el efecto que esos artistas que se arrogan el calificativo de m odernos, com o si los demás no co rtá se m os con ellos diariamente la hoja del almanaque, que esos críticos sus herm anos, y hasta esos que, según diz, adquieren sus estram bóticas elucubraciones, estuvieran al servicio asa lariado de un M oscú interplanetario, de un mundo de baja calidad, habitado por seres enemigos de las grandezas de los habitantes de la tierra, por pura envidia de nuestra superio ridad. E stos artistas, estos críticos al servicio de hom únculos de planetas enem igos, donde acaso abunda el oro, hacen su cam paña con el banderín en que van impresas las locuciones, «m odernidad, progreso ¡guerra al oscurantism o! >, aprovevechando la ignorancia y aún la circunspección en muchos casos y discreción bien educada de las gentes; y lo mismo patricios que plebeyos, por hacérselas de enterados y cultos — ¡oh los ton ticu lto s!— se tragan el anzuelo con esas ristras de ruedas de molino, com ulgando en trn abom inables ideas. E stos buenos catecúm enos parécense m ucho, burgueses y
aristócratas, a los mili' ''arios bolchevizantes que, según diz, ha habido, y que hay, según diz. En el caso de que el arte, por haber llegado a la plenitud en varias épocas, decaiga un tan to , no autoriza para que se le asesine y destruya. En ese caso se hace lo que hisieron los Caravaggios, los Ribera: crear un arte más ro b u sto , más sano, asiéndose a los cornijales del altar de la naturaleza. Así se rem oza el arte, no com o tratan de hacerlo los actuales fa l sos, no diré profetas, Calvinos (por lo decrépitos). A quéllo fué renovación salvadora, no esto, cien veces más degenera do y caduco que lo más amanerado y decadentista de lo que pretenden remediar. N o mirando a la naturaleza y queriéndonos adentrar en el mundo de lo supranorm al, lo primero que hay que dem os trar es que ese mundo lo tenem os y lo habitam os, extrayendo de él form as que valgan la pena por bellas, por nuevas; en una palabra,qu e tenem os numen cread o r.¿L o tiene el hom bre prescindiendo de la naturaleza? ¿el hom bre de lo ab stracto ? Vale más un hom bre maduro que conserve las caracterís ticas de tal, que un jov en can ijo, b iso jo y zam bo: que esto es el arte, en suma, que llaman arte nuevo de extrem a van guardia; arte desorbitado, no correspondiente a la capacidad de la inteligencia con que D ios ha d otad o al h om bre. Los artistas de mi generación— bueno será hacerlo co n s tar— som os de una grande tolerancia; muy trabajad os por la cultura, muy interesados por tod o aquello que traiga algo verdaderam ente digno de estim a; y lo dem uestra el hecho de que m uchos artistas de avanzadas, digám oslo así, normales, han pasado fácilm ente por nuestras aduanas con el triunfo de sus lauros. Fuimos revisionistas; y en las exposiciones nacionales de dicábam os nuestro tiem po a recorrer las salas llamadas del crimen, a sacar almas de aquel lim bo; y hay que recon ocer que aquel pasar la mano a los canes de lo raro o de lo sim plem ente audaz, ha traíd o este libertinaje, y lo que nuestros m aestros consideraban criminoso, ha pasado a ser hoy, en las exposiciones, mimado con m orbosa ternura por la crítica iz quierdista. Los de mi época, a pesar de nuestro m ucho pecar, en tra rem os en la gloria, después de este largo pu rgatorio— en que cierta crítica nos ha m etido vivos— porque tuvim os por m o delo la naturaleza, la vida. ¿Q u é puede hacer el pobre del hom bre? ¿Q u é puede ha
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cer, si intenta hacer lo que nunca ha visto? Nada. Nada hay en la mente que antes no hayam os visto o tocad o. N os está vedado inventar form a alguna que no esté representada en la naturaleza. El hom bre en su lim itación, inspiróse siempre en ella. Aún la misma naturaleza es limitada, y se repite. ¿Veis cóm o algunos árboles se confunden entre sí, aun siendo de distinta familia? Es muy difícil al profano diferen ciar un olmo de un álamo, a no ser cuando el olm o, antes de dar sus hojas, nos regala sus florescencias rudimentarias ama rillo limón, que los niños llaman pan y quesito. Repítense las form as de las hojas de diversos arbustos, las del laurel, del m adroño, de parra, etc.; y sobre tod o repí tense am aneceres y atardeceres. ¿Sabríam os diferenciar un am anecer de un atardecer— perdida la noción del tiem po— desde las rejas de una prisión oscura? Repítense los días. Sabem os de antemano cóm o van a ser los de Navidad, los de C arnestolendas, los de Semana Santa, y nadie tiene dudas de cóm o será la venidera noche de San Ju an . Días usados, muy usados por los siglos, parecen los días sacados de las prenderías de viejo de la eternidad. Pues si la madre naturaleza es limitada, ¡cuánto más el hom bre! Dicen que la cerám ica tuvo su origen en las cortezas agrietadas y curvas de lagunas desecadas. Yo creo que otros m ejores ejem plos pudo im itar el hom bre: los vasos en que depositan su alimento ciertos insectos, verdaderas maravillas. C rear algo nuevo a estas alturas, es poco menos que im posible, en lo to can te a las form as. Un vaso, una silla, una mesa de form as no vistas, ¿quién es capaz de inventarlas? Pues, si en cosas de tipo artesano, es difícil em peño, so bre tod o para una generación, ¿cuánto más en las artes su periores? Por esto no podem os apartarnos de la tradición. C om o suceden los hijos a los padres, sucederse deben, com o en los oficios, de m aestros a discípulos, los dedicados a tan árduas disciplinas. ¿Puedo yo negar que tuve m aestros, aunque soy de los artistas más au todid actos, que y o he escrito en alguna o c a sión que me alcé independiente en Fregenal en 1904?: en ton ces em pezó mi fase de pintor extrem eño, dando a luz mis prim eros tipos regionales. Si me alcé es porque debí sufrir dependencia; y después... y después de alzarme he dependido
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de mis grandes adm iraciones a los m aestros del pasado, de G oya para atrás. ¿Q u é dirían los sabios..., si en el mundo de las ciencias aparecieran estos pequeños dem onios, y en la astronom ía, por ejem plo, establecieran su cuartel general revolucionario, y para hacer b oca asegurasen que un lucero no es un lucero, sino una castaña? Es muy seguro que estos genios pasarían a poblar los m anicom ios. Pues en arte no ocurre así; p oiq u e los que aseguran que una castaña es un lucero, y que une vieja castañera tiene a las pléyades sobre su anafre, pasan a ser críticos en periódi co s conservadores, y aún en los ultram ontanos, de la vieja Europa. Energúm enos de estos hay que dirigen museos de arte antiguo, en países tan guardadores de sus tradiciones com o la Gran Bretaña. T o d o esto ocurre porque los que dirigen esos países son indiferentes, o ignorantes, en m aterias estéticas, y dejan ha cer a estos locos a cam bio de bom bo s y sum isiones. Hay una masonería de tipo artístico internacional que actúa en España con vehemencia típicam ente hispana.
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El toro ibérico de la crítica de vanguardia
Se amansa el to ro de nuestra crítica siniestra al extrem o de dar sus cuartos al enemigo de allende, liberal y eleccionista, humillada la cerviz, en tanto conserva en sus astas su em puje y fiereza (¡oh aficionados a las corridas!) para malherir a los artistas españoles que quieren ser españoles y no viles im itadores, mansos y sim iescos de los menguados preceptos de la caduca Europa. C iertos artistas m antendrían controversia en la prensa con esos señores que se licencian a sí mismos— por esto son tan licenciosos— , o reciben el d octorad o de manos del di re cto r de un p eriód ico— para el que los pormayores artísticos no cuentan— y desde tan popular tribuna menean el sonaje ro de su intelecto y rocían con el fúnebre hisopo, cantando un ricjuiescat in pace, la sem ienterrada figura del noble arte tradicional; mas el crítico es sagrado com o ídolo de un m onstruoso cu lto , o goza de inmunidad, cual los antiguos parlam entarios, ¿por qué?; y si algún artista se rebela contra el género de tiranía más odioso que existe, el de la crítica m ilitante y agresiva de una ju ventu d iconoclasta, es desolla do vivo com o un San Bartolom é y su piel puesta a curar, colgada a las colum nas de periódicos y de revistas. Porque la crítica que parte la truchuela actualm ente con pluma de muelle chirriante, es jovencilla. La medio quintaño na, la que yo llamo doña Rodríguez de la crítica, que aún mira con buenos o jo s a los viejos (com o esas señoras sensi bles a las insinuaciones del niño h ipócritam ente ceguezuelo,
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enam oradas de filósofos y novelistas ancianos y fam osos) está desplazada por los lacayos T o silo s que tantos agravios hacen a la doncellez am ojamada de nuestra actual pintura. Lam ento que esta vieja hidalga doña Rodríguez, que com prende, que ama a los encuadrados en las filas nacionalistas, haya sido jubilada. N o quiere decir esto que, a la izquierda anárquico-m asónica, no haya verdaderos viejos verdes. Qrandesorientes de las juventudes, con la m uerte asida a la cintura, partidos, incli nados, com o si fueran ya contando las baldosas que les se paran del sepulcro, que parece quieren explorar. ¡Q ué locura, Señor, qué vanidad, qué farsa! T o d o esto pertenece de lleno a la lacería espiritual española: la envidia; y aun a nuestra material miseria. A m biente ruin y m ezquino de nuestros b a jo s fon d os intelectuales y b ohem ios. Apenas podem os vivir de nuestra profesión — seríam os ri cos en cualquier o tro país— y sin em bargo som os o b je to de persecuciones inauditas, por parte de esos herm anos nues tro s, los que a las artes nos dedicam os. Rara vez hacen elogios no dictados por las malas pasio nes: se elogia a éste para m olestar a aquél. Tiran de los pies al que vale para hundirlo. Levantan peleles rellenos con sus cuartillas de literatura purulenta. Atreveríam e yo a decir a ciertos ilustres com patriotas que hay que ser consecu entes con los postulados que se defien den, lo mismo en el orden teológico que en el político; que es harto peligroso el salir de picos pardos por las calles de Peligros de las ideas estéticas, tras de las heteras de la reno vación, porque las ideas se buscan y se agrupan cuando se sienten afines... En resumen y para term inar: puede asegurarse que en ar te ya ha venido el A nticristo.
Perm itidm e que ponga el «Laus D eo» a esta conferencia, leyendo unos sonetos que, si muestran mi p oco arte literario, testifican mi ferviente trib u to al genio:
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el museo del Prado, an te el c a rd en al de lia fa e l Pintura excepcional, sutil, sublime, debida al genio del pintor de U rbino, que al cardenal rom ano y sibilino el porte excelso sobre tabla imprime. La vida interna la ex terio r anima, y a lo pintado en vivo lo transform a; vese al detalle la exquisita form a, y en síntesis grandiosa el tod o rima. C om para esta pintura, visitante, con la de algún pintor que se encaram a, com o en su tiem po aquél, en este instante: Mira si goza m erecida fama el autor de la nueva, que no nom bro y el mundo aplaude, con mi grande asom bro.
j4 V elázquez, en el re tra to de Felipe IV , joven D e cóm o el genio de Velázquez brilla en plena ju ventu d , harto revela este retrato, donde D iego vuela con tanta rapidez que maravilla. Cual águila caudal, su aguda quilla dirige hacia lo eterno a toda vela cuando ha salido apenas de la Escuela, que tiene el gran P acheco en su Sevilla. P erfecto de expresión y de dibujo; finísimo color en matiz plata, ostenta de lo griego el claro influjo; que quien a Felipe C uarto así retrata es del arte p ictórico arquetipo com o aquel que pintara a o tro Filipo.
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Otro, en <Las L an zas> La num erosa fila de tus lanzas he ro to una por una en tu m em oria, V elázqu ez inm ortal, hispana gloria, cantando sin cesar tus alabanzas. Estudiando ferviente tu factura, de jo v en te copié; h oy que soy viejo, mi ejem plo juvenil siem pre aconsejo al jov en estudiante de pintura. D e continuo m ontado en el caballo que ensillado dejaste, yo batallo usando tu prestigio por rodela co n tra el fiero endriago de los ismos y a veces siento que con ellos mismos me aprisiona en su fuerte ciudadela...
La aventura de un ingeniero extremeño en el Africa del Sur PO R
Is m a e l Roso de Luna Ingeniero de Minas, Catedrático de Metalogenia y Yacimientos Minerales de la Escuela Especial de Ingenieros de Minas e Ingeniero Vocal del Instituto Geológico y Minero de España
Quisiera, ante to d o , rendir trib u to de agradecimiento a la Jefatu ra Provincial del M ovim iento y a su Sem inario de Es tudios, por la honra y satisfacción que para mí supone la in vitación a dar esta conferencia. N o vengo a enseñaros nada. Sim plemente aspiro a que conviváis conm igo, ingeniero de minas enam orado de mi profesión y amante de la naturaleza, algunas de las inquie tudes profesionales y aventuras vividas durante los cuatro años que vengo trabajando al servicio de Portugal en tierras africanas del hem isferio sur. Los países a que principalm ente he de referirm e son los ingleses de Rhodesia y el Transvaal y los portugueses de An gola y M ozam bique, de cuya inmensidad da idea la com pa ración con nuestra península: M ozam bique, de sur a norte, com o desde Gibralcar a Praga; Angola es m ayor. En síntesis, la m orfología del Africa del Sur es simple: en el cen tro, una gran altiplanicie, «C astilla» inmensa de unos dos mil m etros de altitud; y hacia am bos lados, una serie de escalones descendentes hasta el A tlántico y el Indico. C on este ju ego de altitud y latitud danse todos los climas y tod os los paisajes. Lo prim ero a que el europeo debe adaptarse en Africa es al cam bio de la escala de observación. El sím bolo viviente de la escala de medida en lo africano es el elefante. T o d o es in menso en estas tierras; un simple ejem plo: las cataratas V ic toria en el río Z am bezee. Es indescriptible la grandiosidad de estas cataratas. El 1.° de mayo de 1873, Livingstone, explorador y m ísti co, fué el primer blanco que contem pló tan soberbio espec táculo. C uenta la historia, que el régulo de la tribu M akalolo preguntó a Livingstone cierto día: — ¿H ay, acaso, en tu tierra, hum o del cielo, que retum ba com o la tem pestad?
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Intrigado, Livingstone respondió; — ¿D ón d e está ese humo de que hablas? — N o está lejos de aquí; allá hacia donde el sol m uere— co n testó el indígena—; nadie puede acercarse al fuego de Baruíno (la divinidad); acaso a ti, dios blanco, te esté permi tid o aproxim arte. Al día siguiente, partió Livinsgtone hacia poniente, para, a las pocas horas, quedar maravillado ante el espectáculo. Las cataratas son inmensa grieta en negra colada de b a salto, por la que se desploma el río entero, en caída de unos 5 0 m etros. La caída provoca abajo una densa nube de agua pulveri zada, sem ejante a vapor, que descom pone la luz del sol en espléndido arco-iris. H ay en estas tierras toda clase de paisajes. Los bord es de la gran m eseta central y de los escalones a que antes aludí, están orlados de m ontañas, com o las de Chimanimani, en la fron tera del Transvaal y M ozam bique. A este paisaje africano, h osco y grandioso, va trayendo el blanco, con sus repoblaciones y cultivos, la suavidad y pla cidez de los paisajes europeos. Hay, sin em bargo, dilatadas regiones, en las que la flora au tó cton a reina aún soberana. N uestra civilización, llevada allí por vez primera por el valiente Portugal, va, p oco a p oco , dom inando la bravia na turaleza. So bre ríos caudalosos, en los que hipopótam os y co cod rilos viven a sus anchas, nuestra técnica tiende puentes com o el grandioso de Save. En regiones en que reinaban, soberanos, el león y el ele fante, han surgido en pocos años espléndidas ciudades, con amplios y bellos edificios, co m o los de Pretoria. Algunas de estas ciudades, com o Johannesburgo, parecen grandes capi tales europeas. Johannesburgo es ciudad única en su género, pues puede decirse de ella que está edificada sobre oro. C erro s blancos que destacan entre los edificios son las escom breras de ricas minas, de las que sale gran parte del oro que se produce en el m undo. H asta 1950 llevaban producido estos yacim ientos p or valor de unos 150 mil millones de pesetas. La historia del descubrim iento de esta riqueza fabulosa, bien m erece unas palabras. H ace poco más de 6 0 años, sólo existían allí las cabañas de unos 10 ó 12 colon os blancos, llegados en busca de tierra
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y de aventuras. T o d o s ellos eran pobres, principalm ente agri cultores y arrastraban vida llena de sacrificios y peligros, ace ch ad os de continuo por indígenas hostiles, fieras y enferm e dades. En 1853, O osth uizen, propietario de una pequeña granja, invitó a su casa a dos amigos, Harrison y W alker, buscadores de minas, con o b je to de que exploraran sus tierras. E stos pe ritos, tras estudio m inucioso, dijeron a O osthuizen que sus terrenos sólo servirían para el cultivo y el ganado; allí no ha bría que esperar nada respecto a minas. O ch o años después, el granjero com enzó a sacar piedra de la granja de un amigo, con o b jeto de construirle una era sa. En la cantera vió pintas diminutas de oro nativo. Presa de gran excitación, se volvió para su casa por un atajo; al poco rato de cam ino, tropezó con una piedra negra en ía que se veía brillar oro. C on este tropiezo casual de O osthuizen que daba descubierto el W itw atersrand, uno de los cam pos aurí feros más ricos del m undo. Este hallazgo atrajo a la región a hom bres com o Rhodes, Beit y Barnato, ya fam osos por haber h echo fortunas fab u lo sas en K im berley, gran cam po diam antífero. En poco tiem po, la pobre granja de W alker se convirtió en mina riquísima y a los diez años obtenía Rhodes con el oro una renta anual equivalente a 4 0 millones de pesetas. So b re este cam po minero se ha edificado Johannesburgo, espléndida ciudad, en la gran altiplanicie del Transvaal. Lindando con Transvaal se halla el dilatado territo rio portugués de M ozam bique, unas tres veces m ayor en e x te n sión que nuestra Península. En M ozam bique hay prácticam ente de to d o . Posee mag níficas ciudades com o Lourenzo M arques y extensas regio nes con grandes riquezas escondidas. Portugal se afana aho ra, siguiendo su ideal de siem pre, en poner esas posibles ri quezas a disposición de la civilización. Funcionan actualm ente misiones científicas y técnicas en trab ajo con tin uo y me cab e la honra y la satisfacción de ve nir trabajando varios años com o ingeniero con su ltor en la prospección geológico-m inera de tan dilatado país. En nuestros trabajo s hem os visto muchas clases de mine rales: o ro , carbón , hierro, piedras sem i-preciosas, grafitominerales estratégicos, en tre éstos, unos riquísim os de ura nio, de cuya búsqueda y descubrim iento voy a decir unas
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palabras, om itiendo, sin em bargo, cifras y detalles que no me es perm itido revelar. La región de estos minerales radiactivos es inhóspita y el trabajar en ella es duro, aun disponiendo, com o se dispone, de tod os los recursos y adelantos de la moderna técnica. D urante la estación seca, única en que es posible el tra b ajo de cam po, no cae en seis meses una gota de lluvia. T o do queda abrasado. Para beber y lavarse hay que traer el agua en cam iones desde el río, a unos 50 kilóm etros de dis tancia. Alguna vez es posible im itar al león y escarbando una hoya en el fondo seco de algún cauce, se encuentra algo de agua. D urante medio año se hace vida de soldado en cam paña; nuestras armas: la brújula, el m artillo, el con tad or «geiger» de radioactividad y un silbato. El cam pam ento es m odesto, pero con fortable. La tienda de cam paña, en la que cabe la cam a, una mesa, la maleta y varios cajones vacíos, a m odo de estantes para libros, se protege del im placable sol mediante un segundo tech o de paja. Ju n to a la tienda, una cabaña circular a estilo •cenador», para escribir, dibujar y cam biar im presiones del trabajo con los colegas. Alejados de este «apartam ento p ri vado» se hallan las constru cciones de cocina, com ed or y de más servicios. D esde este «centro de operaciones» com ienza a diario la lucha con la naturaleza. Se hace preciso, ante to d o , estudiar la geología de la región, tarea dura y difícil por la escasez de afloram ientos rocosos verdaderos. Las acciones com binadas de lluvias torrenciales durante seis meses seguidos, desde hace millares de años; los diurnos cam bios de tem peratura, que llegan a oscilaciones de algunas decenas de grados, repe tidos dudante milenios, atacaron, trituraron y deshicieron las rocas, convirtiendo valles y cerros en m ontones de escom b ros. En este caos hay que «hacer geología». Pero, p oco a po co, con entusiasm o y tesón, siguiendo en tod o m om ento al m étodo que Bismark preconizaba en política: el de la alca chofa; «hoja por h oja», se acaba por vencer. Levantam os prim eram ente un mapa fotográfico aéreo de toda la región a estudiar, a escala 1.10.000. C on paciencia in finita, se van poniendo sobre este mapa los datos geológicos y petrológicos, buscando para ello los afloram ientos ro co so s «in situ».
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Una vez hecha la geología, com ienza otra tarea más co m plicada: la tectón ica. Hay que averiguar por qué está cada roca donde está; cuáles y de dónde vinieron las fuerzas te lúricas que d oblaron, exfoliaron y rom pieron cerros y valles, pues la metalogenia ha de precisar después esos datos para deducir por dónde van las roturas, dislocaciones o canales, que teóricam ente pudieran estar m ineralizados; en una pala bra: sobre el mapa geológico hay que hacer o tro tectó n ico y después superponer a am bos las observaciones m etalogénicas. La tarea tectó n ica en tal región se presentaba llena de dificultades. Por las causas antes apuntadas, no era posible la observación directa en el terreno de fallas, dislocaciones, e tc ., que pudieran guiarnos. En vista de ello, hube de valer me de un m étodo indirecto: observar, con paciencia de ch i no, mediante millares de estaciones, el rum bo y buzam iento de la exfoliación por recristalización y fijar esos datos en un mapa. El resultado fué espléndido. La historia de rocas, roturas y mineralizaciones quedó com pletam ente aclarada. T o d o s los terrenos de esa región son antiquísim os, de época precam briana. Un com plejo granito-gneísico vióse in vadido en tiem pos rem otos por gabros y doleritas. Entre es tas intrusiones de rocas básicas quedan aún, a m odo de is las, retazos del com plejo granito-gneísico. El con ju n to sufrió intenso m etam orfism o y los prim itivos gabros tom aron facies gneísica, es decir, sus minerales sufrieron recristalizacio nes bajo presión y se orientaron en bandas paralelas que m ostraban en aquel entonces solam ente suaves ondulaciones en grandes distancias. Más tarde, nueva actividad tectón ica se produce en la re gión y surgen en las zonas de co n ta cto entre los gabros y el com plejo granítico intrusiones de magmas graníticos y sienítico s, con el consabido co rtejo de pegmatitas y m ineraliza ciones de tipo hidroterm al, entre ellas de uranio. Los gabros reaccionaron ante el empuje gigantesco, dividiéndose en blo ques del tam año de cerros. Las disoluciones mineralizadoras en contraron, por tan to , bloques rígidos, por los cuales les era im posible circular y no tuvieron más camino que m over se siguiendo las ju ntu ras de ese gigantesco m osaico. El hilo por el que se sacó el ovillo de esta historia m etalogénica, fué el desentrañar y fijar en el terreno por dónde iban esas ju ntu ras o líneas de discontinuidad tectó n ica. Para
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ello nos valimos, com o antes dije, de millares de ob serv acio nes m odestas: la fijación en cada una del rum bo y el buza m iento de las alineaciones de dim inutos cristales en gabros y en doleritas. Los cam bios bru scos de estas alineaciones, que resaltaban inm ediatam ente en el mapa, nos daba la marcha de las junturas del m osaico. H echo el mapa de estas líneas de ju ntu ra o discontinui dad tectón ica, así com o de las pegm atitas, se tuvieron los únicos cam inos teóricam ente posibles para las mineralizaciones. Había que ver ahora si se hallaban o no realm ente m ine ralizadas. Para averiguarlo, se replanteó en el terreno, valién dose del mapa aéreo, la marcha de pegmatitas y líneas de discontinuidad y com enzam os a recorrerlas paso a paso, p ro vistos de contad ores geiger o instrum entos d etectores de ra diactividad. O bservóse, en efecto , que todas las indicaciones positivas se hallaban sobre las líneas de discontinuidad o sobre las pegmatitas. La coincidencia fué perfecta entre la teoría y la realidad. Después de esta com probación expedita, la brigada encargada de geofísica, levantaba con sus d etectores de p re cisión perfiles cuantitativos en las zonas así indicadas por la m etalogenia. Después la sección minera abría pozillos en los puntos máximos indicados por las curvas isanómalas traza das con los d etectores de precisión. C om o era de esperar, en el interior de los bloques tectó n ico s las m anifestaciones ra diactivas fueron nulas. C on estas observaciones y otras m uchas, om itidas en ra zón de la brevedad y tam bién por la índole de esta charla, se llegó al descubrim iento de unos im portantes e interesan tísim os yacim ientos de minerales radiactivos. N o me es p er m itido dar detalles ni cifras, pero baste el decir que con sti tuyen enorm e reserva de energía para el futuro. En las noches en vela, dedicadas a medir el fondo cósm i co a intervalos regulares, con los auriculares del aparato de te c to r pegados al oído, pensaba acerca del destino que dará el hom bre a aquellos átom os del uranio d escu bierto. Las cuatro estrellas de la maravillosa «Cruz del Sur» llevaban a mi ánimo la esperanza.
En esta vida de trabajo y com unión con stan te con la naturaleza, no faltan nunca la aventura o la nota pintoresca.
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A v ec°s, recibim os visitas de leones. Pero los leones no r e sultan peligrosos, si se conduce uno con ellos con cierta c o rrección. Están hartos de caza, en extrem o abundante en aquellas tierras y no atacan al hom bre a no ser que se les hiera o se les provoque. I as múltiples variedades de antílopes son alimento gene ral. E sto s sim páticos animales son víctim as de tod os. El león se asusta de aquello que no le es familiar. Podría, a este respecto, referir m ultitud de anécdotas. C ierta vez, uno de los topógrafos, después de la jorn ad a y de la con sa bida ducha y el té caliente con bollos y pastas hechos por el cocin ero en horno im provisado en un horm iguero abando nado, salió a dar un paseo por los alrededores del cam pa m ento. Iba fum ando un cigarrillo y llevaba en la otra mano la caja de hojalata de los pitillos. D esapareció por un sendero. Al poco tiem po, sentim os gritar y le vem os aparecer a carrera tendida, despavorido, pálido y sudando a mares: «¡Un león!», balbució. Una vez. serenado, nos refirió, con ojos desorbitados, su aventura. Al volver un recod o de la senda, había topado con un león gigantesco que venía en dirección contraria. A m bos pa raron en seco; la fiera agachóse, com o el gato antes de dar el salto fatal para el ratón. N uestro hom bre, más m uerto que vivo, com enzó a tem blar de pies a cabeza; el tem blor de sus dedos, com unicado a la caja de pitillos, hizo sonar a ésta en clics repetidos. El león, asustado ante aquel ruido extraño, dió media vuelta y desapareció de un salto en la espesura. A nécdotas parecidas^podrían referirse por docenas. Es fácil, com o véis, no tener disgustos serios con leones. El se creto es dejarles en paz y no sentirse cazador. Las m ejores armas durante las jornadas en el m ato son la serenidad, un silbato com o los de los guardias del tráfico, y por la noche, en la tienda de campaña, una lata de gasolina, vacía, a la c a b ecera de la cama y el martillo de geólogo al alcance de la mano. Si el león resopla o ruge cerca de la tienda, un sonoro golpe de gong en la lata vacía dado con el martillo basta pa ra ahuyentarle. Jam ás se ha dado el caso de ataque de leones a una tienda de campaña; por lo visto, la lona y las cuerdas de los vientos son tabú para esas fieras. M ás peligroso es el elefante, no porque sean fero ces si no se les ataca, sino porque son ju gu eton es y brom as de tantas toneladas pueden ser fatales para un cam pam ento. Si en cuentran uno a su paso, no queda tienda en pie, ni m orado
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res tam poco, pues lo aplastan tod o con sus patas gigantescas o lo lanzan al aire con la trom pa. Los negros saben perfectam ente cuales son las rutas regu lares de las manadas de elefantes y, por tan to, antes de ins talar un cam pam ento, es aconsejable asesorarse de los indí genas para alejarlos de dichos itinerarios. A veces, sin em bargo, tiene uno en la carretera encuen tro s em ocionantes. L os elefantes africanos son enorm es, pero si no se h o sti ga al animal, éste se limita a saciar su curiosidad para alejar se después, indiferente, m oviendo los abanicos de sus orejas o a lo más dando algún estridente resoplido. L os leopardos suelen rondar por la noche el cam pam ento en busca de gallinas. Algunos de los hom bres de las brigadas geológicas se dedican por la noche a la caza. M atan antílo pes para asegurarnos el sum inistro de carne fresca y, a veces, herm osos leopardos. La carne de leopardo va a satisfacer los estóm agos de los negros y la piel, inexorablem ente, a realzar la belleza de al guna blanca dama. En estos países, no sólo es interesante la grandiosidad de la naturaleza, sino, más aún, si cabe, el elem ento humano. M ontes y valles están llenos de leyendas. Los indígenas viven espiritualm ente dos vidas: una, la que, pese a to d o , va apren diendo del blanco; y otra, la aborigen, mantenida por la tra dición en el seno familiar y en la tribu. La superstición y hechicería están severam ente castigadas por las autoridades. D esaparecerán, sin duda, con el tiem po; pero aún existen en m uchos lugares, a espaldas de losblancos. El espíritu curioso ha tropezado a menudo con casos sor prendentes. T a l es una costu m bre curiosa, relacionada con la m uerte. Fallece un negro cualquiera. La familia honra su m e moria con las cerem onias habituales de llantos y banquete. Al cab o de un tiem po, se presenta a los familiares el hechicero o hechicera, para afírmarles, solem ne, que el m uerto pide c o mida. Los parientes ponen entonces los alimentos que el brujo o bruja les indica en una especie de sombrillas que suelen constru ir en lugar apartado de la aldea. A la mañana siguien te, «el m uerto» no deja rastro de com ida..., ni de vasijas. C om o véis, la profesión de hechicero es cóm oda y lucra tiva, sobre tod o en tierra insalubre y de abundancia de «fieles».
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C ierta vez, durante la búsqueda de uranio de que antes hablé, pasaba el día estudiando el fondo cósm ico por las cum bres, en com pañía de dos fieles servidores negros. H acía un calor asfixiante. Ya fatigados al final de la jorn ad a, em prendim os el regreso, atajando a lo largo de una vaguada. Poco a poco, íbam os quedando encerrados entre las paredes de un barranco, h osco, de rocas negras talladas a pico, c o ro nadas en lo alto por árboles gigantes, cuyas copas cerraban en dosel sobre nuestras cabezas. Apenas veíamos, a pesar de nuestras linternas, la arena del cauce seco en que pisábamos. Se nos echó la noche encima y tam bién una enorm e tem pestad. Para evitar los efecto s de la lluvia, me guarecí com o pude en una oquedad de uno de los taludes y mis dos servidores, «T o m ate» y «Penique» (que así se llamaban) en otra oque dad, unos m etros más abajo. D e repente, un golpe más recio de viento y de lluvia hizo caer ante mí algo blanquecino. Juzgando que fuera algún bloque rocoso desprendido, me apreté más a la pared. C uan do estaba pensando en si sería algún fragm ento de cuarzo filoniano, un relámpago iluminó en pleno el b u lto caído; ¡era una calavera humana, que miraba con sus cuévanos, con ges to horrible, com o los descritos en las fantásticas narraciones de Edgar Poe! Antes de rehacer mi sorpresa, nuevos golpes de viento traían de lo alto, hasta mis pies, una mano, un fém ur y otros huesos carcom idos. Llamé a Penique y a T o m ate: «¿Qué sig nifica esto?», pregunté. Am bos, con ojos desorbitados y e x presivos gestos, me señalaban a lo alto. Enfocam os las lin ter nas; de las copas de los árboles pendían media docena de ha macas cocham brosas, cerradas por arriba, y en una de ellas, abierta, se balanceaba un esqueleto, con el brazo colgando, com o si estuviera descansando en la hamaca de un jardín. Huimos de allí más que aprisa. Cesada la lluvia y calm a dos los ánim os, me explicaron: se trataba de un cem enterio clandestino. Estos extraños cem enterios, en los que, en lugar de en te rrar, cuelgan los m uertos de los árboles, están severamente prohibidos, pero aún existen en lugares escondidos, casi in accesibles. Según costu m bre ancestral en muchas tribus, cuando uno muere de enferm edad contagiosa, al decir del hech icero, no le entierran, pues si lo hicieran, creen que al venir las lluvias
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y b rotar árboles y hierbas, la enferm edad florece tam bién y se esparce para contagiar a los vivos; por eso los cuelgan y tam bién, yo creo, para hacer pasar un mal rato a algún geólogo.
Si de estas costum bres indígenas, más o m enos m acabras o pintorescas, pasamos a las m anifestaciones artísticas de es tas gentes, encontram os no m enos sorpresas. La música y danzas de estos negros son interesantísim as y de enorm e belleza. E s m ucho lo que el blanco puede apren der de este arte ancestral y espontáneo, de ritm os y de so noridades extraños, maravillosos. Para los negros, la música es verdadera obsesión. Es raro el que no toq u e un instrum ento, por rudim entario que sea. U no de mis criados en el cam pam ento, llamado Pacati, poseía dotes extraordinarias m usicales. M archaba alegre en la vida, sin más capital que un calzón, la estesa de cañas de bam bú para dorm ir y el «sanci», instrum ento musical cons truido por él mismo. Las lengüetas están hechas con alam bre convenientem en te aplastado, adelgazado y tem plado. La caja de resonancia es de madera blanda y rígida, en form a de cuña hueca. En la parte inferior de la caja van sujetas con cuerdas unas cuantas conchas de nácar, pero, m odernam ente, las conchas las van sustituyendo p or tapas m etálicas de botellas de soda o de cerveza. Estas tapas vibran al pulsar las lengüetas y produ cen un zum bido especial que refuerza el sonido de la nota. El instrum ento se tañe con los pulgares e índices de am bas manos. C uando el tañedor es un virtuoso, com o Pacati, llegan a no verse dichos dedos por la extrem ada rapidez con que los mueven. La afinación de las n otas suele ser en escala pentatónica. C uando por la noche to d o s se retiraban a descansar, Pa cati, después de fregar los platos, me obsequiaba gustoso con com posiciones propias. A lgunas eran m aravillosas de c o lor y de ritm o. Sus to catas sonaban a veces a Bach o a S carlati, pero en escala debussyniana. Encajaban de m odo p erfec to en la soledad, a la vez callada y sonora, de la selva. Las tierras africanas más musicales del A frica del Sur es tán b a jo bandera portuguesa; sus habitantes son los chopes. Los dos genios de la com posición musical chope son C atini
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y G om ucom o; am bos, sendos representantes de dos tenden cias artísticas en m úsica, basadas respectivam ente en las es calas pentatónica y heptatónica. E xcelentes com positores, son al mismo tiem po estu pen dos directores de orquesta. Se sale de la índole de esta disertación entrar en p orm e nores técn icos musicales acerca de la música y danzas de estas gentes. E xpon dré sólo algunos rasgos generales. La primera im presión del m úsico europeo ante uno de estos poem as orqu estales es de extrañeza. Las m usicologías negra y blanca están tan distantes, que precisam os de un pe ríodo de adaptación para gustar en to d o su esplendor las bellezas de la música chope. El blanco tiende, inconscientem ente, a reducir a los té r minos de su tonalidad y notación la música negra y su ma y o r preocupación es escribir en nuestras notaciones lo que los negros tocan. Para el músico africano, la cuestión de escribir su música ni siquiera existe; para él, la música es únicam ente para ser oída, nunca para ser vista. La propia term inología musical manifiesta esta diferencia. N osotros hablam os de notas «al tas» y «bajas»; ellos de notas «pequeñas» y «grandes», según sea para el tiple o para el b ajo. M uchos de sus térm inos m u sicales son biológicos: así, para hablar de las notas del sopra no, barítono o b ajo , dicen «las jo v en citas», «los m uchachos», «los viejos». A pesar de to d o esto , para la verdadera música es indife ren te el color; puede ser «negra» o «blanca» y si la negra es buena, em ociona com o la blanca a cualquiera que tenga sen sibilidad musical. Al oir al gran C atini, de cabeza rapada y rasgos casi m on gólicos, nótase al instante la presencia del genio. Sentado en el suelo, ante su tim bila pentatónica, enarbola los m azos y to ca un preludio para experim entar el in stru m ento; ello es sólo un so rbo, una prueba del vino que em briaga. D espués viene o tro preludio, esta vez, para m ostrar velocidad y poder; una pasada por tod as las n otas, a plena fuerza, para m orir, al p oco , en pianísimo. C on ello ha des plegado ante n osotros su mágico m undo, de extrañas ton ali dades, desde el com ienzo al fin, en sonidos que jam ás tenía mos oído, profundos, coléricos, insinuantes; es el alma hum a na que ríe, que llora o que sueña; son las brisas del m ar, la canícula, las nubes que pasan o las armonías de la selva. Ya
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ha conseguido em brujarnos. Term ina sú bito; ¡ello era sólo el com ienzo! Baja de nuevo las manos y despliega magnifico ante tod os, ab sortos, su obra genial. C om o en estas gentes la tradición escrita no existe, fijan en música y danzas los grandes episodios de su vida co lecti va; sus penas, sus am ores, sus preocupaciones y aventuras. C on su propia música engarzada en palabras que armonizan con lo que les rodea, buscan el olvido de sus dolores; por eso danzan ju n to s y sienten ju n to s. Una vez que, tras múltiples ensayos, la música del poema está com pleta, el com p ositor y dos o tres m aestros de la o r questa tocan la obra al je fe de los danzarines, que, escuchan do atentam ente, V3 imaginando al mismo tiem po los cuadros coreográficos que han de adaptarse a la música. C oncebida la danza, el je fe del cuerpo de baile ensaya los pasos e indica al com p ositor el número de repeticiones de la frase básica que la plástica exige para cada parte de danza. El canto queda a cargo de los bailarines. Generalm ente cantan al unísono, con algún que o tro pasaje arm onizado por el je fe ; hay, por tan to, melodía y contra-m elodía. Por lo que véis, esta estructura de la música orquestal ch ope tiene m ucho de com ún con nuestra música del siglo X V II y puede considerarse com o un tipo de chacona o pa sacalle, am bos con origen en la danza. Encuéntranse ejem plos de este tipo en Frescobaldi, C ouperin, Haendel, Bach y otros. Lulli y Rameau acababan con frecuencia sus óperas del mis mo m odo. Las danzas de estas tribus son tam bién de enorm e belle za. Las hay de dos tipos: unas, form an el elem ento plástico de los poemas sinfónico-coreográficos que acabo de citar; y otras, tienen carácter religioso o guerrero. Las danzas más im presionantes, por la fuerza rítm ica y belleza plástica, son las guerreras. Lo más admirable de estas danzas, es la belleza y lógica en la concatenación de sus actitudes soberanam ente artís ticas. N o quiero cansaros más. Los países del Africa meridional son tierras llenas de interés, no sólo para el científico o profe s’onal, sino tam bién para cualquier espíritu curioso. C reo firm em ente que, con Canadá y el Brasil, en este extrem o de A frica están form ándose los grandes países del futu ro. Pero estos grandes países del futu ro no hay que irlos a
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buscar a rem otos continentes. Tenem os más cerca aún y más pegado al corazón o tro gran país: nuestra bendita España, descubridora de m undos y que, ¡al fin!, se ha descu bierto a sí misma. C om o buen extrem eño, siempre me ha acuciado el deseo de ver tierras y el afán de trabajo y aventuras. M arché te m prano a lejanos países, a tierras americanas de nuestra propia lengua y estirpe; a la M érida, al T ru jillo , del otro lado del m ar; a rincones grandiosos de los Andes, en cuyas aldeas r e zan y cantan con nuestro acento extrem eño; y he volado so b re las selvas en que quedaron para siem pre m uchos de nuestros antepasados: pero, a la postre, he regresado a la tie rra natal con el corazón lleno de esperanza. Esta sobria, b e n dita Extrem adura, puede ser en la nueva España la tierra de promisión para to d o espíritu noble. Laborem os todos en ella, aportando cada cual nuestro grano de arena, para h a cernos dignos descendientes de nuestros C onquistadores.
ÍNDICE Páginas
P ró lo g o , por A n to n io Q u e d a y S á n c h e z M a lo , G o bernador Civil y Je fe Provincial del M ovim iento.
I
Conferencias Repoblación fo re sta l de las Hurdes, por José M a ría Bútler, Ingeniero de M o n te s...............................
3
Semblanza histórica de /as H u r d e s ..........................
6
Los c e l t a s ............................................................................. Los rom anos ...................................................................... Los v is ig o d o s ..................................................................... Los árabes .......................................................................... La r e c o n q u is ta ................................................................... La villa de G ranadilla....................................................... La A lb erca ............................................................................. La d esa m o rtiz a ció n .......................................................... Benéfica labor de la ig le s ia ........................................... La «Esperanza de las H u r d e s » .................................... Labor de la D iputación Provincial.............................
6 6 7 7 9 10
10 11 11 13 14
D e la Dictadura a l Movimiento N acional................
16
Súplica a Su M ajestad el rey don A lfonso X I I I . . Real P atronato de las Hurdes .................................... M ontes de las H u rd es..................................................... Real D ecreto de 1 9 2 4 .....................................................
16 17 18 18
INDICE
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La R ep ú b lica........................................................................ El M ovim iento N acio n al................................................
19 21
Situación actual de las Hurdes ......................................
22
O rografía de las H u r d e s ................................................ E stado geológico de las H u rd es.................................. Régimen de los r í o s ......................................................... Estado forestal de las H u rd es...................................... A g ric u ltu ra .......................................................................... Vías de co m u n ic a c ió n ..................................................... La población y su v i d a .................................................. El lengu aje................................................................. T ra b a jo s forestales del Real P atronato de las las H urdes ................................................................... T ra b a jo s del Patrim onio Forestal del E s t a d o .. . . Escuelas construidas por el Real P atron ato de las H urdes .......................................................................... M eritoria labor de Auxilio S o c i a l .............................
INDICE
215
Problem as de selección gan ad era............................... .......65 La inseminación artificial................................................ .......67 El alimento de los ganados ................................................ 68 Los albergues del g a n a d o .....................................................69
22 23
25 27 27
C a s t illo s d e la A lta E x tr e m a d u r a , por A n to n io C r is t in o F i o r i a n o C u m b r e ñ o , C ated rático de la Universidad de O v ie d o ..................................................
71
Meditaciones d e un a r t is t a extremeño a su p a s o 29 30 31
R estauración d e l M onasterio de Yuste, por José Manuel González Valcárcel, A rq u itecto de Be llas A rte s...............................................................................
33
E l monasterio....................................................................... L a iglesia ................................................................................. E l p alacio ................................................................................
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Increm ento de la riqueza g a n a d e r a extrem eña, por Domingo Carbonero Bravo, D irecto r del Insti
p o r e l m u n d o a n tig u o , por E n r iq u e P é r e z C o m e n d a d o r , Académ ico de Bellas A rtes...................
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La e v o lu c ió n u r b a n ís tic a en t r e s c iu d a d e s m o n u m e n t a le s d e E x tr e m a d u r a : (¡á c e r e s , P la s e n c ia y T r u jillo , por P o d o l f o G a r c í a - P a b l o s y G o n z á le z - Q u ija n o , A rquitecto especialista de las C o misiones Superiores de O rdenación U rbana de Extrem adura .....................................................................
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T ip o u r b a n ís t ic o d e u n a c i u d a d m e d i e v a l ............... C o r r ie n t e s m ig r a t o r ia s d e l c a m p o a la c i u d a d (p r o b l e m a s q u e p l a n t e a ) .............................................. C á c e r e s ...................................................................................... P l a s e n c i a .................................................................................. T r u j i l l o ......................................................................................... E p í l o g o ......................................................................................
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La tierra de S á c e r e s , por F r a n c i s c o H e r n á n d e z P a c h e c o , C atedrático de Geografía física y G e o logía aplicada de la Universidad de M rd rid ..........
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tu to de Inseminación Artificial ................................. .......51 El ganado v a c u n o ...... ...................................................... ....... 54 El ganado o v in o ........................................................................54 El ganado p o r c i n o ........................................................... .......55 El ganado c a b r í o .............................................................. .......56 El ganado c a b a lla r ................................................................... 57 A v ic u ltu ra ............................................................................ .......58 A p icu ltu ra ............................................................................ .......60
Plan de mejora ganadera
.......61
Problem as sanitarios de la ganadería...............................61
S ig n ific a c ió n d e E x t r e m a d u r a e n e l c o n ju n to p e n in s u l a r .........................................................................................145 M o n o to n ía d e l a s f o r m a c i o n e s g e o l ó g i c a s .....146 L a t e c t ó n ic a y e l r e l i e v e d e r i v a d o d e e l l a .....149 U n id a d e s e s t r u c t u r a le s d e n t r o d e l a p r o v i n c i a d e C á c e r e s ............................................................................... .....152
INDICE
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E l r e l i e v e g e n e r a l c a c e r e ñ o ............................................. .....155 L a s c o m a r c a s n a t u r a l e s ......................................................... 159 Sierra de G red os y la V e ra ........................................... .... 159 E l valle del Je rte y T r a s -S ie r r a .................................... .... 160 La Sierra de G a t a .............................................................. ....160 Pizarrales del A la g ó n ........................................................... 161 C uencas de C oria, M oraleja y T o rrejo n cillo . . . . ....162 Valle del T ié ta r y llanos de N avalm oral déla M ata... 162 L os riveros del T a jo y las sierras centrales de C á ceres ................................................................................... 163 Penillanura del Salor y berrocales de M alpartida y Navas del M a d r o ñ o ..................................................164 Altiplanicie T ru jillan o -C acereñ a......................................164 La Sierra de San P e d r o .................................................. ....165 El nudo de las Villuercas y el valle del G uadar r a n q u e ..............................................................................166 La Sierra de M ontánchez, San C ristóbal y la ali neación que las prolonga hacia el N E ................ ....167 Llanos de Almoharín y M ia ja d a s ............................... ....168 L o s s u e l o s d e C á c e r e s ....................................................... ....169 L a p r o l e c c i ó n d e l s u e l o . ..................................................... ... 172 F i n a ! ............................................................................................. ... 174
Biblioteca (Publicada per el Departamento Provincial de Semi narios de la Jefatura Provincial del Movimiento)
£1 corazón no ama lo (\ue el entendimiento ignora. Si Quieres plas mar en tu espíritu hondos afectos hacia esta tierra de conquistadores, santos y poetas, conócela profundamente. P ara ello te ofrece el Depar tamento de Seminarios de la Jefatura Provincial del ¡Movimiento, de Cáceres, la «Biblioteca Extremeña». L a *Biblioteca Extremeña* recogerá aquellos documentos manus critos, obras impresas cuyos ejemplares escaseen, colecciones de trabajos diseminados por revistas y periódicos, extracto de lo referente a Extre madura en obras generales y voluminosas..., todo acuello, en fin, c¡ue pueda servir de base a un conocimiento amplio de la región, presen tado en ortografía actual, para cjue sirva lo mismo a los eruditos y estudiosos c¡ue al común de los lectores.
VOLUM EN ES
PU BLIC A D O S
B i b l i o g r a f í a d e E x t r e m a d u r a (cuaderno I), por D om in
Cáceres, escudo de nuestra fortaleza, por E u g e n io H e r m o s o , A cadém ico de Bellas A r t e s ................... .....177 L o s n u e v o s b á r b a r o s ......................................................... .....184 E l t o r o i b é r i c o d e la c r ít ic a d e v a n g u a r d i a ............ .....192 E n e l m u s e o d e l P r a d o , a n te e l c a r d e n a l d e R a f a e l (S o n e to )........................................................... ................ 194 A V e lá z q u e z , e n e l r e t r a t o d e F e l i p e IV , j o v e n (S o n e to )................................................................................. .....194 O tro , e n « L a s L a n z a s » (S o n e to ).........................................195
go Sánchez Loro. Precio: 1 2 pesetas. Contiene mil fichas bibliográficas sobre Extrem adura, y en suce sivos cuadernos irá recogiendo todo lo existente sobre la Región, impreso, manuscrito o publicado en revistas y periódicos. E s de e x traordinaria utilidad, no sólo para los estudios y eruditos, sino para todo el que quiera conocer a Extrem adura.
2 . — V ida y m i l a g r o s d e l o s P a d r e s E m e r it e n s e s , por Pau lo D iácono. Precio: 16 pesetas.
Aventuras de un ingeniero extremeño en el Africa deJ Sur, por I s m a e l P o s o d e L u n a , Ingeniero de Minas, C ated rático de M etalogenia y Yacim ien tos M inerales de la Escuela Especial de Ingenie ros de Minas e Ingeniero V ocal del Instituto G e o lógico y M inero de España...........................................
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Este libro fué escrito en latín en el siglo VII. Es uno de los más im portantes para la historia eclesiástica de España y para la de E x trem adura inapreciable. La «Biblioteca Extrem eña» lo publica ahora, por prim era vez en castellano, con las notas que puso a la obra el re gidor de Mérida Bernabé Moreno de Vargas, en el siglo VII, según un
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rarísim o ejem plar existente en la Biblioteca Provincial de Cáceres. E l texto va precedido de un estudio prelim inar sobre el autor y la obra, y una semblanza sobre la sede metropolitana emeritense; como apéndice lleva documentos de sumo interés para Mérida, entre los que destaca la traducción castellana de las actas del m artirio de San Germán, San Servando y Santa Eulalia, que decoran la historia de Em érita Augusta. L a traducción, estudio prelim inar, apéndices y no tas, se deben a Domingo Sánchez Loro.
3 .— Amenidades, florestas y recreos de la provincia de la Vera Alta y B aja, en la Extremadura, por G abriel Azedo de la Berrueza y Porras. Precio: 12 pesetas. Es una joya literaria esta obra, que com pite en las antologías con los más celebrados estilistas de la lengua castellana. Sus descripcio nes de la Vera son de lo m ejor que existe en el idioma de Cervantes. Aparte de esto, contiene varias y curiosas noticias de la región, que hacen muy sabrosa su lectura. Fué escrita en el siglo XVII. L a prece de en esta edición un prólogo, sobre el autor y la obra, de Domingo Sánchez Loro.
4. - Posibilidades industriales de la Alta Extrem adura.— (Segundo ciclo de conferencias organizado por el D e partam ento de Sem inarios de la Jefatu ra Provincial de^ M ovim iento, de C áceres). P recio : 30 pesetas. Las más prestigiosas figuras, por sus conocimientos y por las al tas jerarquías que ostentan en los organism os del Estado, exponen en este volumen los problemas de m ayor transcendencia y urgente solu ción en la Alta Extrem adura, sobre los m ás variados tem as industria les y económicos: regadíos, turismo, transportes, cultivos diversos, ahorro, repoblación, industrias varias, etc., todo ello del más subido interés para la economía extremeña. Su lectura abre nuevos e insos pechados horizontes, no sólo a los técnicos y empresarios, sino a to do el que sienta alguna inquietud sobre tales problemas y desee co nocer su verdadero planteamiento y posibles soluciones. P restigia a este volumen un prólogo del Excm o. Sr. Gobernador Civil y Je fe P ro vincial del Movimiento, don Antonio Rueda y Sánchez Malo.
5 — Historia y anales de la ciudad y obispado de Plasen cia, por fray Alonso Fernández. Precio: 80 pesetas. Fué escrita esta obra a principios del siglo XVII, de cuya edición
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ya quedaban rarísim os ejem plares. Es de las obras m ás im portantes de carácter general, que existen sobre Extrem adura, pues el autor no se limita a Plasencia y su obispado, sino que toca a otros m uchos te m as históricos y personajes que actuaron en toda la región y aún fuera de ella, especialmente los caballeros de la Orden de Alcántara. También dedica varios capítulos a la gesta de los extrem eños en el nuevo mundo. P or la seriedad con que está escrita, p or la personali dad del autor y su galano estilo, y por la discreta y sabia exposición de los sucesos, m erece esta obra ser conocida de todos los extrem e ños: por atribuirse a fray Alonso la paternidad del «Quijote», que vió la luz bajo el seudónimo del licenciado Alonso Fernández de Avella neda, adquiere dimensión universal el autor y su obra. El prólogo de esta edición contiene una biografía del celebrado fray Alonso, escrita por Domingo Sánchez Loro. Un m apa del obispado de P la sencia, hasta ahora inédito, hecho en 1797 por don Tom ás López, ilustra el texto.
6. —H istoria de Cáceres y su patrona, por Sim ón Benito B oxoyo. Precio: 30 pesetas. Las noticias históricas que contiene este volumen se hallaban has ta ahora inéditas. Con ello se presta a Cáceres un gran servicio, pues carecía de una historia general. La historia de Nuestra Señora de la Montaña ocupa la segunda parte del volumen. Avalora esta edición un estudio prelim inar sobre el autor y la obra, con anotaciones y co m entarios al texto de Boxoyo, de Miguel Muñoz de San Pedro, conde de San Miguel y académ ico correspondiente de la Historia. Lleva la siguiente dedicatoria:
El Departamento Provincial de Seminarios de T. E. 7 . y de las J. O. W. 5., de la Alta Extremadura, en prueba de fideli dad y adhesión perenne, ofrece al invicto Caudillo de España esta impresión de la ¡Historia de Cáceres, en cuyo recinto evoca dor y pleno de añeja historia, en el palacio de los Qolfines de Arriba, fu é proclamado Jefe del Estado Español y generalísimo de los Ejércitos, dando con ello universal proyección a la f e cunda ejecutoria de esta hidalga Extremadura, ganadora de imperios y mundos para gloria de Dios y grandeza de España. Con la misma fe cjne nuestros conquistadores ofrecían a Dios y al César hispano las tierras ganadas con el esfuerzo de su espada y la bravura de su corazón, igual te ofrecemos, Cau dillo sin par, este resumen de nuestras viejas glorias, mientras juramos hacernos bajo tu mando herederos dignos de nuestros antiguos héroes, cfue agotaron en el mundo la capacidad de asombro. ¡¡Arriba España!!
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L a transcripción del texto prim itivo a la ortografía actual, orde nación e impresión de las dos obras que integran este volumen, han sido hechas por Domingo Sánchez Loro.
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guna en el mundo erudito, pues era muy difícil poder consultar los rarísim os ejem plares de esta obra. A continuación se inserta la cró nica del padre Carvajal, de extraordinaria im portancia histórica. En la parte documental se incluyen valiosos alegatos en pro del buen nombre de Orellana, en cuya reputación se había cebado el sectaris mo y saña de la leyenda negra antiespañola.
7 .— Descripción y noticias del C asar de Cáceres , por G regorio Sánchez de D ios. Precio: 25 pesetas. Integra este volumen todo cuanto constituye la médula histórica de la villa del Casar, desde el dato geográfico hasta las condiciones sanitarias del lugar, pasando por la anécdota histórica, las piedras ilustres que enriquecen el recinto, el nivel agrícola, el censo de hijos preclaros, la referencia industrial, la flora y la fauna, etc., cuyo o ri ginal, conservado hasta ahora en el Monasterio de Guadalupe, se da a la im prenta por prim era vez. La descripción y noticias del Casar van seguidas de las biografías de tres hijos ilustres: Vida prodigiosa del venerable y extático varón Jray Juan de San D iego , por fray Francisco de Soto y Marne; Vida del santo p ad re y mártir de Cristo fra y Agustín
d el Casar, extremeño de nación e hijo del real convento de Valladolid, p or fray Francisco de Vega y Toraya; Noticias de fra y Diego de Vivas, natural de el Casar de Cáceres y provincial de la de San Miguel de nues tro padre San Francisco, por fray Jo sé de Santa Cruz. La pluma de
Domingo Sánchez Loro hace prólogo y pregón de este volumen y allega notas y com entarios sobre el texto. Un proemio, basado en pa labras de Fernández Cuesta, abre las páginas del libro. Don Vicente B arrantes comenta el texto y don Felipe León Guerra hace la presen tación.
8 — R e l a c i ó n d e l n u e v o d e s c u b r im ie n t o d e l f a m o s o r ío g r a n d e , q u e p o r e l n o m b r e d e l c a p it á n q u e l o d e s c u b r i ó , s e ll a m ó e l r ío d e O r e l/a n a , por fray G aspar de Carvajal, capellán de tan fam osa empresa. Precio: 60 p e setas. E l Departamento de Seminarios de la Jefatu ra Provincial del Mo vim iento hace la im presión de este volumen en m em oria de F ra n cisco de Orellana, descubridor del Amazonas, en el cuarto centenario de su m uerte, y en homenaje de su biógrafo exim io e ilustre chileno don Jo sé Toribio Medina, en el prim er eentenario de su nacimiento. Fran cisco de Orellana, capitán de la hazaña, y fray Gaspar de Carva jal, capellán y cronista de la m ism a, eran trujillanos. Sirve de proe mio a este volumen un estudio, hecho por Domingo Sánchez Loro, sobre la profundidad histórica de la gesta trujillana, con una sem blanza del viejo Trujillo, noticias del linaje de Orellana y apuntes biográficos sobre Toribio Medina. Sigue una espléndida introducción escrita por este chileno, pasmo de erudición, que es lo m ejor que has ta ahora se ha producido sobre el héroe, sobre su cronista y sobre la hazaña del río Amazonas. Este volumen viene a llenar una honda la
9 — Libro de ¡a invención de esta Santa Imagen de Gua dalupe; y de la erección y fundación de este Menas ■ ferio; y de algunas cosas particulares y vidas de a l gunos religiosos de él, por el padre fray Diego de Ecija, vicario de esta Santa Casa. Precio: 65 pesetas. Se publica en este volumen el manuscrito de la prim era historia que se escribió sobre el real monasterio de Guadalupe, a principios del siglo XVI. La obra consta de cuatro libros: el prim ero, trata del origen e invención de la Santa Im agen de Nuestra Señora de Guada lupe; el segundo, de la erección y fundación de su iglesia y monaste rio; el tercero, n arra la fundación de la Orden de jerónim os en E sp a ña por fray Fernando Yáñez de Figueroa, natural de Cáceres, y de su llegada con otros religiosos a Guadalupe; el cuarto, contiene la v i da de algunos siervos de Dios que brillaron en Guadalupe por sus le tras y virtud. La im portancia del manuscrito por su antigüedad, por ser el autor testigo de vista de la m ayoría de los sucesos que cuenta, por ser la fuente principal de donde sacaron sus noticias los demás historiadores de Guadalupe—muchas veces sin decirlo—y por la vi gorosa personalidad de fray Diego de E cija, le hacen ocupar un pues to destacado en la historia extrem eña. La prestigiosa pluma del doc tor fray Arcángel B arrado Manzano avalora el texto con una profunda y erudita introducción sobre la obra y el autor. Este volumen va dedicado a conm em orar el veinticinco aniversa rio de la coronación canónica de Nuestra Señora de Guadalupe, R ei na de las Españas, bajo cuyos auspicios realizó nuestra P atria los hechos más culm inantes de su historia.
10.— Realidades y esperanzas de la Alta Extremadura. (C u arto ciclo de conferencias organizado por el D epar tam ento de Sem inarios de la Jefatu ra Provincial del M o vim iento, de C áceres). Precio: 43 pesetas. Desfila por este volumen la flor y nata de E xtrem adura, evocan do glorias de ayer, bellezas de hoy y esperanzas del manana. Un equi po de mentes privilegiadas, plenas de sabiduría y en vértice de presti gio nacional, convierten este libro en cátedra de prestigioso y amplio m agisterio sobre las más hondas y variadas facetas de la Alta E xtre madura: Bútler descubre el tesoro forestal de las Hurdes legendarias
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y escondidas; González Valcárcel n arra el encanto de la celda resu r gida del monarca que llevó en sus hombros el peso del mundo y ce rró sus ojos en las delicias de Yuste; Carbonero Bravo nos ilustra so bre la inmensa riqueza del ganado trashum ante en nuestra región, orgullo y sustento de la P atria; Floriano Cumbreño ofrece el mosaico de castillos y piedras togadas que vuelan heráldicamente; Pérez Co m endador deleita nuestra fantasía con sus impresiones de artista por las huellas de la civilización; G arcía-Pablos nos conduce con la linterna urbanística por los barrios añosos de Cáceres, Trujillo y Plasencia; Hernández Pacheco nos pasm a con su ciencia sobre los se cretos cósm icos escondidos en la gleba m ilenaria; Hermoso despierta en las alm as sutiles florilegios de galanura pictórica; Roso de Luna nos sobrecoge con sus aventuras solitarias por continentes m isterio sos. La péñola del señor Rueda y Sánchez-Malo, prim era Autoridad de la provincia, sirve de pórtico a este volumen, haciendo gala con su habitual donaire de espíritu cultivado y selecto—igual en letras que en política—como artífice del buen decir.
Otros lib ros y folletos publicados bajo el p atro cin io y subvención, to ta l o p a rc ia l, de la J e fa tu ra P ro vincial del M o v im ien to M ás A llá.—Organo de la Delegación Provincial del Fren te de J u ventudes. L a v o z d e la D e le g a c ió n .—Boletín de la Delegación Provincial de Excom batientes, de la Alta Extrem adura. B o le t ín I n f o r m a t iv o — Organo de la Jefatu ra Provincial de F E T y de las JONS, de Cáceres.
P R O X IM O V O L U M E N
A c c i ó n — Boletín Inform ativo de la Sección de Enseñanza de la Delegación P rovincial del Frente de Juventudes. C á c e r e s — Organo de la Delegación Provincial de Sindicatos.
D i c c i o n a r i o h i s t ó r i c o - g e o g r á f i c o d e E x t r e m a d u r a , por Pascual M adoz. A barca este diccionario, con método riguroso en sus artículos, datos y noticias sobre el nombre de cada pueblo, sus dependencias y distancias, situación y clim a, interior de la población y sus afueras, térm ino, calidad del terreno, caminos, correos y diligencias, produc ciones, industria, com ercio, población, riqueza, tributos e historia. Este noticioso conjunto, prestigiado por la seriedad y pulcritud con que su autor lo compuso, ha sido durante un siglo lo m ás perfecto que en su género tenía España; y, p ara nosotros, aún es hoy el libro general que mejor nos habla de E xtrem adura. Su valor es perm a nente. Un estudio prelim inar sobre la obra y el autor, debido a la pluma de Domingo Sánchez Loro, abre las páginas de esta edicción.
A lcá n ta ra . Revista literaria. C áceres, Servicios Culturales de la E xcm a. Diputación Provincial. V iriato.—Estudio biográfico, por Domingo Sánchez Loro. Cáceres, Asociación de «Amigos de Guadalupe», 1947. E l p u en t* d e A lcá n ta ra . -E stu d io histórico del fam oso puente rom ano, por Domingo Sánchez Loro. Cáceres, Asociación de «Amigos de Guadalupe», 1947. S a n ta E u la lia á e M ér id a .—Estudio histórico sobre las persecucio nes de los cristianos y biografía de la insigne Mártir, por Domingo Sánchez Loro. Cáceres, Asociación de «Amigos de Guadalupe», 1947. A lc o n é t a r — Estudio histórico y leyendas del famoso puente ro mano, por Domingo Sánchez Loro. Cáceres, Asociación de «Amigos de Guadalupe», 1947. E m é r ita A u g u sta .—H istoria y monumentos de Mérida, antigua eapital de Lusitania, por Domingo Sánchez Loro. Cáceres, Asociación de «Amigos de Guadalupe», 1947. D o ñ a M aría la B r a v a .—Estudio biográfico, por Domingo Sánchez Loro. Cáceres, Asociación de «Amigos de Guadalupe», 1947. L o C e ld a d e C a r lo s . V.— (H istoria del Monasterio de Yuste), por Domingo Sánchez Loro. Cáceres, Asociación de «Amigoi de Guada lupe», 1949.
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PUBLICACIONES
D o n G u tie rre d e S o t o m a y o r , M a es tre d e A lcá n ta r a ( 1 4 0 0 - 1 4 5 3 ) .P or Miguel Muñoz de San Pedro. Cáceres, Servicios Culturales de la E xcm a. Diputación Provincia], 1949. L a v id a en C á c e r e s e n l o s s i g lo s X III y X V I a l X VIII.—P o r Miguel A. Orti Belmonte. Cáceres, Servicios Culturales de la Excm a. Diputa ción Provincial, 1949.
PUBLICACIONES
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A lc á n ta r a .—Folleto histórico ilustrado. Cáceres, Ju n ta Provincial del Turismo, 1950. T r u jillo .—Folleto histórico ilustrado. Cáceres, Ju n ta Provincial del Turism o, 1950.
D e s d e ¡a L e ja n ía .—Poem as, de Alfonso de Albalá Cortijo. Cáceres, Servicios Culturales de la Excm a. Diputación Provincial, 1949.
R e a liz a c ió n d e l F u e r o d e l T r a b a jo .—P or Daniel Benavides L ló rente. Cáceres, Departamento Provincial de Seminarios de FE T y de las JONS, 1950.
H is to r ia d e l C u lto y S a n tu a r io d e n u e s tr a S e ñ o r a d e la M on tañ a, P a t r o n a d e C á c e r e s . —P o r Miguel A. Orti Belmonte. C áceres, Servi cios Culturales de la E xcm a. Diputación Provincial, 1949.
D o c tr in a s S o c i a l e s S u p e r a d a s .—P or Bernardo Almendral Lucas. Cáceres, Departamento Provincial de Seminarios de F E T y de las JONS, 1950.
P a r a u n a in te r p r e ta c ió n E x tr e m e ñ a d e D o n o s o C o r t é s .—Por Fran cisco Elias de Tejada. Cáceres, Servicios Culturales de la E xcm a. Diputación Provincial, 1949.
L a s R e a lid a d e s S o c i a l e s C o n t e m p o r á n e a s .—P or Jo sé Luis Cota llo, Pbro. Cáceres, Departamento Provincial de Seminarios de F E T y de las JONS, 1950.
M em o ria y D is c u r s o s d e la 11 A s a m b le a d e E s tu d io s E x t r e m e ñ o s .Cáceres, Servicios Culturales de la E xcm a. Diputación Provin cial, 1949.
L o s In stru m en to s d e la O b ra S o c i a l d e l M o v im ien to N a c io n a l.— P o r Rafael H ergueta García de Guadiana. Cáceres, Departamento Provincial de Seminarios de F E T y de las JONS, 1050.
P la s e n c ia .—Folleto histórico ilustrado. Cáceres, Ju n ta Provincial del Turism o, 1949. G u a d a lu p e.—Folleto histórico ilustrado. Cáceres, Ju n ta P rovin cial del Turismo, 1949. M u seo P r o v in c ia l d e C á ce re s.—Folleto ilustrado. Cáceres, Ju n ta Provincial del Turism o, 1949. C á c e r e s . C iu d a d M on u m en ta l.—Folleto ilustrado. Cáceres, Ju n ta Provincial del Turism o, 1949.
T u tela y D ig n ific a c ió n d e l T r a b a jo .—Por Fernando Hernández Gil. Cáceres, Departamento Provincial de Seminarios de F E T y de las JONS, 1950. E l S e g u r o d e E n fe r m e d a d en e l M u n do y en n u es tra P a tr ia .—P or Leopoldo Marcos Calleja. Cáceres, Departamento Provincial de Se m inarios de F E T y de las JONS, 1950. E l A c c id e n te d e T r a b a jo e n la H isto r ia y en la R e a lid a d E s p a ñ o l a . —P or Ambrosio Rodríguez Bautista. Cáceres, Departamento P ro vincial de Seminarios de FE T y de las JONS, 1950.
C á c e r e s .—Folleto histórico ilustrado. Cáceres, Ju n ta Provincial del Turism o, 1949.
L a F a m ilia , p r e o c u p a c ió n fu n d a m e n ta l d e l E s t a d o E s p a ñ o l—Por León Leal Ramos. Cáceres, Departamento Provincial de Seminarios de FE T y de las JONS, 1950.
E x tr e m a d u r a y e l F r a n c is c a n is m o e n e l S ig lo X V /.—P o r Jo sé Luis Cotallo, Pbro. Cáceres, Servicios Culturales de la E xcm a. Dipu tación Provincial, 1950.
L : L u c h a c o n tr a e l P a r o .—P or Jo sé Redondo Gómez. Cáceres, Departamento Provincial de Seminarios de F E T y de las JONS, 1950.
T r e s E s c r it o r e s E x tr e m e ñ o s (Micael de Carvajal, Jo sé Cascales Muñoz y Jo sé López Prudencio).—P o r F ran cisco Ellas de Tejada. Cá ceres, Servicios Culturales de la E xcm a. Diputación Provincial, 1950. E n c u e s ta d e G e o g r a fía R e g io n a l E x tr e m e ñ a .—P o r J . Corchón G arcía. Cáceres, Servicios Culturales de la Excm a. Diputación P ro vincial, 1950. M apa d e C o m u n ic a c io n e s d e la P r o v in c ia .—Cáceres, ^Servicios Culturales de la E xcm a. Diputación Provincial, 1960.
E l L ib e r a lis m o , e l S o c ia lis m o y la s o lu c ió n N a c io n a l S in d ic a lis ta .—Por Fran cisco Gómez Ballesteros. Cáceres, Departamento P ro vincial de Seminarios de F E T y de las JONS, 1950. H a c ia la U n ión d e l o s P u e b lo s L a tin o s .—P or R icardo Becerro de Bengoa. Cáceres, Delegación Provincial de Excom batientes, 1950 P o e s í a s s e le c t a s d e A n g el M arin a, por fray Enrique Escribano. Cáceres, Servicios Culturales de la E xcm a. Diputación Provincial, 1951. L a in d u stria in stru m en to d e la e c o n o m ía .—P or Ambrosio R odrí15
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JEFATURAPROVINCIAL DELMOVIMIENTO
guez Bautista. Cáceres, Departamento Provincial de Seminarios de FE T y de las Jon s, 1951. V a lo res e c o n ó m ic o - s o c i a le s d e I á r b o l en la p r o v in c ia d e C á c e r e s . —P o r Vicente Hernández Rodríguez. Cáceres, Departamento P ro vincial de Seminarios de F E T y de las JONS, 1951. E l o liv o , la v id e in d u s tria s d e r iv a d a s .—P o r Vicente Muriel J i ménez. Cáceres, Departamento Provincial de Seminarios de F E T y de las JONS, 1951. P o s ib ili d a d e s d e in d u s tria s te x tile s en n u es tra p r o v in c ia .—Por Francisco Cid Gómez Rodulfo. Cáceres, Departamento Provincial de Seminarios de F E T y de las JONS, 1951. C o m u n ic a c io n e s , tr a n s p o r te s y tu r is m o , en la A lta E x tr e m a d u r a . —Por Casto Gómez Clemente. Cáceres, Departamento Provincial de Seminarios de F E T y de las JONS, 1951. C a n a liz a c ió n d e l a h o r r o p r o v in c ia l, b a s e e c o n ó m ic a d e la in d u s tr ia .— Por F ran ci co Bullón Ram írez. Cáceres, Departamento P ro vincial de Seminarios de FET y de las JONS, 1951. In d u s tria s d e r iv a d a s d e Ia g a n a d e r ía .—P o r Ramón Peña Recio. Cáceres, Departamento Provincial de Seminarios de F E T y de las JONS, 1951. L a in d u s tr ia liz a c ió n d e lo s r e g a d ío s e n la p r o v in c ia d e C á c e r e s . —P or Clemente Sánchez Torres. Cáceres, Departamento Provincial de Seminarios de F E T y de las JONS, 1951. E l t r a b a ja d o r ante, la in d u s tr ia liz a c ió n d e ¡a A lta E x tr e m a d u r a .— P or Fernando B iavo y Bravo. Cáceres, Departamento Provincial de Seminarios de F E T y de las JONS, 1951. F ru to y e s p e r a n z a d e la F a la n g e C a c e r e ñ a .—Exposición docu mental de la labor social, económica, artística y cultural, realizada por la Falange de la Alta E xtrem adura. Cáceres, Jefatu ra Provincial de F E T y de las JONS, 1951. E s p a ñ a , c o m o u n id a d d?. d e s tin o en lo u n iv e r s a l — P or Ricardo B ecerro de Bengoa. Cáceres, Departamento Provincial de Seminarios d« F E T y de las JONS, 1951. G u ía h is tó r ic o -a r t ís t ic a d e C á c e r e s .—P o r Antonio C. Floriano Cumbreño. Cáceres, Servicios Culturales de la E xcm a. Diputación Provincial, 1952. L a C o p la d e J o s P it o s .—Jo ta de Zorita, con cien coplas y nueve estribillos, recogida y armonizada para rondalla por Domingo Sán chez Loro. Cáceres, Departamento Provincial de Seminarios de F E T y de las JONS, 1953.
ERRATAS En la página 3, dice «Jusé María Bútler, Ingeniero del Pa trim onio Foresta!» y debe decir ♦Jo sé María Bútler, Ingenie ro de M ontes». En la página 17, línea 7, dice «óvolo» y debe decir « ó b o lo». En la página 25, línea 32, dice «sol -f- agua igual a felici dad» y debe decir «sol + agua igual a fertilidad».
Se acabó de im prim ir en los talleres tipográficos de «EL NOTICIERO», en Cáceres, el día 13 de Octubre de 1953, fecha en que Santa María de Guada lupe, Reina de las Españas y Patrona de Extrem adura, fué asentada en el nuevo trono ofrecido por el am or de sus devotos en el viejo y nuevo m un do, con motivo del veinticinco aniver sario de su coronación canónica
£aus Deo
Sancta XTiarta be ©uaóalupe, í)¡spaniarum Hegina, ora pro nobis