Revista de Extremadura nº 15/1994

Page 1

(%

§

)

DIRECTOR: ROMANO GARCÍA

^&V3$T^

<bg DIR ECTOR ■ R O M A N O G A R C IA

S e g u n d a É p o ca

Ne1/ ENERO -ABRIL 1 99 0

omniot8 * critica o debate Segunda Epoca i

SEPTIEMBRE-DICIEMBRE 1994

opinión a critica

qde&at


SUMARIO

DIRECCIÓN Romano García

CONSEJO REDACCIÓN Carlos Benítez Rodríguez Manuel Carrapiso Araújo

UNIverso 3

La cu ltu ra com o a ctividad no u tilita ria : Cinco años de la Revista de Extremadura (Segunda época) ROMANO GARCIA

1

Jo sé Cobos Bueno Felipe Gutiérrez Llerena Carmen Galán Rodríguez M.a del M$r Lozano Bartolozzi

MULTIverso 33

U n fra g m e n to de lite ra tu ra egipcia: el gran h im no a A tó n

Julián Mora Aliseda Francisco M. Sánchez Lomba M.a Jo sé Vega Ramos

índices de la Revista de Extremadura JUAN LUIS DE LA MONTAÑA CONCHIÑA

LUCAS BAQUE MANZANO

47

M ito lo g ía fe m e n in a y R enacim iento, en Garcilaso PILAR GALÁN y MARÍA LUISA HARTO

SECRETARÍA DE REDACCIÓN Juan Sánchez González

ORGANIZACIÓN Pablo Blanco Carrasco J . Julio García Arranz

63

L a g u e rra c iv il y la p o s g u e rra en Plasencia (1936-1944) JO S É ANTONIO SÁNCHEZ DE LA CALLE

93

BERNARDO VÍCTOR CARANDE

100

103

EXTREM ADURA

Apartado 9 4 2 C Á CERES

C a rlo s C ano, e l ju g la r de G ranada. Un ser hum ano trascendido p o r la palabra ÁNGELES CLARA CAVERO

Asociación Cultural R E V IS T A D E

Trilogía para una tierra: E xtre m a d u ra JO S É MARÍA OTÁLORA

EDITA Amigos de la

C uando yo me muera LUIS MARÍA SÁNCHEZ GARCÍA

101

Juan Luis de la Montaña

< •> IREMADURA ENCLAVE 92

Ram ón C arande y A lm e n d ra l

121 \

123

Carlos Cano. C om positor, cantante y e m pre­ sario A. V. GARCÍA

A ce rca m ie n to a La cuarentena, de Juan Goytiso lo ISABEL LEO BERROCAL


UNIvcrso

La cultura como actividad no utilitaria: Cinco años de la Revista de Extremadura (Segunda época)

Ilustración de la cubierta: Reproducción de la cubierta correspondiente al núm. 1

1.

REVISTA DE EXTREMADURA PRIMERA ÉPOCA: 1899-1911

Directores: Publio Hurtado, Daniel Berjano

In d e p e n d e n c ia

e c o n ó m ic a , in d ep en d en c ia id e o l ó g ic a

La Revista d e Extrem adura viene gozando de una autonomía econó­ mica que hace posible su independencia ideológica — suponiendo que pueda hablarse todavía de ideologías— , quiero decir que hace posible su no obediencia o sumisión a los diversos poderes. La autonomía econó­ mica de una entidad cultural cualquiera significa que ésta se autofinancia. Una revista que fuese respaldada por una empresa capaz de afrontar sus costes no podría ser independiente. Es verdad que tampoco hay que desorbitar la cuestión: la dependencia es la situación normal en una socie­ dad en la que no se puede hacer nada sin dinero o sin subvenciones. Nosotros hemos intentado contravenir esa normalidad. (Lo ha intentado también, por ejemplo, Carlos Cano — como él mismo explica en la entre­ vista que se publica al final de este número— , creando su propia empresa de discos Dalur, que le ocasiona «más libertad y menos intrusos»).

ISSN: 1130 - 23 3 - X Depósito Legal: S. 3 97 - 1990 Imprenta «KADMOS» Teléis. (923) 21 9 8 13 - 18 4 2 2 4 SALAMANCA 1994

Hay que añadir que también es normal que una revista comience siendo independiente pero que no sobreviva. Por ello, uno se asombra de que la Revista d e Extrem adura haya sobrevivido cinco años, y estamos en con­ diciones de poder afirmar que sobrevivirá otros cinco — por lo menos— , acercándose, así, a la andadura de su primera época (doce años).

3


2.

¿C ómo es

posible autofinanciarse?

Las suscripciones, con ser muchas, no resultaban suficientes, a no ser que su precio se disparara. Iniciamos la andadura con 1 .5 0 0 pesetas, pre­ cio de la suscripción anual, que mantuvimos durante tres años, pasados los cuales, sólo lo incrementamos en 1 0 0 pesetas.

a) La solución sólo podía venir de la p u blicidad, con la condición de que ésta no interfiriera el texto de la revista y, sobre todo, de que, en cualquier caso, no la «afeara». Optamos por reducirla a tres páginas de la cubierta, la última de las cuales — llamada asimismo contraportada— cons­ tituye un modelo en tal sentido (me ayudó Luis Acha, responsable de la Obra socio-cultural de Caja S alam an ca — primer anunciante de esa pági­ na— : coincidíamos en que un anuncio plagado de texto, eslóganes, etc., pierde fuerza. La revista ofrecía, en su formato exterior, un aspecto muy «presentable», sin quedar absorbido por la publicidad). Debo señalar que el lado más penoso de mi trabajo es el relacionado con los anuncios, tan importantes para la autofinanciación y la indepen­ dencia de la revista. La tarea no era fácil. De ahí que el anuncio de Caja S alam an ca, en la contraportada, significara un apoyo decisivo para des­ pegar. Para las otras dos páginas de la cubierta fueron de extraordinaria importancia los apoyos de Gonzalo Ezquerra, con el anuncio de Traexa, Octavio Narros, con el anuncio de (Jruicasa, y de Gonzalo Sánchez Rodri­ go, con el anuncio de C aja P lasen cia. Más adelante, Antonio Ventura hizo posible el anuncio de Enclave 92, que fue fijo mientras duró la enti­ dad. Y , después, Teófilo Am ores, facilitó el anuncio de la C ám ara d e C om ercio. De manera aislada, acudieron a mi llamada B an co d e E xtre­ madura (gracias a Germán de Manuel), C execi (mediante Javier Pizarro) y últimamente el P atron ato d e Turism o de Cáceres (cuya respuesta, a tra­ vés de Rafael Gómez Barberá, resultó gratificante). Caja E xtrem adu ra sigue en nuestras páginas gracias al apoyo de Jesús Medina. En adelante, debo lidiar, para cada número, dos de los anuncios: tarea dura, pues el mercado no entra en el campo de mi especialidad. Corrigien­ do pruebas, Antonio Ventura nos ha gestionado un anuncio fijo de la Con­ sejería de Cultura, lo que prueba la estima que profesa a la revista.

b) Referencia especial m erece la Imprenta Kadmos, de Salamanca, que al buen hacer y buen gusto de sus profesionales añade el trato excep­ cional que nos dispensa en el ámbito económ ico y mercantil: imposible

encontrar de manera tan óptima la relación calidad-precio, el «par máxi­ mo» — que dirían los automovilistas— . Hemos sobrevivido cinco años y hemos afrontado con calma, sin ner­ viosismo, la crisis que supuso el descalabro del Estado del Bienestar, con el añadido español de una corrupción político-social apabullante.

3.

Los COMIENZOS DE LA REVISTA: FUNDADORES Y DIRECCIÓN

Había que crear una entidad jurídica que permitiera a la revista andar por este mundo humano cada vez más complejo y en el que no puedes dar un paso sin una coraza burocrática: nació, así, la Asociación Cultural «Amigos de la Revista d e Extrem adura», cuyos estatutos especifican cla­ ramente que nuestra actividad no se mueve por lucro, ni obtiene benefi­ cios, ni es, por tanto, una entidad empresarial. Los miembros de la Aso­ ciación son los Socios F u n dadores de la publicación: 1 0 0 personas a las que fue fácil convencer. Dos mil pesetas, una sola vez, y el compromiso de la suscripción fueron las únicas condiciones. Ellos constituyen algo así com o el C onsejo de Administración; lo que ocurre es que aquí apenas hay algo que administrar. C om o fui yo quien «arrastró» a los Fundadores y éstos, por otro lado, conocían mi larga y amplia experiencia en el terreno de la prensa — R edactor-Jefe de ín d ice (9 años), en Madrid, Director de E n cu en tro (3 cursos), en la Universidad Centroamericana (UCA) de Managua, Direc­ tor de A lcántara (6 años), en Cáceres— se me atribuyó la Dirección en aquella m em orable reunión del Kilóm etro 4 0 de la carretera que une C áceres a Badajoz; en aquella misma ocasión fueron elegidos los com ­ ponentes del C onsejo de Redacción, que se amplió, luego, con nuevos miembros. En aquella reunión hubo escépticos, si; pero predominaron la con­ fianza y el entusiasmo. El apoyo venía de personas de gran relieve. Recuerdo la autoridad de las palabras de Teresiano Rodríguez Núñez en la primera reunión del Kilómetro 4 0 : el proyecto es posible y es intere­ sante. El mismo nos convenció, en otra reunión, de que nuestros anun­ cios «valían»: había que tener en cuenta la cualificación de la difusión de la revista; y entonces no soñábamos con lo que hoy es una realidad: apar­ te las suscripciones individuales, la revista llega a 1 5 0 bibliotecas munici­ pales y a la mayoría de las instituciones públicas y académicas.

4 5


Desde entonces vengo experimentando de manera dramática que en tareas como la nuestra tiene que haber una persona que — según la expre­ sión popular— e s t é en t o d o o, de lo contrario, el «edificio» se derrumba.

libre. Recordé unas palabras de Ortega que venían muy bien para titular ambas mitades: UNIverso y MULTIverso. (La tendencia a organizar los temas en torno a una idea dominante se refleja ya en los más diversos ámbitos: el nuevo y polémico director del Festival de Salzburgo, Gerard Mortier, ha logrado que se acepten sus revolucionarios planteamientos y ha propuesto que el Festival de 1 9 9 5 gire en torno a la mujer — en el de 1 9 9 4 ya logró que, por primera vez, una mujer, la norteamericana de 3 2 años Anne Manson, dirigiera la Filarmónica de Viena— ).

Por tratarse de una asociación cultural, sin objetivos de lucro, tenía­ mos derecho a la exención del IVA; pero renunciamos a ella: lo exigían la publicidad, la facturación a las instituciones públicas — que reclaman esa fórmula de pago— y nuestra presencia en las librerías. Nuestras rela­ ciones con Hacienda son absolutam ente correctas, cumpliendo con las declaraciones trimestrales y otra anual.

El prestigio de la revista hace posible que Profesores universitarios se ofrezcan a prepararnos los UNIversos. Decidido el tema de cada UNIverso, se busca a un profesor o escritor especialista en el tema, que se encar­ ga, a su vez, de buscar, por todo el ámbito del Estado español y en el extranjero, a los colaboradores que estudiarán las distintas vertientes del problema escogido.

Los estatutos exigen la existencia de una Junta Directiva, con un Pre­ sidente a la cabeza. Se creyó conveniente que el propio Director — al que se atribuía una pasión y una entrega poco frecuentes— presidiera la Junta Directiva. En ello estamos.

4.

L a R edacción

La Redacción, formada por escritores, intelectuales y profesores de gran prestigio en su ámbito de trabajo, ayuda al Director a recabar los tra­ bajos que llenarán cada número, especialmente los de MULTIverso, y discu­ te los posibles temas de UNIverso. De vez en cuando, se celebra la reunión del Consejo en Badajoz; se hace para evitar, alguna que otra vez, el despla­ zamiento — siempre puntual— a Cáceres por parte de Carlos Benítez y José Cobos, del Departamento de Matemáticas de la UEX, en Badajoz. Debo referirme a Juan Sánchez, Secretario de Redacción: antes de abordar el proyecto de la reedición de la R e v is t a d e E x t r e m a d u r a , en momentos de profunda duda — con fuerte tentación a renunciar— , el entu­ siasmo de su comentario fue determinante, como ha sido determinante su ayuda desde la Redacción. Ya con el primer número, afrontam os el problema de la «maquetación» intelectual de la revista. La fórmula de una combinación indiscrimi­ nada — m osaico— de tem as no es usada ya por ninguna publicación. Pero el uso sistemático del número m o n o g r á fic o no resulta tampoco ade­ cuado: es el que más facilita la preparación, pero es rehuido por los lec­ tores — ¿qué reacción esperar de éstos, si el tema elegido no les parece interesante?— . De ahí que optáramos por la fórmula del s e m i-m o n o g r á fic o ; la revista se dividiría en dos mitades: una parte, monográfica; la otra,

6

No quiero ocultarlo: aunque su nombre induce a pensar que el conte­ nido de la revista se refiere exclusivamente a Extremadura, se optó por atribuirle contenido universal — aunque no hay número que no contenga varios trabajos de referencia regional— . En cualquier caso, es evidente que la «cerrazón» localista trae más males que bienes: instrumento de manipulación política, el localismo a ultranza propicia, con frecuencia, la superstición y la irracionalidad.

5.

A dm inistración y organización

Debo referirme de una manera especial — con admiración, elogio y cariño— a los colaboradores que más decisivamente han contribuido a la autofinanciación y, por tanto, al éxito de la revista: Jo s é Julio García Arranz y Juan Luis de la Montaña Conchiña (Rafaela Cabello abandonó el grupo para atender unas oposiciones). Fue una suerte que los encontra­ ra en el entorno de mi trabajo habitual, es decir, en la misma Facultad de Filosofía y Letras, la cual — a través del Departamento de Historia, al que pertenezco— contribuye también al funcionamiento de la revista. El trabajo en el que me ayudan estos jóvenes es el más duro y, en cualquier caso, el menos brillante. Debo referirme a él. a) Cada cuatro meses, tres veces al año, imprimimos con tampón, en cada sobre, los tres sellos — el r e m ite y los rótulos de I m p r e s o s e In s­

7


pección p ostal — y se pega el correspondiente franqueo. Introducimos los ejemplares en los sobres. Los tres nos encargamos del traslado del «producto» a Correos. Y los tres distribuimos, a dom icilio, los ejemplares destinados a los suscriptores de la ciudad de Cáceres. Como yo hago, a pie, un recorrido de dos kiló­ metros, cuatro veces al día, no siento dificultad alguna en ese trabajo: lo que ocurre es que algunos suscriptores se emocionan viendo al mismísimo Director — y Presidente de la Junta Directiva— entregarles personalmente la revista. ¡Qué se le va a hacer!

b)

A ese trabajo, hay que añadir otro, cuando se trata del primer número de cada año: implica la emisión de los recibos domiciliados en entidades bancarias, que rellena Jo s é Julio escribiendo con mayúsculas geométricas e impecables todos los datos, incluidos la dirección y el men­ saje «Páguese por este recibo a...». Juan Luis rellena los impresos de los Reembolsos, que llevamos, los dos, a Correos. Hay que advertir que Juan Luis es, además, secretario y tesorero, ayudándome de manera decisiva en la administración y control de los movimientos económ icos, incluidas la relaciones con Hacienda; sustituye, en ello, a María Teresa Mateos, antigua jefa de la Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras, cuya ayuda en los primeros pasos de la revista es impagable: su destinación para jefa de la Biblioteca General de la Universidad le impidió seguir en la Junta Directiva.

c) Jo sé Julio confecciona, para la prensa, los anuncios con el boletín de suscripción y me ayuda a resolver la ilustración de la portada de la revis­ ta. Por otro lado, me ayuda a liquidar con las librerías de Cáceres. La rela­ ción con las de Badajoz corre a mi cargo, aprovechando mis esporádicos viajes a aquella ciudad. Fue Jo s é Julio quien me tradujo gráficamente — para el logotipo de la revista— el universalismo que queríamos imprimir a la publicación. d)

Son de mi incumbencia la visita al Apartado, el control y anota­ ción de ingresos y gastos, en sendos libros, la entrega de las facturas a los anunciantes y la relación con la Imprenta. Estos tres «jornaleros» — Jo s é Julio, Ju an Luis y yo— no sólo no cobramos por nuestro servicios, sino que, además, pagamos nuestras sus­ cripciones, previamente domiciliadas. Tales menesteres no implican mérito alguno por parte mía — la revis­ ta me devuelve satisfacciones suficientes— , siendo, en cambio, altamente

8

meritorios por parte de Jo s é Julio y Ju an Luis. Para aliviar su trabajo, acabamos de «fichar» — para unirse a ellos— a Pablo Blanco, que acaba de ganar una plaza de profesor asociado en la Facultad de Filosofía y Letras, al igual que Jo sé Julio. Los tres son magníficos intelectuales, que atienden actualmente interesantes trabajos de investigación. Los tres fue­ ron brillantes alumnos míos — aunque no son filósofos, sino historiado­ res— . Respecto a Juan Luis hay que añadir que es «flauta» de un grupo dedicado a la música antigua y «batería» de otro dedicado a música más reciente, además de un excelente experto en informática. En una tarea de tal índole, nadie se extrañará de que se nos «olvi­ den», a veces, determinados formalismos, que solemos reparar, por la vía rápida, en la Asamblea anual: no podemos permitir que la burocracia aho­ gue un proyecto tan bello como la Revista d e Extrem adura.

6.

O br a d e creación

La revista no consiste sólo en las vicisitudes que acabo de exponer. Conlleva también todos los avatares de una obra de arte, quiero decir, de una creación: desde que se tienen en las manos las colaboraciones y se las combina y conjuga adecuadamente para que cada número adquiera una personalidad determinada, hasta la llegada de los ejemplares y el pla­ cer de verificar que su realidad responde al proyecto ideado, pasando por la búsqueda de las ilustraciones pertinentes, la corrección de pruebas, uno vive un proceso casi biológico, una especie de parto; cuando se contem­ pla por primera vez el número recién impreso, uno tiene la sensación de contemplar una criatura propia. La emoción revive en cada número.

7.

In t er és d e la experiencia

Si alguna dimensión ejemplar posee nuestra gestión, ella se movería en el sentido de que se pueden realizar tareas culturales de cierta enverga­ dura sin estar permanentemente mendigando patrocinios, ayudas o sub­ venciones. Sólo se requiere una pasión mínima. La significación de nuestro trabajo es doble. Prestamos un servicio a la sociedad de la que form am os parte, com o hace cualquier ciudadano desde su profesión y desde su puesto de trabajo. Nuestra profesión es la

9


cultura científica, que realizamos desde las Instituciones Académicas o bien desde los Medios de comunicación social — com o es el caso de la revis­ ta— . Por otro lado, testimoniamos, repitiéndola en un contexto diferente, la extraordinaria aventura que la R evista d e E x trem ad u ra vivió en el comienzo mismo de este siglo, a cuyas postrimerías corresponde su segun­

da época.

8.

El

fu tu ro

r

Deseamos que los lectores vean y sientan la revista como algo entra­ ñable. Nosotros, al menos, la generamos y la producimos en una convi­ vencia de profunda humanidad. El proyecto ha fu n cion ado, desmintiendo a los escépticos. Ahora, se trata de contin u arlo: pero no será posible sin el apoyo de nuestros sus­ criptores, anunciantes y amigos. Hagamos votos por otros cinco años, de los que daremos cumplida cuenta, como hacemos hoy con los cinco ya recorridos. R omano

G a r c ía

Indices de la Revista de Extremadura (Números 1-15, segunda época) I.

Ín d i c e d e a u t o r e s

Estudios AGUADO, Ana: R e la cio n es d e g é n e r o y con stru cción d e la s o c ie d a d liberalburguesa, n. 13 (1994), pp. 25-32. AGUNDEZ, Jo sé Antonio: El arch iv o H a p p en in g & Fluxus d e W o lf V ostell, n. 1 (1990), pp. 85-90. AJANGIZ, Rafael: Insumisión, n. 9 (1992), pp. 15-18. ALBA, Miguel: Pervivencia d e un rasgo d e cultura m aterial en la fro n tera lusoextremeña: El en chin ado, n. 7 (1992), pp. 87-94. ALMUIÑA, Celso: El actual m o d elo inform ativo, n. 10 (1993), pp. 13-20. ALVARADO, Eduardo: M edio am bien te y fin al d e siglo, n. 1 (1990), pp. 15-20. AMBROSIO FLORES, Alfonso: L as B ib lio tecas P ublicas M unicipales: R ealid ad y servicios en Extrem adura, n. 10 (1993), pp. 97-106. AYALA, J . A.: M asonería y p olítica, n. 4 (1991), pp. 25-34. AZAÑA, Manuel: D iscurso en el Campo de Comillas (Madrid), n. 3 (1990), pp. 93-94. — : Cartas a Unamuno, n. 3 (1990), pp. 19-36. BALLESTEROS DONCEL, Antonio: L os m ochileros, n. 7 (1992), pp. 33-36. BAÑEZA DOMÍNGUEZ, Tirso: S o b re e l origen d e las d ificu ltad es d e una ética ecológica, n. 8 (1992), pp. 93-102. BAQUE MANZANO, Lucas: D el etn ocen trism o al co m p lejo d e su p eriorid ad d e O ccidente, n. 7 (1992), pp. 121-126.

11


BARAJAS, Eduardo: Francisco P atricio d e B erguizas (1759-1810), n. 4 (1991), pp. 81-92.

COBOS BUENO, José: Francisco Vera F ernández d e C órdoba, un m atem ático ex trem eñ o, n. 5 (1991), pp. 53-58.

— : Don N icolás Díaz P érez y Portugal, n. 13 (1994), pp. 79-83.

---- : V entura R ey es P rósp er: una a p ro x im a ció n al cie n tífic o , n. 12 (1993) pp. 101-126.

BARRIENTOS ALFAGEME, Gonzalo: El territorio d e la C om u nidad A utón om a d e E xtrem adura, n. 12 (1993), pp. 91-99.

CONTRERAS, Francisco Xabier: In form e para la R eal A udiencia d e E xtrem adu ­ ra so b re los p u eblos fronterizos, realizado en 1 791, n. 7 (1992), pp. 3-32.

BECARUD, Jean: S ob re un libro obligado: “M anuel A zañ a”, d e G im én ez C aba­ llero, n. 3 (1990), pp. 101-102.

CORCHETE GONZALO, Santiago: A gricultura ex trem eñ a (1992), pp. 61-74.

BENÍTEZ, Julio: ¿Por q u é ca d a in dividu o re s p o n d e d e m o d o d ife r e n t e a los m edicam entos?, n. 6 (1991), pp. 59-64.

CORDOBA, J . J . y otros: «D ehesa d e Extrem adura», d en om in ación d e origen para los ja m on es d e la región ex trem eñ a, n. 1 (1990), pp. 77-84.

BERNAL GARCÍA, T.: Crítica m oral y m anipulación: el cin e co m o posibilidad, n. 5 (1991), pp. 11-18.

CORO, F. R. del: Iglesia católica, ca tó lico s y m ason ería, n. 4 (1991), pp 7380.

BLANCO CARRASCO, José Pablo: S o b re cam p esin os y d esertores. A proxim a­ ción histórica a la d eso bed ien cia civil, n. 9 (1992), pp. 23-36.

CUARTERO, S.: La m ujer y la m asonería, n. 4 (1991), pp. 67-72.

BLANCO CORONADO, Francisco R.: Introducción a la historia d e la conserva­ ción d e la naturaleza en E xtrem adura, n. 8 (1992), pp. 75-92. BRA OJO S GARRIDO, Alfonso: C atalogación , in form atización y an álisis d e la pren sa iberoam erican a en España, n. 10 (1993), pp. 33-42. CANTERLA, Cinta: E lem e n to s p a ra una p ra g m á tica lin gü ística fe m en in a , n. 13 (1994), pp. 43-48. CAPELLA, J . R., GORDILLO, J . L. y ESTÉVEZ ARAUJO, J . A.: L a O bjeción d e con cien cia an te el Tribunal C onstitucional, n. 9 (1992), pp. 19-22. CAPITEL, Antón: En torn o a los criterios d e la restau ración ar qu itectón ica , n. 2 (1990), pp. 3-10. CARANDE, Bernardo Víctor: S o le d a d d e P a la c io P resid en cial, n. 3 (1990), pp. 83-94. ---- :

R am ón C aran de y A lm endral, n. 15 (1994), pp. 93-99.

CARDALLIAGUET QUIRANT, Marcelino: O rdenación jurisdiccional y territorial d e E xtrem adura en los siglos XV y XVI, n. 12 (1993), pp. 29-40.

en

e l siglo

X X I,

n. 8

CHAPARRO GÓMEZ, César: L as H u m an id ad es en e l sistem a ed u cativ o e s p a ­ ñol, n. 8 (1992), pp. 103-114. DELGADO IDARRETA, J . M.: L a rep resió n d e la M ason ería, n. 4 (1991), pp. 51-56. ---- : La pren sa política d el siglo xix en L a Rioja, n. 10 (1993), pp. 65-70. DEVESA ALCARAZ, J . A.: P r o te g e r a lo s v eg eta les es tarea d e to d o s, n 6 (1991), pp. 53-58. DÍAS DA COSTA, Francisco: A nton io Giáo, um g ran d e d en tista ibérico. A nto­ nio Giáo, un gran científico ibérico, n. 7 (1992), pp. 101-112. EDITORIAL de la revista LEVIATÁN (octubre 1935): El m ito d e A zaña, n. 3 (1990), pp. 89-92. ESTÉVEZ MOLINERO, Ángel: M odern ism o y 98: A ctitudes y con tex tos, n. 10 (1993), pp. 87-96. FERNÁNDEZ, P. V.: La m ason ería ex trem eñ a, n. 4 (1991), pp. 43-51. FERNÁNDEZ CABELLO, José Antonio y DÍAZ MARÍN, Pedro: “E l lu c h a d o r”, diario repu blicano d e A licante (1931-1939), n. 10 (1993), pp. 71-78.

CARRAPISO ARAUJO, Manuel: Del esta d o d el bien estar a la com u n idad em an ­ cipada (en torno a E ntre la justicia y el m ercad o de Romano Garda), n. 12 (1993), pp. 133-139.

FERNÁNDEZ CASTILLO, Jesús M.: ¿Qué es un número?, n. 6 (1991), pp 2744.

CARRASCO GONZÁLEZ, Juan M.: Una fr o n t e r a p a r a E x trem ad u ra , n. 7 (1992), pp. 95-100.

FERNÁNDEZ MARTIN, Pilar: L a im agen sugerida: la ela b ora ció n narrativa d e la novela rosa, n. 11 (1993), pp. 53-62.

CASIMIRO, F. L.: R epublicanism o y m asonería, n. 4 (1991), pp. 35-42.

FERRER BENIMELI, J . A.: A zaña y la m asonería, n. 3 (1990), pp. 53-58.

CERRILLO MARTÍN DE CÁCERES, Enrique: L a institucionalización d el esp acio ex trem eñ o en la antigüedad, n. 12 (1993), pp. 3-14.

---- : M asones esp a ñ o les d e la G uerra d e la In d ep en d en cia a hoy, n. 4 (1991) pp. 17-24.

CLEMENTE RAMOS, Julián: L a E xtrem adura cristiana m edieval. Fun dam en tos institucionales, n. 12 (1993), pp. 15-28.

---- : Qué es la m asonería, n. 4 (1991), pp. 7-16.

13 12


FERRERO CANTISAN, Juan J.: Situación d e la avifauna y los esp acios natura­ les en Extrem adura, n. 8 (1992), pp. 49-60.

LEPORE, Renato: La m áquina d el tiem p o: darw inism o social y ciencia-ficción, n. 11 (1993), pp. 3-10.

GALÁN RODRÍGUEZ, Pilar, HARTO TRUJILLO, M.a Luisa: M itología fem en in a y R enacim iento. L a intim idad d e un p oeta , n. 15 (1994), pp. 47-62.

LÓPEZ DÍAZ, Monserrat: La p u blicid ad en la cultura d e m asas, n. 11 (1993), pp. 63-72.

GAVALDÁ TORRENTS, Antoni: La pren sa en una ciudad m edian a d e Catalun­ ya: Valls (Tarragona) a lo largo d el siglo xix, n. 10 (1993), pp. 79-86.

LÓPEZ JAEN, Juan: L os conjuntos históricos d e España. (C uestiones urbanas), n. 2 (1990), pp. 11-18.

GALLARDO, Juan F., GONZÁLEZ, M.a Isabel: S u elo s d e E x trem ad u ra , n. 8 (1992), pp. 5-28.

LÓPEZ OLIVARES, Diego: El d esa rro llo turístico en el esp a cio d e la C om u ni­ dad A utón om a Valenciana, n. 14 (1994), pp. 11-30.

GARATE ROJAS, Ignacio: G uadalupe, hoy, n. 2 (1990), pp. 27-38. GARCÍA, Romano: Revista para un nuevo m ilenio, n. 1 (1990), pp. 3-4.

LORENZANA DE LA PUENTE, Felipe: Extrem adura, siglos xvii-xvm. L a fr o n te ­ ra co m o con dicion an te político, n. 7 (1992), pp. 49-70.

— : M iedo y lucidez en la transición m ilenaria, n. 1 (1990), pp. 21-34.

— : A zañología, n. 3 (1990), pp. 3-4. — : Etica y política en M anuel Azaña, n. 3 (1990), pp. 37-52. — : L a cu ltura c o m o a ctiv id a d n o u tilitaria. C in co a ñ o s d e la “R ev ista d e E xtrem adu ra” (segunda época), n. 15 (1994), pp. 3-10. GARCÍA GALINDO, Juan Antonio: P erio d ism o y p olítica en la E sp añ a d e la transición, n. 10 (1993), pp. 21-31.

Los p erfiles p olíticos e institucionales d e E xtrem adu ra en la E d ad M oder­ na, n. 12 (1993), pp. 41-56.

MALGESINI, Graciela: L a fem in iza ción d e la p o b rez a y e l p ro b lem a d e l d e s a ­ rrollo hum ano, n. 13 (1994), pp. 59-68. MARROQUÍN, A. y GARCÍA, J . A.: E l p o s ib le ca m b io clim ático y sus e fe c to s p oten ciales, n. 6 (1991), pp. 45-52. MARTÍN JIMÉNEZ, Alfonso: T iem p o cósm ico y tiem p o hu m an o en la vuelta al m undo en och en ta días, n. 11 (1993), pp. 11-22.

GARCÍA GONZÁLEZ, Leandro: E xtrem adu ra. E n clave cultural, n. 14 (1994), pp. 91-108.

MERCIER, Arnaud: La Prensa y el P oder, n. 10 (1993), pp. 32.

GARCÍA PEREZ, Juan: R ealizacion es y din ám ica histórica d el secto r industrial en E xtrem adura (1500-1988), n. 2 (1990), pp. 79-96.

MERINO DE CÁCERES, José Miguel: El “elg in ism o” en España. A lgunos d atos sobre el ex p olio d e nuestro patrim onio monumental, n. 2 (1990), pp. 39-70.

---- : E spañ olism o, universalidad, au ton om ía político-adm istrativa y an t¡catala­ nismo. E l sistem a d e valores d e los regionalistas ex trem eñ os (1860-1975), n. 12 (1993), pp. 71-90.

MONTANA CONCHIÑA, Juan Luis de la: Indices d e la “Revista d e E xtrem adu ­ r a ” (segunda ép o ca [1990-19941: n. 1-15), n. 15 (1994), pp. 11-31.

GARCÍA-HIERRO MEDINA, Juan: Joa qu ín C astel o el regen eracion ism o hidráu­ lico extrem eñ o, n. 13 (1994), pp. 69-78. GIMÉNEZ CABALLERO, E.: A zaña y el A ten eo, n. 3 (1990), pp. 95-100. GONZÁLEZ LÓPEZ, Aurelio: D e la resisten cia a la d isid en cia , n. 9 (1992), pp. 3-10.

MORENO, G., ILLANA, C.: L o s hon g os y los prin cipales ecosistem as d e E xtre­ m adura, n. 8 (1992), pp. 37-48. MUÑOZ GUTIÉRREZ, Manuel: A p u n tes sig n ificativ os d e l d esa rr o llo turístico d el litoral gaditano, n. 14 (1994), pp. 31-36. NAVARRO GONZÁLEZ, Juan A.: S ob re las teorías físicas, n. 6 (1991), pp. 3-12.

GUTIÉRREZ LLERENA, Felipe, HERNÁNDEZ GIL, Dionisio: El tem p lo d e Diana en Mérida, n. 2 (1990), pp. 19-26.

NETO SALVADO, María Adelaide: M igragióes e flu x o s co m erciá is na raia da B eira in terior. M igracion es y flu jo s c o m e r c ia le s en la raya d e la B eira interior, n. 7 (1992), pp. 37-48.

HERMOSILLA ÁLVAREZ, M.a Ángeles: M anuel A zaña, escritor, n. 3 (1990), pp. 71-82.

NOGALES FLORES, J . Tomás: La m icroin form ática en el trabajo d el h istoria­ dor, n. 2 (1990), pp. 71-78.

HUBERT, Michel: L os destin os cruzados d el arte, n. 1 (1990), pp. 35-48.

PACHÓN RAMÍREZ, A: El son id o d el cine, n. 5 (1991), pp. 19-26.

HUESO MONTÓN, A. J .: ¿Crisis d el cin e o nuevo cam in o d e la imagen?, n. 5 (1991), pp. 3-10.

PANIAGUA, Jesús y otros: C on sid eracion es so b re e l im p acto d e la radioactivi­ dad m ed ioam bien tal en la p ob lación hum ana, n. 1 (1990), pp. 69-76.

LEO BERROCAL, Isabel: A c e r c a m ie n to a La cuarentena d e Ju a n G oy tiso lo, n. 15 (1994), pp. 123-135.

PÉREZ CHISCANO, J . L.: L a vegetación natural d e Extrem adura, n. 8 (1992), pp. 29-36.

14

15


PÉREZ GONZÁLEZ, Fernando Tomás: J o s é S eg u n d o F lórez, un a lb a c e a d e Augusto C om te, n. 9 (1992), pp. 53-62.

SÁNCHEZ RIVERO, Marcelino: L a d em a n d a turística en E xtrem adu ra, n. 14 (1994), pp. 47-62.

POUTET, H.: De los carteles turísticos al cielo, n. 14 (1994), pp. 3-10.

SÁNCHEZ RIVERO, M., RENGIFO, J. L., GARCÍA, Leandro: Extrem adura. Una región turística d e interior, n. 14 (1994), n. 14 (1994), pp. 37-46.

RAMALLO ASENSIO, G., L a figura d el p a d re en el últim o cin e am erican o d e los ochen ta, n. 5 (1991), pp. 27-40. RAMOS, María Dolores: El triunfo d e Palas A ten ea o la incidencia d el fem in is­ m o en las ciencias sociales, n. 13 (1994), pp. 1-12. RENGIFO GALLEGO, Juan Ignacio: A p rov ech am ien to turístico d e los recursos naturales d e Extrem adura, n. 14 (1994), pp. 63-76. ROBLES, Laureano: C orrespon den cia d e A zaña con Miguel d e Unamuno, n. 3 (1990), pp. 5-8. RODRÍGUEZ DE LAS HERAS, Antonio: N aveg ar p o r la in form ación , n. 1 (1990), pp. 5-14. RUIZ SOMAVILLA, María José: E ntre lo privado y lo p ú blico: la construcción d e la identidad fem en in a en los textos d e higiene (siglos xvi y xvu), n. 13 (1994), pp. 13-24. SÁNCHEZ DE LA CALLE, José Antonio: La guerra civil y la posguerra en Plasencia (1936-1944), n. 15 (1994), pp. 63-91. SÁNCHEZ FERRÉ, P.: M asonería y m ovim iento ob rero en España, n. 4 (1991), pp. 57-66. SÁNCHEZ GARCÍA, Rosa María: El en clave Oliventino, un subsistem a d efen si­ vo en la fron tera hispano-portuguesa, n. 7 (1992), pp. 71-86. SÁNCHEZ GONZÁLEZ, Juan: L a “Revista d e E x trem ad u ra” (1899-1911): D oce añ os d e cultura en la región E xtrem eña, n. 1 (1990), pp. 57-68. ---- : P ren sa y transm isión d e id eología. El fed e ra lism o p la cen tin o du ran te el S ex en io D em ocrático, n. 5 (1991), pp. 63-80. ---- : L a h em ero g ra fía ex trem eñ a : D os im p ortan tes a p o rta cio n es a la historia regional, n. 10 (1993), pp. 43-52. SÁNCHEZ LOMBA, Francisco M., ÁVILA CORCHERO, M. J„ MOHEDAS MARTORAN, E., PAREDES PÉREZ, M., PEDRAZO POLO, M„ VÉLEZ IZQUIER­ DO, O., VERGEL GIL, A.: A n o ta cio n es s o b r e e l cin e en C á ceres, n. 5 (1991), pp. 41-52.

SANTANO MORENO, Bernardo: L a cultura m anuscrita: la p rod u cción y d ifu ­ sión d e obras en la Inglaterra m edieval, n. 11 (1993), pp. 77-94. SERRA Y BUSQUETS, Sebastián y COMPANY MATAS, Arnau: L o s estu d ios so b re la p ren sa d e las Islas B aleares, n. 10 (1993), pp. 53-64. SO TO HARDINAM, Paul, TO RRES RIESCO, Juan Carlos: El tu rism o rural, n. 14 (1994), pp. 77-90. TEJIDO MALLART, J . M.: N eg arse a cu m p lir e l serv icio m ilitar en E u rop a, n. 9 (1992), pp. 11-14. TIMOTEO ÁLVAREZ, Jesús: C orrer y pensar. L as d em an d as d el m ercad o y el consu m o d e inform ación, n. 10 (1993), pp. 5-12. UGALDE SERRANO, Mercedes: L a h istoria d e las m u jeres y la h istoria d el nacionalism o: una convergencia necesaria, n. 13 (1994), pp. 33-42. UNAMUNO, Miguel de y ABAD, F.: In sp ección escolar. L as H u rdes a p rin ci­ p io s d e siglo. Introducción y notas de Laureano Robles, n. 6 (1991), pp. 65-98. VALENZUELA CALAHORRO, Cristóbal: E v olu ción d e l c o n c e p to d e á to m o , n. 6 (1991), pp. 13-26. VAZ-ROMERO NIETO, Manuel: P ob reza cultural y dirigism o id eo ló g ico en la posguerra cacereñ a. Dos instituciones extrem eñ as, n. 9 (1992), pp. 37-52. VEGA, María José: Alta literatura y literatura d e consu m o: la escen a d e la an i­ mación en Frankenstein, n. 11 (1993), pp. 23-38. VERA BALANZA, M.a Teresa: Del esp a cio d om éstico a la ald ea global. Mujer y com unicación. Una reflexión teórica, n. 13 (1994), pp. 49-58. WALDMAN, Berta: El im perio d e las pasion es: una lectura d e las novelas fo lle ­ tín d e N elson Rodrigues, n. 11 (1993), pp. 39-52.

Creación

SÁNCHEZ MARROYO, Fernando: A zaña y E xtrem adura, n. 3 (1990), pp. 5970.

ÁNGEL LAMA, Miguel: Susana se m ató, n. 5 (1991), pp. 81-84.

---- : E xtrem adura en la ép o ca con tem porán ea. La creación d e un ám bito terri­ torial, político y adm inistrativo, n. 12 (1993), pp. 57-70.

ARAGON MATEOS, Santiago: A la erm ita d e S an A n tón le ha c r e c id o una torre, n. 4 (1991), pp. 97-103.

SÁNCHEZ PASCUAL, Ángel: R e c r e a c io n e s d e un p o e t a a se sin a d o , n. 12 (1993), pp. 127-132.

BAQUE MANZANO, Lucas: Un fra g m en to d e literatura egipcia. El gran H im no a Atón, n. 15 (1994), pp. 33-46.

17


BERNAL, José Luis: P oem as, n. 8 (1992), pp. 115-116. CÁCERES, Ángeles: D e libros y oscu rid ad es (o elo g io d e los K am ikazes), n. 6 (1991), pp. 99-102. DÍAS DA COSTA, Francisco: As án foras d e cristal, n. 13 (1994), pp. 121-122.

CAVERO PÉREZ, Clara: C a rlo s C an o, e l ju g lar d e G ran ad a, n. 15 (1994), pp. 103-119. ESTÉVEZ MOLINERO, Ángel: En torn o a “L a p r o s a d e M anuel A z a ñ a ”, de María Ángeles Hermosilla Álvarez, n. 9 (1992), pp. 79-84.

ESPANCA, Florbela: 2 8 so n eto s. Versión, introducción y notas de Carlos Clementson, n. 11 (1993), pp. 95-130.

GALÁN RODRÍGUEZ, Carmen: C o m p eten cia lingüística. E lem en tos d e la teo ­ ría d el hablar, por E. Coseriu, n. 12 (1993), pp. 141-143.

FUENTES, José M.: Fabulario d e la H orca, n. 4 (1991), pp. 93-96.

GARCÍA, A. V.: C arlos Cano. C om positor, can tan te y em presario, n. 15 (1994), pp. 121-122.

GALÁN RODRÍGUEZ, Pilar: Ex intacta Virgine, n. 6 (1991), pp. 103-106. LÓPEZ OTAROLA, Jo sé M.a: T rilogía p a ra una tierra (E xtrem adu ra), n. 15 (1994), pp. 101-102. MAÑAS NÚÑEZ, Manuel: Prem ura, n. 7 (1992), pp. 129-130. — : M om entos d e am or, n. 13 (1994), pp. 123-124. MARTÍN BAÑOS, Pedro V.: P oem as, n. 14 (1994), pp. 119-120. MARTÍNEZ ZAMORA, Laly: P oem a, n. 9 (1992), pp. 75-77. MIGUEL, José de: P oem as, n. 6 (1991), pp. 107-110. RODRÍGUEZ, Claudio, La encina, n. 1 (1990), pp. 98-100. ROJAS, Carlos: ¿C óm o se llam a el país d o n d e fui P residen te d e la República?, n. 3 (1990), pp. 103-114. SÁNCHEZ GARCÍA, Luis María: C uando yo m e muera, n. 15 (1994), pp. SÁNCHEZ MORA, Santiago: Cristo d e los m ilagros, n. 3 (1990), pp. 115-117. SERRANO, Miguel: P oem as, n. 5 (1991), pp. 85-88.

GÓMEZ FLORES, J . M.a: R efu n d a c ió n d e l A te n e o d e C á ceres, n. 1 (1990), pp. 107-109. GONZÁLEZ SALVADOR, Ana: En torn o al C on g reso Intern acion al “C arlos V y la noción d e Europa, n. 12 (1993), pp. 147-150. GRANJEL, Luis S.: F elip e Trigo y Unamuno, n. 5 (1991), pp. 59-62. HIDALGO, Antonio: Crónica regional, P rim er alien to d e la d écada, n. 1 (1990), pp. 113-118. ---- : Crónica regional, El esp ejo d e d os cara, n. 2 (1990), pp. 107-112. ---- : Crónica regional, El etern o ju eg o d e las luces y las som bras, n. 3 (1990), pp. 119-120. ---- : Crónica regional, E ntre lluvia, n. 4 (1991), pp. 115-119. — : Crónica regional, Prom esas, n. 5 (1991), pp. 89-93. — : Crónica regional, La com ed ia y la tragedia, n. 6 (1991) pp. 111-114.

TEJEDOR, Asunción: Un réquiem para Vissotsky, n. 7 (1992), pp. 127-128.

— : Crónica regional, El añ o d e las luces, n. 7 (1992), pp. 131-134.

TIEMBLO, Ángel: P oem as, n. 10 (1993), pp. 107-108.

— : Crónica regional, Incertidum bres y esp eran zas, n. 8 (1992), pp. 117-122.

VILLAR LEDESMA, Agustín: C repu scu lario m en or (fragm ento), n. 13 (1994), pp. 115-120.

— : Crónica regional, M eses intensos, m eses d ifíciles, n. 9 (1992), pp. 9 5 -9 9 . ---- : Crónica regional, El fa cto r econ óm ico, n. 10 (1993), pp. 113-119. ---- : Crónica regional, Ó leo d e grises, n. 11 (1993), pp. 131-136.

N otas, com en tarios y entrevistas BARRETO HERNÁNDEZ, Carlos; LÓPEZ MONROY, Hilario; CARDALLIAGUET QUIRANT, Marcelino: P olém ica: P u blicacion es so b re E xtrem adu ra, n. 14 (1994), pp. 131-133. BONMATI, Luis T .: El p r e m io “C á c e r e s ”, d e s d e la o tra pu n ta, n. 9 (1992), pp. 89-94.

IGLESIAS ZOIDO, Juan Carlos: L o s in d o e u r o p eo s y los oríg en es d e E uropa. L engu aje e historia, de Francisco Villar, n. 13 (1994), pp. 125-128. LÓPEZ ARIZA, Francisco: L o s E x tr em eñ o s d e la co n q u ista , n. 14 (1994), pp. 127-130. LOZANO BARTOLOZZI, María del Mar: VIII C on greso N acional d e H istoria d el Arte, n. 3 (1990), pp. 125-127.

CARANDE, Bernardo Víctor: L a revista “Cruz y R ay a”, n. 9 (1992), pp. 63-70.

MAÑAS NÚÑEZ, Manuel: L a sátira latina, edición de Jo sé Guillen Cabañero, n. 9 (1992), pp. 85-88.

CARRAPISO ARAUJO, Manuel: W ittgen stein : fin d e sig lo, n. 1 (1990), pp. 101-106.

MORÍN, E„ VERDÚ, V., CALVINO, I.: Bisagra p ara d os m ilenios, n. 1 (1990), pp. 49-56.

18

19


NAVAREÑO MATEOS, Antonio: Curso “La unión d e Europa. R aíces d e la en ti­ d ad E u ro p ea ”, n. 13 (1994), pp. 129-131.

P atrim onio

PASTOR BLÁZQUEZ, Monserrat: XVII C on greso Intern acion al d e C iencias his­ tóricas, Madrid, del 26-8 al 2-9 de 1990, n. 4 (1991), pp. 103-108.

CAPITEL, Antón: En torn o a los criterios d e la restau ración arq u itectón ica , n. 2 (1990), pp. 3-10.

PÉREZ GONZALEZ, Fernando Tomás: Carta blan ca so b re una negra leyenda, n. 12 (1993), pp. 143-146.

GARATE ROJAS, Ignacio: G uadalupe, hoy, n. 2 (1990), pp. 27-38.

PLASENCIA PLASENCIA, Vicente: L a A so cia ció n M usical C a cereñ a , n. 1 (1990), pp. 91-94. — : “H er o d ia d e” en el T eatro R om ano, n. 2 (1990), pp. 97-103. SALAS, Ada: El corazón ungido p o r la fiebre, n. 2 (1990), pp. 103-105. SÁNCHEZ PASCUAL, Ángel: “L a en c in a ” d e C lau dio R odríguez, n. 1 (1990), pp. 95-97.

GUTIÉRREZ LLERENA, Felipe, HERNÁNDEZ GIL, Dionisio: El tem p lo d e Diana en Mérida, n. 2 (1990), pp. 19-26. LÓPEZ JAÉN, Juan: L os conjuntos históricos d e España. (Cuestiones urbanas), n. 2 (1990), pp. 11-18. MERINO DE CÁCERES, José Miguel: El “elg in ism o” en España. A lgunos datos sobre el ex p olio d e nuestro patrim onio monumental, n. 2 (1990), pp. 39-70.

SIMÓN VIOLA, Manuel: El retrato y el esb o z o (‘procedimientos descriptivos’, en Ju eg o s d e la ed a d tardía), n. 14 (1994), pp. 109-117. UZQUIZA, Ignacio: L o rea l m a ra v illo so en L a tin o a m é ric a (congreso), n. 4 (1991), pp. 109-114. VEGA, M.a José: L a literatu ra c o m o o rd en : En la m u erte d e N orth rop Frye, n. 9 (1992), pp. 71-74. ---- : R evisión d e la teo ría literaria fem in ista : Mary E ag leto n , n. 10 (1993), pp. 109-112. — : L a presen cia insidiosa: A rte y literatura fascistas, n. 14 (1994), pp. 121125.

II.

Ín d i c e d e m a t e r i a s

Azaña AZAÑA, Manuel: Cartas a Unamuno, n. 3 (1990), pp. 9-18. — : Discurso en el Campo de Comillas (Madrid), n. 3 (1990), pp. 90-94. BECARUD, Jean: S ob re un libro obligado: “M anuel A zañ a”, d e G im én ez C aba­ llero, n. 3 (1990), pp. 101-102. CARANDE, Bernardo Víctor: S o le d a d d e P a la cio P resid en cial, n. 3 (1990), pp. 83-94. EDITORIAL de la revista “LEVIATÁN” (octubre 1935), El m ito d e A zaña, n. 3 (1990), pp. 89-90 l'ERRER BENIMELI, J. A.: A zaña y la m asonería, n. 3 (1990), pp. 53-58.

A.

Universo

Fin d e siglo

GARCIA, Romano: A zañología, n. 3 (1990), pp. 3-4. — : Ética y Política, en Manuel Azaña, n. 3 (1990), pp. 37-52. GIMÉNEZ CABALLERO, E.: A zaña y el A ten eo, n. 3 (1990), pp. 95-100.

ALVARADO, Eduardo: M edio a m b ien te y fin a l d e siglo, n. 1 (1990), pp. 15-

20 . GARCÍA, Romano: M iedo y lu cid ez en la tran sición m ilen aria, n. 1 (1990) pp. 21-34. HUBERT, Michel: L os destin os cruzados d el arte, n. 1 (1990), pp. 35-48. MORÍN, E., VERDÚ, V., CALVINO, I.: Bisagra p ara d os m ilenios, n. 1 (1990), pp. 49-56. RODRÍGUEZ DE LAS HERAS, Antonio: N aveg ar p o r la in form ación , n. 1 (1990), pp. 5-14.

20

HERMOSILLA ÁLVAREZ, M.a Ángeles: M anuel A zaña, escritor, n. 3 (1990), pp. 71-82. ROBLES, Laureano: C orrespon den cia d e A zaña con Miguel d e Unamuno, n. 3 (1990), pp. 5-8. ROJAS, Carlos: ¿C óm o se llam a el país d o n d e fui P resid en te d e la República?, n. 3 (1990), pp. 103-114. SÁNCHEZ MARROYO, Femando: Azaña y Extrem adura, n. 3 (1990), pp. 59-70. SÁNCHEZ MORA, Santiago: Cristo d e los m ilagros, n. 3 (1990), pp. 115-117.

21


M asonería

MARROQUÍN, A. y GARCÍA, J . A.: El p o s ib le ca m b io clim ático y sus efe c to s p oten ciales, n. 6 (1991), pp. 45-52.

AYALA, J . A.: M asonería y política, n. 4 (1991), pp. 25-34.

NAVARRO GONZÁLEZ, Juan A.: S ob re las teorías físicas, n. 6 (1991), pp. 3-12.

CASIMIRO, F. L.: R epublicanism o y m asonería, n. 4 (1991), pp. 35-42.

VALENZUELA CALAHORRO, Cristóbal: E v olu ción d e l c o n c e p to d e á to m o , n. 6 (1991), pp. 13-26.

CORO, F. R. del: Iglesia católica, ca tó lico s y m ason ería, n. 4 (1991), pp. 6772. DELGADO, J. M.: La represión d e la m asonería, n. 4 (1991), pp. 51-56.

Raya hispano-portuguesa

FERNÁNDEZ, P. V.: L a m ason ería extrem eñ a, n. 4 (1991), pp. 43-í>l. FERRER BENIMELI, J. A.: Qué es la m asonería, n. 4 (1991), pp. 7-16. ---- : M asones esp a ñ o les d e la Guerra d e la In dep en d en cia a hoy, n. 4 (1991), pp. 17-24. SÁNCHEZ FERRÉ, P.: M asonería y m ovim iento ob rero en España, n. 4 (1991), pp. 57-66.

ALBA, Miguel: Pervivencia d e un rasgo d e cultura m aterial en la fro n tera lusoex trem eñ a: El en chin ado, n. 7 (1992), pp. 87-94. BALLESTEROS DONCEL, Antonio: L os m ochileros, n. 7 (1992), pp. 33-36. CARRASCO GONZÁLEZ, Juan M.: Una fr o n te r a p a r a E x trem ad u ra , n. 7 (1992), pp. 95-100. CONTRERAS, Francisco Xabier: In form e para la R eal A udiencia d e E xtrem adu ­ ra so b re los p u eblos fronterizos, realizado en 1791, n. 7 (1992), pp. 3-32.

Cine

DÍAS DA COSTA, Francisco, Antonio: A ntonio Giáo, um grande d en tista ibéri­ co. A ntonio Giáo, un gran cien tífico ibérico, n. 7 (1992), pp. 101-112.

BERNAL GARCÍA, T.: Crítica m oral y m anipulación: el cin e co m o posibilidad, n. 5 (1991), pp. 11-18.

LORENZANA DE LA PUENTE, Felipe: Extrem adura, siglos XV II-XV 1II. L a fr o n te ­ ra co m o con d icion an te político, n. 7 (1992), pp. 49-70.

HUESO MONTÓN, A. J.: ¿Crisis d el cin e o nuevo cam in o d e la imagen?, n. 5 (1991), pp. 3-10.

NETO SALVADO, María Adelaide: M igragióes e flu x o s co m erciá is na raia da B eira in terior. M ig racion es y flu jo s c o m e r c ia le s en la raya d e la B eira interior, n. 7 (1992), pp. 37-48.

PACHÓN RAMÍREZ, A: El son ido d el cine, n. 5 (1991), pp. 19-26. RAMALLO ASENSIO, G., La figura d el p a d re en el últim o cin e am erican o d e los ochen ta, n. 5 (1991), pp. 27-40. SÁNCHEZ LOMBA, Francisco M., ÁVILA CORCHERO, M. J., MOHEDAS MARTORAN, E„ PAREDES PÉREZ, M„ PEDRAZO POLO, M„ VÉLEZ IZQUIER­ DO, O., VERGEL GIL, A.: A n o ta c io n es s o b r e e l cin e en C á ceres, n. 5 (1991), pp. 41-52.

Ciencias BENÍTEZ, Julio: ¿P or q u é ca d a individu o resp o n d e d e m o d o d ife r e n te a los m edicam entos?, n. 6 (1991), pp. 59-64. DEVESA ALCARAZ, J . A.: P ro teg er a los v eg eta les e s tarea d e tod os, n. 6 (1991), pp. 53-58. FERNÁNDEZ CASTILLO, Jesús M.: ¿Qué es un número?, n. 6 (1991), pp. 27-44.

22

SÁNCHEZ GARCÍA, Rosa María: El en clave Oliventino, un subsistem a d efen si­ vo en la fro n tera hispano-portuguesa, n. 7 (1992), pp. 71-86.

E xtrem adura ecológ ica UAÑEZA DOMÍNGUEZ, Tirso: S o b re e l origen d e las d ificu ltad es d e una ética ecológica, n. 8 (1992), pp. 93-102. B1.ANCO CORONADO, Francisco R.: Introducción a la historia d e la con serv a­ ción d e la naturaleza en E xtrem adura, n. 8 (1992), pp. 75-92. CORCHETE GONZALO, Santiago: Agricultura ex trem eñ a en el siglo (1992), pp. 61-74.

X X I,

n. 8

HERRERO CANTISAN, Juan J.: Situación d e la avifauna y los esp a cio s natura­ les en Extrem adura, n. 8 (1992), pp. 49-60. GALLARDO, Juan F., GONZÁLEZ, M.a Isabel: S u elo s d e E x trem ad u ra, n. 8 (1992), pp. 5-28.

23


MORENO, G., ILLANA, C.: L os hon gos y los prin cipales ecosistem as d e E xtre­ m adura, n. 8 (1992), pp. 37-48.

TIMOTEO ÁLVAREZ, Jesús: C orrer y pen sar. L as d em a n d a s d el m ercad o y el consu m o d e inform ación, n. 10 (1993), pp. 5-12.

PÉREZ CHISCANO, J. L.: L a vegetación natural d e Extrem adura, n. 8 (1992), pp. 29-36. Literatura m arginal D esobedien cia civil AJANGIZ, Rafael: Insumisión, n. 9 (1992), pp. 15-18. BLANCO CARRASCO, José Pablo: S o b re ca m p esin os y d esertores. A proxim a­ ción histórica a la d eso bed ien cia civil, n. 9 (1992), pp. 23-36. CAPELLA, J . R., GORDILLO, J . L. y ESTÉVEZ ARAUJO, J . A.: La O bjeción d e conciencia an te el Tribunal C onstitucional, n. 9 (1992), pp. 19-22. GONZALEZ LOPEZ, Aurelio: D e la resisten cia a la d isid en cia, n. 9 (1992), pp. 3-10. TEJIDO MALLART, J . M.: N eg arse a cu m p lir e l serv icio m ilitar en E u ropa, n. 9 (1992), pp. 11-14.

FERNÁNDEZ MARTÍN, Pilar: La im agen sugerida: la ela b ora ció n narrativa d e la novela rosa, n. 11 (1993), pp. 53-62. LEPORE, Renato: L a m áquina d el tiem p o: darw inism o social y ciencia-ficción, n. 11 (1993), pp. 3-10. LÓPEZ DÍAZ, Monserrat: La p u blicid ad en la cultura d e m asas, n. 11 (1993), pp. 63-72. MARTÍN JIMÉNEZ, Alfonso: T iem po cósm ico y tiem p o hu m an o en la vuelta al m undo en och en ta días, n. 11 (1993), pp. 11-22. VEGA, María José: Alta literatura y literatura d e consu m o: la escen a d e la ani­ m ación en Frankenstein, n. 11 (1993), pp. 23-38. WALDMAN, Berta: El im perio d e las pasion es: una lectura d e las novelas fo lle ­ tín d e N elson Rodrigues, n. 11 (1993), pp. 39-52.

Prensa Extrem adura: territorio e instituciones ALMUIÑA, Celso: El actual m o d elo inform ativo, n. 10 (1993), pp. 13-20. BRA OJO S GARRIDO, Alfonso: C atalogación , in form atización y an álisis d e la pren sa iberoam erican a en España, n. 10 (1993), pp. 33-42. DELGADO IDARRETA, Jo sé Miguel: La p ren sa p o lítica d e l sig lo x ix en La Rioja, n. 10 (1993), pp. 65-70. FERNÁNDEZ CABELLO, Jo sé Antonio y DÍAZ MARÍN, Pedro: “El lu ch a d o r”, diario republicano d e A licante (1931-1939), n. 10 (1993), pp. 71-78. GAVALDÁ TORRENTS, Antoni: La pren sa en una ciudad m edian a d e Catalun­ ya: Valls (Tarragona) a lo largo d el siglo xix, n. 10 (1993), pp. 79-86. GARCÍA GALINDO, Juan Antonio.- P erio d ism o y p olítica en la E sp añ a d e la transición, n. 10 (1993), pp. 21-31. MERCIER, Arnaud: La Prensa y el Poder, n. 10 (1993), pp. 32. SÁNCHEZ GONZÁLEZ, Juan: L a h em e ro g ra fía ex trem eñ a : D os im p o rtan tes ap ortacion es a la historia regional, n. 10 (1993), pp. 43-52. SERRA Y BUSQUETS, Sebastián y COMPANY MATAS, Arnau: L o s estu d ios so b re la pren sa d e las Islas B aleares, n. 10 (1993), pp. 53-64.

24

BARRIENTOS ALFAGEME, Gonzalo: El territorio d e la C om u nidad A utón om a d e E xtrem adura, n. 12 (1993), pp. 91-99. CARDALLIAGUET QUIRANT, Marcelino: O rdenación jurisdiccional y territorial d e E xtrem adura en los siglos x v y xvi, n. 12 (1993), pp. 29-40. CERRILLO MARTÍN DE CÁCERES, Enrique: La institucionalización d el esp a cio ex trem eñ o en la antigüedad, n. 12 (1993), pp. 3-14. CLEMENTE RAMOS, Julián: La E xtrem adura cristiana m edieval. F un dam en tos institucionales, n. 12 (1993), pp. 15-28. GARCÍA PÉREZ, Juan: E spañ olism o, universalidad, au ton om ía político-adm istrativa y anticatalanism o. El sistem a d e valores d e los regionalistas ex tre­ m eñ os (1860-1975), n. 12 (1993), pp. 71-90. LORENZANA DE LA PUENTE, Felipe: L o s p er files p o lítico s e in stitu cion ales d e E xtrem adura en la E dad M oderna, n. 12 (1993), pp. 41-56. SÁNCHEZ MARROYO, Fernando: E x trem ad u ra en la é p o c a co n tem p o rá n ea . La cre a ció n d e un á m b ito territorial, p o lític o y ad m in istrativ o, n. 12 (1993), pp. 57-70.

25


Mujer

Revista de Extremadura (segunda época)

AGUADO, Ana: R ela cio n es d e g én ero y con stru cción d e la s o c ie d a d liberalburguesa, n. 13 (1994), pp. 25-32.

GARCÍA, Romano: L a cultura c o m o activ id ad no utilitaria. C in co añ os d e la “Revista d e E xtrem adu ra” (Segunda época), n. 15 (1994), pp. 3-10.

CANTERLA, Cinta: E le m e n to s p ara una p ra g m á tica lin gü ística fe m e n in a , n. 13 (1994), pp. 43-48.

MONTAÑA CONCHIÑA, Juan Luis de la -.Indices d e la “Revista d e E x trem ad u ­ r a ” (Segunda ép o c a [1990-1994]: n. 1-15), n. 15 (1994), pp. 11-31.

MALGESINI, Graciela: La fem in ización d e la p o b rez a y el p r o b lem a d el d e s a ­ rrollo hum ano, n. 13 (1994), pp. 59-68. RAMOS, María Dolores: El triunfo d e P alas A ten ea o la incidencia d el fem in is­ m o en las ciencias sociales, n. 13 (1994), pp. 1-12. RUIZ SOMAVILLA, María José: E ntre lo p rivado y lo p ú blico: la construcción d e la iden tidad fem en in a en los textos d e higiene (siglos xvi y xw/), n. 13 (1994), pp. 13-24. UGALDE SERRANO, Mercedes: L a h istoria d e las m u jeres y la h istoria d el nacionalism o: una convergencia necesaria, n. 13 (1994), pp. 33-42. VERA BALANZA, M.a Teresa: D el esp acio d om éstico a la ald ea global. Mujer y com unicación, una reflexión teórica, n. 13 (1994), pp. 49-58.

Turismo GARCÍA GONZÁLEZ, Leandro: E xtrem adu ra. E n clav e cultural, n. 14 (1994), pp. 91-108. LÓPEZ OLIVARES, Diego: El d esa rro llo turístico en el esp a cio d e la C om uni­ d ad A utón om a Valenciana, n. 14 (1994), pp. 11-30. MUÑOZ GUTIÉRREZ, Manuel: A pu n tes sign ificativ os d e l d esa rr o llo turístico d el litoral gaditano, n. 14 (1994), pp. 31-36.

B) MULTIVERSO Historia. Política. S ociología AMBROSIO FLORES, Alfonso: L as B ib liotecas P ublicas M unicipales: R ealid ad y servicios en Extrem adura, n. 10 (1993), pp. 97-106. BAQUÉ MANZANO, Lucas: D el etn ocen trism o al co m p lejo d e su perioridad d e O ccidente, n. 7 (1992), pp. 121-126. CARRAPISO ARAUJO, Manuel: D el esta d o d el bien estar a la com u n idad em a n ­ cipada (en torno a Entre la justicia y el m ercad o de Romano García), n. 12 (1993), pp. 133-139. CHAPARRO GÓMEZ, César: L as H u m an idades en el sistem a ed u cativ o e s p a ­ ñol, n. 8 (1992), pp. 103-114. GARCÍA PÉREZ, Juan: R ealizacion es y din ám ica histórica d el secto r industrial en Extrem adura (1500-1988), n. 2 (1990), pp. 79-96. LÓPEZ ARIZA, Francisco: L o s E x tr em eñ o s d e la co n q u ista , n. 14 (1994), pp. 127-130.

POUTET, H.: D e los carteles turísticos al cielo, n. 14 (1994), pp. 3-10.

NOGALES FLORES, J. Tomás: L a m icroin form ática en el trabajo d el historia­ dor, n. 2 (1990), pp. 71-78.

RENGIFO GALLEGO, Juan Ignacio: A prov ech am ien to turístico d e los recursos n aturales d e Extrem adura, n. 14 (1994), pp. 63-76.

PÉREZ GONZÁLEZ, Fernando Tomás: J o s é S eg u n d o F lórez, un a lb a c e a d e Augusto C om te, n. 9 (1992), pp. 53-62.

SÁNCHEZ RIVERO, Marcelino: L a d em a n d a turística en E x trem ad u ra, n. 14 (1994), pp. 47-62.

SÁNCHEZ DE LA CALLE, José Antonio: La guerra civil y la posguerra en Plasencia (1936-1944), n. 15 (1994), pp. 63-91.

SÁNCHEZ RIVERO, M., RENGIFO, J. L., GARCÍA, Leandro: Extrem adura. Una región turística d e interior, n. 14 (1994), n. 14 (1994), pp. 37-46.

SÁNCHEZ GONZÁLEZ, Juan: La “Revista d e E x trem ad u ra” (1899-1911): D oce añ os d e cultura en la región ex trem eñ a, n. 1 (1990), pp. 57-68.

SO TO HARDINAM, Paul, TO RRES RIESCO, Juan Carlos: El tu rism o rural, n. 14 (1994), pp. 77-90.

— : P ren sa y transm isión d e id eo lo g ía. El fe d e r a lis m o p la cen tin o d u ran te el S ex en io D em ocrático, n. 5 (1991), pp. 63-80. UNAMUNO, Miguel de y ABAD, F.: In sp ección escola r. L as H u rdes a p rin ci­ p io s d e sig lo. Introducción y notas de Laureano Robles, n. 6 (1991), pp. 65-98.

26

27


VAZ-ROMERO NIETO, Manuel: P ob reza cu ltural y dirigism o id eo ló g ico en la posguerra cacereñ a. D os instituciones extrem eñ as, n. 9 (1992), pp. 37-52.

MAÑAS NÚÑEZ, Manuel: M om entos d e am or, n. 13 (1994), pp. 123-124. MARTÍN BAÑOS, Pedro V.: P oem as, n. 14 (1994), pp. 119-120. MARTÍNEZ ZAMORA, Laly: P oem a, n. 9 (1992), pp. 75-77. MIGUEL, José de: P oem as, n. 6 (1991), pp. 107-110.

G eografía. E conom ía. E cología CORDOBA, J . J. y otros: “D ehesa d e E x trem ad u ra”, d en om in ación d e origen para los ja m on es d e la región E xtrem eña, n. 1 (1990), pp. 77-84. GARCÍA-HIERRO MEDINA, Juan: Joa qu ín C astel o el regen eracion ism o hidráu­ lico extrem eñ o, n. 13 (1994), pp. 69-78. PANIAGUA, Jesús y otros: C on sideracion es so b re el im p acto d e la radioactivi­ d ad m edioam bien tal en la población hum ana, n. 1 (1990), pp. 69-76.

SÁNCHEZ PASCUAL, Ángel: R e c r e a c io n e s d e un p o e ta a s es in a d o , n. 12 (1993), pp. 127-132. SANTANO MORENO, Bernardo: La cultura m anuscrita: la p rod u cción y d ifu ­ sión d e obras en la Inglaterra m edieval, n. 11 (1993), pp. 77-94. SERRANO, Miguel: P oem as, n. 5 (1991), pp. 85-88. SIMÓN VIOLA, Manuel: El retrato y el e sb o z o (‘procedimientos descriptivos’, en Ju eg o s d e la ed a d tardía), n. 14 (1994), pp. 109-117. TEJEDOR, Asunción: Un réquiem para Vissotsky, n. 7 (1992), pp. 127-128. TIEMBLO, Ángel: P oem as, n. 10 (1993), pp. 107-108.

Lengua. Literatura. C reación

VILLAR LEDESMA, Agustín: C rep u scu la ñ o m en or (fragm ento), n. 13 (1994), pp. 115-120.

ÁNGEL LAMA, Miguel: Susana se mató, n. 5 (1991), pp. 81-84. ARAGÓN MATEOS, Santiago: A la erm ita d e San A n tón le ha c r e c id o una torre, n. 4 (1991), pp. 97-103.

Arte. Música. T eatro

BERNAL, José Luis: P oem as, n. 8 (1992), pp. 115-116. CÁCERES, Ángeles: D e libros y oscu rid ad es (o elo g io d e los K am ikazes), n. 6 (1991), pp. 99-102.

AGÚNDEZ, Jo sé Antonio: El arch iv o H a p p en in g & Fluxus d e W o lf V ostell, n. 1 (1990), pp. 85-90

DÍAS DA COSTA, Francisco: As án foras d e cristal, n. 13 (1994), pp. 121-122.

PLASENCIA PLASENCIA, Vicente: La asociación Musical C acereña, n. 1 (1990), pp. 91-94.

ESPANCA, Florbela: 2 8 sonetos. Versión, introducción y notas de Carlos Clementson, n. 11 (1993), pp. 95-130.

— : H erod iad e en el T eatro R om ano, n. 2 (1990), pp. 97-103.

ESTÉVEZ MOLINERO, Ángel: En torn o a “La p rosa d e M anuel A zañ a” de María Ángeles Hermosilla Álvarez, n. 9 (1992), pp. 79-84. ---- : M odernism o y 98: A ctitudes y contextos, n. 10 (1993), pp. 87-96.

S em blanzas-estudio

FUENTES, José M.: Fabulario d e la H orca, n. 4 (1991), pp. 93-96. GALÁN RODRÍGUEZ, Pilar: Ex intacta Virgine, n. 6 (1991), pp. 103-106.

BARAJAS, Eduardo: Francisco P atricio d e Berguizas (1759-1810), n. 4 (1991), pp. 81-92.

GALÁN RODRÍGUEZ, Pilar, y HARTO TRUJILLO, M.a Luisa: M itología fem en i­ na y R en acim ien to. L a in tim idad d e un p o e ta , n. 15 (1994), pp. 4 7 -6 2 .

— : Don N icolás Díaz P érez y Portugal, n. 13 (1994), pp. 79-83.

GRANJEL, Luis S.: F elipe Trigo y Unamuno, n. 5 (1991), pp. 59-62.

CARANDE DE LA TORRE, Bernardo Víctor: R am ón C a ra n d e y A lm en d ra l, n. 15 (1994), pp. 93-99.

LEO BERROCAL, Isabel: A c erc a m ie n to a La cuarentena d e Ju a n G oy tisolo, n. 15 (1994), pp. 123-135. LÓPEZ OTAROLA, Jo sé M.a: T rilogía p a ra una tierra (E x trem a d u ra ), n. 15 (1994), pp. 101-102. MAÑAS NÚÑEZ, Manuel: Prem ura, n. 7 (1992), pp. 129-130.

28

COBOS BUENO, José: Francisco Vera F ernández d e C órdoba, un m atem ático ex trem eñ o, n. 5 (1991), pp. 53-58. — : V entura R e y es P rósp er; una a p r o x im a ció n a l cie n tífic o , n. 12 (1993), pp. 101-126.

29


PÉREZ GONZÁLEZ, Fernando Tomás: J o s é S eg u n d o F lórez, un a lb a c e a d e Augusto C om te, n. 9 (1992), pp. 53-62.

HIDALGO, Antonio: Crónica regional, E n tre lluvia, n. 4 (1991), pp. 1 1 5 -1 1 9 . — : Crónica regional, P rom esas, n. 5 (1991), pp. 89-93. ---- : Crónica regional, La co m ed ia y la tragedia, n. 6 (1991)pp. 111-114. ---- : Crónica regional, El añ o d e las luces, n. 7 (1992), pp. 131-134.

Entrevistas CAVERO PÉREZ, Clara: C arlos C ano, e l juglar d e G ranada, n. 15 (1994), pp. GARCIA, A. V.: C arlos Cano. C om positor, can tan te y em presario, n. 15 (1994).

D ebates. P olém icas BARRETO HERNÁNDEZ, Carlos; LÓPEZ MONROY, Hilario; CARDALLIAGUET QUIRANT, Marcelino: P olém ica: P u blicacion es so b re E xtrem adu ra, n. 14 (1994), pp. 131-133.

— : Crónica regional, Incertidum bres y esperan zas, n. 8 (1992), pp. 117 -1 2 2 . ---- : Crónica regional, M eses intensos, m eses difíciles, n. 9 (1992), pp. 95-99. ---- : Crónica regional, El fa c to r econ óm ico, n. 10 (1993), pp. 113-119. — : Crónica regional, Ó leo d e grises, n. 11 (1993), pp. 131-136. IGLESIAS ZOIDO, Juan Carlos: L o s in d o eu ro p eo s y los o ríg en es d e E uropa. L enguaje e historia, de Francisco Villar, n. 13 (1994), pp. 125-128. LÓPEZ ARIZA, Francisco: L o s E x tr em eñ o s d e la co n q u ista , n. 14 (1994), pp. 127-130. LOZANO BARTOLOZZI, María del Mar: VIII C on greso N acional d e H istoria d el Arte, n. 3 (1990), pp. 125-127. MAÑAS NÚÑEZ, Manuel: L a sátira latina, edición de Jo sé Guillén Cabañero, n. 9 (1992), pp. 85-88.

C om entarios. Notas. Crónicas. Entrevistas

NAVAREÑO MATEOS, Antonio: Curso “La unión d e Europa. R aíces d e la en ti­ d ad e u r o p e a ”, n. 13 (1994), pp. 129-131.

BONMATI, Luis T.: El p r e m io “C á c e r e s ,” d e s d e la otra pu n ta, n. 9 (1992), pp. 89-94.

PASTOR BLÁZQUEZ, Monserrat: XVII C ongreso Internacional d e C iencias his­ tóricas, Madrid, d el 26-8 al 2-9 d e 1990, n. 4 (1991), pp. 103-108.

CARRAPISO ARAUJO, Manuel: W ittenstein: Fin d e siglo, n. 1 (1990), pp. 101106.

PÉREZ GONZÁLEZ, Fernando Tomas: C arta blan ca so b r e una negra leyenda, n. 12 (1993), pp. 143-146.

CAVERO PÉREZ, Clara: C arlos C an o, e l ju glar d e G ran ad a, n. 15 (1994), pp. 103-119.

SALAS, Ada: El corazón ungido p or la fiebre, n. 2 (1990), pp. 103-105.

GALÁN RODRIGUEZ, Carmen: C om p eten cia lingüística. E lem en tos d e la teo ­ ría d el hablar, por E. Coseriu, n. 12 (1993), pp. 141-143. GARCIA, A. V.: C arlos Cano. C om positor, can tan te y em presario, n. 15 (1994), pp. 121-122. GÓMEZ FLORES, J . M.a: R efu n d a ció n d e l A te n e o d e C á ceres, n. 1 (1990), pp. 107-109. GONZÁLEZ SALVADOR, Ana: En torn o al C on g reso In tern acion al “C arlos V y la noción d e E u rop a”, n. 12 (1993), pp. 147-150. HIDALGO, Antonio: Crónica regional, P rim er alien to d e la d écad a, n. 1 (1990), pp.113-118.

UZQUIZA, Ignacio: L o rea l m a ra v illo s o en L a tin o a m éric a (congreso), n. 4 (1991), pp. 109-114. VEGA, M.a José: L a literatu ra c o m o o rd en : En la m u erte d e N orth rop Frye, n. 9 (1992), pp. 71-74. — : R evisión d e la teoría literaria fem in ista : Mary E ag leto n , n. 10 (1993), pp. 109-112. — : L a p resen cia insidiosa: A rte y literatura fascistas, n. 14 (1994), pp. 121125. Juan

L u is d e l a

M o n t a ñ a C o n c h iñ a

HIDALGO, Antonio: Crónica regional, El e s p e jo d e d o s cara, n. 2 (1990), pp. 107-112. ---- : Crónica regional, El etern o ju ego d e las luces y las som bras, n. 3 (1990), pp. 119-120.

30

31


MULTIverso

Un fragmento de literatura egipcia: el gran himno a Atón In t r o d u c c ió n

Cuando en 1 8 2 4 el explorador inglés Sir Gardner Wilkinson visitó por primera vez Tell el-Amarna 1, lo único que encontró fue una gran pla­ nicie desértica llena de guijarros y vegetación rala, enmarcada al fondo por una masa m ontañosa. A pesar de la desolación, el paisaje debió de impresionar tanto a este británico que dos años más tarde regresaría en com pañía de Jam es Burton, ex-m iembro de una expedición que había realizado una supervisión geológica en Egipto. En esta ocasión el viaje dio com o resultado el descubrimiento y reproducción de un grupo de tumbas que servirían de ilustración a un libro que más tarde publicaría con el títu­ lo de M odos y costu m bres d e los antiguos egipcios. El desconocimiento de la escritura jeroglífica, cuyos descubrimientos iniciales habían sido reali­ zados por Champollion en 1 8 2 2 , impidió que estos primeros viajeros pudieran identificar cronológicamente el conjunto. En los años que siguieron, los relatos se suceden mostrándonos, a pesar del deterioro, la fuerza y emotividad de los relieves plasmados en las tumbas. No será hasta 1 8 4 2 cuando otra expedición de epigrafistas prusianos al mando de la cual se encontraba Richard Lepsius, discípulo de Champollion, realice el primer trabajo sistemático 2 conducente a arrojar algo de luz sobre aquellos vestigios y siente las bases sobre las que poste-

1 Región situada 3 0 0 kilómetros al Sur del Cairo. 2 Los resultados fueron publicados entre los años 1 8 4 9 y 1 9 1 3 en doce enormes volúmenes con el título de: D e nkm aeler aus Aegypten und A ethiopen. Himno a Atón existente en la Tumba de Ay. Copia de la Lámina extraída de G. Davies, The Rock Tombs at Amarna, VI, PL. XXVII, p. 29, London 1903-8.

33


riores campañas arqueológicas de distinta nacionalidad iniciarían la enor­ me tarea de escribir una historia de la región 3. Hoy en día nadie duda de que el lugar en cuestión había sido la capital de Amenhotep IV, un faraón de la dinastía XVIII reinante entre los años 1 3 7 7 y 1 3 6 0 antes de Cristo. Los sucesos que envolvieron su gobierno han dado pie a num erosas obras historiográficas 4, algunas contradictorias en lo tocante a su persona, pero sin duda interesantes por lo que se refiere a un hecho concreto: una revolución dentro de la estructura religiosa tradicional que presuntam ente convulsionó la socie­ dad egipcia iniciando algunos cambios en el devenir histórico de la civi­ lización del Nilo. La importancia histórica de este faraón pasa por ser algo más que una simple anécdota. Su ascenso al trono marcaría un cambio de rumbo en la historia de Egipto. A una etapa de esplendor heredada del anterior m onarca, su padre A m enhotep III, seguiría el inicio de un período de decadencia que arrastraría al país, a finales de la X X dinastía, a una pér­ dida de protagonismo político en el marco internacional de la época. Otro factor relevante, al cual hemos aludido anteriormente, tuvo lugar durante su reinado, un cambio de rumbo en la creencia religiosa oficial que pasó de un politeísmo a un m onoteísmo agorero de religiones posteriores en Próximo Oriente. El gran Himno a Atón, cuya traducción del egipcio ofre­ cemos al final de este prólogo, es además de una obra emblemática de la literatura egipcia del Imperio Nuevo, una fuente fundamental para enten­ der el período que hemos referido. Una hermosa pieza literaria y un exce­ lente vehículo con el que podrem os acercarnos a la mentalidad de la época. El himno en cuestión fue encontrado en la tumba de Ay 5, un noble de época amarniense, al parecer suegro de Amenhotep IV, quien más tarde, y tras la muerte de Tutankhamon, sería coronado faraón de Egipto 6. El texto fue grabado en piedra y consta de trece columnas de jeroglíficos. Su contenido expresa la quintaesencia del nuevo dogma religioso, propugnado por el propio m onarca, destinado a cambiar las

3 En este sentido cabe destacar los trabajos realizados por G. Davies topógrafo de la Egypt Exploration Foundation que dieron como resultado su obra en seis volúmenes The Rock-tom bs at A m a rn a publicada en Londres entre 1 9 0 3 y 1908. 4 Aquí citamos dos que plantean un interesante estado de la cuestión: C. Aldred, A kh e n a tó n , Faraón de E g ip to , Ed. Edaf. Madrid 1 9 8 9 y Donald B. Redford, A khenaten, The heretic king, American University Press in Cairo, Cairo 1989. 5 Tumba Norte n. 25. 6 Cf . Aldred, op. cit., pp. 2 9 9 y ss.

34

costumbres que en m ateria religiosa habían venido dándose en Egipto desde su formación como Estado. Desde un punto de vista gramatical, la obra no está libre de algunas corrupciones y frases oscuras que aún hoy son motivo de debate 7. Pero dejando de lado estas cuestiones y atendien­ do únicamente a su carácter semántico, podremos apreciar aspectos de la devoción muy interesantes que nos permitirán profundizar, desde un terre­ no antropológico y religioso, en la concepción del universo del creyente. El gran himno a Atón muestra algunos rasgos conceptuales que lo hacen novedoso frente a la tradición religiosa egipcia. Los dioses, hasta enton­ ces representados bajo forma humana, desaparecen para dar paso a una sola divinidad de carácter ontológico. Su más importante manifestación es un elem ento de carácter cósm ico, el sol, que se revela al hombre y a todos los seres en cada acto de la vida. Esta identificación con el disco solar, Atón en egipcio 8, fue el elemento sustentante de un nuevo edificio religioso en cuyos cimientos encontram os influencias del culto solar de Heliópolis 9. Las luchas por el poder que habían venido protagonizando el sacer­ docio egipcio y la monarquía llegan a un punto crítico. Efectivamente el faraón Amenhotep IV, quien más tarde cambiaría su nombre por el de Ajenatón, iniciaría en el quinto año de su reinado 10 un cambio de rumbo im portante en m ateria politica y religiosa. Este acontecim iento, que se había venido fraguando desde época de su padre A m enhotep III en el momento en que ambos reyes habían mantenido una corregencia sobre Egipto 11, tomó a partir de ese instante caracteres revolucionarios contra el orden religioso establecido. El dios Amón, divinidad oficial, es rechaza­ do por la monarquía y reemplazado su culto por una nueva doctrina que pretendería implantarse con carácter exclusivo en todo Egipto. Asimismo, Ajenatón decide la construcción de una nueva ciudad real sede de su culto que denominará A jetatón («el H orizonte de Atón»). Sin em bargo, esta maniobra no alcanzaría el éxito esperado ya que, a finales del reinado de este monarca, la nueva dirección que habían tomado los acontecimientos

7 Cf. M. Lichtheim, A n c ie n t Egyptian L ite ra tu re , vol. 2: The N ew K ingdom , London 1984. p. 100. 8 La palabra Atón es nombre común en egipcio y su significado liter es «disco solar». En la traducción del himno que ofrecemos se presenta en mayúsculas siguiendo la tradición egiptológica. Cf. Redford, op. cit., p. 170. 9 Cf. Aldred, op. cit., pp. 2 4 5 y ss. 10 Cf . Aldred, op. cit., p . 272. 11 La corregencia entre ambos reyes es una cuestión bastante discutida por los espe­ cialistas. Cf. Aldred, op. cit., pp. 175 y ss.

35


políticos externos e internos, plasmaron el fracaso de su reforma y obli­ garon a un intento de acercam iento por parte de Ajenatón hacia el cole­ gio sacerdotal de Tebas. Ello nos demuestra que el clero egipcio, a pesar de los avatares, había seguido manteniendo su papel predominante. El final de esta historia fue una sucesión de intrigas palaciegas que acaba­ ría con la restauración de los poderes del clero am oniano y el fin de una concepción religiosa singular y novedosa en el contexto histórico egipcio. En cuanto a la influencia teológica que la doctrina de Ajenatón pudo haber transmitido a la sociedad egipcia, se ha dicho que no fue demasia­ do relevante, dato que se apoya en el rechazo de su doctrina que se pro­ dujo a la muerte del m onarca 12, pero ciertam ente, las fuentes que nos hablan de ese período son tan pobres, por lo que se refiere a la situación interna del país, que obligan a ir con cautela a la hora de establecer cual­ quier tipo de afirmación. Desde nuestro punto de vista, es obvio pensar que si la impronta histórica de Ajenatón convulsionó los estamentos del poder y promovió cambios tan radicales, también debió procurar que el resto social se resintiera o fuera sensibilizado de algún modo acerca de lo que acontecía a su alrededor incluso en lo tocante a materia religiosa 13. Al respecto la ausencia de datos no ha permitido elaborar ningún tipo de estadísticas que demuestren el número de seguidores o devotos de esta nueva forma de religiosidad. Al parecer muchos de ellos, sobre todo altos cargos de la corte, se movieron más por intereses de tipo personal que por convicciones reales. Asimismo, se ha constatado una continuidad en las creencias populares, basadas en el culto al dios Osiris, arraigadas desde hacía siglos sobre todo entre el estamento más bajo de la sociedad egipcia. En cuanto a la personalidad de Ajenatón, presunto autor del himno, se ha dicho de él que fue un hombre débil y soñador, e incluso se le ha llegado a tachar de demente temible y despótico, con una extraña forma

12 Al respecto B. J . Kemp, destaca lo siguiente: «el Atón despojó a los egipcios de una tradición de explicar los fenómenos del universo a través de unas imágenes extraordina­ riamente ricas que, para los que las estudiaban, lograban contener el concepto de que se podía encontrar una unidad, una identidad, entre la multiplicidad de formas y nombres divi­ nos. Ajenatón les estaba diciendo a los egipcios algo que ya sabían, pero de tal manera que perdieron sentido las especulaciones serias. Es fácil comprender por qué los egipcios recha­ zaron la religión del monarca a su muerte; había intentado acabar con la vida intelectual» (B. J . Kemp, E l A n tigu o E g ip to : A n ato m ía d e una civilización , Ed. Crítica, Barcelona 1992, p. 335). 13 Cf . Aldred, op. cit., p. 255.

36

de enfermedad cefálica 14. Este argumento, basado en el análisis iconográ­ fico de las estatuas colosales halladas en el templo de Karnak y de otros restos de relieves de el-Amarna, sería patente en el exagerado abultamiento que presenta la parte posterior del cráneo del monarca en dichas imá­ genes, así com o en las deformaciones que presenta el resto del cuerpo. Sin embargo, hoy en día esta teoría no encuentra una base demasiado sólida ya que ese modo de representar la figura del rey, al parecer, ten­ dría que ver más con un simbolismo, cuyo objetivo era retratar el carácter andrógino de la divinidad y representar a la monarquía apartada del plano corriente de las experiencias humanas 15, que no plasmar una realidad físi­ ca concreta. El otro argumento que se refiere a su carácter idealista no estaría del todo descartado, pero a este respecto tendrían que hacerse algunas matizaciones. El papel de sumo sacerdote que el propio monarca se adjudicó, ¿pretendía recuperar el protagonism o que le había sido usurpado sutil­ mente a la monarquía por el poderoso clero del dios Amón? Dentro de esta perspectiva el faraón, con su nueva doctrina, pudo haber querido aunar dos objetivos: uno de tipo político, recuperar el poder acumulado en manos del clero y que la monarquía egipcia había ido perdiendo desde finales del Imperio Antiguo y otro de carácter social y religioso que pre­ tendía con la recuperación de ese protagonismo — a través de una nueva religiosidad— establecer las bases de un orden social distinto que partiría enteramente desde el rey, en su nueva imagen de sumo sacerdote del dios único, hacia el resto social sin elementos contrarios que impidieran la difu­ sión de la doctrina que él propugnaba 16. Un análisis demasiado simplista, podría conducir a la idea de que la revolución atoniana tan sólo fue una singularidad histórica que nació en la mente de un hombre enfermizo, quizás excesivamente sensible e idealista 17. Un hombre que gracias a su cargo pudo permitirse el lujo de llevar a la práctica algo que de otro modo

14 El síndrome de Fróhlich. Sobre esta patología Cf. Aldred, op. cit., pp. 2 3 7 y ss. 15 Cf. Kemp, op. cit., p. 336. 16 Posiblemente jamás estaremos en posición de afirmar cual fue la razón que pro­ curó ese cambio en la trayectoria tradicional. Las causas de tipo político parecen ser un buen argumento aunque no lo explicarían todo. 17 Se discute actualmente si la doctrina atoniana fue una creación personal o tributa­ ria de influencias introducidas a partir de Mitanni por la madre del rey, la reina Tiya, o su esposa Nefertity; si ello fuera cierto permitiría hablar de una especie de movimiento intelec­ tual en Próximo Oriente que incluso conectaría esta religión con otras tendencias equivalen­ tes en el pensamiento védico-iraniano. Cf. Jam es, E. O., In trodu cción a la H istoria C o m ­ p a ra d a d e las R elig ion es, Ed. Cristiandad, Madrid, 1 9 7 3 , p. 2 1 0 . Asimismo, Cf. Kemp, op. cit., p. 334.

37


tan sólo hubiera quedado en el campo de las ideas. Sin embargo, si cree­ mos que todo hecho histórico es fruto de un contexto y unas causas deter­ minadas, también sería conveniente buscar los desencadenantes de esta revolución — primera en la historia producida desde el poder— en el seno de la sociedad egipcia para quien la reacción, protagonizada por el pro­ pio rey, pudo haber representado una oportunidad de cam bio en un momento en que la civilización egipcia había alcanzado un estadio cultural crítico. Un camino que al final resultó infructuoso y del que tan sólo se obtuvieron modificaciones temporales y una posterior vuelta a la normali­ dad. Normalidad tras la cual se iniciaría el largo camino del decfive. A primera vista el gran Himno a Atón nos muestra el surgimiento de la vida desde el momento en que el dios en su forma de disco solar apa­ rece en el horizonte. El carácter de éste, esencialmente inmaterial no con­ templa ningún tipo de antropomorfismo 18 — otra característica novedosa si tenem os en cuenta que dentro de su tradición religiosa, Egipto solía representar a sus dioses bajo forma humana o zoomórfica— pero si admi­ te su existencia en cada form a de vida, una especie de panteísm o que acerca la divinidad más estrechamente al universo cotidiano del creyente. En su fundamento, la doctrina atoniana contempla una forma de devoción más personal y más comprometida. En cuanto a su esquema estructural, el himno es claramente dialécti­ co. La oposición entre luz = vida y tinieblas = muerte responde a la cons­ tatación del devenir inexorable, imperturbable y necesario de la propia existencia. Un ciclo que se muestra, a veces con el recurso de la metáfo­ ra, otras con la simple plasmación de la realidad cotidiana. El texto nos presenta a un demiurgo comprometido con sus criaturas, al que tan sólo la noche parece no pertenecerle, sometido por ella cada atardecer 19. Con la noche desaparece y es con ella cuando el hombre se encuentra a merced de todos los peligros. A través del sueño la tierra entera conoce el sabor de la muerte, acontecim iento necesario, un contrario que procura el movi­ miento dando paso al día, a la regeneración del dios y el retorno a la vida. Desde nuestro punto de vista contemporáneo es obvio pensar que la noche es una consecuencia del movimiento de rotación de la esfera terres­ tre y aunque una persona religiosa pueda ver en ello la obra creadora de

18 Salvo por lo que se refiere a las manos representadas en los rayos dispensadores de vida que parten de Atón y que pueden observarse en los relieves hallados en las tumbas de Tell el Amarna. 19 Cf. H. Frankfort, Reyes y dioses, Ed. Alianza; Madrid ,1983, p. 3 9 7 , nota n. 14.

un ser superior, no dejará por este motivo de explicar el fenóm eno en térm inos de leyes físicas perfectam ente definidas por la ciencia. Sin embargo, para el egipcio, al igual que otras culturas míticas, ello no era comprendido sino com o m anifestación de una divinidad concreta, que intervenía directamente en los fenóm enos de tipo cósm ico, permitiendo que éstos se sucedieran eternamente. Ese ciclo constante marcaba la inmu­ tabilidad del universo y ese estatismo era la prueba evidente de la comu­ nión que existía entre los hombres, las bestias y los dioses. Otra caracte­ rística importante dentro de la mentalidad egipcia la constituye su horror uacui. Mientras que otras culturas, especialm ente en Extrem o Oriente, conciben el vacío como complemento necesario del lleno 20, la egipcia no lo contemplaba y trataba de evitarlo en la medida de lo posible. Esta idea es bien patente en algo tan banal y cotidiano como es la escritura, donde algunos signos ceden su lugar a otros, aunque ello suponga un error gra­ matical, para evitar espacios vacíos intermedios. Otro ejemplo lo tenemos en la concepción del universo. Para el egipcio la tierra estaba constituida por una superficie plana con elevaciones m ontañosas en los bordes, en cuyo lugar residían los pueblos extranjeros. El conjunto se completaba con una bóveda celeste soportada por cuatro columnas que simbolizaban los cuatro puntos cardinales. Asimismo en la mitología cada uno de estos ele­ mentos era representado por un dios concreto. La tierra era el dios Geb mostrado como un hombre yacente, el aire era el dios Shu, un hombre que con sus brazos sostiene la bóveda celeste y ésta última, la diosa Nut, era vista como una mujer en posición combada apoyada tan sólo por sus pies y manos que abarca toda la tierra y sobre la cual se desplaza el sol. Dentro de esta línea argumental, el vacío resulta inconcebible y en todo caso se intuye com o algo contrario, terrible y negativo 21. Leem os en el gran Himno a Atón que la noche es com parable a la muerte, la noche com o ausencia del dios. Incluso éste, a pesar de su inmaterialidad, es comprendido a partir de que conserva algunos rasgos humanos, el disco solar es su ojo, los rayos son sus manos. También acerca de la muerte los egipcios concibieron todo un mundo perfectamente duplicado del terrestre que evitaba la idea de vacío. A este respecto, debemos señalar que hasta el propio concepto de alma tomaba sentido desde el m omento en que ésta podía reencarnarse en el cuerpo momificado en la necrópolis.

2 0 Nos referimos al principio «Tao» desarrollado en China y Japón. Cf. Okakuro Kakuzo, E l llib re d e l Te, Ed. Altafulla, Barcelona 1981, pp. 44-45. 21 Cf. Frankfort, op. cit., p. 4 1 0 ; nota n. 76.

39


Siguiendo con nuestro análisis, otro elemento que nos sorprende en la doctrina atoniana es la idea de divinidad cercana y alejada a la vez. Según el texto, el dios en forma de disco solar interviene y está presente en los hechos cotidianos pero a su vez se muestra alejado en lo alto del cielo. Una comunión de dos elem entos opuestos con un hilo conductor claro, mostrar al creador y a su obra en dos planos perfectamente dife­ renciados pero con un vínculo que los m antiene en íntima relación, la existencia, fruto de la intervención diaria de la divinidad. Qué mayor com­ promiso que el que se demuestra en este hermoso pasaje: «Tú has h ech o

el N ilo en el m un do in ferior y lo traes cu an d o tú qu ieres p ara h acer vivir a la gen te, (pues) tú los hiciste tal y co m o son p ara ti; S eñ o r d e todos ellos, fatig ad o a causa d e ellos». O tro asp ecto que m erece ser m encionado es el que se refiere al carácter universal del dios 22. Una cualidad que nos permite hablar de cambio en cuanto a la concepción antropológica egipcia. Por primera vez en la historia de este país se contem pla la creación de otros pue­ blos com o la obra de un mismo dios (un dios egipcio) sin que ello deba suponer ninguna pérdida de identidad o trauma institucional. Hasta ese m om ento, la sociedad egipcia se había m ostrado tolerante con otras culturas del entorno e incluso llegó a incorporar com o suyas costum ­ bres y valores propios de los pueblos vecinos, pero ello no implicaba que aceptara a éstos com o iguales. De hecho la propia denominación que la lengua establece para «personas» marca una clara diferencia entre egipcios (rmtw) y el resto que eran simplemente denominados extranje­ ros (}j3styw ). Esta esp ecie de xen ofob ia se vio increm entada en m om entos de crisis social interna para cuyo caso los textos egipcios nos reservan todo tipo de acusaciones dirigidas hacia las etnias extran­ jeras que figurarían com o causantes directos o indirectos de tal situa­ ción 23. Este acusado etnocentrism o vendría apoyado por el aislacionis­ mo geográfico en el que Egipto se encon traba. Dos desiertos uno al este y otro al oeste, el mar al norte, excepción hecha de la franja del istmo de Suez y al sur la inaccesibilidad del río a partir de la Primera Catarata, conform aban perfectas murallas naturales que dificultaban las comunicaciones con los pueblos circundantes. Así pues, el gran Himno a Atón surge com o una esp ecie de tregua que trata de herm anar e

2 2 Cf. el himno a partir del siguiente pasaje: «...Tú has creado (...) todo lo que se encuentra sobre la tierra (...) los países de Khor, Kush y la tierra de Egipto...». 2 3 Cf. H. Frankfort, J . A. Wilson y T. Jacobsen, E l p e n s a m ie n to p re filo s ó fic o , F.C.E. México 195 4 , pp. 50-51.

40

incluso comprender la diversidad com o obra del mismo creador, el cual provee a todos por igual. En definitiva, podemos decir que el gran Himno a Atón sin duda se muestra como apoyo a una nueva dimensión del fenómeno religioso que merece ser destacado no tan sólo dentro del contexto de la historia egip­ cia sino también dentro de la historia de la humanidad. En su sencillez compositiva, además de encerrarse un cierto gnosticismo 24 sobre la vida y los misterios de la obra de dios (desapercibida a los hombres pero no para el hijo predilecto, el rey y sumo sacerdote Ajenatón) se intuye un espíritu de cam bio que traspasa el ámbito de lo religioso para incidir en aspectos que incumben propiamente a lo social, donde el cisma atoniano se mostraría com o una reacción frente a la tradición religiosa e intelectual y a los ostentadores de ésta 25. Desde un punto de vista formal el gran Himno a Atón muestra gran­ des paralelismos con uno de los textos de la Biblia concretamente el Libro d e los S alm os (salmo n. 104). Su sencillez y estructura, asimismo, nos recuerda el C án tico al sol, obra de San Francisco de Asís. Su tremendo efectismo expresado median­ te frases cortas pero precisas, con gran capacidad para captar el detalle, demuestran una profunda y acurada observación de la realidad. Un gusto por el fluir de la vida cotidiana con la que se entretiene. Un detallismo que se conmueve con las cosas pequeñas y sencillas de cada día y que desarrolla como una lección de vida en la que, por primera vez en la his­ toria de las religiones, intuimos la presencia de un dios bondadoso. Sus descripciones, no carentes de una profunda reflexión, se convierten en hermosas metáforas de los designios divinos que rigen él universo. Pero ante todo, el gran Himno a Atón es un ensayo de síntesis magis­ tral 25 que encierra en su simplicidad la búsqueda del orden que rige el

2 4 Hecho que se demuestra en el siguiente pasaje: «Tú estás en mí corazón y no hay otro que te conozca excepto tu hijo» (...) «Tú le has hecho conocedor de tus designios». 2 5 Como bien argumenta C. Aldred, el himno no contiene apenas nada de revolu­ cionario en sus sentimientos y de hecho sus palabras podían haber sido pronunciadas por la mayor parte de los fieles del antiguo Egipto. Un himno dedicado al dios Amón de época de Amenhotep II se refiere al dios en términos parecidos. Sin embargo, lo que sin duda desta­ caría su carácter revolucionario es que «el Atón se levanta y se pone en solitaria majestad en un cielo vacío de otros dioses» (Cf. Aldred, op. cit., pp. 252-253). 26 No estamos de acuerdo con B. J . Kemp cuando afirma respecto a Ajenatón: «En el Atón halló una respuesta sencilla y nada intelectual: la fuente no era otra cosa que lo que podía ver por sí mismo, el disco del sol» (Kemp, op. cit., p. 335).

41


cosmos. Una explicación en clave teológica de la propia dinámica del uni­ verso, simple si se quiere, pero directa y pulida en su resultado. Para concluir dejo a juicio de los lectores esta pequeña obra maestra, no sin antes advertir que en su traducción se ha intentado respetar al máximo el espíritu de las frases en su lengua original, si bien ello pueda extrañar en algún momento, no por este motivo dejará de gustar a quien lea este texto con la atención que se merece.

GRAN HIMNO A ATÓN Adoración de Re-H orajty-viviente-quien-se regocija-sobre-el horizon ­ te En-su-nom bre-de Shu-que está-en-A tón, viviendo por siempre y para siempre.

Tú estás lejos pero tus rayos están sobre la tierra. Tú estás en los rostros y no se sienten tus pasos. Cuando te pones por el horizonte occidental la tierra está en tinieblas como moribunda. (Los hombres) están acostados en sus habitaciones (con) la cabeza tapa­ da, un ojo no ve al otro 29. Todos sus bienes (que estaban) bajo sus cabezas han sido robados sin darse cuenta (de ello). Todos los leones salen de su guarida. Todas las serpientes les muerden y la noche es (caliente) como un horno. La tierra está en silencio (ya que) su creador descansa en su horizonte.

El gran Atón viviente que está en jubileo 27, Señor de todo aquello que Atón circunda, Señor del cielo, Señor de toda la tierra, Señor de la casa de Atón en Ajetatón, Rey del Alto y Bajo Egipto, viviendo en la Ver­ dad 28, Señor de las Dos Tierras N eferjep eru re U aenre, hijo de Re que vive en la verdad, Señor de las Dos Coronas Ajenatón, grande en su exis­ tencia y la esposa real, la grande y amada de él, Señora de las Dos Tie­ rras N efern eferu atón N efertity, que viva estando sana y joven por siem­ pre y para siempre. Él dice:

La tierra resplandece cuando te has alzado en el horizonte como Atón del día.

Tú apareces hermoso en el horizonte del cielo, ¡Oh Atón!, principio de vida.

Sus brazos están adorando tu aparición. La tierra entera se pone a tra­ bajar.

Cuando te has alzado por el horizonte oriental, toda la tierra se llena de ti con tu belleza.

Todos los rebaños están contentos a causa de sus pastos. Los árboles y las plantas reverdecen.

Tú eres hermoso, grande y espléndido, estando elevado sobre toda la tierra.

ka 3i.

Tus rayos rodean las tierras hasta el límite de todo aquello que tú has creado.

(Cuando) tú disipas las tinieblas y otorgas tus rayos las Dos Tierras 30 están en fiesta. Todos se despiertan y se levantan sobre sus pies. Ellos se levantan a causa de ti, lavan sus miembros y se ponen sus ves­ tidos.

Los pájaros vuelan en sus nidos (batiendo) sus alas en adoración por tu

Todos los animales brincan sobre sus patas. Todo lo que vuela y se posa; ellos viven cuando tú surges para ellos.

Tú eres Re, tú has alcanzado sus fronteras y has sometido a todos ellos para tu hijo predilecto. 27 El Atón como rey también podía celebrar jubileos, Cf. nota n. 7 dentro del himno. 2 8 A pesar de que aquí traducimos el término «maat» como «verdad», en realidad hace referencia al «orden justo». Una idea que se encuentra formando parte integrante de la creación y que el rey tenía la obligación de mantener. Cf. Frankfort, op. cit., pp. 7 5 y ss.

42

29 Lit. «un ojo no ve a su segundo» (n p t r ir t n snnw.s). 30 Las Dos Tierras (Alto y Bajo Egipto) es uno de los nombres utilizados para referir­ se a Egipto. Una dualidad muy característica dentro del pensamiento egipcio. 31 Respecto a este concepto que podría traducirse como «fuerza vital». Cf. Frankfort, op. cit., pp. 8 5 y ss.

43


Los barcos van hacia el Norte y hacia el Sur también. Todos los cami­ nos se abren con tu aparición. Los peces del río saltan ante tu rostro. Tus rayos están en medio del mar. El 32 que hace que sea fecundo el germen en las mujeres. El que crea el semen en los hombres. El que causa vivir al hijo en el vientre de su madre, el que procura que se calme poniendo fin a su llanto. (Como una) nodriza en el seno (materno) es quien da el aliento para hacer vivir todo lo que él ha creado. Cuando él (el recién nacido) desciende en el vientre para respirar, el día de su nacimiento, tú abres su boca completamente y provees sus necesidades. (Cuando) el polluelo está en el huevo y pía en el cascarón tú le das el aliento en su interior para hacer que él viva. Tú le hiciste en su totalidad para (que pudiera) romperlo (desde) dentro del huevo (y de este modo) él saliera del huevo para anunciar su consumación. El camina sobre sus patas y sale fuera de él. ¡Cuan numerosos son tus hechos! (aunque) ellos están ocultos a la vista (de los hombres). ¡Oh dios único!, no hay otro en comparación con él. Tú has creado la tierra según tu deseo, (cuando) tú estabas solo, con toda la gente, ganado y animales y todo lo que se encuentra sobre la tierra y lo que anda sobre sus patas y lo que está suspendido en el aire volando con sus alas, los países de Khor, Kush y la tierra de Egipto.

Tú has hecho el Nilo en el mundo inferior y lo traes cuando tú quieres para hacer vivir a la gente, (pues), tú los hiciste tal y como son para ti; Señor de todos ellos, fatigado a causa de ellos33, ¡Oh Señor de toda la tierra!, que brillas para ellos. ¡Oh Atón del día!, tu poder es grande. A todos los países lejanos los haces vivir (ya que) tú les diste un Nilo bajo el cielo y él desciende para ellos. El hace olas como el mar, sobre las montañas, para empapar sus cam­ pos y sus aldeas. ¡Cuan perfectos son tus designios! ¡Oh Señor de eternidad! El Nilo que está en el cielo y que te pertenece es para los pueblos extran­ jeros, para los animales del desierto y (para todo aquello) que camina sobre sus patas. (Sin embargo), el Nilo que viene del mundo inferior es para Egipto. Tus rayos nutren todos los campos cuando tú apareces, ellos viven y prosperan por tu causa. Tú haces las estaciones para hacer que exista todo lo que tú has creado. (Has hecho) el invierno para refrescarlos y el verano para que te prueben. Has hecho el cielo lejano para ascender en él y ver todo aquello que tú has creado, estando solo y elevado en tu forma de Atón viviente: elevado, brillante, lejano, cercano. Tú haces millones de formas de ti estando solo. Ciudades, aldeas, cam­ pos, el curso del río.

Tú colocas cada hombre en su lugar y provees sus necesidades.

Cada ojo te observa.

Cada uno está en posesión de su comida y su tiempo de vida esta contado.

Tú eres Atón del día sobre nosotros... 34.

32 En este párrafo se registra un cambio en el tratamiento. Una consecución de epí­ tetos con intencionalidad laudatoria son formados a partir de una serie de participios activos. Esta construcción era bastante utilizada en la lengua egipcia y es común encontrarla en las inscripciones. La causa era permitir al orador describir un mismo hecho de diferentes mane­ ras. Cf. A. Gardiner, E g y p tia n G ra m m a r (§ 367), Griffith Institute, Oxford — Third Edition— 1988.

44

Sus lenguas están separadas en el habla, su carácter y asimismo su piel; porque tú has diferenciado los pueblos.

3 3 En este fragmento hallamos una influencia de la mitología solar heliopolitana en la cual Re figura como el primer monarca de Egipto. Fatigado de la humanidad y sus asuntos se retiró a los cielos dejando a su hijo, el faraón, para gobernar la tierra en su lugar. Cf. Aldred, op. c it., p. 2 4 6 y Frankfort, op. c it., p. 39. 3 4 Estamos de acuerdo con Lichtheim, M., op. c it., p. 100 en dejar de traducir las frases siguientes ya que se advierten algunas corrupciones y una laguna en el texto. Sin

45


Tú estás en mí corazón y no hay otro que te conozca excepto tu hijo: N eferjeperu re UaenRe. Tú le has hecho conocedor de tus designios, de tu poder manifestado en la tierra a causa de tu mano. Tal como tú los habías creado, (cuando) tú apareciste, ellos viven. Cuando tú descansas ellos mueren. Tú mismo eres el transcurso de la vida y se vive a causa de ti. Los ojos contemplan la belleza (de tus obras) hasta que tú te pones. Cesa todo trabajo cuando te pones sobre el Occidente y (cuando) te levantas provees (...)35 para el rey. El movimiento está en cada pierna a partir de que tú has encontrado la tierra. Tú los levantas para tu hijo que salió de tu cuerpo, rey del Alto y Bajo Egipto que vive en la Verdad, Señor de las Dos Tierras: N eferjep eru re U aenre, hijo de Re que vive en la Verdad, Señor de las Dos Coronas A jen atón , grande en su tiempo de vida y la mujer del rey, la grande, amada de él, la Señora de las Dos Tierras: N e fe r n e fe r u a tó n N efertity que esté viva y joven por siempre y para siempre.

Mitología femenina y Renacimiento, en Garcilaso LA INTIMIDAD DE UN POETA

«No me podrán quitar el dolorido sentir si ya del todo primero no me quitan el sentido».

Considerar a Garcilaso de la Vega un simple poeta de la naturaleza y del amor cortés es reducir al máximo la valía de uno de nuestros autores más intimistas. Cierto es que una primera lectura de su obra nos deja la impresión de una perfecta imitación de las B u cólicas de Virgilio o la A rca­ dia de Sannázaro. Estamos ante un mundo exquisito de pastores cultos que cantan lejanas y desdeñosas amadas mitológicas. Basta una segunda lectura para apartar la selva del «locus amoenus» y entrar en el alma torturada de un hombre que vivió sólo para sentir; y es entonces, si personificamos y bajamos del Olimpo a la infinidad de Galateas, Venus y Dianas, cuando adivinamos el dolor y la ausencia, el desamor y la fatiga del alma que subyacen en este delicado y sublime mundo mitológico.

embargo, a continuación damos una hipótesis de traducción por parte de Donadoni, S ., La L e tte ra tu ra Egizia, Ed. Sansoni, Milán 1967, p. 161. «Quando tu sei andato vía e dorm e ogni occhio d i cui tu hai creato lo sguardo p e r non vederti solo, e non si vede p iú queI che hai creato».

35

46

De nuevo el texto presenta una laguna.

¿Por qué este tamiz de ninfas, musas y deidades superiores? Tenga­ mos en cuenta que es imposible separar al poeta de su entorno social y cultural, de una tradición típicamente española que aboga por la timidez y la expresión velada de los sentimientos dentro de la más estricta pulcri­ tud afectiva. S. Serrano Poncela 1 afirma que el «yo» como voz poética no 1 Serrano Poncela S. Form as de vida hispánica, Madrid, Gredos, 1963, p. 39.

47


es buen tem a para el escritor español. Linda casi con lo indecente; La poesía española canta su «aria lírica» protegida por un coro de figurantes, o se pierde en un baile de máscaras, donde sólo a veces deja caer su anti­ faz. ¿Cuál es el «coro de figurantes» de Garcilaso? Claro está que la mito­ logía. Añade Serrano Poncela 2. «Así, tras los atavíos mitológicos, oculta Garcilaso elementos de su bio­ grafía que no podemos descubrir del todo (...) Hay una delicada coloración ocultante, una suerte de pudor utilizada con elegancia, un halo de intensidad emotiva que se desprende de las armoniosas deidades antiguas en cuyas tupi­ das tabulaciones retóricas progresa la espiral del verso sin mostrar al poeta escondido detrás».

En definitiva, aparte de la demostración de cultura de época que el uso de los materiales mitológicos significa, se da en Garcilaso el propósito de uti­ lizarlos como mampara afectiva en algunos casos «algo así como pseudóni­ mos poéticos de buen gusto» 3. Esto no quiere decir que todas las alusiones mitológicas de su obra lleven implícito un referente intimista, pero tampoco que esos entes fabulosos que encontramos en toda la literatura renacentista, se muevan con rígida isocronía, no significando más que cualquier elemento tipificado del «locus amoenus». Dice J . M. Cossio 4 al respecto: «cuando alude simplemente a alguna ninfa o a algún dios incorpora su significación pura a su estado poético o sentimental; otras veces, tan compe­ netrado se siente con el sentido de la fábula, que su aplicación se hace direc­ tamente sin aludirla como tal fábula y exponiendo su situación sentimental, ocultando y al par descubriendo la alegoría (...) Por tal procedimiento asocia la significación sentimental de los mitos a su propio sentimiento, pero a veces, cuando el significado es material y externo, prefiere no aprovecharle, y sí, en cambio, la representación real del mito».

«Incluso los sistemas pedagógicos de la época con su especial insistencia en el aprendizaje de memoria de los autores clásicos proporcionaban a los poetas una insólita familiaridad con las obras maestras del pasado. Sus men­ tes eran vastos almacenes de información mitológica y de fraseología clásica. En cuanto intentaban expresar sus impresiones personales u ofrecer una ima­ gen de sus propias emociones no podían dejar de reflejar el estilo que llena­ ba sus cabezas.»

Pasemos a analizar qué se esconde detrás de esta fachada mitológica, qué «yo» intimista y tímido se esboza apenas tras estas exquisitas divinida­ des. Centraremos el estudio exclusivamente en las figuras femeninas, pues­ to que a través de ellas Garcilaso expresa sus más íntimas vivencias, su amor y su desamor, sus celos, su ira y su dolor, el dolorido sentir que marca toda su obra 6.

I.

G a r c il a s o

1.1.

y e l d o l o r id o s e n t ir

Fatum y fortu n a

Es, de nuevo, Serran o Poncela 7 quien nos hace ver qué clase de poeta se esconde tras este delicioso mundo virgiliano: «toda la poesía garcilasina se convierte en la expresión de una personali­ dad insegura de sí misma que trajese consigo, como correlato afectivo, la caída en la melancolía y el tedio. Garcilaso se sentía hastiado de la vida mili­ tar. Esto permite comprender la coexistencia de una poesía de evasión de la vida con una poesía de desgarramiento vital.»

Todo esto tiene una explicación bastante lógica. Hemos afirmado que no podemos separar al autor de su entorno. Hayward Keniston 5 ha exa­ minado el contexto cultural del Renacimiento para aplicarlo, en especial, a Garcilaso. Este autor afirma que

Azorín 8 es, sin embargo, quien mejor ha sabido captar el alma del poeta: «...sentir dolorido, Garcilaso es el poeta del sentir dolorido.» Nume­ rosos críticos han señalado también esta característica del autor, un pro­ fundo, velado dolor que late entre sus versos, y que ha sido definido por Margot Arce de Vázquez 9:

2 Ibid., pp. 39-40. 3 Ibid., p. 38. 4 Cossio J. M. Fábulas m itológicas en España, Madrid, Espasa Calpe, 195 2 , p. 76. 5 Keniston H. ‘Garcilaso de la Vega: A critical study of his life and works’ en E. Rivers, La poesía de Garcilaso, Ariel, Barcelona, 197 4 , pp. 173-4.

6 Manejamos la edición de Burell Mata C., Poesía castellana, Madrid, Anaya, 1976. 7 Serrano Poncela S. op. cit. pp. 43-9. 8 Azorín, ‘Los dos Luises y otros ensayos’, en E. Rivers, op. cit. pp. 38-9. 9 Arce de Vázquez, M, Garcilaso de la Vega, Universidad de Puerto Rico, 1969, p. 51.

48

49


«es un dolor pudoroso, que quiere recatarse, y que en muchas ocasiones se escuda bajo la máscara pastoril. El poeta huye de la exageración; su exqui­ sita elegancia repugna la sinceridad descarnada. El poeta, siempre fiel a su ideal de belleza clásica, sacrifica el arrebato apasionado, y canta sus dolores con la mansa y resignada ternura que convenía al ambiente luminoso de las Eglogas y la visión de un mundo ordenado y armonioso».

Añade esta autora que lo característico garcilasiano es la sobriedad y el afán de dominar sus sentimientos y esconderlos bajo un disfraz. En realidad, la vida amorosa de Garcilaso no fue nada fácil. Enamorado de Isabel Freyre, dama portuguesa, la divina Elisa de las Eglogas I y III, la Galatea esquiva de la Égloga I, ve cóm o su amor se casa con su rival, don Antonio de Fonseca, en 15 2 9 . El poeta, casado también, pero sin amor, con doña Elena de Zúñiga, ve entrar en conflicto su razón y su pasión. La mayor parte de la crítica está de acuerdo en señalar que Isabel Freyre no correspondió abiertamente al amor del poeta, aunque ciertos versos (w. 1 2 7 -3 0 , Égloga I) parecen indicar que entre ellos se cruzaron algunas frases am orosas y algunas promesas que quedaron incumplidas por parte de Isabel. Nace así el dolor de Garcilaso, enamorado, desdeña­ do, celoso y casado por compromiso. Todo esto se agrava con el falleci­ miento de su amada que murió al dar a luz a su tercer hijo. Surge así la presencia inexorable de la muerte. Según señalan los críticos, parece ser que el poeta se enamora más tarde de otra dama, la bella napolitana a la que están dedicados algunos de sus sonetos. No nos ha llegado su nombre, sólo los sentimientos de ausencia, celos, y el despecho de verse correspondido y abandonado en tan breve tiempo. Ya sabemos de dónde viene su «dolorido sentir», una profunda con­ goja que aparece reflejada en sus mitos, casi todos ellos con un transfon­ do trágico (analizaremos m ejor este aspecto en el punto II). M. Arce de Vázquez 10 ha señalado su preferencia por el mito doloroso «donde luchan el amor y la muerte, donde se simbolizan el fracaso y el de­ sengaño (...) El motivo de esa preferencia es, sin duda, la analogía entre el mito y la tragedia del poeta: amor, desesperanza, muerte».

E. Rivers 11 señala también el dolor que subyace en estos mitos apa­ rentemente ornamentales: «Pero tampoco puede el lector ignorar el tema constante de estos mitos: una compleja experiencia humana de amor, muerte y dolor.»

Rafael Lapesa 12 también ha estudiado detenidamente la vida de Gar­ cilaso como «vida indisolublemente ligada al dolor». El propio poeta atribuye su infortunio a una causa mitológica: es el «fatum» latino, la fortuna mudable y siempre esquiva. No hay rastros de ideología cristiana, subyace el determinismo de Virgilio, de H om ero, el supremo poder de las Parcas que hilan y cortan la frágil vida humana, y la omnipotencia de la Thanatos griega. La fortuna es algo femenino para Garcilaso porque es mudable. No así los hados y el destino que están sujetos a leyes inmutables y rigurosas. M. Arce de Vázquez 13 ha estudiado la influencia de la fortuna en este autor: «para Garcilaso la fortuna, es variable y cruel, se mezcla en la vida del poeta con arbitrariedad.» Así en su Égloga II habla de «estrella» (v. 168) y, del «Fiero destino de mis daños» (v.169); «mi hado» (v. 315), «cruda suerte» (v.534), «hado acer­ bo» (v.v. 1 2 4 8 -9 ). En la Elegía 1: «¡Oh miserables hados!» (v. 76), En la Elegía, II: «mi mala fortuna» (v. 86) o en el soneto XXV: «hado esecutivo» (v. 1), «leyes rigurosas» (v.2) y un largo etcétera. La muerte como divinidad alegórica e implacable aparece en la Elegía I (w. 9 7 -1 0 2 y w . 109-126), y en la Egloga II (w. 6 6 9 -6 7 3 ). Las Parcas, com o diosas encargadas de reglamentar el destino del mundo, como símbolo de la Fatalidad y como deidades de la muerte (Moirathanatoio) aparecen en la Égloga II ( w .1 2 2 2 - 3) y en la Égloga 1 (w. 259-62). Hemos visto cómo el poeta encubre y manifiesta al mismo tiempo su dolor a través de la mampara del mundo mitológico. Analicemos ahora

11

Rivers E., ‘La paradoja pastoril del Arte Natural’ en Rivers E. op. cit. pp. 130-

144. 10

50

Ibid., p. 122.

12 Lapesa R ‘La trayectoria poética de Garcilaso’ en Revista de Occidente (selecta), Madrid, 1968, p. 145. 13 Arce de Vázquez M, op. cit. pp. 59-60.

51


estos mitos, centrándonos exclusivamente en aquellos que están protago­ nizados por diosas o divinidades m enores. Es donde se ve mucho más claram ente la angustia de Garcilaso ante el desamor, com o si quisiera encontrar ejemplos precedentes o bálsamos para su dolor revisando todos los mitos femeninos. El poeta es el protagonista masculino en todos los casos; cambian sus oponentes.

II. 2 .2 .

La

m u je r in d iv id u a l a t r a v é s

DE LA MITOLOGÍA FEMENINA

H acia un intento d e clasificación

Las mujeres que aparecen bajo el disfraz divino son delicadas, exqui­ sitas, prototipos de belleza clásica: cabellos rubios, cuello ebúrneo...Algu­ nas de ellas son simples entes fantásticos, bellísimas figuras que sirven como elemento decorativo al «locus amoenus»; pero otras llevan marcado en el drama mitológico que representan, el profundo dolor del poeta, su más íntimo conflicto, la lucha, de su razón y su pasión. M. Arce de Vázquez 14 ha establecido las causas de la melancolía en la obra. Ha fijado cinco motivos: ausencia, desdén, celos y despecho, razón frente a pasión y muerte de la amada. Veamos cómo se manifies­ tan a través de la mitología femenina. Intentaremos mostrar cómo Garci­ laso ha creado unos modelos clásicos para cada causa. 1. A u sen cia: Tom em os com o ejem plo a Galatea. En la Egloga I, Salicio llora la ausencia de su amada; Galatea le ha abandonado por otro pastor, pero el amante no llora el desdén o los celos, sino el dolor de no estar junto a la mujer que ama. La crítica está de acuerdo en que esta ninfa simboliza a Isabel Freyre. A través de la representación mitológica, Garcilaso canta la ausencia amo­ rosa de su dama casada con otro. G alatea, cuyo nombre procede de «gala», «leche» en griego por su blancura, aparece ya citada en Teócrito como amada de Polifemo y en Virgilio en su VII Bucólica. 2. D esdén: está representado por tres figuras mitológicas: Esperan­ za, Anajárete y Dafne.

14

52

Ibid., p. 120.

La Esperanza 15, que vuelve la espalda siempre al poeta, es el símbo­ lo del supremo desdén que sufre Garcilaso. Esta deidad alegórica, en repre­ sentación de todas las amadas, niega cualquier éxito amoroso. Anajárete 16 es el modelo clásico del castigo a la mujer desdeñosa. Doncella hermosísima, pero de corazón insensible, vio cómo se ahorcaba a la puerta de su casa su desdeñado enamorado Ifis. Némesis la castigó convirtiéndola en estatua de piedra. Dice Cossio 17 que el autor propone un ejemplo, pero sin el desinterés característico de la fábula renacentista. No es precisamente una lección de moral la enseñanza que pueda sacar­ se; parece que el poeta advierte a las desdeñosas «amad, u os convertiréis en piedra como Anajárete». En cuanto a Dafne (soneto XIII), Pérez de Moya 18 nos habla de la significación moral del mito. Según él, la tradición renacentista, y en espe­ cial la española, veía en el mito de Dafne y, en general, en todas las transformaciones vegetales, el símbolo de la castidad victoriosa u ofendi­ da. Sin embargo, debería verse un nuevo sentido en esta particular utiliza­ ción del mito que hace Garcilaso. No busca el poeta una alegoría de la castidad, ni exponer la teoría de la lucha de contrarios, sino más bien expresar su impotencia ante el desdén de la amada, a través de Apolo. Es un soneto patético, no moralizante, ya que el Sol se ve obligado a contemplar cóm o su amada, herida por la flecha del desdén de Cupido, huye convirtiéndose en laurel. Este sentido patético del soneto, frente a la tradicional interpretación moralista ha sido estudiado por Yves A. Giraud 19: «Si l’élément visuel et plastique domine, il s’y ajoute une recherche du pathétique qui se manifeste notamment dans la precisión avec laquelle sont rendues les étapes de la métamorphose prodigieuse et par la vehémence des exclamations affectives du dernier tercet».

Por tanto, y según este autor, el mito es utilizado por Garcilaso para identificarse con Apolo. El dolor del dios ante la transformación de Dafne,

15 Canción IV, w . 90-2. 16 Canción V, w 66-100. 17 Cossio, J. M. op. cit. p. 77. 18 Pérez de Moya, ‘Philosophia secreta, dónde debaxo de historias fabulosas’, libro VI, p. 277. 19 Giraud, Y., ‘La fable de Daphné. Essai sur un type de metamorphose uegetale dans la litterature et dans les arts jusqua la fin du XVII Siecle, Geneve, Libraire Dror', 1968, p. 359.

53


su impotencia al ver que las lágrimas que vierte hacen crecer aún más el lau­ rel, aparecen en la obra como muestra de la actitud del poeta ante el des­ dén. No se busca, entonces, una interpretación moralizante, sino plástica y visual, que surge de un corazón desdeñado y que, a través de la maravi­ llosa descripción de la metamorfosis, llega íntegra a nuestros sentidos 20. También R. Lapesa 21 ha estudiado el mito de Dafne a través de su interpretación plástica. 3. C elo s y d e sp e ch o : Curiosamente, estos sentimientos no ocupan un lugar importante en la obra de Garcilaso. Apenas si se los menciona. Dentro de la melancolía mesurada del poeta y de su perfecto equilibrio entre pasión y razón, estas dos actitudes no tienen razón de ser después del conflicto. El casam iento de Isabel Freyre provoca celos y despecho porque el poeta es humano, pero acaban convirtiéndose en dolor, no en ira. Sin em bargo, al referirse a Nápoles, lugar de procedencia de su segunda amada, llama a esta ciudad «patria de la Serena» (Elegía II w. 379). Cierto es que Nápoles fue también llamada «Partennope», por haber sido encontrada allí muerta la sirena del mismo nombre. Partennope, den­ tro del mundo de la mitología, era una de las sirenas, que, tras intentar engañar a Ulises con su canto, acaba siendo asesinada por este héroe. ¿No podría aludir Garcilaso a la condición engañosa y cruel de la dama napolitana que tan rápidam ente le abandonó? La referencia no es del todo clara. La alusión mitológica es muy indirecta. El autor esconde muy bien, en este caso, uno de los pocos conatos de despecho que aparecen en su obra poética. La Envidia, com o deidad alegórica de los celos y el despecho, tam­ bién aparece citada en el Soneto XXXI (w 12-3). Es una personificación de estos sentimientos, el oponente a la mesura del poeta. Curiosamente

2 0 «Et le movement se prolongue meme aprés ce moment dramatique; la croissance vegétale du laurier obsede Apollon et détermine en luí un desespoir qui semble ne pas avoir de fin. Plus il pleure, et plus l’arbre grandit. La pointe du sonnet renforce encore l’aspect baroque de l’evocation, en confondant ingenieusement la nynphe et la laurier qui, par une allusion recherchée, deviennent la cause et la raison de la doleur d’Apollon». Ibid., p. 3-58. 21 Lapesa, op. cit., p. 65. «El arte de Garcilaso nunca se muestra más poderosamente plástico que en el soneto XII. Ovidio había acertado al presentar conjuntamente los dos extre­ mos de la transformación de la ninfa en laurel: “Mollia cinguntur tenui praecordia libro, in frondem crines, in ramos bracchia crescunt” pero los “mollia praecordia” no tienen en el verso lati­ no la sensación de vida palpitante que da el endecasílabo “los tiernos miembros, que aún bullendo estaban”. Garcilaso añade todas las indicaciones de color “verdes hojas”, “oro en la cabellera”»;

54

este poema también está dedicado a la misteriosa dama de Nápoles y en él aparecen citados el Amor, engendrador de «celoso temor» y la Envidia «fiera madre» de los celos. Cabría incluir en este apartado la mención a Helena (Elegía II, w . 151-3) como causante de la guerra de Troya, ya que los celos y el despecho de Menelao, al verse abandonado por su esposa ante París, provocaron la más famosa guerra de la antigüedad mitológica. 4. R azón fr e n te a p asión : hemos apuntado ya el conflicto que se desarrolla en el interior del poeta; por una parte, el deseo físico de la amada y por otra, la idealización típica del Renacimiento, la amada neoplatónica y petrarquista. Este conflicto se extiende a su obra poética, siem­ pre velado, siempre tamizado por el mundo mitológico. Dentro de éste entran en oposición los contrarios: Venus, com o representante de la pasión, y Diana, com o diosa de la razón. Y a en la mitología grecolatina estas dos diosas simbolizaban mundos opuestos. Estaban en clara relación de enem istad, ya que Diana estaba totalm ente alejada del am or físico, mientras que su oponente era precisam ente la diosa que presidía los encuentros amorosos. Por tanto, podemos separar en la obra dos grupos: uno, el presidido por Venus; y otro, bajo la tutela de Diana. El poeta, se siente más identi­ ficado con el segundo grupo, puesto que a lo largo de su vida, la razón sentó las normas contra la pasión y el dolor causados por la dama portu­ guesa. Según P. N. Dunn 22, en la obra de Garcilaso, Venus puede llegar a parecerse a Diana si es en exceso cruel e indiferente, desviándose de su propia naturaleza. El poeta estaba predestinado, o creía estarlo en su poe­ sía, a ser el torturado sirviente de Diana. En la Egloga I (w 3 8 0 -9 3 ) cuan­ do Nemoroso protesta porque siempre ha mostrado la debida devoción a esta diosa, significa que, para él, el amor será siempre inseparable del sufrimiento y del suplicio. Es la confesión de que el amor que le posee no es el de Venus, sino el amor sin esperanza de Diana, «belle dame sans mergi», inabordable, su «femme fatale» particular. Bajo la tutela de Diana como diosa representante de la razón, encon­ tramos en la obra referencias a Camila, Némesis y Eurídice.

22 Dunn P. N., «La oda de Garcilaso ' A la flor de Gnido” Comentario a algunos temas del renacimiento», en Elias Rivers, op .cit., pp. 288-309.

55


Camila, la reina de los V olscos, la virgen guerrera consagrada a Diana, aparece ya citada en Virgilio 23. Representa la fuerza de la volun­ tad frente a Albanio, su enam orado, ridículo en su pasión. M. Arce de Vázquez 24 dice de ella:

Por otra parte, lo opuesto a Diana, es decir, el mito de Venus, ha sido interpretado en la obra de Garcilaso de muy distintas formas. La mayoría une dos mitos en alegoría: el de Marte y el de Venus. Para Isa­ bel Azar 27

«Esta pastora, gallarda,enérgica, que defiende con arrogancia sus dere­ chos de mujer, puede ser por muchos conceptos predecesora de la famosa Marcela del Quijote».

«La unión armónica de amor y guerra está representada en la Égloga II por las figuras de Marte y Venus cuya reconciliación es uno de los motivos predilectos del pensamiento humanístico y de la iconografía del Renacimiento».

Para Inés Mac Donald 25 la caza en la Égloga 11 es todo un símbolo. Albanio ve la caza como tiempo de más al lado de Camila, mientras que para ésta es un deber propio de su condición de sierva de Diana. El corzo al que persigue la ninfa es el amante, herido en el «siniestro lado», el lado del corazón. Albanio no es un héroe del amor cortés, es mucho más digna Camila. Él quiere su propio bien, la satisfacción de su deseo. Su reacción al no conseguirlo, no es la melancolía, sino el frenesí. Garcilaso propone su propio ejemplo: cómo no hay que comportarse ante el desamor. Siem­ pre la mesura, el equilibrio y el dolor antes que la pasión desbordada. La ninfa es la mujer fría y distante, consagrada a su deber, como Isabel Frey­ re lo estaba a su matrimonio. El amante es la pasión, vencido y ridiculiza­ do por la amada.

Fernando de Herrera 28 afirma en cuanto a la Canción IV y la repre­ sentación del adulterio de Venus y Marte, sorprendido por Vulcano, que el dios de la guerra cayó preso en el oro y ornato mujeril de la diosa del amor. Marte es la discordia y Venus la amistad (oposición de contrarios). Prender Vulcano en la red a ambos dioses significa la temperación de las principales calidades frío y cálido, húmedo y seco.

Por su parte, Némesis (Canción V) aparece en la obra como una divi­ nidad vengadora. Es la fuerza de la razón contra la mayor sinrazón, que es el amor. Es la diosa encargada de castigar los excesos. Hesíodo tam­ bién la identifica con el pudor (Aidos). El tercer símbolo de la razón es Eurídice (Égloga III, w. 1 2 9 -1 4 4 ) que, según Fernando de Herrera 25, representa nuestros afectos gobernados por la voluntad. Aparece siempre unida a la figura de su esposo Orfeo, que simboliza el espíritu mental, la llamada hacia la virtud. Es el dios de los misterios órficos que vencen a las fuerzas de la naturaleza, seduciéndo­ las con su canto. La serpiente que mata a Eurídice simboliza el engaño del mundo. 2 3 “Hos super advenit Volsca de gente Camilla”, Virgilio, Eneida, libro VII, v. 8 03; “Est et Volscorum egregia de gente Camilla”, Virgilio Eneida, libro XI, v. 4 32. 24 Arce de Vázquez M, op. cit. p. 25. 2 5 Mac Donald, I., “La Egloga II de Garcilaso”, en Elias Rivers, op.cit., p. 221. 2 6 Fernando de Herrera, Obras de Garcilasso de la Vega con anotaciones de F er­ nando de H e rre ra , c ita d o en G allego M o re ll G arcilaso y sus com entaristas, Madrid, ed. Gredos, 197 2 , p. 573.

56

P. N. Dunn 29 también está de acuerdo en unir el mito de Venus como representación de lo sensual con el de Marte dentro de la teoría de los contrarios. En su estudio sobre la Canción V u Oda «a la flor de Gnido» — dedicada a Violante Sanseverino, pretendida por el napolitano Mario Galeota, amigo de Garcilaso— apunta todo un complejo mundo de simbologías. Afirma que los Sanseverini, familia noble de Nápoles, ya habían servido a Marte en su triunfo. La «Sanseverina» debe representar ahora el triunfo de Venus, puesto que la unión de Marte y Venus es la más signifi­ cativa de las armonías de los contrarios. Doña Violante es un personaje real, pero también al mismo tiempo es una diosa del amor singularizada. Si al ser desdeñosa, fuera convertida en piedra como Anajárete sería una imagen de Venus, al estilo de las de la antigüedad clásica. La más celebrada era la esculpida por Praxiteles y venerada por el pueblo de Cnidos. Luego, el Gnido de Garcilaso significa Cnidus, el templo de Venus. S e nos informa de que Nido en Nápoles es un templo de Venus donde recibe adoración doña Violante. Sin embargo, hay una diferencia entre la diosa y la figura humana. La servidumbre de Marte a Venus no es igual que la de Galeota, ya que el

27 Azar, I., Discurso retórico y m un d o p a stora l en la Egloga II de Garcilaso, Amsterdam, ed. J . Bergamins B. V., 198 1 , p. 130. 28 F, De Herrera, op. cit, p. 4 06. 29 Dunn, op. cit. pp. 288- 301.

57


dios está sometido y en paz, pero el amigo del poeta aún sufre y pena. Doña Violante es y no es diosa del amor; lo es por su belleza, pero no lo es porque no ama. Éste es su fracaso y la diferencia entre un mármol de Cnido y una doña Violante convertida en piedra. Al llamarla «flor de Gnido» la invita a ser amable con Mario Galeota, a ser la auténtica Venus. Garcilaso, ya sometido a Diana, lucha para que la diosa del amor conceda sus favores a un amigo, es decir, a través de toda esta compleja fábula mitológica, el poeta nos muestra su deseo de ser correspondido, de ser amado con un amor sensual y físico, aunque aparentemente la razón y la melancolía dominen su mundo no poético. 5. M uerte: la actitud del poeta ante la muerte está presente en la obra a través de tres ejemplos mitológicos, de los que la mención a Elisa representa el momento de mayor lirismo en toda la producción poética del autor. Toda la crítica coincide en señalar el paralelismo Isabel FreyreElisa. Nemoroso, el pastor que llora la muerte de su ninfa, es, pues, el propio poeta. La muerte, al igual que el desamor, trastorna la armonía de los contrarios, típica de la doctrina neoplatónica. La Egloga I es mucho más desgarradora que la III en la que el dolor por la muerte de la amada aparece como algo más lejano encuadrado dentro de las fábulas mitológi­ cas que tejen cuatro ninfas a la orilla del Tajo. Podemos suponer que la muerte estaba más reciente en la Egloga I, por las muestras de desespera­ ción de Nemoroso y la cruda imprecación a Diana (versos 3 7 0 -4 0 7 ), como diosa que preside los partos. Sin em bargo, en la Égloga III el poeta contem pla algo ajeno a su corazón. Com para su dolor al que sintió Apolo por Dafne, Venus por Adonis u O rfeo por Eurídice. Hay una especie de gradatio en el senti­ miento de dolor. En primer lugar, Filódoce teje la fábula de Eurídice, el conflicto de la razón; en segundo lugar, Dinámene la de Dafne, la lucha contra el desdén, para terminar con Climene, que representa el mito de la muerte de Adonis por los celos de Marte. Nise teje la fábula de Elisa, el conflicto de la muerte de la amada contra el que no hay solución posi­ ble. Sin embargo, en la Égloga I, Garcilaso plantea ya un desenlace (ver­ sos 3 9 4 -4 0 7 ). Desea morir para encontrarse con su amada en «la tercera rueda», el cielo de Venus, «cuya luz cría am orosos efectos y de ninguna otra Benina estrella se engendran cosas tan cercanas al poder de la her­ mosa Venus 30.

30

58

Herrera, op. cit. p. 4 44.

Por tanto, en el interior del poeta triunfa el amor frente a la aridez de la muerte racional. Al fin, Venus supera los designios de Diana. Garci­ laso, el poeta de la mesura, que ha escondido a lo largo de su obra sus sentimientos, no puede contenerse ante la muerte. Afloran en la Égloga I todos sus deseos, el ansia de superar la rígida ley de la diosa de la razón, tan implacable, para entregarse a la dulce y no esquiva Venus. La Égloga III, frente a esto, supone la vuelta al equilibrio y la supremacía de lo racional. Habiendo superado el dolor, Garcilaso esconde otra vez su deseo en una intrincada selva de fábulas mitológicas. El soneto XXIX insiste en el tema del poder de Diana sobre Venus. Narra la fábula de Hero y Leandro. Hay una doble interpretación de este soneto: por una parte, muestra el tópico del «carpe diem», el vivo deseo de aprovechar el placer momentáneo, el aprecio del gozo aún por encima de la vida misma; por otra parte, Hero, la amada de Leandro, era sacerdoti­ sa de Venus, diosa nacida del mar. El amante muere en el intento de atra­ vesar el mar para llegar junto a su amada. Hero, sacerdotisa de la diosa del am or, inmola en el altar marítimo de su deseo una víctima para su divinidad superior. Cualquiera de las dos interpretaciones es válida. Pue­ den unirse en la significación de que el amor como goce sensual momen­ táneo dentro del tópico del «carpe diem», conlleva el riesgo de perecer ahogado en el mar de la pasión, que es Venus. Cabría señalar también la figura de Lampecie o Faetónida, la herma­ na de Faetón, que llora su muerte convertida en álamo (Elegía I, 46-57). Vimos cómo la transformación vegetal simbolizaba el triunfo de la casti­ dad frente al deseo. En este caso simboliza el castigo a la arrogancia y a la desobediencia a las leyes racionales. Faetón, hijo del Sol, se atreve a conducir el carro solar. En su audacia, llega tan cerca de la tierra que está a punto de incendiarla. Júpiter, como representante del poder lógico, fulmina al joven irracional para evitar una catástrofe. Su hermana, trans­ formada por amor fraternal, continúa ofreciendo ejemplo para los que se atreven a sobrepasar el límite de la razón. Garcilaso ha preferido de nuevo el símbolo femenino, frente al masculino, de mayor fuerza de convicción, pero quizás menos poético. Hemos analizado la expresión de los conflictos del alma del poeta a través del lirismo de la mitología femenina, pero no hay que olvidar el uso de todo un aparato mitológico no significativo que ayuda a desarrollar la m ampara afectiva a la que aludíamos en la introducción. Garcilaso, como poeta del Renacimiento, invoca musas, ninfas y Gracias dentro de

59


un mundo de entes fantásticos y com o figuras secundarias que crean un halo de irrealidad en el que los sentim ientos son aún m enos visibles. Pasamos a analizar qué otros sentimientos oculta este universo de divi­ nidades.

III.

G a r c il a s o

d e la

V ega: U n

e r o t is m o v e l a d o

Serrano Poncela 31 ha centrado su atención en la actitud de Garcilaso ante el contraste entre la rígida sociedad castellana y la trivialidad, licencia y alegre despreocupación del Nápoles del siglo XVI. Llama la atención de este crítico el sentido trágico del amor que aparece en la obra y que ya hemos examinado (el «dolorido sentir»). Detrás del placer, parece decirnos Garcilaso, hay siempre un remordimiento, y lo voluptuoso sólo se aprecia cuando lo perdemos. En apariencia, toda mujer es 32 «una Eva portadora de la gustosa manzana en una de sus manos, mientras acaricia con la otra la chata cabeza de la serpiente. Al conjunto de tan peligro­ sa ambivalencia acude el hombre con renovado afán y siempre vilipendio».

Surge la idea del pecado en contraste con la alegría sensual, casi por­ nográfica del Renacimiento italiano. II C ortegian o nos ofrece un valioso testimonio de la actitud renacentista ante lo sensual: por una parte, el neoplatonismo de idealización de la amada, y por otra, el diálogo erótico, el «cuento verde». La tradición española conlleva, frente a la italiana, un trasfondo de temor al pecado. Al analizar el eros garcilasino señala Serra­ no Poncela 33. «(...) habría que proponer la cuestión en términos de apetito-pecado, subrayando entonces la fuerte presencia de un temple afectivo profundamen­ te voluptuoso, casi lúbrico, que se esboza como un malhechor descubierto, en la autocrítica purgante. En toda la literatura española se siente la mujer de bulto, con su vibración sensual y su llamada en celo. (...) La castidad de la lírica española es sumamente ambigua: hay en ella una moderación del deseo y a la vez una alucinada entrega».

31 32 33

60

Serrano Poncela, op. cit. pp. 55- 62. Ibid., pp. 55-6. Ibid., p. 50.

Baste acudir a las Églogas para descubrir todo un erotismo incipiente y velado bajo el engañoso fondo de la descripción mitológica: «Flérida, para mí dulce y sabrosa más que la fruta del cercado ajeno». (III, 305-6) «¿adonde están? ¿Adonde el blando pecho? ¿Dó la columna que el dora­ do techo con presunción graciosa sostenía?» (I, 276-8) «El agua clara con lascivo juego nadando dividieron y cortaron». (III, 93-4)».

Baste también ser un buen lector entre lineas del verso 3 5 de la can­ ción V («en la concha de Venus amarrado») o un agudo comentarista al estilo de Fernando de Herrera 34: «fingen que Venus va en concha por el mar, dejando la causa principal, que no es tan honesta que la permita nuestra lengua, porque el manteni­ miento de este género conmueve el incentivo de la lujuria».

o en la línea de Tomás Tamayo de Vargas 35 «también el uso en los autores del nombre concha en las cosas tocantes a lascivia es sabido de Plauto, Rudent..., donde un siervo dice a Venus: ignoscere his te convenit, metus has ut id faciant subegit,/ te ex concha natam esse autumant, cave tu harum conchas spernas».

Una atenta lectura de Garcilaso nos descubrirá todo un mundo de simbología sensual y erótica. De nuevo, el eterno conflicto entre razón y pasión, aparentem ente con la victoria de la mesura y el equilibrio, y de nuevo también la mitología, y en especial la femenina, como medio de ex­ presión del yo intimista humano, atormentado por un deseo irrealizable y oprimido por los moldes de la rígida moral castellana 36: «Y sucede también que sus convencionales descripciones de paisajes o figuras mitológicas adquieren el mismo temblor humano por medio de un 3 4 Herrera, op. cit, p. 411. 3 5 Tamayo de Vargas T, G arcilasso d e la Vega, natural d e T oledo. Príncipe d e los P o e ta s C a stellan os. D e d o n T h om ás T am aio d e Vargas, en Gallego Morell, op. cit. p. 634. 36 Serrano Poncela, op. cit. p. 61.

61


detalle, un escorzo, una ligera pincelada que a veces no pasa de simple adje­ tivación: el pie blanco, el cabello escurriendo por el seno desnudo desparra­ m ándose voluptuosam ente por la espalda, la m ano tibia sem ejante a un grumo de leche; a veces un signo de admiración sabiamente empleado: ¡oh claros ojos!, ¡oh cuello de marfil! Todos estos matices eróticos traicionan al poeta conturbado, a fuer de buen castellano, por el misterio del sexo y teme­ roso, a su vez, de entregarse a su goce.»

No triunfa la razón, no vence la voluntad y el equilibrio. Es la victoria del miedo, del pecado y del remordimiento. Es, en definitiva, el «dolorido sentir» de la impotencia. P il a r G a l á n

La guerra civil y la posguerra en Plasencia (1936-1944). Consecuencias económicas y demográficas

R o d r íg u e z

M . L u is a H a r t o T r u jil l o

1.

E l L evantamiento

Tras el triunfo del Frente Popular en febrero de 1 9 3 6 , se fue fra­ guando un golpe de estado militar que culminó en el alzamiento del 18 de julio. Al no lograrse con la rapidez prevista el objetivo, el golpe acabó convirtiéndose en un larga guerra. El conflicto supuso para el país una brutal sangría humana, un profundo bache dem ográfico, un gigantesco salto atrás en el plano económico y un auténtico desastre desde el punto de vista intelectual, cultural y moral. En Extremadura, el desarrollo del levantamiento no fue uniforme ni hom ogéneo, resultando bien distinto en cada una de sus dos provincias. El origen de esa diferenciación zonal estuvo en la existencia de realidades sociales, políticas y militares muy diversas en los territorios cacereño y pacense. Mientras en el primero, desde las elecciones del Frente Popular, no habían abundado los desórdenes ni alteraciones campesinas, reinando, en cambio, la tranquilidad y el orden público, el segundo había padecido un período de intensos conflictos sociales. Otra nota diferenciadora la constituía la distinta adscripción de sus respectivas guarniciones en el marco de la división u organización administrativa del ejército, pues míen tras las unidades pacenses dependían de la I División, con sede en Madrid,

62

63


2.

los centros de la Alta Extremadura dependían de la VII, con cabecera en Valladolid x. En Cáceres capital, ante las noticias de la sublevación llegadas a la ciudad, el gobernador civil se negó a la entrega de armas a las juventu­ des socialistas y comunistas. Las autoridades civiles se encontraban tan confiadas en un rápido fracaso del levantam iento que, incluso, salió para Madrid una sección de Guardias de Asalto para reforzar la Capi­ tal. El 1 9 de julio, el com andante Linos Lage, al frente de un batallón del Regim iento de Argel, proclam aba en la Plaza Mayor el estado de guerra. Tras ocupar los organismos, edificios e instituciones más desta­ cadas, los presos falangistas fueron liberados y los dirigentes del Frente Popular, así com o otros individuos que no huyeron a tiem po, fueron detenidos 2. En Plasencia, el ten ien te coronel Jo s é Puente Ruíz, com andante del Batallón de Ametralladoras número 2, en contacto ya con los mili­ tares de C áceres, apenas recibió la orden declaró el estado de guerra sin encontrar resistencia alguna 3. Precisam ente la ciudad abasteció de tropas (junto con las de C áceres) a las unidades que se dedicaron a neutralizar las poblaciones que, en la provincia, permanecían fieles a la República. Una vez que el triunfo nacionalista fue un hecho, apareció la violencia desde los primeros instantes. Pero, es preciso distinguir en ella matices y m omentos diferentes. Puede hablarse, por tanto, de una violencia incontrolada en los primeros m om entos y dirigida, posterior­ mente.

1 García Pérez, J ., Sánchez Marroyo, F., y Merinero Martín, M. J . H istoria d e E xtre­ m adura. L o s tiem pos actuales, t. IV. Badajoz, 1985, Universitas Editorial, pp. 1109-1120. 2 García Pérez, J., y Sánchez Marroyo, F., La Guerra Civil en E xtrem adura. 19361986, Badajoz, «Hoy» Documentos, p. 26. 3 A mediados de septiembre de 1931 el Diario Oficial del Ministerio de la Guerra publicaba la supresión del Regimiento de Infantería número 4 4 de guarnición en Marruecos «... cuya fu erza se repatriará a la Península, fo r m á n d o s e d o s B ata llo n es, uno d e A m e­ tralladoras con la plantilla q u e le señ ala la Circular d e 5 d e junio últim o (Diario O ficial núm ero 123) y qu e se localizará en P lasencia (C áceres) y el otro B atallón q u ed ará d esta ­ ca d o en A lm ería. El B atallón d e A m etralladoras conservará la B an dera y el historial del R egim iento disu elto y s e d en om in ará B atallón d e A m etralladoras nú m ero 2...». La dota­ ción de la citada unidad era la siguiente: un teniente coronel, dos comandantes, nueve capi­ tanes, nueve subalternos, un médico, un capellán, un armero, un guarnicionero, un herra­ dor, cinco suboficiales, treinta y tres sargentos, cuarenta y nueve cabos, siete cornetas y tres soldados de segunda. Todo lo cual sumaba 4 2 6 militares. La unidad se completaba con trece caballos y sesenta y seis muías de carga y tiro. Cf. Hemeroteca Municipal de Madrid, El R egional, n. 5 6 1 , del 2 6 de septiembre de 1931.

64

La represión

La preocupación por el estudio de la Guerra Civil com enzó hace mucho tiempo. Y un aspecto sumamente conflictivo ha sido desde enton­ ces, junto a las consecuencias económicas y sociales, el número de muer­ tes producidas, directa o indirectamente, por la contienda. En este senti­ do, el caso de Plasencia resulta muy significativo pues fue uno de los centros, junto a los de Cáceres, Badajoz y Mérida, donde se concentró la administración militar y sanitaria. Asimismo, se centralizaron los actos de las jurisdicciones castrenses y la atención médica de un elevado número de com batientes. Ello se tradujo en el hecho de que buena parte de las ejecuciones judiciales se realizaran en el ciudad y en sus registros quedara constancia de las mismas. También la proporción de soldados que morían en los hospitales era importante. De esta forma, el núcleo placentino se constituía en un gran centro productor de sobremortalidad y, dado que en el mismo apenas se produjeron casos de muertes de civiles partidarios del alzamiento, sólo es posible la constatación de dos tipos de fallecidos por acción violenta: los muertos en combate procedentes de los lejanos fren­ tes y las víctimas de la represalia sobre los partidarios de la República.

CUADRO 1

ESTACIONALIDAD DE LAS DEFUNCIONES. PLASENCIA 1 9 3 6 -1 9 4 1

AÑOS

E

F

M

A

M

J

J

A

S

O

N

1936

18

20

22

23

21

25

38

60

62

19

1937

39

41

53

26

52

41

48

35

30

26

1938

40

25

36

42

29

42

35

26

22

37

1939

36

25

37

50

24

35

27

20

36

28

1940

34

30

30

20

30

31

27

30

25

42

1941

44

44

51

53

44

29

34

34

27

33

39

D

TOTAL

25

74

407

25

40

456

21

35

390

29

33

380

31

48

378

35

467

Fuente: Registro Civil de Plasencia. Elaboración propia.

65


Las fuentes utilizadas para este estudio han sido las siguientes: a) El Registro Civil (en adelante R.C.), documentación que, pese a sus limitacio­ nes, constituye el repertorio básico; b) Los Libros Parroquiales (en adelan­ te RR.PP.), si bien en este caso las anotaciones de las causas de defun­ ción presentan grandes lagunas y cj el Libro de Cementerio, que completa, aclara y amplia la información del R.C. Desde un punto de vista cuantitativo, la comparación entre las tres fuentes arroja el siguiente resultado: entre 1 9 3 6 y 1 9 4 1 , los R R .P P . dan un total de 1 .5 1 4 fallecidos, el R .C . 2 .4 7 8 y, los enterram ientos del cementerio, 2 .6 7 1 (número obtenido de la suma de difuntos adultos y párvulos). Tom ando com o base la última cifra, puede afirm arse que las dos primeras fuentes presentan un déficit del 4 3 y 7 % respectiva­ mente. Y es que, si bien el R.C. y la realización de las inscripciones fueron reguladas por una normativa de carácter general, lo cierto es que la gue­ rra supuso una auténtica dislocación de la vida pública y las propias insti­ tuciones administrativas se vieron profundamente perturbadas. La influen­ cia de quien efectuaba la anotación fue decisiva, por cuanto suponía una mayor o menor riqueza informativa de la fuente. Para F. Sánchez Marro­ yo las muertes debidas a la represión nacionalista conocieron tres tipos de peripecias: o no se inscribieron, o se anotaron en el momento de produ­ cirse o, por último, se apuntaron con una cierta demora después de ocu­ rrido el óbito 4. En el caso de Plasencia, un estudio de las anotaciones del R.C. pone de manifiesto que la mayor paste de las defunciones se consig­ naron en el momento en que se produjeron, aunque es posible que exis­ tieran algunas que no fueron registradas. Recuérdese el 7 % de diferencia entre los datos civiles y los del cementerio. Aunque sea un aspecto trascendente, resulta difícil establecer con toda seguridad las cifras reales de las muertes achacables a la represión nacionalista en la ciudad del Jerte. La discordancia entre las diferentes fuentes consultadas perm ite sólo una aproxim ación al tem a. Posible­ m ente, la inform ación oral vendría a com plem entar los datos disponi­ bles. Pero, aún así, es improbable que se llegara a conocer el montan­ te real.

4 Sánchez Marroyo, F., y otros, ‘Aproximación a la represión nacionalista en Extre­ madura (algunos núcleos significativos)’, en A lc á n ta ra , n. 17, Cáceres, mayo-aqosto de 1989, pp. 184-185.

66

Teniendo en cuenta las defunciones anotadas en el R.C. se pueden distinguir dos tipologías: a) L os asesin atos incon trolados. En los primeros meses de la con­ tienda fueron frecuentes en la ciudad y sus alrededores los «paseos», en los cuales eran eliminados de manera irregular aquellos individuos que se habian significado por su protagonismo en la vida pública, los partidos y organi­ zaciones del Frente Popular. En el registro placentino es muy frecuente este tipo de inscripciones, de manera que ofrecen una gran variedad. En julio de 1 9 3 6 aparecen los primeros casos. Concretamente, el 26 del mismo mes se anotaban tres muertes por «herida de arma de fuego». Pero fue, sobre todo, en agosto cuando las actuaciones incontroladas alcanzaron su punto álgido. El día 3 aparecieron muertos cuatro indivi­ duos, dos de ellos en el kilómetro 1 3 8 de la carretera de Salam anca a C áceres y otros dos en el kilómetro 1 2 4 de la misma vía. La autopsia reveló que la defunción se había producido por «hemorragia». Unos días más tarde, el 14 de agosto, fueron hallados otros cuatro hombres, tres de los cuales estaban en el kilómetro 1 2 2 de la carretera de Salam anca a Cáceres y el cuarto en el 2 de la carretera de Plasencia a La Alberca. La causa de la defunción era también la «hemorragia». Dos días después, apa­ recía un desconocido en el punto kilométrico número 11 de la carretera de Plasencia al Barco de Ávila. El 18 eran encontradas sin vida nueve personas distribuidas en: el barrio de San Juan, el depósito municipal de la calle de la Constancia, la calleja de las Escuelas Graduadas, junto a la pared del depósito de aguas, junto al puente de Niebla, la «fábrica de luz» próxima al puente de San Lázaro y el kilómetro 3 de la carretera de Pla­ sencia al Barco de Ávila. En todos los casos se anotaron como causa de la muerte «heridas de arm a de fuego». El 2 1 del mismo mes apareció otros desconocido, por el mismo concepto, en el kilómetro 3 de la carre­ tera al Barco de Ávila. En septiembre siguieron produciéndose actos incontrolados por parte de grupos extremistas que se tomaban la justicia por su mano. Durante las tres primeras semanas no se detectan casos de violencia. Sin embar­ go, en los últimos siete días del mes hubo una auténtica avalancha de ase­ sinatos. El 2 4 cayó un individuo en la carretera de la Alberca y dos días más tarde se encontraron muertos once hombres en el kilómetro 6 de la misma vía. El 2 8 fueron encontrados otros dos individuos en el kilómetro 8, cerca del puente de Tamujo. Por último, entre el 2 9 y el 3 0 se halla­ ron once nuevas víctimas en el kilómetro 2 3 de la carretera de Salaman­

67


ca a Cáceres. Todos ellos habían muerto por «heridas de arma de fuego». Tam bién en este mes se llevó a cabo la primera ejecución «legal» en la persona de un maestro nacional, como resultado de la causa instruida por delito de rebelión. Así pues, las muertes producidas por estos «paseos» se caracterizaron por la aparición de los cadáveres en pleno campo, indicándose el nombre de la carretera más cercana, punto kilométrico, cuneta, nombre de la finca o puente más próximo. La causa de la muerte era prácticamente invaria­ ble, «arma de fuego», «herida por arma de fuego» o «hemorragia». Asimis­ mo, es de destacar la considerable cantidad de muertos sin identificar, lo que hizo que se les inscribiera como «desconocidos». Es posible que este hecho se encuentre en íntima relación con el elevado número de indivi­ duos procedentes de los pueblos cercanos. Al ser el término municipal de Plasencia de gran superficie, aquellos asesinados fuera de sus localidades y recogidos por las autoridades placentinas, eran anotados en el registro de la ciudad 5. b) Las ejecu cion es judiciales. A partir de octubre comienzan a apa­ recer en el R.C. individuos muertos a resultas de la actuación de tribuna­ les militares. Durante un breve período de tiempo ambos tipos de muerte, paseos y ejecuciones, se alternaron, hasta que los primeros terminaron desapareciendo. Esto significa que la represión sobre los desafectos se ins­ titucionalizó y la jurisdicción militar se encargó de ellos. Además, las eje­ cuciones, que en algún caso anterior se efectuaban en las cercanías del cem enterio, pasaron a realizarse en el cam po de tiro del batallón de la plaza, al amanecer. Los afectados por la pena de muerte eran mayoritariamente vecinos de los pueblos de la comarca. En efecto, desde octubre comienzan a controlarse los actos sangrien­ tos. De hecho, en este mes sólo se produce un asesinato. Sin embargo, aumenta el número de los ejecutados a consecuencia de una sentencia judicial. El día 8 fueron pasados por las armas tres individuos a la 6 .3 0 de la mañana, en una zona cercana a la carretera de Plasencia a Malpartida (donde antiguamente se ubicaba el campo de tiro).

fue entonces cuando las defunciones, 74, alcanzaron su máximo para toda el período de la guerra. En este momento ya no se producen en Plasen­ cia ajustes de cuentas ni asesinatos incontrolados. La represión se llevaba a cabo de forma reglamentada. Sólo en este mes se ejecutaron a veinti­ cuatro personas distribuidas de la siguiente forma: diez el día 11, seis el 12, tres el 13 y cinco el 2 2 . Todas ellas aparecen consignadas en el Libro de Cementerio. En 1 9 3 7 se asiste a un descenso de las ejecuciones «legales». En enero hubo solamente una, el día 2 2 . En febrero no se produjo un solo caso. Pero, el 16 de marzo tuvo lugar el fusilamiento de nueve individuos procedentes de varios pueblos, y el 18 de abril cayeron dos más de Almaraz y Aldeanueva de la Vera. Por último, mayo fue el último mes de 1 9 3 7 en que se efectuaron ejecuciones. En efecto, el día 4 cayó un sujeto pro­ cedente de la Vera, y el día 15, cinco más de Hervás. Por último, habría que m encionar el dudoso caso de una joven de 1 4 años que falleció el día 2 6 de septiembre en el Hospital Provincial de la ciudad a causa de «lesiones por arma de fuego». Aunque en la ficha del R.C. se especifica que la inscripción está hecha por comunicación remitida por el com an­ dante juez instructor militar de la Plaza, lo cierto es que la corta edad de la chica y el lugar de la muerte hacen poco verosímil la hipótesis de un fusilamiento y desplaza la atención sobre un asesinato, venganza o crimen común. En 1 9 3 8 sólo existen seis casos de fusilamientos, todos ellos en marzo. En efecto, entre el 10 y el 11 del citado mes se llevó a cabo la ejecución de cinco individuos (tres de Aldeanueva del Cam ino, uno de Malpartida y otro de Plasencia). El día 7 de julio, a las ocho y media de la mañana, se cumplió la sentencia de muerte impuesta a otro hom­ bre. Este sería el último del presente año. Existió también otro caso dudo­ so en septiembre. Una mujer había fallecido por las «heridas en pecho y vientre». Pero, el hecho de que fuera enterrada en una sepultura normal indica que posiblemente la muerte no se produjera como consecuencia de una acción represiva.

En el mes siguiente no hubo ejecuciones, pero en diciembre aumen­ taron considerablemente. En el cuadro número 1, puede apreciarse que

5 Sánchez de la Calle, J . A., La po b la ció n de Plasencia en la época co n te m p o rá ­ nea (1800-1970), Tesis Doctoral, Facultad de Filosofía y Letras de Cáceres, 199 1 , p. 652.

68

69


en los primeros meses de la contienda: tres en junio, diecinueve en agos­ to, veinticinco en septiembre y uno en octubre.

CUADRO 2

LA REPRESIÓN NACIONALISTA. PLASENCIA 1 9 3 6 - 1 9 4 0

1 936

1937

1938

1940

0

6

0 0

6

0

1

A sesinados .............................

48

0

0

Ejecutados ..............................

28

18

...............................

76

18

T o tal

1 939

1

Fuente: R.C. Plasencia. Libros de Difuntos. Elaboración propia.

En 1 9 3 9 no hubo ejecución alguna en la ciudad. Pero, el 3 0 de enero de 1 9 4 0 , se produjo el fusilamiento de un individuo de Villar de Plasen­ cia. Este fue el último caso de «ajusticiamiento». El 11 de febrero del mismo año se anotaba en el R.C . la muerte de un hombre causada por «disparo de fusil en el cuartel». Sin em bargo, la confrontación de esta fuente con el Libro de Cementerio pone de manifiesto que el fallecimien­ to se produjo no en el acuartelamiento sino en el hospital y sería poco probable que un fusilado, que además constaba como «soldado» en la ficha del cementerio, fuera llevado a reponerse de sus heridas al Hospital Pro­ vincial. Además, la inhumación se produjo' en una fila y sepultura concre­ ta y no en el «cementerio civil», donde se enterraba a los fusilados. Por otra parte, la hora del entierro fue a las 5 de la tarde, cuando lo más usual es que fueran enterrados nada más producirse la muerte, es decir, por la mañana temprano. De esta forma, el número de víctimas causadas por la represión nacio­ nalista en la ciudad de Plasencia asciende a 1 0 1 , de las cuales 5 3 fueron ejecuciones «legales» (véase cuadro número 2). Su distribución mensual fue la siguiente: en 1 9 3 6 , uno en septiembre, tres en octubre y veinticuatro en diciembre. Al año siguiente, uno en enero, nueve en marzo, dos en abril y seis en mayo. En 1 9 3 8 , cinco en marzo y uno en julio. En 1 9 3 9 no hubo caso alguno. Por fin, en 1 9 4 0 , el último fusilado fue en enero. El resto de las muertes, 4 8 , fueron causadas por asesinatos incontrolados

70

Estos datos concuerdan prácticamente con los expuestos por F. Sán ­ chez Marroyo, hasta el punto de que sólo existe una unidad de diferencia para todo el período de 1 9 3 6 -1 9 4 0 5. Atendiendo a la profesión de los ejecutados, la mayor parte de las víctimas de la represión fueron trabajadores modestos del campo, jornale­ ros y clase obrera en general; a la que habría que unir, con carácter mino­ ritario, algunos profesionales de la enseñanza (maestros de escuela) y, en menor medida, otros sectores (médicos). Hasta aquí el análisis de la mortalidad ocasionada a lo largo de la Guerra Civil por la represión nacionalista en la ciudad. Sin embargo, hubo otro tipo de represión: la ejercida por los republicanos sobre las zonas que quedaron bajo su dominio al estallar el conflicto. Pero, el hecho de que la ciudad apareciera inmediatamente bajo control del ejército sublevado hizo que esta represión apenas se produjera. Ya al proclamarse la II República se produjeron algunos desmanes. Concretamente, la noche del 16 de abril de 1 9 3 1 fueron asesinados dos serenos en la Plaza de la Ciudad. Sin embargo, este tipo de hechos no se repetiría hasta la llegada de la contienda. Una vez iniciado el conflicto hubo muy pocos casos, la mayor parte de ellos de carácter dudoso, que pudieran ser considerados como víctimas de los republicanos, máxime en una zona que, desde el primer m om ento, fue ocupada por las fuerzas nacionalistas. En diciembre de 1 9 3 7 muere un civil «por explosión»; en septiembre fallece una chica de 14 años en el Hospital Provincial a con­ secuencia de las «heridas de arma de fuego»; en agosto del año siguiente cae otra mujer a causa de las heridas producidas por «los forajidos rojos». Por último, en junio de 1 9 3 9 m ueren tres civiles a consecu encia del «shock traum ático por la explosión de un artefacto». Com o se puede apreciar, estas noticias no son reveladoras de que los óbitos fuesen cau­ sados, a excepción de la mujer herida por «los rojos», por la acción repu­ blicana 1.

6 7

Sánchez Marroyo, F., y otros, ‘Aproximación a la represión...’, op. c it., p. 183. Registro Civil de Plasencia, L ib ro s de D efu n cio ne s de 1 9 3 6 a 1 9 3 9 y L ib ro de

Cem enterio.

71


3.

L a s b a ja s «c on ven cion ales » d el co n flicto

Es difícil establecer una sistematización de las defunciones «convencio­ nales» provocadas por la guerra. Por ello, junto al apartado de la repre­ sión de los dos bandos, es conveniente abrir otro capítulo genérico cuyo nombre podría ser el de «fallecidos por causas relacionadas con la guerra» (excluyendo, claro está, a los individuos reprimidos). En él tendrían cabida las personas muertas en «acción de guerra» y en «combate». Los primeros serían todos los desaparecidos por actos de guerra como los bombardeos sobre la ciudad, explosiones fortuitas, etc. Bajo el epígrafe de muertos «en combate» se incluirían los soldados que fallecen en actos bélicos, por heri­ da de metralla, bala, etc. Y, en general, todos aquellos que mueren en los hospitales militares a causa de las heridas sufridas en la batalla. a) M uertes causadas p o r «acción d e guerra». Los fallecidos a causa de bombardeos sobre la ciudad fueron escasos. En efecto, entre el 17 y 18 de agosto de 1 9 3 6 tuvo lugar un ataque de la aviación republicana que provocó algunas víctimas en el cuartel que albergaba al Batallón de Ametralladoras número 2 con base en la ciudad. Com o consecuencia de la explosión de una bomba enemiga lanzada por un aeroplano murie­ ron cinco individuos que fueron enterrados el día 17; de ellos, tres eran militares y otros dos braceros, según el R.C. Sin embargo, en el Libro de Cementerio los cinco aparecen como soldados. Los días 18 y 19 fallecen otros dos por la misma causa, y los días 2 3 y 2 5 dos más, uno «a conse­ cuencia de la gangrena producida por la bomba de aviación» y otro «por heridas de bombardeo enemigo». Ambos eran, según el R.C . jornaleros. De estos nueve hombres sólo tres eran militares, según la citada fuente. Sin embargo, en el Libro de Cementerio son seis los que reciben el califi­ cativo de «soldados». Esto induce a pensar que algunos placentinos, cuya profesión en la vida civil era la de jornaleros, braceros, etc., se enrolaron en el ejército en los primeros momentos de la contienda y les sorprendió el ataque de la aviación en el patio del,cuartel. Ello explicaría la dualidad de «profesiones» según una fuente u otra. En febrero de 1 9 3 7 falleció en el Hospital Provincial otro individuo «a consecuencia de las heridas producidas por el bombardeo de la esta­ ción de ferrocarril de Empalme». A partir de entonces no vuelven a repe­ tirse este tipo de ataques. No obstante, habría que colocar en este aparta­ do otras muertes causadas por «acciones de guerra» como las de personas que murieran posiblemente de una forma accidental por las explosiones fortuitas de artefactos bélicos. Como el caso de una mujer que, el 9 de

72

diciembre de 1 9 3 7 , perdió la vida por las «lesiones producidas por explo­ sión». O los tres individuos que a mediados de junio de 1 9 3 9 cayeron «por shock traumático causado por la explosión de un artefacto»; tal vez una bomba extraviada por el ejército. Fueron, pues, nueve hom bres los que m urieron a causa de bom ­ bardeo republicano del cuartel de Plasencia, otro en Em palm e por la misma causa y cuatro civiles por la explosión de algún ingenio bélico. C om o puede ap reciarse, la cifra, 1 4 , no es muy alta. P ero hay que tener en cuenta que en la ciudad no se desarrollaron apenas acciones de guerra, lo cual se tradujo en un reducido núm ero de víctim as por este concepto. b) M uertes en com b ate. Un cariz muy distinto presenta la cifra de óbito producidos por las «heridas de guerra». El hecho de que la zona quedara en poder de los nacionalistas desde el inicio de la sublevación, unido a la existencia de un Hospital Provincial, determinó que ya en los primeros meses de la contienda comenzaran a funcionar en ella una serie de centros de asistencia médica para atender los múltiples soldados heri­ dos en campaña. Plasencia se convirtió, pues, en un núcleo de retaguar­ dia hospitalario y de abastecimiento para las múltiples unidades que ope­ raban en la zona.

CUADRO 3

ESTACIONALIDAD DE FALLECIDOS MILITARES EN LOS HOSPITALES SEGÚN EL REGISTRO CIVIL 1 9 3 6 -1 9 3 9

AÑOS

E

F

M

A

M

J

J

A

S

O

N

D

TOTAL

40

1936

0

1

1

1

5

3

1

2

5

2

3

16

1937

9

10

13

5

7

3

12

8

3

1

1

3

75

1938

0

1

5

5

6

6

7

5

9

8

4

1

57

1939

6

2

9

8

5

3

2

1

1

1

0

1

39

Fuente: R. C. de Plasencia. Elaboración propia.

73


CUADRO 4

ESTACIONALIDAD DE LAS DEFUNCIONES MILITARES EN LOS HOSPITALES SEGÚN EL LIBRO DE CEMENTERIO, 1 9 3 6 -1 9 3 9

AÑOS

E

F

1936

0

2

1937

5

7

1938

1

0

1939

5

4

0 4

A

M

J

2

2

6

4

14

4

9

3

1

1

0

3

1

3

M

J

O

N

D

TOTAL

6

2

0

2

30

7

3

2

5

81

2

5

3

1

3

17

0

0

0

2

0

23

A

S

2

2

15

7

0 1

Fuente: L. de C. de Plasencia. Elaboración propia.

En los cuadros números 3 y 4 se detalla la estacionalidad de las defun­ ciones militares en los establecimientos hospitalarios según las fuentes. La comparación entre ambos pone de manifiesto una serie de semejanzas y diferencias. En las dos el año de 1 9 3 7 refleja el máximo durante la gue­ rra. Son los m eses de marzo y julio los que marcan las puntas de dicho año. Sin embargo, la evolución anual de la cifras de uno y otro cuadro muestra sensibles diferencias. Mientras los valores del R .C . descienden paulatinamente en 1 9 3 8 y 1 9 3 9 , hasta marcar el mínimo, los del cemen­ terio caen en picado, para recuperarse ligeramente en el último año. Se observa, además, que la anotación de los muertos en esta última fuente se efectúa por más de un individuo, dejando de indicarse si el difunto era o no «soldado». Es, por tanto, más seguro valerse de los datos del R.C. pues, aunque puedan existir deficiencias, éstas son de menor tamaño que las detectadas en el Libro de Cementerio. Entre estos fallecidos se encuentra incluido un estudiante por «heridas de guerra», en febrero de 1 9 3 7 ; y cinco soldados prisioneros, muertos en el hospital del Sem inario Menor entre septiem bre de 1 9 3 8 y mayo de 19 3 9 . El análisis de las defunciones mensuales muestra una elevación en diciembre de 1 9 3 6 , febrero-marzo y julio-agosto de 1 9 3 7 , y septiembre-

74

octubre de 1 9 3 8 . Por último, marzo-abril de 1 9 3 9 fueron los meses en que más óbitos se produjeron en los hospitales placentinos.

CUADRO 5

MILITARES FALLECIDOS EN LOS HOSPITALES DE PLASENCIA DURANTE LA GUERRA CIVIL (1 9 3 6 -1 9 3 9 )

AÑOS

SOLDADOS

LEGIONARIOS

REGULARES

FALANGISTAS

TOTAL

40

1 9 3 6 .........

24

9

7

0

1 9 3 7 .........

51

14

8

2

75

1 9 3 8 .........

52

2

0

3

57

1939

33

1

2

3

39

26

17

8

211

T otai___

160

Fuente: R. C. de Plasencia. Elaboración propia.

Es posible que el incremento del número de muertes en diciembre de 1 9 3 6 estuviera relacionado con las escaramuzas sostenidas en la zona de Villar de Rena, Villar de Pedroso y Carrascalejo. A partir de entonces el frente extremeño permanecería prácticamente «dormido». Sin embargo, la inactividad se vio rota de nuevo en marzo de 1 9 3 7 , cuando las tropas nacionalistas terminaron por ocupar la Sierra de Yelves y los pueblos de Villar de Rena y Rena. El conocim iento del plan «P» (intento de avance republicano hasta la frontera portuguesa) por las tropas franquistas provo­ có una réplica por parte de las mismas, que el 12 de junio ocupaban las sierras de Arrayanes, San Lázaro y Avila. Al día siguiente se tomaba el Puerto de los Americanos, en la carretera de Castuera, y unos días más tarde se conseguía detener una contraofensiva «roja» encaminada a tomar Campillo de Llerena. En julio, una serie de fuertes ataques republicanos y contraataques nacionales provocaron la pérdida y posterior recuperación de zonas como Villar de Rena, Rena y Sierra Suárez. Estos dos enfrenta­

75


mientos (primavera y verano) pudieron contribuir a que parte de los heri­ dos fueran a parar a los hospitales de Plasencia, donde se produjo su muerte. A lo largo de 1 9 3 8 los dominios y posiciones del ejército «rojo» expe­ rimentaron un fuerte quebranto. Es muy probable que el incremento de defunciones en el transcurso del verano estuviera relacionado con las ope­ raciones desarrolladas durante los meses de junio, julio y agosto encami­ nadas a reducir la Bolsa de la Serena. Sin embargo, en la última semana de agosto se produjo un fuerte contraataque republicano, que cesó el 2 de septiembre. De forma paralela se habían llevado a cabo en la zona cace­ reña, durante la segunda mitad de agosto, la ocupación de la Sierra de Altamira, los puertos de San V icente y del Rey y el pueblo cacereño de Alia 8. Las bajas de estas ofensivas fueron elevadas en ambos bandos, dada la participación en las operaciones de grandes unidades. Tan sólo para el ataque republicano de finales de agosto se cifran las pérdidas nacionalistas en 2 1 0 jefes, oficiales y suboficiales y 4 .9 1 9 soldados entre muertos, heri­ dos y desaparecidos. No es de extrañar, por tanto, que a Plasencia aflu­ yeran multitud de heridos que, como consecuencia de sus heridas, acaba­ ban muriendo en dichos centros. Com o puede verse en el cuadro número 5 , el número de difuntos militares fue respetable: algo más de 2 0 0 en los años de guerra. Todos ellos murieron en alguno de los múltiples hospitales que funcionaron en la ciudad. En un primer momento, el único que atendía a los heridos era el Hospital Provincial. Todos los fallecidos en 1 9 3 6 murieron en este esta­ blecim iento. Posteriorm ente se fueron habilitando otros en la primera mitad de 1 9 3 7 , com o el de las «Josefinas», ubicado en la calle Sancho Polo, y el del Seminario Menor, en la calle Ancha. También en la Casa de Salud (manicomio) y el Colegio de San Calixto se instalaron centros que funcionaban en julio de 1 9 3 8 . Por último, en las Escuelas Graduadas se ubicó otro que, por atenderse en él a los regulares africanos, mereció popularmente el nombre de hospital «de los moros».

«regulares» (otro 8 %) y, por último, sólo 8 eran falangistas, los que equi­ valía al 4 %. Las curvas representadas en la gráfica número 1 reflejan la evolución de las defunciones según los datos de las tres fuentes. En ella puede obser­ varse cóm o, a partir de 1 9 3 1 - 1 9 3 2 , la diferencia entre ambas se va haciendo cada vez mayor. Recuérdese que fue precisamente bajo la II Re­ pública cuando se realizó la secularización de los cementerios, por lo que muchas muertes no se inscribieron en los RR .PP. pero sí en el R.C . La diferencia existente entre una y otra fuente en 1 9 3 6 puede deberse, ade­ más de las razones expuestas, al hecho de que buen número de asesina­ dos en los primeros meses del alzamiento pertenecían a otros pueblos y muchos pudieron ser enterrados en su localidad. La evolución mensual de las defunciones según las diversas fuentes es paralela hasta julio de 1 9 3 6 . Sin embargo, desde el mes de agosto las cifras civiles (y también las procedentes del cem enterio) experim entan una fuerte subida, que no se corresponde en absoluto con las parroquia­ les, donde, por el contrario, descienden. Es muy posible que los indivi­ duos asesinados este mes no se inscribieran en los R R .PP.; máxime cuan­ do en la ficha del Libro de Cementerio existe una anotación al margen especificándose que fueron enterrados en el «cem enterio civil». Y lo mismo puede decirse de septiem bre y diciembre, justo el m om ento en que se produjo mayor número de asesinatos y ejecuciones (posiblemente muchos de ellos rechazarían el auxilio espiritual del último momento debi­ do a sus ideas). Para refrendar esta teoría están los datos del Libro de Cementerio, que coinciden prácticamente con los del R.C. En los meses de agosto, septiembre y diciembre el número de muertes anotadas en los libros parroquiales asciende sólo a 5 0 , mientras los óbitos del R.C. y el Libro de Cem enterio suben a 1 9 6 , es decir, casi el 4 0 0 %. Sin embar­ go, si se suman los 19 y 2 5 asesinados durante los dos primeros meses y un ejecutado en septiembre, más los 2 4 de diciembre, se obtiene una cifra de 6 9 que, unida a los 5 0 parroquiales, llevan el total a 1 1 9 , lo que representa una proporción más en consonancia con la de las etapas anteriores 9.

De los 2 1 1 fallecidos en los centros hospitalarios placentinos durante la guerra, 1 6 0 , es decir, el 7 6 % pertenecían a unidades regim entales regulares; 2 6 eran legionarios, el 12 %; 17 eran africanos conocidos como 8

García Pérez, J., y Sánchez Marroyo, F., L a G u erra Civil en E x trem a d u ra ... op. cit., pp. 81-88.

76

9 Efectivamente, a lo largo de las últimas décadaslos difuntos contabilizados en los RR.PP. representan un porcentaje de, aproximadamente, el 60 % en relación a los inscritos en el R.C.

77


G ráfica 1

4.

En los últimos tres años del conflicto hubo un elevado número de militares que sucumbieron por heridas de guerra y tampoco fue­ ron inscritos en los RR.PP. lo cual contribuyó a acentuar la dife­ rencia existente entre las distintas fuentes 10.

5.

A ello habría que unir la dinámica tradicional de los óbitos acae­ cidos en la ciudad de personas procedentes de otros núcleos cer­ canos a Plasencia que eran ingresados y morían en el Hospital, siendo inscritos en el R.C. pero no en los RR.PP.

LA MORTALIDAD EN PLASENCIA SEGÚN LAS FUENTES (1 9 3 0 -1 9 4 4 ) Núm. individuos

Leyenda

800 750

Registro Civil

700

Registro Parroquial

650

Libro del Cementerio

600 550 500 450 400

Hasta aquí, los efectos directos de la guerra sobre la población militar y civil comprometida de alguna manera con el desarrollo de la contienda. Sin embargo, hubo otras consecuencias más o menos indirectas, que afec­ taron a la ciudad y motivaron el hambre, la desnutrición y una evolución demográfica peculiar.

350 300 250

4.

200

L a s c o n sec u en c ia s eco n ó m icas

150

100 50 193031 32 33 34 35 36 37 38 39 40 41 42 43 44

Años

Si en 1 9 3 6 los difuntos registrados en los libros religiosos, 1 3 6 , representaron un 4 1 % de los 4 0 7 anotados en el R .C ., en 1 9 3 7 ese porcentaje ascendió hasta el 6 8 % (3 0 8 y 4 5 6 muertes respectivamente en cada fuente). Al año siguiente, la proporción se situaba ya en el 7 4 % (287 y 3 9 0 óbitos). Por fin, en 1 9 3 9 se colocó en el 7 0 % (267 frente a 380). Estos valores indican de nuevo que:

78

1.

En el primer año de la guerra, la diferencia de fallecidos existente entre las diversas fuentes revela los numerosos asesinatos incon­ trolados que hubo y que no aparecen inscritos en los RR.PP.

2.

Una buena parte de los ejecutados «oficialmente» tampoco fueron inscritos en esos libros. Pero, al igual que los anteriores, sí lo fue­ ron en el R.C. y en el Libro del Cementerio.

3.

Sumando las cifras de «paseados» y ejecutados, los porcentajes de los datos parroquiales se aproxim an a los que, en condiciones normales, representan en relación a los civiles. En los años 1 9 3 7 y 1 9 3 8 las ejecuciones se produjeron a un ritmo más lento.

Una vez que los nacionales comprobaron la imposibilidad de resolver el conflicto en poco tiempo, adoptaron una amplia gama de medidas para hacer frente a sus necesidades económicas. Desde agosto de 1 9 3 6 pusie­ ron en marcha múltiples suscripciones patrióticas, donativos y colectas para allegar recursos destinados a las atenciones de la guerra. En la primera quincena de agosto se abría una «suscripción proejérci­ to» con el lema «oro para la patria». A mediados de septiembre de 1 9 3 7 el dinero, oro y joyas enviadas a la Junta Técnica del Estado alcanzó un valor de 1 .1 4 9 .8 9 8 pesetas en la provincia de C áceres. Pero la insufi­ ciencia de esta cantidad hizo que de nuevo en marzo de 1 9 3 8 y mayo de 1 9 3 9 se repitieran las campañas. También se estableció con carácter obli gatorio, el «subsidio procombatientes», que gravaba a las familias de acuer do con el montante de su riqueza. Por otra parte, las ventas de «lotería patriótica», la suscripción destinada a recaudar fondos para sustituir al acorazado «España» o las «propoblaciones liberadas», dirigidas a ayudar a los núcleos que los nacionales ocupaban, fueron otras fórmulas aplicadas para cubrir las cuantiosas necesidades derivadas del conflicto.

10 Este sería el caso de los soldados regulares del Norte de África que poseían una zona o cementerio especial, al lado del «oficial», donde eran enterrados sin el rito católico correspondiente.

79


Las últimas arreciaron con fuerza en los primeros meses de 1 9 3 9 , al llevarse a cabo requisas de víveres destinadas a los pueblos y ciudades catalanas. Junto a éstas, otras recaudaciones como el «plato único», «días sin postre» o «auxilio de invierno» se destinaban a cubrir los gastos de muy diversas instituciones benéficas. Por último, destacan las que se reali­ zaban en fechas muy concretas: «el Día de la Banderita», en el que las postulantes de la Sección Fem enina de Falange pedían donativos a los transeúntes a cambio de una simbólica banderita de la Cruz Roja; «el Día del Homenaje de la Retaguardia al Frente»; «el Día de la Botella», dedica­ da a recoger todos los envases de vino posibles para llevarlas al frente en Navidad y, por fin, el «Aguinaldo del combatiente » 11. Este cúmulo de peticiones, suscripciones, donativos y ayudas constitu­ yeron una agobiante presión sobre las ya débiles economías de los hoga­ res placentinos. Un dato significativo del estado de miseria en que se encontraba la ciudad a finales de 1 9 3 6 y principios de 1 9 3 7 es el siguien­ te: de los 1 2 .7 1 2 habitantes existentes en diciembre de 1 9 3 6 , la mitad aproximadamente estaban incluidos en la Beneficencia Municipal. Y es que la econom ía placentina recibió un duro golpe durante los años de guerra. Dentro del sector primario, la agricultura fue uno de los componentes más perjudicados. Varios pequeños agricultores debieron abandonar su tierra al ser llamados al servicio de las armas, quedando sus cosechas pen­ dientes de recoger 12. Esta situación, unida a la escasez reinante, provocó la redacción de una amplia normativa tendente a asegurar el abasteci­ miento de las subsistencias alimenticias. Com o consecuencia, todos los productores de cereales fueron obligados a efectuar una declaración de la cosecha recogida, remanente de la anterior, cantidad de tierras en propie­

11 El 2 9 de agosto de 1 9 3 6 se formaba en Plasencia la Junta Oficial de Donativos; el 2 0 de octubre se instauraba la Junta Inspectora de Agricultura; al día siguiente, la Junta de Recogida de Oro y, a finales de dicho mes, el 30, se llevó a cabo la Cruzada contra el frío. Al año siguiente, el 2 9 de marzo, nacía la Junta de Socorro a los Combatientes de Madrid; a primeros de julio se prohibían las requisas, a excepción, claro estaba, de las ofi­ ciales, y, por fin, el 1 de diciembre, un bando firmado por Ricardo de Rada y Peral, general jefe de la División de Cáceres, exigía la entrega inmediata de todo tipo de efectos militares (mantas sobre todo), que estuvieran en poder de la población civil, Archivo Municipal de Pla­ sencia, P ap eles su eltos, com u nicaciones, bandos, etc., 1936-1937. 12 Sin embargo, el Gobierno Civil de la provincia hizo publicar una disposición para que dicha cosecha se recogiese. Para ello se nombró una comisión formada por el alcalde, jefe militar de mayor rango en la plaza y un agricultor que, previamente de acuerdo, intenta­ rían resolver el problema. Cf. Archivo Municipal de Plasencia, B oletín O ficial d e la Provin­ cia d e C áceres, n. 119, del 9 de mayo de 1937.

80

dad, consumo propio y disponibilidad para la venta. Posteriormente, estas medidas fueron ampliadas al aceite y el vino, con lo que se intentaba evi­ tar la acaparación por parte de los revendedores y el consiguiente incre­ mento de los precios. Sin embargo, a medida que pasaban los años, la falta de alimentos básicos se fue dejando notar en la ciudad, hasta el punto que, en 1 9 3 8 , faltaban en la misma arroz, tomates, judías, café y patatas. También la producción ganadera quedó estrictamente controlada. El número de animales, su reproducción, etc., quedaron regulados por una normativa específica. Mediante el conocimiento de estos datos, se llevó a cabo una racionalización de su crianza. De esta form a, sabem os que a finales de 1 9 3 7 , de 1 1 .1 9 3 cabezas de ganado lanar, sólo 7 4 8 , el 7 %, se dedicarían al abasto de carne. En el caso de ganado cabrío, de un total de 1 .2 8 5 unidades, 2 8 8 , el 2 2 % podrían ser sacrificadas para su consu­ mo. Por último, de 1 .6 1 1 cerdos, únicamente podría disponerse de 1 4 5 , el 9 %. Para el ganado vacuno no se tienen datos pero, según afirma M. L. Caballero Boceta, casi todas las vacas estaban dedicadas a crianza y en la primavera se destinaban para abasto las que no habían criado o eran ya viejas para el régimen pastoral 13. En definitiva, eran pocas las cabezas de ganado de las que se podía disponer libremente para el consu­ mo al estar éste regulado por la autoridad y amenazado de severas penas su contravención. Para empeorar aún más las cosas, se declaró una epi­ demia de aftas y peste porcina, que inmovilizó para su consumo cerca de 5 0 0 cerdos. Sin embargo, las autoridades no pudieron impedir su inges­ tión, lo que se tradujo en el aumento de enferm os y fallecidos a conse­ cuencia de estas enfermedades. Dentro del sector secundario, la elaboración de harinas y pan era la actividad más destacada. Al principio de la guerra existían en la ciudad 4 fábricas de harina que abastecían a 11 panaderías, aumentando a 1 3 al final de la contienda. Otras industrias, como la fabricación de hornos de ladrillo y losetas, descendieron de 6 a 3 por la crisis de la construcción; y lo mismo ocurrió con las fábricas de chocolate (de 8 a 6), o la de hielo, que desapareció al final de la guerra. Por el contrario, algunas aumenta­ ron: las de jabón, de 3 a 5 ; las de loza ordinaria, de 5 a 6 , y las de pimentón, de 1 a 2. Por último, hubo algunas que mantuvieron su núme-

13 Caballero Boceta, M. L., ‘Estudio de la economía placentina durante la guerra civil’, comunicación presentada en el C o n g reso d e E stu dios H istóricos s o b r e P lasen cia y su Tierra. VIII C en ten ario d e la F u ndación d e P lasen cia (1186-1986). Plasencia, octubre de 1986, p. 5.

81


ro, com o la fábrica de lejía, la «Electro Hidráulica del Jerte» y la fábrica de aceite de orujo. Dentro del sector terciario, y en relación con el subsector de la cons­ trucción conviene recordar que en la ciudad no hubo prácticamente edifi­ cios destruidos. En agosto de 1 9 3 8 se respondía a una interpelación del Gobierno Civil de Cáceres afirmando que en Plasencia no se había produ­ cido destrucción de casas, fábricas, com ercios, bancos, museos, iglesias, conventos, calles, puentes ni ferrocarriles. En consecuencia, la actividad reconstructora era innecesaria. Tam poco los transportes sintieron de una forma relevante los efectos de la contienda, por cuanto la ciudad continuó estando comunicada con las principales zonas limítrofes. Por último, es interesante mencionar el comercio de la zona pues el área mercantil era, precisam ente, el eje de la vida económ ica de la ciu­ dad. La Plaza de Abastos, construida en 1 9 3 4 , constituyó un gran acierto al centralizar en su recinto los puestos que con anterioridad se ubicaban en la Plaza Mayor. Tanto el citado mercado como los locales de ultrama­ rinos y com estibles estaban sometidos a una rigurosa vigilancia por las autoridades locales para evitar los posibles abusos de las acaparadores y revendedores. Las listas con los precios de los artículos tasados debían estar claramente expuestas. Sin embargo, un elemento venía a perturbar el normal desarrollo de las transacciones comerciales: las continuas requi­ sas que se llevaban a cabo, encam inadas a sostener a los soldados del frente y ayudar a las regiones que paulatinamente iban siendo «liberadas». En ellas tenían cabida tanto artículos de carnes, pescados y frutas, como de los propios tejidos. La situación económica placentina tras la guerra fue semejante a la de los demás núcleos de población nacionales. El hambre y la pobreza apare­ cieron como una constante que amenazaba a la ciudad. Incluso finalizando el conflicto siguieron vigentes algunas órdenes de requisa de cereales y demás artículos. La venta del principal cereal al Servicio Nacional del Trigo (SNT) continuaba siendo obligatoria y los carniceros se quejaban de que no había carne para comer en la comarca porque se habían suprimido muchos mercados semanales y mensuales. Los ganaderos, por su parte, se abstení­ an de vender sus reses para no sujetarse a los precios tasados. Los placentinos que quisieran (y pudieran) comprar alimentos necesitaban inscribirse en el Padrón de Cédulas Personales, pues sólo de esta manera recibían la cartilla de racionam iento de víveres y podrían adquirir los productos de subsistencia mediante los cupones de abastecimiento.

82

5.

L a s c o n sec u en c ia s d em o g rá ficas

Una situación tan dramática como la derivada de la guerra tuvo tam­ bién su reflejo en la evolución de la población. En efecto, las tres varia­ bles demográficas contenidas en las gráficas números 2 y 3 sufren varia­ ciones perfectamente detectables. Tanto las anotaciones de los bautizados inscritos en los RR.PP. como las de los nacidos apuntados en el R.C. demuestran un lento pero conti­ nuo ascenso desde principios de la década de los años treinta hasta el año en que se inicia la contienda. Desde entonces, ambas líneas rompen su tendencia para descender hasta 1 9 3 9 en que finaliza la crisis. Son años en los que las parejas no pueden concebir por la separación de los cón­ yuges motivada por la situación bélica, o bien no quieren, debido a las condiciones de penuria económ ica por las que atravesaba la ciudad. Era difícil traer un hijo al mundo sabiendo que en aquellas circunstancias tenía menores probabilidades de sobrevivir. Además, la falta de una alimenta­ ción correcta, en cantidad y calidad, reducía la fertilidad de la mujer, pro­ vocando, incluso, la amenorrea. Por su parte, también los matrimonios muestran un mínimo en los primeros años de guerra. Como era lógico ambas variables estaban interrelacionadas. En una situación tan crítica como la que se vivía, los placentinos también redujeron sensiblemente los enlaces nupciales en una época de incertidumbre, miedo, hambre y miseria. Era más sensato espe­ rar al final de la contienda para fundar nuevos hogares con mejores pers­ pectivas. A medida que se acercaba el fin de la guerra, las bodas iban aumentando hasta culminar en el máximo de 1 9 4 0 . Este alza espectacu­ lar estaba íntimamente conectada con la gran cantidad de nacim ientos que se produjeron en el mismo año. Y es que, una vez que desapareció la inseguridad generada por la conflagración, todos aquellos enlaces que en los últimos años habian dejado de producirse pudieron, por fin, llevar­ se a cabo. Y esto se tradujo, lógicamente, en una explosión natalicia cono­ cida popularmente como «Baby Boom».

83


G ráfica 2

LA EVOLUCIÓN DE LAS VARIABLES DEMOGRÁFICAS EN PLASENCIA SEGÚN LOS REGISTROS PARROQUIALES (1 9 3 0 -1 9 4 4 ) Núm. individuos

Leyenda

entonces, los valores se disparan y permanecen elevados durante los años de guerra. Hay que tener en cuenta que las diferencias en los totales obe­ decían a la falta de anotación de los óbitos en los R R .P P . En 1 9 4 0 se produce uno de los mínimos de defunciones, pero el año siguiente, apare­ ce un ascenso coyuntural para, desde entonces, continuar el descenso de las muertes. La mortalidad no había alcanzado una cota tan elevada desde la epidemia de sarampión de 1 9 1 4 , lo que nos da una idea del impacto bélico en la población placentina.

G r á fic a

3

LA EVOLUCIÓN DE LAS VARIABLES DEMOGRÁFICAS EN PLASENCIA SEGÚN EL REGISTRO CIVIL (1 9 3 0 -1 9 4 4 ) Núm. individuos

Leyenda

Sin embargo, esa alegría demográfica duró bien poco. De hecho, al año siguiente se impuso la dura realidad de la posguerra. La falta de ali­ m entos, la carestía de los existentes, el racionam iento, el hambre y la adversa climatología de 1 9 4 1 (cuyo invierno fue uno de los más duros de toda la centuria), provocaron una nueva retracción de los enlaces y los nacimientos que, en el caso de estos últimos, alcanzaron cotas compara­ bles a las de los años de guerra. A partir de entonces, las variables comien­ zan a recuperarse para intentar alcanzar los niveles anteriores a la con­ tienda. Las diferencias cuantitativas existentes entre los valores de una y otra gráfica obedecen a las causas ya apuntadas anteriormente y están relacio­ nadas con las distintas fuentes de las que fueron obtenidos. La mortalidad, por su parte, presenta una cierta estabilidad, e incluso en una de las fuentes un descenso hasta el año de 1 9 3 6 . A partir de

84

Con respecto al estudio de las causas de defunción, de las tres fuen­ tes, las más comunes en 1 9 3 6 fueron las siguientes: «muertes violentas», «heridas por arma de fuego», bronquitis, tuberculosis, y meningitis. Al año siguiente destacaron los fusilamientos, neumonías, bronquitis, tuberculosis y, lo que llama poderosam ente la atención, múltiples fallecimientos por enfermedades de corazón (miocarditis, endocarditis, válvula de corazón,

85


mitral, asistolia, síncope cardíaco y colapso cardíaco)14. En 1 9 3 8 , junto a las ya conocidas «por guerra», habría que sumar las bronconeum onías, enfermedades del corazón, tuberculosis, septicemias, etc. Por último, en 1 9 3 9 desaparecen casi las muertes causadas por la guerra y aumentan las relacionadas con enfermedades cardiocirculatorias, del aparato respirato­ rio, tuberculosis, meningitis y otras infecciosas. Y es que, como suele ocurrir en momentos de catástrofe, la falta de alimentos fue una constante de la vida de los placentinos durante los años del conflicto. Todavía están presentes en la memoria de muchos habitan­ tes de la ciudad las largas colas que se formaban para recoger algunos de los productos alimenticios que los soldados repartían. En consecuencia, el estado de desnutrición de los vecinos era alar­ mante. A lo largo de los años de contienda los organismos fueron debili­ tándose de una forma progresiva. Si en 1 9 3 5 el número de fetos que nacieron muertos fue de 3 0 , un 2 3 ,4 % del total de las defunciones infan­ tiles, en 1 9 3 9 esa proporción ascendió ya al 3 0 ,1 %. Entre las causas de muerte infantil anotadas destacan las de «no ser del tiempo», «no ser via­ ble», «falta de vitalidad» y «debilidad congénita». Todo ello demuestra que el hambre y sus secuelas influían decisivamente en la gestación del infan­ te, produciendo partos prematuros que llevaban a la tumba a un elevado número de niños. Según los RR.PP. los porcentajes de defunción de los menores de 5 años, para el período 1 9 3 6 - 1 9 4 1 , fueron los siguientes: 3 1 , 2 9 , 3 7 , 2 5 , 2 4 y 3 2 %, respectivamente. Si, en cambio, se utilizan los datos del Libro del Cementerio (referidos a menores de 12 años) las cifras que se obtienen son el 3 3 , 2 9 , 3 4 , 3 1 , 3 5 y 2 7 %. En el conjunto de los seis años, la media ofrecida por los RR.PP. fue del 3 0 % y la del R.C. del 3 2 %. Com o puede apreciarse, una proporción notablemente elevada. Pero, no sólo el colectivo de los niños resultó efectos de la guerra. Los ancianos, otro grupo débil, embate de la crítica coyuntura. Entre 1 9 3 6 y 1 9 4 1 , tes en el asilo fue el siguiente: 15, 17, 17, 2 4 , 2 5 y

perjudicado por los sufrieron también el el número de muer­ 2 8 . El aumento sus­

14 Llama la atención el elevado número de defunciones producidas por lesiones del corazón. Sin embargo, por una parte, la comprobación de que los fallecidos en el R.C. de Plasencia poseían unas edades propicias para el desarrollo de dichas enfermedades, y, por otra, el hecho de que los enterramientos no se efectuaran en el «Cementerio Civil» (procedi­ miento habitual de los asesinados o fusilados), induce a pensar que los óbitos producidos por morbos relacionados con el corazón fueron muertes normales.

86

tancial a lo largo de los años pone de manifiesto que las privaciones a que debieron verse sometidos, sobre todo en la posguerra, precipitaron el momento de la muerte. Lo mismo puede afirm arse de los internos en el M anicom io Pro­ vincial. Entre 1 9 3 6 y 1 9 4 1 las defunciones en la Casa de Salud fueron 3 9 , 3 6 , 2 6 , 2 1 , 4 6 y 1 3 1 , respectivamente. A su elevado número hay que sumar la estrech a relación con dos tipos de causas de defunción características: por una parte, los m orbos relacionados con la propia etiología de la enfermedad (psicosis, esquizofrenia, neurosis, «astenias m elancólicas», etc.); por otra parte, la gran cantidad de defunciones orinadas por el mal funcionamiento del aparato urinario (insuficiencia hepatorrenal, nefritis, u rem ia...). Una posterior com p robación ha demostrado que la mayoría de los fallecidos por esa insuficiencia renal procedían de la Casa de Salud, lo que induce a pensar que las fuertes medicaciones a que se veían sometidos los pacientes y, presumiblemen­ te, su mala nutrición hacían que uno de los órgan os m ás afectad os fuera el riñón. Así pues, los óbitos afectaban mayoritariamente a los individuos más débiles: niños, ancianos, dementes y vagabundos. En los RR.PP. aparece, a menudo, este calificativo junto a la edad y el lugar de procedencia, lo cual sigue corroborando la selectividad de la muerte. Más allá de los aspectos hasta ahora analizados, hubo un año en la posguerra en cuyo estudio m erece la pena detenerse por tener un com ­ portamiento demográfico atípico: 1 9 4 1 . Frente al descenso de la mortali­ dad y el incremento de la nupcialidad y la natalidad propios de 1 9 4 0 , al año siguiente todas las variables experimentan un comportamiento opues­ to: la natalidad alcanza cotas muy bajas, comparables a las de 1 9 2 7 . Y la mortalidad, por el contrario, sube ligeramente según los datos religiosos y de un modo muy marcado según el R.C. De acuerdo con esta última fuente, en el año 1 9 4 1 se alcanzó el máximo de las defunciones. Y es que, una vez pasada la natural euforia del final de la guerra, y habiéndose realizado los numerosos enlaces que durante el conflicto no llegaron a celebrarse, en 1 9 3 9 se dio un incremento de las uniones antes no realizadas, produciendo el alza natalicia de 1 9 4 0 . Sin embargo, la dura realidad de la posguerra, con sus carencias, desabastecimientos, hambre y pobreza, hicieron que el «boom» natalicio de 1 9 4 0 se convirtiera al año siguiente en una caída en picado del número de nacidos. Consciente o inconscientemente, las parejas frenan en los momentos de crisis las con­

87


cepciones pues saben que la llegada de nuevos hijos significaría exponer­ los a una mayor probabilidad de muerte.

4.°

Comunicar al jefe de la cárcel las mismas medidas que debía tomar con los internos.

El mismo tipo de razonam iento resulta de gran operatividad para explicar el comportamiento de la mortalidad. Tras casi dos años de pos­ guerra, las debilidades orgánicas se hicieron sentir y las enfermedades encontraron un terreno abonado para hacer presa en unos organismos debilitados. Las defunciones producidas por enfermedades relacionadas con un estado de desnutrición fueron 7 0 , es decir, casi el 15 % del total de las muertes registradas aquel año. A ellas habría que añadir otras cau­ sadas por morbos de tipo infeccioso que, com o la tuberculosis, meningi­ tis, bronquitis, bronconeumonías y tosferina, se acentuaban en períodos críticos.

5.°

Que el vocal médico de la junta, Don Juan Romero, instruyera a los agentes de la policía urbana sobre el despiojam iento y las medidas preventivas contra el tifus exantemático.

6.°

Que los farmacéuticos de la ciudad se proveyesen de suero para combatir la difteria, ante la muerte de varias personas por esta causa 16.

También la falta de limpieza e higiene, tanto pública com o privada, se cobró sus víctimas en los años de posguerra. Ya al final de la contien­ da, en abril de 1 9 3 9 , se reunía la Junta de Sanidad y Beneficencia con

«... o b je to d e a d o p ta r m ed id as en vista d e los ca sos d e viruelas ex is­ tentes en esta ciudad...». Los enfermos se localizaban en la calle de Las Rosas (1), en la Casa de Salud (3) y el Hospital Militar (2). Como medidas inmediatas se acordó aislar los domicilios de los afectados, custodiarlos por efectivos de la guardia urbana y proceder a la vacunación del vecin­ dario 15. En diciembre del mismo año se llevó a cabo una reunión extraordina­ ria de la Junta Municipal de Sanidad en la que se leyó una comunicación enviada por la Jefatura Provincial de Sanidad ordenándose el despiojamiento «... an te la p osib ilid a d d e q u e p u d iera p resen tarse algún caso d e tifus exantem ático...». Efectuada la reunión, se acordó: 1.°

Que todas las peluquerías y barberías cumplieran rigurosamente los preceptos higiénicos establecidos.

2.°

Abrir un local para proceder al despiojamiento de los pobres y vagabundos, que sería atendido por turno por los barberos de la población.

3.°

Que los propios maestros se ocuparan de cumplir las citadas ins­ trucciones.

15 Archivo Municipal de Plasencia, A ctas d e la Ju n ta d e S a n id a d d e P lasen cia, sesión del 13-4-1939.

88

Aunque las medidas adoptadas parecían acertadas, lo cierto es que la campaña no debió alcanzar los resultados apetecidos por las autoridades pues un mes más tarde, en otras sesión extraordinaria de la misma Junta Municipal de Sanidad, volvieron a dictarse nuevas resoluciones para evitar el avance el tifus. En ellas destacaban la impresión de bandos y octavillas para informar al público del peligro de epidemia; la adquisición por el Ayuntamiento de una estufa de desinfección portátil; el establecimiento de un local de despiojamiento en el barrio de San Juan; la habilitación del «Hospitalillo de los Pobres» para colocar en él unas cámaras de sulfura­ ción; dotar del pertinente material de desinfección al edificio de los sindi­ catos de F.E .T . de las J.O .N .S . situado en la Avenida de Jo sé Antonio; suprimir tajantemente la mendicidad callejera; y, por último, comunicar a los maestros nacionales que obligaran a todos los niños a cortarse el pelo casi al «cero», les instruyeran en las prácticas de desinsectación necesarias para el despiojamiento y desinfectar los locales de las escuelas mediante la sulfuración. También se hacía especial hincapié en la vigilancia de las peluquerías y barberías para que se cumpliese lo dispuesto 17. Sin em bargo, también estas normas continuaron sin cumplirse. En 1 9 4 1 , las autoridades locales exponían que el Gobierno Civil de la provin­ cia estaba insatisfecho por los escasos resultados obtenidos en anteriores campañas. Y es que los vecinos seguían sin concienciarse de la utilidad de la higiene personal para evitar futuras enfermedades. Como consecuencia de esta actitud, en abril de 1 9 4 1 se dictaron nuevas órdenes, aunque ahora más suaves y tendentes a facilitar la labor. Entre ellas destacaban la no admisión por los maestros de aquellos niños que no estuvieran debida-

16 sesión del 17 sesión del

Archivo Municipal de Plasencia, A ctas d e la Ju n ta d e S a n id a d d e P lasen cia, 18-12-1939. Archivo Municipal de Plasencia, A ctas d e la Ju n ta d e S a n id a d d e P lasen cia, 22-1-1940.

89


mente tonsurados y aseados. Además, en cada distrito municipal, en que fue dividida la ciudad se establecieron unas peluquerías gratuitas y obliga­ torias para los vecinos pobres 18. Es preciso añadir, sin embargo, que los motivos de esa falta de éxito en las campañas higiénicas no siempre residían en los vecinos. También las autoridades eran responsables, pues eran las primeras en incumplir las normas. Entre 1 9 3 9 y 1 9 4 2 fueron constantes las peticiones de la Junta de Sanidad al Ayuntamiento a fin de que éste cediera locales para la desin­ fección; tampoco se adquirió a la largo de estos años, la estufa desinfecta­ dora, y la policía urbana apenas vigiló las escuelas, las iglesias y los loca­ les públicos. En 1 9 4 1 , ante las dimensiones que había alcanzado el problema, el Ayuntamiento se hizo con varios ejem plares de un librito publicado en Madrid por la Dirección General de Sanidad, cuyo contenido versaba sobre el tifus exantem ático y las medidas higiénicas que debían seguirse para evitar la enfermedad 19. Aunque el folleto fue ampliamente difundido, el resultado, com o en anteriores ocasiones, fue imperceptible y motivó una dura comunicación de la Jefatura Provincial de Sanidad de Cáceres, que reprochó a las autoridades locales el incumplimiento de las reiteradas órde­ nes emanadas de dicha jefatura.

terias, virus y organismos patógenos. Y éstos, en última instancia, favore­ cieron la elevación de la mortalidad, como ocurrió en 1 9 4 1 . Desde 1 9 4 2 hasta 1 9 4 4 , los valores de la variable descienden. Las defunciones extraídas de los R R .P P . se caracterizan por hacerlo suave­ mente; por el contrario, las cifras del R.C . experimentan una caída muy pronunciada, quedando los valores de ambas fuentes muy por debajo de los datos de los anteriores años. Porque, superada la causa principal del desastre dem ográfico, la población placentina se recupera lentam ente aumentando la natalidad y descendiendo la mortalidad, que en 1 9 4 4 , el último año del período analizado, alcanza precisamente sus valores más reducidos. J o s é A n t o n io S á n c h e z d e l a C a l l e

En la misiva se decía que, pese a las múltiples ocasiones en que se había ordenado la puesta en marcha de la campaña profiláctica contra el tifus, todavía no se había ejecutado el mandato «... d em ostran do con ello un a b a n d o n o y d e s o b e d ie n c ia dignas d e un e je m p la r castigo...». En consecuencia, «... y con o b je to d e cortar d e raíz este esta d o d e cosas,

e l E x celen tísim o S eñ o r G o bern ad o r Civil (...) ord en a se cum plan con toda en ergía las órd en es citadas...» 20. Y es que, la contienda, con todo el cúmulo de elem entos dramáticos que llevó aparejados, se tradujo, al menos en los primeros años de posguerra, en un descenso de los niveles higiénicos, tanto oficiales como privados, que facilitaron la acción de bac­

18 Archivo Municipal de Plasencia, Actas d e S esion es d el A yuntam iento d e P lasen­ cia, sesión del 9-4-1941. 19 El librito-folleto llevaba por título L o q u e to d o e l m u n d o d e b e s a b e r s o b r e el tifus ex a n tem á tico y se publicó en Madrid en 1941 por la Dirección General de Sanidad, dependiente del Ministerio de la Gobernación. Sus apartados eran los siguientes: a) precau­ ciones indispensables; b) aislamiento; vigilancia. Poseía, asimismo, múltiples ilustraciones para hacer más gráficas las explicaciones y consejos contenidos. 20 Archivo Municipal de Plasencia, C om u n icación en viada p o r la Je fa tu r a P rovin­ cial d e S an idad d e C áceres, d ep en d ien te d el G obiern o Civil, del 10-2-1942.

90

91


Ramón Carande y Almendral Estaba claro que el pueblo de aquel palentino, ciudadano precursor de Europa e hijo adoptivo de Sevilla, y medalla de oro de esta ciudad, y de su provincia, y con tantas distinciones más, sólo podía ser uno y así deci­ dió, con mucha antelación, dejándomelo escrito en un papel, que su últi­ ma y definitiva morada fuese la de Almendral, cerca a ser posible de la de su padre, para siempre así en la cuna de su madre Ascensión. S e encuentra situado Almendral allá por las primeras estribaciones, de llevadera ondulación, de la vertiente Norte de Sierra M orena, a las orillas de una ribera, más frecuentemente regato (o regatos: Romedero, Tardamasa...) que otra cosa, la de Chicas Piernas, que nace en la Madre del Agua, cuesta aún más arriba y se une a la de Limonetes en las pro­ ximidades de La Albuera, lugar de otra historia. Que históricos com o tantos viejos pueblos lo son estos dos y con mucho a veces es lo único que son al paso voraz y vertiginoso de la misma. Pero eso sí, distinta. La Albuera ha llegado a los anales en fecha muy reciente, cuando su napoleónica batalla de principios del siglo pasado y en cambio, Almen­ dral, fue elegida por el santo benedictino Mauro para también reposo definitivo de sus huesos — adelantándose con ello por cierto en algún tiempo a don Ramón— allá por la centena del 8 0 0 , tres siglos después, fue una decisión de lo más postuma, de haber muerto. Pero ya se sabe que estos seres, los santos, habitan entre milagros con soltura y el de San Mauro último fue de lo más bonito: venían sus frailes huyendo de la barbarie de entonces llamada normanda, puestas todas las esperan­ zas, y con todas sus pertenencias, no m uchas, en el risueño si lejano Sur, pero la carreta y sus bueyes, al llegar a Almendral, se negaron a seguir adelante.

93


Historia y tanta, castros romanos, restos visigóticos, moros, cristia­ nos, portugueses (al ser Almendral partido judicial de Olivenza, villa irredenta según unos, queda dentro del contencioso ibérico), peleando entre sí largas décadas, y unas cuantas guerras civiles a partir de la de Indepen­ dencia, no le falta, com o se dice, al lugar, y ello pudiera ser un motivo más de atracción para aquel hombre fascinado por la misma si no le hubiera bastado la razón filial. Su madre, Ascensión Thovar Uribe, un dulce rostro redondo tras una cortina coloreada (que poco más queda de ella), había nacido en Almen­ dral en 1 8 6 7 . Y había casado muy joven con un notable palentino, Manuel Carande Galán. Y se había ido a Palencia, la incisa y fría meseta castella­ na, con él, donde le dio unos hijos (de ]os que sobrevivió uno, nuestro personaje) y una gran soledad al morirse muy joven, con sólo veinticinco años, en 1 8 9 2 .

«Al día siguiente Ascensión continuaba sangrando y tenía décimas. Des­ pués subió la fiebre, vinieron los vómitos. Le fallaba el corazón. El doctor recomendó, sobre todo, absoluta dieta. Horas después, la enferma deliraba, llamó a consulta a dos médicos más y entre todos aplicaron íntegro el peso de la ciencia. La pobre ciencia médica de entonces: cápsulas eupépticas, píl­ doras catárticas, emplastos, salicilatos de bismuto y cerio, pastillas azoadas, tónicos reparadores o antiperdedores, pectoral de cereza... —Se está haciendo todo lo que se puede hacer. Entró el cura y dijo: —Hija mía, vas a emprender el camino de la vida eterna...

De su madre cuenta don Ramón en R ecu erdos d e mi infancia:

Ascensión dio un alarido. Don Manuel cogió al cura del brazo y lo echó de la habitación.

«...como si la estuviera viendo, que llevaba en casa una gran toquilla clara y un pañuelo de seda a la cabeza, atado bajo la barbilla. Recuerdo, también, cuando me bajaba en una galería de cristales muy soleada. Por último recuer­ do haberla visto en la cama, poco antes de morir. Entramos mis hermanos y yo de manos de mi padre sin duda para que nos viese en sus últimos momen­ tos. Me acuerdo que le llevamos una manzana muy grande... Muerta ya, la vi también. Estaba amortajada en la habitación que era despacho de mi padre, fuera del piso, aunque contiguo a él. No se me ha olvidado esto. Por lo visto, rondando por la casa, sin que nadie pudiera evitarlo, hice aquel descubri­ miento. Tenía yo entonces cinco años... Durante mucho tiempo tuve su ima­ gen viva. En mis años de infancia guardé siempre un cariño inextinguido pero casi obsesivo, entonces, para ella. Mi padre lo mantuvo vivo, y recuer­ do que, durante muchos años, al acostarnos siempre me decía, reza un padren u estro p o r tu madre...» 1.

El 7 de marzo de 1892 Ascensión otorgó testamento ante don Pantaleón, don Felipe y don Francisco, consternados amigos de la casa, al notario don Julián Rojo. El día 12 a las cinco de la mañana moría, a los veinticinco años de edad, a más de cien leguas de su tierra natal» 2.

Y toda su vida tuvo en su habitación mi padre (y allí siguen) dos tré­ mulos memoriales amarillentos: la esquela, costumbre de aquellas otras tierras, im presa en la «Imprenta y Librería de Abundio Z. Menéndez. Mayor, pral. 70», y una fotografía del féretro entre cirios.

1 Ramón Carande, R ec u er d o s d e mi in fan cia, Selecciones Austral Espasa Calpe, pp. 23-24. Madrid 1987.

94

De la muerte de aquella criatura, madre inolvidable, hay texto (nove­ lado por un pariente). Dice así:

Procedían los Thovar de Los Santos de Maimona y los Uribe (con b o con v que es igual) de Vergara, como los Carande llegaron a Carrión de los Condes provenientes de Escaro y de... Carande (provincia de León), y los Galán de la «dulce Francia». Juntaba así la sangre de don Ramón razones suficientes para estimarse de todos solidario, más que de nada partidario, y luego el matrimonio con una canaria, mi madre, iba ampliar notablemente el espectro: el de quien, sus tareas en Alemania, Francia, Inglaterra o Italia, más sus fieles amistades también con andaluces, gallegos, cántabros, vascos, navarros, levantinos o aragoneses...y hasta ultramarinos o ultramontanos, iban a unlversalizar, sin resabio o el menor abandono de los orígenes. Sin dejar de volver, una y otra vez, hasta la postrera, a Almendral. A su madre dedica don Ramón, como es natural, el primer tomo de

Carlos V y sus banqueros, aparecido en 1 9 4 3 3.

2 Bernardo V. Carande, D on M anuel o la agricu ltu ra, Áncora y Delfín Destino, pp. 204-205. Barcelona 1976. 3 Ramón Carande. ('arlos V y sus banqueros, Revista d e O ccidente. Madrid 1943.

95


Pero basta ya de tristezas que no otra cosa que paz, o júbilo debido, alcanzó Ramón Carande, como se verá, en el ámbito campestre de Almen­ dral, entre sus encinares, ante sus horizontes, donde encontró siempre la tranquilidad precisa para la realización de su obra, y lo que es aún más importante, se encontró a sí mismo. Soy testigo, y en parte creo que culpable, de sus últimos cuarenta años campesinos. De los anteriores también hay recuerdo. Una señora de Almendral me entregó, hace poco, dos fotos que guardaba de tiempo «inmemorial» en su casa: una de don Ramón jovencito, dieciocho o veinte años, jugando con un mastín blanquecino, otra de don Manuel, su padre, mi abuelo, haciendo la matanza. Don Manuel, una vez viudo y tras perder a sus demás hijos, entendió que la vida la tenía ya medio vivida y se dedi­ có de lleno al superviviente aconsejándolo, viéndolo prosperar por el árido y sabio camino elegido, el universitario de la docencia y la investigación, desde lejos, a donde llegaban las postales del insaciable estudioso, allí, justo en las tierras patrimoniales de Ascensión, herencia de su hijo. Pues Manuel Carande (notable abogado y prohombre republicano progresista de finales y principios de siglo), se dedicó a cuidarla. Entre la arboleda, más allá del Valle de las Tablas y el Pimpollar, entre la Dehesa del Campo y la de Enmedio, levantó un cortijo, Valmojado, sembrando de naranjos la delantera, hasta de alcornoques un cercado, y atento también a la tierra de calma, aquella de la Mesa del Amparo, conocida por Capela, aguarda­ ba las llegadas de su hijo con libros, con amigos, con inquietudes... con cada vez más libros, más sueños, más dedicaciones. Y veía al joven Ramón Carande hacerse (catedrático de Murcia en 1 9 1 6 , de Sevilla en 1 9 1 8 , fundador del A nuario d e H istoria d el D erech o E spañ ol en 1 9 2 5 ...) un hom bre. A lo vez que lo veía respirar, explayarse, disfrutar por aquel medio ambiente secular, natural, y propicio. Muerto don Manuel en 1 9 2 7 , el día de Reyes, lógico en un republi­ cano, don Ram ón sintió aún más firmes sus lazos con la tierra. A su padre, también, dedica el primer tomo del Carlos V y a tres extremeños más por cierto, dos de ellos oliventinos, Enrique Gómez Gil y Clemente de la Cruz Rodríguez, y el otro, de Almendral, Cipriano Romero, el gene­ roso telegrafista, el hijo de don Teodom iro, toda una institución local. Y no dejó mi padre como una constante de volver a tal refugio a la menor ocasión presentada por aquellos años 3 0 tan azacanados primero (rector de Sevilla el 1 9 3 0 , Consejero de Estado en 1 9 3 1 , fundador de la Univer­ sidad Internacional de Verano de Santander en 1 9 3 3 ...), tan azarosos, malhadada guerra civil española, después.

96

Com o parece ser, aunque parezca broma, que no hay mal que por bien no venga, dentro de aquel erial que es la patria al terminar la con­ tienda, don Ramón encuentra a Carlos V y se dedica con estudioso ahín­ co a aclarar — cosa manifiestamente imposible por las muchas que eran— sus deudas. Y no sería extraño que el emperador, buen jinete y amigo de Extremadura (también como el santo Mauro o mi padre eligió estas tierras como las últimas, o penúltimas) le fuese allí a visitar, la trocha arriba, el coscojal por medio, el rastrojo a través, cualquier poniente azul o cual­ quier amanecer rutilante. Que madrugaba mi padre con ahínco. Había una mesa, harto sucinta y más bien coja, que colocaba entre dos limoneros, y ya antes de desayu­ nar se ponía allí a escribir. Los años 4 0 . Mi ventana daba a aquel rincón. Llegaba el mastín y se tendía a sus pies, mi padre se sonaba, acaso recla­ mara el perdigón a lo lejos... Él ni galopaba, ni cazaba, sólo escribía, comía bien, dormía la siesta, daba paseos, se llegaba hasta las carbone­ ras, el pilar, el corte, la majada y continuaba escribiendo. Luego, a la noche, a la luz de un carburo, leía en voz alta. Desde 1 9 5 5 , avecindado yo en mi agraria tarea, ya en Capela, increm entó con desahogo y más comodidades sus estancias. S e vino la m esa de su padre allí, la terraza atemperada, permitía cualquier estar estacional, en invierno a un lado, en verano a otro, y seguía escribiendo. Su año en Capela venía a ser, aparte alguna que otra imprevista pre­ sencia siempre deseada, el siguiente: si después de Reyes había vuelto a Sevilla, retornaba, finales de enero, principios de febrero, a la floración de los almendros: regresaba luego para Semana Santa, y para mi cumple­ años, el primero de abril, si no coincidía, que no se lo quería perder; y desde mediados de junio hasta finales de septiembre, el verano, el vera­ neo allí, aprovechando los relentes, la blanda, la marea de la puesta de sol, la alberca de agua fría de noria en la que bien se bañó hasta cumpli­ dos los 9 0 ; también, generalmente, el día de la Pura se venía con noso­ tros, y desde mediados de diciembre las Navidades. Se le encendía la chi­ menea, se liaba en una manta y hala, venga a escribir... Muchos de sus trabajos, libros — así, por ejemplo, Sevilla-Valm ojado, el primer tomo de C arlos V y sus b an q u ero s 1 9 4 3 ; A lm en d ral, S iete estu d io s d e H istoria d e E sp añ a 1 9 6 9 ; C a p ela la segunda edición de Sevilla, forta lez a y m ercad o 1 9 7 2 ...— y no digamos cartas (del que por su amor a la correspondencia llegaría a ser cartero mayor del reino) están fechados, o firmados, allí. Allí, a Almendral, le escriben Jo s é Ortega y

97


Gasset, Gregorio Marañón, Dámaso Alonso, Ramón d’ Abadal, Jorge Guiilén, Jo sé Antón Oneca, Américo Castro, Manuel Gómez Moreno, Anto­ nio Ballesteros, Mercedes Gaibrois de Ballesteros, Gabriel Maura y Gamazo, Pablo de Azcárate, Amando Melón, Juan de Mata Carriazo, Ramón Menéndez Pidal, Carlos Clavería, Agustín Millares Carió, Claudio Sánchez Albornoz, Jo sé M.a Ots Capdequí, Jo sé M.a de Cossio, Aurelio Viñas, Ali­ cia B. Gould, Alfonso Gamir Sandoval, Jesús Pabón, Manuel García Pelayo, Dalmiro de la Válgoma, Manuel García Blanco, Ismael García Rámila, Manuel Pedroso, Manuel Giménez Fernández, Jaim e Vicens Vives, Anto­ nio Tovar, Ursula Lamb, Enrique Pérez Comendador, Jo sé M.a Ramos y Loscertales, Emiliano Jo s , Natalio y Luciano Rivas, Jo s é M.a Lacarra, Antonio Rodríguez-Moñino, Salvador de Madariaga, Jo s é Sopeña Boncompte, Jo sé Villar Caso, Juan Andreu Urra, Ferrán Soldevila, Jo sé Igna­ cio M antecón, Manuel de Terán, Ram ón Prieto Ban ces, Jo s é Antonio Maravall, Elias Tormo y Monzó, Leopoldo Torres Balbás, Camilo Barcia Trelles, Luis García de Valdeavellano, Mariano Aguilar Navarro... o los amigos de la entonces distante Europa, Fernand Braudel, Henri Lapeyre, Marcel Bataillon, Gerald Brenan, Federico Chabod, Paulo Merea, Raymond De Roover, Earl J . Hamilton, Marcelin Defourneaux, Peter Rassow, Jean Sarrailh, Percy Ernst Schramm, Antonello Gerbi, Paul Harsin, Cami11o Supino, Giuseppe Coniglio, Pierre Vilar...

conmem orando los mil cuatrocientos años de la muerte de San Mauro. S e celebraron triduos, conciertos, flamencos, folklores, teatros, recitales y conferencias. H acía algo de frío, pero a todos estos actos asistió feliz y convecino. Pero él donde estaba a gusto, de verdad, era por el campo, en el campo, allí encontraba su paz. Así lo entiende Rafael Pérez Delgado en un bello prólogo 5. Hoy el pueblo posiblem ente esté mas cuidado y más limpio que nunca. Han reaparecido los árboles. Todavía no las huertas. Y Almendral sabe ya quien fue aquel hombre del que muchas veces se extrañaba su presencia, o su ausencia, y honra su memoria. Ya tiene calle, pronto ten­ drá biblioteca y algún día, es posible, hasta estatua. Él se hubiera sentido, sin duda, abrumado, yo también, nada le debe este pueblo, villa antigua, villa señorial y humilde, villa atribulada, más castellana que andaluza, muy extremeña, por tanto paso, y peso, de la Historia. Sólo que él, también, hoy, con el pueblo y conm igo, se hubiera sentido consternado por el actual abandono impuesto de sus campos y la quiebra de un orden natu­ ral, sustituido, a la fecha, no se sabe bien por qué. B e r n a r d o V íc t o r C a r a n d e

Se ha alargado uno en la lista (y eso que sólo se ha elegido de entre los ausentes) porque ella da fragantemente la talla intelectual y humana de este hombre. De este hombre que también disfrutaba, y mucho, enseñán­ dole Extremadura a sus huéspedes: Federigo Melis, Pedro Sainz Rodrí­ guez, Jo sé López de Toro, Richard Konetzke, Natalia Cossio, Isaac Revah, Eduardo Vicente, Rafael Pérez Delgado... Bajaba poco, o subía poco — que una de las cosas que no termino de entender del habla local es cuándo se baja, o se sube— a Almendral, donde tenía familia y amigos. De los desaparecidos recordar a Alonso García Carmona, Eloy Díaz Jurado (y su siempre dispuesto Fiat modelo Art Decó) y Juan Silvero Torvisco. A este dedicó un capítulo en su libro G alería d e raros 4. Capítulo por cierto, y así se hace constar, que escribí yo. En 1 9 8 3 si acudió toda una sem ana a su pueblo. Entre el Ayunta­ miento, la parroquia, y la revista de su hijo, se organizaron unos actos

4 1982.

98

Ramón Carande, G alería de raros, Alianza Tres, Alianza, pp. 1 3 1 -1 3 3 . Madrid 5

Idem. Prólogo, pp. 31-33.

99


CUANDO YO M E M UERA... Quisiera sentir el susurro de la lluvia al caer fina sobre el campo sediento. Quisiera sentir el susurro de las hojas de los árboles cuando el viento las agita... Quisiera sentir el susurro de la hierba cuando crece... Quisiera sentir el susurro de las flores al extender sus pétalos al sol... Quisiera sentir el susurro de la brisa cuando acaricia la floresta... Quisiera sentir el susurro de los ríos niños cuando nacen entre peñas... Quisiera sentir el susurro del vuelo de los pájaros y de las mariposas... Quisiera sentir el susurro del silencio en los campos... Quisiera sentir el susurro de la aurora cuando nace... Quisiera sentir el susurro de la sonrisa de un bebé con su boquita desdentada... Quisiera sentir el susurro de la nieve cuando cae... Quisiera sentir el susurro de la niebla matinal de mi Cáceres entrañable... Quisiera sentir el susurro de los besos que mis padres me dieron cuando niño... Y el croar de las ranas en sus charcas, y el escándalo de los niños cuando juegan y alborotan, y el estampido de las tormentas restallando entre montañas... Cuando yo me muera... L u is M a r ía S á n c h e z G a r c í a *

Trilogía para una tierra: Extremadura

i

AGUAFUERTE He visto, Extremadura, tus encinas vestidas con dalmáticas de alheñas y enhebrar con sus picos las cigüeñas las brisas en tus torres capuchinas. He visto los senderos de merinas grabados, para siempre, entre las breñas; tus almenas — peinetas cacereñas— segadas por las regias guillotinas. He visto por caminos de altos brezos tu clásica figura de romana, bordada entre tapices de cerezos. He visto, en Guadalupe y Yuste, hispana cadena de gloriosos aderezos y en Mérida, llorar, por ti, al Guadiana.

Verano, 1 9 9 4

* E l autor e s una d e lo s cu atro h ijo s d e S a n tia g o Sán ch ez M ora, n acid o s en C á ce­ re s y T rujillo. Sá n ch ez M ora fue el ú ltim o p resid en te republicano de la D iputación c a ce re­ ñ a y resp o n sab le, en la provincia de C áceres, d e l p artid o Izquierd a R epu blican a de Azaña y, por ello, condenado a cad en a perpetua. L u is M aría Sá n ch ez G arcía, ya mayor, sie n te la n o stalgia d e vivir, exp resad a con la s m ás variadas m etáfo ras y en térm in o s sen cillo s y d irectos. S e n tim o s com o algo en trañ ab le e s te m en saje que Luis M aría n os envía d esd e B a r c e ­ lona, donde vive —o desvive— actu alm en te su s d ía s.-R . G.

101


II ESMALTE Alzada de tu sueño te recreas, mirando, rota el alba en sus cristales, el verde veronés de tus nogales y el blanco plata o cinc de tus aldeas. Con cadmio anaranjado te hermoseas y el oro que ornó, en rizo, a tus vestales, derramas, amarillo, en tus trigales y sienas en tus sierras pastoreas. Lejano el ultramar de tus quimeras, la llama que es amor de girasoles esmalta el ocre claro en tus laderas. Fundidas tus espadas en manceras, hoy rayan con cinabrio de ababoles, extrema, augusta y dura, tus fronteras.

Carlos Cano, el juglar de Granada. Un ser humano trascendido por la palabra Carlos Cano en Madrid

III FRISO Ya quietos los arneses y lorigas, no quiebras del Perú la incaica aurora, ni al cóndor le señalas rutas y hora, ni al sol girar en torno tuyo obligas. No al mar con naos domeñas ni fatigas, ni riges con la proa dominadora el grito de la cresta rompedora que son tus mares, hoy, mares de espigas. Un sueño fue tu sueño de Eldorado; fue un sueño y fue un delirio, una locura de Hernán y de Pizarro y de Alvarado. Los dioses, desceñida la armadura, te marcan, prieto el puño en el arado, un rumbo nuevo, hermosa Extremadura. J o s é M a r ía L ó p e z O t á l o r a

102

C ano aparece con pantalón holgado añil y cam isa en el tono de lunares blancos. Cabeza de Emir Arabe. Seis músicos, uno es indio vene­ zolano. Canta Cano. Cano canta como un ciego: desde dentro, para aden­ tro... Sus órbitas se han ido haciendo prominentes. Algo más delgado. Su mano izquierda abierta, expandida com o un sarm iento en el corazón, abierta al costado, marcando en su torso de Príncipe Arabe el espacio del alma. Contorneando el espíritu su piel de luna. Coronada la cabeza por rizado y espesísimo azabache. Un taburete. Un vaso de agua. Una sonrisa al pianista, amigo, com ­ pañero. Tiene Carlos Cano una forma sólo suya de arrancarse un quejío, de suavizar ternuras, de vivir sus palabras con hedonismo sustancial. ¿Carlos vive para sus canciones? ¿Carlos hace canciones porque vive? Carlos sonríe com o un niño recién nacido. Carlos se mueve en el límite de dos o tres pasos, con la elegancia suma de un hombre viril. 103


Un haz de luz central desciende; el iluminado, eleva la mirada, acari­ cia con los brazos abiertos las vibrantes y minúsculas partículas brillantes. Carlos va a cantar. «Granada», «Ay Mari Cruz», «Ay Menem», «Las madres de Mayo», «María la portuguesa», «Habaneras de Cádiz», «La sirenita»... Recuerda a Atahualpa. Violeta le enseñó... a cantar. Habla de la san­ gre, la voz de la sangre de América para aquí, de aquí para América. Y él es mestizo.

—Si h u b iese un m o d o d e d ar m úsica a lo esp añ ol, el b olero. Mi contribución co m o cantante: «Que desespero». He oído la grabación y me he sorprendido cantando con él. S e recoge Carlos Cano el sudor con la mano, como un campesino. No se toma reposo. Un juglar del pueblo, agarrado a sus raíces, viendo a los otros. Siendo voz de aquellos en los que antes se ha encarnado. Un poeta en acción.

Carlos Cano en Sevilla Carlos Cano canta en la plaza de San Francisco, por la fiesta de San Miguel, en el día de Sevilla. — Usted en la Sevilla viva, en la Sevilla eterna, con sus paisanos anda­ luces, ¿cóm o se siente en esa espera, gn capilla, a pocas horas de su actuación?

—A hora aún estoy inconsciente hasta diez m inutos an tes d e salir. Sí, así m e ocu rre d e s d e el 75 c o m o p r o fe s io n a l. ¿Mi p rim er d isco? A duras penas.

104

SU ÁMBITO, SU INFANCIA Y LA JUVENTUD

— Nació en Granada, ¿verdad? — S í.

— ¿Dónde vivió sus primeros años?

—En el barrio d el R ealejo. — ¿A qué jugaba?

—A las cajillas d e mixtos, a los platicos... — ¿Cambiaba tebeos? — Sí, claro. En «El Abuelillo» y en «El Jorobao». — ¿Cuántos hermanos tiene?

—S om os tres. — ¿Qué tomaba en el desayuno?

—Mi a b u ela P ep a, m am á P ep a m e p o n ía un tazón b la n co con le c h e y m alta. Tuve la su erte d e ten er d o s m ad res: mi m a d re y mi abuela. L o qu e soy se lo d e b o a la m em oria: La Cuesta d e las Monjas. El Parvulario d e la P laza... junto a la E scu e­ la d e C om ercio. El C oleg io d el S agrado Corazón. El o lo r d e las hojas uerd es d e los geranios. El olo r a azofaifa, m anzanitas p eq u eñ as d e p o r ahora, d e San Miguel. El co lor d e la A lham bra.

Habla este hombre como si el mundo fuese armonioso y él formase parte de una fuerza vital que fluye pausadamente. Cano parece tratar de tú al destino; es com o si coexistiese con su lado, y esta relación le hubiese descubierto la grandeza de lo sencillo. Habla así. Parece no haber desdoblamiento entre el juglar y el hombre. El acento granadino, suavizado, como en la noche que le oí en el camerino aquel del Alcalá Palace de Madrid. Un cam erino deforme, absurdo, un triángulo apenas capaz de contenernos; unos zapatos, algunos muebles desvencijados, ramos de flores. Un hombre alto de negro. Una voz grave, suave: «Disculpe el desorden». Y más que nada la im ponente mirada.

105


Nunca nadie ha mirado así: un scanner. Carlos Cano desde sus profundos ojos oscuros de entrada hace un scanner de la forma más natural, como un hábito. No avasalla, que es extremadamente delicado, pero mira sólo lo esencial.

la palabra. L os q u e ya no som os puros, y estam os en v en en ad os p o r la palabra, n ecesitam os la palabra para vivir. — En su canción Vuela Vuela ha dejado una fragancia de «Canción de Amigo». Parece que al cantar:

Una imponente mirada. C om o se sueña se quiere. C om o se qu iere se vive. C om o se vive se m uere,

— ¿Alguien orientó sus lecturas?

—Mi m ad re m e leía a L orca, M iguel H ern án dez... C u an do fui al servicio m ilitar, un am igo p o e ta m e ayu dó a leer con m éto d o : Rilke, Wilmar... — ¿Del 6 8 ? — Dylan, el Che... — ¿Cuándo vio el mar por primera vez?

—Me llevó mi tío R a fa el en un cam ión a la playa d e Alm uñécar. S u ele confu ndirse el m ar con la playa. El m ar es otra cosa, algo muy serio. Tenía o c h o años.

está usted haciendo una declaración de principio. ¿Es así? — Yo p ien so q u e sí. T od o lo q u e h acem o s qu ed a dentro. T od o el mal queda. L o p e o r qu e p u ed o d esear a alguien qu e ha sido m alvado, es qu e esté lúcido en el m om en to d e morir.

S om os p rodu cto d e la tierra, produ ctos «podrios» o llenos. L o más im portante es hacer el bien o hacer el mal. Las carencias d e am or m e em pujan a buscarlo. Yo soy un superviviente d e guerras d e afecto. ¿Mi in fan cia? F u e dura, con d ificu lta d es. No ren u n cio nunca al niño qu e llevo d en tro. V iolen tam en te, d e fien d o violen tam en te la ter­ nura.

L a m úsica y la pa la bra

— Walter Benjamín en S ob re el lenguaje escribe: «El hombre comu­ nica su propia esencia espiritual nombrando todas las otras cosas». Señor Cano, en su A través d el olvido nos sumergimos en el amor, la soledad, imperativa soledad para ser libres... Hay en su disco un perfu­ me de melancólica ausencia en el tono de las jarchas. Un desvivirse deján­ dose el corazón por el camino: «Digo tomillo y soy tomillo... Siento que me estoy perdiendo». Jea n Paul Sartre en La E d ad d e la R azón deja escrito: «Querer ser lo que soy es la única libertad que me queda». ¿Qué es para usted la palabra? ¿Ilumina el amor la palabra? ¿Pasa la libertad por la palabra?

—La p alabra es la luz qu e evita qu e tropiece y qu e m e pierda. La p alab ra es a q u e llo a lo q u e m e a ferró . S ería un su icidio la vida, sin 106

E migración

Los currelantes, la morrallita, los mojaítos, los alemanes orientales, los polacos, rumanos... Esta conmoción de nuestro tiempo, los débiles en ejércitos trashumantes. El desamparo de los débiles tan presente y constatable como lo vieron Cervantes y Larra (les llamaba Fígaro «personas en oficios menudos que tienen modos de vivir que no dan de vivir») y que parecen los mismos que usted vio con maletas en la estación de Dussel­ dorf, o «ancianos con la espina tronché» en las Alpujarras.

— ¿Por qué salió de Granada? — No salí p o r n ecesid a d es d e trabajo. Mi ciu d ad m e p arecía p ro ­ vinciana. Me ah og aba en un am bien te cerrado, sin horizonte. No había sorpresa, tod o estaba dado.

107


S alí c o m o un aven tu rero, bu scaba el lugar d o n d e se p o n e el sol, era un a d o lesc en te en con flicto qu e qu ería vivir d e otra form a. Y m e trop ecé d e bruces con los em igrantes. En ellos la insolidaridad, la solidaridad, la m ezquindad. Estuve en A lem ania, H olanda, Francia, Suiza, y Cataluña, qu e era un lugar aún m ás duro q u e los otros para emigrar. (Carlos Cano habla con dolor abrumado por una profundísima injusticia).

M e s t iz o

— Señor Cano, no me parece nada inocente el título M estizo de su último disco. Intuyo que esa exultante valoración de lo criollo, del cobre, es vivenciada por usted com o una conquista infinitamente más liberadora que aquella histórico-geográfica de Colón. Nos habla usted, precisamente en estos m om entos de brotes de racism o exacerbado, de una «Conquista Americana por la vía de la sangre».

— ¿Insolidaridad?, ¿mezquindad? — Sí, tam bién. La m iseria degrada (su cara se endurece). Sin higie­

S e ha ido usted a América, a su ritmo, a sus sensibilidades... Desde esos mestizos antepasados suyos, ¿se ha reencontrado a sí mismo?

ne se degrada el ser hum ano. D esde fuera, al recordar yo Andalucía, se hace la luz.

R aíz

— Señor Cano, recurrentemente indaga usted en la raíz de su pueblo. Ese modo positivo de encajar todo del andaluz sin medios, que reali­ za el descubrimiento gastronóm ico del gazpacho. Ese «tira palante» del pueblo andaluz que a mí me parece algo muy suyo... ¿Hoy es vigente? ¿Serán la idiosincrasia andaluza y la española homo­ logadas a la marca europea? ¿Serem os desprovistos de nuestro genuino modo de ser? ¿Lo hemos sido ya?

—La geografía, el clima, la tierra, condicionan al hom bre. (Tranquilo, Carlos Cano va a revalorizar com o señal de lo genuino los excesos en la temperatura) — Ecija, en Ecija es n ecesaria la siesta. L a m arca d e la luz y d el sol. L a cultura d el cam po, d e la naturaleza queda, convive con el len­ guaje d e la ciudad. T om arem os la crisis despacio.

—Me h e p u e s to a oír los p u lso s d e la san gre. Ha sid o un viaje astral; h e cerra d o los ojo s y h e escu ch a d o la sangre. M éxico, R ío d e Jan eiro, C olom bia... No h e ido d e turista: es un viaje d esd e la sangre, he escu ch ad o la sangre. No tenía p o r q u é ir, co m o tam p oco fu e p reci­ so q u e estu v iese en las rev u eltas ca m p esin a s y m oriscas, p e r o p u d e hacer «Crónicas Granadinas». — ¿Tiene algún proyecto de trabajo?

—A mí, un nuevo trabajo su pon e m ucho esfuerzo, n ecesito cargar­ me. A hora p resien to qu e estoy a punto. P ero no p u ed o trabajar com o otros, a h orario fijo, c o m o otros q u e son fu n cio n a rio s d e sí m ism os. Fuera del hotel, Sevilla bulliciosa, vibrante, va despegándose del calu­ roso ambiente hacia su atardecer. El Ayuntamiento plateresco, envuelto en el armonioso urbanismo del centro de Sevilla, recién restaurado, da en su fachada posterior a una recoleta placita rectangular: plaza de San Francisco. Las 2 2 .3 0 , un grupo de sillas alineadas junto al escenario. Personas de pie o sentadas en bancos de piedra adosados al edificio. Se disfruta el frescor de la noche; una suave brisa mece el entoldado. El cielo límpido, estrellado se asom a entre las ram as de los pequeños naranjos. Sólo el escenario Imprescindible. La voz de Carlos Gano, sus pala­ bras abrazadas ,1 l,i música

108

109


Esa sensibilidad se extiende, pasa al aire de la noche y nos alcanza. Una sensualidad barroca. Una cultura vitalista. Una armoniosa mane­ ra de vivir. La gente prendada, palmea con paciente seguridad en la respuesta del artista. Todos palmean rítmicamente, al unísono, y Carlos Cano, el juglar, se regala a su pueblo en una canción más ¿Existió la Expo?

Carlos Cano en Santander

Pasan las canciones. Hasta las estructuras colgantes de plástico, hasta las barras que sostienen los focos llega el calor, la fuerza, la veracidad de este Juglar del Sur. Disfruta. ¡Cómo disfruta este hombre! Una emoción contenida.

—L a historia d e un m estizo andalu z-catalán. De Sevilla, y a c a b ó en B arcelon a. H izo una cosa im portan te, im p ortan te p o r la can tid ad d e vida qu e dio en esas «Ramblas d e las Flores». Era queridísim o, co n o­ cidísim o, mu valien te, era mu m ariquita tam bién . Era m ariquita d el sur. El se llam ó P ep e Ocaña: Era malva loca loca d e qu erer Cerveza la boca los ojos café...

S iem pre p resen to así la canción. No tengo otras palabras. Precedido por lluvias torrenciales, Carlos Cano llegó al Palacio de Festivales, un domingo de otoño, el 11 de octubre.

— ¿Qué ha visto?

—H e visto lo qu e hay qu e ver, el mar. La lluvia remansada en la faraónica escalera frente al mar, hacía arries­ gado un ascenso rápido. La sala llena de público está decorada como un pastiche Kitch, con un pretencioso aire grecorromano. Ambiente acondicio­ nado desde los respaldos de las butacas. Funcionalidad y maravillosa acústica.

—M uchas gracias. B u en as n oches. Es fá cil decirlo. H ay d o s luga­ res, el qu e hay den tro y otro qu e está fuera. El d e den tro es esta cosa tan h erm osa, e s te teatro tan bello, y e l d e fu era, S an tan der, q u e no conocía. Es fácil decirlo, ¿no? Y es para m í una satisfacción en orm e el estar aqu í con todos ustedes.

U stedes saben q u e cu an d o tienen d in ero viven en M arbella, ¿no? S e les llam a árabes. P ero si tienen qu e tirarse en una p atera al e s tr e ­ cho, se les llam a m orocos. Igualm ente ocurre qu e se les llam a latin oa­ m ericanos o si no sudacas. En este país estam os com p ortán d on os com o nuevos ricos. A hora dicen qu e viene la ruina, y estam os qu e no aguan­ tam os el tirón. S e nos ha olv id ad o q u e h a ce veinte añ os an d áb a m o s p o r el m undo con m aletas llam an do a las pu ertas para trabajar. Y yo p o r e s o h e h e c h o e s ta can ción y d ig o q u e yo tam bién soy sudaca: «¡Ay Menem!». Alecciona Carlos Cano a los cántabros, y luego vuelve a verterse en una y otra canción. — ... E lla es ch ilen a y se llam aba V ioleta Parra. H acía can cion es p eg a d a s a tierra q u e lograron huir d e to d o lo fo lcló r ic o , q u e es una cosa qu e m e da pavor y terror. Me di cuenta d e su m étod o y m e en se­ ñó m uchísim o. En su recuerdo, «La C uenca d e los Querubines».

Yo m e llam o C arlos C ano. H ago ca n cion es y can to. Él se llam a P aco Góm ez, y toca los teclados. Alvaro Girón las guitarras. La batería, A n ton io C oron el. El bajo eléctrico, J o s é María L óp ez. L as arpas y la guitarra N icolás C aballero. Y el pian o y la dirección, Benjam ín Torres.

Y a son suyos. Aplauden. Acompañan. Piden otra. Carlos de nuevo canta, en complicidad con los músicos.

Esa serenidad, la entidad conmovedora de un hombre sabio y bueno. Sus manos, sus ojos.

La vida só lo dura hasta los qu in ce años. El resto es errante, erran ­ te y recordar...

110

—Pues bueno. Ya estam os en el V Centenario.

111


P or la sangre ten em os a ueces m ares qu e son m ucho m ás am plios qu e los océan os. No hacen fa lta fron teras ni barreras ni co n m em o ra ­ ciones, ni centenarios, ni pam plinas d e esas. Por la sangre nos llega la fam ilia, los herm anos, el idiom a... Y en ese idiom a, en ese sen tim ien to en las guitarras y ritmos, y en los n om ­ bres está lo esencial. Y con eso corto el mitin. P an ch o y P ed ro Vargas. A su m em oria, y a la m em oria d el am or y d e la vida d o n d e a h o r a gravita e s te b o le r o en el q u e m e d e jé un p oqu ito d el corazón. La sala de pie insiste. Carlos Cano regala más canciones. Ha venido al Norte, que para él no hay fronteras, y ha dejado un aroma a jazmín entre los prados.

Carlos Cano en Mérida

Ha comprado Carlos Cano un cortijo en Orjiva, en las Alpujarras de sus «Crónicas Granadinas». Carlos Cano ha abierto en Orjiva una espe­ ranza con la Asociación Alhayat: un hogar en Andalucía para niños saharauis, que podrán venir al reencuentro de un espacio de vida entre noso­ tros. Una mujer rubia y su hija adolescente entre el grupo de los que pudi­ mos pasar a la zona de camerinos. Carlos Cano, siempre cálido, se sienta y toma de las manos a la niña, con un gesto de afecto ante la mirada de la madre. Dedica unos minutos a cada persona y ese tiempo parece ser su única preocupación. Me cuesta sumarme a la lista de quienes le quitamos intimidad y repo­ so, inmediatamente después de la actuación. Así que me alejo, una y otra vez, hasta el final del paseo de columnas del Peristilo. En una de esas idas y venidas, Carlos Cano se cruza con los brazos extendidos: «Clara, te había visto». Y es que este hombre parece verlo todo, saberlo todo.

—«¿La entrevista... a las diez?» — Pero Carlos, son las tres de la madrugada, tendrás que descansar.

E n el T ea tro R omano d e M érida

Desciende el paseo entre palmeras y vegetación umbrosa. Luna queriendo ya ser llena. Andar bajo la bóveda del pasaje lateral para ir a dar al escenario. Había com enzado; dos mil seiscientos espectadores en las gradas, atentos. Algunos en pie abandonan sus localidades aproximándose a Car­ los Cano, que en un tenderete impuesto a la belleza, echaba a volar al viento de la noche sus canciones. La mágica belleza englutía cualquier disonancia. Nos contenía el armo­ nioso entorno. Nos impregnábamos allí de las palabras en la música, del Juglar de Granada, a pocos metros de la Alcazaba.

Quedo con Antonio Peña, su manager, que le acompaña en los des­ plazamientos. Relajado, sonriente y casi siempre con una camisa de seda, del artista, en una percha. Es com o el apoderado del torero. Ibamos los tres en el ascensor del Palacio de Festivales de Santander, a la salida del camerino. «¿El apoderado del torero?» «Es el toro». Y Antonio sonríe y le mira encajando el comentario, porque sabe del cansancio de este hombre vertido al público poco antes.

— ¿Habías actuado en un teatro griego o romano? — No, es la prim era vez. — ¿Pudiste tomar el pulso a esa sensación distinta?

—Es una sensación fu erte q u e cu an do p a se el tiem po digeriré. Recibió Carlos Cano, nada más acabar, a gente de los medios, auto­ ridades, conocidos, admiradores... y señoras, muchas señ oras de. En los jardines del Peristilo, con una amabilidad paciente, cuando aún

«llevaba en la b o ca el sabo r, la in ercia muy fu e r te d e situ ación , yo estaba todavía en el escenario». 112

— La posición de las personas, no en horizontal, sino escalonada...

— ¡Ah m ag n ífico! E so es m agn ífico. H ay un tea tro en S evilla, el L o p e d e Vega... p a r e c e q u e estás en un p a tio d e vecinos. La g en te... E nfrentarte, co m o en un sím il torero, es torear muy cerca, rozán d ote 113


todo, qu e al principio es el terror y es inm ediato, p ero inm ediata d eb e ser la cap acid ad d e concentración para d efen d erte d e tantísim a electri­ cidad co m o hay ahí. — Es sorprendente, no lo había visto así, y claro es la misma posición de los espectadores en una plaza de toros.

—L o qu e pasa es q u e cuando te concentras ya te olvidas d e todo. Y ay er esp ecia lm en te esta b a p red isp u esto a con cen trarm e. D e h ech o el p rob lem a técnico m e hubiera m olestad o bastante en otra situación; ay er m e d e c ía a m í m ism o: e s to n o m e va a qu itar la c a p a c id a d d e estar a gusto. — La sensación que me produce tu trabajo es de una concentración muy profunda en salvar tu tiempo dentro de todo lo demás, de lo ajeno a lo íntimo. Ese m omento tuyo de creación... que ha salido en los cursos de verano de la Universidad Complutense, en El Escorial, uno sobre La h eren cia d e los filó s o fo s recu p erad os d e l 39. La proximidad del colo­ quio y la profundidad de una filósofa sensible de la Universidad de Mála­ ga, Chantal Meillard, nos llevó a tí; no porque yo esté inmersa en tu libro hace tres años, hablábamos de María Zambrano y de su motivo de crea­ ción poética y de San Juan de la Cruz. Llegó un momento en que eras tú exactam ente, y por eso tuve que decir tus palabras «Digo tomillo y soy tomillo», «Digo paloma y paloma vuelo» ¿Recuerdas tu disco...?

—¿A través d el olvido? — Ese, A través d el olvido. Esta especie de misterio, de mística del desvivirse, ese punto que María Zambrano lo ve de una manera muy des­ tructiva, que no lo ve así San Juan y que tú en cambio lo ves, es lo que te pregunto, ese hacerte tomillo es de una manera muy hedonista, muy sensual, muy viva ¿No? No destructiva, ni tam poco solam ente mística, aunque yo no creo que San Juan de la Cruz sea solamente místico.,. ¿Como sientes eso?

—Es com plejo, ¿no? P orqu e para uno tam bién lo es. Uno no acaba d e en ten d er muy bien los p rocesos... — ¿Tampoco te importa?

—A v eces sí, p u es tu esfu e rz o y tu d e d ica c ió n es p le n a y sin em barg o no respondes, ¿no? Y es m isterioso p orqu e cu an do te dedicas 114

tan p len a m en te no resp on d es. Sin em barg o, hay ciclos d o n d e se dan todas las circunstancias contrarias a lo qu e tú teorizas co m o favorable, em piezas a responder, co m o dice... no m e acu erd o ahora quién, com o si alguien te guiara la m ano. — ¿Es fácil?

—A p a ren tem en te te es tan fá cil en e s e m om en to y dices: ¿Y p o r q u é tan tos días? Y a v eces h asta m eses, y es tan d u ro y tan difícil. H ay una cierta cerem o n ia d e o rd en a r la d estru cción y e l ca os en la creación. Y e s e p ro ceso d e asim ilar y encau zar p o r una vía d el orden, el ca o s d e lo q u e rep resen ta lo d ifu so, lo co n fu s o d e la ex p erien cia vivida, y esa con fu sión ord en arla en un p r o c e s o creativ o d o n d e to d o es tan d iáfan o y tan claro... Pues e s e p ro ceso d e digestión es m isterio­ so, ¿no? Yo no lo acab o tam p oco d e en ten d er muy bien. Ni sé el p o r­ qu é lo h ago en algunos m om en tos y en otros p arez co q u e soy un ser extrañ o a e s e m undo y q u e h e en trad o p o r la pu erta falsa y m e ech a es e m undo, co m o si yo fu era otro. —Ajeno, sí.

—No lo sé, no lo en tiendo. — Y o te entiendo muy bien, sí. Lo que destaca de tu trabajo hacia fuera, aunque yo no quiero verlo sólo hacia fuera, sino desde dentro de mí, pues es esa sensación de que a pesar de todo consigues ubicarte y vivir de lo que tú eres, y esto no es fácil verlo ni siquiera en autores de valor reconocido por una mayoría. No sé si tú ..., si vives la sensación de que estás en lucha continua, que escribir es algo tan doloroso a veces, también para mí, y que es algo tan parcial... A mí me da la impresión de que tú más que ser sólo un poeta del pueblo, un juglar, que yo te veo así también, eres alguien que vive intensam ente, que siente intensam ente, que de vez en cuando nos lo quieres contar. Porque muchas veces no nos lo quieres contar, y es que tú tienes un punto de mucha intimidad.

—L a literatu ra en e s e c o n c e p to a p a r e c e en seg u n d o lugar, ¿no? En prim er lugar lo q u e in ten to es ord en ar la vida. Y ord en ar lo viví do. Que lo vivido se vive d e una m anera muy confusa... Y aunque des pu és los sen tim ien tos, cu an d o los orden as, te das cu en ta d e q u e son claros e in m ed iatos... p ero, sin em barg o, tu ex p erien cia d e vivir está un p o c o to d o c o m o en una cerem on ia d e caos. E n ton ces cu an d o asi m ilo es cu an do co jo y orden o, y ord en o en un p ap el y ord en o en una 115


canción y es en ton ces cu an do realm ente digiero lo qu e he vivido, cuan­ d o lo h e orden ado. — ¿Y eso también te impulsa luego a seguir viviendo? ¿Forma parte de tu vida?

— Si, se notaba. En aquel momento en que te encontrabas entre com­ pañeros de trabajo, ¿cómo te sentías en aquella Clave?

—Me sentía bien, estaba bastante crítico, ¿no? — Sí, sí.

— Claro, claro, m e da claves. — A tí, sí ¿Verdad? (Están en Carlos Cano imbricadas vida y obra. Obra y vida en coherencia.)

—Es co m o construir casas o cam inos. ¿No? Construyo casas, cam i­ nos, cielos, m ontes... — Es lo que yo he notado en tu trabajo. Que te vas haciendo tú por dentro, según vas creando. Por eso tampoco te importa mucho... Bueno no digo que no te im porte, pero da la impresión de que no te mueve demasiado estar en «Los 4 0 principales». ¿A qué no? ¿Verdad Carlos?

—No. — Estas haciéndolo muy dolorosamente a veces, muy en serio.

—Es un p o c o despreciable. ¿No? Cam biar un interés d e los 4 0 prin­ cipales, p o r el interés, p o r la importancia d e analizar, más qu e d e anali­ zar, d e digerir tu vida. Es m ucho m ás im portante digerir tu vida que los 4 0 principales, evidentem en te. Que después, una vez qu e tú haces una cosa, sea un p rod u cto y hay un análisis eco n ó m ico y todo... qu e yo ya no soy resp on sab le. Que si es fa v o ra b le p u es m e agrada, p o rq u e m e agrada com u n icar lo qu e hago. L o qu e sí hago es ech a rlo al viento y ayudarle a qu e vuele. P ero ya no m e p reocu p o m uchísim o d e otro tipo d e análisis y d e ren tabilidades. Esto es una industria tam bién, qu e se dedica a esto, com o las editoriales. En este sen,tido yo no m e preocupo. — Estuve siguiéndote, no sé cóm o, porque había madrugado, una noche en un programa de Balbín hasta las seis de la m añana... Estabais cantautores en una «Clave». También en un medio de comunicación de masas, eras muy tú, y además seguías siendo ético dentro de la estructura de un programa de televisión. Claro que tenías al lado a Balbín, que es algo muy positivo para dar cauce a quien eres tú, se notaba una empatia muy fuerte entre tú y Balbín, no sé si es así...

—Si es verdad, es qu e es un buen am igo y aparte estam os en sin­ tonía. 116

— Y un p oco... con p icotazos d e avispa. Era una lucha d e avispas y... m ordaz. Me sentía crítico y m ordaz. — Sí, y además diferenciándote. — No, un p o c o acla ran d o. P orq u e m uchas v eces e l m un do d e la televisión... p u es siem p re es m ás interesan te el m undo d e los cam eri­ nos. C uando ha acab ad o el program a todos dicen cosas muy lúcidas y an tes d e e m p e z a r e l p rog ram a. E sa es la ex p erien c ia d e B albín con «La clave». Y, sin em barg o, cu an d o s e en cien d en las cám aras p a r e c e qu e to d o el m un do está m id ien d o la historia. E so es lo qu e m e d aba coraje, e intenté rom per esa dinám ica. — Sí, eras honesto, no te «amoldabas» y estabas «suelto». Ayer, a la salida del escenario del Teatro Romano, parecías tan sujeto. Había tanta gente, aunque ponen barreras, hay tanta gente que llegamos. No sólo gente de prensa o que nos interesa tu trabajo, también autoridades (el señor alcalde de Mérida), gente del medio o de no sé q u é..., señoras, muchas «señoras de». Y tú relajado, en actitud de aguantar todo, cuando debías estar rendido. — Sí, es una actitu d d e in ten tar ser am ab le, y en cierta m an era corresponder. — Pero podías haber estado tranquilo con tu grupo de músicos, de amigos bastante antes. No te reservaste un tiempo de camerino. ¿Te está­ bamos quitando ese espacio de vida?

—Es el m o m en to m ás ex trañ o ¿no? P orqu e cu an d o tú acab as d e cantar te qu ed a la inercia p o r m uchas horas, en ton ces d e pronto... — ¿La inercia? — Sí, cu a n d o tú a c a b a s d e ca n tar tien es tod av ía una in ercia d e situación. Te qu ed a el sabor en la boca. La com ida. Tienes el sabor en la boca, y todavía tú no p u ed es aterrizar en unas situ acion es d e ñor 117


m alización d e r e la cio n es c o m o aterriz as hoy. E stás con una inercia muy fu erte y te preguntas d e cosas qu e no... — Estás fuera, Carlos.

—E stoy fu era todavía. S iem p re lo com en ta b a, oy e yo estoy to d a ­ vía en el escen ario, estoy en el escenario. (Le busca su manager) — Clara, disculpa el m om en to..., el p o c o tiem po.

el ritmo con la cabeza, los pies, las manos, muy «profesionalmente»; se oía «A París», un vals de fresca bohemia de acordeón, salieron a bailar. Ella, un traje de fiesta negro, él de etiqueta, los demás les siguieron, varias razas con vaqueros, pantalón corto, o en ropa de escena.

C rónicas Granadinas, Una sirena en la A lham bra, Luna d e Abril, P aso d ob le torero a G erald Brenan, Tango d e las m adres locas, María la portuguesa, La Contraviesa, Verde, blanca, verde, C oplas d e la Vio­ leta, H abanera im posible, C aridad d el C obre, C opla d e los seises, Que d esespero, Sin ti no p u ed o vivir, En un castillo en can tado, Tengo q u e­ rencia... Ecos de la emoción del Juglar de Granada, alcanzando sonoros,

— Tú crees que es poco tiempo, pero has dado mucho.

los corazones más allá del tiempo, las culturas, los países, las lenguas.

—C reo qu e te sirve ¿no?

Es Carlos Cano un ser humano transcendido por la palabra: «Cons­ truyo caminos, cielos, montes...». Vivir, crear, sentir, inventarse el mundo, cantar, viajar... y su casa. Mira la casa al llano, y cuando los olivos son de la negritud azabache de las sombras, más allá del flujo luminoso del tráfico, quedan... Granada, la Alhambra, Sierra Nevada, El Suspiro del Moro... bañados aún de incandescente púrpura.

— Sí, sí me sirve. Carlos, quizá no sea posible que salga todo en pren­ sa, pero tu libro sigue creciendo. Van hacia el coche, las bolsas de viaje, ocho o diez camisas en sedas de colores en perchas. Carlos en gira por pueblos y ciudades, juglar por los caminos de España, no siempre en avión para acercarse a todos. De Mérida a Don Benito, a Trujillo en el día de Extremadura... Recordé los veranos de mi infancia en la aldea de mi padre, hidalgo de Posada de la Valduerna, comíamos, en el porche del patio, con esos hombres que subían desde Extremadura hasta León, trashumantes jornaleros de estío, pastores dueños con sus rebaños de las cañadas, que hablaban con sereno reposo en acento nuevo. En las tierras de ellos yo ahora, atenta al alma del juglar.

C la r a C avero

Lleva Carlos Cano en los surcos de sangre el caudal de sus ancestros árabes, de lo genuino andaluz, del mestizaje americano, de la melancolía galaico-portuguesa. * *

*

Junto a la Alhambra, desde la azotea del hotel Alixares, se expandían inundando las sombras de la noche estrellada de agosto, las canciones de Carlos C ano. Me hospedaba allí, era alumna de los cursos Manuel de Falla, y después del concierto como otras veces cenaba arriba, en la parri­ lla que atendían con esmero los «dos Antonios», ellos y Enrique el vigilan­ te; fugazmente, me hablaban con su modo de ser, tan granadino, mien­ tras sonaban mis grabaciones. De pronto nos invadió una oleada, los jóvenes músicos de la orquesta de Munich con Sir Georg Solti, su direc­ tor, y poco a poco les iba impregnando la nueva sensualidad, marcaban

118

119


Carlos Cano. Compositor, cantante y empresario El cantautor Carlos Cano presenta hoy, en el teatro del Generalife de Granada, una nueva grabación que, pese a ser un compendio de sus pre­ ferencias musicales — guajiras, boleros, fados— , supone una nueva etapa en su carrera. C ano inicia con F orm a d e se r el catálogo de su propia casa discográfica, Dalur Discos, una experiencia que le ha reportado «más libertad» y «menos intrusos». El cantante ha tenido más tiempo para hur­ gar en el origen más remoto de sus canciones. «Cuando compongo orde­ no mi memoria más antigua, la menos racional», dice.

Pregunta. ¿Qué le ha supuesto la experiencia de confeccionar un disco desde las composiciones a la producción? Respuesta. Ha sido una etapa nueva en dos sentidos. En el musical, la colaboración con el arreglista Leo Brouwer me ha servido para descu­ brir a un gran artista. En cuanto a la producción, me ha dado más liber­ tad, y, lo más importante, ha quitado de en medio a los intrusos. No hay funcionarios ni administrativos que te coarten y he podido hacer lo que me ha dado la gana. P. ¿Tanto atan los vínculos con las casas discográficas? R. Bueno, yo siempre he elegido mi repertorio, pero es verdad que las casas tienen tendencia a estar encima como si hubieran sido partícipes en la creación. La edición de Form a d e ser me ha rejuvenecido. Es cierto que se asumen riesgos, pero el riesgo forma parte de la vida, de la juven­ tud, impide que nos aburguesemos. Tengo la impresión de que estoy empezando. 121


P . ¿Incorporará a otros cantantes a su productora? R . A corto y medio plazo la única aspiración de D a lu r D is c o s es Carlos Cano, pero a largo estaría dispuesto a apoyar la música que a mí me gusta, sobre todo la que se hace en la otra ribera del Mediterráneo. P . Sus trabajos anteriores han tendido a la unidad. ¿Cuál es la de su nuevo disco? R . La peculiaridad es el título, la forma de ser, la manera de sentir. En él expongo las distintas formas musicales que me interesan. Es el disco más cosmopolita que he hecho. El escritor Jo sé Saramago, en el escrito que acompaña la grabación, ha resumido esa apertura geográfica con la imagen de dos caminos que se cruzan y forman cuatro brazos orientados a los cuatro puntos cardinales.

Acercamiento a La cuarentena , de Juan Goytisolo ¿ Q u ién lo g r a r ía , a u n c o n p a l a b r a s s u e lt a s , h a b la r d e ta n ta s a n g r e y t a n ta h e r id a a u n ­ q u e d ie s e e l d is c u r s o m u c h a s v u elta s?

P . ¿Es como una reunión de mundos diferentes? R . Sí, hay mundos con aires árabes en un tema dedicado a los saharauis, de chirigota italiana en otro destinado a Jaum e Sisa, de guajira, bolero e incluso he grabado un b lu e s dedicado a Billie Holliday.

D a n t e A u g h ie r i

P . Sin embargo, no parece un disco folclórico. R . No, no lo es. A veces, en un b lu e s suena una guitarra con una

cadencia brasileña o introduzco tem as sociales en un bolero. Me sigo moviendo en la fusión. Uno tiene tantas cosas metidas en la memoria que aunque trates deliberadamente de escribir sobre algo se cuelan de impre­ visto y sólo las reconoces muchos después. Y o quería escribir una canción sobre Lucrecia (la dominicana muerta a tiros en Aravaca [Madrid]), pero hay frases que analizadas independientemente remiten a mi infancia. P . Es decir, que usted mismo se sorprende de lo que subyace en sus composiciones. R . Sí, de eso estoy siendo consciente ahora. Es una especie de gozo intelectual el descubrir por qué el instinto me sale en una palabra o en una frase. Busco su origen en sensaciones, en recuerdos, sabores. Cuan­ do se escribe se ordena la memoria más antigua, la menos racional. Pero en este disco, aunque tengo esa misma fiebre, soy más consciente de todo, incluso de mis primeras canciones. (D e «El País», 9-9-94). A . V . G a r c ía

122

La copiosa producción literaria de Juan Goytisolo, no sólo en el terre­ no de la creación novelesca sino también en el del ensayo, además de los múltiples artículos de temas varios (crónicas, reportajes, etc.), dan cons­ tancia de su oficio de escritor exigente y riguroso, de su trayectoria personalísima; su obra es un eslabón fundamental de nuestra cultura que conec­ ta la literatura clásica con la actual. Es inusual, son palabras de Pere Gimferrer, el caso de escritores que lean en su debida forma a los clásicos *. Por ello, todo análisis de la obra de J . Goytisolo debe tener en cuenta los modelos literarios lejanos y las conexiones que se dan entre ellos; en el caso de L a c u a r e n t e n a : la D iv in a C o m e d i a , los textos de Ibn Arabi, Mahoma, la G u ía es p ir itu a l de Miguel de Molinos, entre otros. Hay, tam-

1 Juan Goytisolo: del pasado al presente’, «El País», 8 de enero de 197 8 . El artículo de Pere Gimferrer es a propósito de la publicación de D isid e n cia s. Trata el tema de las influencias literarias, de las conexiones con sus antecedentes en la literatura clásica; el critico considera esta empresa doblemente singular, porque supone, por una parte la lectura de los clásicos y por otra, la capacidad de ver que la literatura actual (y la pasada) no puede defi­ nirse en términos de vaguedad en la que irrumpen aquí y allá, como por ensalmo, éstas y aquéllas obras singulares, sin nexos entre sí, sino, muy al contrario, co m o cu e rp o te xtu a l organizado en progresión.

123


bién, una serie de lugares comunes, como son las preocupaciones creado­ ras, culturales y sociales que se dan en toda su producción literaria y en su trayectoria de intelectual com prom etido; algunas de ellas, cóm o no, aparecen en L a c u a r e n te n a , obra que pasó casi desapercibida en su momento y que ha sido objeto de superficiales análisis en algunos artícu­ los de critica de urgencia que aparecieron en el momento de su publica­ ción; estas reseñas o artículos, en ocasiones centrados más en su obra genérica y en su personalidad que en la propia obra objeto de comenta­ rio, aparecen recogidos en la bibliografía final.

«... hablábais de Cervantes y Rojas, de Dante e Ibn Arabi» (p. 109), que había descubierto el universo espiritual de los sufís (p. 26) y realizado un estudio comparativo entre la «C om ed ia» y el «Miarage» de Ibn Arabi, pro­ fundizando en el campo abierto por Asín (p. 40) y que, ya al final de la cuarentena, en el capítulo 3 9 le pide al amigo:

El punto de partida, el acontecimiento externo desencadenante de La cu aren ten a, es la muerte inesperada de una amiga; este hecho provoca

Esta mujer reunía las cualidades idóneas para convertirse en guía ideal para el viaje ultraterreno que iba a emprender Juan Goytisolo; adecuada elección, pues «ella» es una persona desaparecida recientemente, cara al autor y, a la vez, conocedora de la tradición literaria cristiana y musulma­ na en temas relacionados con el Más Allá; las conversaciones que enta­ blen tienen asegurados el calor humano y la riqueza literaria, erudita, en ocasiones; ambos están influidos por la simbología del infierno dantesca, terrible, aunque, asimismo conocen la visión de Ibn Arabi y la contrapo­ nen; Goytisolo está emulando a Dante, que eligió a Virgilio como su guía en los infiernos de la Divina C om ed ia; Virgilio también era conocedor del tema épico del «Viaje al Más Allá», y asimismo recoge la tradición helénica, homérica, platónica y pitagórica en su E n eida, en el libro VI 3. «Ella» es, pues, la réplica de Virgilio.

en el autor-personaje el deseo de acompañarla en su «viaje al Más Allá», con el fin de despedirse de ella, de tratar temas de raíz literaria que que­ daron interrumpidos tras su brusca desaparición. Juan Goytisolo, antes de iniciar este Viaje al Más A llá, se documenta, lee, relee, textos de tema escatológico, tanto de corte occidental com o musulmán — es habitual en sus escritos el gusto por comparar ambas culturas y analizar influencias, por mostrar el entrecruzamiento de culturas— , quiere ir bien pertrechado y no oculta las fuentes. El propósito y las referencias literarias las pode­ mos encontrar en el capítulo 1: «Calas y espigueos en la Divina C om edia, obras de Ibn Arabi, libros de Asín, diferentes versiones de la escala nocturna del Profeta, poemarios sufís, la Guía espiritual de Molinos editada por nuestro mejor poeta vivo 2 y que ella llevaba consigo el día en que se desvaneció de mi vista...» (Cuarentena, p. 9).

Su guía en este viaje ultraterreno será la amiga desaparecida, cuya identidad, seguram ente, se esconde bajo las iniciales J . L ., a quien, in m em oriam , está dedicado el libro. «Yo te guiaré y mostraré cuanto he visto desde que me desarrimé de todo lo sensible en el tramo de la escalera» (p. 13).

Esta mujer, que estaba preparando un estudio sobre sor Juana cuan­ do le sorprendió la muerte (p. 25), conocedora de la literatura española:

2

Se refiere al poeta Jo sé Angel Valente, que fue el autor de la edición de la Guía

e s p iritu a l de Miguel de Molinos (Edit. Barral, Barcelona 1974). El calificativo de «nuestro

mejor poeta vivo» sustituyendo al nombre del poeta va marcando ya esa línea indagatoria a la que tan acostumbrados tiene Goytisolo a sus lectores.

124

«Escribe, escribe sobre mí todavía, escuchaste. ¡Únicamente tu atención y la de quienes te lean podrá en adelante mantenerme en vida!» (p. 110).

El rastreo de las fu e n te s literarias es, aparentem ente, tarea fácil, pues el autor no intenta escamotearlas; por un lado, son abundantes las citas explícitas y precisas, por otro, son reminiscencias de lecturas o de obras propias anteriores a L a cu aren ten a. Aúna y sintetiza la tradición occidental, cristiana, con la oriental, musulmana; continuando la trayecto­ ria marcada en obras precedentes y ya conocida por el lector habituado a sus textos. En La cuarentena, como se ha dicho más arriba, estamos ante mode­ los literarios lejanos, ante obras que han enriquecido la vida de muchas generaciones, que han tenido diferentes lecturas, según la ép oca. Son 3 Carlos García Gual, M itos, viajes, héroes. Madrid, Taurus, 1983, dedica un capítu­ lo a «El viaje al Más Allá en la literatura griega» (p. 2 3 a 75). Dice García Gual que «desde la epopeya acadia de Gilgamés a la D iv in a C om edia el viaje al Otro Mundo es un motivo literario iridiscente y fascinante, con su sobrecarga de tonos religiosos peculiares. Bajar a los Infiernos, sumergirse en las mansiones de la tiniebla donde aguardan incontables fantasmas del pasado y cruzar a través de los fuegos y los lodos del Reino de la Muerte es la prueba del destino del héroe según atestiguan los mitos» (p. 26).

125


obras que surgieron en un mom ento de la historia en la que convivían armoniosamente diferentes culturas y religiones, en el caso de la Penínsu­ la Ibérica, los años que precedieron a 1 4 9 2 , fecha emblemática, hito cita­ do en múltiples ocasiones por Goytisolo, aunque sólo recogeré el siguien­ te ejemplo: «La unificación de la Península bajo la férula de los Reyes Católicos sig­ nificó, como sabemos hoy, la supresión de cuanto era heterogéneo: lo que no permite la síntesis, totalidad, fe única; lo que no se halla orgánicamente liga­ do al modelo unificador. Referirse a la expulsión de los judíos, persecución de musulmanes y conversos, establecimiento de la Inquisición, prohibición de importar libros impresos fuera de los reinos es limitarse a describir la parte menor, descubierta del iceberg. Lo que dicha revolución político-social trae consigo es la instauración de la heterodoxia como opción normal de vida y, en consecuencia, la transformación automática del escritor en candidato vir­ tual a la delincuencia» 4.

La cita es, tal vez, demasiado extensa, pero esclarecedora a la hora de descubrir las claves culturales, no solo en La cuarentena, sino en toda su producción literaria y ensayística. Las teorías de Goytisolo se encuen­ tran con las de Américo Castro 5, que se convierte en el soporte doctrinal de sus ideas sobre la disidencia, completado, como opina Miguel García Posada, entre otros, con influjos de Je a n t G enet, y la experiencia que supuso para el escritor el descubrimiento del mundo árabe 5. Tam poco debemos olvidar un encuentro, tal vez, más relevante, con las ideas de Blanco White que escribió también sobre el camino truncado, la ruptura que se produce en la España de las tres culturas con los Reyes Católicos, pero de ello se hablará más abajo.

Sobre las relaciones intertextuales en su obra, el mismo Goytisolo, hablando de su Don Julián, comenta: «Su textura es resultado de la fusión de los fantasmas y obsesiones per­ sonales de su autor con las coordenadas políticas, sociales y culturales del tiempo en que le cupo vivir...» 7.

En otro artículo sobre literatura árabe, centrado en la obra de Mahmud Darwish, se refiere a los consejos que su admirado Blanco Wite daba a sus paisanos: «Una inspiración mestiza y fecunda, abierta a la vez a la tradición árabe —en especial la de la xabiliya preislámica— y la modernidad occidental...»8.

Estos consejos serán seguidos por Juan Goytisolo, que ha confesado, además, la influencia decisiva de Blanco White en su obra, el sentir para­ lelo, hasta el punto de ser, casi, una figura de obligada cita en sus textos 9; los escritos de este sacerdote heterodoxo que cambió Sevilla por Londres y el catolicismo oscurantista por el anglicanismo liberal, también dejan su huella en La cuarentena; cito: «¿Recuerdo exhumado de sus ejercicios espirituales en la casa de la orden de Manresa, o reelaboración posterior a la luz de lo escrito por Blanco White en su A u to b io g ra fía y las evocaciones de Stephen Dedalus trazadas por Joyce?» (p. 67). Y más adelante: «Lo acaecido, ¿era una manifestación litera-

7 Juan Goytisolo, ‘El novelista: ¿Crítico practicante o teorizador de fortuna?’, E L VIEJO TOPO, Extra/6.

4 Juan Goytisolo, ‘De la literatura considerada como una delincuencia’, «El País», suplemento Arte y Pensamiento, 2 9 de abril de 1979, pp.' IV y V. 5 Américo Castro, Cervantes y los casticismos españoles, Madrid, Alfaguara, 1974. Recojo aquí una cita sobre el agudizamiento, a partir de 1 4 9 2 , de la contienda acerca del linaje: «Sí las tres castas de españoles hubieran estado bien demarcadas en 1 5 0 0 , y cada una en su recinto y sin preocuparse de las otras dos, la historia no hubiera sido como fue; pero ahora importa lo acaecido y nada más» (p. 10). 6 Miguel García Posada: ‘Las virtudes del pájaro solitario’, «ABC» literario, 2 3 de enero de 1 9 8 8 , p. III. Desarrolla, García Posada, la continuación del diálogo, por parte de Goytisolo, con la heterodoxia española, según sus propias claves interpretativas. El hete­ rodoxo San Juan de la Cruz para Las virtudes d e l p á ja ro s o lita rio , Góngora lo fue en La reivindicación, el Arcipreste de Hita en M akbara. El crítico opina que son variaciones sobre el mismo tema o temas y plantea la siguiente cuestión sobre «si el centrifugado de la materia narrativa y la iteración manierista del estilo son estéticamente eficaces».

126

8 J . Goytisolo, ‘Desde Palestina’, «DIARIO 16», Culturas, 15 de abril de 1989, p. VIII. 9 Angel S. Harguindey: ‘Juan Goytisolo en Marraquech. El ritmo de las cigüeñas’, «El País» semanal, 13 de enero de 1 9 8 5 , pp. 10 a 17. Hablando de la figura de B. W., comenta Goytisolo: «Me sorprendió el paralelo constante que yo hallaba entre mi vida y la de Blanco; cuando com encé a traducir algunos fragmentos ingleses de sus obras tuve el efecto de que me estaba traduciendo a mí mismo. Fue un caso de simbiosis que no había tenido nunca y que probablemente no la vuelva a tener». A Marcelino Menéndez y Pelayo se le debe el primer estudio sobre su obra (en H is to ria de los heterodoxos), aunque lo calificó de «abominable y antipatriótico», dos defectos que afean «sus elegantes páginas» —juicios descalificadores que han seguido repitiéndose injustamente— ; la obra completa de Blanco W., es poco conocida en España, salvo los estudios y ediciones llevados a cabo por Juan Goytisolo, Vicente Lloréns, Manuel Moreno Alonso, entre otros pocos, que han contribuido a que su obra se conozca algo mejor. Recientemente Antonio Cascales ha publicado una novela sobre su figura, me refiero a Crónica londinense d e l rudo. Blanco W hite, Anaya & Muchnik, Salamanca 1994.

127


ria del placer de las imaginaciones inverosímiles defendido por Blanco White y experimentado por Borges?...» (p. 72).

Goytisolo reivindica, como en obras anteriores, una lectura polisémica; como los autores del pasado, acude a determinadas «fuentes» porque se siente inmerso en el fluir de la Historia 10. Los textos que le sirven de modelo, las fuentes, ya están citados. Interesante sería, ahora, cotejar detalladamente (tarea que escapa a la extensión de este trabajo) el texto de L a cu aren ten a con L a Divina C om ed ia de Dante, y los escritos del místico murciano Ibn Arabi y Mahoma, por un lado, y, por otro, compa­ rarla con la Guía espiritual del mistico Miguel de Molinos — teólogo hete­ rodoxo que abandonó Valencia por Roma, condenado por la bula «Caelestis Pastor» en 1 6 8 7 , y muerto en prisión— ; esta Guía, ¡qué casualidad!, fue además el libro que le prestó el autor-personaje a su amiga la última vez que se vieron, hecho que, además, corrobora su mujer (p. 100), todo un símbolo premonitorio. Volviendo a la Divina C om edia y a sus antecedentes islámicos, Goy­ tisolo se ha ocupado de reflejar en La cu aren ten a y en entrevistas (la de Elvira Huelbes, por ejemplo, citada en la bibliografía) las teorías del ara­ bista D. Miguel Asín Palacios, que en su m omento levantó revuelos. La historia de esta polémica aparece recogida en la obra de Asín Palacios, La escatolog ía m usulm ana en «La Divina Com edia» seguida de Historia y crítica d e una p olém ica n . Alfonso X el Sabio mandó traducir al latín, castellano y provenzal el Libro d e la E scala y estas traducciones se edita­ ron veinte años antes de la aparición de la Divina C om edia; cronológica­ m ente, es razonable pensar que alguna de ellas llegara a ser leída por Dante. Asín encuentra una serie de coincidencias que van desde lo pura­ mente doctrinal a lo artístico; unos mismos recursos de carácter alegórico se dan en Dante y en Ibn Arabi. Descubre que la mezcla de las rimas con la prosa que caracteriza al Convivio era en todas las obras de Ibn al-Arabi usual recurso artístico: todos los tratados del Futuhat iban encabezados

10 Recojo la idea del interesante artículo de Angel González: ‘A propósito de la intertextualidad’, «ABC», 2 2 de abril de 199 4 , p .l. No se cita a Goytisolo, pero al tiempo que analiza la evolución del concepto de intertextualidad establece diferencias entre los autores del pasado y los de las postrimerías del siglo X X . 11 Cuarta edición, Hiperión, Madrid, 1 9 8 4 . También, Jo sé Valdivia Valor, D on M ig ue l A sín Palacios. M ística cristiana y mística m usulm ana. Hiperión, Madrid, 1992. El libro es resumen de su tesis doctoral y en él aborda las relaciones entre la mística cristiana y la mística musulmana en la obra de Asín. En cuanto a la historia de la polémica suscitada, el resumen que hace es bastante ordenado y claro (pp. 1 5 0 a 153).

128

como los tratados del Convivio, con una poesía más o menos larga que resume el asunto, desarrollado luego en prosa. Los antecedentes de la poesía italiana del «Dolce stil nuovo» están ya, en el místico murciano del siglo XII, Ibn Arabi, conocido también en el Islam por los nom bres de: «Vivificador de la religión», «Doctor máximo» e «Hijo de Platón», contem­ poráneo de Averroes y Maimónides; los textos de Ibn Arabi son referente literario primordial en La cuarentena: «Luego se le había aparecido Ibn Arabi, a quien reconoció enseguida por la belleza singular que destellaba, con su manuscrito de la E p ístola so b re el árbo l hu m an o y los cu atro pájaros. La invitaba a seguirle... le oyó murmu­ rar entre sueños: bebí la herencia de la perfección láctea» (p. 24) [sobre la perfección láctea, ver también la p. 95].

El universo literario y espiritual sufí, al que pertenece Ibn Arabi, es conocido por Goytisolo y su Guía (en el capítulo 17 se ahonda en este aspecto), que leen fragmentos de textos sobre los que están investigando, los interpretan y comparan, los diseccionan; en general, la obra adquiere un carácter metaliterario, leamos un ejemplo de los múltiples que se pue­ den registrar: «Toda su obra, el espacio textual de su obra, es la palestra o terreno en los que de pronto los opuestos convergen, los antagónicos se anulan, lo opaco y luminoso, caduco y permanente armoniosamente se concilian... (p. 59). Deja que te lea este párrafo: “si nos miramos, sólo a Él miramos; si nos oímos, sólo a El oímos. En todo rostro se epifaniza y el ojo nada sino a Él mira...”. Te pareceré atrevida, pero mi lectura es la siguiente: ¡el foso circu­ lar, colmo y meta de tus deseos, es una manifestación de Su Presencia y tu entrada en el corro un acto de sumisión!» (p. 60).

No sólo leen e interpretan, también viven experiencias similares a las relatadas por el místico sufí en sus libros: «¿No ha vivido Ibn Arabi una aparición similar en sus circunvoluciones a la Kaaba?» (p. 46).

Y cuando ambos amigos, en las conversaciones mantenidas, compa­ ran La Divina C om edia con los textos del sufí se sienten más cercanos al último:

129


«Su adopción de la escatología de las primeras y más toscas versiones del L ibro d e la Escala, ¿suponía algún progreso en el camino milenario del hombre hacia la paz y el concierto? ¿Por qué ese énfasis en la ira y castigo en lugar del perdón y clemencia? ¿No era mejor arrimarse a los sufís y arrin­ conar de una vez las imprecaciones coléricas?» (p. 50). «¿No se había inspirado acaso el florentino en las visiones audazmente interiorizadas del L ibro d e la E scala para componer su Comedia?» (p. 28). «Libro d e la E sca la del profeta, cuya traducción ordenó Alfonso X el Sabio y de la que Dante se sirvió para construir su Com edia» (p. 98).

Goytisolo, al tiempo que reconoce el papel primordial de Dante en la fundación de su lengua, la fuerza de sus versos, la riqueza de las descrip­ ciones, considera que su concepción geométrica y fría del Más Allá y la ferocidad de sus descripciones están marcadas por la intolerancia y la falta de caridad. Seleccionó algunos ejemplos que son reveladores: «En esa comezón del poeta por identificar a sus conocidos y adversarios en los cículos infernales de los precitos, ¿no había un morbo infantil y rego­ deo malsano? ¡Toma el ejemplo de Filippo Argenti en el Canto VIII! La des­ cripción del tormento no puede ser más horrenda y nuestro buen hombre, en vez de compadecerse del desdichado, ¡se recrea en su contemplación!» (p. 39).

Veam os el texto de Dante que sirve de referencia, en el Canto VIII: Dante y Virgilio van en la barca de Flegiás por una zona en la que son castigados los soberbios y los orgullosos, allí se encuentran a Filipe Argen­ ti 12, a quien Dante reconoce, aún bañado en lodo (Versos 3 2 a 66), pre­ tende aproximarse a la barca pero lo rechazan y, además, Dante expresa un deseo a Virgilio que se verá cumplido: Y yo, «maestro, m ucho seré holgado

d e verlo sum ergido en e ste cien o antes d e q u e saliéram os d el lago». Y así m e dijo aquel: «Antes qu e el puerto se d eje ver, veraste com placido: convendrá qu e tú g oces tu deseo». 12 Utilizo la edición íntegra de La D iv in a C om edia, traducida y anotada por Julio Úbeda Maldonado, Libros Río Nuevo, S. A., Barcelona 1983. F. Argenti, según Boccaccio, fue un riquísimo y poderoso ciudadano de Florencia... Dícese además que fue quien expulsó al partido Blanco y a Dante, cuyos bienes pasaron a un hermano del mismo Felipe, y así no es extraño que el poeta pusiese a éste en el infierno y entre los soberbios (p. 74).

130

Y d e allí a p o c o vi tal exterm inio hacer con él p o r las fan g osas gentes, qu e aún ala b o yo a Dios, agradecido... (Comedia, p. 71). Efectivamente, como dice Goytisolo, hay regodeo malsano; es cierto que Dante no sólo no se com padece de los sufrimientos de Argenti, sino que pide que éstos aumenten. Sin deseo de justificar su conducta, está claro que el poeta pretende vengarse de todo el mal que Argenti le hizo en vida (ver nota 12). Goytisolo critica en La cu aren ten a la calidad humana de Dante, mejor, su filosofía de la vida basada más en la ira y el rencor que en el perdón y la clemencia. Coloca frente a frente dos reli­ giones, dos filosofías: la cristiana y la musulmana; reconoce el mérito lite­ rario, formal, de la C om ed ia, pero también señala, claram ente, que el florentino no logra, tal vez porque no quiere, impregnar su obra del ver­ dadero espíritu sufí de los textos árabes que le inspiraron visiones que, en definitiva, servirían para enriquecer su obra. En esta línea, Goytisolo no va a desaprovechar las oportunidades que le ofrece el texto de Dante. Veamos otro ejemplo: «Cuando el poeta pone a su maestro Brunetto Latino en el círculo de los nefandos, reos del crimine pessim o, y lo describe cubierto de ampollas, con el rostro cocido por completo, ¿cómo creer en sus protestas de amor y respeto, si se trata a todas luces de una deplorable venganza? ¿Por qué lo deja en la turba atormentada, en la mesnada que eternamente llora sus pecados con tinta faz [que] el fuego altera? ¡Vaya ejemplo de caridad y espíritu cristiano!» (p. 60).

Ahora la referencia la encontramos en el Canto XV: Virgilio y Dante continúan su camino por el tercer recinto y se encuentran con un grupo de violentos contra la naturaleza, sodomitas, entre los que Dante recono­ ce a su antiguo maestro Brunetto Latino 13. Y yo, cu an do su brazo a mi exten diera,

los ojos p u se en su abrasad o aspecto, tal qu e el q u em ad o rostro no im pidiera

13 Op. cit. En las notas al Canto XV, el traductor habla de la personalidad de Bru netto Latini (pp. 118 y 120).

131


la c o n o c e n c ia su y a a m i in te le c t o ; e in c lin a n d o la m a n o h a c ia su ca ra , r e s p o n d í: «¿A quí e s t á is vos, s e r B ru n etto? » .

(Vs. 2 5 a 30). Prácticamente, todo el Canto XV (1 2 4 versos) desarrolla la conversa­ ción que mantiene el poeta con su antiguo m aestro; aquél acaba mar­ chándose dejando a Brunetto en la cuadrilla de los reos del c r im in e p ess im o . Dante condena así a su maestro, la falta de consideración es absoluta, aunque algunos críticos la justifiquen recordando los intransigentes princi­ pios de justicia y de rectitud que, parece ser, caracterizaron a Dante. Las investigaciones y lecturas comparativas que Goytisolo y su Guía llevan a cabo en su andadura por L a c u a r e n t e n a coinciden, hay una afi­ nidad que los hermana; así, cuando intentan establecer correspondencias y diferencias en la visión del Más Allá entre la D ivina C o m e d ia y los tex­ tos místicos islámicos, consideran que la visión de ultratumba de Ibn Arabi influyó en Dante abriéndole fronteras, desvelándole límites insospechados, cambiándole, en definitiva, la imagen canónica medieval que tenía; en cambio, la misericordia, el amor, que se desprende de los textos árabes no cala de igual modo en el florentino, que llega a ser cruel con algunos de los personajes que desfilan por esa galería de la Historia que es la D iv in a C o m e d ia . Frente a un Dante cruel y justiciero tenem os a un Ibn Arabi que profesa el credo del amor (capít. 34). La diferencia, probable­ mente, no sea consecuencia de una teología sino de un m o d u s v iv en d i. En la época en la que vivió el místico murciano, España era algo singular, el clima de tolerancia, de armonía vital y legal entre los creyentes españo­ les está sobradamente demostrado — recordemos la tesis islámica de Américo Castro— ; de otra parte, también es conocido el orden teológico y metafísico de la Edad Media, uno de cuyos máximos representantes fue Dante. Pero Goytisolo y su Guía no sólo hablan de violencia humana, tam­ bién hay violencia en el universo. El Cosm os está sujeto a una violencia alucinante: agujeros negros, explosiones estelares, un mundo fundado en el caos, litigio, devoración... «En el aire flotaba una pregunta que no llegó a formular: ¿podía existir una partícula de amor y dulzura en aquel orbe sin límites de aniquilación y terror?» (p. 100).

132

E l a n t i b e l i c i s m o es otro aspecto importante en L a c u a r e n t e n a ; la coincidencia de la redacción de la obra con la guerra del Golfo condicio­ nó el relato; de hecho un capítulo, el octavo, fue publicado en el periódi­ co E l P a ís en plena guerra. El subtítulo de la reseña de Lluís Bassets 14 «Juan Goytisolo crea un correlato narrativo de la guerra del Golfo», es acertado. Amado Alonso señala el correlato objetivo («lo objetivo: espejo de lo subjetivo») como una de las constantes de la producción poética de Neruda desde sus primeros libros. Con la obra de Goytisolo pasa algo parecido; pero sigamos con L a c u a r e n t e n a : un acontecimiento histórico, un hecho externo, com o es la guerra del Golfo, influye y determina las emociones y sensaciones evocadas. Dice Goytisolo: «Estaba decidido a escribir a partir de los sentimientos que despertó en mí la m uerte de una amiga; quería seguirla en esos cuarenta días en que, según la tradición islámica, el cuerpo perm anece a la espera de su destino definitivo. Mi visión escatológica se encuadraba entre la visión cruel de Dante y la de la misericordia de Ibn Arabi. Pero entonces se produjo la guerra del Golfo y, aquello no previsto, modificó la marcha de mi trabajo»15.

Los preparativos del Viaje al Más Allá — viaje solidario, para acompa­ ñar a una amiga desaparecida— coinciden, pues, casualmente, con la g u e ­ rra d e l G o lfo ; la guerra que sostuvo Occidente con Irak mantuvo en vilo al mundo. Goytisolo hace coincidir la cuarentena sufí de su amiga con la cuarentena de la guerra en Bagdad, con los cuarenta días de infierno aéreo (viaje, pues, doblemente solidario) y ambas cuarentenas marcan la dispoción de la obra, estructurada en cuarenta capítulos. Goytisolo descri­ be los horrores de la mal llamada guerra limpia, tecnológica, la p e t r o c r u z a d a 16, una falsa asepsia; la realidad fue bien diferente y así lo refleja Goytisolo al describir escenas más crudas y duras que las del infierno de la D iv in a C o m e d i a de Dante, en las que, com o en tantas ocasiones, la

14 Tomo la cita de Lluis Bassets, ‘Plenitud literaria y militante’ («El País», 23 de noviembre de 1991) Se trata de una reseña sobre La cuarentena. Recoge también la rese­ ña de Abraham Bengio sobre ‘Crónicas sarracinas’ («El País», 4 de abril de 1982) y dice: «La tesis de Goytisolo es que el moro, a la vez no cristiano y no europeo, es el o tro de Occidente: un revu lsivo (abundan los textos que présentan al Islam como un compendio de barbarie y salvajismo) y un revelador (la Europa cristiana siempre ha soñado su identidad en oposición al mundo árabe)». 15 Juan Cantavella entrevista a Goytisolo («Hoy», 17 de marzo de 1993). 16 El mismo espíritu anima a J . Goytisolo en C u a d e rn o de Sarajevo. A n o ta cio n e s de un viaje a la barbarie, «El País»/Aguilar, Madrid 1993. Ver en capítulo III «De vuelta a la tribu», pp. 129 a 136. El viaje a Sarajevo es un descenso al infierno (p. 106).

133


realidad supera la ficción. Goytisolo no desaprovecha la ocasión que, des­ graciadamente, la casualidad le ofrece en bandeja, y aporta su visión de «moro español», profundamente español; esta guerra le trae recuerdos de otra guerra que el autor vivió en su infancia; las diásporas que provoca la conclusión de la guerra del Golfo le traen a la memoria otros éxodos de paisanos harapientos que atravesaban el pueblo catalán en el que vivía refugiado cincuenta y dos años antes: «Las imágenes reproducidas en el telediario, ¿correspondían a lo acaeci­ do después de cuarenta días de infierno aéreo o exhumaban recuerdos sepul­ tos en su memoria de la sombría guerra civil. Dudaba, dudaba todavía. Pues, ¿quién escribía de verdad aquella página? ¿El autor sesentón incli­ nado a su mesa de trabajo o el niño ignorante que asistía por vez primera en su vida al derrumbe de un sueño y el fin abrupto de una esperanza?» (p. 108).

Ante la magnitud del desastre no hay cabida para la ilusión, el tono es, por tanto, desesperanzado, especialmente en los capítulos relativos a la guerra. La historia es repetitiva y cruel porque los hombres no intentan corregir los errores del pasado, la vida sigue siendo el encuentro ciego de fuerzas opuestas que describiera Rojas en L a C elestin a. ¿Qué empuja a los hombres a matarse entre ellos? ¿Por qué estos choques de civilizacio­ nes que en otros m om entos del pasado convivieron pacíficam ente? ¿Dónde están la liberalidad y tolerancia de la que hicieron gala islamismo, cristianismo y judaismo? La religión cristiana y la musulmana no son tan incompatibles como se cree, el proceso histórico es el que ha sido dife­ rente; en este sentido pienso que hay cierta mitificación por parte del autor.

mente tu atención y la de quienes te lean podrán en adelante mantener­ me en vida!» (p. 110). La escritura es el arma que utiliza Goytisolo para convocar a la solidaridad y la concordia.

B ib lio g r a fía s o b r e L

a

c uarentena

— Entrevista de Elvira Huelbes a Juan Goytisolo, pocos días antes de la publica­ ción de L a cu aren ten a . «El Mundo», 2 0 de octubre de 1 9 9 1 , La esfera, pp. 1 a 3. «La dictadura se cura, el racismo no». Para Juan Goytisolo, sin enemigo comunista la sociedad busca otros chivos expiatorios. — Manuel Ruiz Lagos, ‘Nota de urgencia sobre La cu aren ten a de Juan Goytiso­ lo’, «El Mundo», La esfera, 3 de noviembre de 1991. — Lluís Bassets, Plenitud literaria y militante. Ju an G oytisolo crea un co rrela­ to narrativo d e la guerra d el G olfo, El País, Babelia Libros, 23 de noviembre de 1991, p. 3. — Eduardo Haro Tecglen, ‘Una muerte sufí’, S a b er L eer, n. 54, abril de 1992, p. 12. — Juan Cantavella, G oy tisolo: «T rabajé tod a mi vida p ara p o d e r escribir». El Círculo de Lectores publica un retrato del escritor y reedita L a cu aren ten a, Hoy, «Cultura», miércoles, 17 de marzo de 1 9 9 3 , p. 45. — Dominique Fernández: ‘Juan Goytisolo, explorateur de l’entremonde. L ’esp ñ t d e G ren a d e’, L e N ouvel Observateur, 10-16 mars 1994, p. 104. — Carlos Fuentes, en G eografía d e la novela, dedica un capítulo a «Juan Goyti­ solo y el honor de la novela» (pp. 71 a 89); en las dos páginas finales hay menciones para La cuarentena. Is a b e l L e o B e r r o c a l

Madrid

Nadie puede salir indemne del descenso al infierno de Irak, tan cruel como el de Dante: tanto las escenas de sufrimiento como los círculos de horror pintados por Dante encuentran su correlato en la guerra del Golfo. Hallar las palabras adecuadas para describir tanto espanto es algo que preocupó a Dante Alighieri y que preocupa a Juan Goytisolo. «¿Quién logrará, aún con palabras sueltas, / hablar de tanta sangre y tanta heri­ da / au n que d iese el discurso m uchas vueltas», escribe el primero y, ya al final de la cuarentena, cuando la Guía se despide hasta la Gran Resu­ rrección anunciada, sólo pide a su amigo que escriba sobre ella: «¡Única­

134

135


¿QUE HACE URVICASA? URVICASA es una Empresa Extremeña cuyos objetivos entre otros son: • Gestión de Promoción de Comunidades de Viviendas. • Gestión de Cooperativas de Viviendas. • Gestión de Promoción de Rehabilitación de Viviendas. • Promociones de Viviendas con la Administración Munici­ pal, Provincial y Autonómica. • Gestión y Asesoramiento en Áreas de Rehabilitación Integradas. • Promoción de Viviendas.

¿QUIÉN FORMA URVICASA? • Sociedad para el Fomento Industrial en Extremadura. SOFIEX. • Caja de Ahorros de Extremadura. • Profesionales Diplomados en Gerencia de Cooperativas y Comunidades.

CÁCERES Avda. de España, 12, 2.° Derecha Teléfs. 24 86 25 - 24 86 55 FAX 21 11 29

NAVALMORAL DE LA MATA


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.