La vida en Cáceres en lo siglos XIII y XVI al XVIII por Miguel Angel Orti Belmonte (1949)

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COLECCIÓN DE ESTUDIOS EXTREMENOS

LA VIDA EN CACERES EN LOS

SIGLOS XIII yXVI al XVIII por

MIGUEL A. ORTI BELMONTE C. de las Reales Academias de la Historia y de Bellas Arles rtir ■%in Fernando

Diputación Provincial de Cáceres Servicios Culturales 1949



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P O R T I C O H l intento de reconstruir la vida de nuestros —' antepasados ha sido siempre tema suges» tivo de los historiadores. Estampas históricas han sido llamadas, eruditas y amenas al mis* mo tiempo, cuando el historiador consigue hermanar la belleza en la expresión y evocar el pasado com o página vivida. Cáceres con sus casonas solariegas de granito, sus calles intactas, sus torreones, ajimeces y balcones, hace siempre evocar cómo vivieron sus m o­ radores. Parece que vamos a encontrarnos alguna dama que envuelta en su manto y con sus pajes recorre la calle, y un caballero que con su capa y sombrero de plumas y espada al cinto va detrás de ella. Es la voz de los muertos la que resuena en palacios y calles y nos hace pensar cóm o vivieron y sintieron. No sabemos que nadie haya intentado re­ construir este pasado de Cáceres. P ara hacer estas estampas de la historia hemos consul­ tado, en primer lu<Jar, el Fuero de la antigua


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Villa, para las estampas del riepto y de la c a ­ balgada; para la vida de la nobleza cacereña del siglo XVI al XVIII, una grande cantidad de documentos, inventarios, particiones, car* tas dótales, fundaciones de mayorazgo y c a ­ pellanías, de los archivos del Excmo. Señor Conde de Canilleros y del Marquesado de Ovando, hoy en poder, este último, de los Padres de la Preciosa Sangre. De estos documentos muchas veces no ha sido aprovechado más que una cita, un nom ­ bre; pero, uniendo todos los datos, hemos escrito este intento de ensayo de la vida Cacereña de antaño, incompleta, pues para lle­ gar a ser completa se necesitaría encontrar cartas, descripciones, datos de viajeros, en donde conociéramos lo más difícil de todo, cómo pensaban y cómo sentían la vida aque­ llas generaciones pasadas. Falta, además, la nota femenina, sutil, pues a través de docu­ mentos de los escribanos, no se transparenta nada del pensamiento de la mujer cacereña de aquellos tiempos. Ofrendamos a la I Asamblea de Estudios Extremeños estos ensayos que son, com o de­ cíamos, sólo iniciación de lo que puede ha­ cerse, aceptando de antemano la crítica de los eruditos y las observaciones que nos hagan.


II UN R IE P T O EN C Á C E R E S EN L O S P R IM E R O S A Ñ O S DE LA C O N Q U IS T A

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os pobladores de la Villa de Cáceres estaban en un día del otoño, años después de la conquista, inquietos y hablando en los corrillos que se formaban en sus plazas. Iba a tener lugar el primer riepto en las afueras, en el campo que se extendía delante de la t o ­ rre donde habían muerto los Fratres de Cáceres, defendiéndola contra Abud-Jacob. Un noble Yáñez había retado a otro llam a­ do Sánchez, por haber dicho de él que en la última algarada contra el moro había huido y, además, que había ocupado parte de la he­ redad que le correspondió en el reparto de las tierras, cuando Alfonso el Rey de León tom ó a Cáceres. Los peones y pegujaleros que ya tenían sus asentamientos y heredades estaban en la P l a ­ za de Santa María, cuyos muros apenas levan­ taban dos metros y a la puerta de lo que iba a ser la iglesia, que no obstante estaba ya habilitada para el culto. En este sitio se reu­


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nía el Concejo para hacer el reparto de las tierras. Las hechas aquel domingo, habían sido ya pregonadas con los nombres de los poseedores y el lugar donde estaban ya am o­ jonadas. Unas eran cerca del Arroyo del Pece; otras, en Vencaliz, en la dehesa de la M o­ ra, en Matos, Lanza Holgada, Arrogato, C a­ bezas del Encinal, Arguijuelas, Cabeza Mogo­ llona y Ramogiles; las más lejanas, las del Casar del Conde. Ya tenían los plantones de viñas, pues decían los viejos que se darían muy bien en aquellas tierras. Un grupo de hombres de armas se aproxi­ maba entrando por la Puerta Nueva, portillo abierto en la muralla cuando la conquista, y que no se iba a volver a cerrar más. Venían acompañados por los Alcaldes del Concejo, montados en sus caballos de guerra, e iban separados en las suyas, el retador y el retado, para oir misa en S a n ta María. Descabalgan y entran en la pequeña iglesia sin techar, y, terminado el Santo Sacrificio, prestan juramento ante el altar, jurando el retador que decía verdad por Dios y por S a n ­ ta María, y el retado que juraba en falso el ofensor. Las armas, espada tajante de doble filo, la lanza azulada, el capiello, la loriga y las brufoneras se colocan sobre el altar. Un clérigo las bendice y son vestidos los caballe­ ros por los alcaldes al píe del altar de Santa


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María, que estaba aislado del muro, y que en el centro tiene una imagen de la Virgen, sen­ tada en un escabel, y el Niño en los brazos. Las vestiduras de la imagen y el trono esta­ ban llenas de esmalte que un orive de la Villa había colocado artísticamente y que se había traído de la feria de León por un devoto do­ nante. Los Alcaldes piden fiador al ofendido, quien da el nombre de uno de los nobles pre­ sentes de mayor abolengo en la Villa, Espa­ dero, uno de los caballeros que había tomado parte en la conquista, el cual juró que si m o­ ría su ofendido pagaría la petición doblada, cuarenta aúreos, más las armas que se rom­ pieran en la lid. Terminada la ceremonia fué cerrada la puerta de la iglesia, para que no entrase el público, avisando por pregón que aquél que lo intentara pagaría un maravedí de multa. Los Alcaldes marcharon al campo elegido, que era el que se extendía delante de la torre de la puerta Nueva. En el terreno fueron arre­ glados los profundos hoyos, en donde se h a ­ blan apoyado las máquinas de guerra cuando la tom a de la villa y retirados los escombros que estaban al pie de la muralla, siendo aco­ tado con vallas y piedras para que no salie­ ran del coto los lidiadores. Al día siguiente, los Alcaldes, acom pañan­


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do al ofendido y al ofensor desde S an ta Ma­ ría, llegaron al campo; los pobladores ocupa­ ban las almenas y el camino de ronda de la muralla; las torres de la Hierba, Hornillo y de Abud-Jacob dominaban el palenque. Los caballeros con sus armas resplandecientes fueron colocados frente a frente y con sus fiadores detrás, esperando la señal del ataque, Un añafíl sonó y un redoble de atambores para imponer silencio, mientras los andado­ res impedían que nadie pisara el coto señala­ do. El pregonero voceaba a grandes gritos las condiciones del riepto. Los lidiadores no po­ dían salir del coto señalado ni tom ar para la lid otras armas que las suyas. No podrían arrojar piedras ni tierra a sus contrarios ni romperle su lanza, ni matar su caballo ni cor­ tarle las riendas, el cual, si moría, era apre­ ciado en treinta maravedís, 110 pudiendo re­ clamar el que cayere si sus armas se rompían. S i el retado perdía su caballo quedaría en el campo, pudiendo defenderse durante tres días de sol a sol, y aquél que venciera había hecho triunfar su derecho. Se castigaría con multa a quien hablara a los lidiadores o silvara a alguno de ellos. Caracolean los caballos que dominan sus jinetes, hasta que se embisten, parándo los golpes de lanza en sus escudos de madera forrados de cuero y claveteados, Los fieles


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dirigen el riepto; dos y tres veces se acometen los caballeros sin ser ninguno desmontado. Los corceles están ya cansados, sus fuerzas son semejantes y no se vé que ninguno ceda, cuando de repente los Alcaldes se lanzan ^al campo, paralizan la lucha e imponen silencio, ante la sorpresa de todos. Han llegado al campo unos viajeros, que fueron cuadrilleros cuando la conquista, y vienen a aclarar que las lindes de los hereda­ mientos señalados a Yáfiez y Sánchez se ha­ bían hecho confundiendo una linde; que la separación era la calzada; con lo cual queda­ ba probado por las pesquisas realizadas que ambos tenían razón, el uno en afirmar que la heredad era suya, y el otro al decir que la ha­ bía ocupado sin derecho ni en repartimiento en domingo. O tros peones declaran que en la algarada donde decían que había huido Yáñez, lo que ocurrió es que los caballos desbocados se habían quedado atrás en la arrancada, llegando tarde a la batalla por­ que el moro huyó refugiándose en las frago­ sidades del monte. «El juicio de Dios, por eso ninguno ha vencido», gritaban los pobladores de la Villa que invadían el coto, en su lenguaje, verda­ dera algarabía de voces romancedas, árabe, latinas y leonesas. Así terminó el primer riepto en Cáceres en el siglo XIII.



E S T A M P A

H I S T Ó R I C A

DE L O S P R IM E R O S A Ñ O S DE LA R E C O N Q U IS T A DE C Á C E R E S (La

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a b a l g a d a

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o* pobladores de Cáceres se despertaron -*—I un amanecer del año 1234 a los fuertes y prolongados toques de los cuernos de guerra y los gritos de los atalayeros que desde las torres, almenas de la muralla, y minaretes de las destruidas mezquitas, daban la voz del apellido. El apellido se oía gritar por doquier, por las estrechas calles moriscas del recinto amurallado, mientras los mayordomos daban fuertes golpes en las puertas de las casas despertando a los moradores. Durante la noche se habían visto sin cesar grandes hogueras en las sierras de San Pedro, anunciando un peligro: una racia de los m o­ ros. Los campesinos venían huyendo de los campos, abandonando las atalayas y los bhois, llevando delante sus ganados, que me­ tían en los alcáceres que rodeaban el castillo,


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allá en el ejido de la ciudad, y en los cerca­ dos de los jardines del Alcázar. Unos decían que los moros del castillo de S an ta Cruz h a ­ bían salido de su fortaleza; otros que los de Magacela, y que cruzando la sierra habían tomado la calzada romana y sin preocuparse de que los Caballeros de la Orden de S a n tia ­ go, desde su castillo de Montánchez o desde Mérida, les cortaron el paso, avanzaban arro ­ llándolo todo para caer sobre su Cazzires de sorpresa y reconquistarlo. El apellido llamamiento para la guerra de defensa lo acababa de ordenar el Concejo reunido bajo el porche de la iglesia de Santa María que estaba empezando a construirse. La enseña, el pendón del Rey Alfonso IX de León, se había sacado j los vecinos acudían a su alrededor. Venían los yunteros con sus bueyes cargándolos con las talegas de los peones, las postestades e infanzones se apres­ taban con sus armas; unos vestían loriga que era una malla de gran ligereza, de doble y tri­ ple tejido; los que la tenían doble usaban un peto largo de cuero con varías aberturas de arriba abajo para poder m ontar a caballo, y el belmez asomaba a los pies. O tro s llevaban lorigón y capiello de hierro que protegía la cabeza, debajo de la cual se ponía una cofia de lino para que el hierro no lastimara, que llegaba hasta el codo, y algunos loriga con


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almófar, que era una capucha pequeña también de malla. Los brazos cubiertos por brufoneras, que eran bandas o fajas; los más po­ bres, con medias armaduras que les protegían sólo el pecho y las piernas, con un camisote que llegaba hasta la mano. Venían muchos en sus caballos con su ataharre. Las sillas eran jinetas de altos bo­ rrenes con estribos cortos y pendiente, las de estilo m orisco, calzando acicates de larga punta y tope circular. Los pobladores de ori­ gen gallego no llevaban acicate y los borrenes eran más bajos, en donde apoyaban la lanza azulada, de madera de fresno con punta y regatón de hierro. Los caballos estaban pro­ tegidos también por loriga. Las armas eran espadas tajantes de doble filo, sin punía para golpear las lorigas y con una canal por donde escurría la sangre. Los peones llevaban po­ rras y cuchillos, que cuelgan del cuello y les golpeaban el pecho al galopar. Se protegen con camisas de cuero con algunas hojas de hierro, y capiello en la cabeza. El escudo es de madera protegido con cuero y con ador­ nos geométricos hechos con clavos, y un umbo metálico en el centro; otros son de hierro y de forma triangular. Los ballesteros llegan armados de ballestas y una bancuerda (carcaj) con setenta saetas. Los adalides agrupan a los peones y bolles2


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teros para formar la mesnada; los caballeros se reúnen todos, y entre ellos van algunos potestades que quedaron en la Villa después de la conquista. Se unen a ellos los infanzones, y los que sin serlo tienen ya caballo de guerra, ataharre, que no les escusa del apelli­ do, pero no llevan divisas, mientras que los primeros lucen sus escudos y colores: Ulloas, Blázquez, Espaderos, Valvcrdes, Yáñcz, Figueroa... Suenan las trompas y la cabalgada se po­ ne en marcha: van primero los caballeros, que a poco se distancian de los peones; y detrás los labradores, cscusados y aportellados con las tiendas y los bagajes, 110 mucho, pues sólo se propone el adalid que manda la cabalgada llegar hasta el Guadiana, limpian­ do de moros el camino real, la antigua calza­ da y sus alrededores. Algunos caballeros lle­ van sus halcones que han cazado en la Sierra de S an Pedro, muy abundante en estas aves de presa, y las han domesticado. Al mismo tiempo que van de arrancada, quieren cazar con sus aves y con los perros y ballestas al­ gún jabalí o ciervo si se cruza en el camino, con lo que tendrán carne fresca para asarla en el fuego por la noche, delante de la tienda. Siguen la calzada durante el día, hasta llegar a la torre de Juan Blázquez, gran prócer de la conquista, que dejó sus tierras de


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Avila y que ya tiene levantado su castillo fuertemente defendido con sus poternas para aislarse, y su patío de armas en el interior. En los alrededores acampa la hueste. Se c o ­ loca en un pequeño cerrete que domina el campo e instalan las tiendas redondas, sujetas con veinte cuerdas a los palos clavados en el suelo. Cada tienda lleva dos escusados y ocho peones; los que visten loriga llevan también dos escusados y los que llevan brufoñera sólo uno. Eran com o pajes u hombres de armas de los caballeros, que comían el mismo pan y dormían en la misma tienda. Han agrupado las tiendas alrededor de las del adalid, mirando sus entradas a la de éste. Dejan una ancha calle entre ellas, y colocan a los atalayeros en los puntos más estratégi­ cos y cercanos al campamento, no sin adver­ tirles que el que se durmiera estando en vela, seria trasquilado por alevoso, sí no probaba lo contrario con dos hombres que juraran por él; pero que, si por su culpa en la escucha o atalaya, tuviera algún daño la cabalgada y lo hallaran durmiendo, sería quemado vivo. Ya habían dicho al salir de Cáceres los adalides que el que produjera revuelta o hirie­ re algún compañero con espada, lanza, piedra o porra, Je cortarían la mano, como aquél que se fuera al monte sin permiso y aunque fuera herido, no tendría herecha.


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Por la noche, un grupo de caballeros se in­ ternó en el monte muy poblado, pues han te­ nido noticias por los espías y escuchas que los moros acampan por la parte de Albalá, y pretenden caer de improviso sobre ellos c o r­ tándoles la retirada a sus castillos, mientras que la cabalgada—dividida en dos—la envuel­ ve por el otro lado, El encuentro tuvo lugar entre Zarza y Montánchez y el botín fué cuan­ tioso en armas y esclavos. Al día siguiente de la arrancada, tiene lu­ gar el pago según el Fuero de las Cabalgadas de Cáceres. Se separa primero la ración de Dios, otra para los cautivos cristianos y el quinto para la villa; después se procede por el adalid a pagar a los heridos-, por la pérdida de ojo, mano, píe y nariz, se entregan veinte maravedís; por heridas que atravesaban bra­ zo, pierna, mano y pecho, seis maravedís; y lo mismo por las de cabeza. A los pies del adalid se van arrojando las cabezas de los moros que se pagan a diez maravedís. A c o n ­ tinuación se empezaron a pagar los derechos de los caballeros y peones; a los primeros, una ración; y a los ballesteros, media; pero, como se había llegado a ver la orilla del Gua­ diana, tres más a los caballeros y media más a los ballesteros, y por cada caballo muerto se pagaron treinta maravedís. Los caballos fueron distribuidos como



IV IN VEN TA RIO DE C A S A S N O B ILIA R IA S EN EL S IG L O XVI

H l Bachiller de Trevejo, don Daniel Berja—1 no, seudónimo con que firmaba este in ­ vestigador, de grata memoria en la historia de Cáceres, publicó en la R eu ista d e E x t r e ­ m a d u r a en 1909 un trabajo titulado « C óm o

vivían n u estros a n te p a s a d o s , un h o g a r n o ­ b le d e a n ta ñ o *, en donde, siguiendo la escri­ tura e inventario hecho por don Diego de Ovando Cáceres, el mayorazgo, en la Arguijuela en 1551, ante el Teniente de Corregidor, el D octor Diego de Escudero y el escribano Diego González, nos detalla todo cuanto en la casa existía al contraer matrimonio con doña Teresa Rol de la Cerda, y después de viudo, cuando lo contrae con doña Francisca Ximenez, y regalos que aportaron al matri­ monio y dotes de las novias. La cabeza del linaje en el siglo X V es el Capitán Diego de Cáceres Ovando, el que construye su casa solariega en la Plaza de San Mateo con alta torre, la de las Cigüeñas,


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que vincula al mayoiazgo fundado por él. Su hijo Diego de Cáceres continúa, a la muerte de su padre, en la Corte de los Reyes C atóli' eos y en 23 de Febrero de 1505 hace testamen­ to en Valladolid, ante el escribano de Cámara de los Reyes, Francisco Sánchez de Collado. Debió de morir a los pocos días, pues el 28 de Marzo el Bachiller Diego de Guadalajara, en nombre del Corregidor de la Villa de Cáceres, y en presencia de su viuda doña Fran­ cisca de Mendoza y Vera, hija de don Juan de Vera y de doña Juana de Sandoval y Mendo­ za, hace inventario de los bienes que dejaba Diego de Cáceres, Estos eran cuantiosos. Muchas tierras de pan llevar e hierbas (pastos), viñas, huertas, ganados, ovejas, vacas, toros, puercos, y los graneros llenos de cebada y trigo. El testa­ mento menciona las ropas, armas y menaje de cocina que había en la casa, que eran: co l­ chas de naval (lienzo no muy fino), jergones, manteles de lienzo, sábanas de estopa. La es­ topa, que figurará en los inventarios hasta el siglo XVIII, era lo más basto de la planta del lino después de escardado y preparado. Cien­ to veinte varas de lienzo delgado. En los m an­ teles, separan los que llaman reales de los de lienzo de estopa. Varias piezas de muchas varas de pañizuelos de lienzo, y dos piezas de Bretaña de euarenta y ocho varas. De mué-


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bles, se inventarían mesas de visagras y mesas de pieza; sillas de cadera, que eran lo que después hemos llamado sillones con brazo y respaldo; sillas de cuerpo coloradas y otras más pequeñas. Arcas ensilladas de madera y de cuero, arquillas y cofres. El menaje de cocina lo constituyen calde­ ros de azófar, ollas de cobre, asadores gran­ des y pequeños y de torno, prueba de que se asaban piezas enteras en la hoguera de la c o ­ cina, que siempre era en el suelo con cam pa­ na, de la que colgaban las llares para los cal­ deros, mientras alrededor de las brasas esta­ ban los potes, escalfadores y ollas. Artesas de madera, ralladores, un rayo y una esparri11a, dos cucharas, cazos, almireces; dos tapi­ ces con figuras, reposteros negros y azules y cojines. Las armas son: un puñal dorado con can­ to de cuero y guarnición de plata, corazas de cuero negro con clavazón dorada, arneses, cabezadas de caballo de filigrana de plata y otras esmaltadas. Un cuerpo de plata con dos cabezadas, sillas de caballo, segurones (ha­ chas) y segurejas. Estas armas, revestidas con fundas de cuero, son trabajo de guadamecíes que llevaban prolija y fina ornamentación, labrados en Córdoba y que constituían una industria muy típica que ha sobrevivido has­ ta nuestros días.

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P or último, figura la reseña de varios es­ clavos, en mayor o menor número, casi siem­ pre suelen ser dos, varón y hembra; nos los encontramos en los inventarios, dando incluso su precio hasta el siglo XVIII. Diego de Ovando, hijo de Diego de Cáceres Ovando, que acabamos de nombrar, y nieto del Capitán, casó dos veces: la primera con doña Teresa Rol de la Cerda, hija de P e ­ dro Rol de la Cerda, con la que vive gran parte del año en su heredamiento y castillo de la Arguijuela. El mayorazgo se ha acrecen­ tado. A la tercera generación del Capitán, son grandes labradores y ganaderos. En su castillo enfermó gravemente, y allí fué el es­ cribano a hacerle testamento e inventario de sus bienes en 1551, que fué parte del docu­ mento que publicó Berjano, Su mujer Teresa Rol, cuyo escudo de armas colocó a la entra­ da del ca s tillo —cinco tórtolas en campo am a­ rillo y una banda colorada en campo verde rodeada de ocho eslabones —lo llevó el m ayo­ razgo que en 150G había fundado el Com enda­ dor Fray Martín RoL En dote, una cadena de oro que pesaba doscientos ducados; y en d o ­ n as, los bienes y joyas siguientes: un collar de oro que pesaba sesenta y cuatro castella­ nos (el castellano equivalía a cuarenta y seis decigramos), veinticuatro manillas de oro, que pesaron cincuenta ducados; una gargan­


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tilla de oro, que pesó treinta castellanos; unos cabos de cinta de oro, que pesaron cien ducados; veinticuatro cabos de oro, que pesaron diez castellanos; un cofre con anillos de oro y otras cosas, que valieron treinta mil maravedís. Una saya de terciopelo aceitunil, una faldrilla de damasco amarillo y un sayuelo angosto de raso carmesí. El Comendador Frey Nicolás de Ovando, su tío, le dió de regalo doscientos mil m ara­ vedís, con lo cual compró p3ños de boda pa­ ra doña Teresa, su mujer, «e se los entregó, e de los que tiene memoria son los siguientes: una saya de terciopelo aceitunado, una saya de raso azul guarnecida, una saya de carmesí altibajo, una faldrilla de raso verde, otra de damasco pardillo, una saya de raso blanco, un manto de sarga, un manto de paño, un sillón guarnecido de plata que valía cien du­ cados». Berjano dice, «que era de rigor in­ cluir en las arras estos monturas destinadas a las hacaneas en que había de conducir a la novia a la iglesia y a las que hace referencia el Fuero Viejo y el Fuero de las Leyes de Cá­ ceres, que prohíbe a la viuda que «faga boda día de domingo e que no vaya caballera a la iglesia», costumbre que aún subsiste en algu­ nos pueblos cercanos a Cáceres, que fueron del Sexm o de la ciudad, b asta que lograron independencia.


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Cercana al castillo de la Arguijuela Alta, se levanta una ermita, ya sin culto y altares, que edificó Diego de Ovando Cáceres, el m a­ yorazgo. En la capilla del castillo hizo un re­ tablo que costó mil ducados, al que contribuyó Nicolás de Ovando, y en donde trabajó el divino Morales. Este retablo estuvo intacto hasta la muerte del último Marqués del Rei­ no, en que, fragmentado, se distribuyeron las tablas entre los herederos. P ara el culto de la iglesia al que concurrían no sólo los sirvien­ tes del castillo, sino de los alrededores, vin­ culó una casulla «e un frontal de altibajo con su alba, manípulo y estola, un cáliz de plata que pesó dos marcos y medio y dos reales, una cruz de plata que pesó marco y medio y dos onzas, dos candeleros de plata que pesa­ ron marco y medio y una onza, un incensario de plata que pesó dos marcos y medio y dos onzas y tres reales, dos vinajeras de plata que pesaron un marco menos dos reales, una na­ veta de plata que pesó marco y medio y un real, un portapaz de plata que pesó un marco y dos onzas, y toda la plata y ornamentos di­ chos dejó anexada e le yncluya en el mayo­ razgo que hizo e ynstituyó el Capitán Diego de Cáceres mi señor agüelo, que es en glo­ ria...» El ajuar de Teresa Rol fué muy grande. En él figuran guadamecíes con sus cenefas pía-


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teadas y seis cojines colorados, alfombras, antepuertas, una espada y un alfanje, un c o ­ fre de plata, una silla de muía guarnecida de carmesí y la guarnición dorada. Ln manto carmesí y otro negro de velarte (paño negro), una faja de velarte. Una almexía (manto) m o­ risca de seda colorada, faldrilleras de grana y de Rouen y una saya francesa. Una cadena de oro de treinta y ocho eslabones que costó diez y seis mil ciento veinticinco maravedís, dos brazaletes de oro, cuatro manillas de oro, una tabla de talla de oro esmaltada de rosi­ cler, que tenía a un lado la Asunción y del reverso el Bautism o de Jesucristo, diez y ocho manillas de oro y una manecica de oro es­ maltada, una gargantilla de oro esmaltada de rosicler negro que pesaba diez y nueve caste­ llanos. Unas arracadas de oro que pesaron siete castellanos y dos tomices, una gargan­ tilla de oro que tenía siete piezas esmaltadas de rosicler blanco, y labrada al hilo sobre­ puesto, un brazalete de oro de veinte eslabo­ nes esmaltados de rosicler blanco. Doce pin­ jantes de oro (joya para colgar del cuello), seis esmaltados y los otros seis briscados (hilo de oro), otra gargantilla de oro esmal­ tada de rosicler negro, una lisonja de oro de reporte esmaltada, en el anverso un EcceHomo y en el reverso Nuestra Señora. Un joyel con diamantes y un rubí en medio, y


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una Y de cinco diamantes debajo. Una perla pinjante > por remate de aquella un rubí pe­ queño. Dos jarros de plata, una caldereta y un salero de plata. Siete vueltas de aljófar menudo, un hilo de corales gruesos de ceba­ dilla de setenta y un cora!, un hilo de cuentas de ambar, y otro hilo de corales redondos. Un anillo con una piedra, una cruz de filigra­ na y ocho cabos de oro. La labor había enriquecido extraordina­ riamente al nieto del Capitán. Hace inventa­ rio de los ganados que tiene, que eran: trein­ ta bueyes de arado y ocho novillos, trescien­ tas treinta cabezas de ganado vacuno, noven­ ta marranos, cuarenta cochinos, cuarenta y cinco puercas, un caballo overo, quince ye­ guas, cuatro potros, dos machos para el ser­ vicio de la casa, ochocientas veintitrés cabe­ zas de ganado ovejuno, y cinco mil quinien­ tas ovejas de vientre con carneros moruecos y tres mil cuatrocientos veintitrés borregos. En los graneros tenía seiscientas ocho fa­ negas de trigo, cuatrocientas de centeno y mil arrobas de lana, que se vendieron a quin­ ce maravedís. El año en que fa'leció su mujer, Teresa Rol, envió a la tierra cinco mil cab e ­ zas de ganado ovejo, pero fué muy estéril, pues murieron más de mil cabezas; compró y llegó a tener hasta diez mil; entonces valía una oveja medio ducado,


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Viudo, tuvo amores con Francisca Ximénez, con la cual contrajo matrimonio y de la que había tenido varios hijos. No debía de ser de la nobleza; pero si acomodada, pues le lleva en dote casas en Cáceres, ganados y su ajuar, que en contraste con e! de Teresa Rol nos va a indicar en qué consistía el menaje de una casa de la clase media, y son-, «-cinco sábanas de lienzo nuevas, tres pares de m an­ teles nuevos de la tierra y unos reales, ocho pañizuelos nuevos de la tierra, tres colchones de lienzo. O tro de hocasin (tela de hilo de color, gorda y basta) con henchidura de lana, un guardarropa de madera, un arca blanca encorada y dos de madera, una pequeña, una caldera grande e una alquitara (alambique), e un caldero, una pieza de estopa de doce va­ ras, una colcha media Holanda grande nueva, un cielo de paramento e unas correderas de naval blanco, tres paños de mano, uno de naval y los otros de lienzo e otros de calicú (tejido delgado de seda), cinco almohadas, tres labradas de negro de Holanda y las otras dos deshiladas de naval. Dos mantas viejas (razadas (manta peluda para la cama), una bacía de Málaga grande, dos bancales, uno viejo y otro nuevo, e dos o tres costales, un par de mandiles de estambre, un jergón de estopa y una armadura de cama y un peso con pesas, un almirez de metal con su mano,


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medio celemín de tabla y una medía fanega de corcha. Una almohada de sentar nueva y otra vieja, y una tinaja de tener vino que ha­ rán unas doscientas arrobas, treinta arrobas de vino añejo, que valdría la arroba a duca­ do, un manto de refino guarnecido, una saya de Rouen leonado, otra de grana colorado, otra de paño verde claro, una faldrilla de pa­ ño blanco de la tierra, una saboyana de trein­ teno, guarnecida con terciopelo y vueltas de raso. Un medio verdugado de raso negro con verdugos de terciopelo. Dos sayuelos de ter­ ciopelo negro, dos pares de corpiños de ter­ ciopelo negro, otro corpiño de raso negro, un sayueio de tafetán guarnecido con terciopelo negro, un sayueio de paño fino frisado (tejido de seda cuyo pelo se frisaba formando borlillas) guarnecido de terciopelo. O tro sayueio de grana guarnecido de terciopelo, un manteo negro de paño fino con pespuntes de seda, dos camisas de Holanda, labrada la una de oro y la otra de seda negra. O tras dos de na­ val labrada, cuatro rebocos buenos delgados, un mazo de aljófar con unos extremos de oro e un joyel de oro, una joya de perlas, una crucesita de’ perlas guarnecida de oro, una doce­ na de puntas de oro que pesaron cuatro du­ cados, cuatro anillas de oro que pesarían a ducado». Diego de Cáceres le hizo los siguientes re-


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galos a su segunda mujer Francisca Xíménez: una crucesita de diamantes guarnecida de oro, que costó quince mil maravedís; dos sortijas de oro, una con un diamante peque­ ño y otra en un rubí pequeño, que costaron quince ducados. Una sortija de oro con una esmeralda engastada en ella, que costó nueve mil maravedís. Con gran minuciosidad hace un nuevo inventario de lo que había en su casa en el m omento de hacer el testamento y que son colchones de naval y de anjeo (lienzo basto) llenos de lana grosera, sábanas de lienzo de naval para el servicio de la casa, colchas de Holanda y de media Holanda y de naval traí­ das (usadas), mantas de la tierra y una peque­ ña frazada de Medina, paramentos de cama verde oscuro, paños de grana y cobertores. Sargas coloradas viejas de Medina, un cielo con cuatro mangas de damasco verde m ora­ do y azul, alfombras, paños grandes y de c a ­ ma y dos antepuertas, todo de tapicería, unas goteras de la cama con figuras traídas que sirven de antecámara. Reposteros groseros para la gente, cuatro armaduras de cama, una pequeña y otra de pino, cojines de figuras, almohadillas viejas de sentar, arcas, sillas de cadera y de costilla, mesas, una en la que se pone la ropa, almohadas de Holanda y labra­ das, de amarillo azul y blancas, pañízuelos, 3


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mesas de manteles reales, toallas, paños de guadamecí, pañizuelos de la tierra, un trasfuego de hierro, calderas, un coladero de arrope, colmenas, pesos, costales, asadores, sartenes, cazos, cazuelas, parrillas, una alqui­ tara, barriles, un plato de azófar, un brasero de cobre, dos reposteros de armas viejos del aparador, un aparador de tabla. Un sayo de terciopelo y otro de tafetán, una zamarra de tafetán y otra con forros de hurones, una c a ­ pa de refino, un capote verde. Veinticuatro tinajas de vino, un cocelete dorado, una falda y unos gocetes buenos (pieza de malla de la armadura para proteger la axila) y unas c o ra ­ zas, un jaez de plata y estriberas de motamen y borlas de sirgo coloradas, una manta de piel vieja, una espada y dos ballestas, un recalen­ tador, un hierro de hacer suplicaciones, ar­ cas, mesas, tinajas y medidas. •

«

A la muerte de Rodrigo de Ovando, en el 1584, hubo almoneda de sus bienes muebles ante Alonso de Solís, y se enumeran medias sillas, almohadas de naval, toallas de lienzo con cabos, colchones de estopa y de lana, manteles reales, tapices y antepuertas, toallas de naval con tres randas de guarnición de bolillo, lienzo portugués curado, esteras de


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junco, manías y medias mantas coloradas y pardas, un cordobán y dos medios cueros, servilletas de ojo de perdiz y adamascadas, colchones de lana, estopa portuguesa sin cu­ rar. De muebles, menciona mesas, sillas y medias siilas, arcas, aparador, tarimas y me­ dias tarimas. De menaje de cocina, las calde­ ras, escudillas de peltre y de brida, barriles, tinajas, etc. Dos acericos de lienzo, rodopies y por vez primera un quitasol y trece libros entre grandes y pequeños. A la muerte de don Alvaro Becerra, en 1Ó92, se enumeran los mismos objetos que en el anterior, con las siguientes novedades: un espejo grande de acero con sus puertas, 1111 arca de Flandes, bufetes, un candelero de al­ jófar, una bola de cobre para encender el fue­ go, una bacía de azófar, sillas de Granada, banquillos para la chimenea, un jarro de pla­ ta, seis sillas imperio, tres bolsas de punto de oro, cobertores ajedrezados, cincuenta libras de estopa y lino hilado, un hierro para hacer flores, sillas jinetas, un asta de lanza y una bolsa de arcabuz. De alhajas, sortijas de oro, con una piedra y otras con piedras verdes, esmaltes y esmeraldas y una gargantilla de oro con perlas. Aparecen inventariadas las novelas ejem­ plares de Cervantes.



V

IN VENTARIO DE LA CASA D E P A R E D E S SAAVEDRA

Paredes Saavedra, con v.aaa suiaiicga en 1Cl Calle Ancha, que Se conserva en muy buen estado, hace dos in­ ventarios detalladísimos de todo lo que tenía en la casona a la muerte de su mujer doña Catalina Prados, que e s té en el cielo. No tie­ ne fecha; pero en 1585 él es testamentario de su hermano Diego G arcía de Paredes, y debe ser muy poco posterior a esta fecha. El con­ traste, con los anteriores inventarios, es en las ropas, que comprenden el reinado de Fe­ lipe II. «Primeramente seis guadamecíes y una so­ bre mesa de lo mesmo. Seis reposteros de armas y dos antepuertas. Una cama de c a m ­ po verde cumplida con un cobertor y roda­ piés y madera; otra cama verde vieja, sirve en el campo, con su madera; una media cama de nogal; más de dos tarim as de pino, un ro­ pero, tres cofres y un arca blanca; seis sillas de cadera y dos bancas; cuatro mesas, de no-


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/ gal tres y una de pino; siete colchones, diez sábanas de lienzo y de estopa; seis tablas de manteles caseros, doce pañizuelos de mesa y otros cuatro viejos; once servilletas reales, ocho mantas, una colcha de Holanda, diez y seis varas de lienzo y cuarenta hacinas de estopa; cinco sillas viejas, que están con ven­ tosas, diez vigas de pino de cuatro; cuatro tinajas de vino con ventosas, un cuero pará llevar vino, tres botas para vino y dos para vinagre; dos barriles de correa, otr© forrado de calabaza, cuatro tinajas de agua, una ar­ madura de cama de alcornoque, tres esteras de atabúa, dos asadores, un badil, dos candi­ les, cuatro herradas, dos carretas, diez ara­ dos, veintidós rejas, una palanca de hierro y otra con picaderas para el molino; dos m e­ dias fanegas y adherida otra quebrada, una cuartilla, un medio celemín y un cuartillo. Un escritorio grande con pie, cuatro libros y dos pares de horas; dos arcabuces, uno gran­ de y otro chico con sus fundas; dos ballestas, con una carcaja y seis virotes (saeta guarne­ cida con un casquillo); un cuero de una yegua cruzado negro, seis potes vidriosos para el aceite, dos tinajillas para el vino, cuatro ti­ najas para el agua de Cáceres; dos calderas y cinco calderos, dos sartenes y dos cazos, cua­ tro candeleros, tres candiles, otros dos candeleros, un transfuego, dos cucharas de hie­


l a v id a e n

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rro y un colador; dos tinteros de plomo, cua­ renta arrobas de aceite nuevo, y doce de añe­ jo que dejó mi hermano, cien libras de cera, s^is arrobas de miel, ochenta fanegas de trigo y btras tantas de cebada y cincuenta de cen­ teno. Unas calzas de terciopelo de fondo raso con sus medias de seda, un jubón de H olan­ da y otro de lienzo, dos pares de mangas de tqfetán, una ropilla de caprichola, unos gregijescos (calzones muy anchos) de terciopelo, dds pares de calzas, de raja (pantalón que ce­ ñía el muslo y la pierna) con sus medias de punto de lana, otros dos pares de calzas de gamuza, unas guarnecidas de terciopelo ver­ de pespunteadas con sus medias; un ferrerue­ lo de veinte y doce, negro; una ropilla de tra ­ za, dos sombreros de fieltro, dos gorras de terciopelo, un vestido de campo guarnecido con trenzas de seda cumplido, otro vestido verde para la caza, cuatro camisas, cuatro pares de paños narices, cinco de mano, dos delgados paca quitar el cabello y tres para limpiar. Un frutero de lienzo delgado para cubrir la cabeza, cuatro almohadas de cabe­ za; nueve bueyes, ovejas y cabras, quinientas ochenta cabezas, tres rocines y dos jumentos; dos sillas de caballo, una de jineta y otra de brida con sus aderezos; diez podencos de caza de conejo, dos hurones y sus redes; aprisco, redes y las agujas necesarias; dos


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espadas de cinta con sus talabartes, uno de terciopelo y otro de cuero con su daga. Dos puñales de montero para la cinta y otro para cortar; tres segurones y una segureja; cuatro sillas, dos mesas y dos de potro; un escoplo/, cuatro barrenas, cestos, quince piezas de ba­ rro labradas para lavar, dos docenas de pie­ zas de vidrio, un plato de palo de India con su píe, un peso grande con dos medias arrea­ bas; dos almireces, uno chico con su mano; un plato de peltre grande; un fieltro gránele con sus faldones, una alfombrilla pequeña de estrado; dos pares de calcetas, una manga verde de camino, dos artesas viejas y unas cernideras; coyundas y yugos para siete pares de bueyes, doce costales, ciento diez aves, una docena de ollas y pucheros, una escarpia de hierro, una espada vieja, cuatro redes de peces, dos tableros». *

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ft

Cuando murió doña Catalina Prados, ha­ bía en la casa lo inventariado y, además, en­ tre lo más importante, lo siguiente: Una silla chica de mujer, dos toallas, una de Holanda con red y la otra de punto real; seis alm oha­ das de Rouen con sus almohadillas; cuatro de lienzo sin almohadillas; dos de Granada blancas, dos de Perpignan; una amarilla y


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tres de lino y lana, tres paños de narices*, cuatro cojines de figuras, dos de terciopelo carmesí y otros dos de guadamecí colorado. Dos vestidos de campo, uno de mezcla con sus trencillas y el otro frailesco, dos capas de raja, una guarnecida con una faja de raso y otra llana, unas botas de camino, uuas alfor­ jas, una jamuga con su albaldón, sesenta va­ ras de lienzo y cuarenta de estopa medidas, una caja con diez cuchillos y un tenedor, ocho libras de plomo, tres docenas de platos, tres pájaros, un salero dorado, un jarro de plata y una taza de plata dorada, una saya grande de terciopelo dorado, una ropa de ta­ fetán negro, una ropa vieja guarnecida de raso, una saya de tafetán pardo, un manto de anafalla (tela de seda y algodón), un mandil de bayeta, una basquina de raso carmesí que dió a Nuestra Señora, otra basquifia de raso blanco que mandó a Santa Catalina, una basquiña vieja de grana guarnecida, una sortija de oro con una piedra blanca falsa, un adere­ zo, tres tocas y tres cuellos guarnecidos, dos lobantillos con un rico y un alza cuellos, un vestido de rapa, basquiña y corpiño de raso negro trenzado guarnecido, un verdugado estero de damasco verde, guarnecido con franjas de oro falso, un manto de tafetán con guarnición de abalorios, ropa, basquiña, fe­ rreruelo y corpiño de raja, guarnecido; un


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sombrero con pluma, un jubón de tela, dos jubones de lienzo viejos, doe escapularios por doce y uno de tafetán; dos pares de ch a­ pines dorados, otro negro con botines, una toca con un trapillo que vino de Baena, una ropilla traída, un cuello con polaina de red, do» pares de puños por hacer, de pita y blan­ co; un trapillo de Holanda, guarnecido, un alza cuello de tafetán, un Agnus Deí de plata pequeño, una imagen de Nuestra Señora de oro, una toca de red de seda cruda, una toca vareada de damasco, un rosario de cuentas para rezar, una cinta azul de tres varas, un trapillo de mengala con punta y un encaje de guarnición, una gorguera de seda vieja; una colcha de raso carmesí, bordada-, un paño de narices, guarnecido; otra gorguera de seda cruda, nueva; una toca de seda vareada, un Agnus Dei de oro; una gargantilla de cuentas negras, con estampa y granate de oro-, un de­ dal de plata; otro Agnus Dei de oro, pequeño; una cofia de hilo de oro y plata, dos redes de seda de cabeza, una sortija de alquimia de oro con sello, un grifo de azabache; una m a­ no de rexen, guarnecida de plata; una sortija de oro que le dió mi hermana y otra de ace­ ro, unos vidrios verdei, un escritorio grande con pie y otro de hierro, un ropero, dos ta­ bleros y dos bordones, cinco cestos, una ces­ ta blanca y once cestos negros de colar, un


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coco y un plato de India, diez piezas de barro para b»ber, nueve copas de vidrio para beber y un plato, doce piezas de vidrio chicas y grandes, tres tocinos, tres tajadores y seis escudillas de madera, una escudilla, con unas pocas de nueces moscadas, una olla con un poco de manteca, seis hierros para herrar vacas, una faja de grana, como dos o tres arrobas de peladas sucias, una red para to­ mar perdices, cuatro redes para peces, una alfombra pequeña de estrado.



VI IN VEN TA RIO DE LA C A SA DEL S E Ñ O R DE PLA SENZU ELA , G U IJO S Y AVILILLA

la muerte de don Gonzalo de Tapia, Señor de Plasenzuela, Guijos y Avilílla, y que fué marido de doña María de Paredes, nieta del famoso Diego García de Paredes, en el inventarío de su testamentaría, hecho en Trujillo en 1(503, figuran las siguientes ar­ mas, muebles y ropas: Un coselete de Milán que ya estaba lleno de orín por lo que sólo lo tasaron en cuatro ducados, un pistolete de bronce, una escopeta con su llave, dos sillas jinetas y cuatro de brida: dos jaeces, uno car­ mesí y otro verde; un caparazón viejo, que era la cubierta de una silla jineta; una balles­ ta con sus gafas; arcas de madera, cofres en­ corados, aguaderas de pino, tarimas, m ori­ llos de chimenea, un cofrecito de ébano, un cabo con cabo de plata para mosqueador; escritorios de taracea, especificando que uno es de Flandes; dos camas de nogal y dos me­ dias camas también de nogal; diez sillas vie­ jas imperiales de nogal, tres bufetes y otro


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más pequeño, escritorios de nogal y uno de ellos de Barcelona, dos sillas viejas de las de Granada, cuatro candelabros de azófar espe­ cificando que uno de ellos es grande y que lo dejará para su enterramiento; procedían de Sevilla. Bancos, especificando que uno es de rima y otro de sentar; un banco grande de tinelo —palabra italiana que pasa al castellano, po­ siblemente, desde la T in e la ria '-; un aparador de pino, una mesa de goznes y otra de nogal. De ropas, camas de paño de color m ora­ do, con sus aguas de terciopelo amarillo, cama de Granada de polvo traída, cojines de terciopelo carmesí; colchas blancas, de tafe­ tán, azul y amarillo; colchones de estopa y de lana; sábanas de lienzo portugués de Rouen de estopa; almohadas de naval labra­ das de seda verde, almohadas de Rouen, al­ fombras de palma y unas grandes y otras pe­ queñas, un repostero con las armas de los Tapia y que era del estudio de do.n Luís de Tapia, antepuertas, ocho tapices de figuras, ¡ traídas, algunos rotos, cobertores y dos m an­ tas nuevas blancas de Frisa, tablas de mante­ les de estopa y servilletas de mesa. No figuran trajes porque todos, según la disposición testamentaria, se dieron a los pobres. Toallas de lienzo de la tietra. De cocina figuran: sartenes, cazos, asado- 1


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res, almireces, tinajas, botas para el vino, un peso de garfios con cuatro libras y media de liierro para los pesos, braseros, un orinal, ollas de Arroyo del Puerco, calderos, ollas de cocina, candiles, un cuezo de cuajar leche, calderas y calderos, barreños para la cocina y servicios blancos de barro. Dos devanade­ ras con su pie, uno de hierro y un aspa; como figuran también las consabidas madejas de lino y de estopa, que prueba una vez más que en las casas se hilaba y tejía. Como perteneciente al servicio de la casa, se mencionan dos esclavas, la una que se dice Antonia, y la otra Francisca, que por ser de edad fueron tasadas en treinta mil maravedís cada una. Es de los pocos inventarios en que abandan libros. Engloban cuatro cajones llenos que fueron de don Luis de Paredes, con diez estantes para poner los cajones. De objetos de tocador, sólo se menciona una bacía grande de cobre, otra pequeña y una jeringa vieja que no servía.



VII M O B ILIA R IO Y R O P A S DE LA CASA DE M A YO RA LG O

_ l 27 ele Noviembre de 1621), se presenta al —1 Corregidor don Francisco Mayoralgo y Sande, declarando que su padre don Pablo línríquez de Mayoralgo, 8.° Señor de la Torre de Mayoralgo, había fallecido. El escribano dice que «incontinenti fué a la casa donde había morado y vió una cama que estaba en una sala alta de dicha casa, en una como alcoba, un bulto tapado con la ropa de la cama, y encima un Cristo crucificado en cruz y una vela encendida, y junto a la cama tres o cuatro criados llorando, decían y publicaban ser fallecido el dicho don Pablo, y descubrí la ropa a la parte de la cabeza y pareció estar un hombre, difunto al parecer, porque no bullía ni resoplaba, aunque me liegué muy cerca de su rostro». E! mismo día por la tarde vuelve el escri­ bano a la casa y empieza hacer el inventario de lo que había, Comprende este in v en ta rio -p o r la vida de 4


r>n

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este señor—la segunda mitad del siglo XV I y los primeros veintitrés años del XVÍÍ. Primeramente, abre un arca en donde van sacando las ropas del difunto. Son éstas: Un ferreruelo de veinte y doceno negro, sotanilla de la misma clase, un jubón terciopelado, un sombrero. O tro ferreruelo y «otan illa de gorgueran y valones de terciopelo; un vestido de perpetuán; ferreruelo, valón, ropilla, capoti­ llo y medias de seda, pardas y lisas; un jubón de gorgorán negro, una ropilla y valón de vercelan y ferreruelo de lo mismo y unas calzas de gorgorán negro, y capa negra. Siguieron abriendo cofres y sacando más ferreruelos, sotanillas, medias de seda par­ das, un gabán de albornoz de damasco, un capote, dos cuellos de hombre, ligas, tafeta­ nes. Toda la ropa se reparte entre los criados, según había dispuesto en su testamento. De los bufetes de nogal y de pino, saca: una espada de un filo y otra de dos filos. De. otro cofre que no encontraron la llave y des­ cerrajaron, siguen sacando más prendas de vestir, entre las cuales están: dos alraartagas (cabezadas de los caballos) de terciopelo ne­ gro con dos pares de anteojos, guarnecidos con trencillas de oro. A continuación hace inventario de las guarniciones de los caballos; cabezadas de


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baqueta guarnecida, un aderezo de cuero para caballo con guarnición de azófar dorada; dos pares de riendas, unas nuevas; estribos, pre­ tales, espuelas. El 14 de Diciembre continúan el inventario. En primer lugar un lienzo que representa a Nuestra Señora con todos sus atributos, y otro de San Francisco. Doce cuadix>s de las Doce tribus de Israel. En otra sala, una cama dorada con la cabecera en que están las ar­ mas de Mayoralgo; un bufete de nogal con una carpeta de paño morado, con flecos de seda blancos y leonados; un cuadro grande de la Pasión, pintado a lo de noche; otros con las estaciones del año y otros dos repre­ sentando la Degollación de San Juan y a la Magdalena. Formando cenefa en la habita­ ción, cuadros de azulejos, y pinturas de Flandes. Entrando en otra sala contigua, un lienzo de los padres del Yelmo, y una cruz pequeña de ébano, un quitavientos de madera, arcas de pino, almohadas, cortinas de guadamecí datiladas, cortinas de anjeo, colchones, s á ­ banas. A continuación hacen el inventarío de los objetos de plata: dos cucharas grandes y seis ordinarias, dos forcbinas y dos paletoncillos de plata, tres cuchillos de servicio de mesa, dos pares de tijeras, dos candcleros pequeños


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de bujía, una salvilla y unas vinajeras, otras salvillas con esmaltes azules, una bacía y una bacinica y un pipel. Una cruz de oro con dia­ mantes y rubíes, y una cajíta de plata dorada y esmaltada, con cuatro sortijas de oro. Abrióse una alacena en donde se encon­ traban los vidrios y barros para beber, los cuales no inventarían. En otra habitación contigua, donde había chimenea, doce sillas de cordobán, seis doradas y seis verdes pes­ punteadas, cuatro taburetes bajos, encolchados con clavos dorados y flecos colorados, dos bancos forrados en cuero encolchados, una silla de terciopelo negro y doce bancos con barrotes de hierro, cuatro sillas de nogal bajas y con clavazón negro, un bufete de n o ­ gal con sobremesa de cuero, Un tintero de plomo, una salvadera y sello de bronce. Dos morillos de chimenea con badil, un facistol de nogal, de pie; una prensa de ropa blanca de mesa, una sobremesa de guadamecí con guardapolvo, un bufete de pino, arcas, cuatro águilas doradas, cortinas, varillas, cojines de cuero, esteras. Es lo más importante de la casa, A continuación hace la reseña de la biblio­ teca, muy numerosa y que la encontramos aumentada en la del 1 1 Señor de la Torre de Mayoralgo. Continúa el inventario de ropas blancas y


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de manteles en gran cantidad; pero que no añaden nada de notable, sino la prueba de la riqueza de la casa. El inventario sigue en la casa que tenía en Aldea del Cano, también muy numeroso de ropas y muebles, propias de una casa de cam ­ po. Menciona docenas de escudillas de Talavera, platos y vidrios de todo género, cuatro tapices de buscaxe y seis reposteros y un an­ tepuertas, alfombras, etc., lo que hace supo­ ner que lo guardaba en la casa de campo para traerlo a la de Cáceres cuando lo necesitaba, # Don P ablo José de Mayoralgo Enríquez, 11.° Señor de la Torre de Mayoralgo, y Caba­ llero de la Orden de Alcántara, que vive en la mitad del siglo XV II y muere en la mañana del 25 de Julio de 1719 en la casa solariega de los Mayoralgo, en Cáceres, nos da el inventa­ rio de sus bienes con todo detalle, tal confor­ me estaba amueblado el palacio, habitación por habitación, pudiendo reconstruir con ella el interior de una morada señorial cacereña de tal ilustre abolengo. En primer lugar, la capilla, en donde esta­ ba la imagen de San Benito, formado el altar por un Bufete de pino con frontal pintado, puesto en un bastidor y en medio las armas


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de los Mayoralgo; había también una imagen de San Juan Bautista. De pinturas; un San Marcos, una Anunciación, un rostro de Jesús, un San Miguel, una Santa María egipcíaca, un San Juan de la Cruz, un San Jerónimo, S an Isidro. Nuestra Señora de Guadalupe, un San José, un San Francisco, un San Blas, un Descendimiento. En madera, el Señor atado a la columna, un San Gregorio y un San Agustín, un Niño Jesús y un retrato de la ma­ dre María de la Parra. Tenían también diez láminas de papel con vidrio. De ornamentos sagrados, un cáliz con su patena, de plata dorado y un crucifijo grande dorado. No men­ ciona ropas sacerdotales. En una sala baja, cuya reja daba a la calle, decoraban las paredes gran cantidad de cua­ dros: Las estaciones del año, con marcos n e ­ gros y molduras; los retratos de Carlos II, de la Reina madre, doña María de Austria y de don Juan de Austria, el bastardo de Felipe IV y de la C a ld er o n a , el de un antepasado de su esposa, don Francisco de Chaves. Doce cua­ dros de asuntos de montería y doce pequeñitos con la representación de las Doce tribus de Israel; ocho pequeñitos con asuntos de bodegones (fruteros lisos), un rostro de Nues­ tra Señora con el Niño en los brazos, una lámina de ágata tallada con la Huida de Egipto con marco de ébano, otra lámina de


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bronce (cobrefi representando ei SeApr de Burgos, y otras láminas de alabastro repre­ sentando el Nacimiento a fesús y a Nuestra Señora, todos con'ftiarcós ne¿F€» Dos sillas de baqueta de Moscovia, con clavos de metal, y quince sillas más del m is­ mo estilo, cuatro taburetes y dos más peque­ ños. Un banco pequeño y otro largo, un apa­ rador con sus gradas de madera de pino, tres roperos, uno de ellos grande y bueno, un bu­ fete grande de nogal y otro con una tabla con travesaños de hierro, dos mesitas pequeñas para comer, una fresquera para vino con doce frascos. Estos eran los muebles propios de la habi­ tación; pero añadieron para hacer inventario otros más en los que predominan bufetes, escritorios, papeleras de pino y las consabi­ das arcas que no faltan en todos los inventa­ rios. De dormitorios figuran: los braseros con sus cajas, un catre de nogal torneado, otro de haya ochavado, una cama de nogal de Plasencia, una cama de nogal de campo, un biombo pequeño. De ropas de lana figuran: piezas de paño encarnado, de la tierra, cobertores de paño azul con flecos dorados, mantas de Palencia, cortinas de bayeta, colgaduras encarnadas de cama. De ropa blanca, una tabla de m ante­


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les de Flandes y otras sin estrenar, servilletas de gusanillo para el uso común, almohadas de morlé, sábanas de lienzo, manteles peque­ ños para el servicio de los criados, camisas, calzoncillos, ropa interior, etc., colchones. Un baño grande de azófar, velones y candiles del mismo metal, ollas, cantimploras de c o ­ bre, calentador de cama, braseros, sartenes, cazuelas y balanzas. El menaje de plata, lo componían: trece cucharas de plata con sus tenedores, dos va­ sos, un salero, unas vinajeras y un bastón, que pesaron todas treinta y dos onzas. De libros, la B ib lia , la H isto ria d e C arlos V, H isto ria d e la C a s a d e L a r a , de i .o p e d e haiKO, las obras de r o c a b e r t i , P lu ta rco, las

G u e r r a s d e F la n d e s , la P o lític a d e c o r r e g i­ d o r e s d e B o b a d illa , la V id a d e S a n F r a n ­ cisco d e B o r ja , las S in o d a le s d e T oled o, C a * la h o rr a , P la s e n c ia xj C órd ob a . L a Vida d el v e n e r a b le J u a n d e P á lo fo x . El inventario de los libros, que es muy largo, prueba que este señor fué un gran erudito, predominando en­ tre sus libros los históricos y los religiosos, sin faltar los místicos como S a n J u a n d e la C ru z y los de S o r J u a n a In é s d e la C ruz, El A m o r d e D ios, etc. El que era aficionado a la erudición lo prueba que tenía si C on d e L u c a n o r y otros libros clásicos de nuestra Historia.


LA V1D\ EN C A C E R E S ...

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S e hace partición de bienes a la muerte de don Pedro Mateo de Ovando y Rol, C ab a­ llero del Hábito de Alcántara, que falleció en 1709 y cuya vida transcurre por lo tanto en la segunda mitad del siglo XVII. Los muebles y ropas más importantes que tenía, son los siguientes: veinticinco sillas de baqueta de Moscovia, dos bufetes cerrados de baqueta de Moscovia, dos contadores gran­ des y un escritorio de Salam anca, un arca de pino, escaños, sillas, un cofre de Salam anca, silla de cadera y de cuerpo colorado, mesas de visagra y mesas de piezas. De ropas, casa­ cas, calzón de paño fino, chupa, capa, una colgadura de cama de damasco con fleco de seda, y colcha de damasco de seda, con guar­ nición de plata, almohadas de estrado de c a ­ ñamazo, cortinas de gasa y una cama de gra­ nillo bronceado. Eutre las armas, tres arcabuces, una espa­ da toledana, once paños de pared, reposte­ ros y cortinas de bayeta grande, con sus va­ rillas y argollas. De pinturas, dos países de dos varas de largo, San rerónimo, San Benito, San A n to ­ nio, San Bernardo, y Nuestra Señora, San Pedro de Alcántara, Nuestra Señora del P ó ­ pulo, Santa Tecla, S an Miguel, la Asunción y dos cuadritos pequeños cuyo asunto^era el Robo de Elena y la huida de Egipto. En es­


M. A. ORTi BELMONTE culturas, San Antonio, San Juan Bautista, San Pedro de Alcántara y un crucifijo. De objetos de plata, menciona: palanga­ nas, platos, fuentes, ollas, cubiertos, barqui­ llo, medias fuentes, saleros, bujías, vasos, azafates, un tintero, crucifijo, un reloj, vele­ ros y un bastón todo de plata. Entre las j o ­ yas, un lazo de filigrana de oro, con lámina de Nuestra Señora, una joya en forma de ro ­ sa, una sortija de oro con esmeralda grande y otra con una esmeralda y un rubí. Un joye­ ro de filigrana de plata y otro más pequeño. Un relicario de plata, dos veneras de Alcán­ tara, una de oro y otra de porcelana. Un do­ blón grande de Segovia, que pesó cincuenta escudos de oro y sesenta y un doblón de dos escudos de oro. *

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En escritura otorgada en 1765 por don José María M ajoralgo a favor de don Alonso Pablo de Ovando, se reseña plata labrada por valor de dos mil cinco reales vellón que importaron cien onzas y cuatro adarmes de plata. Un braserito de plata con su manezuela. Unas manillas de aljófar y pendientes de Ja misma clase, un alfiletero de plata, cade­ nas decoro, sortijas de diamantes y esmeral­ das y una medalla de Santa Elena. De la ro-


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pa, un vestido estampado, hecho a tontillo que comprende casaca y basquiña, otro de cardillo azul guarnecido de plata y otro de oro. Manto de tafetán negro y traje de la m is­ ma clase, vuelos de morcelina bordado, un tontillo de lienzo pintado, hebillas de plata, manteles de gusanillo, camisas nuevas de Bretaña y enaguas guarnecidas también de Bretaña. Calcetas, almillas, pañuelos, cobertores, ropero, baúles y otros muchos más trastes y objetos corrientes en los demás inventarios.



VIII IN V EN T A R IO S DEL S IG L O XVII •

H n los inventarios del siglo XVII y princi—' pios del siglo XVIII vemos la evolución de las prendas de vestir y de los muebles pro­ pios del siglo; pero sigue conservándose el mismo tipo de menaje de cocina y de muebles en las casas. De éste, el más completo es el hecho a la muerte de doña María Valdivieso de Ovando, en 1016. La cocina la componían: aparador de pino, tinajas, fuentes de Talavera, platos, un peso de balanaza y otro de garabato, piezas de co­ bre, trebedes, un escabel en la cocina, etc. La mesa de la señora tenía manteles reales, un salerito de plata, un frutero de red. En las paredes había un cuadro con un Ecce-Homo y Nuestra Señora y seis cuadros de Flandes. Un Niño Jesús en una cajita de madera. En cuanto a camas, especifica que las hay de viento como hamacas, y otras de tarima con colchones de seda, y escarlata. Un bufete de nogal y un guardarropa de pino. Enumera los siguientes cuadros; San Be­


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nito, Santa Catalina, la Venida del Espíritu Santo, San Agustín, un Cristo, Santo D o­ mingo, San Pedro Mártir, San to Tomás, la Virgen y el Niño, un cuadro en tabla, y siete lienzos pintados, con un ángel guarnecido de guadamecí y una Anunciación en alabastro. La biblioteca, muy reducida, en donde fi­ guran,' la C rón ica d e S a n io D om in g o, el P e r fe c to R eg id o r, la Rvpú'olica de. F r a y J u a n d e S a n la -m a r ía , una mística teológica de Fray Juan Bretón, la S u m a d e M ed in a, un libro italiano, dos mapas en bastidor y otros dos más pequeños. De muebles, un escabel de nogal, dos bancas, dos taburetes con las armas de R o ­ cha, sillas de mujer pequeñas y otras de des­ canso, reposteros de armas y cuatro paños de figuras de Flandes, una alfombra verde y c o ­ lorada de tres ruedas. Braseros y morillos de hierro, de chimenea. De objetos de tocador, almofías, toallas, un espejo, una caja de ori­ nal, candiles con pies de azófar y otros sin pie. Entre las ropas de hombres figuran dos valonas de Flandes, un coleto acuchillado de badana, arcas para la ropa. Para el patio, nueve tiestos de naranjos y limoneros, otro de claveles y un ciprés. De armas, adargas, un arcabuz de rueda, dos ballestas, una de ellas de bodoques y otra


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de virotes; dos espadas, una cota de malla con sus mangas y guantes. Tres pares de cal­ zas, un estoque, un broquel dorado, un ade­ rezo de jineta, caparazón y cabezadas, un pretal de Córdoba con su reata, dos caballos de madera que se arrastran en muchos inventarios y que, seguramente, serían utilizados para colocar las monturas y arneses. Menciona también ciento veinte libras de lino, que es una prueba más de que la mujer hilaba en la casa y tejían en telares caseros. P ara dar la comida a los pobres, treinta escu­ dillas. La despensa tenia: la matanza, higos, aceite, vino, miel en gran cantidad, como también menciona el hierro para hacer las flores y alcaparras en vinagre y aceitunas. •

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A la muerte de don Sanch o de Perero en 1G28, en su bello palacio que ha llegado casi intacto hasta nuestros días, se hace partición de sus bienes, inventariando los muebles y ropas de su casa. Son estos muy numerosos, y figuran tapicerías de tafettánes verdes y amarillos y de paño, guadamecíes, alfombras de estrado, una de las cuales se tasó en nueve mil maravedises; otras más pequeñas, sillas granadinas, sillas imperiales negras y pes­ punteadas de verde; mesas, dos de ellas de


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Lisboa; bufetes de nogal, aparadores, escriba­ nía y escritorio; guardarropas de pino, tari­ mas para los criados, espejos de luna, una cama de damasco amarillo con su antecama y armadura de nogal y colcha azul y carmesí, docel de damasco, cojines de terciopelo, De ropas de hombre, calzas, capa corta, sotanilla de gorgorán blanco, ferreruelos, ropilla de gorgorán, un vestido verde de pico para el campo, tres espadas, un aderezo de jineta, una silla de jineta con sus estribos, camafeos, un aderezo y una gorra guarnecida de oro, una capa guarnecida de raso, calzas de cuero, valonas, cuellos de Holanda, plu­ mas blancas. Entre las ropas de mujer figuran una basquiña ropa y corpiño de raso pardo prensado, guarnecido el vestido de terciopelo que eran unas rajas y sobre ella unos ribetes de terciopelo a cada canto y un jubón de seda fina; valía el vestido ocho mil novecientos maravedises. O tra ropa, basquiña, corpiño de Arras guarnecido negro con una faja de terciopelo y «cada canto una racilla de raso »que hacía pestaña a la parte de afuera y un ^molinillo en el medio de la ropa y a la parte »de adentro un sandugado y por guarda un «entorchado grueso que hacía guarnición, y »un jubón de raso negro prensado cuajado >de molinillo». Una ropa basquilla y corpiño


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de tafetán negro guarnecido de ribetes de ter­ ciopelo y un jubón de tafetán negro que valía cuatrocientos cuarenta reales, más basquiñas de raja de Florencia, un griñón, unos piños de mujer, una sobretoca de azabaches, unos chapines, mantillas, sayas de raso prensada guarnecida de terciopelo, camisas, lenzuelos, cuellos de Holanda, etc. Media libra de guita, un estuche con tijera, camisas de enebro, un cintillo con picos de oro, una sortija de oro con esmeralda, un águila y una aguililla de oro. En el menaje de eocína mencionan, además de los cobres, porcelanas, etc., dos c a n ­ delabros de plata, seis cucharas, un barco, un salero, vidrios de Venecia. Mencionan corti­ nas de damasco verde y otras para las sillas desmano, cojines de damasco, etc. De pintu­ ras solo citaremos una del bautismo de Jesu­ cristo j San Juan, una S an ta Lucía, un San Blas, un Jesús Nazareno, Nuestra Señora de Pópulo, Nuestra Señora de la Soledad, Nues­ tra Señora de Guadalupe, Santa Rosa de Li­ ma y tres cuadros con la Huida a Egipto. Las ropas de cama y de comedor no ofrecen no­ vedad alguna; son las usuales en todos los inventarios. Doña Clara de Ribera muere dejando par­ te de sus bienes con fines espirituales, y el cura de Santa María se dirige contra los alba5


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ceas don Fernando de Ovando y don Alonso Antonio de Preciado, lo que da lugar a una serie de inventarios en el año 1698 de lo que había en la casa de la difunta al morir. No obstante su abolengo, vivió con gran humildad. Figura inventariada su cama con colgaduras de damasco, que fué tasada en quinientos dieciocho reales, su bolso de m a­ no y las disciplinas con que atormentaba su cuerpo. Vestidos de damasco que declaran que son de tipo antiguo y mantilla de felpa negra, cortinas de damasco verde para la silla de mano, ocho tablas de manteles de gusa­ nillo, grandes y pequeños. Camisas de lienzo de mujer, colchones, toallas, moqueros, un manto de tafetán coir tocas de viuda, un c a ­ jón que servía de oratorio, seis rosarios de palo y uno de coca engarzado, un acerico pequeño para hacer labor, cinco carretes de diferentes colores, una caja de caña. Un bolso de punto con un rosario, de palo que fué de San Pedro Alcántara, estampas de Santos, las obras de Fray Luís de Granada. De joyas, una poma de oro, dos sortijas con piedras falsas, un hilo de aljófar, dos corazones de la Vir­ gen del Carmen, una cruz de plata, y otra dorada. Repitiéndose los demás objetos ya conocidos en los inventarios.


IX LA INDUMENTARIA DE L O S N O B L E S CACEREÑOS

indumentaria española va cambiando por la influencia de la moda en el reina­ do de Carlos V, en el de Felipe II y en los úl­ timos Austrias. En los inventarios que hemos reseñado, correspondientes al reinado de Carlos V, la ausencia de prendas de vestir es grande. S ó lo al final, en el de doña Teresa Rol, se nombran las sayas de distintas clases de seda, en don­ de predomina el terciopelo aceitunil, la faldrilla—falda abierta—, de raso blanco y verde y el altibajo, que era un terciopelo labrado en que las flores estaban en lo alto y el bajo era de raso. El lino, que se cultivaba intensamen­ te, se preparaba e hilaba en las casas. R ecor­ demos a Frey Luís de León en su P e r fe c t a C a s a d a , cuando dice que la mujer debe de comprar el lino e hilar en casa. Los inventa­ rios mencionan cantidades de lino y de esto­ pa, que era el lino gordo con el cual tejían telas más baratas. [

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En las armas, la influencia de vainas de guadamecíes es manifiesta y repetida, como también el adorno con filigranas de platn, oro y esmalte. El trabajo de la filigrana es tan antiguo en Extremadura, que tenemos que buscar sus orígenes en los lusitanos que ya utilizaban las pepitas de oro del aurífero Tajo para la fabricación de alhajas, como las de Aliseda. El Fuero de Cáceres tiene una rúbrica sobre los orives. Que esta industria era muy floreciente, lo prueba la gran canti­ dad de gargantillas de oro con esmaltes y rosicler, brazaletes y lisonjas; pero ya también ha penetrado la influencia francesa en las al­ hajas que suponemos—ya que no se conserva ninguna—que son del mismo estilo que las que vemos en los retratos femeninos de la época. En los inventarios de fines del siglo XVI, en los trajes, predominan las prendas usuales en la Corte. La moda llega también a la ciu­ dad de Cáceres a pesar de su aislamiento y así figuran ferreruelos que eran capas cortas con cuello y sin capilla, las gorgueras de lienzo plegado y alechugado para el cuello, el gorgorán que era tela de seda y con cordon­ cillos, la valona que era un cuello grande y vuelto sobre la espalda, hombros y pecho. Las mantas frasadas, eran mantas peludas para la cama y cuando empleaban la palabra traída,


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es que ya estaba vieja. Los gregíiescos que van sustituyéndose por las calzas y el sombrero de plumas, raro en esta población esencial­ mente agrícola. En el inventario de Paredes Saavedra, se mencionan trajes verdes para la caza, redes para cazar perdices, arcabuces y ballestas, cuchillos de monte, hurones, podencos para la caza de conejos y redes para pescar. En el traje de la mujer, tenemos que dis­ tinguir el de las señoras del de las artesanas; pero en unos y otros, figuran las sayas de paños de la tierra, fabricados en Arroyo del Puerco y en el siglo XVII en Torrejoncillo que era ya un gran foco de fabricación. Tan anti­ gua es la saya en el traje de la mujer extre­ meña, que ya el Marqués de Santillana escri­ bió: «traía saya apretada—muy bien presa en la cintura—a guisa de Extrem adura—cinta e collera labrada». O tra prenda de mujer de influencia morisca y qué aparece nombrada, son los mantos moriscos llamados almecía, con que quedaban tapadas la mujer y que dió origen a pragmáticas, prohibiéndolos, y qui­ zás las tapadas limañas fué moda importada desde Cáceies. Los corpiños, las sayas de Rouen, los sayuelos, los manteos y tantas otras prendas reseñadas, nos prueban cóm o la época de Carlos II penetra también en C á­ ceres, apareciendo ya la casaca, la golilla, la


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peluca en el hombre; en la mujer, el tontillo y el guardainfante. Los encajes en gran profusiรณn y hasta el mantรณn de china que encontram os inventariado en el siglo XVIII,


X LA FAMILIA Y EL P R IM O G E N IT O \T I a familia es esencialmente cristiana. La r —‘ fecundidad es la nota característica. El Padre Santa Cruz, refiere el asombro de un príncipe moro destronado al ver a don Cosme de Ovando y Mogollón casado con doña B e a ­ triz de Paredes y de la R ocha, que tenían die­ ciséis hijos en el matrimonio, teniendo él poco más de cuarenta años y su mujer trein­ ta. La característica de la familia, es la misma que en toda España. El padre es el cabeza de familia con am­ plia autoridad sobre los hijos. El primogénito es el que hereda los mayorazgos, que van aumentando y acrecentándose extraordinaria­ mente en las familias nobiliarias. Los demás hijos heredan una parte i]e los bienes; la legí­ tima. Pero el tercio y quinto de libre disposi­ ción va casi siempre a aumentar los bienes del primogénito; de aquí que el segundón la mayoría de las veces emigra, es soldado en los tercios, son aventureros—palabra que to-


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ma estado en el tecnicismo militar de la époc a —y otros pasan a Indias. Las capellanías fundadas también en gran número, pero vinculadas a un apellido, dan origen a que muchos se ordenen, más quizás que por vocación, por disfrutar de las rentas de las capellanías. Siguiendo la costumbre de la época se contrata el matrimonio por los padres, y se prometen desde la niñez. Van al matrimonio dotados con bienes, unas veces como antici-f po de la legítima y otras como arras y dote del novio. La nobleza cacereña tenía a gala el dotar a la novia. El primogénito hereda la espada del padre En las particiones, a la muerte de Holguín en 20 de Agosto de 1555, figura: <un caballo ej una cota de malla, e una espada, e una lanza que el dicho su padre dexó, la cual se le da como hijo varón e conforme el Fuero uso e costumbres de esta villa». El Fuero de las Le­ yes de Cáceres, dice: «todo home que murie^ se den so caballo, sus armas a so filio mayor; et si filio varón non abuerit den sus armas e suo caballo por su ánima, sine otra partición et suos filios non accipiant íntegra». El primogénito no sólo hereda el mayoraz­ g o - s o n muchos los que se van vinculando en una familia—sino que al mismo tiempo tienen la obligación de llevar un nombre determina­


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do, según cláusulas de las fundaciones, como por ejemplo en los Ulloa y Carvajal. El pri­ mogénito, por rara excepción, vive siempre en Cáceres, es Caballero de alguna Orden Militar, y, a lo más, obtiene una Encomienda o un Corregimiento; pero prefieren vivir casi siempre la vida cacereña y de sus campos. La instrucción no estaba muy adelantada. P o r el testamento del Obispo García de Galarza sabemos que no había escuelas en su diócesis y este gran prelado, humanista y mecenas, levanta el Colegio de San Pedro, en donde no sólo hacen sus estudios los que sienten la vocación sacerdotal, sino también la nobleza. El colegio tiene vida próspera hasta mediados del siglo XV II en que empie­ za a languidecer. Cuando la expulsión de los jesuítas, se traslada al colegio que éstos ha­ bían construido con el legado testamentario de don Francisco de Vargas y Figueroa. La mujer debió de tener poca instrucción. No tenemos datos sobre si los clérigos des­ empeñaban o no el papel de preceptor en las casas nobiliarias, aunque es probable, dadas !as ideas y creencias de estos siglos. Los segun­ dones profesaban en los monasterios y algu­ nos hacían estudios en Salam anca, llegando a ser grandes letrados y, como sus hermanos los aventureros, fueron los encargados de dar en el siglo XV I al XVIII nombre por su saber


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y valentĂ­a a las familias, obteniendo tĂ­tulos nobiliarios como los de Ovando, Valdefuentes, etc. Los nobles son los regidores de la ciudad, muchos de ellos por compra y heredatarios, con lo que los cargos se vinculan en las familias, hasta la constituciĂłn de 1812,


XI LA D O T E DE LAS HIJAS AL C A S A R SE Y AL P R O F E S A R

I

a

d o te de las

h ijas

tien e v a r io s

asp ecto s.

J En nnas se prometía al marido una can­ tidad por vida. Así, cuando Diego de la P lata trató del matrimonio de su hija María de Valdivieso y Ovando con don Gutierre de Solís, se obligó por escritura hecha en Cáceres el 6 de Mayo de 1553 a pagar mil novecientos ducados de oro y siete mil seiscientos maravedís anuales todos los días de su vida en renta sobre hier­ bas. En 1542 se estipuló el matrimonio de don Gutierre de Solís con doña María de Vargas, hija de don Pedro de Ovando y doña Fran­ cisca de Paredes, dándole en dote dieciocho mil maravedís de renta de hierbas, creciente y menguante, cantidad en que se tasaba la legí­ tima que le correspondía, comprometiéndose a hacer la partición de los bienes cuando lo pidieran. El abuelo don García de Paredes, señaló a


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su nieta—como dote—siete mil maravedises de renta anual, que le correspondería de los bie­ nes de su madre doña Francisca de Paredes. Nicolás de Paredes, en 26 de Agosto de 1573, dotó con cuatrocientos ducados a su hija doña María de Ulloa, al casarse con don Francisco de Avila Figueroa, quien a la ve/ le dió en arras treinta mil maravedises anuales sobre su mayorazgo, comprometiéndose en que pasaría a sus herederos, siendo autoriza­ do para ello por una Real Cédula de Felipe II, dada en San Lorenzo de El Escorial el 12 de Agosto de 1573. Doña Xímena de Villalobos llevó en dote al casarse con don Diego García de Paredes, en 1587, cuatro mil doscientos ducados y, al morir, dejó el usufructo a su marido; pero muerto éste, la dote pasó a los herederos de doña Ximena, que eran doña Teresa y doña Felipa de Villalobos. Don Pablo Enriquez de May o raigo dota a su novia, antes de casarse, doña Catalina de Mendoza, con mil ducados de la moneda usual en los reinos sobre sus bienes en 1589. Los padres la dotaron con cuatro mil duca­ dos en reales pagados de esta manera: Q u i­ nientos ducados el día que se casara, los otros quinientos ducados al año, y los otros tres mil ducados en tres plazos de tres años, a mil ducados cada uno, sobre censos que tenia el


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padre de la novia en bienes de don Juan de Carvajal y don Sancho de Sande en Cáceres. Don Francisco Enriquez de Mayoralgo, tuando va a contraer matrimonio con doña Ana de Montalvo, le hace carta dotal en que dice que «siguiendo la costumbre de España de que los caballeros Hijosdalgos doten a sus esposas, él lo hace con mil quinientos duca­ dos que caben en el diezmo de sus bienes, para ella y sus herederos en el 1555.» Doña Isabel de Ríos., mujer que íué de don Juan de Montalvo, dota a su hija en 24 de ju ­ lio de 1555, cuando va a casarse con don Francisco Enriquez de Mayoralgo, con tres mil ducados pagaderos en varios plazos, y el novio la dota con mil quinientos ducados. En julio de 1773 contrae matrimonio en Cáceres doña María de la Paz Ovando y C al­ derón, hija de don Diego de Ovando Ulloa, Regidor perpetuo que íué de Cáceres, ya di­ funto, y de doña Isabel Calderón de Sotom ayor, con don José de Velasco y Arjona, de Fregenal. La madre le hace carta de dote por valor de dos mil ducados vellón, c o m o 'a n t i­ cipo de su legítima paterna. E)sta carta de dote nos muestra, completísima, todo el ajuar de una novia de familia linajuda en el siglo XVIII, en que ya la influencia del traje fran­ cés de Luis X V ha llegado a esta ciudad, Las prendas son las siguientes; «Qcho ca*


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misas y ocho enaguas, seis armillas blancas, seis varas de pañuelos, ocho pares de calcetas, peinador y toalla de tave guarnecida con flecos, cuatro toallas, tres pares de faldiqueras, cuatro delantares de Holanda calados y floreados, uno de ellos de imaginaría, seis pañuelos iguales a los delantares; cuatro pa­ res de vuelos y unos redondo de Holanda c a ­ lados y muselinas bordadas, una manteleta de muselina, tres tirillas de Holanda y cuatro de encaje, un pañuelo de china y dos estam­ pados, otro pañuelo de sarga pintado y uno de gasa blanca. Unos vuelos de blondas y una mantilla de muselina bordada, una sarga blanca, una manteleta de encaje blanco, una bata color de rosa y veintidós varas de otra bata azul, y vidrial guarnecido de la misma tela. Dieciséis varas de un desavillé de estofa de Francia blanco con matices, un brisal de la misma estofa. Un cabriolé azul de raso liso moteado, guarnecido de blondas; un vestido de estofa dorado y listado con motas blan­ cas; otro vestido de Mué negro, una basquiña de tafetán negro, un manto de dos varas de tafetán, con encajes guarnecido; un surtido de blondas y nudillos, otro de color pusor con plata y nudillos, una mantilla de sarga negra, un delantal de gasa negro, una pañole­ ta de encaje negro, un desavillé zarraza, un cabriolé de batina, una cotilla de color de


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ra ni se computara su valor, lo siguiente: «una cotilla de Mué blanco, con pasadas de cintas de Francia, una bata de tela de oro y plata, con matices guarnecida de encajes de oro y plata, otra de estofa de Francia, guarnecida de blondas, petos sobre vuelos, collar y som ­ brerillo, unos vuelos de tres órdenes con su trillado de encaje rico de Inglaterra, una esco­ fia de blondas, un aderezo de ensaladilla, puesto en plata, que se compone de pieza para gai'ganta, pendientes, broches, sortija de diamantes, rubíes y esmeraldas. Un reloj de oro de repetición, cadena de acero de últi­ ma moda, con varios juguetes, todo rico y de buen gusto, dos abanicos con varillaje de marfil calado, país de cabritilla, láminas ri­ cas, dos ramos de flores para las dos batas, seis pares de medias, ligas y guantes, un ves­ tido azul y flores blancas de estofa, de Valen­ cia para la asistenta.» » La mujer era la que ponía la casa, es de­ cir, los padres, pero existía una costumbre que aún sobrevive en algunos pueblos de la provincia y es que el primer año, los padres mantenían la casa, o comían en la casa de los padres, y esto ocurría en las clases más pudientes. Así nos encontramos que doña


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Lucrecia Solís Ovando al casarse en 1751 con don José Mayoralgo, y que llevaba una gran dote correspondiente a su alcurnia y a la del novio, consistente en aderezos, bracero de plata, cien onzas en plata labrada, ovejas, puercos, etc., por un valor total de ciento veinte mil seiscientos treinta y nueve reales, reciben matanza y aceite durante varios años. * * # Muchas de las jóvenes profesaban en los conventos. Uno de los medios de pasar el tiempo, com o ocurría en Madrid, era ir de conversación a los locutorios y, como conse­ cuencia de ello, gran número de doncellas sentían despertar su vocación religiosa y pro­ fesaban en los tres conventos más importan­ tes; que ^ran San Pablo, Santa Clara y la Concepción, llevando su dote; pero las fam i­ lias procuraban su renuncia a los bienes que le pudieran corresponder por sus legítimas. En el locutorio de S an Pablo, en 1591, se compromete mediante escritura don Pedro Rol de Ovando en dotar a su hija, que va a profesar, c o n quinientos veinte ducados, ajuar y propinas, y veinticinco mil marave­ dís de rentas anuales, mientras viva, pero re­ nunciando ésta a los bienes que le pudieran corresponder en herencia a favor de sus her­ manos.


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Al profesar, en 1670, en el Convento de Jesús de Cáceres doña Francisca de Mayoralgo, fué dotada con seis mil seiscientos reales, obteniendo al mismo tiempo licencia del P re ­ lado don Antonio Fernández del Campo An­ gulo, Obispo de Coria, para disponer libre­ mente de su legítima paterna y materna. Don P ablo José de Mayoralgo y su hijo don José Joaquín de Mayoralgo, se obligaron a pagar al convento de Jesús trece mil doscientos reales por las dotes de doña Francisca Teresa y doña Ana María de Mayoralgo, hijas y her­ m anas de dichos señores, en cinco plazos, a partir del 1690 hasta el 18ÍM, y con un interés del cinco por ciento. Algunas veces se suscitaron incidentes y pleitos sobre las dotes de las monjas. Así, en 1541 la Abadesa y Comunidad de San Pablo expresaron: que cuando Diego Ovando de Cáceres entregó religiosas en el convento a sus hijas Francisca de Mendoza y María de Ovando las dotó para su recibimiento en el convento con siete mil maravedís de renta, sobre hierbas en la dehesa que señalasen, y que no habiendo pagado todo, quedaba de­ biendo todavía dos mil maravedís. La vida en los conventos tenía un régimen de clausura muy liberal, pues las monjas salían del convento e iban a sus casas. El Obispo don G arcía de Galarza cortó esta


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libertad, no sin reclamaciones, que llegaron hasta Roma, alegando las profesas que ellas habĂ­an entrado en los conventos bajo esta regla: al fin, el Obispo impuso el rĂŠgimen severo de clausura.



XII LA VIDA EN CACERES, LOS ALIMENTOS

a mujer debió tener una vida de poco -a—' esparcimiento. Las misas por la mañana, a las que iban con sus mantos y cofias. Las de los funerales y las que se celebraban por disposiciones testamentarias, que eran mu­ chas y duraban varios días. En las misas de ofrendas, que encontra­ mos en infinidad de testamentos, como en el del Obispo don Vasco Rivera, desde el sigl© X V concurrían las mujeres, y en ellas se ofre­ cían panes y alimentos para los sacerdotes; sobre la laude sepulcral se colocaban las ofrendas, y también parece que se colocaba el traje, y las viudas iban a rezar sobre la tumba. Los lugares de paseo eran la Plaza Mayor y, desde el siglo XVI, la Fuente Nueva, levan­ tada en el reinado de Felipe II y que dió nom ­ bre al camino, que en el siglo XVII era ya calle. Los toros se celebraban en la Plaza Ma-


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yor, especialmente en las fiestas de San Jo r­ ge, y a ellos asistía la mujer. En el siglo XVIil, se corre el tero enmaromado, atado con una maroma de la cual van tirando los mozos. Las familias pudientes disfrutaban del espec­ táculo desde las alegrías (ventanas y balcones de la Plaza Mayor). La propiedad de los balcones estaba vin­ culada, resultando que los dueños de las ca­ sas no eran propietarios de sus balcones y ventanas. Las órdenes religiosas, franciscanos y do­ minicos con sus convenios, influían sobre las conciencias como rectores de la vida. Proce-' siones, cofradías, fiestas religiosas, romerías, mayordomías de la iglesia, patronatos de er­ mitas y capillas...; en todo esto se encontra­ ba el noble cacereño ocupando cargos, sin que aparezca rastro alguno de que se produ­ jeran focos de herejía ni interviniera la Inqui­ sición en procesos sonados. Era una vida religiosa y campesina la que llevaba plácida­ mente la nobleza. El teatro no se autorizó en Cáceres. En 1713 se prohibió a una compañía de farsantes que. dieran funciones. En el Santuario de la Montaña se representaron autos sacramenta­ les a principios del siglo XVIII, para arbitrar recursos con destino a las obras de la ermita. No faltarían las murmuraciones y cabíl-


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déos entre las mujeres con motivo de sucesos familiares, tal, por ejemplo, cuando un hijo de don Diego Cáceres Ovando, el nieto del Capitán, llamado Pedro Rol, tuvo una pelea con el Corregidor al que le dió de palos. La justicia consideró esto com o un gran desaca­ to, y vino un alcalde real para hacer informa­ ción. El padre comparece y dice que su hijo está con calentura, que ha sido sangrado dos veces y purgado; pero mientras se instruían las diligencias, huye, siendo condenado a muerte en rebeldia y la mitad de sus bienes confiscados. O tra vez es un Ovando que ha muerto en Italia y envían su testamento escrito en latín ante un Notario de Milán, donde ordena re­ coger al hijo que nazca de una dama, en Cáceres, y se le dé educación. En otro testamen­ to un noble reconoce a dos hijos suyos como bastardos, y ordena que se eduquen en Sa la ­ manca y cursen en su Universidad leyes, sin que computen los gastos en la herencia. * En las Ordenes Militares, el mayor núme­ ro de caballeros que visten hábito en Cáceres, son da la Orden de San Juan de Jerusalén, Caballeros de Malta. Frey Francisco Becerra, con casa solariega frente al Instituto, cuyos escudos de granito adornan las banderas to ­ madas a los turcos y dos alfanjes cruzados, hace testamento en Malta en 1623; murió a


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los trece años, y está enterrado en el claustro de las lenguas, como algunos otros cacereños Caballeros de la Orden. Los Ulloa, Carvajal, Ovando, Sande, Mayoralgo, son Caballeros de Alcántara y Calatrava con preferencia a las otras Ordenes Militares. En los inventarios no figuran los perfumes y afeites que usaba la mujer, Pero tenemos que suponer que, lo mismo que su traje reci­ bió la influencia de la Corre, recibiría tam ­ bién de los perfumes, usando el ámbar, con el cual perfumaban los guantes y trajes; el llamado cuera; sus chinelas estaban dorabas, y hemos visto una venta en 1d8d entre otras cosas, de chinelas y zapatos de mujer. La base del alimento tenían que ser forzo­ samente los productos de la tierra. En pri­ mer lugar la chacina extremeña, que en el si­ glo XV I tenía gran fama y que ha seguido conservando. A Godoy lo apodaron E l C h o ­ ricero. En cuanto a la caza, había cazadores de profesión que la llevaban a vender como hoy a las casas. La caza mayor, ciervos y j a ­ balíes, era, para la gente noble, no sólo un deporte, sino también un medio de llenar la despensa. Se cazaba con ballesta y arcabuz y perros. Los conejos, con podencos, y las per­ dices con redes. El pescado fuera del bacalao seco, no llegaba; pero sí los peces del río Tajo y las tencas de las chareas.


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El viñedo tuvo mucho más áreas de culti­ vo que en la actualidad; todas las escrituras, aún las más remotas del siglo XVI, nombran gran cantidad de pago de viñas. Las migas y las sopas con torreznos, era plato muy fre­ cuente en las comidas. El garbanzo no apa­ rece hasta el siglo XVIII, por lo menos en cantidad. No tiene, pues, más antigüedad la olla extremeña. En este siglo se toma ya ch o ­ colate; lo prueba el número de chocolateras con sus tapaderas perforadas para el m olini­ llo, de esta época. De los dulces típicos consta, por las cuenj tas de la Cofradía de la Virgen de la Monta­ ña, que se fabricaban tortas de aceite, harina y almendras, que han llegado a nosotros con el nombre de tortas del Calvario. Las roscas de pan de la Montaña, en la M esa, las flores con miel (los inventarios mencionan el hierro para darles forma y freirías en sartén, como también el hierro para las su p lica cio n es, los barquillos de hoy). El piñonate, hecho con piñón, harina y miel (la explotación de los colmenares tenía mucha importancia). Predo­ minan, pues, los dulces llamados de sartén endulzados con miel, con preferencia al azú­ car, que era muy cara y escasa, y que com ­ prarían en las ferias y mercados los pilones de azúcar de caña. La almendra figura tam ­ bién en los inventarios, y el almendro, como


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el viñ ed o-qu e ocupaba mucho más espacio que hoy—las aceitunas adovadas y el arrope con fruta. Los vinos son fuertes, de los viñedos de Cáceres, Brozas, Arroyo y Montánchez. Lo que no hemos podido determinar es cuando se introduce el cultivo de tomates y calabazas, etc. La patata empieza a sembrar­ se, algo, a fines del siglo XVIII, que se intro­ duce por la proximidad a la Mancha. En el siglo X IX , después de la Guerra de la Inde­ pendencia, se cultiva en gran cantidad. En pago de cuentas, en el siglo XVI, he­ mos encontrado partidas para las doncellas y criados; pero, al mismo tiempo —como hemos dicho—siguen existiendo los esclavos en las casas hasta el siglo XVIII; no tenemos datos del trato que tuvieron, como tampoco de si eran herrados en la frente, cual se acostum­ braba en Madrid. Una cláusula muy humani­ taria para su esclava, encontramos en el tes­ tamento de doña María de Godoy Ovando en 1606. en que liberta a su esclava y le deja la cama en que duerme, sus vestidos y el arca y lo que en ella hubiere, y ordena que durante todos los días de su vida le den, cada dos años, dos camisas, dos rebosos, dos cofias, dos pares de botines, una saya, un sayuelo y unos cuerpos, y diariamente un pan y doce maravedís, y cuando muera le paguen el en-


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tierro y le digan en sufragio doce misas reza das y otras de indulgencias.



X III UNA CASA NOBILIARIA A / a m o s a intentar describir lo que a mi jui' ció era la casa nobiliaria cacereña en el siglo XV I y XVII. Si penetramos por la Puerta de Mérida, nos encontramos en primer lugar con la casa solariega de Alfonso Sánchez Durán, descen­ diente de conquistadores, el que en su testa­ m ento—en 1526—dice que daba frente a la escalera para la subida al adarve, en cuya ca­ sa campea el escudo en dos cuarteles de los Paredes, las siete estrellas, y de los Sánchez Durán, la espada, cuya empuñadura parte queda fuera del cuartel y del escudo, con los que Alfonso XI los ennobleció. Como lema del Escudo, copia a San Pablo «Non enim habemus híc manentem civítatem sed futuram inquirimus» que es el versículo IV, capítulo XIII, de la epístola a los Hebreos: «Porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino vamos en busca de otra futura». A partir de esta primera cita, la influencia bíblica inspira lerendas que graban debajo de

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sus escudos. Así, por ejemplo, cuando don Pablo Enriquez reedifica la casa de Mayoral¿o en la Plaza de Santa María, forma una leyenda con los salmos sesenta, versículo cuarto, y el ciento dos, versículo cuarto, de David, que—deshechas las a b re v ia tu ra s -d i­ ce: «Esto nobis Dómine turris foríitudinis et renovabitur ut aquilas juventus riostra» («Sé Tú, Señor, para nosotros torre de fortaleza y se renovará como la del águila nuestra juven­ tud). Bella alusión a las armas de los Mayorallos, medio castillo y media águila. En la misma Plaza de Santa María, el pa­ lacio de Hernando de Ovando, con puerta de influencia toscana. en cuyo dintel graban el Salmo ciento once, versículo séptimo: <In memoria Aeterna erit justorum». ( ‘ El justo vivirá eternamente en la memoria»). Aún sigue subsistiendo en el XVIII el c o ­ piar Salm os, pues, cuando el Hospital de la Piedad se transforma en Audiencia de Extre­ madura, esculpen en el dintel del zaguán el versículo once del Salm o setenta y seis de David: «Haec mutatio dexterae Excelsi» («De la diestra del Altísimo me viene esta mudan­ za»), 4í • • Las casas cacereñas son de granito y mani­ postería, con altas torres llenas de majestad


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señorial. La ciudad vieja constituye un ejem­ plar único en España. Son sus calles tortuosas, pendientes, estre­ chas. No obedecen los edificios a un estilo ar­ quitectónico determinado; al lado de un bal­ cón renacimiento en ángulo, de belleza incom ­ parable, hay un ventanal mudejar; o, encima de una puerta que es un arco de medio punto, una barbacana del siglo XIV, soportada por canecillos que dejan entre sí el espacio sufi­ ciente para arrojar sobre el adversario, que intentara entrar en la casa, proyectiles de todas clases como plomo derretido, piedras, aceite, etc..., a los que no pueden resistir las m ás fuertes armaduras de Milán y de Toledo. Sobre las puertas, ventanas, muros exte­ riores y, aún en los de las iglesias, escudos blasonados de los linajes cacereños. Se multi­ plican los de Ovando, Ulloa, Pereros, Carva­ jal, Becerra, Rivera, Sande, Paredes, Golfi­ nes, Peña Cano, Tapia, Sánchez Durán, E s ­ paderos, Valvcrde, Rol, Cerda, y tantos otros con sus cntronqpes. Hacen también el escudo esgrafiado decorativo, trabajado con la cal. Doña Leonor de Ovando Vera de Aragón, hace labrar el suyo en el palacio de Hernando de Ovando, que habitó, como poseedora del mayorazgo. Cada pa'acio evoca un linaje, tanto más poético cuanto más legendaria es la página


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histórica a la que va unido. Nos parece que vamos a ver cruzar por sus calles soldados de los tercios con su arcabuz, caballeros con sus ferreruelos, espadas y sombreros de plumas, esclavos negros, damas envueltas en sus almacías, pajes, escribanos, regidores, artesa­ nos. Todo un mundo que desapareció y fué el distintivo de civilizaciones pasadas. Imaginémonos, por un momento, que estas casonas están con los mismos nuiebles que tuvieron sus moradores. Lleguemos a una ca­ sa cualquiera, la de Farades, la de Ovando, la de Mayoralgo; en su fachada campean es­ cudos nobiliarios, sus puertas son de madera de castaño con grandes clavos de bronce re­ pujado, imitando flores abiertas; tienen ven­ tanas, ajimezadas las altas, las bajao son pe­ queñas y con rejas forjadas; 'os balcones no aparecen hasta el si^lo X V li y ya muy avan­ zado. Golpeando el aldabón de hierro forja­ do, o abriendo la cerradura, que copia los escudos de la familia, penetramos en el zagúan. La puerta de enfrente es la que da acce­ so al patio. A la derecha o izquierda, hay otras dos puertas y un poyo. Una de ellas lle­ va en rampa suave a la cuadra; el poyo es donde la mujer se subía para montar al mulo o al caballo, con una argolla en la pared para atarlo. La muja y el caballo fueron utilizados por


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la señora de la nobleza cacereña como medio de ir a sus fincas, Salían ya montadas de la casa sobre su jamuga. En los inventarios figu­ ra siempre, entre los arreos de los caballos, la silla de la señora, describiendo algunas y ciándole gran valor. Gran parte del año pasa­ ba la nobleza en las dehesas y torres, espe­ cialmente en la primavera y otoño. Se mira­ ba más el campo que hoy. El patio tenía un aljibe con pozo y mace­ tas; se citan en los inventarios naranjos; li­ moneros, claveles y cipreses. El ciprés debió de ser en aquellos tiempos planta de adorno, no solo para paseos y fincas, sino para la casa. Escaños de madera de pino, castaño o nogal, es el mueble que figura en la entrada de los medios patios, abovedados hasta el X V , claustrados desde el XVI. La escalera es de granito con escudos nobiliarios y colgadas las paredes con los guadamecíes. Penetrando en la primera sala, están las paredes cubier­ tas d« tapices y reposteros. Los techos son artesonados, pintados con influencia m oris­ ca, en el XVIII, lisos y de madera de castaño. Los tapices figuran en gran cantidad en todos los inventarios y eran aprecíadísimos, especi­ ficando que son de Flandes y con figuras. Don Michael de Solís Ovando, Baylío de San Juan y Comendador de Peñalen y Beas, tenía 7


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tal amor a sus tapices, que dejó vinculado al mayorazgo su tapicería completa con la his­ toria de Jacob y Essau, Las puertas de las ha­ bitaciones tienen antepuertas y montapuertas que corrían con argollas sobre palos. El suelo es de cal, de color rojo, dado con sangre de toro, brillante, pero cubierto con alfombras de junco y de lana de múltiples colores y la­ bor morisca. En cuanto a muebles, figuran escritorios de taracea (vargueños), arcas encoradas so­ bre burrillas (se conservan desde una gótica hasta las del siglo XVIII con los nombres de sus dueños, formados .con clavos dorados); cuadros, en los que predominan los asuntos religiosos; sillas de cadera con brazos y res­ paldo, sillas de costilla, sillas bajas para la mujer. Pasando a otra sala, el estrado, encontra­ mos los mismos muebles, y sillones de Mos­ covia, y sillas de Granada, que eran de expor­ tación, o que esa industria sobrevivía en C á ­ ceres con el mismo estilo. Una tarima grande cubierta de rica alfombra, en donde la señora de la casa con las dueñas y sus hijas hacían la tertulia, braseros de cobre con sus tarimas, adornados de clavos de bronce. Grandes pies torneados de azófar en donde colocaban Jas velas con que se alumbraba el salón. No se mencionan lámparas en los inventarios y sí


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repetidas veces estos pies de azófar, que eran de exportación sevillana. En el muro se abría la chimenea con un trasfuego por delante, de bronce o metal, para atenuar un poco el resplandor de la hoguera, los indispensables m o ­ rillos y una bola de hierro hueca aliad o, para soplar el fuego, cuando los leños amenazaban «■¡pagarse. El comedor, colgado con guadamecíes, y en el siglo XVJJI decorados con bodegones. Mesas de visagras, cubiertas con manteles reales o de gusanillo, servilletas con labores de perdiz, candelabros de azófar, mesa-apara­ dor cubierta con repostero y sillas. No sabe­ mos si, com o en otras regiones de España, la mujer comía sentada en silla o en alm ohado­ nes de sentar, que figuran en los inventarios con esta denominación. El siglo XV I trae cucharas de plata en sus estuches, y forcinas, que son tenedores de tres puntas. La loza que predomina es talaverana, blanca y azu!, platos y fuentes de A rro­ yo. En los principios del siglo XV I figura muy poca vajilla de plata; pero en el XVII ésta tie­ ne una gran importancia y cubren con ella los aparadores y mesas, llevando grabadas las armas de la casa. En los dormitorios las c a ­ mas eran altas, de madera torneada con dosel y cortinas, por rara excepción de bronce do­ rada; el orinal estaba en uaa caja cerrada.


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Hay roperos para la ropa y espejos de acero y de luna. Entre la ropa blanca, predomina la sábana de naval con almohadas y almohado­ nes. Las colchas son de gran variedad, predo­ minando las de Damasco. Tienen cajas joye­ les y otras de afeites. La cocina con su hogar en el suelo y chi­ menea de campana; el anafre no surge hasta el siglo XV II y es de hierro. El menaje de c o ­ cina en cantidad extraordinaria, ollas, cazos, calderos, chocolateras, jarros, medidas, pa­ langanas de cobre, ollas de barro de Arroyo. P or rara excepción se menciona alguna olla de hierro; las tinajas para el agua, las arcas, los platos de peltre y de estaño, la espetera para colgar el cobre y el bazar para los platos, cuencos y morteros de madera, el peso y los candiles de hierro hechos en Cáceres; los bo­ tes vidriados y escudillas de madera para dar la comida a los pobres, lo que muestra la ca­ ridad en la nobleza; el almirez, que nunca falta, y un tajo para descuartizarlos anímales para guisarlos. La bodega, en el bajo de las casas, con tinajas para el vino el vinagre, el aceite, la quesera, la miel, h gos, almendras, etc., y colgada de escarpias, la matanza, Al lado de la cuadra, la leñera y el pajar. En 1620 aparece por vez primera inventa­ riado como propiedad de don Pablo Enríquez


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Mayoralgo, un coche; había sido autorizado por el Rey en 20 de Noviembre de 1611, para usar coche de caballos y a fines de este mismo siglo nos encontramos ya que las calesas circulan por las calles y caminos reéiles de Cáceres. Consta q u ^ a mediados del siglo XVIII había un servicio normal de calesas .con Madrid. Antes, las damas que han cruzado la región, lo han hecho en literas. En 1763 don Pedro Manuel de Ovando y Maraver va a Madrid para encargarse de la tutoría del II Marqués de Ovando; hace el viaje en calesa que le cuesta de alquiler cuatrocientos cin­ cuenta reales, importándole la manutención suya y de dos criados cuatrocientos veinte reales; uno de ellos iba a caballo al [lado de la calesa.



XIV P R O C L A M A C IO N E S R EA LE S Y HONRAS FUNEBRES

proclamaciones de los reyes, en Cáce-*■ res, revestían gran solemnidad. Felipe III fué proclamado en 1598 con arreglo al siguien­ te ceremonial: el Pendón real, de color c ar­ mesí y de riquísima tela, llevaba por un lado bordadas las armas reales, y por el otro las de la villa, que eran el Castillo y el León, par­ tido en dos cuarteles el escudo, y coronado, como lo vemos todavía en la fuente de los Pilares. Primitivamente el Concejo de Cáceres tenía estos dos emblemas separados, pero había de preceder en todas las armas de León a las de Castilla, por ser Cáceres conquista de Alfonso IX. Los Reyes Católicos ordenaron unirlos en la forma que ha llegado a nosotros. El Corregidor llevaba a su mano izquierda al Alférez mayor de la ciudad, cargo que por compra de don Pedro Rol de la Cerda se vin­ culó con esta familia. Iba con ellos el Regi­ miento y Caballeros que ve»tían con ricas te­ las y los atabaleros de color. I

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Se levantaron cadalsos en la Piaza y fren­ te al palacio del Obispo. En las esquinas de los mismos, cuatro Reyes de Armas con sus cotas y armas reales, los porteros del Apunta­ miento, vestidos de terciopelo carmesí, en las gradas del cadalso. Subió al mismo el Corregidor y el Alférez llevando el Pendón bajo. Unos de los Reyes de Armas dijo en voz alta: «Oid, Oid, Oid», y alzando el Alférez el Pendón, d i ó dos vueltas por el tablado gritando: «Castilla por el Rey Felipe, III de este nombre, nuestro S e ­ ñor; viva y reine el Rey don Felipe III nuestro Señor muchos años». Terminada la ceremonia, idéntica en los diversos tablados, volvieron con el Pendón al Ayuntamiento acompañado de todas las personalidades que habían tomado parte en las ceremonias; pero dando un rodeo por la calle de Pintores, Corredera de San Juan, Carniceros, Puerta de Mérida, Olm o, Plaza de Santa María, Puerta de Coria, calle de Godoy, Santiago, a la Plaza Mayor. Después tuvo lugar la ceremonia de llevar el Pendón a la casa del Alférez mayor, otra vez por la ca­ lle de Pintores, Puerta de Mérida, S an Mateo, Puerta de Coria a la calle de don Rodrigo de Godoy, donde vivía el Alférez mayor que te­ nía el privilegio dado por Felipe II de guardar el Pendón de Alfonso IX de León, llamado el


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de San Jorge y todos los pendones y banderas que tuviese el Ayuntamiento. Idéntica ceremonia tuvo lugar cuando las proclamaciones de I’elipe IV y Carlos II. De la de Felipe V tenemos una carta de un testi­ go presencial, dirigida a don Pablo Mayoralgo que se encontraba en Madrid en que des­ cribe la ceremonia y que recientemente ha sido publicada por don Miguel Muñoz de San Pedro, en que el autor de la carta no queda muy satisfecho de la intervención del Alférez mayor don Pedro de Ovando y Rol, Marqués de Camarena la Vieja. Se colgaron los arcos de la cárcel, que es­ taban en la planta baja del Ayuntamiento, conforme aparecen en la estampa de Ceres que ha llegado a nosotros, con tapices del Ayuntamiento y en medio un dosel del Mar­ qués de Camarena con el retrato del Rey, El tablado se colocó en el centro de la Plaza revestido de paño. El miércoles por la noche fué llevado en secreto el pendón desde la casa del Marqués al Ayuntamiento. La ceremonia tuvo lugar el 2 de Diciembre de 1700. Toda la mañana estuvieron tocando las trompetas a las puertas del Regimiento y a las dos de la tarde se formó una compañía de soldados y los regidores, caballeros e invita­ dos montados a caballo. El Corregidor tom ó el Pendón real entregándoselo a Camarena.


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Formada la comitiva, llevando las trompetas delante, alguaciles, maceros a caballo, Reyes de Armas, escribanos y dos filas de personas, los regidores a! lado izquierdo y los invitados a la derecha y presidiendo el Corregidor y el Marqués con el Pendón Real. La comitiva, con las trompetas delante subió por la calle de Pintores, Santa Clara, Olm o, entrando por la Zapatería a la Plaza, disparando salvas la compañía y subiendo al tablado de armas donde el Rey de Armas proclamó Rey de Cas­ tilla y de León, con el ceremonial tradicional, a Felipe V de Borbón. Desde el tablado se tiraron ochavos al pú­ blico. La comitiva volvió al Regimiento, don­ de fué colocado el Pendón en el balcón, que estuvo hasta el día siguiente. Soltaron a los presos y se corrieron sortijas y escaramuzas en la plaza. *

n # El contraste de las fiestas de las procla­ maciones reales, eran ias funciones fúnebres por muerte de reyes y príncipes. Tenemos la descripción de las exequias celebradas en Santa María e! 17 de Noviembre de 1(305 por Felipe IV. Un túmulo gigantesco en cuatro cuerpos revestidos de paños y brocados, con las armas reales, inscripciones, versos lati­ nos, escritos por el licenciado Benito Ojalvo


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y otros en castellano llenaba sus cuatro cuer­ pos, con figuras alegóricas como águilas, leones, corderos y la diosa Ceres, calda en el suelo y con las manos en los ojos. C oron an­ do el túmulo, el catafalco, y todo rodeado de tal cantidad de hachones que parecía una pira de fuego. Después el consabido sermón predi­ cado por Fray Juan de la Barreda que haría dormir a muchos de los oyentes, y a otros sonreír al cantar las virtudes del rey difunto, *

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De visitas reales, sólo tuvo Cáceres en es­ tos siglos la de Felipe II. Se encontraba el Rey en Lisboa en 1585, después de haber ter­ minado la conquista de Portugal y jurado por Rey de este Reino en las Cortes de Thomar. El Concejo de Cáceres recibió una carta del Licenciado Tejada, en la que le participaba que proveyera lo necesario para que arregla­ ran el camino de Alburquerque a Cáceres y de esta capital a Trujillo, con el fin de que pudieran pasar los puentes con toda c o m o d i­ dad los carros que vinieran, y que se hiciera también acopio de harina, carne y pescado. Fué portador de esta carta el Regidor perpe­ tuo de Cáceres don Gonzalo Ulloa, Señor de la Villa de Torreorgaz y militar ilustre, en Jas guerras de Italia donde se distinguió, y acom ­


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paño a Felipe II en la conquista del Reino vecino. El Ayuntamiento mandó que saliesen cien hombres a componer los caminos y que se dieran caballos a los regidores, caballeros e hijosdalgo y a los hombres buenos para que salieran a esperar al Rey. Se levantaron arcos, y se celebraron fiestas públicas; pero, entera­ do Feiipe II de los gastos cuantiosos que esta­ ba haciendo el Ayuntamiento, empeñando sus bienes de propios y tomando préstamos sobre sus censos, ordenó a su secretario Mateo V áz­ quez, que escribiese en su nombre a la ciudad, prohibiendo que se gastaran más de mil qui­ nientos ducados, que loi» regidores no se vis­ tiesen de colores, ni con ropas largas, que no se celebraran fiestas públicas y que el palio fuese modesto. El martes K de Marzo hizo noche el Rey con su comitiva en la finca de los A re n a le s . Los caballeros de Cáceres salieron en cabal­ gata a esperarlo y los soldados, mandados por Pedro \lonso Golfín y Hernando de Ovando. La comitiva real entraba en Cáceres a las cuatro de la tarde del miércoles por San Antón en donde se había levantado un arco. Allí estaban esperando los regidores, ves­ tidos con capa larga de Florencia, mangas de raso acuchilladas, sombreros y talabartes, zapatos de cuero, calzas de terciopelo carme­ sí y medias .de seda.


LA VIDA EN C A C ER ES.

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El Corregidor don Francisco Mateo Valcárcel y los regidores, por orden de antigüe­ dad, besaron las manos del Rey. Venía éste montado en un burro vistiendo su traje siem­ pre negro, en esta época, y su alto bonete que tan conocido nos es por el retrato de P anto ja de la Cruz. Bajo el palio del Concejo, que era morado y bordado en oro, con doce varas que lleva­ ban el Corregidor, su Teniente y diez regido­ res, atravesó la calle de P in to r e s - n o m b r e que ya tenía la de la Corte, y a la Plaza, a entrar en el recinto amurallado, posiblemente por la Puerta de Coria, pues la muralla no estaba entonces cortada ni edificado el Arco de la Estrella, aunque sí existía la Puerta Nue­ va con una pequeña rampa de acceso. Llegó a la iglesia de Santa Matía donde oró un cuarto de hora, pasando después al Palacio Episcopal, el único que tenia este nombre y privilegio de coto desde 3a conquis­ ta, según disposición del Fuero. Al Rey le hicieron una serie de peticiones, entre ellas que tomase a su servicio al Licen­ ciado Alonso González Mogollón, natural de Cáceres, que estaba en la Universidad de S a ­ lamanca. Estuvo en Cáceres todo el día si­ guiente, y el viernes a las nueve salió para comer en Torremocha, camino de Trujillo a Guadalupe.



KV LAS G U E R R A S , L O S A U S F N T K S Y EL NU RVO S IG L O

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\ vida en Cáceres desde el siglo XVI arras— traba una gran languidez y monotonía; ésta la rompen los acontecimientos políticos o militares o de índole familiar. Los aprestos militares que se realizaron cuando la conquista de Granada en que la bandera del Concejo tremoló en la guerra, en el campamento de S an ta Fe, hizo su testa­ mento el soldado Gómez de la Rocha el 23 de Abril de 1491, ordenando que si moría en Castilla lo enterrasen en el convento de San Francisco de Cáceres, y dejando un legado de cincuenta maravedís de censo a la Cofradía del Cristo de Santa María, sobre la casa que vivía en las Tenerías el judio Navarreie. A principios del siglo, las Milicias de Ccáceres toman parte con Fernando el Católico en las expediciones militares al Afr.ica; pero son tan pocos los que vuelven, que las muje­ res lloran y 110 se olvida esta aventura. Las guertas de las Comunidades repercuten en


M. A. o k fi Be l Mo n t e Cáceres, donde hay Comuneros, uno de los cuales Juan de Torres profesa luego en el con­ venio de San Francisco de Cáceres. Los acontecimientos que más interrumpen la placidez de la vida cacereña son las guerras de Carlos V y en los Felipes las levas de sol­ dados y la de la Independencia de Portugal, en donde la ciudad sufre enormemente, 110 sólo con la guerra que ensangrienta sus cam ­ pos y queman los pueblos vecinos, sino tam ­ bién con la peste que invade la villa, ha­ biendo ochocientas treinta defunciones en un mes. En el siglo XV II, la Guerra de Sucesión, con la entrada en Alcántara y Brozas de Jas tropas del Archiduque, y luego en Coria; el combate más duro donde interviene la caba­ llería alemana es en el puente de Almaraz. Con Carlos III, el acantonamiento de tropas para entrar en Portugal, las epidemias y las sequías con la escasez de pan y mortandad de ganados. Frecuentes son, en cambio, las noticias que llegan a las familias de los segundones que van a la guerra y de los viajeros, En 1481 marchó a Roma, para negocios, don Diego de Ulloa, el cual autorizó para hacer testa­ mento si 110 volvía, como así ocurrió, pues murió en Roma. De los indianos que van a Méjico y al Perú


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son pocos los que vuelven; pero entre ellos están Juan Cano de Saavedra, que levanta su casa solariega y regresa a Méjico, pero su hijo vive en Cáceres y previa dispensa pontificia viste el hábito de Alcántara. Don Francisco de Godoy, el que fue Capitán General en el Perú con Pizarro, trae un gran caudal, lo que le tocó en el reparto del tesoro del Cuzco, y construye su casa en S a n tia g o —llamada hoy la de R o c o —, compra y obra la sacristía de Santa María para que le sirva de enterramien­ to. O tras veces las noticias que llegan de los segundones, como don Alvaro de Sande, des piertan el entusiasmo de la juventud que corre a agruparse a su lado. Aquel joven que había nacido al lado de la iglesia de San Mateo, donde está la capilla y enterramiento de sus antepasados, había colgado los hábitos, y de Tesorero de la Catedral de Plasencia ha llega­ do a ser un gran soldado y manda un tercio en las guerras de Carlos V. Pero un día, llegó la noticia del desaslre de los Gelves; ha pere­ cido el ejército, don Alvaro está cautivo en C'onstantinopla, en la defensa han muerto los cinco sobrinos de don Alvaro, h ijo s de su hermano Pedro. Su mujer doña Ana de Guzmán ha venido a Cáceres en busca de dinero, va a ir a Francia y otra vez a Alemania, para pedir intercedan por la libertad del marido, 8


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Ha llegado a Cáceres un Capitán de los tercios, don Alonso de Contreras, Caballero de Malta, que se hospeda en la casa de los Becerra, que son hermanos de la Orden. Du­ rante unas veladas ha entretenido a los ami­ gos de la casa, que han acudido a saludarlo y a oirle contar su vida de soldado en Nápoles, en Malta, en América, que constituyen una página de la vida picaresca y del soldado aventurero, despertando la admiración de los hidalgos provincianos. El siglo XVIII trae ya saraos y fiestas en las casas, hay calesa para Madrid que tarda tres o cuatro días y, com o caso extraordina­ rio, dos. En Madrid ha triunfado un cacereño, José Carvajal y Lancaster, Ministro de Fer­ nando VI-, sus hermanos son: Nicolás, Gene­ ral y Marqués de Sarriá; Isidoro, Obispo de Cuenca y fervoroso regalista. Le han tendido la mano a don Francisco de Ovando, Mar­ qués de Ovando, por su intervención en la conquista del Reino de Nápoles, y llega a ser Capitán General de Filipinas. Las cartas a sus hermanos, corren de mano y en ellas anuncia que se retirará para vivir en Cáceres. Lín acontecimiento perturba la vida en Cáceres por unos días. La expulsión y salida de los jesuítas de su colegio, donde estaban des­ de hacía cuatro años. Un padre había pasado dejando fama de Santo, por sus visitas ai


LA VIDA EN C A C ER ES.

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Hospital de la Caridad atendiendo a los enfermos, y de sabio según sus hermanos de re­ ligión; era Hervás y Panduro, que enseñó lati­ nidad en Cáceres y empezó a escribir aquí su

C atálog o d e las L en g u a s. La creación de la Real Audiencia de E xtre­ madura trae a la población una nueva clase social, el Oidor. Un Presidente es un poeta, Meléndez Valdés (el dulce Batilo entre los arcades de Roma), que entre sus informes le­ gislativos, deja correr su númen poético. La mujer viste el tontillo y el miriñaque; el hombJe, casaca y peluca, suerbe el rapé, se pasea en calesa y después toma el chocolate; ya va penetrando el café, y de vez en cuando llegan las hojas y periódicos que se publican en Madrid. Vienen a pasar temporadas en sus dehesas el Marqués de Camarena y otros no­ bles que viven en la Corte. La familia Carvajal se reúne para leer las cartas ingenuas que desde Madrid, Barcelona y Malta, envían los jóvenes Guardias de Corps, Matías y Pedro de Carvajal, que han ido a Malta a cruzarse en esta Orden Militar, llamados por el gran Maestre. Han em barca­ do en un velero inglés, en el año mismo en que se conmovía el mundo con la revolución francesa y la ejecución de Luis XVI. De esta vida plácida y tranquila, iba a despertar Cáceres con la Guerra de la Inde­


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M. A.

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pendencia: G u e r r a y rev olu ción d e E s p a ñ a , com o tan acertadamente tituló sn obra el Conde de Torena, porque una nueva España y un nuevo concepto de la vida, nace, que habift ele romper con la tradición. Se iniciaba en la Historia de España una nueva edad, la contemporánea, el siglo X IX que traía con los descubrimientos científicos y las nuevas ideas el cambio más radical que la Humani­ dad ha sufrido, en veinte siglos.


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I I . — U n R i e p t o e n C á c e r e s e n l o s p r i m e r o s a ñ o s dp. la

III.—

C o n q u i s t a ......................................................................................

0

E sta m p a H is t ó r ic a d e l o s p rim ero s a ñ o s d e la R e co n q u ista de C á c e re s

(L a C a b a lg a d a ) .

.

15

IV .— I n v e n t a r i o d e C a s a s N o b i l i a r i a s e n e l s i g l o X V I.......................................................................................

23

V .— I n v e n t a r i o V I. —

In v en ta rio de la zuela,

VIL— M

C asa

del Señor

db P i.a sen -

Q u i j o s y A v i l i l l a ............................................................

45

o b ilia rio v R o p as d e la C a s a de M a y o ra z g o .

49

VIII.— I n v e n t a r i o s I X .—

37

de la C a sa de P ared es S aav ed ra .

d e l sio lo

X V I I ......................................

L a In d u m en ta ria d e l o s

01

.

07

X . — L a F a m i l i a y e l P r i m o g é n i t o ...........................................

71

X I.— L a D o te de la s

N o b le s C acereñ o s

H ija s a l C a s a r s e y a l P r o f e ­

75

s a r ........................................................................................................................

X II.— L a V i d a e n C á c e r e s (culto, p aseo s, d iversio­ nes, relig iosas, perfum es y afeites de la mu­ jer, los alim entos, e t c . ) ............................................ XIII.— U n a

XIV .— P r o c l a m X V .—

85 03

C a s a N o b i l i a r i a ..................................................................... a cio n es R e a le s

y H onras

Fúnebres

103

.

L a s ..G u e r r a s , l o s A u s e n t e s y e l N u e v o S i g l o ............1 1

In d ic e

117

1



OTRAS

P U B L IC A C IO N E S

DEL

A U TO R

Historia del Gran Capitán, escrita en el siglo XVII por el Padre Alfonso García de Morales S. /.G r a n a d a , 1916.

La sillería del Coro de la Catedral de Córdoba. M a­ drid, 1919.

Nuevas notas al Fuero de Córdoba. M adrid, 1917. Catálogo de la Exposición Eucaristica de la Dióce­ sis de Coria en 1921. C á c e re s , 1922. E l tesoro fenicio de Aliseda (Conferencia). C ó rd o ­ ba, 1924.

Córdoba durante la guerra de la Independencia (1808-1813). C ó rd ob a, 1930. Los Ovando y Solís de Cáceres. B ad ajoz, 1932. Las reconquistas de Cáceres y su fuero latino ano­ tado. Bad ajoz, 1947. E l culto mañano en Cáceres y la Virgen de la Mon­ taña. C á c e re s , 1946. La Asuución y Mediación de María en el arte y la li­ teratura regional. T rab ajo prem iado e inédito. Episcopologio Cauriense, inédito. Metodología de la Historia, inédita. Monografía de la Casa de las Veletas, inédita.

EN

P R E P A R A C I O N

Historia de Don Alvaro de Sande, por Hugo Foglietta, anotada. Los Golfines y Sancho de Paredes Golfín, el Cama­ rero de la Reina Católica y su palacio. Historia del culto y del Santuario de la Virgen de la Montaña, patrona de Cáceres.



CABÓSfc DE IMPRIMIR SEGUNDO « C O L E C C IÓ N D E TREM ELOS»

UST E

TO MO

DE

LA

ESTUDIOS

F.N L O S

EX­

TA L L E R E S D E

IMPRENTA PROVINCIAL DH C Á C E R E S , QUINCE

DIAS

DEL

MES

LA A LO S

D P .'a GOSTO,

DEL A?)0 M C M X U X , F E S T I V I D A D DE N T .8 S . " D B PAIRONA

LA P I ED A D , D E AL­

MENDRA L*-





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