PROPOSICOS
h presentarte esta «Guía artística» de Cáceres y su provincia, jamás pensé ame nazarte— caro lector— con un plúmbeo mamotre to relleno de erudición histórica, arqueológica y geográfica, y hasta filosófica y social, cual los que, en fus viajes y excursiones, te ofrecerán con frecuencia el afán ensayista y el prurito sapiente del momento. Más modestos mis recursos y más humilde mi intención, sólo quiero poner a tu lado, cual amigo diligente y comprensivo, un librito mane jable que, sin el lastre cegador y engorroso de erudiciones inoportunas y con la ayuda de re producciones fieles de nuestra riqueza artística, te ayude a comprender y a sentir todo el valor sugerente y emotivo de esta tierra que el ayer hizo augusta. No me preocupa la narración su cesiva y ordenada de su historia; intento sólo trazar a tu interés una ruta provechosa, y dete-
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ner tu mirada allí donde las cosas y ios hechos lo merezcan. Atentos, pues, a !a sugestión evocadora del pasado,' más que a la detallista y enfadosa des cripción del tesoro conservado, preguntaremos a esas viejas piedras por los hechos y los hom bres que junto a ellas desfilaron, animando la seca enumeración de sus bellezas presentes con el jugo dulce de esas anécdotas que— en frase de Claretíe— consagran la historia, al revelar el colorido de una época y al descubrirnos sus figuras animadas, flagrantes, vivas; que la con te,¡iplación detenida de un viejo monumento en ciende sí admiraciones; mas, cuando junto a sus b e lle z a s sentimos palpitar el aliento perenne de gestas y hombres venerables, la admiración se hace cariño, y el deleite devoción. Esa mansión señorial bajo cuya recia porta da cruzaran figuras que dejaron su huella en los caminos del recuerdo; aquel enorme torreón des de el cual se ventilaron discordias de familias li najudas; ese rincón solitario que poblaron anta ño los pasos viriles de caballeros de gorguera y tizona, o que animaron las risas venturosas de enamoradas doncellas; estotra severa estancia en la que resonó la voz imperativa de monarcas y magnates; aquellas columnas cuyos finos ner vios se impregnaron del silencio augusto de las naves sacras; el facistol que recogió el canto gregoriano de gargantas castellanas; esos túmu los de bronce y mármol que guardan el polvo impalpable de personas egregias; este libro de —
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horas en cuyas ilustraciones parecen reflejarse todavía las alegrías benditas de ojos en éxtasis; esos lienzos y esculturas que plasmaron, para genera! deleite, una chispa del genio; este rin cón aldeano en fin, donde la tradición perdura en costumbres, fiestas, habla y vestidos; todo ello vale y admira y enamora, más aún que por lo que hoy es, por lo que en el pasado represen ta, por el rancio gusto y el sabroso prestigio que en el ayer tuvo. Veamos, lector amigo, si hemos logrrado re coger unas briznas siquiera de ese viejo aroma en las páginas que siguen.
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Ruta evocadora.
s, de fijo, nuestra provincia uno de los so lares de más valiosa y sugerente riqueza monumental y artística; vibran en sus viejas vi llas y ciudades, como en parte alguna, las voces elocuentes de una casta hidalga, aventurera, lu chadora y mística. Señorial y procer en las típicas mansiones de Cáceres, Plssencia y Trujillo; díscola y gue rrera en las almenas y murallas de Plasencia, de Coria y de M'ontánchez; devota, recogida y mís tica en Alcántara, en Yusfe y Guadalupe, ofrece en el peregrinar de estos lugares todo un rico emocionado de fervores altos y sentires hondos. Y con todo, su tesoro artístico y sus valores históricos yacen, por indiferencia y apatía de los naturales, en vergonzoso olvido y total aparta miento de las rutas del turismo mundial. Así ha podido decir L. Bello, con referencia a la capi tal de la provincia: « P a ra d em ostra r su p ru dencia y e l despego que siente p o r cu alqu ie r género de ostentación, basta sá be r que la jo y a a rq u ite ctó n ica más curiosa, la gua rd a b a jo tie-
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rra : es ¡a cisterna d el P a la c io de ¡as Veletas. Y m ientras la s demás ciudades h is tó ric a s se esfuerzan p o r a tra e r a l fo ra ste ro , a l e xtranje ro , le buscan, le p reparan cóm odo a lo jam ie n to, Cáceres prefiere v iv ir sola, s in la m o lestia d el tu ris ta ». Parece como si esta tierra, genitora antaño de conquistadores y descubridores— luego de verter generosa las esencias y energías de su ser en la gesta de Indias—hubiérase re cluido, cansada y humilde, en su propio terrón, para soñar grandezas pasadas y vivir realida des austeras. Mas tanto se aisla y recata, que al sonar la hora del anhelado encuentro, se hace preciso descubriría a los hermanos de allende el mar, mostrándoles el arca bienoliente de sus tradiciones y ofreciéndoles el relicario inagota ble de su tesoro artístico. Abierta así el aima de aquellos hijos de la casta a las efusiones de una admiración cons ciente, y remozada en su raigambre la afinidad de sangre y de espíritu, su cariño a la madre to mará de fijo gestos de devoción, al contemplar la en la propia cuna de los cachorros de la con quista. Fué esta provincia punto de enlace y campo de choque de cuantos pueblos ocuparon la Pe nínsula, y esta circunstancia la fué sembrando de fortalezas y monumentos que pregonan el toj i o dinámico, de lucha intensa y constante de su historia. Por aquí desfilan, en sus afanes de conquista y dominio, ios romanos, los visigodos, ios ára—
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bes. Aquí viven contiendas y señoríos, fiestas y torneos, bizarrías y grandezas, aquellos magna tes que arraigan en nuestro solar el de su alcur nia; Ovandos y Ulloas, Golfines y Soh's, Giles y Sandes, Monroyes y Almaraces, Zúñigas, Bejaranos, Hinojosas, Pizarras, Orellanas, Chaves y Altamiranos. Nuestras viejas urbes son un día cuartel y alojamiento de aquella Isabel la Gran de que encuentra en la «fieldad» de nuestros ] abuelos estímulo y base para llevar a cabo sus altos destinos. De aquí vuelan a la conquista americana, con sed bendita de encumbramiento y gloria, paladines recios que, iuego de rendir allá su esfuerzo con provecho y honra, vuelven al solar de su cuna, para ostentar el caudal allí ] adquirido en estos palacios que son hoy deleite gustoso y testimonio perenne de grandezas. En un apartado monasterio extremeño viene a hun dir su omnipotente majestad Carlos V. el Em perador. * Y todo este aluvión de civilizaciones y raros y sugerenfes motivos que los siglos van deposi tando en nuestro suelo, perdura y revive al con juro evocador de estos monumentos, fortalezas y mansiones que, en las páginas de oro de sus piedras, ofrecen escrita la letanía sagrada de he chos que enseñan y cosas que admiran. Acompáñame, lector amigo, en esta breve excursión por los lugares de la tierra cacereña, que son a un tiempo joyero de arte y relicario de historia: Cáceres, Alcántara, Coria, Plasencia, Yuste, Trujillo, Guadalupe... Que, aún siendo —
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He ahí, Cáceres, la vieja urbe caballeresca y guerrera cuya silueta es, desde aquí, la de un ¡ soberbio castillo en cuya traza se aunaran ia re ciedumbre, ¡a austeridad y 1a gallardía. Apiñados en el cogollo de esa colina, coro-i nándola con rancios prestigios, mira los rec/os m uros de la Casa de las Veletas, lo s cuadra dos y esbeltos torreones de esas casas de los ' Ulloas y Golfines de Arriba, ia torre de las Ci-j güeñas, en mal hora restaurada, la torre de San Mateo.....Símbolos aquellos de victorias y am-; bidones humanas: pregonera ésta de triunfo más alto y duradero— e! de la Cruz sobre la me dia luna,— como erguida que está sobre la pri-j mitiva mezquita de ios moros cacereños: Al gra-, ve ceño delMuecín, llamando a los creyentes] con voz de fanatismo, ha reemplazado en élla el gesto picardihuelo del monaguillo que, bajo la boca enorme de sus campanas, asoma la dimi nuta cabecita, para sentirse grande una vez si-] quiera, en ia pasajera elevación de sus humildes menesteres. Como guardián anhelante de tesoros tales, apretújase y derrama, por sobre las faldas de la, loma en que palpita y resplandece el corazón y el cetro de la antigua villa, el caserío moderno, inexpresivo, incoloro, separado de aquéllos por un abismo en el espacio y en e! tiempo. Ya el beso postrero del oro cuajado del cre púsculo va suavizando las luces de otrora que en sus piedras se encendían; ya las sombras que avanzan posan en ellas su silencio... Dijé-
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respetada en su reciedumbre austera, en su se rena gracia. Apenas hemos traspuesto el Arco de Santa Ana, nos encontramos como por ma ravilla y obra de encantamiento en un mundo totalmente distinto, por su silencio augusto, del afanoso, movido y ruidoso que acabamos de dejar. E s que hemos entrado de repente en un antiguo burgo que, casi intacto en su secular apartamiento, guarda en su seno puras esen cias de tradición, y añejos perfumes, que, flo tando en el aire o asidos a sus piedras, parecen mantener sones y charlas de otra edad. Hacia cualquier punto que mires y por do quiera vages, puedes soñar, seguro de que na da ni nadie romperá íu sueño. No hallarás de fijo nada desmesurado, no descubrirás motivos y cosas de grandiosidad asombrosa; pero do quiera mires, encontrarás un patio, una portada, un balcón, un simple detalle ornamental que, fundiendo la gracia de su expresión en la aus teridad severa y recia del conjunto, determina rán esa leve e imprecisa sacudida que inicia y despierta el placer de la emoción estética. Mira ese rincón frontero donde aparecen los fuertes y enormes modillones de la casa de Adanero; (F .° 4.a) ¿no te parece vislumbrar la silueta al tiva de un caballero de antaño,, atravesando el portón de la casona solariega? Los ojos reco gen aquí tales tonalidades de estampa vieja, y el alma se baña en verdad tan sabrosa, que nos han sumergido de lleno en el espíritu del pasa do, como si el tiempo, al llegar a estos lugares, —
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rase ahora que la ciudad descansa en el reman so de su eternidad.
Las dos ciudades Ninguna otra urbe, acaso, de las que en E s paña ofrecen al visitante viejos tesoros y evoca doras sugestiones, tiene como Cáceres, la parti cularidad notable de presentarle en su recinto dos ciudades perfectamente distintas y separa das: la nueva y la vieja. Toledo, Salamanca, Burgos, Zamora, exhi ben con legítimo orgullo monumentos de sabro so y rancio prestigio; pero junto a ellos y en el área misma de su perspectiva, no no dejan de ofrecerse edificios y casucas modernas que manchan la pureza de la emoción bella, y rom pen el hilo de la ilusión evocadora. Cáceres, por el contrario, ofrece el caso úni co de tener perfectamente deslindadas la parte antigua y la moderna. Hay pues en ella dos ciu dades. Atravesemos aprisa esta parte moderna de 1a entrada de la ciudad, (F .° 5.a) que poco a poco se va remozando con modernas construc ciones— no siempre del mejor gusto— y a la que todavía avergüenza, alguna que otra casuca mí sera y sucia, que una más diligente policía ur bana debiera hacer desaparecer. Subamos a la ciudad vieja que allá en la cresta de la colina se mantiene, dichosamente —
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se hubiera remansado para nosotros en la eter nidad de un ayer perenne, quieto, inmutable. Pero, vuelve tu vista hacia estos murallones, (F .° 5.a) descarnados, desnudos a trechos, en muchos de los cuales, y en su arranque es pecialmente, se ven trozos de sillería granítica romana y sillares aprovechados en posteriores reconstrucciones, que muestran la osamenta ve nerable de tiempos remotísimos; en ellos podrás vislumbrar los orígenes de la villa.....
Antigüedad de Cáceres o son muchos ni deslumbrantes de fijo, los X - C testimonios que hoy restan de la lejana N o rb a C aesarina. Tai fué, según descubrió y comprobó el sabio profesor alemán Emilio Hübner, el nombre de nuestra ciudad en aquellos tiempos en que, como colonia romana, compar tía con Emérita, Metellinum, Pax Julia y Sealabis, el gobierno de la Lusitania, siendo una de las más antiguas entre aquellas, como lo revela el cognombre de C aesarina, que obtuvo sin duda de César. Mira esas vetustas torres, la Desmochada, (F .° 6) la del Horno, la del Bujaco, !a de la Yerba, (F .° 7) supervivientes, con revoques y reparos, de aquellas treinta y tantas que ce :o~ naban las murallas de la vieja N o rb a , y entre las cuales nos es grato reconstruir imaginaria mente aquellos templos, foro, estatuas y aras, baños y acueductos que frecuentaran y disfru taran como ediles, questores, dumviros y angures, los Albanios y Rufos, Erennios, Cornelios
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y Celsos, vastagos de ilustres familias romanas que por aquí desfilaron? Marcado carácter romano descubriremos también en el llamado A rc o de! C ris to ,{F .° 8) ve tusta puerta de la villa, junto a la cual se perci be el arranque de urna de las dos torres (la de la izquierda) que la flanqueaban en aquellos días. Son así mismo restos epigráficos y artísti cos de tan remotos tiempos, que en la visita por la vieja ciudad podremos ir apreciando^ diver sas aras y lápidas sepulcrales que aparecen en las Casas de Camarena, de Adanero, de Roda, de las Veletas, y en el Museo provincial, o la estatua femenil de mármol que se conserva en el patio de la casa de Mayoralgo (a la que se ha sobrepuesto horrible y deforme cabeza), obra de exquisito arre y admirable ejecución, visibles en la túnica finamente plegada y en el manto que, acusando elegantes formas, la en vuelven: así como la estatua que aparece en el templete de la Torre del Reloj en la Plaza M a yor, vestida también con túnica y manto que le cubre cabeza y espalda, y que según el señor Mélida representa el Genio de la Abundan cia, o el de la Colonia Norba.
Campamento romano En sucesivas excavaciones realizadas desde 1901, el profesor alemán Dr. Adolfo Sohulíen ha logrado descubrir y estudiar detenidamente el
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campamento romano que ocuparon en Cáceres el viejo (a unos tres kilómetros de la ciudad) las tropas de Quinto Cecilio Metelo durante la gue rra con Serterio, y data según Sohulíen, de! año 79 (a. de Jesucristo). Tiene este campamento un gran interés histó rico, porque está como lo dejaron sus destruc tores, ai tener que huir de él Metelo; y los obje tos encontrados al excavarlo, pertenecen sin du da a la época de la Roma republicana (años 79 a 77 a. de C .) Tiene también otras particulari dades que le hacen único entre los campamen tos romanos descubiertos hasta hoy. E l campo fortificado, de forma rectangular oblonga, mide una superficie de 2,4 hectáreas; la muralla tiene cerca de 4 metros de anchura; sus puertas como en todos ios campamentos roma nos eran seis: la P re to ria , D ecuriana, Q uinta nas, (dexíra y siniestra) y las P ric ip a lis (tam bién dexíra y siniestra). En su recinto, especialmente en la calle Quin tana, ha hecho el profesor Sohulíen interesantes hallazgos en la primera excavación. A más-de las tabernas o tiendas de los mercaderes grie gos y sirios que seguían ai ejérciío, se ha des cubierto un templo de planta rectangular con dos estancias y un pórtico; la planta de un edi ficio que se juzga fuera un baño de oficiales; también se han descubierto, pero en peor estado, partes del Pretorio, (F .° 9.a) y mulíiíud de restos de ánforas, cerámica muy variada, monedas de bronce aunque mal conservadas, algunas armas —
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y multitud de fíbuias, pesas de íelar y otros objetos; molinos de mano, lucernas o candiles de barro muy perfectos y enteros casi todos, va sos y ungüéntanos alguno de vidrios de colores, y el mango de bronce de un espejito de mano. Pero el hallazgo más notable fué un a ra o altarcito encontrado en el templo de los mercade res, de barro cocido y factura helénica, con va rias cabezas de los dioses Serapis y Helios. En nuevas excavaciones realizadas en 1928, Sohulfen ha logrado descubrir los cuarteles de los soldados de Metelo más inmediatos a la «Vía p inclpalis», cuarteles en ios que se ven ¡as hab¡¡aciones de los soldados (contubernia), agru padas por «decurias», una de las dos grandes co i rs Transversales que dividían los campamen tos y un grupo de edificaciones que, según el ex cavador, eran las habitaciones de los tribunos y oficiales con un patio central, sus cámaras y sus cuadras. Y sobre todo hizo Sohulfen en esta ocasión un hallazgo importantísimo, el del em plazamiento de la « P o rta p re to ria na*, (F .° 10) admirablemente precisado. Los objetos hallados en estas excavaciones pueden admirarse en el Museo provincial de Cáceres, al que han ido así a enriquecer con visos de singular interés.
La Edad ñedia en Cáceres
ero dejemos noticias e hipótesis de histoM riadores acerca de tiempos en que los do cumentos palpables y testimonios vivos esca sean, para ir a contemplar el pasado de la ciu dad, por nuestros propios ojos, en monumentos y lugares de sugestiva y deslumbradora evo cación. Escucha el timbre y resonancia que nuestros pasos tienen en el silencio augusto de estas ca lles solitarias: (F .° 11) Amortigüémoslos, y con el alma empapada de estas esencias del ayer, avancemos quedo por la calle de los Condes y la plazuela de San Mateo, (F .° 12) para situar nos en la P la z a de las Veletas pleno foco de evocación de la vieja C azires de los mahome tanos. No se ocultó a los árabes la importancia es tratégica de nuestra ciudad que, ocupada pron to por los bereberes, y rebautizada acaso con el —
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nombre de AJ-cézares, por las mansiones forti ficadas que tuvo, fue para ellos poderoso centro de resistencia y iucha, ya contra los cristianos afanosos de reconquistarla, ya en apoyo de las ambiciones de jefecillos moros contra emires y califas. No es pues extraño que el geógrafo ára be El Edrisi, al describirla diga «a///es donde se reúnen p a ra d evastar y e sto rb a r e i paso de ¡os cristia n o s , y confirmando esta sanción de fortaleza, nuestro «Tudense» la llama «oppidum fo rtísim u m b arb a ro ru m » . Fortaleza tal, villa tan estratégica y bien si tuada, requería residencia adecuada y digna para el jefe. Y en efecto, reconstruidas las mu rallas,— en cuyo aspecto y traza predomina el carácter árabe, sobre todo en e! trozo N. que dominando las casas de ia plaza sube hacia el O., y algunas de sus torres, como la Desmocha da y la Redonda— los árabes allá por el siglo XII, levantan en esta parte más alta de la ciudad, y para morada de su rey A lh á-el-G a m í, un A lc á z a r que debió ser suntuoso y amplísimo, toda vez que abarcaba ei perímetro íntegro de esta plaza con los edificios inmediatos, luego levan tados sobre las ruinas de aquella mansión. Resto casi único, pero precioso de aquél A l cázar,—cuyos recios muros hubieron de rendir se un día, no a su propia pesadumbre, sino a las torpes iras de los hombres,— es el interesan tísimo aljibe que vamos a contemplar. (F .° 15). He aquí, bajo el suelo del patio de la señorial mansión, el depósito de agua potable que el —
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viejo alarife moro practicara en la oquedad del peñasco sobre e! que se levantaba el Alcázar; en la penumbra de! lugar divísase «un recinto rectangular, dividido en cinco naves, separadas por cuatro arquerías paralelas, de a cuatro arcos de herradura y cubiertas por bóvedas de medio cañón, sobre columnas monoliías de granito, foscanas, con capitel y basa de una moldura o toro». (1) E s este Aljibe cacereño, según el citado se ñor Mélida, ejemplar curiosísimo entre las cons trucciones de su clase, pues ofrece singularida des notables, cuales son e¡ mayor número de co lumnas y naves que los demás aljibes hispano árabes, y 1a de que, por contraste con aquellos, sus arcos son de herradura. Con sus.murallas construidas y bien torrea das su magnífico Alcázar y su depósito de agua potable, elemento tan esencial en toda fortaleza, y nunca muy abundante en nuestra ciudad, estos moros cacereños, bravios y fanáticos, se defien den bien de las acometidas reconquistadoras de los reyes cristianos. Allá por el otoño de 1169, Fernando II de León ha logrado, por fin, hacer la suya; y uno de los magnates, el señor de Fuenteencalada funda, en la villa recien tomada, la Orden militar de los Caballeros o fratres de Cáceres que, tomando por insignia una cruz ro-
(1) Mélida.--«Catálogo monumental de España. Pro vincia de Cáceres*—Tomo 1.°, pág 235. —
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ja en forma de espada, asientan su iglesia y con- j vento en la actúa! parroquia de Santiago. (1) Poco tiempo dura en la villa el dominio de la Orden i Los ar abes no cejan en sus afanes de j reconquista, y tres años más tarde, en Septiem bre de 1172, los almohades le ponen sitio; brio- j sámente la defienden Sos cristianos mandados por cuarenta fratres cacereños; pero ante la ava lancha formidable del enemigo, tienen que reple garse, haciendo baluarte último de su resisten-1 cia esa torre cuadrada de la actual Plaza Mayor, donde el jefe de las huestes moras. Abu-Jacob, logra entrar tres enconada lucha, el 10 de Marzo j de 1175, y haciendo prisioneros a los fratres ca- 1 pitanes de la viril defensa, los manda degollar. 1 Aún puedes ver escrita esta página de he-fl roismo, curioso viajero, en esa enorme torre de j cuadrada planta y traza esbelta que, desde en- i tonces ¡lama la tradición del «Bujaco», F . ° (14) | en triste recuerdo del cruel jefe almohade (Abu- 1 Jacob), y que todavía se yergue orgullosa de tan 1 ejemplares hechos en el lienzo sur de nuestra J Plaza Mayor, con sus cuadradas almenas coro- 9 nadas por pirámides, su matacán, su pequeña j tribuna con el blasón de los Rivera, esculpido i dentro de una guirnalda, y en lo alto, su temple- 1 te sirviendo de marco a la marmórea estatua del i Genio de la Abundancia (de Ceres según otros) i
(1> Más adelante, en e! lugar oportuno, examinaremos este interesante monumento. —
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hallada un día en los cercanos campos del Salor. Perdona la digresión, visitante amigo, y volvamos a forjar viejos y gustosos sueños, en este mismo rincón solariego del dormido Alcá zar moro.
La ¡reconquista definitiva de Cáceres En diversas ocasiones la villa ha sido al ternativamente dominada por cristianos y mo ros. En poder de éstos se encuentra cuando Al fonso IX de León se decide a hacerla suya de finitivamente. Corre ya la primavera de! año 1229, cuando el rey leonés, encariñado en tér minos obsesionantes con la empresa, viene a dirigir personalmente el sitio, y mandando sus propias huestes y las que, para el mismo fin, le enviara su hijo Fernando e! Santo a !as órdenes del Comendador Ruy González de Valverde, emplaza sus reales en ese cerro de San Marcos frontero de! Alcázar. Trajín afanoso de avituallamiento y defensa nótase en la lujosa mansión; a !as galas deslum brantes de sus fiestas reemplaza un visible tono de apresto anhelante para la lucha que se aveci na. Parece ser, sin embargo, que el rey leonés quiere evitar ¡a efusión de sangre, !o que intenta enviando a! Alcaide moro una embajada que le —
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intima a la rendición. La intentona pacífica no ha tenido resultado. Y aquí surge, lector amigo, la flor de úna tradición que embalsama con su aroma estos rincones sugeridores, poniendo tonalidades gus tosas en c! viejo cuadro de la reconquista de Cáceres, (1) Durante la breve estancia en el A l cázar, de ios emisarios de Alfonso IX, uno de ellos, mozo apuesto, ha logrado ver a la hermo sa hija del Caid, y ia fugaz aparición ha basta do a encender en ambos la chispa del amor. Entrevistas y charlas frecuentes junto a esa puertecilla medio oculta de la Torre de los Po zos, en donde venía a desembocar subterránea galería que arrancaba del jardín del Alcázar, van avivando más y más aquella mutua pasión, has ta hacer al joven caballero dueño y señor de la voluntad de su dama. Pero sus nocturnas ausencias han sido nota das en el campamento cristiano, y cuando, co nocidas por el Rey, éste io ha llamado para pe dirle explicación de su conducía, el enamorado soldado descubre a su monarca y jefe la finali dad última de su amorosa aventura, que no es otra sino facilitar con ella la inmediata recon quista de la villa. Y así fué en efecto. La enamorada doncella, en la irreflexión ciega de su pasión, entrega a su amante cierto día las llaves de aquella puerta de (1) P. Hurtado —«Castillos, Torres y Casas fuertes de la provincia de Cáceres». —
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la galería subterránea. Sirviéndose de ellas una madrugada, el caballero amante de la hermosa agarena al frente de una compañía de soldados escogidos, penetra hasta el jardín del Alcázar, en tanto que el grueso de las huestes cristianas, para distraer ia atención y las fuerzas de los moros, les acometen por la puerta de Coria, desde entonces llamada del S o c o rro , E l des aliento de la sorpresa permite pronto al bravo capitán apoderarse de la residencia del Kaid, y arrojados de eila, los moros se siguen defen diendo en esta plaza y en las calles adyacentes, hasta que copados por los cristianos que suben desde la puerta de Coria, tienen que rendirse: E l sol del nuevo día'erppieza ya a bañar en luz de gloria las viejas piedras de murallas, torreo nes y palacios; por entre ellos avanza, entre abi garrado cortejo, ébrio de triunfal orgullo, AlfonIX; se ha detenido aquí, frente al Alcázar, man sión digna de su regia condición, y de ella ha hecho ya su aposento. Era esto el 25 de Abril de 1229, festividad de San Jorge. Cáceres jamás volverá a ser de moros. Las generaciones posteriores recorda rán el fausto suceso todos los años, con visos de tradicional parodia, en !as luchas que du rante ese día entablan los muchachos, dispa rándose los frutos más tempranos de la higue ra. Quiere Alfonso IX consolidar enseguida el reciente triunfo de sus armas con el aroma de la fé verdadera. Aquí frente al Alcázar hállase —
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la mezquita, y e! monarca hace que los obis pos de su séquito la consagren al culto cristia no bajo la advocación de San Mateo. Tal es el origen y primer destino de esta parroquia de San Mateo que aquí contemplamos, templo gó tico de los últimos tiempos, con recios estribos que corresponden a sus ojivas y una esbelta torre en el ángulo N. O. En su sencillo y aus tero aspecto, sólo destaca la portada de estilo plateresco, (F .° 15) con medallones que ofrecen los bustos de San Pedro y San Pablo, enmar cados entre dos columnas de orden compuesto con su entablamento, en cuyo friso resalta otro medallón con ei busto de San Mateo. Sobrio también e! interior, liene una sencilla nave y capillas con bóvedas de crucería, y repartidos por ellos, algunos sepulcros blasonados de an tiguos magnates cacereños, cual los de Ulloas y Pereros, Sandes, Saavedras y Ovandos. (F .° 16) El retablo mayor es barroco de gran des dimensiones (F .° 17.) El rey leonés entre tanto, desde esta su resi dencia del Alcázar, prepara y reglamenta el fu turo régimen y gobierno de la villa recién con quistada: Forma su Concejo con doce hombres buenos, y salvada la justificada suspicacia de hidalgos y vecinos con la seguridad de que aqué lla será siempre de la Corona, la dá su F uero, con extensísima jurisdicción; y cuidando de ase gurar el porvenir de sus hijas las infantas Doña Sancha y Doña Dulce, en perjuicio notorio de su primogénito Don Fernando, hace que e¡ nuevo
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Concejo jure solemnemente reconocerlas por he rederas al trono de León y Castilla.
Regios Cortejos Previsión estéril; años después, muerto Al fonso y resuelto el conflicto de sucesión por la diplomacia de Dona Berenguela, Fernando el Santo ocupa momentáneamente este mismo A l cázar y en él recibe las aclamaciones de lealtad y sumisión del pueblo cacereño. Alojamiento pa sajero es también esa mansión de Alfonso en el de los Partidos, así como poco después, lo es de su rebelde hijo Sancho el Bravo que, ayuda do por la poderosa familia de los Blázquez, re cibe en sus estancias la obediencia y acatamien to que viene a rendirle el Concejo de la villa. Corre ya ei año 1335 y en esíos mismos lu gares resuenan vítores de acatamiento a otro huesped regio; es Alfonso XI el del Salado, que desde el Alcázar se dirige hacia la inmediata iglesia de la Magdalena (luego también desapa recida) para presidir la ceremonia en que los C a balleros de Alcántara darán el hábito y elegirán Maestre a Don Gonzalo Martínez de Oviedo. Pero los tiempos y las afecciones regias cam bian; tres años después verán estos mismos rin cones al propio Alfonso, ahora ceñudo y coléri co, encaminándose hacia esa misma iglesia pa ra hacer destituir de su flamante Maestrazgo a
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Martínez de Oviedo, que será enseguida dego llado en Valencia de Alcántara, por rencorosas sugestiones de la regia favorita Doña Leonor de Guzmán. Tristes días dará también a Cáceres su de generado vástago Pedro I; en sus contiendas con e¡ de Trasíamara, la villa se ha dividido en bandos: capitanea el contrario a! Rey la opulen ta y prestigiosa familia de los Gil, uno de cuyos deudos tiene la Alcaidía del Alcázar que ha reci bido «en fieldad» de ambos rivales, previo jura mento de que no ha de entregarlo sino a aquel a quien los dos señalen de perfecto acuerdo. Pero Gómez Telio ha traído desde Sevilla a Pedro I, y presentándose ambos en el Alcázar han inti midado ai Alcaide que se io entregue; ios Gil han respondido con entereza: «No p o d é is fa z e r ta l cosa, n i vos soys p arte p a ra tom aros el A l cazar, p orqu e estamos obligados a c u m p lir con la co n d ic ió n conque lo tenemos». El Rey, por to da réplica, lleno de cólera, les manda cortar la cabeza, y sobre las torres del palacio ha queda do flotando, como girón sangriento, el torvo re cuerdo del monarca de las crueles veleidades. Mas no apartes tus ojos de estos lugares, v i sitante amigo, ante el sanguinario recuerdo; aguza por el contrario la intensidad de tu visión para contemplar un curioso y ejemplar cuadro de época. Mira cómo avanza por la amplia plazoleta, rodeado de brillantísimo cortejo, aquel Juan II de Castilla que, en frase de Pérez de Guzmán, n i —
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antes n i después de m uerto e l Condestable, h i zo acto alguno de v irtu d y fo rta le za en que m ostrase s e r hom bre . Pero observa que es tán desiertas las calles, no hay un solo curioso, frialdad y silencio por doquiera. E s que, violan do los Fueros de la viila y contrariando los de seos de sus naturales, el débil Rey viene a con firmar a su hijo el descontento príncipe Enrique, como señor y dueño de aquélla. . ^Ya ha penetrado el regio séquito en >1 Alcá zar; a él van acudiendo, por orden del monarca, caballeros, escuderos, y hombres buenos del Concejo. He ahí en una de las amplias estancias el vistoso conjunto. Reclinado en magnifico es cabel, Juan I!, el de hom bros a lto s ... bla nca y ru b ia la c o lo r y ... h a b la arre b ata da aparece preocupado ante el grave problema de jurisdic ción y fuero que se ie plantea. Junto a él, don Alvaro d¿ Luna, el encumbrado favorito y pode roso Condestable— menudo de cuerpo y rostro, con aire y tonos de paje imberbe, pero sagaz y cauteloso— escruta el concurso con sus ojillos penetrantes, y su soberbia imperadora parece achicarse ante el gesto viril de los hidalgos cacereños. Detrás numerosos dignatarios y cortesa nos de esos que jamás dicen la verdad al Rey, porque ni ellos la conocen, ni él quiere oiría; acaso anden entre éstos los regios amigos y fa mosos poetas Santillana y Mena; mas, como no es precisamente un torneo de acrósticos, labe rintos y letrillas lo que aquí aguarda decisión y —
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juicio, no es raro que se nos esfume la probable presencia de tan peregrinos ingenios. Juan II, con su hablar «a rre b ata do », es de cir, tartajeante, trata de explicar a los presenles el carácter y límites de la donación de !a villa hecha poco antes a favor de su hijo el príncipe heredero, a quien ordena que reciban por legíti mo señor, y en nombre suyo, a su representante el bachiller Caraveo (Pedro González). Los del Concejo le han hecho respetuosas y prudentes advertencias, suplicándole mande ver sus fueros y cartas:—«Los conozco, replica don Juan, y respetándolos, porque la merced hecha a mi heredero y primogénito es corno si la hicie ra a mí mismo, yo os mando que acatéis por vuestro señor a don Enrique.»— Ha seguido en la estancia un silencio embarazoso y elocuente, y el Rey muy contrariado, para dar fin a situa ción tan violenta, vuélvese hacia el valido y Con destable que sostiene los Sanios Evangelios, y tendiendo su mano sobre ellos, jura tres veces por ellos, por el nombre de Dios y la señai de la Cruz, que mandará examinar los privilegios de la villa, y someter su donación a lo que del examen resulte. Por una vez triunfaba, entre los muros de aquella mansión, la entereza viril y razonable del pueblo sobre caprichos reales atentatorios a sus fueros..... Ya está en el trono castellano el impotente vásíago de Juan I¡, Enrique IV. La cosa pública va de mal en peor; en su infeliz ineptitud, pos-
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lerga hombres o encumbra hombrecillos según las veleidades de su torpe gusto. En la insospe chada y fortuita lotería de regias mercedes, le acaba de caer el gracioso premio a un segundón cacereño de alcurnia, Gómez de Solís, que al lu cir con gala su destreza en una corrida de toros ante el propio Rey, se ha conquistado su gracia en tales términos que pronto se ve encumbrado al maestrazgo de la Orden de Caballeros de Al cántara. A su amparo van medrando todos sus deudos y allegados; una hermana suya va a ca sarse en la villa con un opulento hidalgo trujillano, Francisco de Hinojosa. Pero trasladémosnos, lector amigo, a sitio más propicio para contemplar a la luz de viejas piedras ios hechos que ellas presenciaron. E s el día en que ha de celebrarse tan encopetado en lace, y con ocasión semejante la villa arde en fiestas y popular holgorio. Han acudido de diver sas partes, caballeros, linajudas damas y mag nates; y entre éstos, ha venido el famoso Clave ro de la Orden alcantarina, Alonso de Monroy, lan querido de! Maestre «cuanto odiado por los hermanos de éste y por el novio, quienes traman en la ocasión sangriento complot contra el C la vero. ( F . ° 18) Mira como ocupan damas y señores ese ar co que dá paso a la muralla desde el palacio de los Solís (el jardín de la acrual casa de Mayoraigo); ahí aparecen el Maestre Solís, su noble madre, la desposada y numerosos linajudos in vitados, dispuestos ya para presenciar las jus-
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tas que van a comenzar aquí, en la Plaza M a yor. En su recinto, alrededor del palenque, con grégase multitud inmensa cuyo griterío y aplau sos sancionan la destreza de algunos caballeros. Pero los vítores se redoblan y llegan al fre nesí, cuando el Clavero Monroy, pidiendo una lanz^ gineta en vez de varilla, y afirmándose en su caballo, la arroja unos codos por cima de los tableros de enfrente. Ha comenzado el juego de cañas; el novio, Hinojosa, busca al Clavero y le arroja una tras otra tres cañas, la última de las cuales le ha rozado la mejilla; entonces Moriroy, <convencido de que H in o jo sa tira b a m a l y con ru in intención, s a lió tras é l y d ió le con una vara en e l arco p o stre ro de la adarga y pasando adelante, dióle en e l casco, a b o llá n doselo e h irié n do le en la cabeza. A tu rd id o p o r e l fjolpe, que fué recio y co ra jud o , H in o jo s a se desplom ó d el caballo, p riv a d o de co no ci m iento y acom pañado de un g rito unánim e a el concurso. Los cria d os d e l h erido acudie ro n a enterarse de su estado, y e l vulgo, ig n o ra n do la ra zó n que a sistía a l C la ve ro p ara h a b e r tra ta d o a s í a l n ovio, g rita b a : — «M u e ra , m uera e l C la ve ro que m ató a H in o jo s a sin p o r qué. > (!) Caballeros armados que han salido del paia(1) P. Hurtado.-«Castillos, Torres y Casas fuertes de la Provincia de Cáceres».-2.a edición-pág. 88 (Basado en relatos y testimonios de Fr. A 'onso Fernández, Alonso Maldonado, Torres Tapia, Barrantes y otros.)
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ció de la madre del Maestre logran prender al Clavero Monroy, que marcha custodiado a la fortaleza de Alcántara. E l concurso retírase consternado, vislumbrando funestos augurios, en aquellas fiestas que, empezando con destre zas y bizarrías han terminado en sangre y duelo. Ha sobrevenido en efecto una escisión la mentable en el seno de la Orden alcantarina, cu yos caballeros toman partido unos por el Maes tre D. Gómez, otros por el Clavero Mo iroy. Al mismo tiempo, los caballeros y magnates cacereños, haciéndose eco de la conjuración contra el desdichado Enrique IV y de la reciente procla mación en Avila de su hermano el infante D. A l fonso, han separado sus devociones monárqui cas en dos bandos: e l de a rrib a que defiende al Rey y e l de a ba jo que apoya al rebelde Infante. Torres y Ulloas en aquél, Solises y Ovandos en éste, secundados por parientes y amigos, hacen hervir en diarias luchas estas calles y plazue las, y desde los torreones de estas casonas vue lan sin tregua saetas portadoras de ciego en cono. Todavía podemos recoger en la pátina de sus piedras los viejos sones de aquellos tiempos. Contempla la suntuosa morada de los Ulloa, también llamada «C asa d e l C om endador», de severa fachada renacentista, en cuyo extremo sur se yergue altísima torre cuadrada que, entre reminiscencias mudéjares y góticas, presenta es cudos de armas con ¡os blasones de Ulloas y Espaderos. He ahí, más abajo, entre la calle — 57 —
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Ancha y la Puerta de Mérida, esa otra enorme « T o rre de lo s Sánchez de P aredes», (F .° 19) vestigio también elocuente de aquellos días de enconadas luchas. Cerca de ella y adosada a la muralla, muy retocada recientemente por la Di putación provincial para convertirla en Colegio de niñas huérfanas, hállase la «Casa de lo s P e reros, ( F .° 20) que el vulgo llama «de ios P e rros, viejo solar de la familia de aquellos dos hermanos que fundaron la Orden de caballería de Alcántara. E l vestigio más interesante, auncne ya retocado, que atesora, es un pequeño y ! ecioso patio, con arcadas sostenidas por es1)j!í 's columnas jónicas de capiteles y escudos c : armas. Pero subamos nuevamante hacia el cogollo de la ciudad vieja, que en sus casonas hallare mos el ambiente más interesante y evocador de tales días. Acaba de desaparecer bajo la torpe fu ria de aquellos hombres ese Alcázar por el qne hasta hace poco hemos visto desfilar figuras egregias. Lo guardaba últimamente el linaje es clarecido de los Torres defensores de ios dere chos del Rey legítimo, Enrique IV; pero el Maes- i tre de Alcántara D. Gómez de Solís, ha venido j a la villa en 1464 y derrotando a sus guardia-1 nes, ha hecho reducir a escombros la hermosa I mansión, hundiendo así en el polvo del olvido j aquel relicario de gloriosos hechos. No tardará ¡ | mucho en llenarse su vacío con una nueva mo rada. E l propio Enrique ¡V, poco antes de morir, ^
otorgará licencia a su fiel amigo Diego Gómez de Torres para edificar sus casas en el viejo so lar, respetando sólo e¡ antiquísimo derecho del vecindario a surtirse de agua en el aljibe moro. La nueva mansión que debió reedificar Vasco de Ulloa, a juzgar por una lápida existente en su patio que dice, traducida: «Este antiguo A lc á z a r regio de lo s rnoros en lo pasado fué co nquis tado p o r e l P e y A lfo n so . Term inadas a l fin las guerras y pasado algún tiem po, p o r obra de U lloa, s u rg ió de sus ru in a s esta herm osa ca sa ». será esta <Casa d é la s Veletas» (F .° 21) que hoy contemplamos. Reparada más tarde por jorge de Quiñones, se nos ofrece con su senci lla traza y fachada corriente en la que destacan, entre los paños de sus balcones, grandes escu dos con los blasones de sus antiguos dueños entre adornos barrocos. Más interesante y su gestivo se hace el palacio al contemplarlo por su lado S u r donde los recios muros, el jardín que ios rodea y la desnuda palmera que en él se eleva, parecen dar alas a la fantasía para tejer sueños y renovar sabrosas tradiciones. He aquí también la Casa y T orre de la Cigüeña, (F .° 22) así mismo levantada sobre las ruinas del Alcázar para servir de residencia a una de las ramas del linaje de los Ovandos, la de los Cáceres Ovando, y única excepción en las Ordenanzas de Isabel la Católica, que nos permite contemplar aún esa altísima torre cuadrada con pequeñas ventanas en arco es carzano, preciosa ventana gemela en el lado
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N., cornisas voladas sobre canecillos y coro na con almenas que anfes fueron escalonadas y hoy son cuadradas. Más aüá, elevándose por sobre los muros de la casa de los Vizcondes de Roda, la T orre de lo s P la ta s muestra su esbeltez mudéjar, adorna sus muros con ¡indas ventanas gemelas y ostenta su matacán arriba. Y hemos venido a dar, curioso amigo, en uno de los rincones más deliciosos y sugereníes que conserva la villa antigua, relicario au gusto que nos baña en su soledad elocuente y en su silencio. E s esta vieja estampa que vivi mos entre ios recios estribos de San Maleo, la C asa de! S o l y ia de! A g u ila . Esta es ia Casa d e l S o l, ( F .° 25) la morada solariega del linaje de los Solís cuyo origen se remonta a los pri meros dias de la Reconquista. Su severa facha da muestra, sobre ¡3 pesada puerta en arco de medio punto, e! escudo de la noble familia inte grado por un sol y ocho cabezas de lobo mor diendo oíros tamos de sus rayos, y encima ca balleresco yelmo; escudo y portada están dentro de fmo arrabáa, sobre éste un ventanal y en lo alto su tambor arpiilerado. Mansión típica y de abolengo, en ella nacieron guerreros, embajado res, artistas y otros hombres eminentes cuyo re cuerdo prestigia sus estancias. Hoy la ocupan, por herencia del último Marqués de Ovando, los P P . Misioneros de ie Preciosa Sangre que tie nen su templo inmediato en la Cuesta de la Compañía en la que fué Iglesia de la Compañía
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de Jesús, cuyo exconvento ocupa hoy el Instituto de 2.a Enseñanza, teniendo ambos sus entradas por una pequeña lonja, y formando todo un am plísimo edificio, en cuyas portadas de dobles columnas v entablamento con escudo se revelan la época y estilo de su construcción q :e son del siglo XVII. Cerca de ella la Casa d e l A gu ila , mansión antaño de los Sanoe, cuya torre hicie ron desaparecer las previsiones cíe paz de Isa bel I en sus Ordenanzas, y cuyo escudo con águila hizo arrancar uno de sus dueños al ven derla; hoy lo más interesante que conserva son unas preciosas ventanas gemelas de exquisita finura. Sigamos nuestra deleitosa peregrinación por estos relicarios de ayer; mas, antes de abando nar esta plazuela de San Maleo, hemos de sua vizar con más dulces saudades la recia y brava impresión de estas casonas. Aquí, frente a la parroquia misma, ofrécese en días pasados, una hostería, en donde acaba de entrar un encopetado personaje portugués. Trátase, según ya se murmura, de un irresistible Tenorio llamado D. Juan de Mascarenhas, M ar qués de Gouveia, casado con la noble dama es pañola D.a Teiesa de Moscoso, hija de los Con des de Aifamira, y que, porhaber raptado ala lin da portuguesa D.a María de Penha da Franca, vése desterrado por su Rey. Algunos días después, el Conde ha recibido en la soledad del éxodo una visita inesperada, es la esposa ofendida, la de Moscoso, que sabiendo llorar a un tiempo el
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*I ra del Adarve, descubrimos otra de las más vie jas residencias de la nobleza cacereña, el pala cio llamado de la G enerala, primitivo solar de la opulenta familia de ios Mogollones que por enlaces matrimoniales se unió más tarde a las linajudas de Ovandos y Mayoralgos. Su facha da de vieja reciedumbre, sus blasones, su tam bor aspillerado y su plaza de armas, hoy con vertida en jardín, le daban tonos y traza de for taleza. Residencia del Alférez Mayor y primer Regidor del Concejo, esta casa y sus alrededo res eran (según nos cuenta D. Publio Hurtado, en su libro * C a s tillo s , Torres y Casas fuertes de la p ro v in c ia de Cáceres») centro de las fies tas oficiales de la villa en los días señalados; co mitivas, procesiones, saraos y banquetes en los que así participaba la nobleza como el pueblo.
dolor de la ofensa y la dulzura de perdonar, ha obtenido del Monarca licencia para acompañar a su marido. Al llegar, una sola mirada de ge- . nerosa alteza ha bastado a reconciliarlos; y allá dentro, en el pobre aposento de la hostería cacereña, sin palabras que importunen el sosiego de 1a dicha reconquistada, la esposa y el marido han trocado, iluminados de ventura, su primer beso de destierro y de perdón... Viejas residencias de linajudos señores eran también en estos solariegos rincones la C asa de ¡os A ld an a en la parte más alta de la Cuesta de su nombre, donde moraban los señores de Lagartera, la primitiva de los Uüoa en la rinco nada que comienza la calle Ancha, la de los P a redes-Saavedra, contigua a la anterior, la de los O van d o -M o g o lló n , número 1 de la Plazuelade Santa Ana, la de los E spa d ero P iz a rro nú mero 5 de la Cuesta de Aldana. (F .° 24). Contempla ahora, lector curioso, ese palacio que aparece frente a la Plazuela de San Mateo cerrando la calle de los Condes, junto a la del Olmo; es la Casa de lo s G olfines de A rrib a , sobre la cual destaca imponente y recia la mole de su torre edificada por el señor de Casa C o r chada, García Golfín, con licencia de Fernan do V y tras de varios pleitos con sus convecinos medianeros, los Saavedra; es una típica man sión señorial, de austera fachada y sin motivos ornamentales, primitiva residencia de aquel li naje. Siguiendo la cuesta sabrosamente evocado-
Todas estas mansiones que hemos venido contemplando, han sido mudos festivos de aque llas luchas y azares que en la villa ¡han promo vido la ineptitud de Enrique IV y los odios y am biciones de aquellas linajudas familias cacereñas: Torres y Ulloas, Solises, Golfines, Ovandos. Pero muerto ya el impotente monarca, ha
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Lugares de evocación: La píaza de Santa María.-—Isabel I en Cáceres.
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surgido en la escena de la historia ia figura mag na de Isabel la Católica. Para mejor gustar la emoción evocadora y gozar la deleifosa visión de los días que a la villa prepara el advenimien to a! trono de ¡a gran Reiría, vamos a trasladar nos a esa P la zue la de Santa M aría, en cuyo ambienle palpitan todavía recuerdos veneran dos. Heia aquí, rodeada de casas linajudas, pala cios y templos en cuya contemplación brota y cuaja honda y sugeridora emoción. Al entrar en su recinto desde la Plaza, y a la derecha, encontramos la C a sa -P a la cio de lo s C ondes de M a yo ra lg o , (F .° 25) que, aun con las reformas sufridas, ofrece severa fachada de principios del siglo X V I, todavía con detalles y rasgos góticos; sobre su puerta en arco de me dio punto y amplias dovelas, se ofrecen, dentro de un arrabáalde moldura gótica sobre ménsulas, dos ventanas gemelas (convertidas en balcones durante el pasado siglo) con fino y esbelto ba quetón, y entre ellas, dentro de otras molduras de recuadro, destaca un escudo (media águila adosada a medio castillo, con yelmo sobre puesto) que es el de los Blázquez, apellido del más rancio abolengo de los moradores. Dentro y pasado el zaguán, se ofrece curioso patio cuadrado, que ¡os arqueólogos hacen datar del siglo X IV, y que estuvo clausurado de galerías con arcos en su mayor parte cegados hoy, de traza y fábrica mudéjar y capiteles góticos, Más antiguo en su primitiva traza, aunque su
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actual fachada sea también del siglo XVI, mués trase al otro iado de su entrada el P a la c io E p is copal, ( F . ° 26) único edificio al que, con el Alcá zar, reconoció fuero especial el privilegio dado a Cáceres por Alfonso IX: « P o r lo c u a l m ando que en tod o Cáceres no haya s in o dos P a la cios tan solam ente; e l uno d el Rey, e l otro d el O bispo ». (Fuero, fol. 8, col. 1.a) Y añade el señor Llabrés que dá esta referencia en la R evis ta de E xtrem ad u ra que *consta además p o r un docum ento de D. A lfo n s o e l S ab io , fechado en S e v illa ; m iércoles 2 5 de M ayo de 1261, que se concedieron a O. Fernando, O bispo de C o ria , capellán y m édico que había s id o de a q u e l M onarca, unas tiendas situ ad a s en la p la z a de S anta M a ría p a ra h a ce r la s casas episcopa les». De todo lo cual deduce el S r. Mélida que el edificio debió comenzarse a construir en el año 1261 o poco después. Mole enorme quellegapor el lado opuesíojunto a la muralla, en la puerta que hoy llamamos Arco de la Estrella, tuvo en esta estrecha calle su primitiva portada (hoy tapiada) que es góti ca, en arco bilobulado, dentro de una arcada mayor, y con el escudo de los Mendoza y Enríquez propio de D. Alonso de Mendoza, que fué Obispo de Coria en la primera mitad del siglo. La fachada principal de hoy, frontera a la Iglesia de Santa María, es obra que llevó a cabo en el último tercio del siglo XVI, D. García de Galarza, cuyo escudo aparece, dentro de una carte la y bajo un capelo, y en lo más alto de aquélla.
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Esta sencilla y desnuda fachada, que es de manipostería y sillería tiene portada de medio punto con doble arranque de dovelas y sillares almohadillados, todo ello enmarcado entre dos columnas toscanas sobre pedestales y un senci llo entablamento, que lleva en el friso la inscrip ción declaratoria del tiempo y autor de la obra; por cima de esta portada, sencillas ventanas bor deadas de sillería almohadillada y por remate el citado escudo de Galarza. Junto a esta antigua residencia de los prela dos caurienses en la villa, he ahí otra casa sola riega, (F .° 26) la de H ernando de O vando, hijo de aquel gran amigo de la Reina Católica, Diego de Cáceres Ovando, que construyó esta morada a principios del siglo XVI. S u portada es plate resca en arco de medio punto, con archivoltas planas y en las enjutas dos medallones con bus-, tos de un guerrero y una dama, todo ello encua drado por pilastras jónicas con su entablamento,] sobre el cual se yerguen dos figuras hercúleas,, y campea un gran escudo con la cruz de Santia go; ofrece además a la derecha, restos de anti gua torre con ventana gótica y escudo. Frente al Palacio episcopal, presidiendo con su sacro prestigio este solar evocador y acari ciándole con gestos de bendición, ofrécesenos la Iglesia de S anta M a ría (F .° 27). Levantada dé fijo como templo parroquial a raiz de la ReconJ quista de la villa, según parecen descubrir algu nos restos de su primitiva fábrica románica, es esencialmente una austera y sencilla construc-
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ción ojival de fines del siglo X V y comienzos der XVI. Gótica es su portada principal con finas archivolras, tímpano sin adornos y el hueco par tido por un pilar coronado por una ménsula so bre la que debió de haber una imagen. M ás sen cilla y también gótica, en cuerpo saliente con canecillos es la portada oriental; rompiendo la seca desnudez de sus muros ofrécense recios estribos y altas ventanas de medio punto, y en el ángulo N. O. elévase esbelta torre cuadrada de tres cuerpos divididos por molduras, con ventanas de medio punto y coronada por cuatro flameros; sabemos que en 1556 se acababa de construir tan hermosa mole. Más interesante y bello es el interior del tem plo, cuya planta rectangular con la adición semipoiigonal y muy curiosa de la cabecera, está dividida en tres hermosas naves, algo más alta la central que las laterales, (F .° 28) separadas por gallardos pilares cruciformes, de bases góti cas y con capiteles de simples molduras o en fajas ondulantes formando volutas. En el último tramo de la nave mayor, aparece el coro sobre un arco rebajado. ( F . ° 29). Joya que avalora singularmente el sacro recin to de! hermoso templo es el magnífico R etablo (F .° 30 y 51) del altar mayor, obra de talla y es tilo plateresco, que ocupa los tres planos de fon do del ábside central. Compónese de un zócalo y tres cuerpos más un coronamiento, estando dividido en tres partes, frente y costados, éstos con seis relieves en cada lado, repartidos de
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dos en dos, y oíros en el zócalo; los relieves es tán separados por columnillas en los cuerpos bajo y medio, y por pilastras en el último. Los relieves representan, con singular movimiento y admira- : ble traza, Misterios de la vida de la Virgen y el Señor, sobresaliendo por su buen gusto y ex presión de vida, los del «Nacimiento de la Virgen», «la Asunción», «la Concepción» y «la C ir cuncisión». En los dos extremos de la parte baja, apare cen ias figuras ecuestres de San Jorge y Santia go venciendo al diablo aquel, y a los moros éste; y por fin, en los intercolumnios de los cuerpos salientes se ofrecen las figuras de diez Apósto les con bella expresión de vida. Obra maestra de dos grandes maestros ima gineros, el flamenco Roque Balduque, (que tam bién trabajó en el retablo de la catedral de S e villa) y Guillermo Ferrán, según testimonios do cumentales que se conservan, comenzó a labrar se en el Palacio Episcopal inmediato, y según escritura otorgada a veinte de Agosto de mil quinientos cuarenta y siete, comprometiéronse ambos maestros a labrarlo según una muestra y de busto entero de borne «de fiandes todas las m olduras, caxas y todas la s m o ld uras guarne cidas excepto que toda la ym a g ine ría y b a la ustres an de se r de cedro y las m o ld uras an de s e r forra da s sobre p in o de avenos... e se de en tender que la o bra a de s e r... de a l a rte d e l ro m a n o *, S u coste se tasó en mil seiscientos du cados pagaderos en tres plazos, durante su
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construcción, que se estimó habría de durar dos años a partir de la fecha de la escritura. La obra, cuyo importe total fué de 635.650 maravedís, quedó terminada en 21 de Febrero de 1551, según consta en las cartelas que sostie nen los ángeles que rodean a la Virgen en el hueco central, y construido el zócalo de piedra quedó en el mismo año asentado el retablo por los canteros La Torre y Santiliana. Luego de detener nuestra mirada ante el cu rioso p ú lp ito g ó tic o del lado de la Epístola, bue na obra de rejería del siglo XV, que parece ser perteneció al Convento de Jesús, y de contem plar la pila bautismal, hermoso tazón semiesférico, de mármol de Extremoz allí labrada por Pe dro Gómez, que lo quedó sentado en esta iglesia en 1552, salimos de nuevo por la parte oriental a una plazuela, en cuyo frente se yergue la Casa de los G olfines (F .° 52) que, reflejando en el es pejo de oro de sus piedras la visión deleitosa de los tiempos de Isabel La Grande, nos permite rehacer, en el marco más propicio, el cuadro sugerente de sus estancias en la villa cacereña. Esbocémoslo, curioso lector, a la luz de esta emoción sugeridora que el recuerdo despierta. Son los días inmediatos a la muerte de Enrique IV. Antes deque Isabel 1.a haya logrado ver unánimente acatados sus derechos a la corona de Castilla, y cuando todavía la Beltraneja cuen ta en sus pretensiones con la ayuda del Rey por tugués y con el apoyo de nobles ambiciosos, nuestra villa en este mismo año de 1474, alza
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pendones por Isabel y Fernando. Agradecidos ¡ ellos, el 20 de Marzo de 1475, expiden en Valladolid real cédula, en la que dicen:... «seecl c ie r to s que vos quedam os p o r e llo en m ucho ca r- J g o e entendemos con rnuy buena vo lu n ta d m i r a r p o r e l bien e h o n o r desa v illa y vuestro e m antenernos en toda p a z e ju s tic ia e faseros el bien reposo e pacífico estado desa villa». (1) No se hizo esperar en efecto la prueba per- j sonal y la cumplida confirmación de tales pro mesas. Convencida Isabel de la necesidad de su presencia para apaciguar a los revoltosos seño res cacereños, se dirige a Extremadura y pasan- ; do antes por Guadalupe para rendir su devo ción a la Virgen y asesorarse de su buen conse- j jero Fr. Juan de la Puebla, y luego de haber apaciguado a los nobles trujillanos, se encamina; hacia Cáceres. i E s un hermoso día, éste del 50 de junio de 1477; tiene ya el sol extremeño lumbres de estío, y bajo su disco ardiente las piedras de estas ca sonas que nos rodean se hacen de oro. Escúchanse ya los vítores y aclamaciones de la mu chedumbre que invade las calles próximas. E s que el regio cortejo se acerca hacia la Puerta Nueva, eníre delirante y compacta multitud de caballeros, hijosdalgo, menestrales y pecheros.' Ved ahí la Reina inmortal, «de m ediana estatura bien com puesta en su persona y en la p ro p o r ción de sus m iem bros, m u y blanca e ru b ia ; lo s (1)
Docum. del A refrito municipal de Cáceres.
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o jo s entre verdes y azules, el m ira r g ra cio so e honesto, las facciones d e l ro s tro bien puestas, la cara m u y ferm osa e alegre» (1). Arquetipo augusto de la mujer española, en carnando a un tiempo el espíritu y la raza, la energía y la ternura, el orgullo hidalgo y la gra cia acogedora, héla aquí rodeada de príncipes del clero, la milicia y la nobleza. E l Cardenal Mendoza, los Obispos de Segovia, Córdoba y Burgos, el Almirante D. Alonso Enríquez y el Adelantado D. Pedro Enríquez, el Maestre y el Clavero de Alcántara, ios Duques deMedinasidonia y Escalona, el Conde de Cifuentes, el Marqués de Cádiz y otros muchos caballeros y doctores de su Consejo. Al llegar a la Puerta Nueva, el escribano Luis de Cáceres y el bachiller Hernando Mogo llón— €fincados de y n o jo s ante su a lte za »— y presentándose los Evangelios, la han suplicado y requerido para que jure guardar ios fueros de la villa, <...e luego la dicha señora reyna lo ju ró en un lib ro m is a l que delante le p usiero n ... e d ijo «s y ju ro » . Terminada la breve ceremonia, el brillante cortejo ha reanudado su marcha hacia la Iglesia de Santa María la Mayor, donde, entre ceremo nias de solemne culto, rinde sus devociones la augusta señora. Bajo rico dosel vésea la Reina, *m u je r ferm osa, de m u y g e n til cuerpo e gesto e co m p o s ic ió n », rodeada de sus altos dignata (1)
Hernando del Pu!gar~«Crónica de los R. R. C. C.»
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rios y de estos señores caccreños—Ovandos y Golfines, Solises, Torres y Ulloas,— que en es te día han depuesto sus odios y rencores; cerca de ellos, los alcaldes mayores y ordinarios, re gidores del Concejo, escribanos de número y comendadores de las Ordenes militares; muche dumbre inmensa ocupa el resto del amplio tem plo. De las claves que, como florones, rematan las crucerías de las bóvedas, cuelgan cinceladas lámparas que alumbran'ia mística penumbra del sagrado recinto; sagrados vasos, ciriales, in censarios, todo reverbera y resplandece junto a los altares cubiertos de preciosos frontales; ra mos frescos de castaños adornan muros y pila res, y olorosa juncia tapiza el suelo enlosado de heráldicos epitafios. Selecta y nutrida capilla en tona salmodias fervorosas que el órgano grande acompaña. Terminada la regia y devota ofrenda, Isabel I se dirige a esta magnífica residencia s e ñ o ria l de lo s G olfines, donde por no existir ya el Alcá zar ha de alojarse. Casa-palacio de las de más rancio sabor, suntuosidad y evocador prestigio entre las cacereñas, toma este nombre de sus dueños los G ol fines que, habiendo venido a estas tierras a lu char como cruzados contra los moros, se han dedicado luego a vivir de la rapiña por la co marca de la jara, hasta que uno de sus jefes, Alfón Pérez Golfín, sometido a la obediencia de Alfonso el Sabio, se estableció en Cáceres, y casándose con una hija del Alcalde Gómez Tello
viene a ser tronco de una familia que, por gra ciosas donaciones regias y a cosía del común ha logrado hacerse la más influyente y podero sa de la villa. En los días en que sirve de alojamiento a la Reina católica, es cabeza de la casa Alfonso Golfín, Señor de Torre-Arias, a cuyas finezas y atenciones va a quedar Isabel ían obligada que, eníre otras mercedes, le hace la de poder tener «cu atro escusados (escuderos) F ra n cos e Q ui tos e E xem ptos de P ed id o de M onedas, e M o neda F o re ra e o tros cualesquiera P echos e Pep a rtim ie n to s Reales». Ejemplar muy estimable de estilo plateresco, según Mélida, destaca en la fachada de esía ca sa una íorre cuadrada que le dá original aspec to, y en la esquina de la derecha elévase otra íorre íambién cuadrada y alíísima, más aníigua que aquella, con veníanas de arco deprimido y matacán saiieníe. Curiosa y aríísíica es íambién la poríada con su puería de medio punió y mai nel de mármol con capiíel jónico y encima un escudo con corona y cruz por remaíe, iodo ello deníro de una moldura góíica con fina guirnalda que perfila la veníana superior, y desciende re cuadrando en forma escalonada la inferior y el arco de la puería. Bajo el alféizar moldurado de la veníana hay otro escudo cuaríelado de lis y casíillo, y debajo una placa con el lema «F e r de Fer». Escudos y decoraíivos medallones ofrece íambién el freníe de la íorre saliente y debajo una cartela que di—
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ce: «E sta es la C asa de lo s G olfine s». Rema- ; tando la torre y los lienzos de la fachada va, j sobre sencilla cornisa, una elegantísima cresfe- \ ría de labor calada con alados grifos afrontados | entre flameros y separados por florones, que re cuerdan la del palacio de Monterrey en S a la manca. Ya ha penetrado la gentil Reina en la morada suntuosa, por cuyas estancias no se percibe rumor de fiestas, sino silencio fecundo. E s que Isabel I, lejos de divertirse en recepciones y sa n o s, ha venido a trabajar. Examen detenido de privilegios y exenciones dé !a villa, consultas | con altos consejeros y regidores del común, re dacción de ordenanzas municipales, reglamenta- ¡ ción de las funciones gubernativo-administrativas de los gremios, reconocimiento de las a g u a s: del Marco y su distribución entre las huertas y molinos de la Ribera, recomposición de la mu'ralla de la viila, construcción de la fuente del Concejo, pacificación de ios bandos de señores, tales son ias graves tareas, que requieren y ocu pan su atención durante los días que aquí per manece. Pero a su talento de gobernante, Isabel Une un corazón muy femenino, y él la mueve a reali zar actos que la tradición ha guardado en su re licario con cariño y mimo. Una tarde, la egregia señora ha salido a pasear por la Rivera y en una de sus huertas se ha sentado a la sombra de un nogai. E l hortelano, respetuoso y tímido en su tosquedad, hase acercado para ofrecerla flores y
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írutas, ella con sonrisa acogedora y magnánima le dice: -—«pídeme una gracia y te la otorgaré» —y ei iabriego humilde, poniendo el ideal de su dmbicición en e! mimoso cuidado de aquel pobre pegujal, que ni suyo es, sólo ia pide que le con ceda agua abundante para regarlo. Esa huertecilla, que la tradición llama por esto «de la M e r ced», disfruta desde entonces del agua precisa todos los viernes, desde que amanece hasta las doce. Otro día, se ha enterado Isabel del lamenta ble'estado en que se halla e! histórico Pendón de San jorge; (puede hoy contemplarse este viejo trofeo conservado en una vitrina, en el Ayunta miento), ha ordenado que se lo lleven, y al ver con pena cuan m a ltra ta d a estaba aquella m ag nífica in s in ia , es fam a constante que con sus reales m anos la dexó cuidadosa y p ro lix a m e n te reparada». (1) Muy Reina y muy mujer, Isa bel !, ía que no se desdoraba de hilar el lino para ias camisas de su esposo, ocupa sus esca sos ocios en el palacio de los Gaifines, zurcien do y reparanc», con ternura de hembra castella na, esta enseña venerable que fué relicario y símbolo de tragedias y triunfos. Terminada ya la redacción de ias nuevas Ordenanzas tras nueve días de estancia en C á ceres, Isabel I acude el 9 de Julio al Consistorio «■entre la s dos torre s que lla m a n del H o rn o y de la Verba», para proceder a su aprobación. (1)
Manucristo del Lied.0 Rodríguez de Molina.
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Desdeñando sillones de muelle regazo y tracería ] prolija, la genrii princesa va a sentarse entre sus.! ciudadanos y homes buenos, «a g uisa de ellos»; j una tosca piedra le sirve de asiento y en otra J apoya los pies. Leídas las nuevas Ordenanzas, j que cada uno de ios presentes jura guardar, se les prohíbe en ella volver a organizarse en ban-j dos que puedan alterar la paz y sosiego del ve cindario, mandando en previsión derribar las i torres que eí Corregidor señalase, tejándolas y cerrando troneras y saeteras; una sola excep-j ción se hace a esta medida general, autorizando al fiel capitán Diego de Cáceres Ovando para que^edifique, sobre las ruinas del Alcázar, su morada, con la esbelta torre luego llamada «de 7a C igüeña». Procédese enseguida a proveer equitativamente los cargos concejiles, entre ios dei bando de arriba y de abajo, sacando la Pei na, por su propia mano seis papeletas de cadauno de los dos bonetes en que había dobladas | cuarenta y ocho; quedan así mismo elegidos el ¡ Procurador y el Escribano del Concejo. Contemplado ya este sugestivo cuadro de ' época a la luz evocadora de estas piedras, conti nuemos nueslra visita, que aún hallaremos man-' siones y templos capaces de poner en nuestro espíritu el ritmo suave de una viva emoción. Mira ahí, tras el ábside de Santa María, esa que viene llamándose «C asa Q uem ada» levan tada a mediados del siglo X V por Pedro de C ar vajal, segundón de la Casa de Malgarrida, y primer solar que tuvo en la villa el linaje de los
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Carvajales oriundos de Trujilio. Destaca ante todo su interesante balcón esquinado, bajo el cuel aparece el blasón de los Carvajales; pero el detalle más curioso que encierra es la torre cilindrica del ángulo S . O. única de esta forma entre las cacereñas, y que se considera la más antigua torre señorial de la villa, coetánea aca so de su primera reconquista, o de fines del siglo XU y precioso ejemplar de la arquitectura militar cristiana del medievo. Siguiendo por la calle de Tiendas, ( F . ° 53) a su final y frente al Arco del Socorro, nos mues tra la recia faz de sus sillares graníticos esa 7orre ju ra d e ra de los E spaderos, que nos hace vol ver, en la perspectiva del tiempo, a aquellos días de su construcción,— fines del siglo X III— para alojar a la familia ilustre de los Cáceres, seño res de Espadero; presenta un ámplio inatacén corrido sobre canes volados, y en el lienzo N o * fe preciosa veníana gemela de arco de herradura con mainel de mármol.
Mansiones de indianos Ya el gusto renacentista en el orden artístico, dando feliz destino al río de oro que llega de América, déjase sentir en nuestra villa; y aunque no muestra tan numerosos y magníficos testimo nios como ofrece, por ejemplo, en Trujillo, cuna gloriosa de conquistadores y paladines de la
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gesta indiana, encuéntrense también algunos 1 muy notables. Es, además, que la vida de los nuevos seño- 1 res, adaptándose a los tiempos nuevos, pierde I esa osquedad brutalmente luchadora de la edad 1 1 media, y en vez de fortalezas y castillos, sus 1 inoradas son palacios, cuyo lujo suntuoso de-1 cora y prestigia los núcleos urbanos. Aunque no I con gran ostentación, podemos recoger este as- fl pecto en algunas de estas casas, la de los Tole- I do, la de Roco especialmente, y otras, así como I en los valiosísimos elementos decorativos que, ■ a favor de esos gustos renacentistas vienen a 1 hermosear algunos de nuestros templos. j He ahí tras la mole del Palacio Episcopal, fl presidiendo reducida y silenciosa plazoleta, e sa fl C asa de lo s Toledo con alta torre en cuyos pa-« ramentos resaltan los blasones de Cano, Tole-B do y Moctezuma, como construida que fué (aun-fl que reformada luego) por el capitán cacereñ o l Juan Cano de Saavedra compañero de Hernán II Cortés en el descubrimiento y conquista de Nue- II va España, y en parte con la dote de su esposa#! Isabel, hija del Emperador Moctezuma. Hoy e s » propiedad de la Caja de Ahorros cacereña que está en ella establecida. Pero el mejor y más lujoso ejemplar de Casa- ¡I palacio del renacimiento que ofrece Cáceres es] esta llamada Casa de P oco , donde hoy está ins talado el «Círculo de la Concordia», y que lleva aquel nombre de la linajuda familia de los Roco, de Alcántara, fundadores de una conocida Obra-
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pía y herederos de ¡os primitivos dueños, los Godoy. Un hidalgo cacereño, Francisco de Godoy marchó, en el primer tercio del siglo X V ¡ con rumbo a las Indias, donde hubo de distinguirse, al lado de Pizarro, en la conquista del Perú y en las guerras del valle de Arauco, en tal forma que hubo de ocupar altos cargos— Regidor de la ciudad de Valdivia, Gobernador de Lima, Te niente general de Pizarro,— y allegó riquezas cuantiosas de las ocupadas al Inca Atahualpa y de las descubiertas junto al templo de Pachacamac. Glorioso y opulento ya, vuelve a su pue blo, y aqui en esta plazuela de Santiago com pra un viejo solar y en él construye este gran palacio renacentista, que su natural gusto y el oro indiano acumulado le permiten hacer sun tuoso. Bien lo revela desde luego su magnífica puerta que flanquean columnas toscanas soste niendo el entablamento, así como esa torre del ángulo E . con su hermoso balcón esquinado, (F .° 35) el mejor de los que en este singular tipo ofrece la ciudad: encuadran su arco dos haces de columnas de orden compuesto y entablamento con un frontón, sobre el que aparece un queru bín sosteniendo el jaquelado escudo de los G o doy, con el yelmo sobrepuesto; sátiros y amor cillos, fallas serpeantes y hojarascas completan y realzan el artístico conjunto con tonos de evi dente belleza y gallardía. Y todavía se acusa más el gusto severo y suntuoso a un tiempo que —
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presidió la construcción de esta morada, pene trando en s k hermoso e interesante patio, claustreado en los dos pisos con elegantes arquerías de medio punto, sobre esbeltas columnas que son íoscanas en el piso bajo y jónicas en el alto; ofrécense además escudos en ias enjutas y bustes en los ángulos que decoran y completan el efecto artístico y la impresión acentuadamente señorial del recinto.
El imaginero Berrugete en Cáceres Mas no es sólo en mansiones tales, donde puede apreciarse el pujante esplendor del Rena cimiento en nuestro villa. Sin movernos de es tos lugares, encontraremos ahí muy cerca, en esta Iglesia de S antiago, muestras tan inequí vocas de iguales anhelos en maravillas de arte y riqueza cual las que ofrece su magnífico re tablo. Fundado fuera de murallas por aquellos Freires de Cáceres, bajo la advocación del Apótol Santiago, este templo—que parece fué comenzado hacia la segunda mitad del siglo XII y no debió quedar terminado hasta ¡a reconquista definitiva de la villa en 1229.-—mostraba su primitiva y austera fábrica románica, que todavía ofrece vi sibles restos en el primer tramo de la capilla ma yor e inmediatos arranques del crucero, y al ex terior en la hilera de canecillos con las conchas —
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de peregrino, simbólicas de Santiago, que corre sobre la portada del Mediodía, así como en cier ta parte de la torre que se eleva a los pies de la Iglesia. Pero llega el siglo X V I y uniéndose en feliz maridaje ios gustos nuevos con la generosidad hidalga en la persona del Arcediano de Piasencia, D. Francisco de Carvajal,— luego enterrado en la capilla mayor, bajo losa de mármol con fé rreas argollas,— costea este nob e clérigo la re construcción del templo, que lleva a cabo en tre los años de 1554 y 1555, el célebre arquitec to Rodrigo Gil de Hontañón, ayudado por ala rifes más oscuros, ó según conjetura ei Sr. Floriano, en su curioso libro «La Iglesia de Santia go de los Caballeros», por aquellos canteros que a la sazón construían la torre de Santa M a ría. La nueva fábrica de mamposfería, tiene al exterior recios estribos que contrarrestan el em puje de las ojivas y ofrecen los escudos con ban da del Arcediano Carvajal. S e hacen góticas las dos portadas, con archivolías sobre pilastras estriadas, y encima de ambas, dentro de un templete jónico, se esculpe lambién el citado escudo. (F .° 36) En el interior del templo, Hontañón cubre con valentía el es pacio de las tres naves primitivas con una sola despejada. Colócase también la interesante reja de la ca pilla mayor, (F .° 37) obra de tradición plateresca que labró en Peñaranda el hábil rejero Francisco Núñez, cuyo gusto y maestría déjanse notar bien —
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claramente en esa fina crestería de pináculos, róleos y medallones que corona el escudo del pa trono. Finalmente el año de 1570, quedaba coloca do en la Iglesia de Santiago, para ser su motivo más valioso e interesante, ese magnífico R eta b lo m a yo r, ( F .° 37), última obra que salió de las manos egregias del insigne imaginero A lo n so G onzález Berruguete: <Que com o lo p o s tre ro — decía en una carta el hijo del artista—sería Io ■ m e jo r que de la m ano de su p ad re h ub ie ra saIid o *. Las investigaciones de Martí y Monzó han” documentado perfectamente !a historia y vicisK tudes de este soberbio retablo. Por ellas se sabe : que, en ios últimos años de su vida, Berruguete. vino a Cáceres para formalizar un contrato de' ejecución de esta obra, cuyas condiciones ajus^ tadas.con Francisco de Villabos, testamentario del Arcediano de Plasencia, en 24 de Noviembre de I557, hacían referencia a la madera que había de ser «de n o g a l y de p in o de S o ria , lim p ia e seca», a la ejecución conforme <a un rasguño; o tra za » que el escultor <dió de la m itad», que «en lo que toca a la im a g in ería y b u lto s todos¡ sean d z l m a y o r tam año y relieve que s e r p u e \ da»; que se había <de d o ra r de o ro fíno batido, y de colores fin o s; que había de entregarlo <he\ cho y asentado... antes de! día d el S e ñ o r San-, Hago, de! mes de J u lio d e l año que verná de m ili y q uinie n tos y sesenta años»; y por últim
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su precio sería de mil ducados pagaderos a plazos. Pero el haber demorado el patronato el pago del tercer plazo, hizo que se demorase también la colocación de la obra, y muerto Berruguete en 1561 en Toledo, donde a ia sazón terminaba el sepulcro del Cardenal Tavera, hubo que tra tar con su viuda. A fines del año de 1563 salía el retablo de Valladolid para Cáceres, *en diez y seis carretas e cuarenta bueyes..... e veinte hombres», y a pesar de la oposición del hijo del escultor «por s e r e l tiem po re vu elto y de m u chas aguas». Produjeron éstas, en efecto, da ños de consideración durante el viaje, y para re pararlos, hubo de mandar la viuda de Berrugue te, desde Valladolid, a! pintor Francisco Rodrí guez y al ensamblador Santiago de Robles, a quienes ayudó un pintor placeníino, Antonio, Cervera: De esta forma pudo el hermoso reta blo quedar concluido y colocado a principios del año 1570; y todavía después, el pago del úl timo plazo y las alegaciones de descuento de los patronos motivaron un pleito que se siguió en la Chancillería de Valladolid (1). Compuesto de un basamento historiado y dos cuerpos de a tres huecos, con un Calvario y los escudos del patrono coronándolo, es este retablo una obra que, al valor propio de su sin gular belleza, une el interés que a los especialisC)
N oticias reproducías por M élid a en su «Catátouo
inoiiun.eiital.
Provincia de Cáceres».
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fas sugiere la personalidad de Berruguete, cuyo estilo es (según Mélida) más sintético aquí que en otras obras suyas, sin que ofrezcan sus figu ras ios escorzos y posturas violentas que en algunas de aquellas imprime el influjo de Miguel Angel. Presenta el retablo en conjunto una iraza vi gorosa y sencilla, y sus figuras y magníficos re lieves tienen un verismo y vigor de vida que re P o r ¡a C iu d a d M oderna zuma especialmente del Santiago que, montado en su caballo blanco, con el manto flotante y la espada en alto, aparece en el escudo central ho llando a los moros, así como de los bajo-relie ves de la Adoración, la Resurrección y la Entra em o s saiido ya del recinto interesante de la da del Señor en Jerusalén, (F .° 38) o del Crucifi-j A - í vieja Cáceres, donde todo contribuyó a cado que corona el conjunto de ¡a obra, y ¡as colocarnos en situación de época, para reme figuras yacentes de los Evangelistas San Lii-j morar y gustar, con sabroso dejo de emoción cas y San Marcos, que el Sr. Mélida llama revivida, tiempos que fueron. miguelangelescas. Pero todavía al vagar por las calles de la Antes de abandonar la iglesia, todavía nos deteniene con merecimientos y frutos de delecta-j ciudad nueva, no será raro descubrir, en medio del trajín afanoso del vivir de hoy, casas, tem ción el Sepulcro de Sancho de Figueroa, labra plos, rincones y motivos que atraen nuestra do en piedra y de estilo plateresco, situado en atención para prenderla unos instantes en ¡as el primer tramo de la capilla mayor del lado de sugestiones del ayer. la Epístola, y el C ris to de lo s M ila g ro s (F .° 39) Tales son, al encaminarnos hacia la Plaza imagen de talla policromada, gótica, del siglo XV, al que concedió Gregorio XIII indulgencia M ayor y en la Plazuela llamada del Duque, ese perpétua, según bula que se conserva en el Ar* P a la c io de lo s D uques de A bran tes (hoy del Conde de la Quinta de la Enjarada) edificado en chivo parroquial. el siglo X V I por ei citado Arcediano de Plasencia don Francisco de Carvajal y Sande, sobre un solar de los Saavedras, y en ei que tuvieron su cuna figuras tan relevantes como el ministro
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POR LA
VIEJA
EXTREMADURA
de Carlos ilí D. José de Carvajal y Lancáster. ; das en dos tamaños y cuyas hojas conservan el Sencillo y austero al exíerior, que sólo ofrece antiguo herraje. Fué construida por los herma ventanas góticas en arrabáa y un matacán, acu nos Blázquez de Cáceres y Solís, cuya declara muló su ornato y preseas en el interior, donde ción de hidalguía y nobleza motivó un ruidoso hay dos curiosos patios, galerías de antepechos pleito que puso al descubierto, en declaraciones góticos y renacentistas y una capilla que guardó más o menos fidedignas manchas de bastardía ricas y sagradas joyas, entre las que destaca un de las que a veces mancillan los linajes más pa relicario que contenía un L ig n u m C ru cis proce- \ gados de su limpieza de sangre. dente del Sacro Colegio pontificio, del que fué Estamos y’a en lo que es hoy foco principal gobernador un río del fundador de !a casa, el 1 del trajín de vida de la ciudad moderna, en esta Cardenal Carvajal. plazuela de San Juan, (F .° 41) adonde afluyen Pasada la Plaza Mayor, y en unía calle cén-j las más activas y vitales arterias deí Cáceres de trica de la nueva ciudad, la del General Ezpon-j hoy. Y aún aquí, en medio de este tráfago cons da, haüamos otra hermosa morada; la de los M arqueses de Camarería, con recia torre y ma-« tante que acompañan los ruidos de motores y elaxons, bocinas de autos y camiones, y las tacán aspillerado, y dentro un hermoso parió charlas de los viandantes, hay también rincones con esbeltas arcadas de medio punto sobre co-| lumnas de orden íoscano. Frente a ésta se halla I y motivos cuya contemplación logra aparíanos unos instantes de aquel bullicio. Allá al fondo de la C asa de lo s Trucos sobre la cual resalta la la amplia Corredera, divísanse dos casas seño elevaúa to rre llam ada de lo s G alarza por ha riales que, a pesar de rectificaciones y reformas, ber sido un tiempo propiedad del Obispo Galar za; en ésta hay una curiosa ventana de (F .° 40)r todavía muestran su empaque antiguo y procer; ángulo dividida por un mainel de mármol y en I la de los O v a n d o -T o v a r señalada con el númetre columnas con su entablamento, que sostienl ! ro 5, y la de los O va n d o -S o to m a yo r hoy de los un escudo guardado por serpientes y por acrol _ herederos del Marqués de Castroserna, que osI tenía el número 13. Aquí, junto a nosotros, otro teras dos flameros. Todavía, subiendo por la Plazaela de la Con I templo parroquial de los cuatro que la cii¡ ad cepción, hallamos entre su moderno caserío un tiene, e l de S an Juan , se nos ofrece. Muy antiviejo palacio llamado Casa de ¡a Isla , por haber ' £uo, tanto, que se piensa fué construido a raiz sido sus dueños los Marqueses de !a Isla, en de la reconquista de la villa en 1229, es de se cuya fachada del siglo X V ¡ destaca una graii guro el menos interesante y valioso entre los puerta de medio punto de dovelas almohadilla* templos cacereños. Aislado en medio de la pla
jea de San Juan es un sencillo ejemplar gótico, o
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mejor, de transición como revelan los canecillos fl del ábside, de evidente tradición románica. S u * exterior muesta torre cuadrada, baja y poco airo-« sa, y dos portadas iguales de archivoltas acha-J flanadas sobre pilastras ele igual aspecto. E l in-B terior tiene una sola nave de tres tramos y capi-il lia mayor menos ancha, y ábside de tres lado s'® a los pies está el coro sobre arcada clásica, y j todo cubierto con bóvedas ojivales de crucería.® En la capilla del Evangelio que es grande, cua-í drada y con cúpula, están los sepulcros de lo a* Espaderos; el retablo mayor es barroco con co-* lumnas salomónicas y ornamentación p ro fu sa* Poco, pues, ofrece de interés artístico este tem-jl pío que es, repetimos, el más modesto entre lo s j de Cáceres. Desde aquí, y apreciado ya, casi agotado,» todo lo que de curioso y evocador encierra C á f l ceras en el orden artístico y en el histórico, va^M mos a encaminarnos a sus afueras, a la partea del S . donde se ofrece el actual Hospicio, anti-* gua Iglesia y C onvento de San F ranciscoJ (F °. 42) cuya fundación en los últimos años del* siglo aparece envuelta en los sutiles velos defl| piadosa tradición, que consignada por Fr. G o n g zaga, Fr. jesé de Santa Cruz, Pellicer y o tro s® recoge también D. Püblio Hurtado en su libroH «Castillos, Torres y Casas-fuertes de la provinl cia de Cáceres». Corría el año 1471, cuando cierto día ¡lega a la villa un pobrecillo franciscano, Fr. Pedro F e l rrer— a lo que se piensa, cercano pariente del
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San Vicente—que sin otros medios que su fe y devociones, propónese nada menos que fundar aquí un convento de franciscanos. Firme en su propósito de indagar, logra avistarse con algu nos de los regidores de! Concejo y pide al fin el permiso consiguiente que el Concejo se ve obli gado a denegar, porque su Fuero le impedía hacer concesiones tales «a lo s de la co g u lla ». E l pobre frailecico, desalentado en su intento, que le ha entretenido infructuosamente varios meses, marcha con su hatillo, caballero en un borrico, por la puerta de Mérida, y al llegar a este lugar se ha detenido junto al banco de un herrador, para que éste ponga una herradura al jumento. En esto, ha pasado a caballo hacia una de sus fincas el opulento señor de Mediacacha, don Diego García de Ulloa, el Rico; el religioso se le acerca implorando una limosna, a lo que el mag nate responde que no lleva ni suele llevar dine ro; pero Fr. Pedro insiste para que mire si trae alguna cosa que darle; malhumorado aquél por la insistencia, registra su faltriquera y encuen tra una moneda de oro que jamás había visto ni tenido: E i hallazgo impensado, que más parece prodigio obrado por la virtud del religioso, tor na en admiración la ira de! caballero, quien pide perdón por su anterior desdén, rogando al fraile que vuelva a la villa, donde él pondrá todo su in flujo y valimiento al servid , de su causa: Triun fa ésta, en efecto, con empeños tales, y volvien do de su pasado acuerdo el Concejo cacereño,
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concede e! oportuno permiso y se funda ai fin este convento, en el que, ¡unto a !a devoción de los humildes y sencillos, habían de anidar des pués los rencores y ambiciones de los podero sos, degenerando en luchas y aun muertes como la de García de Golfín a manos de Diego Mesía de Ovando, en 1517. Tales son el origen y primeros tiempos de ¿u fundación, cuyo convenio1es hoy Hospicio, y donde interesan especialmente lo Iglesia, que tiene delante un atrio grande y cuadrado, en cu ya entrada hay una arquería de medio punto, d estilo herreriano en su fachada, y con ausrer recinto de tres naves, y el cla u stro gótico, con arcos escarzanos y bóvedas de crucería en los, ángulos, junto al cual hay una capilla grande y abandonada, que muestra todavía los sepulcros en alabastro de Juan de la Peña y su esposa, e primero con estatua yacente.
Visión integral.—Cáceres desde la Montaña E s cosa evidente, lector amigo, que cada ciu dad de historia y abolengo, a más de ofrecer a 1 contemplación de! visitante monumentos y joya de más a menos valor, encierra singulares as1 pectos de especial belleza y colorido que contri buyen a darle carácter propio, fisonomía pecu liar. Para recoger y fundir rodas esas impresió;
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¡íes dispersas y parciales en una visión inte gral, se hace preciso— luego de visitar monu mentos y husmear rincones—subir a un sitio ele vado, castillo o torre, montaña o cerro, desde donde pueda abarcarse por entero el grupo ur bano. Ya Maragal!, el cantor exquisito de «La Vaca cega», llamó dichosa a la ciudad que tiene al ¡ado una montaña, desde 1a cual dijérase que cobra conciencia propia y de donde el que !a contempla, «-vuelve a la ciudad, llevando en su alm a la m edida de s í m ism o y la de ella». Cáceres tiene la fortuna de poseer esa emi nencia próxima: Héla allí, en la cumbre airosa de esa sierra llamada «de la mosca», por ia que sube zigzagueando con anhelos de fervor la cinta ocre de esa carretera que, rompiendo el fono pardo del terrón abrupto y la verdura mi mosa de las viñas que se extienden por su fal da, no descansa hasta besar 1a planta bendita de aquella ermita blanca, donde entre riscos y peñascos, asentó su trono la gracia misericor diosa de nuestra Madre María. Peregrinos buscadores de emociones y ro meros ahora de tradicionales devociones, suba mos también nosotros por esa vía sagrada, que los cacereños pisan a diario, para aligerar «mor tales ansias» y ofrendar pías intenciones en ei blando y acogedor regazo de la gentil Señora. Dos pobrecillas ermitas, la del A m paro y la d el C a lva rio , austeras y humildes en su aspecto pe ro siempre calentadas por el aliento de preces de ios sencillos, de los limpios de corazón, nos — 71 —
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preparan y confortan en la penosa ascensión. He aquí ya, en la cima, e! pequeño santuario enjalbe gado— copo de nieve en lo alto— que la piedad de nuestros mayores levantó, en la segunda mi tad del siglo XVIII, sobre el retiro solitario del viejo eremita Francisco Panlagua. En este reliano o plazoleta, congréganse en íntima comunión de fe, ios más caros anhelos del pueblo, el día de la Paírona; más allá el pórtico, y junto a él el templo, pequeño y sacro recinto de una sola nave, con graciosas cúpulas, decorado barroco en yeso, y retablo íapibién barroco y recargadí simo, que preside ¡a sonrisa acogedora de la pe queña imagen de la Virgen. Hemos salido al balcón de! pórtico, y bañán donos en la canción alegre de un sol que pone ritmo en el paisaje, vamos siguiendo el gradual emocionado que éste, nos ofrece. Aquí junto a nosotros, vistiendo la falda misma de la monta ña, viñas y olivares nos rodean con la caricia de sus frutos en promesa; más allá el cinturón de huertas de la Rivera; después llanos enormes, labrantíos que, sorbiendo jugos y bebiendo luz, anuncian flores de pan y oro. Bajo la comba azul del cielo limpio y en !a ligereza luminosa de la atmósfera la planicie se hace inmensa; el ánimo desmaterializado por completo, desligado de lo inmediato, se siente ágil y pronto a las sugestio-; nes elevadas, e invitado por el vuelo augusto del horizonte sin límites, se remonta a lo infinito. En la saturación de eternidad del instante, retiñe al oido del recuerdo aquella emocionada letanía —
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de Anthero de Figueiredo en situación análoga: «Montana fu ¿res sabia...» Pero vuelve ahora tus ojos, curioso amigo, hacia esa otra parte en donde Cáceres muestra su casco urbano, (F .° 48) y de fijo, podrás atisbar y recoger como nunca su impresión de con junto, su tono integral. Áiii abajo, apiñada en el cogollo de una colina, diminuía en proporción a la alíura en que estamos, la vieja villa nos muestra ostensible y patente la viril reciedumbre de un pueblo, que todavía levanta al cielo las lanzas de sus torreones y ofrece ai sol la recia coraza de esos muros con que hubo de defen derse antaño de ataques codiciosos, y entre los cuales vivieron linajudos magnates, grandezas y ambiciones, bizarrías y discordias que, en la perspectiva de los siglos y entre el polvillo lumi noso del recuerdo, reviven aromadas de fragan cia prestigiosa. Cáceres, en suma, desde la cum bre de su alcor, — que ofrece en visión concen trada villa y campo, espacio y tiempo, pasado y presente,— tiene el sello inconfundible y la páti na perenne de una ciudad guerrera, caballeresca y señorial, de las demás rancio sabor y fuerza evocadora.
Cáceres en el Presente Aunque ¡a ciudad conserva, como hemos visto, en el recinto de la villa antigua los sones y prestigios de antaño, no puede decirse, por eso, que esté muerta; junio al respeíado y mara—
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villoso relicario de aquella, la ciudad moderna j vive, con cierto afán de actualidad y evolución, , la vida de hoy. _ . | E s verdad que no se observa en ella ese di-a narnismo intenso y constante que ofrecen las d grandes urbes, precisamente por esto, porque \ rio es una ciudad populosa; pero entre las pobla-J dones de su orden e importancia, no deja de demostrar, así en su aspecto material como j en ei campo del espíritu, aquellos anhelos e in quietudes que son asequibles a ciudades de su capacidad y elementos. , Aunque sin un plan perfecto de urbanización y ornato, la ciudad se embellece y remoza en parte, más que por la acción municipal (solo manifiesta en e! pavimentado de algunas calles, en la construcción de un par de fuentes «m onu m entales» y en la apertura de la llamada «Gran vía», ahora en obras), por la iniciativa particular que poco a poco va levantando edificios nuevos, pero no siempre del mejor gusto. No es muy potente y ostensible el desarrollo y culíivo de las fuentes de riqueza; la agricultura! muestra comofruíos más valiosos y predominan-^ íes ei aceite y los cereales. Las industrias no son muy ricas ni artísticas, pudiendo señalarse prin cipalmente la harinera y las del corcho, curtidos,» fabricación de muebles y jabones: ei recinto de.¿ la ciudad, tiene su arteria principal en el íra-*j yecío de la Plaza Mayor a !a salida de San An-jB íón, especialmente en esta calle de Alfonso XIII, ¿ estrecha vía de diaria convivencia, donde s e j —
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muestran los escaparates más lujosos con que, dentro de su modestia, excita la oferta comercial las necesidades más o menos perentorias de la demanda. Al presente, es bastante halagüeño el cua dro que en el orden cultural ofrece la ciudad. A más de sus varios centros oficiales—Instituto Na cional, Escuelas Normales de Maestros y Maes tras y varios de Enseñanza primaria, no siem pre instalados en buenos locales el— Ayunta miento patrocina y costea una Escuela de Artes y Oficios, y la iniciativa y colaboración particula res han logrado dar estabilidad a un Ateneo científico y literario,— dei que fué alma y primer Presidente el ilustre v venerable historiador, ha poco fallecido, D. Publio Hurtado— , y en el cuai, juntamente con la labor doctrinaria y de tribuna, se explican ciases de idiomas, contabi lidad, dibujo y otras disciplinas. Entre sus bibliotecas figura en primer lugar, la provincia!, existente en el Instituto, muy inte resante y valiosa, aunque pocas veces dotada de! persona! facultativo iudispensable para su servicio, hay también bibliotecas bastante nutri das en los círculos de recreo y en el citado Ate neo. La industria editorial y la venta de libros no es tampoco despreciable, como 1o revela la aparición reciente de algunas obras de autores cacercños, editadas con acierto y gusto en imprenras locales. Asimismo la prensa ha dado en estos últimos años un notorio avance ofrecien do a ¡a curiosidad informativa tres prestigiosos —
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diarios, «El Noticiero», «Extremadura» y «Nue vo Día», a más de otros no diarios como «El Adarve» y «Unión y Trabajo», órgano este últi mo, de la Casa del Pueblo; muy recientemente ha comenzado a ver la luz una interesante re vista de investigación histórica y arqueológica «Norba», editada por el Archivo municipal. También hoy la ciudad rinde y prodiga sus cuidados al gusto musical y el canto con !a or ganización, ya plenamente lograda, de una so ciedad Coral, en cuyo repertorio predomina, co mo flor propia del nativo terruño, esa canción popular que Galán llamó: «música ingenua, balbuciente idioma «que al hombre niño le nació en el alma»
esas tonadas sencillas que evocando el vivir aus tero de nuestros aldeanos, atesoran en la fra gancia sana de su belleza limpia, los amores, sentires e inquietudes parcas de nuestras gentes lugareñas. Tanto la Masa Coral como el Ateneo gozan hoy de la protección económica de las Corporaciones provincial y municipal, conscien tes por fortuna de tan altos deberes de gobierno J También en el campo de las actividades sociales^ nótase en Cáceres un intenso y fecundo movi-i miento, del que son manifestaciones elocuentes la Caja de Ahorros, la Caja Extremeña de Previ-I sión Social, la Asociación de Socorros Mútuos, la Sociedad Cooperativa de casas baratas, e icj No ha descuidado tampoco Cáceres la con —
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servación de los viejos restos y testimonios de su riqueza artística que cyidadosamoníe conser va y muestra al visitante en el M useo p ro v in cia l, instalado en el amplio edificio del Instituto, antiguo convento de los Jesuítas. Fundado el Museo por D. Gabriel Llabrés, comenzó a formarse con donativos de corpora ciones y particulares, y con las aportaciones de objetos hallados en las excavaciones arqueoló gicas llevadas a cabo en la provincia. Fué su primer director D. Juan Sanguino, que lo instaló en ios salones cedidos con tal fin a ia Comisión de Monumentos en el piso alto del Instituto Nacional. Hoy lo dirige el competente profesor D. Miguel A. Oríi Belmente. S ala 1.a— Está consagrada a la pintura, y entre otros cuadros, merecen señalarse los si guientes: (F .° 44). Carducho (Vicente).— «Degollación de San Juan Bautista», procede de un altar del coro de legos del Pautar. Rivera (J.)— «Cincinato». Obra de un discí pulo de David (siglo X IX ), es de marcado estilo académico; Rivera fué pintor de Cámara de Carlos IV y Fernando VII. Lucas Jordán (José).— «San Andrés»: media figura valientemente ejecutada, Roldán (José).— «Una misa». (Costumbrismo del siglo XIX). De pintores cacereños de hoy están los si guientes: —
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Hurtado (Gustavo) «Paisaje»; «Molino de la Rivera»; «Bodegón»; «Granadas y violetas». Sánchez Varona (Conrado).— «Ante el maes-| tro» y «Gran banquete». Caldera (Juan).— «La huevera». Hay también en esta Sala algunas buenas esculturas como son: Una moza con cántaro, . de Eulogio Blasco; una figura del sepulcro de ¡os Medieri, de E . Comendador; varios meda llones de Aurelio Cabrera, y una mascarilla de Pérez Galdós original de J. M. Palma. Así mismo se guardan en ella varios bocetos del m o l numento levantado en Cáceres a Gabriel y Ga- , lán, y una vitrina con cerámica. Por último, ofrécese aquí el interesante ¡no- j n efa rio de D. Vicente Paredes— 3.500 monedas, | cuidadosamente clasificadas por el -cíual direc tor, Sr. Orti,— desde los tiempos ibéricos hasta el siglo XIX. S ala 2 .a — Las paredes de esta sala apare- \ cen adornadas con curiosas fotografías de mo numentos de la provincia, vaciados en yeso de motivos y bustos clásicos, y cerámica. En ¡as cinco vitrinas que contiene, se rnues-j íran curiosísimos restos y objetos arqueológi cos de gran antigüedad (época de la piedra, metales, ibéricos, romanos, etc.) Hay además un Cristo en madera del siglo XVI, procedente de San Benito de Alcántara. S ala 3 . a— Contiene esta sala varias repro-, ducciones en yeso de estatuas clásicas y una gran vitrina con el legado de don Vicente Pare
Distribuidos en las vitrinas se muestran al vi sitante ios interesantes objetos hallados en el Campamento de Cáceres el Viejo. Destacan en tre ellos; una ara o alíarcito de barro cocido con las cabezas de Helios y Serapis en relieve, una máscara trágica de admirable perfección, balas de cafapuira, ánforas, molinos de mano, armas varias y utensilios diversos. Por último, estas mismas ansias de renova ción espiriual y sentido de cultura, revéianse al presente en el respeto a ¡os grandes hombres que honraron el solar con los destellos de su talento o de su inspiración. Los cacerefios han comprendido la deuda de gratitud contraída con figuras semejantes, y para saldarla en parte, han levantado, no hace muchos años, esas dos esta tuas que, colocadas a los extremos del lindo pa seo de Cánovas, pregonan ¡os merecimientos de un político ilustre, D. Juan Muñoz Chaves, (F .° 47) y de un poeta genial, José M .a Gabriel y Galán (F .° 48). Cinceló la primera el malogrado escultor cordobés Mateo Inurria, y la segunda
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des, formado por una completa colección de ha chas prehistóricas procedentes, en su mayor par te, de los dólmenes de Garrovillas.
Objetos del Campamento de Q. C. SVietelo (F .° 45, 46).
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salió de !as mar.os maestras del joven escultor extremeño Enrique Pérez Comendador. 'Jf,
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Recordación devota de figuras insignes, an helos de cultura en Ateneos y centros científicos, voces del pueblo cansando con gusto tonadas del terruño... todo ello eleva el nivel medio de vida en el Cáceres de hoy, y rima en las lejanías del tiempo con ios sones de espiritualidad y los latidos de emoción sugerente que en su recinto guarda el Cáceres de ayer.
Alcántara (1) En el camino obligada y cómoda es desde Cáceres la que en un recorrido accesible y fácil de sólo 62 kilómetros, permite llegar a A l cántara, y a cuyo paso ofrecen altos motivos de contemplación emocionada las villas de Arroyo y Brozas. Es una mañana alegre y clara, cuando en veloz auto partimos hacia la vieja sede de la fa mosa Orden alcantarina, atraídos por su secular prestigio. Bajo el fecundo aliento de un so! bue£ — ■< x c u h s i ó n
( l) N O TAS U T IL E S . —Alcántara dista de Cáceres 62 Kilómetros. A u to m ó viles-co rre o s.—Salida de Cáceres, 7 mañana llegada a A1cántara, 9‘50 mañana; salida de Alcántara, 16 tarde; llegada a Cáceres, 19‘ 15 ¡dem. C orreos. Cuatro ca'les. te lé g ra fo s — Cuatro calles. Teléfonos - Cuatro calles. Moteles Fondas —«Hotel Comercio». Cuatro calles. Bancos.—(Para operaciones de esta índole), Represen tante de H. de Clemente Sánchez,Cuatro calles. —
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no, ei recio manto dci terrón pardo se remoza y engalana. La tierra que, a intervalos nos ha son reído en la verdura fresca todavía de huertas y viñas, muestra de ordinario la gravedad recogi da de la fuerza en la túrgida ondulación de las senaras que maduran; y de su seno va surgien do la vida, que asoma ya hacia el suelo, írans-' formada, por la bondad de Dios y los cuidados del hombre, en la gracia serena y blanda de la flor y el fruto.
Arroyo
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A los pocos kilómetros de marcha y rom-j piendola uniformidad austera de! paisaje, apared ce un pueblecito, cuya mancha blanca y limpia! se recorta en la luminosidad traslúcida del airea es Malparíida de Cáceres. Poco más allá, el Arroyo del Puerco; pueblo hermoso, de calles^ amplias y casas enjalbegadas, que en el joyerolimpio y alegre de su caserío guarda raro tesoro pictórico: Son diez y seis tablas y1cuatro meda llones del Divino Morales que decoran y realzan el retablo mayor de su iglesia parroquial, (F .° 49). haciendo de él punto obligado de referencia y estudio para cuantos quieran conocer bien la producción del gran pintor extremeño. Perteneciendo, según los doctos, a buena época del autor, y no habiendo sufrido restau raciones ni grandes quebrantos, estas tablas son interesantísimas, y algunas verdaderamente no-j — 82 —
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tables. Representan diversos Misterios sacros como la «Anunciación», «Natividad», «Epifanía», «Circuncisión», «La Oración del Huerto», «El Descendimiento», «El Santo Entierro» y otros; destacan entre ellas por su mística expresión la Resurrección, la Circuncisión y la Descensión a los infiernos. (1) En uno de los retablos que hay a la entrada de la capilia mayor, se ofrece una efigie de San Juan, cuya cabeza, especialmente, es una obra maravillosa de talla, que algún crítico ha llega do a sospechar saliera de las manos insignes del famoso imaginero Pedro de Mena. ( F .° 50)
Brozas Bañados ¡os ojos en el prestigio inspirado de las tablas de Morales, reanudamos la excursión. Pasadas las cuestas de Araya, y dejando a la derecha una humilde aldea, Navas del Madroño, pronto nos acercamos a B ro za s, de cuyo seño río y valía en la historia nos avisan, antes de llegar, la esbelta torre de Santa María y los vie jos muros de algunos palacios y caserones. E n tre tanto, su nombre se exalta y ennoblece ente el recuerdo de tantos hijos ilustres, caballeros, capitanes, monjes, sabios y artistas: Fray Nico lás de Ovando el colonizador de la Española, el (t) Curiosos datos de esta valiosa producción del gran pintor ofrece el libro de don Daniel Berjano «El Divino Morales-.
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adelantado del Yucatán Montejo el V iep , C ar vajales, Argüelles, y por encima de todos, el sabio humanista y maestro de la escuela sal mantina, Francisco Sánchez «El Brócense». Ya en la villa nos sorprenden y deleitan el recio carácter y sobrio tipo castellano de su Pla za Mayor, el sello solariego y viril de algunas casas antiguas, y sobre todo, la mole amplia y severa del templo de Santa María. E s éste un buen ejemplar gótico del siglo X VI, con mezcla ya de elementos de gusto re nacentista, y se considera el mejor templo de la diócesis de Coria después de la Catedral. En el exterior destaca la portada principa! ( F .° 52) de labor decorativa bastante profusa, mostrando la puerta, entre dos pináculos resaltados góticos y con haces de columnillas, cresterías florenzadas y grumos, archivoltas muy adornadas y con fi guras de ángeles en relieve, sobre las cuales aparece un ventanal de medio punto con meda llones en sus enjutas, por cima un entablamento, y sobre éste por remate la figura del Padre Eter no. A la derecha de esta portada, se yergue una torre altísima y saliente de dos cuerpos, que re mata una bdlaustrada coronada de flameros, más una,espadaña de traz^ clásica. É l interior es de una elevación y amplitud sorprendente; tiene tres naves separadas por es beltos pilares ( F . ° 53), de los que arrancan los nervios de las bóvedas ojivales que forman es trellas, con sus claves historiadas y ornamenta das, la capilla mayor ofrece al fondo un enorme
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retablo barroco, de talla sin dorar, y en sus pi lares, palomillas de hierro también barrocas, he chas acaso en el siglo X V III por el rejeró bró cense Juan Cayetano Polo; enfrente, en el último tramo de la nave, aparece el coro sobre arcos re bajados y con balaustrada.
Alcántara Hemos atravesado la villa sin detenernos, para ir a contemplar ante todo ese pétreo gigan te que abre el libro de su historia y le dá nombre. Al-kántara— el puente. (F .c 54) (Al-kántara as-saif— el puente de la espada): él fué, en efec to, origen y cuna de la villa, él la dá nombre y él es hoy su mayor motivo de orgullo. E l coloso romano lo es todo en Alcántara, en el pasado y en el presente. Airón y símbolo de sus tradicio nes más caras, lección de fortaleza, relicario de hechos, joyel de arfe, el puente persiste, a des pecho de humanos afanes de destrucción, casi intacto, recio, erguido, cantando a través de los siglos la letanía inmortal de hazañas pretéritas. Muy cerca de ¡a villa, entre los peñascales que en aquella tierra abrupta abren al Tajo, hon do cauce, ofrécese este colosal puenle, consIruído para comunicar las partes norte y sur de la Lusitania, y a costa de los once municipios cuyos nombres aparecen en una de sus inscrip ciones. Un arquitecto romano, Cayo julio Lácer in-
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mortalizó su nombre, construyendo, bajo el rei nado de Trajano y por los años 105 a 106 de nuestra Era, esta monumental obra que, ofre ciendo resuelto un difícil problema constructivo, se yergue entre dos recodos próximos de! cau- ' ce, allí donde, a favor de una mayor altura y j masa, podía resistí!1mejor e! impetuoso caudal. Obra, pues, atrevidísima y de construcción ge- : nial, integran su fábrica, de sillería granítica y sentada en seco, seis arcos de medio punto apo yados en cinco enormes pilares, en forma de ta jamar y de nueve metros de espesor, en los ma! ?cones de las orillas, más el gran arco triunfal que, para honor perenne del Emperador reinan!c, aparece en su centro, dedicado « A l Em pe ra d o r y C ésar, h ijo d el d iv in o N erva, N erva Trajano A u g u s to ». Con una longitud total de ciento noventa y , cuatro metros, una anchura de más de nueve y una elevación de setenta y un metros,— la más importante que ofrecer puede ningún otro puen te romano, — tiene el-coloso alcantarillo una tra za proporcionada y armónica en sus macizos y huecos, y produce a la par un notorio efecto de grandiosidad emocionante, en la que palpita la fibra dominadora del pueblo que lo hizo. Obra tan soberbia y preciosa sufrió no obs-, tante las vicisitudes de los tiempos y las ciegas iras de los hombres; varias veces (en el siglo XIII, en el XV , durante la guerra de sucesión y en las de la Independencia y carlista) fué corta do el hermoso puente para impedir el paso ene —
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migo. Primero Carlos V ordenó su restauración que se extendió al arco triunfal, coronándole de almenas y poniéndole el escudo imperial y la inscripción a aquél dedicada; la restauración definitiva y más completa, terminóse en 1860 bajo la dirección del ingeniero D. Alejandro Millán. Aparece junto ai puente un pequeño templo, (F .° 56) antigua capilla o celia, de planta rectan gular precedida de una escalinata, y de piedra granítica incluso la techumbre, con columnas toscanas, cornisa y frontón ert la portada, en cuyo dintel hay una inscripción, copia de la pri mitiva, que atestigua estuvo «consagrado al em perador Nerva Trajano, César Augusto, Ger mánico, Dácico.» Fné el puente,— como lo revela su nombre: A l-k á n ta ra ,— el núcleo generador de la villa, cu ya población se fué congregando a! calor de su importancia y para defender el paso del río. Su estratégica situación, dominadora del Tajo, obli gó pronto a fortificarla y tal importancia adquie re en este orden, que ya El Edrisi en el siglo XII, la cita con admirativos tonos: * K á n ta ra -a ss a if,— dice— es una de las m a ra v illa s de! m un do. E s una fortale za co nstru id a sobre un puen te. L a p o b la ció n h a b ita en esta fortale za , don de está a l a brigo de todo p e lig ro , porque só lo se puede a ta ca r p o r e l lado de la p u e rta >.
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El Castillo — Repara— turista buscador de viejas emo ciones— en lo que ai presente resta de aquella reciedumbre incomparable tan expresivamente encomiada por el geógrafo árabe. Su misma im portancia ha despertado la codicia de moros y cristianos, que en lucha afanosa y sin tregua, tratan de poseerle a toda cosía; y en las guerras de los hombres y en el decurso de los tiempos, la pasada fortaleza ha venido a reducirse a esa torre cuadrada y esos dos muros que todavía, con melancolía añorante de mejores días, nos relatan viejos hechos y bosquejan sugerentes cuadros. Ellos, erl efecto, nos dicen cómo tras de es tériles intentos de otros reyes, Alfonso IX logra adueñarse de aquella fortaleza en 1214, entre gando castillo y villa a la Orden militar de Calatrava que le ha ayudado en su empresa; cuatro años después, y ante la imposibilidad de aten derlos y defenderlos debidamente, los caballeros calatravos los ceden, con ciertas condiciones de dependencia, a ia Orden de San Julián del Pereiro que ya aposentada aquí, toma el nombre de O rden m ilita r de A lcá nta ra . Residencia y templo ya de los caballeros alcantarinos, el castillo presencia y sufre los ata ques y estragos del ambicioso InfanteD. Juan, tío
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de Femando IV al que, considerándole bastardo, combate desde esta fortaleza que, iras largo cerco, logran recobrar las compañías de los concejos mondadas por el Maestre de la Orden. Poco después de la batalla de Nájera, contem pla este recinto ¡a figura torva de Pedro el Cruel que aquí se avistaba con el Maestre D. Martín López de Córdoba, y preparaba la expedición para hacer levantar a Enrique el cerco de Tole do. Aquí se alzaban banderas por el Rey de Portugal, cuando, muerto en Montiel Pedro I, se coloca en el trono de Castilla su hermano el de Trastamara. Aquí se mantenía ejemplar y dura resistencia contra los ataques del Condestable Ñuño Alvarez Pereira y del propio monarca lu sitano. Los Infantes de Aragón apoyados por ¿1 Maestre D. Juan de Sotomayor, reuníanse entre estos muros, trazando planes de rebeldía contra Juan II de Castilla; y poco después, el Comen dador Mayor de la Orden D. Gutierre de Sotomayor se erigía en Carcelero del Infante D. Pe dro, para obtener del Rey, en recompensa de su traición, el Maestrazgo de la Orden. Todavía recuerdan estas ruinas la violenta aspereza que, con los caballeros alcantarinos, usaba aquel Maestre D. Ruy Vázquez, quien con la ayuda del Maestre de Calatrava, logran ellos deponer del cargo. Ellos, en fin, parecen mostrarnos aún con to no y visos de rediviva estampa, a aquel famoso y forzudo Clavero D. Alonso de Monroy, que brando cadenas y desquiciando puertas del C as —
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tillo,— donde le tiene preso el Maestre D. Gómez de Solís, tras su sangriento torneo con Francis co de Flinojosa en !a Plaza Mayor de Cáceres, — para dar rienda suelta a su amontonada cóle ra y venganza, que pronto había de saciar cum plidamente, junto a esta misma fortaleza. Pero no sólo son recuerdos ingratos de dis turbios y trastornos los que evocan estos luga res. También efunde de ellos el aroma que deja la presencia amable y el recuerdo augusto de aque lla Reina Castellana Isabel I, quien en 1479 y acompañada solamente por el doctor Rodrigo Maldonado y su secretario Fernán Alvarez de Toledo, con una pequeña escolta, acudía aquí para ajustar con su tía la infanta portuguesa do ña Beatriz una concordia precursora de los gran des días de nuestra historia. La mano egregia de la Reina grande, firmando en estos lugares pacto tan trascendental, parecía rendir así la única ca ricia que, entre tantos quebrantos, lograran gus tar ya en el ocaso de su fortaleza y de su vida. En efecto, la ciega furia de príncipes, maes tres y caballeros hace ya inhabitable en aquella época el recinto del castillo para los caballeros de la orden, que se ven obligados a habitar en las casas de la villa y a celebrar los divinos ofi cios eri esta vieja iglesia de Santa María de Almocóbar. Románica en su fachada principal, (F .° 57) y acaso fundada en el siglo XIII por el Gran Maestre de la Orden, Fray D. Garci Fer nández de Ambía, su interior fué reconstruido en —
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la edad moderna. Fuera de un retablo gótico del siglo X V I en forma de tríptico y la emotiva laude de una mujer tan digna de veneranda memoria cua! es la madre de San Pedro de Alcántara, la brada en piedra granítica sobre el pavimento del primer tramo de la nave,— lo único interesante y valioso que este templo ofrece, pertenece al de rruido Convento de San Benito: Integran este , tesoro artístico, aquí guardado para su mayor seguridad, cuatro tablas del divino Morales, y el magnífico sepulcro del Comendador de Piedrabuena D. Fray Antonio Bravo, de jerez. Adornaban las primeras ¡os retablos, ya des aparecidos, de las capillas de Santillán y Ovan do del convento de San Benito, y son cuatro: La de la R esurrección, que se considera de ¡o mejor de Morales, en la que aparece la figura del Salvador con manto rojo prendido al cuello y de tamaño algo mayor que el natural; La de San Juan B au tista , muy mal traiada y abierta ya, pero especialmente interesante por el singular realismo de la figura de! Santo: La de la Trans figuración, también mal conservada e incomple ta, y aunque medio borrada, ofrece una hermo sa figura de Cristo y otra de Elias entre llamas; y la de San P ab lo que ha sido restaurada y en la que, sobre un fondo de paisaje, destaca la figura del Santo. Además, las investigaciones de D. Daniel Berjano han descubierto la existen cia de otras tres tablas que pertenecieron así mismo a estos retablos de San Benito, conser vadas hoy en la iglesia de San Martín de Tre—
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vejo, y que representan a San Matías, al Arcán gel San Miguel y al Padre Eterno. He ahí en la sacristíá de la iglesia de Santa María, otro valiosísimo testimonio de la pasada grandeza de San Benito: E s el magnífico sepul cro del Comendador Bravo de Jerez, que antes estuvo en el centro de ¡a capilla por él fundada. Arca sepulcral sobre zócalo, figurando un lecho mortuorio con la estatua yacente del Comenda dor, todo ello esculpido en mármol, es una bellí sima obra de estilo plateresco, y marcada in fluencia italiana en la que, a más del hermoso conjunto decorativo, admira el notable realismo del rostro yacente, cuyo contraído y doloroso gesto mortal parece recordar el del sepulcro to ledano del Cardenal Tavera, obra magnífica de Berrugueíe, de cuyo estiio participa la pre sente.
El Convento de San B enito Desalojados los caballeros alcantarinos del castillo, ya ruinoso e inhabitable, Fernando V, como Administrador del Maestrazgo de la O r den, manda edificar un nuevo Convento (F .° 58) que, comenzado en 1505, se remata ya en los tiempos de Felipe II. Tal fué este «C onvento de S an B en ito » , ante cuyas presentes ruinas senti m os-lector amigo— que la lección de historia y fortaleza antes recitada por el magno puente, se
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torna emoción de arte, bañada suavemente en esa piadosa melancolía que rezuma siempre de las cosas abandonadas y hermosas. La traza gótica con mezcla de arquitectura del Renacimiento (F .° 59) que la ruinosa mole acusa, así como los emblemas de los Reyes C a tólicos y las armas de la Casa de Austria, es culpidas en el claustro bajo y al exterior de la iglesia, pregonan alto y claro la época en que hubo de erigirse. He aquí la Iglesia conventual, declarada mo numento nacional hace algunos años, gallarda fábrica de sillería granítica, en la que contrastan, por modo sorprendente, el escaso fondo y la enorme altura de sus bóvedas de crucería gótica 1 sobre pilares facetados, acaso (según sospecha Mélida) porque comenzada por la cabecera y habiendo quedado sin terminar, no pudieron prolongarse sus naves en la proporción debida. Son éstas tres, de tres tramos y de igual altura, más tres ábsides o capillas; la del comendador Santillán, con blasones esculpidos en piedra y friso y motivos ornamentales, labrados en ala bastro; la del comendador Ovando, también con blasones, adornos y una imagen de San Benito en alabastro; y la del comendador de Piedrabuena D. Frey Antonio Bravo, de Jerez, más es paciosa y baja, aunque peor conservada. Sobre el retablo de esta última hay una inscripción con la firma del que se supone autor del templo, Pe dro de Ibarra, maestro que trabajó también en la —
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Catedral de Coria y en varios edificios de S a la manca. Antes de abandonar este recinto, puedes de leitarte,— peregrino amigo— en esa hermosa por rada plateresca que da acceso ai claustro, y en esa escalera de San Gil que sube al coro, ejemplar interesantísimo de esta clase de cons trucciones góticas, con su pasamano resaltado de los sillares que forman el muro cilindrico que la envuelve. Junto a esta Iglesia conventual cuyos aban-i donados restos todavía reflejan su antigua mag nificencia, he ahí, enteramente desfigurado el Convento, edificio de planta cuadrada con esas dos bellas fachadas que por sus escudos se lla man de Carlos V, preciosos ejemplares de la arquiteclura del primer Renacimiento. (F .° 60) En su inferior apenas pueden ya reconocerse aque-j lias amplias y ricas dependencias que antaño cobijara la enorme mole; aposentos para el Prior y su servidumbre, audiencia y cárcel eclesiástk ca, refectorio, claustro, hospedería. El claustro contiguo a la iglesia— de traza gó tica, con su pavimento cubierto de laudes bla-1 sonadas sobre sepulturas de caballeros de la Or-J den y con varios altares— ofrece al presente las galerías cortadas por tabiques, y sus deparía-l mentos aparecen hoy convertidos en cuadras yl depósitos de grano que, en la desidia olvidadiza ' de los tiempos, acaso cubre aquel mismo ángulo en donde estuvo antes el sepulcro de Marcelo de
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Nebrija, hijo de aquel insigne y famoso gramá tico Antonio de Nebrija. Emoción piadosa y melancólica produce la entrada en el refectorio, larga sala que antaño ocupaban amplias mesas de nogal y ricos apa radores, y decoraban cuadros valiosos a más del soberbio facistol de bronce en forma de águila que había en el pulpito; cosas todas de las que nos habla Torres y Tapia, quien para mayor prestigio del lugar nos ha legado el re cuerdo de aquella visita de Felipe II «que entran do... en la librería que está encima, advirtió en trase poca gente, haciendo reparo en lo que digo de la bóveda del refectorio»; (la bóveda ofrece la no común particularidad de ser plana), y cuya Majestad, al penetrar en ese curioso palio cua drado, con galería volada sobre arcos rebajados que se cruzan y semibóvedas de grandes piedras «hizo reparo en él... y, como quien también lo entendía, alabó la traza». La justificada sorpresa admirativa del Rey prudente es hoy en nosotros compasión piado sa, ante el total abandono, ante la incuria ver gonzosa que acentúa día tras día el desmorona miento ruinoso de lo que, no hace mucho tiem po, pudo repararse fácilmente. Ante el triste esqueleto de la conventual y las capillas de los comendadores, que, comido pol la hiedra y balido de continuo por agentes des tructores, se reduce a polvo, parece escucharse, en efecto, el ritmo emocionado y grave de aque lla devota plegaria que cantára Rodrigo Caro, —
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en las estrofas famosas de su canción a Itálica. Luis Bello, que sintió sobre e! terreno la amar gura de esta desidia, consigna en su « V iaje de escuelas» esta frase que hubo de recoger de un vecino del pueblo: «Con las vitelas de lo s l i bros de San B enito se han hecho m uchos p a res de botas en A lc á n ta ra ,»
Grandeza y humildad Para contrarrestar esta impresión, que pare ce inspirarnos un gesto compasivo y anheloso de sostener tan venerandas ruinas, volvemos los ojos hacia ese coloso invulnerable que Julio Lácer levantara sobre el padre Tajo; y su perenne fortaleza, su esbelta gallardía, retadora de fuer zas y tiempos, pone en nuestros labios con de jos de recuperada fe, aquellas vibrantes estrofas de López Cruz:
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Orden— , algo suave y ponderado, cierto alien to sutil que efunde de lo más humilde de su ca serío, (1) se nos adentra en el alma, ponien do en ella sosiego inefable, desdén de ambicio nes, apego y amores de hermano a las cosas y a los seres todos: E s la memoria santa, el re cuerdo redivivo al calor perenne de la cuna de Pedro Garabito; el frailecico austero que trajo a estas tierras la flor blanca de infinito amor, qué en Asís plantara la mano bendita y dulce de aquel «poverello», en quien el Evangelio se hizo de nuevo caridad y poesía...
«Todo cambia de ser, todo perece y todo se disipa en tu presencia; todo arrastra una débil existencia que el soplo de los años desvanece. Sólo d« s cosas, en tu grande anhelo, separar no has podido de tí mismo: El eterno mirar del alto cielo y el eterno rugir del hondo abismo.
Al dejar la villa— sede antaño de la famosa
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(1) La vieja iglesia situada junto a la muralla, con la capillita levantada en el lugar donde nació San Pedro de Alcántara. —
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C o r i a O) Vieja fortaleza por Cáceres y a sesenta y siete kilómetros de la capital, descubrimos una antiquísima ciudad. E s la C auría de los celtíbe ros, convertida luego en la C a u riu m romana que Plinio cita entre las ciudades estipendiarías de la Lusitania. ( F . ° 61) Bien nos declaran tan remoto abolengo los
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( 1) N O TA S U T IL E S . —Coria dista 67 kilómetros ile Cáceres, y 30 de la estación de Cañaveral, en la línea de M. C. P. A utom óviles de lín e a .-Salida de Cáceres, 4 tarde; lle gada a Coria, 6‘30; salida de Coria, 8 mañana: ¡legaja a Cáceres, 10‘30. Hoteles y fondas.- «Hotel Nuevo», Plaza Mayor. «Ho tel Comercio, Corredera. C o rre o s -Mentidero. Telégrafos. Plaza de San Pedro. Teléfonos.-Plaza Mayor (sólo a Moraleja y Calzadilla. Bancos.-*Banco del Oeste» (sucursal). A utom óviles de AIquiler.-*Ciara)e. Miralles», D. José Sáenz y D. Benigno Clemente.
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trozos visibles de sillería granítica de estas ro bustas murallas que, aunque desfiguradas por resconstrucciones posteriores, son todavía ejem plar notable de defensa, que daba acceso a la villa por cuatro puertas; la de S an P edro, flan queada de dos torres, al N., la de la Guía, así llamada por ia advocación de una Virgen cuya imagen aparece en una hornacina de su frente, la d e l P o llo , tam bién flanqueada de to rre s y adornada con blasones de! sig lo X V I, a l S u reste, y la d el S o l al Oeste. Completaba su fortaleza, haciendo de la vi lla centro defensivo y ofensivo muy codiciado durante el período árabe, un Castillo luego des aparecido sin duda, pues el que hoy contempla mos (F .° 61)— de planta pentagonal y típica tra za cristiana o medieval, con sus garitas semicilíndricas en cada uno de los lienzos del muro y su terraza almenada— es posterior. Desde el seguro inexpugnable de estas mu rallas y aquel viejo castillo, la antigua Coria fo~ mentaentrelos árabesinstiníosdenativa rebeldía, jefecillos moros !a hacen centro de sus revueltas contra el califa Abderramán I y el último rey de Badajoz, Ornar Al-Motawákil, añora el recinto de «M adina C a u ri a» y deplora su pérdida, cuando en carta al emperador almoravide Yussuf-benTaxfín, le habla de <un c a s tillo de m ucha fo rta leza. ta l que excede a lo s más fuertes cas tillo s ». Definitivamente reconquistada en 1142 por Alfonso VII, que la dá un fuero muy parecido al — i
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de León, y restablecida su sede episcopal, la vi lla es foco y teatro de luchas y conjuras que re viven sugerentes al conjuro de su antigua recie dumbre. Villa y castillo, instigados por el Maes tre de Alcántara, alzan banderas en 1230 por las infantas Doña Sancha y Doña Dulce contra los derechos de Fernando el Santo. Una y otro se rebelan por el infante don Juan contra don Fernando IV el Emplazado; ven lue go llegar hasta sus muros las nutridas mesnadas del rey portugués Juan 1.°, cuya codicia fracasa ante el vigor y las defensas de los de Coria; apo yan más tarde las ambiciones sin tasa del Conde D. Gutiérre de Solís, contemplan después embe lesados el arrojo tesonero del Clavero D. Alonso de Monroy, y para defender sus libertades ciu dadanas, viiia y castillo recogen y lanzan la voz vibrante de las Comunidades castellanas.
La Cátedra! Pero esta Coria viril y recia, guerrera y dís cola, se esfuma pronto en la contemplación evo cadora del visitante ante esa otra Coria cristia na, religiosa, sede antiquísima y venerable de ¡os Jacintos, Atalas, Donatos, Préxamos y Galarzas, que nos ofrece el exponente de sus tra diciones y la cúspide de su riqueza artística en esta catedral (F .° 63) que, por sí sola, merece y justifica nuestra visita. La fé y la caridad en maridaje dichoso logran -
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en días lejanos mover las almas y las inten ciones para allegar los recursos necesarios a su construcción, que comenzada en la segunda mi tad del siglo XIII, aún continuaba con limosnas también, en los últimos años de! XV . Edificación tan laboriosa y lenta, amenazada de continuo por derribos y ruina, nos permite hoy contem plar esta gran mole, con la pétrea filigrana de sus portadas y cresterías, la belleza elegante de sus frisos, el recio vigor de sus contrafuertes y arbotantes, y el arte en suma de sus claustros, coro, retablo y rejas. Situada en la parte Su r de la villa y junto a m muralla, sobre ia que tiene una terraza, como la de Plasencia, es esta Catedral un monumento ojival con adiciones y adornos renacentistas, de planta rectangular con la adición de dos cuerpos cuadrados, el claustro y la torre, que ofrecen al exterior y por dentro motivos y deta lles que, por su interés y belleza, despiertan verdadera emoción estética. Apenas nos hemos acercado a ella, suspen de y deleita el ánimo esa linda p o rta d a del E vangelio, de puro estilo gótico florido, con adiciones platerescas en su marco y tímpano, obra acaso de Martín de Solórzano y Pedro de lbarra, cuyas finas archivoltas, fallos serpean tes, cardinas, unicornios y sátiros, medallones y agujas florenzadas forman en conjunto un ver dadero encaje pétreo . Riqueza y gusto análogos ofrece,—en su profusión de columnas, guirnal das, medallones, escudos y figuras de íina eje —
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cución,—esa otra P o rta d a p rin c ip a !, (F .° 64) de puro estilo plateresco, por la que los Duques de Alba, señores un tiempo de la villa, pasaban a !a catedral desde su cercano palacio. Estas dos bellas portadas, juntamente con los enor mes contrafuertes que lo refuerzan, y la cornisa balaustrada renacentista que lo corona dan al exterior del monumento un aspecto muy pecu liar y característico. Ál penetrar en el sacro recinto, admira y sor prende ante todo, el atrevimiento constructivo de lbarra, al cubrir el amplísimo espacio capaz para tres naves con una sóla bóveda, dividida por arcos apuntados en cinco tramos de cruce ría estrellada, sobre pilares adosados a los mu ros y formados por baquetones de ornamenta das basas y floreados capiteles. Una vez repues tos de esa primera e irreprimible impresión de asombro, vamos descubriendo y admirando, los numerosos motivos de contemplación deleitosa que e! templo afesorá. E s el primero e l C o ro , (F .° 65) que ofrece la particularidad de hallarse aislado y exento en medio de la nave, sin duda por el hecho de no te ner el templo más que una de estas. Ante él se levanta una hermosa Reja g ó tic a de finos hie rros salomónicos, con una faja ornamental a lo largo, y otra sobre la puerta, que terminan en preciosa y afiligranada crestería; labróla «Hugón de Santa Ursula, maestro de facer rejas», con quien la contrató el cabildo en 1508. Dentro ya del coro, contemplamos una elegante sillería de —
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talla gótica, ornamentada en sus cuerpos aito y bajo, y en los respaldos y fajas con raras trace rías góticas que en su variedad infinita, revelan la inagotable fantasía de los artífices: Sólo el respaldo de la silla episcopal aparece ornamen tado con una figura de relieve, la de! Salvador, y sobre las sillas altas corre un guardapolvo o doselete de estilo plateresco, cuya crestería acu sa esa valentía de técnica que distingue a los decoradores del renacimiento. En medio del ar tístico recinto, muéstrase un facistol barroco, de madera y bronce, del siglo XVII, coronado por estatuillas. En el Ira sco ro es notable la parle escultórica de estilo plateresco, obra de Miguel de Villareal, que dejó testimonios irrecusables de su maestría en ménsulas, frutos, quimeras, figuras de niños y preciosas estatuirás de santos. Desde el coro y al fondo de cabecera de ia amplia y única nave, los ojos del visitante deíiénense sin quererlo en la C a p illa m ayor, anre la cual se levanta preciosa y afiligranada reja de finos hierros, faja profusamente ornamentada y esbelta crestería, que labró en el siglo XViil,. aprovechando io que de la antigua había, el re-i jero brócense Juan Cayetano Polo; quien forjó también ese encaje férreo de las dos p a lo m illa s que a un lado y otro de la misma capilla, sos- I tienen las lámparas del Santísimo, alumbrando perennes la gracia gentil de sus tallos serpeantes, róleos y volutas, y encendiendo en colores de vi da la figura del pavo real que a su extremo se inclina ante el lirio de !a Virgen. En el fondo de —
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¡a capilla, ocupando su testero, el R etablo m a y o r, ( F . ° 66) ds falla dorada, ofusca y sorprende con la profusión ornamental de su estilo seudobarroco; dividido en fres partes, así en su zóca lo como en sus dos cuerpos, por columnas de orden compuesto, tiene cada una su hornacina que ocupa una imagen de falla policromada, a excepción de la central, ocupada en parte por el tabernáculo. E l retablo — cuya parte escultórica modeló, a lo que parece el escultor D. Juan de Vilanueva, el viejo,—se inauguró el día del Cor pus del año 1749. Todavía, dentro de esta misma Capilla ma yor, rompiendo la desnudez austera del muro del Evangelio, los pliegues rozagantes de las amplias capas que envuelven sendas estátuas orantes, nos avisan que allí duermen jerarquías y grandezas remotas dos insignes prelados caurienses. Son los S epulcros de D . P ed ro Jim é nez de P ré xa m o y D . G arcía de G a la rz a : El primero— obra deí famoso maestro Diego Copín de Holanda, en ¡a parte escultórica, y acaso de Juan Francés en la arquitectónica, toda trabaja da en alabastro, y de fino gusto gótico-florido, — ofrece bajo uno de los arcos que integran su arquitectura, la estatua orante del prelado arro dillado sobre ricos almohadones, revestido de hermosa capa con amplios y bien logrados plie gues y cubierto con mitra finamente labrada. A continuación, aparece el sepulcro de D. García de Galarza, clásico ejemplar del renacimiento, hecho en 1596: de mármol iodo él, en la horna-
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ciña y bajo ei entablamento y el frontón partido por el escudo episcopal, destaca la estatua oran te del prelado arrodillado ante un reclinatorio, revestido de casulla y con un cerquillo de rizado pelo; es una figura correcta cuyos finos detalles recuerdan el arte de los Leoni, y su autor pare ce ser el escultor español Juan Mitata, que tra bajó con juan Bravo en la capilla de ¡as Reli quias. En este mismo lado dei Evangelio y allá a los pies del templo, ofrécese el R e lic a rio , capi lla cuadrada y de traza clásica que, con fondos episcopales y donativos del Cabildo, hubo de : construirse de 1783 a 1789 para guardar las reli quias veneradas de la Iglesia cauriense. Con \ fres retablos de ornamentación seudo-barrocal y talla dorada, constituye el del fondo el verda- j clero relicario, en cuyos anaqueles se guardan multitud de arquillas, ostensorios y otros obje- j tos curiosos, entre ios que destacan por su va lor arrísíico: Una arqueta gótica de plata y de labor calada, conteniendo una reliquia de San Juan Bautista; otra arqueta también de plata re pujada, del sigio XVIII; un tuvo de cristal de ca-j rácter morisco y cantoneras de plata labrada, que guarda una reliquia de San Cristóbal, y que, según los doctos, parece ser dei sigio XIII; una cruz plateresca, de plata dorada y repujada, con teniendo el L ig n u m C ru cis, y en cuyos brazos señalan los clavos zafiros y rubíes, y finalmen-j te, un ostensorio de la Santa Espina, de plata dorada con esmaltes, que pertenece a! sigloXVII.j —
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Devoción, naturaleza y arte. Después de visitar el cla u stro, de estilo gó tico, que en su severa sencillez nos muestra la parte arquitectónica más antigua de toda estq sagrada mole, salimos a la terraza que da a la muralla, en donde a las impresiones de arte y devoción que acabamos de gustar, sucede una plácida emoción de naturaleza, que en su belle za austera afirma y arraiga el sosiego del espí ritu. Del lado de la villa llegan sones de labores parcas y menudos afanes; y en el ritmo ponde rado del momento, dijérase que aquélla, acari ciada por la fronda verde de la vega que la circnnda, reposa y sueña viejos recuerdos al am paro de su venerable Catedral. Realmente lo es ésta todo en la villa; cuando abandonamos su recinto sacro, nada apenas logra encender en nosotros fervores nuevos de admiración y deleite. Sólo las garitas colgantes y la almenada terraza del castillo vuelven a re cordarnos la ambición de encumbramiento y mando de aquellos hermanos D. Gutierre y don Gómez de Solís o el gesto de viril protesta del vecindario cauriense en las Comunidades; y el palacio de los Duques de Alba (F .° 69) (hoy de ios herederos de Camisón) parece decirnos, en —
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tono menor, rasgos y cosas de grandezas de ayer. Al separarnos de la ciudad, (F .° 70) y cuan do ya la distancia esfuma detalles, la Catedral yergue todavía, como con dejos de bendición, la gracia fina de sus agujas y cresterías, que su ben al cielo cantando el prestigio de su belleza y lo sagrado de su destino.
Plasenc/a. (1) A la llegada emergiendo de entre el manto verde de la rica vega que la cobija y mima; se ñorial y alegre a un tiempo, muy antigua y muy moderna, rimando el coro de bizarrías de su pa sado con el son ágil de su progreso de hoy, Plasencia, (F .° 71) posada como paloma junto al lerte, (F .° 72) ofrece al que la visita austero ges to de matrona antigua y clara sonrisa de moza trigueña. Su silueta, rematada por el penacho altivo de murallas, cubos, torreones, cúpulas y señoria-
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(1) N O TAS U T IL E S - D is t a de Cáceles por carrete ra 82 kilómetros. Estación en la línea íerrea de Cáceres a Astorga. Sali da de Cáceres, 12‘45 mañana; llegada a Plasenda, 5 tarde; salida de Plasenda, 9‘45 mañana; llegada a Cáceres, 2‘30 tarde. Automóviles de línea. —Salida de Các?res, 15 tarde; llegada a Plasencia 18 tarde; salida de Plasencia, 9‘30 mahana; llegada a Cáceres, 12 mañana. M oteles. -«Hotel Elov», Marqués de la Constancia; —
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les mansiones, tiene un porte caballeresco que j evoca hechos de hidalgos y ricas-hembras de j ayer; y dominando la vetusta mole, acarician- I dola con el blando agasajo de su bendición, la 1 Catedral levanta a! cielo el airón de sus torres, agujas y arbotantes, Así viene a tener cumplida realidad el conocido mote de su escudo: <PIa- ¡ ceat D eo e t h om inibus»; dijérase, en efecto, que Dios y los hombres la contemplan con agrado. Rodeada de una bella campiña, ofrécese ésta i al visitante, como deleitosa compensación de la j seca aridez que hasta aquí vino observando. La vega placeníina, bañada por el Jerte, es I nuncio y pórtico de la frondosidad lujuriante de ] la Vera y de las tierras de Hervás; en ella hay 4 parajes y rincones cual «la isla» que encauzan-1 do las aguas del río entre la gallardía esbelta de sus álamos, ofrecen la frescura mimosa y blan- 1 da de las fierras del Norte, milagrosamente con servada bajo la caricia ardiente de este sol ex- j fremeño. Y la ciudad, orgullosa de este favor de maravilla, acicala su rostro mirándose en la «Hotel Comercio», Marqués de Valdegamas; «Hotel Ibe ria», Marqués de Valdegamas. Correos — Calle Monroy. ■’elégrafos —Calle de Alejandro Matías. 7e/eVo/7os'--Calle del Marqués de Miravel. JSancos.—«Hispano-Americano». Calle de Alejandro Matías; «Banco del Oeste», Plaza df la Reina Vicroda; Ca sa de Banca de J. Alfonso Montes, Plazuela de San N i colás. Gabinete fotográfico.--S. Diez, Plaza Mayor. Automóviles.—«Garage Mora».
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limpia tersura de las aguas que la rodean, para estar a tono siempre con el marco hermoso en que a Dios le plugo asentarla.
Orígenes Su fundador, el batallador rey castellano Alfonso-VIII, al ganar a los moros en 1180 la vieja aldea de Ambroz, como si hubiera presentido los tesoros que más farde había de encerrar, procuró rodearla de ese enorme cinturón de mu rallas, que, se asegura data del siglo XII y prin cipios del XIII, con sus sesenta torres y su A l cázar, formidable y eminente baluarte que se erguía en el ángulo N. E . de la villa, y de cuyas torres, claustros, estancias, galerías y columna tas sólo restos quedan que aún pregonan su vieja fortaleza. Las murallas, que recuerdan en su extructura a las de Avile, daban acceso al recinto de la villa por siete puertas: la Berrozana, la de Coria, la de Trujillo, (F .° 73) la de Talavera, (F .° 74) la del Sol y las de San Antón y Santa María o Puerta Nueva. Puertas venerandas éstas que fueron testigos de! heroísmo gallardo de los placentinos, puesto a! servicio de sus ideales religiosos y patrios cuando en 1198 hacen huir por ellas a los agarenos que, bajo el mando de Yacub-ben-Yucef, tienen que abandonar la villa para siempre, o exaltado al imperativo santo de sus libertades y fueros, cuando, siglos después en 1488 y acau
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y galerías, palpita y tiembla un ansia de perfec ción o un resplandor del genio. Detente, viajero, curioso de la emoción y el deleite, ante esta fastuosa portada, (F .° 80) en j cada una de cuyas piedras, hombres de fe y fan- § tasía— arquitectos, escultores, imagineros, ala- .] rifes— pusieron una porción de su esfuerzo, una gota de su sangre, una chispa de su alma. Mag- ! nífico ejemplar plateresco, con tan profusa y afi- J ligranada ornamentación de columnas, capiteles,. ¡ grutescos, medallones, doselel;es, ménsulas, pináculos, flameros y caladas cresterías, dijérase j un gigantesco retablo en piedra, cuya magnifi- a cencía se explica cumplidamente, al recordar j que en él, como en el conjunto del monumento « pusieron sus manos y su ingenio los primeros | artífices de la época. Juan de Alava, Francisco fl de Colonia, Alonso, Covarrubias, Diego de Si- ■ loe y Rodrigo Gil de Hontañón. Una vez dentro del sagrado recinto, y mien-1 tras los labios rezan esa primera plegaria que ia fe dicta, siéntese el ánimo afectado poruña irre primible impresión de asombro, ante la ampli tud del templo, la elevación pasmosa de sus na ves, el laberíntico estrellado de sus bóvedas y la rara gallardía de los haces de finísimos nervios de sus piláres, que se abren gentiles en lo alto para sostener aquéllas. Después, ya serenado, el espíritu se baña en el aroma de belleza y gra cia que de! recinto emana, y los ojos guiados por la devoción y atraídos por las maravillas del arte, vuélvense hacia la C a p illa m a yo r, en cuyo. —
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fondo resalía y se ofrece, para retenerlos con emoción, ese magnífico R etablo de falla dorada y policromada, (F .° 81) obra maestra del célebre escultor Gregorio Hernández que, allá por el primer tercio del siglo XV1Í y cuando su salud se resentía de achaques y años (1) todavía domaba con viriles e inspirados arrestos la materia re belde, para dar vida perenne a ese espléndido relieve de la A sun ció n que ocupa el cuadro cen tral del segundo cuerpo de este retablo, o a esa formidable escena del C a lv a rio que corona el monumento, y a esas esfáfuas de santos que ocupan las hornacinas de los intercolumnios, • para ofrendar por siempre a devotos y artistas e! maridaje feliz del más hondo fervor religioso y el más alto sentimiento de lo bello. Para colmar la deleitosa complacencia, aún quedamos contemplando, en los compartimien tos laterales del retablo, esos cuatro lienzos en los que Francisco Rici logró plasmar con alteza y unción la Anunciación, la Epifanía, la Nativi dad y la Circuncisión. También en el muro de esta misma capilla, del lado del Evangelio, hállase un sepulcro que, bajo ia severa y clásica arquitectura de su ni (1) Porque como anda siempre tan falto de salud, y ha estado tantas veces apretado y algunas desahuciado, desde antes que tomase la obra... temían estos señores (los del Cabildo) les fallase al mejor tiempo». (Carta del Licen ciado Juan M. Cabeza Leal al Deán de Plasencia fechada en Valladolid a 26 de Marzo de 1(529.—Ponz-«Viaie» tomo VlII-págs. 98 a 103). —
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cho, ofrece marmórea estatua orante revestida de hermosa casulla y con las manos juntas, ante un reclinatorio tallado en el que tiene abier to el libro de rezo: es e! sepulcro del Obispo ■ placeníino D. Pedro Ponce de León, muerto en la villa de Jaraicejo, en 1573, según reza la ins cripción del friso. Todavía, antes de abandonar la capilla ma yor y del lado de !a Epístola, atraen nuestra atención dos hermosa portadas; una que comu nica con la S a cristía (F .° 82) y otra con el e nlo sado o terreza que se apoya en la muralla: La • primera sobre todo, ¡a de la Sacristía, muestra en el rico conjunto de su ornamentación— pilas tras, grutescos, friso, escudo jaquelado, balaus tres, cornisa, flameros, y figuras de querubines y ángeles,— tan acabada técnica, tan fina y ex quisita ejecución, que parece un encaje pétreo de sabor florentino, bordado por las manos egre gias de Alonso de Covarrubias. Al volver nuestra mirada hacia el centro de la Iglesia, ha quedado presa en la filigrana ele gante y sobria de esa R eja d e l C o ro , dorada, de traza clásica y con reminiscencias platerescas, que, sobre la fina esbeltez de sus barrotes, sos tiene la gracia alada y caprichosa de rica creste ría; al acercarnos, hemos podido vislumbrar y comprender cuán generoso fué aquel famosísimo rejero Bautista Celma que aquí nos legó una en cendida chispa del aliento inmortal de su arfe, por el ínfimo precio de «dos mil setecientos cin cuenta y dos ducados», según escritura otorgada —
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en Plasencia a 13 de Diciembre de 1597, ante el escribano Blasco Gil. Cuando hemos logrado desprendernos del fino calado de esta forja, los ojos, penetrando en el recinto del coro, (F .° 85) van a posarse con delectación suma en esa estupenda s ille ría gó tica, tallada en nogal y profusamente historiada por las manos de aquel célebre entallador ale mán Maestre Rodrigo que, luego de haber labra do la sillería baja de la Primada y la de la cate dral de Ciudad Rodrigo, venía a Plasencia en 1497, obligándose en documento público <p o r s i o p o r sus vienes muebles e raíces o de sus herederos», a hacer primero las dos sillas de los Reyes Católicos y años después las demás del coro. Maravillosamente, como vemos, res pondió Maestre Rodrigo al compromiso contrai do, porque la sillería del coro placeníino es, en su conjunto arquitectónico y decorativo, raro ejemplar de maravilla, alarde formidable de téc nica y fantasía: Soportes, brazos, tableros de respaldo, doseletes con su crestería y sus piná culos floridos, todo ofrece una ornamentación, ya gótica, ya renacentista, pero siempre profusa y bella, en cuyos asuntos, así religiosos como profanos, el artista—ya tocado de mística un ción, ya desahogando intenciones de ironía y sátira— puede decirse que agotó todos los temas y recursos de la imaginería clásica. Contrastando con la clásica y severa arqui tectura del tra s c o ro , en los dos costados a que se reduce, por estar aquel sobre el muro de fon
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do del templo, atrae y deslumbra un tanto ese A lta r d el T rá n sito en cuyo retablo, de buen es tilo barroco, dejaron los tres Churriguerra (Joa quín, José y Alberto) un modelo fastuoso de su técnica y gusto: ramos, frutas, paños, medallo- , nes y ángeles niños aparecen por doquiera en ¡a profusa ornamentación de esta obra, que inde pendientemente ofrece sobre el altar una urna, también barroca, de madera chapeada de con-, cha con incrustaciones de bronce y de plata labrada en la tapa, dentro de la cual yace una imagen de la Virgen en su Tránsito que, según afirma algún historiador fué traída de S a la m a n ca a fines del siglo XV!. Todavía podemos contemplar, antes de aban-j donar e! suntuoso templo, bellas curiosidades y obras de valor, cuales son: una imagen de Nues tra Señora del Sagrario, llamada también de Santa María 1a Blanca, escultura en piedra cha peada de plata y de labor exquisita, una vieja imagen, en piedra policromada, de la Virgen con el Niño, que se hace datar del sigio XIII, (F .° 84) una tabla del divino Morales que representa al Señor atado a la columna, y un lindo relieve de alabastro, incrustado sobre una pila antigua de agua bendita, representando al Señor resucita do, que se hace datar del siglo XV. Y esta religiosa emoción ungida de belleza,. — que aún podemos reforzar y prolongar, en otras iglesias placenfinas, ya sea ante las tablas de Morales que adornan el plateresco retablo mayor de la de S an M a rtín, ante e! rosetón gó —
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tico y el bello sepulcro marmóreo de D. Pedro Carvajal en la de S an N ico lá s, ante la venera ble vetustez románica y mudéjar de la de San P ed ro , junto al sepulcro marmóreo del Coronel Villalva en la de San Ildefonso, o en la severa traza ojival y junto al curioso friso de azulejos talaveranos que se conserva en la sacristía de la conve n tu a l de San Vicente o ante el notable retablo también de azulejos talaveranos de la e rm ita de San L á z a ro ,— esta emoción, repeti mos, piadosa y bella a un tiempo, se torna tem blor de gestas y vuela en aires de hazañosa glo ria cuando, fuera de los recintos sacros, comen zamos a leer, en las páginas áureas de estas vie jas piedras, la letanía imborrable de gallardos hechos y pasadas grandezas.
Viejas mansiones piacentinas El silencio austero de estas calles y plazas solitarias vióse antaño turbado por las revueltas y asonadas que a diario encendía la rivalidad enconada de aquellas poderosas familias de Monroyes y Almaraces, Zúñigas, Carvajales y Toledos. Todavía puede hablarnos de ellas esta misma plazuela del Abad Don Ñuño Pérez de Monroy, quien a fines del siglo XIII levanta esta casa solariega llamada «délas T o rre s>, frente a la cual se alza luego ese gran palacio de sus fu ribundos enemigos los Almaraces, con quienes
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pronto se enreda en crudas contiendas, sólo aminoradas cuando logra levantarse entre am bas residencias ia iglesia de San Nicolás. Casa señorial ¡a más antigua de Plasencia, esta de lo s M o n ro y, aunque restaurada recien temente, aún muestra orguilosa ia reciedumbre de su arquitectura románica, especialmente en la severa portada de arco apuntado, y a la que sólo adornan columnas con un festón de frutos por capitel y dos figuras de león de melena estiliza da, y destacadas en medio relieve. Como respondiendo a la fortaleza viril de la vieja casona — con su fachada austera, sus re cias torres, ámplio zaguán y enormes estanciasen ella nacen almas de viril bravura, paladines hazañosos, como Fernán Rodríguez de Monroy, Rodrigo de Monroy y Hernando el Bezudo, hembras que como Doña Engracia de Monroy saben realzar su señorío con el perfume de ia caridad, damas altivas como Doña Estefanía y mujeres que como D o ñ a M a rta «la Brava-» (1598) conquistan este apelativo, al hallar en su herido corazón de madre arrestos varoniles pa ra llevar a cabo aquella conocida y terrible ven ganza que, por sisóla, supo tomar de los M an zano asesinos de sus hijos, persiguiéndolos hasta Portugal, dándales muerte y cortando sus cabezas, con las que vuelve a Salamanca, para depositarlas sobre la tumba de sus hijos. Enfrente, y como retador y altanero, se le vanta ese enorme palacio de Mirabel, (F .° 85) residencia antaño de los A lm a ra z, el linaje ene —
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EXTREM A D U RA
migo de ios Monroy. Cierto día, ei jefe d 2 esta famiia opulenta, Blasco Gómez de Almaraz, se ha visto acometido por Fernán Pérez de Monroy y sus parciales que ie han dado muerte; no pa san muchos años, cuando ei hijo de la víctima, Diego Gómez de Almaraz logra vengarle, ma tando al Fernán-Pérez, en ocasión en que vol vía abatido por la muerte de su rey y señor Don Pedro el Cruel. Con semejante venganza, el odio se exalta en uno y otro bando; los recios castillos que en Almaraz y en Belvís pregonan el señorío de una y otra familia, son testigos de luchas sin tregua, que también ensangrientan estas mismas calles placentinas, y cuyos sones doloridos e irritados pueblan a menudo las es tancias de estas viejas casonas. Al fin, Enrique III ajusta el casamiento de Hernán Rodríguez de Monroy, nieto de Fernán Rodríguez, con Isabel de Almaraz hija de Diego Gómez, y esta unión, impuesta por regio imperativo, logra hacer sur gir el amor limpio y puro que, fundiendo san gres enemigas, va cerrando poco a poco las vie jas heridas de un odio secular. Como ¡as almas, también las cosas se trans forman y suavizan: E i viejo palacio de los A l m araz, que ya en el siglo X IV se Ievantára como alcázar y fortaleza defensora de una parte de la muralla, con su plaza de armas extendida desde el adarve ante el palacio, refleja también en su extructura arquitectónica la mutación de cos tumbres y circunstancias de vida de sus mora dores. Y así, perdidos en el siglo X V I los hábi -
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tos caballerescos y guerreros de sus señores, la vieja fortaleza conviértese en elegante morada señorial, cuyo especial carácter se acusa, sobre todo, en ese gran patio gótico claustreado de galerías en dos pisos, con columnas, arcadas y antepechos de esbelta traza clásica y en su cen tro una hermosa fuente cuadrada. Lo que antes fuera recio baluarte de enconados y sangrientos odios, tómase ahora tranquila residencia de magnates letrados y cultos: Al pasar el palacio por herencia o compra de los Almaraz a los Zúñiga, viene a ocuparlo, entre otros vástagos ilus tres de este linaje, aquel D. Luis de Avila, Em bajador de Carlos V cerca del Papa, Comenda dor de Alcántara y escritor notable que, hacien do de esta casa laboratorio y estudio de sus se^lectas aficiones, logra reunir en élla una nutrida colección de antigüedades— esculturas, aras, inscripciones,— con la que hace museo a esta terraza llamada el P e n s il de M irab e l, donde in vierte el procer sus más felices horas de solaz, y de las que, en medio de la triste impresión que el actual abandono produce, todavía es elocuen te testimonio el busto en mármol oscuro del Em perador Carlos V que aquí se conserva, aunque con la cabeza mutilada y torpemente embutida en la pared.
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Bodas reales Mas no es sólo esta gustosa evocación de finos gustos y grandezas renacentistas lo que las señoriales moradas placentinas nos sugie ren. ¿Quieres, visitante amigo, rememorar cua dros de regio atavío y boato? Mira, en la calle del Rey, esa que llaman Casa de las A rg o lla s por las que en su fachada testimoniaban el dere cho de asilo de que aquélla disfrutaba; es una severa y arcaica construcción del siglo XIII, en tonces levantada por el caballero Pedro S á n chez de Grimaido, servidor muy señalado de Alfonso el Sabio y Sancho el Bravo. En su aus tera desnudez nada parece decirnos, pero veámosla dos siglos después de la fecha de su erec ción, en el último tercio del siglo XV : E s el día 30 de mayo de 1475; una princesa castellana de discutida cuna y destinos tristes se aloja en esta casona: la llaman «La Beltraneja», y es precisa mente en este día y en este sitio, donde, para contraer alianzas que refuercen la defensa de sus derechos a la corona de Castilla, va a ca sarse con el Rey de Portugal Alfonso V que, entrando en Extremadura por la encomienda de Piedrabuena ai frente de lucidas huestes, acaba de llegar a esta ciudad. Para rendir acatamiento y acompeñar a la Princesa en tan solemne ceremonia, aquí van acudiendo cortesanos, prelados y magnates: Vé—
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se entrar al Arzobispo de Toledo, altivo y gra ve, a los Condes de Ureña y Medellín, al Mar qués de Villena con aire agorero y al Conde de Plasencia, señor de la ciudad, quien en su ges to y continente muestra inquietud visible. Pron to llega también desde e! Alcázar, donde se alo ja, el regio prometido, Alfonso V de Portugal. El buen pueblo celebra y se asocia al insólito espectáculo; « Toda jú b ilo es h o y la g ra n P ía senda-», pudiérase decir, parodiando el luego famoso verso. Los reales desposorios se han celebrado. Los reyes de armas aclaman a los contrayentes, se alzan pendones por ellos, se desplegan y enlazan las banderas de ambos rei nos, y la discutida Princesa da al pueblo un ma nifiesto en que, al razonar sus pretensiones, se deja vislumbrar cosas escandalosas de su cuna y padres. Pero el hombre propone...y pocos años des pués, los placentinos, acaudillados por los C ar vajales, rompen el yugo del señorío de los Zúñigas, y aclaman y entregan la ciudad a los Re yes Católicos, Isabel y Fernando: éste volverá a Plasencia, poco antes de su muerte en Madrigalejo, para presidir otra principesca ceremonia, la del enlace de su nieta Doña Ana de Aragón con ei Duque de Medina Sidonia. Relicario de viejos hechos y motivo de admi ración deleitosa en el presente son así mismo otras mansiones y palacios placentinos. La Casa de lo s G rija lv a (F .° 86) que fué luego de los ZúñLga, interesante construción dei siglo —
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XVI, cuya pequeña íachaha a modo de cuadrada torre, ofrece un marcado tono señorial, con su puerta adintelada entre columnas toscanas, y con amplio balcón sobre cuyo entablamento se destaca el escudo nobiliario. La Casa de las Infantas, en la calle de San Pablo, también con curiosa fachada del siglo XVI, de sillería almohadillada y largas dovelas en cuerpo interior. La Casa A yun ta m ie nto , (F .° 87) construc ción del siglo X V I modificada a principios del XVIII, con sus típicos soportales de tres arcos y sobre ellos ámplio balcón corrido, frontón y dos torres cuadradas de sillería; en ei zaguán apa rece esculpido en graniro ei escudo real; una gran escalera de piedra conduce a! piso princi pal, en donde está el salón que conserva su an tiguo techo de viguería con estrellas y recuadros moriscos en las entrecalles. La Casa de lo s To/edos, en la calle de los Quesos, conserva aún el bendito recuerdo de la estancia en eila de San Pedro de Alcántara. La C asa d e l Deán, (F .° 88) frente a la Cate dral, construida por los Paniagua, a quienes Fe lipe IV hizo Condes de Hornachuelos, es un her moso palacio del siglo X VII, de sillería y severa traza clásica, que, a más de su portada embe llecida con columnas toscanas y cartelas herál dicas, ofrece un curioso balcón esquinado entre columnas corintias y gran entablamento coro nado por soberbio escudo nobiliario que lo hace suntuoso. —
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Junio a ésía se ievania ia Casa d e l D o c to r T ru jillo que data de! sigio X IV o a lo más del X V , con su torre cuadrada, de sillería, coronada por una cornisa en festón perlado; en elia tuvie ron su antigua residencia los Carvajales.
Lumbres del saber Linaje éste insigne, por cierto, y a cuyo re cuerdo se evocan los aspectos más nobles y dignos de la vida antigua de la villa, que no fué sólo campo ensangrentado donde ventilaron sus odios familias poderosas, baluarte de libertades • ciudadanas y escenario de regias ceremonias, í sino también cuna prestigiosa de hombres eminentes-doctores, cardenales, cronistas, conse- ¡ jeros, ios Galindez de Carbajal, los Sania Cruz, y de artistas que, cual Micael de Carvajal, Luis de Miranda y Aionso de Acevedo, dieran san gre y vida a los altos sueños de su fantasía, en ei ambiente recogido y culto de la Plasencia del quinientos. No fué extraña nuestra provincia al remozamiento esplendoroso que en ia cultura y las ar- . tes señala el Renacimiento. Testimonios irrecu- ■> sables son en el orden artístico, todas esas man siones que en Cáceres, Trujillo y Plasencia se levantan por entonces, los retablos monumenta les, ornamentos eclesiásticos y maravillas de belleza y gusto que. en estos lugares se ofrecen, y que en Guadalupe forman ya museo riquísimo. —
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No menos evidente es el esplendor cultural de ia época, representado en el terruño por figu ras de la talla del Brócense o de los citados in genios placentinos. Plasencia es, con efecto, uno de los focos más prestigiosos de la cultura y el arte en la re gión durante el renacimiento, a cuyas manifesta ciones no es ajeno el pueblo, que, a! bañarse así en emociones de belleza y gusto, da al nivei medio de su vida un matiz de selección muy apreciable. Testigos oculares, como ei P. Fernández en su «Historia de Plasencia» y el P. Romano en su «Historia del Colegio de la Compañía de Jesús», nos dicen que ante la catedral placeníina, y en las fiestas del Corpus, se celebraban con aparato y lujo, representaciones de autos y comedias. Aca so en este marco de fiesta y regocijo popular hu bo de ofrecerse a la admiración de sus paisanos la tragedia «Josefina», que, inspirada en un epi sodio bíblico, escribiera aquel poeta Micaei de Carvajal, que aquí mismo nació en una casita próxima a la Puerta Berrozana; otro artista placeníino Luis de Miranda alcanzaba también aplausos y gloria entre los suyos, ofreciéndoles su «Comedia Pródiga», engarce primoroso de la conocida parábola bíblica con el realismo palpi tante de la vida de su tiempo. Más tarde, otro es critor aquí nacido, el Dr. Alonso de Acevedo da rá prestigio nuevo a su cuna con el poema «La Creación del Mundo».
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Representaciones dramáticas, nombres ilus tres de placentinos esclarecidos, hechos haza ñosos de paladines de fama, odios de castas li najudas, viriles arrestos populares, regios cor tejos nupciales... todo se funde en el marco sugerente de la ciudad antañona. Terminada la deleitosa visita y cuando ya nos vamos alejando de su recinto, las torres, chapiteles y agujas de la catedral se levantan al cielo con anhelos de infinito, y en el recuerdo se afianza, destacada y gallarda, la figura imborra ble de D.a María la Brava; esa rica-hembra que, forjada en el troquel de las Sanchas y Jimenas primitivas, supo hallar, en las ternuras hondas de su maternidad herida, el temple y brío preci sos para vengar la muerte alevosa de sus hijos. Vamos hacia Yuste, que a cuarenta y tantos kilómetros nos espera.
Y u s t e (V Palabras de un César retirarme entre vosotros a acabar la vida: y por esso querría que melabragedes unos aposentos en San Gerónimo de Yuste, y por lo que fuere menester acudiréis al secretario Juan Vázquez de Molina, que él procurará dine ros, para lo cual os embío el modelo de la obra...» Así manifestaba Carlos V a los Jerónimos de Yuste su decidido propósito de abandonar ias protocolarias suntuosidades de su vida imperial, |
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(1) N O TA S U T IL E S . —Yuste dista de Plasencia 46 kilómetros pudiendo hacerse la excursión hasta el inme diato e interesante pueblecito de Cuacos, por hermosa ca rretera que atraviesa lugares de paisajes encantadores y deliciosas perspectivas. t n Cuacos, el turista encuentra un docto y atentísimo «yustófilo», don Honorio Bautista (Hierónimo de Yuste), formidable cicerone del evocador monasterio, siempre dis puesto a trasmitir al viajero que allí llega sus encendidos fervores por el austero retiro de Carlos V. De Cuacos a Yuste hay unos dos kilómetros de « a l ca-
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para consagrarse humildemente en este apacible retiro al gran negocio que más le importaba ya, la salvación de su alma. «No pasaré ya otro puerto en mi vida, sino el de la muerte», cuénta se que exclamó el Emperador, al escalar por vez primera la cima del puerto de Tornavacas. Y en efecto: austeridad desnuda de apa rato cortesano, severa sencillez— no incompati ble con la altísima calidad del huésped— trans pira la obra del hombre en este rincón donde el héroe de Mulberg vino a esconder sus glorias. Sólo la obra de Dios— la naturaleza— ofrece aquí magnificencia, riqueza exuberante que, vistien do sierra y valle, se muestra en aguas, frutos, fronda y brisas cual hojas de un breviario en cu ya lectura el espíritu, hecho llama y luz, descu bre !a mística vía para acercarse cA cielo. Fué aquí donde el Emperador invicto libró de fijo sus batallas más cruentas, donde vivió sin du da su vida más intensa; porque en la plenitud serena y honda de este silencio, apenas hizo si no meditar, que es dinamizar en acción íntima mino, que se recorren, no obstante, sin fátiga cuando se ha tenido la precaución, de fácil logro, de arrendar en Cuacos una cabalgadura: Y con todo cuán fácil sería completar, colmar el placer de la excursión con el arreglo de tste cor tísimo trayecto: Son solamente unos dos kilómetros los que al presente han de recorrerse por estrecha y pedregosa vereda. Bien vale ln pena de gastar en su arreglo unas mi-j serables pesetas, ante la promesa halagüeña de intensifi-j car el cordón de peregrinos, devotos de aquel lugar que la historia hizo augusto y la naturaleza, incomparablemente iermose.
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la acción de fuera, vivir en ia oración y el pen samiento. En este balcón incomparable de Yuste, en esta gran terraza abierta a perspectivas infinitas, hasta el espíritu más romo medita y reza la ple garia sin palabras del embeleso admirativo. Acabamos de recorrer la Casa del Empera dor, la amplia y desnuda iglesia, los claustros solitarios y derruidos: Tomás Martín Gil ha sa lido a recoger en el objetivo fotográfico la multi plicidad de motivos arquitectónicos y naturales de estos lugaies: Juanito Caldera, alejado y abs traído, abre de par en par sus ojos y su alma a la maravilla de luces y colores de estos sitios, afanoso de captarla en el lienzo. Yo estoy solo y, con el ser recien ungido en la piedad evocadora de estas ruinas augustas, quedo absorto y reclinado sobre el barandal de este gran reposadero. Inmensa la perspectiva que ante los ojos se extiende, ofrece allá en sus confines la conjunción imprecisa del cielo y ia tierra; y oteando en la amplitud de su extensión, a favor de la trasparente luminosidad del aire, descúbrense lugares lejanos: Jarandilla, más allá Navalmoral, y más lejos aún el macizo de las Villuercas y el blanco caserío que se siente co bijado y protejido al amparo de la gracia risueña y divina de María de Guadalupe. Aquí cerca, en un delicioso valle de égloga, la melodía de cristal de la fontana rima con la balada que el viento entona en los álamos al tísimos; el tintineo de las esquilas del rebaño cer
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cano rompe de cuando en cuando el silencio ru moroso y hondo del momento; el lago frontero al balcón refleja en su verdoso espejo la fina si lueta de los cerezos en flor... Y así bañados en las delicias del ambiente y del instante, parece percibirse más hondo y puro el són grave y se reno de las grandezas que aquí vivieron. ¡Ah, qué bien supo el valetudinario César es coger el retiro postrero de su Majestad omnipo tente!
El Monasterio ¿Qué había en este retiro cuando en él vino a fijarse la predilección de Carlos V ? Un monas terio de Jerónimos fundado en el siglo X V en base de la ermita y casa que, en la falda de esta sierra de Tormantos, labraron los eremitas Pe dro Brañes y Domingo Castellanos sobre el te rreno que en 1402 hubo de donarles un piadoso vecino de Cuacos, Sancho Martín. Agregados después a ellos oíros ermitaños como Juan de Robledillos, Andrés de Plasencia y Juan de To ledo, ya en 1409 D. Fernando de Antequera pe día al señor de Oropesa les permitiese edificar sobre la primitiva ermita un monasterio que, construido en el siglo X V , fué ampliado en el X V I por los Condes de Oropesa. De aquel monasterio sólo restan al presente estos dos claustros arruinados; (F .° 89) gótico y sencillo y más pequeño el antiguo; plateresco el
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moderno, con dos pisos de galerías, de los que únicamente quedan las elegantes arquerías del inferior y algunas columnas del superior. Junto a él, muéstrase abandonado el refectorio, con sus asientos corridos de fábrica y zócalo de azu lejos mudéjares, y adosada al claustro viejo, la Iglesia conventual. Más completa, aunque tam bién despojada de sus mejores galas, es este un templo gótico con imafroníe desnudo de ornato y portada de medio punto moldura do, (F .° 90) sobre pilastras: su interior, de una sola y alta nave, cubierta por bóveda de crucería estrellada, ofrece asimismo un tono austero que sólo rompían en el ayer dos hermo sas obras, luego arrancadas a la iglesia por la fuerza de vicisitudes que hicieron necesario su traslado a sitio más seguro; era una, la s ille ría d e l coro (hoy conservada en trozos en la igle sia de Cuacos, ( F . ° 91) buena falla gótica en nogal, de fines del siglo XV , muy parecida a la de la catedral de Plasencia y obra acaso de! mis mo Maestre Rodrigo que, como en aquella, aun que más sobriamente hizo alarde de inventiva, en relieves de respaldos y adornos de brazos; era otra el magnífico re tab lo d e l a lta r m ayor, (hoy en la iglesia de Casatejada), hecho por en cargo de Felipe II por honrar la memoria de su padre; obra de talla policromada y dorada, lo dividen en tres cuerpos columnas corintias, so bre las que va un rico entablamento que corona un frontón partido con imágenes y el escudo im perial, y en el centro de la obra, una copia de —
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teriorada, pero bien hecha de «La Gloria» de Tiziano. Despojada hoy de sus mejores ornatos la iglesia conventual, abandonados y en ruinas re fectorio y claustros, todo ello deja en el án mo esa emoción suave y triste que, matizada de ternura melancólica, se experimenta irresistiblemente an te el torso trunco de una bella estatua clásica.
La Casa del Emperador Edificio de mediana capacidad y humilde as pecto, intangible y respetado en su primitiva sencillez, con austeros aposentos de paredes blanqueadas sin adornos ni pinturas, he aquí, adosada a la iglesia por e! costado opuesto al monasterio, la Casa d el E m p erad o r. (F .° 92) Arrodilla tu alma, visitante amigo, y si eres al go poeta, prepárala a gustar y tejer sugerentes sueños ante ese sencillo pórtico que fué descan so del cuerpo y espiritual remanso del señor más poderoso del mundo.
Carlos V en Yuste Luego de haber permanecido tres meses es perando el arreglo de su nueva residencia, en el castillo de los condes de Oropesa en Jarandilla, (que aunque restaurado, aún conserva en mu chas partes su viejo carácter), a las cinco de 1a
LA V IE JA
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tarde del 3 de Febrero de 1557 — tarde brumosa en cuya tristeza opaca cobra severa grandeza la imperial comitiva,— se ha detenido ante la puer ta de esta iglesia lujosa litera, en la que aparece un hombre prematuramente envejecido, con las manos baldadas, entorpecidas ¡as rodillas, calva la espaciosa frente y el labio inferior muy caído; esta ruina augusta es Carlos 1 de España y V de Alemania. En una silla de brazos, y como a tal ruina, lo trasportan hasta las gradas del altar mayor el conde de Oropesa y D. Luis de Quijada, su leal mayordomo. E l prior Fr. Martín de Angulo en tona el Te-Deum, y acabado éste, el imperial valetudinario es llevado en igual forma por la rampa que da acceso a su nueva morada. Como atuendo digno de tal huesped, pero sin ostenta ción, vemos repartidos por sus aposentos ricos tapices flamencos, retratos familiares y lienzos del Tiziano, relojes de Juanelo, recios sillones de nogal y cuero, alhajas y plata bastanre para su cámara y mesa. Entre las personas de su casa y servidum bre. Carlos muestra especial predilección por el citado mayordomo Luis de Quijada, que a rue gos del Emperador y a pesar de no hallarse muy a gusto en su forzoso retiro según prueba al de cir en carta a Juan Vázquez: «yo aseguro a vuestra merced que no vuelvo a Extremadura a comer espárragos y turmas de tierra...» acaba por trasladar también a Cuacos su familia y ca sa; con su noble esposa Doña Magdalena de
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UHoa, Toiedo, Osorio y Quiñones, ha venido a vivir a Cuacos un agraciado pajecillo al que ¡la man Jeromín. (1) Soportando sus achaques y dolencias o en treteniendo sus ocios en graves negocios de E s tado, a los que aún dedica parte de su atención, el Emperador unas veces medita en el silencio austero de esta cámara que es su habitual resi dencia de invierno, otras contempla 'el paisaje junto a los férreos barandales del pórtico de en trada; algunas, pasea por !a frondosa huerta del monasterio se acerca a ia inmediata ermita de Belén y todavía, en sus días mejores, atrévese a subir al poyo adosado a! machón central de es te pórtico, ( F .° 93) para dar un paseo a caballo. También se ocupa, cuando el caso lo requiere, en altos asuntos de gobierno, recibe las visitas de San Francisco de Borja, San Pedro de Al cántara, las reinas de Francia y Hungría, ei A r zobispo Carranza, embajadores y magnates, a más de su hijo Felipe II y el rey D. Sebastián1 de Portugal. Mas nunca desatiende sus deberes religiosos que, hasta en los peores días, puede cumplir desde el propio lecho, merced a una ventana que comunica su alcoba con la iglesia. Las repetidas muestras de distinción que C ar los dispensa a Doña Magdalena de lilloa, la obli gan a visitarle: En una cámara de severidad ca
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si fúnebre, tapizada de paños negros, bajo rico dosel y amplio sillón con blandos cojines y rue das, cubriendo las piernas soberbia manta de ta fetán enguatado de plumas, ia cabeza inclinada y fatigada ia voz, el Emperador de dos mundos recibe a Doña Magdalena y a su esposo; les acompaña un rubio pajecillo que, portando rico presente sobre bandeja de plata cubierta de bor dado damasco, se ha quedado allá atrás junto a la pared de la estancia: E s Jeromín. Luego de reverencias y gentiles pláticas, el niño se ha acercado para ofrecer de rodillas el obsequio de la dama, y Carlos V después de darle a besar su mano, ha acariciado la rubia cabecita y ha puesto en el pajecillo una mirada honda y pene trante, de ternura tan amorosa y blanda que ha repercutido con eco inexplicable en el corazón in fantil. Y al salir, Jeromín presa de intensa con goja, se ha arrojado llorando en brazos de doña Magdalena... «Declaro que por cuanto estando yo en Alemania, después que enviudé tube un hijo natural de una mujer soltera, al cual se lla ma Jerónimo,, mando que se ledé de 'renta...en cada un año, de veinte a treinta mil ducados en el reino de Nápoles, señalándole lugares y va sallos con la dicha renta...» (1).
(1) Así se titula !a conocida historia anove’ada dei P. Coloma, que hemos consultado para escribir este ca pítulo.
(t) Documento reservado, con sobrescrito de la propia mano del Emperador.
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POR L A V IE JA
EXTR EM A D U BA
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Muerte de! Emperador Gravemente enfermo, poco después de esta visita, el solitario augusto, ni la ciencia de Mathys ni la del viejo doctor Corneille Baersdorp, llamado con urgencia a Yuste, logran atajar la dolencia. Los aldeanos de Cuacos hacen rogati vas en su iglesia por la salud del regio enfermo, y en el oratorio de la casa de Quijada, D.a Mag dalena y Jeromín elevan sus preces bañadas en lágrimas de pena. La noche del 20 de Septiem bre de 1558, Carlos entra en período agónico; én la casa de Luis de Quijada, su esposa vela intranquila el sueño dei pajecillo dilecto; y cuan do a impulso de su ternura, se acerca a be sar la maniía tendida, el són grave y lento de la campana mayor de Yuste anuncia el fin del im perial solitario: Al'despertar el niño sobresalta do, la dama le dice entre besos «re za d , h ijo , rezad», y Jeromín, el hijo natural de Carlos V, musita por su padre una plegaria, acompañada por el rumor de caricias, que cual responso san to, florece en labios de la noble dama D.a Mag dalena de Ulloa. Mientras, vencido por la invencible, muere en Yuste el Emperador, retoña en Cuacos (F .° 94) su heroísmo y su grandeza, en la moce dad graciosa de este pajecillo que, llevando en
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sus venas sangre tal, será un día el héroe de Lepanfo, D. Juan de Austria. Estancias de la Casa imperial de Yuste: e« vuestra respetada y sugerente sencillez se escu cha el timbre de tradición amada, flota todavía ese polvillo de luz antigua que, aunque impalpa ble y casi deshecho ya, aún nos ilumina, nos ca lienta y nos arraiga al solar bendito de la casta.
C r u j i l l o (1) Al acercarnos *TT e n e h a b l e
fortaleza medioeval cuyas ruino\¡ sas defensas se yerguen sobre el peñasco so cerro Cabeza de Z o rro , rodeada de mansio nes espléndidas que labró el oro americano y acariciada por el caserío blanco y limpio de la ciudad moderna; esto es Trujillo. La adusta severidad que, en su reciedumbre (1) NOTAS U T IL E S —Trujillo dista de Cáceres 4* kilómetros, por magnífica carretera. A utom óviles-correos. —■Salida. de Caccres, 8 15 mañana y 4 tarde; llegada a Trujillo, 10‘45; salida de Trujillo, 1* tarde; llegada a Cáceres, 20‘15 id Hoteles -H otel "L a Cubana,, calle de la Eucai nacida; “ La Madrileña,, plazuela de san Miguel. Correos.—Plaza de Ruiz de Mendoza Telégrafos Ccalle de la Merced. T e lé fo n o s — Calle de Tiendas. Bancos. —“ Banco Central,, t iendas; “ hspanol ae Cré dito,, Tiendas.—Casas de B a n c a “ Artaloytia-Sánchez-Cortés„ Merced; “ Pedro de la Calle,, Encarnación. Gabinete fo to g rá fico .—A. Diéguez, O Guerra Em presas de auto m ó vile s, G arages.-- Empresa íeJ Oeste,, Canalejas; “ Luciano Cortés,, carretera de MadnáSevilla; “ Francisco García,, Rollo del Campillo.
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EXTR EM A D U R A
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(F.° 96) y de Santiago, del Arco del Triunro o de antigua, refleja aquélla, vése magnificada por la esa Torre del Alfiler (F .° 97) que recorta en el suntuosidad lujosa de las residencias señoriales nzul del cielo el perfil de la férrea aguja que re que, a su vuelta de Indias, se hicieron construir mata su chapitel, hasta las suntuosidades orna los caudillos de la conquista para descanso de mentales de los Palacios de la Conquista y de su esfuerzo y ostentación de sus riquezas; y jun] San Carlos. to a una y otras, las casas nuevas de los bien hallados, sin pergaminos ni abolengo, ponen la nota luminosa y clara de una sonrisa, cuyo ale Orígenes gre cascabeleo corrige y suaviza la rigidez alta-1 ñera del fundador del mayorazgo. Ciudad celto romana, la vieja T u rg alium no Tiene, pues, Trujillo, dentro de su casco ur-j ofrece al presente ruinas de aquella época, se baño, y en modo semejante a Cáceres, dos par dice que por no haber estado emplazada donde tes perfectamente distintas, des ciudades: La Id actual, sino en sitio próximo; pues la llamada más antigua— la «Villa»— en la cima del cerro; Torre Ju lia na , que se ha venido considerando viejo y sabroso relicario, en cuyo recinto se pue romana, y que hoy sostiene sus restos al ampa de soñar despierto, y cuyas ruinas, más que la ro de la parroquia de Santa María, no es— según poesía melancólica de lo queacaba,ofrecen la en el señor Mélida,— sino un buen ejemplar románi vergadura viril y recia que invita a contemplar co del siglo XIII. un pasado que aún perdura: Junto a ella, pero La historia de Trujillo, hoy conocida en base sin confundirse en el espacio ni en el tiempo, la de los monumentos que, mejoro peor conserva ciudad moderna nos retiene y halaga con el or dos, subsisten, comienza pues en el periodo áranato hidalgo de sus palacios y la caricia afable |be, durante el cual, y hacia el siglo IX, ocupaba de su luz, de su confort y bienestar. Id ciudad y su comarca la tribu berebere de Ñaf Numerosa, interesante y rica la arqueología ia, acaudillada por los Beni-Feranic. A esta trujillana, nos ofrece todo un curso de historia época han de referirse sus M u ra lla s — de las que palpitante y viva que— poniendo de relieve los subsisten pocos restos, ocultos algunos entre el hechos y las almas de aquellos Altamiranos, Be-‘ caserío,— reconstruidas en base de la primitiva jaranos, Chaves, Pizarras y Orellanas, Hinojo-J romana, y con siete puertas de las cuales que sas, Vargas, Carvajales, Sanabrias, Escobares, dan tres de verdadero carácter, (la de Santiago, Losisas y Paredes—se extiende emocionante y 1 (1\° 98) la de San Andrés y el Arco del Triun sugestiva, desde el rancio aroma de gestas que ro), así como e l C a s tillo , morada del Alcaide, efunde de esas viejas puertas de San Andrés —
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emplazado en una altura que cerraba por allí el recinto amurallado.
El Castillo (F.° 99) E s éste una fortaleza que se conserva bas tante bien; con sus torres cuadradas reveladoras de su construcción árabe, luego reparada y au mentada por los cristianos con otras torres semicilíndricas, con dos aljibes que recuerdan el de la Alcazaba de la Aiharnbra, su gran plaza de armas, precedida de otra enorme que llaman de San Pablo por la ermita que allí existe, viene a constituir este Castillo el núcleo y centro de la historia trujillana en la edad media y comien zos de la moderna. En una hornacina abierta entre dos de sus torres, hay una imagen de la Virgen de la Vic toria, patrona de la ciudad, que según datos del archivo municipal, se colocó allí a principios del siglo XVI. A este castillo se refiere, sin duda, el geógra fo El-Edrisi en el siglo XII, cuando en su des cripción geográfica de España, dice: «De Mede llín a Trujillo dos jornadas cortas. Esta última villa es grande y parece una fortaleza. Sus mu ro s están sólidam ente co nstru id o s y h a y baza* res bien p ro v is to s . Sus habitantes, tanto jinete,s como infantes, hacen continuas incursiones en el país de los cristianos. Ordinariamente viven del merodeo y se valen de ardides»; así como
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los Anales Toledanos, al consignar que en 1185, Alfonso VIII sitiaba a Trujillo, de cuyo C a s tillo y pueblo se había apoderado poco antes el valí de Sevilla Abu-Ishac. Fortaleza ésta, como vem?s, codiciadísima de árabes y cristianos, pasa varias veces de unos a oíros, hasta que reinando Alfonso IX, su hijo D. Fernando, luego el Santo, con el Maestre de Alcántara, el obispo de Plasencia, don Domingo y algunos caballeros del Temple y Santiago logra apoderarse de ia villa, en la que sus huestes entran el 25 de Enero de 1232, por esa puerta que desde entonces se llamó Ar co del Triunro. Testigo de heroísmos, proezas y traiciones, este Castillo podría evocarnos con tonalidades sorprendentes la figura severamente justiciera de Alfonso XI, haciendo comparecer en una de sus estancias a aquel Maestre de Alcántara, Ruy Pérez Maldonado, y obligándole imperativo a que renuncie el Maestrazgo de 1a famosa or den en manos del Abad de Morimundo, allí pre sente. Pudiera él también describirnos las ínti mas luchas que, entre el amor más hondo y el deber más alto, se traman en la conciencia del Alcaide Pero Alonso de Orellana, cuando sitia do por el Condestable D. Alvaro de Luna, que retiene en su poder a dos de sus hijos y ha lo grado ya rendir a la ciudad, se resiste sin em bargo a entregar la fortaleza que él mantiene a devoción del revoltoso infante D. Enrique de Aragón; hasta que cediendo el Corregidor Quin—
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coces a los repetidos requerimientos dei dé Lu na, y habiendo quedado prisionero, luego de haber luchado a brazo partido con el propio Condestable en esta cuesta que baja del castillo por el iado de la puerta de Coria, Orellana se ve al fin obligado a capitular, y entrega la forta leza. El castillo es asimismo baluarte de los fueros de 1a villa— ya hecha ciudad por Juan ¡1— cuando no queriendo soportar el señorío del Conde de Ledesma por aquél impuesto, ve venir en su de fensa al Condestable D. Alvaro que, arrojando de ia ciudad a las mesnadas del ambicioso Zúñiga, hace que se la devuelva su condición de realenga. Estas mismas estancias contemplan avergon zadas la ineptitud , política del impotente Enri-J que IV, cuando viene a Trujillo en 1469 con la intención frustrada de apaciguar las luchas en tre e! Maestre de Alcántara D. Gómez de Cáce res y Solís y el Clavero D. Alonso de Monroy. Y a! querer años después, el veleidoso monarca amansar con halagos al díscolo Marqués de Villena, no se le ocurre otro medio que entregarle, graciosamente y contra el clamor unánime del pueblo celoso de sus fueros, esta ciudad y este castillo que, como Alcalde y en nombre de se-1 ñor tan poderoso, queda gobernando Pedro de Baeza, quien lo retiene al estallar en 1475 el conflicto de sucesión a ia corona entre Isabel I y , la Beltraneja.
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Casas fuertes Pero tendamos la vista por los alrededores de esta evocadora fortaleza, y notaremos cómo, desde el momento de la reconquista, se han ido estableciendo en la villa familias numerosas e ilustres, cuyo poderío aún proclaman esas vie jas casas fuertes que, con sus torres defensivas, se yerguen todavía en el recinto antiguo. (F o to 100). He ahí adosada a la muralla, la de lo s A lta m ira n o , que desde tiempos remotos se llamó « E l A lca zarejo » , segundo alcázar, casa fuerte con su típica fachada flanqueada de dos torres, sobre la puerta de arco peraltado, escudo de diez róeles con bordura de soíuers; en su inte rior, patio y capilla arruinada que antaño ador naron manos mudéjares y del renacimiento, y con amplísimo salón sobre el zaguán. La de los E scob a r, en la plazuela de los Delcalzos, lla mada vulgarmente «Casa de la E scalera» ,(F o to 101) construcción del siglo X V , con alta torre rectangular, ventanas góticas, lindo ajimez, y escudo partido de dos escobas de ios Escoí ar, y tres fajas de los Mexía. La casa de los H in o jo s a , en la calle de ¡os Naranjos, con su torre a la derecha de la facha da, puerta adintelada sobre ménsulas con volu tas y encima el escudo familiar. La de lo s C a l derones, la de lo s Chaves (hoy asilo de ancia—
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nos) en la plazuela de Santiago, también con su torre fortificada y típica fachada. La llamada «Casa de las P a lo m a s» por las cinco que osten ta en su escudo, en la calle del mismo nombre, solariega mansión de los Rol-Zarate y Zúñiga, en la que merece verse un interesante patio con pilares y antepecho góticos y curiosa escalera de igual estilo. La de L o s B ejarañ o , en fin, ca sa-palacio a la que aroma y prestigia todavía el recuerdo singular de haber alojado a aqueilos grandes monarcas Isabel y Fernando. (1) Su in teresante fachada muestra, sobre la puerta en arco escarzano y dentro de un amplio arrabáa, el escudo nobiliario de león rainpante cantona do de cuatro cabezas de dragón, y la enaltecen, como restos venerables en su actual ruina, esas dos torres llamadas del Alcázar, cuadradas y con ventanas mudéjares, que debieron ser so berbios puntos defensivos de la villa en el pe ríodo medioeval. Su contemplación nos conduce por vías de fácil y deleitosa sugerencia, a aquellos tiempos en que la hidalguía trujillana, vislumbrando faus tos días en el logro de su viril empeño, se pone rendida a¡ servicio de los altos destinos que promete la causa de Isabel la Grande. Entre estas familias cuyas solariegas resi dencias hemos ido enumerando, señálase en la (1) No filta, eu cambio, quien afirma que ia Reina Isabel también se alojó alguna vez en la casa de sus ami gos los C haves. —
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defensa de los derechos de Isabel ai trono de Castilla, la de ¡os moradores de este Alcázar, los Bejarano y ¡a ilustre de ¡os Chaves. Luis de Chaves, franqueando una puerta de ¡a ciudad a las mesnadas del Clavero Alonso de Monroy, ha logrado ya por dos veces, en 1475 y 76, res catar ¡a ciudad y e! castillo del poder de sus enemigos ei Marqués de Villena y las intrigantes Duquesa de Arévalo y Condesa de Medellín. Pero las disensiones entre ¡os Chaves y los Vargas, y las continuas luchas de ¡os bandos locales, debilitando la eficiencia de su esfuerzo, han hecho que el castillo caiga nuevamente en poder de los partidarios de la Belíraneja; ¡leva aquél más de un año de infructuoso asedio, cuando Isabel I decidida a poner término a este estado de cosas, y luego de breve estancia en Guadalupe, viene a Trujillo en Mayo de 1477.
Lumbres de gloría Prelados, magnates y caballeros muy seña lados acompañan a la augusta señora: E l Car denal Mendoza, los obispos de Burgos, Segovia y Córdoba, los Enríquez, el conde de Ci~ fuentes, el duque de Escalona, el Maestre y el Clavero de Alcántara, capitanes de sus huestes, doctores del Consejo. La reina ha venido a alo jarse a esta casa— palacio de sus fieles amigos los Bejarano, y el solo prestigio de su presen cia, exaltando la bravura de ¡os sitiadores, ha
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logrado que a los pocos días, el 24 de Junio, en tregue la fortaleza el Alcaide Pedro de Baeza. Nuevamente es huésped de los Bejarano Isa bel I, en Enero de 1479, Aquí ha conocido la triste nueva del fallecimiento de su suegro, el Rey de Aragón, y para ayudarle en el postrer viaje, manda celebrar solemnes honras en esta Iglesia p a rro q u ia l de S a n ia M a ría (F .° 102), ¡a M a yo r, por cuyas amplias naves ascendían confundidas las preces de ¡os sacerdotes y las sentidas plegarias de Isabel, por el regio muer to, en la mañana del 22 de Enero de 1479. Templo románico (hoy cerrado al culto) el </..? S anta M a ría — acaso fundado a raíz de la reconquista de la villa, pora rendir culto a la Virgen cuya imagen es tradición que descubrie ron ¡os reconquistadores baio la Torre juliana,— pertenece a! siglo XIÜ y fué después reparado y modificado. A más de su portada de transición, su ruinosa torre antigua, ¡a llamada, juliana, in teresante y bien labrada en los dos únicos lien zos superiores que hoy conserva, las naves de crucería gótica (F .° 103) algunas con estrellas onduladas de los siglos X V y XVI, los retablos, capillas y sepulcros tallados en granito, de V ar gas, Carvajales, Loaisas y Orelíarsas, esa enor me pila de agua bendita que según la tradición, sostuvo en sus manos el forzudo trujiilano Die go García de Paredes, para ofrecerla a su ma dre que venía a misa de parida, el coro sobre bóvedas vaídas de crucería y arcos escarzanos, construido por el obispo Vargas Carvajal, a —
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más de todo esto y sobre ello, interesa especial mente el magnífico R etablo M a yo r. (F .° 104) E s este un gran retablo gótico, del siglo X V al XVI. con su parle arquitectónica de talla do rada, formando compartimientos de arcos conor piales ricamente ornamentados que, a excepción del central ocupado por un grupo escultórico moderno, cubren veinticuatro buenas tablas gó ticas, con curiosas pinturas de figuras bien en tendidas y detalles bien tratados, que represen tan el Nacimiento de la Virgen, ía Asunción, la Epifanía, la Natividad, la Huida a Egipto, la Oración en el Huerto y otros asuntos religiosos. Se han venido creyendo influidas por el estilo de Durero, pero hoy, doctas hipótesis las atri buyen con más fundamento a Fernando Galle gos, por ia tradición flamenca a lo Memling que su técnica refleja. Y ya que de templos hablamos, digno es también de visitarse el p a rro q u ia l de S antiago, situado en este antiguo cerco de murallas, y jun to a la puerta de su nombre, una de cuyas to rres flanqueantes sirve de tal a la iglesia. E s es ta una vieja fábrica románica, según io revelan el ábside semicilíndrico y las ventanas altas, pero reconstruida muy posteriormente, acaso en el siglo XVII, como lo demuestran sus tres naves de traza clásica; en su recinto está la ca pilla de los Tapias, y merece especial cita una imagen de Nuestra Señora de la Coronada, ta lla policromada, aunque con pintura moderna, que se cree data del siglo XIII. —
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Posterior a esía iglesia, es la p a rro q u ia l ae San M a rtín , (F .° 105) templo gótico dei siglo XVI, situado en la Plaza Mayor, con amplia es calinata, pórtico y dos torres. Su fachada prin cipal ofrece una portada gótica perfilada en ar co ¡riboiulado, y ai poniente, otra portada clási ca con columnas y frontón; su interior es de una sola nave despejada y esbelta, y aparte el retablo mayor que es moderno, ofrece en los muros varios enrerramieníos de linajudos trujiIlanos.
** Terminado ya este obligado paréntesis sa cro, en gracia a la oportunidad de! momento, volvamos, lector amigo, a contemplar la gentil figura de Isabel I que, con foca de luto y ora ciones en los labios, hemos dejado allá en el re cinto de Santa María la Mayor. En Octubre de este mismo año 1479, la Reina Católica experimenta nuevas inquiefudesentre los muros de esta ciudad, pues los rebeldes partida rios de la Belfraneja, capitaneados por la Con desa de Medellín y el Obispo de Evora, han lo grado llegar en sus correrías y depredaciones hasta estas mismas murallas. Isabel, alojada en la señorial mansión de los Bejarano, dá órdenes urgentes de defensa, compulsa opiniones, apres ta mesnadas, tiene afortunadas iniciativas de es trategia, y decidida y confiada, con esa gentil —
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llaneza que realza su señorío, se la vé en todas partes. La situación, sin embargo, ha llegado a hahacerse tan difícil que, temiendo por su pro pia seguridad, ios de su Consejo acuden al Alcázar cierto día para proponer a ia Reina que se traslade aTalavera,comosiíiomás seguro. Por toda respuesta, Isabel se ha desprendido de su guardia y de Sos continuos de su real casa, y en viándolos j reforzar las tropas, dice a los con sejeros: «No me corresponde c a lc u la r lo s p e li g ro s e fatig a s que m i p ro p ia causa ha de ha cerme s u frir, n i des a m in a r con tim ideces fuera de ra zó n a m is am igos, con lo s cuales estoy dispuesta a perm anecer hasta que la guerra acabe». Lección admirable de viril confianza y prue ba inestimable de aprecio a ia hidalga ciudad, a cuya ieal custodia se entregaba. Gesto arrogan te y palabras de hembra castellana, cuyo timbre inmortal quedó resonando, para admiración de los siglos, entre los recios muros de esta vieja casona de los Bejarano. Todavía la Reina magnánima, antes de par tir de Trujillo, dejaba en él también memoria imborrable de su piadoso celo, fundando hacia esos últimos anos del siglo X V , ese convento que aún se eleva en la plazuela de San Migue!, para servir de albergue a beatas de ia Tercera Orden de Santo Domingo, y que, de su funda dora y del lugar en que hubo de emplazarse, se llamó de San M ig u e l y Santa Isa b e l: Edificio —
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muy capaz, en el que hoy viven modesta y reco gidamente docena y media de monjitas, guarda en su iglesia reliquias de Santa Rosa de Lima, memorias sepulcrales y heráldicas de Horozcos, Meneses, Alíamiranos y otros viejos linajes del solar, y sobre todo, tres valiosas curiosidades artísticas: dos hermosos cuadros que represen tan a Santa Cecilia y Santa Catalina en modo que revela fantasía y gusto, mas una imagen de la Dolorosa, talla policromada del siglo XVII, ejecutada con evidente sentimiento y realismo. A la misma época que ésta pertenece la Igle sia y C onvento de San F ra n cisco , (F ;° 105) es te último convertido hoy en dependencia del ra mo de Guerra. Edificio sencillo y austero, la iglesia ofrece al exterior alta fachada entera mente lisa con dos estribos; sobre la puerta una hornacina con la imagen de San Francisco, a los lados, los escudos del Emperador y la ciu dad, por coronamiento una imagen en relieve de! Padre Eterno. El interior de arquitectura ojival, tiene una sola y amplia nave de tres tra mos, bóvedas de crucería y cúpula sobre pechi nas, y el retablo mayor es barroco, de talla do rada y muy alto: en la última capilla del lado de la Epístola, el visitante se detiene complacido ante una curiosa talla policromada del siglo XIII, que representa a la Virgen con el Niño. Por úl timo, el claustro, adosado a la iglesia, es amplio, de dos pisos y de buena arquitectura clásica herreriana.
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Pasan [os héroes,-Fran cisco Pizasro Detén ahora tus pasos, peregrino curioso, y pon tus ojos con emoción devota en esas vene radas ruinas que recuerdan al más insigne írujillano. Esa sencilla y ruinosa portada (F .° 107) en arco apuntado, de influencia mudéjar, y que sostiene como por milagro un escudo de pino con osos rampantes y pizarras, señala el a n ti guo s o la r de lo s P lz a rro s . Es hacia el año de mil cuatrocientos sesenta y tantos, cuando uno de los vásfagos de tan se ñalada familia, el apuesto y bravo capitán Gon zalo Pizarro, dando tregua a sus tareas guerre ras, viene a descansar junto a los suyos, y en el remanso de la ciudad de su cuna. S e halla su casona próxima a ese convenio de San Francis co el Real de la puerta de Coria, en el que pres ta sus servicios a las monjas una humilde y gua pa moza llamada Francisca González, hija de unos campesinos de la huerta írujillana. >Cierto día el joven militar, saliendo a uno de sus coti dianos paseos, ha visto a la gentil sirviente de las monjas, que con su belleza ha prendido en él la llama de una pasión intensa; los encuentros y requiebros se han ido sucediendo con frecuen cia, la pasión se ha hecho recíproca, y la amo rosa aventura dá su fruto al fin en un niño que que se llama Francisco Pizarro. El oscuro bas—
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fardo llegará un día a desposarse con ia gloria, conquistando un imperio para España. He aquí, pues, entre estas evocadoras ruinas, la cuna gloriosa de una gran figura de epopeya, bajo cuyo influjo decisivo sufrirá ostensible cam bio ei Trujillo monumeníal que vamos a,contem plar ahora. E l descubrimiento y conquista de las Indias viene, en efecto, a abrir una era nueva en la his toria artística de la ciudad. A la sombra de Fran cisco Pizarro y en su compañía, acuden a Amé rica numerosos trujillanos, muchos de los cuales — Pizarras, Orellanas, Chaves, Hinojosas, Var gas, Carvajales, Trejos, Campos, Paredes,— logran volver de allá cubiertos de gloria y llenos de riquezas, con las que compran villas y ad quieren señoríos, instituyen mayorazgos y obras pías, fundan templos y capillas, y construyen casas-palacios en donde reflejan esa munificen cia ostentosa de nuevos ricos.
Residencias señoriales Así pues, a la sencillez adusta y recia de las casas fuertes medioevales, reveladora de su ca rácter y finalidad defensivos, reemplaza ahora en la arquitectura trujillana la riqueza lujosa y señorial de estas mansiones, (F .° 108) que— fue ra ya de murallas y en obligada expansión,— van levantando en los siglos X V I y X V II aque llos potentados indianos que, casando felízmen—
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te la eficiencia de su oro con los gustos e inquie tudes artísticas que el renacimiento aviva, las construyen para gozar, en cómodo retiro y al calor del nativo terruño, el bien ganado premio de los trabajos que allá sufrieron. Decíase— sin gran fundamento por cierto— , que hubo alguno, cual el primer Marqués de la Conquista, D. Juan Fernando Pizarro, descen diente de Hernando que, en su plétora de cauda les y afanes de ostentación, y para distinguir su palacio de los demás de la ciudad, pidió a Felipe IV que le permitiera cubrirlo con un tejado de plata: Soberbia tan indignante para el Rey o su Consejo, que hizo no sólo denegar el permiso, sino ordenar que, para más humillación, se esta bleciera en el piso bajo del palacio las carnice rías, que aún subsisten. (1) No necesitaba ciertamente de tamaña ostenta ción el P a la c io de! M arqués de la C onquista, (F .° 109) para ser entonces, como lo es hoy, el más suntuoso y espléndido entre todos los de Trujillo, por su traza gallarda y amplia, y su marcado sabor de época. Situado en la Plaza, es un hermoso ejemplar seudo-plateresco con influencias barrocas, que parece comenzó a construirse en el primer tercio del siglo X VII; to do de sillería, con cuatro pisos, ofrece en ellos ventanas con preciosas y afiligranadas rejas de (1) Semejante invención ha quedado ya deshecha por el hecho comprobado de ser la Carnicería anterior a la construcción del palacio de la Conquista. —
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lindos remates, y en la esquina del edificio un hermoso balcón de ángulo que lleva encima el escudó de la casa profusa y ricamente labrado; 1 coronan la señorial residencia esíáíuas que, so bre volada cornisa, representan los meses del año. Morada también suntuosa y de igual época y I estilo que la anterior es el P a la cio de lo s D a - : ques de San C a rlo s, (F .° 110) asimismo situado en la Plaza, frente a la iglesia de San Martín, antigua residencia de los Vargas y Carvajales, cuyas ondas y banda se ofrecen en escudos pro fusamente lambrequinados. Del conjunto del am- j plio y lujoso palacio, con cuatro pisos de traza y construcción perfectas, destacan su barroca portada entre columnas jónicas coronada por escudo de profusos adornos, y sobre ella, un balcón de igual aspecto y escudo con águila bí ceps por tenante; tiene también hermoso balcón esquinado entre pilastras jónicas y entablamen to con frontón, coronado por enorme escudo, partido de banda y fajas ondulantes y sostenido por un águila de dos cabezas. La planta baja de la fachada de la calle de García, muestra una esbelta arquería, y en el se gundo piso aparecen los intercolumnios de an tigua galería con pilastras corintias. En su inte rior son de admirar el patio cuadrado y de per fecta traza, con arcos en ambos pisos, que sos tienen columnas toscanas de granito, la amplia y severa escalera en tres tramos sobre atrevi dos arcos, algunos salones con restos de curio —
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sos artesonados, y finalmente, algunas intere santes chimeneas de ladrillo y yeso, que son obra de moriscos. Pertenecientes a esta misma época de lujo constructivo derrochado con el oro americano de los caudillos de la conquista, son también el P a la c io de lo s M arqueses de S ofra g a, en la plazuela de San Miguel, obra de sencilla traza clásica, del siglo X V II, y en la que maravilla es pecialmente un soberbio balcón de ángulo (F .° 111), el mejor entre los de Trujillo,- susten tado por una cornisa sobre ménsulas, el arco entre columnas pareadas, entablamento con acroteras piramidales, y entre éstos el escudo cuartelado de banda dragantada, castillo con león rampante y tres Iises, y dos toros pasantes todo coronado por un yelmo de frente. E l p a la c io de D . Juan de O re lla n a 'P iz a rro , en la Plaza de su nombre, es en su mayor parte construcción del siglo XVI, y — a más de su puerta adintelada, del renacimiento, las. dos torres que, rebajadas luego, recuerdan su primi tivo carácter defensivo y flanquean el conjunto ornamentado y blasonado de su fachada— inte resa en él especialmente el que llama le gente «■Parió de la Tahona» lindo ejemplar plateresco claustreado en galerías de dos pisos, con colum nas jónicas y artístico antepecho en el superior. Interesante construcción del siglo X V II es también la C a sa -pa la cio de lo s B alleste ro s, en la calle de este nombre, fábrica ámplia de sille ría granítica con torre, y cuya portada' adornan
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columnas jónicas y agudo frontón con el escudo j de cinco ballestas de los antiguos moradores i del palacio, que hoy pertenece al marqués de J Santa Marta. Visitamos finalmente la antigua C asa-A yun- I tam iento (hoy Juzgado de Instrucción) y no es baldía, por cierto, la visita: Conserva el edificio ¡ un hermoso salón decorado con pinturas al fres-j co sobre motivos ejemplares de la historia, de I apropiada expresión y estilo que, a juicio del i señor Mélida, recuerda el de los frescos de T i-1 baldi en la Biblioteca Escurialense, y forman un | conjunto decorativo en verdad suntuoso. Tiene j además el testero oriental del salón un nicho, I que guarda un altar cun retablo de talla dorada ; y en medio, un hermoso cuadro representando! la Ascensión de 1a Virgen, que según el mismo| arqueólogo, parece ser de artista florentino y l recuerda la técnica y manera de Leonardo de ? Vinci.
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Nos hemos detenido un momento ante la vieja mole, y tras las rejas de sus ventanas, nos ha parecido adivinar la sonrisa hipócrita y burlona de Marta la Piadosa en la plenitud de ser y vida, que, al Nevarla al tablado, la infundiera aquel mago de la farsa.
Despedida
Anotemos un prestigioso y fugaz recuerdo histórico-literario. Al cruzar una calle que lia-] man de la Merced, y ya convertido en vivienda ; particular, hemos visto un convento de Frailes Mercedarios que, fundado en 1593, es fama, comprobada lo rigió durante algún tiempo aquel hombre insigne que en religión se llamó Fr. Ga-j briel Téllez, y e n la escena, Tirso de M o lin a .
Pára emprender pronto el regreso, volvemos a ia Piaza Mayor. Típica, hermosa y alegre esta plaza truj'illana que abrazan y acarician estos portales de! Uenzo, del Pan y del Paño, y de la Verdura, y preside sobre el trono de su pórtico la vieja fachada de San Martín, Plaza, no ya medieval, sino de los siglos X V I y XVII, señonal y alegre a un tiempo, ella condensa la vida de 1rujilio; bajo las arcadas üz sus portales, junto a las piedras de sus palacios o en medio de su recinto, junto a esa fuente que vieriL* ge nerosa 1a savia del ornato y ¡a higiene trujillana, el hilo constante de esas aguas que son su or gullo, siéntese palpitar toda la gracia nueva y ágil del vivir de ia ciudad; y en la fusión con corde de tan opuestas y lejanas emociones, el alma emoelesada dicta a los labios estas pala bras de despedida y ofrenda: Trujillo: entre las ruinas de tu fortaleza y anie las fachadas de tus palacios, hemos remoza-
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Un fraile poeta
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do la devoción fervorosa de tradiciones ama das» hemos sentido el orgullo estimulante de viejas glorias. Después, la gracia luminosa de tu caserío moderno y el halago de tu fronda en plazas claras, donde el agua de las fuentes sal ta y ríe, nos ha recogido el albedrío en el lecho blando de tus caricias de hoy. Mas todavía, al. partir, se ha erguido entre tus piedras de oro la silueta recia y limpia de Pizarro, (F .° 112) bru ñida ya por el sol de la verdad. Trujillo!.... Francisco Pizarro!.... vieja hidal guía y gracia atrayente... Voluntad viril, sed de aventuras, gloria rendida..... Sigamos hacia Guadalupe.
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G uadalupe f1)
•vC J I u b i e n d o por la falda de bravia sierra, esy ^ calando alturas de donde la vista se es pande y el sueño de las almas vuela, hemos lle gado a un lugar en el que la belleza del paisaje, despertando inquietudes altas y sentires hondos, prepara el ánimo a gustar las emociones de fe y de arte que sugiere el histórico y venerando M o nasterio de N u e stra S eñora de G uadalupe. Fortaleza y templo, monasterio y alcázar to do a un tiempo. (F .° 113) la mole ingente de ve tustos muros y enormes torres se yergue en la falda meridional de la sierra de Guadalupe, en el territorio de las Villuercas, como lección de
(1) N O T A S Ú T I L E S . — Guadalupe dista 132 kilóme tros de Cáceres y 84 de Trujillo Automóviles de línea. Salida de Cáceres 8 mañana, llegada a Guadalupe, 1 tarde. Hospedajes.—Hospedería del Real Monastario de Gua dalupe.
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historia, archivo de tradiciones, museo único y ¡ sagrario de fe y amores a una Virgen cuya in- ^ tercesión piadosa, rendida siempre con ia gen tileza y. mimo de su corazón de Madre, la depa- j ró un aitar en c! pecho de cuantos a Eíla llegan. Su culto, por esto, mereció de antiguo esa , creciente protección de reyes, príncipes y mag- ' nates que hoy nos permite contemplar el cúmulo de riquezas aquí atesorado. Ailá por la segunda mitad de! sig!o XIII, se ■ le aparecía la Virgen en el cerro de ias Altami-1 ras a un vaquero natural de Cáceres, con el que » obró milagros tan sorprendentes que su imagen, en estos mismos lugares hallada, y aposentada] primero en humildísima y tosca ermita, a ¡rajo J enseguida la atención devota del reino entero. 1 Pronto Alfonso XI, atraído por la fama de j sus milagros, viene a visitar su tosco santuario] y manda que en su lugar se levante una iglesia! más capaz y rica, según lo confirman sus pro pias palabras, en carta de 1340: «P o rg u e la \ h erm ita de S ancta M a ría ... era asaz m u y p & j quena e estaua d e rrib a d a , y la s gentes que y \ ve nía n... en rro m e ría no a via n y do estar, nos i p o r esto to b im o s p o r bien e m andam os fa z e ñ esta h erm ita m ucho m a y o r de m anera que la y g le s ia della es grande en que pueden ca be rj fas gentes que 'y vienen en rrom e ría . E nava fa z e r esta yg le sia diem os nos suelo nuestro era que se fiziese e m andam os la b ra r las lauores] d i la dicha h e rm ita ». Edificó además hospital les para los enfermos que venían a implorar la
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saiud: y concedió término propio ai pueblo que empezaba a formarse alrededor de !a Iglesia, para ¡o cual mandaba en 1357 a Fernán Pérez dé Monroy «que vayades e señalades térm in o de d e rre d o r de ella m edia legua o más con e scri bano p ú b lic o s ; y a! año siguiente, ordena desde Salamanca a ¡os escribanos de Plasencia que, para dar fe de elio, acompañen a Monroy. «e veades com o dá e l d icho té rm in o » . Muy poco despues de la victoria de! Salado, el Rey vuelve a Guadalupe, para depositar a los pies de la Virgen los trofeos allí conquistados, pues en carta de Diciembre de ese mismo año de 1540, dice: «E p o rq u e cuando nos acaba m os de vencer a/ pod e ro so A lboacen, re y de M a rru e cos... venimos luego a este lu g a r p o r la g ra n d devoción que y a v ia m o s». Favorece lue go la fundación religiosa, donando rentas para su mantenimiento y, por privilegio dado en El Paular a 28 de Agosto de 1348. concedía «a la Iglesia y a l P r io r de! M o n aste rio e l señorío de la P uebla de G uadalupe». Análoga conducta y devoción semejante ma nifiestan hacia María de Guadalupe los monar cas posteriores, sobre todo después que en 1388 era entregado el monasterio a los Jerónimos, distinguiéndose muy especialmente, sobre todos los Reyes Católicos, que lo visitan hasta ocho veces. Aquí se les presentaba arrepentido y contri to aquel Arzobispo de Toledo D. Alonso Carri llo, a cuya desleaitad dispensaban ellos noble -
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perdón. Bajo estos mismos claustros y a los pies de la Virgen, trazaba la Reina insigne el plan de su última campaña en Andalucía. De aquí sa- j le para tomar a Granada, y su primera carta, ¡ tras ¡a rendición de Boabdil, es para el Prior de j Guadalupe, encargándole dé gracias a la Virgen ; mientras ella puede venir a ofrecerle los están- j dartes ganados a los moros. En estas soledades j benditas decide ayudar a Colón, mandando en- j fregarle las carabelas ofrecidas para el descu- . brimiento, cuya cuna puede así decirse que está en Guadalupe. En esta misma hospedería real, poco antes , preparada a sus abuelos Isabel y Fernando, se ! alojaba la majestad imperial de Carlos V. En sus estancias celebraban suntuosas vistas Feli-S pe 11 y su sobrino el rey portugués D. Sebas tián, en vísperas del desastre de Alcazarquivir. Por aquí desfilaban de continuo magnates, ca-j pitanes, conquistadores y artistas: Pedro Nava-] rro, el Gran Capitán, Hernán Cortés, D. Jua» de Austria, el Duque de Alba, Alonso de Alburquerque, Andrés Doria, Cervantes. ¿Quieres acompañarme, curioso lector, en el evocador desfile de algunas de estas egregias figuras? *
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Día de regocijo y fiesta, entre las gentes de, la Puebla de Guadalupe, es este c!sl 10 de Mayo —
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de 1477. Por vez primera visita el Monasrerío una mujer singular que, entre azares de luchas y redes de ambiciones, acaba de subir al trono de Castilla para abrir, con raro tacto y sagaz talento, la era grande de nuestros días de oro. Rodeada de prelados y magnates—el C ar denal Mendoza, varios obispos, Almirante y Adelantado de Castilla, Maestre de Calatrava, Duques de Escalona y Medinasidonia,— hé ahí la egregia Isabel I, "-muy blanca e ru b ia ,., e l m i ra r g ra cio so e honesto, las facciones d el ro s tro bien puestas, la cara m u y ferm osa e ale gre...» que así nos la pinta su fiel cronista Her nando del Pulgar. En estos momentos azaro sos, la gran Reina encuentra aquí, al amparo de la dulce Señora, un remanso de paz, una calma ponderada y sedante que, iluminando su espíri tu con la llamarada de la fe, cuaja pronto en providencias e iniciativas de raro acierto. Su p araíso llama ya Isabel a la soledad bendita de este apartamiento; y paraíso fecundo es de fijo, en cuyo ambiente se incuban y surgen, con san gre y carne de realidad promisora, las empre sas qua rehacen y expanden las energías de la raza. Guiada por los prudentes consejos de Fray Juan de la Puebla, y mirándose a diario con ín timo y gustoso arrobo, en el rostro gracioso de esta Virgen Morena, Isabel I, descubre aquí la centellica dichosa que alumbrará sus destinos. Aquí baña su alma en la esencia del perdón, otorgándolo generoso y ampüo al Arzobispo —
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Carrillo y sus secuaces: Aquí cobra arrestos pa ra marchar a la conquista de Granada y apenas Boabdil ha entregado las llaves de la ciudad de ensueño, la Reina castellana vuelve sus ojos con reverencia agradecida hacia el rincón ben dito de las Viltuercas: Aquí, en fin, decide in corporar su nombre a la más alta aventura de nuestra historia, mandando entregara Colón las carabelas que han de alzar un mundo a la luz de la cultura y de la fe. Y es así el santuario venerando ia cuna dél resurgir y el poderío de España. *
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Fundada nuestra grandeza en el yunque de un hondo sentimiento religioso, Guadalupe re coge pronto ¡as ofrendas que atestiguan el em puje de la casta. Corre ya el ultimo tercio riel siglo XV!, y el hervor de nuestros vigores, generosamente de rrochado en la colonización americana y eviden ciado por nuestra hegemonía en Europa* há cul minado en lucha tenaz contra enemigos de reli gión, a los que logramos domeñar «en la más a lta ocasión que vieron lo s pasados sig lo s n i esperan ver lo s venideros». E l nombre.de Lepanto resuena en todas par les con timbres marciales, y el paladín de la jor nada es un príncipe español, en quien la bravura puso ese sello de calidad excepcional que distin
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EXTREM A D U RA
gue a los héroes, en quienes- Cariyle y Emerson cifraron su fiio v vp de la historia. D. Juan de Austria— aquel gracioso pajecillo que, en las soledades austeras de Yuste, recibie ra por modo insospechado ia revelación súbita de! camino que la herencia y ia sangre señalaban a su vida, con dejo imperativo,—-viene ahora a Guadalupe. Vaho de gloria y clamores de exalta ción admirativa le rodean; pero él, humilde y devoto, ha rendido, su hazañoso prestigio a los pies de la Señora, y ha dejado en su camarín ia recia y gloriosa filigrana de esa farola que aca ba de arrancar a la nave capitana de los turcos, para que envuelva el divino rostro en la lum bre perenne del heroísmo hispano... *
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Sólo y pobre, sin sones de músicas ni galas de cortejo, un peregrino desconocido ha llegado al santuario de las Viliuercas. Cruel la vida para él, desde su cuna, sólo sabe de adversidades y quebrantos, de ingrati tudes y desdichas. Manco de una herida que es su orgullo y su blasón, por haberla cobrado en ocasión memorable, trae consigo e¡ doloroso testimonio de su última desgracia: la pesada ca dena que aherrojó su cuerpo en cautiverio re ciente. A falta de otra joya, Miguel de Cervantes— que así se llama el oscuro romero—rinde ante el —
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trono de la Virgen la triste y tosca ofrenda. Y ya cumplida su promesa, marcha de nuevo, pere grino errante del dolor inmerecido, para recoger en el tumulto del mundo, en los caminos polvo rientos,— por venías y plazas, tabernas y meso nes,— todo ese aluvión inmenso de humanidad palpitante que, reducido a símbolo pasmoso, ha de volcar luego en un libro singular, donde bajo el casco, amellado por yangueses y venteros, del impávido visionario de la acción, se adivina la silueta augusta del visionario del bien, trocan do así una locura aparente en santa cordura hu^ mana. E l alcabalero genial, dilecto a un tiempo por la desventura y por el arte, seguirá tropezando en los vericuetos de su vivir precario: más, en tre los dolores de una vida que alguien ha dicho real hasta la picardía y espiritual hasta el sacri ficio, su aflicción hallará siempre, acogedor y blando, el regazo de esta Madre -que es «lim a de sus h ie rro s y a liv io de sus prisiones.» *
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Isabel de Castilla, Don Juan de Austria, M i guel de Cervantes.....La realeza, el heroísmo, el genio artista rendido a tus plantas, dulce S e ñora, con gestos de reverencia perenne. En las lejanías del tiempo, estas figuras pasan cual en sereno relieve, como arquetipos augustos de ter nura piadosa, de fe viril, de resignación digna;
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y a través de los siglos, entre la polifonía de vo ces que te loan, dijérase que aún palpita y tiem bla el eco inmortal de sus devociones». (1). Estos fervores, este interés y protección constante que a Guadalupe dispensaban altos y bajos, reyes, señores y artesanos, juntamente con el celo cuidadoso, la cultura y el gusto de ios monjes jerónimos, hicieron pronto del Mo nasterio centro que rindió valiosísima confribución al estudio de las ciencias y al cultivo de las artes e industrias artísticas, a la vez que museo inapreciable, en donde la arqueología, escultura y pintura, rejería y talla ornamental, bordados, miniaturas, etc. etc. tienen sede única. El hospital guadalupense fué de los primeros de España en que, mediante pontificio privile gio, comenzó a practicarse la disección anató mica de los cadáveres, y cuyas cáíredas ilustra ron médicos tan notables como juan de Guada lupe, Alonso Fernández de Guadalupe, el doc tor Ceballos y otros. Aquí se imprimía eu 1546 el primer libro que lo fuera en Extremadura, por el impresor valen ciano Francisco Díaz Romano, íraido para ense ñar la tipografía a los frailes. Guadalupe fué, puede decirse, ia raiz del monasterio del Esco rial, y desde muy antiguo, cuna y taller presti giosísimo de las industrias artísticas monásti cas. (1) Artículo publicado por el autor de este libro en la Revista «hl Monasterio de Guadalupe»—Diciembre 1Q28—
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Vamos a conocer este maravilloso y rico mu seo de ias artes rodas, cuyas numerosas y am plias dependencias fué erigiendo la devoción y el arre de varias generaciones, desde el siglo X ÍV al XVIII.
El Monasterio Hallémonos en la típica Plaza del pueblo, .y ante nosotros, sobre un hermoso atrio al que se sube por amplia escalinata, aparece la fachada p rin c ip a l ( F .° 114) de! templo guadalupense que — flanqueada por dos esbeltas torres cuadradas, 1a de Santa Ana o del Reloj, con almenas, y la de la Portería sin ellas— es gótica, y está dividi da por cinco pilares rematados en pináculos, en cuatro compartimientos, cada uno con una arca da gótica; en los dos de la izquierda se abren los arcos de entrada, apuntados y de finas archávoltas, en los cuales detienen ya la atención del vi sitante, ¡as enormes hojas de sus puertas, cu bierías con planchas de bronce repujadas y ornameínadas, que si bien son toscas en su fac tura, son raros y curiosos ejemplares de la in dustria de bronces medieval. Entramos ya en la ca p illa de S anta A na, in teresante antesala del templo, capilla rectangu lar de una nave que cubren cuatro tramos de bóveda de crucería, y en la que, a más de un lindo ventanal mudéjar de arcos lobulados y fi nos maineles de mármol, (F .° 115) atrae con de --
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leitosa conplacencia el hermorsísirno sepulcro de los patronos y fundadores Don Alonso de Velasco y su mujer Dona Isabel de''Cuadros, en donde el maestro belga Anequín Egas afiligra nó la piedra, con delicadeza y gusto, para guar dar ios restos de rales señores, cuyas estatuas orantes, a las que dan guardia de honor dos pa jes, aparecen tras el pretil y bajo el arco sepul cral, tratadas en gestos y ropas con un realismo y sencillez admirables. Pero aún hay algo en esta capilla que' toca en lo sorprendente y maravilloso, entré ios mu chos objetos artísticos que Guadalupe encierra: es el L a v a to riu m que, Trasladado aquí para ser vir de pila bautismal, es ejemplar único en su género; es una hermosísima fuente de bronce que en 1402 idbró,-por orden dei P. Yañez, el Maestro rejero juan Francés, quien derrochó inspiración y elegancia en ios varios motivos con que ornamentó la basa, el capitel, fuste y ta za de esta preciosa obra.
La ¡Iglesia (r .° 116) Bajo una bóveda rebajada y de crucería y su biendo ocho gradas— en cuyo tránsito detienen y piden un obligado gesto de reverencia el se pulcro dei jurisconsulto guadalupense Gregorio López, comentador de las Partidas, y ios peque ños recuadros, tras de cuyas rejas se guardan restos de los mármoles de! sepulcro en que, se —
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gún la tradición, se halló escondida la imagen de la Virgen,— se pasa a la iglesia, cuyo conjun to y ambiente producen una primera impresión de grandiosidad severa, a pesar de ciertas ina decuadas reformas que, con posterioridad a la fecha de su construcción, y en desacuerdo con su primitivo carácter, hubieron de introducirse en ella. En efecto, el primitivo templo gótico, que Lampérez llama «¡a más p u ra de la s co nstru c ciones de G uadalupe», es obra de la segunda mitad del siglo XIV, con planta de cruz latina, y de tres naves, crucero y cabecera, siendo más alta la nave central, que además se prolonga so bre las laterales por el coro alto, y de las cuales la separan esbeltos pilares de finos baquetones; las bóvedas son de crucería, y en el crucero, so bre los cuatro arcos torales y otros cuatro es quinados, levántase una hermosa linterna con ventanales. Pero a mediados del siglo X V III se desfiguró el primitivo carácter ojival del templo con la obra de reforma que los monjes encarga ron a D. Manuel Lara Churriguera: S e enjalbe garon las bóvedas que tenían curiosas pinturas del siglo X V , y las nervaduras se festonearon con barrocos adornos de talla dorada, se cega ron preciosos ventanales y se desfiguraron la nave mayor, el crucero y cabecera con una cor nisa y balconaje, para colgar las lámparas de plata en ofrenda, cortando con tan impropio adi tamento las líneas arquitectónicas del templo. Y aún así, cuánta riqueza, cuántos motivos-
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de fervorosas y deleitables emociones ofrece al" visitante este sacro recinto! Al dirigir los ojos en acudimiento devoto hacia la imagen de la dulce Señora, que allá en su trono del alfar ma yor preside el lugar, los enreda primero entre las filigranas de su tracería la gran Verja que separa la capilla mayor y los altares laterales del resto del templo; dividida en cinco compar timientos esta monumental reja plateresca que, en alarde de gusto y fantasía, labraron los pa dres Fr. Francisco de Salamanca y Fr. Juan de Avila, es,— por la gallardía de sus barrotes y por la rica y delicada ornamentación de frisos y coronamientos, reveladora de un alto espíritu decorativo,— una de las mejores de España. Cuando la vista ha logrado desprenderse, no sin trabajo, de toda esa profusión exquisita de motivos,— medallones, flores, figuras de ánge les, de alados grifos y sirenas— de la incompa rable verja, y se dirige al fondo de la Capilla mayor, queda de nuevo presa, con maravillas y deslumbres de riqueza insólita, en ese magnífi co R etablo m a y o r tallado en borne y cedro, cu ya traza ideó el maestro mayor de la catedral to ledana, Nicolás de Vergara, ejecutó su sucesor Juan Bautista Monegro, y decoraron con el arte de sus gubias y pinceles Giraldo de Merlo, Jo r ge Manuel Teotocópuli, hijo del Greco, Vicente Carducci y Eugenio Caxés. En contraposición a la austeridad arquitectó nica de la Capilla, el retablo es efectivamente de una magnificencia y grandiosidad notorios; so—
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bre un zócalo de mármoles de colores levanta sus fres cuerpos y su coronamiento, divididos aquellos en corpaíimientos que ocupan fres no tables lienzos de Carducci en el lado del Eva n gelio, y oíros tantos de Caxés el lado de ia Epís tola; en los doce intercolumnios que completan el conjunto aparecen las hermosas esculturas de Merlo, representando, las del cuerpo inferior, los cuatro Evangelistas, las del centro, imáge nes de santas, y las dei cuerpo superior, imáge nes de sanios, todas ellas plenas de realismo y vida, y tocadas de alia y serena unción. En el hueco central del segundo cuerpo esfá el Cam a rín o capilla de la Virgen, obra barroca e infe rior a! res lo del retablo. Coronan a éste en lo alio las figuras del Señor crucificado, 1a Dolorosa y San Juan. Como joya digna de tan soberbio monumen to, aparece junto a él y en medio del alfar ma yor, sirviendo de S a g ra rio , el famoso y riquísi mo escritorio de Felipe 11, mueble digno por su artística riqueza de guardar el símbolo precioso del más alio misterio: E s un bufetillo o papelera, de bronce damasquinado de plata y oro, con re lieves de labor repujada y esíafuifas de bronce dorado; su ornamentación en puertas, colum nas, fustes, basas, cornisas y entablamentos, las figuras de sus relieves y las dos bellísimas y graciosas que coronan el mueble, a uno y otro lado del escudo que lo remata, todo es aquí de tan exquisita y sorprendenle finura, que se llega a dudar fueran manos humanas las de su autor,
aquel gran discípulo de! Buonarrotti, Juan Gramini, que trabajaron tan preciosa joya. Todavía antes de abandonar esta Capilla ma yor, se nos ofrece a la contemplación con fru tos de gustoso deleite algo que, en su severidad y riqueza, se muestra digno de! reiablo al que parece escoltar por ambos lados. Ricos mármo les de colores cubren estos muros laterales, y entre ellos, se abren con elegante sencillez las tribunas y sepulcros reales: En el lado dei Evan gelio y bajo un arco de medio punto, inscrito en el recuadro que forman dos pilastras toscanas y su entablamento, se muestra de perfil la esíátua orante de Enrique IV, cubierto con manto bla sonado y esclavina de armiño: En el lado de ia Epístola, y en igual forma, contemplamos la es tatua orante de su madre la Reina D.a María, cubierta con ámplio manto de bien logrados pliegues; ambas esculturas son obra del citado Giraldo de Merlo. Bajo los regios sepulcros, sendas inscripcio nes latinas pregonan munificencias y grandezas que pasaron: leyéndolas, nos ha resonado en el alma el eco inmortal de la clásica elegía manriqueña, y despierto el espíritu a le gran verdad, hemos vislumbrado el hondo sen.¡do de aquella seca y breve inscripción que, sobre su tumba en la Iglesia Primada, hizo grabar, humilde o ex céptico, aquel ilustre, galante y poderoso C ar denal Porfocarrero: « P u lv is . C in is , N ih il» pol vo, ceniza, nada... En el antecoro se nos ofrecen dos altares la-
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ferales ios de S an Ild efo nso y San N ico lá s de B a rí, ambos con idénticos retablos de talla do rada y pintada, del siglo XV II, y con sendos y valiosos cuadros que representan, en el primero ai santo recibiendo la casulla de manos de ia Virgen, y el segundo a San Nicolás, sentado, revestido de pontifical y bendiciendo. A ¡a entrada del coro hállanse los cuatro hermosos órganos, barrocos todos, del siglo XVIII; dos en las tribunas altas y volados, y otros dos más pequeños en el mismo piso dei coro y ante los arcos de entrada.
dido conjunto de pie, fuste y atriles, todos rica mente labrados, remata sobre un balconcillo abalaustrado, la escena dei Calvario con el S e ñor en la Cruz, entre la Virgen y San Juan. En la antesacrístía ,— interesante pieza de bóvedas góticas y muros preciosamente orna mentados, con ricos mármoles y jaspes, el anti guo lavamanos de iguales materiales y hermo sos lienzos de Carreño— se prepara el ánimo a saborear toda ia suntuosidad guadalupen se que culmina en esta incomparable S a c ris tía. (F .° 118).
E! Coro
La Sacristía
Dentro ya dei C o ro , (F .° 117) nos retiene ia riqueza ornamental y artística de la s ille ría , ta llada en nogal, conforme al gusto barroco de mediados del siglo XVIII, en que se hizo esta obra por el escultor Alejandro Carnicero, discí pulo deLaraChurriguera; en los respaldos de las sillas altas figuran en relieve Apóstoles y S a n tos, y en los deias siüas bajas, figuras de Santas; las volutas, molduras y capiteles que la decoran toda, dan un tono de notoria suntuosidad a! conjunto al cual corona, a manera de friso, un guardapolvo con mascarones, balaustrada y ar tísticos jarrones. Sobre el muro en que termina ia nave mayor, y a la entrada de la sillería, apa rece el soberbio fa c is to l de bronce repujado y grabado, y estilo también-barroco, cuyo espiéri-
Museo único en e! mundo, siéntese en efec to una abrumadora sorpresa ai penetrar en este recinto, donde la elegancia sencilla y el gusto rico se casan a maravilla. La estancia rectangugular con bóveda de cañón dividida en cinco tramos, revela en su traza singular ingenio y habilidad técnica, y su ornamentación, desde los zócalos de jaspe, siguiendo por pedestales, pi lastras, frisos, cornisas, tímpanos y bóvedas decoradas con hermosos frescos, es de una ri queza deslumbradora. Jamás pudo soñarse relicario tan digno de la obra magna de Zurbarán, que aquí se guarda, ni el glorioso pintor extremeño trabajó de fijo nunca con tan deliberado propósito de alcanzar la máxima expresión de su temperamento artis-
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ía, como cuando entre 1658 y 1659 se afanaba, por cima el lienzo llamado «G loria», de Zurbacon bendito anhelo, por plasmar, con tonos y rán, o sea !a Apoteosis de San Jerónimo, que se colores inmortales, las piadosas tradiciones de eleva ai cielo entre ángeles niños cuya gracia milagro o santidad que habían de ser, en estos armoniza con la tierna piedad del Santo y ei rea ocho lienzos de la sacristía guadalupense, lec lismo admirable de las telas, haciendo de esta ción perenne de virtud y encendida centella de obra una joya invalorable. En los muros latera emociones. les hay otros dos grandes lienzos, ei de las ten Repara, curioso visitante, cómo se funden el taciones de San Jerónimo, de autor desconocido, realismo palpitante y el más alto misticismo en y el de San Jerónimo azotado por los Angeles, la «Aparición del Señor ai P. Salmerón» y en ¡a obra hermosa, aunque ya deteriorada, de Zur«Visión del P. Orgaz»; qué asombroso y sere barán. Por último, y a más de las ocho íablilas no verismo efunde de la figura del P. illescas en que decoran el zócalo del retablo, pende del su retrato; recoge el tono de piedad caritativa centro de la cúpula la fa ro la de ía nave capitana que baña esa escena de! P. Limosnero Fr. Mar turca de Lepanto, regalada por D. Juan de Aus tín; observa el intenso efecto de claroscuro en esos lienzos de! «P. Carrión esperando ía muer-; tria, histórica e interesante reliquia de bronce y latón dorados. te», o del «P. Salamanca deteniendo un incen Luego de detenernos en la capilla de San dio con sus oraciones»; observa, en fin, con de Juanito ante un precioso tríptico del siglo X V tenimiento esa «Misa del P. Cabañuelas», y no que representa ¡a Adoración de los Reyes M a te será difícil contrastar con provecho el realis gos, y en la de Santa Paula y Santa Catalina mo brioso de la figura del lego asistente, con el ante las imágenes de las santas, talladas por Giblando misticismo que trasmana del rostro re raldo de Merlo, y ante ios sepulcros del Princi verente y humilde de! fraile celebrante. pe D. Dionisio de Portugal y su esposa la infan Todavíaen este recinto maravilloso como par ta Doña Juana, con sendas y gallardas estatuas te integrante de! mismo, está esta linda C a p illa orantes, hemos pasado al R e lic a rio , interesan deS an Jerónim o formada por cuatro arcos forme ros, sobre los cuales se yergue linda cúpula, de-J tísima, capilla de traza clásica, con curioso zó corada con frescos; su ornamentación es análo-J calo de azulejos de Tala vera y bóveda y cúpu las decoradas con pinturas al fresco, en la que ga a la de la Sacristía en riqueza y gusto. En el se guardan valiosas reliquias, y especialmente, centro del retablo de talla dorada y pintada, apa la famosa arqueta de lo s m etales, notabilísimo rece la imagen del Santo en barro de talla coci ejemplar gótico, de esmaltes del siglo X IV y re do, que se cree obra de Pedro Torrigiano, y pujados y montura de plata sobredorada, con — 180 — 181 -
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reminiscencias de la escuela de Gioto, construi do a mediados del siglo X V por el platero del monasterio Fr. juan de Segovia. Vamos ya acercándonos a! recinto donde aparece la imagen de esta dulce Señora, cuya devoción juntó aquí riquezas tales. Subimos por una lujosa escalera cuyos peldaños son de jas-, pe rojo, de una sola pieza, y bordeada de una] hermosa baranda de bronce dorado; una puerta formada por innumerables piezas de finísima ta lla en preciosas maderas se nos ha franqueado, para darnos entrada a una estancia, en donde la riqueza y el arte producen una primera impresión de asombro. E s el C am arín, estancia riquísi ma y bella donde, sobre un pavimento de már moles yjaspes finamente pulimentados, en planta de cruz griega, se levantan cuatro recios pilares y cuatro ábsides semicirculares, sobre los cuales voltean cuatro arcos torales y cuatro pechinas que sustentan gallarda cúpula. La fantasía, el lujo y ei gusto uniéronse aquí, por modo maravilloso para grabar imborrable mente en la retina del espectador este conjunto decorativo que, ya de relieve, ya pintado, cubre y exorna zócalo, pilastras, muros, frisos, cor nisas, y en el cual destacan, de forma singular, las ocho figuras de m ujeres bíb licas colocadas en los nichos de los pilares,— Sara, Ruth, Débora, Ester, judith, etc.—que, vestidas al modo pastoril, se ha pensado sean obra de Luisa Rol dan, «La Roldana», escuiíora de la corte de C ar los II, y sobre todo los nueve lienzos m urales —
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de Lucas Jordán que representan misterios y pa sajes de la vida de la Virgen— ei Nacimiento, los Desposorios, la Anunciación y otros— con exuberante colorido y expléndida fantasía. De la cúpula pende una enorme lámpara de cristal de roca, profusa y bellamente ornamentada. Separada del camarín por una reja ríe plata, la pequeña capilla de San Joaquín y Santa Ana sirve de entrada al T rono de la Virgen, capillita en cuya bóveda pintó la «Anunciación» Francis co Leonardo, y con los costados tapizados de terciopelo rojo, en la cual, sobre un pedestal de plata repujada, de estilo barroco, aparece la ve nerada imagen de Santa María de Guadalupe, que, así como el niño que sostiene, son imáge nes de vestir, pero de talla, siendo sólo visibles los rostros y una mano de la Virgen; conservan aquellos el color oscuro de la madera en que se tallaron reforzado por la pátina del tiempo, y aunque un tanto desfigurado el primero por el cerquillo que lo rodea, ha permitido a los doc tos señalar su carácter románico, y su fecha en tre los siglos X I y XII. Luego de hacer ia detenida visita que el Jo y e l merece, no por lo que en sí es, sino por las valiosas joyas y preciosas ropas de la Virgen, que allí se guardan en ia magnífica cajonería ta llada en ciprés, y que después enumeraremos, nos hemos detenido en la c a p illa de San G re g o rio ante el sepulcro gótico en alabastro del Obispo Serrano, para pasar al fin al Monasterio a donde atrae y retiene el gran C la u s tro m u —
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d e ja r ( F .° 119), ¡a maraville! arquitectónica más original y curiosa de Guadalupe, del que afirma Lampérez que si sólo tuviera tres elas y un piso diriase que eni ei paíio de abluciones de una mezquita. V eieciivemeníe, sus elegantes y blan quísimas arcadas, rodeando a los naranjos que acarician el lindo templete central (F .° ISO), pro ducen una insólita impresión de alegría, de co lor y de luz, que contrasta con ¡a severa auste ridad deveta dei resto de esta enorme mole. Ejemplar magnífico, hecho por alarifes mu dejares, a fines de! siglo X V, es en su planta io ta! casi cuadrado, y consta de cuatro crujías y dos pisos, con arcadas (F .° 121), de ladrillos guarnecidos de yeso, que forman pilares cuadra dos y octógonos con arcos túmido-apuntados y de herradura, siendo el número de éstos en el claustro alto doble que en ei bajo; en el inferior de uno y oíro hay arfesoriados que aún conser van restos de sus antiguas pinturas. Monumento único, bellísima obra de arte es pañol llama Méüda al Templete gótico-m udéj a r que se levanta en e! cenlro de este patio; de planta cuadrada y achaflanada por fuera, y oc tógona por dentro, forma un cuerpo, de ladrillo enlucido con tono ocre, y con curiosas arcadas góticas en cada lado, divididas por fino parteluz de marmol, y sobre este conjunto un esbelto co ronamiento octógono, a modo de torre, en tres cuerpos en disminución, que remata un pináculo florenzado de barro cocido. Er¡ uno de los nichos del muro occidental del — 184 —
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Claustro se haüan colocadas las figuras que se llaman «Las es faetones» (F .° 122) por suponer pertenecieron a un ¿maguo Vía Crucis; son cu-, liosas íaüas góticas de estilo flamenco. Así mis mo, en uno de ios ángulos de! claustro, retie ne con delectación tocada de piedad, por e! mal estado en que al presente se halla, ei curioso se pulcro de alabastro del P. iiiescas, con la estátua yacente de éste sobre el arca sepulcral ricamen te ornamentada; labrólo en ¡a segunda mitad del siglo X V ei maestro cié la Catedral toledana Anequín Egas, conforme a un dibujo o traza hecha por Fr. Juan «e! platero». Situado a la parte Norte del edificio conven tual, es también interesantísimo el C la u s tro de ¡a B o tica , (F .° 123), en el que predomina el esti lo gótico, aunque también con influencias mudéjares y clásicas. De fábrica de ladrillos, es un amplio y elegante patio de planta rectangular con tres pisos y tres órdenes de arcadas; los arcos bajos son clásicos, escarzanos los últimos, y los del piso central, que dan carácter y sobria ele gancia al conjunto, son góticos, sobre pilares cuadrados, divididos en dos arcos de medio pun ió con maine! octógono, (F .° 124), y labor calada con rosetones y nervaduras en el tímpano; sus antepechos son también de arquerías góticas. Con la huella triste dei abandono o de los malos tratos sufridos al llenar fines impropios de su primitiva y elevada misión, todavía ofrece el Monasterio guadalupense, dependencias y restos y detalles que interesan y emocionan, al par que —
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bañan e¡ ánimo en la suave meiancoiía sugerida por las cosas hermosas que ios hombres injuria- | ron. Tales son el Refectorio, muchas celdas, en-i tre ellas ¡a misma Priora!, la Cocina o la Enfer mería, ei pabellón de la Librería y Sala Capitular, desfigurado y maltratado a! dedicarlo a Teatro y Salón de baile, la Mayordomía, los hospitales o la Iglesia nueva, modernamente reconstruida. Inagotables los tesoros que Guadalupe en cierro:, y reseñada ya la parte arquitectónica y 1o más destacado que en escultura y pintura, reje-¡ ría y íaila, guarda, todavía hemos de enumerar algo de 1o mucho que, en oíros órdenes artísti-: eos, se ofrece aquí con deslumbres asombrosos; a ia contemplación del visitante. Preciosidades de ta!!a, a más de las obras ci-l tadas, son un C ris to de m á rm o l blanco rosado, veteado de azul, de perfecto estudio anatómico e intenso acento dramático; el C ru c ifijo de m a r f il que coronaba la papelera de Felipe II cuya acabadísima figura se ha atribuido al propio Mi-] guel Angel; otro C ru c ifijo de m a rfil con pie de incrustaciones, obra del siglo X V I y una Arqueía relicario, del X IV , con relieves en hueco y or-j namentación de figuras. En jo y a s , nos vemos obligados a detenernos con regalado deleite ante ese magnífico L ig n u m C ru cis del XIV, que regaló Enrique IV, soberbia; cruz de piafa dorada guarnecida de perlas y ri cas piedras adornadas con esmaltes traslúcidos,] obra de puro estilo gótico, de fina ejecución y traza elegantísima, cuyo pié labró Fr. Juan «el
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platero», a fines del siglo X V ; así mismo nos de tienen la C u stod ia de plata dorada con esmaltes y pedrería, del siglo XVII, y las ricas a lhajas de la Virgen, coronas y rastrillos de ios siglos X V II y XVIII, cuya colección ha venido a enri quecer recientemente la magnífica Corona rega lada a la Virgen por suscripción popular, obra del gran artífice señor Granda. Sorpresa y asombro producen los inconta bles y riquísimos b orda d os guadaiupenses, (F o tografía 125) producto en gran parte de la indus tria monástica, que alcanzó antaño perfección y gusto insuperables. F ro n ta le s como el de E n r i que H, precioso ejemplar del siglo X IV, borda do en oro y sedas, que desarrolla motivos reli giosos de modo tan perfecto y delicado que pa recen pinturas; el Ironía! «de la P a s ió n », del si glo X V , ¡indo mosaico de bordados y sobre puestos de ricas telas; el «fro n ta l ric o » también del XV, cuyo enorme valor intrínseco, realzado por primorosa ornamentación, produce un efec to deslumbrante; el fro n ta l negro, valioso ejem plar gótico del siglo XVI, bordado en oro sobre terciopelo negro; y entre otros varios, el fro n ta l chino, así llamado por sus dibujos, que se supo ne traído de Oriente, y regalo de una Reina de Iglaterra. En O rnam entos sagrados, deleita y asombra la C a su lla de lo s Reyes C a tó lico s, riquísima pieza gótica que regalaron estos monarcas, de terciopelo rojo bordado en oro, piala y sedas; el Tem o d el «Tanto M onta», así nombrado por el
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conocido icma de aquellos Reyes, rico brocado de oro y terciopelo verde de realce formando los adornos, que se sospecha fuere originariamente un vestido blasonado de la propia Isabel I. La C a su lla d el Condestable Velasco, rico damas co morado dei siglo XV! con bordados en oro y sedas de adorno mudejar, E l Terno de la E m p e ra triz Isabel, riquísimo brocado carmesí de seda y oro totalmente cuajado de preciosos bor dados en oro, plata y seda; fué también antes un vestido de la esposa de Carlos V. La Capa ric a , de preciosa tira bordada delantera, del si glo XV I y vuelo de tisú de plata bordado en se das de colores. E l Terno ric o , así llamado por su riqueza suntuosa, es blanco y cuajado todo de magníficos bordados en oro, piata y sedas; pertenece al siglo XVI. C a p illo s diversos y ri quísimos. E l P a lio de D o ñ a Juana E n riq u e z «La Loca del Sacramento», de seda blanca con estupendo bordado de oro, y finalmente, la man ga parroquial conocida por «e l tra p o viejo», que hasta no hace mucho tiempo estuvo abandonado y sirviendo incluso de juguete a los muchachos, y que en sus dos piezas es de riqueza inaprecia ble y de altísimo valor artístico, por ser bordado al realce y de relieve; eiio hace que se ie consi dere una de las mejores obras que salieron de los talleres de Guadalupe en el siglo XVI. Para realzar con su nota de suntuosidad la majestad de la venerada imagen tiene ésta mu chos y ricos vestidos, que son asimismo encan to del que los contempla. Destacan entre ellos, —
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el que llaman Vestido p rim e ro de la C o m u ni dad, por ser el más antiguo, que sobre el fondo bordado en plata lleva bordadas flores en sedas de colores, y en los delanteros van engastadas perlas y piedras preciosas y el resto cuajado de aljófar, todo ello de exquisito gusto y rica mag nificencia; es obra del siglo XVI, renovada en el XVIII: E l Vestido de la Infa n ta Is a b e l C la ra Eugenia, bordado en plata sobre ante, y reca mado de un bordado al realce con perlas y joye les cincelados finamente con esmeraldas, rubíes y perlas engastadas de modo que a su artística ornamentación junta una riqueza asombrosa: E l Vestido ric o de la C om unidad, riquísima joya hecha en el Monasterio a fines de! siglo X V III y a costa de ¡os Jerónimos, caprichosamente bor dado, especialmente en 1a hermosa greca que rodea su vuelo, y sembrada toda ella de gruesas perlas, diamantes y aljófares. Finalmente ofrecen riqueza incalculable y su mo deleite ios libros miniaturados de Guadalupe: Los P a s io n a rio s , dos códices del sigio X V , en vitela, con preciosas miniaturas en orlas, viñetas y letras iniciales: el A n tifo n a rio d e l P rio r, códi ce de principios dei XVI, encuadernado en ter ciopelo rojo, con medallones de plata dorada y esmaltes, en viteia también, y con ¡indas miniatu ras; y sobre iodo la magnífica colección de L i bros corales, que representa una de las más prestigiosas industrias artísticas del Monasterio, cuya brillante historia ha reconstruido el sabio cronista y archivero de Guadalupe, Fr. Garios
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G. Villacampa. Está integrada la colección gua dalupense de lib ro s corales por ochenta y seis volúmenes, todos de gran folio, en pergamino, con encuadernaciones de tablas forradas de cue ro estampado, con guarniciones, adornos y bro ches de bronce, y lindas miniaturas en letras ini ciales con viñetas muy artísticas en oro y en co lores; el texto, en hermosa letra gótica y debajo su notación musical: Por todo ello, se considera que semejante tesoro no tiene rival en España. * * * Rimando sus bellezas con las de éstos ricos tesoros que el Monasterio encierra, la naturaleza ofrece, en los alrededores (F .° 126) de Guada lupe encantos singulares cuyo goce proporciona a la vez ocasión feliz de conocer viejas depen dencias, centros industriales ayer, ermitas y granjas interesantísimas. Tales son, el H u m illa d e ro , arruinada ermita gótica del siglo XV , que hubo de levantarse al calor de los milagros que obró la Virgen con los cautivos cristianos: E l <camino y arca d el agua», enorme obra hidráulica medieval, reali zada para abastecer de aguas al Monasterio y al pueblo, como lo son también en este orden, «la presa y lo s m o lin o s» (F .° 127) que, conteniendo y rebalsando el cauce del Guadalupejo daban a su caudal aplicación útil; la G ra nja de M ira b e l, hermoso palacio situado entre «Valdegracia» y
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el «Infierno», en medio de un paisaje delicioso, que sirvió de alojamiento a los Reyes Católicos poco después de la toma de Granada; y la G ra n ja o P a la cio de Valdefuentes prestigiado como aquél por ia estancia de reyes y magnates, y con interesante capilla de elegante artesonado mudéjar y altar con frontal de azulejos talave ranos. Volvemos sobre nuestros pasos, para dar el último adiós a Guadalupe. He aquí la Puebla humilde y antigua que se apiña y cobija al calor de su grandioso Monasterio, osamenta enorme y magnífica, en donde se alian la robustez y ia gracia, la reciedumbre y la ligereza, la verdad de lo real y el ensueño de lo místico, la raíz desnuda que ahonda en tierra y el brazo-aguja que sube ai cielo con temblor de ala y ansias de infinito... Relicario de grandezas y museo de tesoros sin igual, es también y sobre todo, el sagrario acojedor de las más hondas devociones popula res, que estallan y resuenan con trémolos de un ción, cuando una vez al año las gentes de la Puebla y ios romeros venidos de todos los con fines contemplan a la Virgen, que sale de su casa para pasear su misericordia por las típicas calles de la villa. (F .° 128). Un ilustre escritor, que siente como pocos las cosas extremeñas y las canta como nadie, (1) nos describe así ese emocionante cuadro: (1)
Reyes Huertas, en su novela «Fuente Serena».
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«¡Guadalupe! aüá surgió con !a enorme for taleza de su Monasterio, con su caserío típico, peculiar, interesantísimo, como un corazón blan co que abría sus ojos a mirar en los recodos de la carretera a los innumerables romeros que sa ludaban su aparición con vítores entusiastas... ; Aquella Plaza era un encanto, con su pilar rebosante de agua, sus casas semivencidas con los balcones de madera llenos de tiestos de albahaca y de geranios... Relicario antiguo este pueblo que guardaba los arcos típicos, los ale ros norteños, las solanas abrigadas, balcón in comparable de un paisaje que alentaba con la pujanza arisca de las montañas, amansada por el esfuerzo dei hombre, que escaló faldas, coro nó cumbres y en los amplios repliegues de la se rranía plantó el símbolo de ia paz, hecho árbol y belleza, como promesa y premio del trabajo fecundo y redentor... Un instante nada más y, cuando Pineda vol vió los ojos, quedó maravillado ante el espec táculo de aquel Monasterio que se alzaba macizo e imponente. Recio y firme, acicalaba sus pare dones con la gracia gótica y mudejar de arca das, rosetones y ventanales; filigranas de alari fes artistas que no necesitaron piedra para ali catar cresterías, calados, arabescos y agujas... .] Y la Plaza era un mar revuelto eri encrespa do oleaje que crecía con los afluentes caudalo sos que desembocaban de las carreteras y de los caminos. De aquel Monasterio salían en tanto olas de romeros, bocanadas de vida y calor que — 192 —
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echaban aquellas puertas de magníficos repuja dos. Pastores de la Serena, labriegos de ¡os Barros, huertanos de ia Vera, montañeses de la Sierra de Gredos. Mozas ataviadas con los vis tosos refajos, el peinado de raya, ias medias blancas y el zapato de pana; hombres de calzón de paño, calcetas azules y montera española... Una policromía de tonos y matices, y una gama de los variados acentos de Extremadura... Subieron Carmen y Pineda al antepecho de la espaciosa escalinata. Allá dentro hervía un murmullo inmenso de rumores. No sabía Pineda io que sentía: si emoción sobrenatural o peso de toda aquella grandeza que le rodeaba. Allá en lo alto, como una apari ción aérea, la Virgen extremeña se mostraba rodeada de nimbos luminosos. E l arte y la fe se habían juntado allí para constelar el ancho re cinto de faustos y armonías... Rompió el órgano y Pineda sintió el corazón poseído de un reco gimiento profundo. La multitud alarido enseguida... Era un océa no hirviente que levantaba un bronco jadeo de trueno. Llenaba con su oleaje los claustros, las capillas, las galerías. Todo lo arrollaba aquella muchedumbre curiosa que acudía de todas par tes de Extremadura, y que allí en Guadalupe no sabía más que vitorear incesantemente. A veces surgían poetas anónimos que recitaban lindos e ingénuos romances, o rapsodas iluminados que entonaban coplas y galanías proféíicas... Y — 195 —
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luego rompían los vivas, siempre los inmensos vivas que conmovían las naves con una súbita explosión. Pasmado quedó luego Pineda ante tantas maravillas. Consideró entonces que Extremadura era el campo de sus proezas y ansió poner en la tierra madre su amor y gratitud. ¡Besar esta carne heroica de la tierra— barro, sudor y sangre,— con un beso fecundo, y hacerse humano y ex tremeño, y poner un sillar en la casa solariega de la raza, para hacer entre todos de Extrema dura el regazo, el latido, el corazón de España!» Y de cierto, la impresión del héroe de Reyes Huertas es la de todos en Guadalupe: Recuer dos históricos, piadosas tradiciones, emociones de naturaleza y arte, suntuosidad, magnificencia fervores, todo parece fundirse, al terminar la visita al gran Monasterio, en un acorde prolon gado que repercute en el ánimo con sones de pasmo; y al separarnos de este lugar, donde ia piedad de los siglos plasmó sus devociones a ia graciosa Señora en líneas, colores y formas de maravillas, el corazón embelesado va cantando plegarias y rezando emociones...
Motas finales L a tie r r a .— El h o m b r e .— C o s tu m b r e s , fie s ta s , fo lk lo re
La Tierra
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a visita a Guadalupe ha colmado el rosario de impresiones gratas que nos dej’aron los lugares recorridos. Rehaciendo su ruta en el re cuerdo, no nos será difícil bosquejar las notas típicas que ofrecen estos factores— tierra, hom bre y costumbres— para obtener una visión de conjunto de la Extremadura vieja. En nuestro peregrinar andariego y catador de riquezas monumentales, hemos cruzado, ¡ac tor amigo, tierras áridas (F .° 129) y pardos la brantíos; inmensas dehesas con encinas, (Foto. ISO), robles y alcornoques; vegas risueñas, (F .° 131). Nos hemos asomado en Yuste a ese feraz y gracioso cogollo de «La Vera», donde el terrón se viste de una exuberancia frondosa, que —
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también engalana las fierras de Hervás: hemos escalado cimas montañosas y recorrido llanos interminables. ¿Podríamos fundir tan variadas impresiones sin caprichos de síntesis, en una nota definida y concreta?. No ha faltado quien afirme que la unidad se escapa en nuestra tierra. Pienso, no obstante, que— apreciando y sopesando con un prudente criterio de relatividad los diversos y aun opuestos matices que la geografía provincial ofrece, cabría señalar como carácter-tipo de esta tierra cacereña la sobriedad sin pobreza. Porque la tierra es fértii ciertamente, pero sin grandes ni lujuriantes galas; que poco es, en verdad, la mimosa frescura de la vega de Pla sencia o ía exuberancia iozana de «la Vera» y del norte de 1a región, frente a la uniformidad desnuda, igual, austera, que nos envuelve al re correr cientos de kilómetros de su territorio. No es, pues, el.nuestro ese paisaje coqueíón y alegre, vestido con el lujo de praderas verdes y arroyos daros, cuya dulce belleza invita a so ñar: Es, por el contrario, en su mayoría, un pai saje recio y pardo, sobrio y denso,— manchas oscuras de tierra labrantía, encinares y olivos, lomas calvas, barbechos grises,—tierra en su ma, que lejos de hacer soñar en su regazo muelle, estimula energías y despierta actividades, pron tas a arrancarle sus tesoros en el rilo liberador y augusto del diario trabajo. Y esta tierra que en general no es pobre, si no buena, fértil, está, con todo, poco poblada.
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EXTREM A D U RA
«Las modalidades de distribución de la pobla ción en un territorio (1), se deben tanto a la na turaleza geológica del terreno cuanto ai relieve. Ello explica que la montaña sea el lugar por ex celencia de las aldeas y caseríos próximos y de la pequeña propiedad: en la meseta se observa el grupo medio de población y la propiedad de extensión media; y en la llanura se da la gran propiedad concentrada en pocas manos, y los centros de población nutridos, pero distantes los unos de ¡os otros». En nuestra provincia hemos podido, en efec to, confirmar esta observación. ¿Recuerdas, cu rioso viajero, aquella etapa de nuestra ruta, si guiendo la cinta interminable y blanca de una carretera (F .° 132) entre descampados? E l pai saje severo, sin adornos ni fragancias, en la lla nura que tostaba un sol bueno, transpiraba so ledad y misticismo que adentraban en el alma la atención, en modo tal que nada turbaba la me lodía rumorosa y honda de nuestro ensimisma miento... De pronto, en un repecho del camino, la figu ra de un gañán (F .° 133), y la caricia volandera de una copla que alegraba sus tareas, fueron nuncios de vida y trajín cercanos: Allá a lo lejos, se dibujaba estilizada la mancha blanca y roja de no sé cuál aldea, y en el horizonte limpio se recortaba la flecha de un campanario humilde, (!) Dantín Cereceda.—«Ensayo acerca de las regiones naturales de España».
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derramando bendiciones sobre ella: habíamos recorrido docenas de kilómetros sin descubrir atisbos siquiera de humana agrupación. Está, sí, poco poblada la Extremadura cacereña, que sólo cuenta unos 20 habitantes por ki lómetro cuadrado; pero más que a improducti vidad o pobreza del terrón, ello obedece a que está muy mal repartido. Son escasos los pro pietarios y muchísimos ¡os que nada tienen: y así sucede que el jugo más rico de la tierra va a parar a las arcas de magnates y potentados fo rasteros,— dueños de enormes latifundios que acaso se formaron antaño, borrando lindes y cambiando hitos con grave quebranto de la pro piedad comunal y aun particular— mientras los naturales que en ella vierten su sudor, tienen que «migrar o condenarse a vivir en estrechez rayana en la miseria. El extremeño que antes conquistó mundos para España, no ha logrado todavía conquistar para sí su propia tierra. Mas esa nota de recia austeridad que en ge neral hemos señalado al paisaje en la tierra cacereña, no quiere decir que aquel carezca de motivos y espectáculos de singular belleza y contemplación deleitosa. E l e xcursionism o en nuestra provincia tiene, en efecto, razones so bradas para adquirir un pujante desarrollo. Aparte de Yuste y Guadalupe, en donde ya hemos visto que los encantos naturales riman, por modo sorprendente, con viejas evocaciones y emociones de fe y de arte, hay en la provih198-
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cia lugares varios, (F .° 134) de fácil acceso unos y otros de más penosa llegada, en los que la naturaleza muestra bellezas singulares que com pensando holgadamente las incomodidades del cuerpo, bañan el alma en la grata unción de in sospechados deleites. Tal se ofrece, a no larga distancia de la ca pital, la sierra de Moníánchez que presenta pa noramas amplísimos, hermosos paisajes y pin torescos pueblos: Su acceso, ya sea por la par te de Cáceres o por la de Alcuéscar, hunde al viandante entre bosques magníficos de pinos y castaños, y al escalar su cima—más de 1.000 me tros sobre el nivel del mar— descúbrese en estu penda perspectiva gran parte de Extremadura. E l famoso «cancho que se menea», en sitio altí simo de donde se inicia rápida pendiente, es un soberbio balcón que permite otear un paisaje de imponente grandeza, llanura interminable, por donde entre las manchas grises de encinares y olivos van surgiendo aquí o allá las notas blan cas del enjalbegado caserío de más de veinte pueblos. La región de «La Vera» muestra igualmente una naturaleza vestida de pomposa exuberancia y sin igual variedad. Al abrigo de uno de los ra males de la sierra de Gredos, tiene la Vera va lles y laderas donde el clima es dulce, mientras las «gargantas» que bajan de las cumbres amor tiguan los rigores del estío, y alimentan de sarvia fecundante lindas huertas y hermosas plan taciones de ciruelos, melocotoneros y albarico-
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queros, o riegan grandes bancales de pimentón que es allí selecto y abundante. Verdadero oasis en medio de la general ari dez parduzca de la tierra, en !a Vera se dan des de las plantas propias de las regiones cálidas como el naranjo, el algodón o el tabaco hasta los árboles propios de climas opuestos, cual el pino, el castaño, el roble o el nogal, que forma en los alrededores de algunos pueblos como Aldeanueva esas espesas manchas que los natura les llaman las «nogaleas». Y es, de cierto, rega lo singular del alma contemplar tan profusa y' variada vegetación que, entre veneros riquísi mos de finas aguas, cubre la tierra de verdor perenne, y rodea y acaricia las típicas «solanas» o corredores voladizos del pintoresco caserío «veraío». Deleite sumo ofrece también a todo espíritu ganoso de estas limpias emociones del campo la bellísima región de H ervás que, perfectamen te comunicada, (1) se muestra cubierta de una vegetación siempre verde, con montes cuajados de robles y castaños, cual ese estupendo «Cas tañar» que, próximo a ia cabeza de! partido, guarda en el relicario de su espesa fronda vie jas devociones al Cristo milagroso, que es am paro y consuelo de las cuitas del pueblo. Frente a paisajes de blandura virgiliana co mo el que rodea, junio a la línea férrea, una de (1) La atraviesa, en sus lugares más pintorescos, e!¡ ferrocarril de Astorga. —
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las más antiguas fábricas de paño, se levantan en las próximas estribaciones de la cordillera Carpetana y ya en el límite con Salamanca, ci mas imponentes cuyo acceso es hazañoso an helo de alpinistas aguerridos; tal es el enorme pico «Caivitero» que alcanza una altura próxi ma a los 2.500 metros. Y no son sólo impresiones de naturaleza las que aquí puedes gustar, viajero amigo: Ahí cer ca, en Aldeanueva del Camino, puedes conocer al más recio profesor de energía que Extrema dura tiene ai présente: don Severiano Masides, el anciano y venerable patriarca de nuestros campos que, en formidable alarde de voluntad, supo hacerse a un tiempo rico, culto y bueno. Y si te adentras por la región,hallarás escondidos, — en un puebleciío humilde, el Guijo de Grana dilla,— la tumba y el recuerdo piadoso de G a briel y Galán, e! poeta insigne que lloró a la ma dre muerta en serenas estrofas de resignación infinita, y cantó al hijo recién nacido con la ter nura santa de aquel dulce requiebro: «clavelinu queríu del gueríu...» En este delicioso rincón extremeño, y en me dio de bellísimas paisajes se encuentra Baños de M onte/nayor, la estación termal de renombre bien logrado en el mundo todo. E s Baños (P .° 142) una linda y pintoresca villa formada, de fijo, en tiempos muy antiguos, alrededor de sus ricos manantiales, de los que brotan aguas cuya virtud de maravilla aprecia ron y gozaron ya los romanos, según comprue —
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cia y suntuosidad el «Gran Hotel», enorme mole ban los restos de estatuas, aras y monedas allí capaz para más de doscientas personas y mode encontrados. lo entre ¡os mejores por ei lujo y confort que en Inagotable y peremne su riqueza termal, B a él se goza. ños de Moníemayor ha seguido siendo en todos La abundancia y facilidad de comunicaciones los tiempos refugio y alivio de dolientes, cuya — ferrocarril y carreteras,— (la de Salamanca gratitud le proclama hoy el primer establecimien constituye a su paso la gran alameda central del to termal de España, en la curación del reuma Balneario), su situación y bellezas naturales, la tismo, neuralgias, artritismo y afecciones aná proximidad de lugares que son ruta obligada de logas. excursiones deliciosas, la bondad de su clima Mas no es solo refugio y bendición de enfer que en el verano jamás excede de los 30 grados mos. Situada en el extremo norte de Extrema a la sombra, los atractivos y recreos que una in dura y enclavada en un pintoresco valle rodeado de montañas, (F .° 143) que visten espesos bos-^ teligente dirección ha sabido proporcionar, en la temporada oficial, a las famosas Termas, todo ques de castaños corpulentos, Baños ofrece al' contribuye a hacer de Baños de Moníemayor visitante la dulce sonrisa de sus frondas y el són punto de obligada visiía para ei turista, quien de cantarín de arroyos, riachuelos y cascadas que,, fijo prolongará su estancia, ante los halagos que en los rigores de la estación estival, son para allí le ofrece la naturaleza y la vida. todos, dolientes y sanos, sedante del cuerpo fa Así mismo, la sierra de G ata hoy comunica tigado y alegría del alma enamorada. Y aún hay más: Estos beneficios saludables da por buena línea de autobuses, madre fecunda de excelente aceife y exquisitas fruías, guarda y estos raros encantos naturales pueden gozar en el seno abrupto de su íerrón feraces valles, se en las renombradas Termas, a todo confort, laderas bien culíivadas y encanfadores paisajes; con pleno bienestar, en dichosa y rara conjun cuadros naíuraies de reciedumbre ían bravia y ción de lo espontáneo de ¡a vida campesina con vigorosa que deja impresionaníe huella en el las exigencias más refinadas del vivir moderno. ánimo del especfador. Porque junto a la nota típica y sabrosamente Y finalmente, el que subiendo desde jaraicejo vieja del pintoresco puebleciío y en el marco de (Trujillo) por la carrefera de Madrid, llega a aso recia envergadura de sus paisajes, el hombre se marse a ese magno balcón del puerto de M irave ha preocupado de llevar el ritmo nuevo del urba te recibe impresión íai de sublimidad y anonadanismo con parques, alamedas y recreos, y para n/'ínío aníe la perspecíiva infiniía de aquel pa estancia del viajero ha levantado hermosos ho norama, que siente, por fuerza, vibrar en su al teles, entre los que descuella por su magnificen —
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tean a simple vista en sus descendientes de hoy. «Fué esta brava y recia Extremadura— dice Líriamuno— , la que más nutrió con sus hijos las filas de aquellos aventureros que, desde el fondo de estas sierras y estos campos, sin haber nunca visto el mar que cae lejos, se lanzaron a cruzar lo para ir a la conquista de Eidorado, sedientos de oro y de aventuras. E l que no conozca algo de estas gentes apáticas al parecer, violentas y apasionadas en el fondo, mal puede explicarse aquella nuestra epopeya. S e ha llamado a los Extremeños los indios de España, acudiendo a su bravura: Y bravos y apasionados son en efecto. La braveza que los Pizarros mostraron en las armas mostró Donoso en la oratoria y Espronceda en ¡a poseía», El Hombre Luis óeilo, én cambio, afirma que, «reco rriendo las dos provincias extremeñas y hallan Más difícil que en la tierra nos parece descu brir la unidad en el hombre. ¿Podríamos, luego do en ellas por todas partes blandura y ecuani del pasajero trato a que nos obligó el ajetreo de] midad de rrafo, resignación y pasividad, cuali nuestra rufa turista, bosquejar o aún precisar el dades de resistencia más que de ataque, llego a creer que el extremeño fué así siempre en su ser cacereño tipo? natural, y que ei ánimo dominante de los jefes o Pesa sobre nuestra figura y carácter regiona caciques opresores triunfa precisamente por la les el precedente formidable de aquellos cacho blandura de la masa.» rros de la gesta de Indias que, en fuerza de bra Todavía Salaverria al recorrer nuestra tierra, vura y heroísmo, luchando a pecho franco con llevando en los ojos y en el alma la luz maravi tra indios, fieras y pestes, se abren paso a tra llosa e inextinguible de! recuerdo de ios con vés de intrincados laberintos de la selva ameri quistadores,— ve en el extremeño un hombre cana, para ganar imperios a España. Y el espejismo deslumbrante de tales prece«de varonil y hermosa presencia, robusto y bien proporcionado». Desde luego,— agrega— se ad dentes, ha hecho creer a escritores ilustres, que vierte en él un cierto aire reservado, escaso de los rasgos bravios de aquéllos surgen y borbo ma la canción maravillosa que cu lo ínfimo su surran las cosas de grandeza inolvidable. En suma, esta tierra cacereña, que la cuenca central del Tajo parte por gala en dos, presenta una variedad que va desde las fragosas que braduras de las estribaciones carpetana y ore-i tana que la atraviesan por el norte y centro, hasta los llanos inmensos que entre ellas se abren, y que en nuestra ruta acabamos de reco rrer. Pero, en medio de esta variedad, repetimos, no es difícil descubrir en el paisaje y en el suelo esa nota dominante de recia y densa austeridad que al principio señalamos.
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gesticulaciones: No puede llamarse adustez a dio natural, haciendo que el labriego, en íntimo ese aire como reconcentrado; tampoco le con-l y diario contacto con la tierra, inspire en ella viene el nombre de tímido, ni el de triste o fos | los tonos y matices de su vida social. «Sernos asina, pardos, del coló de la tierra», co. E s una gravedad tan digna y viril como exenta de empaque provocativo. Unase el cas ha dicho Chamizo: Y como la tierra, en efecto, tellano con el andaluz occidental, agregúese un el labriego extremeño, que con ella lucha y en ella queda jirones de su vivir, es recio, sobrio, poco de portugués y se tendrá el extremeño. E s notable— sigue diciendo— la salud y la be austero, curtido a todos los vientos y todos los lleza de la raza. Los chiquillos que corren des soles. Arando el surco, sembrando la miés promisora, segando el fruto que amarillea en los calzos, las niñas de pintarrajeados pañuelos trigales inmensos o erguido en la soledad au (F .° 155) muestran un rostro lindo y carnoso, unos ojos grandes y honestos, unas mejillas gusta de la besana, mientras pace el rebaño y morenas con vivas rosas de salud. Hay un tipo desde que el día clarea hasta que el sol se pone, de hombre cenceño, (F .° 156) de ojos oscuros y él rinde siempre en sus faenas fervores de culto. Esta misma conciencia de la anhelosa efi talante firme, y no abundan menos los rostros claros, rubios, especialmente en las muchachas.! ciencia de su labor imprime en él esa dignidad Las mujeres seducen por su aire honesto, pudo viril, ese noble orgullo del que sabe que no co roso; más simpáticas aún porque carecen de me su pan a traición. Pero ¡ay!, que este pan es muy escaso, que el sudor con tanto empeño ren melindres y estudiadas gazmoñerías.» Entre los sones de entusiasmo y loa que de dido apenas da para pagos, forzándole a sobrie estas palabras se desprenden, algo queda que dad en el vivir, e imprimiendo en su carácter esa nota, con frecuencia ostensible, de parquedad atrae la aquiescencia y conformidad de quien pu reservada, de fynidez un poco triste. do hacer observaciones análogas. Le preocupa ia escasez del hogar humilde, Nuestra ruta turista nos acaba de llevar por lugares diversos de la provincia,y en nuestramo- (F .° 157) cuya redención y mejora sólo encuen tra en esa tierra que él trabaja con ahinco, y esta mentánea convivencia con ese tipo genérico del preocupación obsesionada y apremiante le liga campesino, hemos podido confirmar que el hom imperativamente a un reducido círculo de anhe bre es, en gran parte, producto del medio en que vive: Y en medios como el nuestro, donde la vi-| los y necesidades perentorias, que limitan el da rural, apartada del gran industrialismo, pre-! vuelo de su fantasía e impiden el goce de pla ceres puros y aun el cultivo de su espíritu. No domina por modo absorvente, llega a crear ideo logía v costumbres totalmente amoldadas al me-' es, pues, rica su imaginación ni grande su cul
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tura; desde muy pequeño hubo de dejar la es cuela para allegar a casa su mendruguillo: E l analfabetismo es, por desgracia, muy frecuente en nuestra vida lugareña. Pero si no muy culto, ni capacitado para sen tir altos goces, el tipo medio de nuestro campe sino junta, a la austeridad digna y a la noble vi rilidad de su carácter, un notorio respeto admi rativo a las actividades cuya alteza, presiente y un hospitalario acogimiento que denota espon tánea y limpia sanidad de alma. Su inteligencia no estará muy despierta ni cultivada, pero su corazón está abierto a la gratitud merecida y sus labios prontos a besar la mano bienhechora. Mírale cómo, de vuelta de sus faenas, entra al atardecer en la aldea, caballero en una yunta que, sonando esquilas y arrastrando aperos, forma música inconfundible. Allá dentro, bajo la ancha campana de típica cocina, una mujer rodeada de arrapiezos— la mejor cosecha del hogar— pre para el yantar pobre. Viene alegre el campesino, que la «hoja» de! escaso pejugal se presenta «hogaño» como nunca; y cábalas y más cábalas aderezan ia sobria cena. Pronto se ha recogido al lecho, que el trabajo llamará apremiante antes de que vuelva el día; y en el silencio religioso de la noche, parece flotar sobre la casa humilde el sueño parco del labriego, que ve ya cuajada la promesa incierta'de la cosecha futura. Sus cuitas y afanes se han calmado un ins tante; por esta noche se siente dichoso: la tierra
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ha recogido la ofrenda de su esfuerzo con ca liente apego de madre...
Costumbres.-Fiestas.'-Folklore Esta misma limitación de ambiciones y este apego al terruño— sirviendo de valladar a la ava lancha invasora del modernismo que por doquie ra va borrando lo viejo,— ha permitido conser var en muchos lugares de la provincia, y en su prístina pureza, e! sabor tradicional y típico así en costumbres, como en fiestas, indumentaria, habla y canciones. Incluso en la capital misma— más expuesta a perder lo viejo y propio por el contacto frecuen te con las modalidades renovadas del vivir de hoy—se conservan, si bien cada día más borro sas y adulteradas, ciertas fiestas y costumbres, forjadas unas al caior de sentires devotos y otras de franco holgorio popular. Tales son las mesas de ofrendas a ciertos santos cuyo culto enfervoriza ai pueblo, y espe cialmente la de San B la s, alrededor de cuya pequeña ermita, y entre ei afán d¿ las consabi das pujas, se celebra en su día animadísimo paseo, que alegran y embellecen guapas mucha chas, vestidas con el vistoso refajo, clásico pa ñolón, jubón rico y medias de cadeneta, peinadas con ei enrejado moño de picaporte y alhajadas con grandes pendientes y gargantilla que hace —
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descansar la aurea cruz sobre el regazo hones to de su pecho. Vieja y típica es también !a feria de lo s bo rregos (F .° 138) del sábado de Gloria y la bu llanguera romería que con tal moíivo se celebra, duraníe tres días en el Paseo Alio; allí es el ju gar y el salíar de las mozas y mozos en alegres corros, mieníras los pequeños pastores de oca sión cuidan de que no falíe el necesario pasío a sus corderos, engalanados con madroños, cinías y alforjas, cuyo gusío y variedad ponen en el conjunío del geórgico cuadro una nota pinto resca de visíosa policromía. Tradicional devoción cacereña y fiesía típica es así mismo la rom ería de /a Virgen de la M ontaña, (F .° 139) paírona de la ciudad, junio a cuyo santuario se amalgaman en su día fervo res hondos y expansiones populares, corros y regocijos de las geníes.
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Pero es sobre iodo en los pueblos—más li bres hasía ahora; en que el automóvil lo invade todo— de influjos renovadores— donde, así en el íraje como en vivienda, habla y costumbres, se mantiene más pura y persisíeníe la vieja tradi ción. ¿Vamos a contemplar, lector amigo, algu nos de estos cuadros lugareños? A veintitantos kilómetros de Plasencia, he mos dejado un pueblo cuyo sabroso y acusado
tipismo compensa la relativa incomodidad de su acceso. E s el 24 de Agosto, día en que M onteherm oso se viste de gala para celebrar la fiesta de su patrón San Baríoiomé. Las casas pueblerinas de pequeñas veníanas, panzudo balconaje de madera y alero salieníe, ofuscan con el reflejo intenso de ia plena luz en su flamante enjalbegado. Por las calles pinas y estrechas, hombres curtidos y mujeres de finos rasgos lucen la rara y vistosa policromía de sus trajes más ricos. (F .° 140) Tocados ellos con sombrero «curro» de aguda copa y borlas colganíes lucen, bajo el pañoso chaleco con vuelías de íerciopelo labrado y boíones de brillante meíal (algunos de plaía y oro),— camisa de pe chera profusameníe escarolada; bajo el calzón «de alzapón» abrochado a los lados y sujeto por negra faja, las «bombachas» o polainas y me dias de «confiíe» con adornos del mismo íejido; y colgando de la ciníura y las rodillas las «chías*, borlas de colores que completan la vistosidad del conjunío. En ellas, sobre el negro jubón de raso con mangas de puño vuelto con galones dorados y botonadura de afiligranada plaía, cae airosamcníe la esclavina verde ribeteada de rojo, dejando colgantes en la espalda otras dos cintas rojas con caprichosos bordados en lentejuelas: Varios refajos sobrepuestos y muy cortos— los cimeros todos plisados— arman y redondean la figura, pimpante de estas mujeres, pendientes al vestir atavío tan prolijo, de que el din (parte delantera
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Ha entrado de lleno la fiesta lugareña en su tase profana, y tras el obligado «toro de los mo zos»— que en femenino pugilato de vigor será al siguiente día ia «vaca m o za *, insistentemente requerida del Alcalde por e f cortejo de abande rada, alabarderas y «espantaperros»— la ruda orgía bailarina continúa en la Plaza del pueblo, donde al son del tamboril incansable, !a juven tud, más- incansable aún, sigue bordando sus danzas viriles, hasta que ¡as sombras de la no che, apagando la vistosidad colorista del con junto, hacen terminar los regocijos con ¡as po pulares y no menos agitadas danzas «c h a rra » v «■la pata».
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En la. calma sedante de la noche agosteña, hemos percibido unas canciones que vatici nan venturas y loan cualidades de una pare ja que en el nuevo día va a casarse: E s éste el pórtico del rito nupcial lugareño, ei obligado «cupleo» que los invitados y amigos dedican a los prometidos próximos a unir sus destinos. A! siguiente día, en efecto, muy de tempra no, éstos han sido protagonistas de una escena íntima y conmovedora; puestos de rodillas cada uno ante su padre o pariente más cercano, ha recibido la necesaria bendición. Después un nu trido cortejo desfila hacia la iglesia y luego de
una comida de bodas, digna por su abundancia y suculencia de las famosas de Camacho, los invitados han ido entregando sus obsequios, aderezados muchas veces con frases tan inten cionadas como estas: «pa un sonajeru...», «pa un gorru...» Nuevas y animadas danzas hasta la puesta del sol, cena suculenta en casa de la novia, cor tejo que acompaña a ¡os recién casados hasta el lecho, donde con frecuencia les aguardan terri bles sorpresas... Así acaba el día y con él la re sistencia de todos, que todavía al siguiente de la tornaboda, habrá de apurar el imprescindible y mareante «ponche*. E l pueblecito ha quedado un instante dormi do en el blando regazo de la noche serena. Pron to rompen su callada soledad voces varoniles que, en módulos de viejo ritmo, dicen cuitas y anhelos de amor; E s la ro n da de los zagales que, luego de soltar el arado o la azada, se han vestido de limpio y, tornando ¡a guitarra melan cólica, la pandereta vibrante, el acordeón o el almirez, han salido a avivar con sus ardientes tonadas la pasión que ya presintieran las mozas del lugar. E s esta la ronda aldeana. Espansión mereci da tras el trabajo del día, alegría y fiesta, grati tud y mimo, reto y contienda, hidalguía briosa y honrilla lugareña, gallardía virii en fin, tras los azares del «jijeo», por la conquista afanosa de una ventana que pronto será solio y trono del
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amor rudo y limpio de un pecho humilde..... (1) *
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La devoción tradicional es, casi siempre, la centella que ilumina con resplandores de tonali dades propias, las fiestas y costumbres de ios pueblos cacereños. E s raro el lugar donde, con tal motivo, no se celebran romerías, cabalgatas o juegos en ¡os que se dejan ver rasgos propios de su personalidad local. He aquí un buen pueblo que antaño tuvo in dustriosa y rica vida. E s la noche que pre cede al día'de la Inmaculada, y para rendirle una vez más sus fervores, T orrsjonciH o prepara la curiosísima cabalgata que los naturales llaman «/a E n ca m isa » (la Encamisada). Vervenea ya de gentío la plaza mayor, y el tamborilero lanza al viento ios alegres sones que pregonan el co mienzo de la fiesta. La Encamisá se acerca: es una lucida y numerosa cabalgata de hombres envueltos en amplias sábanas que, cual albos turbantes, forman un fantástico conjunío; traen (1) Dtbo consignar aquí especial gratitud a mis que ridos amigos Juanito Caldera y Alberto Siínchez, de Dios, que me proporci marón curiosas noticias s bre estas fies tas y costumbres; así como, para el resto de este capítulo y por análogos motivos, debo iguales sentimientos a mis entrañables amigos Giménez Aguirre, Gómez Ciespo, y Martín Gil, a D. Valeriano González y a los señores Alon so y Sánchez Mateos.
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faroles pendientes de largas pértigas y montan briosos caballos lujosamente enjaezados. Delante de todos, ei mayordomo, vistiendo un manto blanco salpicado de esírellifas azules que rodean el bordado emblema de la Concep ción de la Virgen, y custodiado por dos jinetes, avanza hacia ia puerta del templo, donde el sa cerdote le entrega el rico estandarte de la Inma culada, cuya presencia saludan estruendosos vi vas y estampidos de cohetes y disparos. E l her voroso jadeo se ha calmado un instante, y con fragancias de arrullo y dejos de mimo, vuela en el aire una copla... «Oliva verde paloma blanca, Ave María llena de gracia.» Con liíúrgica solemnidad y en cuádruple fi la, la E nca m isá avanza por las calles del pue blo que, a su paso, se van poblando de sones de vítores, olor de pólvora y aromas silvestres; detrás de ella la gente canta: «Eres portera eres María, eres la rosa de Alejandría. AI regreso a la Plaza, el estandarte, que el
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mayordomo ha devuelto al párroco, es despedi do con iguales clamores de fervor. Y el cortejo de jinetes emprende enseguida veloz carrera hacia la casa del mayordomo, donde los aguar da el sabroso coquillo y el vaso de «bon vino». En el frenético galopar de la E ncam isá, jamás ocurrió ni ocurrir puede el menor incidente; que María vela porque en la noche de su fiesta, nin gún dolor enturbie la ingénua alegría de los co razones devotos. *
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A veces, nuestras expansiones populares tienen una apariencia jocunda y cómica que, con devoto simbolismo, encubre sacrificios vo tados en gratitud al Santo patrón del lugar. Ahí, en el corazón* de la sierra, entre la Vera y el Va lle de Plasencia, escondiendo su humilde caserío entre robles y brezos, pero dejando un huequecito por donde se asoma a gozar la deleitosa vista del Valle del Jerte, un pueblecillo que tiene ahora la nieve envuelto en su albo manto, P io r n a l, dispónese a celebrar la fiesta de su Santo patrón y mártir San Sebastián. E s el día 20 de Enero. Han salido de las vie jas arcas, plenas de aromas sanos y humildes, las ropas de gala; el calzón estrecho y corto, la calza con botín, el chaleco de brillantes botones y la camisa de casero hilado muy bordada de los hombres, hacen pareja en el lujo de atavíos
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del día con los ámpiios refajos historiados, los jubones vistosos y los pañuelos de las mujeres. La pequeñifa y graciosa imagen del Santo parece sonreir ante los preparativos de sus fie les, pero la devoción lugareña quiere darle una prueba aún más palmaria de su identificación con la figura mártir del Patrón. E s preciso que en ese día haya también en el pueblo un mártir auténtico; y nunca falta, en efecto, el imprescin dible *ja rra m p la », es decir, el hombre que, agra decido a San Sebastián por haberle sacado ileso de alguna enfermedad o grave peligro, hace en tal día el mártir de carne y hueso. Vistiendo un raro traje blanco con ribetes y pintas, encarnados, y con careta, el ja rra m o la se dirige a la iglesia, donde en la misa ofrece su promesa en medio del presbiterio, mientras un coro de mozas, «las cantoras» entonan las tra dicionales canciones de «rosca» y loan ai Santo. «A las devotas que cantan aquí esta rosca, y al jarrampla que toca, dáles la gloria...» Terminada la misa comienza el verdadero mar tirio dei jarrampla que, con su raro indumento, recorre las calles entre la algarabía y el conten to de ios chiquillos, que le hacen blanco de toda clase de objetos arrojadizos. En !a procesión de la farde, él tiene importante misión; delante del
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Santo y siempre vuelto hacia la imagen, el ja rrampla va tocando el tamboril hasta el regreso al templo, en cuyo atrio, los devotos, luego de dejar su óbolo en una bandeja, bailan al Santo, tomando ia pequeña imagen en sus manos y acompañados por el tamboril de! mártir del día, quién al acabar les va dando con su «cachipo rra» o palillo cierto suave golpe de obligado ritual. La tradicional «jarrampla» termina dejando oir en la hosca y brava soledad de la noche in vernal las viejas «Alborás» plenas unas de ter nura devota... «Levántate zapatero a hacer zapatos para el santo bendito que está descalzo...» matizadas otras de intención picaresca «La mujer del jarramplas está dormida, y si no se levanta no come migas...» Análogos rasgos ofrece en Aldeanueva de la Vera, el pueblo acaso más típico de ese lindo rin cón-cuyo pintoresco caserío de aleros salientes y sobrepuestos se esconde entre tupidas «nogaleas» bañadas por recias «gargantas»,— la —
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fiesta del C ris to , con sus «danzantes» devotos y alegres, su viejo tamborilero y su «mesa» de empeñadas pujas. Entre otras muchas curiosidades que en este orden pudieran señalarse, y que omitimos por no hacer interminable este capítulo, sólo vamos a citar algunas que dan sello tradicional a cere monias y costumbres de un pueblo próximo a ia capital: el Casar de Cáceres. Hemos tenido ocasión de visitarlo en el día del Natal divino y con sorpresa hemos visto desfilar las típicas acuadrillas» de mozos y mo zas, de niños y aún de viejas pedigüeñas que cantando, con más o menos afinación, villancicos y tonadas propios de la festividad del día, reco rren la villa desde el anochecer. Entre ellas hay una singularmente destacada y prestigiosa, la «.cuadrilla de las a rtistas» o sea, de las artesanas, (costureras, aparadoras, juntamente con carpinteros, zapateros, etc.) que, con sus cantos muy ensayados y acompañados por flautas, gui tarras, violines, panderetas y yerriilos, encarna y asume la más cumplida ejecución artística de esta anual ofrenda al Niño Dios. En su primera visita al Ayuntamiento es recibida y agasajada por las autoridades todas; luego, no hay en el pueblo casa de tono y empaque donde, tras la pregunta de rigor,— ¿se canta o se reza?,— no se reciba con dinero y convites a los artistas cantores. Poco días después, entre Año Nuevo y Re yes, la antigua C o fra día de A nim as hace des—
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filar al anochecer, y por un itinerario siempre igual, el cortejo que foman su Mayordomo, sus Diputados, familiares y curiosos, llevando por toda orquesta y ajuar, una guitarra, una campariilla y un capacho para recoger los donativos. Detiénese el cortejo ante la puerta de una casa, salen los dueños y acompañados por la guitarra con una música «sui géneris», los flamantes co frades entonan o rezan coplas tan lúgubres y miedosas como éstas:
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Una noche, viajero amigo, hemos visto a des mujeres que muy misteriosas y entapujadas con sendas y amplias mantillas, entran y salen por varias casas del pueblo: son las encargadas, por viejos e inalterables usos, de hacer las *p a r
ticip a cion e s» o invitaciones para una boda pró xima: — «Ya sabréis que lo s m uchachos se quieren...»— han dicho pocas noches antes, en vieja y respetada fórmula, los padres del mozo casadero, al pedir la blanca mano de la mucha cha amada; — «sí, s í... qué le vamos a ha cer...»— han respondido los de ésta en maqui nal gesto de convicción resignada; ei pacto ma trimonial ha quedado convenido. Las casas de los futuros contrayentes se van llenando de suculentos regalos en especie, ga llinas, lomos, huevos, aceite, etc.: son las obli gadas «prevenciones» que en el próximo día de la ceremonia nupcial, y aun entre las clases más humildes, formarán menú inacabable y digno de aquellos comensales que ilevára el Manco sano a ¡as famosas bodas de Quiteria y Basilio. Celebrado el acto religioso, mira ya reunidos los invitados; un solo plato y un solo vaso para cada cuatro personas, según arcaica costumbre, común a.todas las clases sociales. Y comienza a llegar el «vegetariano y sobrio» yantar. En el desayuno, cuatro «ligeros» platos: chanfaina, pié de cerdo guisado, tortilla de lomo y leche guisada y rosquillas de «muerte en dulce». En la comida hay «poca cosa»: sopa de arroz con pimientos, garbanzos (que suelen darse a los po bres), «condío» con el clásico «chorizo de la cuerna», frite, tencas en cazuela, asado, escabe che y dulces. Y como el estómago es elástico, todavía por la noche hay cena con ensalada del
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«Las cuentas de tu rosario son balas de artillería, que todo ei infierno tiembla al decir Ave María...» «La cárcel del Purgatorio es terrible y espantosa: las almas que allí padecen, suspiran y no reposan,..» Sólo en las casas de los diputados de la C o fradía se permite entrar la comitiva, que allí en cuentra descanso y rumboso convite de vino y dulces caseros.
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tiempo, carne con tomate, gallina en blanco, conej'o y dulces. Perdona esta mareante letanía culinaria, lec tor amigo, pero me pareció digna de que la co nocieras, para que aprendas a despreciar esas frívolas bagatelas de «lunchs» con fiambres a todo pasto. *
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Al pasar junto a una humilde casa, hemos sentido bisbiseo de rezos y ayes doloridos; está aún caliente ¡a herida que en ella dejó la pérdida de un ser querido. En la típica cocina lugareña que lo es todo en estas casas,— lugar de tra jines, comedor, recibidor— bajo la amplia cam pana, en cuya cornisa enjabelgada lucen sus to nos chillones platos y jarras, de esos que la moda va trasladando a las mansiones acomodadas, como ornato vistoso y caro, se apiñan mujerucas de repompolludos refajos y amplia mantilla. Las dolientes ocultan a las miradas curiosas, la mueca triste de su pena, siempre vueltas ha cia la pared de la estancia, por ineludible impe rativo de locales usos, en tanto que una «re za n dera» dirige el coro inacabable de plegarias, que responde y acompaña el mosconeo de las demás. Y digo inacabable, porque no sólo reza por el familiar fallecido, sino que la rezandera tiene buen cuidado—y en ello va el mayor presti gio de su maestría en ei oficio— ,de elevar una
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oración por cada uno de los deudos próximos y aún remotos de todas las allí presentes. La casita ha quedado por fin en silencio, y es ahora de fijo, cuando el alma recién ausente per cibe y goza la caricia más fragante del recuerdo herido, en la intimidad augusta de! dolor de «los suyos». A la mañana siguiente, unas mujeres envueltas en cuatro o cinco sayas y apenas aso mando el rostro bajo ei marco severo de la ne gra mantilla, se encamina a misa de alba; inútil es saludarlas, con nadie pueden hablar, que el luto pueblerino tiene estas prerrogativas...
Y ya que de duelos hablamos, bueno será ca ro lector, que conozcas los curiosos rasgos que aquellos ofrecen en otro pueblo aquí cercano. E s G a rro v illa s un lugar interesante con su típi ca Plaza mayor, amplia, luminosa y alegre, su hermosa Iglesia parroquial y su antiguo Palacio de los Duques de Osuna: Pero tiene además en su vivir matices curiosos de viejas costumbres que, adulteradas, todavía pueden percibirse en las fiestas de San Roque y San B!ás, donde la mocedad, ataviada con indumentaria local, sa borea a pleno campo el clásico «Bollo y Chori zo» o en ia romería de la Virgen de Altagracia. Y estas gentes,— cuya piedad caritativa se muestra ostensible en esa «Casa de Por Dios», donde halla nocturno refugio la miseria errante—
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también se afana por ayudar a las almas en su postrer viaje, agregando al dolor guerulante de sus deudos el concurso de las antiguas «lloro nas» que, envueltas en la «cobija», van dejando tras el fúnebre cortejo el eco desgarrado de sus plañidos mercenarios.
El habla
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de cera», abre el raudal de su ternura en requie bros que el dejo dialectal, suavizado por obra del amor, hace más blandos y dulces, son todos tipos, que a diario ponen en nuestro escenario lugareño el garbo expresivo y ágil de su charla, ofreciendo al estudioso diligente rancios giros y curiosas modadalidades lingüisticas.
FOLKLORE: Danzas y canciones
Ese mismo tipismo y sabor loca! que hemos podido gustar en costumbres y hábitos informa y matiza la fabla aldeana en muchos pueblos cacereños, (de Garrovillas a las Hurdes), en los que el rancio y severo manto de la lengua de Castilla se impregna y colorea de lunares y giros (aspiraciones fuertes, guturalismos, cerramiento de vocales, / por e, u por o, diminutivos y archidiminutivos mimosos en in o e in in o ) que, aun con notorio quebranto de la corrección de bida, dan gracia jugosa y fresca, pintoresco y elocuente colorido a esa parla lugareña, en cuyo regazo limpio supo verter Galán las inquietudes parcas y los sentires hondos de nuestras gentes campesinas. El labriego que, apegado a las viriles trazas de su vivir laborioso y másculo, siente cómo le *jiedin los hombris que son mediu jem bras...*: el que en sus dolores de enfermo, acude supli cante tras la medicina milagrosa, por ver si «de golpi, o me pongu pirongu, o espenu...»; el que entontecido ante la «risina» del «hiju de rosa y
No es acaso el cacereño muy imaginativo, ni es hombre de fino y cultivado temperamento artista; y ello hace que su tesoro musical y co reográfico no ofrezca la riqueza o la brillantez que tiene el de otras regiones españolas. Pero en cambio, su mismo aislamiento le ha permitido conservar, en este orden, añejas mo dalidades de puro y rancio sabor, sólo asequibles al paladar de quien, poniendo dejos de piedad y sacrificio en su gusto por la belleza ingenua, se aventura a penetrar por esos caminos de Dios hasta la aldea escondida, en donde rudos labrie gos y mozas garridas bordan y recaman, eri la tarde del domingo, danzas y tonadas de tosca urdimb' e y viejos sones. A los secos golpes del tamboril y entre las fili granas caprichosas y arbitrarias de la flauta, la g¿¡ñaneiía endomingada alegra la plaza lugareña con los giros bizarros de sueltas danzas. Ya la vimos en Montehermoso celebrar la fiesta del
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Patrón con el brío saltarín del tir u r ir i, la ch a rra y la pata. Y si desde allí, nos acercamos a un pueblecito próximo, el Guijo de Galisteo, los ve remos bailar, el día de San Antonio y ante la imagen del Santo, el clásico «cordón». Previa mente se han cantado coplas al Santo, y en la procesión, los mozos formados en filas, han eje cutado danzas ante la imagen de aquél, acom pañados por las mozas envueltas en sendas col chas, a la vez que cantan: «Si la danza no me «enganza» la manga de mi zurrón, hoy aquí, mañana en Francia, y otro día en Aragón».
Ha terminado la procesión y ahora los co rros de mozas bailan el clásico cordón, que tejen y destejen trenzan y combinan en hábiles giros y vueltas, con las varias cintas que arrancan del bordón de un palo.
Canciones y tonadas típicas Pero además el cacereño canta: vierte él tam bién la austeridad de su sentir en canciones so brias como sus campos, recias como su ser. E l hombre que rinde su ofrenda al trabajo cotidia no, el que pasa el día rigiendo la mancera del arado, abriendo sobre la besana parda el abani
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co de oro de la miés o inclinado sobre el surco que su propio sudor riega, en contacto siempre con la naturaleza y sus voces, tiene por fuerza que poner en sus labios el balbuciente idioma de una canción. Hay, sin duda, folklore musical en la provin cia; hay tonadas populares extremeñas que aca so no tengan la fuerza expansiva ni la valoración técnica de las de otras regiones, pero que, en el nervio austero y recio de su melodía, descubren la tonalidad y el sello de una casta. Lo que su cede es que ésta, como tantas otras manifesta ciones de nuestra personalidad, ha venido sien do víctima de nuestra apaña. Hoy, por fortuna, ia constitución de una bri llante Agrupación Coral en Cáceres y la com petente diligencia de su director don José Gómez Crespo, alentada por la asistencia colectiva y apoyada por organismos oficiales, van recogien do algo del tesoro musical de la región, cuyos varios y sugerenfes motivos forman ya precio sas tonadas— «la Molinera», «la Paloma», «Ex tremeñas», «Canciones»— incorporadas al re pertorio popular de la Masa Cacereña. Canta, pues, la Extremadura Alta: y de ello podemos cerciorarnos, penetrando con atención diligente por pueblos y aldeas donde, con ritmo y tonos de viejo abolengo, se escuchan cancio nes que, ya en ¡os ocios de regocijos festeros, o entre los afanes de duras tareas, reflejan pica resca intención o condensan sentires ingénuos
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en módulos de fragante y limpia belleza. Cantos de boda, coplas de ronda, cánticos de romerías y rogativas, romances y villancicos de Navidad, coplas de gañanía y tonadas que alegran faenas de aceituna.....de iodo esto encuentra en nues tro vivir lugareño el buen catador de esencias tales. A cubierto del influjo invasor de modernos y chabacanos couplets, consérvase el sentido mu sical del pueblo, con limpia pureza, en diversos lugares de la provincia: Así en la región de B a ños y Hervás, se ofrecen lindas tonadas de ca rácter pastoril y campesino; de las cuales, unas acusan concomitancias con las cercanas charra das salmantinas y otras reflejan personalidad propia y sello autóctono. E s allí de continuo la naturaleza una fiesta de colores; pero la primavera ha venido a reno var sus-galas, y con ella la «fiesta de! f?a/no» pone báquico remate a la dura brega de los ca vadores de las viñas. Uno de éstos, el más apuesto y mozo, porta la rama recién cortada, como natural símbolo de la fiesta; y camino del pueblo, vuela en el aire manso de la tarde que declina, una copla que es orgullo de conciencia labrañega envuelta en módulos de dulce caden cia... «Se han cavado las viñas sin «echar mantas» sin echar mantas»;
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porque el amo y el ama no las aguantan, no las aguantan...» y un grito vibrante y prolongado corona la to nada. Pero es al llegar a casa del amo, cuando, al percibir el grato tufillo del «guisado» sabroso y al gustar el vinillo añejo, las lenguas campesi nas abren el chorro de sus gratitudes y, con fuerzas renovadas, cantan: «Viva el amo y el ama, vivan las viñas, vivan las viñas; vivan los cavadores que las cautivan, que las c a u tiv a n ...» y el grito fina! es ahora más recio y brioso toda vía. *
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S e ha undido ya tras las cumbres próximas el disco encendido de un sol de estío, el labrie go que pasó el día encorvado, guadaña en ma no, segando la hierba de la pradera, y ¡as muje res que voltearon el heno con grandes horcas, retornan al hogar. La tortura agobiante de la ruda faena no agotó el aliento de sus pechos que, por distraer el camino, todavía modulan antiguas tonadas...
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grande, alegre, blanco y limpio, donde a su tiempo nos deleitamos con la vieja maravilla de las tablas de Morales de su Iglesia,— se conser van con tradicional respeto los típicos «c o rro s » del domingo de carnaval. E s ésta, lector amigo, una curiosa escena de viejas costumbres. E l domingo gordo y en la hora de la plena tarde, se van reuniendo en la hermosa Plaza mayor mozos en traje festero y guapas muchachas ataviadas con la clásica in Y si en la mañana otoñal tuvimos la fortuna dumentaria, ricos pañolones, bordados refajos y soberbios aderezos de largos y afiligranados de tropezar, a primera hora, con alguna de las pendientes y gargantilla con cruz. mocitas que salen al campo, no fué preciso in Pronto se van formando corros numerosos y terrogarla, que él!a misma nos dijo adonde iba, constantemente renovados, en los que se da la en tonos de alegre jota de la tierra... simpática nota de una perfecta fusión de clases: «A recoger la guindilla junto a la señorita acomodada y ricamente ves del campo que colorea; tida aparece la moza humilde, la sirviente acaso mas no voy sola,que, sin otro título que el santo derecho a la ho que amor me espera. nesta expansión del día, ocupa su puesto en el Y si amor no me esperara, corro, y cogida de 1a mano de aquélle, refuerza yo sólita me volviera; el núcleo de cantantes. mas no voy sola, y así, en culto igualitario a una vieja tradi que amor me espera. ción, todos entonan coplas de rancio sabor po La, lará, ¡ara, la lá, pular, intención picaresca en la letra, movido lará lará, la, lará, ritmo y gracioso estribillo: Allí salen a plaza el la, lará, lará, la lá romance del «Corregidor y la molinera,» el de lará, lará, la lará.» «Gerineldo,» «la zarabandilla», «el don-go-iondón», el «írin-qui-lin-trín», y otros muchos. y por último, entre otras muestras que omi «En estas tonadas de c o rro s— dice D. Juan timos en gracia a la brevedad, aquí muy cerca Menédez Pidal— se columbran a veces restos de de la capital, en Arroyo del Puerco,— ese pueblo canciones históricas, y otras que, sin serlo por «Una muchacha de Baños y otra de Moníemayor se pusieron a bailar, y la de Baños ganó. Con el írae-írae, tráeme la hierbabuena; írae que la quiero yo...»
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el asunto, merecen tal consideración por la époea de su origen. En ocasiones, estos diverti mientos no consisten sino en verdaderas repre sentaciones de aquellas cancioncillas». Y el se ñor Gómez Crespo, al recoger algunas de ellas, afirma que estas sencillas canciones, que im plican acción, tienen una corta pero bien desa rrollada melodía, pudiendo ilustrarse en rítmicas enumerativas, por enumeración simple, por enu meración activa y por enlace o encadenamiento. Las coplas de los «corros» arroyanos acusan en su texto con frecuencia cierta licencia pica resca, y en algunas salían preciosas chispas del oro de viejos romances...
nueva, y mucha falda la b ra d a ...*, el judío que se juega «/os ducados», y el mocito sevillano que tiene licencioso y raro capricho, y «no es por falta de blanca», son en efecto tipos y esce nas del viejo retablo hispano, que cobran vida nueva al brotar corporeizados, en devociones de viejo y profano rito, de labios de estas mozas garridas.
«El conde de Inga la térra tiene una hija bastarda; él quiere meterla a monja y ella quiere ser casada... Con el pón, pavilón, pavilón, paviliila y pón, pavilón... Y ésta curiosa nota que ofrecen muchas de las tonadas arroyanas,— de verdaderas paráfra sis de romances antiguos— acrecienta su in terés, sumando al valor musical esa acusada y sugestiva persistencia de temas tradicionales en el seno del pueblo. Ese conde «de Inga la térra», esa dama que sale «a misa de prim a» vistiendo «basquina
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EPILOGO em os terminado, viajero amigo, nuestra v i K- C sita a la Extremadura alta: Fecunda ha si do, de fijo, en sugerencias gustosas y emocio nes de arte. Las viejas piedras de sus templos, fortalezas y palacios, nos han dejado oir la leta nía vibrante de sus recuerdos prestigiosos; y enIre las maravillas renovadas de su polifonía in mortal, hemos podido recoger, en el caminar de nuestra ruta, la nota presente y viva de sus campos pardos, de sus gentes sobrias, de su vi vir austero. Fundiendo ahora en un íntimo acorde las vie jas sugerencias que, iniciándose ante las piedras de oro de Cáceres, Alcántara, Coria, Plasencia, Yuste y Trujillo, culminaron en ese oratorio mís tico de las Villuercas, con las impresiones reco gidas en el vivir campesino y patriarcal de hoy, parece vislumbrarse, en rasgos de conjunto, su traza y silueta. Esta Extremadura de cumbres bravas y Ha—
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■os inmensos, que arrancando abrupta y monta liosa del solar castellano,— corazón de la patria, desciende mansa y blanda hasta el regazo an-j daluz, casando en su espíritu la reciedumbre hi dalga de la madre Castilla con la exaltación ge-j nerosa de la hermana Andalucía, es a un tiem-l po joyero de arte, relicario de fe y espejo de hi dalguía. Cuna insigne de santos, héroes y artistas, su pasado es lección provechosa y emocionario intenso, a la vez que su presente, laborioso y humilde, permite gustar la savia dulce y limpia que aún añida en los frescos rincones del alma popular.
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Indice del texto Páginas
Propósitos............................................... Ruta evocadora...................................
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CACERES...........................................
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Las dos ciudades.................................... Antigüedad de Cáceres........................... Campamento rom ano............................. La Edad Media en Cáceres.................... La reconquista definitiva de C áceres.. . . Regios cortejos....................................... Lugares de evocación: La plaza de Santa M a r ía ................................................ Isabel I en Cáceres.................................. Mansiones de Indianos........................... El imaginero Berrugueíe en Cáceres--Por la ciudad m oderna........................... Visión integral: Cáceres desde la Montaña Cáceres en el presente........................... Objetos del Campamento de Q. C. Metelo
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A L C A N T A R A : En el camino............ A r r o y o .............. .................................. Brozas .................................................... Alcántara ................................................ E l C a s íiiio .............................................. E l Convento de San Benito.................... Grandeza y humildad....................... i ... C O R IA : Vieja fortaleza...................... La Catedral......................... ................... Devoción, naturaleza y arte.................. . P L A S E N C IA : A la llegad a................ O ríg e n e s ..................... .......................... La Catedral............................................. Viejas mansiones placeníinas.................. Bodas reales.............................. ........... Lumbres del saber.................. ............... Y U ST E: Palabras de un C ésar........... E l Monasterio............ ........................... La «Casa del Emperador».— Carlos V en Yuste..................... '. . ........................ Muerte del Emperador............................. T R U JIL L O : Al acercarnos......... ....... O ríg e n es............................................. E l C a stillo .............................................. Casas fuertes........................... ............. Lumbres de g lo ria .................................. Pasan los héroes: Francisco Pizarro .. . . Residencias señoriales............................. Un fraile p o e ta ......................... .............. Despedida...............................................
81 82 83 85
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G U A D A L U P E :................................ El Monasterio........................................ La Iglesia.............................................. E l C o ro ................................................ La Sacristía........................................... NOTAS FIN A LES: La tierra.............. El hom bre............................................. Constumbres.—Fiestas.—Folklore......... Bodas y rondas...................................... El h ab la............................................ .. Folklore: Danzas y canciones................ Canciones y tonadas típicas................... Epílogo..................................................
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Por la vieja Extremadura (Provincia de Cáceres)
LÁMINAS POB
Tom ás M artín Gil
Cuatro palabras a ! lector
TX
bastante tiempo, años, surgió en mí la Á~ C idea de dar a la prensa un libro con foto grafías de las cosas notables de ia provincia de Cáceres; pero como siempre fui mal literato, tra té de encontrar entre mis amigos quien escribie ra la parte histórico-descriptiva. Las gestiones que hice a tal fin no me dieron resultado positi vo; casi todos desconfiaban de la realización del intento. Este fracaso sin embargo, no enfrió mis entusiasmos, ya que, en vista de tal acogida, de cidí realizar yo solo todo el libro, guardado el original hasta encontrar un editor. No fué necesario llevar a cabo tan desespe rada revolución. E l Comité provincial de asis tencia a la Exposición Ibero Americana de S e villa tuvo la bondad (creo que a propuesta de su secretario S r. Orti Selmonte) de encargar a los ace
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autores de este libro la tarea de editar una gufal artística de la provincia de Cáceres. Con ello re*' solvió a la vez dos graves problemas: el de la { parte literaria que yo confieso hubiera hecho,' fervorosa pero medianamente, y el de una pronta y práctica realización de la idea. No soy yo el llamado a decir cómo ha resuWj tado esta realización. Acerca de mi parte debol confesar que no estoy contento. Quizá la insu*| ficiencia de medios a mi disposición no me haya permitido darle aquellos vuelos y presentación imaginados, lo que se traducirá, tal vez, en cier* ta pobreza. Ahora bien, sea de ello lo que quiera, esté I ensayo cumple la misión de librar a nuestra pro«| vincia de la tacha de retraída que entre cierto® espíritus parece haber surgido. Y como han conf tribuido tan eficazmente a saldar esta deuda es4 piritual los señores que forman dicho Com ité! quiero que conste aquí mi agradeciento hacia loa I mismos, y de igual manera, hacia todas aquellas personas y entidades que de un modo u otro* han facilitado mi tarea de recoger con la cámara fotográfica los motivos que aparecen en las sl-‘ guientes páginas. T o m ás M a r t ín G i l . ]
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