CLUB DE Caperucita en Manhattan LECTURA Carmen Martín Gaite Biblioteca Central Tecla Sala
Marzo de 2012
Carmen Martín Gaite Carmen Martín Gaite nació en Salamanca el 8 de diciembre de 1925 Se licenció en Filosofía y Letras en la Universidad de Salamanca, donde conoció a Ignacio Aldecoa y a Agustín García Calvo. En esa universidad tuvo además su primer contacto con el teatro participando como actriz en varias obras. Colaboró en varias revistas como Trabajos y Días en Salamanca y Revista Nueva en Madrid. Se trasladó a esta ciudad en 1950 y se doctoró en la Universidad de Madrid con la tesis Usos amorosos del XVIII en España. Ignacio Aldecoa, cuya obra estudiaría posteriormente, la introdujo en su círculo literario, donde conoció a Josefina Rodríguez, Alfonso Sastre, Juan Benet, Medardo Fraile y Jesús Fernández Santos y Rafael Sánchez Ferlosio, con quien se casó en 1954. De esta manera se incluyó en la que sería conocida como la Generación del 55 o Generación de la Posguerra. Escribió su primer cuento, Un día de libertad, en 1953, aunque confiesa escribir desde los 8 años. Comienza su carrera literaria con El balneario obteniendo en 1955 uno de los premios literarios de mayor prestigio en España, el Café Gijón. Tres años después presenta la que sería su obra señera, Entre visillos, al Premio Nadal, ganándolo. Escribe dos obras de teatro, el monólogo A palo seco en 1957, que fue representado en 1987, y La hermana pequeña en 1959, rescatada en 1998 por el director de teatro Angel García Moreno y estrenada el 19 de enero de 1999 en Madrid. Durante la década de los sesenta continúa cultivando la narrativa, con obras tan importantes como La ataduras (1960) o Ritmo lento (1963), pero es en los setenta cuando vemos la versatilidad de Martín Gaite. Publica sus dos ensayos sobre el proceso contra Macanaz además de su tesis, recopila su poesía en A rachas (1976), y una de sus obras cumbre, la novela Retahílas, sale a la luz en 1974. También a esta década debemos su primera recopilación de relatos, Cuentos completos. Su faceta periodística se caracteriza por su etapa de redactora en los comienzos de Diario 16. Su matrimonio con Rafael Sánchez Ferlosio duró unos años antes de acabar en separación, en los cuales tuvieron 1 hija, Marta, a quien dedicó el cuento La reina de las nieves. Falleció antes que ella.
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Entre otros logros, Martín Gaite destaca por haber sido la primera mujer a la que se le concede el Premio Nacional de Literatura con El cuarto de atrás en 1978, y por haber ganado en 1994 el Premio Nacional de las Letras por el conjunto de su obra. Fue una de las personas más, y mejor, premiadas del mundo de la literatura; obtuvo el Príncipe de Asturias en 1988 compartido con el poeta gallego José Ángel Valente [1929-2000], el Premio Acebo de Honor en 1988 como reconocimiento a toda su obra, el Premio Castilla y León de las Letras en 1992, Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes en 1997, Pluma de Plata del Círculo de la Escritura otorgada en junio de 1999 y cuya ceremonia fue retransmitida por videoconferencia a través de Internet, algo sin precedentes, hasta aquel momento, en el mundo literario. Con su ensayo Usos amorosos de la posguerra española recibió en 1987 el Premio Anagrama de Ensayo y el Libro de Oro de los libreros españoles. Esta obra dispara sus ventas, y desde entonces las obras de Carmen Martín Gaite están siempre entre las más vendidas en España, siendo espectacular su éxito en la Feria del libro de Madrid, donde solía ser su obra de cada temporada la más vendida de la feria. Cultivó también la crítica literaria y la traducción destacando en autores como Gustave Flaubert [1821-1880], Rainer Maria Rilke [1875-1926] y Emily Brönte [1818-1848], colaboró, asimismo, en los guiones de series para Televisión Española Santa Teresa de Jesús (1982) y Celia (1989), serie infantil basada en los famosos cuentos de la escritora madrileña Elena Fortún (1886-1952). Publica dos enormes éxitos de crítica y público, Lo raro es vivir en 1997 e Irse de casa en 1998, y en 1999 se publica y representa La hermana pequeña y recopila en Cuéntame, con la colaboración de la Emma Martinell Gifre, ensayos y cuentos escritos entre 1953 y 1997. En 2000 se le diagnostica un cáncer que cerca de mes y medio después acabará con su vida el 23 de julio en una clínica de Madrid. Es enterrada en El Boalo, donde residió sus últimos años en la casa familiar y donde están enterrados sus padres y su hija.
"Carmen Martín Gaite". En: Escritoras.es [en línea]. [Consulta: 06/02/2012]. http://escritoras.com/escritoras/escritora.php?i=136
Caperucita en Manhattan Caperucita En Manhattan es un cuento moderno, una fábula contemporánea, una ficción con un trasfondo de realidad. La autora utiliza el popular cuento infantil para transmitir la soledad de la vida en las grandes ciudades y advertir de los peligros que, como si del oscuro bosque se tratara, se esconden entre sus calles e individuos. La acción, como bien indica el título transcurre en el popular distrito neoyorquino, y la protagonista es una niña de edad similar a la de la caperuza encarnada; ambas realizan un viajes iniciático en el que se pondrá a prueba su
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valor y con en el que querrán satisfacer el ansia de conocimiento personal. Es curioso que, tanto una como otra van a despertar el gusanillo explorador en el camino a casa de sus respectivas abuelas. Y con tarta incluida... En el caso actual, la niña, quiere visitar a la suya, residente en la otra punta de la ciudad para llevarle un pastel y hacerle compañía; Caperucita se encuentra al lobo; nuestra protagonista, por el contrario, a una extraña mujer que dice ser la estatua de la libertad. Ambos personajes poseerán el mismo fin, ofrecer lo prohibido, el conocimiento vetado al mundo de los adultos. Por eso es un viaje hacia lo desconocido es una búsqueda, una transformación, una paso evolutivo más... la transformación de la inocencia infantil en la firmeza de la madurez adulta. Carmen Martín Gaite utiliza un tono jocoso e ingenuo, utilizando personajes estrambóticos y poco usuales; partiendo de una abuela inquieta y vitalista a un curioso hombre de negocios preocupado por conseguir la receta de la tarta perfecta. La personificación que hace de la estatua de la Libertas le confiere un aura de parábola con mensaje final. La escritora, en el prólogo, deja claro que se trata de un episodio autobiográfico, lo que produce una mayor complicidad y empatía entre los lectores y ella. Puede recordar su lectura y, sobre todo, su mensaje a El Principito de Antóine de Saint Exúpery, y a Momo de Michael Ende; en ambos libros (más bien cuentos para adultos), aparece el viaje de la búsqueda personal, la lucha entre la fuerzas del Bien y del Mal, y el paso de la niñez al estado adulto con lo que ellos conlleva: el fin de un mundo de ensoñación y el comienzo de otro más sombrío y competitivo. Sin embargo, más que llevarnos al desasosiego o a la tristeza, lo que se entresaca de lo lectura de este libro es un mensaje de optimismo y un canto hacia la vida y, lo más importante, a la defensa de nuestro niño/a interior como única posibilidad de sobrevivir en la actualidad a la vida de las grandes ciudades. Una delicia de lectura, una evocación a nuestro lado más tierno e ingenuo, que no viene mal en estaos tiempos de prisas y feroz materialismo. "Caperucita en Manhattan” [Consulta: 06/02/2012]. En: http://es.shvoong.com/s [en línea].
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Entrevista Carmen Martín Gaite: "Es preferible equivocarse a callar" Rescatamos una entrevista a la escritora Carmen Martín Gaite, escrita en 1999, un año antes de su fallecimiento. Un reflejo de las impresiones sobre la literatura y la vida de la autora BLANCA BERASÁTEGUI | Publicado el 22/07/2010
Que la literatura le ha salvado la vida es ya sabido en Carmen Martín Gaite. También que pertenece a una generación llena de ausencias, que escribe poesía, novela, ensayo y teatro, que es una mujer independiente, libre, suelta, algo descaradilla en el hablar, y que usa boina. Además Carmen Martín Gaite hace collages, cose y guisa, traduce a Primo Levi, tiene dinamita en su memoria y un cuarto de atrás que le mantiene alerta. Todo eso junto y desordenado. Como su conversación incesante y rotunda, tan rotunda como los surcos de su carita presumida. Estos días, Martín Gaite, que cuida su blanquísimo pelo y mira a la cámara con tenaz coquetería, tiene varios frentes abiertos: le estrenan en Italia su “Caperucita en Manhattan”, le reeditan aquí su Macanaz y le requieren y traducen en distintos lugares, algunos muy académicos. Pero como si nada. Todos los días, la escritora enhebra el hilo de su memoria para coser el presente. Y vive, y se irrita con la atonía de la vida pública española de hoy, y le pone frita su banalidad. Dinamita pura, Carmen Gaite tiene claro que es preferible equivocarse a callar y que es mucho mejor ir por libre en la vida, que llevar siempre dentro al jefe de la manada. Por eso no quiere pertenecer a ningún club. A estas alturas, la casa de Carmen Martín Gaite es el collage perfecto: contiene los petachos, los colores, los vacíos y las luces de una vida vividísima. Desde el 53 vive la escritora entre las mismas paredes empapeladas de risas, de amigos, de llantos y de literatura: “Por aquí ha pasado todo el mundo, desde Martín santos a Carlos Barral, de Sueiro a Fernández Santos, Aldecoa, claro, y Goytisolo, y Semprún, y Manolo 4
Sacristán, además de Ferlosio... Todos acabábamos en esta casa”, remata Carmen desde el cuarto de atrás, sin la menor intención de tirar del hilo del recuerdo, otra vez ya no, pero sí para confirmarme que, efectivamente, es casi la única superviviente de esa generación de amigos que vivían para la literatura. El caramelo del recuerdo -No es plan de estar chupando el caramelo del recuerdo. No soy tampoco, por ahora, una señora que viva del pasado. Pero tengo buena memoria y me acuerdo de las cosas. Me acuerdo muy bien de las cosas de las que ya no se acuerda nadie. Como decía el borracho señalándose el bíceps: “dinamita pura y no me meto con nadie”. Desde la terraza de Carmen Martín Gaite podría pintar Antonio López cualquiera de sus cuadros urbanos. “Se ve todo Madrid, sí, pero no le invito, no sea que se quede a vivir aquí cinco años”, dice con los ojillos riendo. Son los únicos metros, los de la terraza, sin alboroto de papeles, libros, fotografías, carpetas, flores, chinchetas, recuerdos de Marta y de vida. Pequeñas habitaciones abarrotadas de memoria. Su dinamita pura es la memoria. Dice Martín Gaite que quien tenga descargado ese arsenal es pólvora mojada, que hay que acordarse de las cosas, sacar lo bueno de ellas y no entrar nunca en dimes y diretes. “Me pone frita ver cómo la gente discute minucias, cuando lo raro es vivir. Odio los chismes y las polémicas. Odio ese ventilar las cosas privadas en público, odio los periódicos llenos de chismes intrascendentes. Nadie podrá enseñarme una hoja de periódico que contenga alguna guerrita en la que haya participado. Nunca he abanderado polémicas”. -Las polémicas, si son inteligentes, pueden librarnos del conformismo y la atonía general de la vida pública en la que estamos, ¿no? - Cierto. Francisco Nieva, con ese aire juguetón y nada sermoneador que le caracteriza, se quejaba el otro día de ello en estas páginas. Lo he hablado muchas veces con él, y con Emilio Lledó, que también es hombre culto. Hoy nadie se atreve a disentir. Nadie se atreve a decir “el rey va desnudo” cuando está clarísimo que el rey va desnudo. Se nos va atrofiando la capacidad de pensar por nosotros mismos, y creo que es preferible equivocarse a callar, Todo, menos llevar dentro al jefe de la manada. No podemos seguir actuando a golpe de silbato, de silbato mental. ¿La razón? Yo creo que es el miedo a la libertad de siempre. A la gente le da miedo ir por libre; prefiere la excursión programada a explorarla selva de las palabras. Ha pasado siempre. Es el camino fácil. Y yo creo que no hay que tener tanto miedo a descarrilar. A ningún club - Usted, en cambio, siempre ha sido un verso suelto, quiero decir que ha vivido y trabajado siempre a su aire. Ni grupos, ni clanes, ni corrientes. Nunca ha pertenecido a club alguno, ni siquiera quiere ser académica de la Española. ¿Qué razones esgrime?
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- Las razones de siempre. No quiero comprometerme a nada por lo que no sienta entusiasmo, a lo que no dedique el tiempo debido. Estoy muy honrada de que quieran proponerme, pero no. “Si no hay que hacer nada”, me dicen. Pues peor. Si no hay que hacer nada, ¿Para qué voy a ir?, “Pero si ni siquiera tienes que ir” Pues peor. Prefiero no ir no siendo que no ir siendo. ¿Me entiendes? - Perfectamente. Pero es extraño. A casi todos les gustaría. - Sí, pero yo soy muy rara. He decidido dedicar mi tiempo a lo que verdaderamente me apasione, y no comprometerme a cosas que no voy a saber ni poder cumplir. Nunca he hecho nada a la fuerza. Me parece a mí que siempre he sabido lo que no quería. Estos días tiene Carmen abiertos varios frentes: se representa en un teatro de Madrid La hermana pequeña, una obra escrita hace cuarenta años, “que tal vez sea mejor como pieza literaria para ser leída que como texto dramático para ser representado”; dentro de unos días, en Milán, se estrena Caperucita en Manhattan; Acaba de reeditar el proceso de Macanaz, aquella pobre víctima de la inquisición; está terminando la traducción de Jane Eyre de Charlotte Brönte, un mamotreto de setecientas páginas apasionante, y, además, se emplea a fondo en la escritura de un ensayo sobre cine y literatura que en homenaje a Borau va a presentar dentro de unos días en Valencia. Así que empezamos hablado de cine. - Siempre he pensado que la relación entre cine y literatura es como la del hijo y la madre, por muy unidos que estén, no siempre se llevan bien. A veces quieren imponerse uno a otro y se establece el conflicto. Yo creo que hoy el hijo quiere imponerse a la madre y en muchos escritores lo ha conseguido. Borau, del que he aprendido tanto, dice que si no hubiéramos visto determinadas películas, muchas de las novelas escritas en los últimos cincuenta años serían distintas, muy distintas. Incluso te digo más: de no ser por el cine, de no ser por el cine habría cosas que ni siquiera las habríamos pensado de la misma manera: la muerte y el amor, por ejemplo. - Siendo como es para usted tan importante la memoria, ¿Cómo no ha caído en la tentación de publicar las suyas? - Quizá porque me he hartado de tantas como se escriben. Me ha sofocado la superabundancia de biografías, dietarios y memorias. Además me da miedo envejecer si me pongo a recontar cosas. Temo que las cosas pasadas se me envenenen. Y como soy sana, positiva y poco morbosa, y si me pusiera a escribir mis memorias tal vez tendría que ser un poco morbosa, pues prefiero alejarme de ellas. Además ya las voy soltando, poco a poco, en El cuarto de atrás, en Fragmentos de Interior, en todos mis libros en realidad, envueltas en literatura. Así envejezco,
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pero no me oxido. La memoria me sirve para escribir el presente, porque amo la vida. Cuando me abandonen las ganas de escribir, ya puedes ir preparando mi necrológica. La oscuridad en la literatura - ¿Y no le da miedo caer en el estilo de la vejez, del que habla Goethe? ¿En esa literatura amable y ensimismada? - A mí me da miedo caer en la pesadez y la incoherencia. Me da miedo convertirme en alguien que no controle su inteligencia. Me gusta la gente inteligente y divertida y me horrorizan los pesados. Me gustan los escritores con los que puedo hablar de literatura, como Vila-Matas, Chirbes o Belén Gopegui (en tiempos pasados, dice, eran Antonia Dans, Mayra Owisiedo, Josefina Rodríguez), y huyo de los que sólo hablan de tiradas, contratos y dinero. Huyo también de la oscuridad en la literatura, de esa tendencia a escribir complicado y difícil, tal vez por ser tan fácil. Persigo la frescura, la credibilidad y la coherencia, sobre todo la coherencia. Y no te quepa duda de una cosa: es más fácil imitar a Faulkner que a Arniches, por ejemplo, y está tirado llenar la narración de pistas falsas, como hace Robbe-Grillet, que me parece detestable. Así de claro. Cuenta Martín Gaite que no le ha costado nunca nada tanto como la sensación de frescura y facilidad que encierra Irse de casa. “La narración oral, que los escritores rusos han dominado como nadie, es el aspecto fundamental de mi obra. Ese 'me parece que me estoy desviando, pero espérame que ahora vengo' lo he aprendido en Chejov”, dice. “Me gusta ir avisando al lector que tal o cual personaje va a tener interés. Porque me gusta mucho que el lector me siga. Yo pienso mucho en el que me va a leer, soy muy considerada con él, que bastante favor me hace leyéndome. Que una historia sea creíble no quiere decir que sea realista, ni hace falta que sea verosímil”. Carmen Martín Gaite da estos días las ultimas puntadas a Jane Eyre, “que nunca creía que era tan buena novela”. Literalmente. Cose y traduce al personaje de la Brönte con la paciencia y el mimo que vertió hace ya años entre visillos. En eso no ha cambiado nada: le sigue gustando coser y pegar y se apasiona con los mismos tipos femeninos de la historia de la literatura. Ha traducido Madame Bovary y Cumbres borrascosas, se ha metido en la piel de Virginia Wolf, de Natalia Gingzburg... “Casi todo lo que traduzco son obras de mujeres”. Y al mismo tiempo, le gusta presumir de “maruja”, y hablar de pespuntes y de guisos con la misma pasión y rotundidad que de la última obra de Primo Levi. La semana que viene se marcha a Milán, a revisar los ensayos de la compañía Colla, que pone en escena su Caperucita en Manhattan. En su mesa abarrotada de memoria tiene ya la escritora los dibujos de la escenografía. Otra cosa más de la que hablar con Marta, su hija
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desaparecida y fotografiada en todas las paredes.
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