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La tienda de Las Musilarias
Bea Alberola Giménez
En el número 74 de la Avenida Constitución el tiempo se ha detenido. Hace 103 años que se construyó esta casa en la que Amparo ha vivido toda su vida. En ella, sus padres pusieron en marcha un negocio de venta de comestibles y artículos variados que estaría en marcha durante más de 60 años.
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La tienda de las “Musilarias” es un emblema de Chella. Todavía conserva sus dos escaparates a ambos lados de la puerta principal, en los que se exponían para la venta toda clase de enseres para el hogar: vajillas, juguetes, ferretería, artículos de limpieza, comestibles y todo lo que una casa chellina podía necesitar.
Al entrar, nos trasladamos en un instante 50 años atrás, cuando el comercio estaba en pleno funcionamiento y a Amparo y a su hermana María las encon- trábamos detrás del mostrador. Ambas vestidas con su bata blanca, despachando sus productos a las gentes de Chella y de toda la comarca.
Las estanterías, los mostradores, las vitrinas… todo está hecho de madera de buena calidad, fabricadas a medida por un carpintero de Chella. Amparo recuerda que el mismo carpintero les compraba a ellas el material de ferretería para realizar su trabajo. En sus baldas aún se conservan infinidadde artículos con las etiquetas de los precios en pesetas.
Amparo Ponce me recibe muy risueña. Nadie diría que tiene 95 años. En su memoria conserva muchos recuerdos de toda una vida trabajando para su tienda, la mayoría de ellos muy felices, y está orgullosa de la vida que ha llevado, siempre trabajando pero rodeada de su familia.
Nació el 13 de octubre de 1927. Ella y sus tres hermanos, Paquita, María y Victoriano, eran hijosdel matrimonio formado por Victoriano Ponce y Felicidad Soler.
Cuando le pido que me cuente la historia del establecimiento, tiene que remontarse muchos años atrás, cuando su madre tenía un pequeño comercio en la esquina (heredado de sus padres) en el que la parte de arriba hacía las veces de posada. Su madre se casó en primeras nupcias con un maestro y de ese matrimonio nacieron tres hijos Después el maestro falleció y Felicidad se casó con Victoriano Ponce, que era íntimo amigo de su anterior esposo.
Amparo cuenta que en los tiempos en los que sus padres eran jóvenes, solo había en el pueblo tres personas que llevaran zapatos: el alcalde, el médico y el juez, y se les reconocía por el ruido que hacían los zapatos en la calle.
Victoriano Ponce fue vinatero y estuvo en Cuba trabajando antes de casarse, enseñando el ofici. Pero echaba mucho de menos Chella y en cuanto pudo se volvió. Con mucho empeño logró convertir la pequeña ocupación de Felicidad en un negocio mucho más grande.
Cuando la fundaron, Victoriano y Felicidad eran los encargados de llevarla adelante, y sus hijosles ayudaban. Poco a poco Amparo y María se hicieron cargo del negocio, Paquita se dedicó a la centralita de teléfonos de Chella y Victoriano cuidaba las tierras. A Paquita también le gustaba coser y tenía buena mano.
A la tienda traían cosas que no se vendían por la zona y por eso allí acudía gente de toda la Canal a comprar. En navidad llenaban las estanterías de juguetes. Los niños venían y se quedaban maravillados viendo todo lo que había. Al principio abrían todos los días, domingos incluidos.
Allí se podía encontrar artículos de todo tipo: legumbres, caramelos y dulces, regalos, menaje de hogar, juguetes, ferretería… Echando un vistazo, todavía se pueden ver artículos expuestos a la venta, como maletas, peluches, botes de pintura, artículos de ferretería, juguetes, vajillas, vasos, copas…. Junto a la caja registradora figuan todavía las hojas para anotar la compra de la tienda con el membrete de su padre.
Tenían varios mostradores para despachar los diferentes artículos, ya fueran comestibles o de ferretería y enseres. Las legumbres las vendían al peso, las preparaban en capuchones y lo dejaban listo para vender, así adelantaban trabajo. También vendían productos químicos para el campo, como carburo, cloruro, y más tarde, gasolina.
Amparo era la que se encargaba de comprar el género. Fue una mujer muy moderna para su tiempo. Conducía su propio vehículo y llegó a tener tres coches. Se iba a Xàtiva y a la Ribera, se lo recorría todo buscando cosas para vender en la tienda. Compraba arroz en sacos, fruta y verdura, naranjas... También iban representantes a la tienda a venderles productos y ella era la que negociaba.
En los tiempos de postguerra se fiabamucho, había mucha hambre y miseria. Los hombres se iban a La Rápita a segar arroz y también a segar trigo por largas temporadas, y las madres iban a la tienda y pedían que les sirvieran de fiad. Lo hacían en secreto para que no se enterara más gente y se supiera que allí fiaban Algunas volvían tiempo después a liquidar la deuda poco a poco, pero otras nunca pudieron pagarla.
En la postguerra, Amparo y María hacían roscas de aceite y sal para vender, y le ponían pimiento colorao para simular el tomate. Lo compraban los niños para ir al colegio.
La vida de ésta familia transcurría alrededor de la casa. En la parte delantera estaba la tienda y justo detrás se encontraba el comedor familiar. Amparo recuerda como en muchas ocasiones estaban comiendo y la gente entraba a comprar, por lo que se tenían que levantar para atender. La tienda permanecía abierta todo el día. Las habitaciones se hallaban en la planta de arriba y en la tercera planta se ubicaba la cambra, que la tenían de almacén. En el sótano de la casa tenían los productos peligrosos.
Por la noche no cerraban con llave. A su padre le gustaba jugar al billar y se iba al bar a echar la partida. A veces se dejaba las llaves en el paño y el que pasaba tocaba a la puerta y decía: ¡señor Victoriano, se ha dejado las llaves en el paño! Como su padre estaba en el bar, era Amparo la que le contestaba: ¡pues échelas dentro y cierre la puerta!. Había confiana entre los vecinos. Lo que más le gustaba a Amparo era interactuar con la gente. Fue una mujer muy decidida y valiente. La familia también se hizo cargo del servicio de teléfono que estaba en la esquina de la calle San Roque con la calle Nueva. Al principio, a su padre le ofrecían el servicio pero no quería cogerlo. Hasta entonces lo había llevado la “tía Aida”, pero lo había dejado y no encontraban a nadie que quisiera llevarlo. Un señor de Valencia acudía constantemente a la tienda a intentar convencer a su padre de que lo cogiera, pero éste no quería porque lo tenía que llevar su hijaPaquita y no quería que los hombres fueran allí estando su hijasola. Finalmente Amparo lo convenció y lo cogieron. Había poca gente con teléfono pero en esa época aumentó mucho el número de abonados y su hermana tenía mucho trabajo. Había gente que la llamaba para que diese recados a la otra parte del pueblo, para no tener que desplazarse. Cuando cogieron la central del teléfono, Chella tenía unos 30 abonados y estando ella se apuntaron 100 más. Tenía mucho trabajo.
Su padre fue alcalde varios años y juez 14 años. Tenían un cuarto en la tienda donde atendía a la gente e iban a contarles sus problemas. Cuando se cansaba cogía el periódico y se iba a sus campos en el Turco a leer y descansar.
En sus ratos libres, Victoriano pintaba cuadros y dibujaba las sábanas de las que se iban a casar, de las que tenían dinero. Lo hacía muy bien y estaban muy cotizadas, pero sólo se lo podían permitir unas pocas.
Amparo Ponce sonríe mientras recuerda su ajetreada vida. Ella es la última que queda de una familia al frente de la cual estaba su padre, trabajador incansable y hombre visionario, que supo adelantarse a su tiempo y ofrecer en su establecimiento los productos más novedosos. Pero este negocio no había llegado tan lejos sin el gran apoyo de su hijaAmparo, mujer moderna y avanzada que conducía un coche (muchos la recordarán en su 600 blanco) cuando aún ni siquiera algunos hombres sabían conducir, y que era capaz de ir hasta donde hiciese falta para traer a su tienda las últimas tendencias y productos de calidad.
Me despido de Amparo y ella sigue sin perder la sonrisa. Está cansada pero quiere seguir contando historias.
Le digo que volveré otro día para que me cuente más, porque ella disfruta contando pero yo he disfrutado muchísimo escuchándola, imaginando la tienda de Las Musilarias en todo su apogeo, con gente entrando y saliendo, comprando cosas tan dispares como tornillos, garbanzos, una escoba o un tren de juguete. Quien pudiera volver tiempo atrás, en el que el mostrador nos llegaba a la altura de la nariz y las puertas siempre estaban abiertas con la llave en el paño…
Muchas gracias a Amparo por abrirnos las puertas de su establecimiento, de su casa y de su corazón, y por contarnos su maravillosa historia. Y a Paqui, por su paciencia y colaboración. �