Concurso Literario “Tiempos sólidos, tiempos líquidos: Quijotes de ayer y de hoy”
Ganadores
Categoría Sala de 5. Primer Premio
El hechizo del espejo
4) Habíía una vez, hace mucho tiempo un hada llamada Ana que vivíía en un bosque encantado. Ana era conocida por ser la mejor hechicera del bosque. Su encantamiento maí s conocido fue el que hizo sobre el prííncipe de Lugorra, maí s conocido como el “hechizo del espejo”. Todo comenzoí cuando el prííncipe le roboí la varita maí gica para hacerle una broma. El hada, molesta reaccionoí y lanzoí un hechizo sobre el prííncipe que lo transformoí en dragoí n y le advirtioí que lo uí nico que podríía revertir el hechizo era un espejo maí gico que estaba escondido en las profundidades de un volcaí n. Una vez que lo tuviera tendríía que decir la frase “0ZIHCEH LE ETREIVER”. El dragoí n pasoí anñ os buscando el espejo. Hasta que un buen díía estaba volando cerca del volcaí n y vio algo brillante a lo lejos, y bajoí a ver queí era y al descubrir que era el espejo maí gico, lo tomoí y se lo llev a su hogar. Un vez allíí, dijo la frase maí gica y de repente sintioí un golpe brusco en su cuerpo, su cola desaparecioí , sus escamas se cayeron, sus garras volvieron a ser sus unñ as y volvioí a ser un apuesto prííncipe. El prííncipe de Lugora fue a disculparse y agradecerle al hada por darle una leccioí n. Desde ese díía, ambos se volvieron frecuentes y grandes amigos. Alumnos de sala de 5 B: Lucy, Ramiro, Gonzalo. Alumnos de 6ºA: Sofíía, Cindy, Antonio, Matíías y Candela.
Categoría Sala de 5. Segundo Premio
El cofre mágico
Habíía una vez un mago extraordinario que se llamaba Hermenegildo. Este mago podíía cambiar el clima y controlar el tiempo. Su poder estaba guardado en un cofre secreto, que estaba protegido por un gnomo que se llamaba Mansilla que no era muy amigable, auí n asíí protegíía celosamente al cofre y al mago. Un díía Hermenegildo invitoí a un amigo Sicks, el hechicero, a tomar teí de lagartija, su especialidad, pero en realidad Sicks teníía otra intensioí n, robar el cofre secreto. Pero habíía un problema para lograr su cometido, Mansilla no se despegaba del cofre. Snicks apuntoí su varita hacíía el Gnomo y lo congeloí . Mientras, Hermenegildo se habíía quedado dormido debido a que el teí teníía una posicioí n preparada por Snicks y que pudo poner en un momento en que el mago se encontraba distraíído. Asíí que el hechicero, aprovechoí esta situacioí n para llevarse el cofre. Pero el hechicero no contaba con que Hermenegildo controlaba el tiempo y el clima. El mago apenas despierto descongeloí a Mansilla creando un sol adentro de la casa donde vivíía el Gnomo. Inmediatamente se descongeloí y atrapoí a Sckis con el cofre. Lo maí s curioso fue que Hermenegildo atrasoí el tiempo hasta el momento del nacimiento de Sicks que se transformoí en un bebe pequenñ o que usaba chupete y lloraba sin parar, quizaí s porque no habíía podido robar el cofre. Pero eso por ahora no lo sabemos habraí que esperar a que Sicks crezca y nos cuente.
Alumnos de sala de 5 B: Pedro. J, Lucila. T, Camila y Ian hie. Alumnos de 6to grado: Camila, Pilar B, Majo, Joaquíín, Mora
Categoría Sala de 5. Premio Mención
El pirata y la bruja
Habíía una vez un pirata llamado Huesos al que le gustaba navegar por los 7 mares con su enorme barco. Un díía en el que estaba navegando se encontroí con la bruja malvada llamada Bruja Mala. El pirata sacoí su espada para luchar con la bruja pero no tuvo tiempo de empezar a pelear y lo hechizoí y lo metioí adentro de su reloj maí gico. Como el pirata era muy fuerte y teníía su espada, luchoí y luchoí con el reloj hasta que salioí pero habíía quedado muy chiquitito. Sus amigos vinieron a rescatarlo pero no lo encontraban. Unos ratoncitos lo encontraron en el castillo de la bruja y con su varita lo volvieron a su tamanñ o normal. Asíí pudo volver a encontrarse con sus amigos y navegar nuevamente por los 7 mares. Los ratoncitos con la varita hechizaron a la bruja y la metieron para siempre adentro del reloj.
(Sala de 5°A: Violeta, Paloma, Facundo) (6to: Helena Ortega, Julia Garcíía, Santiago Agudo)
Categoría 1°. Primer Premio
Mi asombrosa excursión
Habíía una vez una puerta secreta en el kiosco del patio del colegio. Esa puerta solo la conocíía yo porque una vez me la mostroí Luna y me dijo que no se lo contara a nadie. Un díía en que todos jugaban aprovecheí y la abríí y me metíí por un tuí nel largo, larguíísimo hasta que salíí en Yapeyuí . Allíí me encontreí con un ninñ o al que todos le gritaban ¡Joseí portate bien! Y le gritaban porque estaba jugando a luchar con una espada que era de madera. A los otros ninñ os no les gustaba, por eso gritaban y se alejaban corriendo. Joseí se quedoí muy triste. Yo me acerqueí y le pregunteí su nombre. Me dijo que se llamaba Joseí de San Martíín. Me lo imaginaba. Para que se ponga contengo le conteí que iba a ser un heroeí . ¿Coí mo sabes eso? Me preguntoí Joseí . Claro, soy una ninñ a del futuro, dije yo. ¿Y coí mo llegaste acaí ? Por una puerta secreta que me ensenñ oí Luna, en mi colegio. EÉ l no entendíía nada, pero igual se puso contento. La puerta secreta aparecioí ahíí abajo nuestro. Lo saludeí y volvíí por el tuí nel. Justo cuando llegueí al patio, la maestra decíía que ya tenííamos que subir al aula. Fin. Ululet
Categoría 1°. Segundo Premio
El reparador
Hace muchos anñ os, en un pueblo muy muy lejano, un chico normal caminaba por su barrio hasta que encontroí un anillo. El anillo era poderoso, maí gico y con una brillosa luz de color verde y blanco. Le dio mucha curiosidad y se lo proboí , le quedaba perfecto, como si se hubiera hecho a medida para eí l y se fue contento a dormir. Al díía siguiente se despertoí flotando en el aire y se dio cuenta que con pensarlo podíía reparar cosas. Lo primero que vio fue que estaba rota la escalera de su casa, lo pensoí muy concentrado y la escalera se reparoí . Se quedoí muy asombrado y entusiasmado; raí pidamente fue corriendo por toda la casa mirando cada detalle a reparar y pensaba y pensaba y las cosas reparaba. Su mamaí estaba muy contenta y le dijo muy conmovida que comparta su poder con toda la gente del pueblo que tanto lo necesitaba. Se asomoí a la ventana y vio que el pueblo estaba destrozado y entonces salioí y pensando y pensando con su anillo brillando en su dedo comenzoí a reparar todo y maí gicamente los aí rboles que estaban secos y tristes se tinñ eron de un verde primaveral, los juegos abandonados reparados quedaron y estando la tarea cumplida en la plaza, comenzoí a recorrer casa por casa, negocio por negocio, el hospital y cada edificio que necesitara de su poder reparador. De repente se dio cuenta que tambieí n podíía hacer aparecer cosas que se necesitaran porque sintioí hambre y le aparecioí lo que queríía comer en la mano. Entonces pensoí en todos los que necesitaban plata y luego se enteroí que a la gente del pueblo le aparecioí maí gicamente plata en sus bolsillos. Todos decidieron llamarlo “el reparador” y como siempre teníía buenas intenciones y ayudaba a todo el pueblo, lo eligieron el rey del pueblo. Hoja de Cristal.
Categoría 1°. Premio Mención
Las aventuras de Nachoman
Habíía una vez en la sabana africana un leoí n que se llamaba Camilo. A Camilo le gustaba cazar cebras. Dormíía casi todo el díía excepto cuando queríía cazar Cebras. Un díía Camilo se encontroí con un superheí roe llamado Nachoman. Nachoman teníía una maí quina del tiempo y estaba herido. Como estaba herido, Camilo no sabíía queí hacer con eí l, pero tampoco queríía comeí rselo. Teníía la intencioí n de llevarlo a un lugar para cubrirlo, entonces lo llevo a una cueva y le dejo agua y comida. Camilo se llevo la maí quina del tiempo, que curioso, no? Camilo se llevo la maí quina del tiempo a su guarida y apretoí cualquier botoí n y se fue al pasado y nunca maí s volvioí .
Alma
Categoría 2°. Primer Premio
A través del espejo
Habíía una vez un chico llamado Lulu. Se encontraba en un cuarto que teníía un espejo maí gico. Al tocar el espejo, lo traspasoí y se encontroí con un senñ or llamado Tomaí s. Lo saludoí con un beso en el cachete y jugaron a la pelota toda la tarde. Cuando anochecioí , Lulu volvioí a traspasar el espejo y regresoí a su casa.
Escrito por Lulu.
Categoría 2°. Segundo Premio
Valentín Man vs el inhumano desconocido
Habíía una vez un chico ese chico era yo me llamaba Valentíín voy a una escuela la suí per escuela de heroí es, un díía me caíí en un pozo maí gico, al díía siguiente me levanteí con suí per poderes y me fui a la calle a jugar con mis nuevos poderes. Cuando de repente escucheí una voz que me dijo: “los poderes no son para jugar”. Nunca supe quieí n me hablaba entonces pare de jugar y espere a los villanos. Luego de esperar un largo rato no habíía encontrado ninguí n villano asíí que me fui a mi casa, hasta que de repente escucheí un grito ¡auxilio es un monstruo! Asíí descubríí mis poderes maí s fuertes y fui a luchar. Luchamos, luchamos y luchamos muy parejos hasta que el hombre se quitoí la maí scara y luego yo griteí ¡inhumano! Y inhumano recurrioí a refuerzos y me atacaron, pero yo nunca me rindo. Asíí que use mi poder de crear cosas y cree una jaula anti escape de hierro, pero me faltaban 3 maí s, eran los tres inhumanos maí s fuertes de todos asíí que peleamos duro y parejo, pero yo dije nunca me rendireí , useí mi poder de transformarme en cualquier animal y combine estos tres animales: tigre-pterpdactilo-dinosaurio-elefante-loboleoí n-gorila y la bestia maí s fuerte del mundo y otra vez peleamos bien duro y parejo entonces volvíí a usar el poder de crear cosas y cree 3 caja anti monstruos, y al fin pude capturar a todos los inhumanos y me pusieron el nombre de Valentíín Man, y cuando alguien necesitaba ayuda gritaban ¡ayuda Valentíín Man! E iba a salvarlos. Pero de repente salioí un inhumano que se llamaba el inhumano de dios, entonces recurríí a mis hermanos que se llaman. El monstruo del tatuaje –Nico, el monstruo ranger- Fefu y el monstruo gordo de los siete mares- Bauti.
Nico, Fede y Bautista atacaron al inhumano incluyeí ndome a míí y el inhumano nos iba ganando pero Bauti dijo. “Soy el capitaí n de los 7 mares y se coí mo detenerlo”. Y luego Nico y Fede dijeron “¡coí mo?” “Haciendo un plan”. Dijo Bauti: “ahahahahahaha”- Dijeron mis hermanos. Entonces hablamos y hablamos, etc., hasta que usamos el plan contra el inhumano y cuando le ííbamos ganando el inhumano tambieí n recurrioí a refuerzos y volvimos a perder, pero tuve una idea y dije: “hermanos, hay que combinar todos nuestros poderes o podemos usar el poder de absorber cosas y absorber los poderes de los inhumanos.” Y luego hicimos un plan1. Y cuando lo usamos por fin ganamos al inhumano de dios y volvimos muy felices a vuestras casas.
The Wanted
Categoría 2°. Premio Mención
El reloj volador
Habíía una vez una chica que se llamaba Luvli. Un díía, se fue volando en un reloj volador. Tanto que volaba de aquíí para allaí , se calloí al piso y se lastimoí la rodilla.
Cuento escrito por Luvli.
Categoría 3°. Primer Premio
Gracy y el reloj maravilloso Habíía una vez un reloj que estaba escondido en un nido de un paí jaro colgando del aí rbol mas grande de la selva y la leyenda cuenta que hace varios anñ os hubo una lluvia de meteoritos y ese reloj se desprendioí de un planeta llamado Doris. Un díía, una exploradora llamada Gracy se interno en la selva buscando plumas de un paí jaro tíípico de ese lugar que era muy difíícil de encontrar. Gracy, pasoí díías y noches buscando esos paí jaros y dormíía a la luz de la luna con una bolsa de dormir y su mochila que cargaba con ella. Una fríía manñ ana se levanto muy cansada y vio varios paí jaros pasar volando muy cerca de la copa de un aí rbol, entonces se acerco lo mas cerca posible para ver si era el tipo de paí jaro que estaba buscando. Pero como el sol brillaba mas que nunca y le impedíía ver con claridad, se trepo a un aí rbol para comprobar si se trataba del ave que buscaba. Raí pidamente se puso unas botas especiales para trepar el aí rbol y con dificultad subioí hasta la copa. Los paí jaros asustados, huyeron pero dejaron su nido vacíío y con varias plumas. Gracy se acerco al nido, tomo las plumas que eran de color azul y al intentar retirarlas noto que una de ellas estaba atascada. Quiso tirar de la pluma para sacarla, y para su sorpresa, se encontroí con un extranñ o objeto en el interior del nido. El color de ese objeto era dorado y al mirarlo mejor noto que parecíía ser un reloj entonces Gracy se pregunto como habraí llegado hastaallíí ?. Y al minuto se puso a pensar si ese reloj no seria el de la leyenda del planeta Doris. Gracy tomo el reloj, se olvido de los paí jaros y volvioí a su casa en la ciudad. Pasaron los meses y ella seguíía investigando ese misterioso reloj, que para Gracy no era un reloj comuí n sino que tenia algo de maravilloso. Un domingo, ella sin querer, apoyo el codo en el reloj y de repente aparecioí una gran puerta celeste. Gracy se sentíía asustada y al mismo tiempo excitada por saber que era, y como no tenia nada que perder toco la manija que era mas dorada y brillante que el oro y salto hacia dentro.
Ella sentíía que caíía como en un tobogaí n acuaí tico, cuando por fin toco el piso miro a su alrededor y se encontroí con un ser muy extranñ o que parecíía ser un elfo. Ese Elfo, que se llamaba Skalton estaba vestido de verde y blanco con un gorro rojo. Sklaton le dijo a Gracy que eran muy pocos en ese mundo y nadie los iba a visitar, por eso estaba sorprendido de que ella haya llegado ahíí y le quiso mostrar toda la ciudad. Ella le dijo que estaba agradecida pero necesitaba volver a su mundo. Sklaton insistioí y le dijo que no iba a tardar mucho y ella acepto. Primero el elfo le pidioí que se suba a una canoa de madera y con unos remos hechos de hojas fueron navegando por todas las cataratas, despueí s cuando bajaron de la canoa se encontraron con el abuelo de Sklaton y como el era mago ya sabia lo que estaba pasando y le dijo a Gracy que tenia que volver ya mismo o la puerta cambiaria de lugar. Gracy corrioí lo mas raí pido que pudo pero la puerta desaparecioí del lugar donde estaba. El abuelo de Sklaton le dijo desde lejos, con su nieto que lo estaba ayudando a caminar, que ahora teníían que pasar por los hongos rodantes, las burbujas de los mini volcanes de agua, las hojas voladoras del mar de agua verde y por la biblioteca de libros voladores , y luego subirse a uno de los libros para ver toda la biblioteca desde lo mas alto y buscar desde ahíí la puerta. Sklaton guio a Gracy siguiendo las instrucciones del abuelo, primero pasaron por los hongos rodantes y, apenas tocaron uno con sus pies cayeron mareados al piso al instante. Despueí s pasaron por las burbujas de los mini volcanes de agua, pero Sklaton, que era muy distraíído, se tropezoí con una roca y cayo sobre una burbuja muy grande que cada vez subíía mas alto. Entonces el elfo le dijo a Gracy que con un caracol que le iba a lanzar por el aire, lo sople que iba a aparecer un colibríí y lo iba a bajar al nivel del piso. Sklaton lanzo el caracol por el aire, ella salto, lo atrapo y soplo con toda su fuerza. De repente se vio llegar desde lejos a un colibríí de dos metros de colores verde, azul y turquesa. El colibríí podíía hablar y como Sklaton ya lo sabia porque vivíía ahíí, le dijo: lindo colibríí podríía ser tan amable de bajarme al piso donde esta mi amiga Gracy ? El colibríí sin pensarlo le dijo: claro que podre, me gusta ayudar a los habitantes de esta ciudad y con gusto lo hare. El colibríí bajo a Sklaton de la gran burbuja que estaba volando tan alto que casi podíía tocar las nubes. Gracy estaba feliz de que iban a poder continuar su viaje hasta la puerta maí gica, aunque le gustase mucho esa ciudad por lo
maravillosa que era. Caminaron un largo camino de piedras y se encontraron con un enorme y verde mar, pero Gracy dijo: estamos en una colina y entonces ahora como podremos bajar ?Los 2 intercambiaron miradas muy preocupados pero antes de que Sklaton pueda contestarle a Gracy, se aproximo un viento muy fuerte que los podíía llegar a derrumbar y hundirlos en el mar verde. Sklaton se aferro con fuerza a un aí rbol pero antes de que Gracy pudiera hacer lo mismo que el, el viento empujo a Gracy por el mar verde pero como ese lugar era maravilloso habíía hojas gigantes. Como el abuelo de Sklaton habíía dicho, eran las hojas voladoras del mar verde. Cuando ella volaba por los aires a punto de tocar el agua aparecioí una hoja y Gracy se lanzo sobre ella justo a tiempo. Con la hoja llego hasta la orilla y Sklaton bajo por la colina, cruzo el puente y juntos retomaron el camino rumbo a la biblioteca de libros voladores. Cuando llegaron, la puerta de entrada de la biblioteca era inmensa, y por lo que veíían ambos parecíía que la biblioteca era circular y muy alta. Cuando abrieron las puertas y pusieron un pie en el piso de maí rmol, todos los libros se movieron de tal forma que parecíía que los miraban a ellos dos. Pero quien podíía saberlo ? los libros no tienen ojos ! Gracy un poco asustada se acerco y mirando a todos los libros dijo: queridos libros podríían hacernos el favor de subirnos hacia lo mas alto de la biblioteca asíí podrííamos ver la puerta que me trajo a esta ciudad? Un libro, que parecíía ser el mas antiguo, se acerco hacia Gracy volando y haciendo agitar sus paginas dijo con una voz muy grave: claro que podemos, en esta ciudad somos todos amables y en lo que podamos los vamos a ayudar. Cuatro libros pequenñ os se unieron y todos ellos en coro le dijeron a Gracy: apoya tus dos pies sobre nosotros que te vamos a subir hasta lo mas alto de la biblioteca. Despueí s otros dos libros bastante grandes, se acercaron hasta Sklaton y tambieí n en coro le dijeron: vos pone dos pies sobre nosotros que, como a tu amiga, te subiremos hasta lo mas alto de la biblioteca. Gracy y Sklaton se empezaron a elevar subiendo cada vez mas, en un determinado momento se asustaron los dos de lo alto que estaban pero Gracy le dijo a Sklaton: tenemos que tener valor, tenemos que encontrar esa puerta !. Le pidieron a los libros que los lleven de un lado a otro de la biblioteca y dieron cinco vueltas a la biblioteca buscando la puerta que no aparecíía. Sklaton tuvo una idea maravillosa, como el conocíía esta ciudad sabia que en la biblioteca habíía dos telescopios en el suelo con los que se podíía ver a gran distancia.
Entonces les pidieron a los libros que los bajen y fueron a buscar los telescopios. Una vez que los teníían en sus manos, pidieron ayuda de nuevo a los libros para subirlos. Ya en lo alto de la biblioteca, se pusieron a mirar a traveí s de los telescopios buscando la puerta. Gracy se empezoí a amargar ya que todavíía la puerta no aparecíía. Cuando se dio vuelta, vio un reloj sobre uno de los estantes que era muy parecido al que ella habíía encontrado en el bosque de su ciudad. Este reloj era plateado y un poco mas grande que el que ella tenia. En ese momento Gracy recordoí que con su otro reloj, tocaí ndolo sin querer con el codo, se habíía abierto una puerta. Le conto esto a Skalton mientras tocaba todos los botones pero nada sucedíía, hasta que de lo enojada que estaba lo tiro fuertemente contra el piso. Y en ese instante se abre el reloj en 2 partes y sale un humo celeste. Luego ese humo se convierte en la puerta que ella habíía traspasado para entrar a esta ciudad. Como ella sabia que era su hora de partir, saludo con lagrimas en su ojos a Sklaton y le dijo que si el se quedaba con ese reloj y ella con el que tenia en su ciudad podíían visitarse en el futuro. El elfo le dijo que cuando ella vuelva,el le podríía seguir mostrando parte de esta maravillosa ciudad, y cuando Sklaton vaya a visitara Gracy ella podríía mostrarle solo el bosque porque si le mostrara la ciudad, con calles y tiendas se asustaríían todos ya que el es un Elfo. Gracy se dio cuenta de lo importante que es el tiempo en la vida de todos y que sin el tiempo nadie pudiese estar vivo. FIN
Categoría 3°. Segundo Premio
Olivio y los amigos del puerto
Sale el sol en el Puerto de Olivos. El bagre Rodrigo espera que alguí n barco encienda su motor para recortarse los bigotes con la heí lice. A la manñ ana, le gusta estar buen mozo para ir a despertar a Florcita, su amiga. Que es una estrella de mar. Florcita, un díía le contoí coí mo llegoí al puerto. La trajo una lancha arenera que habíía llegado tan lejos, que se acercoí al mar y ella vino entre la arena. Antes de descargar en el puerto, Florcita se tiroí al ríío. Y ahíí estaba desde entonces. Divirtieí ndose con sus amigos. Lo que es un misterio es como se adaptoí al ríío y no extranñ a la sal. De vez en cuando, síí la extranñ a. Y le pide a su amigo el pulpo Gervasio que con sus tentaí culos robe unos saleros del restaurante del puerto. Entonces, el pulpo espera a la noche y cuando las mesas quedan sin gente, Gervasio, con sus tentaí culos, agarra todos los saleros que puede. Despueí s, le tira la sal a Florcita. Que se pone colorada y se lo agradece. Todos creen que los pulpos son bichos de mar. Pero no. Los pulpos al principio eran de ríío, despueí s se fueron al mar. Eso es lo que dice Gervasio, que se la daí de inteligente. En el puerto, Gervasio la pasa re bien. Su gran amiga es la tortuga Anastasia. A veces se pelean. Pero se quieren mucho. Una vez discutieron y Gervasio la lanzoí con uno de sus tentaí culos, como pelota de beisbol por el aire. Anastasia voloí , voloí ... Se metioí en el caparazoí n y finalmente cayoí en San Isidro, en el medio de ríío. Asíí que volvioí despacito, despacito, nadando como nadan las tortugas. Pero cuando se cansoí , fue el monstruo Olivio el que la trajo de vuelta al puerto. Gervasio estaba tan arrepentido de lo que habíía hecho, que se subioí a una mesa del restaurante para que se lo "coman crudo", por el líío que habíía armado. Lo uí nico que consiguioí fue que un montoí n de gente se asustara... Y tuvo que meterse al agua de nuevo. Despueí s de esa vez, Gervasio y Anastasia, solamente juegan a las cartas. Gervasio hace trampa, porque tiene ocho tentaí culos y puede agarrar un montoí n de cartas a la vez. Pero la tortuga le tiene mucha paciencia. Y al final, siempre gana Anastasia. El monstruo Olivio nacioí de los restos de aceite y basura que flotaban en el ríío. Con el tiempo se fue armando una
masa que flotaba por la superficie. Se le formaron unos ojos. Se le formoí una boca. Y algo parecido a un nariz. Es como una mantaraya babosa. Cuando el ríío estaí muy bajo los barcos navegan arriba del monstruo: "Que sucio que estaí el ríío", dicen los navegantes. Y no es agua de ríío que estaí sucia, es Olivio. Olivio es una especie de Frankestein. Una noche de tormenta, con vientos huracanados y olas gigantes; un relaí mpago le pegoí de lleno... Y le dio vida. Si, le dio vida. Como a Frankestein. Desde ese momento, Olivio empezoí a reciclar los residuos que se comíía y a devolverlos al ríío como plantas. Algunos no puede pobre, y lo hacen engordar. Los que recicla, se llaman camalotes. A veces recicla tanto, que tapa todo. Este monstruo ayuda bastante a mantener el medio ambiente limpio. Ademaí s, desde que le pegoí el rayo, se mueve maí s raí pido. Como la vez que fue a buscar a la tortuga Anastasia a San Isidro, en el medio del ríío. Ese díía, todos estaban desesperados porque la tortuga voladora no volvíía. Y fue Olivio quien la trajo de vuelta al puerto. Sanita y salva. Desde ese díía ese monstruo horroroso es el íídolo de todos los amigos del puerto. Igual, prefieren que se quede afuera y ellos lo van a visitar. Por el olor... Pobre Olivio. El no tiene la culpa Pero despueí s de un fin de semana donde la basura era tanta, que el pobre Olivio ya no podíía tragar maí s... Olivio se quedoí sin fuerzas. Y se tuvo que esconder en el puerto. Imagíínense como estaba el agua de sucia, grasosa y olorosa. Se quedoí un díía. Se quedoí dos. Y despueí s de una semana, no se movíía. Estaba tan pesado que todos esperaban que otro rayo le devolviera las fuerzas para poder salir por sus propios medios. Y la tormenta eleí ctrica no llegaba. Un lunes a la madrugada, vino una sudestada. Viento, olas, pero ninguí n rayo. El puerto rebalsoí , y se cayoí un poste de electricidad arriba del palo de un velero, que se llama Azulado. Los cables le dieron una descarga eleí ctrica al pobre barco. Cuando la electricidad llegoí al agua, hubo una explosioí n que se vio arriba y debajo del agua. Los amigos del puerto vieron la explosioí n en medio de la tormenta. Cuando el ríío se calmoí , todo habíía cambiado. Ellos estaban en el mismo lugar pero no estaban juntos... ¿Coí mo era eso? Empezaron a vivir en tiempos diferentes. Todos en el puerto, pero no al mismo tiempo. En el pasado, Anastasia y Florcita estaban en el fondo. Pero era un fondo distinto. Limpio, con agua dorada y muy transparente. Cuando miraban hacia la superficie, veíían un montoí n de peces. Algunos de colores. Bogas, mojarritas, pejerreyes y alguí n dorado que andaba por ahíí. Hasta habíía
cangrejos de ríío... Nunca habíían visto algo asíí. Habíía plantas acuaí ticas. Piedras. Montíículos de arena blanca. Era hermoso... Pero sus amigos no estaban por ninguí n lado. Ellas sentíían que estaban, pero no los podíían ver. Anastasia extranñ aba a Gervasio cuando hacíía trampa. Y Florcita, que le trajera un poquito de sal. Estaban tristes. Rodrigo y Gervasio, hoy no veíían nada extranñ o. Algo les decíía que no teníían que ir al fondo, ni acercarse a la superficie. Todo parecíía igual. Latas, botellas de plaí stico, alguna que otra bolsa de nylon. Los saí balos esperando que el restaurante tirara los restos para comer. Todo normal. Pero no podíían encontrar a sus amigos por ninguí n lado. Al principio, pensaban que Florcita y Anastasia se habíían ido a dar una vuelta con Olivio. Pero a medida que pasaba el tiempo, se dieron cuenta que no... Tambieí n los extranñ aban. Y Gregorio hacíía un montoí n que no se afeitaba, porque los barcos no salíían a navegar y entonces no podíía recortarse los bigotes, y se enredaba por todos lados. Desde el díía de la explosioí n, todo habíía cambiado. El monstruo Olivio estaba en el futuro, y ya no era un monstruo. Despueí s de la explosioí n se habíía ido su olor y su aspecto grasoso y horroroso. Seguíía cubriendo todo el puerto. Y su cuerpo cubríía todo el ríío, hasta llegar al mar. Ya no teníía apetito, tampoco habíía residuos que comer. El agua era transparente, pero no se podíía ver el fondo. Su masa gelatinosa era cristalina, de color verde claro, como una gran pileta de natacioí n. No escuchaba a sus amigos. En realidad no se escuchaba nada. Los barcos parecíían submarinos. Todos quietos. Olivio tambieí n queríía encontrar a sus amigos. El uí nico que navegaba, era el Azulado. El velero que habíía recibido la descarga eleí ctrica. Vaya uno a saber por queí ... Cuando el Azulado encendíía su motorcito, todos se animaban. Todos esperaban que saliera... Desde ese extranñ o díía, el Azulado era el uí nico que navegaba sobre Olivio y podíía moverse. Cortaba la gelatina transparente en que se habíía convertido. A Olivio no le molestaba. Al contrario, cuando el velero abríía su masa gelatinosa dejaba pasar la luz del díía, que llegaba hasta lo maí s profundo. Entonces... todo era como antes. Todos volvíían a estar juntos. Se encontraban todos en el fondo. Gervasio jugaba con Anastasia a las cartas. Rodrigo subíía y se recortaba los bigotes con la heí lice del motorcito del Azulado, antes de bajar a ver a Florcita. Y Gervasio le tiraba sal a Florcita, con un salero que encontraba por ahíí. Pero todos sabíían que cuando el Azulado apagaba el motor, habíía que correr, cada uno a su lugar. En el fondo, Florcita y
Anastasia volvíían a habitar el ríío de antes que existiera el puerto. Lindo y natural. Rodrigo y Gervasio nadaban por el agua podrida y calentita del ríío de hoy, llena de basura y anda a saber queí otras cosas. Y en la superficie, Olivio cerraba con su masa gelatinosa, un futuro artificial. Quieto y silencioso. Un futuro casi perfecto. Ellos sabíían que cuando se apagaba el motor del Azulado, teníían que volver a su lugar. Porque si se iban al lugar equivocado... ¡Se podíía armar un líío! Como en esa pelíícula del cientíífico que viaja por el tiempo y no puede volver. "Sin querer, ese rayo convirtioí al Azulado en una maí quina del tiempo", decíía seriamente el inteligente de Gervasio. Y los amigos del puerto se reíían del pulpo sabelotodo. Para ellos el Azulado era un lindo velero que les daba mucha alegríía. La alegríía de estar juntos de nuevo. Una y otra vez. FIN Por Guadalupe
Categoría 3°. Premio Mención
Aquel día qué…
-Auch –dijo mi prima cuando se doblo el tobillo. Perdoí n, no me presenteí , mi nombre es V… y hoy les voy a contar la historia de cuando mi prima y yo nos chocamos y…. bueno empecemos. Ese díía yo estaba en mi patineta y mi prima veníía en su bicicleta, yo hice una pirueta y… ¡BOOM! Nos chocamos. Fue horrible cuando me golpee las rodillas y mi prima se resbaloí de la bicicleta y se dobloí el tobillo. En ese instante una hormiga se acercoí y nos dijo: -
Vengan conmigo-
mientras mi prima y yo intentaí bamos desenganchar la
patineta de la bicicleta. -
¿queí me dijiste? – le pregunteí a mi prima mientras mi tíía se acercaba corriendo.
-
Nada –me dijo ella. Nosotros no sabííamos que la hormiga era la que nos hablaba. Me di cuenta que era ella porque mi tíía estaba a punto de pisarla. Pero cuando yo la escucheí asustada, justo mi tíía se fue a buscar curitas. Mi prima y yo decidimos seguir a la hormiga que de repente se convirtioí en una doncella que nos llevoí a su castillo de cristal donde te reflejabas con pijama, vestido, etc. En ese momento mi prima le preguntoí a la doncella:
-¿Coí mo te llamas? – mientras mi prima comíía - Helena- le contestoí la doncella con la boca llena - queí lindo nombre- dijo mi prima - auch, auch, no, no… - en ese instante nos agarroí por la espalda un lobo del bosque que nos atacoí (maí s dolor para mi prima y para mi) y nos aranñ oí hasta que abrioí mi mochila con los regalos del díía de la madre y el lobo me los rompioí todos. Yo no sabíía queí hacer porque eran los uí ltimos que habíía podido conseguir. Me tuve que ir del palacio a comprar todos los regalos otra vez. Cuando volvíí mi prima me contoí que me perdíí una cena hermosa, yo no ceneí , pero al otro díía desayuneí un montoí n. -
Hjsjsjsjsjbrvvvrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrwiiiidjdjdjdjdjjsjsjsjdjdj- dijo Helena
-
Queí ?!- dijimos mi prima y yo
-
Sal sal salerew saleb saleb nietrola – dijo Helena
-
Salgan del castillo!!!! –nos dijo- salgan!!! Nos dijo otra vez
-
Ok – dijimos nosotras
-
Por favor, por favor, no nos hagas esto – dijo Helena
-
Por favor, abuelo de las muertes no nos hagas esto -volvioí a repetir Helena
-
Solo si no vuelves a invitar a nadie a tu castillo – dijo Mulino (el abuelo de las muertes)
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Por tu propio bien y el de tu padre –insistioí Mulino.
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Ok, pero deí jame que ellas dos se queden por un díía maí s, por favor, por favor… son mis nuevas amigas –dijo Helena.
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Corte!!! –gritoí un Hada
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Muy bien Helena –dijo el Hada.
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Queí ??? Dijimos mi prima y yo.
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Queí bueno que salioí bien. Mucha suerte a los demaí s en el resto de la filmacioí n –dijo Helena y se fue muy tranquila.
Entonces, en ese momento, nos dimos cuenta que era una pelíícula de seres maravillosos. Y que estaí bamos adentro de la misma. Esa misma noche nos dormimos en una cama de tela muy delicada con unas almohadas de tela suave y colorida. Mi prima durmioí en el piso porque no queríía arruinar la cama. Y yo tambieí n dormíí en el piso, pero con una almohada. Y asíí fue como descubrimos que los seres fantaí sticos existen, aunque sea en las pelíículas. Para descubrirlos, solamente hay que dejar volar la imaginacicoí n. Fin.
Categoría 4°. Primer Premio
Una aventura robótica
Como todos los jueves, los alumnos de sexto grado del colegio San Pedro estaban en la clase de Roboí tica. El profesor Nano regresoí enseguida al aula y observoí atentamente el trabajo de cada grupo. Mientras algunos apagaban los programas de Minibot en las computadoras, otros ordenaban en las cajas todas las piezas que estaí n dispersas en las mesas. Al finalizar, el profesor pidioí que se quedaran un rato los cuatro integrantes del grupo C formado por Tobíías, Joaquíín, Pablo y Tomaí s. Sorpresivamente les propuso participar en una Competencia Nacional de Roboí tica. Los chicos se miraron asombrados y recibieron un sobre con los formularios de la inscripcioí n para ser completados por sus padres. Tobíías y Joaquíín eran primos de la misma edad e increííblemente habíían nacido en el mismo sanatorio con solo dos díías de diferencia. Teníían los mismos hobbies y hasta eran del mismo equipo de fuí tbol. Pablo no soí lo era el maí s alto del aula si no tambieí n el mejor en computacioí n como su papaí que era analista de sistemas. Tomaí s hacíía los mejores dibujos de aviones y barcos. Su suenñ o era ser piloto de avioí n o capitaí n para poder viajar a muchos lugares. Al mes estaban reunidos juntos a otros cientos de participantes de diferentes colegios en el gran evento que duroí casi todo el díía. Allíí debieron trabajar concentrados, coordinando los pasos para no cometer ninguí n error. No era un trabajo faí cil porque a veces no se podíían poner de acuerdo pero finalmente lograron construir un autobot capaz de subir escaleras y trepar paredes usando placas livianas. Los resultados seríían publicados en tres díías. Solo quedaba esperar. Cuando la directora con gran alegríía les dio la noticia de que habíían obtenido el primer premio y debíían competir con ganadores de otros paííses en Japoí n, Tobíías que
es el maí s sensible de los cuatro casi se pone a llorar de emocioí n. Fueron felicitados por todos los profesores y alumnos de San Pedro. Durante ocho semanas los chicos prepararon para el torneo y viajaron en el mes de Julio junto al profesor Nano. Para Pablo era su primer viaje y sentíía que el corazoí n le latíía maí s raí pido que nunca. Luego de un largo y cansador vuelo llegaron a Tokio. La ciudad era maravillosa y los chicos no podíían creer que estuviesen ahíí pero teníían que descansar porque al otro díía comenzaba el torneo. Desde muy temprano salieron del hotel y se dirigieron al lugar de la competencia. Cada equipo teníía dos computadoras portaí tiles maí s un set completo de herramientas, piezas, placas y sensores. Con un poco de nervios comenzaron a programar el sistema. Su robot RD7era un droide de seguridad se activaba al detectar un humo toí xico. Teníía capacidad de almacenar informacioí n y hacer grabaciones. Una vez que se hizo la presentacioí n del trabajo terminado de cada equipo, los jueces debíían seleccionar a los finalistas. En ese momento, inesperadamente las luces del RD7comenzaron a titilar y emitíía un sonido de alarma. Los chicos comprendieron que algo malo estaba pasando y siguieron al droide. Llegaron hasta una sala y vieron que el armado de un equipo alemaí n habíía hecho un corto circuito y estaba a punto de estallar. Raí pidamente Joaquíín fue a avisarle al profesor Nano. Todos los participantes pudieron salir del lugar y a los pocos minutos comenzoí el fuego. Los bomberos llegaron al lugar y apagaron las llamas. Afortunadamente nadie salioí herido pero la competencia debioí ser postergada unos díías. Aprovecharon esos díías para pasear por la ciudad y comprar regalos para la familia. En la manñ ana del díía siguiente teníían que regresar a su paíís, finalmente se anuncioí al ganador. El robot del equipo argentino habíía sido elegido para ocupar el primer puesto. Orgullosos recibieron el trofeo y una beca en la mejor universidad de roboí tica de Tokio.
Fue una experiencia muy importante para los cuatro amigos y aprendieron que trabajando en equipo y con mucho esfuerzo podĂĂan lograr cualquier objetivo. Fin.
Ninja de las sombras
Categoría 4°. Segundo Premio 1 Un sueño hecho realidad
Este cuento se trata del suenñ o de dos hermanos, que durante mucho pero mucho tiempo, le pidieron a sus papas que les hagan realidad su suenñ o, cual era ese suenñ o? Tener un perro. Los papas les dijeron que por ahora no, porque era mucha responsabilidad, teníían que banñ arlo, darle de comer, sacarlo a pasear, limpiar las necesidades, dedicarle mucho tiempo, y darle mucho carinñ o, los chicos siempre insistíían, y decíían que lo queríían tener y que se comprometíían, e iban a hacer todo eso. Este pedido se repetíía permanentemente, y los ninñ os lloraban, y prometíían cumplir con el trato si tuvieran a su mascota. Sus padres se dieron cuenta de cuaí nto lo queríían, y el amor que sentíían por las mascotas de sus amigos, y las ganas de poder cumplir su suenñ o. El gran díía llego, cuando los chicos volvíían del colegio, su madre dijo que en un mes iban a tener el perro, cuando llegaron a la casa vieron una cucha con algunos juguetes, miraron debajo de la mesa, y habíía un cachorrito muy lindo de color piel de leoí n. Los chicos se emocionaron mucho y lo abrazaron muy fuerte y les dijeron gracias a sus padres, fue uno de los mejores díía de sus vidas. Ese mismo díía el perro comioí por primera vez en la casa, el perro teníía casi 2 meses, los chicos lo llevaron al living muy emocionados, les dieron un abrazo muy fuerte a sus padres y les agradecieron por haber cumplido su suenñ o. La primera noche el perro durmioí muy bien y cuando lo despertaron el perro salto hacia ellos muy desesperadamente. Los chicos fueron a la escuela muy contentos para contarles a sus amigos que teníían un nuevo integrante en la familia, los chicos
estuvieron pensando todo el díía en su nueva mascota, y pensando en abrazarlo y jugar con el mucho, los chicos todos los fin de semanas iban a un club donde el perro podíía correr mucho, y tambieí n podíía jugar con otros perros amigos. Todos los díías al salir del colegio los ninñ os esperan a su mamaí que viene acompanñ ada con su mascota, ellos felices de ver a su perro llenaí ndolo de carinñ o y contentos porque sus amigos del colegio se acercaban a verlo y acariciarlo. Los chicos estuvieron muy felices por tener un cachorrito y el perro estuvo muy feliz de tener una familia que lo ama.
FIN
JOHNNY MORRISON
Categoría 4°. Premio Mención
Dentro del barco de hielo
Hola! Me llamo Emma y quiero aprovechar esta oportunidad para contarles mi pequenñ a historia como exploradora, que comenzoí hace mucho tiempo en la primavera patagoí nica. La inspiracioí n a esta vida de aventuras me encontroí en mi primer viaje, junto a mi familia y poco despueí s de cumplir diez anñ os. Antes de comenzar las excursiones, imaginaba paisajes muí ltiples de colores y olores, de movimientos y personajes animados. Encontreí todo eso que imaginaba, y mucho maí s. Mis ojos se llenaron de muchas otras maravillas que nunca en mi cabecita de ninñ a habíía siquiera sonñ ado. En uno de los recorridos y luego de atravesar un ancho lago de color verde grisaí ceo, comenzamos una caminata que nos llevoí al pie del glaciar Perito Moreno. Enormes formas de masas de hielo talladas por el viento y por el tiempo, en una escala que haríía diminuta la maí s grande de las ciudades. Todo era asombroso y fantasíía. Era en una escala que haríía diminuta la maí s grande de las ciudades. Todo era asombro y fantasíía. Era una obra de arte de la naturaleza, era real y estaba en el medio de ese blanco universo. Casi al final del recorrido me detuve frente a una extranñ a roca que parecíía un barco encallado. Por su puesto no era un barco, pero la forma se parecíía bastante a como en las pelíículas se veíía un barco cruzando el oceí ano. Ese gran trozo de hielo que quizaí s sin intencioí n los vientos habíían esculpido sin parar durante siglos hasta transformarlo en algo muy parecido a un gran barco. Lo bauticeí como se merecíía, simplemente el “Barco de Hielo”. Pequenñ a como era entonces –ahora soy bastante maí s alta pero nada que pueda asustar a un glaciar- me quedeí parada disfrutando el momento cuando me
parecioí ver algo extranñ o en su interior. ¿Era un animal, una roca, una plata? ¿Desde queí eí poca inquieta bajo el hielo? ¿Cuaí ntas maí s habraí bajo esta primera capa de hielo? ¿Cuaí ntas historias estaraí n atrapadas dentro de los glaciares? Al terminar la secundaria volvíí con mis amigos a esas tierras del sur. Mi entusiasmo por caminar sobre las montanñ as y los hielos nos fue llevando otra vez a aquellos paisajes que me habíían cautivado de ninñ a. Allíí estaban las formas extranñ a, allíí estaba, intacto, mi “Barco de Hielo” y allíí dentro continuaba percibiendo aquel objeto extranñ o en su interior. No lograba distinguir nada diferente todavíía, y si bien mi imaginacioí n se habíía educado entre tantos anñ os de escuela, no logreí descifrar el personaje que jugaba a las escondidas dentro del blanco azulado de aquella gran masa de hielo. Sonñ aba con ser doctora. Sonñ aba con ser arquitecta. Sonñ aba con ser maestra. Pero inspirada en mis visitas al sur termineí siendo exploradora-guíía de montanñ as y de hielos. Y esposa. Y madre. Me trasladeí a vivir a la Patagonia, donde formeí una hermosa familia con 3 traviesos ninñ os. Mis díías transcurríían en la montanñ a y sobre el hielo. Ayudaba a las personas a descubrir y comprender las maravillas de colores que la naturaleza nos habíía regalado en esos lugares. Inspirada en las formas que permanecíían ocultas en el “Barco de Hielo”, me especialiceí en buscar elementos del pasado, y encontrarlo. Objetos de otras culturas, de otras eí pocas , que por alguna razoí n habíían tenido la paciencia y perseverancia de esperar a veces siglos para contar sus propias historias a terceros venidos de tierras lejanas. Bajo la tierra y bajo el agua. Con mi pequenñ o grupo de exploradores y a bordo de nuestra embarcacioí n “Ballena Azul”, nos trasladamos de un lugar al otro del lago Argentino. No siempre encontraí bamos elementos o rastros del pasado, pero siempre nos acompanñ aba una buena aventura con amigos, digna de ser contada en un fogoí n. Entre trozos de hielo desprendidos de alguna masa mayor, navegaí bamos entre el imponente Upsala y la pared infinita del Spegazzini, entre el puerto Bandera y las montanñ as víírgenes dibujadas con las marcas del tiempo. Del lago Argentino, al lago Viedma, del lago Argentino al lago Buenos Aires. Todo era muy divertido.
Los anñ os pasaban, la familia crecíía y el misterio del interior del “Barco de Hielo” permanecíía igual. No digo que todos los meses, pero no pasaba mucho tiempo sin visitar aquel sitio que me habíía impactado con soí lo diez anñ os. La forma seguíía allíí, pero ¿queí son treinta y pico de anñ os para los tiempos de un Glaciar? Nada o casi nada se habíía alterado lo suficiente para poder descubrir queí habíía allíí dentro, esperaí ndome con toda la paciencia de quien tiene una buena historia que contar y espera el momento exacto para darla a conocer. Todo parece tener un tiempo y un lugar. Los vientos fuertes soplaban y las estaciones transcurríían siempre dejaí ndonos sorpresas y aventuras en el camino. Mis hijos ya me acompanñ aban en cada expedicioí n y juntos logramos hallar rastros que no solo dieron a conocer formas de vida y culturas diferentes en museos de todo el mundo, sino que llenaron los estantes de casa con premios y distinciones que nos impulsaban a seguir por el mismo camino. Aunque los premios eran muchos y valiosos, ninguí n aplauso o medalla valíían maí s que las expediciones que nos esperaban afuera. No todas terminaban bien, pero todas nos dejaban buenos momentos y experiencias que nos permitíían crecer como personas. Y ser felices. En la cima de una montanñ a o dentro de la grieta azul de un glacial, como el marco delicioso de un paisaje y bajo un aire frio y un sol que no siempre calienta, ninguí n díía se repite, ninguna rutina se vuelve aburrida. Conocííamos esos paisajes como ustedes conocen el barrio donde viven. Conocííamos como se mueven las hojas de los aí rboles y como soplan los vientos en cada momento del díía. Conocííamos como bailan las aguas de los lagos y como se mueven las rocas que bajen improvistamente de la montanñ a. Como dibuja el sol la silueta al final del díía y coí mo el mismo sol la vuelve a dibujar con la neblina de la montanñ a. No conocííamos muchos secretos que aun permanecen escondidos por allíí. Algunos pocos los descubrimos y nos dieron grandes alegríías. Pero son muchas historias para ser halladas por las mismas personas, asíí que espero que las muchas historias que puedan por ser descubiertas sean acompanñ adas por grandes aventuras, y que cada uno que le entusiasme este tipo de vida el tiempo le entregue una parte de los secretos, que siempre estaraí n por allíí esperando ser encontrados.
De todos los misterios me quedaba a míí uno por resolver: el que me esperaba dentro del Barco de Hielo. Las reglas de preservacioí n suelen ser estrictas, tanto como necesarias. Y no se podíía excavar por esas rocas heladas. Pocos díías despueí s de cumplirse el medio siglo desde que piseí por primera vez el glaciar, me detuve frente a aquella forma amiga. Seguíía imponente y algo graciosa, y sus colores no habíían perdido nada del brillo que me encandilara entonces. Ya con pocas fuerzas para mantenerme en el sitio mucho tiempo, comenceí a pensar en aquella figura extranñ a, y toda mi vida pasoí frente a mis ojos como una pelíícula de ritmo incansable; de la mano con mi padres al abrazo protector de mi nieto, todos las experiencias esperaban para ser recordadas una a una, todas despertaron ante un llamado que parecíía ser de la misma roca de hielo. Y descubríí con sorpresa que lo que permanecíía oculto en aquella masa era toda una vida de aventuras que yo habíía logrado descubrir de a poco y que aun a punto de jubilarme, continuaba disfrutando.
Categoría 4º. Premio Mención
Los mundos
Una chica llamada Sofíía vivíía coí nsul papaí porque su mamaí habíía fallecido en un accidente. Un díía su papaí , que era astronauta, le dijo que teníía que viajar al espacio para ver si habíía otro mundo porque la tierra estaba intoxicada, habíía ladrones, corruptos, etc. Sofíía se puso a llorar porque pensaba que no iba a volver, pero el papaí le dijo que no se preocupe porque todo iba a estar bien. El cohete despegoí , a bordo estaban el papaí y 3 astronautas maí s. De repente chocaron contra algo, el papaí vio un agujero negro y que este atraíía todo el metal, el problema era que el cohete era de metal. El agujero los atrajo y se metieron dentro, en ese momento el cohete iba de un lado para el otro. El cohete se empezoí a deshacer, entonces el papaí que era inteligente se tiroí con un tubo en la espalda y vio una luz azul, entonces fue hacia allíí y encontroí otro mundo. Estaba en un mundo paralelo y podíía ver a su hija a traveí s de ese mundo. El trataba de mandarles senñ as para contarle que habíía descubierto otro mundo. En 1 anñ o logroí volver a la tierra pero en la tierra habíía pasado 100 anñ os. El papaí se dio cuenta de que nadie de su familia vivíía y sintioí tristeza, pensaba que en el espacio el tiempo va muy lento pero en la tierra el tiempo pasa mucho maí s raí pido. Entonces cuando volvioí no reconocioí la tierra. De pronto se asustoí por un ruido terrible que no sabíía de doí nde veníía, hasta que vio la luz del despertador. El viaje interestelar habíía sido un mal suenñ o. Fin El reloj de Oro.
Categoría 5°. Primer Premio
Soñando a través del tiempo
Yo era un hombre solitario y aburrido. En ese entonces, teníía veintiocho anñ os. Todos los díías iba a trabajar y mi vida era como cualquier otra vida, normal. Un díía, al llegar a mi casa, empeceí a sentirme mareado. Tomeí una taza de sopa y me fui a dormir. Era el díía siguiente, cuando desperteí en un mundo extranñ o. Estaba en mi casa, pero con muebles diferentes y paredes de otros colores. Salíí de la cama y observeí que teníía un reloj precioso en la mano, y aunque no era míío, decidíí quedaí rmelo. En ese momento noteí que en una mesa de luz estaba la caja del reloj y en ella leíí que eí ste podíía hacerte viajar al pasado, maí ximo, una hora atraí s. En esa casa que ahora me parecíía extranñ a no habíía nadie, por lo que decidíí ir a ver queí habíía afuera. Al abrir la puerta, observeí un bosque colorido y tranquilo, lleno de animales. De pronto vi a un lobo, que me parecioí feroz, que avanzaba por un camino entre los aí rboles. Se me acercoí y me contoí que buscaba a una chica con una caperuza roja que le llevaba pastelitos a su enferma abuela. Sin decir nada, el hambriento animal se fue corriendo hacia la casa de esa pobre anciana y en ese momento me di cuenta que la abuela y su nieta se iban a convertir en su alimento. Entonces, recordeí el reloj que habíía encontrado en la casa, y aunque antes no le habíía dado tanta importancia, penseí que como estaba en un mundo maí gico, podríía funcionar. Retraseí el reloj una hora para tener el tiempo suficiente para buscar a alguien que pudiera salvar a la chica de caperuza roja y a la anciana. Camineí quince minutos buscando, hasta que encontreí a un cazador y le pedíí que vaya a matar a ese lobo. El aceptoí . Raí pidamente fuimos a la casa de la anciana, ya que eí l sabíía doí nde era, y el valiente el cazador matoí al salvaje animal antes de que se comiera a la anciana y su nieta. Ellas me agradecieron, me dieron un poco de comida y yo seguíí mi caminata.
Paseí dos díías caminando. Una noche me recosteí sobre un aí rbol y me quedeí dormido, hasta que a la manñ ana siguiente dos ninñ os muy tristes me despertaron, me dijeron que se llamaban Hansel y Gretel, y que estaban perdidos. Tambieí n me contaron que salieron de su casa y que veníían dejando migas de pan por donde pasaban, asíí no se perdíían. Ellos no sabíían porqueí , pero sus migas habíían desaparecido. Penseí en ayudarlos, pero no sabíía coí mo. Se me ocurrioí que podíía utilizar mi reloj y ver queí era lo que habíía hecho desaparecer las migas. Lo retraseí media hora, y Hansel, Gretel y yo descubrimos que unos pajaritos se estaban comiendo las migas. Pensamos que lo mejor era ofrecerles a las aves un trozo grande de pan para asegurarnos que no necesitaríían de las migas que dejaron los dos hermanos, y asíí ellos pudieron seguir su caminata sin miedo de perderse. Me despedíí de estos dos joí venes, y seguíí caminando. Mientras avanzaba, escondido entre las plantas, escucheí a una reina malvada decir que maí s al norte vivíía una joven llamada Blancanieves, y que pensaba disfrazarse de vendedora ambulante, para entregarle una manzana envenenada. Todo esto porque el espejo maí gico de la reina le habíía dicho que Blancanieves era maí s linda que ella. Sin pensarlo, corríí hacia el norte y encontreí la casa de Blancanieves, pero lamentablemente llegueí tarde. La reina habíía llegado en carroza antes que yo. Cuando entreí , ella ya se habíía ido, pero encontreí a Blancanieves desmayada en el piso. Volvíí a usar el reloj, pero esta vez solo lo atraseí quince minutos. Asíí, antes de que llegue la reina, logreí avisarle a la joven que no comiera la manzana que le iba a dar la senñ ora, ya que estaba envenenada. Cuando llegoí la reina se dio cuenta que Blancanieves ya sabíía su plan, por lo que muy enojada se fue por donde vino. Despueí s de un largo rato hablando con Blancanieves, llegaron los siete enanitos. La joven y yo les contamos lo que nos habíía pasado. Me alojeí unos díías en su casa, hasta que algo muy extranñ o pasoí .
Una manñ ana me volvíí a despertar en mi casa de antes, mi casa original. Me fijeí , y en mi mano ya no estaba el reloj maí gico. Penseí entonces que nada de lo que me habíía pasado habíía sido cierto, y que ahora síí, habíía vuelto a mi vida real. Ese mismo díía fui a trabajar. Pero al terminar mi jornada, volvíí a encontrar en mi bolsillo el reloj maí gico, y por un momento no supe comprender lo que sucedíía. Fue entonces que entendíí que mi suenñ o no habíía terminado, mi suenñ o, recieí n empezaba.
FIN JIMMY CHURRY.
Categoría 5°. Segundo Premio
Un hecho inesperado
Hace un tiempo un ninñ o llamado Tomaí s de 10 anñ os se fue de viaje al sur con sus papaí s a pasar las vacaciones de invierno. En la Villa que visitaron se habíían alojado en una cabanñ a en el medio del bosque lleno de araucarias y rodeado de hermosos lagos. En ese lugar le habíían contado al ninñ o que vivíían varios descendientes de los mapuches y Tomaí s se sentíía muy interesado por conocer sobre su historia, coí mo vivíían, coí mo se vestíían, si hablaban el lenguaje mapuche y queí costumbres auí n conservaban. Le gustaba saber mucho sobre los pueblos originarios y en general los de la Patagonia Argentina. El paisaje que observaba mientras recorríía en auto estaba rodeado de mucha naturaleza, bosques, montanñ as, un volcaí n que ya no erupcionaba, lagos, aves, distintos tipos de animales y vegetacioí n tíípicos de la regioí n. Todo para el ninñ o era muy hermoso y deslumbrante. La familia se habíía alojado en una hermosa cabanñ a de madera con un hogar a lenñ a que daba un calor diferente al conocido por eí l en la ciudad. La familia teníía planeado caminar hasta un volcaí n del lugar y recorrer toda esa zona. Al díía siguiente Tomaí s fue de excursioí n y en la entrada al Parque Nacional donde estaba el volcaí n, se puso a conversar con las personas que cobraban la entrada y se llevoí una desilusioí n al saber que eran descendientes de mapuches pero que ya no hablaban el idioma, que solo algunos de sus abuelos lo hacíían en la comunidad y que conservaban algunas costumbres pero cada vez menos, ya que se habíían acostumbrado a vivir como las personas de ciudad. Se habíían perdido varias
tradiciones por no practicarlas. Despueí s de recorrer el hermoso Parque Nacional y ya casi al final del díía fueron a una feria artesanal de mapuches para ver los distintos puestos y comprar sus artesaníías. En uno de los puestos Tomaí s se sintioí atraíído por una especie de tambor que era raro y quiso comprarlo. El tambor teníía unos extranñ os dibujos pintados, muy llamativos. Los padres se lo compraron, regresaron a la cabanñ a y mientras preparaba la cena la mamaí , Tomaí s se fue hasta un bosquecito cercano a la cabanñ a a probar el tambor debajo de un cipreí s, y empezoí a tocarlo a un ritmo que le gustaba mucho. El sonido que salíía era maí gico. Se sintioí atrapado con el sonido, como hipnotizado mientras tocaba, maí s tocaba y maí s le gustaba, empezoí a sentirse raro y como con suenñ o. Finalmente se quedoí dormido. De repente, se despertoí como si hubiera dormido mucho, y se extranñ oí de que la madre no lo hubiese llamado ya para cenar. Volvioí a la cabanñ a pero ya no estaba en su lugar, ni siquiera habíía alguien, ni una persona. Estaba todo desolado, como si todo hubiera desaparecido. Caminoí y caminoí por el bosque, hasta que encontroí varias viviendas extranñ as, eran chozas con techo de paja, algunas con forma redonda y otras rectangulares, parecíían sacadas de un libro de historia, como si allíí viviera una comunidad de alguí n pueblo originario, “quizaí s”, pensoí “sea un pueblo mapuche”. Tomaí s sorprendido y muy confundido, estaba como en otro tiempo y lugar de forma inexplicable. Se sentíía solo, temeroso sin saber queí hacer. Se quedoí observando un rato largo a la distancia con mucho susto y pensando si se acercaba a pedir ayuda o no. El tiempo pasaba y eí l seguíía paralizado por el miedo. Sin darse cuenta, de uno de los lados de la arboleda en la que estaba escondido, se le aparecioí una anciana de unos noventa anñ os, si bien ninguno de los dos sabíía el idioma del otro, a traveí s de su mirada y de un extranñ o poder desconocido, se dio cuenta que ambos podíían comunicarse leyendo los pensamientos. Entendioí que la mujer le transmitíía que su intencioí n era ayudarlo. Lo llevoí a suchoza, donde habíía otras personas que parecíían de la familia de la senñ ora y le sirvieron sopa muy amablemente. Tambieí n le ofrecieron una especie de cama que era de paja para que descanse. A pesar de toda esta ayuda, eí l se sentíía triste por no encontrar a sus padres y por no saber coí mo regresar. Se durmioí .
Cuando despertoí salioí de la vivienda y la gente del pueblo habíía hecho una fogata con todos los nativos que eran mapuches, lo llevaron junto a ellos como si le dieran una bienvenida. Sintioí que eran amigables y que queríían ayudarlo. Estaban vestidos con pieles de animales y danzaban alrededor del fuego. EÉ l no entendíía queí habíía pasado, si habíía viajado en el tiempo o si estaba en un universo paralelo donde los mapuches seguíían existiendo como si el tiempo no hubiera pasado, todo esto era un misterio. EÉ l le pidioí a la anciana ayuda para volver. Tomaí s seguíía sin saber coí mo regresar con su familia. La anciana le ensenñ oí sobre sus costumbres, le mostroí elementos de caza que utilizaban y coí mo cultivaban la tierra. Tambieí n le senñ aloí un tambor que utilizaban para tocar todos juntos en ceremonias, era parecido al suyo. En ese momento se dio cuenta de que el sonido del tambor era lo uí ltimo que recordaba antes de aparecer en ese lugar. Pero ya no teníía su tambor, lo fue a buscar al bosque pero no lo encontroí , esto era desesperante para Tomaí s. La anciana lo tranquilizoí , le transmitioí que podíían crear otro para que pudiera volver y a eí l le parecioí una excelente idea. La anciana le indicoí un lugar donde teníía que ir a buscar el material para hacer su propio tambor, era en una montanñ a donde habíía unos aí rboles especiales y teníía que hacerlo con esa madera y darle su propia forma. Al díía siguiente emprendioí su viaje hacia la montanñ a, en el pueblo le habíían dado las provisiones necesarias y un amuleto que lo protegeríía y le daríía suerte. En la montanñ a habíía muchos animales salvajes y por eso era muy peligroso. Cuando llegoí a la cima habíía todo tipo de aí rboles y buscoí el que le habíía dicho la anciana, al fin lo encontroí y cortoí lo necesario para su tambor. Despueí s bajoí y en el momento en que descendíía vio a lo lejos un puma, parecíía hambriento. Tomaí s estaba desesperado y muerto de miedo, se subioí a un aí rbol y se quedoí ahíí temblando. El puma se acercoí corriendo hasta allíí pero se mostroí amigable con eí l, le transmitíía con la mirada confianza, parecíía que solo queríía ayudarlo. Tomaí s esperoí un tiempo y luego bajoí del aí rbol, el animallo acompanñ oí hasta el pueblo mapuche como custodiaí ndolo. En cuanto llegoí , ya estaban todos dormidos, excepto la anciana. Ella le indicoí que se fuera a
dormir porque al díía siguiente le ayudaríía a hacer el tambor para estar de nuevo con su familia. Cuando despertoí , empezaron juntos a construir su tambor, tardaron muchíísimo, casi todo el díía, pero por fin terminaron. Luego cenaron juntos unas verduras y frutas y los mapuches le hicieron una despedida con una variedad de canciones y danzas. Tomaí s empezoí a tocar su tambor y volvioí a quedar hipnotizado por su sonido, se durmioí y cuando se despertoí aparecioí en el lugar de donde habíía partido, el cipreí s en el bosque cercano a la cabanñ a donde se alojaba con su familia. Tomaí s corrioí a reencontrarse con sus papaí s, los abrazoí fuertemente aunque sus padres no entendíían porqueí lo hacíía,ya que para los padres habíían pasado cinco minutos nada maí s. Tomaí s confundido todavíía, pensoí si habríía sido soí lo un suenñ o esa experiencia fantaí stica… aunque al observar su tambor se quedoí sin aliento ya que era el que habíía construido con la anciana. Despueí s volvieron de las vacaciones a su casa y cuando fue a la escuela habíía que hacer un trabajo praí ctico de mapuches, delos cuales eí l sabíía demasiado.
FIN SAVATI Santino Arcodaci
Categoría 5º. Premio mención
Misión B612
Hola, les voy a contar una historia que no muchas personas conocen. Es mi historia. Bueno, perdoí n, deberíía empezar por la primera parte: me llamo Maia, vivo en Buenos Aires, tengo once anñ os, pelo castanñ o claro y ojos verdes azulados. Ahora síí puedo empezar a contarles lo que me pasoí hace unos díías. Los dejo con la historia:
-Mamaí , despertate. No sabeí s lo que pasoí .
-¿Queí hora es, hija?
-No seí , como las tres de la manñ ana.
-¿Queí pasoí ?¿Tuviste una pesadilla?
-No.
-¡Entonces volveí a la cama!¿Coí mo me despertaí s a esta hora?
-Mamaí …Estuve con el Principito.
-Tuviste un suenñ o, Maia…
-No, mamaí , lo ayudeí a recuperar la rosa.
-¿Coí mo que lo ayudaste?
-Prendeí la luz que te cuento bien.
-…
-Resulta que tuve un mall díía en el colegio. Lucas ni me miroí , me peleeí con Ema y casi firmo por quedarme hasta tarde en el aula charlando con mis amigos.
-¿Coí mo que casi firmaí s?
-Nada, nada.
-Bueno, seguime contando y despueí s volvemos a lo de la firma…
-Como te decíía, no me podíía dormir y me quedeí leyendo hasta muy tarde mi libro favorito de todos: El Principito, total es viernes. Pero en eso empeceí a escuchar una voz. ¡Salíía del libro! De verdad, ¡salíía de ahíí! La voz me pedíía ayuda. Era una voz medio rara, como aflautada. ¡Y era la rosa! Resulta que El Principito no aparecíía por ninguna parte y la rosa estaba preocupada. Me parecioí que estaba loca por escuchar voces, pero cuando me fijeí , ¡se habíían borrado todas las paí ginas del libro! Decidíí que habíía que hacer algo. Me estaba quedando sin mi libro favorito y El Principito estaba en peligro. Antes de que pudiera darme cuenta, estaba en un lugar muy extranñ o. Habíía estrellas por todos lados. Hermosas, de muchos colores. Y donde estaba era muy chiquito, soí lo entraí bamos la rosa y yo…
-O sea que estabas en el asteroide del Principito.
-¡Síí!
-¿Y eí l doí nde estaba?
-En el Planeta de los Villanos Desamparados. Lo habíían raptado para despueí s robarse la rosa.
-¿Y por queí queríían robarse la rosa?
-Porque la rosa tiene poderes y El Principito no las queríía dar. Entonces lo atraparon y eso borroí el cuento. Asíí que me subíí a la nave del Principito y la rosa me ayudoí a llegar hasta el planeta donde lo teníían capturado. Cuando bajeí de la nave, de la nada teníía puesta una armadura de diamantes y una espada que cuando la movíía hacíía temblar el piso. Atravesamos una muralla llena de guardias y tenííamos que subir hasta la torre. Escondíí la rosa en mi armadura para que no la descubrieran porque si no se la iban a llevar y despueí s peleeí contra los cientos de guardias que custodiaban la torre donde estaba el Principito. Peleaba contra uno y enseguida aparecíía otro y otro maí s. Casi me atrapan, pero logramos subir hasta la torre y escapar a uí ltimo momento en la nave. Termineí tan agotada que me quedeí dormida en la nave y desperteí en mi cama, pero con el pijama, sin la armadura, pero cuando me fijeí , por suerte el cuento estaba completo otra vez.
-Me parece que tuviste un suenñ o, Maiu… -No, mamaí , te digo que esto pasoí de verdad. -Te acompanñ o hasta tu cama y me quedo con vos hasta que te duermas. Mamaí se quedoí conmigo hasta que me “dormíí”, pero en realidad me hice la dormida. Cuando se fue, abríí los ojos sin estar muy segura de si todo esto habíía pasado o no. Sentíí algo que me pinchaba en la cama, prendíí la luz, y habíía una espina de rosas y restos de diamantes entre las saí banas. Mireí por la ventana y una raí faga de luz pasoí frente a mis ojos.
Fin
Por: Juana Azulduy
Categoría 6º. Primer premio
EL ASESINATO DE LA CALLE MORGAN
El díía 8 de abril de 1940 hubo una serie de incidentes traí gicos, pero hubo uno en Madrid que conmovioí a la gente.
Dilan Steinkop, detective famoso y escritor, nacido en Londres, que se encontraba trabajando encubierto en un caso en Italia, fue convocado para resolver el crimen ocurrido en la calle Morgan. Dilan inmediatamente tomo el primer vuelo a Madrid por Italia Airlines.
Ese díía fueron encontrados en la puerta de la iglesia de la calle Morgan, a las doce de la noche dos cadaí veres, uno masculino y otro femenino. Dilan comenzoí raí pidamente su trabajo. Se coloco guantes de laí tex y examinoí los cuerpos. La mujer teníía marcas en su cuello, por lo tanto dedujo Dilan que murioí asfixiada, al hombre un tiro en el corazoí n. Envioí los cuerpos a la morgue. Ademaí s pidioí una autopsia de los cadaí veres.
De la morgue le informaron que los cuerpos fueron identificados, la mujer como Juana Loí pez y el hombre como Ramiro Fernaí ndez. Tambieí n le dijeron que a la mujer le habíían encontrado sangre bajo las unñ as y piel.
Dilan mandoí a revisar la sangre y la piel para ver a quien pertenecíía, pero lamentablemente era a un hombre que habíía muerto hace tres díías, el asesino le habíía jugado una trampa?
Entonces Dilan fue a revisar los objetos personales de Juana y Ramiro en los bolsillos de sus ropas, para ver si encontraba algo. Encontroí una libreta en el pantaloí n de la vííctima del masculino y un nuí mero de teleí fono que le llamo la atencioí n. A la mujer le encontroí la foto de un hombre. Con estas pistas Dilan pudo dar con la direccioí n del nombre encontrado en la libreta. Dilan fue a visitarlo, se trataba de Manuel Padilla. Manuel le cuenta a Dilan que habíía sido novio de Juana pero no la veíía desde mucho tiempo. Dilan le pregunto que era la marca que teníía en la cara, a lo que eí l contestoí que se habíía caíído de una escalera.
Dilan salioí en busca de pruebas y se dirigioí a la iglesia. Afuera de la iglesia habíía un mendigo, decidioí hacerle preguntas. Para lograr que hable, Dilan le comproí un buen plato de comida. El mendigo feliz le contoí que cuando el reloj de la puerta de la iglesia daba las 12 de la noche vio a un hombre dejando dos bolsas muy pesadas y que el hombre al dejar las bolsas tropezoí y se golpeoí muy fuerte la cabeza con el piso.
Con esto Dilan examinoí el piso de la puerta de la iglesia y encontroí una mancha de sangre. Llamoí a un amigo suyo de Italia especialista en estas cosas para que lo ayude a encontrar a quien le pertenecíía esta sangre. Descubrioí que era ni maí s ni menos que de Manuel Padilla.
Ademaí s la policíía llamo a Dilan informaí ndole que teníían un sospechoso, dado que era muy parecido a la foto encontrada en los objetos de Juana.
Dilan interrogo a ese segundo sospechoso y resulto ser el hermano de Juana. Determinaron que no teníía nada que ver con las muertes, y este conto que Juana habíía traicionado a Manuel Padilla con Ramiro Fernaí ndez. Con esto Dilan coincidioí en que Manuel Padilla era el uí nico culpable.
Manuel Padilla, asustado, tomo el primer tren a Lisboa escapando de Dilan. Avisaron a toda la policíía de Madrid, y un oficial que estaba trabajando en la estacioí n Atocha de trenes vio a un sospechoso con las caracteríísticas de Manuel Padilla subieí ndose a un tren rumbo a Lisboa. Entonces dieron la orden a los oficiales del tren de capturar a Manuel y llevarlo a un interrogatorio.
Al fin despueí s de un largo interrogatorio Padilla termino confesando. Conto que habíía matado a Ramiro de un tiro en el corazoí n para que sienta el mismo dolor que eí l sentíía en su pecho, y a ella la asfixioí para que sufriera lentamente como eí l lo estaba haciendo. Para enganñ ar a los policíías le inyectoí sangre de un muerto bajo las unñ as. Los dejo en la puerta de la iglesia debajo del reloj donde eí l le habíía jurado su amor.
Manuel Padilla fue condenado a cadena perpetua en una isla al sur de Espanñ a. Dilan, que ya era reconocido paso a ser el detective maí s famoso de Europa y tuvo una recompensa muy grande por este crimen. Volvioí a Italia y empezoí a escribir una novela sobre este crimen.
FIN
Por: YAKA
Categoría 6º. Segundo premio
Crímenes sin autor
Carl Namon, habíía recibido, una llamada anoí nima. Nunca en toda su carrera, como detective, habíía recibido una llamada como esa. No porque sea anoí nima, sino por el diaí logo que habíía en eí l:
-¿Hola?¿Hay alguien ahíí, escuchando?-
-¿Síí?- dijo Carl, asombrado por la desesperacioí n de aquel hombre.- ¿Quieí n habla? Y ¿Queí necesita? Desde este lado, habla el detective Carl, o experto en criminologíía: Carl Namon. Le repito de vuelta mi pregunta: ¿Cuaí l es su desesperacioí n?-
-¡Deí jese de pavadas, senñ or…como se llame! – dijo el hombre del otro lado, que al parecer, su expresioí n parecíía una mezcla de desesperacioí n, enojo y sarcasmo. Luego respondioí , cada vez maí s desesperado: -¡Usted no entiende! Sea quien sea, por favor le pido que llame a una ambulancia…pero tambieí n a la policíía. –Carl escuchoí un grito de desesperacioí n y miedo.
-Síí, senñ or. ¿Cuaí l es su desesperacioí n? ¿Me escucha? ¿Doí nde estaí ? Senñ or necesito saber doí nde estaí , asíí lo ayudo. –Pero nadie le respondioí .
Su trabajo uí ltimamente no andaba muy bien, es por eso que Carl se fue a caminar por su barrio, olvidaí ndose de la llamada, en busca de gente que necesite su ayuda. Estaba caminando por una calle, casi inhabitada y fue ahíí cuando Carl vio un afiche, de los que siempre andan tirados por ahíí… pero este era diferente… no era como los de las promociones de la pizzeríía de la esquina, que tanto odiaba Carl… parecíía de lo maí s raro: teníía un manuscrito que parecíía…”¡un teleí fono!” pensoí raí pido Carl. A eí l le costaban varias cosas con nuí meros (por ejemplo la tabla del nue4ve, y otros casos que ahora no debemos mencionar), pero con otras, como justamente los teleí fonos, no le costaba nada. Pero cuando estaba buscando maí s informacioí n en ese extranñ o papel, vio que decíía: “Para el senñ or Sig Paren, que estaí invitado al taller con lo mejor de criminologíía que hay en toda la ciudad.”
Esto llamoí la atencioí n porque nunca, y nadie, sabíía de críímenes en la ciudad de Carl (o por lo menos esa informacioí n teníía Carl), asíí que sin ninguna duda, agarroí el papel, y fue raí pido a su casa.
Dos díías despueí s, en el diario, salioí la siguiente noticia: ¡Esta noticia no es nueva! Encontraron el cuerpo de un hombre, que seguí n su documento, dice que es un hombre llamado Sig Paren. El hombre no estaí herido, por lo cual, los meí dicos, no saben queí o quieí n terminoí con la vida de ese hombre. La semana pasada encontraron un cadaí ver de una mujer, y tampoco se supo por queí estaí muerta. Lo uí nico que se sabe de aquel hombre, es que llamoí a alguien en sus uí ltimos segundos de vida, ya que tiene un teleí fono en la mano izquierda. ¡Es un misterio por resolver!
Carl leyoí esto, y al principio no le tomoí importancia, porque esas noticias salíían habitualmente en el diario. Pero al ver que a ese hombre era el mismo que el del papel, y alguien o algo lo habíía matado y que habíía hablado por teleí fono en sus uí ltimos segundos de vida, le resonoí en sus oíídos, el grito de desesperacioí n, de aquel hombre. Inmediatamente se puso a leer lo demaí s que habíía de noticia. Ahíí estaba la clave principal, para descubrir la locura de aquel hombre…¡la direccioí n! Estaba escrita en el tercer paí rrafo: la misma direccioí n en la que habíía encontrado ese extranñ o papel.
Solo por curiosidad, decidioí llamar al nuí mero de teleí fono que habíía en el papel, pero en vez de escuchar el contestador (que era lo maí s posible, ya que siempre en esos afiches, cuando se llama a los teleí fonos, nunca responden.), escuchoí un grito. “Queí raro” pensoí Carl “Es como si alguien necesitara ayuda…¿o que yo voy a tener que pedirla?” Esto lo pensoí maí s bien, como un susurro, como si sus palabras se murieran de a poco. Entonces le agarroí por primera vez miedo. Incluso, cuaí ndo escuchaba esa palabra en su cabeza, le corríía un fríío por la espalda, que no lo dejaba caminar.
Habíía pasado una semana desde ese momento, en el que Carl habíía sentido miedo, pero miedo en serio. Un plan no le aparecíía en la cabeza, con tanto miedo. Entonces, decidioí ir a la cuadra del afiche. La cuadra estaba como el otro díía, inhabitada. “Pero esta vez tiene algo diferente, y lo siento” pensoí Carl. Y asíí era, ahora en el mismo lugar que el afiche, habíía un reloj. Era un reloj antiguo, pero que estaba en un excelente estado. Carl lo examinoí . Teníía un dorado botoí n cerca de las manecillas. Carl quiso apretarlo, para ver si las agujas se empezaban a mover, y luego paso algo muy extranñ o, que al principio, Carl no se habíía dado cuenta. Pero al levantarse, y querer avanzar con su pierna, la sentíía pesada, tan pesada que la teníía que arrastrar, y al no poder moverse, habíía quedado atrapado en el lugar en el que estaba: la calle del afiche. Despueí s de mucho esfuerzo, para llegar a la esquina, tratoí de salir de esa
cuadra y cruzar la calle. No podíía, y sentíía que era como estar atrapado, en una jaula, totalmente invisible. Encima, cuaí ndo Carl, queríía pedir ayuda, no podíía, ya que por la cuadra en la que estaba, nadie pasaba.
Una semana despueí s, sin comer, ni dormir, ni poder caminar, pero tampoco salir de ese lugar, a Carl, le agarroí una fiebre mental que no lo dejaba hacer nada. Unas horas despueí s, Carl encontroí en el mismo lugar en donde se encontraba el afiche y el reloj, un teleí fono. Decidioí llamar a la policíía y a la ambulancia, pero cuando marcoí el nuí mero de la policíía, sonoí esta vez, una voz tenebrosa, que decíía:
-¿Y?¿Queí opina sobre esto senñ or Namon? Yo lo voy a asesinar manñ ana, solo usted lo sabe, ya que cayoí en mi trampa. Mi nombre es Saomi Caly, y soy una de las mejores asesinas del mundo, ya que estoy premiada por la asociacioí n de…-Carl quiso contestarle pero teníía tanto miedo y estaba tan loco, que ni la boca le funcionaba correctamente. La asesina, continuoí : -Bueno ahora no hablemos de todos mis premios… en que estaba… a síí, usted, detective, nunca tendríía que saber mi manera de asesinar, pero ahora que usted es la vííctima, se la voy a contar: Mateí a cientos de detectives, pero no tan conocidos, y con poco trabajo, que esos son los que buscan cualquier caso para resolver. Uno de ellos fue la semana pasada. Todos son tan curiosos, que encontreí una manera muy inteligente de matarlos: con una prisioí n mental. No le voy a contar detalladamente todo esto de la prisioí n, pero todos caen. Cada vez que aprietan el botoí n del reloj, entran en esa extranñ a prisioí n. Mire, usted quiso investigar sobre el caso del hombre llamado Sig Paren, y el llamoí la atencioí n esa llamada. Sig Paren quiso investigar sobre la vííctima anterior, y recibioí la misma llamada, solo que desde la voz de la otra vííctima de mi prisioí n. Todos encuentran todas estas extranñ as cosas acaí , donde usted mismo estaí parado… y donde usted va a morir- Carl quiso gritar pero no podíía- Usted se va a volver loco, por no poder escapar de este lugar, y es por eso que va a morir, igual que todos los demaí s. –Despueí s Saomi dijo: -Yo, como no estoy ahíí, ni testigo voy a ser, y es por eso que nadie me descubre.
Usted, y muchos detectives mueren y nadie sabe por queí . –En ese momento la villana lanzoí una risa, que era sonaba espantosa. –Mi trabajo es hacer críímenes sin autor. – Ahora parecíía que Saomi pasaba unas cuantas paí ginas. Mientras, Carl trataba una y otra vez de hablar, pero no podíía. Despueí s Saomi continuoí : -Bien, usted tiene una uí ltima llamada… pero, yo voy a elegir con quien habla… Usted en la lista estaí para que llame- Saomi se detuvo y despueí s continuoí : -¡Acaí lo dice! Este es un detective de alguí n lugar del mundo, esta es su uí ltima llamada, si se quiere salvar, lo tiene que hacer raí pido. Lo saludo por uí ltima vez, porque, luego de esto usted, lo maí s posible es que ya no pueda hablar, ni caminar, y como le dije antes, seguramente muera enloqueciendo. –Luego Carl escuchoí una voz diferente:
-¿Hola?¿Hay alguien ahíí, escuchando? – preguntoí Carl, con la poca voz que le quedaba.
-¿Síí?- dijo el otro detective, asombrado por la desesperacioí n de aquel hombre. ¿Quieí n habla? Y ¿Queí necesita? Acaí habla el detective George Azar.- Carl se asustoí al principio, porque le hacíía recordar al dialogo que habíía tenido con Sig Paren… pero ahora, era eí l el que necesitaba ayuda. Ademaí s la respuesta de aquel tal, George Azar, lo habíía ofendido bastante. EÉ l necesitaba ayuda; no le importaba quien era:
-¡Deí jese de pavadas, senñ or… como se llame! No me interesa quien estaí ahíí. –dijo Carl enojado.
Esa conversacioí n lo estaba matando, Carl estaba volvieí ndose cada vez maí s loco, no podíía hablar casi, y su voz se apagaba, de vez en cuando…pero despueí s se sintioí cada vez pero, asíí que desesperado gritoí :
-¡Usted no entiende! Sea quien sea, por favor le pido que llame a una ambulancia… pero tambieí n a la policíía.-
De repente escuchoí que alguien le respondíía, pero eí l no escuchaba bien, Carl no pudo maí s estaba paralizado del miedo, y casi ni podíía abrir los ojos. Lo que lo asustoí maí s fue cuaí ndo no pudo respirar. Luego gritoí , y cayoí sobre el suelo, para que luego lo encuentren muerto.
Cuatro díías despueí s, en el diario salioí la siguiente noticia: Han pasado solo dos semanas, y encontraron otro cuerpo, de un hombre. Estaba exactamente en el mismo lugar que el anterior. Lo curioso es que los dos tienen un teleí fono en sus manos, y que no estaí n heridos. Hoy en díía estos críímenes son llamados “Críímenes sin autos”.
Fin Hecho por: La detective D
Categoría 6°. Premio Mención
El reloj
Anñ o 2004, 13 de septiembre en la ciudad de Washington DC el inspector Keen y su companñ ero Dembe estaban muy ocupados investigando un caso de muchos anñ os que no lograban resolver, hasta que Keen recibe un llamado de emergencia del senñ or Abraham que les dice “estoy viendo a traveí s de las caí maras de seguridad de mi casa que hay dos personas sospechosas que estaí n ingresando, y me temo que vienen a buscar el microchip, el mismo estaí escondido en…”. En ese preciso instante los dos maleantes, ya dentro de la casa, se abalanzan hacia eí l, sin poder terminar de decir donde estaí oculto el reloj. Abraham era un alto funcionario de la CIA que guardaba informacioí n clasificada con contenido de alto riesgo, la misma se encuentra oculta dentro de un microchip en un lugar secreto que solo eí l conocíía. Inmediatamente, Dembe y Keen fueron a la mansioí n a investigar sobre el caso, entraron con sus armas y lo encontraron muerto de una punñ alada, revisaron las caí maras de seguridad de la casa y vieron que habíía 2 personas, una estaba con un cuchillo en la mano apuntando a Abraham y el otro estaba revolviendo toda la casa, en un momento se ve que Abraham intenta sorprender al maleante tratando de quitarle el cuchillo, pero en una mala maniobra este termina con la vida de Abraham, apunñ alaí ndolo.
Luego empezaron la recorrida por la mansioí n en busca del reloj, revisaron por horas sin lograr encontrarlo, tomando la decisioí n de abandonar la buí squeda. Cuando se estaí n yendo, Dembe se tropieza y cae, al caer se da cuenta que el piso de ese sector de la gran sala era diferente al resto, y nota que estaba un poco elevado, lo levantan y encuentran una misteriosa caja de oro, dentro estaba el reloj. Cuando llegaron al centro de investigacioí n, lo analizan extrayendo el microchip del reloj, ponieí ndolo a salvo. Pero aun quedaba pendiente capturar al asesino y a su companñ ero, Keen llama a un informante, y le muestra el video del asesinato, este, reconoce a ambos y dice “son los hermanos Turioí n, famosos espíías y asesinos, se doí nde encontrarlos”, entonces Dembe y Keen parten a buscarlos, los encuentran y luego de un duro enfrentamiento, los capturan y los entregan a las autoridades. Por este caso condecoran al agente Keen y a su companñ ero Dembe, otorgaí ndole a Keen el cargo de Abraham. Pero esto no terminaraí acaí , se sabe que queda otra copia en un microchip con la informacioí n clasificada, en alguí n lugar secreto, y muchos traidores lo seguiraí n buscando.
FIN RAYMOND KEEN
Categoría 7°. Primer Premio
El nuevo sistema solar. Hacia una nueva conciencia
Para nosotros habíían pasado solo unos minutos, pero en realidad pasaron millones de anñ os... Lo uí ltimo que recuerdo era que yo estaba caminando hacia mi casa y vi mucha gente alborotada que corríía desesperada. Pregunteí queí ocurríía y me entereí de que cientííficos, expertos en astronomíía habíían anunciado que el sol se apagaríía en breve, que habríía tambieí n desastres naturales en varias partes del planeta, que lo llevaríía a un caos y a una gran destruccioí n, sin poder saber hasta ese momento cuaí l seríía la gravedad de estos hechos. Tenííamos solo ocho minutos, antes que la tierra quedara en plena oscuridad y la ola de fríío nos congelara a todos. Corríí a mi casa e intenteí junto a mi familia protegerme refugiaí ndome allíí, pero ya era tarde, el sol se habíía apagado y una gran tormenta solar arrasaba nuestro planeta. Me sentíí morir, en un primer momento me dolíía el cuerpo del fríío,luego me empeceí a agitar, cerreí los ojos sin poder moverme y por uí ltimo, sentíí, nada. Quedeí paralizado, congelado hasta que perdíí la conciencia. Cada uno de nosotros, los que pudimos sobrevivir, tenííamos maí s de cien millones de anñ os, y estaí bamos en otro sistema solar. Inexplicablemente la tormenta solar nos trasladoí hacia el actual sistema solar, quizaí s atravesando agujeros negros y varias galaxias desconocidas. Nunca lo sabremos... El nuevo sol, nos habíía descongelado.
Despueí s de despertar, la Tierra estaba llena de un mineral que parecíía metal, este era especial, porque con maí quinas computaridasse le podíía dar la forma que se necesitara para construir distintos tipos de artefactos. Este mundo empezoí a mejorar bastante gracias a ese “metal”, que suponííamos que podríían ser restos de alguí n planeta que habíía sido destruido en esa misma cataí strofe que vivioí la Tierra. Todos colaboraí bamos para reconstruir lo perdido, no importaba a queí se dedicara antes cada uno, ahora todos ayudaí bamos donde maí s se necesitaba. Habíía espííritu de cooperacioí n, trabajo en equipo y conciencia de empezar a cuidar el medio ambiente, algo que antes no sucedíía. En el pasado los humanos habííamos generado una gran contaminacioí n en el aire, en el mar y en la tierra y abusado sin líímites de los recursos que nos brindaba la naturaleza. Los cientííficos realizaron varias investigaciones sobre el nuevo sistema solar, el sol era maí s grande que el anterior, teníía dos lunas y se descubrioí que existíían nueve planetas. El díía era de veinte horas y cuarenta minutos, el anñ o de cuatrocientos veinticuatro díías y los meses de treinta y cinco o treinta y seis díías. En este sistema solar, se detectoí que ocho planetas no eran habitables para el hombre por ser gaseosos, para los humanos no seríía posible respirar. El noveno, no se sabíía con certeza, porque los robots no pudieron llegar allíí para investigar. Se pensoí que podríía ser el maí s apto para la vida humana por algunas caracteríísticas estudiadas a la distancia, pero auí n era una incoí gnita que se queríía descifrar. El noveno planeta generaba un gran misterio, y curiosidad. Se queríía averiguar queí posibilidades y potencialidades tendríía para vida humana. Entonces planearon construir una nave muy avanzada para viajar millones de kiloí metros, a partir de piezas hechas con el metal especial al que llamaron “Neoferrum” y despueí s de unirlas, pondríían todo lo restante para que funcionen; por uí ltimo, se propuso la idea de ponerle paneles solares afuera para que en el viajese autoabastezca de la energíía necesaria. Pero al equipo de cientííficos les faltaba algo y era el voluntario para ese viaje de exploracioí n. Como yo era ingeniero y cientíífico, ademaí s de un interesado en la astronomíía, sentíí que seríía un gran desafíío para la ciencia del que queríía ser parte. Teníía un gran intereí s en averiguar sobre el nuevo planeta y asíí fue que me ofrecíí. Me dieron dos meses para prepararme, me ensenñ aron coí mo manejar la nave, me entrenaron en
estrategias de supervivencia y me explicaron el funcionamiento de distintos objetos especiales que me serviríían en mi viaje. Tambieí n aprendíí a utilizar un comunicador de alta tecnologíía para mantener informado al equipo de cientííficos diariamente sobre los avances de la expedicioí n, y sobre las caracteríísticas del planeta desconocido. Llevaríía una computadora del tamanñ o de una libreta para anotar las experiencias y sacar fotografíías. Lo primero que tendríía que averiguar es si era posible respirar, pisar y caminar por ese planeta. Pasaron dos meses, estaba muy emocionado y no podíía creer que iba a viajar fuera de mi planeta; ademaí s, el humano soí lo habíía viajado a la luna, que se encontraba a una corta distancia comparado con el viaje que iba a realizar. El viaje iba a tardar muy poco tiempo, gracias al gran avance tecnoloí gico. Me dijeron que la ruta ya estaba subida al GPS de la nave, todo se manejaríía de forma automaí tica y estaba tambieí n establecida la distancia y el tiempo que iba a estar en esa nave, eran dieciocho díías de viaje. Llegoí el momento, me subíí a la nave y despegueí . En esos díías, no podíía creer que estaba volando en el espacio, era un suenñ o hecho realidad y disfrutaba cada momento; tambieí n hacíía mi trabajo de enviar informacioí n sobre todo lo que observaba, aparte de eso, dibujaba y tambieí n anotaba lo que sentíía. Pasaron los dieciocho díías y ya estaba muy cerca del planeta, mientras reducíía la velocidad, veíía coí mo era por fuera;era poco maí s chico que la Tierra, no alcanceí a ver agua. Pero al estar por aterrizar, vi que habíía mucha vegetacioí n; lo maí s extranñ o fue que encontreí aí rboles y plantas como las de la Tierra, pero maí s grandes y de diversos colores, todo el paisaje se veíía muy hermoso, pero seguíía sin ver agua en la superficie del planeta. Me comuniqueí con la Tierra para informarles que en el planeta habíía una amplia vegetacioí n, y que el agua no era visible pero podríía ser subterraí nea o estar oculta en determinados sitios. Empeceí a observar la tierra del lugar y a estudiar la composicioí n, sin embargo, seguíía sin saber coí mo crecíían las plantas en gran tamanñ o. Estuve un tiempo estudiando todos los factores que podíían influir y al quedarme bastante tiempo, probeí sembrar semillas de distintos frutos traíídos del planeta Tierra para ver queí pasaba, si crecíían o no. En un corto tiempo de sembrado observeí que ya habíía brotes. No lo podíía creer, aviseí inmediatamente a los
cientííficos que se encontraban en la Tierra y les dije que el suelo del planeta era muy feí rtil y que por alguna extranñ a razoí n crecíían con una rapidez impresionante. Despueí s de eso, decidíí quedarme a seguir investigando en el planeta al que llamaron Dignitas, era feliz plantando aí rboles y plantas; estudiando las caracteríísticas de la tierra y del ambiente en general. Al tiempo encontramos un lago escondido con agua cristalina y pura debajo de unas plantas acuaí ticas, ese fue un gran descubrimiento. Llegaron dos naves maí s, con maí s variedades de semillas para plantar y experimentar. Vimos crecer con caracteríísticas propias y especiales distintos tipos de plantas. Las nuevas naves se ubicaron en un espacio alejado de donde vivííamos. Empezaron a construirse otras casas como la míía. La habíía hecho de una madera de un aí rbol raro que encontreí , del cual planteí sus semillas para que siga creciendo en el lugar. Esta era una regla para las personas que habitaí bamos este planeta. Si cortabas un aí rbol, habíía que plantar otro, restituirlo. La experiencia fue interesante ya que habííamos encontrado un nuevo planeta para vivir. De a poco empezaron a llegar maí s personas y alojarse en pequenñ as casas que compartíían. En este nuevo planeta se establecieron normas y pautas de cuidado de este medio ambiente que habíía que cumplir, sino no podíían vivir allíí. La mayoríía de las personas eí ramos gente joven con ganas de comenzar una nueva vida, en la que consideraí bamos todos, como valores fundamentales el respeto por cualquier forma de vida y la solidaridad. Con el correr del tiempo, los humanos desde la Tierra empezaron a competir por el poder ylos distintos paííses a querer apropiarse del nuevo planeta. Se intentoí resolver el conflicto pacííficamente y comprender que “Dignitas” podíía ser compartido por todos. La uí nica oportunidad de habitar un nuevo planeta y de crear un mundo mejor para todos debíía valorarse y apreciarse. Estamos en camino hacia una nueva conciencia. El hombre auí n tiene mucho que aprender...
Fin
KINGDOM-AR Valentino Arcodaci
Categoría 7°. Segundo Premio
El viaje desconocido
1 -“bzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzppppcccrrrrrrr!!”- Repentinamente el rugido metaí lico me despertoí , teníía la munñ eca atrapada a un cinturoí n de cuero atado que daba varias vueltas al apoyabrazos de una especie de silla; veíía a míí alrededor luces de colores que pasaban a la velocidad de la luz, parecíía una especie de agujero de gusano. El viento que me veníía a la cara y empujaba todo el cuerpo me impedíía abrir los ojos, no podíía despegar la espalda de la silla, como si estuviera en un cohete en el medio de un despegue. La silla era de madera y se humedecíía con mi propio sudor; la presioí n no dejaba escapar mis brazos que con la fuerte vibracioí n provocaba el corte con astillas, y el sangrado incesante de mis manos. Todas estas cosas que estaban pasando me aturdíían de solo pensarlo, parecíía que teníía la mente bloqueada para comprender lo que estaba pasando… lo uí nico que pasaba por mi cabeza era como habíía comenzado esta ventura, como habíía llegado a estar en este tiempo y lugar. No sabíía si me desplazaba a alguí n lugar, si estaba yendo o volviendo, lo uí nico que sabíía era que todo pasaba muy raí pido, y en algunos momentos casi no podíía respirar por el viento que me veníía de frente. Pensaba que estaba viajando en el espacio, o en el interior de la tierra, o en otros universos, pensaba en la teoríía de Albert Einstein y en la teoríía de Stephen Hawking, pensaba que podíía encontrarme en alguí n punto medio de todo eso o quizaí s en uno de sus infinitos bordes.
Este agujero sin fin teníía muchos colores: todos ellos iluminados con la fuerza del sol. Solo se podíía escuchar el sonido del viento y algunos gritos, llantos y risas en mis oíídos. Y esos ruidos metaí licos que cada tanto provocaban alguí n sacudoí n extra. De pronto a lo lejos del agujero aparecioí una luz blanca que mientras maí s se acercaba no dejaba de crecer. Acompanñ aba mi ansiedad la sensacioí n de que algo bueno y algo malo podíía pasar, especialmente lo malo. Sentíía la piel de gallina por ese viento fríío que ya me estaba abrazando, y suplicaba que lo antes posible todo este veí rtigo se pudiera aclarar. Un suí bito golpe me arrojoí fuera del agujero infinito hacia una extranñ a y enceguecedora claridad, que dominaba por completo mi nueva realidad.
2 Contra la oscuridad y el veí rtigo de las luces de colores pasando vertiginosamente a mi lado, la tranquilidad me encontroí con una aparente calma. Tardeí unos minutos en abrir los ojos que ahora dibujaban frente a míí la escala inconmensurable de un gran muro; de izquierda a derecha gireí mi cabeza y solo pude ver la continuidad inquebrantable de esas piedras colocadas una al lado de la otra, celebrando un soí lido infinito. Desde arriba comenzaron a bajar algunas palabras en un idioma desconocido, pero lleno de notas agudas. Sin lugar a dudas sonaba a desesperacioí n y a furia. Agradecíí por un segundo que en los libros de aventuras que leíía de pequenñ o algunos personajes viajaran por el mundo y nos permitan descubrir la lengua de otras culturas. Reconocíí con temor el idioma y su significado. El grito que se repetíía una y otra vez era en chino y significaba: -Ataquen!Sentíí un temblor en el suelo, las piedras rebotaban en el suelo y los guerreros que atacaban a la muralla se acercaban minuto a minuto; una lluvia de flechas nacioí de la cima de la montanñ a y cada una de ellas parecíía llevar caos a grupo invasor. Poco menos de la mitad cayoí fulminado por la precisioí n de los arqueros defensores.
Los otros, seguíía corriendo, desesperadamente corriendo y corriendo hacia la muralla como si soí lo llegar fuera la salvacioí n, pero otros tantos bajaron con sogas desde la cima y ofrecieron una pelea cuerpo a cuerpo sin tregua. Mientras la pelea crecíía de intensidad, percibíí a nadie llamaba la atencioí n, que nadie me veíía. Claramente no era de ninguno de los dos bandos y quizaí s soí lo era el efecto de un nuevo tipo de cine virtual, pero algunas flechas que pasaban traíían un zumbido y un soplido que helaba, demasiado para no ser real. Recuerdo haber leíído en alguí n libro de historia algo parecido, la famosa Operacioí n Nekka, cuando los ejeí rcitos japoneses atacaron a sus pares chinos en 1933. La Defensa de la Gran Muralla fue una de las maí s sangrientas de su propia historia. Era impresionante tanta gente morir en tan pocos segundos, perecíía que pudiera sentir su dolor. Mientras estaba sentado viendo la accioí n en tercera persona, un oficial chino con un sable que parecíía no tener fin, se acerco lentamente hacia míí; no sabíía queí hacer, inmovilizado y con el dolor de las astillas, comenceí a gritar como un loco, entonces todos el batalloí n que acompanñ aba al oficial chino se acercaron con sables, arcos y flechas, ballestas, armas de fuego. Me desespereí , mis munñ ecas tensaban el cuero sucio y viejo, y las heridas abiertas recibíían lentamente la infeccioí n que traíía la bruma del aire sucio y de la tierra espesa. Sentíía que era el final, sin comprender cuaí ndo ni doí nde sucedíía, pero claramente sufriendo mucho el coí mo. Hasta que en un imprevistamente, en un abrir y cerrar de ojos -literalmentedesaparecíí de toda esa cruel batalla histoí rica.
3 Desperteí otra vez. De vuelta en el infinito agujero, donde ya imaginaba viajar solo para toda la eternidad. No comprendíía si eso solo era el supuesto final del “viaje”, o solo era el supuesto comienzo. En un momento sentíí con estupor nuevamente el rugido metaí lico, un cambio de velocidad y la misma brisa fríía que traíía la luz blanca al
final del agujero. Estaba a punto de salir por segunda vez. O a volver a la batalla de la Gran Muralla. O quizaí s a alguí n lugar quizaí s peor, si eso fuera posible. Mis ojos se encontraron ahora en un campo abierto, solo habíía aí rboles, arbustos, pasto y humo que saludaba desde lejos. ¿De doí nde veníía el humo? la intriga humeante se elevaba por detraí s de un monte. La munñ eca, que ya habíía parado de sangrar, pero comenzoí a hincharse. Mi cuerpo daba signos de que en cada viaje se deterioraba sin prisa ni pausa. Escuche trompetas que proveníían del lugar donde el humo se hacíía presente, y la cabeza de un gran ejeí rcito me sorprendioí nuevamente, si es que ello era a esa altura posible. El general portaba un sombrero extranñ o de copa achatada y cuerpo redondo, un chaleco cargado de condecoraciones con letras francesas y una mano que parecíía sostener una barriga no menor. Una figura pequenñ a que en los libros uno suele reconocer como Napoleoí n Bonaparte. Del otro lado sonaron nuevas trompetas. Ese ejeí rcito grande en nuí mero y en furia, con abrigos pesados y pieles que cubríían sus cabezas llevaba estandartes de colores tíípicos de una cultura de estepa agríícola-ganadera. Y los dibujos que flameaban en las telas representaban la fuerza del ejeí rcito prusiano. Lo que se estaba por iniciar no era cualquier batalla, era la batalla de Waterloo. En los campos de Ligny, los generales Napoleoí n Bonaparte y Gebhard Leberecht von Bluü cher dieron un feí rreo discurso a sus tropas, que fueron continuados con diversos gritos de pelea y comenzaron a correr hacia el punto medio de la distancia que los separaba, que casualmente era donde estaba yo. Los segundos que prosiguieron fueron una bruma de angustia y desesperacioí n, el anuncio de un final que no me dejaríía escapar. Los ejeí rcitos se acercaban raí pidamente. Increííble como uno puede ver el comienzo de una batalla como si fuera una pelíícula que sabe con certeza como termina, pero que esta vez hay un ingrediente menor que no va a cambiar la historia universal, pero síí la propia personal, y draí sticamente. Respire hondo, con la misma
sensacioí n que en la muralla y con los ejeí rcitos a pocos metros, griteí por favor que me sacaran de allíí.
4 Nuevamente un abrir y cerrar de ojos, otra vez en el agujero. Otra vez el veí rtigo de la velocidad que ya acariciaba con la calma de sentirme a salvo. O casi. ¿Podíía esta realidad ser Real, seraí Virtual? ¿Seraí un Suenñ o? Penseí en todos los meí todos para tratar de confirmar si era un suenñ o. Trateí de pellizcar mis brazos pero mis movimientos los restringíía el cinturoí n de cuero. Desesperado, gireí la cabeza y en una esfuerzo imposible logreí rozar la nariz con mi hombro y con todas las fuerzas que me quedaban mordíí con mi hombro pero nada alteroí sobremanera mis sentidos, nada maí s que el viento presionando, el cinturoí n de cuero amarrando y las astillas clavadas. O bien mi sistema nervioso habíía perdido toda reaccioí n o estaba en un suenñ o. Un suenñ o abrumador pero suenñ o al fin. Deberíía estar durmiendo en un coí modo sommier cubierto con suaves saí banas y una manta pesada. Sin despertar todavíía pero con la tranquilidad ganada en mi rostro, sonreíí continuamente por al menos cinco minutos; la alegríía del final de una angustia que continuaba percibiendo se sosteníía contraponieí ndola con la esperanza de una explicacioí n. Un suenñ o muy real, pero suenñ o al fin. Seguramente todo lo que habíía pasado era producto de ver tantas pelíículas del tiempo, como Volver al Futuro, 12 monos y La Maí quina del Tiempo. Sentíí esa brisa fríía de vuelta, con la luz blanca al fondo del agujero; me relajeí a pesar del veí rtigo y mientras esperaba finalmente el final del suenñ o y quizaí s un nutritivo desayuno, no estaba nada mal si me podíía permitir un nuevo desplazamiento de tiempo y lugar…
Desperteí nuevamente, esta vez parecíía la densidad de un bosque tropical como la amazona o la selva misionera. Toda esa humedad se veíía, emitíía brisas de miedo. Un crujido seco de rama partida, y unos sonidos guturales propias de un animal de varios cuerpos. El enorme arbusto frente a míí ocultaba la estructura animal. No era una jirafa, ni un rinoceronte ni un elefante. A todos temíía en una situacioí n similar, pero en ese momento hubiera preferido encontrarme con cualquiera de ellos. No era un animal de los que podemos encontrar en un zooloí gico, por lo menos vivo. Como surgiendo luego de millones de anñ os, con la altura de 7 elefantes apilados, con los ojos marrones y rojos, escamas formando una aparente armadura y garras afiladas, un rugido ensordecedor pero agudo me permitioí reconocer a pocos metros un Tiranosaurio Rex. Se acercaba en zig zag mientras me estudiaba, parecíían los gestos propios de un animal analizando su presa. Trateí de calmarme, porque ya sabíía que era todo un suenñ o y producto de una imaginacioí n alimentada con cuentos y pelíículas. Aterrador de solo pensar que podíía estar frente a un animal de ese tipo, en un mano a mano. Me miraba con la cabeza torcida hacia un lado, y parecíía mantener una calma que denotaba un desintereí s creciente. Luego simplemente desaparecioí frente a míí. Cerreí los ojos esperando encontrar nuevamente la freneí tica aceleracioí n del agujero cuando por un instante me parecioí percibir el olor de la taza de cafeí con leche de mi habitual desayuno. Era hora de despertarme Abríí los ojos y alcanceí a ver un par de colmillos atravesando mi garganta.
Fin Por: Lito Ming
Categoría 7°. Premio Mención TipitTipit
Muchos anñ os atraí s existieron unas criaturas llamadas tipittipit, que eran muy extranñ as y lindas, porque eran como una pelota de baí squet que teníía antenas en las cuales estaban sus ojos, que eran muy luminosos y redondos. Nunca ninguna persona los habíía visto, eran una especie muy especial. Vivíían dentro de los aí rboles y les gustaba hacer fiestas grandes, siempre se quedaban en el mismo lugar, durante anñ os vivieron en un bosque llamado Brichus. Un díía tres hermanos tipittipit decidieron salir a investigar el mundo, pero sin permiso del rey, caminaron y caminaron durante díía y noche sin saber hacia donde iban. Luego de tanta caminata vieron una luz que veníía de detraí s suyo, se dieron vuelta y vieron una choza, y algo que se movíía dentro de ella. Se acercaron para ver que era y vieron una persona, pero ellos no sabíían lo que era una persona porque nunca habíían visto una, asíí que se escondieron detraí s de un aí rbol y construyeron una casa y observaron la casa durante semanas. Un díía se dieron cuenta de que las personas no les iban a hacer danñ o asíí que decidieron entrar para presentarse, pero cuando tocaron la puerta nadie respondioí , entonces entraron a investigar la casa. Escucharon pasos y se escondieron en el armario, vieron que era la persona a la que estuvieron observando, asíí que salieron y le preguntaron el nombre, ella les dijo que se llamaba Ludmila y que habíía vivido ahíí desde que era una ninñ a, luego los tipittipit se presentaron.
El hermano menor se llamaba Tizi, el maí s grande Lolo y el del medio Brian. Escucharon pasos y Ludmila les dijo que no se preocupen, que era su hermano Franco. Franco le gritoí a Ludmila preguntaí ndole donde estaba mientras se acostaba en el silloí n blanco a leer, Ludmila se le acercoí y le dijo al oíído que habíía unas criaturas raras dentro de la casa, pero que eran amigables y que no les iban a hacer nada, asíí que Franco fue al cuarto de Ludmila donde se encontraban los tipittipit y cuando los vio se asustoí , pero el hermano menor Tizi le dijo: “tatiasparimastrisomiquirihasti”. Pero como Franco no hablaba su idioma le pregunto si sabíía hablar castellano, y el tipittipit le respondioí : “Síí, pero soy el uí nico que entiende lo que me dicen y lo que te dije antes era que vinimos en paz y que queremos saber si nos pueden decir que tipo de animales son ustedes” “Nosotros no somos animales, somos humanos, pero: Que especie son ustedes?” dijo Franco. “Nosotros nos llamamos tipittipit, y nos escapamos de nuestro pueblo porque ya estaí bamos aburridos de estar haciendo fiestas todos los díías, asíí que quisimos explorar el exterior, y los vimos a ustedes, decidimos observarlos varios díías hasta que nos dimos cuenta de que no nos iban a hacer danñ o, asíí que acaí estamos” dijo Brian. “Quieren quedarse unos díías acaí , en eí sta casa con nosotros? preguntoí Ludmila” “No, gracias, allaí atraí s, en ese aí rbol vivimos ahora, pero nos gustaríía que vengan a visitar nuestra aldea y a todos los tipittipit” dijo Tizi. “Bueno. Quieren llevarnos ahora?” preguntoLudmila. “Síí. Vengan, es por acaí ” les contestoí Tizi mientras senñ alaba al oscuro bosque por el cual van a tener que ir a la aldea Brichus. Empezaron a caminar, y Tizi les dijo que iban a tardar mucho, asíí que construyeron una casa en un aí rbol para pasar la noche. Como Ludmila y Franco estaban
acostumbrados a dormir en una cama les preguntaron a los tipittipit si era seguro, y ellos les dijeron que síí, no les iba a pasar nada, que se quedaran tranquilos. Al otro díía caminaron sin parar hasta que vieron unas luces de colores, confeti, muí sica, etc. Los tipittipit dijeron que esa era su aldea, asíí que fueron hasta ahíí. La fiesta se detuvo al ver a dos humanos, y al ver que los tres tipittipit que faltaban estaban con ellos. El rey se puso la corona y agarroí su bastoí n, con el cual senñ aloí a Ludmila y a Franco y dijo: “Que quieren de nosotros?. Porqueí se llevaron de rehenes a nuestros amigos?. Queí tenemos que hacer para que nos devuelvan a los tres tipittipit?” “Estaí s confundido” dijo Franco. “Nosotros no hicimos nada, ellos se acercaron a nosotros para hablarnos y ahíí nos dijeron que vivíían en un bosque llamado Brichus, dormíían en aí rboles y que se escaparon porque estaban aburridos de hacer fiestas todos los díías, pero se ve que decidieron volver, porque los extranñ aban a ustedes y a sus fiestas” “Bueno, les creo , pero quiero que me digan sus nombres y que se queden a festejar con nosotros que al fin llegaron nuestros amigos y que tenemos dos maí s” dijo el rey. “No hay problema, a nosotros nos gustan las fiestas, y tambieí n nos gusta hacernos amigos. Yo me llamo Ludmila, y eí l es mi hermano Franco” Desde ese momento los tipittipit, Ludmila y Franco se hicieron muy amigos, siempre iban a visitar la aldea Brichus y seguíían haciendo fiestas como antes. La especie tipittipit sigue existiendo, pero no todos los pueden ver, soí lo los ven los que quieren verlos, y creen en ellos, que existen y que quieren existir. FIN Rory
Categoría 8°. Primer Premio
Oscarcito
En cada pueblo hay un loco. En realidad hay muchos locos, pero siempre hay uno que todos conocen, un loco famoso. Es parte del folklore de cada comunidad. Suele veí rselo deambulando por las plazas, centros comerciales y demaí s zonas concurridas de la ciudad. Estimado por la gente, inofensivo, es casi un personaje míítico alrededor del cual se tejen aneí cdotas e historias que nadie sabe si son ciertas o no. El loco de mi pueblo se llamaba Oscar, pero todos le decííamos “Oscarcito”. Hablaba gangoso y andaba siempre con un palo que a veces usaba como bastoí n, aunque si mal no recuerdo no era rengo. Habitueí de la iglesia -no se perdíía ninguna misa del díía- , era comuí n verlo tambieí n en los actos y celebraciones municipales. Su nota caracteríística era pararse erguido en la formacioí n de los granaderos y hacer la venia, el tíípico saludo militar. Siempre hacíía lo mismo, nadie sabíía por queí . Cuando yo era chico me provocaba una inmensa curiosidad pensar cuaí l seríía la historia de Oscarcito, coí mo y cuaí ndo se habríía vuelto loco, coí mo habríía sido su infancia.
Los chicos del pueblo le temííamos y lo burlaí bamos por igual, y no era raro que algunos, crueles, le hicieran bromas confundieí ndolo a propoí sito, o le preguntaran cosas soí lo para escucharlo hablar y reíírse a carcajadas. Lo cierto es que Oscarcito habíía desarrollado un rechazo especial hacia los ninñ os y ninñ as, a los que incluso alguna vez habíía llegado a espantar revoleando su palo-bastoí n por el aire. Personalmente siempre tuve la sospecha de que Oscarcito entendíía la realidad y muy bien, y que su locura consistíía simplemente en elegir queí normas y convenciones sociales acatar y cuaí les no. Y creo que una vez lo comprobeí . Sucedioí una tarde de otonñ o cuando volvíía de la clase de gimnasia en bicicleta. Pasando por la entrada del parque municipal decidíí entrar a andar por “el caminito”. Asíí le decííamos a una pirca de cemento ancha y larga que bordeaba el costado del parque y que los chicos solííamos recorrer en bicicleta. Sus escalones, subidas y bajadas la convertíían en un circuito ideal, o maí s bien el uí nico que habíía en el pueblo. Existíía soí lo un problema, y era que en la esquina del parque habíía un garaje custodiado por un perro que se dedicaba a ladrar y perseguir cuanta bicicleta pasara por la cuadra. Perro que obviamente desconocíía el amor de los ninñ os. Por eso nunca ííbamos solos al caminito, pero esa tarde, no se por queí , me animeí . Por las dudas y a modo de municiones me procureí de algunas piedras en los bolsillos. Pasado un rato, cuando ya casi habíía terminando el circuito y estaba a punto de encarar la vuelta triunfante, sucedioí lo inevitable. Escucheí de pronto un ladrido seco, grave, y cuando me di vuelta lo vi. Parado firme en la esquina, sacaba pecho. Ya sabíía yo que justo antes de atacar los perros fijan la mirada en su vííctima durante algunos segundos. Tiempo que aprovecheí para acelerar encarando hacia la calle, pero no pude avanzar. En la desesperacioí n se me habíía salido la cadena de la bicicleta. Comenceí a correr, como pude, llevando la bici del manubrio mientras sentíía las zancadas del animal cada vez maí s cerca. De nada sirvieron las piedras que revoleeí sin direccioí n definida. Con la impotencia de saber que no teníía escapatoria lanceí un grito de socorro y de un momento al otro todo fue tierra, grunñ idos, patadas, gritos, las mangas
del buzo tironeadas. Usando la bici como escudo me hice un bollito sobre el suelo, cerreí los ojos y espereí lo peor. De repente creíí escuchar que alguien se acercaba, gritando palabras inentendibles. Desde el suelo pude adivinar un par de piernas que corríían hacia míí. Me debo haber quedado quieto en la misma posicioí n durante varios minutos, auí n cubrieí ndome la cabeza con los brazos, el corazoí n latieí ndome a mil. Luego, silencio absoluto. El perro- claramente- ya no estaba. Me incorporeí despacio, con la ropa sucia, las manos raspadas, tratando de entender queí habíía pasado. Mireí para todos lados buscando a la persona que me habíía salvado, pero no habíía nadie alrededor. Con temor a que la bestia canina regresara, me sacudíí la tierra y levanteí raí pidamente la bicicleta para volver a la vereda. Mientras las laí grimas inevitables empezaban a cubrirme la cara, logreí colocar la cadena con torpeza. Justo antes de irme mireí hacia atraí s por uí ltima vez y juro que alcanceí a divisar la figura de un hombre a lo lejos, adentraí ndose al parque, caminando con un bastoí n y perdieí ndose entre los aí rboles.
Fin Firma: Kupuka Cecilia Copello (Bibliotecaria)
Categoría 8º. Segundo Premio
El asesinato de James Colon
Los detalles de la historia que sigue Anita Wright no llegoí a conocerlos jamaí s. La cosa comenzoí aquel díía lluvioso martes de noviembre, cuando James Colon, desoyendo todos los llamados de la prudencia, subioí al uí ltimo vagoí n del tren A, al final de una noche fríía y desolada. El coche era como tantos, de ese insulso color celeste, maquillado hasta el delirio con inscripciones inexplicables, de estuí pido contenido y rebuscada grafíía, debidas –desaprobaba James con asco- al capricho siniestro de los negros. James tardoí en tomar conciencia de que, en medio de aquel bramido enloquecedor y del vaiveí n desenfrenado, estaba solo… o casi: sentado como un cancerbero junto a la puerta que comunicaba con el resto del convoy habíía un muchachoí n negro, hercuí leo y de aspecto taimado, embutido en pantalones y camisa negros, arrebujado en un abrigo oscuro, que hacíía resaltar entre las solapas alzadas el aro dorado que le colgaba de la oreja izquierda. James vio esos ojos de carboí n, con las pupilas surcadas de filamentos sanguííneos, y sintioí que la mirada hostil del individuo se clavaba en las costillas. Le sobrevino un miedo visceral. El vientre se le convulsionoí y se le secoí la boca. El negro, evidentemente, se habíía percatado de la reaccioí n, porque de entre sus facciones inescrutables, bajo la nariz apelmazada, produjo un rictus semejante a una sonrisa. James se derrumboí sobre el asiento, su torpeza multiplicada
por la del tren, y se quedoí inmoí vil, haciendo esfuerzos por no mirar al otro, raspando del fondo de su híìgado hasta el uí ltimo resabio de aplomo y estrujando el mango indiferente del paraguas entre sus manos crispadas por la desesperacioí n. El negro se desovilloí como un buitre que extiende las alas, se reclinoí contra el aí ngulo del vagoí n, abrioí las piernas a noventa grados, montoí la izquierda sobre el asiento y obstruyoí con la otra puerta. Asíí permanecioí , calcinando a su despavorido coviajero con un mirar socarroí n e ineludible. James procuroí erguir un poco la espalda y ofrecer el perfil maí s digno posible, aunque llegoí a dudar de la futilidad de la empresa. Una parte de su cerebro se puso a contar febrilmente: uno, dos, tres, cuatro…la proí xima estacioí n debíía llegar antes del trescientos… doce, trece, catorce. El negro habíía comenzado a hurgarse los bolsillos. James advirtioí que las suelas de sus zapatos eran gruesas y con estríías inmensas… como las de los astronautas. Quiso sonreíír ante la idea, aunque maí s fuera un poco… cuarenta y ocho, cuarenta y nueve… Pero no pudo, porque el muchachoí n habíía exhumado un objeto similar a un peine; solo que no lo era, pues insertaí ndole la unñ a amarillenta le desdobloí una hoja reluciente enceguecedora. James sintioí una viscosidad candente entre las nalgas. Su corazoí n era un ariete, un animal encerrado en una bolsa, una bomba estruendosa que ahogaba los aullidos y espasmos del vagoí n. Sesenta, sesenta y uno, sesenta y dos, sesenta y tres… El negro se limpiaba las unñ as con parsimonia. James podíía disimular la palma color salmoí n, tajeada de surcos oscuros, y las cutíículas parecidas a yemas de huevos. Ahora me levanto y me corro al vagón de al lado, se proclamó. Ahora. Y si atraviesa la pierna para obstruirme el paso le digo: ”por favor, caballero”, cortésmente, pero con firmeza, de blanco y negro ¡qué joder!... ochenta y dos, ochenta y tres… Me levanto y echo a caminar pausadamente, como si nada y apenas esté cerca de la puerta me abalanzo antes de que pueda reaccionar…. Noventa y siete, noventa y ocho… en los cojones. Con las piernas abiertas como las tiene, no puedo fallar… un simple puntapié… ciento res, ciento cuatro, ciento cinco… o con el paraguas, ¿ por qué no? Y aferroí con mas fuerza el mango caoba. Ciento…Dio un respingo. El corazoí n parecioí sumaí rsele en un vacíío insondable. El sudor le anegoí las axilas: en el vagoí n de adelante acababan de entrar dos muchas y
un joven y se dirigíían resueltamente hacia donde estaba. Es probable que laí grimas de alegríía y un joven se dirigíían resueltamente hacia donde estaba. Es probable que laí grimas de alegríía haya visitado los ojos de James por un instante… Pero solo por un instante, porque el joven que encabezaba la partida, echoí una ojeada a traveí s del ronñ oso cristal e indicoí a las mujeres que no valíía la pena continuar. Un torniquete en la garganta, una daga en las tripas, un marasmo entre las piernas… James estaba a la vez petrificado y a punto de estallar. El negro proseguíía asentaí ndole su sonrisa oblicua, de labios abultados, arrugados y bastos como raííces de roble. Volvioí a independizar media cabeza, uí nico contra el paí nico absoluto. Habíía perdido la cuenta. Mejor retomar desde el ciento cincuenta… o no. No: mejor desde el cien; para estar maí s seguro, para no desesperar si al doscientos noventa el tren no comenzaba todavíía a frenar. Sí, mejor…ciento diez, ciento once… Porque desde el cien se estaba maí s tranquilo, quiero decir asegurado… ¡o qué se yo lo que quiero decir! Ciento quince, ciento dieciséis, ciento diecisiete… El negro hizo un ademaí n para incorporarse. James sintioí que se le derretíían los huesos y desintegraban las víísceras. El terror le descargoí todo su tremendo voltaje en un escalofríío avasallador, cuando le llegoí a la boca, fue tan terrible que le desagarroí la garganta. Alzoí el paraguas, las manos impregnadas del mando y de la tela, y lo abatioí con fuerza descomunal sobre el pecho del negro. La contera resbaloí por las costillas y se hundioí en el abdomen. El negro se plegoí en una mueca atroz y emitioí un gemido gutural, apenas audible, al tiempo que se aferraba inuí tilmente al paraguas ensangrentado, luchando por desencajaí rselo del vientre. James empujaba con todo su peso, encaramado sobre el mango. El otro forcejeoí aun unos segundos, mientras se iba desplomando de costado sobre el asiento. Asíí quedoí , mecieí ndose con el vagoí n, el paraguas brotaí ndole de las entranñ as. Una sacudida violenta arrancoí a James del sopor en que habíía caíído. Las puertas se abrieron con estreí pito. Atinoí a comprender que habíía llegado a la estacioí n. Se tomoí un instante para echar una uí ltima mirada de asombro al bulto inmoí vil y, reaccionando
por fin, salioí como proyectado hacia las escaleras, empapado de sudor y orines, para perderse en la noche indolente. Anita Wright, decíía, nunca se enteroí de coí mo habíían sucedido las cosas. Supo uí nicamente lo que le dijeron en la policíía: que su marido, Earl Wright, habíía sido otra vííctima del loco del paraguas, lo que demostraba una vez maí s cuaí n peligros era subirse a un vagoí n vacíío. Fin. Leopoldo Martiniano
Categoría 8° . Premio Mención
La soledad de los héroes
Llegaba la tarde, apenas soleada, apenas fresca, apenas pasando. Sentado mirando cerca de una ventana sonrioí sin darse cuenta, sonrioí por sentirse acompanñ ado de síí mismo y percibioí esa sensacioí n de siempre, la soledad amiga. Tanto camino andado, tanta esperanza, tanta pelea abierta, por la justicia, por el deber ser, por la ilusioí n de las almas sinceras, por lo comuí n…y tanta derrota, derrota profunda, derrota continua, derrota sabida. Alguna que otra luz hacia levantarse y negar la prueba cotidiana de la inexistencia de lo elevado. Seguir y volver a intentar, aunque con menos inocencia y algo de frescura devorada.
Recorrioí su vida, sus momentos grandes y esos pequenñ os y desapercibidos que soí lo su alma habíía retenido con un abrazo perpetuo. ¡Cuan raí pida y cuan lenta es la vida!, pensoí . Sintioí en la piel, por instante, la fuerza de sus primeros anñ os joí venes, las batallas iniciales, el entusiasmo franco, la verdad plena e inconsciente que todo lo abriga. El dejar lo cercano y querido, por eso lejano, amplio y superior. La buí squeda de lo que trasciende, de los grandes cambios, los rotundos, los que no terminan ocurriendo, aunque por momentos, superficiales, sintioí alcanzarlos.
Despueí s de sus primeras quimeras, la vuelta al díía a díía, al cotidiano, el encentro consigo mismo y la distancia imperceptible con los demaí s, los otros, los que no habíían compartido la aventura, los que no habíían vivido la camaraderíía de la angustiante existencia, de la lucha. Como suele pasar, el cotidiano termina tentando al hombre, dominando la escena y acercando a los distintos para volverlos propios, aunque no sin costo. ¡Queí desgracia ese espejo de la manñ ana que soí lo devolvíía su imagen exterior! Soí lo un hombre, aunque con tanta fiereza interna, tanta cabeza y corazoí n contenido, que la figura se desbordaba. Su espííritu necesitaba otra gesta, aunque ya percibiera que cualquier resultadoseríía, al menos, incompleto o fugaz.
El siguiente paso no se hizo esperar. Nuevamente convocado, asintioí eneí rgicamente al llamado. Soí lo con algunos viejos compatriotas encaroí el desafíío y con muchas caras nuevas, lozanas, inexpertas y entusiastas. Ah…!, esa segunda vuelta le hizo sentir el dolor de no tener la inocencia de los maí s joí venes, la brecha en hilos de polvo que lo separaban de esos espiritual alegres y primerizos. ¡Cuaí nto deseaba conservar el fuego de la primera vez!, ¡queí ladino el tiempo que robaba hasta las sensaciones, queí creaba esa esceí ptica capa de conocimiento, de haber estado en un lugar y no poder volver a pasar de la misma forma…! La soledad amiga lo tranquilizoí con algo de rudeza y mucho de estoicismo. Su experiencia finalmente ayudoí en esos encuentros y logroí consolidar un grupo de cuerpos valientes y compactos. Llegoí el triunfo y el reconocimiento. La fiesta, el renombre, el redescubrirse importante, o el asíí creerlo. Creyoí encontrar una forma renovada de tragar el viento de una bocanada.
Pero después los cambios reales no vinieron. El sistema y orden de las cosas no se modificaron. Viejos amigos lo habían traicionado. Su esfuerzo y muchas vidas reales amputadas no encontraban sentido ante el nuevo escenario de siempre. La nada lo cubrió todo. Se volvió gris y angustiado al entender que lo alto, es muchas veces, profundamente raso y hasta opaco. Llegó a envidiar al ermitaño, a sufrir la desilusión del creyente.
Tuvo ganas de matar.
Buscó refugio en la lectura, amiga implacable de la frustración. Sonreía con desdén, aunque mantenía el respeto de las formas.
El nacimiento de su hijo volvioí a amigarlo con el proí jimo, volvioí a necesitar la fe en el mundo pero ahora en los mortales simples. Lo llamaron nuevamente a la lucha y asistioí , en un acto casi ciego, sin pretender siquiera explicaciones. Se lanzoí , sin fe ni esperanza, hacia la batalla. Algunas lealtades y esfuerzos, le abrigaron el alma. Ya era bastante ese logro. Con paso aplomado y sin soberbia, hizo lo correcto y con efectivos resultados.
Los saludos y felicitaciones llegaron. Alzoí una sonrisa pero no confioí , ni creyoí en lo que escuchaba. Se sabíía prescindible, como todos. Lo habíía hecho por síí mismo, porque debíía hacerse, y por lo cercano. Al volver a casa, su cuerpo no era el mismo. Algo debilitado y claramente cansado, siguioí su vida en familia, con pocos amigos y muchos libros. El amor al conocimiento resultoí ser su companñ ero sencillo. Agradecíía poder contar con su nuí cleo franco y su salud. Vibrar con algo nuevo que descubríía su mente, sentir el gozo de un paí rrafo que le llevaba luz al alma, disfrutar en soledad y mirar a su mujer con amor tierno y comprensioí n profunda.
Ya de grande pensaba en las distintas vidas y coí mo llegan, de una manera u otra, a lugares comunes. Las aspiraciones simples llevaban consigo lo realmente sustancial.
Habíía podido perdonar las debilidades ajenas. Ya nada parecíía tan relevante. Los enemigos y fantasmas que lo habíía acompanñ ado de joven se hicieron coí mplices del teí de la tarde, mucho maí s proí ximos que varios conocidos. Mientras miraba a traveí s de la ventana, sin detenerse enlo preciso, percibioí la vida que fluíía, respiroí hondo, agradecioí y continuoí respirando para, en alguí n momento, dejarse ir en paz. Quedaba la nada que parecioí acogerlo. Un hombre solo en el desierto.
Fin TEË CON LIMOË N.