Naturalmente, la Semana Santa de Tobarra no se acaba aquí. Al menos, mientras haya soñadores como yo. Todavía no es “de Interés Turístico Internacional” ni “Patrimonio intangible de la Unesco”. Debemos intentar serlo. He ahí dos objetivos plausibles, concretos, asequibles… y gratuitos. ¿Intentamos conseguirlos? ¡Tobarra puede contar conmigo para el empeño! ¿Inicio los expedientes e instancias, como tantas otras veces? Aunque sólo sea para seguir demostrando mi amor a Tobarra a esos que dicen (con nombres y apellidos) que “¡ya está bien de que todas las iniciativas de Tobarra sean de Josemari Hurtado!”. ¿Qué mal hago con seguir pensando en el bien (futuro, off course) de Tobarra? ¿Por qué –si tengo ideas tobarreñas- tengo que dejar de ofrecerlas? ¿Sólo para que se pongan contentos los que –sin razón y sin motivo- no me pueden ni ver? ¿Sólo para eso? Me pongo a soñar desde este momento. ¿Cómo alcanzar que todo esto no quede en alucionaciones hipnagógicas –mientras se concilia el sueño- ni hipnopómpicas –las que se producen al despertar-? Es más o menos sencillo: Que la Semana Santa siga siendo una eterna insatisfacción. Que nadie diga, ¡Misión cumplida! A mí no se me ocurre hacerlo, pese a lo que se creen y gustaría a mis “enemigos”. ¡Nadie podrá conmigo! (Aunque tenga que seguir escribiéndolo y guardándolo para dentro de 100 años, cuando todos hayamos muerto). Por el tiempo, por la perfección, por el pasado, por el futuro… En el tambor, en el anda, en El Calvario, en la cuadrilla… Que todo sea insatisfacción en torno a ellos. ¡Todo es futuro! Que ningún año parezca la misma -aún siéndolo- ya supone una pura insatisfacción. Así, nuestra Semana Santa seguirá pareciéndonos como un puro objeto de aceleración histórica hacia un camino de mejora y perfección. Tobarra se lo merece. ¡A por ello!
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NEOSEMANASANTEROS Neo, del griego VЄОζ, nuevo. Después de su consolidación en el último cuarto del siglo XX, la Semana Santa de Tobarra necesita neosemanasanteros. Pero debo matizarlo. Neosemanasanteros, no en el sentido de “gente nueva”, sino en el aspecto de “gente diferente”, gente que aporte algo distinto, que enriquezca, que invente, que proyecte hacia delante la Semana Santa. Todo ello, conste, sin abdicar ni un ápice del pasado. ¡Faltaría más! Que los demás, ya mantenemos lo mantenible. No se trata de un asunto de sustituciones, de cambios, sino de sumas, de enriquecimiento, de aportaciones. La Semana Santa de Tobarra necesita neosemanasanteros, pero con un valor similar al de: -
Francisquete Sabina. (Don Francisco Martínez Gracia). E.p.d.
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Manolo, El Zoril. (Don Manuel Sahorí García). E.p.d.
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Sixtín, el de las gorras (Don Sixto Gómez Yáñez). E.p.d.
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Pepe Garrulo. (Don José Garrido Cabañero).
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Antonio, el Batanero. (Don Antonio Jiménez Ortiz).
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Guillermo Cavalcanti. (Don Guillermo A. Paterna Alfaro).
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Jesús Perijuan. (Don Jesús García Martínez).
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Fernando Cachito. (Don Fernando Reina Escribano).
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Etc.
Todos, todos ellos han planteado y resuelto un gran valor añadido a la Semana Santa de su tiempo. Unos, desde la universalidad, otros desde la investigación, algunos desde el anda, otros desde el repique, etc., etc. Todos, eso sí, desde el semanasanterismo más radical. O aparecen neosemanasanteros así… o la Semana Santa caerá en recesión, en involución. O, por lo menos, no avanzará. Acudamos a los clásicos: = Nihil perpetuum, pauca diuturna sunt. Nada es perpetuo, pocas cosas son duraderas. = Nihil perfectum est, dum aliquid restat agendum. Nada está acabado, mientras queda algo
por hacer. Nada más duro que leer a Sánchez Albornoz –el gran paradigma de la historiografía española del siglo XX– cuando escribe de la historia como “magistra vitae” y demuestra que todas las 15
instituciones ¡todas! son falibles, caducas. Esa es la constante. Y si cayeron la esclavitud, el feudalismo o el Muro de Berlín... ¿Y qué decir cuando se estudia a Spengler o a Toynbee? ¿Cómo no aceptar que las civilizaciones, las culturas nacen y mueren? Es duro imaginar a Tobarra sin Semana Santa. ¡Por eso me planteo un ejército de salvadores! Simplemente, me rebelo contra lo perecedero... ¡y le pongo medios concretos! Lo ideal –por menos complicado- sería que cada Asociación de Cofradías crease una “Comisión de búsqueda y consolidación de genios semanasanteros”. Algo así. La Asociación de Cofradías (que debe pasar a ser y actuar inmediatamente Asociación de Cofradías y Tamborileros) como institución rectora de la Semana Santa, podría crear en su seno una comisión encargada precisamente de eso: Averiguar y fomentar las “promesas” semanasanteras. Es decir, identificar y acompañar a aquellos jóvenes sobre los que se barrunte que pueden enriquecer la Semana Santa del futuro. Naturalmente, con la imprescindible ayuda de las Escuelas de Tobarra. Pero no hay problema: Hay Maestros (alguno, ya jubilado), exquisitamente semanasanteros (Juan Sánchez, Pepe Cañeñe, Paco Peña, Guillermo Paterna, etc.). Naturalmente, los trabajos de esas comisiones pasarían de Asociación en Asociación, conforme fuesen venciendo sus mandatos. Propugno, sencillamente, la creación de “ojeadores” semanasanteros. ¡Ahora nos hemos entendido! Como persigo un fin muy claro, voy a utilizarme como medio: Desde hace unos pocos años, estoy buscando -¿cómo decirlo?- un “sucesor”, un “ayudante”, alguien a quien yo pueda ayudar a investigar ad nauseam la Semana Santa. Guillermo Paterna lo fue y en bastantes aspectos, ya me ha superado, a Dios gracias. ¿Lo serán Juan Enrique Morcillo, Juan Ángel Sánchez Huedo, Ana Paterna Morán, Francisco José Peña Rodríguez...? ¿Y esas docenas de licenciados universitarios tobarreños...? Acudo a los amigos: ¿Se negarían Fernando Cachito o Antonio el Batanero a echar una mano a una promesa en la creación de tambores diferentes? ¡Seguro que no! ¿Pondría Manolete el Zoril junto a él a una promesa redoblante? ¡Seguro que sí! ¿No se alegraría Guillermo Paterna de que un jovenzuelo demostrase garra, sapiencia y enjundia investigadora? ¡Ni lo dudo! Neosemanasanteros, sí. Futuros genios de la progresión semanasantera, gente joven, pero diferente, que tengan cosas que decir en la mejora de la Semana Santa. Como se ve, una vez más, procuro aportar ideas, dar sugerencias cuyo coste sea cero. Es la manera más lógica de hacer Semana Santa. ¡Contad conmigo para lo que sea! “Olfato” no me falta. A mayor gloria de la Semana Santa.
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LA SEMANA SANTA, UNA PATRIA IDEOLÓGICA “Elucubrar una patria ideológica”. Ortega y Gasset. Por rigor, respeto profundamente la idea y la cita orteguianas para, a continuación, verme gratamente obligado a parafrasearlas y alcanzar así una mayor proximidad con mi verdadero pensamiento: La Semana Santa, es una patria en acción. La Semana Santa, es una ideología indeleble. Efectivamente, por un lado, la patria es mucho más que un lugar. Pero por otro, no hay duda, la ideología va más allá de una doctrina, de unos simples principios. Patria. La Semana Santa de Tobarra, claro, es lugar, son lugares muy concretos. Cuando pienso en Tobarra, pienso también en el Cerro del Reloj. Pero cuando imagino Semana Santa, nunca o muy difícilmente. Ideología. La Semana Santa de Tobarra es fundamento de muchos de mis actos, es coherente con mi modo de imaginar la vida, la sociedad, el prójimo todo. Efectivamente, la Semana Santa es una patria ideológica. Precisamente por serlo y sólo por serlo, empiezan a ser posibles ciertas manifestaciones del ser humano en colectividad que están íntimamente ligadas a patria y a ideología, amén de alguna de sus derivaciones: Raza, credo, etc. Y así, están empezando a producirse atisbos de etnocidio. (¡Cuidado, amable lector!: No confundas etnocidio con genocidio. ¡No exageremos!). Por ejemplo: Los garutos. Veámoslo, desde el punto de vista antropológico: A través de los garutos se está produciendo una deculturación (“Empobrecimiento y pérdida de elementos de una configuración cultural”. A. Aguirre. Diccionario temático de Antropología) que puede llegar al etnocidio (“Destrucción… mediante aculturación forzada”. Ibidem). Es una afirmación grave, pero muy meditada. Abundo: Los garutos se cargarán – si siguen así- una parte importante de la Semana Santa. (Antes, no me atreví a decirlo tan claro en los Cuadernos tamborileros). Los garutos, están produciendo un cambio negativo en el devenir semanasantero: Se duerme de día, con lo que se trastoca lo presencial de los tambores en la calle, de agarráores y nazarenos en las procesiones, etc. Por supuesto, si los garutos hubiesen sido un invento de gente de mi edad, el tema no tendría importancia, porque “nosotros” nos estamos yendo. El problema es que los garutos están llenos (y nunca mejor dicho) de adolescentes, de jóvenes, de muchachos. Y, claro… El futuro… Desde hace cinco o seis años, todos los Viernes Santos por la mañana temprano, vivo la misma constatación doméstica: Mi hermanico Pedrín poniéndose la túnica de La Virgen y yo la tamborilera para subir al Calvario con tambor o la del Paso Gordo para ir a la Procesión. Mis hijos, mis sobrinos, sus amigos forasteros… todos duermen. Normalmente, ninguno subirá a ver la Bendición. Les da lo mismo. Piénsese que apenas hace 30 años algunos escribíamos: “Tobarra se vacía de hijos en El Calvario”. Y era verdad: En “el pueblo” no quedaba un alma, ni dormida ni despierta. Estábamos todos en El Calvario. 17
¿Y el Domingo de Comanditas? Pues peor aún. La Bendición aún sigue produciendo respeto, pero… ¡El Encuentro!… bastante menos. Y la noche del sábado es larga. Los Encuentros cada vez los vemos menos gente. Habrá quien piense que, en realidad, de etnocidio, nada, que lo único que pasa es que están cambiando las bases que han sostenido así, de esta manera, tal y como es, esa patria ideológica que es la Semana Santa. Y que no pasa nada. ¡Ojalá! Por supuesto, el sentido de patria ideológica no era el mismo para el tobarreño de 1812, cuando nos invadieron miles de franceses, que será el del día de San Antón del 2020, fiesta local. Y en ambos late lo patriótico y lo ideológico. Dicho muy a la tobarreña: ¡Que todo sea para bien! Y cambio de tercio, pero no de enunciado ni de principio. Con el asentamiento de los valores individuales (el egocentrismo se impone firmemente sobre lo social) la Semana Santa, como patria ideológica, puede estar empezando a caer, (aunque sea muy lentamente, pues es un proceso que dura décadas) en un empecinado error: El de las iconolatrías diferenciales. Lo explico con ejemplos: ¿Es más Cristo el de la Agonía que el del Prendimiento? ¿Merece más culto de latría El Sepulcro que el Ecce Homo? ¿Cabe más culto de dulía en La Magdalena que en La Verónica o que en San Juan? Yo tengo bien claro que las respuestas a las tres preguntas es la misma: No. Y probablemente todos los tobarreños pensamos lo mismo en el mes de junio. Lo malo es que después llega noviembre, pensamos en el Jueves Santo… y ahí empiezan a jugar sentimientos de Hermandad, afectos de túnica, emociones de horquilla. Y subjetivizamos tanto el tema que aparecen esas iconolatrías diferenciales. El tema no es negativo mientras no haya intereses –pequeños intereses- encontrados. Porque si los hay, que los hay, “los de La…” piensan “que” y “los de El…” piensan “ca”. Y ahí la Semana Santa como patria ideológica colectiva empieza “en mi estandarte” y termina en “el cetro de honor” de mi hermandad. No hay más. Ruego encarecidamente que se interprete este escrito, como un himno de grandeza ante mi patria semanasantera; como un canto de unción a todas las ideologías semanasanteras; como una oda de elemental esperanza ante un futuro que será mejor, eso seguro, si aquellos “etnocidios” y estos subjetivismos se compensan con grandezas e ilusiones. Por tanto, que nadie piense que me estoy haciendo viejo y empiezo a estar convencido de que “mi Semana Santa” fue la mejor. Ni lo pienso ni deseo que haya sido así. Pero es que tengo la puñetera costumbre de mirar, observar… y sacar conclusiones. A mayor gloria de Tobarra.
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LA CAUSA Me estoy entreteniendo en el vino rancio del unitema, en el clavel ufano del monoritmo, en el pez surgente de lo irrepetible. La Semana Santa es todo un Universo, horneado y ornado de situaciones diminutas; de personajillos protagonistas que yo intento evitar sean hueros; de anécdotas sin valor que transformo en episodios. He ahí. Me siento sacerdote, plébano, doctrinero, predicador de la Causa. La Causa con mayúsculas, nuestra Causa, la Causa de Tobarra. Causa como razón, motivo, doctrina, interés… Estoy merodeando entre una filosofía de la Semana Santa, en la que no me atrevo a entrar, salvo como atisbador de lo psicológico, de lo sociológico, de lo antropológico o de las tres cosas juntas. Al final, lo común en pleno. Por suerte, para quien sabe escribirlo y describirlo, la Semana Santa es un puro devaneo en lo estético durante cincuenta y una semanas y un profundo baño en lo lírico durante una. Y así, lo estético y lo lírico son yunta, yugada, una sola cosa que termina siendo Causa. La Semana Santa es la Unidad total, la unicidad más clara. El Domingo de Burricas se entierran las hachas de guerra, se limpian las pipas de la paz, se esconden las diatribas, se tapan los particularismos. Y devenimos en la Causa. Tobarra pasa a ser una Gran Causa, de la que todos somos fanáticos, ferventísimos, fundamentalistas. Y nos aplicamos en ello como única bandera, consigna, vivencia, actuación. Durante una Semana no nos atrevemos ni a pensar. Probablemente, si lo intentásemos, ya no sabríamos. Pero, ¡qué bien nos va! Hemos sido capaces de edificar una Causa común y única en la que todos los tobarreños somos inefablemente felices.
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UN SOLO CÁNTICO Este es el cántico de la Semana Santa de Tobarra. Y yo soy su payador. Esta es su épica, su égloga, su epopeya. Y yo soy su más decidido vate, su más rendido aedo, su más fiero rapsoda. Esta es, pues está aquí, o estará cuando la complete, toda la Semana Santa del siglo XX en Tobarra, la Semana Santa toda. Sin fisuras, sin resquicios, sin olvidos. Toda. Pero este quiere ser el himno de las cosas perfectas. Y la Semana Santa de Tobarra lo es. Estoy cantando una obra sobrehumana por mágica, su condición de sublime, alcanzada por un pueblo pequeño a través de su Semana Santa. Estoy cantando lo heróico, lo denodado, lo intrépido, todo lo conseguido con las manos, con los hombros, con los paisajes, con las horas, con las fechas. He aquí la excelencia, la madurez, la perfección. ¡Demos gracias al Señor de los Azotes por haberlo hecho, visto y vivido! Y, sin embargo, aspiramos a más, no nos conformamos, nos regodeamos en nuestro futuro, en lo que aún nos falta por alcanzar, que realmente no sé lo que es, pero tampoco me preocupa, porque ya lo averiguaremos. En este momento, odio a Oswald Spengler y a su pensamiento, pero no puedo obviar el conocerlo y ser su más decidido epígono. Así, su “aplicación del método morfológico a las culturas”; “la cultura es un organismo viviente que brota, florece, se marchita y muere”. Oh, no ¡Cristo de la Agonia! eso no; y referido a Tobarra, menos; y en relación a su Semana Santa, imposible. ¡No lo consientas! En fin… Me está dando miedo escribir lo magistral como conclusión, lo cabal como prototipo. Porque yo soy, he sido y seré un semanasantero esperanzado y este cascabeleo de mis letras no deben ni quieren ser sino horizonte, expectativa, futuro. Este es el Cuaderno de la conciencia histórica semanasantera. La Historia, sí. Ya la tenemos. Y un excelso presente. Asistamos, pues, a un denodado y esforzadísimo futuro. ¡Tobarra no se merece otra cosa y su Semana Santa, menos!
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PRÓLOGO PEDRO HURTADO RÍOS Probablemente desde los tiempos –años 60 del siglo XX- en que firmábamos temas deportivos en común en Radio Manises, no aparece mi nombre por escrito al lado del de mi hermano Josemari. Ello no obsta para que compartamos recuerdos, vida, gustos y, sobre todo, amor por Tobarra y su Semana Santa. Tengo que prologar estos Cuadernos Procesioneros. Las Procesiones Semanasanteras tobarreñas son mi debilidad. Josemari lo sabe y de ahí, su encargo. Firmo, afirmo y confirmo todo cuanto mi hermano escribe aquí –o ha escrito en tantos otros lugares y tiempos- sobre nuestra infancia en las filas de La Dolorosa, nuestra adolescencia en los palos de la Guapa, nuestro devenir en las calles semanasanteras el Jueves, el Viernes, el Domingo… Y le digo en este Prólogo de Cuadernos Procesioneros lo mismo que le dijo nuestro tío Joaquín Hurtado: - “Cháche, no es que tú quieras la Procesión más que nadie. Tu suerte es que sabes contar cómo y cuánto la quieres”. Sólo he faltado una vez en mi vida a la Semana Santa de Tobarra. Sólo una. Fue en 1961 y me conjuré para no faltar nunca más. (Lo he conseguido). No soy hombre de versos ni siquiera de letras porque mi preparación es puramente técnica, pero creo estar en condiciones de afirmar que la Semana Santa de Tobarra necesitaba de estos Cuadernos Semanasanteros. Mi hermanico (sin que siempre se le entienda) quiere trascender la Semana Santa; “darle aire”, como decimos en Tobarra; llevarla hasta el último rincón del universo. Se empeñó hace muchos años en que Tobarra y la Semana Santa de Tobarra no debían quedarse en el ámbito de nuestro término municipal… y lo está consiguiendo. He viajado mucho con él en su deambular por los caminos semanasanteros –Híjar, Baeza, Calasparra…- y he comprobado nuestro eco y nuestra grandeza. Soy “un hombre de la Virgen”. Lo soy desde que nací. La Procesión es mi vocación y mi destino. Y, al final, como un tobarreño más, animo a
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mi hermanico Josemari a que, más allá de incomprensiones y de aplausos, continúe en su línea semanasantera. ¡Y que nunca deje de escribir, de pensar, de tener ideas que la enriquezcan! El tambor nos distingue. La Bendición nos categoriza. Por eso es “fácil” cantarlos. Pero hacer de la Procesión un milagro literario no está al alcance de cualquier voz. Creo que Josemari lo ha conseguido y como procesionero, como semanasantero, como tobarreño, se lo agradezco con todo mi fraternal cariño.
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A Dolores, la Guapa. MADRE. A Pepita, mamá. A Anamaría, esposa. A María del Mar, hija. A Inés, nieta. ¡Ay!, las mujeres de mi vida.
Murcia, Cehegín, Manises y Lisboa…
MADRE, mamá, esposa, hija, nieta… Mujeres, las cinco de mi vida, y ninguna ha nacido tobarreña. Pero aún puedo hoy hacer milagros -de voces bien rimadas y de letrasporque es lo que hemos hecho siempre los que un día nacimos en poeta. Pues, sí. Les doy al momento pasaporte de amor y de patria bien risqueñas. Lo doy por adopción –et magnum opusporque son semanasanteras. ¡Y pongo su cuna y corazón bajo mi misma bandera!
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… Y EN SU NOMBRE, MADRE TOBARREÑA Si no fueras de aquí, ¡vaya quimera!, del bullir de mi alma tobarreña arrancaría mi honor y contraseña p’adoptarte, feliz… y a la carrera. Si no fueras de aquí, Madre primera, destroncaría mi sangre bien risqueña para hacerte de mi cuna dueña, deviniendo conmigo en sanroquera. Al ángel de las patrias gritaría, al Dios de los paisajes convocara y al mismo firmamento yo obligara a otorgarte mi pueblo y su hidalguía. Un milagro de letras y de rosa p’hacerte tobarreña, Dolorosa.
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SIEMPRE PROCESIÓN. SÓLO PROCESIÓN A Sixto Gómez Yáñez. In memoriam. ¡Claro! Si hay tobarreños que son tambor, sólo tambor, ¿por qué no los va a haber que sólo sean procesioneros, siempre procesioneros? Bueno. Es una opción. No es que no les guste el tambor ni tengan nada contra el tamborear. ¡Qué va! Son semanasanteros cabales, totales, pero para su caletre, para su particular actividad, sólo existe la Procesión. Y en ella se aplican. Estoy convencido de que si el tambor peligrase en su continuidad, ellos se colgarían uno. Seguro. Y así sería, porque les gusta la Semana Santa tal y como es, sin añadirle un ápice, pero, ojo, tampoco sin quitarle nada. Y así, con el tambor en causa, ellos lo defenderían. El problema -¿problema? es que el tambor/sólo/tambor es, son conocidos, bien conocidos, tienen “fama” semanasantera, consiguen eco popular, simplemente porque el tambor es el pueblo. Pero lo procesionero pasa, sencillamente, desapercibido. ¿Quién ha oído decir alguna vez…?: “… ¡Chácho! ¡Qué bien desfilaba aquel nazareno!…”. Eso, con ser importante, no concede “celebridad”. Celebridad exterior, porque el procesionero/sólo/procesionero sufre o goza la misma fachenda que el mejor tamborilero, idéntica jactancia que el más enconado redoblante. Pero es una presunción sin rebote, interna, endógena, íntima. Pasa desapercibida. De ahí su enorme mérito. El procesionero/sólo/procesionero que, a lo mejor ni agarra, tiene su sitio de honor entre mis letras. Y yo se lo otorgo. Lo sé. Es sexismo lo que voy a decir. Pero lo digo. Procesionero/sólo/ procesionero (que es la excepción) se refiere al procesionero varón. Procesioneras/sólo/procesioneras, hembras, las hay a cientos. Las constato, las ensalzo, las distingo. Pero en su normalidad. Pero que un varón sea procesionero/sólo/procesionero…
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CALLE Y AMOR En la Procesión, todo es amor, amor, amor… No es difícil: La Procesión es el tiempo en que Cristo y su Madre se hacen calle tobarreña. No es nada complicado: La Procesión es la cátedra donde enseñamos nuestros más tobarreños sentimientos. Luego, unos “nos aprenden” y otros, no. Pero quienes “aprueban” son personas muy selectas. Lo tengo comprobado. Aprobar el tambor es facilísimo, porque divierte. Aprobar la Bendición, también, porque sorprende. Pero aprobar la Procesión tobarreña, tiene el valor de un cum laude. Hablo, como se habrá entendido, de lo foráneo, porque los de casa no necesitamos hacer examen alguno. Si tuviera paciencia –que no la tengo- escribiría lo que siento, palmo a palmo, en todos los rincones del itinerario de cada una de las Procesiones. Sería una excepcional prueba de calle y amor. Porque durante cada Procesión, el procesionero está viviendo un auténtico romance con las calles por donde va pasando, una por una, pero también en su conjunto. Sí, amor, en su más elemental sentido: “Afecto por el cual busca el ánimo el bien verdadero o imaginado…”. El Jueves por la tarde, yo enamoro las Cuestas de la Encarnación, la Plaza, la Calle Mayor, la Calle de San Roque, la Calle de las Columnas, El Paseo… El Domingo por la mañana enamoro –otra vez- las Cuestas de la Encarnación, la Calle Correos, el Portachuelo, la Calle Cristo de la Antigua, la Calle Ramón y Cajal, la Calle de las Peñas, la Calle Hielo, la Calle de las Columnas, las Calles Calvario 1ª y 2ª, El Paseo, la Calle Mayor… En octubre o en enero esas calles –por sí solas- pueden importarme menos e importarme –en cambio- toda Tobarra. Pero el Jueves y el Domingo sólo soy absolutamente fiel a esas calles citadas. Mi túnica y yo no admitimos otros amores, Tobarra “solo” son esas calles. Esas y ninguna otra. Ni siquiera en la que vivo. Ni siquiera en las que toco el tambor el Miércoles o el Sábado. Es natural: La Procesión es calle y amor.
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UN APUNTE SANANTONERO Cabe aquí, puesto que de Procesiones se trata, reiterar la nula participación del Barrio de San Antón, como tal, en las Procesiones semanasanteras. Y es cada vez más injusto. (Porque la Burrica y el Resucitado son dos felices anécdotas). ¿El Cristo de la Antigua es más Dios que el Cristo de la Agonía? Pues si aquel Cristo pasa por San Antón, ¿por qué no pasan por allí las Procesiones de Semana Santa? Por favor, a mí, que no me invoquen la tradición. Que la tradición no sea arma arrojadiza contra mí, precisamente contra mí, que –digo yo- algo tendré que ver con tradiciones tobarreñas, algo sé de tradiciones tobarreñas. (Por lo menos... ¡algo las habré estudiado! ¡Digo yo!). Los que invoquen la tradición, que se lean el Artº 59 de las Ordenanzas Municipales de 1906 y verán que sorpresa se llevan, cuando comprueben que hay Procesiones con menos tradición de la que se piensan. O que echen una ojeada a “Juventud” de 16 de abril de 1924. Pues bien, alguien tiene que demostrarme las desventajas que tiene: A) El que la Procesión de Jueves Santo “le dé la vuelta al pueblo”. B) El que la Procesión del Viernes por la mañana (a la vuelta del Calvario) eche unas hermandades por la Calle Mayor y a otras por la Calle de las Columnas, Hielo, Peña, Ramón y Cajal, etc., y se junten todas en la Plaza para la Bendición. Yo diré las ventajas: El Jueves habrá terminado la Procesión a las once de la noche. El Viernes estará todo el mundo comiendo a las dos de la tarde. Y nadie acabará “hinchao de Procesión”, que es lo que ahora ocurre para las Hermandades que desfilan al final: San Juan, La Virgen, etc. ¿Tradición? Sí. Toda. Pero inteligencia, lógica y equidad, también. Porque, por desgracia, la Calle Mayor sigue ganándole muchos pulsos a la Procesión semanasantera y no es lógico. Porque no sólo es Tobarra la Calle Mayor –donde yo viví- ni El Paseo –donde nací-. (No soy sospechoso de arrimar el ascua… a mis balcones).
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UN AMOR MUY ESPECIAL: EL SEPULCRO ¡Media Procesión! ¡Sólo media Procesión! El Sepulcro sólo es media Procesión. Vivirlo así, ¿es ortodoxia procesionera? ¿No será plenitud procesionera sólo el subir sin bajar? La media Procesión del Sepulcro, ¿no vale por veinte procesiones? Estoy convencido de que sí. He salido dos veces, dos Viernes/noche, en El Sepulcro. Por supuesto, he sido dos veces agarráor de El Sepulcro. Y confieso haberme sentido un agarráor muy especial. Para empezar, quien sale en El Sepulcro parece identificarse en agarráor de todas las andas. Pero no en el sentido sincrético, ecléctico, de La Burrica, sino como un plus ultra, un más allá de la noche del Jueves y la mañana del Viernes. Para continuar, diré que para salir en El Sepulcro, no puedes relajarte el Viernes por la tarde. Ya sé que eso también pasa con la Cruz, la Verónica, la Magdalena y la Virgen/Soledad. Pero no es en ese sentido. Veamos: En mi opinión, en Tobarra difícilmentes se puede ser solemne el Viernes/mañana y el Viernes/noche. Puedes salir en la misma Hermandad. Incluso puedes ponerte la misma túnica (por la noche, con un lazo negro en la manga izquierda) pero no es la misma solemnidad. La noche del Viernes es toda la solemnidad. Es negritud a tope, negritud absoluta. Toda la Semana Santa está en El Sepulcro. En Tobarra, la horquilla es ruidosa, quiere marcar presencia, le gusta decir: “Aquí estoy yo”. La horquilla (desde La Burrica hasta El Resucitado) es señora de la calle, odalisca, musa, hembra fauna, sacerdotisa… La noche de El Entierro, Sepulcro arriba, es silencio, condena, sumisión, contrición… El Viernes/noche es noche de agarráores sin horquillas. La Cruz, la Soledad, San Juan, caminan como con miedo. Los Socios, por supuesto, no pican. Tobarra, salvo los tambores que no cesan, hasta después de Silencio en El Calvario, es quietud. El Sepulcro es Procesión sin vuelta, ida sólo, viaje a medias, llegada pura, yente absoluto, celemineo inacabado, tornada imposible, regreso impensable. Pero, ¡cuánto amor! 337
“PROCESIONAR LAS ANDAS NO ES LO MISMO QUE ADORAR AL SANTO QUE VA SOBRE ELLAS” Antonio Lasala Meseguer. Tambores confusos (Refiriéndose al Bajo Aragón). ¡Ay, Semana Santa en El Bajo Aragón! ¡Ay, hermanicos! Ellos han ido –siemprepor delante. En el tambor, en el estudio, en la observación. Pero –alguna vez- sin que los árboles les dejen ver el bosque. Esta, este. Y ello porque entre tanta antropología, ha habido quien ha perdido otros rumbos. Rumbos compatibles, sin engañarse, pero, sobre todo, sin zaherirse ni zaherirnos a los demás. Claro, hermanico, claro. Procesionar no es adorar. Ya lo sabemos. ¿Quién lleva una estampa de La Verónica en la cartera? ¿Quién le pone una vela a La Magdalena? ¿Quién dice una Misa por San Juan? ¿Quién le echa un triduo al Moniquí? ¿Quién celebra una novena por La Caída? Nadie, como es natural. Pero es porque procesionar, adorar, sentir, vivir, no tienen el mismo contenido el Gran Jueves que un jueves de noviembre. Y eso, ¿sorprende a alguien? En Tobarra, por supuesto, no, porque nos basta con una tarde, una hora, una Procesión. Procesionar es adorar. A nuestra manera, claro. Pero no es una manera menos importante, menos plena. ¿Tendré yo las ideas claras? Porque habiendo mucha gente que piensa lo mismo –la mayoría- muy pocos se atreven a confesarlo. Arreligioso puro: Agnosticismo, ateismo, apostatismo, arrianismo… ¡Átame esa mosca semanasantera por el rabo! ¿Quién se atreve, quién osa, quién es el guapo que…? Bueno, pues héme aquí, con dos, convencido, pero sin hacer alardes, sin chulerías (en esto) porque tampoco es para tanto. Procesionar es procesionar y adorar es adorar. Procesionar y adorar es –alguna vez- compatible. Alguna vez. Pero no hay que echar al carro por el pedregal, no hay que meter la cabra en la alfalfa, no hay que sacar los pies de las aguaeras. La clave está en el respeto. Con o sin deidad, el Ecce Homo debe ser magia todo el año, San Juan debe ser misterio costantemente, La Agonía debe suponer veneración día a día. Después, procesionaremos con la misma intensidad. Unos y otros.
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En el fondo, es un problema de sustantivos. ¿Por qué utilizar piedad, devoción, fervor? Pero, ¿por qué no aceptar plenamente respeto, veneración, exaltación? Yo me rindo, me prosterno, reverencio… Andas, adoración. Y toda mi capacidad de lenguaje para expresar lo que siento. Como yo, muchos. Otra cosa es que sepan o quieran decirlo.
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LA SEDE He ahí una gran conquista –concreta y clara- de la última década del siglo XX: Un sitio para estar la Hermandad, para reunirse, para serse propios, distintos, hermanos. Hasta entonces, la casa del Presidente, de algún hermano rumboso, la misma Iglesia, la nada… = “Nos vemos en la Sede”.
Lo decimos con dos… “galones”, con todo el orgullo ¿del pobre?, con la rimbombancia del deber cumplido. Y es que hace 50 años, nadie, nadie, nadie tenía sede. ¿Cuál fue la primera? ¡Estúdiese!… ¡Que yo lo sé, pero no lo digo! Hemos estrenado el siglo XXI con una Sede para cada Hermandad. Y si no todas, casi todas, que no he hecho ni voy a hacer una encuesta. Y si alguna no la tiene, la tendrá enseguida, porque se ha demostrado ser un objetivo prioritario de todas… por más endeudamiento que el tenerla comporte. El ser hermano de todas, menos de una (que no me presenta los recibos al cobro, por lo que deduzco que “me echó”) me concede información completa. La Sede debería ser un auténtico motivo para “hacer todo el año Hermandad”. Y así, la Hermandad, como he dicho hasta la saciedad, sería algo más que una simple razón de ser (¿excusa?) para sacar un anda en Semana Santa. Nunca me he planteado a fondo por qué Tobarra no tiene –como Híjar- un lugar donde guardar todas las andas, las peanas, como dicen ellos. Vamos, lo que sería una Sede de Sedes, o la Sede de la Asociación de Cofradías, andas incluidas. Por cierto, a base de escribir Sede, Sede, caigo en la cuenta de la rimbombancia del sustantivo. Porque para el lenguaje, Sede es muchas más cosas que lugar o domicilio de una entidad. Sede es, también jurisdicción, capital, etc. Vamos que en Tobarra no nos hemos andado con chiquitas a la hora de palabrear lo procesionero. ¿No es curioso que vayamos desde lo ínfimo –garuto- para el tambor, hasta lo más excelso –sede- para la Hermandad? ¡Hasta en esto es inefable nuestro semanasanterismo! Y con qué gran orgullo lo medito, lo colijo y lo digo.
EL ESTANDARTE Llevar el estandarte de tu Hermandad es toda una responsabilidad y, por tanto, no se le da a cualquiera. El estandarte abre paso, marca el ritmo de la Procesión y, sobre todo, salvo los de La Cruz y el de la Dolorosa son nexo de unión entre las filas. Está por escribir la Historia de los estandartes de Tobarra. Del Estandarte como hombre, no como enseña. Y ha habido alguno, como Daniel, “el Sordo Lañáor” que ha sido más de 40 años el Estandarte de Jesús del Paso. Y ahora lo es su hijo y lo será su nieto. El Estandarte se siente Lábaro, guía, brújula. Sabe que tiene en sus pies el ritmo de su Hermandad y disfruta marcándolo. Él no puede ni debe sentirse un nazareno más. Por eso, una de las poquísimas veces que grito al viento de La Semana Santa un “¡Suerte!” que haga temblar las estrellas, es cuando veo a un guacho llevando un estandarte. Como lo considero inexperto le deseo suerte, acierto, sapiencia… ¡Que lo haga bien! En mi infancia, el Estandarte de La Virgen era Mateo. Muy al principio de los 1950, Mateo era, además, el único nazareno/hombre que vestía túnica, capuz alto y capa para llevar el estandarte. Y era proverbial que el Jueves noche nos durmiésemos andando, agarrados a una de las cintas del estandarte. El Estandarte es un procesionero completamente distinto, simplemente, porque él se siente diferente, tiene otras metas, disfruta de otros valores. Espero no morirme con las ganas de hacer la Procesión del Jueves, la procesión antonomástica, llevando un estandarte, a salir y entrar, sin hacel una paráica ni pá meal. Seguro que tendré muchas cosas para contar, bastantes observaciones para hacer y no poca literatura para trascender. Si he propugnado en otro lugar una Asociación de Anderos, ¿por qué no una Asociación de Estandartes? Desde la Asociación se pueden ir aglutinando tales colectivos, estos parcelados modos de ser semanasanteros. Todo ello enriquecería la Semana Santa, porque –seguro- algún valor añadido aportarían. El Estandarte, mito. El estandarte, bandera. Enseñas orgullosas de lo procesionero.
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EL NAZARENO El nazareno puro existe, pero no abunda. Me refiero, claro, a quien no siendo chaval ni viejo ni mujer, sale en las filas. Simplemente, sale en las filas, pero no agarra ni ha agarrado nunca. Conozco a alguno, claro, no muchos, pero los hay. ¿Son criticables? ¡Qué va! ¡Todo lo contrario! Son encomiables. Por lo menos, para los que seríamos –hoy- incapaces de hacerlo. ¡Cuando no podamos con la horquilla…! Me enternezco ahora al recordar aquellas Hermandades de los años 50 en los que sólo iban críos –algunas, ni eso- y agarráores. ¡Qué gusto produce ver ahora ya en el siglo XXI Hermandades con parejas y más parejas de nazarenos a lo largo de la Procesión. Porque esa es otra, un nazareno sin el nazareno del otro lado de la calle, siente una orfandad exclusiva. El nazareno, no hay duda, es el procesionero puro. Es fila y sólo fila. No pretende ser otra cosa. Se encuentra a gusto dentro de su túnica y más aún, dentro de su capa, si la lleva la Hermandad. Llega pronto a la Procesión y deja su Santo en la Iglesia. Es de los que se ponen donde le dicen y hace lo que le mandan. El nazareno es un hermano cabal, que tiene su equipo completo, que paga sus cuotas, que hace lucir la Hermandad y, por ende, la Procesión y, por tanto, la Semana Santa. Nunca se le ha ocurrido pensar que se podría hacer otra cosa. Su vocación y su gusto no es agarrar, pero tiene conciencia de que, sin él, la Procesión sería un poquito menos brillante y, sobre todo, bastante menos formal. Porque él es la formalidad absoluta: Nunca saluda, no se cantea, no reparte caramelos, no lilea… Sólo habla con su cetro y tampoco mucho. El nazareno puro, el nazareno de filas, sin más, es un semanasantero que pasa desapercibido, tal vez porque no haya tenido nunca interés en parecer de otra manera. Y claro, pocas epopeyas se han planteado en torno suyo. Mi duda final es lo penitencial. ¿Reza el nazareno en la fila? ¿Se acuerda de lo trascendente? ¿Cae en endolencia? ¡Qué más da! Lo que importa es que vale tal y como es y forma parte de la fauna procesionera.
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EL VETERANO Al Cholo. En su Hermandad ha hecho de todo: Desde apencar entre los palos hasta llevar el estandarte. Ahora, no hace sinó arrastrar sus pies en las filas, enarbolando su definitiva dignidad hermandadera en mitad del Jueves Procesionero. Una de las circunstancias más interesantes de adivinar ahora –sociológica y antropológicamente- es quien será un veterano en el año 2050. En el 2000 es fácil que yo los defina, pues me son casi contemporáneos y puedo dar fe de que en sus hermandades han hecho de todo: Mi pariente Paco Honrubia Hurtado (Chiripa) y Pepe Valenciano González (Carretillas) en El Sepulcro; Vicente Esteve García en El Paso de San Roque; Paco Guerrero (Camarasa) en La Virgen; Amador Sánchez (El Chita) en El Paso Gordo; etc., etc. También, una de las circunstancias más interesantes de mi memoria es constatar que, en los años 50, con mis ocho o diez años de vida y mis tiempos de becerrista/novillero semanasantero, en La Virgen, sólo recuerdo a los agarráores, al Estandarte, a los Presidentes… y a los veteranos: Araceli, Coloma, Antonio Merino Sahorí, Antonio Serrano Vico… Si hay lugares y situaciones en que un hombre es ejemplo para los jóvenes, en una Hermandad es el súmmun. Sócrates, el Padre Vitoria, Sartre… han sido maestros diminutos comparados con lo hermandadero. El niño procesionero (yo) envidia al agarráor, pero se fija en el veterano. Le adivina en ejemplo, le intuye en espejo. Y normalmente, no se equivoca. El veterano, (el veterano que recuerda mi infancia, pues en 2004 yo soy ya veteranísimo) casi siempre, ha llenado de apellidos la Hermandad y de orgullo a la familia. ¿Su deseo más íntimo? Que le enterrasen con la túnica. ¿Su recuerdo más duro? ¡La Guerra 1936-1939! Uno de los pormenores que nunca averiguaremos es por qué se deja de salir en la Procesión. “Desde la horquilla a la orilla”. “Desde la infancia, a la distancia”. Me las acabo de inventar, pero así es. El veterano, árbol solitario y bien mirado, que se pasea el Jueves/noche, con toda la contemporaneidad de la Hermandad sobre su cetro.
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EL PRESIDENTE Aquí, en esta fauna procesionera, no puedo aludir al Presidente en su más pura semántica (salvo excepciones). Aquí, el presidente es el que preside la Procesión, nunca el que preside la Hermandad. Es más: Raramente coinciden en la misma persona. Simplemente porque no me imagino a Pepe Garrido o a Serafín Martínez Ruiz o a Falín Vergara presidiendo nada, sino más bien zascandileando de aquí para allá o, simplemente, pendientes del anda. Pero todas o casi todas las Hermandades, en la Procesión, las cierra, lógico; las preside, elemental, un presidente. Incluso en los últimos 25 años se ha creado un cetro especial, “el cetro del Presidente”, que es –junto al estandarte- el principio y el fin de las filas, el abre y cierra de la parte de la Procesión que ocupa cada Hermandad. Es más, el estandarte de una y el presidente de otra (salvo en La Cruz y en La Virgen, alfa y omega) deben formar una simbiosis para que la Procesión sea una y no una serie de compartimentos estancos. El presidente es, normalmente, nazareno, veterano y carismático. Si se le pone ahí, por algo será. Normalmente, rumia nostalgias, apacienta pasados, cultiva ayeres… Y se pasa la Procesión pensando en la Procesión del ayer, que él considera suya: = “Aquellos años…”. “En aquellos tiempos…”.
No me imagino presidiendo a nadie que no sea eso, que no haya sido tal: Nazareno, veterano y carismático. La Hermandad sabe y él mismo sabe que lo simbólico, sobre todo en la Procesión del Jueves, puede más que cualquier rito o norma. El presidente sabe –y pocos más saben- que aglutina en su cetro toda la Hermandad (anda y gente). No le importa, ni siquiera lo piensa, que si se preguntase entre los palos o en las filas, “¿Quién preside hoy?”, pocos o ninguno lo sabrían. Él es el presidente, ¡y preside!
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LA ZAGALICA… Y LA MENOS ZAGALICA No me gustaría que la memoria me traicionase pero, si le hago caso, tengo que escribir que la primera Hermandad en la que salieron mujeres fue en La Dolorosa entre 1950 y 1955. Salieron primero niñas, con lo que entonces se llevaba en las filas de La Guapa: Túnica azul, capa blanca y capirote. Recuerdo perfectamente que el entonces Presidente, Paco Alonso (un hombre cordial, amable, abierto y cariñoso, casado con “la Sole de Pelayo”) me encargó que “pusiese orden en las filas”. Yo tendría 12 ó 14 años. Más no, porque con 15 ya agarré en La Verónica y con 16 en La Virgen. Efectivamente, yo me colocaba en medio de la calle, buscando equidistancias, acurrucando silencios, templando pasos, formando parejas a uno y otro lado de la calle… Era una gozada, porque en La Virgen empezaron a salir guachejas por las que uno bebía los vientos. Y, claro, era imposible no “hacerse el chulico”. Historia y anécdota. La mujer en la fila. La zagalica y la no tan zagalica. En el final del siglo XX es más que probable que –sobre todo, en la Procesión del Jueves- salgan en las filas más hembras que varones. A mí me parece de perlas. La Gran Procesión se ha convertido en un río de tobarreñas guapas, cinta policroma que solivianta y aturde, que anima y minimiza. La tobarreña –joven y no tan joven- deja en las calles su sencillo nazarenear, su semanasantero andar, su decidido ser protagonista. No se hizo la túnica para la belleza ni el cetro para el palmito. Pero ahí andan, calle adelante, poniendo luz y magia en la Procesión más procesionera del año. ¡Benditas sean! Sobre todo porque muchas, muchas, van de la mano de guachos que aún no saben casi ni andar. Y más entrañable es, si “los llevan tomaos”. Así, así se hace el futuro. Mujeres/ángeles en las filas. ¡Guapas!
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EL GUACHEJO Como acabo de decir, “los llevan tomaos”. No levantan dos palmos del suelo, pero hay que acostumbrarlos desde que nacen y para ello nada mejor que ponerles una minitúnica –con minicapa, parecen escapados del Cielo- para que vayan “haciendo boca”. Llaman la atención, claro. Pero para eso salen. La noche tobarreña (es curioso, de día salen menos o apenas sale ningún guachejo) los acoje como un ave clueca, amorosa y comprensiva. Los lleva la madre o la tía o la abuela o la hermanica o la vecina… Empiezan a ser semanasanteros activos, nazarenos mínimamente actuosos pero presentes, en las filas de la Hermandad. No todos aguantan todo que, algunos, hay que sacarlos de la fila al llegar al Teatro o al Cuartel Viejo o al… Muchos hacen la Procesión dormidos. Y un rosetón perfecto en sus mejillas permite imaginar que les hubiese subido de golpe a la cara todos los Zapatatas de sus ancestros. El guachejo “tomao” es parte ya del paisaje del Jueves Santo con la misma naturalidad que el estandarte o el cetro. El guachejo es todo el vivero procesionero de Tobarra. A lo mejor, cuando pies y voluntad decidan, nunca vuelve a calzar túnica de Hermandad. Pero mientras dure, duró, que no hay que andarse con remilgos. El guachejo es el toque a rebato cuando “va a llegar a la puerta de su casa” y lo esperan todas las vecinas, todos los compinches, que sabían de sus primeras andanzas procesioneras. Y se despepitan en carantoñas, en palabrerío, en “míalo, tú, si páece…”. Interrumpen la fila, pero qué más dá… Todo es Semana Santa, todo vale. El guachejo es la solemnidad… a nuestra manera, lo procesionero a nuestro estilo. Es otro modo de entender la Semana Santa. De cuando en cuando, alguien se despista y “lleva tomao” un ángel juguetón que no quiere perderse el Jueves Santo tobarreño. 347
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EL ENCARGÁO DE LAS FILAS Me niego a llamarle “filero”. Andero –ya sin negrita ni comillas- sí, pero “filero”, no, que suena a cachondeo. El encargáo de las filas suele ser un viejo agarráor al que conceden la hermosa dignidad del retiro con esta canongia de poner orden en las filas. ¿Orden? Pues, sí, orden, porque salvo en ciertas Hermandades, hay una tendencia bastante general a que el nazareno se despiste, se pare más de lo debido, no esté pendiente ni del de delante ni de su pareja del otro lado de la calle. ¿Sorprendente? Pues quien no se lo crea… ¡a fijarse y a no rajar del escritor! El nazareno no es un militar, por lo que su sentido de la disciplina, del control de su movimiento, es escasa. El nazareno tiende a ir a su aire, y si es nazarena, mucho más. Pero ahí está el encargáo de las filas, yendo de estandarte a anda, de anda a estandarte, arriba y abajo, que hace su particular maratón, su voluntario y peripatético deambular con una única consigna: Que ni se adelanten ni se atrasen, que la Hermandad no llame la atención en su desfilar. Casi, casi, que pase desapercibida. En el fondo, el encargáo de las filas es consciente de que lo que prevalece es el anda, el Santo, que ahí sí que hay que echar el resto. Prueba evidente es que –como he escrito ya- hasta los años 60, aunque no saliese el Santo –Viernes noche, sobre todo- sí salía el estandarte y algunos nazarenos. Eso, hasta que dejó de ser así, porque las Hermandades se concienciaron de que nazareno sin Santo, poco cuenta. El encargáo de las filas tiene algo de sargento chusquero, bastante de guardia de tráfico y mucho de director de orquesta. Y es que las filas, a veces, pueden llegar a desafilar. Y el encargáo de las filas es consciente de que cada nazareno es como un instrumento y él debe poner en solfa a todos. Y cada año, el Jueves casi Viernes, cuando se va a dormir, le dice a su vieja túnica: = “Hasta mañana. ¡Ah! Y un año más, misión cumplida”.
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EL PENITENTE Estamos en un apartado muy especial: La “otra” Procesión. La otra, esa “otra” entre comillas, porque realmente la Procesión es una, pero los procesioneros son bien diferentes. Absolutamente distintos. Radicalmente dispares. ¿Qué tienen que ver, qué hay en común entre el nazareno y el penitente? Esencialmente, nada. Accidentalmente, algo. Procesionalmente, todo. Pero tampoco se puede decir que el penitente sea antónimo del nazareno. No lo es, no puede serlo. En el penitente hay todo un juego de circunstancialidades diferenciadoras. Pero circunstancias, en plan Ortega “yo soy yo y mi circunstancia”. En el penitente, todo es voluntad circunstancial, tal vez (o sin tal vez) una concreción promisoria, singular y única. Pero en cualquier caso, condicional: = “Si se me concede esto, salgo de penitente en…”.
Conforme estoy escribiendo sobre el penitente, me voy sobrecogiendo. Me están empezando a nacer unos deseos –muy controlados, eso sí- de sacrificar toda la procesión del Jueves –Jueves de Penitentes- o, ya sin sacrificio, dedicar la noche del Viernes –Viernes de Promesas- para, magnetófono en mano, entrevistar a todos los penitentes… que se dejen entrevistar. Entrevista anónima, claro: Palabras de origen incógnito, razones secretas, promesas abscondidas, declaraciones recónditas… Puede colegirse toda una lección de fe tobarreña. Y con más concreción aún, de ética semanasantera, lo que supondría una creencia absolutamente particularizada, dirigida, decantada: Prevalece lo tobarreño sobre lo cultural, lo devocional sobre la latría. Es como si el anda, “el Santo” (ahora entre comillas) le ganase un pulso al sagrario. Parece como si una túnica vieja y los pies descalzos le echasen la pata al Corpus Cristi. Estoy convencido de que en el penitente semanasantero tobarreño prevalece “la fe del carbonero”. En cualquier caso, he ahí una estupenda ocasión de literatura, una inefable tesina, un excepcional artículo semanasantero… que yo difícilmente escribiré, pero que ofrezco a los jóvenes intelectuales semanasanteros en bandeja. El penitente, suele ser “la” penitente. Predomina la mujer, casi siempre. Me arriesgo a decir que no hay penitentes/varón a palo seco, sino como 351
complementarios madre/hijo, esposa/esposo. De la misma manera que tampoco hay mucha “mujer a solas”. Generalmente, van dos mujeres del bracete, muy junticas, como cómplices de algo, como yunta devota, como pareja en contrición, como dualidad en atrición. La escritura me está provocando cada vez más esa curiosidad controlada que se me está escapando de las manos ante la posibilidad de saber qué hay tras cada “cumplir la penitencia”, tras esa decisión irrepetible y única –supongo- desde la vieja túnica, el cordón bien atado, el capuz ceñido… y con la mano apretando bajo la barbilla, no sea cosa que el viento juegue a liberaciones de sigilos voluntarios. Es esta la segunda vez semanasantera que me sumerjo en el penitente. La primera fue en la Revista conmemorativa de los 50 años de El Paso Gordo en Tobarra (1996). La segunda, ahora, cuando me percato descaradamente de la fuente de inspiración literaria que suponen los penitentes semanasanteros. Nuestro Padre Jesús, La Dolorosa, El Sepulcro… He ahí los leit motivs penitenciales. Ellos tres acaparan salidas y promesas. Habría que preguntar por qué. ¿Por qué no planteo un cuestionario? Por ejemplo: = ¿Por qué sale Ud. como penitente? = Salir aquí, ¿es la única “promesa” o una de las que hizo? = ¿Es la primera vez que sale? = ¿Sale porque se le ha concedido algo o simplemente porque sí? = ¿Por qué esta y no otra penitencia? = ¿Por qué sale aquí y no tras otro “Santo”? = ¿Cumple otras promesas a lo largo del año o sólo esta?
Algo así o algo como eso. Después, lo heróico: La identificación… siempre voluntaria: -
Nombre. 352
-
Edad. Profesión. Estado civil. Creyente/practicante esporádicamente. Etc., etc.
asíduo;
creyente
sólo;
creyente/practicante
Él/La penitente tobarreño/a no es alardoso. Normalmente, túnica, cordón, capuz bajo y piés descalzos. No arrastra cadenas ni carga cruces ni utiliza cilicios ni se aplica azotes. Tampoco es –me parece- muy rezador durante. Es, aparentemente, un simple acompañante del Santo elegido. Eso sí: A salir y entrar, a dar la vuelta, como los buenos procesioneros. En mi memoria, una vez, tan solo una vez, muy al principio de los años 50, hubo un penitente –no recuerdo tras que Santo- que se calzó grilletes a los tobillos, arrastró cadenas bien armadas y cargó con una cruz. Tobarra se murió de ganas de identificarlo. Así: De ganas. Pudo más la curiosidad ante lo novedoso que cualquier otra noticia: = “Es el hijo de Manolo el de las maderas”.
Así se dijo. Y en la leyenda, que no en mi memoria, la fama y leyenda de El Farracacheiro, que aceptó cargar la cruz de un penitente, mientras este “iba a mear”. Y, como el penitente nunca volviera, El Farracacheiro acabó la involuntaria penitencia, porque no tuvo coraje para salirse de la procesión. El penitente/La penitente. ¡Qué hermoso modo tobarreño de entender la procesión de otra manera!
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LA MANOLA A Encarni Ortiz Coloma. En puridad semántica, manolo/manola es “Mozo o moza del pueblo bajo de Madrid, que se distinguía por su traje y desenfado”. Nosotros, en Tobarra y en Semana Santa, no lo reconocemos así. Para nada. Nuestra manola ha sido una señora con vestido negro, normalmente ceñido, de tejido como de frú frú, con mantilla larga, que nace en una peineta alta. Nuestra manola es la elegancia femenina al servicio de lo semanasantero. En un principio, hasta los 80, las manolas salían exclusivamente acompañando al Sepulcro. Después hubo un grupo disidente (o así lo entendió la Hermandad del Sepulcro, en confesión que se me hizo) que empezó a salir en La Soledad. Y ya en el siglo XXI manolas (pero de blanco, como corresponde) han empezado a acompañar al Resucitado tras El Encuentro en El Calvario. Y llama la atención, porque algunas de esas manolas de El Resucitado han sido agarráoras en La Bajada chica y a lo largo de San Roque el Viejo. Es decir que, deprisa, deprisa, se metamorfosean en su talante, intención y aspecto y… ¡¡a cumplir perfectamente su doble función!! La manola de El Sepulcro (y después la de La Soledad) lleva, generalmente, un ramo de flores que, normalmente, debería dejar en la Ermita, tras El Entierro. Pero sorprende sobremanera verlas venir, Calle Mayor abajo, a la vuelta, con su ramo de flores entre las manos. O sea, que “no lo sueltan”. Nunca he sido aficionado a la fotografía, a hacer fotografías. (Eso sí: Soy un devoto de verlas, de recrearme ante ellas, de regodearme en el recuerdo que reflejan, de asentarme en el momento que guardan). Pero una vez, por una vez, sólo una vez, deseé con toda mi alma haber tenido una cámara a mano o que hubiese estado conmigo Guillermo Paterna, el mejor fotógrafo semanasantero de la Historia. El Viernes de manolas, sentado en la acera, con mi tambor en el suelo, en pleno Paseo, viendo pasar la Procesión, un tamborilero ofreció su bota a una manola, cuyo nombre (S…) recuerdo perfectamente. La manola dejó su ramo de flores en las manos del tamborilero, se “espatarró”, levantó la bota y se echó un tiento digno del mejor soplaina. Desde mi perspectiva (abajo a arriba) mi retina captó el conjunto tamborilero/ramo/manola “espatarrá”/Sepulcro/arcos con luces/noche tobarreña… Inolvidable cuadro. Inmejorable foto. ¡Digna de un Premio Poulitzer!
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Sería digno de estudiar el origen social de la manola tobarreña. Y aquí no es difícil constatarlo –como lo es con el penitente- puesto que van a cara destapada. En cambio, ante la manola, no siento ninguna curiosidad por conocer sus motivaciones para salir, puesto que son facilísimas de adivinar: Lucir su palmito. Y me parece perfectamente bien, porque ponen una nota de distinción, de elegancia, incluso de solemnidad y majestuosidad en el Viernes de Negruras. Como las manolas de El Resucitado aún no tienen carga tradicional en el momento en que escribo (otoño 2001), no me atrevo a decir en lo sociológico, lo que no sea piropearlas en lo poético: Manoleando blancuras, Cerro abajo, muchachas en flor del Resucitado, desfilan El Calvario en feminado, enchidas de guapura y desparpajo. Agarráoras hacia arriba, tajo a tajo -hombro en Bajada Chica, muy cuidadoconquista de horquillazo bien ganado y voz del Paso Gordo en agasajo. Ay manola novel, nueva manola que cambia lo negro por la albura de la blanca mantilla, a la española. Mujer procesionera en donosura que acrecienta en las filas su ventura al Cristo de la Vida y la Aureola.
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EL GASTADOR Soy un decidido admirador de la Guardia Civil. Adoro al “cuerpo”. Pero no me gusta verla junto al Sepulcro. ¡Y mira que tiene tradición en Tobarra! Tres números de la Guardia Civil –arma a la funerala- han escoltado al Sepulcro desde siempre. Uno a cada lado y un tercero, detrás. Eran, lógico, miembros del Cuartel de Tobarra. Con su paso lento, piernas rectas, pies estirados, una mano en la cintura, la otra junto al arma, han desfilado lentamente junto al Sepulcro, desde que tengo memoria. Tobarra ha querido añadir una porción de solemnidad a la noche del Entierro, que yo no he sido capaz de ver nunca. (O desde cierto día). Cuando yo hacía las prácticas de la I.P.S. (Milicia Universitaria) en el Regimiento Guadalajara 20 de Paterna (Valencia) en el verano de 1965, me tocó escoltar el anda del Cristo de la Salud en una Sección de Infantería. Uniforme de invierno (era a final de agosto), casco y subfusil boca abajo. Las tres o cuatro horas que duró la Procesión, me las pasé pensando, “¿y qué coño hago yo aquí? Yo soy un cuerpo armado, un soldado, la representación de la fuerza… Cristo es la paz, «pon la otra mejilla»; «el que a hierro mata, a hierro muere»”… En los últimos años, Tobarra presenta alternativas: La Guardia Civil o una Escuadra de Gastadores de la Base Aérea de los Llanos. Un Guardia Civil o un Soldado de Aviación. Noche del Viernes Santo. Seguro que piensan: “¿Qué coño hago yo aquí”, “¿Qué solemnidad añado?”, “¿Qué tienen que ver Ejército y Semana Santa?”. Y si no lo piensan ellos, lo pienso yo. Viernes, noche, Sepulcro, Procesión… No, definitivamente no me gusta ver fusiles en las filas. Es añadir muerte a la muerte.
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Me apunto a ver niños con túnica blanca –en los mismos sitios- con claveles blancos por todo armamento. ¿Fusil y poesía? Incompatibles, claro. El resto del año, ¡loor a la Guardia Civil!
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SEÑORES ALUMBRANDO A mi primo Juanito Abellan Hurtado. Fue todo el cachondeo gráfico del final de los años 50. Y creo que aún aparece el gazapo de cuando en cuando. Cuando, en los programas oficiales de la Semana Santa, se iban desgranando los distintos participantes, apareció aquello de Soldados Romanos, Banda de Música, Señores alumbrando… Tobarra se cachondeó de su propia e involuntaria gracieta, de su inesperado juego de palabras. Los hombres, obvio, no pueden alumbrar, dar a luz… Pero, sí. Un hombre bien trajeado, con una vela encendida, al final de la Procesión, tras los Santos, es paisaje bien tobarreño, la noche del Viernes Santo. Fijándote bien, ves a la Tobarra/hombre confesional, a la varonía católica ahita de formalidad y respeto. Deja a un lado el tambor, la horquilla, la cuadrilla, la Hermandad… Intenta ser el eco mundano de la fe, la luz de la Iglesia llevada hasta sus más sencillas y públicas consecuencias… Es “otra” Procesión. Es semanasantera, como podría ser otra cosa. En los “hombres alumbrando” cabe bien poca antropología, es todo parte de una sociología diminuta, pero firme, en la que la fe se hace vox populi, aunque casi toda la vox esté fuera, en el tamborear y, últimamente, en los garutos. En cualquier caso, es Semana Santa y, por ende, es tan absolutamente respetable como el resto. Precisamente por eso, la acojo entre letras, le hago un lugar entre los párrafos, la acomodo en un lugar bien digno. Los “señores alumbrando” forman parte de la Semana Santa ceremoniosa, creyente, etiquetera, protocolaria, lejos de la Semana Santa llana, bullanguera, sonriente. Es lo pacato frente a lo audaz, lo acompasado frente a lo espontáneo. Los hombres alumbrando son, probablemente, lo más ritual de lo “civil” en la Semana Santa de Tobarra. Y yo lo destaco como se merece.
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EL SOCIO A Ana Paterna Morán. El Socio, los Socios, esa decimotercera Hermandad, la única Hermandad sin anda, pero con toda la tradición tobarreña encima. El Socio, los Socios, son, “la otra Procesión”. Es más, si en Tobarra no tuviesemos las ideas semanasanteras tan claras, podrían ser, incluso, una Procesión contra natura, la más pura antinomia procesionera. Porque, claro, ellos representan “la oposición”, pues son –y así se llaman- Hermandad de Soldados Romanos. Y Roma, aquí, es el verdugo, el juez, el opresor: El Senatus Populusque Romanum (que tanta gracia hacen sus sílabas y ritmos, a quien no sabe latín) es lo establecido por invasión, lo imperial, lo agresor. Eso sería el Socio, el soldado romano a flor de libro. Pero en Tobarra es otra cosa. Siempre lo ha sido. Y eso que los Socios han sido una Hermandad de múltiples vaivenes. Por lo leído, hasta los años 10 del siglo XX, el Socio era lo rico, lo burgués, la muestra de quien le sobran los duros para hacerse un traje de Socio, que debe valer un buen dinero. Hablo de unos tiempos económicamente difíciles, en los que mucha gente subía al Calvario con túnica –tamborilera o procesionera- para ahorrarse el hato, el avío, el traje nuevo que hubiera correspondido a una mañana de Viernes Santo. El Socio se identificaba –a caballo entre los siglos XIX y XX- con lo rumboso, la esplendidez, lo boyante. Eran tiempos en que “El cuadro”, El Monumento y, sobre todo, El Prendimiento, destacaban como especiales protagonistas y primates de la Semana Santa. Después –entre los 50 y los 80- hubo una crisis flagrante. Casi nadie quería salir de Socio. Lo recuerdo perfectamente. Pero en los años finales del siglo XX los Socios vuelven a estar de moda y, sobre todo, entran “Socias” con lo que las posibilidades de desfile –son cinco Procesiones- se multiplican por dos. Y suele provocar una sonrisa, una mueca de sorpresa, el ver salir de Socio a ese tamborilero contumaz, que aparca el tambor por una vez; a ese andero feliz, capaz de desertar, para que no se diga, de su rutina y su ritual.
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El Socio, los Socios, siempre han generado leyendas. Perico “el Pregonero” fue una. Como antes Longino, el primer Longino, el padre de los Bueno Escribano. Como lo habían sido El Calero, Federo “el de los zapatos”, etc. El Socio, los Socios, son, sobre todo, El Prendimiento, la ceremonia del Prendimiento, que ya se verá. El Socio, los Socios son, también, el picar de las picas, de las que ya hablaremos. Confieso que nunca me he decidido a salir en los Socios, a pesar de las muchas oportunidades que se me han presentado, pues, obviamente, también soy hermano de los Socios. Siento –cosa rara- un extraño pudor ante lo –en mí- exótico; como un miedo a dar risa, dado mi aspecto físico. Sentirlo así es una tremenda estupidez. Espero que el decirlo lo sea bastante menos. Siempre he pensado, eso sí, que los Socios deberían ser una Hermandad neutral, como la Burrica, y por supuesto, sostenida por todas las demás Hermandades. También podría ser la Hermandad oficial de la Asociación de Cofradias. Lo digo así y lo expongo así, porque Socios recalcitrantes, Socios de las cinco Procesiones, no los hay o no abundan. Es decir, que la mayoría salen de Socio a falta de tambor o de Santo al que sacar. Y ello minimiza el colectivo. O así lo creo. Aunque en el inicio del Siglo XXI sean docenas y docenas en las filas. El Socio, los Socios, tienen un gran arraigo en Aragón (Putumtunes, Alabarderos, etc.) por lo que nuestros gustos han ido paralelos en el tiempo. Eso sí, quede claro: No concebiría una Semana Santa sin ver pasar los Socios.
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LAS AUTORIDADES La Tobarra oficial se empeñó hace muchísimos años (por lo menos, desde 1939 para acá) en demostrar que la Procesión “oficial” es la del Entierro, el Viernes por la noche. ¿Por qué esa y no la del Prendimiento o la del Encuentro? No lo sé ni lo sabré nunca, porque no pienso preguntarlo. Pero, sí, las autoridades de Tobarra sólo son procesioneros la noche del Viernes Santo. El Alcalde, el Juez, el Presidente de la Asociación de Cofradías, el Comandante de Puesto de la Guardia Civil, el Jefe de la Policía Municipal, los Pedáneos… Las autoridades, las fuerzas vivas, la oficialidad que con sus mejores trajes, sus varas de mando, los símbolos de su poder, etc., etc., cierran la Procesión. Todos los años, todos, cuando veo pasar las autoridades me hago un enconado y difícil planteamiento antinómico: Desde el más duro anarquismo (¿Qué coño hacen esos ahí?) hasta el más exagerado ordenancismo, disciplinarismo (¿Qué mejor para representar a Tobarra en lo más tobarreño, la Semana Santa, que sus propias autoridades?). Por un lado, la Semana Santa de Tobarra no necesita la formalidad de lo oficial. Pero, por otro, lo oficial otorga el espaldarazo de que “Tobarra es lo que es su Semana Santa”. Bien está. El Viernes Santo por la noche, la Procesión del Entierro demuestra que no hay partidos políticos confesionales ni aconfesionales, que no hay autoridades creyentes ni agnósticas, que lo único que cuenta es presidir la Procesión… y se preside. Como está mandado. Luego, lo que sienta en su fuero cada uno, es problema de cada uno. Con lo que cada cual se identifique, allá cada cual. Pero de lo que no cabe duda es de que, en todo el trayecto, las autoridades se sienten semanasanteras. Yo creo, incluso, que contagian de tal al mando de la Guardia Civil que, por ser forastero, no debe estar muy al tanto de cuestiones antropológicas. Las autoridades son la llave con que Tobarra cierra toda su voluntad de ser Procesión y solemnidad.
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LA HERMANDAD DEL CAÑAMÓN No hacía falta pagar cuotas ni apuntarse en ningún sitio ni ponerse túnica ni guardar un orden. La Hermandad del Cañamón era –esto es puro pasado; reciente, pero pasado- un grupo de tobarreños –diez, cincuenta- que “iba detrás del tó” de la Procesión. No sé si serían siempre los mismos o si alternarían. No puedo imaginarme los valores que animaban su postura. No se me ocurre pensar si se sentirían parte de un todo o algo aparte. Pero, desde luego, acompañaban a la Procesión sin solución de continuidad. Luego, físicamente, eran Procesión. En el siglo XXI ha desaparecido la Hermandad del Cañamón o ha quedado reducida a su mínima expresión. Cañamón. Simiente del cáñamo, o cannabis, planta anua, de la familia de las cannabáceas… Hoy, en Tobarra no se encuentra ni una sola mata de cáñamo. Las leyes prohíben su cultivo, porque es madre de la grifa, hachis, marihuana, etc. pero fue base de la economía de Tobarra hasta los años 60 del siglo XX. Se llamaba Hermandad del Cáñamón porque, durante la Procesión, sus componentes hablaban de eso: Del cáñamo, de la huerta… Una denominación espuria de la misma era “Hermandad de la Crilla”, lo que no deja de ser una variante demostrativa del ingenio tobarreño a la hora de poner en solfa motes, apodos y alias. La Hermandad del Cañamón es la demostración más palpitante de que en Tobarra es Semana Santa todo ser humano con capacidad de desplazarse, porque el “cañamonero” no era agarráor ni nazareno ni tamborilero. Ni siquiera espectador. Era, simplemente, como un procesionero sin uniforme que, en vez de hablar de filas o de Santos, hablaba de cañamones o de crillas. Se los engulló la Historia. Pero han sido parte de las Procesiones y yo les dedico mi manojo de oraciones y de pulsos.
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LOS PULICÍAS Son cuatro. Dos delante y dos detrás. En medio, toda la Procesión. Los pulicías son guardaespaldas apócrifos de las filas, vigilantes ful de los cetros, escoltas trápalas de los estandartes. Pero sólo tienen un enemigo, numeroso, eso sí, pero sólo uno: El tamborilero. Los cuatro pulicías –dos delante, dos detrás; en medio, la procesión- tienen como sacrosanta misión el evitar que los tamborileros toquen inmediatamente delante del estandarte de La Cruz de la Toalla e inmediatamente detrás del último nazareno de La Dolorosa que, en los últimos años, a falta de curas, de Banda de Música y de la Hermandad del Cañamón, cierran la Procesión. Todo eso el Jueves, claro. El resto de los días, delante, lo mismo, salvo el Domingo, por San Roque el Viejo. Detrás, quien corresponda. ¡Sape! El tamborilero puede empezar a ser un semanasantero vergonzante, como nos dé por exacerbar estas situaciones. Y es porque con sociedades cada vez más violentas, asuntos triviales como un redoble más, un Zapatata aquí, un palillazo allá, pueden producir situaciones y enfrentamientos menos gratos. El colmo de los colmos ha sido en el 2002 con la Guardia Civil cerrando filas. ¿Cuál es el miedo? ¿Cuál es el valor guardado? ¿Quién protege a quién? El pulicía, los cuatro pulicías, esa es otra, son procesioneros coyunturales, rémoras ocasionales, parásitos involuntarios por unas horas. Probablemente, ellos preferirían estar tocando el tambor, pero prevalece una extraña inercia ¿de siglos? que lleva a “proteger” la Procesión de los tamborileros, y hay cuatro pulicías –dos delante, dos detrás- que la protegen. Probablemente, las Procesiones se protegerían solas, que en Tobarra nunca ha pasado nada y cada cual sabe lo que tiene que hacer. Pero este es un Cuaderno de Procesioneros y existe “otra” Procesión, que empieza y termina en cuatro pulicías –dos delante, dos detrás- que tienen su puesto y su perorar entre estas letras. Ellos cierran ese otro modo de ser procesionero. Amén.
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SUBIDA Y BAJADA. SALIDA Y ENTRADA La Procesión sube; la Procesión baja. La Procesión sale; la Procesión entra. Así lo decimos en Tobarra. En el “salir” y en el “entrar” cabe bastante menos dialéctica y casi ninguna de la retórica que cabe en el “subir” y en “bajar”. Se sale de la Iglesia; se entra en la Iglesia. No hace falta decir en qué Iglesia, pues todos sabemos que es la de la Plaza. En puridad, deberíamos decir Iglesia de La Asunción, pues esa es su invocación, pero realmente, salvo el 15 de agosto –y poquico- no nos acordamos de ella. La Iglesia de la Plaza. ¿Qué Plaza? ¡Ah! pero ¿en Tobarra hay alguna otra Plaza? (Bueno, sí, la Plaza de los Toros, pero no es del caso). Por tanto, en el salir y en el entrar, poca filosofía. Pero en el subir y en el bajar, sí. Nadie sube o baja si no es en relación a una posibilidad de hacerlo a través de las curvas de nivel, de los grados topográficos, de las puñeteras cuestas. Y en Tobarra sabemos mucho más de cuestas de lo que nos imaginamos, pues nos son tan naturales, son tanto paisaje propio, tanta cotidianeidad, que no reparamos en ellas sino los poetas, que estrujamos y exprimimos la realidad hasta no caberle ni un solo adjetivo más. El Miércoles, La Cruz sube hasta las Pescaderías, pero el Jueves sube hasta el Cuartel Viejo y el Viernes y el Domingo, sube hasta El Calvario. A partir de ahí, desde donde he dicho de cada día, La Cruz baja. Si Tobarra hubiera sido llana, la Procesión habría sido bien diferente. Ya está dicho y repetido. Pero las Cuestas nos singularizan. Algún día de locuras y homenajes me gustaría subir al Paso Gordo hasta el Reloj. O verlo trepar por la Cuesta de la Perrería. ¿O es que no son parte de Tobarra? En el fondo, puesto que no supondrían heterodoxia (novedad, sí, es obvio) ya he empezado a soñar. Porque nadie me discutirá que cualquier palmo del suelo tobarreño merece ser milagro y Procesión. 366
ENCARNACIÓN Las Cuestas saben y esperan que otro año más se produzca su milagro. La Encarnación, más; porque durante La Bajada todos nuestros pasos navegan hacia un rumbo de himnos. La Encarnación es la Cuesta, toda la Cuesta, es el más difícil todavía de lo empinado. La Encarnación tiene mucho de récord mundial. (Se me acaba de ocurrir. ¿Por qué no –una vez medidos los grados topográficosintentar presentar La Bajada ante el Libro Guinness de los récords? ¡Sería un modo más de honrar a Tobarra y a la Semana Santa!). La Encarnación es Tobarra en escalada, el do de pecho de sus calles, el pueblo mirando por encima del hombro, la soberbia de La Vega, un derroche de líquenes virtuales. La Encarnación ha sido la última conquista semanasatera de los hachos. Hasta 1953, la Cuesta era bastante menos Semana Santa… si no creemos en la fuerza del eco. Que sí, que sí. Que La Cuesta de La Encarnación es una jovencita semanasantera, que sólo tiene algo más de 50 Bajadas, aunque la hayamos emancipado como con prisa. Y es que El Paso Gordo le ha prestado sus faldones marrón para vestirla de largo, para que la sociedad semanasantera le reconociera su palmito y su personalidad. La Cuesta de la Encarnación ha pasado de niña a mujer, pero no en la voz de Julio Iglesias, sino en los horquillazos de los bajáores. Cada uno de ellos ha sido como un evitar el acné, un punto y raya en el documento de su inventada y deseada mayoría de edad. La Cuesta de la Encarnación tiene que chocear a sus pretendientes una vez al año. Es el Jueves de Declaraciones imposibles. Es la tarde de rondas sincopadas. Es la hora en que cada horquilla se convierte en boca enamorada que besa los ángulos en los que Tobarra se dignifica y sobrecoge.
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CALVARIO Los agarráores versificamos el aire y, si es en cuesta, rimamos en la más difícil consonante. Eso es lo que pasa en El Calvario. La Cuesta del Calvario, breve, dulce, liviana, pedregosa siempre, elíptica, soporta toda una imposible leyenda procesionera. Es, sin duda, la gran dama de todos los itinerarios semanasanteros. No es por su dificultad –que no la tiene- ni por su longitud –apenas es un suspiro- sino por toda una trayectoria temporal que se esconde y se pierde, más allá de la memoria y lo intuído. Pero es una dama poco conocida y apenas codiciada. La Cuesta del Calvario tiene tres tempos absolutamente dispares en el horario, en la ocasión y en capricho. El Viernes Mañanero es runrún, agobio, pasos sin medir, horquillazos en desatino, himnos sobrantes, Santos a codazos, andas al allez-up! y a la carrera. La cima, la replaceta, es como una venganza en paz de la Cuesta, como las veras de unas bromas en subida, que no han terminado de concretarse. El Viernes de Obscuridades, con toda la noche en las Estaciones, la Cuesta del Calvario es sigilo, duda, tendencia. Sorprendentemente, en el final del siglo XX, La Cruz, La Verónica, La Magdalena y San Juan han renunciado a ella, y se repantigan abajo, en los bancos, mientras El Sepulcro y La Soledad echan un mano a mano de subidas diminutas. Como, desgraciadamente, los tambores han renunciado a subir, sin que nadie lo haya prohibido. Queda el Domingo de Redenciones. La Cuesta sabe que ya no es protagonista, porque los pesos pesados –Paso Gordo, Agonía- se durmieron el Viernes al mediodía y echarse el resto al ¡Arriba de un tirón! no tiene más misterio ni dificultad. Que conste que estoy reivindicando aquí un lugar de mérito y encono para la Cuesta del Calvario. Es tanta la Cima, que pasa desapercibida la Cuesta. Y tal vez no sea justo ni lógico. Pero en cualquier caso, lo que no es, porque nos hemos empeñado en que no sea, es, siquiera sea una miajica, gloriosa y legendaria.
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TARANTA La Procesión se abre por primera vez al amplio eco de fachadas en la Placeta del Coronel. Desde la Plaza hasta allí, todo ha sido llanitud en concordancia, estrechez de miras en los frontispicios, la Calle Mayor blasonada, la Tobarra de los cristianos viejos, que no dieron amplitud a lo ruano. La Placeta del Coronel es un buen momento para respirar, para dejar el anda en los bancos y recrearse en que es Jueves de Horquillas, en que Tobarra es todo el gozo, la plenitud, la mujer recién parida, la huerta recién regada, la prenda recién tejida. Nunca cada Tobarra es más Tobarra que el Jueves Santo por la noche. Y es que el Viernes ya tiene otros –lógicos- Protagonismos. Protagonismos con mayúsculas. Nadie lo diría, pero la Cuesta de Taranta es una Cuesta en la que hay que remangarse las enaguas, que dura hasta El Parador y si el andero no anda listo, puede escagarruciarse alguna horquilla. Cuenta la leyenda –vivida, dicha y escrita- que a los agarráores que sacaron por primera vez El Paso Gordo la noche del Miércoles Santo del 1946 (no hay error en el día) se les atragantó la Cuesta de Taranta y tuvión que dejal.lo “en las farmacias” y esperar a que bajara La Olivera para volver a la Plaza. La Cuesta de Taranta -¡quién lo diría!- es el primer lamento de las cabecerillas, el primer ¡esto va mal! de los quejicas, el primer apretón del resuello para los más valientes. Luego, cuando la Procesión baja, la Cuesta de Taranta pasa desapercibida. La noche del Jueves de Vueltas es así: Y es porque la prisa, la impaciencia, el sueño, la eterna falta de espectadores al bajar, y una égloga de agarráores y dulzuras, hacen que los hombres sean ya cunas definitivas, nanas improvisadas, eclosión del descanso presentido.
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SAN ROQUE Quien sube entre los palos la Cuesta de Taranta y después la Cuesta de San Roque, al llegar a Las Columnas es compasión y sacrificio. La Cuesta de San Roque –imperceptible también- es más larga, bastante más larga que la de Taranta, pues va desde las Pescaderías hasta –casi- la esquina de Las Columnas. Y en ella, la Procesión empieza a pesar, los hombros a doler, las piernas a quejarse. Cuenta además con la desventaja añadida de la estrechez de la calle y una pésima iluminación. Ahí está, probablemente, el itinerario más angosto de la noche del Jueves. Tanto, que es casi imposible que quepa el anda y los nazarenos al mismo tiempo. Así que, o filas o andas, por lo que los nazarenos han de andar ojo avizor y salir hincando, si ven acercarse el Santo. Porque estrechez, estrechez, el Portachuelo en la rinconá del Espatarrao y después al llegar al callejón del Aire. Como estrechez es, también, el principio de Las Columnas, inmediatamente después de haber tomado la falsa curva –es un puro ángulo recto- al haber dejado la Calle de San Roque y la Calle de Las Peñas. La Cuesta de San Roque, en la Gran Procesión, es como una “etapa reina” en la que hay que echar el resto, pues a partir de ahí, todo es llano o cuesta abajo. Tiene una ventaja, eso sí, y es que puedes subirla con los ojos cerraos, lo que siempre es más relajado y reconfortante. Realmente, da lo mismo que lleves los ojos cerraos o abiertos, porque no se ve un pijo. Nunca ha estado bien iluminada esa calle (será porque es la entrada al Barrio de los Judios y ya se sabe lo roñosos que estos son). Y la gente. En la Cuesta de San Roque hay más espectadores de los que caben. Se agolpan en las aceras los que bajan de Don Alonso, Parador, Rabal, Perrería… Y en la misma Placeta de San Roque los que vienen del Paseo, Calle Mayor… La Cuesta de San Roque es la prueba de fuego de las horquillas. Quien sale indemne, entra en un coser y cantar en el que los hombros empiezan a recrearse en la suerte.
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PASEO El Paseo en cuesta arriba –Viernes noche y Domingo mañana-. El Paseo en cuesta abajo –Jueves, Viernes mañana y noche y Domingo-. Quien –al volver- tiene la suerte de entrar en los palos en el Cuartel Viejo y llevar el Santo, por ejemplo, hasta los Caños… Si es Viernes y hace sol… si es Domingo bien luminoso… Haber cumplido la misión de la Bendición, o el cometido del Encuentro… Bajar, volver, sentirte bien contigo mismo y con Tobarra… El Paseo en cuesta abajo y de día es todo un Paraíso procesionero en el que las horquillas cantan, los pies recitan, los hombros se encocoran. El agarráor se siente distinto. La propia anchura de El Paseo, la distancia hasta las aceras, los espectadores jaleando –sí, jaleando; por la mañana azuzan- el calor cogido en El Calvario… Todo eso significa un puro enardecerse las Hermandades… y los Santos. Parece mentira, sí, pero las andas se automotivan en determinados lugares. Los agarráores dejan de compadecerse al pasar por ciertos sitios. El Paseo es uno de ellos. En cambio, los nazarenos suelen cantar la gallina en El Paseo. La anchura provoca la dispersión, la pérdida de la simetría, la caída de la disciplina. ¡Pobre Paseo! El Paseo es, sin duda, la calle más ancha de Tobarra. Y, para los que hemos nacido en él, la más hermosa. El Paseo es una Calle con carisma. Si se piensa bien, el Paseo es una calle/macho, con todo lo que ello comporta. Se puede contraponer a la misma Calle Mayor o a la Avenida, que son Calles/hembra. Y ahí, en ese cruce mañanero, Paseo/Avenida/Caños, el Viernes al volver, el Domingo al bajar, hasta los Santos se sienten distintos. Lo notas, lo vives, lo palpas. El Paseo en cuesta abajo es el reino de los agarráores bravos. Las horquillas suenan más. Los caramelos tienen otro sabor. Las nazarenas están más guapas. No hay duda: Tobarra se siente distinta en El Paseo. Y si encima es Viernes Santo por la mañana y vuelve la Procesión…
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ENTRA LA PROCESIÓN He dicho o insinuado aquí que en el salir y en el entrar la Procesión cabía poca paráfrasis y menos perífrasis. ¡Pero poesía, sí! No sé por qué se me ha ocurrido mezclar salida con subida y entrada con bajada. No me explico que mecanismo subconsciente se me ha enredado entre los temas. ¿Por qué he paralelizado la Cuesta de San Roque con la Entrada en la Plaza? Estoy cayendo en un frivolizar los conceptos, puesto que no he tenido en cuenta, tanto como lo tengo ahora, que no es lo mismo “entrar en la Plaza” el Viernes por la mañana que “entrar en La Iglesia” el Jueves por la noche. Pero, sí. Voy a terminar este capítulo de Cuestas, con “la entrada en la Plaza”, que tiene tanta singularidad, que es otra Procesión dentro de la Procesión. Probablemente, no había caído en la cuenta hasta que salí con las agarráoras de La Magdalena, en plena década de los 90. Para mí, hasta entonces, entrar en La Plaza, había sido sinónimo de descansar, pero de un cansancio exclusivo por feliz, claro; era culminar gratamente una atacacina de palo; era el regodeo de la misión procesionera cumplida. Pero las agarráoras se refocilaron en la plenitud de una solemnidad desconocida, o casi, para mí. La entrada en La Plaza era la última y la mejor ocasión para el lucimiento. ¡Nunca me lo hubiera imaginado! Entrar de día, claro. El Viernes y el Domingo. La Burrica cuenta menos. El Miércoles, el Jueves y el Viernes, con la noche entre los lirios, la entrada en La Plaza no encierra simbolismo alguno. Pero el gozo de la entrada en La Plaza está en su poesía. La poesía del sol, por ejemplo. La poesía de la obra satisfactoriamente hecha. La poesía del “apurar del cáliz, hasta las heces”. El agarráor, cuando entra en La Plaza se imagina a toda Tobarra allí. Y no es verdad. De ahí su poesía. En La Plaza hay muchos tambores, que nunca miran la Procesión. Y entre la dimensión de la fachada del Ayuntamiento y la extensión del frontis de las casas que le siguen –amplias de siempre- no se puede decir que el cúmulo de espectadores se produzca allí. Pero da lo mismo, porque el gozo está en la imaginación. Basta con saber que están ahí los espectadores que se sientan, casi acurrucados, en una parte del poyo que circunda el jardín. O con la propina de los que se agolpan en la puerta del Vaticano.
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La entrada en La Plaza es, por otra parte, el único momento en que los nazarenos ven pasar a su Santo pues, normalmente, le cubren la carrera, le protegen el camino (le salvan el camino, mejor) cogidos de la mano o haciendo una hilera con los cetros agarrados por las puntas a modo de vallado y exclusivo. Y ahí sí que se produce el más hermoso conchabeo entre las horquillas y los cetros, entre los pies y los hombros, entre los esfuerzos y las sonrisas. Ahí, donde terminan los jardines de la Plaza, en el mismo Callejón del Horno, la Hermandad se siente más Hermandad que nunca, precisamente en torno a su Santo al que han dado guardia –blanca e inócua- para que se recrease en la entrada. Hay alguna Hermandad que tiene el gusto y el capricho de aplaudir la entrada de su Santo, no sé si como enhorabuena a los agarráores o como fraternal orgullo. Ahí, donde se ensancha la Plaza, al terminar los jardines, cada Hermandad se convierte en secta enamorada antes de su punto y final, antes de entonar su misión procesionera cumplida. El agarráror, cuando llega a Los Arcos, echa el resto. Se le produce un cansancio añadido o esa es la imagen que quiere aparentar. Porque, además, el sol – normalmente, el sol es buen cliente del Viernes Santo- hace guardia en la hoya/olla de los Cerros y emperegila de rojo las frentes y los pómulos. Durante muchos, muchos años, fui punta del palo de La Guapa para entrar en La Plaza el Viernes y el Domingo. Pero no tuvo la menor importancia, no me supuso el vivir un momento especial. Ha tenido que ser la mujer, las agarráoras, los sujetos antonomásticos de vanidad y estética, quienes me han descubierto esa Procesión dentro de la Procesión. Ahora, sí. La vivo y la viviré especialmente el resto de mis soles clientelizados. Procesión. Procesión. Con el latir de los años, uno sabe que, algún día, ya sólo será Procesión, procesionero, nazareno puro. Y mirará atrás con gratitud y orgullo por los tantos años en que la vida le ha permitido ser hombro y horquilla para entrar en la Plaza absolutamente desanchao.
P.S. El Viernes Santo 2004 al dejar El Paso Gordo en los bancos, Pepe Garrido nos dijo (veníamos dentro... ¡desde El Calvario!): - “¡Así se entra un Santo en la Plaza!”. Es imposible sentir más orgullo procesionero que en ese momento. Lo recordaré... aunque viva cien años más.
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A quienes –desconocidos- dieron la Bendición antes de 1900. A Fernández, a los Fernández, artífices de la Bendición en casi la primera mitad del siglo XX. A Martínez, a todos los Martínez ligados a la misma, en más de la segunda mitad. Desde Martínez Navarro ayer, pasando por Martínez García, Martínez Ruiz, Martínez Ortiz, hasta Martínez Zoroa y Martínez López mañana, incluyendo todos los colaterales.
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PRÓLOGO DE FRANCIS MARTÍNEZ ORTÍZ Para dejarlo claro desde el principio: este trabajo me viene grande. Sin falsa modestia, porque en otras facetas de la vida me considero suficientemente competente. Me viene grande, porque resulta contra natura que un no-escritor prologue la obra de un buen escritor. Lo único que puedo conseguir es empequeñecer tu trabajo: pero bueno, tú lo has querido. Mintiendo un poco, pero con credibilidad, he de confesar que espero que la redacción de este prólogo no me ocupe mucho tiempo (a pesar del ya transcurrido desde el encargo) pero sí he dedicado bastante a la lectura de los diferentes Cuadernos. En ellos he encontrado pasajes optimistas y otros más pesimistas, progresistas y conservadores. No puede ser de otro modo dada su extensión y alcance. Presentas en estos Cuadernos una obra ingente, variopinta, muy trabajada y dignísima, en la que nos descubres, redescubres, interpretas, por supuesto, como tú mismo dices, subjetivizas y clarificas nuestra Semana Santa, unida a Tobarra de forma indisoluble, fundiendo en un todo coherente costumbres, historia, antropología y alguna cosa suelta de religión, convirtiendo en cultura lo que durante décadas ha sido menospreciado (o, simplemente, olvidado, porque ha parecido ser obvio) por los intelectuales y pensadores locales y foráneos. Este párrafo debe comenzarse con la necesaria aclaración de que, al escribirlo, no me ciega la pasión amorosa, la consanguinidad o los intereses crematísticos, pero sería ilegítimo no llamar a las cosas por su nombre.Así pues, hemos de reconocer que eres un personaje irrepetible en el contexto de la Tobarra contemporánea, y lo eres porque es sumamente infrecuente que una persona de tu talla intelectual haya dedicado tantos esfuerzos a su pueblo: has escrito, has investigado, has promovido, has opinado y has creado opinión, siempre con valentía, sobre temas tobarreños. Creo que lo único que te ha faltado es un ambiente más rico, en el que el intercambio y contraste de opiniones con otras personas hubiera tenido, sin duda, un efecto sinergético. No quiero extenderme en estas líneas más allá de los límites medianamente razonables, por lo que dejaré fuera de este prólogo aspectos fundamentales de tu trayectoria e importantísimos para nuestra propia identidad, como son tus investigaciones históricas (aunque, cómo no mencionar, al menos, tus hipótesis sobre el origen del tambor en nuestro pueblo) pero sí quiero hablar de algunas de tus opiniones que, en su momento, quizás por mi carácter impresionable, produjeron en mi inmaduro cerebro un fuerte impacto y un sentimiento de cuasicomunión. Me refiero, claro está, a tu consideración de la Semana Santa de Tobarra como un hecho extrarreligioso. Yo creo que la primera vez que se escribió y se dijo en público tal cosa fue en el Cine Avenida, el 1 de abril de 1980 (Martes Santo, creo) en el primer Pregón de nuestra Semana Santa, al que yo, entonces inexperto presidente de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús, llegué tarde, porque había estado con Francis (Martínez Molina) –hoy, como tantos otros, ausente– arreglando la instalación eléctrica del Anda. Creo 5
que ese Pregón, 23 años después, no ha perdido vigencia, y que debería editarse y darse a conocer a las generaciones más jóvenes que en su momento no pudieron conocerlo. Escribir sobre la Bendición es complicado y del momento físico hay poco que decir: en medio del silencio solemnizado por los acordes de Mektub, una imagen de Nuestro Padre Jesús repite por cuatro veces el movimiento de su Mano derecha marcando el signo de la cruz. Por ello, para comprenderlo y contextualizarlo hay que ir algo más allá, como tú haces en estos Cuadernos. Hay que hablar del antes, del después y del por qué de las cosas. En primer lugar, haces referencia al resto de poblaciones en las que tienen lugar manifestaciones similares, después hablas del Cerro, del gentío, del Silencio, del Sermón, del Brazo, del balamío, de la Bendición en la Plaza, de la Bendición vista desde donde no la ve nadie y de las tres cruces del Calvario. De momento, ni siquiera tu has podido arrojar luz sobre el origen de la Bendición. Puede haber sido la pescadilla que se muerde la cola: ya que hacemos una procesión larga de ida y vuelta al Calvario, hagamos algo allí para justificar el necesario descanso y la propia presencia de la comitiva en el cerro. ¿Qué, por ejemplo? Una oración, un sermón... y aprovechando la orografía del terreno, movamos la mano de una imagen para que el movimiento sea visto desde las faldas del cerro y llegue donde no llega la palabra. Pero, claro como ese acto pudo despertar la curiosidad (o la devoción) popular, cada vez iba yendo más gente, con lo que fue adquiriendo mayor solemnidad, y con la solemnidad fue atraída más gente... En fin, de lo que no cabe duda es de lo que es hoy: el símbolo y la comunión de todo un pueblo y un momento al que, además, acuden gentes de otros lugares. Para la gran mayoría de nosotros es un momento de reflexión y de recuerdo de los ausentes (de los momentáneamente ausentes y de los definitivamente ausentes), de interiorización de nuestras frustraciones pero, a la vez, de exaltación de ese elemento que nos diferencia de otros y que nos confiere una personalidad que no nos ha dado la Historia, el Arte, la Cultura o la prosperidad. Sin embargo, es innegable que otros acuden por motivos exclusivamente religiosos (muchos vienen de lejos y se van inmediatamente después de terminar, sin tomar cervezas ni hacer turismo) y algunos por puro folclore o simple curiosidad. Yo no creo que haya que pensar en modificar mucho la Bendición (ya se sabe: “si funciona, no lo arregles”) excepto, como tu tan acertadamente señalas, la Bendición de la Plaza, en particular, en lo referente a lo inapropiado de la hora a la que tiene lugar o, desde un punto de vista puramente técnico, la posiblemente exagerada lentitud con que tienen lugar los movimientos del Brazo (por alguna razón, yo prefiero decir de la Mano). Sin embargo, creo que es correcto que el Sermón lo pronuncie un cura. No quiero definirme desde el punto de vista religioso, para no ofender a nadie, pero esta afirmación no la hago movido por instrucciones recibidas en el confesionario. Es cierto que ha habido sermones que han resultado auténticos ladrillos soporíferos y otros que han resultado profundamente desafortunados. Sin embargo, creo que el Sermón de la Bendición, es un momento idóneo para poner sobre la mesa, con el mayor tacto e 6
inteligencia posibles, las situaciones que en cada momento se viven, dando la ración justa de nostalgia y de emoción bien medida. Cuando ese tacto e inteligencia se han utilizado, los Sermones han resultado el reflejo de cada época y momento social, creo que en los años 60-70 (los primeros que yo recuerdo) había que hablar de los tobarreños como emigrantes pero, ahora, es más adecuado hablar de los emigrantes que hay en Tobarra, por ejemplo. Supongo que la invitación a escribir estas líneas procede del hecho de haber sido el más joven de aquella reunión “en la que cuatro hombres acabaron llorando arrodillados con sus pies formando los vértices de un cuadrado”. De lo que acontece en los momentos que conducen a llorar de rodillas he preferido siempre hablar lo menos posible. Pero mi situación actual es muy diferente de la que era hace veinte años. Para empezar, ya no soy el más joven del grupo; soy casi el más viejo y mi grado de responsabilidad es mucho menor. Ahora, afortunadamente, soy completamente prescindible. Sin embargo, me enorgullezco de ser ya muy veterano en estas lides (desde 1975, con las únicas interrupciones que me he concedido para homenajear a los compañeros que han faltado, involuntaria y dramáticamente, a la cita anual), y de haber visto lo que no ha visto nadie (por ejemplo, túnicas de dos Hermandades diferentes a la mía debajo del Anda en la mañana de Viernes Santo, en el Calvario) y de haber hecho lo que no ha hecho casi nadie. Pero, creo, no obstante, no haber perdido de vista el carácter meramente accidental y fortuito de mi papel. Enhorabuena, y sigue trabajando con las mismas ganas.
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NO SOMOS LOS ÚNICOS Gracias a Dios. Ni en el tambor… ni en la Bendición. Después de haber viajado por casi todo el mundo, he llegado a la conclusión de que no son buenas ciertas exclusividades sociales. Creo que el tiempo me va dando la razón a través del orgullo colectivo de las Jornadas Nacionales de Exaltación del Tambor y del Bombo. Los veintitantos pueblos tamborileros nos sentimos uno. Los pueblos “bendicioneros” son otra cosa. No se conocen entre sí. Tal vez sea yo el único testigo que ha estado en todos ellos y que ha visto a todos los N.P.J.N. que dan la Bendición. Por mi parte –además– llevo muchos años investigándolos en los libros… o in situ. En esta ocasión voy a centrarme en la Bendición que se da en Semana Santa por el Brazo Articulado de Nuestro Padre Jesús Nazareno. Sólo en Semana Santa y sólo como Bendición. Por eso excluyo amorosamente a Nuestro Padre Jesús “El Rico” de Málaga, que mediante un movimiento de su Brazo, indulta a un preso común. También excluyo, no menos amorosamente, a Nuestro Padre Jesús de Motril (Granada) que el 11 de enero (¡vaya fecha más tobarreña!) bendice al pueblo en conmemoración de una catástrofe producida muchos años atrás. En Arriate (Málaga) muy cerquita de Ronda (en donde hice la Milicia Universitaria) hay un hermosísimo Nuestro Padre Jesús Nazareno que dio la Bendición “hasta un poco antes de la Guerra”. La daba “donde se la pedían”, tal y como ocurre ahora en Archena (lo veremos después). ¿Que por qué dejó de darla? -
“Cosas de los pueblos”.
¡Y no se me dieron más explicaciones! Este Nuestro Padre Jesús Nazareno tiene una figura bastante encorvada, serena, en un escorzo común a todos los Nuestros Padres Jesús Nazareno. Quizás esta talla, sobre todo su cara, sea la más importante de entre las que conozco. En la Guerra lo decapitaron, pero pudieron salvar la cabeza y las manos.
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La manera técnica de dar la Bendición en Arriate era tan rudimentaria como lo era la tobarreña hasta el invento de Pepe Leocadio, perfeccionado por mi Jesusico: Se movía el brazo, estirando con cuerdas. Por supuesto, el pueblo “veía” a quien daba la Bendición. Imágenes articuladas semanasanteras hay bastantes. Tengo localizadas las de Ocaña (Toledo), las de Baeza (Jaén), etc. Descendimientos de la Cruz tengo documentadísimo el de Pruna (Sevilla) y conozco –como es natural- el de Manises (Valencia) pueblo de Anamaría y en el que estoy empadronado. Aquí, el Viernes por la tarde celebran un solemnísimo Davallament (Descendimiento, en valenciano) y colocan a Cristo Crucificado y Muerto en una Urna, tras desarticularlo. (También hay un Descendimiento en Benetusser [Valencia]), y en bastantes otros pueblos, por lo que es imposible concretarlos (Intenté “cerrar” el asunto pero, ante la abundancia de noticias, lo dejé). Como se puede leer, he trabajado profundamente en el tema, porque esta información es consecuencia de muchas cartas, muchos palos de ciego y muchos kilómetros. Por eso he dicho alguna vez que me resultaría más fácil escribir una tesina sobre Imágenes Articuladas que contar la Historia de la Bendición Tobarreña. Bendición, Bendición, como la nuestra, que yo sepa, sólo en Arcos de la Frontera (Cádiz), en Baena (Córdoba) tierra de nuestros hermanos tamborileros coliblancos, colinegros y beregenos y en Baeza (Jaén) cabeza de partido de Ibros, patria de mis tatarabuelos, Francisco Hurtado Tirada y Trinidad González Martínez. Conozco los tres Nuestro Padre Jesús. Incluso en Baeza, nos dieron privadamente la Bendición (en agosto, a principio de los 80). Por cierto, me sorprende que Baena (Córdoba) y nosotros, no hayamos compartido oficialmente el tema “bendicionero”. (O, al menos, si se ha compartido, yo lo desconozco). Eso sí, Calvario, sólo en Tobarra. Esa ventaja añadida hemos de agradecérsela a la orografía… y a los hijaranos que ¿crearon? el Calvario tobarreño, después de 1266, a imagen y semajanza del hijarano.
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UN CASO MUY ESPECIAL: ARCHENA (MURCIA) Tan cerca y tan lejos. Hace muy pocos años descubrí una Bendición en Archena (Murcia): La de su Cristo Feo. Y así lo conté en la Revista de la Semana Santa de Archena de 1998, aunque lo escribí “Mientras se acababa 1996”. Decía: “Después de tantos años, tantos sitios, tantos viajes, tantas cartas, tantos libros, tantos coloquios, tanta investigación semanasantera, confieso dulcemente que nunca había sentido parigual sensación de ternura y amor como ante la presencia y el nombre de este Cristo Feo de Archena. ¡Dios, Cristo, es un Cristo y tan Feo! Y es porque realmente el antropomorfismo cristiano nos había regalado serenidad en Velázquez, exotismo en Dalí, patetismo en El Cachorro, dolor en Limpias, agonía en cualquier rincón vallisoletano, serenidad y muerte en El Pardo… Pero fealdad, nunca. Oh, Dios, Cristo, Pimpollo, Camino, Pastor, Monte, Cordero, Príncipe de la Paz, Faces de Dios ..... y ahora Feo. En Archena, Feo. Es duro aceptarlo y asimilarlo. Como fué duro comprobarlo. Sobre todo, porque sólo se me había dicho: -
"En Archena hay un Cristo que dá la Bendición".
= "¿En qué Iglesia está? ¿A qué hora puedo verlo?".
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"Bueno, es que no está en ninguna Iglesia. ¡Está en un almacén de bebidas!".
Y a investigarlo fuí. Como tantas veces en otros temas de Semana Santa. Sentí -al mismo tiempo y en un solo golpe de dedos, cálidos y suaves- la mano de Nuestro Padre Jesús El Rico de Málaga, del de Baeza, del de Baena, del de Arcos de la Frontera... de todos los Nuestro Padre Jesús Nazareno que dan la Bendición, vistos in situ, estado allí, comprobados y amados por mí, a través del mío, del tobarreño, del que sube al Calvario de Tobarra el Viernes de Emoción por la mañana y bendice primero a los Muertos, luego al Reloj, después a la Vega y, finalmente, a los Tambores. 11
Los cuatro puntos cardinales tobarreños: Los Muertos, el Reloj, la Vega y los Tambores. Amén, Jesús: El Guapo, el Risqueño, el Tobarreño, el Calvariero. Esto en Tobarra, Castilla-La Mancha. En Archena, Comunidad Autónoma de Murcia, Estado Español, junto al Río Segura, el Cristo Feo que dá la Bendición, está en donde termina el Valle de Ricote, en la Carretera de Villanueva, kmtro. 1, 30.600 Archena, Almacén de Bebidas José Brando Asensio, Tlf.: (968) 67.11.99. Tlf. particular: 67.02.14. ¿Así son las cosas de esta Iglesia...? Como brotes de olivo, en torno a tu mesa ...... ¡Señor! ....... Así son los hijos de tu Iglesia. El que teme al Señor, será feliz, feliz el que sigue su ruta ..... En 1984, diez amigos archeneros, quisieron llenar un hueco Bíblico-Pasional en la Semana Santa Archenera aportando una imagen de Cristo Todopoderoso que, como sacado de un calco del Jesús del Gran Poder de Málaga, ofreciese un remedo perfecto del que iba a morir en la Cruz. Antes, viajaron. Vieron. Estudiaron. Decidieron. Fué malagueño, pero pudo haber sido zamorano o sevillano o tobarreño. Diez archeneros quisieron hacer algo nuevo, a mayor gloria de la Semana Santa archenera. Encargaron a Carrillo, el escultor ciezano, un Cristo del Gran Poder. Era 1.987. Pero antes de terminarlo, el escultor murió. Su hija Carmen Carrillo, que lo continúa, entrega a Archena un Cristo posado en el suelo sobre su Rodilla Derecha y genuflexo en su Rodilla Izquierda, camino del Calvario, con la Cruz sobre el Hombro Izquierdo y la Mano Derecha extendida y abierta hacia delante. Es el Cristo Feo que, mediante un mecanismo electrónico, dá la Bendición en Archena, el Viernes de Ilusión por la mañana.
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Tiene una Faz longuilínea, muy barbada, boquiabierta, narizona, de asustados y separados ojos. Su largo pelo, basto y denso, caído y tallado, está coronado de espinas. Su aspecto, Sangrante, pomuloso, de enjuto rostro, de alargadas facciones... Es Feo. Es Feo con avaricia. Dicho en tobarreño, es tan Feo que "se atira". ¡Chácho, qué Feo! Pero me ganó desde el primer momento. Me enamoró. Me cautivó. Me emocionó. Pero si bien lo pienso, ¿El Cristo es Feo...? No, no lo es. No puede serlo. El Cristo de Archena, el Cristo que dá la Bendición en Archena, es definitivamente, el Cristo Diferente. ¿Por qué permitirlo, Dios, por qué dejar que el pueblo sabio, un sabio pueblo, moteje, apocope, diagnostique, califique de Feo a Cristo? ¿Por qué dejar, oh Dios, que la imaginación de tu gente vuele hasta lo prosaico, a lo banal, a lo secundario, a lo físico y defina a Cristo como Feo? Cristo no es Feo, no puede ser feo, porque, ontologicamente, es imposible que lo sea. Digamos que el Cristo es tierno, dulce, amoroso, cálido, embaucador. Enhechiza, subyuga, conquista… Se me encoje el alma en pura intrinsiqueza. Nunca como hoy, ahora, aquí, me he visto tan en misión de apologar bellezas crísticas, de encimar beldades nazarenas. ¡Cristo no es Feo nunca. No lo es. Ni siquiera en Archena, tampoco el de Archena! Ars plena. Ars cheia. Archena. Archena... la de Don Rodrigo López de Mendoza... la de la Orden de San Juan o del Hospital... Se funda la Cofradía del Cristo del Gran Poder el 15 de Mayo de 1988. Se aprueban sus Estatutos el 13 de Febrero de 1989. Por tanto, nihil obstat. Oficialmente.
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¿Nihil obstat? ¿Némine discrepans? El Viernes Santo de 1988, el 1º de Abril de 1988 se dá la primera Bendición en las Calles de Archena. El Cristo Feo dá la Bendición. Para los diez amigos archeneros que quisieron hacer algo diferente a mayor gloria de la Semana Santa de Archena, la Bendición del Cristo Feo fué un acto puramente religioso, solamente religioso, enteramente religioso. ¡Ya! ¿Así de fácil? ¿Y la ortodoxia de la Iglesia Católica? ¿Y el protagonismo del Cabildo Superior de Cofradías Archeneras? ¿Un Cristo articulado y, para más inri, un Cristo Feo, les iba a hacer sombra a ambos, les iba a tapar su preponderancia? ¡Ni hablar! La Iglesia, el stablishment, les pone la proa: El Cristo Feo no cabe en la Iglesia. Y no se guarda "todo el año" en la Iglesia. El Cabildo Superior de Cofradías dice: ¡Anatema! y les multa "por mover la mano". El Cristo Feo de Archena empezó dando la Bendición donde la gente lo pedía, lo reclamaba: Aquí un enfermo, allá un viejecico, acullá el gentío... En Archena han vivido, estan viviendo, vivieron recientemente, el mismo factum eclesial que en Tobarra hace 45 años. Entonces, un cura filipense quiso eliminar la Bendición de Tobarra. Hoy, en Archena, el Clero regular (y detrás o delante, quien sabe, el Cabildo Superior de Cofradías) quiere impedir que la Bendición, las Bendiciones del Cristo Feo, tomen protagonismo. En el Viernes Santo del 96 dió la Bendición por tres veces. Pero sin mover el trono y sin haber tocado Silencio. Y, en cualquier caso, se había tenido que solicitar previamente por escrito. Y si ha habido cuatro solicitudes, una quedará para el año siguiente. Y ha habido años en que se ponía un cura al lado del trono para mandar, para mangonear, para evitar, para imponer el qué, el cómo y el cuando. Hoy, la Cofradía Archenera del Cristo del Gran Poder, tiene diez vocales y en Octubre de 1996, contaba con 64 Cofrades. No hay Presidente, porque no lo necesitan. Pagan una cuota de 1.000 ptas. al mes, pero no todos los Cofrades lo hacen. Por supuesto, quieren ampliar el número.
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Es duro aceptar la postura de los curas archeneros y del Cabildo Superior de Cofadrías. Es duro para un semanasantero integral como yo, autenticamente convencido de que algunas Semanas Santas son el alma de los pueblos, eso que los alemanes llaman Volksgeist. Por lo menos, desde un punto de vista muy general. Las Semanas Santas ceremoniales (Bendición, Encuentro, etc.) e incluso las procesionarias (que no las litúrgicas ni las penitenciales) estan sociologicamente por encima de cualquier institución, sea un Cabildo de Cofradías o sea la mismísima Santa Madre Iglesia Católica. ¿Dónde estan en ellas los dogmas? Y esto no es herejía, es pura observación sociólogica. ¿Cuántos nazarenos, cuántos "agarraores" o anderos, van a Misa los domingos o cumplen los Mandamientos de la Iglesia? ¿Cuántos? ¿Un 10 %? ¡Contadlos! En Tobarra durante muchos años no han salido curas en casi ninguna de las Procesiones de Semana Santa. Y en Archena, es que no me lo explico, con un río tan cercano... Claro que para un tobarreño es más fácil decirlo, dado que el protagonista semanasantero por antonomasia es el tambor y ahí entra de lleno la antropología. En el tambor semanasantero no hay dogma ni religiosidad alguna. Nada. Es el hombre y la ocasión. Sólo eso. Yo he conocido al Cristo Diferente de Archena en el otoño del 96. He visitado el rincón de un despacho donde espera la llegada de la mañana de cada Viernes de Osadías. He mirado y remirado al Cristo. He besado sus manos, su Mano, la Derecha, la que dá la Bendición. He tactado suavemente su túnica y su Rostro. Me he fotografiado con él. Y me he emocionado y compungido. En toda mi alma nazarena. A través de este escrito pido humildemente ser admitido como Cofrade de la Cofradía Archenera del Cristo del Gran Poder. Es, precisamente, un Cristo Caído, no es un clásico Nuestro Padre Jesús Nazareno con la Cruz a Cuestas. Nunca veré dar la Bendición al Cristo Feo de Archena en la mañana del Viernes de Archenidades. Ni veré nunca otra Semana Santa que no sea la de Tobarra. Mientras pueda. Pero todo ello no quita para que en mi ateo corazón no quepa un altar muy especial para el Cristo Feo, el Cristo Diferente de Archena. Y en él, yo ponga, cada Viernes de Corazones, desde el Calvario de Tobarra, el nexo de un tám, tám espiritual, en el que la poesía y el milagro unan dos Bendiciones: La Archenera y la Tobarreña.
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Cristo echó a los mercaderes del Templo. La Historia echará de la memoria a los curas intransigentes y a los Cabildos vanidosos. Y dentro de 1.000 años, el Cristo Feo de Archena será Bendición y Normalidad, Tradición y Protagonismo. Y ello, por obra y gracia de 10 buenos hijos de Archena, que todo lo hacen a mayor gloria de su pueblo y de su Semana Santa.
Con este artículo, lo que yo quería demostrar a Archena es que la Semana Santa es cosa de semanasanteros, no de curas ni de instituciones para-eclesiales. Pero no es fácil. Y así, El Cristo bendicionero de Archena languidece… en su corta vida. A efectos tobarreños, la importancia del artículo archenero radica en que intento demostrar la sencillísima manera en que nace una tradición: Basta que se empeñen unos pocos… y lo acepten todos los demás. Tobarra, la Semana Santa de Tobarra visitó al Cristo Feo de Archena. Y así lo conté en la Revista de nuestra Semana Santa del año 1998.
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CERRO Para La Bendición se inventó El Calvario. ¿O fue al revés? ¿Se inventó La Bendición para El Calvario? Da lo mismo. Si yo tuviese que explicar un ejemplo de complementariedad, diría: Calvario y Bendición. Lo diría el mismo Machado en Los Complementarios: Riman la sed con el agua, el fuelle con la candela, ---------la jarra con la moneda. Y se lo pido prestado a Don Antonio, para parafrasearlo en tobarreño: Riman la sed con el agua, la bruja con el rosario ---------y Bendición con Calvario. Antonio Machado vivió en Baeza en donde se da La Bendición (como ya he dicho, la vimos en privado, para Anamaría y para mí) aunque no sé si él la vería alguna vez. Pero en Baeza hay Plaza, no hay Calvario, y robo el honor de cerrar una cuarteta con Antonio Machado, trastocando versos. La Bendición y El Calvario, esos complementarios, han merecido este devaneo de investigación machadiana buscando un verso que rimase con Calvario. Más fácil hubiese sido encontrarle rima a Bendición, pero me parecía traicionar mi propia inspiración. Dicho queda. Como tengo que escribir después sobre Plaza y Bendición, no puedo minimizar a esta desde aquí, puesto que tan voluntad tobarreña es una Bendición como otra, desde hace, ay, ¿cuántos años? ¡Yo no lo sé! He dicho en público, y hay bastantes testigos, que el primer suelo que piso siempre que voy a Tobarra son esos cuatro metros cuadrados de cemento, en la
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cima del Calvario donde se posan las andas del Nazareno, para dar las cuatro Bendiciones. (Subo con el coche hasta allĂ sin haber entrado en el pueblo). Me lo pido: Cuando la cuque, que posen en ese suelo mis cenizas, antes de esparcirlas por el Cerro del Reloj. ÂżQuĂŠ mejor eternidad?
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GENTÍO Nos recreamos en la suerte del decirlo: -
“Había un gentío…”.
Para el tobarreño, el gentío por antonomasia es el de La Bendición. Nunca se junta en Tobarra tanta gente como en El Calvario para verla. No hay acontecimiento tobarreño con mayor poder de convocatoria. -
“Toda Tobarra”.
Esa es la afirmación más universalizada, la aseveración más veraz, el asentimiento más generalizado. En El Calvario está siempre toda Tobarra, Tobarra entera sube hasta El Calvario. ¿Toda? Me entero tarde, muy tarde, con muchos años de retraso, de que aún hay gente que no sube al Calvario. No por gusto, sino porque su trabajo no se lo permite. Son semanasanteros laborans… a los que compruebo ahora que no he incluído en ningún Cuaderno… aún. Francis, el de la Roja de Pepado, lo confesó no ha mucho en la Revista. Pedrete el del Bar de Juan –condiscípulo mío en La Academia de Don Luis Magro- se ha ido a un Calvario de humo y acronía, con las ganas de subir alguna vez al Calvario. Antón, el del Vaticano, también tendría mucho que decir. El gentío convierte en decididamente humano a El Calvario. Es más, yo diría que la gente, las personas, cada una, nazarenos o espectadores, somos las células de ese cuerpo social que se llama Viernes Santo y tiene en el Cerro el corazón. Así, la Procesión sería caudal de sangre enamorada que deviene en vida tobarreña. De lo que no hay duda es de que el gentío, ese gentío tiene alma. Y todos y cada uno de los que pisamos El Calvario nos sentimos doblemente tobarreños: Por serlo y por estar allí. ¿Y los enfermos? ¿Y los dolientes? ¿Y los ancianos? ¿¡Y los muertos!? Están en El Silencio, en Mektub, en la mano de quien mueve el Milagro, en el eco, en la espera, en el tiempo…
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SILENCIO La grandeza del Silencio, la manifestación palpable del Silencio, el respeto claro del Silencio, la tobarreñidad del Silencio. La Bendición del Silencio. El Silencio es nuestro himno álalo, nuestro grito arrumbado,nuestro epinicio áfono. Pero ese silencio, el Silencio Calvariero para la Bendición, es comunicación pura, como lo es la mirada, como lo es el tacto. No hay más comunicación tobarreña que el Silencio del Calvario. Ni mayor imperativo. Tobarra le comunica a Tobarra que ha llegado la hora del Silencio. Tobarra le dice a Tobarra: -
“¡Cállate!”.
Y Tobarra se calla. Hay una convocatoria cabal, formal, concreta. Una corneta, un cornetín, ese taratatíííííí, aguantando ese íííí como si fuese en ello la vida, que está presente en esa pausa antes del tátaróóóóóóóó, rotundo, solemne, mágico. Y vuelta otra vez a empezar… taratatííííí… que ya es como un juego entre el agudo del viento y los tambores rebeldes, que quieren marcar su presencia antes de la más absoluta de las sumisiones. Tobarra acallantada, enmudecida, silente. Es, pasa a ser, la Tobarra de los ojos, de la ternura, de la emoción. Y quiere serlo sin voz, sin alboroto. El Silencio de la Bendición es la voz de la herencia, la fonación de los ausentes, la oratoria de los muertos. Todo el ayer semanasantero se hace patente mediante el sigilo. Todo el ululato del mañana se adivina chiticallando. El Silencio es el ofertorio pagano que hace Tobarra al Nazareno, la dádiva inrugiente de los tambores a Cristo, la exquisita manera de presentar armas los insomnios y los vinos. El Silencio de la Bendición es un brindis de cerro y oro, una dedicatoria de cruces y ermitas, toda una consagración colectiva. El Silencio ha comenzado. El Brazo Derecho de Dios toma la palabra. 20
SERMÓN Estaría siendo indecentemente reticente si en estos Cuadernos de la Bendición no aludiese a los sermones pre-Bendición. Eso, nunca: Deshonesto con la Historia de Tobarra, nunca. El Sermón del Calvario es la formalidad institucional que Tobarra le reconoce a la Iglesia Católica. Su único protagonismo público semanasantero. Esto es lo que debe decir la crónica. Y se dice. Pero, ¿qué pasaría si un año no hubiese sermón? ¿Lo echaríamos de menos? Yo –nostalgia pura- no entiendo el Sermón del Calvario si no es para recordar a los que no están: Ausentes y muertos. Ahí, sí. En la Transición democrática (1976-1982, más o menos) algún curita “progre” echaba unos sermones cargados –ingenuamente- de politiquería de callejón (Ay, Zoril, cuanto te echo de menos). No nos conocían, claro. El Sermón de la Bendición debe dirigirse al corazón, nunca al consciente. Vuelvo a reivindicar aquí, el que una Hermandad, por sorteo, cada año, tenga la oportunidad de perorar durante cinco minutos. Una especie de arenga semanasantera. Y cuando hayan intervenido todas, trece años después, vuelta a empezar. ¡Don Antonio Redondo, viejo cura de mis nostalgias de infancia! Desde su cascada voz, regaba nuestros ojos; desde su tobarreñísimo decir, llenaba todo El Calvario; desde su dignísimo papel semanasantero, nos sorprendía cada año con los mismos conceptos, con las mismas ideas, ante los mismos sentimientos. El Sermón. Debo decirlo aquí y lo digo. Pero no deja de ser un paréntesis entre Silencio y Brazo.
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BRAZO El mundo empieza y acaba en el Brazo Derecho de Nuestro Padre Jesús Nazareno de Tobarra. Hay un Norte, un Sur, un Este y un Oeste. Y si la Mano llega hasta arriba, ahí está el cielo. Y cuando la Mano se desplaza hacia la derecha, esa es la frontera. Y cuando la Mano vuelve a la Cruz, es porque marca el Finis Terrae. Arriba, abajo, derecha, izquierda. Ese es todo el lenguaje del Cúbito, del Radio, del Húmero, de los Metacarpos, de los Dedos de Cristo. Basta con un Brazo, el Derecho, para convencer al mundo a través de Tobarra. ¿Cómo puede algo tan pequeño ser lo ontológico durante un cuarto de hora? Un Brazo es el Discurso, el Poema, el Documento. Así, con mayúsculas, que es Dios quien lo decide. Una Mano envuelta en morado y mañana es capaz de acogotar a “tó lo que se menea”. Una Mano que deja su nido de siglos, asoma al horizonte, mientras se empapa de miradas, se rebosa en emociones, se reboza en corazones. El Brazo es icono desplazable, estalagmita móvil. Ese Brazo y sólo ese es el ir y el venir del mundo, durante un cuarto de hora. Cristo muestra su capacidad de antropometría para hacerse notar como Él quiere, porque Él quiere, porque así lo ha decidido. Podría haber escogido el Brazo Izquierdo o su Cabeza, pero decidió que fuese su Brazo Derecho. El Brazo se recrea en la suerte. Yo, por lo menos, no puedo evitar lo taurino, porque la Mano templa como un perfecto derechazo al viento del Calvario. Despacito, lentamente, pausadamente… dan ganas de gritar ¡Olé! a modo de oración “bendicionera”. Puede… y suele haber más violencia en el agitarse el Lacio Pelo del Nazareno que en el desplazamiento de la Mano. El Brazo, la Mano, todo en el Nazareno es armonía, reposo, dulzura, templanza. El Brazo, la Mano, un solo Dedo bastaría para ser batuta del Silencio. Y Tobarra obedece, como estaba escrito.
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ROMERÍA Es oficio de escritor –desde que Larra tuvo conciencia de tal- el observar, meditar, razonar y criticar la vida, las cosas, las gentes, los hechos. Pues bien, lleno de orgullo tobarreño, me atrevo a profetizar que –en 50 años- la mañana del Viernes Santo acabará siendo, pura y simplemente, una romería hasta el Calvario. Una gran romería. Una hermosísima romería. “Romería. 1. Viaje o peregrinación, especialmente, la que se hace por devoción a un santuario. 2. Fiesta popular que con merienda, bailes, etc. se celebra en el campo inmediato a alguna ermita o santuario el día de la festividad religiosa del lugar. 3. (Figurado). Gran número de gentes que afluye a un sitio”. Así lo dice el diccionario de la RAE. El caso es que nos encontramos ante un fenómeno nuevo, novísimo, nacido de manera natural y espontánea a mitad de la década de los 80. Se ha iniciado con algo tan simple como el hecho de repartir bocadillos y bebidas entre la gente de las hermandades. A partir de ahí, si se sofistiza la situación, habrá nacido una romería. Y eso no creo que sea malo. Al contrario. Pero hay más: La procesión del Viernes Santo sale de la Iglesia cada año un poco más tarde. Por eso mismo, llega al Calvario casi al mediodía y se encierra en la Iglesia a las tres de la tarde. Obsérvese una particularidad: Las procesiones del Jueves y del Viernes –a la vuelta- tienen cada vez menos “espectadores”, menos gente viéndola bajar. Es natural: Se han ido a sus casas a hacer de comer o a preparar cosas del día siguiente. Y además de los nazarenos ¿quién ve la Bendición en la Plaza? La Historia “se tragó” a las tobarreñas que subían el Viernes al Calvario con teja y mantilla. La Bendición pierde formalidad. Prueba evidente es el sube-baja, el molesto movimiento de personas en la Cuesta después de que el Nazareno haya dado la primera Bendición. Debería prohibirse que la gente se moviese del sitio durante los 15 minutos que transcurren en las cuatro Bendiciones. No sé si todo esto será bueno o muy bueno. Aunque no haya duda de que toda tradición que nace naturalmente, acaba siendo aceptada. Pero el caso es que, cuando, además de los bocadillos y la bebida, a alguien le dé por llevarse al Calvario una olla con mojete, habrá nacido una romería… con todas sus consecuencias. Y no falta mucho para que así sea. De hecho, ya las he visto en el 2003 y en el 2004. Pues, nada, ¡Seremos romeros! ¡Y no pasará nada! 23
BALAMÍO Siempre, siempre, siempre, cuando el Brazo está para posarse en la Cruz por cuarta vez, cuando Mektub empieza a dormirse en el pentagrama, el mismo cornetín, que convocó Silencio, invoca con un casi cómico ¡Zapatata! a la proclamación del alboroto, del ruido, de la algarabía. (En Tobarra diríamos “balamío”). La algarabía es el Silencio masacrado. Pero es ya tan rito, que impresiona. O, por lo menos, sigue sorprendiendo. Al Silencio le sigue una Tobarra de bullanga y ruido, absolutamente distinta. Nunca he entendido la algarabía que sigue al Silencio de la Bendición. Podría ser algo así como una catarsis, pero no adivino de qué ni por qué. La algarabía post-Bendición es una de las poquísimas circunstancias tobarreñas ante las que me pierdo, no encuentro razón, no sé justificarla. Y eso me produce un extraño desconcierto nazareno. La Tobarra silente y plácida se vuelve tarumba en ruido y ebullición. Tras el Silencio, el clamor. Tras la quietud, el bullicio. Tras la atención, el desmadre. Los tambores se recuperan en un frenesí impensable. Los nazarenos de las filas, convergen en concretos sitios, predispuestos al pulso entre el bocadillo y la mano que lo solicita a base de algarabía. Es la costumbre reciente, sustitutoria del buche, casi olvidado. Conste: La algarabía me confunde, pero me gusta. Es tan Tobarra como lo demás. El Viernes todo es Tobarra en Tobarra. Conste. A la algarabía le sigue el bajar hacia la Plaza. O el volverse a Elda o a Valencia o a Albacete, que sólo se ha venido a ver la Bendición y no hay más razón para estar más tiempo en Tobarra. El Calvario va a quedarse solo. Es el momento de mirar al Nazareno. Nadie le dice ¡Macho, enhorabuena! o ¡Gracias, chico! que es lo que debería decirse, como señal de absoluto cariño y admiración. La Cruz vuelve a ser calle en cuesta abajo, mientras se diluye el balamío. La Plaza es flor dehiscente dispuesta a que liben en ella todos los tiempos acendrados y los semanasanteros reincidentes…
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EN LA PLAZA Está por hacer la estadística que aclare que porcentaje de cuantos vemos la Bendición en El Calvario, volvemos a verla en La Plaza. No es más o menos importante saberlo, pero sí un dato más con que contribuir a la grandeza o a la miseria de la Semana Santa. En cualquier caso, de poner en solfa otra verdad semanasantera. Personalmente, siempre que he estado en El Calvario, he estado en La Plaza. No concibo el Viernes de otra manera. En la Bendición de La Plaza hay un problema capital: La hora en que se da. Ha habido años en que se ha terminado después de las 3 de la tarde y esa no parece ser hora ni para solemnidades ni para públicos, a juzgar por lo que se ve. Estoy constatando, no juzgando. Pero la hora de la Bendición en La Plaza es consecuencia de la lentitud con que la Procesión baja de El Calvario y la mayor lentitud con que se entra en La Plaza. Ello puede parecer natural, porque para muchas Hermandades es la última procesión y, claro, quieren apurarla y, como es obvio, lucirla. Hasta hace unos 30 años, las Hermandades salían –sin anda- el Viernes por la noche y el Domingo por la mañana. Salían los estandartes y algunos, pocos, nazarenos. Pero salían y hay que dejar constancia. (Lo hago por segunda vez, puesto que ya lo he contado atrás. ¡Historiografía recalcitrante!). Cada imagen que entra el Viernes en La Plaza es una auténtica exhibición. Es, probablemente, el momento más emocionante para docenas de agarráores. Y, claro, eso se nota en el paso, en el “mercer el anda” con que se entra desde Los Arcos. Después, la Bendición. Claro, ya no es lo mismo. La Plaza no es El Calvario. Incluso, propugno la colocación de Nuestro Padre Jesús más en el Centro de la Calle/Plaza, porque tal y como se hace, una de las cuatro veces, parece como si el Nazareno estuviese bendiciendo la pared, de tan cerca. Soy capaz de diagnosticar, pero no de curar. Y bien que lo siento. Pero de lo que estoy seguro es que la Bendición de la Plaza exige un revulsivo, un cambio, algo que le dé toda la importancia que tiene… que es mucha.
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ABSOLUTO SIGILO Nadie se lo pide, no hay norma que se lo prohíba, pero ¿quién/quiénes? “dan la Bendición/ echan la Bendición desde abajo”, no lo dicen nunca, no reconocen nunca hacerlo. No hay, es que ni siquiera existe un gentlemen agreement, un pacto entre caballeros para que se guarde discreción –no el secreto, que no es tal- sobre el asunto. Incluso entre la gente de la misma Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno. Es que nadie habla de ello. ¡Ni falta que hace! Hay más: En Tobarra nadie se lo plantea. La segunda mitad del siglo XX ha dejado correr el asunto. Incluso yo, tan investigador de lo tobarreño, confieso ahora (a la vejez, viruela) que el tema de quien echa la Bendición no me lo planteé hasta 1982… y porque tenía que contarlo. = “¿Pos quién pijo va a echar la Bendición? ¡Pos nadie!”.
Realmente, a los tobarreños, ¡qué más nos da! Pero, claro, la realidad sólo es una y, como milagro no hay, tiene que ser mano humana quien mueva El Brazo. ¡Y lo mueve! Nadie engaña a nadie, no nos engañamos, todos somos conscientes… pero ni siquiera nos lo planteamos. Eso sí: Quien mueve El Brazo es mano, Historia y maca… pero no voz. Nadie dice: = “Tengo el inmenso honor de –en nombre de Tobarra y de la tradición- echar la
Bendición”. Y Tobarra se lo/ se los agradece, porque aumenta el arcano, la solemnidad, la galanura del acto. Incluso, me atrevo a decir que la discreción es tanta, que el Viernes Santo de madrugada, a la hora de las abluciones, antes de la Procesión, alguien se mira al espejo, mientras se lava las manos y dice como con sorpresa: = “¡Ah! Pero, ¿soy yo?”.
Lo demás, duerme en la leyenda 26
LA OTRA BENDICIÓN Incluyo aquí mi escrito “He sido honor Tobarra, y testimonio” publicado en la Revista de 1983, página 26. Fue tanta la distinción y tan fuerte la emoción, que no me canso de contarlo. Así lo dije: Sí, sí, sí, no cabe duda. La década de los 80 está resultando definitiva para Tobarra y para su Historia. Estamos avanzando, estamos cimentando, estamos llenando de hitos el camino. Es mucha la gente que ha respondido y muchos los alientos que nos animan. Hay un gran empeño en que “demos fe pública” de los acontecimientos tobarreños. Y algunos, gozo y honor, damos gracias, por el papel que nos ha tocado vivir, aunque no siempre se nos entienda. Era Jueves Santo en pleno. Era el atardecer y la espera. Se acercó mi Jesusico: “Que mañana «te metas» en Nuestro Padre Jesús para ver la Bendición”. Así, sin más. Una voz convierte a la carne en osadía y al nombre en privilegio. = “¿Quién te lo ha dicho?”.
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“Quien puede”.
Se me había escogido para ser la única persona –viva o muerta- que hollase el tabanco inaccesible del tabernáculo, en toda la Historia de la nueva Bendición. Confluyen –en esta sucesión de horas y pasos- la alegre senda del honor y la simple presunción de sacrilegio. Por eso no me atrevo a decir, sencillamente: = “He visto dar la Bendición debajo del anda de Nuestro Padre Jesús”.
Cualquier hombre tiene los actos a su alcance. Sólo el poeta, es capaz de desnudar de velos la emoción, para aprenderla y enseñarla. Por eso lo llaman, no por otro mérito. Amaneció el último Viernes Santo antes de que la vida me cantase los cuarenta. Desde mi túnica roja/granada/burdeos de la Virgen, llegué al Calvario cuando todos los Hermanos de Nuestro Padre Jesús rodeaban esa mastaba amorosa que es cada trono. El Calvario era una legítima batahola. Cien túnicas moradas eran guardia feliz y pared de carne del misterio y la razón de ser de mi pueblo. Bastó un cruce de miradas. Dos cuerpos –sin solicitarlo, con total anuencia- se apartaron al verme llegar. Levanté el faldón morado y me metí bajo el trono: palos desnudos, clavos, olor a sudor, a pintura, a flor muerta-viva. Reconocería el 27
olor de un trono en mil olores. Mi propio silencio se contagió de la penumbra y sentí una acucia, aguanosa y dulce, de vivir mi propio honor. Tobarra era, con la mañana rota, una luciérnaga que tamborileaba de lámparas mis oídos. En unos minutos, mis ojos recorrieron nuevamente aquella umbría fortaleza hecha de faldón y pies, de corazón y custodia. Me senté en uno de los tablones que cruzan los bancos. No sabía quién o quienes me acompañarían. Rápidamente entró un nazareno. Con él, había compartido altares en la Purísima. Uno más: Fuimos juntos a la Academia. Un tercero: Ya le he visto nacer, como quien dice. Tres amigos (innominada clausura se me impone para que sea Tobarra y no un hombre o dos o tres, quien dé la Bendición; y lo respeto) que sabían por qué estaba yo allí y que lo tenía que contar. Temblaban los tres. Así, temblaban: Sus manos, sus bocas, sus almas. El más joven me dijo: -
“Josemari, ponte aquí, que lo verás mejor”.
Mientras se tocaba “Silencio”, el tiempo era una lenta culebra que mordía nuestros cuerpos a placer. Se jaleaban: “Ánimo”, “venga”, “no es nada”. Los tres estaban pendientes de sus manos, sudorosas y devotas. Sus voces eran aliento vivificante para sí y para los otros. Yo, sólo era recato, privilegio y testimonio. Oímos como comenzaba Mektub. Se encendió una linterna –pequeña sacerdotisa de la luz- que dejó ver un mango de madera de unos pocos centímetros en el que acababa una barra de hierro que se proyectaba hacia arriba. Dos manos –temblequeo y amor- comenzaron a hacer fuerza –pulso y miedo- en el trajineo más dulce que yo haya visto nunca. La barra de hierro se salió de una muesca protectora y empezó a pasearse por un canal metálico, mordido en recovecos. -
“Despacio”.
-
“Así”. “Ahora está a la derecha”.
-
“Ahora, arriba”.
Se referían, obviamente, al Brazo de Nuestro Padre Jesús Nazareno, del que todo el pueblo, menos nosotros cuatro, estaba pendiente. La barra de hierro volvió a su sitio. Se oyó un timbre y giró el trono noventa grados. Tres hombres en cuclillas hicieron lo mismo. Yo me quedé quieto. Otras manos repitieron la oración de dedos y ceremonia y llevaron un mensaje de tobarreñismo a los cuatro vientos. Y después, otro nombre. Y, a la cuarta vez, repitió el primero. Yo, lo juro, ni siquiera pensé en pedir: 28
-
“Dejadme a mí”.
No me hubiese atrevido a empuñar el mango y decirle a mi pueblo: -
“Esta es nuestra herencia. Tomadla y transmitidla por los siglos”.
Mi agnóstico corazón rezó: “Domine,non sum dignus”. Porque allí no cabía razón alguna. Con el primer Zapatata, cuatro hombres arrodillados, con nuestros pies formando los vértices de un cuadrado, lloramos. Llorábamos. Nuestros brazos se enroscaron en el cuello de los otros formando un enramado de emoción. Mektub había sido fúnebre jilguero. Cuatro hombres, llanto. Tobarra, su Historia. Seis manos, intrumento. Mis ojos, testigos. El poeta, notario que lo cuenta. Lloramos hasta vaciarnos. Besé las seis manos. ¡¡Fue una canción de labios y de lágrimas!! Salimos ceremoniosamente. Me fui al trono de la Virgen. Apoyé mi espalda contra él. Cogí una horquilla y esperé a que llegase el momento de bajar la Dolorosa. Tobarra volvía a esparcirse lentamente. El sol, desde arriba, me empujó de la nube de introversión que me sostenía. Abajo, en la casa de siempre, levanté al infinito un botijo. Un chorro de agua fresca mantuvo el primer diálogo con mi conciencia.
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LAS TRES CRUCES Tobarra tuvo el buen gusto y el acierto de colocar tres cruces enormes, en lo más alto de El Calvario. Por supuesto por encima de la cota de La Ermita, de tal manera que sean visibles desde cualquier lugar del Cerro, pero también desde El Reloj, desde La Encarnación, etc. No recuerdo el año exacto, pero debió ser al principio de los 80. Personalmente, me parece más Calvario así. La calidad de distintas, las consigue su tamaño, dignas de un Cristo y de aquellos Dimas y Gestas –el buen y el mal ladrón- que lo acompañaron. A mí, personalmente, las tres cruces (a las que miro inmediatamente antes del Silencio) me recuerdan lo histórico, lo Histórico, que es casi toda mi justificación semanasantera, completada por la Tradición. Las tres altas cruces, son centinelas de La Bendición, en la misma simpleza de su carpintería simple, que hasta en eso ha acertado Tobarra, madereando los símbolos sin sofisticación alguna. Creo que hago justicia a los símbolos y a lo simbólico si cierro este Cuaderno de La Bendición, con esas tres cruces a las que han cantado más las fotografías (fueron portada de la Revista en 1986) que las letras. Cruces de palo, tres cruces plenas, cima y Calvario Tobarra entera. Cruces testigos en Bendición, fonemas limpios de mi oración.
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Dedicado a:
José Leandro Martínez-Cardós Ruiz. Con mi total afecto personal, mi devota admiración y mi unción y comunión con él, hacia Tobarra y lo tobarreño.
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PRÓLOGO DE JOSÉ LEANDRO MARTÍNEZ-CARDÓS RUIZ Hace algunos meses, que sumados hacen más de un año, Josemari Hurtado me envió su nuevo libro, dedicado a todos los protagonistas de la Semana Santa, con el encargo de que le redactara la introducción a uno de sus capítulos: el relativo al espectador. Se trataba de una obligación con incertus quando en lo tocante a su plazo de cumplimiento. ¡Error! Marcador no definido. Hace unos días, cuando ya había transcurrido con creces el "desde luego" que dice el Código Civil para ejecutar la prestación, recibí la intimación formal para su cumplimiento, con clara amenaza de resolución de contrato. Y, estando en eso que los juristas llamamos posición antijurídica, no queda sino cumplir, aunque sea morosa e inexactamente; aunque sea en estos postreros y ajetreados días del mes de julio en los que el tiempo resulta más que escaso; aunque sea redactando estas líneas sin contar a mano con libros en que apoyarse por encontrarme fuera del lugar de asiento cotidiano; aunque sea a estas tardías horas de madrugada en que comienzo a redactar estas líneas. Ha dado en el clavo Josemari al encomendarme las palabras de apertura al capítulo sobre el espectador. Porque el papel me viene como anillo al dedo; porque, ante todo, soy un espectador de la Semana Santa. De los que integran mi familia, soy el único que, salvo de chiquillo, no ha tocado ni toca el tambor; el único que no ha salido en ninguna procesión; el único que no pertenece a ninguna hermandad. Pero, al tiempo y he aquí la paradoja, soy el único que no concibe el tiempo de semana santa, sin estar en la Semana Santa de Tobarra; el único que aguanta, a pie firme, las procesiones y actos...; soy el espectador arquetípico. Decía Ortega que hay dos clases de personas: los ocupados y los preocupados; los que hacen y los que miran. Se admira de ordinario a los primeros y se ignora, cuando no se desprecia, a los segundos. Y es que, se dice, sólo los ocupados, sólo los que hacen, tienen vivencia de las cosas. No los segundos, los que miran. García Morente, creo que en las Lecciones preliminares de Filosofía, señalaba que las cosas debían ser vividas; que una persona podía estudiar minuciosamente el plano de París, estudiarlo muy bien, notar uno por uno los diferentes nombres de las calles, estudiar sus direcciones, los monumentos que hay en cada calle y podía llegar a tener una idea regularmente clara, muy clara, clarísima, detalladísima, de París, Pero siempre sería una mera idea. En cambio, veinte minutos de paseo a pie por París, son una vivencia, mucho más real, auténtica y enriquecedora que horas de estudio. Entre una idea y una vivencia hay un abismo. Al espectador, se le remite al fondo de ese abismo; se considera que no tiene vivencia alguna de las cosas observadas. Craso error: el espectador tiene su propia vivencia; distinta de la de quienes son actores. El espectador mira pausadamente; ve detenidamente y, en su caso, se admira. Algunos espectadores hacen de su mirar el punto de partida de geniales recreaciones: Platón decía que del asombro nacía el pensamiento; Balzac notaba que sus tipos, arquetipos humanos, eran gentes conocidas y observadas en su etapa de oficial de notarías; al igual que Pérez Galdós hacía en sus cafés. Mariano de Cavia, quizás el mejor crítico taurino de los habidos, no era espectador de las corridas, sino 409
que, aposentado en un café cercano a la antigua plaza de toros del ensanche, observaba a los espectadores a la salida de los festejos e hilvanaba entonces sus crónicas. Aun hay algo más: sin los espectadores, la labor de quienes hacen carece de sentido; porque todos hacen para ser vistos, mirados, observados. No tendrían sentido las procesiones, los actos, el mismo toque del tambor... sin destinatarios que las miraran y observaran. Los que hacen sólo existen en la medida en que son vistos y, en su caso, admirados. Las leyes del teatro y el teatro mismo las dan los espectadores, afirmó Aristófanes. Yo soy un espectador de limitados y estrechos márgenes. Orillo los ambientes semanasanteros. Mi perspectiva, casi única, de la Semana Santa, de las procesiones y del tambor tiene los estrechos límites de algunas conversaciones y, como sede, el escalón del portal de mi casa, desde donde, a pie firme, las contemplo y veo deambular a los tamborileros. El espectador tiene siempre su perspectiva: hay quien se desparrama por todos los lugares del pueblo; hay quien se asienta en una silla, quizás de anea, en las aceras por las que discurren los pasos; hay quien observa desde los garutos o los bares. Mi madre tiene, desde hace años -como lo tenía mi abuela-, una concreta perspectiva: la que da el ver discurrir pasos y gente a través del cristal de la estancia donde estuvo la tienda. Y esa perspectiva sólo se quiebra, reiteradamente en cada procesión y todos los años, cuando pasa Nuestro Padre Jesús y la Virgen. Entonces, su perspectiva cambia, pues se sitúa bajo el dintel de la puerta de la casa. Mi cuñado, gallego de fina intuición prematuramente fallecido, tenía otra perspectiva: la del balcón. Podrá pensarse que es igual el lugar donde se ubica el espectador. Nada más erróneo. Lo que se ve depende desde donde se mira; es decir, mirar es, como señalaba Ortega, pura perspectiva. Así lo nota Josemari en las páginas que siguen. ¿Acaso es lo mismo la bendición del Calvario junto al paso que en la falda del Cerro? ¿Acaso no son distintas de las que tienen quienes la ven desde la lejanía de otros cerros o de las que imaginan, que también es una forma de contemplación, quienes están lejos y no la ven? El espectador contempla, pero también piensa, escudriña ... No en vano la palabra lleva en su raíz la partícula griega "sko", que denota voluntad de averiguar, de investigar... Las cosas se pueden ver; se pueden mirar; y se pueden observar. Sólo quienes miran y observan son espectadores. Es más, me atrevería a decir que sólo quienes observan merecen tal calificativo. El espectador vá más allá del simple mirar. Se recrea en lo visto. Deja constancia de su percepciones. Eleazar Huerta plasmó su contemplación semanasantera hace muchos años con tono vitriólico e hiriente, rezumando un corrosivo y despreciativo ánimo. Otros muchos lo han hecho con sentido espíritu, algunos más afectivos que los demás. La lectura de sus escritos trasciende un espíritu completamente distinto según los casos. Nada tiene que ver la pobredumbre moral y social de lo descrito por Huerta con la ilusión y ufanía de lo dicho por tantos otros que dejan constancia de sus contemplaciones en las Revistas de Semana Santa. Es cuestión de perspectiva, aunque prefiero las segundas: las que se complacen en la vida, las que ven lo delicioso de la Semana Santa.
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Qué ve quien observa la Semana Santa en Tobarra. Ve, puede mirar y observar un pueblo, una fiesta y una tradición: pintura parlante de las grandezas y flaquezas de un pueblo. No quiero dejar constancia de muchas cosas vistas sobre las que Josemari escribe. Josemari las cuenta en las líneas que siguen: la silla, el balcón, la ventana, el tambor, de cuyo redoble, dijo Nietsche en La Gaya Ciencia, que era la elocuencia más persuasiva... Todas están dichas y muy bien dichas. Incluso no olvida algunas. La Semana Santa tenía -y tiene- un proemio muy característico en Tobarra: la limpieza de las casas; el blanqueo de las paredes; la costura de los trajes a estrenar; la preparación de algunos alimentos... Es todo un quehacer, un azogue, un continuo trajín de efímera vida. Cualquiera puede pensar que es una labor cotidiana, ordinaria, casi rutinaria. Pero se equivoca. Baste un botón de muestra: la limpieza de Semana Santa es algo distinto. Es el primer paso a la semana grande. Es el inicio de un largo recorrido que culmina en Viernes Santo. Esa labor de limpieza anuncia los días de fiesta. Y además tiene tintes singulares. Conviene pararse a observar cómo se hace, porque define un alma. Decía Azorín que el ideal de la mujer levantina -y la tobarreña es en esto más levantina que manchega- está en comer arroz y en golpear los muebles. En mi casa, ese ideal era todavía más; y aún se superaba en Semana Santa. Se comenzaba rojíando la calle y barriendo la acera y la calzada. Tanto cuando no estaba asfaltada como después. Luego, los patios, orillando la aljuma caída del pino. Además, se barría cada una de las habitaciones con la escoba de palma, corriendo los muebles y produciendo un ligero ruido. Se comenzaba por la tienda; después, el despacho; luego, la casa; más tarde, las alcobas, como decía la Juana la Mondonguera; por último, la escalera. A veces les tocaba a las cámaras y a la bodega. Barridas cada una de las piezas, empezaba el uso del espolsador. Las sillas, las mesas, las perchas, los sillones, las ventanas recibían furiosos golpes. El polvo se levantaba por los aires y caía sobre los mismos muebles de que había sido levantado. Pero no importaba, porque después, se pasaba un trapo, resto de alguna camisa. ¿Terminaba la faena y el trajín? ¡No!. Había que fregar el suelo. Otra vez a mover las sillas, las mesas, los sillones, el muchos años, la fregona, bataneara el suelo. Atronaban los muebles al moverlos, de un perchero, la mecedora... para que la balleta del suelo, antes, y, después ya de lado para otro. Pero no era el único ruido. El fregado del suelo iba además acompañado de los chirridos, suaves pero metálicos, de los cubos de latón arrastrados por el pavimento. Curiosa sinfonía de limpieza. Quedaba, en fin, la escoba de trapos, que zapateaba los suelos con extraordinaria habilidad a la vez que empujaba suavemente las sillas, las mesas, los sillones... Su conductora la manejaba con asombrosa rapidez, al tiempo que, a su hombro, colgaban todavía los zorros, por si alguna osada mota de polvo todavía se asentaba en los muebles. Pobre mota la que quedara, puesto que, con inusitada violencia, se descargaba sobre ella, nuevamente, el golpe certero de los trapos... El ruido de los muebles, de las sillas, de las mesas, del perchero viajero, de los sillones y de la mecedora; el ruido del espolsador y el ruido de los cubos iba acompañado además de gritos de la dueña o de cualquier otro: ¡No paséis que voy a fregar!; ¡No paséis que acabo de fregar!; ¡Habéis puesto la casa...!; ¡Eres peor que la Tula, el perro del Abuelo que siempre atravesaba la casa cuando estaba limpia!; ¡No subáis a la casa que acabo de fregar la escalera!. 411
Terminaba la mañana. El rimero de visitas, que también ensuciaba la casa, iba decayendo. La puerta al patio se cerraba y las largas cortinas de la casa se corrían, quedando el hueco en la penumbra. Terminaba la limpieza; terminaba el ruido: pero sólo hasta el día siguiente, que se vislumbraba todavía peor: se iba a blanquear. Y, todo esto, por qué; para qué: porque se acercaba la Semana Santa. Treinta y dos minutos han transcurrido desde que comencé estas líneas. Lo bien entrado de la noche y el cansancio de un ajetreado día me llevan a concluir. Treinta y dos minutos que debieron haber sido muchos más y mucho antes dedicados a cumplir una encomienda, fruto de la amistad y la común pasión por las cuestiones tobarreñas. Treinta y dos minutos, en fin, que evidencian una nota definidora del espectador: su mi- pereza. Ver, mirar y observar es una labor tranquila, placentera, ajena al ajetreo del hacer. Ortega, que no en vano recogió cientos de artículos periodísticos bajo el título de "El espectador", decía que mirar era descansar. Quizás por ello, por nuestra mi- propia haraganería, algunos somos espectadores y no actores.
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¿CÓMO NO…?
¿Cómo no escribirle endechas a quien, bien desde su casa, -en su balcón, en su puerta, en su mismica ventanao desde cualquier tronera ve Procesionar Tobarra? ¿Cómo no considerarlos en Procesionera causa si es que, sin espectadores, la Procesión sería nada, pues son actores pasivos de nuestra Semana Santa? ¿Cómo no cantar la gloria de quien en su puerta aguanta las cuatro horas de la noche -concierto de luz y de andasemocionándose siempre desde La Cruz a La Guapa? ¿Cómo no darles cum laude de protagonismo y magia si son los espectadores destinatarios de gala de ese ver y ser visto que es la Procesión en marcha?
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UNA APROXIMACIÓN GLOBAL A LA SEMANA SANTA Sin espectadores en la calle, en las esquinas, en los callejones, en las placetas, la Semana Santa de Tobarra sería bastante menos. Sin “gente en las aceras”, de pie o sentada, valdría bien poco. Sin los balcones llenos, sin las ventanas a tope, tendríamos que hablar y, sobre todo, escribir, de “otra” Semana Santa. Y no caigamos en ese error de perspectiva de pensar que sólo la Procesión tiene espectadores. El tambor también los tiene. ¡Y tanto que los tiene! Por todo ello, una aproximación global a la Semana Santa, implicaría –a nivel de exigencia expresa- el tener muy en cuenta a los espectadores, no como complemento de la Fiesta, sino como Fiesta misma. Espectador –de spectator- es “el que mira con atención… aquello que se ofrece… a la contemplación intelectual…”. Encajan las palabras, las semánticas y los hechos. El espectador semanasantero admite una manifestación doble: = Por un lado, como espectador/contemplador. = Por otro, como espectador/contemplado, ahora ya como parte, como sujeto
activo –en su exquisita pasividad- de la Semana Santa. Ambos son perfectamente válidos y, lo que es indudable, es que son absolutamente reales. No hay en estos conceptos elucubración alguna, pues tanto el contemplador como el contemplado son protagonistas. El espectador/contemplador admite poca diatriba. Aunque tal vez sea esta la primera vez que se profundiza en el espectador/contemplado. Pero, sí: Desde la fila, desde los palos, el nazareno y el agarráor buscan a ese espectador para contemplarlo a su vez. Nadie, ninguno de ellos se atrevería a negar que es así. Hay una contemplación mutua. De ahí esa aproximación global, tan sencilla de entender.
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TEORÍA DE LA SEMANA SANTA Teoría: Conocimiento especulativo, leyes, hipótesis… Th, e, o,r,e,o. Del Griego, contemplar. Teoría: ¡Procesión religiosa entre los antiguos griegos! ¡Vaya hayazgo lingüístico! De modo que teoría y procesión son una misma cosa. Procesión igual a teoría. Teoría igual a contemplar. Luego Procesión igual a contemplación. La Procesión es, pues, toda la teoría semanasantera posible. espectador/contemplador sería, de esta manera, la Semana Santa misma.
Y
el
El espectador no ha sido tenido en cuenta oficialmente en la Semana Santa de Tobarra. En otras, sí –Sevilla, Málaga- y buena prueba de ello es que se paga (¡y lo que se paga!) por un asiento –si lo encuentras- para ver las Procesiones desde las tribunas montadas con ese exclusivo fin. En Tobarra, cada cual contempla la Procesión (centrémonos en los espectadores procesioneros) donde “puede”. Se “coge” , se “pilla” sitio, colocando sillas en las aceras y, como he dicho tantas veces, la contemplación por mi parte (recuérdese que hay una mutua contemplación) de la hilera de sillas vacias antes de pasar la Procesión, para mí, encierra una ternura especial. Tal vez porque no hace muchos años que lo he descubierto: Los pocos años en que –alguna vez– toco el tambor el Viernes por la mañana y bajo desde el Calvario a la Plaza, con la Calle Mayor vacía de nombres pero ahita de sillas en las aceras. Con mi escrito, estoy reivindicando unos hipotéticos derechos de los espectadores semanasanteros. ¿Quién vela por ellos? Veamos. ¿Tengo yo derecho a presentarme con mi silla en la Calle Mayor y colocarla donde me dé la gana? ¿Puedo plantar mi silla en la acera de la fachada de una casa que no es mía? ¿Tengo derecho a invadir ese teórico lugar de espectador que correspondería al dueño de la fachada? La verdad es que nunca ha habido problema alguno. Ni más ni menos que porque, como he dicho tantas veces, la Semana Santa es la autoregulación antonomástica. ¡Y que así siga siendo!
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UNA DEVOCIÓN SIN HISTERIAS Lo más deslumbrante de los espectadores semanasanteros tobarreños es su profundo silencio. Propongo una encuesta –la enésima; antes penitentes, ahora espectadores- en la que se pregunten las motivaciones de esos espectadores. Y no deberíamos admitir la validez del: -
“¡Porque me gusta!”.
Tendríamos que profundizar en esos valores, que hoy nos son totalmente desconocidos. ¿Siente lo mismo el marido que la mujer? ¿El viejo que el joven? ¿El tamborilero/espectador que el espectador a palo seco? ¡Cuánta Semana Santa aún pendiente de escribir, Cruz de la Toalla! Practicamos una contemplación sin histerias. Ahora bien, para hablar de mi virtud no debo poner en tela de juicio los pecados del prójimo, pero es bien sabido que nosotros no gritamos al paso de los Santos, ni les decimos piropos, ni nos manifestamos con alardes estentóreos. Yo creo que la razón más palpable de que Tobarra separase (¡Dios sepa cuando!) los tambores de la Procesión fue el poder verla en absoluto silencio. No en ese Silencio mandado en El Calvario para la Bendición, sino que es un silencio tácito que convierte a la calle en tabernáculo, a las aceras en eremitorios y a cada espectador en celebrante de su propio procesionar pasivo. En Tobarra, el espectador no es gritón, ni se pone histérico al paso de su anda favorita o de su particular devoción. Repito que no voy a criticar a quienes gritan o se ponen en trance. Si esa es su manera de ser felices, hacen muy bien. Si acaso, en algún momento, ante algún recuerdo concreto, por una razón muy clara… ¡las lágrimas! El viejecico que ya no puede andar cuando pasa su Santo de toda la vida. La viuda que siempre veía ahí a su marido. Eso, sí. Ahí, sí. El espectador se derrite en llanto y seguro que piensa, ¡a munchisma honra!, ¡porque se puede! Ninguna histeria, pero toda la sensibilidad a flor de piel. ¡Benditos espectadores de la Semana Santa! ¡Gloria! 416
LA CALLE La calle, las calles por donde pasa la Procesión, proscenio, palco, nunca escenario, que estamos en unos Cuadernos de Espectadores y el escenario queda para quien actua, para los nazarenos, para los agarráores, nunca para los espectadores, que no son sino pura pasividad, pasividad pura, inercia y omisión. La calle, las calles de Tobarra, algunas, las de los privilegiados, las escogidas –por aquí, sí; por ahí,no- para que Tobarra sea mujer que se ofrece a sí misma, modelo urbano, muestra ruana para el desfile tobarreño por antonomasia. La calle, las calles tobarreñas lo son más en Semana Santa. El resto del año no son sino circunstancia, algo que está, accesoriedad supina, pura casualidad. Pero en Semana Santa, no, que sin calles no habría Semana Santa y Tobarra sería bastante menos. ¿Calle? ¿Calles? Sí, pero sólo las Procesioneras, únicamente aquellas que toman los espectadores. Tomar en el más puro significado militar. Tomar manu militari, tomar por la fuerza de los pasos, de los pies, de los asientos, del situarse como posesión, del aposentarse como título. Posesión más dura y efectiva que propiedad, que mi puerta deja de ser mía y es del primero que llega. La calle, las calles, como protagonistas puros por una semana. Tambor, Procesión… En la calle, sólo en la calle, siempre en la calle, que no son nada fuera de ella, que no hay huerta o caminos para la Semana Santa y no nos la imaginamos sino en la calle. La calle, las calles como pasarelas. Tobarra como muestrario de lo que quiere ser, de lo que sabe ser. De lo que es, en suma. ¿Por qué esas calles y no otras? Esa es una vieja historia en la que me guardaré muy mucho de meterme, que cambiar los itinerarios podría engandrar una guerra. Y no es el caso. La Procesión pasa por donde pasa… ¡y ya está! Los espectadores no se imaginan en la Carretera. Las sillas no se conciben en el Camino de Hellín. Los cetros no sabrían desfilar por las Calles Altas. Los espectadores se conocen la calle, las calles, como su propia alcoba. Y las sillas, más. Y cada año cumplen su papel. Como está escrito. 417
LAS SILLAS La silla, las sillas, las aceras llenas de sillas, muletas de la noche, tronos amigos, sedes procesioneras, cátedras de la contemplación. La silla, las sillas, presidencias ruanas, púlpitos de las posaderas, asientos de la Historia. La silla, las sillas, tribunas de lo sabido, armones de la paz, motivo mueble de la más tobarreña de las complacencias. La silla, terreno de juego, estadio, campo, cancha para el más tobarreño de los espectáculos. Pero la silla también es territorio conquistado, franquicia, exclusividad… ¡… el primerico, yo…! ¡… que tengo el sitio pillao…! Y no digamos anticipo, que el poner la silla sobre la acera supone más que un reconocimiento registral de posesión sobre un metro cuadrado de terreno municipal y concreto: Las aceras. La silla es artilugio procesionero desde la pared hasta el bordillo. Y, sobre todo, la silla es protagonismo. De madera, de anea; altas, bajas; vulgares, de diseño; cómodas, incómodas; butacas, butacones; viejas, nuevas… ¡Qué más da! Sillas de Tobarra, sillas –sobre todo- de las Calles Altas, del Parador, del Rabal, de Don Alonso, de la Perrería, okupas de la Calle Mayor por cuatro horas, banderas corsarias de las orillas, rebelión a cuatro patas de madera en las aceras, transmutación de lo mueble en inmueble. Sillas procesioneras, ecos de un, ¡… aquí estoy…!, cántico de lo expectante, grito doméstico decantado en lo vial. Sillas a las cinco de la tarde, cuando la procesión aún no ha empezado a desperezarse. Sillas en la madrugada, cuando la Procesión ha empezado a ser recuerdo. Una mujer que baja a la Calle Mayor con su silla. Una mujer que vuelve hasta los Castillejos con su silla. En medio, toda una posibilidad de Procesión contemplada y vivida. 418
PONERSE DE PIÉ A Pepe Garrido, como tantas veces. La Procesión pasa. Un hombre, sentado en una silla, hace guardia sobre la acera de la Calle Mayor. ¡Ay, que tentación de remedo en el paisaje y, sobre todo, en las letras…! “Ladran, luego cabalgamos…”. Y Sancho –calzando su rusticidad- se complace en su andar. “Sillean, luego procesionamos…”. Un hombre –sin boina, desde horas atrás- sentado en una silla, ve pasar la Procesión. De pronto, en una arranque de sorpresa y respeto, se pone en pie. Sus piernas, sus caderas, muelles casi en superstición -¿de superstición?- han sido impulsadas desde lo recóndito. Un puro resorte. Un hombre se ha puesto en pie. La silla ya no le sirve para nada. Ha olvidado la comodidad, el santiguarse, el Jueves, la noche… Se pone en pie en un puro salto. Es que ha llegado ante él, todo El Paso Gordo. En ese respingo no hay devoción, que para eso están El Sepulcro o El Nazareno. Tampoco hay ternura, que para eso está La Guapa. Tengo observado que cuando alguien se pone en pié, de un brinco, al llegar El Paso Gordo, es por puro sobrecogimiento. No hay susto, pero sí sorpresa. Y distracción del espectador, por supuesto. La silla, el espectador, eran un puro relajo, una simbiosis de placer contemplativo, que altera sin remisión el horquillear de El Paso Gordo. De pronto, la calma del espectador, la paz de la silla, se ha visto modificada ante la mole de El Paso Gordo, que ha llegado ante su consciencia, como un sin advertirlo. El hombre se cuadra. Así: Se cuadra como un soldado. Sólo le falta armar el brazo en ángulo y llevarse la mano extendida hasta la sien. Ha juntado los pies, ha estirado las piernas, ha erguido el torso, ha extendido sus brazos a lo largo del cuerpo…
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En un de pronto, un espectador sentado en una silla, ha visto –como por sorpresaaparecer ante él al Paso Gordo. Y se ha puesto en pié, como por ensalmo. Suele pasar un par de veces cada Jueves de Sorpresa. Porque realmente, con él, se pone en pié toda Tobarra, durante un ratico procesionero, ante la presencia de un impresionante Paso Gordo.
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NI TAMBOR NI PROCESIÓN. SI ACASO, ALGUNA VEZ, MÚSICO. O “CURRANTE”. O… A Marisol Sahorí Catalán, una vez más. ¿En qué Cuaderno? ¿Dónde colocarlo? ¿En qué lugar incardinarlo? ¿Cómo ubicarlo? Lo recuerdo sentado en su puerta, en San Roque el Viejo, casi siempre de negro, boina negra, gafas negras… Pedro Catalán, “Cache” (1905-1991), fue músico alguna vez, pero nunca tocó el tambor ni salió en la Procesión. Fue un espectador puro. Más o menos, pero alguna vez, sí, espectador. Esa fue su voluntad. Mi homenaje. Lo he dicho más atrás o lo diré más adelante: En Tobarra nadie es “nada” en Semana Santa. Todos somos “algo”. Nadie se queda en su casa, antes, en la mesa camilla; ahora, frente al televisor. O muy viejos o muy enfermos. Y sus acompañantes, claro. O casos inauditos. Porque un día te enteras de que lo filosófico –lo ideal- no se enraiza a veces en lo cotidiano. Y así, en la Revista de 1998, “yo, Francisco, «Francis», hijo de la Roja de Pepado que nací y me crié en Tobarra… de verdad… creedme… yo nunca había visto la Bendición”. Pues, sí. Aún hay gente en Tobarra que no toca el tambor, no sale de nazareno, no es espectador ni músico… Pero tampoco es “nada”. Simplemente, es un “currante”, dicho con el término/argot más actual. Es un trabajador que sirve cervezas en su bar de El Paseo, mientra El Calvario es ombligo del mundo. Hay un tobarreño que está trabajando. Es Viernes Santo y El Calvario está lleno. Todo es Silencio, hollado por Mektub. El Brazo ya es El Brazo. Pero hay quien está ganándose la vida. Forma parte de otra Semana Santa que yo nunca hubiera podido imaginar que existiera. Y aún, después de saberlo, me produce casi una desazón, que va más allá de la sorpresa y, por supuesto, de la ternura. Nunca terminaremos de conocernos. 421
LA MANTICA PÁ LOS PIES In memoriam. A Manolo el Zoril, en su último Gran Jueves. Es una inequívoca figura de los años 50. Cuando el frío era frío –y no sufro, al decirlo, un ataque de nostalgia- pasarse cuatro o cinco horas en la Calle Mayor sentado en una silla mientras la Procesión iba pasando, era toda una temeridad. Siempre en la noche, siempre por la noche, me refiero sólo a la noche. Puesto que esto es –además- crónica de la Semana Santa que yo he vivido, tiene que quedar claro que el frío de los años 50 del siglo XX era mucho más frío que cualquier otro de los vividos por un tobarreño ya con más de 60 años al brincar el siglo XXI. La noche de algún Jueves, de algún Viernes, era un puro aterirse. Ver la Procesión sentado suponía quedarse “arrecío”. De espectador se pasaba a ser héroe. Pero todo o casi todo se arreglaba “con una mantica pá los pies”. La Procesión esparcia por las aceras un dulcísimo olor a antipolilla. Un “olisqueo” de arca recién abierta, de armario profanado, se perdía entre los cetros. Desde la lírica, nunca se sabrá si “la mantica pá los pies” se quitaba de alguna cama, como procesionera coyuntura, o salía de cualquier fondo de ajuares olvidados. De lo que estoy seguro es de que “la mantica pá los pies” es improvisación pura. O sea, que no es que se prepare durante la Semana de Pasión, como se preparan las túnicas o los tambores o los mantecaos. En “la mantica pá los pies”, mandan las “heliscas” inesperadas, que nadie sabe a mediodía si se va a necesitar o no por la noche. Por tanto, “la mantica pá los pies” exige decisiones rápidas y firmezas duras. = “Sácame una mantica pá los pies”.
Es un decir que forma parte de lo semanasantero, como el calzarla es paisaje y el disfrutarla, un gozo añadido a todos los gozos procesioneros. 422
Mi último recuerdo de El Boria es exactamente el mismo que el del Zoril: En su portal, viendo pasar la Procesión, la antonomástica, la del Jueves, con “las piernas envueltas en una mantica pá los pies”. (Aquella es la verdad, pero lo decimos así). Y un beso. Cuando di al Zoril aquel último beso, él era ya fragua eterna, paisaje semanasantero, poesía infinita, “mantica pá los pies”. Era Jueves, todo el Jueves, era de noche, pasaba la Procesión y hacía frío en la Calle de las Columnas. Por eso “había sacao la Juana una mantica pá los pies”. Los pies de un tamborilero, “del tamborilero antonomástico”, pues bajo aquella “mantica pá los pies” cabía todo el tamborear tobarreño.
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EL BALCÓN El balcón es el palco donde cabe toda la envidia de Tobarra. Lo sé, porque nunca he tenido un balcón para mí solo. En mi casa de la Calle Mayor 46, sólo había un balcón. Uno. Estaba en el cuarto donde dormían mis padres. Desde él, podía verse perfectamente El Reloj, La Encarnación, La Huerta a la izquierda y la Calle Mayor hasta Los Arcos del Convento. Pero estaba, ay, en un segundo piso y eso es demasiada altura para ver, con detalle y con ansias, los Santos de la Procesión. Algún día –sigo soñando- tendré en Tobarra un balcón para mí solo al mismo nivel de calle por donde pasa la Cara de La Guapa o el Pelo de Nuestro Padre Jesús. Probablemente –bueno, probable no, seguro- no veré a los agarráores ni a los nazarenos, pero ya me dará lo mismo, porque estaré tan viejo que me conformaré con oír los horquillazos y el zarpazo de algún cetro travieso, incapaz de desfilar en silencio. Por una vez, no soy solo Semana Santa. Y, desde mi balcón, veré pasar al Cristo y a San Antón y a Santa Cecilia. Yo estaré muriéndome, pero no me importará, porque tendré mis ojos llenos de Procesión, de procesiones, de una y de todas, de la misma, que ya no podré ser sino espectador. El balcón, los balcones en la Calle Mayor me llenan de soberbia. Ahora sí que soy soberbio, porque pasa la Procesión del Jueves Santo por la puerta de mi casa y yo estoy en mi balcón, viéndola. No se puede ser más tobarreño. El balcón es toda la culminación de mi carrera semanasantera, que es tan larga que ya crucé todas las cabecerillas de agarraor, ay, rompí todas las cinchas de tamborilero, ay, no me queda resuello para ser nazareno, ay, y sólo puedo ser espectador quieto, ojos avariciosos, ávidos de andas a mi altura, de Santos a mi nivel visual. El balcón es balaustrada lejana, que ni siquiera me acerco a ella, porque estoy sentado en mi mesa camilla. Ese es el pequeño mundo al que me veo reducido, de tan antiguo. Ahora, ya, en este 2.000 y pico, en ese dos mil y muchos, mi Semana Santa es un balcón en la Calle Mayor de Tobarra. Pero he sido tanta, que me refugio poéticamente en él, como anticipo de la Gloria.
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LA VENTANA “Ese espacio de duda que hay entre el vidrio y la realidad” Francisco Umbral. Mortal y rosa. Si el balcón es palco, la ventana es proscenio. La ventana tiene la ventaja añadida de la intimidad, del anonimato, del sigilo. Si veo la Procesión desde la ventana, puede que no me vea nadie, si me empeño. Como en esto, como en todo, hay una Tobarra que me impresiona. Son ocho o diez espectadores, nunca más. Están en las ventanas/ventanucas de las casas que bajan -Domingo de Auroras- desde el Callejón del Aire, pasado El Portachuelo, hasta la replaceta donde se abre San Antón en dos –Escuela/Estanco/Falsa Fuente- en plena Calle Cristo de la Antigua. Ahí, donde digo, Domingo adelante, Tobarra se despereza en ocho o diez –nunca más- cuerpos de mujer –nunca hombres- que ven pasar al Resucitado –ahora, también, gracias a Dios y a la lógica, a La Magdalena- camino de El Calvario. Son las ventanas más ventanas de Tobarra. Espero cada Domingo de Ventanas para topetarme con ellas, como una venganza de moros/moriscos contra las chulescas ventanas de la Calle Mayor, protagonistas cotidianos versus protagonistas de año en año. Tobarra resucita con El Resucitado en esos cincuenta metros de ventanucas asimétricas de las que empecé a enamorarme desde que salí, ay, la primera vez con El Resucitado. Ya lo he dicho: La chulería de las ventanas de la Calle Mayor minimiza mi amor por las ventanas. No obstante, están ahí, con un ventaneo protagonista que acaba imponiéndose. Y lo más curioso es que en esas ventanas haya gente con túnica tamborilera, como si la pura calle no fuese escenario para ver La Procesión. Ventanear es, también, hacer Semana Santa espectadora. Y yo tengo que recogerla en estos Cuadernos para que algunos/muchos se sientan identificados con esa voluntad, ese modus de ser semanasantero. Al fin y al cabo, Semana -rima conventana. Balcón, ventana, sillica en la calle, la Tobarra espectadora ensoberbece su Semana Santa. Y yo le reconozco su protagonismo. 425
LOS CALLEJONES Cuando un pueblo está situado alrededor de un cerro y hay otros cerros que lo acordonan, el callejón, los callejones son sustantividad propia. En Tobarra no tenemos “callejas” ni “callejuelas” (en mi Salamanca de los veranos abundan) pero hay muchos callejones (“Paso estrecho y largo entre paredes, casas o elevaciones del terreno”). El diccionario no es perfecto, pues debería añadir “que vayan necesariamente hacia el cerro”. Callejón de Faco, Callejón de la Andrea, Callejón de San Roque… Antes, Callejón del Hoyo, Callejón de la Balsilla, que hoy no son, sino recuerdo. Los callejones me enamoran. Sólo una vez –y por voz de maestro- oí en Tobarra como se utilizaba el callejón como despectivo. Era en la voz sabia de El Zoril: -
“¡Politiquillos de callejón!”.
Cuánta sabiduría hay en el decirlo. ¿Por qué aquí los callejones en estos Cuadernos de Espectadores? No hay digresión sino pura realidad en el Domingo de Callejones. También es realidad recientemente aprendida. Portachuelo adelante, “el Resucitao” sólo para “de callejón en callejón”: Calle de la Parra, Primera del Collado, Segunda del Collado, etc. Es un capricho de la Hermandad de la Caída, que respeta escrupulosamente quien toque el timbre en el anda del Resucitao, al pasar por ellos. Y se ha convertido en una costumbre de adivinación y magia el que la gente vea la Procesión desde la misma puerta de su casa. Simplemente, se asoman en cuanto barruntan que va a pasar el Santo. Normalmente, son mujeres, aún en bata, con o sin rulos en el pelo, que salen en zapatillas de estar por casa. La gente “de los callejones” no baja hasta San Antón, hasta el itinerario de la Procesión, para verla, como ocurre el Jueves en la Calle Mayor. No. Ven pasar al Resucitao desde su puerta, esté cerca o lejos, que algunos están a más de cien metros. Para la gente del Paso Gordo, ya se ha convertido en una figura entrañable este agarrar de callejón en callejón, como un homenaje de respeto a quien allí vive y no hace camino procesionero, sino que deviene en espectador especial, pero entrañable, en un paisaje de Domingos sanroqueros.
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GOLVEL EL ANDA Se “güelve” el anda, lógico, a un espectador. La Procesión sigue su marcha, calle arriba/calle abajo y se para en un de pronto. Algo, sobre todo alguien, es el motivo. El anda deja su paralelidad a las fachadas y se convierte en pura verticalidad a las mismas. Cuando se “güelve” el Santo es que hay un espectador superespecial que merece la mayor distinción procesionera. Golvel el anda es el cum laude, pues no hay mayor mérito en la Procesión. Prueba evidente es que pueden pasarse años y años, Semanas Santas y Semanas Santas, Procesiones y Procesiones, sin que se “güelva” un exclusivo de nadie, de ninguno. El ritual es sencillo para los agarráores, pero majestuoso y solemne en su ceremonial. Pretende, simplemente, que el espectador objeto de la particularidad vea el Santo de cara. Al menos, eso es lo que, aparentemente, se consigue con el fasto. Pero es mucho, muchísimo más. Es demostrar públicamente el respeto, el cariño, la capacidad de particularizar un nombre, una persona, un honor, la más alta distinción profesionera que se hace a un espectador. ¡Qué pocas veces se “güelve un anda” a alguien joven y sano! Y es porque, casi siempre, “golvel el anda” tiene mucho de despedida para un hermano viejo y enfermo. En la Semana Santa de 2002, en la Calle de Las Peñas, frente al Frontera hemos vuelto El Resucitado (Domingo de Tristezas, por una vez) a alguien que acababa de morir. Abrieron puertas y ventanas de par en par. Como, para mí, era la primera vez que se volvía el anda a un difunto, no he querido preguntar quien era para no romper el simbolismo de lo general desde lo individual. Aquí, no. Aquí, sí. El Viernes Santo de 1984 por la mañana, al bajar, se le volvió La Dolorosa al Presidente de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, Excelentísimo Señor Don José Bono Martínez. Yo iba con él de cicerone (naturalmente, entonces con la túnica de La Dolorosa) y pedí que se le volviese. Obviamente, le expliqué a Pepe Bono (ahora ya, sin más tratamiento que el de la amistad) el significado de la ceremonia. Lo agradeció mucho. Y es que nunca había tenido la Procesión tobarreña un espectador tan distinguido. Después, lo ha sido más veces. Y yo se lo agradezco, como tobarreño, haciendo que su nombre cierre este Cuaderno de Espectadores.
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PRÓLOGO DE MARÍA DEL MAR HURTADO ALPUENTE El hecho de que mi padre me haya encargado el Prólogo del Cuaderno de Borias, sólo puede deberse a dos razones: A/ A que quiere “castigarme” por ser tan poco (o tan nada) procesionera. Soy totalmente semanasantera, eso sí, pero no salgo –aunque las veo con deleite– en ninguna procesión. B/ A que tiene que ser un hijo suyo quien diga que lo único que mi padre no podría ser nunca en la Semana Santa de Tobarra es un Boria, pues es tan manazas que no distingue una tulipa de una batería. (Y, mucho menos, sabría qué hacer con ellas). Bueno, nadie es perfecto. No obstante, aún podría añadir como justificación a mi firma del Prólogo, que mi padre quiere tener bien claro que nos ha transmitido a mi hermano y a mi su amor semanasantero. “Sin ser (como él) Semana Santa todo el año”, creemos haber demostrado que nos gusta la Semana Santa como al que más… y que ahí estamos demostrándolo año tras año y estemos donde estemos. La Semana Santa ya es sagrada para nosotros. Nuestra presencia anual en ella, más. Mi padre puede estar tranquilo. Su semilla ha fructificado. Y ya tiene una nieta, mi sobrina Inés, semanasantera pura. Del libro, ¿qué puedo decir? He visto a mi padre escribir toda mi vida sobre la Semana Santa. Le he visto convencernos –bueno, él y mi madre, no hay que olvidarlo–de su singularidad: Su tambor, su Virgen de los Dolores, su Paso Gordo, su Bajada (auténtica obsesión desde hace muchos años…). ¡Su Semana Santa en pleno! No obstante, sí me ha sorprendido que haya alguien que, habiendo escrito antes páginas y páginas sobre el tema, aún sea capaz de rematar un libro con más de 600 páginas. Y aún se permite decir que “todavía no ha empezado”. Como testigo de su vida y de su amor por Tobarra y su Semana Santa, no tengo inconveniente en creérmelo.
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POR SI VALIESEN –AQUÍ- LOS CONCEPTOS La Revista de Semana Santa de 1986 contiene en ocho o diez de sus páginas pares, unas elegantísimas citas, párrafos, impactos literarios, en los que los redactores de la revista, pues son aparentemente apócrifos, combinan la ficción con la buena letra. Una de mis más gratas impresiones semanasanteras fue leer –illi et tunc- estas palabras de Guillermo A. Paterna Alfaro: = “Un Boria encantado, que ha madrugado más que el Sol, repite sin pestañear
estas palabras: «L Lo he visto. Ha cruzado el pueblo por el cielo, de cerro a cerro. Ha ido a la Plaza a buscar a su Madre. Me ha dicho que volverá, pero dando un rodeo por San Roque el Viejo. Tenemos que esperarlo aquí. Llamad a los demás y que avisen al Cholo»”. Me complace… Un Boria… Llamad a los demás… El Cholo… Alguien había recogido el desafío literario. ¡Bendito Guillermo! Boria, El Boria, es un personaje de ficción, protagonista de un cuento que escribí para la Revista de Semana Santa de 1973. Decía así: CUENTO DE JUEVES SANTO APOLOGÍA “Nosotros, españoles, hemos sido el pueblo más poderoso de la Tierra: Hemos vencido en Flandes y en Lepanto; hemos descubierto América (cuando era una conquista técnica más difícil que hoy la de la Luna); hemos armado un 2 de Mayo; hemos tenido la fuerza que supusieron ver Eugenio D’Ors y Ramiro de Maeztu. Y sin embargo, la Historia, nos obligó a ser también, un pueblo modesto. No hay mayor modestia que la de ese hombre que coge su legón o su arado y sale a la huerta o al campo para escribirle a la tierra su cántiga de sudores y de fríos con punzadas de telúrica resignación. Y nosotros, los del tambor y la horquilla, llevamos en el alma la mística de Santa Teresa y la sencillez de Juan Ramón Jiménez. ¡Fuertes, místicos, sencillos… hombres de Tobarra, adalides de tantas cosas! Está de moda el término “ejecutivo”. Ejecutivo es, por antonomasia, realizador. Es un término con profundo contenido empresarial. Es un vocablo que está en 5
íntima concomitancia con gerente, jefe o director. Y yo quiero poner un marchamo de gloria en mi cuento, dedicado a ese factotum que se decanta en auténtica alma mater de las Hermandades de Semana Santa. Es ese hombre sencillo, fuerte y místico que, impregnado Dios sabe de qué ocultas devociones, pone en marcha esa obra que la mayoría de vosotros contempla sentado en la puerta de su casa, cuidando del silencio de sus hijos o en una esquina con el tambor –dormido- en la espalda. Me refiero –esa obra- a la Procesión. Esas procesiones, irrepetidas, que no empiezan a las ocho de la tarde del Miércoles Santo, sino muchos días, muchas semanas antes. Esas procesiones que tanto admiramos y que no serían posibles sin el quehacer de esos personajes a los que intento glosar. Para el hombre de mi cuento y para los que, como él, hacen posible nuestra Semana Santa, quiero forjar unas endechas de homenaje. Quiero dar fe de su fuerza, de su mística, de su sencillez, de su espíritu de soldado más que de capitán. Me obliga a ello la grandeza de un quehacer que pasa desapercibido. Me impulsa a ello la razón de quien rompe su lanza por quienes, sin pretenderlo, son el eje de nuestra Semana Santa, los auténticos ejecutivos de la misma. EL BORIA Hacía tiempo que veníamos cansados. Ya no nos quedaban ganas ni de marcar el paso, ni de picar fuerte con la horquilla, ni de pensar en cual de los hombros teníamos más “colorao”. Sólo teníamos ganas de llegar a la Iglesia. Padecíamos una dulce borrachera de sueño y cansancio. No nos dábamos cuenta de que era el primer día. Ni de que quedaban tres procesiones más. Deseábamos oír el golpetazo final del anda al descansar en los bancos, para liberarnos hasta que de nuevo entonase su cántico a la huerta el sol de Viernes Santo. Atrás quedaban la calle de las Columnas, el Paseo, los Caños… Íbamos en cuesta abajo. En una de las paradas, alguien dijo que había que volver la Virgen. Cada año sucede una o dos veces. Es emocionante. Sabes que alguien –enfermo o moribundo- quiere ver a la Virgen de frente. Los que íbamos pegados al trono en la parte de dentro, no nos enterábamos de mucho. Es la verdad. Pero teníamos la ventaja de que, a veces, hacíamos menos fuerza, “hacías la gata”, mientras que los que iban en las orillas, no tenían más remedio que “apencar” a cambio de que lo viese su novia o su mujer en primera fila. Decía que, los de delante, levantamos el anda y permanecemos quietos, girando sobre nuestro propio eje mientras que los de detrás hacían su recorrido de noventa grados, para encarar la imagen hacia quien lo había solicitado… ¡Dios mío! ¡Si era El Boria! ¡Cuántos años sin saber de él! ¡Y qué poco quedaba de aquel Boria al que yo conocía desde muchos años atrás, cuando me llevaba –yo dormido- en sus brazos, porque ya no resistía los últimos metros de la Procesión! Aquel Boria que me hacía coger una de las cintas del 6
estandarte, para que –casi dormido- el estandarte tirase de mí. Era aquél: “Boria: que dice mi madre que no ha encontrado un lazo negro para ponérmelo en la manga de la túnica”. “Es igual, hijo mío. El Viernes Santo, el luto se lleva en el corazón”. Y aquél mismo: “Boria: ¿Me vas a dejar agarrar en el anda el año que viene?”. “¡Pero nene, si aún no alcanzas ni con los bajicos!…”. Allí estaba lo poco que quedaba del Boria. Un montón de huesos, sentado en una mecedora, con las piernas cubiertas bajo una manta. Allí se veía hasta qué punto transforma la enfermedad y la vejez. Le miré el hombro. Aquel hombro fuerte que llevó –muchos años atrás- el viejo trono de La Dolorosa (en el que “agarraban” doce, porque aún no llevaba manto) precisamente sin almohadilla, en un palo hecho astillas que se había roto en el Calvario. Miré sus manos. Aquellas manos que arreglaban el manto; que colocaban los claveles que mandaban ex profeso desde Murcia o Valencia; que repartían el coñac “que se había pagao el señorito”; que quitaban el puñal del pecho de la Virgen, el Domingo de Resurrección después del Encuentro (Un, dos, tres. ¡Arriba! ¡Al hombro, los de atrás! ¡Vosotros, al brazo! Un, dos, tres. ¡Vuelta!…). Miré el rictus de su boca, vacía y silenciosa. Aquella boca alegre que nos decía a los críos que “era un honor salir en la Virgen” y después –mayores-: “Vosotros, hasta el Teatro; vosotros hasta el Cuartel; vosotros, hasta el Callejón de la Balsilla y tú, Manolo, no te duermas mañana, como tós los años. Y el que se arrane antes, que lo diga”. El Boria no hablaba, ni se movía. Su mujer, sus hijas, lloraban. Y la Virgen del Jueves Santo en la noche, cien bombillas en la cara, clavel azul, brazos abiertos, lo miraba de sesgo, perdida en el infinito, ausente, como la gitana que copió Salzillo, su anónimo modelo. Y El Boria a sus pies, pequeño, enjuto, cabalgando en su sueño de mil Semanas Santas, contento porque había visto a su Virgen en el último Jueves Santo de su vida. Sonó el timbre. Volvimos el anda. Los de detrás, quietos. Los de delante, haciendo el giro de noventa grados. El trono, un segundo en el aire. Diez y seis pies delante. Y otra vez: Trac. Silencio. Trac. Silencio. Trac. Horquillazos, sudor y sueño. Diez y seis gargantas emocionadas. Diez y seis lágrimas contenidas. Sentí un pinchazo en el hombro. Como el año anterior. Como el que viene. Como siempre. Permitídme una larga dedicatoria final, Para Paco Alonso, Mateo y Coloma (q.e.p.d.), Antonio Claramonte, Antonio Serrano, Merino, Sixto, Conrado, El Cholo, Rosendo, mi hermano Pedro y otros muchos que pueden ser la reencarnación de “El Boria” de mi cuento en la Hermandad de la Virgen.” 7
Recuérdese que este cuento se publicó en la Revista de 1973. Y cuando escribo esto, en pleno 2002, ¡cuántos muertos más, desde la dedicatoria, cuántos Borias menos! Eso es un Boria. No existió con ese nombre. Pero en Tobarra abundan en lo que significan. Como se ve, los redactores de la Revista de 1986 reconocen –ya- la mitología del nombre y de la figura, que yo creo había quedado bastante bien reflejada en el cuento de 1973. ¿Qué es, pues, un Boria? Mejor decir que es lo que yo quisiera que fuese. Si se admite y populariza podría ser un neologismo semanasantero que enriqueciese nuestra ya rica Semana Santa. La Semana Santa de Tobarra admite docenas de neologismos. ¡Inventémoslos! Un Boria sería, ante todo y sobre todo, un hombre de hermandad. El Boria no lo concebí para ser tamborilero. Ni tampoco cabría en El Boria un semanasantero integral. No. Hay que concretar: El Boria, un Boria sería esa persona que en una hermandad hace todo y de todo, sale todos los días junto a su Santo, es sacrificado, está todo el año pendiente de la hermandad, etc. El Presidente de la hermandad no tiene por qué ser, necesariamente, un Boria. Es más, El Boria es esa persona sencilla para la que todo son obligaciones, porque él se las crea; que da todo por la hermandad, sin esperar nada a cambio; que, normalmente, pasa desapercibido fuera de su hermandad, etc. Por otro lado, tampoco tiene por qué haber un Boria en cada hermandad y, en cambio, aunque no sería normal ni abundante, si que pueden “cohabitar” dos o más Borias en una misma hermandad. Yo nunca sería un Boria: No distingo una vela de una bombilla; no sé coger un martillo, soy incapaz de armar el estandarte, etc. Soy un buen semanasantero, sí, pero no podría ser un Boria. Ese honor, en el fondo, en mis más de 60 años de vida, además, hoy, sólo se lo reconocería a ocho o diez personas. Ser tobarreño y Boria. ¡Pá que más!
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EL BORIA Y LAS ESENCIAS Un Boria es el único capaz de entender las entrañas inexcrutables de las Hermandades de la Semana Santa. Pero actúa y actúa, sin explicárselas a nadie. Por eso un Boria nace y muere en él mismo. Por mucho que se empeñase un padre, su hijo no heredaría, necesariamente, el marchamo de Boria. Bueno, para empezar, nadie se reconoce a sí mismo la condición de Boria. Se es Boria, sin saberlo. Nadie se dice a sí mismo: = “Soy Don Imprescindible en mi Hermandad. Sin mí…”.
Todas las Hermandades tiene su “maca” o sus “macas” pero dicho entre comillas y sólo en el sentido tobarreño de “maca”, que casi nunca es peyorativo, aunque para el Diccionario R.A.E.L., sí lo sea. Pero ya sabemos que la Academia… Pues bien, El Boria se sabe todas las macas: Las del Anda, las del Santo, las de las luces, las del adorno, las de las filas, las de las Procesiones… En El Boria subyacen gloriosamente todas las esencias de su hermandad. Todas. Se las sabe de pé a pá y se las sabe de memoria. Y, además, como para eso es Boria, las pone en práctica de principio a fin. Realmente, la Borialogia no es una ciencia con valor de discente. Se es Boria “porque lo da la mata”. No se aprende a ser Boria, nadie aprende. En el fondo es una virtud, un mérito que exige unas muy variadas aptitudes –innatas siempre; no aprehensibles, aunque sí cultivables- pero, sobre todo, unas muy cortas, pero muy concretas actitudes, unos muy específicos talantes. Por ejemplo, el único “qué dirán” que tiene en cuenta un Boria, es el de su propia conciencia. Él hace eso por su hermandad porque cree que es lo mejor para ella. Y debe pensar más en su hermandad que en la Semana Santa que en Tobarra. Al final, está el amor a Tobarra, siempre Tobarra, sólo que aquí por añadidura. Al Boria es al único semanasantero al que le está permitido ser egoista. Egoista de su hermandad, por supuesto. ¡Y a muncha honra!
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EL BORIA Y EL TIEMPO “Todo escritor se alimenta de su tiempo” (Francisco Umbral. Los alucinados). El Boria, cada Boria, también. Porque conforme barro Semanas Santas ante mis ojos, voy convenciéndome –como con ternura y pena- de que El Boria es un semanasantero del siglo XIX, que aún colea a mitad del siglo XX. ¿Hay, habrá, Borias en Tobarra hacia el 2050? Me parece que no y, venga, dígase, mejor que no los haya, porque será señal de que en cada hermandad prevalece un equipo y no una persona. El equipo –no la individualidad- está más acorde con los tiempos del futuro para cualquier organización o institución. En los años 50 y 60 del siglo XX, si a mi Jesusico no le hubiese dado por “arreglar” San Juan, San Juan no habría salido. Así de simple. Jesús García Martínez, tercera generación de Perijuanes Sanjuaneros, se ocupaba del anda, del Santo, de la palma, de las túnicas, de las filas, del carrico, de los relevos… Eso, además de ser el sanjuanero más agarráor de los agarráores. Es un ejemplo. Probablemente, sería porque las cosas, entonces, tenían que ser así. Y como tenían que ser así, pues eran así. Un Boria movía una hermandad. Y sin él… Hoy es más difícil que así sea y, por supuesto, menos deseable. Hoy, en este siglo XXI, prevalece el sentido de equipo. Las Hermandades, durante casi todo el siglo XX, eran instituciones sencillas, poco o nada complejas, sota, caballo y rey. Los Borias tenían que surgir. Y surgían. Hoy, como digo, es más difícil. Una hermandad tan extraordinariamente bien organizada a caballo de los siglos XX y XXI como es La Caída, tiene un excepcional presidente (Pepe Garrido) pero tras él hay, sobre todo, un gran equipo. Eso tiene su mérito, pero es así. ¡Hay que saber crear y dirigir ese equipo! ¿Borias en la mitad del siglo XXI? ¡Mejor que no! ¡Que decidan los equipos! Así lo creo. Precisamente por eso, dedico un Cuaderno de Borias. Con la esperanza de que la perfección semanasantera los convierta en recuerdo y glorioso honor. En pasado, por supuesto.
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CON PERMISO DEL BORIA: ¿CAMARERA O CAMARERO? A Mari Ruiz Huedo. Hay Santos de talla y Santos de vestir. La Cruz de la Toalla o El Moniquí o San Juan tienen poco que vestir, pero La Virgen, El Ecce Homo, Nuestro Padre Jesús, sí que lo tienen. Y vestir un Santo (¿quién dijo aquello de “quedar pá estir Santos”?) tiene mucho de amor, algo de arte, bastante de técnica e incluso su pizca de magia. No es que sea mejor ni peor un Santo de talla que un Santo de vestir o viceversa. Cuando se decide la compra, la traída, la venida de un Santo para la Semana Santa, se decide por lo más conveniente en el momento y ya está. Uno de los arcanos de la Semana Santa es que aunque todos los Santos son Santos, el mío es el mejor o yo me lo creo así. ¿Quién viste a un Santo? ¿Un camarero o una camarera? Me resulta especialmente curioso que el Diccionario recoja los dos vocablos por separado y no sea éste como femenino de aquél. En cualquier caso, es sustantivo con rimbombancia, con ringo-rango, cosa de reyes y así. Pues si es de reyes, ¿qué no se merecerá El Señor o La Virgen o…? En Tobarra, vestir al Santo no ha sido oficio de Borias. Testigo, sí, pero meter la mano, eso es harina de otro costal. Y opinar, también, que si el pico por aquí, que si la peluca por acá. Pero poco más. La única concesión que se permitía hacer El Boria en su hermandad, es no vestir al Santo. Le daba un como así… Y otorgaba ese privilegio a otra persona. Por otro lado, he dicho, he dudado si camarero o camarera, pero El Boria bien sabía que jamás hubiese consentido otro tío vistiendo al Señor o a La Virgen. Pero como se trataba de una mujer… Realmente, El Boria no dejaba de serlo por no vestir al Santo. En el fondo, ¡que más le daba! Y tenía que hacer una concesión. Todos tenían derecho a demostrar su amor a la hermandad, aunque El Boria bien barruntaba que como el suyo… Mi madre, sin ser camarera de La Virgen, ayudaba siempre a Jacoba Rodríguez de Vera a vestir a La Guapa en el filo de los años 50 del siglo XX. Ese fue siempre uno de los orgullos más grandes de mi madre. Después, cuando murió Jacoba en 1956, ya nunca más lo intentó. 11
Dificultad clara sería vestir al Cristo Caído del Paso Gordo, por lo complicado del escorzo y por esa situación de tenguerengues que hace que Cristo vaya a caerse, (pero Caerse del todo) no arrodillarse, sobre la camarera, con la sensación de angustia e impotencia que ello provoca. La camarera ¿hay o ha habido algún camarero? es hada, modista, freira, devota y siempre, bienaventurada. Cuando ve pasar por su puerta el Santo que ha vestido, no despierta hasta que no se empeña un Ángel en ello.
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LA AGONÍA, EL ÚLTIMO ALARDE, LA ÚLTIMA AMOROSA REBELDÍA DE UN BORIA A Juan García García. Crónica y lírica. Testimonio y complicidad. Semanasanterismo y amistad. Juan García, algunos otros y yo. Es imprescindible apelar al nombre y a los apellidos, dejar constancia de la persona, encaramarse a los hechos, encariñarse con las consecuencias, dejar en paz las modestias… La Agonía, El Señor de la Sangre, el único Cristo Crucificado de la Semana Santa tobarreña. (El Cristo de la Antigua -¿por qué?- no ha sido nunca semanasantero). La hermandad… ¿Por qué las hermandades florecen y decaen? ¿Qué mecanismos internos (externos, ni uno) de autodestrucción anidan? No hay hombros, no hay horquillas, no hay… En mi recuerdo, Maxi Zorrica (Maximino Moya García), Pepe Cañeñe (José Moya Rodríguez), Pepe Ruiz Parras, Guillermo Monte, Leandro Magro, Dieagaco, el de Morella… cargando durante bastantes años con La Agonía sobre un carrico. Algo normal en cientos de Semanas Santas, pero impropio en la de Tobarra. Pero surge un hombre sin vocación de Boria, pero con hechos de Boria. Un hombre “de la Virgen”. Un hombre excesivamente bondadoso y modesto. Mi amigo Juan García García. Yo vivía en Portugal. = “Josemari, vamos a cambiar por completo la Hermandad de La Agonía. Vamos,
incluso, a hacer un trono nuevo en Sevilla. ¿Estarías dispuesto a poner algunos cuartos…?”. -
“Por supuesto, Juanico, por supuesto. ¿Es suficiente con…? Por curiosidad, ¿quién te ayuda?”.
= “Pues están… Como ves, hay bastantes”.
-
“Oye, si es en Sevilla, llama a mi amigo Paco Madera, teléfono tal. Te será muy útil”. 13
La Agonía. Esto es pura épica semanasantera. Juan García es el último Cid, el último Martín Fierro, el último Fernán González. Su canto es como una rebeldía. Como los de Miguel Carcelén y Juan Perijuan y Francisco Sabina y Cristóbal Sánchez Onrubia y La Chava y David Aroca y… No llega más lejos mi memoria. Y bien que lo siento. Pero creo abarcar todo el siglo XX. Y si no, recuérdese que la memoria, como la inteligencia, como la estatura no son criticables. Lo da o no lo da la mata. = “En principio, es un préstamo a devolver sin fecha. Pero, ¿y si fuese un
donativo? ¿Qué pasaría?”. -
“Nada, Juanico. Considéralo un donativo”.
Y La Agonía vuelve a salir a hombros. Y hay relevos. Y ha cambiado la hermandad. Y volvemos a ser todos iguales. Y Tobarra se pone contenta… Tenía que contarse. Y se cuenta. En nombre de la Tobarra eterna, ¡gracias Juan García García!
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LO ABSOLUTO Hegel, lo absoluto. Yo veo así al Boria. Lo absoluto es “la idea universal y única que, juzgando y discerniendo, se especifica en el sistema de las ideas particulares”. Lo explica más claramente María Mercedes Meya en “Albacete antiguo: Las devociones perdidas”: -
“Un espíritu superior que absorbe el alma individual del hombre, de tal manera que perdiendo su conciencia individual y su colocación temporal, pasa a formar parte de él”.
La Hermandad, el Santo, son ese Absoluto para El Boria. Cáigase en la cuenta que estoy empleando nombres, conceptos, ideas filosóficos. Por tanto, dialecticamente (otra vez Hegel) cabe decirlo. En El Boria, generalmente, no cabe sólo teología (¿la mayoría? ¿bastantes? ¿algunos? no son hombres de misa, confesión, Pascua Florida, diezmos, etc.) y hablar de devoción minimizaría el papel del Boria. Por tanto, hemos de acudir a la filosofía. La Hermandad, el Santo, su Santo. Son ese Espíritu Absoluto para El Boria, lo ilimitado, lo infinito. Para El Boria todo gira en torno a ese Absoluto. El Boria no quiere más, no sabe más, no puede más, no necesita más. Por eso hay tan pocos Borias, como hay pocos sabios o pocos deportistas de élite. El sentir de El Boria es la Abstracción Absoluta. Él no ve una fila, una túnica, un anda, un Jueves Santo. La concepción de El Boria de su parcela semanasantera está por encima de todo eso, lo supera. ¿Cómo si no, es posible ser Boria de hermandades –no voy a nombrarlas, para no caer en la trampa- con menos carga déica? Realmente, a El Boria le da lo mismo. Si exagero, pondría un ejemplo clarísimo: El Boria sería capaz de traer a la Semana Santa al mismísimo Judas Iscariote, el Apóstol traidor. Realmente, El Boria, desde ese Absoluto, es que ni siquiera se cuestionaría el intríngulis de Judas en el absoluto de la Pasión. Creo que El Boria cabe en una tesis doctoral que, obviamente, no me decido a escribir y es que es un asunto mucho más profundo de lo que parece, aunque haya tenido su origen en la enamorada ficción de un cuento semanasantero tobarreño.
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FLORISTA El florista/la florista es un mal necesario en la Semana Santa. Si El Boria pudiera, hasta cultivaría las flores para su Santo y, por supuesto, se las pondría él. Pero no puede, porque su negocio es una tienda o el transporte o es maestro… Y toda la tierra que posee cabe en tres macetas. Por tanto, El Boria tié qu’echal mano del florista/la florista que, normalmente es de Murcia o de Valencia o de Cieza o, ay, de Hellín. Y se hace el trato, tanto por venir, tantas docenas de… no, este año, no que están muy caros, pon… total, tanto. ¡Ah! Y a las doce, el Jueves, el Santo arreglao, que a mí no me vas “a tenel pillao” hasta última hora, que luego se hacen las siete de la tarde y me comen los nervios, porque aún no está el anda a punto. Las flores, así, en general, que luego veremos las particularidades, las flores son una preocupación especialísima de El Boria, pues su Santo es de los que “admiten flores” y no podemos dar imagen de miserables. “Que luego protestan, que protesten. Cuando arregle las cuentas… = “Arreglo del trono… tanto”.
… y si les conviene bien, y si no también, que es muy bonico quejarse, pero quien se preocupa del florista soy yo, que cada año es más difícil que vengan, y no es por las flores, es por ponerlas, que eso ellos lo saben hacer muy bien”. El florista/la florista, Flores Gómez, Murcia, teléfono… “Cada vez están más «desanchaos». Pero si es algo que debería hacer «de a por…». Menudo honor para ellos arreglar al Señor o a La Virgen o a… Pero ¡quiá!”. El Boria rezonga hasta que le toca el turno a su Santo en la Procesión. Procesión del Miércoles o del Jueves o del Viernes noche… Procesión, cualquiera. Entonces mira a su Santo con todo el orgullo del mundo y piensa –convencido- que no hay otro mejor arreglao ni con más flores, ni mejor dispuesto. En ese momento, El Boria ya no se acuerda del florista/la florista. Todo el mérito es del Santo, que es lo más bonico del mundo…
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OLIVERA A Jesús Remolinos. De entre la simbología semanasantera tobarreña, la olivera –La Olivera, con mayúsculas- tiene razón y protagonismo. En realidad, La Olivera debería aparecer en los Cuadernos de Símbolos, pero la flora –La Flora- quedaría coja sin ella en este Cuaderno de Borias. Tan símbolo es que El Paso de la Olivera tiene Denominación de Origen, como lo tiene su secuencial, El Moniquí. La Olivera trae consigo un recuerdo de “almarzaras” extinguidas y de dichos presentes, “no va a sacal gusto el azaite”, de aquella Tobarra, ay, tan olivarera ayer. La Olivera del Paso de San Roque, la Olivera del Prendimiento, es una buena ocasión para inmortalizar a Pedrete “el de la almarzara”, aquel que le decía al “burrera” de mi padre en el Casino de la Plaza… = “Ay, Paquico, si no hubiás estudiao…”.
O para salvaguardar “el chispe” que es palabra de la tierra e identifica a la placa de detritus que dejan las olivas después de ser molidas: “Ollejo” y hueso prensados. Se quemaba, pero daba el humo más horrible de todos los combustibles usados. La Olivera es Miércoles Santo y dicen sus agarráores que produce una desazón en el anda, por aquello del bamboleo. La Olivera es/era –hasta La Burrica- todo el inicio de la Semana Santa, Cruz aparte. Creo que la Hermandad de Jesús del Paso debería escribir la Historia de la Olivera. (Aquí estoy yo, dispuesto a hacerlo… si me lo piden). El nido. A La Olivera se le pone un nido o un remedo de nido. Es parte del paisaje del anda. Y así desfila San Roque abajo, después de que el Miércoles nos haya aproximado a los tambores. He tenido la inmensa suerte de haber estado en el Huerto de Getsemaní, en Jerusalem, allá donde hay centenarios olivos y atiborrados nidos. Me hubiera 19
traído uno para Tobarra, para el Paso de San Roque, la hermandad de siempre de mi tío Joaquín. Algún día, me gustaría ser mano que colaca el nido, rama que simboliza el Huerto, Miércoles de lógicas y abrazos. ¡Ay, si me dejaran!
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MONIQUÍ A Lucas Codinillo. Tobarra y el moniquí son un matrimonio bien avenido. La Semana Santa y El Moniquí, mucho más. La Hermandad del Cristo de la Columna –que eso diría su carnet de identidadpodría ser La Flagelación o el Señor de los Azotes, pero nos empeñamos en que sea El Moniquí, porque en Tobarra sabemos de floras y, sobre todo, de motes. Porque también podría ser “el abercoque” o “el búlida”, pero, no, queremos que sea El Moniquí, ya sin comillas porque adquiere carta de naturaleza. Lo que ya no sabemos es si El Moniquí es la Hermandad o el anda o el mismo Cristo Flagelado. Porque ¿cómo le dirán los hermanos? ¿Dirán “El Señor”? ¿Habis arreglao ya el Señor? ¿Habis arreglao El Moniquí? El Moniquí es flora, porque adornan el anda con moniquís/ moniquises, que serían los plurales ortográficos, pero no sabemos decirlo o no nos da la gana decirlo bien: Moniquíes. La huerta de Tobarra, lo mejor de la huerta, uno de los milagros que nos distingue, está presente en La Procesión con todo honor, gracias a El Moniquí. Y es porque no queremos que se nos olviden los orígenes. Hay veces que “los guielos” se empeñan en que tengamos que inventarnos la fruta, de tan poquica como hay, a pesar de que el moniquí sea un abercoque macho y pueda con el frío. Bueno con alguno, que los febreros de Tobarra… Yo no sé quien inventaría eso de poner moniquís en el anda de El Moniquí. Pero me gustaría saberlo, para escribirle un poema o inmortalizar su nombre en algún escritico. No es justo que hayan desaparecido su idea y su gesto. El Moniquí, los moniquises, los fruteros, la Semana Santa. Somos lo que somos y nos gusta reconocerlo. Por eso nos decidimos a pasear en La Procesión aquello que nos distingue. Cristo Flagelado y el moniquí son ya mucho más que pareja, que simbiosis, que… Son la Tobarra huertana que saca pecho en la Calle Mayor en cuanto anochece el Jueves Santo.
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LIRIOS Y ALIAGAS A Pedro Ruiz Cuenca. Maridando lirios con aliagas nacen unas flores mulatas o mestizas o zambas que tienen el color de las túnicas de El Paso Gordo. No sé la razón botánica de tal, e incluso es difícil justificar científicamente que un blanco más un amarillo den un marrón, pero las cosas de El Paso Gordo son así: Inexplicables, sobrenaturales. Esas flores marrones nacen en los recuerdos, en las fotografías y no tienen clorofila. Se reproducen sólo una vez al año y duran bien poquico: Apenas unas horas, desde un jueves por la tarde hasta un viernes por la mañana. Y, oh casualidad, siempre coincide su floración con tiempo de Semana Santa. Son flores inodoras, que los agarráores machos sienten alergia ante ciertos refinamientos y les repele. Todavía no he inventado un nombre para esas flores marrones, híbridas de lírio (papá) y aliaga (mamá), pero habrá que hacerlo cualquier Jueves Santo. Sorprendentemente, las paredes de la Sede del Paso Gordo dan un abono muy bueno para ellas. Lirios y aliagas ya no son toda la flora de La Caída. Deberían serlo, como cuando Tobarra era pobre y no había para más. Pero nos parece que Cristo Caído merece más y se emborrona el piso del anda con otras flores. La aliaga, en realidad, se dice aulaga. ¡Qué me la blinque la máma y que me ampare el Judío é la aliaga! ¡Aulagas! El nombrecico tiene pinchos, espinas, púas, como la propia aliaga. Quienes lo entienden son los colombianos, que dicen “estar en aulagas” a quien está en dificultades. Claro, como la aliaga pincha… El lirio, en cambio, es flor de inocencia y candor y quien “va con un lirio en la mano” es porque no tiene intención de agredir ni de ofender. En Manises aluden a aquella “delicá de Gandía”, tan delicada que “le cayó un lirio y la mató”. Lirios y aliagas, El Paso Gordo floral y clásico, tradicional y florido, que encapricha su peso con botánicas dispersas para recrearse en La Bajada. El Paso Gordo que se disfraza de jardín para la tarde del Jueves. Aliagas y lirios. Se inventaron para adornar El Paso Gordo, cuando Tobarra no estaba para flores mariquitas. 22
CLAVEL La flor semanasantera por antonomasia es el clavel. Clavel, clavel, clavel… Rojos, blancos, amarillos, rosa, hasta azules, que la jardinería está haciendo diabluras. Las andas tobarreñas rebosan clavelería por los cuatro costados y aquí no hay figura literaria que valga. Claveles al norte, claveles al sur… Adornar las andas tiene su ciencia y es propio de un oficio el florista/la florista, ya dicho al principio de esta flora propia de Borias. Pero hay un clavel muy especial. Sólo uno. Es El Clavel del Resucitao. Voces antiguas que cercan voz de clavel varonil. Moreno de verde luna, voz de clavel varonil. Lo dice Federico para Antoñito el Camborio y lo digo yo para El Resucitao, que en Tobarra no decimos nunca Resucitado porque quedaría demasiado finolis y no estamos para eso. El Clavel del Resucitao, ponerle el clavel al Resucitao en su Mano Derecha, la Mano Triunfante, después del Encuentro con su Madre Guapa, es ya una tradición. Reciente, pero tradición. La ceremonia es sencilla: Después de los Himnos y las palomas, un nazareno, una nazarena tal vez un aprendiz de Boria, se encarama, anda arriba, y coloca entre los Dedos Victoriosos un Clavel, El Clavel, sujeto con una gomica para que no se caiga. Y así baja hasta la Plaza. El rito es sólo el rito, pero el honor de ponel.le El Clavel al Resucitao es algo muy especial dentro de la Hermandad del Paso Gordo. (En el anda de al lado, alguien, con parigual honor, seguramente también remedo de Boria, le quita el puñal a La Guapa, con idéntico ritual). El Clavel del Resucitao pasa a convertirse en referencia semanasantera, en brújula de gloria, en detalle de postín.
geográfica
Alguien recordará toda la vida “aquel año en que le puse El Clavel al Resucitao…”. 23
TOMILLO, ROMERO Y GOBANITA No son propiamente plantas semanasanteras, pero pueden llegar a serlo por derecho propio. El tomillo, el romero, las gobanitas, son parte de la botánica de nuestros cerros y algunos de nuestros cerros –esos, sí- son absolutamente semanasanteros. El Cerro de La Encarnación y El Cerro del Calvario son protagonistas sublimes del acontecer semanasantero y el tomillo, el romero y las gobanistas son testigos principales del paso de los tambores, del redoblar de las horquillas. Parece como si el propio Cristo fuese Boria de su mismo Calvario, para que nunca falten tomillo, romero y gobanitas en la mañana del Viernes Santo. Si por El Boria fuera, en el anda, en cada anda, en todas las andas, una mata de tomillo, un manojo de romero, un plantel de gobanitas, deberían ser “de obligado ornamento”. Sería Tobarra al pleno, la plenitud vegetal de Tobarra. Una figura entrañable, tal vez poco o nada cantada y que pasa desapercibida es la del tamborilero que baja de El Calvario el Viernes o el Domingo, con una matica de tomillo entre los tornos y la caja de su tambor. Es todo un poema vegetal en el que el tamborilero recita, con todos los Borias enternecidos: “Vengo, contento, del Calvario y traigo un concierto de tomillo. Tambor, romero, itinerario: En ellos me paro y encuadrillo”. Y la Calle Mayor y, antes, El Paseo, se encandilan en perfumes viejos, se engalanan con arcaicos ritos, se emperegilan con olvidados aliños. Y toman un aire distinto, porque los tamborileros son distintos. Se han purificado en el Cerro y se han exorcizado con tomillo y romero. No cabe más. Por su parte, los tambores atomillados o arromerados suenan mejor. Es como un misterio de notas vegetales. El tambor es más tambor el Viernes o el Domingo, cuando se consagran al aroma y al ceremonial. Arrancar tomillos, cortar romeros, estirar gobanitas. Tobarra se reconoce en la flora de sus Sagrados Cerros.
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VER La Semana Santa es toda la fiesta de los sentidos. Ver, oír, oler, gustar y tocar. Me los sé de memoria, puedo recitarlos todos y voy a escribirlos de carrerilla. La Semana Santa es un festín o –perdón- un fiestón, que empleo las palabras inadecuadamente. Ver. La Semana Santa es un concierto de ojos, una conmemoración visual, una percepción constante y variada, que no hay peor desgracia que ser ciego en Granada, que vaya mentira, que no hay más grande putada en la vida que no poder ver la Semana Santa de Tobarra. Ver. Se ve la Procesión, se ven los Santos, se ven las cuadrillas (¡no te jode! ¡los hellineros dicen “peñas”!) se ven los tambores, se ven los cerros… Ver. Los ojos son libros en blanco, páginas impolutas en las que escribir cada instante de la Semana Santa. Y de lo que no cabe duda es que cada cual vemos/escribimos lo que más nos apetece, lo que nos va inspirando en cada momento. Ver. La Semana Santa, ¿por qué no decirlo? es, sobre todo, espectáculo, que ahí están esos Cuadernos de Espectadores para corroborarlo. Y como el espectáculo que es, hay que verlo. Ver. Durante la Semana Santa, sentimos con los ojos. Mejor dicho, sentimos desde los ojos, que pasan a ser algo así como dos corazones en mitad de la cara. El mundo semanasantero gira en derredor de los ojos, como si ellos fueran periscopios decididos que se asomasen definitivamente a un mar llamado Semana Santa.
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Ver. En Semana Santa, ver es vivir. Y nos da lo mismo el día que la noche, la luz que la sombra, la casa que la calle, la cuadrilla que la fila. Vemos todo, vivimos todo. La Semana Santa es una señorita pudorosa, en la puerta de cuyo cuarto llama prudentemente el Boria-Universal el Domingo de Burricas, preguntando: -
“¿Está Ud. visible?”.
Y Tobarra le dice: = “¡Adelante!”.
El resto, es un concierto de ojos nazarenos.
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OÍR Nuestra Semana Santa es para ser oída. En los cerros, desde los cerros, días antes, cuando aún somos impaciencia y espera, un runrún de tambores desesperados asoma su incontinencia desde alguna cámara y le escribe al eco un tám tám de presagios imparables. En las casas, techo abajo, un frú frú de túnicas recién lavadas, estira la reverberación de su desperezo de felino hibernado ante una plancha urgente. En los talleres, más que los martillos y los metales, pueden oírse los dedos y las prisas. En los hornos, una voz se solivianta ante levaduras canoras y tasas recién medidas. En las escuelas, ay, en las escuelas, el Viernes de Dolores, es cantiga semanasantera, más allá de Cervantes y Pitágoras. Eso, en Tobarra es así, sí. Pero, ¿y en el destierro? ¿Qué se oye en la fábrica de Barcelona, en el taller de Elda, en el despacho de Valencia? Ahí, no hay duda, se escucha el candor de la infancia, se siente el orgullo de lo perdido, se ausculta el silencio del pasado. Y en todas partes, en todas, tras el pingorotar de un tobarreño, se trasoye la falsedad de quien se sabe sonido único. Y eso que aún no somos tambor, ni horquilla, ni tulipas campanilleras, ni voces de Boria, ni saeta, ni banda. Y eso. Pero queremos serlo, vamos a serlo, tenemos la gozosa esperanza de serlo. Y afilamos los sonidos, afinamos los oídos, aficionamos los ruidos. El Boria Universal sabe oír en Semana Santa. Por eso repugna la falta de sincronía en las horquillas (“¡Eso paece una traca!”). O un tambor como puchero, como pandero, como zambomba. O una banda “mal armá”. El tobarreño, en Semana Santa, es capaz de distinguir el sonido de un estandarte y no digamos la especificidad sónica de un anda: La Olivera suena, como es natural, a arbolea; el 28
horquilleo de San Juan es rápido, Nuestro Padre Jesús mide aritméticamente los pasos, el cascabeleo de las tulipas se intuye en… Oír, una bendición para quien lo disfruta. ¿He dicho bendición? Es que la Bendición también se oye, no es Mektub lo que se oye. Oír, oír, una Semana Santa para ser oída.
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OLER Cada año (pues sucede cada año), una semana sólo es olor, todo es olor. El tiempo, que no el paisaje, huele como huele la Semana Santa. O tal vez sea la Semana Santa que huele como el tiempo. Y el tiempo es plenilunio, que nadie lo diría, pues la luna huele, los cerros huelen, Tobarra huele a Semana Santa. Es un olor perfumado de esquinas, embebido de rincones, empapado de esperas. Los calendarios han aguardado cincuenta y una semanas para oler así. Y hay una borrachera de pituitarias, en la que no tenemos mesura, ni se nos ocurre tenerla. Los talleres huelen a tambores, los hornos a “untaos”, la iglesia a Santos, los garutos a limpio, las calles a primavera. Pero, en realidad, se produce una simbiosis de olores, porque sólo hay uno y es el mismo: Tobarra huele a Semana Santa. Y se impregna en las paredes, en los cerros. Incluso en los cuerpos, porque los tobarreños olemos distinto durante una semana. Parece que las túnicas, cualesquiera, nos embeban la piel y generemos efluvios muy concretos. Menos mal que aquí, en estos Cuadernos de Borias, quiero que prevalezca la lírica, por aquello de la trascendencia de los nombres y las cosas. Porque si me pongo borde, aún saco aquí los callejones que huelen a “vinos mal digeríos” y las esquinas que “apestan a riñón”. ¡Por Dios! ¡Ni se me ocurre! Tobarra huele a Semana Santa. Ni más ni menos. Y la anosmia es desgracia supina, servidumbre dura. Vale más constatar como se encalabrinan las tejas en tardes bienolientes. El Boria se emperejila, se lava, se perfuma, se atusa. Las rejas le abren paso, Calle Mayor adelante, cuando va hacia la Plaza a recoger su Santo. Oler, oler… Una Semana Santa para ser olida.
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GUSTAR Gustar, me gustas, el gusto, tanto gusto… No, no es eso. La Semana Santa es como el bouquet de un vino imposible. Y se puede –y se debe- catar momento a momento. Yo me convierto en sumiller por una semana y consigo encontrar retrosabores a canela. Mi paladar ha sido despertado con leve contacto de frutos del bosque… En Semana Santa, hasta la cerveza sabe distinta. ¿Cómo no gustar, degustar, catar, saborear, en una semana donde “hay que comel y bebel”, porque así nos enseñaron? Semanasanteros “comeores”, semanasanteros “bebeores”. Es nuestro sino. Y nos recreamos apasionadamente en él. Desde el mojete al “mantecao”, desde el quintico a la menta… (¡No la menta, no, que es un maldición, ya dicha!). Nos da lo mismo dulce que “salao”, almuerzo que merienda, altramuz que “tajá”… El Boria sabe cuanto ha cambiado la Tobarra gastronómica en Semana Santa. Y ha cambiado para bien. Ya no nos entran los vinazos, puñaladas rubí a los galillos más duros. Hemos desterrado “la cascaruja”, piedra de moler los hiatos más sufridos. Semana Santa gustativa. Eso es Tobarra. El Boria ha trocado “el chatico” por “el cortao”, “el quintico” por “el cubata”. El gusto semanasantero de mitad del siglo XX se ha desvanecido imperceptiblemente. Los garutos han cambiado ese gusto arcaico, pero solemne, en el que nos recreábamos convencidos. El nazareno no lleva buche. Las andas no reparten “la coñá”. Pero Tobarra no deja ni puede dejar los principios, los conceptos. El dios Baco se enseñorea entre tambores voraces, se hace fuerte entre horquillas ávidas, se inviste en presidente de cuadrillas insaciables. Lo dionisíaco como cultura. Primera, segunda, tercera cartilla, enciclopedia… Tobarra tiene un gusto cum laude por y para la Semana Santa. No obstante, El Boria sigue predicando templanza como un Apolo morigerado y casi abstemio. 31
TOCAR Tocar, de tacto, de quinto sentido, de tactar, palpar, tangir, tentar. (El tambor, tocar el tambor no juega aquí, si no es con las palabras y las realidades). La Semana Santa es un lujo para los dedos, para las manos, para las yemas, tentáculos sagrados de lo palpable, que el Boria-Universal provoca con su sapiencia, su voluntad y su quehacer. Se toca una mano contra otra al saludarse, como canción de año en año; se toca el anda, como si fuese una cuna de encumbrada prole; se toca la túnica, que no hay mayor sacralidad ni ceremonia; se toca la horquilla casi con un sobo lujurioso; se palpa uno su propio cuerpo, semanasantero y táctil. Tocamos el tiempo, como quien manipula cuidadosamente un artefacto o un cáliz. Tenemos 104 herramientas a las que llamamos horas y procuramos manosearlas con disciplina de historiador arrogante. Ese Boria-Universal es capaz de estimular, de inspirar (que también eso es tocar) cada Semana Santa, como si fuese el único depositario de lo inmutable, de lo eterno, de lo transmisible. La Semana Santa está tocada por la mano de Dios. Pero en algún momento, somos tan pasivos para el tacto, que notamos que nos cosquillean el ego al tamborear, nos manosean el alma en alguna esquina de la procesión. Somos un puro dejarnos hacer a tientas por la noche y el reloj. Y la contradicción. Bajo el palo, toqueteando mi cabecerilla con el hombro, hurgando en mi horquilla con la mano, yo, semanasantero viejo, me considero intocable, no hay tacto que pueda profanarme, no hay pulso que consiga quebrantarme. En Semana Santa, tactando o tactado, me siento sacerdote de enardecidas pieles.
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… Y UN SEXTO SENTIDO Tendría que inventarme otro nombre, yo tan inventor de nombres. Ver, oír, oler, gustar, tocar y… semanasantear. Pero aquí, no sólo como verbo (ver/vista; oír/oído, etc.) sino como la acción de un sentido: El semanasantero. El ojo, el oído, el olfato, el gusto, el tacto, el semanasantero. Si. Definitivamente, sí. Para un tobarreño, en todo tobarreño nace un sexto sentido, el semanasantero, que es genéticamente social, socialmente genético. Nace espontáneamente, se desarrolla naturalmente y sólo acaba con la muerte. Luego es un sentido más, que termina ejercitándose como cualquier otro. La edad agudiza el semanasantero. Ves cada vez menos, oyes peor, hueles más o menos bien, el gusto se refina –eso, sí- y el tacto se aristocratiza. Pero ¿y el semanasantero? ¡Ah! Ahí se puede y se suele alcanzar la perfección. La edad contribuye a perfeccionar ese sexto sentido, sagrado pero natural en un tobarreño. En El Boria-Universal, el sentido semansantero es hipersensible, está ¿excesivamente? muy desarrollado. El Boria-Universal se regodea en su elefantiasis semanasantera. Con el semanasantero pasa como con cualquiera de los otros cinco sentidos: Que lo usamos alguna vez, cuando viene al caso. Cuando dormimos ni vemos ni oimos ni olemos ni gustamos ni tocamos. Ahora mismo estoy utilizando la vista para escribir, pero mi olfato está medio dormido y mi gusto completamente apagado. El semanasantero, que es un sentido capital, suele empezar a “espabilarse” al “blincal” San Antón y alcanza su mejor forma el sábado de Pasión, en El Pregón. Semanasantero es un milagro fisiológico exclusivo de tobarreños. Mi semanasantero está muy bien educado, es absolutamente disciplinado y se pone en solfa muchísimos sábados del año. Por ejemplo, hoy es 31 de diciembre de 2001 y aquí lo tengo, bien despierto y en forma. Me siento Semana Santa a pesar de la fecha, porque está trabajando ese sexto sentido, el semanasantero. Para quienes no tengan desarrollado el semanasantero ¿qué prótesis habrá que aplicarle? ¿Gafas? ¿Audífonos? ¡Pobrecitos! Es como si fuesen tobarreños a medias, almas venidas a menos, enanitos sociales. ¡Mi conmiseración y mi duelo! En el Boria-Universal el semansantero es cátedra de Sociología y Medicina.
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PRÓLOGO DE EUSEBIO OCHOA HURTADO. Escribir el prólogo de un libro siempre implica una gran responsabilidad. Aún más, si el autor tiene tu mismo apellido, es tu amigo y su obra trata de algo tan cercano y entrañable, como es la Semana Santa de Tobarra, Creo ser de las pocas personas que han tenido la oportunidad de haber leído todo lo que Josemari ha publicado: poesía, toros, actividad profesional y especialmente sobre Tobarra y su Semana Santa y he podido comprobar que en todos sus escritos ¡en todos!, traten de lo que traten, siempre menciona a su querida Tobarra. El autor, Josemari, qué bien me conoce, ha reservado para mi, dentro de un texto extenso y que recoge prácticamente todo el elenco Semanasantero, la parte más sentimental: el CORAZÓN. En los Cuadernos Semanasanteros se mezclan recuerdos, situaciones vividas… Pero también hace un muy interesante repaso de la Semana Santa en todos sus aspectos. Es lógico, por otra parte, que, aún cuando no en lo fundamental (nuestro amor por Tobarra y su Semana Santa) tengamos puntos de vista diferentes en lo relativo a alguno de los temas tratados. Reconozco que la lectura de este nuevo libro semanasantero, me haya hecho vivir de nuevo mis Semanas Santas de ayer. (¿No te recuerda esto a una poesía de tu libro, Los Claros Conceptos?). Es costumbre en ti, Josemari, incluir retos para futuros estudiosos de Tobarra y/o su Semana Santa. Yo, que me siento muy tobarreño, aunque no risqueño, que me sigue pareciendo un distingo de clases, no tanto por el concepto de risqueño, sino por quienes quieren hacerlo patrimonio exclusivo de unos cuantos, me siento incapaz de profundizar en algunos temas. Aun así contestaré una de las preguntas que dejas abiertas en este libro: el pelo que actualmente luce el Señor de la Caña, se confeccionó en Sabadell (Barcelona) y se debe a Meritxell Lladó Ochoa, nieta de tobarreños, hija de tobarreña y catalán, agarráora y tamborilera. La verdad, Josemari, es que en este nuevo libro no te dejas nada en el tintero: Semana Santa, tronos, agarráores, cofrades, tambor, tamborileros, procesiones, espectadores, tradiciones, gastronomía, etc. Y todo desde un punto de vista objetivo (hasta el punto que le sea posible a un tobarreño), pero por lógica, no es única esa forma de ver la Semana Santa en su conjunto (sería muy triste esa circunstancia, o bien un punto y final después de este libro). En infinidad de ocasiones, y en muchas tertulias, hemos hablado de nuestros diferentes puntos de vista, sobre temas tan profundos como nuestra Semana Santa, nuestra querida Tobarra y sus gentes. Y desde siempre mantengo una misma opinión: las cosas no se hacen nunca “porque sí”, todas tienen un motivo 3
final (que no quiere decir que no sea bueno, malo o incluso intrascendente). Entiendo que todos estamos influidos por la edad, por la familia, por interés, por desinterés, por envidia, por bondad, por nuestra cultura, por nuestra incultura, por nuestra inteligencia y por nuestra estupidez y que todos estamos contaminados por las urnas (este es posiblemente el mayor de los problemas en un pueblo de las dimensiones de Tobarra). Insisto en que todas las posiciones son positivas, ¡hasta la más ruin!, y que en lo único que influirán será en la rapidez en llegar a las metas señaladas y que incluso en la mayoría de los casos no sabemos cual es la meta a que nos dirigimos. Pero aún así, estamos siempre en el camino. Por todo ello, es por lo que creo que todos hacemos Semana Santa: tamborileros, nazarenos y espectadores. Todos de formas diferentes y todos a mayor gloria de nuestra Semana Santa. Siempre hemos discutido, especialmente en lo relacionado a la “formalidad” tanto de tamborileros como de nazarenos e incluso de los agarráores, y sigo teniendo muy claro que Tobarra no es Sevilla y que no se puede encorsetar una tradición semi-anárquica e imaginativa como son los tambores en Tobarra (siempre te respondo que la gente joven se hace mayor y con ello cambia su forma de vivir la Semana Santa). Siempre digo que los niños son niños y que intentar que se comporten como adultos en las “filas”, es tan absurdo como ponerle puertas al campo y lo queramos o no, son el embrión del futuro de las procesiones. De igual forma mantengo que hay que cuidar a la gente joven agarráora (no cabe la menor duda que es más divertido tocar el tambor que agarrar en el Santo) y darles responsabilidades dentro de la organización de los tronos y de la Asociación de Cofradías. Yo me pregunto: sin las mujeres y los niños en las “filas” y sin los jóvenes debajo del trono, cómo se harían las procesiones. El resto, lo queramos o no, sólo hacemos bulto. Es cierto que la experiencia es importante para mantener vivas las tradiciones y evitar errores (por otra parte, ya cometidos) pero también es cierto que si imponemos esa experiencia, estaremos cortando las alas a las nuevas iniciativas y a los avances que sólo la gente joven puede llevar a cabo. Tu mismo hablas en este libro de una generación, la tuya, que de alguna forma empieza a notar el cansancio (más por edad que por ganas) de ser pilar de Semana Santa y reclamáis un puesto en la comodidad, merecida sin lugar a dudas,de ser memoria. Sobre esto sólo he de decir que ¡a ver si cunde el ejemplo! Como inicio de esta etapa, creo que se debería decir a las generaciones presentes y venideras, que aun cuando la Semana Santa se hereda como un mito, el mito tiene significados diferentes para el creyente, para el antropólogo, para el investigador de la cultura popular, para el psicólogo o para el filólogo, siendo una de las funciones del mito, consagrar la ambigüedad y la contradicción. Nunca el mito ofrece un mensaje único, claro y coherente. Los relatos se adaptan y se transforman según quien los cuenta y según en el contexto en que se cuentan. Los mitos no son inmutables y dogmáticos, sino fluidos e interpretables. 4
Animemos a que otros escriban sobre el Mito Semanasantero desde otras perspectivas y con otras interpretaciones. Duele, Josemari, como dice tu hermanico Pedrín, que alguien como tu, que le ha dado “aire” a la Semana Santa, que la ha internacionalizado en sus pregones, que le ha quitado tiempo a su vida para dárselo a su pueblo y a sus gentes, se vea cuestionado, como si los sentimientos se pudiesen cuestionar por quienes son tan cortos de miras, que sólo saben mirarse el ombligo. Yo desde aquí te aliento para que los ignores y sigas en tu objetivo de engrandecer a Tobarra y a su Semana Santa. Y si te siguen molestando con sus complejos, no te olvides que es más fácil entenderse con un malo que con un tonto, ya que el malo, a veces, descansa en su maldad, pero el tonto siempre es tonto y, como decíamos de pequeños “aviso gorra, al que le de que se joda”. Es tremendamente importante que tobarreños como tu, mantengan una línea firme en su amor por Tobarra y su Semana Santa. Esto permitirá que otros que han de llegar (ruego por que así sea) recojan el testigo, marcándose nuevos retos en la investigación, la mejora y el engrandecimiento de nuestro Pueblo.
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CORAZONES Corazón, corazones, tiempo de corazones. La Semana Santa es tiempo de corazones. Pero de corazones sincopados, sístoles uniformes, diástoles monorítmicas, que todos latimos en uno. Tobarra es un solo corazón, uno sólo, que presenta el mismo bombear y en el que nos nutrimos de vida todos los tobarreños. Cuadernos de corazones. Uno que vale por todos. Un corazón es Tobarra, y Tobarra es sólo corazón. En un solo corazón nos sentimos, nos damos, vivimos. Por eso hay unidad. La Semana Santa es una porque todos somos uno y lo mismo. La Semana Santa es lo único uniforme de Tobarra. Su unicidad es plausible. Es unívoca. Unicorde. Unicolor. Unisonante. Unitaria. Unimismada. Unificada… Un corazón, unible y unitivo. En la Semana Santa todo es corazón. Incluso es tiempo de dejarse ver el corazón. Se dice: “Es todo corazón”. Es verdad. En la Semana Santa somos todo corazón. Todos y cualquier semanasantero merece mi devoción más atrevida, mi reconocimiento más fecundo. La Semana Santa es el tiempo de la adición: Un tamborilero más un nazareno, suman dos semanasanteros. Así. Siempre así, en perfecto equilibrio aritmético. Uno solo no sería nada. ¿Quién piensa en una sola horquilla o en un solo tambor? Uno más uno, sí. Así se hace Semana Santa. Somos el más perfecto conjunto de la tierra. Siete mil unidades, ocho mil forasteros, diez ocasionales, uno detrás de otro, hacemos la Semana Santa. Sin faltar uno. Corazón y tiempo único. Que así conste. Pero la Semana Santa es un tiempo sin angustia. No la hay, no las hay. Somos la paz total, el sosiego absoluto, la tranquilidad más conseguida, la única despreocupación posible para un tobarreño vivo. Y la rotundidad acumulada del recuerdo o del olvido para un tobarreño muerto. 7
La Semana Santa no sabe de inhibiciones ni de complejos ni de prejuicios ni de traumas. Somos como somos, más allá de la cultura y los principios, más acá de las normas y los mitos. Es así: No queremos ser de otra manera. La Semana Santa es un reloj libertario, en el que estiramos o encogemos los momentos en la más plausible de las voluntades. Lo mejor es que somos maestros del tiempo, contumaces y consumados catedráticos del transcurrir. Medimos los momentos por calles, las horas por redobles, los días por procesiones. (Como el valor del corazón se mide en sístoles y diástoles). La Semana Santa es el tiempo perfectamente controlado, un Heráclito de Efeso a contraestilo, un Einstein a machamartillo. No nos dejamos ir, no lo vemos pasar, no le hacemos lado. Al contrario. Cogemos el tiempo por los mismísimos y le decimos que aquí mandamos nosotros, que nada de eso de ser inexorable, inaprehensible. ¿El tiempo inaprehensible? En Semana Santa, no, que mandamos en él y lo sometemos. No hay masa ni velocidad ni espacio ni tiempo. En Semana Santa, Tobarra los controla y los detiene. La Semana Santa nunca defrauda. Nunca. Tal vez porque la enfrentamos sin esperar nada de ella. Pero, aunque se esperase mucho. O todo. Daría lo mismo. Cuando se entra en la celosía ineludible del Domingo de Impaciencias, ya nada es inimaginable, todo es asequible, conocido, fácil. La Semana Santa es un poema hermosamente recitado, una lección bien sabida, un pasillo que transitamos a obscuras, una piel perfectamente recorrida y gozada. Más que nunca, como nunca, esa contigüidad de las horas, 104, ni una más ni una menos, como suceso más peregrino. Nos sabemos avariciosos, una hora tras otra, que no se acabarán nunca, son 104, más de cien, que es cifra como alarde, en el contar de un niño. ¿Quién se sabe un poema de 104 estrofas? Nosotros, sólo nosotros. Lo llevamos escrito como corazón. Y nos lo recitamos de año en año. Semana Santa, corazón. 8
QUINARIO Decimos Semana Santa, porque nuestro corazón quiere ser semana y siete, pero es quinario y cinco. Así, días seguros, Miércoles, Jueves, Viernes y Domingo. Y de entre dos, a elegir uno: Domingo de Impaciencias o Sábado de Desconcierto. El Domingo de Ramos es Semana Santa in pectore: Hay Procesión, pero no hay tambores. El Sábado Santo también lo es: Hay tambores, pero no hay Procesión. Quinario, cinco corazones hechos para 24 horas, pero que laten como una semana, que valen como una Semana. El quinario como medida del tiempo, mano cronológica que mide el devenir tobarreño, el único tiempo en que la consciencia está en el corazón, el único crono en que la conciencia alcanza carácter fisiológico de cordial. Quinario, cinco días mágicos que valen, no por siete, sino por trescientos sesenta y cinco (y para algunos semanasanteros, por toda una vida). Quinario es una palabra nueva para un semanasantero como yo. Pero me la aplico con fruición por su inmensa verdad, por su despiadada certeza, por su cruel realidad. Siempre hablamos de Semana, pero son cinco días, o sea, un puro quinario. A partir de ahora, mi corazón latirá en quinario, en sus cinco vasos principales, que son los cinco días completos: Tambor/ Procesión. El resto son arterias/ venas colaterales, de esas que cuando la cornada es fuerte, se dice en los partes de la cogida: Rompe también las colaterales. Entonces, los que entendemos de toros decimos: Le ha pegao un “tabaco”. O sea, que lleva una cornada gorda. Quinario, quinario. Si la mano o el pie tuvieran cuatro o seis dedos, el número cinco no tendría valor poético o místico o fisiológico. Pero son cinco, como los días de nuestra Semana Santa (en Málaga o Sevilla son ocho, de Domingo a Domingo, inclusive) y echo mano de capricho lingüístico, para recrearme en la suerte. Quinario, quinario. Ya lo he dicho. ¿Por qué no recreamos el Lunes, Martes y Sábado Santos? Son días de vaciedad injustificada. ¡Si somos Semana Santa, seámoslo una semana entera!
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P.S: Estos Cuadernos lo son del s.XX. El XXI (2003) ha visto nacer la Procesi贸n del Recuerdo el Lunes Santo. 隆Que cunda el ejemplo y se cambie el quinario por el hebdomadario!
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RITUALES En la Semana Santa todo es cultual. Laico, pero cultual. (¿A alguien sorprende lo de laico?). Somos culto, practicamos el culto, “admiración afectuosa de que son objeto algunas cosas”, nos morimos de gusto por los ritos, “costumbre o ceremonia”. Yo quiero trascender aquí, en estos Cuadernos de Corazones, unos pocos rituales laicos vividos por mí. Unos serán más “universales” que otros. Algunos totalmente íntimos, vividos por esas quince o veinte personas que pueden dar fe. Sirvan, eso sí, para representar a esos otros, tantos otros rituales que nadie contará nunca, pero que son intrahistoria semanasantera, sin poeta que los cante. Los panecicos de la Cande Hoy, son nostalgia pura. En realidad los panecicos los hacía La Rosarico –Dña. Rosario Onrubia Córcolespero en Tobarra siempre se ha dicho “Los panecicos de La Cande” –Dña. Candelaria Onrubia Córcoles-. Por supuesto, todos hemos sabido que los panecicos los hacía La Rosarico, pues su propia hermana –La Cande- lo decía a voz en pecho. El tema surgió hace algo más de 30 años, hacia 1965/ 1970. Al terminar la Bendición en La Plaza los de la Hermandad de la Dolorosa íbamos “cá la Cande, la Fondista” a su casa de la Calle Mayor, a comernos los típicos panecicos dulces (miga, huevo, canela, almíbar, etc.) que se suelen hacer en Tobarra, sobre todo, en Semana Santa. Suelen ser un postre, pero los de la Virgen nos los tomábamos como aperitivo (las 2, las 3 de la tarde) antes de irnos a comer a casa. Años después, ya no fue sólo la Hermandad de La Virgen. Era la Tobarra semanasantera, los que iba “cá la Cande” a comer panecicos cumpliendo un ritual –cultual- que cada vez iba siendo más conocido. La Rosarico hacía tres o cuatro ollas de panecicos y quien acudía, panecicos comía. La consagración del rito se alcanzó el Viernes Santo de 1984, cuando –como he contado tantas veces- fui el cicerone oficial (me lo pidieron el Ayuntamiento y la Asociación de Cofradías) de Pepe Bono, primer Presidente electo de Castilla-La Mancha. Hablé con la Cande, por si le apetecía que aparecíesemos en su casa 11
después de la Bendición en la Plaza. Y hablé –es obvio- con Pepe Bono, por si quería cumplir un ritual totalmente semanasantero. Fuimos, claro. (Es muy difícil que Pepe Bono ponga alguna pega en Tobarra). Hay unas magníficas fotos que lo acreditan y se publicó la visita en la Revista del año siguiente. El ritual ha pasado a la pequeña historia de la Semana Santa. Sé que Pepe Bono no ha perdido el contacto con las Fondistas. Tan es así que cuando murió la Rosarico, llamé a Fuensalida, a Toledo, para informar a Pepe Bono. Se habían anticipado desde Tobarra. Los panecicos de la Cande. ¡Gloria a la Rosarico! La Caja de Puros La Antoñica del Estanco –Doña Antonia Esteve- es uno de los personajes más entrañables que han pasado por mi vida. Ya su padre –el abuelo Arenas- era muy cariñoso conmigo y toda su vida, toda, y toda la mía, claro, ha venido diciéndome: = “Nene, este año sí que famos á il a loh toroh a Hellín”.
Arenas, el estanco de Arenas. La Antoñica del estanco de Arenas. Hasta que estuvo abierto el estanco en la Calle Mayor semiesquina a Pérez Pastor, y desde tiempo inmemorial, la Antoñica del estanco, en el momento en que El Paso Gordo pasaba por la puerta del estanco de Arenas, sacaba una caja de puros para que se los fumasen los agarráores de La Caída. El Botijo de la Corralica Como se dirá al hablar del buche, en los últimos diez o quince años han proliferado en El Calvario, para después de la Bendición y el Encuentro, las sedes o las furgonetas/sedes desde las que cada Hermandad ofrece un bocadillo y una bebida a sus nazarenos y agarráores. Bueno, en Tobarra somos hospitalarios: En realidad, se ofrece a quien los pide. Hoy, pues, no se pasa hambre ni sed en El Calvario. Pero hace 30 ó 40 años, quien quería comer, tenía que ser de su “buche” (que, hoy, -ya contado- se ha perdido) y beber…
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La mañana del Viernes o el Domingo era un auténtico suplicio el aguantarse la sed del Calvario. Era el martirio de Tántalo. Sobre todo los agarráores, si la mañanica era calurosa… Desde siempre, la Hermandad de La Virgen de los Dolores –no sé si alguna otraal llegar a las portás de La Corralica –en el mismo cerro- era obsequiada con un buen trago de agua del botijo. Se paraba la Virgen y el botijo iba pasando entre los palos, de agarráor en agarráor. Primero los de delante y luego los de detrás. (No sé por qué, pero era así). Con el paso de los años, el botijo de La Corralica, se convirtió en los botijos de La Corralica. Uno, dos… los que hicián farta. Yo creo que La Corralica, al blincal San Antón, estaba pendiente del, de los botijos y de los agarráores de la Virgen. Ya lo conté –obiter dicta- cuando “vi dar la Bendición desde dentro”. Hoy, el botijo de La Corralica forma parte de mis más queridas leyendas de corazones semanasanteros. El Pelo Pal Señol En la Semana Santa de Tobarra sólo cuatro imágenes de Cristo llevan peluca de pelo natural: El Señor del Prendimiento, el Ecce Homo, Nuestro Padre Jesús Nazareno y Cristo Caído. El resto –El Moniquí, El Sepulcro, La Agonía- son Cristos/tallas completas que no se pueden “vestir”. ¿De quién es el pelo con que se han hecho aquellas cuatro pelucas? ¿Cuántas “pelucas” han llevado cada uno de ellos desde que empezaron a procesionar? ¿Quién hizo esas pelucas? No lo sé, por lo que para mí entra en la leyenda. Pero sería objeto de un buen artículo para la Revista de Semana Santa el averiguarlo. Ofrezco la idea, pues este tipo de investigaciones a pie de calle son más propias de quien viva en Tobarra. La Palma de San Juan San Juan/Sanjuanico/Sanjuanero siempre ha lucido una hermosa palma rizada desde que Juan Perijuán trajo el Santo a Tobarra, después de la Guerra. Antes de ésta, el olvido. No conozco la razón de esa palma, pero el hecho es que San Juan, la palma y el carrico forman parte de nuestra tradición. El Carrico de San Juan está 13
justificado históricamente: El discípulo predilecto de Cristo convoca al resto mediante un cuerno de ovino (sonoro, por supuesto) que en Tobarra se ha materializado en el Carrico. Pero, ¿y la palma, la tan arrogante y adornada palma? No lo sé. No es fácil adornar una palma. Supongo que en Elche de Alicante habrá cincuenta personas capaces de ornamentarlas. Pero en Tobarra, no. Era algo singular. Sólo Emilia “la Zarza” sabía hacerlo. Y en los años cuarenta y cincuenta ella era la encargada. Emilia “la Zarza” vivía en un enclave situado detrás de La Trenzadora y detrás del Campo de La Bola. Y de allí salía cada Jueves Santo la palma de San Juan. Esta es la leyenda, el corazón. A su muerte y desde entonces, las monjas Clarisas de Hellín, se encargan de rizar la palma. Pero San Juan y los Sanjuaneros siguen echando de menos las manos y la magia de la Emilia “la Zarza”. Mi Tía Pepa y Hacel de Comel Mi tía Pepa, la Pepica de Hurtado, hermana menor de mi padre, Josefa Hurtado Moya, es una de las personas más nobles que yo haya conocido nunca. Generosa, hospitalaria, sufrida… Para ella, la Semana Santa es hacel de comel. Para quien sea: Sus hijos, sus amigos, sus visitantes de un rato… Pero que no falte a nadie de nada. = “¡Ea, nene…!”.
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“Pero, tía Pepa, descansa una miajica…”.
= “¿Y qué quiés que haga?”.
A cualquier hora, cualquier día, con cualquier ocasión, casa de mi tía Pepa, la Pepica Calabaza en La Plaza, habrá un plato lleno, un “piazo” pan y una cerveza. ¿Cómo no ser corazón y leyenda? ¿Cómo no representar a la mujer tobarreña que contribuye más que ayuda a cumplir uno de los ritos semanasanteros más arraigados: Comel y bebel? 14
El Jueves, Cá la Herminia La Herminia y Lucas, mi Herminia (Moya Rodríguez) y Codinillo (Lucas Martínez Martínez). ¡Vaya anfitriones semanasanteros! No tiene una gran tradición en el tiempo, pero sí en intensidad. El Jueves Santo por la noche, mi familia cena “cá la Herminia”. ¡Y vaya cena! Tiene que quedar claro que en mi casa, en Semana Santa, nos juntamos 15 ó 16 personas. Hermanos, hijos, sobrinos, novios, invitados, amigos… Esa es mi familia en la Tobarra semanasantera. Yo subo hasta Las Columnas con el Paso Gordo. Normalmente, “me he apargatao” en el mojete de la sede después de La Bajada, pero debo pasar por “cá la Herminia”, en la Calle las Columnas, enfrente de la Fragua del Zoril, para comprobar que “no hay novedades”. Si esa cena del Jueves sale en este Cuaderno de Corazones es porque “mis convidaos forasteros” comprueban la hospitalidad, la generosidad de Tobarra en Semana Santa y mi Herminia y Lucas son una buena muestra. ¡Comida pá cien! No suelo cenar. = “¡Chácho, come algo!”.
Pero yo vengo ahito de Paso Gordo y aún esperan los palos, Paseo abajo. Tobarra, mi Herminia y Lucas son así.
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UN RITUAL SUI GENERIS: ALMORZAR EL DOMINGO CON “EL TRONO” Para mí, almorzar en el garuto de la Cuadrilla El Trono el Domingo de Resurrección se ha convertido en uno de mis más estimados rituales. Estimado y cordial. Y lo conté así (1998): EL TRONO, LAS CRILLAS Y EL DOMINGO Dedicado a Antonio García Navarro, Juan "el Moso", José García Martínez, Antonio Sánchez Ramón, Andrés Sánchez Escribano, Fernando "Flautas", Juan Antonio Ruiz Huedo, Juan Francisco Lázaro Coy y a mi entrañable Juan García García. Y, sobre todos, a mi hermano Pepe Garrido, que les dice que: "cuidáico con lo que decís, que luego Josemari le saca punta a tó". Ya en la nostalgia, Lunes de Mona. En el final de mayo, con el Cristo, Calle Mayor arriba, nacarado de pétalos y lluvia. En la incompatibilidad del tiempo y la procesión. 1.998.
“Nunca había sentido tanto frío ni tanto desconsuelo en Semana Santa. 1.998. Nunca. Frío, día por día. Desconsuelo, la noche del Jueves, agarrando en los palos del Paso Gordo, cuando, en la puerta de la Purísima, se puso a llover y sólo salí del anda en la Calle de San Roque, ya en la confluencia con la calle de las Columnas. Agua en la calva, en las manos, en los pies... ¡hasta en la cencerreta! Agua, frío y desconsuelo en el alma. Pero allí no se canteaba nadie. Somos agarráores del Paso Gordo. ¡Pós no es ná! En cambio, el Domingo de Soles, el Rey Sol cumplió como un tío. El Resucitado, alegre y por segunda vez tras La Magdalena, San Roque el Viejo adelante, estaba llegando a la encrucijada de La Granja (Calles: Las Peñas, a Pozohondo, al Cementerio y a San Antón).
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Pepe Garrido es mi compinche. Él es el Presidente. Me manda y yo obedezco. Estabamos conchabados, gazuza y tiempo. Lo sabía. Sabía que pronto me haría un guiño complice para dejar el grupo de agarráores que "librabamos" en ese momento y desfilabamos detrás del Triunfante. Me gustaba la idea. Sabía a donde iba, a lo que iba y con quien iba. En el 41 de la Calle Las Peñas, frente al 38, tras unas "portás" metálicas, se escondía/ofrecía un "garuto" semanasantero. -
"¡Leche! ¿Es que te ibas sin pasal?".
No. Nunca lo hubiera hecho. Mi cuadriculatura de hábitos, en el amanecer del Domingo de Claveles, me había conducido a desayunar (mantecaos, suspiros, rollos, un litro de leche...) lo suficiente como para Bajar al Resucitado desde La Encarnación, hacer el Encuentro con La Magdalena en la Cuesta de Correos y llevarlo, más o menos, hasta la Calle La Parra, donde me imaginaba que me iban a relevar. Así fué. Lo adiviné. ¿Imaginación o veteranía? Es decir, que yo sabía que el Resucitado iba a pasar por el 41 de la Calle de Las Peñas a tal hora y yo ya tendría hambre otra vez. -
"¡Hola, Josemari! ¡Otra vez, como el año pasao! Entra y come. Come y bebe lo que quieras. Estás en tu casa. Estás entre amigos".
La eterna hospitalidad semanasantera. Todo es de todos. Todo es para todos. Todos somos todo. Una cuadrilla y su "garuto". Fotografías de la cuadrilla, carteles de la Semana Santa de años anteriores, platos, vasos... El ordenado desorden de un "garuto" de buenos tamborileros. En el centro de la sala, una sartén enorme, una gran "sartená de crillas fritas con ajetes". Por encima, huevos fritos "dejáos cáer". Un tenedor y un "piazo é pan" como herramientas. (Me los ofrecen con la naturalidad de lo campechano, que es principio en Tobarra).
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Empiezo. Entro directamente a matar. Le arreo un meneo a un huevo frito y me llevo la mitad en el tenedor. Bocao al pan. Gloria bendita. Soy feliz. No es la comida. Mejor dicho, no es sólo la comida. Es el habitat, el ambiente, la hora, los anfitriones, el día, el camino hacia el Calvario, mi orgulloso hombro de agarráor ¡en 41 Semanas Santas! hic et nunc bajo la sacrosanta túnica marrón de la Caída... Ellos visten, llevan una túnica azul de tamborileros, con pañoleta blanca. En el lado derecho del pecho, su emblema: "Cuadrilla, El Trono". Mastico solemnemente. Pero tampoco atascan. Con el primer tiento a lo sólido ya me largan el porrón. ¡Pero si aún no tengo hecho piso...! (Por cierto, vino blanco con patatas y huevos fritos. No pegan. Me autonomino asesor gastronómico "in pectore" de El Trono: el año que viene, en el porrón, vino tinto, sólo vino tinto. El vino blanco, para la pescailla y los calamares). ¡Qué espectáculo es la sarten! Las patatas, enteronas. Enteronas, por estar "cortás a rulajas" y por estar poco hechas. Los ajetes, blancos, duros, "entereticos". Los huevos, vírgenes y esparcidos. ¡Viva, viva! El revuelto de huevos, ajetes y patatas, es un grave error. Cada uno en su sitio, juntos, pero no revueltos. (Ya se revolverán en la barriga). En estas, estando en plena faena -yo daba la cara a las "portás"- veo entrar a un cura. ¡El cura! No lo conozco, no los conozco. Pero te das cuenta de que es el más joven, más terciao que el otro. Aquel tiene cara de listo. Este, como de gorrión asustao. (¿Quién lo habrá convidao? ¡Qué más dá!). Obviamente, tal como Garrido y yo, también se ha salido de la procesión. Viene "de durse": Capa pluvial, blanco y oro; alba impoluta, abrochada en un cíngulo dorado; estola blanca, a juego con la capa... (Sólo Juan Antonio Ruiz Huedo y yo, por viejos monecillos, nos sabemos el nombre de las prendas sacerdotales). -
"Tengo que il con muncho cuidao. Me puó manchal y en el alba se notaría munchísmo".
Le dicen, con retranca: = "Come lo que quieras, pero no bebas muncho que, si te avías, luego nos soltarás
un güen rollo en El Calvario".
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"Tranquilos. No más de cinco minutos".
Me estoy "apargatando", como un buen agarráor. "Mojá y paso atrás", como un buen tobarreño. "Un ajete, un traguete", como un buen semanasantero. Mojá. Traguete. Agarráor. Tobarreño. Semanasantero. Si la vida me sigue dando derecho a ser feliz dos o tres veces por año que, por lo menos una, sea como aquí, como ahora. Tal y cual. Es el pequeño, puro y simple placer de estar en Tobarra, en Semana Santa... ¡Con gente que me quiere, con amigos a los que quiero!... comiendo y bebiendo de manera anómala, a una hora infrecuente. Insólitos en tiempo y cantidad, para quien practica ese horroroso hábito de "medirse y cuidarse" el resto del año. Vivo en plan ponderado todo el año, para poder "burrear" y "apargatarme" una semana. Pero vale la pena. Me están demostrando en mi pueblo -una vez más- que la amistad es una sartén de crillas fritas con gente cojonuda alrededor. ¡Risqueños puros! Somos felices. Lo noto. Somos felices porque tenemos en común la infancia, la túnica, las crillas, el buen humor, el buen amor a lo nuestro. Somos complices semanasanteros. Ellos subirán al Calvario con tambores. Pepe Garrido y yo somos horquilla. ¡Qué más dá! Todo es Semana Santa. De pronto, hay un improvisar de gestos y de intentos. Yo lo noto. Aparece una musa traviesa, dispuesta a la broma definitiva. La fiesta tiene que acabar a lo grande. El almuerzo no puede terminar así: Hay que intentar un más difícil todavía. Ingenio, buen humor, tobarreñismo... Y dice Garrido al cura: = "Voy a traerte a la oposición".
¿La oposición? ¡La oposición! Está tan metida en el alma, a nuestro pesar, la dicotomía partidocrática, (la democracia es otra cosa) que me imaginaba que iba a por un cualquier «politiquillo de callejón», en boca del Zoril. Bueno, me extrañaba... ¿La oposición?... Tras un instante de duda, no lo admitía como posible. Compartir plato y tajás... sólo con amigos por amistad o con desconocidos 19
por hospitalidad. ¡Pero meter vivorillas en el cesto de las habas...! Eso, nunca. No me lo creía. Entonces... ¿qué pijo de oposición? ¿a por quién iba Garrido? Pero, efectivamente, era la oposición, llegaba la oposición. Se abre la puerta y entra... ¡el mismo Poncio Pilatos! Es Juan, un amiguete más, un "Socio" que viene hecho un dandy, con su corona metálica de palmas, sus pantys blancos, su sobrecapa azul, sus altas botas... ¡Qué risa! El cura y Pilatos. El stablishment y la oposición. Cristo y los romanos. Tobarra es así. En Semana Santa, más. Y la cuadrilla. Amorosa envidia me aparece. Antonio, que para mí siempre será «Antonio, el del Camino Hellín», sentadico, a su chano-chano, que va comiendo más de lo que dice su escaso cuerpo. Andrés, digna ralea «Chaquetona», poniendo guasas y sonrisas. Juan, banquero siempre, acostumbrado al ceremonial del dinero, indicando como se debe ahorrar vino en un porrón que se "esparrama". El Moso, hombre bondadoso, ofreciendo "chullas de pernil" a cada momento... Echo de menos a Juanico García, a Antonio García... Garrido, nervio puro, de aquí para allá... No para, el muy jodío. La institución y la oposición. El Cura y Pilatos. Domingo de Resurrección en Tobarra. El Trono ha conseguido juntar al defensor y al fiscal de lo cristiano. Un "garuto" de tamborileros es cátedra de armonía y almuerzo. Yo le pongo la puntilla al almuerzaco (segunda pitanza de este frío, friísimo Domingo de Globos y Palomas) repelando los restos de un plato con lomo embuchao. Y me arreo el último lingotazo... aunque sea de vino blanco.
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Pepe Garrido y yo nos reincorporamos a la Procesión. La Calle de las Columnas nos viene pequeña. Vamos felices, bien comíos y bebíos, optimistas, tobarreños... Dispuestos a lo que sea... ¡Que nos dejen el Resucitao pá nosotros sólos...! ¡Arriba de un tirón! ¡Y hasta las crillas del año que viene!”.
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REINCIDENCIA
Pero no me conformé y repetí lisonjas tres años después. 2001.
A LA CUADRILLA “EL TRONO” Ajeteando la patata, el huevo frito, para almorzar muy recio “los del Trono”, preparan bien la sed y el apetito y cada cual “currela” en co-patrono. Compinches del garuto o del garito, es cuadrilla cabal, sin abandono. Antes de ir al Encuentro, como un rito, le “pegan” a las crillas con encono. Por fin, hay buen vino en el recinto; la magra, las morcillas, el buen lomo… Se olvidaron del blanco (¡Viva el tinto!) y no aparece allí ni por asomo. Como ya soy convidado por sistema, ¡les pago mi ración con un poema!
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PACO, EL BATANERO Paco es corazón, todo corazón. Me ocurre a mí y ocurrirá con otros muchos: Alguien “limpió” el tambor/ los tambores de otros, cada año, antes del Miércoles Sagrado. Paco, Don Francisco Jiménez Ortíz, Paquico el Batanero, el más joven de todos ellos, mi amigo de la Academia de Don Rafael Gallego, corazón apriorístico de mi tamborear. Guardián de mis redobles, pulcridor (invento aquí la palabra para él) de mis cajas, armador de mis pieles, puestaapuntodor (otro neologismo) de mis torretas, tensador de mis bordones… En suma, acicalador de los tambores de mi casa. (Unos 15 ó 20). Cada año, cada vida, al iniciarse marzo –o por ahí- llama cá mi Herminia, en la Calle Las Columnas y pide la llave de mi casa tobarreña. Han pasado… Ya no le llamo. Él no me llama. Nuestros corazones –ordenador perfecto- lo intuyen… = “Ya habrá ido Paco…”.
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“Tengo que ir cá Josemari…”.
Yo sólo sé que el Miércoles Santo tendré los tambores a punto. Es más, desde que las Jornadas nos aprietan, mucho antes, Paco el Batanero tiene los tambores de mi familia a punto… “pol si quiés il a …”. Él no lo sabe, puesto que nunca se lo he dicho. Pero si un año se olvidara de mis tambores, de acicalarlos, yo me iría a Pedro Barro a llorar mi frustración. Él sí lo sabe, puesto que siempre se lo he dicho… “no distingo una piel de una torreta…” que estoy en sus manos, que él es parte sagrada de mi felicidad semanasantera. En el fondo, soy injusto con él. Hace 25 años yo escribía poemas para sus hermanos, Manolo y Antonio. Hace 50 años yo ya abrazaba a su padre, el Batanero viejo…
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“Nene, tengo ya más de 90 años…”.
… pero a Paco sólo le pago con dinero. Soy injusto en sentimientos por más que sea justo en estipendio. Paco, Paquico el Batanero, el día en que me presente en mi casa un Miércoles Sagrado y no tenga los tambores acicalados, una parte de Tobarra habrá muerto en mí…
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BLANQUEAO A mis amigos Silas. Tobarra enjalbega su cara y su corazón antes del Miércoles Santo. Bien es verdad que la construcción civil de los últimos 25 años han convertido las fachadas, las paredes, las cocinas, en otra cosa. Pero cuando el paisaje urbano tobarreño era manchego puro (hoy es más difícil distinguir un pueblo aragonés de otro andaluz) con viviendas de una sola planta o con dos plantas y una sola fachada –blanca y bien blanca- el blanqueao era un ritual tan sentido y vivido como el mismo tambor. Y mis mayores –que cada vez, obvio, son menos- no me dejarán en mal lugar. ¡El blanqueao! Brocha gorda, cubo, cal, larga caña, manos dispuestas… y Tobarra emblanquecida, enjalbegada, encalada. El lenguaje reconoce el verbo blanquear, el sustantivo blanqueo. Y al reconocer el infinitivo blanquear, reconoce el participio blanqueado. Pero nosotros decimos “el blanqueao” como puro sustantivo, como acción, como hecho. Casi –o sin casi- como un gesto. En Semana Santa, una parte de Tobarra tiene el corazón en sus caras. ¡Claro! La fachada es el testigo ruano más preclaro de la Procesión, del Tamborear y Tobarra quiere lucir su palmito exterior, blanqueciéndolo, albayaldándolo. El blanco como pureza. Y se exhibe en las fachadas. El blanco como bandera de higiene exterior en La Mancha, en Murcia, en Extremadura, en Andalucía, en la España meridional ahíta de soles que ciegan. He ahí la reverberación, el rechazo blanquinoso de los rayos que hieren las siestas y los gorriones. Blanqueao y Semana Santa. Tobarra no envidia a los pueblos blancos de Cádiz. No. ¿Por qué? Tobarra es blanca y bien blanca, que la brocha, las largas cañas, los cubos, las cales… son batutas pretamborileras. Cales, Calero… son motes tobarreños acusicas de modos y oficios orgullosos. Tobarra blanquea su corazón en Semana Santa. Los cetros agradecen tanta albura y presunción.
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LIMPIEZA GENERAL Tobarra limpia sus casas durante todo el año, como se lavan los gatos. Pero una vez al año, antes de Semana Santa se hace limpieza general. Por lo menos, una vez al año –como la Confesión… o “antes si se espera peligro de muerte o si se ha de comulgar”-. Puede acudirse a otro zafarrancho por Pascua, o después del mataero o se ha tenío un enfermo “malismo” o un muerto en casa, como si estos “empuelcasen” más de la cuenta. Tobarra hurga en los intersticios de su cuerpo, para limpiarlos bien “limpiaos”. Repárese en este capricho de nuestro habla: Tiramos de participio, que no de sustantivo. En Salamanca dirían “limpiarlo bien limpio”. Cubo, bayeta, agua, escoba, mocho, cepillo, estropajo… desde las cámaras hasta los cántaros, hay que recibir a los tambores en perfecto estado de revista, por si a Cristo le da por buscarse cuadrilla y viene a la casa a tomarse un chatejo. Mi abuela y mi tía Pepa. Mi madre y mi Herminia. La preocupación de una limpieza general, en la que parece estar en juego el honor y la honra. La preparación ritual de las voluntades, los saberes y las herramientas para la pulcritud. Un aseo que ahora, en vísperas de Semana Santa, adquiere carácter de absoluto. Limpieza general de suelos, de techos, de paredes, de rincones… Ya no digo lavar las túnicas o desempolvar los cetros, porque eso se da por supuesto. Y si al blanquear se cuida lo externo, al limpiar se preocupa lo interno. Y así aparece ante el Miércoles de Descansos Infinitos –para blanqueáores y limpiáoras- una Tobarra impoluta en la que, dígase una vez más, “se púen comel sopas”.
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HORNO Las “cosas de horno” suelen comprarse hechas en el siglo XXI. Pero en el siglo XX, un altísimo porcentaje de las “cosas de horno” que se comían en las casas de Tobarra, las habían hecho –en un horno, por supuesto- las propias mujeres/ madres/ amas de casa tobarreñas. Harina, manteca, almendra “molía”, huevos, azúcar, cáscara de limón “rallao”, nueces, piñones… y todo el corazón. Caigamos en la cuenta de nuestro lenguaje: Para nosotros, horno es todo: Desde la puerta de la calle hasta el corral donde está la leña. Pero ahí sí que empobrecemos el lenguaje, porque el obrador no es horno, la capilla no es horno y el corral es corral. Por razón de los ritos, el horno es tan Semana Santa como la Calle Mayor y hacer cosas de horno es tan semanasantero como pelar las pieles en ese sanctasanctorum que es el Molino de la Agustina. El escriño, la tabla… altares. La tasa, la docena… mandamientos. La tradición, las manos… sacramentos. Soy consciente de que incluyo al horno en un Cuaderno de Corazones. Pero es porque lo es. El horno, los hornos, el Viernes de Dolores o el Lunes Santo son nervio, algarabía, ir y venir, madrugás, trasnochás, una familia –la del hornero, que raramente se nomina panadero en esas fechas- que no sabe lo que es la tranquilidad ni el descanso. En los años 40, seguro que sí. En los 50, en algunas. Pero ya en los 60 no faltaban las cosas de horno en las casas. Los tambores no pasarían gazuza. Mantecao y copazo anís. Rollico y copica mistela. Con el corazón engrasado… ¡A la calle, a inventarse Zapatatas! 28
MOJETE Palabras mayores. El mojete es una de las quintaesencias semanasanteras. Algo así como un heraldo gastronómico que solemos enarbolar el Miércoles por la tarde y que, si somos exagerados, que lo somos, puede permanecer enhiesto hasta el Domingo. Lo mejor del mojete es su polivalencia, puesto que es tan propio de la cuadrilla como de la hermandad. Incluso es tan adecuado para guachos de ida (críos) como para guachos de vuelta (viejales). En la ausencia, en mis infinitas ausencias, en mis ausencias infinitas, tengo la suerte de que me hagan mojetes en febrero o en agosto o en diciembre. Esa suerte está provocada porque yo tengo todo el año en mi casa –Barcelona, Lisboa, Alicante, Valencia…- tomate en conserva de Tobarra que me lo hace mi Herminia. A partir de ahí, el milagro. Convierto en Miércoles de Mojetes cualquier sábado/ noche de noviembre. El mojete es una exhibición cultural que se regala Tobarra cada Semana Santa. El lebrillo (cuanto más grande, mejor) es todo el ara posible. El tomate es la reliquia principal. El resto son monaguillos celebrantes que acaparan la soberbia de ser manjar tobarreño: Olivas, huevos duros, atún, el caprichoso pimiento, aceite/ azaite a discreción, sal… y el punto de ortodoxia. Tobarra se convierte en corazón en un mojete. El pan es el sacerdote supremo. Ya están preparados los mojetes. Puede empezar la Semana Santa.
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B U CH E ¿Se puede tener el corazón en el buche? ¡En Semana Santa, sí! El buche, copla bien vivida hasta el final del siglo XX, apenas es latido en el siglo XXI. Cosas del nivel de vida, de la conservación de las bebidas, de la facilidad del transporte, de la comodidad de los habitáculos: Una camioneta transportando bocatas y latas de cerveza, el patio de una casa de El Calvario, han acabado con ese pacífico animal monocigótico, que era el buche. El buche latía como un corazón, estaba vivo, se enardecía o se entristecía como un perrillo. Ahora que lo pienso, el buche, era como un corazón complementario. Un nazareno sin buche era mucho menos nazareno. Y un tamborilero, no digamos… El buche era propio de un tiempo y dos figuras: Semana Santa y nazareno o tamborilero. El tamborilero, el nazareno, salían de su casa con buche, esto es, con un acopio de comida, normalmente de “cosas de horno”, que almacenaba entre la túnica y la ropa, amparadas por el cíngulo. Tal que un buche de colombofilia y macho, que es el buche más buche de toda la zoología. El buche era algo tan vivo y útil que moría en El Calvario –nazareno- o en cualquier calle –tamborilero-. Moría por pura consunción, por auténtica buchofagia semanasantera. Camionetas, bocatas, botes, garutos… Los cuatro enemigos del buche. Mis hijos ya no han conocido el buche. Son nazarenos/ tamborileros incompletos y no sé si imperfectos. Desde luego, a caballo entre las dos partes del siglo XX, un niño nazareno, se lavaba, se vestía, se ponía la túnica y se llenaba el buche. ¡Y tirando p’al Calvario!
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QUINTICO/ VASO VINO La ceremonia semanasantera del “sople”. Un quinto de cerveza. Otro. Otro. Un vasico é vino. Otro. Otro. Ritual de darle al alpiste a tope, que estamos en Semana Santa. Los tobarreños ensayamos el resto del año “pá dal.le” en Semana Santa. O eso parece. El síndrome del codo. Lo levantamos, no sé si demasiado, pero el caso es que lo levantamos. En el siglo XX, nuestro corazón se ha decantado por el tinto y por la cerveza. Lo dice El Zoril en sus versos. Lo dice Eleazar en su prosa. Lo digo yo en mis recuerdos. Vino tinto y cerveza. Eso soplamos todos. (Unos cuantos “raros” le pegan también a las mentas, muy al final del siglo, pero no me da la gana de hacer publicidad a tan funesta bebida). ¿Un cubata? ¡Ah! Se me olvidaba. Sí. Pero es que ya no forma parte de mis hábitos semanasanteros. ¿Whiskie, dices? ¡Ay! Sólo ya de muy mayor, a partir de los 70 o poláhi –mis cuarenta y muchos calendarios- con mi primo Domingo Sidera pimplando y haciéndonos pimplar a morro. ¡Antes, no! El corazón en su vaso. Un vaso alegrando el corazón. Éticas heredadas, costumbres imitadas, hábitos repetidos. Un chatico y un botellín. El lenguaje. Un chatico y un botellín. Todos sabemos lo que son. Están en nuestra cultura semanasantera.
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CARAMELO El caramelo es una moneda con la que la Procesión compra y vende presencia, amistades, cansancios y ritos: -
“Dáme un caramelo”. “¿Me das un caramelo?”. “¿Tiés un caramelo?”. “¿Cuándo reparten los caramelos?”.
Es nuestro lenguaje procesionero, sobre todo –o exclusivamente- al empezar la Procesión. Hablamos, lo decimos, lo preguntamos, como si tratase de algo vergonzante, rozando el sigilo de los traficantes, pero convencidos como cualquier adicto. Una hermandad que no reparte caramelos, es una hermandad pobretica. Los caramelos se reparten entre los críos de las filas, pero a las hermandades más pudientes les sobran incluso para los agarráores. Y no es cualquiera quien sacerdocia el evento, que es gran ofensa si no lo hace el encargado/ de/ repartir/ las/ bolsas/ de/ caramelos, pues indica gran confusión y desorden en la organización de la hermandad. Cuando niños (nazarenos pobres de los años 50) todo el estipendio iba pá compral caramelos, como he contado en otros llantos. Pero hoy, corazones ahítos de mojete y bocadillos, echamos de menos los caramelos, en el momento en que llegamos a la Plaza, desde la Iglesia, y las filas empiezan a estirarse: -
“Joder, ¿es que aquí nadie reparte los caramelos?”.
Lo decimos así, con palabrota y enfado, que estamos cerca del Ayuntamiento y aún no tengo mi bolsa de caramelos en el buche. En Tobarra no llegamos a la exageración de Orihuela o de Murcia, en donde se plantean verdaderas batallas de caramelos nazarenos/ espectadores. Pero también ponemos nuestro corazón en el ritual. El caramelo. Los caramelos. Una bolsica de caramelos. Un buche. Un nazareno. Una moneda de azúcar y magia. El resto del año, ni catal.los, claro. 32
MANTO Millán. 1956. Así se decía en alguna parte del anda nueva de La Guapa. O yo me lo he inventado, que no creo, puesto que fue el gesto semanasantero por antonomasia del segundo lustro de la década de los 50: El anda grande y el manto de La Dolorosa. No sé quien sería Gloria Higuera o no lo recuerdo, pero si sé que fue quien dio el manto para La Virgen y yo siempre he guardado ese nombre en mi corazón, porque su donación fue un alarde que Tobarra en pleno agradeció. La Virgen Dolorosa, su anda nueva, su manto… épica semanasantera pura en un tiempo de pocas emociones, de escasos vaivenes, de nulos episodios. El manto marcó un antes y un después en el procesionar tobarreño. Aunque sólo fuese por la dimensión exigida, por la volumetría del anda, por la presencia de La Guapa. Ya teníamos andas como decían que había en Sevilla, en Málaga… El Manto, ahora con mayúscula, el Manto fue un privilegio que Tobarra se merecía, pero que quien se lo merecía de verdad era La Guapa. El Manto. Hubo que inventarle un esqueleto de tablas sobre el que sostenerlo, sobre el que crear su oquedad. La pollera. Eso es, así se dice. Una palabra semanasantera más. Una obra que pasará desapercibida. La pollera merece un artículo semanasantero que debe escribirse desde la Hermandad, con datos y gestación. Como se lo merece el Manto, (los Mantos ahora). La idea está ahí. Estamos en 1956. Yo tengo 14 años. La Semana Santa de Tobarra empieza “a sacar cabeza”. Orgullo no nos falta. Y asuntos para “presumir”, menos.
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PUÑAL Y CLAVEL Así, metíos los dos en el mismo saco, pulso de corazones enfrentrados. Un poner y un quitar bajo el cielo del Calvario, honor con honor. Tobarra, sístole, diástole, corazones aproximados. Se le quita el puñal a La Guapa. Se le pone el clavel a su Hijo. Ceremonias simultáneas post-Encuentro, una vez que se aherroja el dolor y se siega toda la gloria. Puñal y clavel son pasos de un latir en lo íntimo, puesto que quitarlo y ponerlo pasan desapercibidos en lo público y apenas trascienden de lo doméstico: Agarráores, Borias… y poco más, que estoy seguro de que hay muchos nazarenos de La Virgen y de La Caída que no conocen el asunto, simplemente, porque no suben hasta la cima el Domingo de Aleluias o, porque aún subiendo, no se acercan a las andas para ver El Encuentro. Dicen los que los ponen/ quitan, que les supone emoción infinita, taquicardia ferviente, honor a tope. Lo veo, lo creo. Antes, previamente, hay conciliábulos y sigilos: Hay que decidir –cada Hermandad lo suyo- quien pone y quien quita. Se espiga, se monda, se clarea… Nombres, méritos… hay que decidirse. ¡Y se decide! En esos segundos de subir al anda, en un puro trepar palos arriba, dos manos, una que suma y otra que resta, son todo el simbolismo de sus respectivas Hermandades. Dos manos de cuerpos distintos se convierten en corazón tras la plata y tras los pétalos.
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GUISAO DE PANECICOS El panecico, ¿existe el panecico? los panecicos que son plurales pero no por el sustantivo, sino por las clases, los gustos, la realidad, forma parte del corazón gastronómico semanasantero tobarreño. Corazón dividido: Panecicos, los panecicos versus el guisao de panecicos. Se dice lo mismo, pero nadie pondría “panecicos” (que son dulces) en un “guisao de panecicos” que aquí jamás aparecen como algo propio y no son sino complemento del guisao de panecicos (que son salaos). Los panecicos –ya dichos- forman parte del ritual (los panecicos de la Cande, que hacía la Rosarico) y por sí solo tienen poco misterio, si no van ligados a aquellas. Pero el guisao de panecicos es otra liturgia, enraizada en lo cuaresmal, en lo eclesial, en la vigilia/ que/ es/ vigilia/ y/ no/ se/ puede/ comer/ carne. Y como no se pué comel calne, se come guisao de panecicos, donde late el corazón de una Tobarra perdida pero que mantiene el guisao de panecicos, porque si desapareciera sería, casi, como un mal fario, como una fauna en vías de extinción, como un sacrilegio. En mi casa no se come guisao de panecicos, pero cá mi agüela Pepa, sí. Garbanzos, patatas, acelgas ¿acelgas?, bacalao, panecicos a base de pan rayado, huevo batido, etc. Digo etcétera porque no sé lo que llevan los panecicos y le estoy poniendo valor y jeta en este deambular gastronómico, que es digno de mejor causa, mejor pluma y más profundos conocimientos culinarios. ¡Que se decida a escribirlo mi primo El Use! Los panecicos del guisao, merecen estar en un libro semanasantero, porque forman parte del Viernes de Panecicos, con el mismo honor que un cetro. El corazón de Tobarra está escondido en un guisao de panecicos que preside las mesas del Viernes, pero que nadie sabe de donde han salido ni a qué hora se han hecho. Que ese es otro de los misterios de la Semana Santa. Algún día, por San Roque (precisamente por San Roque), me presentaré cá mi tía Pepa y le diré solemnemente: -
“Tía Pepa: Quiero ser Tobarra y sacerdocio, ara y ceremonia. ¿Te importaría prepararme un guisao de panecicos? Me inventaré un poema como conjuro, por si soy capaz de describir la Tobarra de los siglos y los orgullos”.
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A PACO PEÑA Y PACO PATERNA, QUE ME ELIGIERON 1ER PREGONERO DE LA SEMANA SANTA DE TOBARRA EN 1980, CON TODA LA CARGA DE SIMBOLISMO QUE ELLO COMPORTA.
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PRÓLOGO DE JUAN GARCÍA GARCÍA “VIVIR SIN AMIGOS NO ES VIVIR” (Cicerón)
Con mucha antelación a estos Cuadernos y a tantas y tantas publicaciones que a lo largo de los tiempos han ido brotando de sus excepcionales conocimientos semanasanteros, por encima de determinadas incompatibilidades de carácter, formas y opinión, José Mª Hurtado me ha demostrado su amistad en cantidad de ocasiones. Me la he demostrado a su manera, lógico, pues Hurtado y yo somos personas distintas, y ni a él ni a nadie se le puede, se le debe exigir que se sea amigo “según convenga”. Todos hemos de aceptarnos y querernos por encima de cualquier circunstancia, practicando dentro de la idea central del humanismo una actitud ética ante la vida en general y los amigos en particular. Yo he de confesar con toda sinceridad que,por encima de situaciones puntuales, me siento cómodo y, sobre todo, me he sentido amigo de Hurtado en justa correspondencia. En Tobarra, José María Hurtado tiene ¡faltaría más!, partidarios y detractores –para todos mi consideración- pero lo que queda claro es que a ninguno de los que le conocemos bien, nos deja indiferentes, y ello,al menos desde mi observación, dice mucho de su recia personalidad.
Cuadernos Semanasanteros es la nueva y, posiblemente, la más importante aportación de lo mucho que tiene publicado, con el peculiar estilo literario que le caracteriza a la hora de crear y hacer hablar a sus personajes. Una vez más ¡felicidades! Josemari. No descubro nada si aseguro que Hurtado es hombre de talento y pluma rápida que, recordando el pasado, actuando en el presente y con grandes ideas de futuro, continuará transmitiendo sus extraordinarios conocimientos semanasanteros, fruto sin duda de una exhaustiva y profunda investigación. Y así, a través de sus magníficas crónicas, hará llegar a las actuales y futuras generaciones toda su sabiduría, tan real como desinteresada.
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LA LLEGADA La relajante lumbrarada de los tambores, va echando bazas acústicas sobre el aquilatado horquillear de La Cruz. La calle. Todo es calle. En una esquina golfa, se abrazan dos palillos con un cetro, celebrando la llegada. La llegada. Han llegado “esos días”. La verde cabalgada de las habas tiernas se esparce en piropos hacia un pernil colgando. Garuto. Todo es garuto. En un rincón impío, un quinto de cerveza besa impúdicamente a una garrafa de vino,congratulándose de la llegada. La llegada. Ha llegado “ese tiempo”. La mágica mano de un Boria acaricia un cubo de claveles blancos. La sede. Todo es sede. Bajo el anda, una tulipa traviesa muestra su intimidad a las baterías, con un deseo de poseerlas. Ya es la llegada. Ha llegado la Semana Santa.
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ALIAS Una Tobarra que se sabe nueva una vez al año, que adquiere consciencia de distinta cada cincuenta y dos semanas, que toma posesión de su diferencia con convicción y soberbia, surge en la geografía. Tobarra se desfila ante sí misma con su aire entre sacerdotal y mundano; se regodea en su propio ser nuevo con tonos de impaciencia y festín. Tobarra es espectadora definitiva de su devenir implacable. (Había escrito – inconscientemente- implicable. ¡Es que es verdad! También es implicable. A tope). La Semana Santa –entonces- es un puro antropomorfismo. Es ese momento por un milagro de la antroponimia, en el mapa de España, 50 kmtrs. al Sur de Albacete, en la vieja carretera 301, inmediatamente después de Navajuelos, puede leerse: SEMANA SANTA
El nombre de Tobarra desaparece, se trasmuta e hiberna. Es una hibernación marceña, he ahí, o abrileña, que dura lo que dura una semana. En los hitos kilométricos se produce un juego de alfabetos y aritméticas. Se puede leer: “A la Semana Santa, tantos kilómetros” Un pueblo ha pasado a llamarse Semana Santa. Puro autobautismo. Sí, sí, bajando, se deja El Raso a la derecha, La Tedera a la izquierda, más allá Abenuj, al fondo El Reloj de las 104 esferas, a lo lejos, La Encarnación… ¡Hemos llegado a la Semana Santa! No hay error. Estamos nominando a Tobarra/Semana Santa. ¿Cuál es el nombre y cuál es el alias? Pero lo mejor es que no pasa en ningún otro pueblo del mundo. Y con Tobarra pasa, porque hay un motivo muy serio: La propia voluntad de los habitantes. El pueblo se llama Semana Santa y el gentilicio semanasantero. -
¿De dónde eres? = ¡De Semana Santa!
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¿Dónde vas? = ¡A Semana Santa! 8
Durante 51 Semanas soy tobarreño. Una completa, semanasantero. Toda mi vida, ¡risqueño! Cuadrillas de tamborileros se reconocen en grupos de nazarenos que van Calle Mayor abajo. Las flores que han sacado a la puerta para ser vendidas, echan piropos a las rejas de la casa de enfrente. Se anuncia un concierto de toñas en un escaparate anónimo. Alguien bendice un garuto con vino de la Cooperativa. Los Santos han empezado a impacientarse ante tanto Rezo y tanto Oficio… Ellos son Procesión, no liturgia, y quieren ser Procesión. Los tambores... Los tambores quieren ser voz y propugnan un acopio palillos. Es Semana Santa, todo es Semana Santa. Todo por la Semana Santa, pero con la Semana Santa. Esa es la ley. Y es más antigua que los cerros. Más futura que las constelaciones. Más fuerte que veinte millones de Plenos Municipales. Y está por encima de todos los partidos políticos que en la Historia han sido. ¡Qué lástima! Se apagan los últimos néones donde habían escrito “Tobarra”. Se encienden las primeras estrellas en las que se puede leer:
SEMANA SANTA DE ESPAÑA En los caminos, se autoinmolan las aliagas. En La Plaza, brota una fuente nazarena, que se desparrama, Portachuelo arriba. Ha sido como si de pronto, en un calendario cualquiera, todos los nombres del mundo, todos los motes de la Historia se convirtiesen en uno solo, por obra y gracia de un milagro de la química, de las letras, de la cronología, de las voluntades. Un nombre, sólo un nombre, todo un nombre. Un pueblo (ex–Tobarra) deja de serlo para pasar a llamarse como neologismo soberbio, como topónimo aguerrido, nada más y nada menos que:
SEMANA SANTA DE ESPAÑA Un tambor dice Amén, entre silla y silla. Un cetro aplaude. Una horquilla jadea. Todas las esquinas se conchaban y pontifican.
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LA FUSIÓN DE HERMANDADES, OTRA VEZ Ya está pensado y dicho. En otro tiempo, en otra ocasión, publicado está en Tobarra, escribí sobre la absoluta conveniencia de la fusión de algunas Hermandades. Y afirmé que el mismo Nuevo Testamento nos daba pistas. Eso dije. ¿Algo que añadir? Pues, sí. Que si hace unos años estaba convencido de la bondad del proyecto/ idea, mucho más lo estoy en 2004. “Sacar un Santo”, es poco nexo de unión para aglutinar una hermandad. Por tanto, una hermandad puede “sacar dos… o tres Santos”, y no pasaría nada. Las dos últimas Semanas Santas con las que he estado en contacto –Manises y Calasparra- sólo tienen cuatro Cofradías. Entre todas, sacan bastante más de cuatro andas. Ahora puedo aportar alguna solución. Por ejemplo, que para respetar las legítimas vanidades y los normales intereses de cada hermandad, la hermandad resultante se llamase adicionando el nombre de las fusionadas. Así, si se fusionasen la Hermandad de San Agustín con la Hermandad de Santo Tomás, la hermandad resultante pasaría a llamarse “Hermandad de San Agustín y Santo Tomás”. ¿Presidencia? Un año, el presidente de una y otro año, el presidente de la otra. Directiva: Pues lo mismo, pero más fácil. En vez de haber cinco directivos, que haya diez. De esta manera en unos pocos años, la normalidad –elecciones, dirección, directrices, espíritu…- pasará a ser lo cotidiano en la nueva hermandad. Normalmente, al cabo del tiempo, con generosidad, las cosas buenas de cada una de las fusionadas habrá impregnado el quehacer de la nueva. ¿Ventajas? ¡Las diré una vez más! 1º.- Que las hermandades se equilibren, evitando las fuertes y las menos fuertes.
2º.- Que es más fácil poner de acuerdo a cinco que a catorce. 3º.- ¡El agarrao! He ahí el leit motiv. Sobrarán hombros siempre. Etc. Ahora que venga alguien a decirme los inconvenientes. ¡Lo escucho!
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FRATRIAS Somos fratria, nos subdividimos en hermandades, cuadrillas, garutos, amigos… Toda la tribu semanasantera, se parte en fratrias que forman EL TODO. Somos taifas. Cada cual, cada cuales, mandan en lo suyo y no consentimos que nadie interfiera. La individualidad es absolutamente imposible en el anda. En el tambor, sí, pero ya hemos visto que el tamborilero aislado sólo es excepción. Parece, pues, que la Semana Santa la inventamos para ser compartida. Pero sin pasarnos. Quiero decir que, al final, en el anda terminas hablando con tres o cuatro. En las filas, lo mismo; y en la cuadrilla, no digamos. Así que sí, ni lo individual ni lo masificado: Grupo, fratrias, taifas. Desde ellas alcanzamos dos plenitudes. Una hacia lo individual. Otra hacia lo colectivo. Es una proyección ambivalente que da una fuerza total al todo semanasantero. Mi cuadrilla me refuerza el ego. Pero también la cuadrilla refuerza la fiesta toda. El grupo, lo grupal. Me gustaría tener conocimientos antropológicos y sociológicos para estudiar el asunto en profundidad: Individuo, Grupo, Tribu. ¿Dónde estaría la verdad? Aquí, tal y como lo enfoco en el Grupo, la Fratria, que refuerza al Individuo pero también a la Tribu/ Sociedad/ Colectividad. El yo; el yo compartido; el yo colectivo. Así hacemos la Semana Santa.
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LO CLÁSICO VERSUS LO INNOVADOR Lo clásico, lo eterno. Lo innovador, lo compatibilizarlo, astuta, sagaz, sabiamente.
novedoso.
Tobarra
ha
sabido
El hecho puede deberse a que nunca, nadie, en serio, ensoberbecido, ha querido romper con los principios, con lo eterno, con lo válido. Al mismo tiempo, en serio, convencido, nunca, nadie ha intentado un cambio radical, una metamorfosis absoluta. Algún anecdótico rifirrafe y poco más. ¿Lo hubiese consentido Tobarra? ¿Habría aceptado una ruptura con lo simbólico? ¿Cómo habría protestado? ¿De qué manera se habría rebelado? La clave de la tradición es su enriquecimiento, nunca su cambio, puesto que este comportaría una quiebra de su esencia. Y la Semana Santa ha ido autoabasteciéndose, enriqueciéndose en cualquier caso. Se me está ocurriendo una idea auténticamente perversa, pero no me autocensuro. ¡Adelante! ¿Alguien ha caído en la cuenta de que las tres o cuatro ocasiones –contemporáneas- en que ha habido alguna “fricción” semanasantera (intento de cambios de profundis) el “friccionario” era un cura… pero sobre todo, era forastero? En cualquier caso, hablo de hace más de 25 años, en plenos tiempos de total concomitancia Iglesia/ Estado pues, desde la Transición, los curas han tenido la inteligencia y el buen gusto de “no meterse en lo sin coger”. Abundo: Ningún tobarreño –contemporáneo- ha tenido el atrevimiento de intentar “cambiarle el agua a las olivas”. Vamos, es que ni se ha intentado. ¡Gracias a Dios! El tobarreño, el semanasantero, saben aferrarse a lo simbólico, a lo trascendente, a lo clásico. Y su voluntad de innovación –que no su capacidad- ha sido parca y siempre muy medida. Y así, lo clásico no cabe versus lo innovador, sino como complemento, como añadido, como fenómeno enriquecedor. Una de las grandezas de la Semana Santa es que, como en Juan Ramón: = No la toquéis
que así es la rosa. Y los tobarreños lo tenemos tan claro, que no nos atrevemos a tocarla. Ni para limpiarle el polvo. Y, menos, claro, el polvo de la Historia.
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FILOSOFANDO ¿Cuál es la verdad semanasantera? ¿La realidad radical de la misma, esa de la de que habla Ortega, esa realidad máxima? ¿O, es por el contrario, la idea, el concepto que tenemos de esa realidad? ¿Prevalezco yo como nazareno o prevalece lo que yo creo que es y representa un nazareno? La grandeza de la Semana Santa es que conviven perfectamente ambas situaciones/verdades/creencias. Son perfectamente compatibles porque –en el fondo- muy pocos semanasanteros intentamos llegar ad finem. Nuestra Semana Santa se desarrolla por sí, se manifiesta per se, independientemente de sus influencias, si es que estas existen; y, si estas existen, suponiendo que sean perceptibles; y si lo son, si es que al final consiguen influir. Pero la Semana Santa admite dos posibilidades. La primera como ser, como modo de ser realidad, como ens, como algo ontológico que está ahí, inmutable, esencial, conceptual, real. La segunda como categorías, como manifestaciones, como consecuencias, como modos de ser aquella. El Prendimiento, el tambor, la horquilla, son modos de ser categorías, cualidades de una realidad única, amplia, absoluta, total, que se llama Semana Santa. Aquella puede, cabe, vale, por sí sola. Estas, nunca, salvo como mundanizaciones de la otra. Aquella existe sin nosotros. Nosotros manifestamos, hacemos vivir lo circunstancial. Aquella es independiente de todo, es en sí. Las otras están sólo si nosotros las valemos. Hacerse estos planteamientos sólo tiene cabida –o así lo creo- dentro de un libro sobre la universalidad semanasantera. Y, por supuesto, siempre dentro de la más profunda filosofía. Hacérselos desde la teología es superfluo. La teología no justifica, sino que expone, sencillamente expone. La fe es así. Si tuviese explicación sería filosófica, pero no en la fe, por más que Santo Tomás y los escolásticos silogizasen en torno a ello, que no lo hicieron. Detrás de la filosofía, estarían la sociología y la antropología, claramente. Decía. El planteamiento teológico de la Semana Santa de Tobarra (teo-logia: exposición de Dios) es incompatible con un planteamiento apud fidei, en tanto en cuanto que fe y razón sólo pueden ser paralelas. Por supuesto, no necesariamente contradictorias, pero tampoco nunca complementarias. Sólo paralelas, que no es 13
poco. ¿Teodicea? ¿Teología a través de la razón? No lo veo, no lo creo, no me lo imagino. En la Semana Santa de Tobarra la Cristología deica es sólo una pequeña parte (Resurrección). Casi todo el resto sería Cristología humana. Y aún quedaría una parte esencial, capital, importante, sin contenido trascendente: El tambor y, si se me apura, la Bendición. Son realidad virtual, pero sólo ritual. La última realidad ontológica de una Gran Realidad, como es la Semana Santa, en el fondo, es una nimiedad, algo banal, que sólo nos interesa a ¿cuatro chalaos? Pero el interés –máximum en lo mínor- está ahí, no decae, se acrecienta con lo vivido, con lo madurado, con lo observado. Esto puede –repito, puede- ser propio de los que no nos limitamos a dejar que la Semana Santa pase sobre nosotros, sin más. Puede ser propio –insisto, puede- de los que nos sabemos Semana Santa y la vivimos sumergiéndonos en ella a través del pensamiento, del raciocionio, de la cogitatio. Y que aparece así, con el tambor a cuestas o subiendo un repecho con la horquilla. La Semana Santa practicada (cuadrillas, anda) es la más maravillosa sensación de intimidad, de introspección, que siento a lo largo del año. Y eso es filosofía pura, aunque doy derecho a pensar al lector que estoy trivializando los conceptos. No obstante, he ahí el misterio, la magia, lo inaccesible –por sublime- de nuestra Semana Santa. Hemos sido capaces de crear una obra majestuosa, solemne y concreta, que ya sería inútil justificar. Yo no lo intento. Ni siquiera aquí. Medito, medito, medito… Cogitatio, cogitatio, cogitatio… Pero el Miércoles, cojo mi tambor. El Jueves me agarro a mi horquilla. Lo demás, son disquisiciones de aprendiz de filósofo. Por tanto, ¡ni caso! O, si acaso, todo el caso... por si acaso.
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EGOTISMO Es de suponer –y así lo espero- que una gran parte de este ¿macrolibro? semanasantero se haya leído dejando a un lado la inteligencia lógica, la racional, la silogística, como cuando uno va al cine y acaba creyéndose cualquier guión, precisamente porque se ha sentado en la butaca de la inteligencia imaginativa, desde la que cualquier historia es posible y, por ende, creible. Inteligencia racional, inteligencia lógica, inteligencia emocional, inteligencia imaginativa... Se puede escoger. ¿En cual de ellas se asienta nuestra particularísima Semana Santa? ¿Dónde nos situamos cada uno de los semanasanteros? Egotismo: “Sentimiento exagerado de la propia personalidad”. El simbolismo acendrado de nuestra Semana Santa alcanza una cota altísima de egotismo –que es positivo- bien lejano del egoísmo y de la egolatría, que son negativos. No hay Semana Santa sin sentimiento. No hay Semana Santa sin exageración. No hay Semana Santa sin personalidad. Sentimiento más exageración más personalidad. Es la adición egotista que pone en marcha cada Semana Santa. Todo ello, obvio, bajo el aura de lo simbólico. El semanasantero es egotista, puesto que es todo sentimiento, pero precisamente un sentimiento exagerado que subyace en la personalidad propia. En cambio, el semanasantero no es egoista, puesto que se apoya en el interés de los demás: Somos cuadrilla, somos relevo, somos fila… Y aún cabe decir que el semanasantero no es, en absoluto, ególatra: Nos pasamos la Semana Santa metidos en una túnica igualitaria, rompedora del yo individual, masacradora de la vanidad personal. El egotismo es arma semanasantera con que se vencen cincuenta y una semanas. El egotismo es fuerza definitiva que redunda en siete días diferentes. Y en ellos desbordamos nuestra personalidad, sin miedo a que se nos note lo exagerados que somos en aquello que sentimos. (Y, sobre todo, en cómo lo contamos, en las letras que algunos somos capaces de generar en torno a ello).
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I Una miajica é calentura. Una miajica ná más, después de tantos días jodío. Pero no ha podío sel. El médico me lo ha dicho: = “Después de tóa la calentura que has tenío, si no estás limpico del tó, el
Viennes Santo no subes al Calvario”. Quiá, si es que no hubiá ni podío. Sigo malucho. Pero no he querío. No me ha salío del pijo que se quedara nadie conmigo. ¡Tós pal Calvario! ¡He dicho que tós! Aunque me quede solico. No van a venil los mengues a comelme. Y el Viennes Santo por la mañana ningún tobarreño con las patas güenas debe fartal del Calvario. ¡Atié Ud.! ¡Yo que hubía podío! No se oye un alma. Ni un tambol. Claro: Tó el pueblo está en el Calvario. ¿A cuántos les pasará lo que a mí? ¿Seré yo el único? ¿Habrá más? ¿Pensarán lo que yo estoy pensando? Tengo hambre de Semana Santa. Ni de tambor ni de horquilla ni de ná. De Semana Santa. De tóa. Porque no he querío que toquen mi tambor y he querío tenel.lo cerquica de mí, áhi, encima del almario, apretao y a punto. Pero si yo nunca he tocao el tambor el Vien.nes Santo por la mañana. Si siempre he llevao el Santo. ¿Se acordarán de mí los del palo? ¿Me echarán de menos? Seguro que ya han llegao tos los Santos al Calvario. Y yo aquí, mirando el techo, que si miro al tambor me hincho de llorar. Y vaya un pijo: ¡Si yo nunca he tocao el tambor el Vien.nes Santo! Claro: Pero tengo hambre de Semana Santa. Y cuando güervan los guachos, ¿qué me van a contar que yo no sepa? Son ya munchos horquillazos cerro arriba, calle abajo, timbrazo va, relevo viene. ¿Y en coche, bien tapáico? ¡Es que no hubiá podío ni subil al coche! Pero esto es una desesperación. Me cago en los riles, candiles, que nunca más, que aunque me esté muriendo ¿o es que no estoy aquí más muerto que otra cosa, yo solico, en la cama, con tóa Tobarra en el Calvario?
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II Breve, como un Zapatata. Una palabra, un beso, un hasta luego, que no, que no viá bebel, un quintico o dos, que me recojo pronto, joel, que lo que yo te diga, mujel, que ya no tengo treinta años. Largo, como un Viernes Santo. Un amanecer, un sueño, un vámonos ya, que si, que tenemos que sacal el Santo de la Iglesia, que tós acuden a los Arcos. Lavarse como los gatos. Solemne, como un mediodía en el Calvario. Y un tomillo, aguanosico, de esos que mandan chitón tras el Silencio. Y un tejo que se sabe Mektub desde el primer tachán, tachán, hasta el Da capo. Y un recuerdo, hijo del pasado, rebrote del presente, capotazo de nombres a cielo abierto. Un brazo, ay, El Brazo, Tobarra y tiempo.
III Una almorzáica más, una miajica más de harina, que esto son toñas, no tortas de manteca y admiten tóa la que le eches. Y venga, dale que te pego, soba que te soba, que a ver si me salen tortas dormías de tanto restregón, de tanto tino entre los dedos, de tanto magrear la masa, de tanto toqueteal.la. Pero, no. Las nueces, almendras, piñones, heridicas de lujo, berruguicas de cielo que no admiten repizco sin gusto. Pero, sí. Que me van a salir buenas, que no hay más que ver la masa, golel.la, golelse las manos. Y un chorretón de miel ande me salga el pijo. 19
Martes Santo. El horno es altar incruento, reclinatorio en tradición y donosura, utilidad de mujer, orgullo de receta memoriada, toñas de Tobarra. Los hombres, a lo suyo, a apretal los tambores, a lleval las andas vacías pá la Iglesia.
IV ¡No púo dormilme! Y es porque mañana estreno mi tambor. El primero pá mi solico. Tó el tambol pá mí. Estáhi al láico, encima é la silla, que no he querío qu’estuviá fuera, por si lo tocaban, por si me lo efarataban. ¡Chácho, que ganas tengo de que sean las cuatro é la tarde! Viá salir con tós los críos y me pienso quedal hasta las tantas, que ni Prendimiento ni ná, que me viá pasal tóa la noche, dále que te pego, Zapatata va, Coconono viene, que no viá paral hasta la madrugá. Pero agora… ¡Si pudiá echal un sueñecico! ¡Ná, aunque sea un ratejo! Qu’es que son ya las tres mil, que ya he oído algún gallo y no he conseguío pegal un ojo. ¡Me cago en los riles, con el sueño y el tambol! Yo no sabía que m’iba a pasal esto. Pero, claro, es qu’esto no pasa tós los días. ¡Un tambol nuevo! ¡Si pudiá…!
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PASADO “Dosis, casi mortal, de pasado”. Lo dice Gil de Biedma, referida a Roma y lo digo yo para la Semana Santa. Dosis, exagerada dosis de pasado, no sé si mortal o no, que aquí es vivificante y a lo mejor tiene mucho de medicina, incluso de droga benéfica. Tengo que interpretar que, para Gil de Biedma, el pasado es, puede ser, una enfermedad. Nunca me lo había planteado, pero estoy dispuesto a hacerlo, porque ahí tengo mis viejos versos, en algún sitio… … y volver a ser ayer, ayer, que es lo único que he sido. No es que yo suela recordar palabras y motivos, pero ahí, sí. ¡Tan convencido! Pero, claro, la Semana Santa, o es pasado o no es. Somos símbolos de lo heredado. Heredar/adquirir, he ahí la diferencia, jurídicamente. Borrachera de pasado. El pasado como bebida hors d’âge, super-reserva, gran cata, que nos lo mamamos a gollete, glú, glú, glú, que ni saborearlo ni nada por el estilo. Y, claro, nos puede, nos tumba, que llegamos al Lunes de Mona con aparente resaca, con supuesto mal cuerpo, pero con el alma purificada. Pasado, pasado... La Semana Santa como un pasado etéreo, intangible, que pasado es La Encarnación y Pedro Barro y El Castellar, pero no nos los imaginamos como dosis ni, mucho menos, como borrachera. Bueno, la Semana Santa es pasado. Si. ¿Y qué?
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ERES TAN ANTIGUA MÍA… Pedro Salinas. La voz a ti debida. Me gusta ese verso de Salinas, el poeta que vocativiza (¿suena bien?) a la mujer, pues todo su empeño es hablarle y hablarle… Pero no van por ahí mis palabras –ahora- que si acudo a Salinas es porque usufructúo lo de “antigua” porque, por primera vez, en Viernes Santo 2001 he querido ser del Cristo, de cerro a cerro. Y hasta allí he subido, con mi Jesusico y mi tambor, entre Calvario y Plaza. En El Calvario, La Agonía. En La Encarnación, el Moreno, el Cristo tobarreño por antonomasia, que me maravillé cuando mi amigo Xavier Noguera llamó a N.P.J. Nazareno, “El Cristo”. Lo simbólico. Viernes. Tambor en El Calvario. Bendición. Deprisa, deprisa, hacia la Plaza. ¡Arriba! Tambor en La Encarnación ante el Cristo de La Antigua, venga a echarle Zapatatas, hasta que se me saltaron las manos y me dolieron las lágrimas. Éramos mi Jesusico y yo. El invento de hacer semanasantero al Cristo de la Antigua, no es nuestro. Lo bebimos de La Cuadrilla El Trono, que cierran –como ha contado Juan García en la Revista de 2004- su tamborear, al atardecer del Domingo de Aciares, subiendo hasta la Encarnación, rezando un Padre Nuestro y echando tres Zapatatas ante El Moreno. ¡Eso debe ser gloria bendita! Para mí, todo lo semanasantero de La Encarnación eran El Paso Gordo y El Resucitado. A partir de ahora, también El Cristo de la Antigua, porque he vivido la magia de un Viernes tamborilero en su ermita. Nunca se me hubiese ocurrido. Lo simbólico. ¡Oh, Cristo Moreno, eres ya tan antiguo tamborcico mío…!
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SEIS MESES: ENTRE LA AÑORANZA Y LA ESPERANZA En la Revista de 2002, página 124, se escribe lo que creo puede ser una de las más altas conquistas semanasanteras para el siglo XXI. (Ya no es siglo XX. Pero es una conquista “desde la sangre contemporánea”). Ha sido desde la Hermandad de La Caída. Una vez más. Se trataba de partir en dos el tiempo de espera entre una Semana Santa y otra. Un año es mucho tiempo de espera. Y así, celebrando un acto que sirva para recordar la Semana Santa anterior y empezar a vivir la próxima, parece que el tiempo sea menos duro. Una cena de hermandad. Ese fue el acto. El Paso Gordo, que es una hermandad humilde, modesta, no ha querido hacer alarde de nada. Al fin y al cabo, se trata del primer año y, sobre todo, se intentaba clavar un hito… por si toda la Semana Santa quería tomar ejemplo. Así siendo, ya habría de celebrarse un acto más solemne, más importante… pero ya desde una perspectiva general. ¿Fecha? Se puede elegir entre dos: O a los seis meses del Miércoles Santo pasado o a los seis meses del próximo. Eso no es lo más importante… siempre que se parta el tiempo en dos. En cualquier caso, desde la sencillez del Paso Gordo, una manera más de vivir la Semana Santa.
N.del A. La Asociación de Cofradías se quedó con la copla. ¡Gracias, Señor del Calvario! Tobarra entera ya es “Medioaño”. ¡Porque se puede! Pero yo quiero dar un paso más: Que un sábado de octubre –a mitad del año semanasantero–podamos echar una horica o dos con el tambor colgao. Se trataría de hacer un acto público, común, en la Plaza o en El Calvario o en El Paseo, en el que fuésemos un tiempo breve –de cornetín a cornetín– tambor otra vez, entre Lunes de Mona y Miércoles Santo. 24
CETROCRACIA En Tobarra, en su Semana Santa, hay un tiempo en que mandan los cetros, todo el poder está en los cetros, hay una teoría del Estado –soberanía, territorio, personas- en la que prevalece la cetrocracia. El Gobierno de los cetros. Pero cetros en horizontal, en paralelo al suelo, una mano en la punta del tuyo, y la otra en la punta del de otro. Los cetros como cadena humana –Las Navas, Miramamolín- que nadie se atreve a invadir. Un Santo está llegando a la cima o está entrando en la Plaza, y los cetros forman guardia para marcar posiciones, salvar la territorialidad, evitar la profanación. Los cetros, pacíficos, presentan armas. Es un gesto solemne, medido, bien planteado, en el que los cetros/ manos marcan el territorio de la hermandad… … “aquí estamos nosotros”… … y que al mismo tiempo facilita el paso del anda, contribuye a la comodidad agarráora de no tener que ir apartando gente. La cetrocracia se ha impuesto en las Procesiones “con luz del día”, es decir en la del Viernes de Soles y en la del Domingo de Astros. Habría que fijarse en los porqués. Y así, constataríamos que en las noches no se producen aglomeraciones: Ni en El Prendimiento, ni en El Entierro. Ni siquiera el Gran Jueves a la vuelta. Es así y probablemente no caben porqués. La cetrocracia es un gobierno equilibrado y armónico al que se ha apuntado la Semana Santa con decidida convicción. Y está dispuesta a practicarla por los siglos de los siglos.
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EL BUEN SEMANASANTERO, UN SANTO LAICO Santidad como virtud, santidad como ejemplo, santidad como perfección. No hace falta darle otro sentido ni yo estoy dispuesto a dárselo aquí. Por eso escribo santo laico. Podría añadir, santo civil. Efectivamente, el buen semanasantero es todo un símbolo, un perfecto espejo en el que mirarse. Precisamente por eso propugno la aparición de un rincón escrito (en la Revista, en Capuz, donde sea) bajo el epígrafe “Vidas Semanasanteras ejemplares”. Con ello Tobarra honraría su propio ser. Es constatable que buenos semanasanteros los hay a cientos en Tobarra. Buen semanasantero no es análogo ni parangonable a semanasantero excepcional. Para ser un buen semanasantero no hace falta inventar el tambor sin pieles ni el mantecao sin harina. Bastaría con amar y cumplir. ¡Amar y cumplir! ¡Pós no es ná! Amar es sencillo. ¿Quién no ama la Semana Santa? Cumplir es más concreto, más tangible y, por ende, más complicado. ¿Cumplir qué? Como siempre, la parábola de los talentos: Que cada semanasantero desarrolle las potencias de su espíritu. Y si Antonio el Batanero estaba capacitado para hacer “La Tira” ha cumplido como un buen semanasantero. Y si Cachito ha sido capaz de inventar… pues también ha cumplido. Y sí mi Jesusico o Pepe Garrido o Guillermo o... Pero no hace falta ir tan lejos. El ama de casa que limpia, guisa y tiene todo a punto es una buena semanasantera. Y por ello, digna de imitación. Y, desde ahí, una santa laica. Simbolismo. La Semana Santa de Tobarra en plenitud, permite estas disquisiciones. Es más, invita a plantearlas. La perfección semanasantera, lo simbólico, esos “conceptos morales, intelectuales” en los que ideologizamos nuestra Semana Mayor. Quien los practica, cae en santidad. Y mi voz es prédica convencida que se derrama en el invierno en busca de prosélitos y de apóstoles.
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PRÓLOGO DE FRANCISCO PATERNA ALFARO Para el hombre, a lo largo del año, seguramente que no habrá un tiempo, un acontecimiento, más propicio para la reflexión que el de Semana Santa. Los tobarreños, que tenemos el privilegio de contar con una Semana Santa de excepción, basada en la más singular de las tradiciones, debemos de estar en continuo estado de reflexión, de alerta, para que los grandes y vertiginosos cambios a que está sometida nuestra actual sociedad no la adulteren, y en ella, como nos dice Josemari, “nos encontremos y seamos siempre nosotros mismos”. Aceptando las innovaciones que la evolución normal de los tiempos nos aporta: “la Semana Santa mira hacia adelante en todo, pero no tiene interés en dejar de ser nada”. Infatigable investigador, estudioso, descubridor de nuevas facetas de nuestra Semana Santa, Josemari nos presenta en este XI cuaderno una serie de reflexiones necesarias para su comprensión y correcta evolución. Coincido con él al indicar que Semana Santa debería de ser una asignatura obligatoria en los centros docentes de Tobarra; garantía de que esa cultura surgida en torno a ella se afianzaría e incrementaría. Nos aporta otro nuevo vocablo al ya rico y variado léxico semanasantero: semanasantólogo. Y en su ORACIÓN nos presenta un compendio de sus buenos deseos, de los que me quedo con los dos últimos: “…No nos dejes caer en lo no tradicional ni sagrado/ Mas líbranos de todo mal semanasantero”.
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EFETÁ Ábrete, Semana Santa, ábrete. Muéstrate, por fin, plasmación de cincuenta y una. Culmina sin recato nuestra fe semanasantera, que es unción de tiempo y posibilidad. Ábrete, efetá, et ad aperire… Ábrete, efetá, y al abrirte, et ad aperire, seremos Tobarra, definitivamente. Definitivamente, Tobarra. Habremos recorrido un largo camino hacia el Parnaso, hasta que nos encontremos a nosotros mismos. Ábrete, efetá, consigna amada, razón de ser de nuestras vidas, romance definitivo que nos recitamos, agua para beber, pan para comer. Ábrete, vida toda. Ya estamos dentro, libres de todo mal, limpios de toda impureza, rescatados de todo sinsabor. Ya somos nosotros, nos palpamos el alma, nos sentimos, nos sabemos, nos reconocemos. Ahora somos lo que queremos ser, somos lo que sabemos ser, somos lo que, en definitiva, somos. Somos Semana Santa.
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ORACIÓN
PADRE NUESTRO, NUESTRO NAZARENO, QUE ESTÁS EN CALVARIO Y DEL VIERNES.
PADRE JESÚS EL CIELO DEL
SANTIFICADOS SEAN TU NOMBRE Y EL DE TU MADRE. VENGA A NOSOTROS EL REINO DEL TAMBOR, EL IMPERIO DE LA HORQUILLA. HÁGASE TU VOLUNTAD PROCESIONERA ASÍ EN LA PLAZA COMO EN EL PASEO. EL PAN NUESTRO DE MOJETES DÁNOSLO DOMINGO.
LOS DE
BUCHES Y LOS MIÉRCOLES A
PERDONA NUESTROS ENAMORADOS EXCESOS, ASÍ COMO NOSOTROS PERDONAMOS AL CANSANCIO Y AL SUEÑO. NO NOS DEJES CAER EN LO NO TRADICIONAL NI SAGRADO. MÁS LÍBRANOS SEMANASANTERO.
DE
TODO
MAL
AMÉN.
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PRECULTURA Y CULTURA SEMANASANTERAS Hasta –más, menos- 1970 todo en la Semana Santa fue precultura. A partir de ahí, cultura. Consecuencia de lo dicho inmediatamente antes, debe hacerse constar que lo cultural semanasantero, el paso de la precultura a la cultura comienza con la primera investigación, se pone en marcha tras el primer intento de echar cientifismo, método, rigor, en un acto semanasantero. Pero arranca un poco antes, con la toma de conciencia de que la Semana Santa fuese algo ajeno a la lírica. Es decir, cuando se escribe tras la observación, no desde la emoción. Pero voy a permitirme insistir en que cultura es creación, no sólo erudición. La concepción y el nacimiento de la Asociación de Cofradías son actos puramente culturales en su origen. Hasta ahí, hasta 1970, más o menos, se produjo acumulación, consolidación, la Semana Santa de Tobarra construyéndose a sí misma. No es difícil constatar que ha sido un embrión de gestación larga, larguísima, secular. Inevitablemente. ¿Qué pensarían los Borias, los simples semanasanteros cuando organizaron la Semana Santa del 1904, hace cien años? ¿Qué se plantearían los tamborileros de entonces cuando acicalaron sus tambores? Probablemente ni pensaron nada aquellos, ni se plantearon nada estos. Se limitaron a actuar y a vivir, sin ser conscientes de que estaban asentando en el modus y en el tempus una manera de ser tobarreños. Esto es cuestionable. Pero lo es mucho menos que pudiesen imaginarse que sólo cien años después, se estuviese plasmando la realidad de una Tobarra unánime, solidaria, consciente, y una decidida y grandiosa voluntad de ser semanasantera, por encima de cualquier otra de las maneras de ser.
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CULTURA POPULAR La Semana Santa, esa cultura. Cultura como cultivo, de cultus, cultivado. La Semana Santa como “resultado o efecto de cultivar los conocimientos humanos y de afinarse por medio del ejercicio las facultades intelectuales del hombre”. Sí. Eso es. Como también es “el conjunto de las manifestaciones en que se expresa la vida tradicional de su pueblo”. Cultura como vida tradicional. ¿Qué es, sino eso? ¿Quién se manifiesta sino el pueblo que hace patente su tradición? Pero, ojo, recordemos al tristememente citado y asentido Oswald Splengler: Toda cultura comporta una deculturación, o sea “el empobrecimiento y pérdida de una configuración cultural”. Y en el final, el etnocidio, “la extinción espontánea o intencional de una cultura o modo de vida”. El tobarreño, el semanasantero, tiene –por nacer, sólo por nacer- el deber moral de investigar, aherrojar y sucumbir lo que traiga deculturación, lo que acabe en etnocidio. Y no es difícil saberlo, tras haberlo buscado. Basta con buena voluntad e inteligencia. Y hacerle eco a lo negativo, para evitarlo. La vida va por delante de la sabiduría, que no es sino consecuencia de aquella. Sin vida no hay saber. Pues bien, la conquista de la cultura popular –el simple hacer, por sabido, del pueblo- va más allá de Aristóteles y de Kant. Cultura no es, necesariamente, erudición. Esto es: Cultura no es necesariamente instrucción, conocimiento, doctrina. ¿Cuántos eruditos semanasanteros hay en Tobarra? ¿Quién se atreve a decirlo? Un grave peligro: Que quien ostenta el poder (y, sobre todo, el poder de los votos) piense que, sólo por ser poderoso (sólo por haber sido elegido munícipe), ya es erudito, es culto, tienen validez intrínseca sus opiniones. Eso, sólo eso, ya empieza a ser decadencia. Y quien pueda, tiene el deber de evitarlo. ¡Cuidado con ciertos políticos con iniciativas! Pueden ser masacradores de siglos. ¡Que dejen a la Semana Santa en paz! Si no lo consiguieron ni ciertos curas...
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SEMANASANTÓLOGOS De όγος (griego) y logus (latín). Especialista, conocedor, versado, práctico, avezado, informado. Todo eso. Reivindico el nombre y la figura para Tobarra, desde aquí y para siempre. Y lo hago casi al final del libro. La Semana Santa ha sido capaz de inspirar un libro de seiscientas páginas. Como es suficiente cada año para poner en pie otras cientos de páginas a través de la Revista. O de Capuz. O de trabajos aislados. ¡Y lo que –a algunos– nos queda por escribir! Por supuesto, yo no me voy a quedar aquí. Espero –deseo- que así no sea. Pero me gustaría que se tomase conciencia de ese ser especialista, de ese sentirse conocedor, por parte de quien lo sea. Algo así, como un: = “Buenas tardes. Me llamo Fulano de Tal y soy semanasantólogo tobarreño. ¿En qué
puedo servirle?”. O que alguien se atreviese a poner en su tarjeta de visita: = Pepito Pérez García
Semanasantólogo tobarreño. O que cada Miércoles Santo, La Asociación de Cofradías pusiese a disposición de los turistas, de los forasteros, de quien lo solicitase, un servicio oficial de Semanasantólogos. Y que en el Museo del Tambor hubiese un Semanasantólogo de guardia. Todo eso está muy bien. Pero ¿quién otorgaría ese título? ¿Qué conocimientos darían derecho a ostentarlo? Todo esto, que puede parecer una locura (pero piénsese que está escrito en un Cuaderno de Reflexiones) debería ser el punto de partida temporal para que lo pusiese en marcha la Semana Santa tobarreña del futuro. ¡Ay, mi viejo sueño, reiterado e inextinguido de poner en las Escuelas tobarreñas la asignatura “Semanas Santas”! Semanasantólogos tobarreños. ¡Qué hermoso título! 10
LA SEMANA SANTA ¿TIENDE A ALEJARSE DE SU PASADO? Es un problema de evolución natural. No hay por qué sorprenderse ni escandalizarse ante la pregunta. La Semana Santa no está atada/ anclada a las cabecerillas de las andas ni ahogada en la sangre de nuestros Cristos o en las lágrimas de nuestras Vírgenes. La Semana Santa mira hacia adelante en todo, pero no tiene interés en dejar de ser nada. Sería imposible una Semana Santa ex-novo. Sería impensable una Semana Santa distinta. Yo recuerdo perfectamente la Semana Santa de 1950 ó 1951 (con mis ocho o nueve años). ¿La reconozco en la de 2004, más de 50 años después? Por supuesto, sí. En su esencia, es la misma. El presente sirve como pasado y a la inversa. Hay que ir más lejos. ¿Reconocería la Semana Santa del 2004 el bisabuelo de mi tatarabuelo (vía Calabaza) José Moya Martínez, nacido en 1822 y fallecido en 1907? Para poner un ejemplo. Los aviadores que volaron de España a Argentina –Rada, Franco- en los años 20 del siglo pasado, ¿qué harían hoy en la carlinga de un Airbus 340-300? Probablemente desesperarse buscando los mandos del timón. ¿Qué haría hoy Cristóbal Colón en la cabina de mando del portaaviones Príncipe de Asturias? ¿Preguntar por el Norte y la fuerza de los Alisios? La navegación, la aerostación, cada vez más, se alejan de su pasado. Nuestra Semana Santa, no. El abuelo del abuelo Arenas –que testificó su tamborilear en una Revista de los años 80- seguro que se encontraría feliz, si le hubiesen colgado un tambor de madera de Cachito o La Tira del Batanero. A lo bueno, a lo fácil, es cómodo acostumbrarse. Por tanto, no. Definitivamente, no. Nuestra Semana Santa –en lo esencial- no tiende a alejarse de su pasado. Al contrario. Tiende a reconocerse en él. Precisamente, el pasado es lo que más satisface a cualquiera que se pare a pensar un segundo, qué es, donde está y qué hace con un tambor en la barriga o con una horquilla en la mano.
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INTELECCIÓN UNIVERSAL
“Acción y efecto de entender” Entender a… Entender de… Todos los tobarreños, todos, entendemos a (y de) la Semana Santa. Absolutamente todos. Bastantes tobarreños entienden (o eso creen) de fútbol. Pero sólo una minoría entiende de toros y apenas una elite de pintura. Pero, ¿de Semana Santa? ¡Todos! La Semana Santa es una pura intelección universal en Tobarra. Siempre ha estado en la naturalidad de lo tobarreño, la expresión “entender de…”. Se entendía de huerta, se entendía de gorrinos, se entendía de nublaos… Realmente, hoy estas expresiones pueden resultar anacrónicas a los tobarreños menores de 30 años, pero bien sabe Dios que eran reales y tenían una gran carga de pragmatismo hace 50 años. Si. Los tobarreños entendemos de Semana Santa. Y el caso es que no es una intelección útil o práctica, puesto que no hay ni un solo tobarreño, ni uno, que viva exclusivamente de la Semana Santa. Pero el hecho es ese: Que entendemos. Y nos produce una especial satisfacción. ¿Algún tobarreño de 10 años no sabría decir si un tambor suena bien o mal? Es una intelección natural. Está en el ambiente. Vamos, eso que se dice “que se mama”, “que lo da la mata”. ¡Y es verdad! Incluso sería una ofensa insoportable para un tobarreño oír que alguien le dice: -
“Chácho, ¡cállate, que tú no entiendes de Semana Santa!”.
Mejor mentarle a su madre. Los tobarreños entendemos. La intelección semanasantera es total. Y nadie se atreve a toserle a nadie.
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ÉPICA SEMANASANTERA Espero que este libro haya supuesto el nacimiento de una épica: La semanasantera. No he tenido el más pequeño reparo en presentar lo semanasantero como heróico, memorable, trascendente. No me ha supuesto ningún esfuerzo. Mi convicción es absoluta. Creo firmemente que la Semana Santa de Tobarra es “un conjunto de hechos gloriosos dignos de ser cantados épicamente”. Eso es la epopeya. La Semana Santa no puede dar un Cid Campeador, un Ulises, un Pedro Crespo, pero sí que da, año tras año, un solar de innumerables héroes diminutos. Héroes y heroínas, claro. ¿Es que no exige abnegación y renuncia la Semana Santa? ¿Es que no hay un exceso de altruismo y desinterés en lo semanasantero? ¿Dónde está el egoismo semanasantero? Esa mujer que se acuesta a las tantas para dejar medio hecha la comida del Viernes y ha de levantarse temprano “pá que los guachos lleguen pronto a la Procesión”… Encima, se presenta en El Calvario perfectamente emperejilá. ¿Y los horneros? ¿Y las horas y horas que se echan en los talleres para que todos los tambores estén a punto? ¿Y el que ha de recuperar las horas que ha echado de menos en su fábrica pá estal el Miélcoles en Tobarra? Todo eso es épico. Y todo este libro quiere ser la manifestación épica de la Semana Santa. Podría haberlo titulado así: Épica Semanasantera. Como también cabía: Lírica semanasantera. Al final, el tambor, el anda, la fila, todo es lírico, todo es épico, todo es epopéyico. El Lunes de Mona se han desvanecido los héroes, se han apagado las liras, se han clausurado los versos. Y Tobarra vuelve a ser humanidad doliente, colectividad corriente. Un pueblo más. Entre tanto, este libro pretende, nada menos, que ser la reflexión más decidida de nuestra heroicidad anual.
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PARASCEVE “Del latín parascēve y este del griego πσκη, preparación. Nombre que se daba al viernes…; por excelencia se aplica al Viernes Santo”. Mágica por el cielo La luna fulge llena Luna de parasceve Azahar, luna, música. (Luis Cernuda. Luna llena en Semana Santa). Parasceve. No lo ha inventado Tobarra. Y bien que lo siento. ¡De modo que el Diccionario y Cernuda reconocen una palabra que simboliza el Viernes Santo, y no se ha inventado en Tobarra! Parasceve. ¡Oh Dios de los hombres cultos que no has acudido con musas a nuestro palabrear semanasantero…! Luna y magia, luna del Viernes Santo, luna de Parasceve, que Cernuda llena de azahar y música. Me atrevo a llenar esa luna de cerro y repique, de Entierro y manola, de Paseo y palio, de Semana Santa en pleno.
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COMO EN EL ROCÍO Es una afirmación reciente. De Anamaría tenía que ser. (Anamaría es una fuente inagotable de observación, pero luego no quiere ser protagonista de nada). = “En casa, en Tobarra, en Semana Santa, dormimos como en El Rocío”.
¡Olé! Efectivamente, dormimos, vivimos –humanamente- de cualquier manera. No nos importa lo físico. En Semana Santa, Tobarra dialoga consigo misma, y es por ello por lo que no caben remilgos ni prejuicios. En ese tiempo, la cama es un medio, nunca un fin, que es lo normal en lo cotidiano. La cocina está pá que haiga de tó, pues el arma fundamental de lo gastronómico – el tiempo- se dedica a otras cosas. La higiene, en fin, vale solo por lo imprescindible, que nadie se recrea en abluciones mágicas. Semana Santa en Tobarra. El Rocio, en la Andalucía profunda de las Marismas onubenses. Pascua allí, Pascua aquí. Tamboril allí. Tambor aquí. Resurrección, Pentecostés. El Calvario. Almonte. Dos maneras paralelas de vivir fuera de lo cotidiano.
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PRÓLOGO DEL MAESTRO PEPE AUÑÓN He de reconocer que me ha sorprendido muchísimo el encargo, por parte del autor de este exhaustivo trabajo, de realizar un prólogo a uno de sus capítulos, el que titula Cuaderno de Pentagramas. Prólogo que, dicho sea de paso, no necesita, debido a la profundidad de sus reflexiones y a la poesía de tantos “kilates” de que hace gala. Pues bien, tras algunas jornadas de reflexión, pensé que si alguien como Josemari me ha confiado tal misión, será porque sabe estimar y valorar la importante participación de la Música en nuestra Semana Santa. He de reconocer que es la primera vez que me entrego a la noble tarea de escribir sobre Semana Santa, así como de hacer de prologuista, y tan sólo diré que espero estar a la altura de las circunstancias. A nivel personal, me siento muy honrado de ser uno de los “colaboradores” de Josemari, de estar entre los “escogidos” para apuntalar esta obra, junto a personas muy queridas y admiradas por mí. Agradezco la alta distinción que supone lo escrito hacia mi persona, si bien no estoy seguro de merecerlo. Es para mí todo un honor prologar una obra tan importante para nuestra literatura semanasantera, que sin lugar a dudas, pronto se convertirá en nuestra “Biblia Tobarreña”, en un tratado que recoja un amplio espectro de Tobarra, sus gentes, su forma de ser y su Fiesta Mayor, la Semana Santa. Es un placer aprovechar la oportunidad que aquí se me brinda, para expresar cosas, que de otra manera, se hubiesen quedado para mis adentros. Al mismo tiempo, es de agradecer la deferencia del autor hacia la MÚSICA, (sí, sí,… con mayúsculas). Y cuando digo Música, no me estoy refiriendo solamente a nuestras Bandas (tanto de Cornetas y Tambores, como de música propiamente dicha, nuestra Sociedad Unión Musical “Santa Cecilia”, de la que soy orgulloso Director), o a los miembros que la componen… Me quiero referir aquí al término más genérico de la música, un concepto más amplio que llega más allá de las personas o las instituciones: la música como Arte. Porque, ¿quién puede imaginar una Bendición sin Música, sin “Mektub” interpretado por los instrumentos de músicos tobarreños? ¿Quién imagina las procesiones sin el complemento de una Banda? Y todavía diría más, ¿quién supone un solo acto semanasantero o una Semana Santa sin MÚSICA? Es un elemento de colorido esencial en el marco de nuestra Fiesta, lo cual no resta ni un ápice de importancia a los verdaderos protagonistas (tambores, imágenes, Hermandades, etc, ni a los ritos religiosos y al drama de la muerte de Jesucristo). Antes al contrario, sirve para proporcionarles una mayor brillantez y esplendor. No obstante, no siempre se aprecia en su justa medida dicha colaboración al realce semanasantero. La Música es a la Semana Santa lo que la Banda Sonora a una película, contribuyendo de forma activa a hacerla más viva. Sus aportaciones más relevantes deben ser:
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a) Crear una atmósfera adecuada en tiempo y lugar. Basta oír a unos zagales repiquetear un Zapatata en su tambor, o escuchar a la Banda ensayar las marchas procesionales para notar en el ambiente primaveral el olor a Semana Santa. b) Subrayar sentimientos, psicología pura. “Allá donde terminan las palabras, comienza la Música”. Cuántas emociones contenidas, cuántos recuerdos hacia seres queridos, cuántas lágrimas de Viernes Santo, de Bendición… c) Servir de fondo neutro a toda clase de actos semanasanteros, de nota de color para llenar espacios vacíos, para ilustrar recuerdos, imágenes, etc… d) Dar un sentido de continuidad a una secuencia de unidades que continuamente está en peligro de desmembrarse. Las Hermandades conocen bien cómo utilizar la Música para dar unidad a su presencia en las procesiones. Por eso, unos prefieren llevar las Bandas delante de su imagen; otras, detrás; e incluso algunos en medio de sus propias filas. Hacía falta una obra que se ocupase exclusivamente y por entero de los temas de nuestra Semana Santa. Bien es cierto que muchos de los temas que aquí se contemplan han sido ya tratados en otras publicaciones (Libros, Revistas de S.Santa, artículos de prensa, etc). Pero en mi opinión era preciso un estudio sistemático, nada oportunista ni influido por el prisma de aquellos que rigen transitoriamente los designios de nuestra celebración; más bien todo lo contrario, independiente y riguroso, pero tocando todos los temas con el “gracejo” de un lenguaje llano, sin renunciar en ningún momento a un rico vocabulario y a una amplia cultura. Saber presentarse “arreglao”, pero informal. Quiero decirte, amigo Josemari que, quizá por mi condición de profesional de la Música, no soy amigo de acoplar letra a la música instrumental, ya que sería imbuirla de unas connotaciones que a lo peor no profesaba el compositor. Me estoy refiriendo a tus intentos de poner letra a “Mektub”. Pero te quiero dejar claro que tus sentimientos y refinamientos psicológicos hacia dicha música me parecen no sólo correctos, sino admirables. Pero es que, además, en honor a la verdad, he de decir que Mektub no es una pieza escrita para Tobarra, como mucha gente cree. En la Revista de Semana Santa de 1984, Hurtado firma un interesante proyecto de investigación del que extraigo algunas notas: “Mektub parece escrito por y para Tobarra. Mektub es patrimonio tobarreño”. Remito al lector a este trabajo por su gran valor documental sobre este tema. Mariano San Miguel escribió esta marcha fúnebre como tantas otras, con el fin de crear un repertorio bandístico para la Semana Santa de España pero nunca conoció nuestra Bendición. Tal es así, que es una de las piezas más interpretadas en otras ciudades, todo un clásico. Voy a contarte a propósito una anécdota: Hace unos cuantos años que nuestra Banda viene participando en la procesión de Lunes Santo en Alicante; pues bien, puedes imaginarte qué cara se me quedó cuando se me acerca el Capataz (encargado de Banda) y me pide que la pieza siguiente sea Mektub. 4
¿Mektub en Lunes Santo? ¿En Alicante? ¿Por la noche y desfilando? En principio me pareció una locura, pero luego comprendí que Mektub no es sólo de Tobarra. Es una pieza del repertorio semanasantero y no podíamos privar a los alicantinos de la bondad de su música y de nuestra interpretación. Pero, eso sí, amigo mío, ¡ni punto de comparación con lo que suena en el Calvario en la mañana del Viernes Santo! Los músicos, como buenos tobarreños, se resistían a tocar dicha obra de arte como una pieza más, no transmitían nada de la emoción de una Bendición, nada de su lirismo, nada de magia… Era, sin lugar a dudas, otro Mektub. También voy a aprovechar aquí para responderte a lo que me cuestionas en una de las páginas de tu Cuaderno de Pentagramas referente al repertorio de Semana Santa. Efectivamente, no es el mismo un día que otro, pues el carácter, el sentimiento es distinto. Yo sólo puede hablarte del período que va desde que yo asumiera la dirección de la Banda, ya que como sabrás, el tema del repertorio es competencia del Director y en esto “cada maestrillo tiene su librillo”. Pues bien, cada año se preparan unas 25 marchas de distintos grados de solemnidad; las hay fúnebres, lentas, regulares, de procesión (algo menos serias), etc. Cada día se suele interpretar un cierto tipo de marchas,de acuerdo como decía, con la gravedad de la circunstancia (bajo mi criterio). Para verlo más claro, éste fue el repertorio del año 2002 en cada una de las procesiones: Pregón de Semana Santa: Es el marco para incluir alguna partitura nueva que se va incorporando cada año. “Pasan los campanilleros” y “Estrella sublime” de Martín Farfán, fueron los estrenos del 2002. Domingo de Ramos: La Procesión de la Burrica con Jesucristo entrando en Jerusalem en un desfile de palmas y ramas de olivo es más bien una circunstancia alegre. Por eso se suelen interpretar las marchas más ligeras (en cuanto a la carga dramática que conllevan): “Madre Inmaculada de la Veracruz” de Julio Paez, “Hermanos Costaleros” de Abel Moreno, “Virgen de la Salud” de Enrique Pastor, “Plegaria Alicantina” de Francisco Grau, “Pasan los Campanilleros” de Martín Farfán, etc. Miércoles Santo: El Prendimiento de Jesús va a ser la primera circunstancia lamentable, y por ello, la primera ocasión para incluir partituras no tan festivas, sino más graves, sobre todo en el recorrido de bajada, tras el acto del Prendimiento. Entran en liza obras como “Nuestro Padre Jesús” de Emilio Cebrián, “La Quinta Angustia” de Francisco Grau, además de alguna de las ya citadas. Jueves Santo: La Procesión de la Amargura, tras la Última Cena, intensifica el dramatismo: Es el momento de tocar las marchas de mayor intensidad emocional, si lo permite la situación. Me explico: si la Cofradía a la que se acompaña se acopla bien al paso, ya que estas marchas son menos rítmicas y, por tanto, más difíciles de marcar el paso: “Mater Mea” de Ricardo Dorado, “Paz Eterna” de Jaime Teixidor… También es el momento de otro cuyo ritmo es
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más marcado como “Soledad” y “Agarráores de la Caída” de José Auñón, “Cristo del Perdón” de José Gómez, etc. Viernes Santo (mañana): La primera marcha de la mañana es obligada: “Viernes Santo en Tobarra” de Pedro Gil Lerín. Tras ésta, el repertorio es más o menos el mismo que el día anterior. Al llegar al Calvario, no es preciso ni decirlo, “Mektub” de Mariano San Miguel. Para la bajada, se tocan las mejores marchas procesionales: “Nuestro Padre Jesús”, “La Quinta Angustia”, “Matar Mea”, “Hermanos Costaleros”,… Y cómo no la popular “Saeta” de Joan Manuel Serrat que hace las delicias del espectador, ya que es un arreglo muy rítmico, y los agarráores no quieren parar mientras esté sonando. - “Maestro, toca El Cristo del Madero y no pares en to el Paseo”. Eso me dicen. Viernes Santo (Noche): El Santo Entierro hace que todos nos pongamos de luto. Sustituimos la corbata granate habitual, por una de color negro. Las cajas (redoblantes) tocan sin bordón en señal de duelo. Hacia el Calvario, sólo dos marchas: “España Llora” de Contreras y “Marcha Fúnebre” de Chopin. Para la bajada, ya con bordón, marchas de tipo fúnebre como “Paz Eterna”, “Mater Mea”, “Soledad”, “Cristo del Perdón”,… Domingo de Resurrección: Día de alegría y celebración, es el momento de músicas más bien ligeras, de tonalidades un poco más alegres, dentro de lo que permite el repertorio. Aquí, quizás sería procedente la interpretación de marcha ordinaria, es decir, Pasadobles no demasiados festivos, (por lo irreverente que puede resultar), pero sí otras piezas que acompañen mejor la Resurrección de Cristo. Se suelen tocar marchas como “Hermanos Costaleros”, “La Quinta Angustia”, “Agarráores de la Caída”, “Pasan los Campanilleros”, etc. ¿Qué decir de Josemari y su fervorosa pasión por Tobarra y su Semana Santa? Pues yo creo que no es preciso decir mucho más: Que se ha convertido en un personaje de referencia por méritos propios, por sus investigaciones, poemas, pregones, etc. que le valieron el reconocimiento como Hijo Predilecto de la Villa. Sabe ejercer de Tobarreño como pocos, un genuíno risqueño, como le gusta autollamarse. Para hilvanar tanta literatura, tantos versos, tanta investigación… es preciso tener unas raíces tobarreñas muy profundas, una capacidad de entrega singular y un ejemplar amor a su Patria chica. ¡Cuánta razón llevaba Paco Huerta (Descanse en Paz) cuando me veía involucrarme en la música, en la Banda de nuestro pueblo, y me decía: -
“Nene, ten cuidado que Tobarra te va a pegar más cornás que un Miura”!
Paco se refería a esa generosa entrega que él también realizó por su pueblo y que no siempre fue debidamente apreciada (Vaya desde aquí mi reconocimiento más respetuoso y cariñoso a este buen tobarreño). 6
Y, efectivamente, Josemari, se lleva uno muchas “cornás”, pero por abundar en el argot taurino, más que para hacerte cortar la coleta, sirvan para reafirmar tus convicciones y continuar la faena con más ganas que nunca. ¿Verdad? Hoy en día,la validez de esta obra no ha perdido ni perderá vigencia, a pesar de estar escritas sus páginas en diferentes momentos. Su gran acierto estriba en el empeño demostrado por escapar, en cuanto a su discurso interno,a una concreta localización temporal. Su contenido trasciende a un época determinada gracias a un esfuerzo de abstracción que le otorga unas características de universalidad que favorecen el acercamiento al estudio de la fiesta semanasantera desde unos presupuestos exclusivamente tobarreños. Estoy seguro de que el amante de la Semana Santa,sea tobarreño o sea foráneo, encontrará en esta obra mucho de lo que Tobarra puede ofrecer y hará de este trabajo un libro recurrente al que poder acudir de cuando en cuando para acercarse a su Semana Santa.
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UNA SEMANA SANTA PARA SER OÍDA Corazón semanasantero. El corazón. Tobarra practica en Semana Santa un autofonocardiograma, escucha su propio corazón. Más allá del tambor, la Semana Santa de Tobarra se significa en lo acústico. Son cuatro o cinco sonidos diferenciales que nos recrean lo vivido durante una semana y el recuerdo durante cincuenta y una. Sonidos semanasanteros. Se ha escrito antes, al narrar los sentidos: Oír. Sí. Nos gusta echar mano de la memoria auditiva para arrojarlos/ retrotraerlos a un nítido pero inventado presente, cuando nos sentimos a solas, Robinsones cotidianos, en la vulgaridad de una oficina o fábrica o viaje o noche. Esa es una – otra más- de nuestras fuerzas/ milagros semanasanteros. Somos capaces de “oírnos” cualquier día del año. También somos capaces de “vernos”, pero exige otro tipo de esfuerzos y, a lo peor, no nos compensa en su propia dificultad. Los sonidos semanasanteros nacen en el corazón, desde el corazón. Pero lo mejor es que se oyen también con el corazón. Así, el corazón pasa a ser “la cepa l’aureja” del tobarreño, cuando de sonidos semanasanteros se trata. Es más, estos sonidos son archivados en una extraña memoria que también llamamos corazón, mucho más perfecta, por supuesto, que la que conserva los nombres, los lenguajes, los números, los artículos del Código Civil… Autofonocardiograma. Las variaciones, los ecos –es un puro sónar- del tóc-tóc del corazón semanasantero. Se plasma en cuatro o cinco realidades mágicas. Cada semanasantero es más o menos rico, según conozca/domine uno, dos o varios. El tamborilero puro siempre será incompleto –aunque sea perfecto ante el tamborporque no sabe la emoción que produce oír el trác/ trác/ trác del horquillazo. Pero el agarráor genuino se pierde la emoción de escuchar un super-redoble o un majestuoso Zapatata. Me embriagan los sonidos de mi Semana Santa. Conozco todos. Bueno, todos no, porque me falta el sonar de la pica de los socios, oído con mi corazón desde el eco de mi propia mano. Mi autofonocardiograma también es imperfecto.
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EL MÚSICO Al Maestro Pepe Auñón, de quien espero que sea el músico más importante que haya dado Tobarra. Cuando digo “el músico” me voy a referir a los músicos de la Banda de Tobarra, no a los que vienen de fuera –Almansa, Caudete, Elche de la Sierra…- a tocar en alguna procesión. En los últimos años del siglo XX, la Asociación de Cofradías tomó la ecuánime y sabia decisión de que la Banda de Tobarra –por sorteo- acompañase a Hermandades distintas, Procesión a Procesión. Eso es lo lógico, puesto que la Banda es de todos. Y a este propósito me llamó la atención el que en la Asamblea de La Hermandad de la Virgen celebrada el 18 de agosto de 2001, un hermano se quejase de esto… y de que los tambores fuesen “demasiado pegados a La Virgen”. ¡Claro! Habían sido tantos años en que la música iba tras La Guapa que podía dar la impresión de que formaba parte de la Hermandad. ¡Pero no era así! Bueno, ahora se les hace justicia a todos saliendo con todas, cuando así lo decida el sorteo. El músico, es, lógico, “otra Procesión”. Su manera de incardinarse en la misma no puede ser la misma que la del nazareno. ¿Y cómo será? También se podría hacer una encuesta para sacar conclusiones. Porque el músico no es tamborilero, no es agarráor, no es nazareno… pero es tan procesionero como el que más. Yo me imagino, no ya cuando hace sonar Mektub, sino cuando desgrana “España llora”, “Nuestro Padre Jesús”, “Cristo del Perdón”, etc. que el músico tobarreño se ve como el más importante de los semanasanteros. En los últimos años, además, la Banda de Tobarra está empezando a interpretar piezas escritas en Tobarra y por tobarreños (“Agarráores de La Caída”), lo que le aporta un doble gozo. Piénsese que estamos hablando de una institución –la Banda- que se remonta al siglo XIX. Con razón hay quien la considera como la Hermandad número 14. ¿Será por gusto o por méritos? Pero en cualquier caso, orgullosamente.
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MEKTUB Estaba escrito, sí. Lo dijo el clarinete de San Miguel y lo ratifican Sagi Barba, Gil Lerín, Auñón… Cerro, Silencio, Brazo, Mektub, las cuatro patas que sostienen el banco incólume del Viernes Santo tobarreño. Mañana y Bendición son los ojos del puente de la Historia. La Banda de Música testifica el misterio y el milagro. Tachán, tachán… tatáta tachán… Propongo que a los niños de Tobarra se les enseñe Mektub antes de que conozcan el alfabeto. Es –por lo menos- más identificativo, más autóctono. Es –como mínimo- más nidal, más genuino. Mektub, ya lo he escrito, es el himno nacional tobarreño. Un himno sin letra, que lo he intentado… y me crea un gran apuro, como un Non sum dignum, como un pudor de no estar a la altura. Hace muchos años que le doy vueltas a la letra de Mektub… y no me atrevo a cerrarla. Incluso, buscando un cómplice, lo intentamos mi Jesusico y yo, pero nuestros respectivos versos no casaban, no pegaban ni con cola. ¡Cosa de las musas! Pero voy a demostrar que sí, que lo he intentado. He ahí. Dígase desde el principio: ¡Tachán, tachán…! MEKTUB (Marcha fúnebre) Música:
Mariano San Miguel. Tobarra, ¡oh Dios! postrada a tus pies, espera humilde otra vez tu Bendición. Tobarra es fiel…
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Tobarra es fiel al Viernes Mayor y lanza al Cerro su voz como hizo ayer. Despierta, sol, que es Viernes Mayor… ‘ ‘ ‘ Vieja canción, nueva oración, vieja canción, himno de sumisión. ‘ ‘ ‘ Tobarra es tambor, redoble lleno de fervor. ‘ ‘ ‘ ¡Tambor…! Tobarra se abre en corazón desde el Calvario… ¡Tambor… palillo al viento que suspira enamorado… Tambor… del Viernes Santo, que repicas cansado en mandato y legado de perpetuación.
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‘ ‘ ‘ Tobarra en pos… Tobarra en pos de todo cuanto es, renace en buen feligrés, con devoción. Tobarra, ¡oh Dios! postrada a tus pies, te rinde, dócil, también, genuflexión… Naturalmente, ahora se trataría de identificar los versos en la música. Yo me los oigo acompañando lo que conservo en mi memoria de lo acústico… y casan. Ahora se trataría de poner técnica musical en mi intuición. He ahí. ¿Para quién suena Mektub? ¿Para el Nazareno? ¿Para el pueblo? ¿Para la ceremonia? ¿Para el rito? Mektub suena para ser oído con el corazón, para ser escuchado en la conciencia. Mektub es un puro cántico para la introversión. Cuando Tobarra quiere contar su biografía manda a la Banda que toque Mektub. Cuando Tobarra se mira al espejo, enciende Mektub. Cuando Tobarra visite la eternidad, será en un infinito da Capo de Mektub. Mektub es, ¡porque se puede!, toda la música de una raza. Por eso, cuando acaba, Tobarra despierta con algarabía. Eso sí, desde Mektub se puede viajar directamente al Paraíso. (Yo lo hago de cuando en cuando. Basta con cerrar los ojos y escuchar como me lo recreo).
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TAMBOR Ya sé que no tiene mérito ninguno, pero que tampoco quede por no decirlo: Yo no me canso de escribir sobre el tambor. Caben en torno a él toda la posibilidad de paráfrasis, toda la capacidad de perífrasis. Incluso, sobre lo ya dicho, el tambor permite una larga heurística, una florida hermenéutica. ¿Qué menos que hacer para quien –como yo- es incapaz de apretar una palometa o tensar unos bordones? El tambor es literatura, es historia, es antropología, es sociología, es psicología… El tambor es arte y artesanía. Es técnica y ritual. El tambor es inventiva y creación. El tambor es pueblo, es raza, es cuna. El tambor es geografía concreta, hermandad concisa, unidad clara. Pero, por encima de eso, sobre todo eso, el tambor sigue siendo poesía: Tambor, es amor. Tobarra alrededor. Tambor, mi pueblo adorador. Tambor, Semana en esplendor. Tambor. Siempre tambor. ¡Qué hermosa y fácil rima! ¡Qué sencillez! Un desafío para los niños tamborileros. Que escriban su propio poema, rimando tambor con: 14
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Abrumador. Actor. Admirador. Adulador. Antecesor. Ardor. Arrebatador. Atronador. ¡Qué fácil! (Tambor, ¡mi pueblo atronador!).
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Calor. Candor. Civilizador. Clamor. ¡Qué hermoso! (Tambor, Tobarra es un clamor).
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Colaborador. Color. Competidor. Compositor. (Y así, hasta…). (Tambor, mi pueblo percutor, mejor embajador, sin par compositor).
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Conductor. Confabulador. Confesor. Confortador. Conspirador. Conocedor. Conquistador. Continuador. 15
(Es su misión…). (Tambor; de ayer, continuador; de mañana, convocador). -
Creador. Cultivador. Decidor. ¿O no? (Tambor, leal definidor de un pueblo encantador).
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Descubridor. Despertador. Detractor. Deudor. Director. Dolor. ¿A que sí? (Tambor, nunca es dolor. Tampoco es error. En cambio, es fervor).
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Educador. Emperador. ¡Todo eso! (Tambor, del Calvario Emperador; del Zapatata escritor; del gozo portador. Tambor, hijarano Poblador).
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Encontrador. Ensalzador. Entendedor. Esgrimidor. Espectador. Esplendor. ¡Jamás! (Tambor, ¿sonido? ¿estridor? ¡Qué estupor!
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Exhortador. Expendedor. Expugnador. Fascinador. (¡Chulo!) (Tambor, pueblo fascinador. Tambor, galanteador. Tambor, halagador).
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Fundador. Glosador. Historiador. Honor. (¡Olé!) (Tambor honor mayor. Tambor pacificador).
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Humor Ilustrador. Impulsor. Incitador. 17
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Innovador. Inquiridor. Inspirador. (¡Ahí es ná!). (Tambor musa e inspirador en Tobarra morador, seguro trovador).
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Libertador. Luchador. Madrugador. Magnetizador. Mediador. Mejor. Merecedor. Moderador. Narrador. Observador. Orador. Pacificador. Pensador. Pormenor. Portador. Poseedor. Pastor. (¿A que sí?) (Tambor, de Tobarra su postor; protector de un pueblo muy señor).
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Preceptor. Predicador. Primor. Procurador. Progenitor. 18
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Propagador. Propulsor. Proveedor. Provisor. Provocador. Pudor. Pundonor. Purificador. Razonador. Recitador. (¡Y cómo!) (Tambor, sin par recitador; redactor de un toque seductor; trovador de un pueblo tocador).
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Reconciliador. Rector. Redentor. Regenerador. Relator. (¡Ya!) (Tambor en pieles relator; ruiseñor, redoble y pundonor).
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Renovador. Resplandor. Retador. Revelador. Rigor. Rubor. Rumor. Sabedor. Sabor. Salvador.
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Seguidor. Soñador. Subyudador. Suscriptor. Tenor. Trabajador. Traductor. Trasnochador. Triunfador. Ulterior. Valedor. Valor. Vaticinador. Vencedor. (¡Tobarra!) (Tambor, de un nombre vendedor).
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Versificador.
Es muy difícil encontrar en el castellano una palabra con una rima tan fácil, tan larga y tan proteica como tambor. ¡Hasta eso! ¡Bendito sea!
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EL RUIDO DE DIOS ¡Salve, autor de la metáfora! ¡Salve! ¡Salve, Isabel Montejano, Antonio el Batanero, Guillermo Paterna, Pablo García Carrillo en la presentación como Pregonero de su padre en 1996! Salve todos los que “dais aire” a la frase, que no puede ser más hermosa ni más afortunada. El ruido de Dios. Así: El-ru-i-do-de-Di-os-. No cabe más enjundia. Desde luego, si Dios hace ruido, es a través de los tambores de Tobarra. No cabe la menor duda, no puede caber la menor duda. Ni trueno ni volcán ni tornado. Bastan diez tambores, tres, uno. Un tambor, uno solo, y he ahí a Dios, haciendo ruido, dejando constancia canora de su Presencia. Así, el Zapatata sería una pura oración tabaleante, una ida y vuelta, una jaculatoria (Ave… Zapatata) y un rezo (… que Estás en los Cielos… que ha dicho mi madre…). Creo que en este libro ha sido la primera vez en mi vida que lo he escrito: El ruido de Dios. Sentí un tremendo pudor la primera vez que lo oí/leí y lo siento ahora. Me he hecho la idea, me he atrevido –Dómine, non sum dignum- y lo aplico en unos Cuadernos de Pentagramas que serían algo menos sin decirlo. ¿Todo tambor es el ruido de Dios? ¿Lo son todos los tambores? Claro, desde el del Lauria hasta el del recién llegado. Todos. Habría que inventar un toque con esta letra: Ruido de Dios, ruido de Dios, el tambor de Tobarra es siempre el mejor. Ruido de Dios, ruido de Dios repítelo de siglos como ley del honor. Los cristianos en Las Cruzadas gritaban: ¡Dios lo quiere! Los mahometanos, en su desgracia lo decían: ¡Mektub! ¡Estaba escrito! Dígalo Tobarra el Miércoles a las 16 horas: Ruido de Dios, ruido de Dios, ruido de Dios…
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REDOBLE Es el sonido tobarreño más antiguo, más autóctono. Es una aria, nunca una nota; es un poema, nunca un verso. Es una oda, una cantata, un cantar de gesta, ruidoso y tobarreño. El redoble es la firma, donde Tobarra se afirma, el tobarreño se confirma y la Semana Santa se reafirma. El redoble es un carnet de identidad fónico para quien lo practica, pero es fuero secular para quien lo enarbola. El redoble está inscrito en esa heráldica invisible –invisible, sí, pero no imperceptible- que crea cada tobarreño para su íntimo batallar contra la nada. Y ahí, el redoble se convierte en canción de una guerra, inocua e incruenta, que mantiene el reloj contra el calendario. En Tobarra, cada despertador debería llevar incorporado un ejarrao soberbio, desde cuyo parabám pám pám nos incorporásemos a la vida cada mañana. El tobarreño debe despertarse con un redoble. Por lo mismo, en las casas, los timbres no deberían ser sino llamadas de Zapatata que nos pide que abramos la puerta de la calle. ¡Za-pa-ta-ta! Ya lo sabemos. Alguien está llamando a la puerta de nuestra casa, de nuestra vida. Y lo hace, llamando, ¡Za-pa-ta-ta! El redoble debería ser, también, canción de cuna. Así, mi nieta no ve la televisión si antes no se ha echao un redoble en el tambor que le compramos como primer juguete de su vida. ¡Y en el adiós! Al tobarreño no se le deben echar gori-goris y misereres en su entierro, sino redobles y más redobles. Y deberíamos cambiar las campanas por Zapatatas… Y… El redoble, nuestra música celestial.
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BOMBO Soy un enamorado del bombo. La primera, en la frente. El bombo fue un descubrimiento del Aragón tamborilero –en Alcañiz no lo tocande hace 200 años. Yo lo oí por primera vez, es obvio, cuando estuve en Hìjar por primera vez. Y pensé: -
“Tobarra merece tocarlo”.
Pero, claro, no iba a aparecer yo en la Calle Mayor con un bombo. Precisamente yo, no. Simplemente, para evitar odios eternos hacia el bombo, sólo por venir de mí. Ya hay alguna cuadrilla tobarreña que lleva bombo. Se me cae la baba, oyéndola. El bombo exige un tocar en serio. Un tocar uniforme, un ensayo. Y eso parece que nos cuesta. El bombo es como un tambor hipocorístico tocado por un niño mayorzote y malo. -
Prorroooomp… diría un tambor.
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Pom… diría un bombo.
Es el mismo lenguaje percutor, ahito de pieles, macho o mariquita. El tambor actual es un aullido femenil. El bombo es un berrido macho. Los amo. El bombo es, siempre, un hermoso beneficio añadido, un lujo, un alarde, una exhibición, una exageración, un farde. Una cuadrilla sin bombo es una frustración, una espada roma, un sábado sin sol, una mocita sin amores. Reivindico una Tobarra bombista, una dictadura del bombo, una conquista cuadrillera del bombo. Es curioso: En Alcañiz no tocan el bombo, pero tienen como monumento oficial un enorme tambor–bombo, timbal exagerado, posado en 23
el suelo sobre una de las pieles. Son conscientes de su imperfección, de su percutir incompleto, de su parcial tamborear. Reclamo el bombo para mi pueblo. Que él ponga dureza, imponga ritmo, acapare orgullo, enardezca esquinas. En mi próxima reencarnación tamborilera tocaré el bombo. El bombo es un amor nuevo, lejos de todos los amores de adolescencia. El bombo es un amor sereno, como los amores de la madurez. Me enamora –hoy- el bombo. Me enamoró la primera vez que lo oí en Híjar como parte del tamborear. Naturalmente, el bombo también fue Mochica en la Banda de Música, con Don Pedro Gil Lerín, diciéndole con la mano(los músicos hablan con la mano), -
“Va, Joaquín, diga Boum, Boum, Boum, para que todos estén atentos”.
Y Joaquín Mochica, venga a decir, Boum, Boum, Boum, que era como una especie de diana para músicos dormidos detrás de la procesión. Pero no es ese el bombo del que estoy hablando. Aquel se tocaba en vertical. Este en horizontal al suelo. El bombo tamborilero es como un tambor macho que impone sus cojones. El bombo cuadrillero es todo un capitán que manda sin réplica. El bombo es todo un tío, sí señor. En Tobarra no tocamos el bombo porque los hijaranos no lo tocaban en 1266, cuando nos enseñaron. Ellos lo adaptaron –parece- hace un par de siglos y me gustaría que Tobarra lo adaptase para los dos próximos milenios. Aquí, el tiempo… Cuando el tambor es tenor, el bombo es bajo. Cuando el tambor es un verso octosílabo, el bombo lo es tetradecasilabo. Si el tambor es fonema, el bombo es aria. Si el tambor es ecuación y línea, el bombo es polisarcia. O así.
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Encima, el bombo es un lujo liviano, que apenas pesa, que se transporta bien, que agradece que le pongas sobre la piel la mano izquierda, cuando bates con la derecha, que… El bombo. El Domingo de Aciares de 2002 he despedido el tambor a solas en El Paseo, arreándole al mío fiaremente, teniendo como único compinche –frente a frente- a un crío con bombo, de unos ocho o diez años. (En el 2001 lo había cerrado con Los Osos). Ya había oído tocar a ese guacho en la Iglesia, durante El Pregón de Pepe Garrido. Un crío con bombo y yo con tambor en el Omega del 2002. ¿Tocando qué? ¡Lo que salía! Zapatatas, Magdalenas, Raspas… El crío, duro que duro y yo, enardecido. A las cero horas –silencio absoluto- me he llevado la sorpresa de que “viniese su madre a recogerlo”. ¿Más sorpresa? Es hijo de una de las hijas de mi primo segundo Chiripa (Francisco Onrubia Hurtado) por lo que mi pequeño bombo aún lleva Hurtado como sexto apellido. Al terminar, consciente de la reata, le he dado el beso más amoroso de un tiempo de besos como es la Semana Santa. El bombo. En cualquier futuro Miércoles Santo buscaré al Chiripetín con toda mi devoción para compartir calles y tambores. El bombo. A Tobarra le falta una Asociación de Amigos del Bombo que lo imponga, dulce y paulatinamente. Yo le escribiría un himno de letra firme y música pomposa, con el que cada cuadrilla estrenaría todos los Miércoles Santos. El bombo es un ángel gordo que echo mucho de menos en los callejones de Tobarra.
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TOQUES Ay, el tambor tobarreño. Ay, su lenguaje y rima, su facundia airada, su filología. Ay, el charloteo de las pieles, su farfulla, su faramalla, su perorata y despepite. Ay. Nuestro tambor habla. Nosotros, nuestras manos, con ellas le hacemos hablar, el tambor se comunica. Pero Tobarra es lista y apela a la multiplicidad del lenguaje tamborilero. Monólogo. Un redoble, un repique es un puro monólogo. El tamborilero toca para sí, sin esperar eco alguno. Cuando Manolete el Zoril toca Calle Mayor abajo, él sólo, con su cuadrilla más adelante o que se le ha quedado atrás, está echando un monólogo. Un monólogo arbitrario, irrepetible, diferente al anterior y al siguiente. No hay da capo. No hay, en resumen, orden ni concierto. Toca para su túnica. Es un perfecto soliloquio. El tambor tobarreño monologa, soliloquía. Así es. Es así ¿y así ha sido siempre? Diálogo. Ay, el Zapatata. El Zapatata es un puro diálogo, hablan dos tambores. Dice uno: -
¡Zapatata!
Y le responde el otro: = Que ha dicho mi madre
que me de usté un pan, (Bis) que mañana cuando amase se lo volverá. (Bis). 26
Esta es una primera y más genuina versión. Pero hay otra, sin letra en la respuesta: -
¡Zapatata!
= Patapataplám,
patapataplám, patapatapataplámplámplám. Y aún hay otra tercera, más moderna, también sin letra. En los años 50, se impuso otra llamada al Zapatata, cambiándolo por: -
¡Coconono!
(Coconono era un señor cojísimo –como mi padre- que vivía en la Calle Pozo de la Nieve. Yo aún lo conocí). Y también: -
¡Va a lloveer!
Desde luego, responder, respondíamos. No sé qué, pero respondíamos. Epigrama. Es un toque breve, con letra anterior a 1950 e incluso es probable que sea anterior a 1936. Es breve, claro y jocoso: -
Parampámpám, la Jobita está preñá.
No hay mucho más, sino repetirlo hasta lo exhausto. Marcha/Himno. Es muy reciente, apenas tendrá 20 años. Es el toque favorito de la generación de mis hijos (Para entendernos: Tamborileros a partir de finales de la década de 1.970). Es La Magdalena. Tiene dos partes: En la primera:
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= Patapatán
patapatán patapatapatapám. En la segunda: = Patapatapatampatapatapampatapatam.
¿Le han puesto letra? = ¡Qué guapa es,
qué guapa es, guapa es María Magdalena…! He oído que su inventor es Totoni, junior. ¡Gloria para él! Al Dios te ampare. ¿Cómo catalogar el toque de los que no saben tocar, no tienen interés en saber, pero les gusta tocar, son tamborileros y tocan? Pues, eso, al Dios te ampare. En una cuadrilla de cinco, cada uno puede ir tocando a su aire, sin nada que les una y sin vocación de ir unidos. Pero les ampara Dios, con su ruido. (Bendita Isabel Montejano, que creó la figura, como ya he dicho antes). La Raspa. De entre los toques aragoneses actuales, el más fácil es La Raspa. Sí, sí, La Raspa, como aquel baile de los años 50: La raspa la inventó una vieja con un candil. Por eso la bailamos hasta la Guardia Civil. Dame un brazo para bailar, ahora el otro para cambiar. Pues La Raspa tamborilera debe tener las mismas o muy parecidas notas. En Tobarra la he oído a tres o cuatro cuadrillas (llevan bombo) que, estoy seguro, la tocan por imitación a Aragón, pero ¿sin saber que es “La Raspa”? Toques, toques, toques… Inventemos toques… ¡Pero, toquemos todos lo mismo! 28
HORQUILLAZO Así que, sí. He ahí que un día, en un de pronto, me digo, nos decimos, le decimos al paisaje: = “Trác, trác, trác…”.
Es la onomatopeya de lo bravío, el eco de lo viril, el grito de lo procesionero. Somos la presencia de nuestra propia horquilla, la oímos respetuosamente, desde nuestro corazón, en el silencio de un domingo de invierno, en la majeza de un caminar urbano, entre dos semáforos, en la lontananza de un avión que nos lleva a La Coruña o a Las Palmas o a Bogotá o a Pekín. Estamos oyéndola dulcemente. Es la voz de nuestra horquilla. No la sentimos en la mano (tacto de volante o de periódico o de vaso de vino) pero está presente en nuestro oído. El tacto, sujeto pasivo ahora, es una pura inutilidad. Ni manda ni prevalece. Nos sobran las manos. No son ellas las protagonistas, sino la inteligencia selectiva, que se planta en la trompa de Eustaquio, en el tímpano, en el caracol, en el yunque, en el laberinto, y nos recrea el horquillazo con solemnidad acústica y aristocrática. Cuando queremos, oímos nuestros propios horquillazos. Misterios del amor y de una memoria auditiva y virtual. Bien es verdad que lo real es una voz semanasantera que sólo recitamos algún ratico cada Jueves de Horquillazos, algún Viernes de Relevos, todos los Domingos de Alburas. Dura lo que dura una paráica. Es mucho más breve que una romanza, una pastorela. Apenas un adagio, un andante, un trémolo, un pizzicato. Pero embaraza el oído, hasta rebosarlo para el resto del año, para lo que nos queda de vida. El horquillazo es golpe, púm, tras, páf, tan, tác, trác, disparo acústico, sílaba sola, zurriagazo breve, nota aislada, concierto brevísimo. Apenas un do. Somos solistas empecinados de un instrumento llamado horquilla que interpretamos magistralmente. Y nos aplicamos en la solemnidad de lo fugaz, en la especialidad de lo difícil, en la esencialidad de lo singular. Pero el horquillazo es un da capo terne, que ejecutamos sin que nos lo mande “el maestromúsica”. Incluso, podemos decir que el horquillazo es el único sonido musical con nombre propio. Un piano no genera un pianazo ni una flauta un
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flautazo (que sería golpe, pero no sonido). En cambio, el horquillazo es sonido, nunca golpe. ¡Cosas de Tobarra! El horquillazo. Vivido o recordado. Asistido o memorizado. Pero el sonido es el mismo. La ceremonia es idéntica. La acústica, semejante. El momento, calcado. Sí. En Tobarra, desde Tobarra, hay un trueque de fisiología/ anatomía en imaginación/ recuerdo; hay un intercambio de ruido y ensoñación en los que la vida es un sonido breve, singular, (apenas es un trác/ trác/ trác) que vale por trescientas cincuenta y nueve sinfonías: Las del resto de los días del tiempo sin Semana Santa.
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TIMBRAZO Una vez, escribí en un suplemento semanasantero tobarreño de La Voz de Albacete, esta greguería: -
“Los sordos no pueden agarrar; no oyen el timbre”.
Se me echó encima –vía terceros- una asociación de sordomudos (me lo contó Juan Sánchez García) de la capital. Como no tenía ¡Dios me libre! la más pequeña intención de ofender, sino sólo de provocar una sonrisa y veo que no lo conseguí, pido perdón un montón de años después. (Aprendí de mi padre, cojísimo, a aceptar los ¿defectos?, las taras físicas, con naturalidad. ¿Alguna vez me ha preocupado ser miope o estar calvo?) El timbre. ¡El timbre del anda! ¡Cuánta gloria semanasantera! ¡La disciplina del timbre! ¡El timbrazo! ¡El descanso! ¡Arriba! El timbre como instrumento musical. El timbrazo como ejecución. Lo es, lo son. Por eso se incorporan a un Cuaderno de Pentagramas y no al de Agarráores. Es lo natural. Propongo una grabación musical para caprichosos. Se trataría, por un lado, de inmortalizar técnicamente el timbrazo de todas y cada una de las andas: Timbrazo de la Cruz… Timbrazo del Prendimiento… Timbrazo del Moniquí… Después, hacer sonar todos los timbres simultáneamente. Pentagrama. El timbre ¿toca en do, en re, en mi…? Me gustaría saberlo para constatarlo. ¿Y la aldaba? Tampoco lo sé. El timbre ¿es un sostenutto? ¡Riiiiiing! El Maestro Auñón debería dar el primer timbrazo de cada anda, el Jueves de Timbrazos, aún en la Iglesia, para empezar la Procesión. Y, por supuesto, sugiero a la Hermandad de La Caída la introducción de un nuevo honor y distinción: Dar el timbrazo para iniciar la Bajada. ¿Cabría más emoción? Ahora se hace, casi, como una rutina más. ¿Por qué no añadir ceremonial y rito? ¿Por qué no lo da alguien “especial” cada año por los méritos adquiridos y se dicen unas palabricas al respecto? Sería, algo así como un “saque de honor”, salvando las distancias.
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Dicho queda. Hoy, realmente, apenas usamos timbres. Normalmente, las andas llevan una especie de aldaba horizontal que produce un golpe seco: -
“¡Uno, para prepararse! ¡Dos, para levantar!”.
Hasta hace veinte años, el timbre era pura y simplemente eso: Un timbre (¡Ring, Ring!) que se quitaba del manillar de una bicicleta y el Lunes de Mona se volvía a colocar en ella. ¡”Llevar” el timbre, tocar el timbre! Eso es harina de otro costal. Para eso no sirve cualquiera. Por eso no se da a cualquiera esa responsabilidad. Del timbre depende un buen o mal agarráo, remolerse o no remolerse, lucir el Santo o no lucirlo… Y muchas cosas más. El timbre, para empezar, debe tocarlo un veterano. Alguien que haya pateado la Calle de las Columnas desde dentro del anda, muchos Jueves Santos. Debe ser, obviamente, un agarráor. Pero no el mejor agarráor ni el más duro de los agarráores, porque si lo ha sido, o no entenderá o entenderá con más dificultad “las debilidades” del prójimo, el cansancio lógico. Y puede hacer “parás de media legua”. El timbre, para el agarráor, acaba por convertirse en un reflejo. Tanto para arrancar como para parar. Realmente, el buen agarráor no está muy pendiente del timbre. Por eso: Porque se convierte en un reflejo acústico. El timbre, para el agarráor remolío, acaba por convertirse en una obsesión. -
“¡Qué toque el timbre! ¡Qué toque el timbre, Señor, que no púo más, que quió paral ya!”.
El ruido del timbre (hoy, el aldabonazo) y el horquillazo, son toda la cultura acústica del agarráor. En mi juventud, cuando el Viernes de Cerros oía (yo, aún en la cama) los horquillazos de La Cruz y el primer timbrazo, desde mi casa de la Calle Mayor (46 entonces; 48 ahora) creía despertar en el Cielo. Enseguida, una lavá de gato y pá la Plaza. Había que sacar la Dolorosa de La Iglesia, en el primer (¡primer y único!) relevo. ¡Bendito recuerdo! 32
El timbre. Suele ser un privilegio de Borias. Pero no necesariamente. Bien es verdad que muchas veces, “el andero” y “el del timbre” son la misma persona. Propugno el reconocimiento oficial de la figura “del timbre”, (del encargado del timbre, obviamente). Y que hagan sus corricos aparte, sus asambleas, sus reuniones. Nadie lo ha dicho, pero ellos (y no los Presidentes de las Hermandades) tienen en sus manos el mayor o menor lucimiento de la Procesión (sobre todo, el Jueves de Vueltas y el Viernes de Entradas a la Plaza), que haya más o menos terretremos en las andas, más felicidad o infelicidad en las horquillas. = “María, sal a abril c’an dao un timbrazo”.
Nadie habla así en Tobarra. Timbrazo es palabra semanasantera. Exclusivamente. Y todos nos entendemos. El timbrazo es un “toque de diana” breve y autóctono. Es un piccolo himno, que cada Hermandad reserva para su satisfacción desfilante. El timbre y su voz, el timbrazo. Ser “timbre” en la Semana Santa de Tobarra: Un honor añadido. ¡Y bien orgulloso que me siento de que mi hermanico Pedrín sea timbre en La Guapa y en La Soledad desde hace un montón de años!
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CARRICO En Tobarra, en los años 50, había dos carricos con igual fama: “El carrico de la leche” y “El carrico San Juan”. Dios me libre de parangonarlos ni de asociarlos ni de mezclarlos, salvo en lo lingüístico, que es su única coincidencia. De “El carrico de la leche” (Rigoberto López, leche pura de vaca- familia Sánchez/Gómez) ya escribí bastante en El Patato. Ahora, aquí, en este Cuaderno de Pentagramas, “El carrico San Juan” ocupa un lugar de honor, puesto que –aparte de símbolo y orgullo sanjuanero- es música, peor o mejor tocada. Bien recordado, ya di suficiente coba al susodicho carrico sanjuanero en un viejo artículo de alguna vieja Revista, en el que lo piropeé como “bozaina” que es el nombre chinchillano para un parigual. El carrico tiene su música, su toque, su do-re-mí, por lo que debe figurar aquí como sujeto de melomanía y ritual. El carrico San Juan, más allá de la música, esconde ¿o muestra? todo lo simbólico de la Hermandad. Los sanjuaneros no deberían (deberíamos, pues buen hermano soy) rendir pleitesía al Carrico el Jueves de Carricos por la tarde, con la Procesión en marcha. Podría ser un beso en la barriga o un versico o un piropo. Pero todos los hermanos deberían ser conscientes de lo mítico que encierra. ¿Quién traería el primer Carrico a Tobarra? ¿Por qué lo traería? ¿Será verdad que en la dichosa Guerra lo tiraron al cerro y alguien lo encontró? Hoy, en este siglo XXI, con el Carrico nuevo –hace ocho o diez años- San Juan ejecuta (no digo interpreta, porque no es cierto) música virtual. Ejecución en el peor sentido y virtual en su valor de apariencia. ¡Qué le vamos a hacer! Pero todos nos sentimos orgullosos del Carrico San Juan, como algo nuestro. Tal vez porque todos nos sentimos capaces de meter el morro en la boquilla y decir ¡Uuuuhh! (Lo que salga es otra cosa).
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PI CA Para el final de estos mis particulares pentagramas, vaya ese pequeño dolor mío que es la pica de los Socios. Nunca he picado. Ni a derecha ni a izquierda. Y espero no morirme sin haberlo hecho. No sé por qué. Tal vez un problema de pudor estúpido. Picar, pica, Socio. Cada tres segundos, la onomatopeya de la pica, que cuelga en el aire, en ese particular escorzo que hace el Socio, antes de arrear el mochazo contra el suelo. La pica no es música, pero sí sonido. Es percusión pura, un objeto (pica) golpeando a otro (suelo) y produciendo un sonido. Ese que tan bien conocemos los semanasanteros. Pica, lanza, garrocha. Socio, soldado, picador. He ahí los connubios. En Tobarra la gracia de la pica no es el objeto, sino su golpear contra el suelo. Ese es su simbolismo, que debe figurar en un pentagrama único, puesto que únicos nos sentimos. Nunca he marcado el ritmo con una pica. Pero he jugado a ser socio, cuando niño. Con tres emblemas: Gorro de papel, barba de papel y una caña como pica. La clave estaba en batirla. Era lo divertido. Ahora, que he entrado en mi última infancia, me vestiré de socio, cogeré mi pica –diestra o zurda- y pegaré cuatro mochazos bien pegaos el Miércoles de picas. Y tendré la osadía de preguntar al Maestro Auñón: = “Maestro, ¿esto es un do o un re?”.
Y el Maestro, como es un poco poeta, me contestará: -
“Eso, es nada más y nada menos que la voz de Tobarra, impostada en Olivo y Prendimiento”.
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MARCHA En las Plazas de Toros, las Bandas de Música plantean un repertorio para el Paseillo; seis pasodobles, uno para cada toro (bien para banderillas; bien para la faena de muleta) y un pasodoble de despedida. Naturalmente, si las faenas no son merecedoras de músicas, se guarda parte del repertorio para otro día. En las Ferias importantes, se imprime “el concierto” y se entrega a los espectadores. Así, en el tendido, sabemos exactamente que en el 3er toro oiremos Nerva. Gallito, El Gato Montés, Domingo Ortega, Manolete, Puerta Grande, España Cañí, Nerva, Lucio Sandín, Martín Agüero, Ragón Falez, Amparito Roca… El buen aficionado, los conoce, los identifica y se recrea. ¡Ay, Santa Cecilia, ay, he tenido que echar mano del binomio toro/pasodoble, para propugnar desde este Cuaderno de Pentagramas la popularización de las Marchas Procesioneras hasta las filas, hasta los nazarenos, hasta los espectadores! ¿No tendríamos una Semana Santa más completa –por más culta- si todos supiésemos qué marcha está tocando la Banda más allá de Mektub y del Himno Nacional? ¿Se tocan las mismas marchas procesioneras el Viernes/ noche de Lutos que el Domingo de Aleluias? No creo. Pero no sabemos por qué. La Banda sí que lo sabe, pero no lo trasciende. Estoy propugnando, desde mi locura semanasantera, que se enseñe a que Tobarra conozca sus marchas y sus oportunidades. En las escuelas, en los conciertos… Donde sea y como sea. Música y Semana Santa. estoy poniendo el chím-púm de estos Cuadernos de Pentagramas, desde el cántico de mi devoción más urgente hacia mi Banda y hacia mi gente.
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PRÓLOGO DE JUAN Y RAFAEL SÁNCHEZ GARCÍA En el transcurso de los últimos 30 años, mucho ha cambiado sustancialmente y mucho se ha escrito, en la revista anual, en la prensa provincial, regional y nacional e incluso en la prensa extranjera de nuestra Semana Santa. Pero no vamos, ahora, a detallar la calidad y contenido de titulares y textos, no. No es el momento adecuado, quizás merezca capítulo aparte. Nuestra intención se presta, en esta ocasión, en prolongar los Cuadernos semanasanteros, esritos por un tobarreño por todos conocido: José María Hurtado Ríos, Josemari, como llamamos cariñosamente.
Cuadernos semanasanteros contiene en sus 600 páginas, los últimos cincuenta años de nuestra Tobarra Cofrade y Tamborilera, nuestras costumbres, nuestra idiosincrasia particular, hasta nuestro modo de hablar, con palabras, algunas, que no figuran en el diccionario de la R.A.E.L y que todos los tobarreños entendemos a la perfección. Todo ello reflexionado, pensado, meditado, estudiado, vivido y plasmado en sus páginas con la maestría del mejor de los orfebres con detalles, lugares, anécdotas, vivencias, recuerdos, etc. cuidándolo hasta el último e insignificante detalle. Casi nada le ha pasado desapercibido al autor. Ha explorado con toda destreza, año tras año, lustro a lustro, la evolución de la Semana Santa de Tobarra con el fin de transmitirla, con la máxima exactitud, de unas a otras generaciones.
Cuadernos Semanasanteros, nos hace recordar también a nuestros progenitores, que acertadamente pusieron firmes pilares en los cuales se asienta nuestra Semana Santa. Un ejemplo: En el capítulo complementos directos, en el apartado guantes blancos, aconsejas que todos los agarráores llevasen el mismo tipo de calzado. Ya en los primeros años 50, hubo un presidente que en su hermandad, calzaban todos sus hermanos, zapato azul con ribete blanco, durante el desfile procesional. ¡Dios le bendiga! Fuiste, Josemari, el primer pregonero de la Semana Santa de Tobarra. La pregonaste también en la Ciudad Condal. Gestionaste que se nos conociera en la capital lusa y ahora nos obsequias con el contenido de esta obra, inquieto artista de la pluma y la palabra –permíteme este calificativo-. Confío en que se reciba con el aplauso de todos (o casi todos) pues como bien dices; la Semana Santa de Tobarra es más fuerte que cualquier nombre y apellidos.
N.del A. Se refieren a su padre, el muy ilustre semanasantero Don Cristóbal Sánchez Honrubia, a quien tanto debe la Verónica. 3
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NO PUEDE ENTENDERSE ZAMORA SIN SU SEMANA SANTA (Florian Ferrero Ferrero. Guía de la Semana Santa de Zamora. 2001). ¡Pues anda que Tobarra! ¿Alguién entiende a Tobarra sin imaginarse su Semana Santa? ¿Alguién ha intentado “explicar” la otra Tobarra, la que no deviene como semanasantera? ¿Alguien consigue imaginársela fuera de ella, con otro latido y contenido? Imposible. ¿Qué queda de Tobarra al día siguiente del Lunes de Mona si no es el recuerdo semanasantero? Apenas la próxima Semana Santa, un aguantarse el tiempo en los bolsillos, un apresurarse de estaciones, un puro desespero. Tobarra no es si no es esperanza semanasantera. ¿Cómo sería Tobarra todo 1937 y todo 1938? Yo, desde luego, no me la imagino, no puedo imaginármela, no quiero imaginármela. Tobarra no existió durante esos dos años completos sin Semana Santa por causa de la Guerra Civil. No fue, no estuvo, no contó para el mundo. No podía contar. La Semana Santa es un status, fuera del cual sólo hay vacío, nada, cero absoluto. Pero dentro de él, es infinito, creación, gloria, ser. No, no conozco la Semana Santa de Zamora y apenas conozco Zamora. Pero la aseveración –primera del libro- de Florián Ferrero me la subrogo concienzudamente. No puede entenderse Tobarra sin su Semana Santa. Pero, en ella y desde ella, ¡qué bien nos explicamos! ¡Qué elocuencia! ¡Qué claridad! ¡Qué grandeza! Lo increíble es que no necesitamos más, no queremos más. Y si sólo somos Semana Santa es porque no queremos ser otra cosa. Ni lo intentamos, ni se nos ocurre, ni nos lo imaginamos. Semana Santa de Tobarra. Nos basta y nos sobra para ser, para sernos a nosotros mismos.
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ES CONVENIENTE ASOMARLA AL EXTERIOR En los años 50, en todos los trenes de España, unos letreros advertían que “era peligroso asomarse al exterior”. La Semana Santa de Tobarra ha estado muchos años “sin asomarse al exterior”. La Semana Santa era casi algo íntimo, que no teníamos interés en mostrar fuera de Tobarra. Personalmente, siempre he creído tener entre mis años “algo maravilloso” y lo he enseñado hasta aburrir. Únase además el que mi trabajo me ha obligado a viajar más de lo que hubiera querido y he aprovechado la posibilidad de comunicar la Semana Santa en cuatro partes del mundo (me falta Oceanía). He contado alguna vez la anécdota de que en mi empresa, desde siempre, en esas reuniones que son normales con las organizaciones periféricas, era costumbre echar una partidita de cartas. Casi siempre, las mismas personas. Eso quiere decir que la partidita se ha mantenido más de 30 años. En los primeros años, tomé la costumbre, entre baza y baza, de tocar el Zapatata con los dedos encima de la mesa. -
“¿Qué ruido es ese?”.
Y yo… ¡venga a explicar el tamborear, el Zapatata, la Semana Santa! -
“Estáis locos en tu pueblo”.
Evolución de 180º. Con los años, ahora una preguntita, ahora un explícame, ahora un como es eso… Alguno ya se sabe perfectamente el Zapatata y lo toca sonriente al mismo tiempo que yo. Comunicación.
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LITERATURA SEMANASANTERA: AMOR Y PALABRA “Sin verdad no hay historia. Sin ficción no hay poesía”. (Leído en alguna parte). No tengo conciencia de que se haya intentado nunca: Nadie ha probado a mezclar –de profundis- “lo técnico” con “lo literario” en nuestra Semana Santa. Es decir, que aquí -hecho semanasantero aparte- he querido presentar a Tobarra una obra en la que la Semana Santa apareciese también como sujeto y objeto literario. Valía la pena intentarlo ante una institución tan singular, que consagra la división temporal de Tobarra en dos: Una, dura cincuenta y una semanas y un par de días, y la otra ciento cuatro horas (con el ensayo general que suponen La Burrica... y en el s.XXI la Procesión del Recuerdo.). La Semana Santa ha sido aquí musa global. No es la Procesión del Jueves ni El Encuentro… Es toda la Semana Santa presentada como un solo crono literario, esparcido en varios hitos. ¿Literatura? No ha sido Semana/ficción, no ha sido novela ni cuento. No ha sido –o ha sido poco- una Semana Santa fabulada, porque no me atrevo a inventar aquí (lo he hecho cien veces antes y lo seguiré haciendo) ni un solo asunto, pero sí que –en momentos muy concretos, ocasionalmente- la distorsiono enamoradamente para intentar darle- ¡cómo si cupiera tal!- una mayor enjundia, una más alta dignidad social, a través de la observación y la literatura. Ha sido, ¡mecachis!, como una rebeldía de mi madurez existencial, como una concesión a mi eterna manía (que tal parece ser; que no virtud) de redomado observador, a través del encantado púlpito de mi lira. Ha sido, ¡mecágüen! como una protesta ante la vacía respuesta al desafío que lancé en la Revista 1979 pidiendo la creación de la Gran Enciclopedia de la Semana Santa de Tobarra. ¡Anda que se presentó un solo voluntario, para ser “compañero de palo” conmigo, o tambor en esa cuadrilla! ¡Ni uno! Después, con enciclopedia o no, alguno ha ido creando Semana Santa y trascendiéndola enamoradamente en “plan guerrillero”. Y Tobarra debe agradecérselo: Guillermo Paterna, Rafael Sánchez, etc. ¡Y menos mal que está ahí esa página Web! Bueno, pues me basto y me sobro. No escribiré yo solo una enciclopedia semanasantera, pero he parido unos cientos de páginas entre la realidad y la literatura. Eso sí, mis letras ya no pueden ni deben ser reflejo de la emoción de una muchachica recién menstruada ni la nostalgia de un tobarreño en Elda ni la 8
emigrada soledad de un Viernes Santo en Cornellá de Llobregat. No, señor. Tampoco he contado la Historia del tambor ni de las Hermandades. No es este lugar. Ni ocasión. Las letras han sido, porque así me place, hijas del puro oficio de escritor que adorna con palabras lo pequeño -¿pequeña, la Semana Santa de Tobarra?magnificándolo. Veamos: “Un nazareno pasando por mi puerta en plena procesión” no tiene ninguna importancia ni por sí solo ni ante lo inmanente semanasantero. Pero si digo que “está desfilando ante mis ojos la sangre misteriosa de la devoción más plausible en los pies menudos de una tercera generación de sanjuaneros”, ahí, para quien así lo reconozca, podrá haber literatura. ¿Literatura? ¿Por qué no? Palabra y arte. Arte y palabra. La palabra como instrumento. Entiéndase, como instrumento de creación. Por tanto, muchas páginas no deben tomarse “al pie de la letra”. Nadie debe pensar –en algún momento- que “no hay agarráores así” o que “eso no pasa en Semana Santa”. En estos cientos de páginas me he remitido descaradamente al lector culto e inteligente, absolutamente capaz de distinguir la realidad técnica de una torreta, o la utilidad supina de una horquilla, del recreo absoluto de mi capricho literario. El resto -aquí- me importan menos. En otro lugar y ocasión, todo. Conste. Hay que elevar el nivel cultural de la Semana Santa a través de una Literatura, que no hará sino empujar, reforzar la Crónica y la Historia, ya intentadas, cultivadas y consagradas. ¿Técnico? ¡Claro! Aquí se podrá aprender mucha Semana Santa. Nunca conseguirá el verso distorsionar lo científico. Ni se me ocurre. No describiré aretes de oro ni palillos de nácar. Pero tampoco inventaré un campeón de halterofilia bajando conmigo el Paso Gordo. ¡Ni loco! Este es el libro de texto de mi propia cátedra. Es un nuevo catecismo semanasantero. Es un descarado catón. Es, en suma, un intento enamorado de añadir algo distinto a la inefabilidad de nuestra Semana Santa. Es como un estar convidado a su eterno bautizo, pero ya en el siglo XXI. ¡Se lo merecía Tobarra, nos lo merecíamos los semanasanteros! He intentado escribir un libro “para tener otra Semana Santa a mano”. Por un lado, la colección de Revistas y Periódicos y la posibilidad informática del Internet, en esa magnífica página Web creada por Guillermo Paterna. Por otro, 9
estos cientos de páginas en los que he intentado “meter la pluma de una vez”, para que no queden dudas ni vacíos. La Semana Santa de Tobarra es tan protéica, tan lauta, tan fecunda, tan polimorfa, tan rica en figuras, que hasta puede inventarse sin que nadie lo note. Por tanto, sí, habrá –también- una Semana Santa imaginada. ¿Qué otra cosa puede hacer quien no vive el día a día de las Hermandades, de la Asociación de Cofradías, del preparar las andas, del acicalar los tambores? ¿Qué intentar sino escribir, aquellos que vivimos cincuenta y una Semanas Santas de ficción y una, sólo una, de realidades? ¿Qué aportar un inhábil de manos como yo, incapaz de colocar una aliaga o de apretar una piel? Pues eso: Amor y palabras. Ahí quedan, en un cincuenta por ciento absolutamente natural y lógico. A la Semana Santa de Tobarra –creo- le faltaba literatura está en estado puro, prosa fluida sobre lo pequeño: Un crío en las filas, un agarráor bien perfumao, un clavel, una vieja sentada en la Calle Mayor viendo la procesión, la Cuesta de San Roque… En resumen, nadie se había ocupado literariamente de lo que Umbral llama “la genialidad de lo pequeño”, eso que está “en el forro de la Semana Santa” (Umbral dice “el forro de la Historia”). Y eso, porque hay una Semana Santa de uso y otra de meditación. Yo estoy empezando a tirarme de bruces sobre la segunda, desde el trampolín de mis ocios, porque otra cosa empiezo a no poder, so pena de ahogarme en el agua dura de la primera. Empero, en cualquiera, unanimidad, adhesión, universalidad. La Semana Santa de Tobarra, némine discrepante, némine contradicente, aglutina todo: El pasado con el niño, el futuro con el anciano, la geografía con el reloj, la huerta con el cerro, el origen con la causa… Y es porque es toda la filosofía posible, es la única tobarreñidad sin disidencias. Por lo dicho, escribir sistemáticamente sobre ella, como yo he hecho durante meses y meses todos los fines de semana, conduce a un cerecear las ideas, de tal manera que unas estiran de las otras y conducen a esta acumulación de páginas. En este tema, yo mismo me practico a mí propio, y empleo conmigo ese bouche/oreille de los franceses. Mi misma boca va añadiendo en mi oído, temas, substratos, asuntos, anécdotas que no suelen aparecer, que no se adunan cuando sólo se intenta escribir el típico articulillo –dignísimo, eso sí- para la Revista anual. 10
¡Quien me lo hubiera dicho! Termino siendo musa de mí mismo, pues todo yo soy Semana Santa: Estoy construído de hermandades, argamasado de tambores, encofrado de cetros. Soy la Semana Santa hecha corporeidad y espíritu, hombre al fin que la ha puesto en práctica durante más de 50 años/niño/cetro/horquilla/ tambor/espectador. Modestia, aparte, (¿Modestia, aparte?) he sido –y pienso seguir siendo- su Libertador en letras. Soy un Simón Bolívar de las prosas y los versos semanasanteros. El tambor habría sido lo mismo sin mis manos, el anda sin mi hombro, la fila sin mi cetro, la calle sin mi presencia. Pero, ¿qué habría sido de parte del Jueves Magno sin mis prosas? Alteridad, desde luego. Tal vez (¿aldeanada?) pasión sin épica. Y no hubiera sido justo. ¡Es algo grandioso para el canto! He intentado denodadamente quitar con mis letras y mis versos algo de una natural común semanasantera para convertirla en mágica. Mis palabras han luchado para convertir en eterno lo inactual. Porque ahora me apetece que la Semana Santa no sea tiempo. Vuelvo a insistir en ello. Y es que no es presente, no es pasado, no es futuro. La Semana Santa es una alucinación porque ha superado en mí toda y cualquier realidad. La Semana es –ya- un talante, un modo de estar en la vida: Soy presencia/tambor, esfuerzo/horquilla y gozo/espectador. Ese es mi sacerdocio. Me hago eco de José Antonio Marina. La exaltación contínua sólo es posible en la literatura. He ahí. Esta literaturidad semanasantera mía, se ha construído para la trascendencia. ¡Así de claro! Esta rebeldía mía –postrera a la fuerza, es obvio- de ser cada vez más letra semanasantera y menos horquilla; de ser cada vez más metáfora y menos redoble, se acantona desesperadamente en este libro, puesto que supone mi última protesta ante una juventud semanasantera que se me ha ido para siempre. ¡Aunque yo no lo haya solicitado! De tanto ya no ser madrugada tamborilera, se me han acumulado los himnos en este libro semanasantero –el más voluminoso, el único monotemático en Tobarra y para Tobarra- que podría ser una venganza contra las Semanas Santas que ya no voy a poder vivir… como a mí me gustaría vivirlas, aunque, lógicamente las viviré de otra manera, totalmente nueva y distinta para mí. O también (¡Venga, hombre, 11
sé más positivo!) una constatación de la plenitud y el gozo con que he vivido lo que se me ha permitido vivir. (Ahora, sí: Asertividad total). ¿El 2104? Escribir sobre la Semana Santa de dentro de 100 años es –como dice Umbral- “egiptología inversa”. ¡Y no me apetece hacerlo! Ni sabría, probablemente. En cambio… ¡La memoria!… Ay, la memoria, que no es “fuente del dolor” como acaba de decir Cela en “Memorias, entendimientos y voluntades”. ¿Memorias del dolor? ¡Qué va! La memoria semanasantera es fuente bienamada de gozo. ¡Qué bien lo sabemos los tobarreños! Lo fácil es poner letras en el recuerdo. Y así, desde ese principio, intento, donde me parece, plasmar los hechos semanasanteros con palabras ineludibles, con ideas inevitables. Incluso, en algún ¿frecuente? alarde, con metáforas adorables. Y todo ello es porque se me enraizan aquellos hechos de manera indeleble. Para y desde mi Semana Santa, hago magia con las palabras. ¿Mi Semana Santa he dicho? La Semana Santa está dentro de mí –de nosotros- como un embarazo de cincuenta y una semanas. Y la alumbro –la alumbramos- de año en año, para que la prohije Tobarra. Pero el hecho es que yo la siento sólo mía, soy propietario de su infinitud, hay como un arregosto en el Código Civil, que me lo permite, y una querencia en el Diccionario que me lo corrobora. Por edad y vida, usacapión pura. Propiedad: Derecho o facultad de gozar y disponer de una cosa. ¿Gozar? ¿Disponer? ¡La Semana Santa es mía y sólo mía! He acabado por creérmelo. ¡Nos lo creemos todos! En la Semana Santa no cabe lo gramatical clásico. ¿O es que no hay –en ella- otra gramática posible? La Semana Santa no es la suma de un sustantivo femenino –Semana- y de un adjetivo –Santa-. Yo sólo la concibo ya como un verbo y, como tal, indica acción o estado. Semanasantarear: A) Es predicativo completo (acción), puesto que es transitivo (afecta a otros seres). Es intransitivo (no afecta). Es recíproco (se realiza entre varios). Es impersonal (no debe caber el, ella, ello). No tiene sujeto: Pasa. Es defectivo (suele). Etc.
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B) Es copulativo. ¡Es y ya está! En la Semana Santa, como en el verbo, cabe voz, modo, tiempo, número, persona y aspecto. Creo haberlo demostrado. He aplicado –a mí, a Tobarra, a la Semana Santa- lo que se dice Umbral: -
“Los elogios y los ataques van dirigidos a un yo interior que ya no soy yo”.
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“Creo que el mejor Hurtado semanasantero –el más esencial, acrisolado y risqueño- está aún por venir”.
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“La Semana Santa elige a unos pocos para expresarse, para salvarse, para decir todo lo mucho que tiene que decir, que es decirse a sí misma”.
Y es porque en Tobarra –cada vez menos- y en la Semana Santa –cada vez másya nadie podrá conmigo: -
Ni los que practican sistemáticamente el acoso y derribo del Hijo Predilecto.
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Ni los turiferarios desacompasados.
Me quedan los amigos. Ellos están ahí, como siempre, como antes del Verbo y del Misterio. A lo largo de todo este libro he buscado –a través del lenguaje, como es obvio- lo más claro, lo más genuino, lo más castizo de la Semana Santa como un todo, como un algo, un ens que tiene alma. Es Leibnitz con su mónada. Es Descartes con su método. Es Ortega con su circunstancia. Es Kant con su idea. He buscado la lógica de la Semana Santa, la Semana Santa en estado puro. He buscado la historia de mi Semana Santa creándose a sí misma. Mi palabra la ha purificado y la ha eximido de cualquier posible vulgaridad. Una vieja en la acera, sentada en una silla viendo pasar la Procesión, cuando la he convertido en objeto literario, adquiere una más que deslumbrante dimensión. Un muchacho desconocido, tirando de horquilla en la Calle de las Columnas, ha llegado
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a ser Ulises o Perseo en mi vehemente prosa. Un tamborilero vulgar, cuando lo he trascendido como sujeto histórico, he entrado en lo épico. Debemos creer en la literatura como probeta de transformación de lo nímio en heróico, de lo banal en mágico, de lo prosaico en mirífico. Este ha sido mi intento. Y aún, la megalomanía: Devolver a nuestros nietos una Semana Santa acrecentada, mucho más rica en lo esencial y en los matices. Y para ello, la escritura. La Semana Santa es vivir escribiéndola. Mi vida es escribir la Semana Santa. Yo me siento Semana Santa escrita, Semana Santa creada en palabras, en sintaxis, en literatura. Luego, algún rato soy agarráor o tamborilero o espectador. Pero en mi esencia, me veo –porque así me construyopalabra semanasantera. Dice Umbral –tan reiteradamente citado- que “cuando dos se aman mucho, luego forman en el cielo un solo ángel”. Eso es lo que espero yo/de/mi/conmigo/Semana Santa. Ser un solo ángel los dos. Como espero que este sea el libro de la definitiva mayoría de edad literaria de la Semana Santa de Tobarra. La Semana Santa ha crecido como un niño despabilado, pero pobre, hasta los años 70 del siglo XX. Ahí, entonces, empieza a ser un jovenzuelo achulado, un mozo arrogante. Y aquí, ya en el siglo XXI, varias centenas de páginas monomaníacas semanasanteras, deberían suponer su mayoría de edad lírica, su puesta de largo estética, su espaldarazo cultural, su consagración dialéctica. ¡Literatura! ¿Hay una manera más humana de comunicar? ¿Para qué se inventó la escritura sino para comunicar? Literatura es igual a comunicación. A partir de aquí, todo el futuro.
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¿A DÓNDE VAN NUESTROS DESGUACES? ¿Qué hace Tobarra con sus tambores viejos, con sus túnicas raídas, con sus andas superadas, con sus obsoletos cetros? ¿Dónde llevamos las sagradas reliquias hechas objeto y realidad tangible para que se hagan eternamente semanasanteros? ¿Los rompemos? ¿Los tiramos al cerro? ¿Los enterramos? ¿Los guardamos en la cámara? “La destrucción o el amor”. Me convierto en Vicente Aleixandre para pensarlo, para comprobarlo, para escribirlo, luces o aceros aún no usados, que no es nuestro caso, pues manejamos y gastamos hasta hartarnos todo lo semanasantero. Lo muy usado. Estoy pidiendo a gritos una necrópolis semanasantera en la que perennizar los desechos, en la que adornar lo abandonado, en la que adorar eternamente lo adorado un tiempo. En Tobarra había –hay- un “Cerro de los Buitres”, por detrás del Depósito del Agua, más allá de El Calvario. Que nadie piense que parangono un burro muerto con un tambor viejo, pero aquel era herramienta sagrada y tampoco sacaría gusto el aceite. Estoy pidiendo algo normal, puesto que el hombre es consciente de su finitud y aspira a convertir en infinito lo que ama. Si. Un camposanto semanasantero, un lugar de peregrinación cada Viernes de Dolores, para recordar aquel tambor, esa túnica, cualquier anda. Allí, adoraríamos lo adorable, veneraríamos lo perdido, idolatraríamos lo no útil. Incluso podríamos llevar flores y escribir epitafios sinceros. Sería una manera de que no muriese del todo la Semana Santa del pasado. Porque cada tambor que no nos sirve, cada túnica vieja, son familia y reliquia, algo propio y sagrado que no podemos ¿no debemos? echar al cubo de la basura, como si fuera una botella vacía. Huesa o mausoleo, cárcava o cripta, un lugar donde descansasen en paz nuestros objetos semanasanteros, nuestras esencias, aquello que fue un día Viernes Santo y Procesión, ilusión y Tobarra.
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CEREMONIAL La Semana Santa guarda, encierra, comporta incluso, el misterio de cómo, desde el cuerpo rudo de un jornalero, puede obtenerse un hierofante, con solo calzarle una túnica. Es un travestismo ocasional como milagro, pues convertirse en sacerdote de los más reconditos cultos y creencias, sólo es posible en Tobarra y por Semana Santa. El misterio dura, lo que dura un vestirse, meter la cabeza en la abertura y dejar caer la túnica. Sólo eso, que no hay más. Porque, después, ponerse el cordón o el pañuelo al cuello es un puro regodearse en lo sublime. Y unas manos como de piedra –unas nobles manos de trabajador, de menestralson capaces de transformarse en oración, alas de pájaro dispuestas al rezo, obleas de nácar ablentando redobles, extremidades que devienen en banderas y consignas. Manos de rugosos himnos, de costrosos poemas, que devienen en batutas, en melodías, en repiques. Manos bastas de tobarreños artistas que cambian por unos días astiles duros por palillos redoblantes. Al fondo, el corazón. Se impacientan los Zapatatas, himnos presurosos del Miércoles. Se angustian los palillos en su añoranza vegetal. Se encocoran las palometas hasta demostrar su buena forma. Un sacerdote, dos celebrantes, tres arúspices, cien augures… Tobarra empieza a rebosar ceremoniantes. Crecen tamborileros tras las ventanas. Cada cuadrilla se trueca en cónclave, cada garuto en sínodo, las calles se convierten en concilios y aparece un 104 en el horizonte. Tobarra se consagra al tambor y un concierto de diáconos se afina en los portales. Los ángeles percutores se despiertan. Arman sus ringo-rangos con donosura. Se echan un tiento. Se ajustan las cajas en la barriga. Ya todo es calle. Paraparabám, paraparabám… La rudeza se disuelve en coplas redoblantes, mientras las templadas pieles se sacuden su último escalofrío. 16
UN PIROPO DEL TIEMPO Tobarra tamboreando es un piropo de la Historia al Futuro. Cuando suenan los 104 tambores (¿o son 104 horas?) empieza a versificarse un tiempo entreverado, mucho más que el ayer, mucho menos que el mañana, tal vez con un algo de presente, aprehensible apenas, relojes hueros, quinarios o hebdomadarios profanos que nunca cristalizan. Lisonjas inquietantes de todos los cronos detenidos, de todos los siglos derramados, de alguna repoblación furtiva, de alguna reconquista oficial, consigna de reyes extranjeros, de Aragón –el Bajo- presentándose en los cerros dispuesto a ser Miércoles y Santo. Paraparabám, paraparabám… Comunicación pura. Tambor. Vino a España con los infieles africanos, feroces y guerreros, los almorávides –1096- pero nos lo traen a Tobarra los cristianos aragoneses –1266-. Y Tobarra adopta al tambor como su más distinguido heraldo. Adopción plena, sustantiva, ontológica, pura. Los tambores trascienden en mensajes de seda, mientras se esparcen sus primeros rubores entre aliagas y gobanitas. El tambor ha prendido en los cerros sin pregón que lo anuncie ni palabra que lo abone. Cristianos y tambor. En principio, obvio, asusta. Después, impresiona. Finalmente, subyuga. Así es cada redoblar y, ésta vez, no iba a ser menos. Las pieles tienen algo de arenas movedizas, en las que es facilísimo caer, pero de las que es imposible salir. Mejor, plantarse. Y eso hacemos. Nos dedicamos para siempre a injertarnos porrompones entre los dedos. Es una manera como otra cualquiera de crearse una fama, de alcanzar una personalidad definida. Tamborear en Tobarra. Es nuestra manera de comunicarnos. Ya lo hemos convertido en algo normal, en lo nuestro, en lo lógico. Tanto como la sangre. Bueno, es que es la sangre, el latido, la vida, lo que somos, nuestro orgulloso corazón. Cuando escribimos las 104 horas (¿o son 104 tambores?) nos sabemos poetas bien rimados, músicos bien escritos, conciertos definidos, compases tobarreñados. Y nos deleitamos en esas letras como únicos alfabetos. Como sin querer, tras del Calvario, empiezan a amanecer siete siglos de soberbia.
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FIESTAS DE INTERÉS TURÍSTICO Fue, simplemente, un gesto de comunicación externa. Tenemos derecho a pensar –puesto que es obra de nuestra generación- que, para el mundo, Tobarra alcanza su mayoría de edad social con la Declaración de la Semana Santa como Fiesta de Interés Turístico. Que después lo haya sido, se haya concretado en “Interés Turístico Regional” e “Interés Turístico Nacional”, hombre, no voy a decir que sea un matiz diferencial, que lo es, pero, al final, con el primer paso –Regional- nos hubiésemos conformado. ¿A que si? Ahí, sí. Tobarra pide a las instituciones que tomen conciencia formal, magnificada por la norma, de que su Semana Santa está ahí, existe, tiene calidad de “exportable”, significa algo en el día a día de lo español. Con ello, Tobarra pierde el pudor social: Quiere salir de su frontera, esparcirse, darse eco, presentarse en sociedad. Y elige a su Semana Santa como medio. No fue fácil. Hubo que insistir. Mejor. Así nos demostraron desde el Gobierno Regional y desde el Gobierno del Estado que la Declaración no fue en vano, que no fue algo improvisado y ligero. Lo somos, lo somos… -
“Semana Santa de Tobarra. Declarada Fiesta de Interés Turístico Regional”.
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“Semana Santa de Tobarra. Declarada Fiesta de Interés Turístico Nacional”.
¡Cuánto orgullo! Voy a reiterarlo. Será difícil que nos declaren Fiesta de Interés Turístico Internacional. ¡Difícil! Veo en cambio más fácil que nos reconozcan Patrimonio Intangible de la Humanidad, por la Unesco. ¿Por qué no intentarlo?
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A GRITOS EN EL CAMINO ¡Visítenos en Semana Santa! Se lo decimos al viajero, al ave de paso en nuestra flamante –y, ahora, íntimaCarretera Nacional 301, la de Madrid a Cartagena. Eso es comunicación pura. Y, además, es comunicación cordial: Estamos ofreciéndonos al viajero. Cuando alguien dice: ¡Ven! no es pensando en fastidiar a quien viene, sino dispuesto a favorecerlo. Ese ¡Visítenos en Semana Santa! es el marchamo de nuestra hospitalidad semanasantera. Es también un Pregón gráfico y perenne. Ya nos gustaría tener un pregonero en cada una de las dos esquinas del pueblo, para así detener a cada coche que pasa y decirle: -
“Señores, somos la Semana Santa de Tobarra. Vengan a verla”.
Pero como eso no es posible, lo escribimos a la entrada y a la salida para que no queden dudas. -
“Tobarra, Viernes Santo de España”.
¡Qué hermosa realidad! No se puede decir más con menos palabras. Realmente, no sé quién inventaría el principio (se me hace duro llamarle slogan) pero no es justo que pase desapercibido en la intrahistoria tobarreña. -
“¡Viernes Santo de España!”.
¿Cabe más poesía? ¿cabe más enjundia? ¿cabe más… chulería? Aquí, como en muy poquitas ocasiones, me hubiese gustado escribirlo. Pero como no, me postro ante el autor. Y, la definitiva. -
“Villa Hermana de Híjar (Teruel)”.
¡Olé! ¡Olé! 21
Lo comunicamos al mundo. Tenemos un pueblo hermanico, en el Bajo Aragón, que allá por 1266 nos repobló y nos enseñó a tocar el tambor. Como dice Umbral –citado aquí, en lo mismo- Híjar y Tobarra serán un solo ángel en el Cielo.
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LA REVISTA Que un pueblo como Tobarra, con menos de 8.000 habitantes publique una Revista de Semana Santa con la calidad general de la nuestra, es como para quitarse el sombrero. En lo intrínseco, la publicación de la Revista tiene todo el mérito del mundo. Después, alguna parte del contenido será más o menos cuestionable o gustará más o menos, pero eso ya entra en el campo de lo subjetivo y ahí, todo vale. Antes de 1970, algún esfuerzo aislado. Desde 1970, continuidad, continuidad, continuidad. Y van más de 30 Revistas. Y algunas, son auténticas antologías, en tanto en cuanto que permiten trascendentalizar obras, gestos, actos, hechos, recuerdos, que sin las Revistas se habrían perdido para siempre. Quizás lo más entrañable de la Revista es que está permitiendo el paso literario para contar sus recuerdos a muchos tobarreños que jamás habían pensado que serían capaces de escribir más de 20 líneas seguidas fuera de lo epistolar. Pero esa es otra de las grandezas semanasanteras: La nostalgia es tanta, que permite el pequeño milagro de hacer capaces, de poner en solfa palabra tras palabra para contar, sobre todo, su particular pasado semanasantero. La emoción engendra líricas endechas, lo perdido origina magnificencias impensables. La Semana Santa es así y se nota en las Revistas. Aquí, sí. Sería absolutamente injusto no sacar a la luz esos “cerebritos” que trabajan en la sombra durante meses y a los que no se les agradece ni reconoce como se merecen: Guillermo A. Paterna Alfaro, Juan Sánchez García… Y el esfuerzo singular y reciente de esa Revista hermana que es Capuz. ¡Que no decaiga, Rafael Sánchez García! Lo que sí tengo cada vez más claro es que la Semana Santa sería un poco menos sin la Revista.
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EL CARTEL A muchos buenos semanasanteros les gratifica más un buen Cartel que una buena Revista. No se lo plantean –ni ellos ni nadie, claro- como algo incompatible, sino como dos comunicaciones complementarias. Yo entiendo que a quien la literatura no produzca satisfacción alguna, la Revista no puede llamarle la atención. En cambio, el Cartel es algo tan sencillo, tan concreto, tradicionalmente tan bien conseguido, que no puede desagradar a nadie. De lo que no cabe duda, es de que a uno se le alegran las chirivitas cuando en algún taller –que suelen ser los mayores heraldos de la cartelería- ves carteles con 20 años, que allí están alegrando las paredes. Y, alguna vez, la sorpresa. En la pared de un bar de Barcelona o de Valencia o de Alicante, aparece un cartel de la Semana Santa tobarreña. Suele estar justificada su presencia, pero no siempre: -
“Pues no lo sé. Lo trajo alguien, me gustó, lo puse… y ahí está. Pero no, no he estado nunca en Tobarra”.
¡Cumplió su papel!
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PÁGINAS WEB Y CD-ROM Dado mi analfabetismo ontológico en temas técnicos/ informáticos y a que extraño pudor me impide pedir un auxilio escrito (lo que se dice buscar “negro” en literatura; uno escribe, otro firma) me limitaré a constatar existencia de ambos, obra de Guillermo A. Paterna Alfaro ¡como no! y nacidos 2002.
un un la en
No tengo preparación para decir más. Aprovecho: ¿A qué esperará la Semana Santa de Tobarra para hacer a Guillermo el homenaje que se merece?
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UN RESUMEN MÁGICO Este Cuaderno de Comunicaciones, quiero que termine con un resumen, una mera exposición de las comunicaciones semanasanteras tobarreñas. Es una simple muestra de asuntos semanasanteros gráficos, que no admite más comentarios. Escritos: -
Juventud 1924.
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Colección de Revistas de Semana Santa. La primera ¿fue la de 1947?
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Colección Capuz. Nacido en 1999.
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Revistas de la Hermandad de La Caída: = La conmemorativa del cincuentenario del Paso Gordo en Tobarra. 1996. = La conmemorativa del cincuentenario de la Bajada 2002.
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Revista de la Hermandad de La Virgen de los Dolores. Ha nacido en 2002.
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Colección de La Verdad.
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Colección de La Tribuna.
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Crónica.
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La Actualidad. (Revista comarcal independiente). Se publica en Hellín.
Fotógrafos: -
¿López Acosta?
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¿Fuentes?
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Juan Andrés Guirado.
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Román.
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Príncipe.
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Guillermo A. Paterna Alfaro.
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Sol Sahorí.
Videos: Tradicionalmente Román viene haciendo un vídeo de la Semana Santa. La Asociación de Cofradías ha hecho lo propio en 2002.
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BENDITOS SEAN… Nuestro tiempo. Nuestro ser. Nuestro corazón en danza. Nuestra realidad más definida. Nuestros amores anuales. Nuestro agarráo retorcío, tan sofisticado, tan heterodoxo, tan raro, tan nuestro, tan así. Nuestra horquilla, tan imprescindible, tan compañera, tan inseparable, tan inútil, ya. Nuestro esfuerzo en puro escorzo, en desequilibrio, casi cayéndonos, un hombro sí, otro, no, un riñón libre, otro a tope. Nuestro recuerdo del cántaro en la cadera, del saco en el costao, del guacho espatarrao sobre la pelvis. Nuestro tamborear, tan antiguo, tan arraigado, tan desconocido, tan apasionado. Nuestro tambor, tan solemne, tan soberbio, tan majestuoso. Nuestro redoblar, tan simple, tan sencillo, tan de andar por casa, tan nuestro. Nuestro procesionar, tan orgulloso, tan veraz, tan completo. Nuestro nazareno, tan erguido, tan ufano, tan convencido. Nuestra Semana Santa. En definitiva, nuestro corazón. Ay, bendita sea nuestra Semana Santa. Ay.
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ECHAL EL CIERRE ¿He conseguido demostrar la infinitud semanasantera del idioma? ¿He podido resolver todas las encrucijadas de los asuntos, el caleidoscopio caliente de los temas? ¿He sabido captar la llama protéica de los ritmos? Creo, eso sí, haber jugado todos los triunfos y haber ganado todas las bazas. Y aún me recreo en estas diez de últimas de la despedida en el momento de “echar el cierre”. = “¡Échame el cierre!”.
Es un modo tobarreño de esperar una sorpresa en el final. Pero aquí, final, sí; sorpresa, menos, porque no es el caso. En este libro, he apostado en firme en la bolsa no vacilante de la cultura y la observación total y me han crecido unos cientos de páginas semanasantaras. Ahora, ya escritas, se me escapan entre los dedos como si no me perteneciesen y formasen ya parte del imperio vestal de la Semana Santa. No sé si es que mis palabras han impregnado ya definitivamente los modos y las fechas ¿o es que he construido con sintaxis (¿e inspiración?) una Semana Santa inaudita, imposible e inventada? Por una vez, no me importaría haber secado el Hilo Gordo de la inspiración, haber seccionado el Hilete de las prosodias y las ideas. ¡Qué más me da! Habrá sido un feliz vaciarme, un gozoso agotarme, un radiante esquilmar los asuntos y los himnos. Por mí, no ha quedado. Como han sido meses (y aún años) tan largos de escribir (aunque haya escrito a rachas, a impulsos), me ha pasado lo que casi nunca: Que he necesitado descansar días y temas, que me he visto obligado a decir, alto, basta, que la Semana Santa me estaba agobiando, de tanto como se me acudía, de tanto como soy capaz de escribir. Aún. Tras de mí, no el Diluvio, sino el relevo. ¿El relevo? ¿Quién? ¿Voy a tener la pachorra de ver la pluma quieta, la mesa vacía, los tambores mudos, las andas pairando? ¿Voy a consentirlo? Los viejos rockeros nunca mueren y los toreros siempre lo siguen siendo. Torero, rockero… semanasantero… ¡Riman! 5
¿Echar el cierre yo? ¿Acabárseme las ideas semanasanteras? ¡Qué va! Este libro de 600 páginas es sólo un hasta luego… Por cierto, se me acaba de ocurrir. Había una vez un tambor…
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INÉS, OTRA VEZ Termino estas páginas a mediodía del 10 de junio de 2002. Aunque luego, haya estado dos años “dándoles vueltas”. En Tobarra, es un día más. Para Inés, mi nieta, no lo es. Hoy celebra Portugal (es fiesta nacional) el Día de Camoēs, el día de la lengua lusa, el día de las letras lusitanas. He aquí lo simbólico, lo casual, lo concomitante. Lo premonitorio, en suma: Terminar hoy este libro que me ha durado –con intermitencias- un par o tres de años/ Semanas Santas. Y dejarlo dormir, corregirlo, pulirlo, otros tantas. Letras, lengua… Tengo la sensación de que podría escribir ahora mismo otro libro de igual magnitud sobre nuestras amadas Fechas. Seguro. No sé lo que algún día interesará este libro a mi nieta Inés. Tampoco sé lo que interesará hoy a Tobarra. ¿Interesará al menos a esa docena larga de tobarreños, a los que he pedido que me prologuen/epiloguen cada uno de los capítulos, y el final del libro? No sé, no sé… Vuelvo a decirlo. Este es el libro que me hubiera gustado leer de la Semana Santa tobarreña del siglo XIX. Y del siglo XVIII. Y del siglo XVII… Bueno, pos pá que otros no se queden con el bollo, escribo yo la del siglo XX. Quede claro: Si un semanasantero, cualquier, el más humilde, el menos docto, el más joven, el más viejo, espectador, tamborilero, agarráor… se siente identificado con una sola página de las de aquí, habré cumplido mi –no me atrevo a decir misión- sueño. ¿Y mis hijos? Ellos no necesitan leer este libro para sentirse y ser semanasanteros. Lo son excorde. ¿Inés? ¡Claro! ¿Tendré vida para verla con un Zapatata o con una horquilla?
Ad perpetuam memoriam. José Mª Hurtado. 7
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Lo que acabas de leer es la Semana Santa de Tobarra: un auténtico festín para los sentidos, una catarata de sentimientos, una piña de generaciones, una multitud de pequeños detalles que, sumados gota a gota, contribuyen a crear ese océano de gigantescas olas que golpean la vida de los tobarreños, y de quienes así quieren sentirse, de Lunes de Mona hasta el último de los Zapatata palilleado en la piel del Domingo de Resurrección. Pero, ¿eso es todo?, ¿ya no hay más? No, hay más, mucho más. Como bien dice José Mari, lo que has leído es sólo una visión personal que, para que esté completa, debería sumarse a la de todos y cada uno de los tobarreños. Ésa sí sería nuestra Semana Santa. Porque la Semana Santa de Tobarra no es una sola. Cada uno tenemos nuestra forma de vivirla, de contarla y de trabajar por ella. Y todas, sin excepción, tienen validez por sí mismas, con la única condición de que no se intente imponer sobre las de los demás. Desde la libertad del tamborilero (no hay nadie más libre que un tamborilero en Semana Santa) hasta la libertad del agarraor (con la mente desbocada y el corazón rebosando recuerdos bajo el peso del anda), sólo se exige una condición: el respeto a los demás. Y Tobarra, su Semana Santa, tiene larga trayectoria en respetar a quienes la han engrandecido con su esfuerzo personal, a quienes la aman, a quienes simplemente la toleran e incluso a quienes la denuestan. Todos, sin excepción, son necesarios. Por ello, y gracias a ello, han tenido cabida todas las formas de entender la Semana Santa de Tobarra, tal y como la concibe José Mari, o tal y como la conciben quienes la entienden de manera totalmente opuesta. Nuestra Semana Santa admite todas las interpretaciones, se nutre de ellas y se enriquece con ellas. Pero todo ello a un tempo lento, pues se sabe dueña del tiempo y de la historia y camina a sus lomos sin prisas pero sin pausas, aglutinando personas e ideas, manteniendo la fuerza de sus orígenes y engrandeciéndose con las aportaciones que las sucesivas generaciones han ido planteando. Así, hemos podido dar un relajado paseo a lo largo de las páginas de este canto a la Semana Santa, contemplando el rico caudal cultural que transcurre entre sus márgenes y siendo testigos de los avances que ha ido experimentando a lo largo de su historia. Cualquiera que conozca nuestra Semana Santa, o que la viva, se verá ampliamente representado en muchísimos de los elementos que José Mari ha ido diseccionando. Pero también, podrá sentir que hay aspectos en los que discrepa. Y, en mi caso, me reconozco en los que aquí se describe y me siento en desacuerdo con otras afirmaciones que aquí se realizan. 12
Cómo no estar de acuerdo con hombres y mujeres de nuestra Semana Santa y a los que se rinde un sincero homenaje en estas páginas, homenaje al cual me sumo con todo agrado. Cómo no estar de acuerdo con la rica descripción de nuestras singularidades tan bien plasmadas. Cómo no estar de acuerdo con el transcurrir de las páginas de este libro puesto que va transcurriendo por los lugares que transita nuestra Semana Santa. Incluso el futuro del que habla ya está escribiéndose en las páginas del diario de nuestra Semana Santa: la vieja aspiración de la Casa de la Semana Santa, que está a punto de culminar con la finalización de las obras de restauración del Convento de San José, la ampliación de desfiles procesionales para que nuestra Semana Santa tenga contenido todos los días de la semana… Pero a la vez, discrepo. Tengo otra manera de entender algunos de los aspectos. ¿Por qué no podemos decidir que queremos que nuestros nazarenos lleven el capuz bajo, si todas las Hermandades están en ello y los nazarenos las apoyan? ¿Por qué no podemos dejar a nuestros curas que, en uso de la libertad que todos deseamos para nosotros, escriban y echen el sermón del Calvario de acuerdo con sus convicciones y conciencia? ¿Por qué no debemos seguir manteniendo nuestras costumbres propias y, aun sin prohibirlo, defender que el bombo no es parte de nuestra Semana Santa? Y por último, en mi discrepar, rebato el sentimiento de pesimismo que, a veces, parece transpirar José Mari, para decir, alto y claro, que estoy convencido de que nunca faltarán hombros en Tobarra. Si, como dice José Mari, no vendrán a Tobarra los nietos de los que viven fuera será porque hemos fallado en lo que les hemos transmitido o en cómo se lo hemos transmitido. Pero aun fallando, que podemos fallar, por encima de ello hay un sentimiento interior, no razonado, cual gen específicamente tobarreño, que te llama con una voz superior a la que no puedes hacer oídos sordos. Esa voz es la de la Tobarra intemporal que nos hará pervivir en el tiempo cuando nosotros sólo seamos recuerdo. Y a eso, contribuyen las iniciativas que, como estos Cuadernos Semanasanteros, sirven para arraigarnos en el tiempo y para estimular el futuro. Pero esto es sólo otra Semana Santa particular, la mía. Sumadas con todas las demás, conforman una sola Semana Santa que es nuestro orgullo y emblema.
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