6 minute read

La trasgresión o la guerra del lenguaje. Gisela Galimi

DOSSIER SUSANA THÉNON La trasgresión o la guerra del lenguaje

Por Gisela Galimi

Advertisement

Del corpus inédito de Susana Thénon, el azar me trajo su único texto narrativo. Sin saber qué buscaba, llegué al archivo de la Universidad de Tres de Febrero. Lo que sigue empezó a pensarse tocando sus manuscritos con guantes de cirujano, como quien hurga un cadáver, exquisito.

La Trasgresión o la Guerra de las Criaturas. La primera frase escrita con una entrañable máquina de escribir, la segunda a mano. En el medio una tachadura casi ininteligible: La guerra de los viriles y las criaturas. El agregado, la mixtura, la tensión de la duda, el todo. El conjunto conforma el título que dio la poeta al relato sobre el que voy a hablar.

Imposible saber cuál nombre hubiera elegido para su publicación. Pero en la vacilación, Thénon ofrece un guiño de lo que será: un exceso narrativo de cuarenta y un páginas que permite sobreexponer, en clave poética, la realidad política, social y cultural en la que vivió. La fragmentación, la ironía, la repetición, la polisemia, todo trasgrede y esconde. La máquina, lo humano, la duda. El exceso es jaula de lo sutil.

En una operación intencional, lo verdadero está escondido detrás del disfraz de la palabra que se trabaja. Ella me lo susurra desde su poema

“Historia de uno”: “La historia será falsa por más borradores que se descubran”1 .

Comencemos por una pequeña sinopsis del relato. Se habla de dos lugares: el Aquí y el Allá, espacios vecinos separados por el Río de los Presagios. El cuento comienza en el primero. La líder de este espacio es Lencia Faube, quien emigró con las criaturas desde el Allá. Ese Allá es la tierra de los viriles, donde está el enemigo de Lencia, el Meteorólogo Oregán Viril.

En ese Allá masculino todo pasa según un orden lógico y estructurado. Un orden condenatorio, mortal. El modo de contarlo es a través de un lenguaje burocrático vaciado de sentido. En el Aquí de las criaturas, en cambio, está la ilegalidad. Aquí son todas mujeres, y son revolucionarias. El lenguaje se rompe en trasgresión. Aquí, está la semilla de la poesía.

Se juegan entonces dos bandos con lenguajes diferentes y cosmovisiones contrapuestas. Lencia enseña a sus discípulas a trasgredir. Todos se preparan para una guerra. Una guerra que no es de frente sino en tinieblas. Una guerra que efectivamente Thénon libra en la batalla del lenguaje, creando con las palabras dos espacios diferentes.

Lo que enseña Lencia a sus discípulas en el aula de la trasgresión es claro ejemplo de cómo la guerra está en la disrupción de la forma y el sentido. Basta citar un ejemplo: “–El verbo Trasgresión– recitó: yo venzo, tú subes, ella respira, nosotras nivelamos, vosotras amáis, ellas asoman. Y todas trasgredimos.”

En esta primera voz aparece en el relato plagado un sinsentido que no es frivolidad, sino bello escondite al que acceden los que conocen las claves. Las palabras se alejan de su valor semántico, se mueven más bien en el territorio nebuloso de una intención de estar diciendo algo más. La trasgresión es ser nosotras. Se refunda el lenguaje a costa de explorarlo, y explotarlo en un

marco de extrañeza que le permite decir lo indecible: “Suicidio y Homicidio eran hermanas, además, idénticas. Un solo detalle las diferenciaba. Suicidio era inmortal. Homicidio no. Homicidio vulneraba la mortalidad ajena”.

La realidad se transforma entonces en una postal con luz artificial que hace parecer naturales algunas cosas que no lo son, pero el efecto de desenfoque, como en una fotografía, mejora la legibilidad de los elementos principales. La operación es un acto lúdico, aunque no inocente. No es una niña jugando con un animal sonoro, es una cirujana experta reinventando la lengua para decir lo indecible.

La segunda voz, burocrática, la que cuenta la vida de los hombres del Allá, está repleta de obviedades en lo formal, pero se tuerce hasta el humor negro en el centro mismo del vacío. En la tierra de los Viriles Thénon dice: “Para ser integrante de un grupo generacional hay que tener la misma edad de los otros de la misma edad o coetáneos, pensar más o menos lo mismo, fundar una revista con Declaración de Principios, exponerse por lo mismo o por la misma, disolver la revista y fundar otra Subtitulada segunda época”.2

La palabra plana prepara el terreno para decir más adelante cosas como esta: “En tal sentido existe un código llamado código de represión cuyos postulados principales son los siguientes: Todo aquel que no estuviese de acuerdo con que las cosas son así, será pasado por las armas”.

La parodia del decir sin decir durante varias páginas del relato crea un efecto irónico y desconecta el sentimiento, adormeciéndolo. Sobrexpone el texto: dice represión, armas, cadáver, fusilado, naturalizando las palabras. Al contar el lugar infausto, el lenguaje se vacía de afecto para mostrar la perversión de la injusticia. La luz del lenguaje es tan plena que no se distingue lo terrible. La sobreexposición anula la interioridad. No hay distancia. No queda más que ver (leer) lo que es. Pero repetir tiene otra consecuencia colateral: sin alteridad no hay otro. Sin otro no hay opción y por lo tanto no hay libertad.

Y en este hacer Thénon no solo le quita el afecto al lenguaje, le quita la belleza. Esta es su justicia poética: en el Allá, el mundo Viril, desaparece la belleza al desaparecer el velo poético del lenguaje. Lo explícito vuelve pornográfico al texto.

Entre la voz transgresora y la burocrática nace una tercera voz fantasma, poética. Su inclusión en breves pasajes camuflados en las 41 páginas del texto de La Trasgresión está destinada a susurrar la verdad subjetiva. Así la líder del bando del Aquí, el mundo de las mujeres revolucionarias, dice:

Digo que no. Mi calavera dice que no. Mi calavera es una navajita quieta. Yo voy tomando sol. Mi calavera es una niñita que no asoma, es una navajita muy quieta, yo voy tomando sol con mi calaverita adentro

¿Dónde están los malditos, aquel zumo sarnoso del final de la fiesta? Llegaré a la plaza y veré pasar caballos y viento. Alguien está de espaldas, ocupé exactamente mi lugar debajo de aquel árbol. Tengo miedo. Lo digo. Tengo miedo.

El yo poético usa la primera persona. Se confiesa. Esconde palabras: detenido, calavera, malditos, plaza. Tengo miedo. Palabras que remiten claramente a la dictadura, pero aquí no están organizadas en la frialdad del relato de la sala de la obediencia. Aquí son una navajita que corta el aire desde la interioridad de una niñita que habla con la luz sutil del diminutivo.

Otra vez Thénon logra decir lo prohibido, pero aquí es la belleza el camino por medio del cual puede contar el horror.

El lenguaje refundado vía la poesía y el cuerpo de la heroína clásica dispuesta al viaje y a la muerte logran ganar esta guerra de lenguajes aún antes de que suceda la batalla. En el final la líder expresa la diáfana verdad del ideal: “Si la muerte ha de llegar, caiga sobre mí, no deshaga mis criaturas”.

Vuelvo a leer y pienso que quizás el deseo de Lencia y el de Thénon se esté cumpliendo, porque muchos años después de su muerte estamos aquí rescatando del archivo estos textos inéditos, sus creaturas vivas, su mundo polifónico donde la guerra se gana con poesía.

1 Thénon, Susana. La morada imposible. Tomo I. Edición a cargo de Ana Barrenechea y María Negroni. Buenos Aires, Ediciones Corregidor, 2001, p. 267. 2 Thénon, Susana. La Transgresión. Manuscrito Inédito, página 19.

COLLAGES DE LAURA CILENTO

*Gisela Galimi Nació en Lobos, provincia de Buenos Aires. Estudió Periodismo (USAL) y Maestría en Escritura Creativa (UNTREF). Es autora de los poemarios Claroscuro y Colorado (2005), Para que nada cambie (2012), Memoria de la Piedra (2015), Flamenquitos y otros poemas (2017) y Mi cuerpo ajeno (2019). Coautora también de varios libros de comunicación. Dicta talleres de escritura y es docente universitaria. Sus dos hijos son poetas.

This article is from: