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Opinión

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Pedimos mucho y hacemos poco

“Los problemas del Perú son muy grandes, pero estamos dispuestos a afrontarlos con la ayuda de todos”. -Martín Vizcarra, presidente de la República el 31/03/2018. En realidad, ¿contamos con la ayuda de todos los peruanos?

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Escribe: Lyssete Bueno Murga Fotos: Fiorella Gutiérrez

El Perú, sorprendentemente, parece tener más problemas que políticos: corrupción, inseguridad, violencia, pobreza, violencia de género, conflictos sociales y muchos otros que tal vez habría que enumerar frente a un noticiero televisivo. “Y el Estado ¿Dónde está?” preguntamos frente a una pantalla, en la comodidad de nuestros hogares o tal vez en la universidad. Nos invade la indignación, la impotencia y la rabia. Pedimos y exigimos cambios en el desacreditado círculo vicioso de los míticos políticos, autoridades ausentes y como siempre al incapaz gobierno.

Pero luego, ¿qué hacemos? Poco o nada. La mente olvida, el furor se calma y las cosas siguen igual. Si cumplo las leyes, pago mis impuestos, voto y respeto a los demás, mi deber como ciudadano está más que cubierto. Merezco, por tanto, todo aquello que el gobierno me promete. Cuando el gobierno incumple con esta “reciprocidad”, reclamo, me quejo y lo repudio. Si el gobierno tuviera un libro de reclamaciones, sus hojas le darían la vuelta al mundo cinco veces. Y en realidad, no es para menos. Tenemos todo el derecho de alzar la voz cuando un agente responsable del “bien común” no es capaz de asegurarlo en sus aspectos más básicos. Pero hay un derecho que no ejercemos, y que hace que esta situación permanezca: el derecho a la participación ciudadana en asuntos públicos. Creo firmemente en que el problema de un país inicia cuando un ciudadano no se reconoce en el Estado. El Estado es uno y el peruano es otro. El peruano no busca en el Estado su fuente de progreso, el peruano —por su cuenta— emprende, lucha y se supera día a día. En cambio, el político roba, miente y no trabaja. ¿Y los alumnos de la Universidad del Pacífico? ¿Qué somos? Pues somos peruanos. Nos educamos, nos esforzamos, respetamos las normas, vivimos en convivencia, para luego salir —de los pabellones a las oficinas— a encontrar nuestro éxito personal. Eso sí, siempre al margen de aquello que ocurre en el “lejano” Estado. Como la fórmula funciona, no solo la repetimos sino

la inculcamos, creando un país de individuos y no una comunidad.

Todo funciona perfecto hasta que un día, algo nos recuerda que estamos en el Perú. Nos roban el celular, se revela otro caso de corrupción, se publican las cifras de pobreza monetaria y los feminicidios inundan nuestras redes sociales. ¿Es difícil de ver? Somos seres ampliamente capaces y talentosos en un país que nos pide a gritos que ayudemos. Hemos desarrollado un miedo a ser aquello que pedimos. Aventurarnos en política —porque finalmente involucrarse en política es emprender una clase de aventura— es inconcebible. Es más, evitamos cualquier relación con esta. ¿O es que el REUP no tiene que hacer más de una convocatoria de representantes? ¿Somos capaces de nombrar a más de un miembro de esta organización además de nuestros amigos o conocidos? Somos indiferentes a sus funciones, de la misma manera en que la gran mayoría de ciudadanos es indiferente a las operaciones diarias de su gobierno. No pedimos rendición de cuentas, no fiscalizamos, no nos informamos y sobre todo no participamos. Incluso dentro de nuestro pequeño ecosistema, pedimos cambio con palabras y no con acciones.

No espero mediante esta reflexión motivar a todo el alumnado a participar directamente de política, ya sea en la universidad o en general. Quiero, en cambio, invitar a todos los lectores a involucrarse más, dentro de los límites de su vida universitaria y su vida ciudadana, en la toma de decisiones de sus autoridades. Un simple voto informado o un breve análisis de nuestra realidad nos provee de herramientas importantes para hacernos más presentes. Una población informada es una población empoderada. Nuestros salones han visto salir grandes economistas, administradores, empresarios y emprendedores; pero tal vez —con nuestro esfuerzo— puedan ver salir también grandes ciudadanos sin miedo de enfrentarse al temible monstruo estatal.

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