Hace muchos años atrás ví por primera vez a Michelle Williams en Dawson Creew , una seriesita pedorra tipo Banda del Golden Rocket, pero tristona. Jamás sabría que de allí saldrían dos talentosas actrices. Una, Katie Holmes; y la otra, de quien nos ocupamos con nuestro perrito, Michelle Williams. Esta chica de Montana recorre una vasta filmografía y, siendo sinceros, no parece encajar en el Hollywood de la taquilla, aunque quizás por momentos bien pudiera. Pero esa significativa oscuridad de sus elecciones hace que un cinéfilo pueda enfocar su corazón y sus ojos en una multifacética actriz. Es fácil enamorarse de ella, y no solo por esa belleza distinguida sino por su desarraigo por instantes.
Justamente en Wendy y Lucy (2008) de Kelly Reichard, una de las pocas directoras de un cine íntimo y quizás hasta un punto pesimista de las tierras del norte, sabemos con Tirri que esta
película morirá con nosotros, porque en verdad creemos en la dignidad de Wendy ante la adversidad. Más tarde entonces, por el 2010, Blue Valentine con Ryan Gosling , o cuando lo azul se echa a perder . Cómo una historia de amor se puede volver un asco con la vida. Existe una significativa cara de Michelle , las personalidades de juventud y la demoledora suerte en el destino, arrasando la dulzura, asaltando la pantalla. Mi semana con Marilyn (2011), un desacierto tal vez, pero bueh....( Joel Schumacher le hizo tetas a Batman… A todos nos pasa). Y entonces , esa esposa de la que poco sabemos en Manchester junto al mar (2016). De nuevo ese carácter y el derrumbe... No podemos dejar de decir que fué esposa de Heath Ledger . Y que cuando The Joker murió hubo conflictos familiares con ella. Todo una película, si algún día se hace. Ya en estos años estamos preparándonos para Janis, sobre Janis Joplin , aún en preproducción. Lejos de mujeres maravilla y tipos vestidos de lycra en rojo o señores enojados con autos veloces, Michelle nos muestra lo que es una mujer, con diplomacia o furia en la sangre, y hasta con un oculto discurso de género, siempre hacia nuestro corazón. Y poniéndole el buzito a Tirri les digo buenas noches. 10 palitos. Marcelo and tirri.
CAP V El famoso pantano El pabellón imperial flameaba sobre la entrada del Castillo. Era una tarde de invierno seca y silenciosa. El viento atravesaba los manzanos silbando como viento que fresco atraviesa el manzanar. Lucierne recorría el famoso pantano balbuceando mecánicamente los versos de poeta Joel Baiset, canciones que arroparon las tardes solitarias de su infancia. Algunas veces el padre lo llevaba de paseo. Quien sabe su temperamento. Tal vez. Podría haber sido. Pero no. Famoso pantano El arpa de los afectos… Todo allí permanecía inmóvil como en un cuadro. Los árboles secos casi blancos muertos por el rayo, la tierra quebrada, y la mancha gris del pantano que de vez en cuando burbujeaba como si un ser terrible estuviera a punto de surgir. Su padre dejaba de ser el Rey cuando lo paseaba alrededor del pantano. La guerra, criatura fascinante que lo abarcaba por completo, cedía momentos que hoy eran lejano recuerdo fundido en la nostalgia. Pantano amigo, Las agudas caricias de los sauces La hondura opaca de tu ser… Para su corazón forjado en la disciplina vulgar del feudo, la muerte era un estado como tantos otros, la tortura un placer que no intentaba explicarse: sucedía, como el canto de los ruiseñores, para gozo de los
que gozaban sin preguntarse. Alzando la cara recibió la llovizna purificadora. La primera vez que el Rey lo sentó a en el trono a su lado frente a una multitud que arrojaba flores era demasiado pequeño para razonar, pero sintió odio. Un olor rancio le hizo arder las narices. Palpó la furia contenida de su padre. A los pobres, dedujo: muerte y tortura. Tu superficie piel de dragón. Tus profundidades Un estado como tantos otros. Osario. Encorvado, adquiriendo de pronto el aspecto de un anciano, Lucierne avanzó con las manos en la espalda hasta la biblioteca de su padre. Niño callado y perverso, había aprendido modales y refinamientos de personajes que visitaban el Castillo; ademanes, formas de reír o lamentarse. Tenía capacidad para absorber todo cuanto le sirviera para camuflarse, transfigurarse y sembrar la incertidumbre y el terror entre quienes tenían la desdicha de llamar su curiosidad. Vestía como el Papa, capricho que obligó a los mejores sastres del Reino a confeccionarle hasta el cetro y la capa roja con vetas plateadas. Era delgado y enfermizo, de rulos castaños descuidados. No había cumplido veinte años pero su don de transformarse en alguien menor o mayor, un viejo, un niño, un adolescente, era ya inquietante. No se trataba de una imitación o un desdoblamiento de la personalidad. La transformación operaba un cambio absoluto. Y lo más impresionante era el cambio de voz, que congelaba la médula de los más valientes. Ahora carraspeaba con el catarro de los viejos enfermos. Seleccionó un volumen de La Biblia revestido en piel. Una hora y media esperando de pie llevaban los Generales. Cada uno recordó en esa eternidad el asesinato de los mercaderes la tarde anterior; los infelices no lo esperaban ni en sus peores sueños entusiasmados como estaban por el cambio de autoridad. El Rey gobernó cuatro décadas y su hijo menor, el espectro prisionero del
Castillo, estaba al mando. Parecía ausente decían, sin temperamento. Los años del Rey dominante habían concluido. ¡Bienvenido joven Rey artista! gritaban, seremos fieles a tu gobierno como juncos que ceden al viento de la pradera, seremos como el rebaño obediente del pastor elegido, gritaban. Se ubicó en la terraza frente a la Plaza y lo saludaron con flores y alabanzas. Todavía le sonreían agitando pañuelos cuando la guardia real empezó a destriparlos a cimitarra limpia. Ni las criaturas se salvaron. Durante la matanza Lucierne se perdió detrás de las murallas, ensoñado. Los árabes vendrían tarde o temprano, su padre tenía razón, eran falsos pero cumplidores en la venganza. Pero él sabía de un aliado: el desierto. Esa geografía encubridora de las mentiras y turbantes de aquellos falsos apóstoles sería finalmente su perdición. Ni médanos que ayudaran con la estrategia había en el océano de olas inmóviles. En el flanco opuesto, la violenta geografía del acantilado y las indomables corrientes oceánicas impedían un ataque serio por mar. La pupila de los ojos de Lucierne, con o sin luz, era mínima; un punto negro que a veces le daba un aire de tirano oriental. Los generales tragaban y transpiraban. “Váyanse… niñitas”, les dijo secamente, “mañana si me levanto torcido les mando a degollar a los pibes”. Ensayando una acartonada reverencia, se retiraron en fila tropezando.
El veterano General Marvin, gloria de los años dorados del Imperio, intentó suicidarse abriéndose las venas en la bañera, pero lo salvaron los vecinos. Lucierne se enteró gracias a su intrincada red de espías árabes conversos. Lo trajeron vomitando: “Te quisiste envenenar de puro conservador. Pensé que eras cagón nomás. Pero resulta que sos cagón y conservador, una mezcla decepcionante. Los cagones me sirven, en situaciones límite son los únicos que realmente demuestran valor sin pensar demasiado. Mi padre dijo… (El desliz lo puso furioso, frunció los labios y cambió el tono)… el viejo Rey decía que te hacías una paja arriba del montón de muertos al final de una campaña, siempre me lo contaba en la mesa; decía que te hacías una paja riéndote mientras los huérfanos lloraban arriba de sus padres. Por eso nada más te respetaba”. Lo mandó a estaquear desierto adentro. Agonizó dos semanas. Todos los días a eso de las dos de la tarde doscientos esclavos numidas de los más lecheros se pajeaban arriba suyo. Un homenaje, explicó Lucierne en el Senado, por los servicios prestados a mi (antes de decir Mi Padre se corrigió, pero el humor le cambió igual)… al Rey muerto.
CONTINUARÁ... .