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en familia HASTA MÁS ALLÁ DE DONDE LA VISTA ALCANCE
Los hijos crecen y aprenden lejos de casa. Y los padres necesitan adaptarse a las nuevas exigencias de vida de sus hijos. Marian Serrano cuenta su testimonio con su hija independizada desde los 18 años.
Hasta más allá de donde la vista alcance
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Cuando acompañamos a nuestra hija al tren esperamos a que se ponga en marcha y salga de la estación. ¿Por qué no os vais cuando me monto? Me ha preguntado alguna vez… ¿Y si pasa algo y no salís? Aquí estamos para recogerte.
Normalmente ella sonríe y mueve la cabeza.
Son ya tres cursos escolares los que lleva fuera. Siempre quiso salir fuera, ser independiente…
Confiar
No puedo generalizar, ni decir que para todos los padres la experiencia será como la mía. Cada familia es un mundo y cada joven, otro. Hay experiencias que puedo compartir y otras que se quedan para nosotros (éstas últimas son de las que más hemos aprendido).
Se fue con 18 años recién cumplidos y ha cambiado hábitos y costumbres lejos de casa. Significa que cuando vuelve hay cosas que hace y no hacía, a las que nos tenemos que acostumbrar. Que tenemos que entender y acompañar. Valorar con ella y hasta discutir. Nos hace crecer juntos.
Prefiero con creces el sueño que perdí la semana que de niña estuvo ingresada en el hospital que el sueño que pierdo esperando a que llegue a casa. Y si hablamos de lo que pasa a 500 kilómetros de aquí, ¿qué margen me queda? El de confiar. Confiar en su buen criterio, confiar en su entorno. Esto no se aprende de la noche a la mañana.
Respirar y reflexionar
Nuestra generación tiene una ventaja con respecto a la de nuestros padres. La tecnología. Todos los días hablo con ella, o intercambiamos un mensaje, o una foto. Hace que siempre tenga la posibilidad de contarnos qué ha pasado, qué ha sentido.
Este tiempo es un gran proceso de aprendizaje que nos ha unido más y, en momentos, nos ha separado mucho. Comentando con mi marido qué quería contar, lo intenté resumir en breves afirmaciones: He tenido que aprender a abrazar sin tocarla, por teléfono, a calmar su llanto solo con mi voz y el corazón partido, a escuchar sus aventuras sin juzgarlas. He aprendido a respirar, callar y reflexionar antes de reñir, gritar y juzgar (porque cerrar una conversación con gritos, por teléfono y en la distancia daña más que si sólo nos separa una puerta). He aprendido a cocinar diferente con sus recetas (las que nos cuenta que se hace en su nuevo piso). He visto cómo crece bonita, divertida, loca y responsable. He vibrado con su manera de quererse y de querer.
No hemos terminado, seguimos en camino.
Marian Serrano, SSCC