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Editorial
Estimados miembros de la Familia Salesiana, amigos de Don Bosco:
Este mes de septiembre celebramos las Fiestas Patrias, un acontecimiento vivido con la singularidad de un año marcado por la incertidumbre. El tejido social y político que da cuerpo a eso que llamamos Patria está resquebrajado. En octubre viviremos el plebiscito, que busca dar una salida política a la crisis, pero que puede ser también un catalizador del quiebre en la convivencia si no lo enfrentamos con altura de miras y corresponsabilidad ciudadana.
En seis meses, Chile ha conocido el estallido social, el coronavirus y se comienza a vivir la consecuente crisis económica. Por su amplitud, estas crisis en el país están develando las vulnerabilidades, conflictos y fragilidad de los consensos, que hasta hace un tiempo parecían seguros y nos daban la sensación de estabilidad.
El desafío involucra un esfuerzo por pensiones decentes, salud accesible, educación de calidad para todos e igualdad entre hombres y mujeres, pero también por representación política e instituciones más confiables. Esto evidencia la permanente exigencia de una «seguridad humana», es decir, de un conjunto de protecciones sectoriales (salud, educación, seguridad pública y ciudadana, empleo, acceso a servicios urbanos, etc.) que todo ciudadano requiere frente a las vulnerabilidades provocadas por la naturaleza, los comportamientos humanos, las políticas de los gobiernos o las iniciativas u omisiones de las instituciones o empresas. Estas medidas de protección responden a nuestros miedos frente a los riesgos de la vida en sociedad.
Por otra parte, la percepción de caducidad o corrupción de las principales instituciones de referencia (gobierno, Parlamento, clase política, iglesias, policía, modelo de educación) ha llevado a una “anomia” generalizada, que erosiona la cohesión social y la credibilidad de las instituciones. La superación de este estado va a requerir tiempo.
Nosotros, como personas de fe, podemos y debemos colaborar a construir una patria más justa, inclusiva y que permita la convivencia pacífica entre todos los que formamos Chile. Esto lo hacemos como ciudadanos comprometidos con el entorno natural y social, pero también como creyentes en un Dios hecho hombre, que comparte la historia con nosotros, sobre todo con aquellos que más lo necesitan. Aportamos nuestra experiencia de amor incondicional, que en medio de la incertidumbre nos da la seguridad de que nuestras existencias se proyectan más allá de los vaivenes del tiempo presente y que el Señor de la Historia conduce nuestras vidas a la plenitud del Reino.
Las crisis amenazan la cohesión social en forma diferente y es importante identificar los problemas de seguridad que muestran para abordarlos y solucionarlos. La del Covid-19 tiene su origen en la naturaleza y en su mal uso por parte de los hombres, mientras la del estallido social deriva de la indignación en la sociedad civil frente a las instituciones y sus políticas. La crisis económica, por su parte, arriesga generar una fragmentación social análoga a la que se manifestó en el estallido social, en la cual la ira ha llevado a atrincherarse detrás de grupos de referencia que son antagónicos. En estos casos, los comportamientos humanos privilegian la distinción casi tribal entre «ellos» (los malos) y «nosotros» (los buenos). Se imponen solo las referencias grupales.
Nosotros tenemos que colaborar como actores políticosociales, siendo capaces de generar un proyecto de convivencia y de adecuación de las instituciones. El desafío de transformar la violencia de las protestas en energía transformadora y no en venganza social es urgente. Requiere organizaciones políticas con visión, capacidad de dialogar con las fuerzas sociales, pero también depende de cada uno de nosotros. “Debemos matar el odio, antes de que el odio mate el alma de Chile” (Mons. Raúl Silva Henríquez).
Les bendice, P. Carlo Lira Airola, Inspector
Les saludo muy cordialmente, amigos y amigas lectores del Boletín Salesiano, tan amado por Don Bosco. Les quería compartir hoy un bellísimo testimonio de jóvenes, en palabra de una joven. Ella es venezolana.
Fue el 9 de febrero del presente año cuando visité de nuevo Venezuela y allí tuve un hermoso Encuentro Nacional con jóvenes. Ese día Eusibeth había escrito de su puño y letra algo que llevaba muy en el corazón. Lo hacía en nombre de los jóvenes generosos, esperanzados y sufridos de aquella bella tierra. La carta decía lo siguiente:
Querido Don Ángel:
Desde lo más profundo de nuestros corazones, damos gracias al Señor por su visita a nuestro país y, a su vez, por tomarse un tiempo para encontrarse con nosotros, sus queridos jóvenes.
Mis palabras quieren expresar el sentir de cada uno de nosotros que vivimos esta propuesta de santidad y tenemos un corazón salesiano. Desde los muchachos indígenas que corren por la selva del Amazonas, los hermanos andinos llenos de cercanía y amabilidad, los jóvenes de la región central que construyen con alegría la civilización del amor, los guaros, orientales, corianos, zulianos; todos nosotros, que tenemos la dicha de ser venezolanos. A este momento se une cada joven que ha tenido que salir de nuestra tierra, convirtiendo suelos extranjeros en una casa, escuela, parroquia y patio.
Si existe algo que nos caracteriza como jóvenes, además de nuestras peculiares personalidades y diferentes maneras de pensar, es que nos une una misión: la salvación de muchas almas, sin olvidarnos primero de la nuestra, como lo decía nuestro amado papá, Don Bosco.
Para nadie es un secreto lo que nos toca vivir cada día: una realidad en donde somos atropellados por las corrientes del mundo que quieren impedir que soñemos infinito y apostemos por grandes ideales. La espiritualidad juvenil salesiana nos ha permitido caminar esperanzados, renovando nuestra fe, aún cuando a veces todo nos parece incierto e imposible.
Los jóvenes venezolanos somos, sin duda, profetas valientes, que a pesar del miedo a ser juzgados o agredidos, no permitimos que apaguen nuestra voz. Somos jóvenes que al levantarnos cada mañana, sin tener que comer para ir al colegio o a la universidad, seguimos con tenacidad y esfuerzo la tarea para tener una formación integral, comprometidos con la educación, siendo esta nuestro mejor instrumento para todo.
Somos jóvenes que, a pesar de vernos obligados a trabajar por necesidad, dejando a un lado lo que realmente amamos y soñamos, nos atrevemos a ser luz de la historia en medio de un pueblo tan herido y sediento de Jesús. Que aún en nuestra fragilidad, experimentando que el mundo en cierto modo se viene abajo y queremos tirar la toalla, la mirada amorosa de Dios y la protección maternal de María nos invitan a seguir colocando nuestra vida al servicio de los demás, especialmente de los muchachos y muchachas más pobres y desprotegidos.
Ser jóvenes salesianos nos ayuda a dar respuesta, como fieles discípulos, ante todo lo que estamos viviendo. Somos ‘chamos’ reales, auténticos, arriesgados, santos de hoy: con jeans, zapatos y camisetas, como dice el Papa Francisco.
Don Ángel y todos los miembros de nuestra familia salesiana: su presencia nos anima a marcar la diferencia, a seguir luchando por una Venezuela justa y santa, apostándolo todo por el bien de la juventud. No dejen de acompañarnos ni de creer en nosotros. ¡Gracias por tanto!
Hasta aquí este testimonio juvenil. Escuchar en aquel momento a Eusibeth ante 800 jóvenes, en una cálida tarde caraqueña, me hizo pensar en cómo y cuánto Don Bosco creía en sus muchachos, en sus capacidades, en su potencial, en la bondad que hay en el corazón de ellos.
Lo que sucedía con Don Bosco hace 160 años sigue sucediendo hoy en todo el mundo. No es cierto que los jóvenes de hoy no tengan un corazón hermoso. Ciertamente, hay jóvenes que se encuentran en caminos de confusión, de esclavitudes, de muerte ya en vida… Jóvenes que de verdad necesitan ser ‘salvados’. Pero hay muchos otros, millones y millones -y los jóvenes que me he encontrado junto con Eusibeth son prueba de ello- que creen en la vida, en la belleza del amor, en lo hermoso de compartir y en la plenitud de sentido que les da Dios. ¿Se puede seguir hablando así, hoy, en estos tiempos? Yo afirmo que sí.
Sigan bien y que el buen Dios les llene de su paz, amigos y amigas.
P. Ángel Fernández Artime, Rector Mayor de los Salesianos
ENFERMERO ZATTI: COMPROMISO VIVIDO CON ALEGRÍA
Por P. Luis Timossi, sdb
La sociedad hoy visualiza, remarca y admira el protagonismo valiente y generoso de muchísimos servidores de la salud que entregan su tiempo, energía, habilidad y, en algunos casos, hasta su propia vida en la asistencia a los enfermos de la pandemia del Covid-19.
El “principio samaritano”, radicado en el corazón del hombre por el amor creador del Padre, e instalado por Jesús como energía vivificadora del Reino de Dios, es germen de entrega social y oportunidad de valoración de lo que verdaderamente trasciende y dignifica al ser humano: el amor.
Joven, enfermero y santo
En la ciudad de Viedma, Argentina, hacia fines del 800 y primera mitad del 900, encontramos el ejemplo de un joven migrante de nacionalidad italiana. Enfermero que desplegó una vida de servicio y entrega a los más pobres y necesitados. La heroicidad de sus virtudes y las gracias obtenidas por su intercesión han originado su reconocimiento por parte de la Iglesia: es el salesiano coadjutor beato Artémides Zatti. ¿Cómo hizo para transformarse, con tanta radicalidad y coherencia, en un “honesto ciudadano y buen cristiano”?
Sufrir lo que sufren los demás
Su profundo proceso de evolución humano-cristiana surge de una experiencia fatídica que se hizo germen de una vida nueva. Al tener que cuidar a un sacerdote enfermo, se contagia de la “enfermedad del siglo”: la tuberculosis.
Con su salud hecha jirones, es enviado a la ciudad de Viedma, cuna del asombroso despliegue de la actividad misionera salesiana en la Patagonia. Allí, en el trato con el famoso “cura doctor” (P. Evasio Garrone), realiza un proceso de conversión. Este buen misionero salesiano le dice: “Si le prometes a la Virgen que vas a atender a tus prójimos enfermos, te vas a sanar”. Y Zatti, con la sencillez y confianza propia de los humildes campesinos entre los que había nacido, comentaba: “Prometí y sané”.
Su fe en María Auxiliadora está, pues, a la base de su transformación y definitiva entrega. Así se convertirá en el enfermero que dedicará toda su vida a cuidar, “en nombre de la Virgen” y “con las actitudes características marianas”, a los más desdichados de sus hijos e hijas: “Sus predilectos”. Zapatillas para un Jesús de 12 años
Su secreto más íntimo fue tratar a todos viendo a Jesús en ellos. Cuidar de Jesús sufriente en los enfermos y en los pobres.
Tenía en su hospital “San José” a un chiquito macrocefálico. Los médicos querían enviarlo a Buenos Aires, pero Zatti decía: “No, porque su apacible inocencia atrae las bendiciones del cielo y es como un pararrayos que nos defiende de todas las tormentas”. También residía allí la famosa “muda”, con un carácter que la hacía a veces intratable. Zatti era el único que la asistía siempre, con paciencia y dulzura, y la tranquilizaba. A los pacientes más difíciles, como el enfermo crónico que hacía sus necesidades en la cama, él se los reservaba para atenderlos personalmente. Su vida no era poesía, era caridad real, nacida de su amor a Jesús. “Don Zatti es un santo”, era la opinión y el comentario común entre los que lo trataban. Su persona irradiaba una transparencia que iba más allá de sus virtudes humanas naturales y suscitaba como un encanto o fascinación. Eran el fruto de su oración y de su vida interior, que él alimentaba en la puntualidad y el recogimiento de las prácticas de piedad.
Su testimonio se transmitía, incluso, entre personas no creyentes. “Si el Señor Zatti fuese sacerdote, yo me convertiría”, afirmaba un comunista amigo suyo. También trabajaba con él un médico: hombre difícil, nervioso e incrédulo. Zatti contestaba a sus frecuentes insultos y exabruptos con respuestas humorísticas o con breves señales de asentimiento. Con el correr del tiempo, este señor se convirtió en su admirador y se acercó a la fe.
Compromiso vivido en alegría
Don Zatti era piadoso, trabajador, sacrificado, pero con un rasgo típicamente salesiano: nunca perdía el humor.
Necesitado de todo para atender a sus pobres enfermos, decía: “Yo no le pido a Dios que me traiga las cosas, sino que me diga dónde están y yo las voy a buscar”. Al entrar cada mañana a su hospital exclamaba en voz alta, casi como un saludo: “¿Están todos vivos, todos respiran?”. No teniendo dónde colocar el cadáver de un fallecido, hasta el momento de su entierro lo depositó en su propia cama, y ante la interpelación de algunos, respondió: “No hay que tenerles miedo a los muertos, sino a los vivos”.
Don Zatti se hace presente hoy, revelándonos algunos secretos y ocurrencias prácticas. Así, cada uno de nosotros debe aprender también a vivir, en sus propias tareas y ocupaciones cotidianas, el espíritu de “honestos ciudadanos y buenos cristianos” con el que Don Bosco nos soñó.
PEDAGOGÍA DEL SUEÑO
DE LOS NUEVE AÑOS
Por Gustavo Cano, periodista
Don Bosco se valió de muchas formas para comunicarse, evangelizar y llegar a más jóvenes. Una de ellas fue compartir sus sueños, que aún hoy tienen gran llegada en el Oratorio Salesiano.
Muchos han sido los estudiosos e historiadores que han hablado de la influencia de los sueños de Don Bosco en su pedagogía. Uno de ellos es Don Braido, quien se fija más en el contenido que en las metodologías. Él buscó un equilibrio entre el realismo y el carácter extraordinario de los relatos, concluyendo que a través de ellos “Don Bosco quería hacer llegar enseñanzas morales”.
No es un secreto que el sueño de los nueve años marcó una ruta en el descubrimiento de su vocación y en su trabajo apostólico. De hecho, es una de las primeras historias en ser contadas cuando se ingresa a una presencia salesiana. Sin embargo, más allá de un sueño revelador, hay un contexto que es necesario tener en cuenta.
El contexto político-social en el que se encontraba la familia Bosco, entre 1815 y 1825, era de mucha incertidumbre. Italia comenzaba su proceso de unificación y el único sustento era el trabajo en el campo para los que vivían en las fronteras. Se ven inmersos en las consecuencias de la Revolución Francesa, tiempo en el que Juanito tiene este sueño.
Análisis
Los estudiosos de la salesianidad coinciden en que este sueño sucede alrededor de la Fiesta de la Anunciación de la Virgen María y de la Fiesta de San Pedro, rango de tiempo que
oscila entre marzo y julio. Además, se suma el Jubileo propuesto para ese año por el Papa León XII, por lo cual se asume que el pequeño Juanito cargaba muchos sentimientos consigo.
No hay que olvidar que Mamá Margarita fue la encargada de educar y fortalecer los valores cristianos en su familia. Por ende, Juan, desde muy temprana edad, había desarrollado una fe acérrima en Jesús y la Buena Madre María. Es por esto que acontecimientos tan importantes para la Iglesia despertaban en él especial interés, sobre todo porque tendría la oportunidad de escuchar los sermones en los cuales se da a conocer al obispo como el Buen Pastor.
Ante un posible llamado vocacional que Dios le realiza en el sueño, la reacción de Juan es inmediata: “Soy un pobre muchacho”. Existe entonces un reto que lo hace reaccionar: “Un gran número de muchachos, que estaban riéndose, jugando, pero muchos blasfemaban”.
Conforme con el relato del sueño, Juan entra en esa muchedumbre y utiliza la fuerza para hacerles cambiar de opinión. El P. Fernando Peraza, en su libro “Conociendo a Don Bosco”, relaciona este acontecimiento con una situación vivida por Don Bosco como estudiante en Chieri, cuando defendía con golpes a su amigo Luis Comollo de las burlas de sus compañeros y éste le detenía diciendo: “Amigo mío, me espanta tu fuerza; créeme que Dios no te la ha dado para acabar con los demás”.
Don Braido, en su libro ‘Prevenir, no reprimir’, asegura que la frase “no con golpes, sino con la mansedumbre deberás ganarte a estos, tus hijos” marcaría un antes y un después en la forma de trabajar con los jóvenes, la cual se llamaría posteriormente ‘Sistema Preventivo Salesiano’.
Luego de aquella noche, Juan comenta emocionado a su familia lo que ha soñado. Sin embargo, todos, menos su madre, ofrecieron interpretaciones que subestimaban su sentido, aceptando la opinión de su abuela: “No debes hacer caso a los sueños”. Pero de su mente nunca se borró. Sería solo hasta 1846, cuando el padre Cafasso le aconsejaría darles crédito a sus sueños, que Don Bosco lo comprende como parte de un plan divino en beneficio de las almas.
Este sería el primer hito de estudio de la pedagogía educativa salesiana, según el salesiano Rodolfo Fierro Torres, autor del libro ‘El sistema educativo de Don Bosco en las pedagogía general y especial’.
Fue la frase final que le dijo la Buena Madre en el sueño. A los nueve años quizá no tenía mucho sentido, pero conforme iba creciendo y aprendiendo, notaba que su vida giraba en torno al servicio a la comunidad. Luego se dio cuenta de que los lobos de su sueño serían los jóvenes, sobre todo la más pobres, tal como lo consagra el proyecto de vida de los salesianos sobre su vocación, que “está marcada por un don especial de Dios que hace preferir a los jóvenes”.
Siendo un sacerdote recién ordenado, su primer apostolado fue en la cárcel, realidad que provoca en Don Bosco la idea y necesidad de evitar que ellos llegaran allí. “Prevenir antes de cometer el mal”, su mayor preocupación para el bienestar de los jóvenes. Así toma un significado profundo su sacerdocio.
La experiencia fundante del Sistema Preventivo se sustenta en la interacción con el joven. No obstante, su eficacia comienza a tomar forma en el momento en que funda la Sociedad de San Francisco de Sales con los mismos muchachos de su oratorio.
El sueño se repite en Juan cuando tiene las edades de 11, 16, 19, 21, 30, 31 y 72 años, datos proporcionados en las Memorias Biográficas y en las Memorias del Oratorio, según la traducción de Juan Bautista Lemoyne.
Con el paso de los años se constataría que este fue el primero de los 159 sueños proféticos que San Juan Bosco tuvo a lo largo de su vida, marcando el inicio de la obra salesiana. Como lo expresa el P. Eliécer Sálesman en el libro “Los sueños de San Juan Bosco”: “Toda su vida la empleó en transformar jóvenes difíciles como fieras, en buenos cristianos como mansos corderos”. Todo con la ayuda maternal de María Auxiliadora.
Para el santo de la juventud, venerar a María, la Buena Madre, era ser fiel a su vocación de educador de jóvenes. No se contenta con nutrir para ella una devoción filial, sino que este afecto lo lleva a hacer de Ella la inspiradora, la guía, la maestra y una presencia viva que alienta su obra educativa hasta el día de hoy.
A los 72 años, durante la celebración de la eucaristía en la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, Don Bosco tiene una revelación en la que recuerda aquel sueño. Ahí comprende la misión y el llamado a transformar aquellos “lobos en mansos corderos”, junto con la frase final: “A su tiempo lo comprenderás todo”.