>Editorial 209
Estimados miembros de la Familia Salesiana, amigos de Don Bosco: Este mes de septiembre celebramos las Fiestas Patrias, un acontecimiento vivido con la singularidad de un año marcado por la incertidumbre. El tejido social y político que da cuerpo a eso que llamamos Patria está resquebrajado. En octubre viviremos el plebiscito, que busca dar una salida política a la crisis, pero que puede ser también un catalizador del quiebre en la convivencia si no lo enfrentamos con altura de miras y corresponsabilidad ciudadana. En seis meses, Chile ha conocido el estallido social, el coronavirus y se comienza a vivir la consecuente crisis económica. Por su amplitud, estas crisis en el país están develando las vulnerabilidades, conflictos y fragilidad de los consensos, que hasta hace un tiempo parecían seguros y nos daban la sensación de estabilidad. El desafío involucra un esfuerzo por pensiones decentes, salud accesible, educación de calidad para todos e igualdad entre hombres y mujeres, pero también por representación política e instituciones más confiables. Esto evidencia la permanente exigencia de una «seguridad humana», es decir, de un conjunto de protecciones sectoriales (salud, educación, seguridad pública y ciudadana, empleo, acceso a servicios urbanos, etc.) que todo ciudadano requiere frente a las vulnerabilidades provocadas por la naturaleza, los comportamientos humanos, las políticas de los gobiernos o las iniciativas u omisiones de las instituciones o empresas. Estas medidas de protección responden a nuestros miedos frente a los riesgos de la vida en sociedad. Por otra parte, la percepción de caducidad o corrupción de las principales instituciones de referencia (gobierno, Parlamento, clase política, iglesias, policía, modelo de educación) ha llevado a una “anomia” generalizada, que erosiona la cohesión social y la credibilidad de las instituciones. La superación de este estado va a requerir tiempo.
Nosotros, como personas de fe, podemos y debemos colaborar a construir una patria más justa, inclusiva y que permita la convivencia pacífica entre todos los que formamos Chile. Esto lo hacemos como ciudadanos comprometidos con el entorno natural y social, pero también como creyentes en un Dios hecho hombre, que comparte la historia con nosotros, sobre todo con aquellos que más lo necesitan. Aportamos nuestra experiencia de amor incondicional, que en medio de la incertidumbre nos da la seguridad de que nuestras existencias se proyectan más allá de los vaivenes del tiempo presente y que el Señor de la Historia conduce nuestras vidas a la plenitud del Reino. Las crisis amenazan la cohesión social en forma diferente y es importante identificar los problemas de seguridad que muestran para abordarlos y solucionarlos. La del Covid-19 tiene su origen en la naturaleza y en su mal uso por parte de los hombres, mientras la del estallido social deriva de la indignación en la sociedad civil frente a las instituciones y sus políticas. La crisis económica, por su parte, arriesga generar una fragmentación social análoga a la que se manifestó en el estallido social, en la cual la ira ha llevado a atrincherarse detrás de grupos de referencia que son antagónicos. En estos casos, los comportamientos humanos privilegian la distinción casi tribal entre «ellos» (los malos) y «nosotros» (los buenos). Se imponen solo las referencias grupales. Nosotros tenemos que colaborar como actores políticosociales, siendo capaces de generar un proyecto de convivencia y de adecuación de las instituciones. El desafío de transformar la violencia de las protestas en energía transformadora y no en venganza social es urgente. Requiere organizaciones políticas con visión, capacidad de dialogar con las fuerzas sociales, pero también depende de cada uno de nosotros. “Debemos matar el odio, antes de que el odio mate el alma de Chile” (Mons. Raúl Silva Henríquez).
Les bendice,
P. Carlo Lira Airola, Inspector BOLETÍN SALESIANO
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