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Adaptaciones: Hernán Galdames
Ilustraciones: Rodrigo Folgueira
Roveda, Nicolas 14 Cuentos clásicos / Nicolas Roveda. - 1a ed. - Hurlingham : School Fun, 2022. 32 p. ; 28 x 20 cm. - (Dulces sueños...) ISBN 978-987-8986-02-9
DULCES SUENOS... 14 Cuentos Clasicos
Aladino y la lámpara maravillosa
En las calles de un país lejano vivía un niño llamado Aladino. Era muy pobre y soñaba con ser algún día un gran señor.
Una mañana se le acercó un hombre que dijo ser un explorador y le comentó que necesitaba a alguien pequeñito como él para hacer un trabajo, y que a cambio le daría una moneda de oro. Aladino no dudó en aceptar el ofrecimiento.
Fueron hasta el desierto y, entre unas piedras, el hombre le señaló una pequeña cueva. Solo un niño de la talla de Aladino era capaz de entrar. Aladino se metió por el hueco y el hombre le dio una antorcha y le dijo que buscara un arcón lleno de monedas de oro. Aladino hurgó en la cueva y encontró muchos objetos viejos, entre ellos una lámpara de aceite, pero ningún arcón con monedas. Siguió buscando y al fin lo halló. Entonces el hombre le dijo que le fuera dando, una a una, las monedas, ya que el arcón no pasaba por el hueco.
Tardaron muchas horas en pasar las monedas y cuando terminaron, el hombre buscó una piedra bien grande y tapó la salida.
—¡Ey! ¿Qué hace? —le gritó Aladino—. ¡No me deje aquí encerrado! Pero el hombre se fue sin importarle la suerte de Aladino.
La antorcha empezó a apagarse, así que Aladino tomó la vieja lámpara para ver si podía iluminarse con ella. La frotó para quitarle el polvo y ¡Pum!, apareció un genio.
—Pídeme tres deseos y te los concederé —dijo el genio.
Aladino pensó muy bien y dijo:
—El primero será salir de esta cueva.
4
Un segundo después, los dos estaban fuera de la cueva.
—El segundo —dijo Aladino— será que me conviertas en un gran rey con castillo y todo.
Un segundo después, los dos estaban dentro de un palacio formidable vistiendo exquisitas prendas.
—Y el tercer y último deseo será casarme con la princesa Jazmín.
Un segundo después Aladino estaba en el palacio del gran sultán pidiendo la mano de su hija.
—Me parece bien tu pedido, pero ¿tienes que demostrarme que eres dueño de un gran tesoro si quieres que yo acepte?
Aladino, que nada sabía de formalismos reales, no había considerado ese detalle. Tenía un palacio lujoso, ropas finísimas, pero no tenía ningún tesoro. ¿O sí?
Indico al sultán que lo siguiera con sus hombres y los condujo hasta la cueva. Entre todos movieron la piedra que bloqueaba la entrada y algunas más para que el sultán pudiese pasar. Encendieron un centenar de antorchas y el sultán quedó sorprendido: en lo profundo de la cueva había decenas de arcones repletos de oro y piedras preciosas.
—Con que aquí es donde escondes tu tesoro —le dijo el sultán.
—Así es su majestad.
—OK, dijo el sultán, si la princesa te acepta, podrás casarte con ella.
5
Blancanieves, la hija del rey, cada día estaba más linda y su belleza empezó a rivalizar con la de la doncella más hermosa del palacio. Todas las noches la doncella le preguntaba a su espejo mágico: “Espejito, ¿quién es la más bella del reino?”, y el espejo que era un alcahuete siempre le decía: “Usted, señora”. Pero llegó un día que el espejo no aguantó más y le dijo la verdad: que la más bella era Blancanieves.
La doncella se puso como loca y le pidió a un guardia del palacio que llevara a Blancanieves al bosque y que la dejara ahí para que se la comieran los lobos.
El guardia, que era otro alcahuete, se internó en el bosque y abandonó a Blancanieves. Pero ella no tuvo miedo y empezó a caminar hasta que encontró una cabaña muy pequeña, apenas si pasaba por la puerta. Se notaba que vivía gente porque la despensa estaba repleta de alimentos. Blancanieves, que de tanto caminar estaba muerta de hambre, se dio una panzada y se acostó a dormir juntando las siete camitas que había en el dormitorio.
La cabaña pertenecía a siete enanitos leñadores que trabajaban en el bosque. Grande fue su sorpresa cuando encontraron la despensa vacía y a Blancanieves durmiendo en sus camas. No la despertaron y pasaron toda la noche preparando nueva comida para el día siguiente.
Cuando despertó, Blancanieves no sabía cómo disculparse y les contó sus desventuras. Los
enanitos le dijeron que no se preocupara, que si quería podía vivir con ellos una temporada.
Después de desayunar, los enanitos fueron al bosque a trabajar y Blancanieves aprovechó a leer los muchos libros que había en la casa.
De repente, alguien golpeó la ventana, era una viejita que vendía manzanas. Blancanieves eligió la más apetitosa y se la comió. La anciana se alejó riendo y Blancanieves se preguntó: “¿Y esta de qué se ríe?”.
A los pocos minutos se empezó a sentir mal y entendió todo: esa anciana no era otra que la doncella disfrazada, y la manzana… ¡¿qué tendría esa manzana?! Casi sin darse cuenta, se quedó dormida.
Tan dormida que cuando llegaron los enanitos no pudieron despertarla. Pasaron las semanas y ella seguía tan dormida como el primer día. Entonces decidieron ponerla en una caja de cristal.
Meses más tarde, pasó un príncipe que, cuando la vio, propuso llamar a su médico para que la ayudase. El médico le dio a beber un jarabe que, como por arte de magia, la despertó.
Blancanieves y el príncipe se hicieron muy amigos y con el tiempo terminaron enamorándose.
Caperucita Roja
La mamá le pidió a Caperucita si por favor podía llevarle una cesta con galletas a la abuela. Caperucita aceptó con gusto.
—¡Pero no vayas por el camino del bosque porque es peligroso, toma el que lo rodea, aunque es un poco más largo!
—Sí, mamá —respondió Caperucita.
—¡Ah! ¡Y no hables con extraños!
—Sí, mamá.
Pero Caperucita, que ese día no tenía muchas ganas de caminar, no le hizo caso y se internó en el bosque.
A mitad de camino, desde atrás de un árbol, apareció un lobo.
—Hola, niña, ¿a dónde vas con esa cesta?
Caperucita recordó la advertencia de su madre de no hablar con extraños, pero el lobo parecía inofensivo y muy educado.
—Voy a casa de mi abuelita, le llevo unas galletas.
—¿Puedo verlas? —preguntó el lobo.
—Sí, mira, están recién horneadas.
Al lobo se le hizo agua la boca y pensó en comerse a Caperucita y también a las galletas. Pero se le ocurrió un plan que le permitiría también comerse a la abuelita.
—Que tengas un buen día —dijo al fin el lobo y desapareció. Corriendo se fue a lo de la abuelita y se metió por una ventana con intención de comérsela, pero la anciana lo escuchó y pudo escapar por la puerta de atrás.
Cuando Caperucita llegó a la casa de su abuela, golpeó la puerta y entró. La habitación estaba en penumbras.
—¿Estás en la cama, abuelita? ¿Te sientes mal?
—Sí, estoy resfriada.
—Te traje unas galletas.
—Qué rico, ven acércate.
Y cuando Caperucita estuvo junto a la cama, notó que su abuela no se veía como siempre, entonces le dijo:
—Abuelita, ¡qué orejas tan grandes tienes!
—Es para oírte mejor, hijita.
—¡Y qué nariz tan grande tienes!
—Es para oler mejor esas galletas.
—¡Y qué boca tan grande tienes!
—¡Es para comerte mejor!
Y el lobo, que se había metido en la cama de la abuelita y se había puesto su chalina en la cabeza, dio un salto fuera de la cama con intención de comerse a Caperucita. Pero, por suerte, justo se abrió la puerta y entró el guardabosque que había sido alertado por la abuela. El lobo, sorprendido, salió corriendo y desapareció.
—Hijita, qué susto —dijo la abuela—, ¿estás bien?
—Sí abuelita, te traje unas galletas.
—Ay, qué rico. Gracias. ¿Podemos convidar al guardabosque, no te parece?
—Sí, seguro, y si el lobo no hubiese sido tan malo, también le podríamos haber dado algunas galletas.
La Cenicienta
Cenicienta era una criada que vivía en una mansión donde no la querían. La dueña de casa y sus dos hijas se burlaban de ella dándole los trabajos más duros, como por ejemplo limpiar la chimenea. Cada vez que lo hacía quedaba cubierta de cenizas de pies a cabeza, por eso la llamaban Cenicienta.
Un día llegó un mensajero del palacio real encargado de invitar a todas las damas al gran baile que daría el príncipe. Sin perder tiempo, las hermanas se pusieron a preparar sus vestidos. Cenicienta se sintió muy triste, porque con los harapos que vestía sabía que no podría ir.
Llegó el día y partieron las tres malvadas en su carruaje. Cenicienta se quedó sola en la casa con ganas de llorar. Pero de repente apareció su hada madrina y le dijo que no hacía falta derramar ni una sola lágrima porque ella tenía la solución. Le pidió que le trajera una calabaza, cuatro ratones y una lagartija. Cenicienta salió corriendo y consiguió todo lo que le había pedido.
A la calabaza la convirtió en un lujoso carruaje, a los ratones en caballos y a la lagartija en un apuesto cochero.
—Bueno, listo, ya puedes ir al baile.
Cenicienta se miró al espejo y le dijo:
—¿Te parece que puedo ir con este mamarracho de vestido?
—¡Es verdad, casi me olvido! —y con un toque de su varita mágica lo convirtió en un exquisito vestido de fiesta que combinaba con un par de zapatitos de cristal.
—Ahora, sí, a la fiesta, rápido, que a las doce en punto se rompe el hechizo
y todo volverá a su normalidad.
Cuando el príncipe la vio llegar lo primero que hizo fue invitarla a bailar.
Bailaron toda la noche, o casi, porque a las doce menos un minuto, Cenicienta se acordó que el hechizo se rompería en cualquier momento, entonces, sin decir palabra, salió corriendo y en el apuro perdió un zapatito de cristal en la escalinata.
El príncipe preguntó a todos quién era ella y dónde podría encontrarla pero nadie la conocía. El único dato que tenía era su zapatito de cristal. Así que ordenó a sus hombres visitar casa por casa para ver a quién pertenecía.
Cuando llegaron a casa de Cenicienta las dos hermanas intentaron ponérselo pero fue imposible. Entonces se lo probó Cenicienta y le quedaba perfecto.
La llevaron ante el príncipe y, sin perder un segundo, le propuso matrimonio. Hubo otra gran fiesta en el reino y esta vez, Cenicienta, no tuvo que salir corriendo.
El Gato con Botas
Había una vez un molinero muy pobre que dejó como herencia a sus tres hijos un molino, un burro y un gato. El hijo al que le tocó el gato maldijo su suerte. ¿De qué le serviría un gato?
El gato lo escuchó y le pidió una bolsa y un par de botas. El muchacho le hizo caso y el gato salió al campo y recogió muchas hortalizas. Sin perder tiempo fue hasta el castillo del rey y pidió audiencia, dijo que venía de parte del gran marqués de Carabás.
El rey lo recibió y el gato le dio las hortalizas como un presente del gran marqués de Carabás. Al día siguiente, juntó frutos y se los volvió a llevar al rey. Y así, semana tras semana. El rey quedó muy impresionado por el marqués de Carabás y le dijo al gato que quería ir con su hija a conocerlo. El gato le indicó qué camino debía tomar para llegar hasta sus tierras. Corriendo volvió el gato a su casa y le dijo a su amo que al día siguiente por favor fuera al río que estaba junto al camino y que se diera un baño. El muchacho, sin saber por qué, le hizo caso. El gato, escondido tras un árbol, esperó a que pasara el carruaje del rey. Entonces empezó a gritar: ¡Auxilio! ¡Auxilio! Se ahoga el marqués de Carabás. El rey ordenó a sus hombres que lo ayudasen. Lo sacaron del agua y lo llevaron hasta el carruaje. El rey le dio ropas secas y le presentó a su hija. Ambos jóvenes se enamoraron al instante.
Mientras tanto, el gato se adelantó y le dijo a los labradores que si el rey preguntaba de quién eran esas tierras dijesen que eran del marqués de Carabás.
El carruaje siguió su camino y el rey preguntó a los campesinos a quién pertenecían tan extensas tierras. Todos respondieron que eran del gran marqués de Carabás.
El gato con botas, mientras tanto, fue hasta el castillo del ogro, que era el verdadero dueño de ese territorio, y pidió hablar con él porque quería conocer su magia. El ogro lo recibió y el gato le preguntó si era capaz de convertirse en un león.
—Claro que sí —dijo el ogro, y se transformó en un temible león.
—Eso es fácil —dijo el gato—, lo difícil es convertirse en un ratón.
Entonces el ogro le demostró que sí podía hacerlo y se transformó en un pequeño ratón. El gato, siguiendo su plan, lo capturó de un zarpazo y se lo comió.
Cuando el carruaje llegó al castillo, salió el gato a recibir al rey y le dijo:
—¡Bienvenido al castillo del gran marqués de Carabás!
El rey quedó muy impresionado y decidió que no pondría ningún reparo si su hija y el gran marqués de Carabás algún día decidieran casarse.
El Patito Feo
Al fin nacieron los patitos. Uno a uno fueron saliendo del cascarón. Pero había un huevo, el más grande, que no se rompía. Todos esperaron pacientemente y con bastante expectativa a que el patito naciera.
—Seguro que va a ser el más lindo —decían algunos.
—Y el más fuerte, miren qué grande es el huevo —decían otros.
Al fin, el huevo se empezó a resquebrajar y asomó la cabeza un patito que era diferente a los demás. Los otros eran pequeños y amarillos, en cambio este era grande y de color gris oscuro.
—Grande es —decían algunos.
—Pero lo que se dice lindo, ni ahí —decían otros.
Los demás patitos, al verlo tan diferente, enseguida lo rechazaron.
El pobre patito nadaba solo en el estanque, comía apartado y nadie quería jugar con él. Se sentía tan mal, que un día decidió irse.
Se internó en el bosque, donde hallar comida le resultaba muy difícil. Además, ya empezaba el invierno y los días se fueron haciendo cada vez más fríos. Un leñador lo encontró acurrucado junto a un tronco, casi congelado y muerto de hambre. Lo llevó a su hogar y le dio cobijo y comida. Pero el patito pasaba sus días solos porque el leñador salía muy temprano a trabajar y volvía muy tarde.
A veces el patito feo se acercaba a la laguna y veía a mamá pata que llevaba a todos los patitos en fila detrás de ella para que aprendieran a nadar. Él deseaba, más que nada en el mundo, tener alguna vez una familia que lo quisiera.
Llegó el verano, y un día que el patito feo estaba esperando ver a los patitos, apareció una familia de cisnes, con sus cuellos largos y hermosas plumas
blancas, y notó que hacían señas hacia donde él estaba como si lo llamaran.
El patito miró hacia atrás, y no había nadie detrás de él.
Pero no se animó a moverse. Entonces vio que uno de los cisnes se le acercó y le dijo:
—Vamos, ven con nosotros.
—¿Yo?
—Sí, ¿qué esperas?
—Pero… Ustedes son cisnes.
—¿No te has visto? Mírate en el agua.
Entonces el patito feo observó su reflejo en el agua y vio que ya no era pequeño y gris, sino grande, con un cuello largo y hermosas plumas blancas.
—¡Eres un cisne como nosotros! ¿Qué haces ahí solo? ¡Ven, únete a la familia!
Sin dudarlo saltó al agua y fue el cisne más feliz del mundo.
Hansel y Gretel
Hansel y Gretel eran los hijos de un matrimonio muy pobre. El dinero a veces no les alcanzaba siquiera para comer, pasaban mucha hambre. Cansados de ver sufrir a sus hijos decidieron que lo mejor para ellos sería abandonarlos en el bosque bien cerca de un poblado para que alguien los encontrara y les diera casa y comida.
Hansel y Gretel, que casi no dormían por el hambre, escucharon la conversación y Hansel ideó un plan. Buscó un pedazo de pan viejo y se lo puso en el bolsillo.
A la mañana siguiente, con la excusa de vivir un encantador día de campo, el matrimonio llevó a sus hijos al bosque. Hansel, que ya sabía lo que estaba pasando, fue dejando un rastro de miguitas de pan detrás de él para no perder el camino de regreso.
En un descuido, los padres desaparecieron y los niños quedaron solos en medio del bosque. Gretel se puso a llorar y Hansel le dijo que no se preocupara.
Empezaron a seguir las miguitas pero, de repente, se terminaron.
—¡¿Cómo es posible?! —dijo Hansel enojado.
—Creo que ya sé quién es el responsable —le dijo Gretel señalándole a un pajarito que un poco más lejos se estaba dando una panzada de miguitas de pan.
—Descuida, encontraremos el camino por nosotros mismos —dijo Hansel.
Caminaron hacia donde les parecía que podía estar su casa, pero lo que encontraron fue una pequeña casa de chocolate. Paredes, puertas, techo, todo era de chocolate. Empezaron a comer porque estaban muertos de hambre. Pero de repente apareció una ancianita que los invitó a pasar para que pudiesen comer otras delicias que tenía en su cocina.
Los niños aceptaron porque estaban hambrientos pero fue un grave error, porque la anciana resultó ser una bruja a la que le gustaba comer niños.
A Hansel lo metió en una jaula y a Gretel la obligó a fregar un viejo caldero y le dijo que encendiera el fogón. Gretel recordó que las brujas no pueden soportar el olor a menta quemada y, por suerte, ella tenía unas hojitas de menta en el bolsillo. Encendió el fogón y luego exclamó:
—¡Ay, no, se ha apagado!
—Hazte a un lado, niña inútil —dijo la bruja y se asomó al fogón para ver qué había pasado.
Entonces Gretel arrojó las hojitas de menta al fuego y la bruja empezó a gritar:
—¡Qué horrible! ¿Qué es ese olor espantoso? ¡No lo soporto! ¡Ay! ¡Ay!
Y salió corriendo hacia el bosque y desapareció.
Gretel liberó a Hansel y huyeron de allí.
Ya casi era de noche y no tenían idea de hacia dónde caminar pero, por suerte, apareció su padre que, arrepentido, había vuelto a buscarlos.
La Be a Durmiente
En un lejano castillo, la reina dio a luz a una hermosa niña. El rey estaba tan feliz que decidió dar una fiesta. Invitó a todos los pobladores del reino, incluidas las hadas, pero sin querer olvidó a una de ellas.
Durante la presentación de la niña, cada una de las hadas le otorgó un don a la joven princesa.
—Que sea muy inteligente —dijo una de ellas.
—Y muy bondadosa —dijo otra.
—Que sea la más bella del reino.
—Y la más afectuosa —estaba diciendo otra cuando de repente irrumpió en la sala el hada que no había sido invitada.
Llena de furia les dijo:
—Cuando esta niña cumpla quince años se pinchará con una aguja y morirá.
Dicho esto, desapareció.
Todos quedaron conmocionados, no era un destino justo para una niña inocente.
Un hada dijo entonces:
—No puedo romper el hechizo de otra hada, pero puedo atenuarlo. La niña no morirá al recibir el pinchazo, sino que se quedará dormida por cien años y un príncipe será quien la despierte.
De todos modos, el rey dio la orden de que se prohibiesen todas las agujas en el reino. Pero, cuando la princesa cumplió quince años, vio en las inmediaciones del palacio a una anciana
tejiendo y se acercó a ella para ver qué era lo que estaba haciendo. Sin querer tocó una de las agujas y el solo contacto desató el hechizo.
La joven quedó dormida y la anciana, que no era otra que el hada maligna, desapareció satisfecha.
Trasladaron a la princesa a su cuarto y la acostaron en la cama. A partir de ese día, la tristeza invadió al castillo y todos sus habitantes cayeron en un sueño profundo.
Poco a poco las paredes se fueron cubriendo de enredaderas.
Cien años después, un joven príncipe llegó con la intención de despertar a la princesa, pero las enredaderas cubrían todas las entradas. Con ayuda de los pobladores lograron cortar los gruesos troncos que bloqueaban la puerta principal y el joven se adentró en el castillo. Todo estaba tapizado de polvo y los tallos de la enredadera cubrían muebles y techos. Con dificultad llegó a la habitación de la princesa, se acercó a ella y le dio un beso. Entonces mágicamente el hechizo se rompió, la princesa despertó y el castillo recuperó todo su esplendor.
Para celebrar, el rey decidió dar una gran fiesta, y esta vez se cuidó de no olvidar ninguna invitación.
La Bea y La Bestia
Bella vivía junto a su padre y sus dos hermanas en una casa de campo. Bella era muy trabajadora y le gustaba leer en las horas libres. Todo lo opuesto a sus hermanas.
Un día, el padre debía viajar a la ciudad y preguntó a sus hijas si querían que les trajese algo de allí. Las dos hermanas de Bella pidieron vestidos, perfumes, maquillajes. En cambio, Bella, solo pidió una rosa para plantar en el jardín.
Días después, cuando el padre de Bella regresaba a casa, su caballo se asustó por una serpiente y lo tiró de su montura.
Se despertó en un lugar extraño con un fuerte dolor de cabeza, y junto a él había una gran bestia que le preguntó cómo estaba.
—¿Quién es usted? ¿Dónde estoy?
—Mi identidad no importa. Este es mi castillo y usted es mi invitado. Lo encontré tirado en el camino.
—Gracias, se lo agradezco, pero quisiera irme. Mis tres hijas me están esperando.
La Bestia dudo un segundo pero le dijo que podía irse cuando quisiera.
El hombre se levantó de la cama, se vistió y bajó las escaleras. La bestia había desaparecido. Al cruzar el salón principal vio un jarrón con una hermosa rosa. Recordó, entonces, el pedido de Bella y decidió tomarla. Ya se iba cuando apareció la bestia.
—¿Así pagas mi hospitalidad? Robándome. Tendré que castigarte: deberás traerme a una de tus hijas a vivir conmigo. El padre se negó, pero la bestia le dijo que si no lo hacía mataría a las tres.
Desesperado, llegó a su casa y contó lo que le había sucedido. Bella, sin dudarlo, dijo que ella iría.
Al llegar al castillo, la bestia la recibió muy amablemente y le preguntó si quería casarse con ella. Ella dijo que eso era imposible.
Pasaron los días, los meses, y poco a poco se fueron conociendo y Bella se dio cuenta de que detrás de ese pelaje revuelto y esos colmillos había un ser tierno y muy amable.
Un día, Bella recibió noticias de que su padre había enfermado y pidió permiso para ir a verlo. A su regreso, varios días después, encontró a Bestia tumbado en la cama a punto de morir. Bella le pidió que se pusiera bien, que durante su ausencia se había dado cuenta de que lo amaba. Entonces algo pasó: de un momento a otro, la bestia se transformó en un apuesto muchacho.
—Gracias, has roto el hechizo. Solo el amor de una mujer podía romperlo.
Los 3 Cerditos
Tres cerditos llegaron al valle con la idea de construir allí sus casas. El hermano mayor les dijo:
—Tenemos que construir casas fuertes que nos protegan de los lobos. Podríamos hacerlo juntos, sería más fácil para todos.
—No, que cada uno haga su propia casa como le dé la gana —dijeron los otros dos.
El más chico, que era el más travieso y haragán, armó su casa con ramas y paja. El mediano se esforzó un poco más, pero no mucho, levantó su casa con cañas. Los dos terminaron enseguida y se pusieron a jugar. En cambio, el mayor, dibujó un plano y empezó a traer piedras del río.
Cuando los más chicos se aburrían de jugar, iban hasta la obra de su hermano y se burlaban de la casa de piedras que estaba construyendo, pero él no les hacía caso.
Unas semanas más tarde, apareció un lobo hambriento. Los tres cerditos se encerraron en sus casas. El lobo decidió empezar por la de paja.
—¡Soplaré, soplaré y esta casa derribaré! —dijo el lobo.
Y tras el primer soplido, la casa cayó como si fuera de papel. El cerdito huyó hacia la casa de su hermano.
—¡Ja, ja! —rio el lobo—, piensan que esta casucha me va a detener.
—¡Soplaré, soplaré y esta casucha derribaré!
Y tras dos o tres soplidos, la casa se derrumbó y los cerditos tuvieron que salir
corriendo hacia la casa del hermano mayor.
—Vieron, vieron, que tendrían que haber construido una casa de verdad, como la mía —les dijo cuando los hizo pasar.
—Ese lobo es muy fuerte, no sabemos si tu casa resistirá.
—¡Soplaré, soplaré y esta casa derrumbaré! —gritó otra vez el lobo.
Pero la casa ni se movió.
—Soplaré y resoplaré y esta casa derrumbaré —volvió a decir, y nada.
Todo quedó en silencio por unos instantes.
De repente se escucharon ruidos.
—¿Qué es eso?
—Debe estar tratando de entrar por la chimenea —dijo el hermano mayor—, pero no sabe lo que le espera.
—¡Auxilio! ¡Auxilio! ¡Estoy atrapado! ¡Que alguien me saque de aquí, por favor! —empezó a gritar el lobo.
—Te ayudaremos solo si prometes no volver a molestarnos —dijo el cerdito más grande.
—Prometido, no volveré nunca más a este valle.
Entonces el cerdito mayor movió una palanca y destrabó el mecanismo que lo había atrapado.
—¡Gracias! ¡Gracias! —dijo el lobo y desapareció.
—¿Y ahora qué van a hacer? —preguntó el cerdito más grande a sus hermanos.
—¿Nos ayudarías a construir nuestras casas? ¿Sí? Porfa.
Peter Pan
Una noche, mientras dormían, Wendy y sus hermanos escucharon que algo entró por su ventana. Se sorprendieron al ver a un muchacho con vestimenta muy extraña junto a una pequeña hada que flotaba en el aire.
—¿Quién eres? —preguntó Wendy.
—Mi nombre es Peter Pan, y ella es Campanita.
—¿Y qué haces entrando a nuestro cuarto por la ventana en mitad de la noche?
—Es que mi sombra escapó y creo que se escondió en este cuarto. Me siento muy solo sin ella.
—¡Búscala, entonces! —dijo Wendy
Peter Pan revolvió por todos lados y al fin la encontró dentro de un cajón.
—Aquí estaba. Bueno, nos vamos, perdona por haberte despertado, fue un placer conocerte. Cuando quieras, puedes venir al país de Nunca jamás que es donde vivimos.
—¿Podemos ir ahora, Wendy? —dijo uno de los hermanitos. —No creo que sea conven… —intentó decir Wendy, pero fue interrumpida por su otro hermano.
—Sé buena, déjanos ir con Peter Pan a conocer ese fantástico lugar.
—Vamos, Wendy
—dijo Peter Pan—, lo van a
pasar genial, allí están los niños perdidos, las sirenas, los indios, el cocodrilo que quiere comerse al capitán Garfio, los piratas.
—Bueno, está bien, si todos quieren ir, vamos.
Entonces Campanita esparció un poco de polvo de estrellas sobre ellos y todos empezaron a volar.
—¡Guau, esto es genial!
Salieron por la ventana y volaron hasta el país de Nunca jamás.
Al llegar, los niños perdidos los recibieron con una lluvia de flechas.
—¡Basta, no hagan eso! —les gritó Peter Pan—. Traigo nuevos amigos.
A los niños perdidos les encantaba pelear porque extrañaban a sus padres y estaban muy enojados.
Peter les presentó a Wendy y a sus hermanos y los niños perdidos vieron a Wendy, que era mayor que ellos, como a una mamá y le pidieron que les contara un cuento.
Wendy empezó el relato, pero de repente se escuchó una explosión.
—¡Es el capitán Garfio que nos bombardea desde su barco pirata! —gritó uno de los niños perdidos—. ¡Rápido, tenemos que contraatacar! ¡Fuego a discreción!
—Oye, Peter, este lugar no es tan genial como nos dijiste. Hay muchos peligros. No es buen lugar para mis hermanitos. Disculpa, pero nosotros nos volvemos —dijo Wendy.
Entonces los niños perdidos dejaron de tirar flechas al barco y preguntaron:
—¿Podemos ir con ustedes?
—¿Nos contarías cuentos todas las noches?
—No sé si podré hacer eso, pero lo que sí podemos hacer es tratar de encontrar a sus padres.
—Yo me quedo —dijo Peter.
—Serás bienvenido cuando lo desees —respondió Wendy, segura de que muy pronto Peter Pan y Campanita se les unirían.
Pinocho
Geppetto era un carpintero que vivía solo en su vieja carpintería. Un día se le ocurrió hacer un muñeco de madera que tuviera el aspecto de un niño para sentirse acompañado durante sus largas jornadas de trabajo. Pensó en llamarlo Pinocho.
Trabajó sin descanso hasta que el muñeco quedó terminado. Cuando se sentó a observarlo, lo vio tan parecido a un niño de verdad que deseó con todas sus ganas que realmente tuviese vida. Esa noche, mientras Geppeto dormía, apareció un hada madrina que decidió premiar al anciano por su bondad y, con un toque de su varita mágica, le dio vida a Pinocho.
A la mañana siguiente, Geppeto no podía creer lo que veían sus ojos: Pinocho le hablaba y lo llamaba papá. Geppeto juró cuidarlo igual que a un niño, así que lo primero que hizo fue mandarlo a la escuela.
Pinocho tuvo la mala suerte de hacerse amigo de dos niños que estaban acostumbrados a mentir, a burlarse de los demás y a hacer travesuras. Y casi sin darse cuenta empezó a comportarse de la misma manera.
Cuando el hada madrina se enteró, apareció frente a Pinocho y le dijo que si en lugar de estudiar seguía haciendo travesuras haría que le crecieran orejas de burro, y que cada vez que dijese una mentira le crecería un poquito la nariz.
Pinocho, no le hizo caso y de repente, ¡plaf!, le crecieron dos enormes orejas de burro. Y como siguió con las mentiras, su nariz se fue haciendo más y más larga.
Avergonzado, no quiso volver a su casa y se fue a vagar por ahí. Hasta que un día se dio cuenta de que extrañaba mucho a Geppeto y decidió volver. Pero, al entrar a su casa, Geppeto no estaba.
Los vecinos le dijeron que se había ido a buscarlo y que cuando estaba remando en el mar hacia una ciudad vecina se lo había tragado una ballena.
Pinocho decidió ir a rescatarlo, así que se subió a un bote y salió al mar. A lo lejos vio el chorro de una ballena, remó hacia ella y cuando le fue a preguntar por Geppeto se lo tragó.
Ya dentro de la panza de la ballena, escuchó un lamento y descubrió que era Geppeto. Se dieron un gran abrazo y a Pinocho se le ocurrió hacer una fogata para que el humo hiciese estornudar a la ballena y de esa manera poder escapar. Y así fue, la ballena dio un enorme estornudo y los dos salieron disparados hacia afuera.
Cuando el hada se enteró de la buena acción de Pinocho y de lo arrepentido que estaba de haberse portado mal, lo perdonó y lo convirtió en un niño de verdad, de carne y hueso.
Rapunzel
Un leñador y su esposa vivían junto a la mansión de una bruja que tenía en sus jardines verduras, hortalizas y frutales de todo tipo. Siempre imaginaban lo delicioso que sería comerse una ensalada preparada con las verduras de su vecina.
Un día, el leñador no aguantó más y, aunque sabía que la bruja era una malvada capaz de castigar severamente a quien se atreviese a entrar a su propiedad, se animó a saltar la cerca y robó algunas plantas. Pero la bruja lo descubrió y le dijo:
—¡¿Cómo se atreve a robar mis cultivos?!
—Disculpe, señora, es que mi esposa está esperando un hijo y tiene que comer algo nutritivo.
—Te perdonaré si prometes entregarme a tu hijo ni bien nazca.
El hombre, atemorizado, se vio obligado a aceptar el trato.
Meses más tarde, la mujer del leñador dio a luz una hermosa niña a quien llamó Rapunzel. La bruja vino a buscarla a los pocos días.
Temiendo que sus padres decidieran rescatarla, la bruja escondió a la niña en una torre sin puertas y con una única ventana en lo alto.
Para subir a visitarla, la bruja le gritaba desde abajo a Rapunzel que arrojase por la ventana sus trenzas, que llegaban casi hasta el piso, y trepaba por ellas.
Un día, un apuesto príncipe escuchó a alguien que cantaba y, atraído por esa voz tan melodiosa, llegó a los pies de la torre. Justo vio a la bruja cuando visitaba a Rapunzel. Esperó a que se fuera y decidió investigar quién estaba
encerrado en la torre. Repitió lo que había hecho la bruja y trepó hasta la ventana.
Cuando Rapunzel lo vio, se asustó, pero después comprendió que no quería hacerle daño y se hicieron muy buenos amigos.
Un día, la bruja vio al príncipe bajando de la torre, así que enojadísima subió a ver a Rapunzel y con unas tijeras le cortó la trenza y la llevó hasta un desierto donde la abandonó.
Al otro día, cuando el príncipe vino a visitar a Rapunzel, la bruja, escondida en lo alto de la torre, lanzó la trenza hacia abajo y el príncipe trepó por ella. Cuando estuvieron cara a cara le hizo un hechizo y lo dejó ciego.
El príncipe vagó muchos meses, a tientas por el bosque, buscando a Rapunzel. Un día escuchó una melodía que cantaba una hermosa voz, se dejó guiar por ella y llegó hasta donde estaba su amada. Rapunzel lo abrazó, y cuando vio que estaba ciego se puso a llorar. Una de las lágrimas entró en uno de sus ojos y, mágicamente, recuperó la visión.
Se casaron y fueron muy felices viviendo juntos.
Simbad y sus hombres navegaban en busca de tesoros cuando los atrapó una tormenta. Simbad trabajó más que nadie para achicar las velas y evitar que el viento destrozara su barco, pero tuvo la mala suerte de que una ola traicionera la arrojara fuera del barco y cayó en medio del mar embravecido. Se pudo agarrar de un madero y flotó toda la noche a la deriva.
Cuando despertó se encontraba en una isla desierta. Trepó al lugar más alto para ver si su barco andaba cerca, pero solo vio mar y nada más que mar. Desanimado se imaginó que pasaría el resto de sus días solo en esa pequeña isla.
De repente algo llamó su atención, era un objeto enorme de forma redondeada y muy blanco. Se acercó a ver qué era y justo en ese momento el cielo se oscureció y cuando miró hacia arriba vio a una gigantesca ave Roc que bajaba a empollar sus huevos. Simbad se hizo a un lado justo a tiempo y comprendió que ese objeto misterioso no era otra cosa que un huevo de ave Roc.
Entonces se le ocurrió una idea para escapar de la isla. El ave Roc en algún momento tendría que volar en busca de comida, así que desarmó su turbante y se ató a una de sus patas sin que ella se diera cuenta.
Al atardecer el ave se puso en pie y se lanzó acantilado abajo. Simbad se aferró al paño del turbante y voló detrás de ella.
Llegaron a otra isla llena de montañas.
El ave descendió entre dos acantilados y se trenzó en lucha con una gigantesca serpiente. Simbad se metió dentro de una cueva para protegerse y descubrió que algo brillaba en su interior. ¡Eran diamantes gigantescos! Rápido metió una buena cantidad en su morral pero cuando fue a sentarse para admirarlos vio que algo se movía. Esforzó su vista y descubrió que tanto el piso como las paredes estaban cubiertas de serpientes. Corrió
hacia afuera y vio que la isla entera estaba tomada por las serpientes.
“Ay, no —pensó—, tengo diamantes como para ser el hombre más rico del mundo y no podré salir vivo de esta isla”.
Pero entonces sintió un tirón y fue arrastrado por el ave Roc que remontaba vuelo. Del susto se había olvidado de desatarse.
Mientras volaban sobre el mar, Simbad vio un barco y sin perder tiempo cortó la tela con su cuchillo y cayó muy cerca de él.
—¡Simbad! —gritaron sus compañeros que lo habían estado buscando todo el día sin éxito.
—¡No se imaginan lo que encontré! ¡Somos ricos! —gritó Simbad, feliz por su buena suerte.
INDICE
Aladino y la lámpara maravillosa .........................
Págs. 4 y 5
Blancanieves ..................................................
Págs. 6 y 7
Caperucita Roja ................................................
Págs. 8 y 9
La Cenicienta ................................................ Págs.
10 y 11
El Gato con Botas ...........................................
Págs. 12 y 13
El Patito Feo .................................................. Págs.
14 y 15
Hansel y Gretel ............................................... Págs.
16 y 17