ElPrincipito
- Antoine de Saint-Exupéry -
Hace seis años, volando por el desierto de Sahara, mi avión tuvo desperfecto y tuve que hacer un aterrizaje de emergencia. Estaba muy preocupado porque solo disponía de agua para beber ocho días.
La primera noche dormí sobre la arena a unos mil quinientos kilómetros de distancia del lugar habitado más próximo. De pronto, escuché una vocecita que me dejó sorprendido: —Por favor… ¡dibújame un cordero!
—¡Eh!
—Dibújame un cordero… Me froté los ojos para ver a mi alrededor. Vi a un muchachito que me miraba con inquietud. No me parecía ni cansado, ni hambriento, ni perdido. Cuando por fin logré hablar, le dije: —Pero… ¿qué haces aquí? —Por favor… dibújame un cordero… —repitió suavemente.
Después de varios intentos fallidos, dibujé una caja y le dije que el cordero estaba adentro.
—¡Así es como yo quería! ¿Crees que necesitará mucha hierba este cordero? Porque en mi casa todo es pequeño… Y fue así cómo conocí al principito.
Me costó mucho tiempo comprender de dónde venía. El principito me hacía muchas preguntas:
—¿Qué cosa es esa?
—Eso no es una cosa. Eso vuela. Es un avión, mi avión.
—Entonces
¿tú también vienes del cielo? ¿De qué planeta eres tú?
—¿Tu vienes de otro planeta?
— le pregunté—. ¿De dónde vienes, muchachito?
¿Dónde está tu casa?
Con lo que me dijo el principito imaginé que su planeta era apenas más grande que una casa. Pero no me asombraba, sabía que, aparte de planetas grandes como Júpiter o Marte había otros más pequeños difíciles de ver a través del telescopio.
En el planeta del principito había hierbas buenas y hierbas malas y, por lo tanto, semillas de unas y otras.
De las buenas semillas salían buenas hierbas y de las malas semillas, malas hierbas. Las semillas duermen dentro de la tierra durante un tiempo, hasta que una de ellas despierta en una encantadora ramita que mira hacia el sol.