UNA GRANJA LLENA DE CUENTOS Hernán Galdames
La oveja dijo Muu! E
sa mañana, la oveja se despertó y dijo: ¡Muuu! La primera que paró la oreja fue la vaca: ¿Qué? ¿Cómo? Alguien que no soy yo dijo ¡Muu! Miró para todos lados y no vio nada raro, así que siguió masticando pasto tranquila. Al rato, de nuevo: ¡Muu, muu! Esta vez, la vaca perdió la paciencia. Casi se atraganta del enojo. ¿Quién le estaba robando su mugido? A lo lejos volvió a escucharlo y vio que era la oveja. Al trotecito se acercó a ella y le dijo: Me estás robando mi ¡Muu! La oveja negó con la cabeza y sin querer se le escapó otro ¡Muuu! Era el colmo, en su propia cara le decía ¡Muu! Entonces la vaca, muy disgustada,
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se puso a decir ¡Beee, beee! Y recorrió toda la granja balando como una oveja: ¡Beee, beee! La escuchó el gallo y sin saber por qué, en lugar de cantar su clásico ¡Quiquiriquí! se le ocurrió decir ¡Pió, pió, pió! Los pollitos, sorprendidos, se pusieron a gruñir: ¡Oink, oink!, como lo hace el cerdo. El cerdo se puso a relinchar como un caballo: ¡Hiii!. Al caballo no le quedó más remedio que ponerse a gritar ¡Quiquiriquí! La gallina, para no ser menos, empezó a gluglutear como un pavo: ¡Glu, glu! El pavo, desorientado, a ladrar como un perro: ¡Guau, guau! El perro, a maullar como un gato y el gato a aullar como el lobo. Hasta la noche, la granja fue un desconcierto de sonidos confundidos. Pero, por suerte, a la mañana siguiente, la oveja se despertó y dijo: ¡Beee!
FIN
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La vaca atolondrada
F
lorina es una vaca atolondrada. ¿Qué significa atolondrada? Que no piensa mucho lo que hace. También podríamos decir que Florina es una vaca glotona. Florina, cuando come (y come mucho) no piensa lo que hace. Come y come sin parar y, lo que es peor, ¡sin masticar! Ustedes saben que las vacas mastican su alimento, lo tragan y después lo regurgitan para seguir masticándolo y así sacarle bien los nutrientes. Bueno, Florina no hace todo eso. Arranca los pastos y se los traga rapidito para poder seguir comiendo. La cuestión es que el otro día, Florina se atragantó con unos yuyos que se le atravesaron en la garganta. Menos mal que el jilguero andaba cerca. —¿Qué te pasa, Florina? –dijo el jilguero, que llegó volando cuando la vio con los ojos cruzados, la lengua afuera y un color
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azulado que iba creciendo en su cara. —¡AAJ, AAJ! –fue todo lo que pudo decir Florina. El jilguero se puso a gritar como un loco: —¡Ayuda! ¡Socorro! ¡Florina se ahoga y hay que darle RCP! —Por ahí andaba el burro que se acercó cuando escuchó los gritos. —RC… ¿qué? –dijo el burro. —¡RCP! ¡Reanimación cardio pulmonar! –gritó el jilguero desesperado. La vaca se ponía cada vez más azul. —¿Y por qué no lo haces tú? –le dijo el burro al jilguero. —Porque yo soy muy chiquito y la vaca, muy grande. Y además no sé cómo se hace. De repente la vaca hizo unos ruidos raros, escupió algo verde y al fin pudo tomar una gran bocanada de aire. —Ay, qué susto me di —dijo la vaca atolondrada—. Pensé que no iba a poder seguir comiendo.
FIN
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E
l granjero estaba harto de despertarse sobresaltado todas las mañanas. Lo que pasaba es que el gallo de la granja tenía uno de esos cantos estridentes y enloquecidos que le ponen a uno los pelos de punta. Cada vez que el gallo cantaba, el granjero daba un salto en la cama, rebotaba contra el colchón y terminaba en el piso. No aguantaba más, el pobre. Así que decidió jubilar al gallo y comprar uno nuevo. Pero no crean que compró un gallo común, de esos que se venden en las pajarerías; encargó uno por internet que le costó un dineral. Se trataba de un gallo especial, un gallo barítono. No, no es una raza de gallos; barítono se refiere al timbre de su canto: ni muy estridente ni muy bajo, justito a la mitad. Le prometieron que con un gallo así, sería como despertar arrullado por el canto de
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las hadas. La primera noche de gallo nuevo, el granjero se fue a dormir feliz, aunque un poco ansioso. Dio vueltas en la cama un buen rato y pasada la media noche se durmió. A la mañana siguiente, soñaba que corría entre nubes de algodón cuando empezó a despertar. Primero abrió un ojo, después el otro, un gran bostezo y al fin se sentó en la cama. Esto es un despertar armonioso, pensó. Feliz,se asomó por la ventana y… ¡algo no estaba bien! Mucha luz, gallinas, vacas y cerdos sentados en la puerta de la casa. Miró el reloj y casi le da un ataque: ¡Eran las doce del mediodía! ¡Los animales sin comer! ¡Las vacas sin ordeñar! ¡Un caos total! —¡¿Dónde está ese gallo, por qué no me despertó?! —gritó por la ventana. —El gallo duerme, jefe —respondió el caballo. —¿Pero cómo es posible? —Dijo que tiene que cuidar su voz, que no puede cantar al amanecer con el frío que hace. El sol asoma en el horizonte. El viejo gallo, más feliz que nunca, sacude sus plumas y ¡¡¡Quíquiriquiii!!! El granjero salta en el lugar, rebota contra el colchón y cae de cola al piso. Hora de empezar a trabajar.
FIN
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Mama gallina M
arcia, una de las gallinas de la granja, había tenido un montón de pollitos. Bueno, había puesto unos cuantos huevos de los que habían salido un montón de pollitos. Eran tan tiernos, tan frágiles y hermosos que Marcia no los dejaba un minuto solos. Los protegía con sus alas, hacía que durmieran pegados a ella, les daba de comer en la boca, les limpiaba las plumas con su pico y no los dejaba salir del gallinero por nada del mundo. Pasaron las semanas y los pollitos crecieron. Todos los demás pollitos del gallinero ya salían al patio a jugar y sabían comer solos. Pero no los de Marcia, que continuaban pegados a ella día y noche. Las otras mamás gallina le decían: —Marcia, tienes que despegarte de esos pollos. Ya están grandes, tienen que aprender a valerse por sí solos.
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—Sí, sí —respondía Marcia—, mañana los dejaré salir. Y al otro día, en el patio, todos los pollitos del gallinero jugaban, reían y perseguían lombrices menos los pollitos de Marcia. Esa tarde hubo reunión de gallinero. El gallo y todas las gallinas le explicaron a Marcia que si no dejaba que sus pollitos salieran solos nunca iban a aprender a buscar su propio alimento. Marcia prometió que al otro día los dejaría salir. Llegó la mañana y Marcia, muy a su pesar, les dijo a los pollitos que salieran a jugar solos, que ella tenía muchas cosas que hacer. Los pollitos dieron unos pasos en dirección a la puerta, pero volvieron corriendo a refugiarse entre las plumas de su madre. —Tenemos miedo mamá —dijo uno de los pollitos. —No teman, yo los voy a acompañar. Ya en el patio, los pollitos continuaban pegados a Marcia, pero, de a poco, empezaron a acercarse a los otros, se hicieron amigos y, al rato, ya jugaban y buscaban lombrices como todos los demás.
FIN
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Curso de vuelo L
a urraca se acercó a los pollitos y les dijo: —Si quieren, les puedo enseñar a volar. —Pero si los gallos y las gallinas no volamos —dijo un pollito. —Eso es porque nadie les enseña. Si me dejan ser su instructor, van a volar como águilas. Los pollitos entusiasmados dijeron que sí. Pero la urraca les puso una condición: que todos los días que tuvieran curso le llevaran mucho alpiste. Al otro día, los pollitos se encontraron con la urraca en el lugar que les había indicado. Antes de empezar con las lecciones, cada uno le dio su porción de alpiste. —Esto de volar es muy fácil —dijo la urraca—, tienen que correr hasta donde se acaba la loma y saltar agitando bien fuerte las alas. Miren como se hace. La urraca corrió, dio un salto al vacío y empezó a volar sin ningún problema.
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—Bueno, ahora les toca a ustedes. ¿Quién es el primero? Uno de los pollitos tomó carrera, corrió bien rápido y cuando llegó al borde de la lomada dio un salto y desapareció. Los demás se asomaron a ver cómo estaba y vieron al pobre pollito sentado en el piso con un chichón en la cabeza. —Eso le pasó porque no corrió lo suficientemente rápido —dijo la urraca—. ¿Quién sigue? Otro de los pollitos hizo lo mismo y terminó igual que el anterior. Con un gran chichón en la cabeza. —Eso pasó porque no agitó las alas con fuerza. Todos los pollitos tuvieron la misma suerte, pero la urraca les dijo que por ser el primer intento habían estado muy bien. Propuso seguir al día siguiente y les dijo que no olvidaran el alpiste. Cuando el gallo vio a los pollitos todos machucados les dijo: —No me digan que la urraca hizo de nuevo su engaño. Todos los años, lo mismo. Chicos, los gallos y las gallinas no volamos. Nunca más se dejen engañar por esa urraca malvada.
FIN
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E
El mejor amigo
ra el día de votar al “Mejor amigo” de la granja. Muy temprano empezaron los preparativos. Había que poner una mesa en el patio, coser una bolsa en el que cada animal metería un papelito con el nombre del amigo al que votaban, elegir a los que serían los encargados de contabilizar la votación y decidir qué premio se llevaría el ganador. Repartieron las tareas y todos se pusieron a trabajar muy contentos. El único que no trabajaba era el cerdo. En lugar de colaborar, se pasó el día tratando de convencer a los demás de que él era el “Mejor amigo”. Por ejemplo, se acercó al Pato y le dijo: —Don Pato, ¿se acuerda del día que lo salvé de morir ahogado porque se había enredado con unos alambres? —Sí, me acuerdo —dijo el Pato—. Pero también me acuerdo de todos las veces que te pedí que no embarraras la laguna y no me hiciste caso. —No recuerde lo malo, don Pato, concéntrense en todo lo bueno que yo le di
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y le puedo dar; como esta manzana que se la regalo porque lo considero un gran amigo. Y así con todos: rememoraba alguna vez que los había ayudado y les regalaba frutas, verduras o lo que hubiese podido robar de la huerta. Llegó la hora de la votación y uno por uno fueron poniendo sus papelitos dentro de la bolsa. Cuando terminaron, el caballo desparramó los votos sobre la mesa y con la ayuda del perro empezaron a desdoblarlos. La rana era la encargada de anotar los nombres de cada voto en un papel. ¡La ganadora fue la vaca! Tuvo más papelitos que nadie. Y como premio le dieron un pote lleno de miel que donaron las abejas. ¡Qué contenta se puso! Le encanta la miel. El cerdo, muy desilusionado, le dijo al caballo: —No entiendo por qué no me votaron a mí. Fui rebuen amigo. Y el caballo le contestó: —Es verdad, hoy fuiste muy bueno con todos; pero para ganar el premio, hay que ser buen amigo todos los días del año.
FIN
L MIE
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Mas rapido que el viento A
Rony, el caballo de la granja, le encanta galopar. Dice que algún día va a poder correr más rápido que el viento. Los demás animales de la granja se ríen de él y le dicen que eso es imposible. Pero Rony no les hace caso. Todas las tardes va al campito y corre de acá para allá sin parar. Vuelve cansado antes del anochecer y sus amigos, cuando lo ven, le preguntan: —Y, ¿cómo te fue hoy? ¿Pudiste ganarle al viento? Y Rony siempre contesta: —No pude, pero faltó poco. Mañana me irá mejor. Pasó el tiempo y un día Rony anunció que esa tarde estaba seguro de que le ganaría al
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viento, e invitó a sus amigos a que fueran a verlo. Todos marcharon hasta el campito y Rony se puso muy contento cuando los vio llegar. Hizo unos trotes de entrenamiento y se preparó para la carrera. De repente el viento empezó a soplar. Había ráfagas muy fuertes que doblaban los árboles y agitaban los pastos. Rony esperó una de esas rachas y empezó a correr. Todos quedaron sorprendidos de lo rápido que era. Corrió y corrió en medio de los remolinos de tierra hasta que lo perdieron de vista. El sol se fue escondiendo tras el horizonte, el viento amainó y Rony no aparecía. Empezaron a preocuparse pero de repente lo vieron venir a lo lejos. Caminaba cansado y con la cabeza gacha. —¿Y, cómo te fue Rony? ¿Le ganaste? —le preguntó el toro. —No pude. Lo di todo pero me ganó. —No es necesario que le ganes, eres el más rápido de la granja, eso debería ponerte feliz. —Sí, ya lo sé. Pero el desafío de correr más rápido que el viento hace que cada día corra mejor. Tal vez algún día, pueda ganarle.
FIN
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La danza de la lluvia
M
amá pata y sus patitos llegaron a la laguna para darse un buen chapuzón. Pero… ¡¿Y la laguna?! ¡Se fue! O, mejor dicho: estaba, pero sin agua. Mamá pata y sus patitos no entendían qué había pasado, la laguna era ahora un pozo de tierra seca. Por ahí andaba la perdiz que, al verlos tan preocupados, se acercó y les dijo: —A veces pasa. La que sabe cómo hacer que vuelva el agua es la vizcacha. ¿Por qué no van a verla? Caminaron hasta la cueva de la vizcacha y le contaron. —Lo único que se puede hacer es bailar la danza de la lluvia —aconsejó la vizcacha. —¿Y cómo es eso? —preguntó mamá pata. —Tienen que bailar alrededor de la laguna hasta que se ponga el sol. La pata y los patitos le hicieron caso y bailaron todo ese día hasta el anochecer. Muy cansados, volvieron a su refugio y se fueron a dormir sin comer.
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A la mañana siguiente mamá pata preguntó: —¿Alguien escuchó la lluvia? —Yo no escuché nada, mamá —dijo uno de los patitos. —Yo tampoco. —Ni yo. —Ni yo. —Me parece que la vizcacha se rio de nosotros. Afuera el cielo estaba muy azul y la tierra reseca. Después de desayunar partieron hacia la laguna con muy pocas esperanzas. Pero, cuando ya estuvieron cerca, vieron que la tierra estaba húmeda y había pequeños charcos. Uno de los patitos empezó a correr, trepó el terraplén que ocultaba a la laguna y desde ahí arriba les gritó: —¡Hay agua! ¡La laguna rebalsa de agua! Entonces salieron todos corriendo y se metieron al agua sin esperar a mamá pata que los seguía gritándoles: —¡Esperen, esperen, primero tenemos que ir a agradecerle a la vizcacha. Pero, para cuando mamá pata terminó de decir la frase, los patitos ya estaban todos en el agua. —¿No me escucharon? —dijo mama pata enojada. —Después, mámá, después.
FIN
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La cabrita escaladora
M
amá cabra está desesperada, otra vez su hija se ha trepado a una piedra y le da miedo bajar. —¡Vamos, hija, ya es hora de que bajes de ahí! Te has pasado la tarde parada encima de esa roca. Hay que ir a comer, ya se viene la noche. —Me da miedo mamá. —No lo pienses, da el salto y ya está. —¡No puedo, mamá, no puedo! De a poco, las demás cabras y chivos de la granja se fueron juntando alrededor de la gran piedra sobre la que estaba subida la cabrita. Todos le daban consejos. Unos que saltara hacia adelante, otros que se deslizara de espaldas, los más duros le decían que se quedara ahí toda la noche, que ya se le iban a ir las ganas de hacer ese espectáculo. Los más considerados querían subir a ayudarla pero la mamá no se los permitía porque quería que su cabrita aprendiera a desenvolverse sola.
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El sol se fue a dormir y seguían todos alrededor de la piedra en medio de la oscuridad. —¡Mamá —lloraba la cabrita—, ahora no solo tengo miedo de bajar sino que me da miedo la oscuridad! Fue tal el revuelo junto a esa roca, que de repente se encendieron las luces de la casa y salió el granjero con una linterna. —¿Qué está pasando acá? —bramó el hombre—. ¿Por qué no están en el establo? —¡Beee, beee! —baló mamá cabra señalando la piedra. El hombre iluminó con la linterna y vio a la cabrita temblando como una hoja. —¿Pero qué haces tú ahí, se puede saber? ¡Vamos, baja de ahí! Y como la cabrita no se movía, el hombre se acercó a la roca, estiró sus brazos y la levantó en el aire. —Ven aquí, pequeña escaladora. ¡Qué dolores de cabeza nos vas a dar! Y después de ponerla en el piso, le dio una palmada en la cola y dijo: ¡Vamos, todos al establo, que mañana hay que madrugar! Al otro día, a eso del mediodía, se escuchó un ¡Meee, meee! en lo alto de un árbol. Era la cabrita que llamaba a su mamá.
FIN
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El pavo sin cola
C
omo todos los días, el pavo de la granja salió a dar su ronda por los alrededores. Primero se detuvo en el cantero de flores de la esposa del granjero y se comió algunos pétalos, no muchos, porque sabía que si no se iban a enojar con él; después picoteó algunas moras que caían del árbol; luego tomó un poco de agua en el estanque y al final se puso a correr a una mariposa gigantesca. Cuando se dio cuenta, estaba lejísimo de la granja. La mariposa le rozó la cabeza, como burlándose de él, y voló bien lejos. Entonces el pavo dio media vuelta y emprendió el camino de regreso. Pero de repente, apareció un puma. ¡Qué susto! El pavo tomó carrera y levantó vuelo, pero el puma alcanzó a darle un zarpazo y le arrancó todas las plumas de la cola. El pavo voló como pudo, medio descontrolado, y pudo refugiarse en lo alto de un árbol. El puma esperó un buen rato a que bajara, pero se cansó y se fue.
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Ya en tierra, el pavo inspeccionó su cola y fue terrible lo que vio: no había cola. Ni una pluma le había quedado. ¿Cómo iba a hacer ahora para impresionar a las pavas? La cola es algo muy importante para un pavo. Muerto de vergüenza, decidió no volver a la granja hasta que le crecieran de nuevo las plumas. En la granja, llegó la noche y todos se empezaron a preocupar. Nadie sabía nada del pavo. Nadie lo había visto. Las pavas lloraban desconsoladas. Salieron a buscarlo y junto a un árbol encontraron algunas de sus plumas. Todos pensaron lo peor. Esa noche hubo llantos y mocos hasta la madrugada. Pasó el tiempo y un día vieron a un pavo que venía hacia la granja. Primero pensaron que era un pavo nuevo, por la hermosa cola que lucía, pero cuando se acercó escucharon: —Hola amigos, soy yo, ¿no me reconocen? Entonces se asustaron porque creyeron que era su fantasma. —No tengan miedo, no soy ningún fantasma. Me tomé unas vacaciones pero ya estoy de vuelta. Esa noche hubo una gran fiesta en el gallinero.
FIN
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El cisne del atardecer
T
odas las tardes, cuando el sol empieza a perder fuerza y ganan las sombras, los animalitos de la granja van hasta el borde de la laguna y esperan. Se quedan por allí, en silencio, mirando hacia el horizonte. Es que todas las tardes llega volando un cisne blanco y se posa sobre el agua con la suavidad de una hoja de otoño. —¡Qué hermoso es! —dice el Pato—. ¡Cómo me gustaría tener un cuello así de largo y curvado! —Yo me conformaría con poder volar como él —dice la vaca. —Ojalá yo tuviera un plumaje tan blanco y tan bello —dice el ñandú. —A mí me gustaría tener su libertad. Poder volar todo
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el día por lugares desconocidos y al atardecer posarme sobre la laguna a descansar —dice la rana. —A mí me encantaría poder nadar con la suavidad con que él lo hace —dice el buey. —A mí me gustaría ser poseedora de su misterio: llegar aquí todas las tardes y que nadie sepa por qué ni para qué —dice la vaca. —¡Miren, ya se va! —dice el pato. —Igual que siempre —agrega el ñandú. Y el cisne empieza a aletear y a patalear, corre sobre la superficie del lago hasta que al fin consigue tomar altura. Todos observan cómo se aleja. En unos segundos ya no es más que un punto blanco en el carmín del cielo. Mientras vuela, solitario, en busca de algún lugar donde pasar la noche, el cisne piensa: “Cómo me gustaría que algún día me invitaran a vivir con ellos en su granja.”
FIN
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El raton y la comadreja E
l ratón de la granja es uno de esos a los que no les gusta compartir. Si encuentra un pedazo de queso y alguien le pide, su respuesta es: “No, no, esto es mío y no lo comparto”. O si le cae del cielo una manzana, la esconde enseguida para comérsela él solo. Un día, la comadreja encontró una horma entera de queso. Cuando el ratón la vio con ese magnífico y aromático y delicioso e imperdible manjar, se le acercó y le dijo: —¿No te lo vas a comer tú sola, verdad? —De ninguna manera —respondió la comadreja—, lo voy a compartir… —Ay, que alivio —interrumpió el ratón—, pensé que no me ibas a dar. —Lo voy a compartir con mis hijos, que son muchos —terminó de explicar la comadreja. Y empezaron a aparecer sus hijos que eran como diez. De a uno se fueron subiendo a su lomo y se acomodaron como pudieron agarrándose bien fuerte con sus garras.
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—¡Vamos chicos, que cuando lleguemos a casa nos vamos a comer este delicioso queso! —dijo la comadreja. Cuando ya casi se iban, al ratón se le ocurrió una idea. Corrió tras la comadreja y de un salto se subió a su lomo y se confundió con las crías. “Son tantos, que uno más ni lo va a notar”, pensó el ratón. Ya en su cueva, la comadreja cortó el queso en muchos pedacitos y le fue dando uno a cada uno de sus hijos. El ratón recibió el suyo como todos los demás. Estaba riquísimo. Después de comer todos se quedaron dormidos y aprovechó para escapar. Al otro día el ratón andaba por ahí, buscando comida, cuando vio a pasar a la comadreja. —¡Hola, comadreja! —Hola, ratoncito. ¿Y, te gustó el queso de ayer? —¿Qué, te diste cuenta de que me colé entre tus hijos? —Claro, una madre sabe muy bien quiénes son sus crías y quién no. —Y si sabías que era yo, ¿por qué me diste de tu queso? —Para que aprendieras lo hermoso que es compartir.
FIN
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F
Felipe y las pulgas
elipe, el perro de la granja, anda con pulgas. Hace varios días que de repente se sienta en el lugar y se rasca desesperado con la pata trasera. —¿Qué te pasa, Felipe? —le pregunta la oveja. —Nada. Alguna pulguita que me está molestando. —¡Pulgas! ¡Emergencia! ¡Felipe está con pulgas! —grita enloquecida la oveja. Aparecen todos los animales de la granja. —¡Que no se acerque! —dice desesperada la gallina. —Sí, mantén tu distancia —le dice el toro a Felipe. —Ey, no exageren, es solo una pulguita. —Sí, ya conocemos a tu pulguita. El verano pasado nos la pasamos rascando por tu culpa. —Lo que puedes hacer —le dice la oveja— es ir al establo y pedir que te esquilen, como hacen conmigo. No va a quedar una sola pulga en pie. —Ni loco perdería mi hermosa pelambre.
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—¿Por qué no haces como yo? —le dice la rana—, un buen baño en el estanque y se ahogarán todas las pulgas. A Felipe le parece una buena idea, así que corre hasta el estanque y se tira de cabeza. Al salir, todos lo observan con atención. De repente, Felipe se sienta y se empieza a rascar otra vez. —No sirvió —dice la perdiz—. Lo que si funciona son los baños de tierra. Felipe le hace caso y se revuelca, bien revuelto, en la tierra. Pero de repente, su patita vuelve a la acción —Tampoco sirvió —dice el cerdo—. Lo mejor es sumergirse en el barro, no hay pulga que lo resista. Felipe va hasta el charco y se mete hasta el cuello. Cuando sale, parece un muñeco de barro. Todos esperan... Y de repente: otra vez la patita de atrás vuelve a sus andadas. Sin aviso, aparece el granjero. —¡Pero, Felipe, estás hecho un asco. Ven conmigo. Unas horas después reaparece Felipe con la cola entre las patas. —¡Ja, ja! —grita la oveja—. Yo tenía razón: para las pulgas, nada mejor que una buena esquilada.
FIN
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Un burrito feliz L
os animales de la granja corren para avisarle al burro. Pero, ¿dónde se ha metido? Lo buscan en el granero, en la huerta, en el campito y no lo pueden encontrar. —¡Ay, no! ¡Se lo va a perder! —dice la gallina afligida. —Sería una lástima, con lo que le gusta —agrega la oveja. De repente viene volando una abeja. —¡Ya lo encontré! ¡Ya lo encontré! Le dije que se apurara y está viniendo al trotecito. A lo lejos se escuchan unos rebuznos y lo ven venir a toda carrera. —¿Se puede saber dónde estabas? —le pregunta la gallina al burro que ha llegado con la lengua afuera. —Estaba comiendo tréboles frescos, allá, detrás del
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bosque de eucaliptus. Pero, ¿es verdad que ya llegaron? —Sí, recién, recién. Todavía están en la casa. Pero en cualquier momento salen —respondió la oveja. —¿Cómo estoy? ¿Me veo bien? —dice el burro preocupado. —Estás hermoso como siempre —responde la gallina. —¡Miren! ¡Ahí vienen! El burro empieza a rebuznar de contento. Por el caminito vienen el granjero y sus sobrinos. Cada vez que los niños vienen de visita, le piden a su tío que los lleve a pasear en burro, y eso, a él, le encanta. —¿Cómo está mi burrito? —dice el granjero cuando se acerca—. Hoy tienes trabajo que hacer. Los dos niños se suben al lomo del burro y empiezan a andar por el camino que da toda la vuelta a la granja. Qué contento que está. Le encanta pasear con los niños. Además, al fin del paseo, el granjero siempre le da un premio especial: una zanahoria que junta de la huerta durante la caminata.
FIN
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U
Espanta pajaros?
na cotorra llega volando y se posa en la cabeza del espantapájaros de la huerta. —¡Ey, espantapájaros! ¿No te cansas de estar aquí parado día y noche sin hacer nada? Te cuento que no espantas a nadie. Todos los pájaros de la zona sabemos que no eres más que un monigote de paja vestido con ropa vieja del granjero. ¡Ja, ja! Qué ingenuos, pensar que nos vamos a asustar de un muñeco. En eso llegan más cotorras, revueltas y ruidosas, y se paran una al lado de la otra en los brazos estirados del espantapájaros. Una de ellas le dice a la que está sobre la cabeza: —¿Qué haces hablando con un muñeco sin vida? —¡Ja, ja, ja! —ríen las demás. —Es verdad, este espantapájaros está más duro que un ladrillo.
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—¡Ja, ja, ja! —Y más frío que el estanque en invierno. —¡Ja, ja, ja! —Y más aburrido que un canario enjaulado —¡Ja, ja, ja! —Ey, “espantanada”, ahora me doy cuenta de que tus ojos son dos botones. —¡Y tu nariz una zanahoria! —¡Ja, ja, ja! Y de repente, el espantapájaros se agita, mueve sus brazos, la cabeza, todo el cuerpo. Las cotorras salen volando. —¡Ay, mamita, qué susto me dio! —¡Volemos de aquí, creo que se enojó! —¡A mí casi me agarra de la cola! —¡A mí me arrancó tres plumas! El espantapájaros se sigue moviendo. La ropa vieja del granjero flamea de aquí para allá. El sombrero de paja está a punto de salir volando. A lo lejos, las espigas de trigo silban y se agitan con el viento. El bullicio de las cotorras ya casi no se escucha.
FIN
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E
l buey de la granja es un poco engreído porque ayuda al hombre en sus tareas. Dice que todos los animales son unos haraganes excepto él. Y que por eso el granjero, algún día, le va a permitir vivir en la casa. —No es así —dice la vaca—. Los únicos que pueden entrar a la casa son los perros y los gatos. —Pero eso es injusto —dice el buey—. Ellos no trabajan, se la pasan recostados sin hacer nada. —El perro ayuda con las ovejas —dice la vaca. —Pero los gatos sí que no hacen nada. —Eso tampoco es cierto, corren a los ratones. —Bueno, bueno, si a eso le vas a llamar trabajo. —Tienes que aceptarlo, buey, cada uno hace lo suyo y no hay trabajos mejores o peores. —Tal vez sea verdad. Pero lo que yo hago no lo puede hacer nadie. —¿Y acaso tú podrías perseguir ovejas que se escapan o correr a los ratones? —No lo creo, soy algo pesado para eso. —Ya ves, todos los trabajos tienen su dificultad. Algunos son para unos, y otros, para otros. Ni mejores ni peores.
FIN
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Algo esta faltando E
mpezó el verano, y en la primera noche de calor todos sintieron que faltaba algo, pero no sabían qué. —¿Será el perfume de los naranjos? Yo no lo huelo —dijo la oveja. —No, eso es en primavera, no en verano —dijo la vaca. —Tal vez se perdió alguna estrella —dijo la gallina. —No creo. Hay tantas que ni nos daríamos cuenta —respondió la oveja. —Está como silencioso, ¿no les parece? —dijo el gallo. —¡Es verdad! —gritó la vaca—, hay demasiado silencio. —¡Ya sé! —dijo la oveja—. ¡Falta el canto del grillo! —¡Sí, sí! Es eso. Vamos a ver qué le pasa. Lo buscaron por todos lados y no aparecía. Es difícil encontrar a un grillo silencioso. Pero de repente: —¡Acá está! —gritó la gallina. —Hola, don grillo, ¿qué le pasa que no está cantando? —¿Qué? ¿Ya empezó el verano? Es que me puse a leer un libro y me olvidé del mundo —respondió el grillo. —¿Qué libro es ese? —Las aventuras de pinocho. Si quieren se los cuento.
FIN
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Querendon y los ovillos
A
la granjera le gusta sacar su mecedora a la galería y ponerse a tejer. Cuando el gato de la granja la ve, deja lo que esté haciendo y sale a toda carrera para jugar con los ovillos de lana. Quién sabe qué se imaginará: tal vez que son ratones de largas colas que saltan dentro del canasto donde se guardan las lanas y las agujas. Desde afuera mete su manito, saca las uñas y les da pequeños golpecitos para ver si los ratones se defienden. Cuando ve que no son peligrosos, engancha a uno de ellos con una uña y lo saca del canasto y empieza a cachetearlo y a empujarlo, muy cauteloso, de aquí para allá. Entonces la granjera le da un golpecito en la cola para sorprenderlo y le causa mucha gracia ver cómo el gato da un salto eléctrico que lo arquea y le para todos los pelos del lomo.
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—No pasa nada, Querendón —le dice la señora—. Dame ese ovillo que me lo vas a desarmar. Pero el gato no se queda tranquilo, ahora empieza a observar el movimiento de las manos y de las agujas con suma atención. Se olvida del mundo que lo rodea, del viento que empuja las hojas, de los pájaros que revolotean de árbol en árbol, de los saltamontes que saltan en la tierra, se concentra nada más que en el movimiento de esas manos y esas agujas que quién sabe qué pensará que son: una araña gigante con patas de alambre que teje su tela, tal vez. Y no pasa mucho tiempo para que el gato se siente y empiece a dar zarpazos con sus garras afiladas. —¡No hagas eso, Querendón, que me vas a lastimar! —le dice la esposa del granjero echándolo con una de las agujas. Mientras enhebra los puntos otra vez, le dice al gato: —Mira lo que me hiciste hacer, por tu culpa se me escapó un punto. Lo dice como si estuviera enojada, pero todo es un juego. Tal vez por eso, los días lindos saca su mecedora a la galería y se pone a tejer esperando que aparezca Querendón.
FIN
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Abejas muy educadas E
s temprano en la granja. Los animales pastan tranquilamente. A lo lejos se escucha un ¡Bzzzzz! ¡Bzzzzz! que se viene acercando. —Parece que se despertaron —dice la vaca. —Sí, ahí viene la primera —agrega la cabra. Muy apurada, pasa una abeja y les dice: —Buen día, señora vaca, buen día, señora cabra, ¿cómo han amanecido? —Muy bien —responden la vaca y la cabra—. Gracias. La abeja se aleja y la vaca y la cabra comentan: —Qué educadas que son las abejas del granjero, siempre nos dan los buenos días. —Es verdad, nunca vi abejas tan educadas —dice la cabra—. Ahí viene otra. —¡Bzzzzz! ¡Bzzzzz! Buen día, señora vaca, buen día, señora cabra, ¿cómo han amanecido? —Muy bien —responden la vaca y la cabra—. Gracias.
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A los pocos segundos se acerca otra abeja: —¡Bzzzzz! ¡Bzzzzz! Buen día, señora vaca, buen día, señora cabra, ¿cómo han amanecido? —Muy bien responden la vaca y la cabra. Gracias. Y el desfile continúa. Veinte mil abejas pasan junto a la vaca y la cabra y todas ellas les dan los buenos días. —No sé, usted —le dice la cabra a la vaca—, pero a mí me resulta un poco agotador tener que andar saludando a tantas abejas. Y recién vamos por el primer viaje. Dentro de un rato van a volver a pasar cargadas de néctar y polen y nos van a volver a saludar. —Ni me lo diga. Lo que me desespera es que después de dejar el polen y el néctar en la colmena van a volver a salir y otra vez: “Buenos días. ¿Cómo lo están pasando en este día tan hermoso?”. “Bien, gracias”, diremos nosotras; porque no podemos ser groseras con abejas tan educadas, ¿no le parece? —responde la vaca. —Bueno, no nos quejemos, peor sería que cada vez que pasan nos picasen con sus aguijones como lo hacen los malditos mosquitos. —Tiene usted razón, señora cabra, a veces uno se queja de llena. —¡Mire, ahí vienen otra vez! —¡Bzzzzz! ¡Bzzzzz! Buenos días, ¿cómo lo están pasando en este día tan hermoso? —Bien, gracias. ¿Y ustedes?
FIN
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Flor de conejo U
n día, la granjera apareció con una carretilla cubierta con una lona. Sacó una pala y se puso a trabajar sobre un pedacito de tierra. Removió todas las malezas e hizo a un lado las piedras. Luego sacó un rastrillo, se puso a remover bien la tierra y armó varios surcos. Después corrió la lona y dejó al descubierto un montón de plantas con flores. Con paciencia fue plantando una por una. Por último trajo la manguera y regó su nuevo huerto de flores. Los animales de la granja observaron todo con detenimiento. El conejo empezó a decirles a los demás que esas flores las había plantado la granjera para él. Que ella sabía que a él le gustaban las flores y que cuando estuvieran bien grandes se las iba a dar de comer. Los demás le dijeron que estaba loco, que a los humanos les gusta plantar flores solo para mirarlas.
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El conejo dijo que no, no y no. Que ya verían que él tenía razón. Tiempo después, el cantero rebalsaba de flores. Las plantas habían crecido y las flores se habían multiplicado. Un día, la granjera vino con una canasta y una tijera. Entonces, pacientemente, se puso a cortar las flores. El conejo saltaba de alegría. —¡Llegó el día, llegó el día! Hoy me va a dar de comer las flores —decía. La señora terminó su trabajo y se fue con la canasta que rebalsaba de flores. El conejo se preparó para cuando lo llamaran. Pero pasó el día y la granjera no lo llamó. Al anochecer, el caballo buscó al conejo y le dijo que lo acompañara. Fueron hasta la ventana de la casa y el caballo le dijo al conejo: —Mira, allí están tus flores. En un jarrón, estaban las flores decorando la mesa. —Eso es un desperdicio —dijo enojado el conejo. Te lo dijimos, los humanos son muy raros, les gusta mirar las flores en lugar de comérselas.
FIN
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El canto de las ranas H
abía llegado la primavera y las ranas cantaban sin parar en el estanque todas las noches: ¡Croac, croac! ¡Croac, croac! Los demás animalitos de la granja ya no las aguantaban más. No podían dormir con tanto ruido. El buey, que había estado todo el día ayudando al hombre a arar la tierra, necesitaba dormir para recuperar sus fuerzas y era imposible con ese concierto que no daba respiro. Entonces salió enojado del establo y caminó hasta la laguna para hablar seriamente con las ranas. —Hola, señoras ranas, ¿se puede saber dónde están? Las escucho pero no las veo —dijo el buey. Una ranita asomó su cabeza fuera del agua. —Buenas noches, señor buey. ¿Qué hace despierto a estas horas? —Justamente de eso vengo a hablarles. ¿Dónde están tus compañeras, diles que salgan. Entonces, de a poco, de debajo de una piedra, de atrás de unos pastos, de arriba de un árbol fueron apareciendo
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decenas de ranas. Ahora sí, había un silencio total en la laguna. —Ahora que están todas —empezó a decir el buey—, les quiero contar que yo trabajo muy duro todo el día. Cuando llega la noche estoy rendido y necesito descansar. Pero ustedes no me dejan. Me vuelven loco con sus cantos: ¡Croac, croac! ¡Croac, croac! sin parar toda la noche. Las ranas se miraron entre ellas y una dijo: —Sabe lo que pasa, señor buey, es que con nuestros cantos, las ranas macho, buscamos enamorar a las ranas hembras. Si nos calláramos la boca, ya no tendríamos hijitos y la especie se extinguiría. El buey se quedó mudo pensando. Era verdad lo que acababa de decirle la rana. Pero también era verdad que él necesitaba dormir. Entonces propuso: —Hagamos lo siguiente: por qué ustedes no se trasladan a la laguna que está allá, un poco más lejos, como para que no se escuche tanto, y yo voy a conseguirme unas orejeras para taparme los oídos mientras duermo. ¿Qué les parece la idea? —Es una solución muy justa —respondió la rana. Y esa noche, al fin, el buey pudo dormir como un bebé.
FIN
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El toro y el cardenal E
l chajá estaba aburrido y se le ocurrió una idea para divertirse un poco. Voló hasta el campito donde pastaba el toro y se puso a llamar a sus amigos: “¡Chajá! ¡chajá!”. Varios chajás llegaron volando y se pararon en la cerca junto a él. —Presten atención —les dijo, —voy a llamar al cardenal y nos vamos a reír un rato de él. —¿Cómo? ¿Por qué? —le preguntaron sus amigos. —Seguro conocen eso de que los toros odian el color rojo y que si se les pone algo rojo delante lo embisten con sus cuernos, ¿verdad? —Sí, sí, todos lo sabemos. —Bueno, lo que vamos a ponerle delante va a ser al cardenal, que como ustedes saben, es bien rojo. —¡Ja, ja, ja! ¡Qué buena idea! —rieron todos. El chajá levantó vuelo y se fue por ahí a buscar al cardenal. Al rato regresó con él y aterrizaron en la cerca junto a los otros chajás.
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—¿Estás seguro de que el toro quiere hablar conmigo? —dijo inocentemente el cardenal. —Sí, sí, nos preguntó a cada uno de nosotros si te habíamos visto porque quiere decirte algo importante. —Vamos, no tengas miedo —le dijeron los demás chajás. El cardenal voló hasta donde estaba el toro y se paró frente a él a una distancia prudencial. Los chajás se retorcían de la risa esperando a que el toro lo embistiera, pero ambos conversaban amablemente y no pasaba nada. Entonces el chajá perdió la paciencia y voló hasta ellos y se interpuso entre el toro y el cardenal y empezó a decir mientras saltaba y aleteaba: —Toro tonto, no ves que el cardenal es rojo, ¿qué esperas para embestirlo? Y de repente, el toro, bajó la cabeza y arremetió con sus cuernos contra el chajá que, por milagro, pudo esquivarlo. El chajá y el cardenal llegaron agitados a la cerca, los demás chajás no podían parar de reír. —Pero ese toro era tonto ¿o qué? —protestó el chajá. —Por si no lo sabes —le dijo el cardenal—, los toros no odian el color rojo, lo que les molesta es que algo se mueva frente a ellos porque se sienten amenazados y responden con violencia.
FIN
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E
Una sorpresa
sa noche el zorro metió la mano por un hueco que había hecho en las maderas del gallinero y se robó varios huevos. Corrió contento hasta su cueva, abrió la heladera y los puso en la puerta junto a los demás huevos que había robado noches anteriores. Justo que iba a cerrar la puerta vio algo raro. Uno de los huevos se movía y de repente se quebró. El zorro extrañado lo sacó y lo puso sobre la mesa. Una patita asomó de pronto. Luego otra. Un alita un poco más tarde, y al fin la cabeza de un pollito. —Hola, mamá —dijo el pollito ni bien vio al zorro que lo observaba atentamente. —Yo no soy tu madre —dijo el zorro—. Soy un zorro. —Hola, mamá zorro —dijo entonces el pollito, y caminando con mucha dificultad se acercó a él y se le acurrucó. El zorro no sabía qué hacer. Tenía al pollito pegado a su cara y le dio cosa moverse.
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A la mañana siguiente, el zorro salió a buscar alimento. Sin saber por qué, juntó unas semillas que encontró por ahí. Cuando llegó a la cueva, el pollito estaba muerto de hambre y no paraba de piar: ¡Pío, pío! ¡Pío, pío! —Tranquilo, pollito, aquí te traje unas semillas. El pollito muy contento se las devoró. —Gracias, mamá zorro, estaban muy ricas. Pasó el tiempo y un día el pollito le dijo al zorro: —¿Por qué somos tan distintos tú y yo? Yo tengo alas y tú no. Yo tengo pico y tú hocico. Yo tengo patitas que parecen de alambre y las tuyas son peludas. Tú tienes una cola enorme y la mía solo tiene tres plumas. —Es que tú no eres mi hijo —respondió el zorro. —Cómo que no. Vivimos juntos. Tú me traes alimento. Me enseñaste a correr, a jugar a la escondida. Y todas las noches me envuelves con tu cola para que duerma calentito. El zorro acarició la cabeza del pollito y le dijo: —Tienes razón, soy tu mamá zorro. Nadie lo puede negar.
FIN
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M
El patito remolon
amá pata llevó por primera vez a sus patitos a darse un baño en la laguna. En fila fueron entrando al agua, pero el último se detuvo justo en el borde y se negó a seguir. —¿Qué pasa, Patín, por qué no te metes como tus hermanos? El patito, que todavía no sabía hablar, respondió moviendo la cabeza de lado a lado. —Vamos, no tengas miedo —insistió la mamá—, el agua está relinda. Pero el patito no se movía del lugar y empezó a hacer pucherito. —No te pongas así, Patín, no es para llorar. —¡¿Qué está pasando aquí?! —dijo el pato que se había acercado para ver qué sucedía. —Nada —respondió la pata—, es que Patín no se quiere meter al agua. —Déjame a mí que yo lo voy a arreglar —dijo el pato bastante enojado. —A ver, pequeño, no estamos para jueguitos, ¿te vas a meter o no te vas a meter?
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—El patito bajó la cabeza y la movió de lado a lado. —¡Con que no te vas a meter! ¡Acaso estás desafiando mi autoridad de pato! Si no te metes por tu cuenta te meteré yo por la fuerza—gritó enojadísimo el pato. El patito dio un paso dentro del agua, pero de repente salió corriendo y se escondió entre los pastizales. —¡Mira lo que has hecho! —le dijo la madre al pato—. ¡Lo has asustado! Mamá pata fue hasta donde estaba el patito y le dijo: —No te preocupes, si no quieres meterte, no hay problema, ya habrá tiempo para eso. ¿Sabes por qué los patostenemosplumasimpermeablesymembranasentre los dedos de las patas? Las plumas son para no mojarnos y las membranas nos permiten nadar a mucha velocidad. ¿No es genial? El patito trató de prestar atención pero se distrajo cuando escuchó risas y muchos ¡Cua, cua, cua! que llegaban desde la laguna. Eran sus hermanos que se divertían jugando en el agua. Al otro día el patito volvió a refugiarse en los pastizales y desde allí miraba, sin que nadie se diera cuenta, a sus hermanos. Al día siguiente se animó a acercarse a la orilla y no tardó mucho en meterse al agua para jugar con ellos.
FIN
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La cola del cometa
E
l granjero salió muy temprano, a la hora en que empieza a asomar el sol. Tenía que arar la tierra para después poder plantar las semillas. Era un trabajo muy cansador que le llevaría todo el día y no podía perder un segundo de luz. Encendió el tractor, enganchó el arado y partió rumbo al campito que tenía que arar. Antes de empezar el trabajo, revisó si no había quedado alguna piedra o tronco que le interrumpiera el camino, no quería tener que detenerse y bajar a moverla porque eso le haría perder tiempo. Bajó el arado, movió la palanca de cambios y arrancó. El tractor empezó a moverse a los tumbos entre los viejos surcos. Enseguida llegaron montones de pajaritos que se pusieron a seguirlo como la cola de un cometa. Ya sabían que tras el paso del arado aparecían montones de lombrices desorientadas.
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En el campo solo se escuchaba el rumor del motor del tractor y el canto enloquecido de los pajaritos, contentos de encontrar comida con tanta facilidad. De repente, el granjero aplicó los frenos y apagó el motor. Los pajaritos se detuvieron para ver qué estaba pasando. El hombre caminó hacia el frente del tractor y se agachó. Por las dudas se calzó bien el sombrero porque ya sabía lo que iba a pasar. Una pareja de teros llegó volando y le pasó muy cerca de su cabeza. ¡Tero! ¡Tero! ¡Tero!, gritaban. Iban y venían y cada vez que pasaban sobre él le picoteaban la cabeza. Con mucho cuidado, el granjero tomó el nido entre sus manos, caminó hasta el borde del campito y lo puso en medio de unos pastos. Adentro había tres huevos muy pequeños. —¡Ya está, ya está! —dijo el granjero mirando al cielo—. ¡No hagan tanto alboroto! Volvió a subir al tractor, encendió el motor y arrancó. Detrás de él, otra vez se formó la cola de cometa.
FIN
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El ganso y las tormentas E
n la granja hay un ganso que le tiene mucho miedo a las tormentas. Nunca sale de su refugio. Los demás animales le dicen que tiene que superar ese temor, que no puede seguir encerrado. —No tengas miedo —le dice la gallina—, la lluvia no te va a hacer nada. —Además, tus plumas son impermeables —le dice el pato—, ni siquiera te vas a mojar. —Es un día precioso, mira, ¿qué esperas para salir? —¿Y si cae granizo? —dice el ganso. —No tengas miedo —responde la gallina. —¿Y si me cae un rayo? —¿Acaso escuchas truenos? Asustado, el ganso deja el refugio y sale al aire libre. El día está tan lindo que enseguida pierde el miedo y se anima a ir hasta la laguna. Siente ganas de meterse al agua. ¡Qué feliz que está! Ahora sí se siente un ganso de verdad. Nada un poco para aquí, y otro poco para allá.
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Se aleja de la costa. Le da ganas de ir hasta la playa de enfrente. Nada y disfruta como nunca lo había hecho. Llega a la otra orilla, camina por la playa de arena. Está feliz, muy feliz. Pero también cansado. Así que duerme una siesta bajo la sombra de un árbol. Al rato despierta y recuerda lo feliz que está. Pero cuando mira el cielo descubre que el sol ha desaparecido, que todo lo azul que había más temprano ha sido cubierto por nubarrones negros. ¡Una tormenta! El ganso empieza a correr en círculos agitando las alas y graznando como loco. Y ahora, ¿qué va a hacer? Está seguro de que en cualquier momento le va a caer un rayo o que el granizo va a empezar a bombardearlo. Se tira al agua y vuela por sobre la superficie del lago. Llega como un bólido y se mete en su refugio. —Vieron, vieron. Nunca tendría que haber salido. Por culpa de ustedes casi muero partido por un rayo. —¿Alguien escuchó un trueno o vio caer algún rayo? —dice la gallina. El ganso se asoma, mira el cielo y ve que los nubarrones ya pasaron y que vuelve a brillar el sol.
FIN
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El caballo sin cabeza
C
uando llega la noche en la granja, todos los animales esperan a que el granjero se vaya a dormir y se reúnen debajo de un árbol para escuchar las historias de miedo que cuenta el búho. Les gusta esa sensación de temor con que asisten a sus relatos, acurrucados, temblorosos y deseando que esos cuentos no sean nada más que eso, solo cuentos. Una noche, el búho empezó a contar: —La historia de hoy es totalmente verdadera. Ocurrió en esta misma granja cuando todavía alguno de ustedes no habían nacido. Todos habrán oído hablar del famoso cuento “El jinete sin cabeza”. Bueno, aquí pasó algo muy similar, nada más que no se trató de un jinete sin cabeza sino de un caballo sin cabeza. Ni bien se ponía el sol, se escuchaba el golpeteo de sus cascos contra la tierra y ya nos poníamos a temblar. Cada uno se escondía donde podía, porque la sola visión del caballo sin cabeza causaba un
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miedo mortal. Además, como no tenía cabeza, galopaba descontrolado y chocaba con todo lo que se interponía a su paso. Al día siguiente, cuando el granjero salía de la casa, se encontraba con la carretilla patas para arriba, los cubos de comida volcados, la cercas partidas, el heno desparramado, la huerta pisoteada, todo un desastre. Claro, como el granjero es un hombre muy práctico y no cree en fantasmas, ¿a quién creen que les echaba la culpa? A nosotros, los animales de la granja. Así que nos ponía en penitencia, nos dejaba sin comer hasta el mediodía y nos obligaba a limpiar y ordenar todo el lugar. Cansados, decidimos que teníamos que hacer algo. Hubo muchas propuestas, pero ganó la de quien les habla. Mi idea era ponerle una cabeza al caballo sin cabeza para que se dejara de chocar con las cosas. El problema era de dónde sacar una cabeza y cómo ponérsela. Bueno, en realidad los problemas eran muchos: había que atraparlo, dormirlo, coserle la cabeza, rogar que todo saliera bien y que cuando despertara no nos quisiera matar a todos por lo que le habíamos hecho. La idea era muy buena, sin duda, pero impracticable. En conclusión, el caballo sin cabeza sigue por ahí y no sería nada raro que esta noche apareciera por la granja.
FIN
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La perdiz empecinada
U
na perdiz se acerca a la granja. Parece que está muy enojada. —¡Hola! —le dice la perdiz a los animales—. ¿Por casualidad alguien tocó unos huevos que yo dejé por allá? Son tres, chiquitos, de color oscuro. —No—responde lavaca—,nosotros notocamos nada, ni siquiera los vimos. —¿Dónde los había dejado? —pregunta el caballo. —Por allá, en medio de aquel campito. —Ah, donde el granjero estuvo arando —dice la vaca. —¿Qué? ¡No me digan que les pasó por encima con el tractor! —grita desesperada la perdiz. —No, no se preocupe, el granjero siempre se toma el trabajo de correr los nidos cuando ara los campos. Vamos que la ayudamos a buscarlos. Los animales y la perdiz recorrieron todo el perímetro del campo arado hasta que encontraron el nido con los huevos.
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—¡Acá están! —grita la vaca. —¿Están todos? —pregunta la perdiz. —Usted dijo que había dejado tres huevos y ahora hay tres, quiere decir que están todos —dijo el caballo muy contento. —Y por lo que se ve, sin un solo rasguño —agrega la vaca. —Sí, pero saben ustedes los traumas que pueden llegar a tener estos pollitos cuando nazcan —dice enojada la perdiz—. Además yo no quiero a mi nido aquí, lo quiero allá. —Pero allá el hombre mañana va a sembrar el campo. Si lo encuentra, lo va a volver a mover —dice el caballo. —Pero con qué derecho ese hombre anda moviendo cosas ajenas. Vamos, ayúdenme que los voy a poner adonde deben estar. Al otro día, mientras el hombre plantaba las semillas, volvió a encontrar el nido. Su primer impulso fue moverlo, pero se sacó el sombrero, se rascó la cabeza y al fin decidió dejarlo donde estaba. Tiempo después, a la sombra de los tallos de girasol, tres pichones de perdiz pían como locos cuando ven llegar a su mamá con semillas en el pico.
FIN
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Una mula muy terca
L
a mula propone jugar a la escondida, pero su idea no es muy bien recibida por los demás animales de la granja. —No, mejor juguemos a la mancha —dice la vaca. —No, no, juguemos a las carreras —dice el caballo. —Nada de carreras, por qué no jugamos a una guerra de barro —dice el cerdo. —Ese juego es asqueroso —dice la gallina—, mejor juguemos a saltar la soga. —¡Uy! ¡Qué aburrido! Vamos a nadar —dice la rana. —Nada de eso —dice la mula—, o jugamos a las escondidas o no jugamos a nada. —Pero a las escondidas ya jugamos ayer —dice el pato. —No me importa. Juguemos a las escondidas y punto —insiste la mula.
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—¿Por qué no hacemos una votación? —propone el gallo. —Sí, buena idea —dicen todos. —Así jugaremos a lo que quiere la mayoría —agrega la vaca. —¡Miren! —grita de pronto la mula—. ¡Un lobo! ¡Y viene a comernos! Sin perder tiempo todos los animales corren a refugiarse al primer lugar que encuentran. El cerdo dentro de un tonel, la gallina debajo de una palangana, el gallo en medio de un arbusto, la vaca detrás de unas cajas. Pasan unos minutos. Nadie se mueve ni hace ruido. Ni siquiera espían para ver qué hace el lobo. La vaca siente que algo se le acerca. Empieza a temblar del miedo. Escucha la respiración del lobo, su pies mullidos pisando la tierra, casi puede ver sus colmillos gigantes. De repente se asoma la mula y le dice: ¡Piedra libre a la vaca!
FIN
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La paloma mensajera
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e repente escuchan un aleteo desordenado y ven caer algo en medio de la huerta. Corren los animales de la granja a ver qué pasó. Con hojas de lechuga en la cabeza y sentada sobre los rabanitos hay una paloma mensajera desorientada. —¿Está usted bien? —le pregunta el burro. —¿Eh? ¿Qué? ¿Cómo? ¿Dónde? —dice la Paloma. —Me parece que no —dice la gallina—. ¿Qué le pasó? —Me agarró una tormenta. ¡Una tormenta! —Vieron que yo tenía razón, las tormentas son peligrosas —dice el ganso. —¡Ya me acordé! —dice de repente la paloma—. Yo traía un mensaje muy importante a esta granja. —¿Qué mensaje? —le pregunta el burro. —No me acuerdo —responde la paloma. —Pero cómo no se va a acordar de un mensaje tan importante —le dice la gallina. —Es que entre la tormenta que me llevó de acá para
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allá y el golpe en la cabeza que me acabo de dar no me acuerdo de nada —dice confundida la paloma. —Vamos, haga memoria —le pide la gallina. —Solo me acuerdo de que era muy, muy importante. El hombre de la granja vecina me dijo que viniera volando porque era urgente que el granjero de esta granja recibiera el mensaje. El ganso empieza a graznar desesperado: —¡La tormenta! ¡La tormenta está encima de nosotros! ¡Sálvese quien pueda! Agarran a la paloma y corren a refugiarse al establo. Afuera llueve, caen rayos y granizo. El ganso metido debajo de un balde no piensa salir por nada del mundo. La paloma piensa y piensa y no recuerda el mensaje. —Vamos, haga un esfuercito —le dice la gallina. —Era fundamental que yo llegara a tiempo, pero no me acuerdo por qué. —¡Piense, vamos, piense! —le dice el burro. —¡Ah, ya me acordé! Tenía que avisarles que se venía una tormenta muy fea. Todos miran hacia afuera y la tormenta ya se ha alejado y está brillando el sol. —Creo que es un poco tarde —dice la gallina. —Ya lo creo —dice el burro.
FIN
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E
Comadreja en apuros
l ratoncito de la granja andaba por ahí cuando vio, colgada de una rama, a una cría de comadreja. —¡Ey!, comadreja, ¿qué haces ahí colgada? —Es que mamá se fue y se olvidó de mí. —Suéltate que yo te atrapo. —No, mamá me enseñó que no debo confiar en extraños. Dice que todos me querrán comer. —Yo no soy un extraño, soy el ratón de la granja, y conozco a tu madre, una vez viajé contigo sobre su lomo. ¿Te acuerdas? —Nop. — Además los ratones no comemos comadrejas. —¿Y qué comen? —Cualquiercosa,semillas,frutas,insectos,comadrejas. —¡Viste! Es lo que yo decía, me quieres comer. —Fue solo un chiste. Vamos, suéltate que te atrapo. —Ni loca.
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—Bueno, como quieras. Entonces subiré a ayudarte. Si llegaras a caerte de ahí te podrías lastimar. El ratoncito trepó por el tronco y cuando estuvo a la altura de la comadreja le tendió una mano. —¡Vamos! Balancéate y trata de agarrar mi mano. La comadreja le hizo caso, pero cuando se tomaron de la mano el ratón no pudo sostenerla y los dos quedaron colgando. —¡Ay, no! ¡Por favor no me sueltes! —gritó el ratón. Pero el que se soltó fue él mismo porque sus manos eran muy chiquitas y no tenían fuerza. El pobre ratón cayó al vacío y aterrizó de panza sobre el lomo de mamá comadreja. —Conqueahíestabas—dijomamácomadrejamirando hacia arriba a su cría—. ¿Se puede saber qué haces ahí y qué hace este ratón sobre mi lomo? —Trató de ayudarme y mira cómo terminó. —Conozco a este bribón. Vamos, baja ya de una vez. La comadreja bebé estiró una mano, se agarró de la rama y en dos movimientos bajó del árbol sin problema. —Vamos a darle algo de comer a este ratoncito para que se reponga. Sube —dijo la madre, y los tres partieron rumbo a la madriguera.
FIN
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La confusion del nandu U
na mañana, el ñandú de la granja se despertó decidido a que ese día iba a lograr volar como las demás aves. Caminó hasta el precipicio, agitó un poco sus alitas para entrar en calor, tomó carrera y se lanzó al vacío. Por un segundo sintió que volaba, pero después se dio cuenta de que en realidad estaba cayendo en picada. Por suerte era una zona pantanosa y el terreno no era muy duro, porque el ñandú cayó de cabeza y su pico quedó clavado en el barro. Una vez repuesto del shock, intentó sacar su pico de la tierra pero estaba tan clavado que resultaba imposible. Tiró y tironeó pero no consiguió moverlo ni un milímetro. Agitado, se detuvo un momento a descansar cuando escuchó una vocecita que le hablaba: —¿Qué haces, Ñandú, buscas gusanos bajo tierra? —le preguntó una mulita.
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—Mmñññ,mmñññ,mmñññ—respondióelñandú,que, como tenía el pico clavado en el barro, no podía hablar. —Ah, estás tratando de enterrar tu cabeza como hacen los avestruces —dijo la mulita. —¡Mññooo, mññooo! —dijo como pudo el ñandú—. ¡Mñññoo mmñññ mmñññ! —Ah, ya entendí, te lanzaste del acantilado con la idea de poder volar y te estrellaste. Tuviste suerte de que llovió hace unos días y el terreno todavía está húmedo. Pero imagínate si hubieras caído sobre aquella piedra. Te voy a decir algo, yo corriendo soy un desastre. Con estas patitas cortas cualquier depredador me alcanza en seguida, por eso tengo esta coraza que me protege. Solo tengo que enterrarme un poco y esperar a que se canse. Tú corriendo eres un campeón, pero con esas alitas diminutas que tienes jamás podrás volar. Cada uno es lo que es, amigo. ¿Quieres que te ayude a sacar tu pico de ahí? —¡Mñññi, Mñññi! Las patitas cortas de las mulitas terminan en poderosas garras que son muy buenas para cavar en la tierra, así que sin ninguna dificultad hizo un pozo alrededor del pico del ñandú y lo ayudó a salir.
FIN
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