Antología Literaria de Anacleto González Flores

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AntologĂ­a Literaria de Anacleto GonzĂĄlez Flores



Antología Literaria de Anacleto González Flores

Asociación Pro-Cultura Occidental, A. C. Guadalajara, Jalisco, México


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Impreso en México. Printed in Mexico.

© Copyright Derechos Reservados Octubre de 2005 Editorial APC Avenida Américas # 384 C. P. 44600 Tel. (0133) 3630 6142 Guadalajara, Jalisco, México www.editorialapc.com.mx 400


Índice

La cuestión religiosa en Jalisco 7 Presentación

Tú serás rey 209 Dedicatoria

15 Prólogo

211 Este libro

21 Dedicatoria

217 La juventud

23 Prólogo

233 El forjador

31 La génesis

249 Tus herramientas

37 La irrupción y la barbarie

265 Tu vocación

47 La espada y la ley

281 El derrocamiento

57 El constituyente y la

297 Para ser rey

Constitución de 1917 67 El primer encuentro 79 Ecce homo 89 Vox populi

El plebiscito de los mártires

99 El talón de Aquiles 109 Victoria y esperanza 119 Siempre de pie 129 El penacho de Godofredo 139 Nuestras posiciones 147 Hacia el porvenir

315 El plebiscito de los mártires 321 La revolución de lo eterno 327 Nuestra vocación y nuestra raza 335 Con las forjas abiertas 341 Nuestra vejez 345 Las alforjas vacías 349 Sin palabras 355 El voto de los muertos

Ensayos

361 El saldo de la democracia 367 El miedo de la revolución

157 El verdadero sentido de la vida

373 Antes de marchar

167 La aristocracia del talento

377 Los intrusos

179 El arte y la civilización

383 Todas las estrellas

189 La literatura y la civilización

389 En la cárcel

197 La misión de la mujer

395 Con las manos cerradas


Antología Literaria de Anacleto González Flores

401 Ha empezado a pagar

477 Nuestra respuesta

407 Ecce homo

479 Nuestro número

413 Estoy demasiado ocupado

480 El precio de la victoria

417 La unidad

481 La cobardía de los padres

421 Cajeme

483 Judas

425 Las togas ensangrentadas

484 El batallón sagrado

429 Dijo el molinero

485 Contra la derrota

433 El emparedamiento

487 El gesto de los mártires

439 Juntemos nuestras manos

490 El que mucho abarca

441 Hacia todos los vientos

493 Para que reine Cristo

442 Una pregunta

494 A pedradas

444 Otra carga

496 Hoy mismo

445 Bajo una sola bandera

499 El miedo a la libertad

448 Hay que escoger

502 En mitad del corazón

449 Se librará la batalla

505 Con la frente hacia el César

451 Una lección para los parias

507 Es una infamia

453 Sobre las limaduras ennegrecidas 511 La táctica de hoy 455 Que no se repita 457 Somos abanderados

521 Crucifícale, crucifícale

459 El aislamiento nos ahoga

525 Con la espada en la mano

461 A los paralíticos

531 Que hable el pueblo

465 La alianza

533 El compadrazgo

467 Espadas y mordazas

534 La vieja enfermedad

469 Los estudiantes comunistas

536 Contra los tres

471 Las tres cruzadas 471 La cruzada de la buena prensa 472 La cruzada del catecismo 472 La cruzada del libro 473 La embriaguez de la revolución

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515 Un voto de sangre

537 Hacer, hacer y hacer 538 Nuestras reservas 539 La enseñanza religiosa 541 Poesía


Presentación

Con devoción y entusiasmo, la Editorial “Asociación Pro-Cultura Occidental, A.C.” ha tomado la tarea noble de editar y difundir las obras completas del heroico jalisciense Anacleto González Flores, reconocido Maestro y Abogado, que con su palabra, con su vida y con su sangre enseñó y defendió los derechos de Cristo y de la Iglesia, especialmente la libertad religiosa para vivir y propagar el Reino de Dios. Considero que será de mucho provecho espiritual para jóvenes y adultos el leer detenidamente los escritos de este valiente cristiano, que dio testimonio de fe y amor a Dios hasta derramar su sangre, martirizado. En los tiempos difíciles, al inicio del tercer milenio, el ejemplo de Anacleto González Flores, que próximamente será declarado Beato, dará a todos nuevos impulsos para ser fieles discípulos de Cristo en la Iglesia Católica.



Arzobispado de Guadalajara

En estas tierras de Jalisco, especialmente Tepatitlán y Guadalajara, vivió del 13 de julio del año 1888 al 1 de abril de 1927, durante casi 39 años, un hombre mexicano, mestizo, alteño, de humilde origen socioeconómico, pero muy dotado de cualidades físicas y mentales, a quien sus padres pusieron el nombre de Anacleto González Flores, hijo de Valentín y María, y fue bautizado en la parroquia de Tepatitlán, Jal., el 14 de julio de 1888, el siguiente día de su nacimiento. La madre de Anacleto lo educó en los valores religiosos de la fe cristiana, que reafirmó el joven en las explicaciones que le dieron los sacerdotes y con su estudio personal de libros de Augusto Nicolás, Jaime Balmes y Trinidad Sánchez Santos. Fue alumno del Seminario de San Juan de los Lagos, Jal., durante los cursos escolares de 1905 a 1908, de los 17 a los 20 años de edad, y fue muy hábil para asimilar las enseñanzas y aprender el latín y hasta suplir las ausencias de los profesores y repetir las lecciones con mucha calidad, por lo cual sus compañeros lo llamaron “El Maistro”. También fue alumno del Seminario de Guadalajara por poco tiempo, y cuando lo quisieron enviar a Roma a continuar sus estudios, él decidió retirarse del Seminario porque consideró que él, no tenía vocación para el sacerdocio, sino vocación para ser Abogado y defender los derechos de Dios y de la Iglesia, y luchar como licenciado por la Iglesia, y por la Patria.


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Para defender los principios doctrinales cristianos del ataque de otras creencias y de las leyes de la Constitución Mexicana del año 1917, que limitaban el derecho de la libertad religiosa, Anacleto fundó el periódico semanario “La Palabra” el 17 de julio de 1917, y pronunció discursos recogidos en su libro “Ensayos”. Tenía grande fuerza oratoria para convencer con la seguridad de sus razonamientos y la belleza literaria de sus discursos. Varios libros escritos salieron de su pluma; “Tú serás rey”, “El plebiscito de los mártires”, “La cuestión religiosa en Jalisco” y muchos artículos que escribió para los periódicos “La Época”, “El Obrero”, “Restauración”... Por sus valiosas actuaciones a favor de la libertad religiosa y su labor entusiasta en propagar la doctrina católica, el Papa le concedió la condecoración de la “Cruz por la Iglesia y el Pontífice”. Por las leyes ordenadas por el Presidente Plutarco Elías Calles en el año 1926, restringiendo la libertad religiosa de los católicos y les prohibía el libre ejercicio de los actos de culto e imponía severos castigos a los que no obedecieran, Anacleto promovió una lucha pacífica de resistencia, que culminó en lucha armada, en contra de su voluntad. Él, perseguido, encarcelado, martirizado y fusilado por las fuerzas del gobierno Estatal y Federal, murió con valor el 1 de abril del año 1927 en el Cuartel Colorado de Guadalajara, en compañía de tres jóvenes católicos: Luis Padilla Gómez, Ramón Vargas González y Jorge Vargas González, miembros de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana y que nunca tomaron las armas en la lucha cristera. El pronunció sus últimas palabras: “Yo muero, pero Dios no muere, ¡Viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe!”. El proceso de beatificación de Anacleto González Flores y siete compañeros laicos por la causa del Martirio, tiene sus raíces desde el día de su muerte, en que las multitudes, en su sepelio, los aclamaron Mártires, testigos valientes de la fe cristiana y reconocían el admirable ejemplo de virtudes cristianas que ellos habían dado durante su vida. Miles de personas los aclamaron, cientos de escritores reconocieron su grande valor.

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Presentación

A los pocos meses de la muerte de Anacleto, en agosto del año 1927, el Arzobispo Francisco Orozco y Jiménez, por escrito expresó que su amada diócesis de Guadalajara se había adornado con la corona de los mártires y que confiaba que según las normas de la Iglesia, el Romano Pontífice sabría proclamarlos Santos. De tan valioso caudal literario, la Asociación Pro-Cultura Occidental, A.C., ha hecho una atinada selección de escritos y presenta este volumen: “Antología Literaria de Anacleto González Flores” y yo me permito recomendar ampliamente su lectura porque en verdad les será de mucho provecho. Guadalajara, Jal., 17 de agosto de 2005

Mons. G. Ramiro Valdés Sánchez, Vicario General

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Presentación de los editores

La Asociación Pro-Cultura Occidental, A.C., rinde un homenaje al Siervo de Dios Anacleto González Flores, al reunir en un solo volumen las obras literarias de este gran católico que vivió y murió en defensa de los derechos fundamentales de los católicos mexicanos. Dos obras de su puño y letra, “Tú serás rey” y “La cuestión religiosa en Jalisco”; una recopilación de discursos pronunciados en diferentes foros que el mismo Anacleto tituló como “Ensayos” y la selección de artículos que se publicaron principalmente en los periódicos: “El País”, de la ciudad de México; “Gladium”, el órgano de difusión de la resistencia católica y que dadas las circunstancias el mismo Miguel Gómez Loza imprimía en los campamentos de los cristeros, y “El Heraldo de Guadalajara”. Artículos que fueron inspirados por el dramático recrudecimiento de la persecución religiosa, este volumen titulado “El plebiscito de los mártires” se publicó por primera vez en el año de 1930. Al final de este volumen incluimos una poesía de la autoría del Maestro, “A Dios”, que se publicó en el semanario “La Palabra” en el año de 1918. Periódico de combate que también figura entre las obras que emprendió Anacleto González Flores. Todo cuanto figura en esta publicación es cátedra, es llamado; aun cuando algunos escritos, ligados con una situación transitoria, tienen ahora y seguirán teniendo siempre una actualidad tan viva como lo es la eterna actualidad del cristianismo.


Antología Literaria de Anacleto González Flores

No pretendemos perpetuar sólo lo monumental, sino la misma entrega de pensamiento, corazón y energía del hombre que rubricó con su sangre la verdad de su vida y de su obra, y que Dios mediante el próximo 20 de noviembre lo tendremos en nuestros altares. Los editores

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Prólogo de esta antología

Un plebiscito a la gloria Leer las obras de Anacleto González Flores, adalid de la lucha por la libertad religiosa en México en el momento de la radical persecución por parte de las fuerzas del liberalismo y el socialismo ateo, abre una perspectiva de su tiempo, de su reto y de su testimonio, amplio y generoso de católico militante, de mexicano íntegro que le ha ganado el derecho a ser considerado un mártir por la Iglesia Católica en tránsito a la santificación dentro del minucioso proceso que los cánones exigen. Su validez religiosa y autenticidad, quedan fuera de duda en un tiempo en que las puertas de la democracia mexicana no se abrieron para escuchar a las mayorías. En que el derecho de las mayorías fue pisoteado y su voz ahogada en el eco de sacrificios clandestinos, en fusilamientos y masacres a mansalva por el delito de ser creyente. Sin duda, la inspiración mística del aspirante a santo, queda grabada en la sensibilidad de sus conceptos. Su cultura, prodigiosa, resultado de grandes esfuerzos, hacen del tejedor de rebozos, un tejedor de valores permanentes para la sociedad. El tepatitlense, fue un mexicano universal, que sabía amalgamar los conceptos culturales de la dramaturgia, o los compases ricos del arte musical, todo ello con una gran fuerza plástica en sus ejemplos.


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Nadie duda en que Anacleto, el fundador de la Unión Popular, merezca ser un caso para los altares católicos. Pero en el líder religioso convergieron también actitudes de anticipado promotor de la democracia, de vigilante patriota en busca de la defensa de los derechos de los mexicanos. Anacleto fue también un dirigente con ideas sociales, no sólo de León XIII, o de Pío IX, de Rerum Novarum, sino que su pensar, influido por el padre Bernardo Bergoënd, logró comprender el alcance no sólo de la doctrina social católica, enemiga de la explotación y la injusticia, vale por parte de un patrón o de un gobierno totalitario socialista. Anacleto, lo mismo que muchos cristeros, de los cuales fue voz, mantuvo siempre una expectativa de aceptación de los derechos de los trabajadores, coincidiendo en ello con la nueva Constitución cuyo problema principal era el de la supresión de la libertad religiosa y persecución de la Iglesia Católica. Anacleto, debe ser visto como un precursor de la democracia completa en México y como un visionario de la realización de los derechos sindicales, de elevación de los trabajadores y de los campesinos. Las conclusiones de los Congresos de Obreros Católicos sonrojarán por su congruencia y realismo, en actitudes avanzadas de respeto a los derechos de los trabajadores y de los cuales Anacleto nunca deja de tocar. Ciertamente Anacleto ocupa un lugar entre los que visten la túnica de mártires por haber sufragado por los derechos de la libertad religiosa, no en papeletas municipales, sino con su vida. Pero, hay una faceta poco considerada del líder pacifista que fue a la guerra Cristera empujado por las circunstancias, arrastrado por la vorágine incontenible de una lucha fratricida alentada por personajes oscuros, casi extraños a la idiosincrasia e ideología de los mexicanos. La del líder social, la del buscador de los derechos democráticos, las del crítico de la sociedad mexicana que todavía tardaría muchas décadas más en cambiar, casi hasta el fin de su siglo.

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Prólogo

Para comprender sus anhelos de contar con una pluralidad, con un respeto a los derechos y, en una palabra, con un respeto a la libertad humana, lleva a Anacleto a ser un prólogo de la vida nacional en defensa de los derechos fundamentales de la persona humana, que poco ha sido auscultada por los historiadores. Ahí están sus palabras, sus ideas y los ejemplos, sus planteamientos libertarios del joven talentoso, piadoso y líder carismático, de prosa en que los pensadores del siglo XIX y de los albores del XX encontraron un Demóstenes mestizo, de la raza de bronce, guadalupano, consciente y patriota en una hora en que el dedo de Dios permitió probar nuevamente la firmeza de nuestra fe, y la conciencia de entrega y sacrificio de una generación heroica, en que Anacleto sintetiza a muchos héroes y mártires, que dieron su vida por una causa justa y sin la que su esfuerzo no permitiría que el México de hoy fuera como es: Libre, Católico, y en aspiración a la Justicia completa. Anacleto es, pues, un exponente, es la voz que clama en el desierto de las conciencias y que pretende despertar el ideal supremo en quien aún hoy espera dar todo por la Patria, por la que vamos a dar hasta la vida, como dijo Agustín de Iturbide, al reunificar con Vicente Guerrero la consumación de nuestra Independencia. Mientras México dé hijos de ese tamaño, su esperanza de redención, de futuro, y de libertad, seguirá siendo vigente. Manuel Gutiérrez

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La cuesti贸n religiosa en Jalisco



Dedicatoria

A los virtuosos Sacerdotes D. Narciso CuĂŠllar y D. Lino PĂŠrez, como muestra de respeto y gratitud dedico este ensayo.

El autor



Prólogo

Hace poco más de tres siglos que la humanidad se halla poseída del vértigo de la Revolución, que la piqueta demoledora de la negación, después de conmover los cimientos en que descansa el orden en su aspecto individual y social, amontona ruinas y derrumba todas las construcciones como si éstas se apoyaran sobre la arena que barre con sus alas abrasadoras el simún. En vano se han conjurado todas las fuerzas, se han alzado todos los brazos y han entrado en acción los próceres del pensamiento y los artistas que forjan los moldes en que se funden y toman forma las instituciones y las sociedades; en vano el hombre ha ofrecido la fuerza de sus músculos y la resistencia hercúlea de sus hombros y nuevo Atlas ha inclinado sus espaldas para sostener el bloque en que el soplo del espíritu humano ha fundido las energías dispersas, todo en vano, el hundimiento ha sobrevenido inevitablemente, ha llenado la tierra con el estruendo de sus catástrofes y ha dejado a la humanidad azorada y pensativa. Y es que la Revolución es esencialmente demoledora, porque es la negación


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de la autoridad que es esencialmente ordenadora y reconstructora; es que la Revolución es la anarquía en toda su fuerza y la demolición de la autoridad que es el orden y la simetría en toda su pujanza. De aquí que si se desea construir sobre rocas y echar un fundamento sólido, debe comenzarse por arrancar la Revolución de las alturas del pensamiento que es donde tiene su raigambre honda y recia y por imprimirles a las energías intelectuales una orientación que sea un retorno decidido hacia la autoridad, única fuerza que crea y sostiene firmemente la armonía y el orden. Y ya que el escepticismo desolador que devora a las generaciones de nuestros días no tolera que se formulen sistemas más o menos ingeniosos y puesto que los hechos son la piedra de toque de las doctrinas y de las teorías y el argumento definitivo que pone fin al debate, creemos dar un impulso titánico (a nuestra sociedad enferma y desorientada) hacia lo que tiene la solidez del granito y la dureza insuperable del diamante, con la exposición serena, verídica e imparcial de la obra realizada en nuestra Patria por la Revolución. Y convencidos de que la Revolución es poco conocida en su aspecto teórico y más aún en su conjunto histórico, descorreremos el negro velo extendido sobre el pasado, ahondaremos en los escombros amontonados por el tiempo y en las huellas que han dejado los hombres y los acontecimientos; y al hallarnos delante del desastre inmenso a que tenemos que asistir y al saludar tristemente la ruina enorme que se alzará delante de nuestros ojos, repetiremos lo que en todas partes ha dicho la palabra última con que los hechos han terminado el debate entre la Revolución y la autoridad: la Revolución es el vértigo, el desquiciamiento, la catástrofe; la autoridad es la energía que realiza el orden, lo vivifica y apoya. Don Juan Donoso Cortés, que en su juventud se mostró un poco rebelde a la autoridad, en carta dirigida al Conde Montalembert, afirmaba que su retorno a la Iglesia fue, entre otras cosas, obra de la visión clara que llegó a tener de las revoluciones y de sus causas.

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Prólogo

Por eso nosotros creemos que al conocer nuestros compatriotas la Revolución en sus hombres, en sus hechos, en sus catástrofes y en sus locuras, buscarán ansiosamente el ancla salvadora en medio del naufragio a que nos ha conducido la anarquía disolvente que pesa sobre el pensamiento y sobre sus distintas manifestaciones. Y aunque no pocos pueden asegurar enfáticamente que conocen la trama sangrienta de nuestras revoluciones, solamente porque han visto pasar de cerca al fantasma ensangrentado y han sentido soplar sobre sus cabezas las ráfagas del huracán; sin embargo, nosotros llamamos la atención de los hombres sobre dos puntos de capital interés, a saber: lo superficial del conocimiento que se tiene de nuestras dolorosas tragedias y la interpretación torcida que se les ha dado hasta ahora. Es verdad que todos hemos asistido al desenvolvimiento y a la consumación del drama sangriento; pero como sucede en todas las catástrofes no hemos podido tener la visión del conjunto, el estrépito ensordeció nuestros oídos, la polvareda cegó nuestros ojos, el fondo oscuro de donde procede el impulso demoledor escapó a nuestras miradas y de súbito nos encontramos rodeados de escombros y en frente de un armazón aparentemente sólido que levantaron los hombres de la Revolución y que se esfuerzan por apuntalar y sostener. ¿Conocemos algo más? ¿Hemos bajado al abismo donde el ojo de Tácito sorprendió los móviles ocultos y los impulsos secretos que son la verdadera fuerza que, en un instante de impetuoso desbordamiento, lo inunda y lo demuele todo? No; no es el ruido del derrumbamiento, ni la trágica visión que turba y enrojece nuestra pupila lo que nos hace la revelación del punto de donde arranca el temblor que agrieta el muro y hunde la techumbre; es la crítica histórica la que se inclina sobre la piedra arrancada de la construcción, ahonda en la huella trazada por la planta del hombre y abre delante de nuestros ojos atónitos el abismo que algunos creyeron cegado para siempre. Por otra parte, son muchos los que han llegado a extraviarse al hacer el análisis de nuestros sacudimientos y casi todos han

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visto y han encontrado al hombre y muy pocos han vislumbrado y percibido el centelleo trágico del pensamiento que encendió la hoguera en que hace varios siglos se consume la humanidad. Y es necesario que se abra paso, a través de todos los prejuicios, la convicción de que sobre esta tragedia no gravita el peso insignificante del hombre, sino la mole formidable de la anarquía erigida en sistema y transformada en una corriente histórica que baja con el vértigo del alud que cae de la montaña. Y en esta obra encontrará el espíritu de nuestros compatriotas la revelación que muestra en toda su desnudez el fondo oscuro de donde parten los cataclismos políticos y sociales y detrás de los hechos, a la distancia y con la actitud del Ángel rebelde que con el párpado caído sobre la pupila, medita nuevos planes de rebelión, aparecerá el genio de la Revolución, principal actor de los dramas que han llenado con su estruendo nuestra vida independiente. Además, las dos fases históricas que aparecen delineadas en este libro nos enseñan y nos dicen, una lo que eran, lo que hacían y lo que pensaban los cruzados de ayer; otra, lo que son, lo que hacen y lo que piensan los cruzados de hoy. La diferencia es claramente perceptible: los cruzados de ayer en falanges apretadas y numerosas hincaron la espuela en los ijares del corcel de la guerra, desnudaron el acero, se lanzaron a vengar la mutilación de sus derechos con la punta de la espada, iniciaron la obra grandiosa de la reconquista y cayeron gloriosamente sobre el polvo ensangrentado con la gallardía y gentileza de Bayardo, el caballero sin miedo y sin tacha. Los cruzados de hoy se han acercado piadosamente a las tumbas en donde reposan en brazos del olvido los viejos luchadores, se han descubierto reverentemente, han hincado una rodilla para levantar el lábaro mutilado y escarnecido y después de murmurar un juramento se han lanzado a la pelea. El nombre de cruzados que se dan es, al parecer, un anacronismo y una ficción, porque no visten la armadura centelleante de Godofredo, ni llevan en su diestra la espada que hiere y que

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Prólogo

derriba; sin embargo la cruz que ostentan sobre su pecho hace entender muy claramente que desean con vehemencias locas y desbordadas que Cristo reine sobre Jerusalén profanada y escarnecida por los que como Nerón y Mahoma persiguen las conciencias sin dar más razón que el circo y la cimitarra. Aparecieron sobre la arena ensangrentada de la lucha inesperadamente y cuando el alma nacional angustiada, herida y caída sobre el polvo se disponía a morir en manos de los verdugos. Se abrieron paso a través de la cerrazón provocada por la polvareda que se levantó de lo hondo del camino, apagó el fulgor que brillaba en la altura y tendió la penumbra sobre la llanura... Avanzaron hacia la mitad del campo de batalla en lo más recio y enconado de la pelea, arrebataron la Cruz rota y mutilada y con un arrojo increíble y nunca esperado se alzaron la visera, descubrieron su cabeza y con el penacho cogido nerviosamente con la diestra y levantado en alto repitieron el grito con que los mártires saludaban al César: “somos cristianos”. Sonreía dulcemente la juventud en los ojos de los nuevos cruzados y sobre su frente serena aparecía la huella de luz y de esperanza que dejan en la carne virgen y nueva los besos de la primavera de la vida. Sin el broquel endurecido de los guerreros y sin el acero convertido en arma fratricida permanecieron de pie y mirando fijamente al perseguidor. De pronto el César, vestido con los harapos ensangrentados de la revolución; rió burlonamente y aun pareció sentir lástima; pero cuando el reto se alzó hasta su rostro y se trocó en golpe atrevido asestado por Ricardo Corazón de León sobre el turbante de Saladino, se oyó de nuevo el grito que sirvió de preludio a la epopeya más gloriosa que han visto los siglos: “los cristianos a los leones”. De nuevo a la espada de los legionarios se opuso la idea, la palabra, la inmovilidad de las almas que no se mudan ni capitulan jamás. El acero del verdugo se embotó al chocar con las armas que supieron manejar con maestría insuperable los nuevos cruzados. Y la victoria coronó sus esfuerzos.

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No se oyó el estruendo de los cañones ni el estrépito que hacen oír los ejércitos cuando se encuentran y se devoran bajo la bandera del odio. Vibró, es cierto, una palabra atrevida, cruzó serenamente los ámbitos, despertó los alientos dormidos de los esclavos, se transformó en huracán de indignación al tocar el alma del pueblo y sostenida por los brazos robustos de las muchedumbres se trocó en la majestad imperturbable de la opinión que se levanta cargada de ira santa e hirió en la mitad del corazón a los profanadores de la libertad. Nadie percibió el relampagueo de la espada que se alza para vengar el ultraje hecho a la justicia; solamente se sintió que las almas se erguían, que las multitudes se unían en una sola y noble aspiración, que los esfuerzos y las energías se incorporaban y que un millón de católicos, antes dispersos y sin contacto, se fundieron en un coloso de centenares de brazos. Se trabó la lucha, lucha encarnizada, sin tregua, a muerte: de una parte Ursus que le había ofrecido el poder hercúleo de sus músculos al Cristo inerme de Nazaret; del otro Crotón que había jurado entregar a Ligia al desenfreno del patricio ciego de ira y de furor. Después de un combate ardiente, rudo y solemne hasta el punto de que millones de espectadores esperaban ansiosamente el desenlace, Ursus pudo alzar sus puños victoriosos sobre el cadáver de Crotón. La libertad estaba vengada, aunque no totalmente reivindicada; pero aquella victoria no fue ni ha sido la última, porque no fue una victoria, fue la victoria. Aquella derrota no fue tampoco la primera, porque no fue una derrota, fue la derrota. Los nuevos cruzados han llegado a adquirir la convicción inquebrantable de que al triunfo sobre la tiranía no se va por la violencia, sino por el camino que abren la idea, la palabra, la organización y la soberanía de la opinión. Y saben que la fuerza llama a la fuerza, la sangre llama a la sangre, el despotismo llama al despotismo y que los pueblos que tienen necesidad de la violencia para recobrar su libertad, están condenados a padecer la tiranía de muchos o la tiranía de uno, hasta que con una labor entusiasta, lenta y desinteresada se logre forjar, modelar el alma de las muchedumbres.

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Prólogo

La cuestión religiosa en Jalisco es una lección elocuente y la esperanza más risueña: una lección, porque los acontecimientos desarrollados con motivo del recrudecimiento de la persecución religiosa vinieron a revelar el poder incontrastable que tienen contra los perseguidores y contra los tiranos la palabra, la organización y la soberanía de la opinión; es una risueña esperanza, porque en adelante todos los espíritus bien orientados y poseídos del ansia loca y vehemente de reconquistar la libertad, muy lejos de perder el tiempo en inútiles y vergonzosas lamentaciones y más lejos aún, de esperar el resurgimiento de una insurrección, se consagrarán con ardor nunca extinguido a derramar luz sobre los espíritus, a fundir todas las energías en el molde de una organización sólida, fuerte e inteligentemente dirigida y a derribar los baluartes del despotismo a golpes gallardos, enérgicos y viriles de opinión. Los católicos de hoy, después de descubrirse delante de la tumba de los cruzados de ayer, deben agruparse en torno de los cruzados de nuestros días y apoyados en el poder invencible de la idea y en la fuerza impetuosa de la palabra y en la pujanza de la organización y de la opinión, lanzarse a la pelea con la firme esperanza de que la victoria coronará las sienes de los que luchan sin tregua por Cristo y por su Iglesia. Anacleto González Flores

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