la
Cuestión Religiosa M éxico en
Pbro. Francisco Regis Planchet
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Cuestión Religiosa M éxico en
Asociación Pro Cultura Occidental, A.C. Guadalajara, Jalisco, México
Sexta Edición - 1957 México
ueda prohibida la reproducción parcial o total de esta obra por cualesquier medios, ya sea mecánico o digitalizado u otro medio de almacenamiento de información, sin la autorización previa por escrito del editor.
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Impreso en México. Printed in Mexico.
ÍNDICE Índice de abreviaturas de autores Prólogo Sin Morrion Prólogo Galeato
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PRIMERA PARTE DEL REGALISMO AL NACIMIEnTO dE JUÁREZ Introducción El Regio Patronato El Patronato, promovedor de la emancipación nacional. Extrañamiento de los Jesuitas. Actos indecorosos del Episcopado con ese motivo. Godoy, dispensador de mitras y canonjías De la impiedad entre las clases dirigentes. Descuido de los curas en instruir al pueblo, por otra parte muy religioso. El clero, ocupado en acumular bienes temporales. Su ignorancia agravada por la lectura de los enciclopedistas y por sus costumbres estragadas. Severo juicio de la historia sobre ciertos obispos. Decadencia de los Regulares El cura Hidalgo, su inmoralidad y herejías Instintos sanguinarios de Hidalgo Vandálica destrucción de la riqueza nacional por las hordas de Hidalgo Efectos de la revolución de Hidalgo sobre el desconcierto moral y material del pueblo mexicano Fisonomía moral del cura Morelos Instintos sanguinarios de Morelos Morelos, socialista y comunista Masones eran los primeros liberales mexicanos. Asesinato de Iturbide Orígenes del masonismo en México. La masonería escocesa El ministro americano, Poinsett, pide a Iturbide ceda a los EU la mitad del territorio mexicano. Poinsett recomienda y consigue la adopción del sistema federal por el Congreso constituyente. Atizan los EU la revolución contra Iturbide y a favor de ellos.
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Por medio de Zavala establece Poinsett la masonería yorquina o americana en contra de la escocesa, para él demasiado española 165 Espantosa inmoralidad de los yorkinos. Poinsett distribuidor de los pingües empleos públicos a yorkinos ayancados. Confesiones del yorkino tornel y del masón Bolívar. La masonería encubridora de malhechores. Poinsett expulsado de México. Rutina de ciertos obispos. 172 Prenuncio de un ministro español respecto a la política expansionista de los EU. Tras de continuas invasiones de la Florida, los Estados Unidos quédanse con ella (1565-1819) 178 Tres veces antes de insurreccionarse Hidalgo, invaden a Texas filibusteros norteamericanos. 182 Alíanse los Insurgentes con Norteamérica que los auxilia con el fin de apoderarse de México. Conducta antipatriótica de Hidalgo, Bernardo Gutiérrez Lara y Morelos 182 El filibustero James Long invade a Texas. Colonización de Texas por norteamericanos. Los liberales les regalan los terrenos. Proclaman los colonos la independencia de Texas con el nombre de República de Fredonia. No pudiendo el presidente Jackson comprar a Texas, envía para insurreccionarlo a Samuel Houston. Insolencia de los colonos (1819-1830) 196 El informe del ministro Alamán (1830) 204 Los texanos organizan un gobierno revolucionario. Jackson ordena la invasión de Texas y presenta a México reclamaciones por supuestos agravios. Rompimiento de las relaciones diplomáticas. Texas declárase independiente. Nobles palabras de Quincy Adams (1835-37) 210 Jackson pide al Congreso, quien se lo niega, permiso para invadir a México. Proyectan los texanos formar una república norteamericana con Estados arrancados a México (1837-1842) 215 Alianza de los liberales con los texanos y con filibusteros yanquis (1835-1851) 219 Sublevación del general Mariano Paredes. ¿Quiénes la provocaron y cargan con su responsabilidad? (1845) 225
El presidente Polk manda invadir a México por motivos reconocidamente injustos. Críticas acerbas de aquella invasión por historiadores americanos (1845-1846) 231 Empeño de Farías en aniquilar el Ejército mexicano. El general Scott nombra en la capital un Ayuntamiento formado de liberales. Su ingerencia en los asuntos internos de México. Harding, Mc Kinley, Wilson y Pancho Villa. Brindan los liberales por la anexión de México a EU. Ruegan al invasor que destruya el Ejército, el clero y la nacionalidad mexicana 239 Contraguerrillas liberales. Patriotismo de los católicos. El obispo de Puebla calumniado por los liberales 249 México, impulsado a la traición por la tiranía liberal. California, Jalapa y Puebla acogen a los americanos como a sus salvadores. Consienten los católicos en feriar su patria por la libertad religiosa. La tiranía carrancista hace suspirar por el yugo americano. Ofrecen los yaquis unirse al invasor contra el mal gobierno de México. 255
SEGUndA PARTE DEL NACIMIEnTO dE JUÁREZ A LA jURA dE LA COnSTITUCIÓn dE 1857 Nacimiento de Benito Juárez 265 Edúcase de caridad en el Seminario de Oaxaca. Ingresa al Instituto Civil, fundación de la masonería. Se afilia al partido yorkino que acaba de expulsar a los españoles. Para presidente vota por Guerrero. Es electo regidor del Ayuntamiento 265 Leyes atroces promulgadas por el vicepresidente Gómez Farías. Juárez las aprueba y vota como diputado de la legislatura de Oaxaca 270 Juárez servidor y partidario incondicional de todos los presidentes sin distinción de sus principios políticos. Lo que importaba era vivir del erario 274 Los alardes de catolicismo por parte de Juárez eran puro fingimiento. Textos masónicos 278
La segunda vicepresidencia de Farías, una calamidad nacional. Farías se echa sobre los bienes del clero. Culpable debilidad del cabildo metropolitano. La elocuencia de Juárez. Sublévanse los polcos contra Farías 284 Administración del presidente Santa Anna. Juárez amanece santanista. Sus intrigas para sostener en Oaxaca un mal gobernador. Al acercarse a la capital la invasión americana, abandona su puesto de diputado, y va a promover en Oaxaca un motín que lo elige gobernador 296 Juárez veda a Santa Anna la entrada en el Estado de Oaxaca. Santa Anna, otra vez presidente, destierra a Juárez fuera de la República. Antecedentes de Juan Álvarez. Se pronuncia contra Santa Anna por quedarse con fondos de la nación 300 El Plan de Ayutla reformado por Comonfort. Su impopularidad. Triunfa merced a la intervención de los yanquis. En pago de ella Comonfort les hace concesiones onerosísimas 308 Filibusteros yanquis enganchados por Luis García Arellano y Vidaurri para matar mexicanos desafectos al Plan de Ayutla 316 El Plan de Ayutla trata como a enemigos a los que se le opongan, parte del clero favorece aquel plan. Estado lamentable de la clerecía. Fracaso de su Reforma, tres veces intentada por la Santa Sede. Relajación del clero regular. Para impedir la reforma, los frailes ayudan pecuniariamente a la revolución. Quejas de Pío IX contra aquella desmoralización 319 Santa Anna se marcha al extranjero. Juárez sale de Nueva Orleáns para juntarse con Juan Álvarez. Álvarez nombrado Presidente Interino. Felicitación significativa que le dirige el ministro americano. Entrada de Álvarez a la capital 328 La opinión pública se declara contra Álvarez. Álvarez llena las cárceles de presos políticos. Juárez promulga una Ley aboliendo el fuero eclesiástico y militar. Con motivo de ella, estalla un pronunciamiento y Álvarez tiene que dejar la presidencia. Invectivas de Álvarez contra Manuel Doblado 333 Comonfort nombra gobernador de Oaxaca a Benito Juárez. El coronel Luis Osollo se pronuncia contra Comonfort. Derrota de los sublevados. Comonfort viola las garantías por él con-
cedidas a los jefes rendidos. Protestan los liberales. El doctor Francisco Javier Miranda. Comonfort despoja de sus bienes a la diócesis de Puebla; y a su obispo lo destierra fuera de la República 339 Decreta Comonfort la supresión de la Compañía de Jesús. Lo critican los liberales quienes, en varias épocas, han solicitado jesuitas para pacificar a las tribus bárbaras 347 Promulgación de la Ley que prohíbe a la Iglesia poseer bienes raíces. Protesta el Arzobispo de México proponiendo un arreglo con la Santa Sede. Suspensión de unos tres canónigos por haber comprado, en virtud de aquella ley, fincas de la Iglesia 355 Con motivo de la Ley Lerdo subleváronse los indios pidiendo el reparto de todas las tierras. Contesta Comonfort la protesta del Arzobispo de México y sus canónigos con ponerlos preso 363 Prisión de los religiosos de San Francisco, supresión de aquel templo y confiscación de sus bienes. Nuevas providencias de Comonfort en contra de la religión. Las denuncia Pío IX. Con motivo de la Ley Lerdo, sublévase Puebla 366 Elecciones fraudulentas para el Congreso Constituyente. La Constitución de 57, obra de 51 diputados de un Congreso afeado de “traidor, falto de patriotismo y de vergüenza” 372 Los constituyentes impugnan la invocación de Dios. Decretan la libertad de enseñanza que hacen ilusoria. Fracaso de la enseñanza oficial. Persecución a las escuelas católicas 378 Prohibición de los votos religiosos y de las órdenes religiosas. Aplicación de leyes retroactivas a la Iglesia. Supresión de la coacción civil respecto de cualquier obligación religiosa 383 Acalorada discusión del Artículo 15 sobre la Tolerancia de Cultos. Es rechazado el artículo por 65 votos contra 44 391 Denegación a la Iglesia del derecho de poseer bienes raíces 401 El Artículo 27 fue la muerte de las instituciones educativas y de beneficencia de la Iglesia 403 La caridad de los católicos de México aplaudida por heterodoxos 405 El Artículo 33, muchas veces instrumento de persecución contra extranjeros católicos 410
Restricción de los derechos ciudadanos respecto al clero 412 “Art. 39. La soberanía reside esencial y originariamente en el pueblo quien la ejerce por medio de los poderes de la unión de los Estados” 419 Incapacidad de los eclesiásticos para desempeñar la presidencia de la República 423 Prohibición de celebrar contratos con la Santa Sede 425 Separación entre el Estado y la Iglesia convertida en esclava del Estado 430 Los ripios y barbarismos de la Constitución. La ensalza la masonería. Hipócrita profesión de catolicismo por los liberales 435 Pío IX, los católicos mexicanos, Comonfort y muchos liberales aún rojos condenan la Constitución. Letanía de vituperios que le dirigen los mismos liberales 443
Índice de abreviaturas de autores Ac. José López Portillo y Rojas. Rosario la de Acuña. Sin fecha (católico liberal). Ad. ¡Adelante! (Seminario católico de la capital). Ada. Paul Adam. Biografía del general Miranda (liberal, discípulo de Emilio Zola). Ag. Pbro. Agustín Rivera. Anales mexicanos. (liberal). Al. Lucas Alamán. Historia de México, 1885 (católico). Alb. Gral. Alberto Escobar, catedrático en la Escuela Nacional Preparatoria. Apuntes para un Curso de Sociología General, 1901 (liberal). Alco. Apuntes de la vida de D. José Miguel Guridi y Alcocer, formados por el mismo en fines de 1801 y principios de 1802, que publica por primera vez D. Luis García Pimentel, 1906 (?). Am. El Amigo de la Verdad (periódico católico). And. Andrés Manjón. Su Derecho Canónico, 2 tomos (católico). Ant. San Antonio Express (Diario protestante). Ap. Apuntes para la Historia de la Guerra entre México y los Estados Unidos (liberal). 11
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33
Prólogo Sin Morrion
E
s tan señalado el lugar que en la galería de los hombres ilustres del México liberal ocupa la fisonomía de Benito Juárez, y tan debatido en la prensa su valor como gobernante y estadista, que no hemos podido resistir al deseo de estudiar su vida política a la luz de los documentos que suministra la historia. Si las masas, de sí poco reflexivas, tienen todavía acerca de Juárez ideas tan erróneas, esto se debe al empeño que toman los admiradores de ese personaje en ensalzar su grandeza ficticia; pero más que todo, a la falta de libertad de la prensa a la que dio muerte el liberalismo mexicano, luego que logró encaramarse en el poder. Fuera de Guatemala, antiguo feudo del memorable Barrios, quizá no hay, en el mundo entero, país donde los escritores estén más vejados que en la República Mexicana. Atestígualo el liberal Fco. Cosmes (Cos. XIX, 346). No sólo se les multa y encarcela por cualquier crítica de los actos de un gobernante, y aun de un simple gendarme, procesando militarmente a los civiles, como Victoriano Agüeros a quien se tuvo incomunicado en una celda estrecha durante varias 35
Pbro. Francisco Regis Planchet semanas, en pugna abierta con los preceptos constitucionales (Ric. II, 128), sino que se los apalea, como lo experimentó varias veces el periodista Fco. Flores Alatorre (Pai., 10 de abril de 1926); se los encarcela en las bartolinas de Belén, a las que Filomeno Mata tuvo 40 ingresos y en donde hubo en 1894 hasta 23 periodistas (Ti., 1 de julio de 1901. Osé., p. 396); se los despacha a las dantescas mazmorras de S. Juan de Ulúa, donde perdió la vista Juan Sarabia; o se les arroja al horno destinado a la basura, cual en Pachuca hizo con Ordóñez, Rafael Cravioto, premiado por aquel hecho con una curul en el Senado; o se les asesina sin formación de proceso, como a García Granados, Carrasco, Valadez, Rodríguez, Olmos y Contreras (Soc., p. 26, 137), encontrado este último con 20 ó 30, puñaladas. Preguntaba la prensa a la fiera liberal: “¿Qué hiciste de la vida de Olmos y de la vida de los que mataron a Olmos, y de la vida de los que mataron a los matadores de Olmos?” (Pa., 13 de octubre de 1911). Sin embargo, a Díaz y sus sicarios llévales fácilmente la palma el feroz Calles, quien no amordazó, sino que por completo estranguló la libertad de la prensa. “El periodista que se atreve a consignar una noticia de derrota de los federales por los soldados de la libertad, firma desde luego su sentencia de muerte” (Pr., 21 de enero de 1927). Éste, cuando llega a hablar, se le constriñe a que hable contra sus convicciones. Cajistas, linotipistas y correctores de pruebas tienen orden terminante de no dejar pasar nada que no sea favorable a Calles. A los periódicos se les manda publicar, como de la redacción, alabanzas a Calles, sin que puedan aquéllos denunciar esa comedia que los hace aparecer gobiernistas, contra su propia voluntad e intereses. Para el clérigo que critique en particular el almodrote de Querétaro, y no apruebe el robo de las Iglesias, fusilamiento 36
La Cuestión Religiosa en México – Tomo I de sacerdotes, de mujeres, y demás leyes persecutorias, hay de 5 a 6 años de prisión. En enero de 1927, el general matancero, Juan Espinosa, fusiló sin previo juicio, en Pátzcuaro, a una persona muy recomendable por el hecho de haber sacado de la oficina de correos un periódico católico. En Lagunillas, Michoacán, martirizó a Roque González, le obligó a cavar su sepultura y después lo fusiló, sólo por haber mostrado una carta donde se le comunicaba que habían ocurrido unos levantamientos en Sonora (Pr., 27 de enero de 1927). En Colima, otro general y verdugo, Rodrigo Talamantes, tuvo valor para ahorcar a cinco mujeres, por el crimen de haber propagado la prensa religiosa (Sanz., p. 63). Necesitan los tiranos, para consolidarse y no ser inquietados, el mutismo de los periodistas. Decían los carrancistas, plagiando a Diderot, que “no estarían satisfechos sino hasta que se colgara al último periodista con las tripas del último fraile” (Pr., 8 de octubre de 1926). En lo cual parecíanse a aquella reina de las Mil y Una Noches que, siendo fea en extremo, castigaba de muerte a todo el que se atreviese a mirarla cara a cara. Cuando arriésganse los escritores a hablar, hácenlo con tanto recelo y sobresalto que parecen estar en vísperas de subir al cadalso, anticipándose a decir con el escritor liberal, Salvador Zubieta y Quevedo: “Al resolverse a aceptar la publicación de este libro, no desconoció su autor que en su deseo y convencimiento de hacer algo útil a su país, se exponía a dos clases de ataques que tiene ya probados: los materiales del esbirro y los morales o inmorales del insultador”. El mismo presentimiento abrigaba en su pecho Víctor José Martínez en 1884, al decir en su Sinopsis Histórica: “Nuestra firme resolución es quedar mal, muy mal con las 37
Pbro. Francisco Regis Planchet pasiones, aunque aumentemos con el sacrificio de nuestra vida el inmenso catálogo de las víctimas que aquéllas cuentan”. “En tales condiciones, se necesitaba tener vocación de mártir para seguir la carrera del periodismo independiente” (Osé., p. 220), y en eso no hay exageración. Un diputado liberal, Bulnes, declaró en 1899, en pleno Congreso y a oídos del tirano, que en los últimos 20 años se había aplicado la ley fuga o asesinato oficial a más de 6,000 individuos (Am., 6 de junio de 1899). En 1910, refirió El Porvenir de Jalisco que en el solo Estado de ese nombre no había semana en que no se cometieran crímenes de esa naturaleza (Am., 17 de noviembre de 1910). “Bajo ningún régimen, confesó una hoja liberal, se habían cometido tantos asesinatos políticos. La sangre ha embotado la cuchilla de los verdugos. Linda democracia la que erige en dogma el homicidio. Reniego de ella” (El Correo del lunes, 13 de octubre de 1884). ¿Qué significan esas violencias sólo dignas de una tribu de antropófagos, sino que los charlatanes del liberalismo temen la discusión, y se creen perdidos el día en que, a la luz de la verdad histórica, se desbaraten las burdas mentiras con que lograron engatusar a los incautos y dar fama de héroes a unos malvados sólo merecedores del desprecio y execración de la humanidad? Tal es el sistema odioso que priva en las naciones avasalladas por la cháchara liberal. “Respecto a la veracidad política, escribe Bulnes, las naciones hispano-americanas creen que la mentira puede servir para formar patriotas y enaltecer naciones. Subsiste aún en nuestro criterio la afirmación ritual de que la ropa sucia no debe lavarse; con esto quiere decir que el buen patriotismo ordena que nunca se haga mención en público de algún vicio, error, defecto o desgracia de la nación” (Porv., p. 96), criterio que 38
La Cuestión Religiosa en México – Tomo I el mismo Bulnes, inconsecuente como todo liberal, sigue religiosamente. Afirmó que “si no hubiera encontrado que la verdad es enteramente favorable al prestigio de sus héroes, habría guardado el silencio” (Gue., p. 6). Y cuando se llega a hacer mención de esos vicios y errores, y se analiza y desmenuza la obra de alguno de los prohombres del liberalismo, por ejemplo, Juárez, respecto al cual el pueblo ha sido víctima de una colosal mistificación, entonces el patriotismo indignado de esos maceros del libre examen, libre prensa, libre pienso y libre pecado, manda que se ahogue en una mazmorra la voz del escritor a quien no se pudo vencer en buena lid; inventa el lacayesco promotor fiscal, Montiel y Duarte, la teoría, para uso de los tiranos, de que se puede encarcelar a un periodista por razones ocultas y sólo del juez conocidas, aun cuando el delito no pueda demostrarse por pruebas externas; sentencia la concusionaria y envilecida magistratura ser un crimen de lesa nación juzgar a Juárez a la luz de la verdad histórica (Ti., 1 de julio de 1908), y anuncia Carranza que “prohibirá al clero imprima libros en que se ataque la memoria de los héroes de la nación” (Ext., abril de 1917). “Nuestro silencio respecto de Juárez, dice La Voz de México (22 de julio de 1898), ha sido impuesto por la fuerza bruta. El liberalismo mexicano ha declarado, con ayuda de la policía, que Juárez está fuera de toda crítica de la Historia. Los famosos proclamadores de la libertad de imprenta y de pensamiento han declarado que juzgar los actos de Juárez es insultar a la nación; y ante ese dogma de la inmunidad e intangibilidad histórica de un sujeto, hemos tenido que callar; porque nos parece muy poco donosa una controversia en que, a las razones de la crítica, se contesta con el palo del gendarme. Así como el gran poeta español 39
Pbro. Francisco Regis Planchet concibió un médico a palos, estos liberales de acá han concebido y realizado el silencio a palos, y la gloria a palos. Callamos, pues, por la obvia razón de que no nos dejan hablar. Se comprende que ese farisaísmo es fértil en sumo grado para la crítica; pero se nos ha puesto una mordaza, se ha declarado delito juzgar la personalidad histórica de Juárez, y no creemos que sea útil para nuestra causa entrar a bartolinas con la Historia debajo del brazo. Impotentes los liberales para defender en los estrados de la controversia científica la imaginaria grandeza de Juárez, han acudido a los cerrojos de las prisiones para asegurar con ellos el silencio de la Historia”, mientras sonaba la hora en que el sátrapa Salvador Alvarado castigara de muerte al que se atreviese a criticar, sólo criticar, un ucase suyo” (Hear, p. 2840). Tan es así que “se recordará, dice otro periódico (Ti., 26 de julio de 1898), que hace pocos años era de rigor que el 18 de julio, aniversario de la muerte de Juárez, lo pasaran en la cárcel el director y redactor de El Tiempo. El estar ellos tras de los cerrojos, era como un homenaje que los liberales presentaban a su ídolo en ese día”. Por haberse emitido en ese periódico un juicio histórico en el cual se juzgaba al ídolo de un modo desfavorable, si bien en términos serenos y hasta respetuosos, el promotor fiscal, Cipriano Robert, denunció de orden superior el artículo, so pretexto de que en él se ultrajaba a la nación. El 16 de julio de 1887 se presentó en las oficinas de El Tiempo, con gran aparato de fuerza, el juez de Distrito, con su secretario, el fiscal, el magistrado Moisés Rojas y 30 gendarmes de a pie y a caballo, y fue mandado a la cárcel el director del periódico, el gacetillero, el corrector de pruebas, el regente, un cajista, y otras personas extrañas al periódico que se hallaban en la administración tratando diversos asuntos (Ti., 1 de julio de 1898). 40
La Cuestión Religiosa en México – Tomo I “La figura de Juárez, dice Bulnes, personifica en México, la persecución, el terror, el calabozo sombrío, las plebes dementes, el sacerdocio glotón de sangrientos sacrificios” (Ti., 1 de septiembre de 1904). Nadie mejor que él, entre los liberales, lo ha experimentado. Habiendo publicado un libro en que procuró retratar a lo vivo a Juárez, burlándose de aquellos fanáticos siempre echados de bruces delante del feo ídolo zapoteca, con la boca en el suelo y sus ojos cegarritas, viose perseguido ferozmente, incapacitado en cierto modo para defenderse, declarado traidor a la patria, y, finalmente, privado del cargo de diputado al Congreso, siendo nombrado en su lugar un oscuro nieto del fetiche zapoteca. “Como está perfectamente organizado por la intolerancia jacobina el sistema de persecución y de terror para todo aquel que discrepa en lo más mínimo de que Juárez tiene que ser el Buda de México, y ser culto obligatorio para todo mexicano so pena de ser declarado traidor a la patria, no he encontrado, dice, impresor dispuesto a servirme en la defensa de mis opiniones. Ninguno de ellos quiere seguirme en el Calvario de la Verdad histórica. Por tal motivo, he tomado la determinación, vergonzosa para el liberalismo mexicano, de partir para los Estados Unidos, y desde lo alto de su inmensa civilización..., hacer mi defensa personal y la de mi libro; llevando, como refugiado, el título de gloria de haber sido expulsado de la Cámara de Diputados por el crimen de haber escrito un libro en que niego la divinidad de un hombre” (Ti., 1 de septiembre de 1904). A pesar de tantas publicaciones en que ha sido expuesta la figura de cartón pintado que en la Historia de México representa el deífico Juárez, todavía hay jacobinetes de 41
Pbro. Francisco Regis Planchet un fanatismo tan ridículo y zamborotudo que llevan oculto, a guisa de amuleto, en el envés de la solapa del chaleco, el retrato de aquel ídolo apolillado con la invocación: “Detente, fraile enemigo, que Juárez está conmigo” (Pr., 5 de julio de 1929, Salado Álvarez). Y esa grotesca adoración se practica no sólo delante de los analfabetos e indefensos niños de la escuela laica, sino en presencia de todo un gobernador de Estado y selecta concurrencia quienes, abdicada hasta su dignidad de creaturas racionales, quédanse como en éxtasis y boquiabiertos al oír a un dementado, dicho Lizardi, rompiendo en estas barbaridades: “Juárez es un hombre tan grande que muchos lo han declarado dios... Juárez instituyó el sacramento matrimonial; por eso sus discípulos lo declararon esposo de la Iglesia... Juárez es un genio, un gran estadista; Juárez es una época; Juárez es un semi-dios: todo esto se ha dicho con más o menos fundamento. Y yo, yo digo: Juárez es el padre de la familia mexicana, el continuador, el coronador en México de la obra de Jesucristo” (discurso pronunciado por su autor en la velada organizada en el Teatro Juárez, el día 21 de marzo de 1906, en celebración del centenario del nacimiento del Benemérito de América. La Opinión Libre, Guanajuato). Si en las naciones incultas o de una civilización decadente se han convertido en dioses hasta los rábanos y las cebollas, ¿qué de extraño que en el México, por obra y gracia de los liberales, retrogradado más allá de los tiempos de barbarie precortesiana, se haya proclamado la divinidad de un indio zapoteca; y que en febrero de 1921, ante la estatua de aquel ídolo que deshonra a una de las plazas de Lagos, haya concluido su perorata un pedagogo pataratero con un grotesco: “Juárez, ora pro nobis”? (Ep., 13 de marzo de 1921). 42
La Cuestión Religiosa en México – Tomo I Quédese lo anterior para eterno ludibrio de los liberales y de cuantos mentecatos aplaudieron tales majaderías; y archívese como dato histórico e hilo conductor para el alienista que más tarde investigue el grado de locura furiosa en que hizo caer a los liberales su culto fetichista al pelele de Guelatao. Mal que les pese a esos fanáticos de la ferozmente intolerante República Mexicana, pretendemos probarles, desde el suelo de la libre nación de los Estados Unidos, cuál es el lugar definitivo que en la Historia corresponde a Juárez. En la imposibilidad de narrar todos los acontecimientos políticos en que tuvo parte este sujeto, nos ceñiremos únicamente a los puntos más culminantes de su vida. Y en obsequio de la brevedad y para no repetirnos, seguiremos a veces, no tanto el orden cronológico en que se realizaron aquellos hechos, como el ideológico. El agruparlos hará más fácil su comprensión. Ante todo, más bien que una Historia en el sentido estricto de ese vocablo, pretendemos escribir una apologética por medio de la Historia, usando cuando lo requiera el caso un lenguaje recio, según lo pidan las fechorías que vamos a referir, por más que nos riñan los cánones del arte. ¡Ca! una higa para ellos. ¿Y cómo pretender que sea moderado y circunspecto el lenguaje en un país donde las obras han sido, de un siglo acá, estarse degollando unos a otros? “En verdad que los hombres extraviados han de ser tratados con caridad, mas esto ha de ser cuando hay fundada esperanza de llevarlos con tal procedimiento a la verdad. Que si no la hay, y sobre todo si está probado por la experiencia que, callando nosotros y no descubriendo al público el temple y humor del que esparce errores, redunda eso en gravísimo daño de los pueblos, es crueldad no 43
Pbro. Francisco Regis Planchet levantar muy libremente el grito contra tal propagandista, y dejar de echarle en rostro las invectivas que tiene muy merecidas. No de otro modo hablaron los santos Padres, que de las leyes de la caridad cristiana tenían a fe muy claro conocimiento” y fueron a la vez excelentes literatos. “La apologética popular, y siempre es popular la religión, dice Sardá y Salvany, no puede guardar las formas enguantadas y sobrias de la academia y de la escuela. No se convence al pueblo sino hablándole al corazón y a la imaginación, y éstos sólo se emocionan con la literatura calurosa y encendida y apasionada. No es malo el apasionamiento producido por la santa pasión de la verdad”. Dios mediante, seremos imparciales, pero no abjuraremos las normas de la recta conciencia, no permaneceremos neutrales, indiferentes y fríos entre el crimen y la inocencia; que todo esto no es imparcialidad, sino vil cobardía. Despojándonos de todo mezquino interés de partido, abrazaremos únicamente y con santa pasión el partido de la verdad y de la justicia, por más que un malferido liberal nos moteje de “sacerdotes exaltados que pormenorizan los abusos, despojos y delitos repugnantes del bando liberal con exceso de erudición” (Dic., p. 341). En nuestro anhelo de extremar esa imparcialidad y ese exceso de erudición, que lo bueno nunca es demasiado, nos apoyaremos casi exclusivamente en autores acatólicos, para dejarles formular sus juicios sobre la personalidad de Juárez, cuyo retrato se nos presentará así formado a manera de mosaicos pacientemente entresacados de escritores masones e impíos de todo pelaje, ya que del mejor vino sale el mejor vinagre. Dícelo el Crisóstomo: “No hay argumento más fuerte en favor de la verdad, como el ser comprobado por sus propios enemigos” (Homil. 42, in Joan). 44
La Cuestión Religiosa en México – Tomo I Mas, como se trata de rebatir no pocas imposturas con que se ha querido deprimir y manchar injustamente el pasado político del partido conservador; pues, “hasta ahora, escribe Esquivel Obregón, la Historia de México ha sido escrita por los liberales para glorificar al liberalismo y arrojar la responsabilidad de todas nuestras desgracias sobre los conservadores” (Ob., p. 337), por lo mismo se notará que a muchas de esas calumnias las hemos aplastado y molido, si sufre decirse, bajo un irresistible alud de testimonios irrefragables. A un exceso de mentiras era forzoso oponer un exceso de probanzas, para meter más hondo ciertas cosas con el tenaz martilleo, y para que la saña herética sienta el acero penetrante de la verdad, hasta hacerla saltar y revolver contra ella, airada y rabiosa. Esa misma abundancia, que de intento hemos procurado para nuestro libro, a trueque de que en él se mellen los dientes de los vengadores del arquitecto Hiram, forzosamente ha de hacer su lectura algo cansada. Sirva, ya que no de disculpa, de atenuación para nuestro exceso, el ansia de mostrar con luz meridiana lo que ha sido en México la obra nefasta del liberalismo. Por eso, el Libre y aceptado Masón (18 de julio de 1887), que cree que Juárez no ha recibido toda la gloria a que por sus gracias es acreedor, endecha sobre él, tétrico y solemne, con acento de amarguísima lamentación: “No ha nacido aún el gigante de sabiduría y virtud que haya de escribir la historia de Juárez; no se ha fabricado todavía la pluma de oro y de diamante que se necesita para ello; no alcanzan hasta hoy para escribirla las lágrimas de amor, de gratitud y de dolor que hemos derramado. Pero la Divinidad que a todo atiende, está preparando a los varones ilustres que han de venir a hacer el evangelio de Juárez; porque para un Mesías, cuatro evangelistas”. 45
Pbro. Francisco Regis Planchet Modere su llanto el Libre y aceptado Masón, y reciba el presente libro, cual bálsamo sedante de sus feridas, y dulce lenitivo de sus penas y cuitas. Si para un Mesías cuatro evangelistas; para un Juárez, todos los apóstoles, y profetas, y evangelistas, y vírgenes putativas del santoral liberal quienes, con sus plumas de oro y diamante, nos van a pergeñar el evangelio de Juárez. ¡Juárez acusado por los caballeros del triángulo de haber sido un vulgar ambicioso, un gobernante desacertado, un déspota sanguinario; Juárez convicto de haber dilapidado los fondos del erario, llamado al extranjero en su auxilio, traicionado y vendido a su patria! ¡Qué triunfo para el catolicismo, qué afrenta para la masonería, obligada a confesar que sus prohombres no han tenido, en todos sus actos, sino miras rastreras de engrandecimiento personal, a costa de la felicidad de las naciones, a cuya cabeza los puso, no la voluntad del pueblo, sino la ira de Dios! Monografías de este género se necesitan para proveer los arsenales científicos de material de guerra con que derribar la falsa historia escrita por enemigos de la Iglesia y de la patria. Ellas poco a poco irán reconstituyendo el pasado, y haciendo a todos justicia con pruebas irrefutables en la mano, mal que le pese a la conspiración de la calumnia y a “la del silencio, de todas la peor”, en decir de Pascal. Por bien empleadas damos las vigilias que hemos consagrado al estudio de la farragosa y soporífera literatura juarista que, como langosta, ha venido multiplicándose, y de antemano saboreamos el gusto que tendrán nuestros lectores católicos, al presenciar a los mismos masones derribando a pedradas su ridículo y caricato ídolo del pedestal sobre el cual la ignorancia y el fanatismo demente lo habían colocado; sacando a la vergüenza pública al mayor enemigo que en México tuvo jamás la Iglesia y la 46
La Cuestión Religiosa en México – Tomo I patria; pintándolo con todas aquellas negras tintas que hacen al apóstata antipático y repugnante; y así, aunque impensadamente y contra su voluntad, ayudándose del mal para hacer el bien, a la manera que la primavera se ayuda del estiércol para fabricar la rosa.
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Prólogo Galeato
A
gotada la primera edición de la presente obra impresa en 1906, la reeditaron en Guadalajara, año 1920, los jóvenes acejotaemeros, D. Miguel Gómez Loza, D. Lorenzo Reynoso y D. Jorge Padilla, con la añadidura de un estudio histórico-filosófico La Cuestión Religiosa en Jalisco por D. Anacleto González Flores. D. Anacleto y D. Miguel tuvieron la gloria insigne de conquistar la palma del martirio, tras de haber sido horriblemente torturados, lo mismo que D. Luis Padilla Gómez, encarcelado junto con D. Jorge Padilla. En 1927 fue reimpresa la obra, y la de D. Anacleto por cuenta de los PP. jesuitas de la Revista Católica de El Paso, quienes, hasta la fecha, no han logrado que la deje entrar a México su gobierno perseguidor de la religión y de la verdad histórica. Cuanto a la primera edición, fuenos materialmente imposible hallar en México impresores y libreros dispuestos, según dicho vulgar, a colgar el cascabel al gato. “Porfirio Díaz, dijo uno de sus incondicionales, está armado de una ley de imprenta que le entrega maniatados 49
Pbro. Francisco Regis Planchet a todos los que escriben y a todos los que imprimen” (Raf., p. 28). Habiendo leído la obra “con mucho interés”, el director de El Tiempo resolvió publicarla en folletín. Al cabo de dos meses de reflexión, hiciéronle desistir de su propósito los motivos que en ésta su carta vienen expresados: “Después de que avisé a Ud. que reproduciría en El Tiempo, La Cuestión Religiosa, una respetable persona me aconsejó que antes de hacerlo, debía yo asegurarme de que eso no me traería dificultades. Busqué persona que allá arriba investigara lo que podría acontecerme si yo hacía la publicación; y después de muchos días pude saber que el gobierno no la vería bien; y en caso de conflicto, que yo sufriría molestias y tal vez una feroz persecución masónica: Si a Bulnes no le han hecho más, ha sido porque lo ampara el fuero de diputado. En vista de esto, he prescindido de mi primitivo propósito. Lo cual aviso a Ud. esperando que aprobará mi resolución... V. Agüeros”. Igual repulsa sufrimos de parte de los impresores y libreros mexicanos. Cuando a éstos les ofrecimos nuestra obra bajo su verdadero título: Vida de Benito Juárez, todos nos contestaron con sorprendente unanimidad casi en estos términos: “La vida de Juárez que Ud. nos propone, desde luego le participamos que no nos conviene venderla... Herrero Hermanos”. Mas cuando en el forro del libro sustituimos el ominoso título de Vida de Benito Juárez con este otro más ortodoxo: La Cuestión Religiosa en México, entonces todos los libreros cayeron en la red, y al descubrirse más tarde el engaño, la obra vendíase como pan caliente, y por tal de no desaprovechar la ocasión de proveer la alforja, los libreros jugaron el todo por el todo, menos el Sr. Aguilar quien nos escribía: “Debido a algunas versiones que desde hace 50
La Cuestión Religiosa en México – Tomo I tiempo corrieron, diciéndose que la obra iba a ser recogida por el gobierno, nos hemos abstenido de ponerla en los aparadores”. Las dos primeras veces que se publicó La Cuestión Religiosa, muchas fueron las contrariedades con que hubimos de tropezar. Respecto a la segunda edición, hecha en Guadalajara por los gloriosos mártires Lic. Anacleto González Flores y Miguel Gómez Loza y otros miembros de la benemérita ACJM, la propagación de ésta y otras obritas nuestras, le acarreó al Lic. Miguel Gómez, intrépido adalid de las huestes católicas en Jalisco, una larga y sañuda persecución de que extensamente habló la prensa en 1923, y volvió a hablar en 1927, con motivo de la explosión de una bomba de dinamita con que quiso matarle el execrable Calles. El gobierno no recogió la obra, ni su prensa la atacó, creyendo más conveniente a sus intereses, el que se hiciera noche alrededor de ella. Sólo rompieron el silencio y a la vez fuegos ¿quién lo hubiera creído?, aquellos mismos para cuya defensa se había escrito, y a quienes tocaba, de preferencia a un extraño, haber tenido el valor y merecido la honra, si honra hubo, de haberla escrito, siquiera para tomar revancha de la execrable secta que, tras de haberlos despojado de sus bienes y derechos políticos, los tiene humillados, escarnecidos y “eternamente castigados”, que dijo Bulnes. Quisimos defendernos en El Tiempo, pero todo fue en vano. Su director nos manifestó que los censores eclesiásticos que habían autorizado los ataques a nuestra obra y a nuestro carácter, no permitían bajo ningún concepto fuera publicada nuestra defensa. Donoso procedimiento que denota cuán de mala ley fueron las armas empleadas en nuestra contra, y con qué facilidad se lanzan, bajo el 51
Pbro. Francisco Regis Planchet impulso de la pasión, acusaciones tan graves como las de calumniador y hereje. El Sr. Pbro. Gabino Chávez, graduado por El País (3 de mayo de 1908) de “sabio escritor católico”, nos echó desde luego al infierno por el pecado mortal en que, según él, incurrimos por haber publicado nuestra obra sin licencia del Ordinario, ni indicación del lugar en que se imprimió y editó. Por fortuna, monseñor Pennachi, Catedrático de la Propaganda y Consultor de varias Congregaciones Romanas, nos sacó de apuros con justificar en estas sus palabras nuestro modo de proceder en todo conforme con la legislación eclesiástica entonces vigente: “Los libros que no tratan de asuntos referentes a cosas religiosas o a las buenas costumbres, pueden publicarse sin licencia del Ordinario y callado el nombre del lugar en que se imprimen y editan” (In Constit. Officiorum ac munerum, p. 240). Nuestra obra pertenece a esa clase, como verse puede en el precitado autor (pp. 226, 227). Supongamos que en vez de la vida de un apóstata y perseguidor de la Iglesia, hubiéramos escrito la de algún santo, ni aun así nos hacía falta la licencia del Ordinario, ya que tampoco hace falta, agrega nuestro canonista (p. 225), para imprimir y publicar la voluminosa y colosal vida de los santos por los Bolandistas. Otro desfacedor de entuertos, un Pbro. Julio Miranda, vecino de la ciudad famosa por sus cajetas, nos disparó una metralla de palabrones tan pulcros, y de cargos tan inverosímiles para quien haya leído nuestra obra, que será nuestra mejor defensa reproducir sin comentario estos furibundos desahogos: “Regis Planchet es un hombre funesto que no se ha contentado con querer romper la túnica inconsútil de Jesucristo, sino que quiere que los mexicanos veamos en los padres de nuestra querida patria a los hombres más relajados para echar por tierra su 52
La Cuestión Religiosa en México – Tomo I heroicidad. Lo que hay que admirar es que haya cándidos que dicen que sus escritos son de mucho valer. Cómo se conoce que no los han leído, y que si los han leído, claro es que los que encomian a Planchet son antirreligiosos (sic) y enemigos de la patria” (El Obrero Católico, Celaya, 15 de marzo de 1908). Sin embargo, la más grave de nuestras ofensas, la que en México no tiene remisión, al igual del pecado contra el Espíritu Santo, fue la de haber denostado a la Iglesia mexicana, a la cual no tenemos la honra de pertenecer, añade con no disimulada satisfacción el Sr. Chávez, si bien esto último es cuenta de otro rosario, del rosario de nuestra bendita madre. Habla dicho señor: “En el decreto de la prohibición dice León XIII: ‘Se prohíben los libros que lanzan a propósito invectivas contra la jerarquía eclesiástica’. Es el caso preciso de La Cuestión Religiosa”. De ese cargo intemperante, causado en su autor por la ignorancia del Derecho Canónico, nos absuelve el ya citado monseñor Pennachi, diciendo a la letra: “Para que un libro de esa clase esté sujeto a la prohibición, debe manifestar el propósito de atacar a la jerarquía eclesiástica, esto es, debe atacarla intencionalmente, por malicia preconcebida y en no pequeña parte del libro; mas no por incidencia, o de paso; porque no se puede decir con verdad y propiedad que un libro ataque alguna cosa, o de ella trata a propósito, intencionalmente, o ex profeso, como no sea esto el objeto especial del libro, o una parte no mediocre de él. Tampoco se ha de confundir la jerarquía eclesiástica con los individuos que la integran. Aquel que lanza invectivas a los individuos, hace un libro infamatorio, mas no denigra el estado de ellos; de modo que no puede decirse que lanza a propósito invectivas contra la jerarquía eclesiástica quien llena de improperios a los 53
Pbro. Francisco Regis Planchet poquísimos Romanos Pontífices que deshonraron más bien que rigieron la Santa Sede, o a ciertos obispos y sacerdotes que no vivieron conforme a su vocación. Tampoco se debe mancillar con esa acusación a los que, apoyados en la Historia Eclesiástica de los siglos décimo y undécimo, afirman que en esa época no brillaba el clero por la santidad propia de su estado, y que estaba inficionado de la lepra de la simonía. Esos escritores lamentan los vicios de aquella época, mas no denigran el estado seglar ni el religioso, y por eso no caen bajo las prohibiciones de la ley. Aún más: no estaría sujeto a dichas prohibiciones el escritor que lanza a propósito invectivas contra muchos Romanos Pontífices y muchos obispos. La ley castiga al que lanza a propósito invectivas contra la jerarquía eclesiástica, mas no al que las lanza contra individuos de ella, por más que sean muchos y lleguen a un crecido número. Siendo la ley odiosa, se debe siempre interpretarla estrictamente, y no extenderla de un caso a otro” (pp. 96, 97). Acaban de destruir por completo el cargo anterior, además de lo ya referido: las gestiones inútilmente hechas para que nuestra obra se pusiera en el Índice; las muchas cartas laudatorias de ella, ya del dominio público, que mexicanos católicos muy caracterizados nunca hubieran suscrito, de resultar fundadas las acusaciones del Sr. Chávez; la lectura que de nuestro libro se hizo públicamente en el refectorio del seminario mexicano de Castroville, entonces regenteado por el obispo de Tulancingo, monseñor Herrera, quien lo propagó clandestinamente en México; la implícita aprobación que a las dos primeras ediciones, con su censura eclesiástica le extendió la Mitra de Guadalajara; el consejo que, en una Revista Histórica, dirigida por el obispo rector de la Universidad Católica de Washington, se nos dio de verter nuestra obra al inglés (for the matter that it treats, the book should be immensely popular now in an 54
La Cuestión Religiosa en México – Tomo I english version. The Catholic Historical Review, july, 1919); y, finalmente, los ejemplos de santa libertad, autorizada y bendecida por la Iglesia, que tiene todo escritor para apreciar con imparcialidad las faltas y errores que en el transcurso de los siglos han cometido los miembros de la jerarquía eclesiástica. De aquellos ejemplos escogeremos algunos, y de éstos solamente los que por la moderación del lenguaje, pueden citarse sin ofender en demasía los oídos extremadamente piadosos de la actual generación mexicana. “Hay un delito que en México no ha tenido jamás indulto ni amnistía, dice un liberal impenitente: el delito es el de decir la verdad” (Ob., p. 263). Pues, ¿quién es capaz hoy en día, de oír sin escandalizarse los terribles improperios o denuestos, cual diría un señor Chávez, que lanzaban contra el clero y el mismo Romano Pontífice, un San Pedro Damián, un San Bernardo, una Santa Catalina y el terrible Savonarola, ese mismo cuyos virulentos sermones sobre la corrupción de la corte de Alejandro VI, se libraron por un milagro de ser puestos en el Índice, por más que así lo reclamase con imperio el Papa y la gran mayoría de la comisión cardenalicia encargada de examinarlos, milagro innegable, debido a las oraciones de San Felipe Neri (Carden. Capecelatro en la vida del santo), que viene a probar que Dios justiciero, a veces autoriza, para su mayor gloria, esos mal llamados denuestos contra los encumbrados dignatarios de su Iglesia? Sondear las propias llagas para aplicarles el remedio, nunca ha sido crueldad, sino discreción y amor. Es de notar que el mismo Alejandro VI permaneció indiferente respecto del lenguaje intemperante de Savonarola, mientras éste no atacaba ningún dogma esencial; y que nunca le hubiera coartado la libertad de expresión, si el fogoso dominico no se hubiese inmiscuido 55
Pbro. Francisco Regis Planchet en la política, con lo que él mismo proporcionó a sus poderosos enemigos motivos serios para reclamar la intervención del Papa (Past. VI., 2). Si los Romanos Pontífices permiten los juzgue la Historia, si abren al público los archivos secretos del Vaticano, si premian con distinciones honoríficas a los historiadores que dijeron, como Luis Pastor, verdades desagradables para la memoria de algunos que llevaron la tiara, ¿cómo se atreverán sujetos oscuros de una sola nación, a poner el grito en el cielo porque un historiador viene a echar por los suelos la leyenda absurda de esa imaginaria grandeza e impecabilidad en que dichos personajes se habían estado meciendo tanto tiempo, con mengua de la justicia y de la verdad? ¿Acaso se consideran ellos, al igual de Juárez, superiores a la crítica histórica, o dignos de que se les tengan mayores miramientos que a los mismos Romanos Pontífices? “Cuando el Papa, dice un Provincial de los PP. jesuitas (T. J. Campbell), desea que se haga la luz completa sobre los grandes hombres que llevaron la tiara, personajes de menor importancia no deben esperar mejor tratamiento” (Free., 23 de mayo de 1908). Al finar el medioevo, en ninguna parte se disfrutaba de tanta libertad para hablar, como en Roma; libertad que era increíble, refiere el humanista Rosmini, ya que los Papas, entre ellos Sixto IV, cuyas “liviandades” (Het. II, 10) recita la Historia, permitían que en su misma capilla se les dijeran las cosas más duras (Past. I, 66). A pesar de los denuestos de Petrarca y de Bocaccio en contra de la corrupción del clero, siendo ambos escritores de costumbres harto licenciosas, los Papas les extendieron su generosa protección, y a Petrarca le ofrecieron hasta cinco veces el cargo de secretario apostólico (Past. I, 67). Quien haya leído la monumental Historia del Pueblo Alemán por monseñor Janssen, habrá visto que el origen 56
La Cuestión Religiosa en México – Tomo I del protestantismo se debió en gran parte a la vida relajada del episcopado alemán; y que San Canisio, “varón santísimo que por su doctrina tanto honor y alabanza mereció de la Iglesia”, dice León XIII, afirmaba entonces, sin que ningún fariseo le tachara de irrespetuoso para con la dignidad episcopal: “El peligro más grande que amenaza a la Iglesia en Alemania, es la impunidad con que los malos obispos y los capítulos desobedecen a la Santa Sede, y ningún caso hacen de Dios ni de los hombres”. En cuanto a Santa Catalina, “los mismos cardenales, refiere la Historia, quedaban estupefactos al ver la audacia de esa monjita que se atrevía a echar en cara al Papa sus propios defectos, y en particular su debilidad para con sus parientes. Todo Aviñón estaba en la agitación. Muchas gentes habrían deseado callar a la Santa, pero el Papa la protegía, y aquéllas temían al Papa. Decía la santa en voz alta que esperaba haber hallado en la corte pontificia un paraíso de virtudes, y sólo había encontrado la fetidez del infierno. Gregorio XI y Catalina se honraban mutuamente: el uno, con autorizar en la santa esa libertad de expresión; y la otra, con hablar en ese tono al Papa” (Past. I, 123). Y cuenta que Gregorio XI, tan severamente reprendido por la virgen de Sena, era, dice la Historia, en extremo sabio, religioso, manso, casto, humilde; que a duras penas había aceptado la tiara, y desde su juventud era llamado “el piadoso”, siendo queridísimo de todos, y amantísimo de pobres y afligidos (Card. Capecelatro. Santa Catalina, pp. 123, 124). Contra los que también apellidaban de faccioso al gran Montalembert y lo acusaban de denostar a ciertos obispos franceses, se indignaba el cardenal Perraud y prorrumpía en estas exclamaciones: “¡Ay!, ¡cuánto se hubiera admirado un San Bernardo y afligido una Santa Catalina, si se les hubiese tildado de facciosos, porque el vivo sentimiento 57
Pbro. Francisco Regis Planchet de los peligros que corría la Iglesia, les arrancaba, como a pesar suyo, gritos de dolor y severas reprensiones! Con callar, hubieran creído que traicionaban; y la Iglesia que se aprovechó de sus piadosos atrevimientos, nunca ha cesado de agradecérselos” (Lecanuet. Montalembert, III, 469). Faccioso también, y a su manera denostador de la corte pontificia, fue cierto legado del Papa Adrián VI, cuando en presencia del Congreso alemán, hizo en 1522 esta declaración: “Sabemos que en estos últimos años la Santa Sede ha cometido muchas abominaciones y muchos abusos de las cosas espirituales, y violación de las leyes, por lo cual todo ha empeorado. Haremos cuanto se pueda para reformar, primero que todo, la entera Corte romana de la cual quizá han dimanado todos aquellos males (el protestantismo). Ya que la enfermedad ha empezado aquí, aquí también empezará su curación. Nos consideramos tanto más obligados a adoptar serias medidas, cuanto que el mundo entero ansía la reforma de esa corte” (Janssen. Hist. del Pueblo Alemán). Aquellos mismos hombres que defendían con tanta energía los derechos del Papa, de la Iglesia y de los obispos, sabían, en caso ocurrente, recordarles que esos derechos tenían por corolarios unos deberes; y lo hacían con una libertad de expresión sólo igualada por la grandeza del alma de aquellos a quienes ellos se dirigían: bellos ejemplos, agrega con cierta tristeza Luis Pastor, de los cuales por desgracia ningunos rastros se hallan en los siglos posteriores (Past. I, 85). Sin desesperar nosotros de hallarlos aún en nuestros tiempos, citaremos únicamente, para concluir nuestra demostración, las obras de dos sacerdotes franceses, los abates Kannengieser y Battandier. 58
La Cuestión Religiosa en México – Tomo I En ellas se afirma respectivamente: que entre los prelados que rodean al Santo Padre, hay una legión de Judas que se sientan alternativamente a la mesa del Papa y a la del rey de Italia; reciben dinero con ambas manos, y traicionan al primero por cuenta del segundo” (A. Battandier, Le Cardinal Pitra, p. 703); que en la administración de los bienes del Sacro Colegio se descubrió una vez un fraude de importancia (ibíd., p. 628); que en el último siglo hubo en Alemania, lo mismo que en Austro-Hungría, obispos perversos y masones que vendieron a su Madre la Iglesia (A. Kannengieser, El Despertar de un Pueblo, pp. 18, 19); que León XIII desaprobó al Centro Alemán (ibíd., pp. 100, 101); que Windthorst desaprobó a León XIII para salvar los intereses católicos en Alemania, y evitar que el Centro se desmoronase (A. Kannengieser, Los Católicos Alemanes, p. 58); finalmente, que León XIII obró con poca magnanimidad respecto al cardenal Pitra, y que el célebre cardenal Pie murió de resultas del silencio que le impuso León XIII (Battandier, op. cit., pp. 729, 730, 886). Véase ahora cómo castigó León XIII a esos escritores al parecer tan atrevidos. Al abate Kannengieser le mandó un Breve encomiástico de esas mismas obras en que se decía la verdad al mismo Santo Padre. Al claridoso abate Battandier lo distinguió aún más, nombrándole prelado romano y Consultor de la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares. He aquí cómo Roma, con su conducta noble y liberal, condena a esos católicos pusilánimes y asustadizos cuya vista enfermiza queda ofendida por el resplandor de la luz; a esos católicos más papistas que el Papa y siempre temerosos de que la Iglesia vaya a desplomarse si ellos no se apresuran en apuntalarla con piadosas reticencias y mentiras, consiguiendo tan sólo, con ese proceder 59
Pbro. Francisco Regis Planchet deshonesto, perjudicar la causa católica y atraerse la rechifla de la gente sensata. Tal es la opinión de un personaje tan distinguido en la jerarquía eclesiástica como el cardenal Gibbons quien dice: “La libertad de la prensa católica debe ser tan amplia y libre de trabas como los límites en que se encierra la verdad. Si hemos de amordazar nuestra prensa a fin de impedir cualquier crítica sobre asuntos de Iglesia, que ciertos espíritus demasiado tímidos creen necesario ocultar, ¿qué valor merecerán nuestras palabras cuando denunciemos las faltas y abusos de los que están fuera de la Iglesia?” (Cath. Mirror, Baltimore, 15 de octubre de 1889). “El historiador de la Iglesia será tanto más fuerte para hacer resaltar su origen divino, dijo León XIII, cuanto más imparcial se habrá manifestado en no disimular ninguna de las pruebas que las prevaricaciones de sus hijos, y aun a veces de sus ministros, han hecho sufrir a aquella esposa de Cristo en el lapso de los siglos”. Al aceptar con tanta humildad las críticas durísimas de sus mismos súbditos, los Romanos Pontífices nada innovan: sólo se mostraban dignos sucesores de San Pedro, el primer Papa, que se dejó reprender públicamente por San Pablo, su inferior, reconoció la justicia de esa reprensión, y quiso la reconocieran los cristianos hasta el fin del mundo, con alabar él mismo las epístolas en que ella viene reproducida. Los que se escandalizan de que uno escriba la verdadera Historia de la Iglesia, en vez de un empalagoso panegírico, ¿por qué no se fijan en el modo con que la historia de cierto apóstol, y la de los antepasados de Nuestro Señor se narran en la Sagrada Escritura, en la que “todas las cosas en ella referidas se han escrito para enseñanza nuestra”? (Rom., 15, 4). ¿De quién hemos sabido, sino de ella misma, que el Sr. Obispo Judas Iscariote fue ladrón, vendió al Señor y se suicidó? “Si el evangelista no oculta el pecado 60
La Cuestión Religiosa en México – Tomo I ni la apostasía de Judas, dice el cardenal Manning, tampoco nosotros debemos ocultar las faltas de los obispos y demás personajes” (Purcell. Life of Cardinal Manning, II, 155). A haber querido Jesucristo callar cuanto hay de malo y escandaloso en la Historia de su Iglesia, no hubiera permitido que la Biblia mentara a los peores de sus antepasados. Algunas de las mujeres mencionadas en el árbol genealógico del Señor fueron pecadoras o de mala fama, como la incestuosa Tamar, la ramera Rahab y la adúltera Betsabé. “Con querer que en su árbol genealógico se mencionara a semejantes pecadoras, Jesucristo nos enseñó, dice el Crisóstomo, a no ruborizarnos de nuestros antepasados, sino a esforzarnos únicamente por ser virtuosos” (Hom. in Matth.). Para ser virtuoso nada ayuda tanto como la humildad nacida del conocimiento y confesión de la propia flaqueza. “Hijo, dice el Eclesiástico (IV, 14, 25), no te avergüences de decir la verdad, cuando se trata de tu alma; porque hay vergüenza que conduce al pecado, y hay también vergüenza que acarrea la gloria y la gracia de Dios”. Y San Agustín: “Vale más conocer sus faltas que todas las maravillas del mundo”. Y el Papa Nicolás V: “Para curar a un herido, es preciso tener el valor de descubrir sus llagas”. Ese valor túvolo San Pedro Damián en sumo grado cuando dirigió al Papa León IV, “con la santa libertad de que en aquellos días gozaban los siervos de Dios, un libro bellísimo” (Card. Capecelatro) titulado Gomorriano, en el que flagelaba el vicio nefando de Gomorra, con el cual estaba manchado el clero de aquella época. A par de Nicolás V, daba el santo Doctor como único motivo de la revelación de unas llagas tan purulentas, la imposibilidad de curarlas sin ese remedio. “¡Ay! exclamaba, vergüenza me da el tener que referir a oídos piadosos un crimen tan horrible. Pero, si el médico tiene asco al pus que mana de las llagas, ¿quién se ocupará 61
Pbro. Francisco Regis Planchet en aplicarles el cauterio? ¿Heu pudet dicere, pudet tam turpe flagitium auribus intimare, sed si medicus horret virus, quis curabit adhibere cauterium? (Gomorrhianus). Aquellos dignos sacerdotes, “inflexibles en cuestiones de disciplina y en clamar contra los abusos de la curia romana, jamás pusieron lengua en la autoridad del Pontífice” (Het. II, 684). Y no se crea que esas revelaciones perjudiquen la causa religiosa, ni ante Dios, enemigo de todo linaje de mentira, ni ante los mismos descreídos a quienes naturalmente enamora la sinceridad. Ejemplo de ello es el afamado historiador Hipólito Taine, cuyo método para llegar al conocimiento de la verdad histórica, por encima de cualquier prejuicio, merece alabanza. “Es preciso, decía, ponernos a la investigación científica como el que se pone a sacar los objetos existentes dentro de un pozo, sin saber lo que va a salir; pero con propósito firme de no ocultar nada de lo que venga a luz”. “Es muy conveniente, encarece el precitado provincial de los jesuitas, que seamos nosotros quienes saquemos a luz nuestras flaquezas, para que nuestros enemigos no nos acusen de adulterar la verdad. Tal vez nuestra vanidad sufra algo de ese modo de proceder; la honradez, empero, es preferible a la riqueza mal habida, y la lección que lleguemos a aprender de esas revelaciones históricas, será que las pruebas por que tuvo que pasar la Iglesia, no todas provinieron exclusivamente de aquellos que viven fuera de su seno” (Free., 23 de mayo de 1098). Precisamente por esas ingenuas revelaciones históricas que aparecen en Los Monjes del Occidente, el ministro protestante Naville, a quien el P. Gratry y Montalembert honraron con su amistad, encomiaba el libro de este último y daba para ello unas razones dignas de ser 62
La Cuestión Religiosa en México – Tomo I meditadas por los torpes panegiristas de la impecabilidad clerical. Decía: “Aquellos que no saben defender así a un hombre, a una causa, no los quieren de veras, ni les tienen una entera confianza. Es principalmente la causa por excelencia, la causa de la Iglesia de Jesucristo y de la verdad, la que ha menester aquellos defensores valerosos y creyentes que no permiten que el mundo envuelva en una misma desaprobación, lo que emana del Dios santo y lo que proviene del hombre pecador. Es sólo con la confesión valiente de los males que aquejan a la Iglesia y a las instituciones cristianas, con que éstas pueden esperar levantarse de sus caídas y sanar de sus miserias, así como también es sólo por medio de las humillaciones que sana y se levanta el cristiano”. Tan es cierto lo dicho por ese protestante, que ilustres personajes achacan a esa falta de sinceridad en denunciar los abusos de ciertos próceres eclesiásticos, no una parte, sino la totalidad de los males que en el transcurso de los siglos han sobrevenido a la Iglesia. “Mis estudios históricos, decía Montalembert a monseñor Dupanloup, me han dado la convicción de que todo el mal que se hizo en la Iglesia, y es inmenso ese mal, proviene de que los hombres que tienen autoridad, como Vuestra Señoría, o no han sabido, o no han osado decir a su tiempo la verdad, toda la verdad, nada más que la verdad, y han dejado ese papel importante a unos genios descarriados como Lutero, o a unos tontos como el Cardenal d’Andrea” (Lecanuet, op. cit., III, 435). En ese mismo sentido abundaba el célebre obispo al dirigirle la siguiente contestación: “La mayor parte de los males que aquejan a la Iglesia y al Estado, provienen de que muy pocos son los que se atreven a hablar abierta y francamente a los que mandan, y descubrirles lo que sería tan útil supiesen, y tan deplorable ignorasen” (op. cit.). Y 63
Pbro. Francisco Regis Planchet por tanto, decía en otro pasaje estas palabras dignas de la nobleza de alma que distinguió siempre a uno de los prelados que más honraron a la Iglesia de Francia en la última centuria: “Sí, bueno es dejar que se juzgue a los obispos. Esto es bueno para todos: bueno para los obispos, bueno para la Iglesia, bueno para la nación, bueno en fin para la dignidad de las costumbres y de los caracteres. Sí, conviene saber que pueden juzgarle a uno, y que le juzgarán, y que la Iglesia no lo tomará a mal; pues nadie se juzga con mayor severidad que ella. Ella se honra en ser una sociedad que trabaja continuamente en juzgarse a sí misma, y reformarse en virtud de la regeneración espiritual que hay en ella y le viene de Dios. Tres mil concilios o sínodos hasta el Concilio de Trento son un testimonio inmortal de su severidad santa para con los obispos, los sacerdotes y para con todos. Nosotros no pretendemos ser perfectos. Dios nos ha dejado la libertad para que tengamos mérito en la virtud, la libertad para el mal, el cual nada prueba contra la Iglesia, puesto que nadie sobre la tierra lo condena más severamente que ella” (Ed. Drumont. La fin d’un monde). Dejen, pues, de escandalizarse esos católicos mojigatos si apreciamos con la debida severidad la conducta de aquellos sacerdotes alistados a la masonería, que en tiempos pasados pelearon entre las chusmas de la demagogia; de aquellos religiosos bigardos que, para resistir la reforma mandada de Roma, remitían fondos a la revolución; de aquellos obispos que se pusieron en pugna con el enviado del Papa, escogieron para padrino de consagración al gran maestre de la masonería, promovieron la erección de un monumento a un cura escandaloso y sanguinario, y “entregaron en nombre de la Religión la ondulante palma del martirio” 64
La Cuestión Religiosa en México – Tomo I (Ti., 9 de noviembre de 1910) a otro cura revolucionario, no menos sanguinario y disoluto, inquisitorialmente acusado de crímenes nefandos. Por deplorables que sean los escándalos que de vez en cuando han empañado el brillo de la Iglesia, ellos encierran una lección severa que no debemos olvidar los católicos: nos señalan los escollos contra los cuales se estrelló la virtud de las almas vulgares, para que en esa deshecha guerra contra Cristo y su Iglesia, sepamos evitar el naufragio en que otros miserablemente perecieron. Con ese criterio levantado y conforme a la regla que, repitiendo una palabra de Cicerón, señala León XIII a todo escritor de Historia: “No atreverse jamás a decir lo falso, pero nunca temer exponer lo cierto”, se ha preparado esta cuarta edición de La Cuestión Religiosa en México, obra repleta de verdades amargas para amigos y enemigos; pero con eso y todo, verdades buenas de decir; verdades que sanan amargando; verdades que enaltecen al sacerdote bastante honrado para confesarlas, por más que cedan momentáneamente en desdoro de la clase sacerdotal; verdades, en fin, que es justo sepan todos, como es justicia el que no se cubran las gentes de Iglesia, por medio de fábulas y leyendas piadosas, con un manto de santidad al cual no tienen derecho, y del que tarde o temprano los despojará ignominiosamente la crítica histórica. Pretender amordazar a la Historia con protestas y aspavientos ridículos, cual lo intentó inútilmente por medio de sus cárceles y ley fuga la masonería en México, es empeño tan pueril como el de aquellos indios que en tiempo de la conquista corrían a tapar con sus sombreros de paja la boca de los cañones de Hernán Cortés, creyendo impedir con eso la salida del proyectil. 65
Pbro. Francisco Regis Planchet ¡Fuera, pues, leyendas y embustes históricos, y paso a la verdad justiciera y libertadora de La Cuestión Religiosa! En ella hemos tratado, cual dijo S. Pedro Damián en las candentes páginas de su Gomorriano, asuntos graves y dignos de la pluma de un sacerdote (non ció che e degno di un istrione, ma quel che conviene ad un sacerdote), dejando a otros el manejo del turíbulo de la adulación, cosa sólo propia de un comediante, para atenernos únicamente a esta máxima de S. Gregorio Magno, que prohíja el melifluo S. Bernardo: Nada importa se escandalicen los fariseos, con tal que resplandezca la verdad: Melius est ut scandalum oriatur quam veritas relinquatur (Ep., 78).
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Introducción
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ara formarse un juicio exacto y sereno sobre la época tormentosa en que vivió y actuó el gobernante cuya fisonomía moral tratamos de delinear en estas páginas, es preciso, so pena de incidir en graves errores de apreciación, no sólo estudiar con entera imparcialidad los acontecimientos en que aquél figuró, sí que también remontar la corriente de los sucesos históricos y rastrear las causas que los produjeron. “En la Historia como en la naturaleza no hay efecto sin causa, no hay cosa que provenga de nada: todo se traba y engendra. El único suceso exceptuado de esta ley es el cristianismo, que por eso no es de origen humano”. De ese modo, fácil será señalar los efectos funestos que aquellos sucesos han tenido en la azarosa existencia de la República Mexicana, a la vez que los medios adecuados para prevenir su repetición. Tarea ardua y larga es ésta que requiere ante todo un sincero amor a la verdad, un sano juicio crítico y prolongadas vigilias para hacerse cargo de la voluminosa serie de publicaciones que versan sobre la época más agitada y más discutida de la historia patria. El autor 69