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Mejor solos: el virus en las caletas

MEJOR SOLOS

CÓMO LA LEJANÍA DE LAS CALETAS AYUDÓ A QUE EL COVID NO LLEGARA (Y TAMPOCO LA VACUNACIÓN)

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MIENTRAS QUE EN ANTOFAGASTA EL CORONAVIRUS DESATABA LA MAYOR CRISIS SANITARIA Y ECONÓMICA DE LA HISTORIA, EN LUGARES COMO LAS CALETAS EL COBRE O BLANCO ENCALADA LA PANDEMIA NO LLEGÓ CON AGRESIVIDAD. AUNQUE TAMPOCO LA CAMPAÑA DE INOCULACIÓN. “ES COMO SI NO SUPIERAN QUE ESTO EXISTE”, DICE UNO DE LOS POBLADORES QUE VIVE EN DICHA ZONA. EN PAPOSO, EN TANTO, SIGUIERON EL EJEMPLO DE OTRAS ZONAS MÁS PEQUEÑAS ANTE EL AVANCE DEL VIRUS: CERRAR TODO Y EVITAR QUE GENTE DE AFUERA INGRESARA LIBREMENTE.

JUNTO AL MAR. Son pocas las casas que se apiñan junto al mar en Caleta El Cobre. Todas son de material ligero, como la de la foto.

JOSÉ FRANCISCO MONTECINO L. Desde Paposo

Para llegar a la caleta El Cobre, hay que cruzar un camino zigzagueante y sin pavimentar que atraviesa los cerros, en un viaje de aproximadamente dos horas desde Antofagasta. En algunos momentos, en lo más alto de la ruta, se puede observar cómo las nubes parecieran ser el océano. No se ven muchos vehículos yendo en esa dirección. Tal vez lo complicado de la vía repele a los visitantes. Por esta razón, la caleta y sus pobladores se mantuvieron alejados de lo que ocurría en la capital regional, donde el covid-19 empezó a cobrar vidas y los contagios aumentaban diariamente durante el 2020, el primer año de la pandemia. El lugar parece estar deshabitado a simple vista. Como si en El Cobre sus casas estuvieran abandonadas, dando la sensación de estar entrando a un pueblo fantasma, olvidado por el tiempo y las ciudades más grandes. “Cuando empezó la pandemia nos mantuvimos acá no más. Cuando bajaba (a Antofagasta), estaba hasta una semana, pero trataba de no mantener mucho contacto con la otra gente. Uno va y sube altiro”, dice Moisés Wilson, un hombre de 60 años del pueblo chango, al igual que la gran mayoría de los habitantes de El Cobre. “Acá no se pierde la cultura. Nos gusta andar mariscando”, agrega. Y explica que son aproximadamente 12 casas las que componen esta localidad. Moisés nos recibe en su casa, donde se encuentra con otros vecinos tomando vino, durante una nublada mañana de jueves de octubre. Vive en El Cobre hace 15 años, y su principal trabajo es recolectar huiro. Su casa mira hacia el mar. En la playa se divisan los botes en la orilla, como si estuvieran esperando a que alguien los tome para adentrarse al océano y pescar. “Acá nunca nos pescaron”, dice Moisés. “Un camión venía a vender mercadería, y nos salvaba de ir pa’ abajo. Como teníamos todo, para qué íbamos a ir”. “Uno hace la diligencia y vuelve”, agrega Carlos Ramírez, un venezolano que, luego de escapar de su país hace tres años, terminó viviendo en uno de los lugares más recónditos de la región. En la caleta hubo un solo contagio, pero se contuvo, según afirman los residentes. De inmediato lo bajaron al Hospital Regional. Eso fue el año pasado. “Tuvieron contacto con gente de afuera”, asegura Moisés. José Luis Sarria, otro habitante de la caleta, cuenta que nadie de la localidad se ha vacunado. Explica que “no pudimos, porque es la media cola” en los consultorios. A esto, Carlos añade: “Una vez yo intenté comunicarme (con los consultorios), porque el acceso acá es muy difícil. Yo llamé a

AMIGOS. Todos se conocen en Caleta El Cobre. La ausencia de visitantes del exterior los hace sentir seguros viviendo ahí.

MACARENA VARELA

LEJANÍA. El serpenteante camino que pasa junto a Caleta El Cobre hasta Paposo está pavimentado desde el año pasado, pero es poco transitado.

SOLEDAD. Los habitantes que residen en El Cobre son prácticamente todos pescadores o recolectores de mariscos.

los números que daban en ese momento, pero nunca vinieron (a vacunar). No sé si ellos sabían que esto existía. Nunca llegaron. Acá la única señal que llega es Entel, con lástima”. “No tengo ninguna vacuna. El vino me mantiene. Nunca me he vacunado. La única enfermedad que tengo es la próstata”, cuenta Moisés, que durante la conversación asegura haberse tomado cuatro botellas de vino en una sola mañana. Y agrega que, a pesar de tener también una casa en Antofagasta, prefiere estar en El Cobre. Dice que en este lugar “tengo libertad”. Rode Villalobos sí se vacunó. Al tener camioneta propia le fue más fácil ir hacia Antofagasta. “No vinieron (a vacunar). Nunca vinieron a revisar las caletas. Preguntamos (si vendrían), porque acá la mayoría no tiene vehículo. Uno mismo trata de bajarlos (a los vecinos) como pueda. Pero nunca han venido a hacer un PCR”, dice la mujer, dueña de una pensión que se encuentra al lado de la casa de Moisés Wilson. Actualmente ofrece servicios a los trabajadores que se encuentran urbanizando los caminos hacia

COSTA. Aunque se han hecho estudios para que el camino desde Antofagasta hacia el sur sea por la costa, la gran cantidad de acantilados lo hace imposible.

la caleta. Además, se dedica a la pesca, principalmente a sacar erizos, lapas y pescados. Rode es la única mujer que vive en la caleta. Cuenta que cuando empezó la pandemia, ella y su familia se radicaron en El Cobre. “Nos vinimos todos como familia acá, para cuidarnos. Estuvimos casi todo el año. Gracias a Dios no se sintió”, comenta. A unos kilómetros de distancia, en la caleta Blanco Encalada, la situación no fue distinta. “Acá no llega tanta gente”, dice Alejandro, un poblador del sector. “De hecho, acá nadie ha estado con coronavirus. Gracias a Dios nadie”, agrega. “Acá ha estado relajado. Igual vamos a Antofagasta, y allá andamos con mascarillas”, dice el poblador, quien explica que de su familia todos se han vacunado, pero han tenido que ir por sus propios medios a la capital regional para recibir las dosis contra el coronavirus. “No ha venido nadie. La muni es un cacho”, declara. “Nosotros seguimos igual. En todo lo que es costa andamos sin mascarilla. Estamos al aire libre”, sentencia Alejandro.

EL ENCIERRO DE UN AÑO EN PAPOSO La caleta Paposo está hacia el sur. Queda a aproximadamente a 100 kilómetros de El Cobre, y a 200 de Antofagasta. Cuando empezaron a escuchar las primeras noticias sobre el covid-19, José Gutiérrez, presidente de la junta de vecinos de la localidad, cuenta que tomaron la decisión de cerrar el pueblo, para que no entrara tanta gente flotante. “Pasa mucha gente (por Paposo), y estaba muy fuerte el contagio. Estuvimos casi un año sin ningún contagiado”, recuerda José. Y agrega: “Fue igual raro, sorpresivo. Uno no había vivido este tipo de virus. Antiguamente sí, pero se vivieron de otra forma, como nos contaban los viejitos. Estábamos bien asustados porque no teníamos mucha información, más que nada lo que salía en la televisión. La gente estaba complicada con esto y se estaba muriendo. Eso era lo que más nos asustaba. Por eso quisimos prevenir, cuidarnos como pueblo”. El dirigente vecinal explica que en la caleta viven, más o menos, 600 personas. De ellas, 100 son adultos mayores. La única entrada al pueblo estuvo resguardada por carabineros, quienes pedían los papeles

En Paposo, los habitantes decidieron encerrarse en el pueblo. Nadie podía entrar a la fortaleza.

correspondientes para ingresar a Paposo. José afirma que la ayuda que recibieron fue destinada a los adultos mayores, de los cuales muchos todavía siguen trabajando. Aún así, la crisis económica no les causó una fuerte baja de ingreso, afirma, aunque sí lo percibieron en el alza de precios de la mercadería, por lo que tenían que ir a Taltal o Antofagasta a comprar lo necesario para abastecer a la comunidad. “Pero gracias a Dios en el tema del trabajo no nos afectó. En la playa tenemos tiempos buenos y malos, y eso es así siempre, independiente de la pandemia”, explica. Tras un año, sin embargo, el municipio dio la orden de abrir Paposo, cuenta José Gutiérrez. Dice que no estuvieron de acuerdo con la decisión. “Les dijimos que lo hicieran bajo su responsabilidad”. Luego de eso, afirma el representante vecinal, empezaron a surgir los primeros contagios por el coronavirus en la caleta. “Aquí los primeros contagios fueron de personas de una empresa que venían de afuera. Pero lo bueno es que también la gente tomó consciencia y se cuidó”, comenta Gutiérrez, y recalca que “del virus no murió nadie” en Paposo. Ante esta apertura y los casos, el dirigente explica que “luchamos con las empresas que llegaban, discutíamos para pedirles PCR. Como es un pueblo chico, piensan que se puede hacer lo que ellos quieran. Tuvimos reuniones, discusiones con ellos. Nos mantuvimos firmes y entendieron que debían adecuarse a nosotros, porque solo exigíamos lo que pedía la autoridad sanitaria”. Luego de una cuarentena que duró un año y algunos focos de casos de coronavirus, finalmente la vacunación llegó a Paposo, al igual que al resto del país. José Gutiérrez comenta que la campaña de inmunización contra el covid-19 “ha sido buena. La gente se vacunó cuando llegaron las dosis, hasta con la de influenza. En ese sentido, no tenemos que reclamar. Fue a tiempo”. v

FELIPE NÚÑEZ

BLANCO ENCALADA. Unos kilómetros más al sur, los habitantes de este pueblo viven del “boom” del huiro.

SOLUCIONES

Soluciones a los juegos de la página 47. Si no has llegado ahí, no leas esto porfi porfiwo porfx. n Radiohead n Pearl Jam

RECUERDOS COVID EN EL ALTO LOA

LOS HABITANTES DE ESTAS LOCALIDADES AL INTERIOR DE CALAMA CERRARON LA MAYORÍA DE SUS INGRESOS POR MESES PARA EVITAR LOS CONTAGIOS. SUS MEDIDAS FUERON EFICIENTES EN ALGUNOS CASOS. EN OTROS FUE IMPOSIBLE CONTROLAR A LA GENTE. LA VACUNA PERMITIÓ EMPEZAR A QUITAR ALGUNAS BARRERAS Y DESCONFIANZAS. EN SOLEDAD Y EN COMUNIDAD CUENTAN CÓMO VIVIERON LA PARTE MÁS CRÍTICA DE LA PANDEMIA.

BRYAN SAAVEDRA Desde Calama

La cuarentena. El encierro. La confusión. La muerte. La adaptación. ¿La cura? La reapertura. ¿Es el fin de este ciclo? Estos conceptos nos han rodeado en los últimos dos años. Aprendimos uno nuevo: distanciamiento social, por un virus que ataca a la gente privándola del olfato y el gusto. En la comuna de Calama se han vacunado (con primera y segunda dosis) a más de 132 mil personas entre enero y octubre, mediante un proceso expedito que ha incluido a los pueblos del Alto Loa, donde los pobladores sufrieron el encierro, la muerte y el abandono, pero también sintieron la unión y la solidaridad entre sus quebradas y ríos.

TRADICIONES ONLINE A principios de octubre, tres niños inventan historias con dinosaurios de juguete, pintan y escriben en cuadernos. La sala de la escuela E-20 Nuestra Señora de la Candelaria de Caspana no CASPANA. Los niños de la escuela en sus primeros días de retorno a clases junto a su profesora de tradiciones, Beatriz Colamar.

es muy grande, pero no son más que ellos los que asisten -junto a alumnos de enseñanza básica- en otras de las salas de este gran espacio que posee una matrícula de 15 alumnos que acaban de volver a clases presenciales luego de un año y medio de clases online. A un costado de la sala hay un pequeño altar idéntico al que tienen todos los ayllus del Alto Loa. Allí los niños aprenden con la educadora tradicional de la escuela, Beatriz Colamar (36), quien trabaja hace cinco años de

esta forma. Ella agradece haber vuelto a clases y estar con ellos, ya que le costó mucho enseñarles sobre tradiciones mediante clases online. Primero porque ella no sabía mucho de tecnología. No tenía computador, hasta que le entregaron uno mediante un proyecto de educadores y todo esto ha sido un camino de aprendizaje difícil, ya que hay muy baja señal de internet en el poblado. Nos cuenta: “Acá se dejaron de hacer las fiestas y yo trabajo en la escuela con un calendario de la comunidad con las festividades. Entonces se me ha hecho muy difícil, porque no podía explicarle al niño, porque uno lo vive. Entonces uno a veces va con los niños y les enseña y todo. Y ahora no, detrás de una pantalla ha sido difícil, pero ahora de a poquito, de este mes han empezado a avisar que sí, que vamos a empezar a hacer así como una misa, por ejemplo, y ahí a los niños vamos a invitarlos a que vayan”. Beatriz relata que, para la comunidad de Caspana, cerrar el pueblo fue eficiente, ya que evitó los contagios y no necesitaron otras estrategias para enfrentar la pandemia. Esto puede atribuirse a que el poblado está emplazado al interior de una quebrada de difícil acceso. Y que la protección se basó en un cerco en la entrada, como los que hay en los peajes, resguardado por la comunidad que controlaba la situación. Además de esta medida Beatriz dice que “está el tema de las vacunas, que se vinieron a vacunar a todos los pobladores y

PRIMERA DOSIS. El proceso de vacunación se realizó en el estadio techado de Chiu Chiu.

la gran mayoría sí se vacunó”. Durante el periodo más crítico de pandemia de 2020, el poblado no pudo celebrar a San Lucas el 18 de octubre, cuando se juntaban más de 500 personas. “Eso se extraña en la comunidad, porque nosotros del pueblo, por ejemplo, estamos trabajando y nuestra distracción es esa. Es nuestra propia fiesta, y aparte de tener fe y de ir a dar gracias porque nuestros santos nos han cuidado”, cuenta Beatriz en un pequeño patio del jardín infantil de la escuela mientras los niños se columpian alegres a su lado, dispuestos a aprender tradiciones andinas ahora de manera presencial, ya que podrán ir a una misa. Sobre el proceso de vacunación, Víctor Rojas, tens encargado de posta rural de Caspana, cuenta que “al principio costó un poco porque las personas le tenían miedo a la vacuna, pero cuando se empezó a decir que con eso iban a empezar a tener más movilidad y poder ir a hacer sus compras en realidad, o sus trámites a Calama, ya la gente empezó a llegar con más afluencia, bastante gente en realidad”. Recuerda que entre febrero y marzo, cuando se realizó la vacunación de primera y segunda dosis en Alto Loa, se abordaron alrededor de 200 personas en Caspana. El proceso además incluyó a adultos mayores de Toconce, Turi, Lasana, Chiu Chiu, Ayquina, Estación San Pedro y Taira. REMEDIOS DE INFANCIA Pedro Vergara (49) es nacido y criado en Chiu Chiu, y trabaja como auxiliar de la escuela básica rural G-17 Pukará de Lasana hace cuatro años. Cuenta que el covid lo afectó directamente, trayéndole recuerdos de los remedios de su infancia, ya que tanto en Lasana como en Chiu Chiu, para enfrentar los contagios las personas preparaban infusiones con yerbas, principalmente de eucalipto. “Lo que yo recomendaba era algo que mi mamá nos hacía a nosotros cuando niños, porque el resfrío yo lo asimilé a ese tipo de tiempo en que a nosotros se nos cerraba la garganta. En esos años mi mamá no nos mandaba a la escuela y nos hacía cataplasma de diario: diario

caliente, nos echaba mentholatum en la espalda, en el pecho. Y nos ponía diario caliente. Y nos daba infusión de ajo y cebolla en jugo. Era mala la cuestión, pero había que tomarlo, y ese era el único remedio que nos ayudaba, por lo menos, a que la garganta no se cerrara total. Y ya cuando era mucho el problema nos llevaban Los contagios en Toconce a la posta o traían al paramédico a que nos pusiera se produjeron penicilina”, recuerda Pedro Vergara. por la llegada de familiares El hombre relata que en la pandemia hubo mucha gente que lo provenientes pasó mal porque no podían reunirse ni desde Calama. realizar sus fiestas tradicionales. De hecho, el 15 de mayo, para la celebración de San Isidro en Lasana, y el 4 de octubre para San Francisco en Chiu Chiu y Lasana, sólo se hicieron misas online el año pasado. Las restricciones del pueblo,

Las habitantes de estos lugares usaron hierbas e infusiones para enfrentar el covid.

BRYAN SAAVEDRA

al igual que en muchos lugares, se empezaron a derribar con la llegaba de la vacuna. Sin embargo, Vergara en un principio no estaba de acuerdo con esta medida: “No quería mucho vacunarme por todo lo que tiene relación de cómo nace la peste en el mundo. Entonces, sabemos que esto fue creado, no es una cosa natural que haya nacido de algo así ya sabí que empezó un viejo, se contagió y empezó a contagiar a los demás. Sino que esto sale de algo, de un país que generó un problema en la economía, en la vida social, en el compartir con las personas y bueno la única esperanza era tener la vacuna y además, con todas la amenazas que hizo el gobierno, el que no tiene el carnet verde no puede entrar a un supermercado, no puede entrar a un partido de fútbol, no puede viajar a otra región a ver familiares. Entonces al final uno se psicosea con el tema, por llamarlo de alguna forma, y se encuentra obligado a tomar la decisión de vacunarse”, dice Pedro Vergara. Pese a esto cree que la pandemia nos ayudó a acercarnos a la familia y a perdonar nuestras equivocaciones. Lo que más le afectó fue la muerte del esposo de su prima, Guillermo Anza (72), quien falleció en las primeras olas de contagios cuando no había vacuna todavía. En la escuela de Lasana, donde trabaja Pedro Vergara, recientemente se vacunó a los niños para un retorno a clases seguro.

CONFINAMIENTO. Los habitantes del Alto Loa vivieron meses con sus pueblos cerrados para controlar la pandemia.

PRIMERA LÍNEA EN CHIU CHIU A diferencia de la conocida primera línea del estallido social, compuesta por jóvenes combatientes, y la primera línea de la salud contra el covid, integrada por profesionales de esta área. La primera línea contra la pandemia en Chiu Chiu fueron la comunidad y la junta de vecinos. Esta última liderada por su presidente, Ernesto Iván Galleguillos. Nos cuenta que, a diferencia de los demás pueblos, Chiu Chiu no se pudo cerrar durante la pandemia por la carretera internacional que lo atraviesa, que nunca dejaron de llegar ciudadanos bolivianos y que en ese tiempo se dedicó a apoyar la gestión de alimentos y a ayudar a personas afectadas por el virus. Simplemente debieron adaptarse a las circunstancias que venían viendo en la televisión, ya que –según el dirigente- nadie de la autoridad fue a indicarles qué era el covid ni cómo tratarlo. Nos cuenta su experiencia: “Estaba de moda el eucalipto, el limón, el auto cuidado, pero gracias a Dios yo creo que el 20%, 30% de la gente del pueblo fue afectada por este virus y

los demás gracias a Dios, no. Yo estuve muy expuesto, llevaba comida, conversaba con ellos. Con el primer caso yo le iba a dejar almuerzo a la puerta de la casa al niño. Gracias a Dios a mí en ningún momento me dio, porque yo decía: Soy una de las personas claves dentro de los apoyos que uno pueda dar al pueblo, y estar contagiado no se ve bien. Así que gracias a Dios no me dio nada”. “Todas las decisiones que yo tomaba como presidente de la junta de vecinos o la comunidad se tomaban en conjunto, no se cuestionaban y eso nos permitió mantener un pueblo unido y preparado para enfrentar este virus, a pesar que todavía no se ha terminado”. “Fue gestión de nosotros en decirle (a la autoridad) de que la vacunación es necesaria y que se vaya a los pueblos, donde hay personas que están enfermas, gente que no ha ido nunca a la ciudad, hay gente que tiene problemas de movilidad propia para poder transportarse de un lado a otro, otros que están en silla de ruedas, otros que están con bastones (…) Imagínate lo que significa para un adulto mayor ir a que lo vacunen. Obviamente se hicieron gestiones para que puedan venir y hubo una muy buena voluntad de parte del alcalde del momento, de que puedan venir a vacunar a los pueblos y eso claramente permitió de que en el día 60 ó 70 personas se vacunaran”. “En mi caso dije está la opción de vacunarme, soy una primera línea acá en mi pueblo y la acepté, porque sabía que era una de las personas que estaba expuesta”. “El estadio techado (donde se realizó la primera y segunda dosis) cumple con las condiciones y es un espacio grande donde se puede recibir más de 500 personas y por un tema de aforo, y de distanciamiento, el estadio techado de nosotros, felizmente, nos ayuda harto ante cualquier eventualidad”. “Acá llega, llegó y todos los días llega mucha gente de Bolivia. Acá seguramente hay tráfico de personas, de migrantes y por eso te digo que nadie hace nada. Lo último que hemos visto es que ya hay un relajo total. Ya mucha gente de Bolivia va a los almacenes, no usa mascarilla, hacen tomatera y uno dice si las fronteras están cerradas, bueno, por dónde entran. Entonces claro, el autocuidado de nosotros siempre va a estar, pero he visto a varios niños de Bolivia que no usan mascarilla y tiene que haber un poco más de control de las autoridades, que esto no se ha terminado. Entonces cómo

RETORNO A CLASES. Los niños de la escuela de Caspana fueron todos vacunados contra el virus.

FELIPE NÚÑEZ

PAZ. Pedro Vergara puede sentir bastante tranquilidad en su trabajo en la escuela de Lasana, donde comparte con los alumnos, profesores y animales.

evitamos le emigración de Bolivia, que ni siquiera es migración. Si vienen por trabajo, pero entran por caminos ilegales. De repente uno avisa, pero cero control acá. Eso no se acabó nunca. Nadie le hizo caso a las autoridades de que no podían salir y entrar de Bolivia. Y salen y entran como que uno va a Calama no más”.

NUEVOS COMPAÑEROS Este año, debido al retorno de algunas familias a sus pueblos de Alto Loa, se sumaron dos nuevos niños a partir de mayo a la escuela G-17 San José de Ayquina, la cual, en pandemia, recibió mejoras en general para la comodidad de los alumnos que regresaron a clases el 13 de octubre, considerando que desde mayo de 2020 estaba con clases online. Ahora son siete compañeros. “Como escuela rural hemos visto que las personas, sobre todo los matrimonios jóvenes, están retornando a sus pueblos debido a que la situación en que están las actividades pedagógicas, en línea, no han resultado muy bien para algunas experiencias. Entonces, ellos sienten que nuestra escuela, por tener menos alumnos, ha tenido una atención más personalizada con ellos. Y eso fue lo que ha llamado para que los alumnos fueran ingresando”, cuenta la profesora encargada de la escuela, Ana Luisa Choque. El pueblo de Ayquina también permaneció cerrado por varios meses como medida preventiva de sus habitantes. Se abría para los residentes y en ocasiones especiales, como el inicio de la vacunación en febrero de este año. “En el caso de los apoderados, en un principio, por ejemplo, cuando se iban a vacunar los adultos, fueron muy temerosos, mucha desconfianza de si iba a resultar o no. Pero como ellos vieron que fue algo positivo para todos, también ahora están confiando esa situación a sus hijos. Y eso es bueno, porque finalmente se entiende que nosotros no podemos alejarnos de lo que nos puede entregar la ciencia y la ciencia en este momento nos está ofreciendo la alternativa de, si bien no de eliminar el virus, vivir de mejor manera y estar menos expuestos a que nos haga tanto daño, porque vamos a seguir viviendo con el virus”, explica Ana Luisa Choque. La Atención Primaria de Salud (APS) de Calama se ha encargado de la vacunación en Alto Loa, proceso del cual su directora, Edith Galleguillos, nos cuenta que se coordina a través una enfermera del Departamento de Salud, y es quien acude a los pueblos a vacunar a las personas con un equipo, en base a los listados que generan los tens encargados de las postas de salud rural. A finales de octubre la APS había logrado vacunar a los niños de Chiu Chiu, Caspana, Ayquina y Toconce para el retorno a clases. Además, la ronda médica de esta fecha incluyó vacunación de dosis de refuerzo en Ayquina y Cupo. “Por ahora tenemos cubiertos a los alumnos de los colegios en base a los listados que nos enviaron sus unidades educacionales y, la de los adultos o adultos mayores, comunidad en general”, explicó Edith Galleguillos. Y agregó que “entre las personas de los pueblos del interior muchas veces tenemos una gran cantidad de adultos mayores que no tienen cómo movilizarse o trasladarse a los recintos de salud, y además

La vacunación en el Alto Loa ha avanzado con los niños en primera dosis, y adultos con su dosis de refuerzo.

COMDES

AYQUINA. En la escuela del poblado, los niños tienen escritorios propios y alejados uno del otro, por seguridad.

CUPO. Durante los días más álgidos de la pandemia, los habitantes del pueblo viajaban a Calama para abastecerse.

COMDES que los horarios en que funcionan son bastantes acotados acá en la ciudad. Entonces, sin duda, ir a vacunarlos a sus pueblos es una manera de llegar más rápida y oportunamente hacia ellos”.

LA CANCHA QUE EVITÓ CONTAGIOS La cancha de Toconce es imponente. Literalmente simboliza el centro del poblado. En la época de cuarentenas funcionó como un límite para abastecimiento, intentando evitar que las personas que viajaban de afuera ingresaran a los hogares. Medida que no se logró cumplir por todos. Y fue precisamente esa dinámica la que generó contagios, mediante el contacto con personas que venían de Calama tras recorrer 91 kilómetros. El presidente de la comunidad de Toconce, Leonardo Yufla, cuenta cómo lidió con los problemas que significaba controlar la movilidad de la gente: “Les dije a los familiares, a algunas personas que pueden subir a Toconce y solamente tener contacto en la cancha para que entreguen sus útiles y la comida, todas esas cositas. Lo hacían, no había problema. Llegaban a la cancha y una persona recibía las cosas y se iba. Pero no todos los entendieron. No todos cumplieron”. Toconce cerró sus puertas entre abril y octubre del año pasado. La celebración del 25 de julio de San Santiago fue una misa online. La muerte afectó a la localidad cordillerana conformada por, aproximadamente, 80 personas, la mayoría adultos mayores. El presidente de la comunidad dice que 12 de ellos fallecieron luego de contagiarse de covid. No pudieron ser despedidos mediante tradiciones andinas. Iban del hospital al cementerio. Yufla dice que el hecho de contar con Carabineros en el pueblo ayudó a mantener las medidas de distanciamiento. A él, dentro de la organización, le correspondía viajar, casi diariamente, a Calama a comprar comida para los pobladores. “Calama estaba saturado. Y aquí Salud nunca vino a dar una charla sobre cómo abordar el tema del coronavirus, nada. Entonces, uno tenía que hacerlo en el momento, como Dios quiera no más”, cuenta. Claudia Villalón, tens de la posta rural de Toconce, relata que, en el tema de las comunicaciones, fue complejo, ya que los adultos mayores no tenían cómo contactarse con familiares de Calama y pasaban la mayor parte del tiempo solos. Además, que existió un rechazo de la comunidad hacia el personal de salud, pensando que ellos podrían traer el virus al poblado. “Hubo varios contagios y muertes también. Fallecieron muchos abuelitos”, cuenta Claudia Villalón. Y detalla cómo fue eso: “Los mismos hijos que venían de Calama ellos no tenían tanto la consciencia que los abuelitos estaban más propensos a enfermarse por sus bajas defensas, porque ya es distinto el funcionamiento de un abuelito. Se cerró el pueblo, pero igual reclamaban. Reclamaba la gente de Calama. No estaban de acuerdo, querían subir al pueblo y no tomaban la conciencia de que acá los adultos mayores estaban más propensos a enfermarse y en el fondo fallecieron varios”. Claudia Villalón cuenta que “cuando empezó la vacunación la gente igual tenía miedo por lo mismo, como no había información sobre las vacunas.

Entonces la gente no quería vacunarse por los comentarios que había por allí. Empezaron como ocho personas y de ahí recién la gente empezó a tener más confianza y a vacunarse más. Y hoy en día tenemos a casi la mayor parte del pueblo vacunada hasta con la tercera dosis. Alrededor de 100 personas. Y eso fue paulatino, conversando con los pacientes, educándolos de que igual es una forma de prevenir el contagio o de enfermarse”. De acuerdo a la tens de Toconce, la última vacunación covid fue el 29 de septiembre: dosis de refuerzo para adultos mayores y primera vacuna para niños. Las primeras y segundas dosis se distribuyeron entre marzo y abril. Para las comunidades de Toconce y Caspana fue complejo enfrentar el tema sin el turismo del El Tatio que administran ambas entidades; estuvo cerrado por un año y cuatro meses. Fue complejo reabrirlo, pero se logró hace cuatro meses con protocolos y restricciones. “Volvió a funcionar, pero sin la piscina y sin poder comer una colación, solamente afuera. Entonces es muy rápida la visita al Tatio”, cuenta Leonardo Yufla. Desde la altura en la que está ubicada la posta rural se ve el polvo que esparcen los vehículos de las autoridades saliendo de la cancha luego de hablar con Leonardo y Claudia. El polvo es lo último que dejan en este espacio en el que, pese a su imponente tamaño, no fue posible evitar el contacto social. v

LÍMITE. Algunas personas respetaron la regla de entregar alimentos en la cancha del poblado. Sin embargo, no pudieron evitar los contagios y fallecimientos por el virus.

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