Anecdotario

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A N E C D O T A R I O Lui sAr t ur oCas t a単oOc ampo



Luis Arturo Castaño Ocampo

Anecdotario 50 años

Prólogo Lorem ipsum dolor sit amet, consectetur adipiscing elit. Aliquam metus risus, rhoncus a ultricies vel, ullamcorper quis tellus. Praesent id lacinia quam. Nulla facilisi. Nullam condimentum massa et facilisis vestibulum. Suspendisse eget pretium odio. Nulla facilisis leo vel magna placerat, id semper urna posuere. Nullam at diam et ipsum malesuada condimentum vel sed sem. Duis et commodo est. Morbi lobortis augue sit amet tellus dignissim scelerisque. Curabitur porttitor nibh eu placerat elementum. Donec vitae sodales metus. Nam at enim sed turpis pretium posuere vehicula non odio. Duis vitae odio urna. Aenean velit lectus, faucibus a ultricies sit amet, iaculis sit amet arcu. Pellentesque sit amet est ut urna luctus faucibus. Vestibulum at quam nisl. Mauris semper sapien elit, in aliquet sapien mollis ut. Sed sapien ante, ullamcorper id dolor at, facilisis tristique felis. Integer sodales bibendum pharetra. Vivamus adipiscing pharetra erat, et ullamcorper augue. Donec arcu justo, cursus eget diam egestas, feugiat tempus erat. Nam id laoreet dolor. Vivamus scelerisque hendrerit erat, eget congue odio sagittis at. Nulla venenatis tellus sed interdum interdum. Integer semper massa vel magna vestibulum, vitae vulputate leo blandit. Aliquam et eleifend sapien. Nam neque nisi, molestie quis gravida eu, accumsan at purus. Praesent mauris velit, fringilla eget tempus vel, luctus vel lacus. Nam nec lacinia nisi. In tempus tincidunt porta. Pellentesque habitant morbi tristique senectus et netus et malesuada fames ac turpis egestas. Vestibulum id velit nec ligula auctor adipiscing eget et eros. Dr. Giovanni Castaño R. Médico Oftalmólogo Pediátrico

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Anecdotario 50 años

Dedicatorias A mi esposa Clarita, testigo fiel de mis luchas, quien con su empeño cariñoso me impulsó insistentemente a realizar esta obra. A mis hijos, mi yerno y mi nuera, también médicos, por leer y aprobar cada episodio relatado en este libro y por compartir mi pasión por la medicina. A mis maestros, que me valoraron y estimularon, igual que a aquellos que me criticaron y reprendieron, en pos de un bien diagnóstico. A todos ellos inclino mi cabeza. A mis mentores, aún desde las primeras letras, los señores Dabogerto Suárez y Joaquín Elías Aguirre. En mi bachillerato a la señorita Rosario Muñoz, a Monseñor Juan de la Cruz Bernal y al señor Cristóbal Mejía Serna. Durante mi vida universitaria a la doctora Alicia Torres y al doctor Carlos Julio Cuartas. En el inicio de mi vida profesional al doctor Romilio Solano, de la ciudad de Armero y a Hernando y Alfredo Aguirre de Honda. A todos ellos ofrezco mis éxitos. A los casi setecientos mil pacientes atendidos, agradezco haber buscado mis servicios. Gracias a ellos he podido escoger estos temas narrados aquí. Sin todos ellos, esta aventura de mi vida en la medicina nunca habría sido posible. A mis amigos, impulsadores de mi nombre, un abrazo fraternal. A los pacientes por venir, quienes encontrarán en mi consultorio, una atención fluida y fácil, dialogante. A mi secretaria, señorita Lady Romero, quien tuvo la paciencia de transcribir, con eficiencia y muy buena voluntad, cada página de este manuscrito.

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Introducción Cuando ingresé a la Facultad de Medicina buscaba un sueño: convertirme en médico. Hoy, más de 50 años después, puedo afirmar que mi sueño no solo se cumplió, sino que llenó mi vida con una pasión por la medicina de la que pocos pueden hacer gala. Siguiendo el esquema clásico de la educación médica, los primeros años en la facultad estuvieron dedicados al estudio de las bases teóricas de la medicina. Pero en el año 1963, hace exactamente medio siglo, inicié las prácticas clínicas en el Hospital San Juan de Dios. Siempre he considerado que estudié en la mejor facultad de medicina del país, la de la Universidad Nacional de Colombia en Bogotá. Igualmente siempre tendré en mi corazón a ese hospital que la gente llamaba “el hospital la Hortúa”, después San Juan de Dios, en donde aprendí mi oficio con dedicación y empeño, y en donde un día me convertí en médico. Los años 60 del siglo XX marcaron la historia contemporánea. Fueron los años de Kennedy, De Gaulle y Khrushchev. También fueron los tiempos en que tanto Elvis como el Che Guevara se convirtieron en íconos de la juventud. Los años 60 fueron años de esperanza y de un mundo que, impulsado por personajes como Martin Luther King, alcanzó a soñar con la armonía universal. Pero los años 60 fueron años difíciles para Colombia. Los políticos creían falsamente que el Frente Nacional le devolvería la paz al país, y aunque la provincia intentaba alegrarse al son de la música del Dueto de Antaño y Garzón y Collazos, la Colombia rural aún sangraba con las heridas abiertas de la Época de la Violencia. Y fue en esa Colombia en la que yo, lleno de incertidumbres pero convencido de mi destino, inicié mis estudios de Medicina. El aprendizaje y posterior ejercicio de la profesión médica está lleno de anécdotas y de hechos asombrosos. Recopilar algunos de los momentos más curiosos y sorprendentes de mi vida como médico se ha convertido casi que en una obligación. He decidido iniciar estos relatos a partir del año 1963, pues fue el momento en que comencé a tener el verdadero contacto con la medicina. Se trataba del aprendizaje de la semiología, el maravilloso arte de comprender y entender los signos y síntomas de las enfermedades a partir de la observación, del examen clínico y de la invaluable herramienta que es la historia clínica. El lector encontrará unos pasajes sin duda rudos, como lo llega a ser muchas veces el ejercicio médico. Otras historias serán tan fantásticas 3


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que tocarán los linderos de la adivinación y lo imposible. Pero cada historia está basada en la realidad. Como podrá ir descubriendo quien lea estas líneas, está lejos de mi propósito llenar estas páginas con contenido científico. Lo que he querido es plasmar la realidad de la condición humana. Son entonces hechos humanos los que se narran aquí. Humanos míos, humanos de los pacientes, humanos de las familias como centro vital de las comunidades. En muchos casos los protagonistas de cada historia serán anónimos, pues mi mayor deseo es el de respetar su intimidad y su privacidad. Cuando se mencionan nombres será porque mi relación con aquellos pacientes fue de amistad profunda y establecida incluso antes de que yo tocara por primera vez un lápiz. En otros casos, los actores de esta novela que es la vida, ya han abandonado este mundo, algunos sin pena ni gloria y otros dejando su historia imborrable en mi memoria. El lector lego no encontrará errores o sinsentidos, pero el profesional avezado indudablemente hallará momentos contradictorios y dudosos, ya que algunas anécdotas son casi que inverosímiles y superan las razones de la imaginación. Salva mi credibilidad la presencia de testigos de cada hecho. Pero el testigo por excelencia es sin duda mi esposa de toda una vida, Clara Julia Robayo de Castaño, Clarita, quien las vivió y compartió una a una, en todo instante y en cada dimensión. Estas son pues historias médicas desde la década del 60.En un país tan violento como hermoso. En un país tan pobre como soleado. Una época en la que la infraestructura de salud era rudimentaria, sin teléfonos ni ambulancias, sin carreteras ni insumos hospitalarios. Sin oxígeno en la sala de urgencias. Una época en la que el médico debía ejercer con el conocimiento pero también con una dosis elevada de imaginación. Ser recursivo era tal vez más importante que haber obtenido unas buenas notas. Y yo, que había sido un estudiante siempre presente en los cuadros delanteros, terminé comprendiéndolo con cada enfermo y cada situación. Dr. Luis Arturo Castaño Ocampo Médico Cirujano Universidad Nacional de Colombia

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1963: Martín Emilio “Cochise” Rodríguez gana por primera vez la Vuelta a Colombia

I

El Paciente Recetando al Médico El Hospital San Juan de Dios de Bogotá, el más importante de esa época, tenía unas condiciones óptimas para la docencia y el aprendizaje médicos. La institución era inmensa en su estructura arquitectónica y también en su prestigio, incluso en Latinoamérica. Uno de sus alumnos practicantes, era yo. En el hospital era obligatorio el uso de la blusa blanca, con su escudo grabado en el bolsillo superior derecho. Alrededor del cuello o en el bolsillo inferior de la blusa, solíamos llevar el símbolo indiscutible de que éramos estudiantes de medicina: un fonendoscopio. Los grupos docentes de la facultad estaban constituidos por un orden jerárquico inalterable y tan estructurado como las normas de la realeza. Era el profesor honorario el líder nominal del equipo, seguido por el profesor titular, el verdadero coordinador del grupo. Le seguían, en orden descendente, el profesor adjunto, el profesor ayudante, el instructor, el residente 4, el residente 3, el residente 2, el residente 1, el interno, el alumno de sexto año, el alumno de quinto año y el último, el estudiante de cuarto año, es decir yo. Se aplicaba el método deductivo y a mí se me asignó la paciente de la cama No. 614 del costado sur del hospital. Se trataba de una adorable y picaresca abuelita de 70 años, la cual conservaba muy intactos sus ancestros y su malicia antioqueños. Yo no encontraba la manera de abordar a la paciente en el interrogatorio y mucho menos podía pretender la realización de un examen médico, del cual desconocía totalmente las técnicas. Mi confusión estaba magnificada pues estaba yo padeciendo de un estado gripal en plena actividad. Así pues que asustado, confundido y claramente enfermo, me acerqué a la paciente haciendo acopio de toda mi valentía. Al verme en semejante estado de preocupación y en tan triste estado de salud, con la nariz colorada de tanto sonarme y los ojos congestionados, la paciente decidió iniciar la conversación. Cual sería mi sorpresa cuando la enferma solo atinó a decirme: “doctor, usted por qué no se toma un Veramón, con agua de panela caliente, para esa gripa tan guapa que tiene”. Quedé estupefacto. No sólo no había logrado iniciar el interrogatorio médico, sino que la paciente misma me había dado una clara recomendación médica para 5


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mi resfriado. Miré hacia el pasillo y reconocí a mi grupo docente acercándose. Mientras buscaba una disculpa para justificar mi retraso en el examen clínico de la enferma, en mi cabeza me seguía preguntando qué diablos sería el dichoso Veramón*.

*Veramón era la marca comercial de un producto que contenía barbitona y amidopirina. La combinación de un barbitúrico y de un antipirético y antiinflamatorio era muy usada para el manejo de situaciones de ansiedad y en algunas culturas como panacea para cualquier enfermedad. Años después, cuando se reconoció su capacidad de causar dependencia, se retiró del mercado. 6


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1963: Se crea la comisaría del Guainía al separar su territorio de la comisaría del Vaupés.

II

Anatomía Clínica Comparativa En el año 1963 continúa la docencia de la semiología en manos de un instructor. El grupo de estudiantes en ese momento lo formaban conmigo Francisco Cadena, Edgar Casella, Jaime Carrizosa y Kal Colimón. Con el paciente debidamente dispuesto en un cubículo, el señor instructor pretendía darnos las primeras nociones semiológicas de la parte externa del tórax. Como se trataba de continuar con el método deductivo, el profesor señala el tórax lateral izquierdo del enfermo y pregunta: ¿esa zona del cuerpo cómo se denomina? Todos guardaron silencio, una actitud sabia y la mejor prueba de la ignorancia absoluta. Nadie imaginó que había otra manera más curiosa de demostrar el desconocimiento médico. Convencido de tener la respuesta, y apoyado por mi experiencia previa en animales domésticos y de granja, levanté la mano sin timidez. El profesor me dio la palabra con una leve inclinación de su cabeza. Aclaré mi garganta y con voz resonante respondí: ¡esa zona del tórax se conoce como el costillar! Como nadie dijo nada, yo no entendía si mi hábil respuesta, que estaba originada en el nombre común que se le da a los procesos uncinados y las costillas de las aves, había sido aceptada o rechazada. El profesor me miró y lentamente colocó el fonendoscopio sobre la cama del paciente. Luego, apurando un poco el paso, salió de la habitación sin pronunciar palabra. Aunque inicialmente interpreté su reacción como un rechazo absoluto a mi espontánea respuesta, casi puedo asegurar que entre los ruidos naturales del hospital, pude escuchar la carcajada contenida del maestro. Cuando el hombre regresó, lo pude ver secándose la humedad de los ojos. La sesión continuó sin tropiezos y sin hacer más referencias al tórax. No sobra comentar, que al retirarse finalmente el profesor, las risas de mis compañeros y del paciente examinado, no fueron para nada disimuladas. *Los métodos de enseñanza modernos dan gran valor al conocimiento informal previo que tienen los estudiantes de medicina, como elemento básico para lograr un aprendizaje duradero. En 1963 ese tipo de intervención sólo podía causar gran enojo del docente o una risa incontenible; esta última, en cualquier caso, imposible de expresar frente a los alumnos. 7


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1964: Comienza a funcionar el Instituto Nacional de Radio y Televisión, Inravisión.

III

Papilas Gustativas En el año 1964, terminado el primer semestre de mi quinto año de medicina, viajé a la parcela de mis padres, en una comarca donde yo era ampliamente conocido. La parte final de camino debía hacerse, inevitablemente, cabalgando. A la vera del camino me esperaba la señora O.P. de B., para consultarme sobre unas protuberancias que sentía y se palpaba en el tercio posterior del dorso de la lengua. Protuberancias que le causaban dolor y dificultad para apreciar los sabores ácidos. Muy ceremonioso me bajé del caballo, entré a la casa y fui directamente a la cocina. Necesitaba una cuchara que hiciera el oficio de bajalenguas. Llevaba conmigo una linterna de bolsillo, costumbre que aún conservo, así que con la ayuda de la cuchara y la luz de mi linterna, pude observar unas tumefacciones bruscas pero sin deformaciones especiales en el sitio señalado por la paciente. Tan pronto como las vi, supe de inmediato que no tenía pista alguna sobre el diagnóstico de la paciente! Asumí, sin mucho convencimiento, que la mujer debía tener algún tipo de deficiencia nutricional. Rápidamente, para no revelar mi falta de conocimiento, le ordené Ochovit con minerales. Un multivitamínico que, siendo lógicos, debería contener ocho vitaminas y alguna proporción adicional de minerales básicos. Para las vacaciones siguientes no supe cuántos vecinos asistieron a consultar al futuro médico, pero todos querían que yo les formulara Ochovit con minerales. Aparentemente doña O.P. de B. se había curado casi que milagrosamente con mi prescripción mágica y mis nuevos pacientes no querían perderse de los beneficios de semejante panacea. Yo, que en ese momento sabía un poco más de medicina, no dudé en complacerlos.

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1965: Muere Laureano Gómez, Expresidente de Colombia

IV

Bronquitis Avícola Comenzando el año 1965 y listo para iniciar el sexto grado de medicina, me correspondió sortear un impase muy propio de la vida tribal de donde yo me había formado y desarrollado como niño, como adolescente y ya como adulto y futuro médico. El caso fue el siguiente: las gallinas de mi mamá se enfermaron todas de lo que yo consideré era una bronquitis. Las formulé con Rapidocilina* con resultados espectaculares. Los comentarios sobre el éxito de mi tratamiento, esparcieron la noticia de mis habilidades para curar gallinas enfermas. Comenzaron a llegar vecinos y amigos pidiéndome que fuera a sus casas para tratar las gallinas en cada corral. Las gallinas de mi mamá no solo se habían salvado sino que se veían gordas y activas. Nunca lo consideré, pero ahora he llegado a pensar que mis padres deberían sentirse muy orgullosos de mi creciente fama y saber que ni siquiera la ventisca del horrendo huracán de la violencia había tocado el cuerpo de su hijo y menos su alma. El problema era que yo no soñaba con ser famoso por curar gallinas. Así que cuando un campesino llegó con 2 pavos enfermos, decidí que era momento de detener mi creciente éxito veterinario. Le dije al hombre que lamentaba mucho que la pareja de pavos estuviera enferma, pero que yo realmente estaba estudiando medicina para tratar humanos y no aves de corral. El hombre me miró con detenimiento y antes de darse vuelta decidió hacer un último intento, diciendo: “Doctor, yo sé que usted es médico de gente, y por lo mismo le pido que formule a mis piscos. Mire que los animalitos y yo harto que nos parecemos”. Observé con atención las facciones del campesino y al no poder contradecirlo, le escribí la receta con la prescripción.

*La Rapidocilina era una mezcla de penicilina G procaínica y Penicilina G potásica, para inyectar. 9


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1965: La intendencia de la Guajira se convierte en Departamento y el municipio de Riohacha, recién anexado, se convierte en su capital.

V

La Estreptomicina Para el año de 1965, aunque Bogotá era sin duda alguna la ciudad más grande del país, seguía en realidad siendo una aldea. Era una época en la que los vecinos se conocían y se saludaban. No sorprende que yo, un estudiante de medicina, fuera muy conocido en la cuadra de mi residencia. Un día, se me pidió el favor de visitar a un enfermo cercano el cual recibía como tratamiento estreptomicina e isoniazida para una tuberculosis pulmonar. Ambas sustancias son antibióticos pero mientras que la isoniazida se administra tomada, la estreptomicina es inyectada. Así las cosas, el paciente me pidió que le cambiara la estreptomicina por otra droga que no fuera inyectada. Esta vez me cuidé de no abrir demasiado los ojos para no confesar con ese gesto mi ignorancia. Le comenté que debía averiguar si en su caso se podía hacer dicho cambio, cuando en realidad desconocía por completo si había otra alternativa terapéutica. Al salir de aquella casa tuve una idea brillante. Me acerqué a la droguería del barrio, en donde había siempre un médico. Mucho temo, sin poderlo confirmar, que el galeno era el mismo inyectólogo y dueño del establecimiento. Le transmití la duda del paciente y no dudo en contestarme: “todavía no hay estreptomicina tomada, pero creo que ya la están fabricando, yo le estaré informando”. No sobra decir que hoy en día, casi 50 años después, la estreptomicina sigue siendo inyectada y aún no existe en tabletas ni en cápsulas ni jarabe. Pero en ese momento creí firmemente en la palabra de este doctor y repliqué su respuesta al paciente, quien sonrió esperanzado. De todos modos, para evitar vergüenzas, nunca más volví a pasar por el andén de la droguería, y si veía al médico parado en la puerta, prefería dar la vuelta a toda la manzana con tal de no saludarlo. La vergüenza y la ignorancia son buenas compañeras y así como la primera sucede a la segunda, las dos combinadas pueden presionarnos a no reconocer las limitaciones y el desconocimiento.

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1966: Siguiendo el pacto del Frente Nacional, el liberal Carlos Lleras Restrepo es elegido Presidente de la República.

VI

Médicos para una pierna El año de 1966 fue un año marcador para mi vida personal y profesional. El 23 de enero contraje matrimonio con la señorita Clarita Robayo Arteaga. El 7 de febrero, recién casado, empecé mi año rotatorio, preámbulo inmediato para mi titulación como médico cirujano. El día 14 de ese segundo mes, de ese año maravilloso, llegó a la cama número 1 de mi servicio de ortopedia el paciente J.R. de 50 años de edad y procedente de Villeta, Cundinamarca. El hombre estaba inmovilizado de la pierna derecha por una posible fractura. Con la rigurosa formación académica de mi facultad elaboré su historia clínica hasta lograr los siguientes diagnósticos en orden de prioridad para mí: 1. Neumonía Basal Derecha 2. Fractura de Pierna Derecha Al día siguiente tenía la presentación del caso ante el grupo de docentes y los compañeros de mi curso. Cuando terminé mi exposición el instructor Macedonio Lucumí me miró con detenimiento. El rictus en su expresión me hizo pensar, con acierto, que el profesor no aprobaba mi ejercicio diagnóstico. Así pues que preguntó: “está usted rotando en medicina interna o en ortopedia”. Perturbado, intentaba encontrar en mi cabeza una respuesta medianamente decente. Pero entonces, el Profesor Titular, José María “Chepe” Rodríguez, salió en mi defensa. Explicó al citado instructor que la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional estaba formando médicos integrales y no médicos para una pierna. En silencio se aceptó mi conducta y se argumentó que el paciente sin el diagnóstico y manejo de la neumonía necesariamente fallecería. Me sentí orgulloso de mi habilidad diagnóstica. Sin embargo, mi sonrisa se borró durante las siguientes semanas. El doctor Lucumí se convirtió en mi torturador permanente y nunca pudo perdonar que el acierto de un estudiante que nunca pretendió molestarlo.

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1966: Nace mi hija Natalia

VII

Prematuridad En agosto de 1966 me encontraba rotando en el servicio de pediatría. El viernes 19 de ese mismo mes, recuerdo que mi esposa, en estado de embarazo, me había despedido con un beso antes de salir. Lo recuerdo porque lo que sucedió después fue tan angustiante como hermoso. El teléfono de la sala de pediatría no dejaba de sonar y acostumbrados al ring, los médicos internos lo ignorábamos con paciencia. De repente, una de las enfermeras decidió descolgar el auricular. Su grito me heló la sangre: “una llamada para el doctor Luis Arturo Castaño”, la oí decir. Como era absolutamente inusual que alguien me llamara al hospital, corrí a responder convencido de que se trataba de malas noticias. Me llamaban de la Clínica David Restrepo. Con un frio acento, la persona que me hablaba me decía, sin ningún tinte emoción, que mi esposa, con un embarazo de 34 semanas, entraba de urgencia a cirugía. Me quedé con las preguntas en la boca porque mi interlocutor ya había colgado. Salí presuroso del hospital y por primera vez me di cuenta de lo lentos que eran los buses en Bogotá. Al llegar a la clínica me encontré con una chiquitica de un poco más de dos mil gramos que me miraba desde una incubadora. Mi esposa estaba bien de salud y mi primera obligación como padre primíparo me sacó del trance en el que me tenía mi hija. “Debe comprarle una cobija”, dijo la enfermera. Siguiendo la recomendación de la mujer, corrí al almacén Tía de Chapinero en donde no dudé en gastarme la totalidad del capital que reposaba en mi bolsillo. Un total de cinco pesos. Días después, cuando todo ya estaba bajo control, regresamos todos a nuestro modesto pero caluroso hogar, en donde nos convertimos en una familia en propiedad.

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1966: Me gradúo como médico cirujano

VIII

Al lado de mis padres Habían pasado ya muchos años. La facultad de medicina era sin duda mi hogar. Mis compañeros se habían convertido en mis hermanos y mi esposa y mi hija me esperaban en casa las pocas noches que el hospital San Juan de Dios me permitía descansar. Después de tanto esfuerzo y de tantas horas sin dormir, ya fuese estudiando, atendiendo urgencias o en la sala de cirugía, un día me di cuenta que el final había llegado. El 21 de diciembre del año 1966 recibí mi título de Médico Cirujano. Yo, un hombre que me había hecho a pulso, un joven que había luchado por un sueño, lo había logrado. Ahora, no solo tenía mi soñado título en las manos, sino que era reconocido con el halo de ser uno de los delanteros entre los ochenta y seis del curso. Pocos días antes había sido invitado a especializarme en Medicina Interna o Ginecoobstetricia, amparado por una resolución del Ministerio de Salud que estipulaba que dos años de estudios de especialización equivalían al año rural obligatorio. Las ofertas eran tentadoras y me abrían muchas puertas inimaginadas, pero ya tenía mi destino trazado. Un trazo hecho por voluntad propia. Mis ojos estaban puestos en el Hospital Santo Domingo de Casabianca, mi tierra natal. Una tierra fría y hermosa, en donde la niebla de la mañana rápidamente daba paso al paisaje verde y al olor del café y la caña. Una tierra en donde podía encontrar no solo el trabajo anhelado, sino la compañía de mis mentores eternos: mis amados padres

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1966: El Departamento de Caldas se divide y queda convertido en Caldas, Quindío y Risaralda.

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Hidrofobia Iniciando agosto de 1966, en mi rotación por pediatría, me correspondió manejar a un niño con diagnóstico de encefalitis inespecífica.* Se trataba de un paciente encontrado en la carretera a Suba. Epidemiológicamente y por el tiempo de evolución de la enfermedad se había considerado que se tratara de un caso de hidrofobia . El pequeño parecía tranquilo pero de repente tuvo un episodio de agitación severa. Se revolvía como poseído y descubrí con horror que algo se le había metido en la boca. Sin dudarlo metí mis dedos, desplazando su lengua, en búsqueda del misterioso objeto. Cuando estaba a punto de sacarlo, el niño apretó los dientes con fuerza. Las marcas profundas de sus pequeños pero afilados dientecitos comenzaron a sangrar. Mi índice derecho ahora tenía una coloración morada, aunque en mi poder tenía un trozo de esparadrapo que había rescatado de las fauces del infante. Durante los siguientes días no me preocupé mucho por mi dedo, pues la herida se veía limpia y el color violáceo había desaparecido. Pero cuando el niño murió, de repente mi cabeza se llenó de dudas. Si ese pequeño había muerto de rabia, era bien posible que yo estuviera infectado. Así como los animales transmiten la enfermedad por la combinación de saliva con una herida, una mordedura era pues el escenario ideal para que mis días estuvieran contados. Corrí a la oficina del patólogo para conocer el reporte de la autopsia. Necesitaba con urgencia saber la causa final de muerte de mi pequeño agresor. Le conté mi historia al médico y su rostro palideció. No necesité más palabras. Lo escuché decir, como en un murmullo lejano, que efectivamente en niño había muerto de hidrofobia y que yo debía vacunarme. Actué como un autómata cuando me acerqué al microscopio a ver los hermosos y tiernos cuerpos de Negri, el aspecto típico e inequívoco de infección cerebral por rabia. Entonces pedí cita prioritaria y sucesiva con el Profesor Titular, con el Jefe del Departamento de Pediatría, con el Director del Hospital, con el Secretario Ejecutivo de la facultad y finalmente con el Decano. La respuesta fue decepcionantemente unánime: nadie sabía qué hacer.

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Mientras imaginaba el virus de la rabia corriendo por los nervios de mi mano y de mi brazo, en su afán por llegar al cerebro, su macabro punto de interés, escuchaba en mi cabeza las palabras de todas aquellas autoridades de mi hospital y mi facultad. La vacuna era la única alternativa, pero la vacuna contra la rabia estaba hecha con virus vivos, lo que implicaba que si no moría por la infección transmitida por el niño, podía morir por una infección transmitida por la misma vacuna! Aun así, existía la posibilidad de que no estuviera infectado y que pudiera sobrevivir sin ningún tipo de tratamiento. Entendiendo que se trataba de un problema de azar, tomé una decisión poco sabia pero efectiva: lancé una moneda al aire. Con cierto temblor en las piernas y unas gotas de sudor escurriendo por mis sienes, llegué al Departamento de Epidemiología, en donde, durante los siguientes 14 días, me aplicaron una ampolla diaria de vacuna antirrábica. Mientras observaba que mi dedo ya estaba sano, veía con preocupación cómo mi ombligo se inflamaba con intensidad. La vacuna antirrábica se aplicaba, en la totalidad de sus 14 dosis diarias, justo por debajo de la piel alrededor del ombligo. Cada sesión era peor que la anterior. Las semanas siguientes alcancé a rezar. Este hecho me llevó a pensar que mi cerebro ya debía estar inflamado! Al final, como parece evidente, me salvé de mi segura muerte. Ya vacunado, perdí el temor a la rabia pero nunca he superado el miedo a su aterradora vacuna inflamaombligos.

*El término encefalitis se refiere a cualquier inflamación de la masa cerebral. Hidrofobia es un término sinónimo de la rabia. La enfermedad causa mucha producción de saliva y espasmos en los músculos de la garganta que llevan a que el simple hecho de tomar agua sea muy doloroso. Los pacientes por lo tanto, repelen el agua cuando se les ofrece. 15


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1984: Muere el escritor argentino Julio Cortázar

X

El Hachazo El inspector de policía estaba asombrado. Había visto muchos casos extraños pero nunca una escena como la que tenía al frente. Imaginaba la fuerza del hachazo. Aunque no podía ver su hoja, por el tamaño del mango suponía que se trataba de un hacha inmensa. También imaginaba el filo. No en vano, el pobre hombre tenía el dorso partido en dos y la mujer mostraba sus entrañas a través de la herida en el vientre. Hasta los resortes y fibras del colchón se asomaban indiscretos a través de la mancha roja que dominaba el cuadro. Había tantos recolectores de café en la cuadrilla, que el administrador de la finca debía hacer varias rondas de supervisión cada día. Pero había un trabajador que reconocía sin confusión. La manera como sus ojos rehuían su mirada y el discreto temblor de las manos cuando hablaban, le habían alertado. Sospechaba que su mujer tenía una aventura con ese jornalero menor que él y que ella. Así que el 13 de junio de 1984, cuando descubrió la ausencia del recolector en el cafetal, corrió a la casa. Al aproximarse aminoró el paso para no delatarse. Sólo le bastó aplicar el oído a la puerta para confirmar sus sospechas. Se fue al fregadero y, tratando de no hacer ruido, afiló el hacha, regresó a la alcoba, abrió la puerta con cautela y clavó la hoja con todas sus fuerzas sobre la espalda del muchacho. Una vez confirmó la muerte de los dos, acudió a la alcaldía en donde confesó su recientemente cometido crimen. Pasó varios años en prisión y cuando salió libre lo atendí en consulta. No pude resistir el deseo de preguntarle la razón para actuar con tanta violencia. ¿Acaso con dejar a su mujer no hubiera sido suficiente? ¿Acaso valía la pena pasar años en una prisión por una mujer desleal? Su respuesta fue contundente: “la encontré, la maté, la pagué y estoy satisfecho”. Al finalizar la atención le extendí una fórmula de medicamentos y me despedí. Una vez más no pude callar. En la puerta del consultorio le pregunté por qué razón habían sido tantos años los pasados en la cárcel, cuando había actuado en medio de la ira y el intenso dolor. Su respuesta fue tan sorprendente como la historia misma. Haber afilado el hacha y 16


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haber entrado a la habitación sin avisar, lo habían convertido en un criminal premeditado. Dura Lex est Lex*

* Dura lex est lex: del Latín “La ley es dura pero es la ley”.

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1967: La nave espacial Apolo I se incendia durante una prueba, muriendo todos los astronautas dentro de ella.

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Mordedura de Serpiente El primer día después de las cabañuelas del año 1967, llegué a mi natal Casabianca para iniciar la medicatura rural. Era el viernes 13 de enero y me instalé en mi nueva residencia con mi esposa y mi hija de pocos meses de nacida. Menos de 24 horas más tarde llegó a mi domicilio un paciente, cuyo caso se convirtió en el primer anuncio de lo interesante y extremo que sería mi año rural. Como sucedería tantas veces en mi vida profesional, el paciente había sido condiscípulo de la escuela elemental. En la madrugada del mismo día, el hombre había sido mordido por una serpiente. Sin dudarlo comencé a aplicar todas las medidas que en aquella época se consideraban útiles para el manejo del accidente ofídico: crioterapia, torniquetes, corticoides, anticoagulantes y analgésicos. Mi esposa Clarita también comenzó a comprender que su papel en ese crucial año no estaría limitado al de compañera y madre. Ella misma se encargó de ayudarme en el tratamiento del enfermo. Sin mucha sorpresa me enteré que un día antes, en la misma parcela en donde mi paciente había sufrido la mordedura, otro trabajador había sufrido la misma suerte. Aquel hombre fue llevado al hospital en donde se inició el manejo convencional y, también sin mayor sorpresa, supe que había muerto el mismo día de mi llegada. El pueblo también se enteró de aquella historia y al ver que mi paciente se recuperaba por completo, comenzó a correr la voz de que el mejor médico conocido había llegado a ejercer allí. Las comparaciones con el médico oficial del hospital no se hicieron esperar. Pero yo estaba más interesado en no recibir más pacientes mordidos por la misma culebra. Así que siguiendo mis instrucciones se organizó una búsqueda sobre el terreno, encontrándose una serpiente talla X*, de un tamaño poco intimidador, a la que se le dio muerte de inmediato. *Talla x o Bothrops atrox, un tipo de serpiente venenosa de la familia Viperidae, orden Squamata.

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Mis conclusiones sobre el caso fueron simples: el reptil, primero mordió al paciente hospitalario con más intensidad de tiempo y mayor depósito de veneno en sus glándulas salivares. Cuando la serpiente mordió a mi paciente, tenía poco veneno disponible, afectando menos al campesino. La suerte estaba pues de nuestro lado. El enfermo que yo traté sobrevivió y mi fama nunca decayó.

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1967: Israel triunfa en la guerra de los seis días.

XII

Reconocimiento de un cadáver Recién posesionado como director del hospital de mi localidad, me llegó a la institución el cadáver de un niño de más o menos 3 años de edad. Trigueño, macizo y de buena contextura, acompañado de un sobre del Juez Promiscuo Municipal donde se me solicitaba dictaminar la posible causa de la muerte. Observé detenidamente el cadáver y precisé que aparte de la ausencia de sus ojos no tenía ninguna otra agresión externa. Por temor a equivocarme demoré el informe del reconocimiento. Tres días más tarde y por el correo de las brujas, supe que me visitaría el Procurador Regional para saber por qué violaba los términos de la entrega de la inspección del cadáver. Adelantándome a cualquier problema, expliqué que tenía serias dudas y acordamos enviar un oficio al Juez para que ampliara los términos de la petición. Fue entonces cuando supe que la madre del menor aseguraba que el niño había sido asesinado por las ratas. El Juez pidió se relataran otros signos de lesión externa que pudieran corroborar dicha versión. En mi informe relaté que aparte de la enucleación de los ojos no había otros hallazgos de lesión externa. Los cortes en los párpados eran bien parejos, sincrónicamente en tramos de tres milímetros, con arma cortante y formando el círculo completo alrededor de las órbitas. El corte del nervio óptico, la arteria y la vena oftálmica lo envidiaría el mejor de los disectores. Las paredes de la órbita estaban completamente sanas, no había signos de hemorragia ni muestras de detritus de los humores del ojo. No había signos de arañazos alrededor de las órbitas, en la cara o en el resto del cuerpo. Con la inverosímil historia de la madre, las averiguaciones del Juez y mi dictamen, la mujer fue remitida a un juzgado superior regional en donde fue sentenciada a 25 años de cárcel. Como siempre en estos casos, mantuve durante décadas la duda se haber ayudado a sentenciar a una madre inocente. Años más tarde, ya viviendo yo en otra ciudad, recibí la visita de una paciente que bien podía estar en sus cincuenta. Aunque su rostro me era familiar, no pude yo ubicarla en mi memoria. 20


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Dijo que no estaba enferma y que solo quería agradecerme. Ante mi expresión de sorpresa simplemente dijo: “…es que gracias a usted pude yo tener el castigo que merecía por la muerte de mi hijo. Solo gracias a su intervención es que mi conciencia se alivió un poco. Lo suficiente para no enloquecer o para no lanzarme a un precipicio.” Yo guardé silencio y no supe que decir. Ya tenía claro quién era la persona que sentada frente a mí, pero no podía decir nada. La señora se levantó y se dirigió a la puerta. Fue entonces cuando solo una pregunta salió de mi boca: “por qué?”. Ella bajó la mirada y casi en un susurro respondió: “con los ojos de un niño sobrenadando en una bombonera de cristal, llena de agua bendita, podía yo practicar mis hechizos y adivinanzas con seguridad absoluta. Creía lograr supremacía sobre las demás hechiceras, ganar prestigio y también mucho dinero”. Aunque estos recuerdos permanecen claros en mi memoria, mi capacidad de rememorar no me permite evocar el nombre de la madre, ni el del niño y de la vereda en donde ocurrieron estos repugnantes hechos. Bien parece que en los vericuetos intrincados del cerebro, los centros de la memoria de los lóbulos frontales y temporales y las conexiones del hipotálamo, no hay espacio para tanto dolor.

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1968: Es asesinado Martin Luther King Jr.

XIII

Evisceración Mortal (O Casi) Sentado en el consultorio del hospital llegó un paciente solicitando que se le practicara una curación. Venía de sombrero, ruana y de aspecto álgido. De unos 45 años de edad y procedente de una vereda cercana, al examinarlo encontré que a través del séptimo espacio intercostal izquierdo había una evisceración de parte de un lóbulo del pulmón, por una herida producida con arma cortante. Era posible ver como la porción de pulmón se insuflaba con cada inspiración del enfermo y como colapsaba cuando el aire volvía a salir. Prodigiosamente el pulmón estaba intacto. Intenté explicarle al paciente que su caso debía ser manejado en un hospital con mejor equipamiento, pero ante la sola mención el paciente respondió con un no rotundo: “si no lo hace usted no iré a ninguna otra parte”. Haciendo uso de mis conocimientos primarios, pero muy útiles de anestesia, apliqué al paciente una dosis de ketamina mezclada con un poco de succinilcolina. Con ello pretendía anestesiar al infortunado y además relajar sus músculos para facilitar mi tarea. Poco a poco fui devolviendo el pulmón a su lugar, utilizando una de las mejores herramientas a las que un cirujano puede acudir: sus propios dedos. Cuando el órgano retornó a su posición normal, inicié una rápida y precisa sutura sobre los músculos y la piel. Apliqué un vendaje a presión e inicié tratamiento con antibióticos, analgésicos y anti-inflamatorios. Pasé en vela las siguientes noches vigilando al paciente y esperando las peores complicaciones. Pero lo que ocurrió fue sorprendente. Al día siguiente el hombre ya caminaba por los pasillos del hospital. Dos días más tarde comía de todo sin miramiento. Al cuarto día ayudó a arreglar el jardín interior que daba contra su pabellón, a pesar de la negativa de todo el personal. No acaba de cumplir una semana de haber llegado a mis manos, cuando el paciente, montado sobre una mula, llegaba de regreso a su lejano hogar en la vereda.

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1969: El hombre pisa por primera vez la luna

XIV

Los Pájaros Tirándole a las Escopetas El recuerdo llega de manera difusa e imprecisa. A veces creo que fue un sueño, pero los testigos y protagonistas fuimos muchos como para considerar esa posibilidad. El paciente se sentó cansado y dejó escapar un suspiro. Contrario a la costumbre de la época no se retiró su sombrero. Lo interrogué mientras veía los rastros de sangre coagulada y costrosa en su cara, en la camisa y en la parte superior del pantalón. No adivinaba yo el lugar exacto de sus heridas y paciente, de muy pocas palabras, no ayudaba a desentrañar el misterio. Cuando le pedí que se acostara en la camilla, el hombre se negó. Simplemente se quitó el sombrero e inclinó la cabeza hacia mí. La herida producida por un machete se extendía a lo largo de diez centímetros. Pareciera que su rival hubiera querido partirle la cabeza en dos. Comenzando en la frente y terminando en la coronilla, se abría un surco de bordes nítidos que se profundizaba desde el cuero cabelludo hasta el hueso del cráneo en sus dos láminas. Se podía ver el cerebro palpitando pero la duramadre, la membrana que recubre el tejido cerebral, parecía intacta. Sin mediar palabra el hombre ahora sí fue a la camilla y se acostó. Apliqué una dosis suficiente de anestesia general que me permitió limpiar y suturar la extensa lesión. Estando en el procedimiento llegó un agente de la policía con un oficio petitorio en el que se solicitaba vigilancia estricta del paciente hasta no esclarecer los hechos ocurridos. Siguiendo el protocolo, el paciente se hospitalizó en una habitación separada que facilitara la observación constante de la policía. Sin dar muchos detalles, el policía insistía que se trataba de un sujeto muy peligroso. Al día siguiente madrugué al hospital y encontré la habitación con la puerta cerrada y asegurada. Desde dentro se escuchaba el ruido de una cama metálica en movimiento. Cuando abrimos la puerta encontramos al policía asegurado a una pata de la cama, con sus propias esposas y amordazado. Del paciente no había ni rastro. Pronto nos llegó la información. Justo en ese momento el paciente había llegado a un alto de la población y desafiaba a mano limpia a un grupo de policías que lo 23


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rodeaban. Finalmente el hombre perdió la batalla pues pudo más la fuerza policial que su agresividad. Fue arrestado pero no regresó al hospital. Lo metieron en una camioneta oficial y desapareció carretera abajo para nunca más saber de él. Nunca supe en qué circunstancias había recibido la herida ni tampoco si él había herido a alguien. Tampoco pude nunca comprender si su acceso final de violencia y ansiedad fue causado por la herida profunda en el cráneo o nació de un corazón ya maligno de tiempo atrás.

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1968: Se estrena 2001: Odisea del espacio, una película de Stanley Kubrick.

XV

Una Retención de Cabeza Un ejemplo claro de cómo ha cambiado el ejercicio médico es en la atención de los partos. Hace varias décadas, era frecuente que el médico, que ya conocía las condiciones del embarazo, fuera a la casa de las pacientes para atender allí, en su propio domicilio, la llegada del recién nacido. Siguiendo esta costumbre, una amiga de la familia, a quien yo atendía en sus controles de maternidad, me pidió que el parto fuera atendido en su casa. Por tratarse de una primigestante añosa, de 30 años de edad*, me negué rotundamente y le exigí que debía ir al hospital cuando iniciara su trabajo de parto. Así fue como una noche sonó el teléfono. Era entonces muy común que del hospital llamaran a la casa del médico para que este hiciera presencia para atender pacientes a altas horas de la noche. Se trataba de la mujer, quien ya con 38 semanas de embarazo, estaba en pleno trabajo de parto. Me alegré al saber que había seguido mi consejo. Antes de colgar la enfermera me aclaró que la paciente no estaba en el hospital, sino que estaba en su casa, en donde siempre pensó que debía nacer su bebé. Llegué muy pronto al domicilio pues el temblor de la voz de la enfermera que me había llamado indicaba que algo grave ocurría. Mis temores se agravaron cuando, sentada en la sala de la casa y con aspecto de agotamiento, vi a una de las parteras conocidas del pueblo. Pero mi corazón se aceleró de verdad cuando la partera me dijo: “ya no supe que más hacer”. Entré a la habitación y el cuadro que encontré me sorprendió. Acostada sobre la cama yacía la futura madre con más cara de muerta que de viva. Por su entrepierna no se asomaba la cabeza de un pequeño sino que colgaban las piernas y el tronco de un bebé con piel amoratada. “Una retención de cabeza”, pensé. Un cuadro común cuando los niños *Es evidente como ha cambiado el comportamiento social pues en esta época moderna un primer embarazo a los 30 años de edad, es una situación simplemente normal.

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no están acomodados de cabeza dentro del vientre materno sino que vienen de pies, como si estuvieran parados. Sin pensarlo dos veces, apliqué la maniobra de Mauriceau** y con el niño, inerte, tomado de los pies, en una carrera de gacela (yo apenas pesaba 48 kg), crucé la plaza principal de la población buscando los servicios del hospital. Justo antes de llegar un apagón de luz ennegreció por completo el paisaje. Tropecé con algo y caí a una canal. Traté de proteger al pequeño pero estando ya en el suelo se me soltó. Comencé a palpar en el suelo buscando al bebé con afán pero con movimientos suaves para no lastimarlo. De repente un sonido sin igual me indicó la ubicación del niño. Un sonido que me obligó a sonreír a pesar de las circunstancias: el llanto de un recién nacido. Finalmente, ya en el hospital, pude reanimar al pequeño y tras comprobar que se encontraba en perfectas condiciones lo devolví a su madre. La mujer me miró sin decir nada y abrazó a su retoño, quien ahora mostraba una piel rosada y vital. En mi camino a la puerta de la casa, cojeando y habiendo entendido que el silencio de los presentes implicaba que nadie consideraba pagarme algo por mis servicios, pude escuchar claramente a la nueva madre diciéndole a la partera: “es usted una heroína”. El marido también intervino convencido: “le pagaré el doble de lo acordado”.

** La maniobra de Mauriceau es una estrategia utilizada para facilitar la salida de la cabeza de los niños que han quedado atrapados en el canal vaginal cuando están presentados de pies. Consiste en introducir un dedo en la boca del pequeño para así poder inclinar la cabeza hacia abajo, permitiendo la expulsión completa del recién nacido. 26


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1967: Muere ejecutado en Bolivia Ernesto “El Ché” Guevara.

XVI

Una Horrible Tarasca Yo conocía a Luis Enrique desde hacía muchos años pues el hombre había trabajado para mi padre en las labores del campo. Pero el día que llegó a la sala de urgencias me costó trabajo reconocerlo. Su caso era simple: un rival político, con su machete y de un solo tajo, le había rebanado la nariz desde la base hasta dejarla colgando del labio superior. Tenía yo en mis manos la oportunidad de ejercitar mis dotes, bastante inexplotadas, de cirujano plástico. Bajo los efectos de la anestesia general, una vez más la ketamina (era la única opción que teníamos de anestesia general), practiqué un procedimiento milenario. Poniendo como base dos sondas de plástico, las utilicé como molde para armar la arquitectura de las fosas nasales*. Buen aseo, buenas suturas y buen molde de yeso para la inmovilización nasal, complementaron el procedimiento. Al día siguiente Luis Enrique manifestaba que se encontraba bien y solicitó la salida, petición que fue negada. Al tercer día Luis Enrique no amaneció en su cama. Se había fugado del hospital y sentencié que mi trabajo había sido abortado y que la nariz en un medio agreste se desprendería y quedaría nuevamente colgando del labio superior, para finalmente perderse en un doloroso y putrefacto acceso de gangrena. Busqué bastante a Luis Enrique, ya no mucho por el interés en su caso, sino para que me devolviera las sondas que eran las únicas que tenía en el hospital. Apéndice: el famoso Luis Enrique buscó afanosamente a su agresor para cobrarle la deuda y al encontrarlo el victimario que estaba bien advertido le desarrajó tres tiros en el pecho para quitarse sus temores y

*El procedimiento originalmente descrito en la India por el médico Sushruta, siglos antes de Cristo, utiliza dos cañas finas de bambú con el mismo fin.

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tres más en diferentes partes del cuerpo para que descansara definitivamente de su horrible tarasca. Nota: Se rumoró que días antes de su muerte, el mismo paciente, ante un espejo, impávidamente se había cortado el colgajo. Anotación Final: Nunca se supo del paradero de las sondas.

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1970: Misael Pastrana Borrero es elegido Presidente de Colombia

XVII

Una Fuga El alcalde del pueblo, en su monumental benevolencia se prestó, en ausencia del carcelero, para, en horas del mediodía, entrar a la cárcel con dos portacomidas con sendos almuerzos para los presos del momento. Ignoraba que soterradamente había un plan de fuga que consistía en atropellarlo cuando abriera la puerta de entrada y restregarle los almuerzos en la cara para confundirlo y así emprender la fuga. Fui llamado al hospital para atender la urgencia del señor alcalde. No se trataba de la necesidad de suturar heridas ni de reponer huesos rotos. El alcalde estaba en una franca crisis de ansiedad, que yo denominé, añadiendo un nuevo término a la medicina universal, como crisis siquiátrica de autoridad. Con el debido respeto y con mi equipo de enfermeras y previa sedación, pudimos extraerle de la fosa nasal derecha y del conducto auditivo externo izquierdo, un par de granos de fríjol. De la fosa nasal izquierda y del conducto auditivo externo derecho obtuvimos dos granos de arveja. Como si fuera poco de los ángulos internos de la cavidad orbitaria, con lavado con suero fisiológico, extrajimos algunos corpúsculos de arroz que no supimos si estaban degradados por la cocción o el restregamiento por los reos. Era arroz enmohecido. Durante el procedimiento, todo el personal del hospital hizo comentarios picantes, creyendo que el alcalde estaba profundamente anestesiado. El burgomaestre nunca más ayudó al carcelero en sus ausencias y tampoco regresó al hospital, por muy enfermo que estuviera. Siempre solicitaba mis servicios en su domicilio. La última vez que lo atendí se encontraba desnutrido y desanimado. El conocimiento previo de su historia clínica me permitió descubrir rápidamente la causa de su estado nutricional. El pobre hombre nunca volvió a comer fríjoles, ni arvejas y tampoco arroz. Un problema nutricional grave para un sujeto que vivía y trabajaba en un pueblo de costumbres paisas.

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1968: Nace mi hijo Giovannito.

XVIII

Sangría Incruenta A Luis Dionisio nunca le conocí oficio distinto del de ser un buen charlatán. Entendía que mi familia, por aquellos horrores de la violencia y errores de la vida, había ocupado sus oficios de buen samaritano y yo tenía algunas deudas de gratitud para saldarle. En horas de la mañana de un día cualquiera del mes de junio del año 1968 acudí a su domicilio pues el hombre, ya de 65 años, tenía un claro edema pulmonar*. A Luis Dionisio le quedaban solo algunos minutos de vida. Apelando a mis conocimientos de la Medicina Francesa, que enseñaba a practicar la sangría incruenta, una especie de secuestro hemodinámico para disminuir la carga de trabajo para el corazón y el pulmón, le apliqué un torniquete en la parte media del brazo izquierdo. Calculé que la presión fuera de más o menos el doble de la presión sistólica. Dejé el torniquete actuando durante un minuto y lo solté. Luego, repetí el procedimiento pero ahora en el muslo izquierdo. Luego seguí con la pierna izquierda, la pierna derecha, el muslo derecho y finalmente el brazo derecho hasta completar varios ciclos. Apliqué después masajes, adrenalina intracardiaca y corticoide en infusión venosa. Increíblemente el paciente, en uno de los ciclos de la sangría, inició movimientos respiratorios y mejoró el tono de la frecuencia cardíaca. Luis Dionisio se recuperó, al menos lo suficiente como para poder hablar. Cuando estaba en condiciones de expresar algunas palabras simplemente me miró claramente exasperado. Y con tono de reclamo me dijo: “¿qué fue lo que ocurrió? Si “por allá” yo estaba muy contento y amañando!”. Creo que mi diagnóstico había sido errado. Luis Dionisio no había estado al borde la muerte. El hombre había muerto. Y yo, presuntuoso médico de cuerpos, lo había regresado a la vida. *Acumulación de líquido en el pulmón, dificultando así la entrada de oxígeno a la sangre.

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1968: La telenovela “Dos rostros una vida”, de RTI, protagonizada por Lyda Zamora y Julio César Luna, es un éxito de sintonía.

XIX

Un Colgajo Día de San Pedro* del año 1968, en horas de la tarde, llegó al hospital un joven de 20 años de edad. El muchacho había recorrido un camino de herradura durante seis horas para llegar a mi sala de urgencias. Traía su antebrazo izquierdo sostenido con un cabestrillo de tela saraviada, que bien podía corresponder a restos de una prenda de vestir de la mamá. Por fuera del cabestrillo colgaba una mano que pendía únicamente de las estructuras correspondientes al paquete cubital**. Vasos, nervios, tendones, hueso radial y cubital pulcramente seccionados en sentido transversal. No se disponía de vías de comunicación, la comunicación telefónica era complicada y no había ambulancia. Pero yo ostentaba el título de médico y cirujano de la mejor facultad de medicina del país (¡cosa grave!). Por fortuna, durante mi último año de entrenamiento en urgencias, tanto los médicos ortopedistas como los médicos cirujanos plásticos, previas instrucciones, me autorizaron para atender todas las tenorrafias (sutura de los tendones), que llegaran a mi hospital de práctica. Tanto que ya los compañeros de grupo estaban insinuando el remoquete de el tenorráfico. Usando una combinación poco ortodoxa de anestesia general y anestesia local, inicié el procedimiento para restaurar la mano del paciente en su lugar. Ligué los vasos, suturé los tendones de los músculos flexores, luego los de los extensores, apliqué puntos de alambre quirúrgico sobre la cobertura de los huesos, cosí los tejidos blandos y la piel, y al final, ocho horas más tarde, cubrí con una férula de yeso la zona afectada. Imaginando con pesar el vestido destrozado de la madre del paciente, reemplacé el cabestrillo por uno limpio hecho con venda quirúrgica. Prescribí los medicamentos necesarios y me sentí plenamente satisfecho al observar que había color, calor en la mano operada y leve movimiento de los dedos. *Fiesta originalmente destinada a conmemorar el martirio en Roma de los apóstoles Pedro y Pablo de Tarso, celebrada el 29 de junio. **En este caso, área de la muñeca que corresponde con el dedo meñique. 31


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Retuve al paciente en el hospital durante un buen tiempo, pues yo quería personalmente practicarle unas cuantas dosis de terapia física. Esa retención me mereció una visita de auditoria médica departamental por el costo tan elevado del manejo del caso. Hube de reaccionar con mucha entereza y energía y propuse que de ahí en adelante yo sufragaría los gastos del enfermo, condición que no fue aceptada. Años más tarde y por pura casualidad, me encontré con mi paciente. Cuando quiso saludarme me negué a estrechar su mano derecha y le extendí la izquierda. El comprendió mi intención y apretó mi mano con la suya: una mano llena de cicatrices, aunque fuerte y vital.

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1968: Se adopta por decreto la bandera del Tolima.

XX

El Raterillo Timoleón, de 35 años de edad, proveniente de la zona rural del municipio, raterillo de profesión con múltiples ingresos a la cárcel para pequeñas penas. Un día lo veo en la calle caminando de manera extraña. Lo observo con detenimiento y sin mucha tardanza, desde la distancia, logro el diagnóstico acertado. A Timoleón le han seccionado los tendones de Aquiles de ambos talones. Camina lentamente y arrastra los pies en pasos cortos y calculados. Me pregunto si ha recibido un castigo ancestral destinado a los ladrones o si sus talones han sufrido tal lesión en una riña o por mano del dueño de algo que pretendía robar. Cuando finalmente estuvo cerca, le ofrecí mis servicios gratuitos para reparar su extraño andar. El hombre aceptó de inmediato. Con mi experiencia en tenorrafias pasé puntos con ganchos de alambre quirúrgico y reforcé cada tendón con puntos de hilo de coser, pues no disponía de otro material. A pesar del dolor, la recuperación fue casi instantánea. Luego, más por evitar que volviera a sus andanzas criminales que por la verdadera necesidad médica de inmovilizar sus pies, fabriqué un par de férulas de yeso que, aplicadas como una bota básicamente le impedían caminar. Pero el paciente, que sabía más de la vida que yo, pronto comprendió mis intenciones y él mismo se retiró las férulas. Ante la evidencia de una marcha perfectamente normal, no pude hacer más que firmar su salida del hospital. No me sorprendí al saber que Timoleón había regresado a sus pillerías. Me enteré en una visita como médico a la cárcel municipal. Lo encontré sentado en un banco en el único patio del penal. Al verme se acercó y a través de la reja respondió a una pregunta que yo había lanzado sin palabras: ”Doctor es que es más difícil ser jornalero a pleno sol del día que echarle mano a la gallina en el solar de la vecina.”

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1969: Jorge Barón Televisión emite sus primeros programas

XXI

Cuádriceps El día de la madre de 1969 fue inusual. Hubo gran gazapera por culpa de la música. El disco “Esa es mi madre” sonaba en la ortofónica* de una de las tiendas y en la otra cantina trinaba a todo dar la canción “Madre querida”. Como las preferencias musicales de los asistentes eran incompatibles, dos grupos se pelearon en riña con machete. Eustaquio Cantor, hábil en el manejo del machete, individualizó su pelea con Diomedes Suescún. En rápidas maniobras que recordaban los ataques de un gallo fino, Eustaquio tasajeó en la rodilla izquierda de Diomedes, las tres ramas del tendón del cuádriceps dando por terminada la reyerta. Las heridas de Suescún no fueron razón para interrumpir el festín. La música siguió sonando y los parroquianos bebiendo mientras Diomedes, en una camilla improvisada, era conducido por sus amigos al hospital. La celebración con mi propia madre se vio obviamente interrumpida y llegué al hospital casi de inmediato. Bajo anestesia local con lidocaína al 2% con epinefrina**, practiqué tenorrafias. Inmovilicé al paciente con férula de yeso y lo hospitalicé para observación durante las siguientes horas. El resultado no puedo ser mejor. Me senté a descansar en un pequeño sofá en la sala de los médicos cuando una enfermera irrumpió diciendo: “doctor, la oreja de Diomedes se le va a caer!” La sonrisa maliciosa de la mujer me desconcertó. Si había yo omitido una herida en la oreja me parecía difícil de creer. En cualquier caso no era motivo de sonrisa alguna. Siempre examiné a los pacientes de manera integral. Corrí hacia la habitación del paciente y me encontré con un cuadro sorprendente. Diomedes gritaba mientras su madre le halaba una oreja con fuerza. La mujer le hacía un reclamo justo: su hijo se había encargado de arruinarle la celebración del día de la madre!

*Una especie de gramófono. De los primeros aparatos para reproducir el sonido. **La lidocaína es un anestésico local que con frecuencia se mezcla con epinefrina o adrenalina para reducir el sangrado y prolongar el efecto anestésico. 34


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1968: Se construye el ARC Gloria, buque insignia de la Armada colombiana

XXII

Maceración Apenas ha amanecido el día 20 de julio de 1968. Cuando abrí los ojos imaginé que por fin tendría un día de descanso. La exigencia de mi labor médica había sido agotadora. Mi ilusión duró muy poco pues minutos más tarde alguien golpea con afán la puerta de mi casa. Se trata del celador, el portero, el jardinero, el mensajero y el maestro de la obra del hospital. El hombre me informa angustiado que don Miguel M está grave en el hospital porque lo había cogido un trapiche en horas de la madrugada. El infortunado paciente había quitado la guardamano mientras trabajaba en la molienda. Al meter una caña en el trapiche la fuerza de la maquinaria no le permite retirar su mano a tiempo. En un abrir y cerrar de ojos su extremidad superior estaba dentro de las masas del trapiche hasta el hombro. El trapiche se detuvo y costó trabajo retirar a Miguel para llevarlo al hospital. El pobre enfermo, acostado en una camilla, estaba muy adolorido. Su extremidad superior izquierda hecha un bagazo, una alegoría perfecta para el caso. Como en forma de patacones secas se veían unos eslabones que serían las antiguas articulaciones. No había hemorragia. Aunque en mi infancia vi muchos de estos accidentes, ahora como médico no adivinaba la conducta a seguir. No había sangrado para detener, no había una herida identificable que pudiera suturar y obviamente no había modo de remitirlo a otro hospital. Solamente se me ocurrió colocarle una calceta de plátano haciendo ángulo en el codo y asegurarla con guascas del mismo material. Esperando que el tejido comenzara a mostrar signos de gangrena, para proceder a amputar el brazo, pasaba varias veces al día por la habitación de Miguel. Pero la necrosis nunca llegó y el paciente fue dado de alta con su brazo vivo, aunque completamente inutilizado. El brazo colgaba y se movía sin coordinación cuando el enfermo caminaba. Aun así Miguel sacó provecho de la situación. En cada fiesta salía a bailar y a saltar y los movimientos erráticos de su brazo inerte lo convertían de inmediato en el alma de la celebración. 35


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1968: Se funda el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar - ICBF

XXIII

El Nicuro Para el 24 de diciembre de 1968 llegó a mi casa un amigo muy querido. Aunque inicialmente imaginé que venía de visita, pronto adiviné que estaba enfermo. Llevaba una mano cubierta con un paño y al retirarlo vi en la palma un pez vivo que se contorneaba por momentos. Tardé un poco en comprender la situación. En la región tenar* de la mano derecha pude ver la espina de una aleta incrustada en su totalidad. Ante mi expresión el paciente me explica lo sucedido. Había recibido una carga de peces recién pescados para prepararlos para la venta. Metió algunos en una bandeja y comenzó a abrirles el vientre para retirar las vísceras. La mala suerte puso en sus manos un nicuro** todavía vivo. Al aplicar el cuchillo el pez se movió con brusquedad, incrustando su afilada aleta en la mano de mi amigo. El animal continuó moviéndose con brusquedad, como convulsionando. Yo conocía muy bien la estructura de las espinas de las aletas del pescado y sabía que era imposible retirar el pez por simple tracción. La forma de sierra de la estructura impedía que se extrajera sin causar más daño al tejido. Además, era básicamente imposible sujetar el animalejo. Era pues necesario realizar una incisión alrededor de la herida para poder solucionar la extraña situación. Pero antes de anestesiar al paciente era necesario anestesiar al nicuro. Se me ocurrió una buena alternativa: apliqué formol en el abdomen del pez, logrando la muerte instantánea del animal. Mi amigo se recuperó sin problema de su herida pero nunca comprendimos la razón por la que el nicuro sobrevivió tanto tiempo por fuera del agua.

* La región tenar de la palma de la mano es aquella cercana al pulgar. ** El nicuro, Pimelodus blochii, se pesca con facilidad en el río Magdalena.

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1968: Muere María Cano, la primera mujer líder política colombiana

XXIV

Muerte en el Parto Se llamaba María. La mujer, cercana a mi hogar paterno, había sido testigo de toda mi formación, desde la infancia, pasando por mi pubertad y mi juventud, hasta que me convertí en médico. María ahora vivía en una vereda lejana, en donde en vano intentaba darle un progenitor a su marido. Había consultado varias veces buscando alguna estrategia que le permitiera lograr un embarazo y un día el milagro ocurrió. Cualquier mañana el esposo llegó hasta mi casa con dos caballos. Me pedía el favor que le visitara a su esposa, quien por complicaciones del parto se estaba muriendo. Tras un día completo cabalgando llegamos a su morada. Encontré a María aún consciente. Una retención de placenta* la había desangrado y tenía una lividez que casi encantaba. Al verme mostró una lánguida pero tierna sonrisa. No pude registrar su tensión arterial por lo que concluí que era críticamente baja. Mis sospechas se confirmaron cuando me fijé en la sábana de su cama, inundada por coágulos de sangre. El niño lloraba en un rincón en brazos de la abuela. Las pupilas de María ya estaban distrayéndose, progresivamente, como se crece la sombra en las montañas cuando el sol se oculta tras de ellas. No hubo cobros. La tragedia ya tenía un costo suficiente. Emprendí el camino a casa de inmediato. Apenas amanecía cuando entré al pueblo. Di unas palmadas al cuello del caballo para agradecerle por el viaje. El color blanco de su pelo me recordó la última imagen que tuve del rostro de María. Una amiga a la que no pude ayudar.

* La placenta debe expulsarse de manera espontánea después del parto. Cuando la placenta no sale, su retención impide la contracción final del útero y favorece sangrados intensos que sin tratamiento oportuno causan la muerte materna. 37


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1967: Nace Andrés Escobar, futbolista colombiano asesinado en 1994

XXV

Óvulos Orales Se llamaba Filomena. A los 30 años de edad ya tenía seis hijos. Su marido era reconocido por su conducta sexual poco edificante. Consultó por presentar flujo vaginal y enterado de las andanzas de su pareja no dude en iniciar tratamiento con óvulos de metronidazol y clindamicina, dos potentes antimicrobianos para aplicación en la zona afectada. Al día siguiente recibí la visita del marido quien molesto me preguntó si realmente era necesario añadir al tratamiento de la mujer, lo que había yo indicado para él: abstinencia sexual y antibióticos para el esposo. Le expliqué la importancia de hacer tratamiento a la pareja, convenciéndolo finalmente. Diez días más tarde la mujer regresó a control. Se veía de buen ánimo y al interrogarla sobre la evolución de su problema, respondió que había mejorado por completo. Sin embargo, pude ver una luz de duda en su expresión, así que la anime a continuar. La paciente respondió entonces con timidez: ”doctor, el tratamiento muy efectivo, pero la toma de los óvulos fue muy difícil por lo grandes y pegajosos”. Nota: En la formulación es importantísimo leer pausadamente la fórmula al paciente. Preguntarle qué dudas tiene y verbalmente volver a explicar la totalidad de las instrucciones.

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1967: El ídolo Elvis Presley se casa en Las Vegas

XXVI

Una Pequeña Inversión Alpiniano, de 69 años de edad, habitante rural, muy amigo de mi familia, se acercó a mi consultorio. Yo, recién graduado y ya ubicado en mi pueblo natal, apliqué toda mi pericia diagnóstica y deduje que padecía de colecistitis crónica*. Según los protocolos de ese entonces le ordené tetraciclina vía oral y aspasmil gotas con la instrucción de tomar 60 gotas tres veces al día**. Como acostumbro en tales casos, desde los inicios de mi carrera y hasta el mismo día en que escribo estas páginas, lo cité a un control sin costo para una semana después. El paciente regresó y desde que entró al consultorio lo noté con un semblante mucho mejor pero un poco serio. Le pregunté si tenía dolor y negó con su cabeza. Lo interrogué por la presencia de fiebre y nuevamente su respuesta fue negativa. Sin entender muy bien la razón de tanta seriedad, le pregunté si estaba comiendo bien o si tenía algún problema personal ajeno a su estado de salud y el hombre simplemente respondió: “Doctor, yo me he sentido muy bien, con eso que usted me formuló yo ya me mejoré. Lo único que me pasa es que no duermo desde hace una semana y no he podido trabajar ni hacer nada” Su respuesta me sorprendió. Así que lo animé a continuar. Su respuesta final me dejó con una sensación indescriptible, una mezcla de risa con temor: “Es que doctor, para poder cumplir su tratamiento al pie de la letra tocaba no dormir. Eso de tomarse 3 gotas, 60 veces al día es muy complicado!”

*la colecistitis crónica es la inflamación prolongada de la pared de la vesícula biliar. **la tetraciclina es un antibiótico, mientras que el aspamil, atropaverina, es un antiespasmódico utilizado para relajar los espasmos de la pared de la vesícula por la inflamación. 39


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1968: Los científicos que interpretan el código genético y su función, ganan el premio Nobel de medicina

XXVII

Parto Gemelar Era una tarde extraña. El sol parecía no querer ocultarse y las sombras se extendían prolongadas sobre el suelo. Tal vez el destino quería que la paciente pudiera llegar aún de día al hospital. La camilla apareció por la esquina más lejana y un tumulto de gente la acompañaba susurrando el lenguaje de las turbas. Un gozque deshilachado precedía el cortejo y lo guiaba en forma precisa a la puerta del hospital. Reconocí a Teresa, quien con su mirada lánguida me indicó que debajo de los chiros y a cada lado de la camilla había algo importante. Ya en la sala de examen pude constatar que se trataba de hermosos gemelos. Por su parte Teresa estaba inmóvil, pálida y sudorosa y un lago de sangre bañaba todo su cuerpo. Alcanzó a estirar los brazos para acunar a cada gemelo y sin darme tiempo para nada, expiró. Estaba pues yo ahora con el cadáver de una madre desangrada y con dos bebés que me miraban como preguntándome y ahora qué hacemos. Temiendo también por sus vidas los abrigué y decidí bautizarlos. Vi crecer a Pedro y Pablo hasta que se convirtieron en hombres, y cuando los miro a los ojos puedo ver en ellos a aquella mujer que pagó con su vida una maternidad que nunca pudo disfrutar.

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1973: Se incendia el edificio de Avianca en Bogotá

XXVIII

Muerte por Ahogamiento En el hospital en donde pasé la mayor parte de mi vida profesional como director, tenía un médico rural quien se encargaba de los turnos de cada domingo. En uno de ellos le llegó un paciente joven, evidentemente muerto. Se había ahogado en un paseo en uno de los balnearios de la localidad. A pesar de que el hombre estaba yerto y sin pulso, el médico decidió iniciar maniobras de reanimación, sin éxito alguno. Se declaró la muerte a las 2 de la tarde y se entregó el cadáver a la familia y a los compañeros de paseo, con el posterior certificado de defunción. Cuentan quienes fueron testigos presenciales de los increíbles acontecimientos, que doce horas más tarde, hacia las dos de la mañana, la sala de velación se encontraba casi en silencio. Solo se escuchaban algunos sollozos de un par de mujeres y nada más. De repente se escuchó como si alguien golpeara suavemente la puerta. Pocos se percataron pero cuando la intensidad de los golpes aumentó, fue evidente que el sonido provenía del mismo ataúd. Un hombre se acercó un poco temeroso y casi muere de un infarto al comprobar que el supuesto difunto había abierto los ojos y comenzaba a gritar. Justo en ese instante el muerto pateó el ataúd y la tapa voló para caer con un estruendo que dejó a todos los presentes con los nervios de punta. Aunque el muerto estaba con sus labios un poco azulados, cianóticos, era claro que estaba perfectamente vivo. El pánico cundió. Mujeres desmayadas, personas corriendo, otras huyendo, algunas gritando “milagro!” y otras llenas de felicidad. Se dijo que había también alguna que otra cara de contrariedad, pero dicha información no es parte de esta historia. Como era de esperarse la información fue de inmediato recibida por el joven colega, quien al verificar lo sucedido no tuvo otra alternativa que abandonar el cargo en forma subrepticia. El galeno ignoraba, como lo hace la mayoría, que en varios tipos de muerte y especialmente cuando el ahogamiento ocurre en aguas muy frías, los signos vitales pueden ser imperceptibles y el paciente, frío como un hielo, puede estar aún vivo. Los órganos más importantes, 41


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como el cerebro, el corazón y el riñón, son protegidos por un mecanismo de emergencia que posee el organismo y horas después de haber sido declarada la falsa muerte, el paciente puede despertar. Incluso a veces el supuesto difunto recobra la conciencia demasiado tarde: cuando ya ha sido enterrado y se ve obligado a morir nuevamente.

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1974: El concorde aterriza por primera vez en Bogotá

XXIX

Gajes del Amor Era la pareja perfecta. Él se llamaba Pedro y ella Celestina. Él, moreno, usaba siempre sombrero. Ella trigueña siempre de moña. Por cierto bien diminutos que si eran y vivían en una preciosa casita donde brillaban el cariño y el aseo. Esta pareja, bastante mayor, no trabajaba y vivía de la generosidad de los amigos que eran muchos. Un día cualquiera y sin causa aparente, a Pedrito se le olvido respirar. Fue sepultado con todos los rigores y el acompañamiento de la élite de la población. Por su parte Celestina intentó continuar las rutinas de la vida, pero le faltaba el ingrediente de su adorado marido. Me parece a mí que Celestina simplemente tomó una decisión. Se presentó a mi despacho del hospital y me solicitó que le diera una cama pues quería descansar. La examiné y la encontré en perfecto estado de salud. Sin embargo, conociendo su historia, accedí a hospitalizarla en el servicio general de mujeres. Yo sabía que Celestina no necesitaba ninguna clase de medicamento. Le dolía el alma. Poco a poco fue abandonando su ritmo de comunicación con los médicos y demás pacientes. Y una mañana una enfermera se percató que Celestina estaba muerta. Aunque mi reporte para el certificado de defunción achacó la muerte a un paro cardiorrespiratorio súbito, en mí mente tenía el diagnóstico verdadero: la había matado una ausencia. Simples gajes del amor.

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1974: Muere el General Juan Domingo Perón tres veces presidente de Argentina

XXX

Parto a Domicilio Un sábado del mes de mayo del año 1974, fui llamado de urgencias a atender una consulta domiciliaria. Al entrar a la casa, como de costumbre, pregunté si el perro era peligroso. La madre de la paciente me respondió con tono seguro, que no me preocupara que el perro ya había mordido el día anterior. Ignoré su comentario y al comprobar que el animal permanecía echado en el piso, me acerqué a la cama de la enferma. La mujer, cubierta de los pies y hasta el cuello con una sábana, se quejaba y sufría de una especie de espasmos que se repetían periódicamente. Sudaba y de repente se le congestionaban las venas del cuello. Intrigado por semejante cuadro clínico me dispuse a examinarla. Al intentar levantar el manto, el que sintió un dolor súbito, en este caso en el trasero, fui yo. No tardé en darme cuenta que el dichoso perro me había clavado los dientes en una nalga. Mi quejido coincidió con otro lamento, una especie de llanto de tono agudo y poderoso. Los presentes nos miramos confundidos. La única que no se sorprendió fue la paciente. Un recién nacido se revolvía debajo de la sábana y el secreto de la muchacha había sido descubierto. A pesar de mi disgusto y de mi sorpresa y haciendo caso omiso al discurso confuso que daban los recién abuelos a su traviesa hija, me concentré en concluir la atención del parto. Ese día tuve una lección de vida. Una lección importante que intenté transmitir a mis hijos durante su educación…“Nunca entren a atender un paciente en su domicilio sin estar completamente seguros de que el perro esté amarrado!”

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1975: Muere el General Gustavo Rojas Pinilla

XXXI

Intoxicación Masiva En un cuarto de hora conocí en mi consultorio el caso de tres niños con vómito y diarrea profusos. Estaba en esas cuando me llamaron del hospital. Me necesitaban con urgencia porque había llegado un niño con la misma sintomatología. Con alguna información recogida en el pueblo, supe que los cuatro casos provenían de una fiesta infantil de 86 niños. De inmediato deduje que no se trataba solamente de cuatro niños enfermos. Sabía que la emergencia apenas comenzaba. Indudablemente se trataba de una intoxicación masiva. Ya en el hospital, empezó la romería de papás con sus niños buscando atención médica. Por mi parte ya había alertado a todo mi equipo médico, paramédico y administrativo del hospital para que se presentaran con carácter urgente y obligatorio, lo cual ocurrió con puntualidad milimétrica. Igualmente la comunidad entera, al conocer la noticia, se volcó a la institución llevando colchones, sábanas, pañales, almohadas y cobijas. Inclusive algunos almacenes alcanzaron a enviar rollos completos de tela para fabricar ropa. También hubo algunas damas voluntarias para ejecutar la obra. Mi plan médico ya estaba trazado (y era casi una mágica adivinación). Dos sucesos me habían obligado a surtir abundantemente el hospital con solución de Ringer*, pues se estaban practicando intervenciones quirúrgicas en forma bastante regular (varias al día) y terminaba una epidemia de fiebre tifoidea. Así que a cada niño que llegaba con los mismos síntomas, sin esperar a que empeoraran y sin darles tiempo de complicarse, se le iniciaba exactamente el mismo tratamiento. Solución de Ringer intravenosa y antibiótico también intravenoso. Solo se modificaba la dosis de acuerdo con el peso de cada pequeño.

*La solución de Ringer es una mezcla de agua con electrolitos inventada a finales del siglo XIX por el médico y fisiólogo inglés Sydney Ringer.

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A los notables que fueron llegando se les pidió que sirvieran de atriles** y vigilantes de las infusiones para lograr una buena hidratación. El hospital solo contaba con seis atriles, así que los brazos extendidos hacia arriba de aquellos que llegaron, sirvieron para suplir los grandes faltantes. Se impuso disciplina para reclutas de tal manera que cada niño nuevo que llegaba era registrado, examinado y hospitalizado de inmediato, sin importar la gravedad de su cuadro en ese instante. Así fue como en un periodo de doce horas llegaron la totalidad de los 86 niños esperados. Los riesgos para estos pacienticos eran claros: deshidratación y la infección de la sangre o septicemia. La probabilidad de muerte era alta, así que mi decisión de iniciar tratamiento tan pronto los niños llegaran al hospital, sin esperar a que estuvieran francamente deshidratados o infectados, fue salvadora. La mayoría de pequeños fue dada de alta al día siguiente, sin complicación alguna. No hubo tampoco defunciones. Pero como mi actitud fue, por decirlo de una manera acertada, dictatorial, pues algunos empleados se quejaron ante las autoridades departamentales y nacionales. De cualquier manera yo, juiciosamente había reportado el evento a la Secretaría de Salud del Departamento. Así que era cuestión de días para que estas altas instancias se hicieran presentes. Varios días después, aparecieron. Después de indagar, revisar archivos y entrevistar a los padres de los pacientes, quedó claro que aunque mi conducta había sido arbitraria, ese tipo de manejo era más que necesario en dichas circunstancias. La eficacia de mi plan de manejo era irrefutable y se fueron como llegaron después de agradecerme oficialmente y felicitarme extraoficialmente. Nota: Las muestras posteriores para el laboratorio indicaron la presencia de Estafilococo aureus en el arroz con pollo consumido por lo niños, una bacteria agresiva y tóxica que por cierto era altamente sensible al Cloranfenicol, el antibiótico que yo había decidido administrar a cada uno de los niños intoxicados.

**El atril es la vara metálica de la que se cuelgan los líquidos para administración intravenosa, de tal manera que el fluido baje por gravedad hasta la vena canalizada.

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1968: El Papa Pablo VI visita Colombia

XXXII

El Duende Susa se perdió. Sus papás y tres hermanos, o mejor dos y medio, porque uno de ellos tenía retraso mental y servía de poca ayuda, rayaban en la desesperación porque la muchacha no había amanecido en la cama. Había que alertar a la comunidad y hallarla. Aunque Susa, una joven al final de la adolescencia, rolliza y tierna, no parecía tener el arrojo para huir de la casa, su constitución física si era fuerte, lo que permitía asumir que para ella, saltar de la ventana no debió representar gran esfuerzo. La muchacha fue hallada en un zarzal cercano. Estaba arañada hasta el pelo, con su ropa deshilachada, adormilada y muda. Se tejieron mil hipótesis pero ninguna se pudo confirmar, simplemente porque la paciente se negaba a hablar. La teoría que más fuerza tomó era increíble. Se consideró finalmente y como versión oficial, que la muchacha había sido raptada por un duende. Un personaje mítico, que con frecuencia raptaba y poseía adolescentes. De Susa no se supo nada durante los siguientes meses. No salía de su casa y en realidad nunca abandonaba su alcoba. Nueve meses más tarde y husmeando por las hendijas de aquellas paredes hechas con tablas de madera, se escuchó el llanto de un duendecito. Supe del caso porque, como médico rural, fui asignado al peritaje. Conocía muy bien la vereda y sus creencias, la idiosincrasia de ese hogar y también a Susa. Cuando la interrogué sobre si había accedido voluntariamente a tener relaciones con quien fuera el padre del bebé, Susa solamente respondió con una sonrisa maliciosa que confirmó mis sospechas. Fui el médico de la familia y especialmente del recién nacido hasta que este se convirtió en adulto. Sus ojos pequeños, su baja estatura, su piel pálida, su actitud vulgar y su espíritu travieso, le daban el aspecto indudable de un duende. Una coincidencia difícil de ignorar.

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1971: Pablo Neruda recibe el Premio Nóbel de Literatura

XXXIII

El Médico Rural Viajaba con frecuencia a mi pueblo natal a visitar a mi familia, ver algunos pacientes y darle un vistazo al hospital que yo había ayudado a armar y a organizar. Un día encontré prendido de la verja del hospital a un señor de unos 28 años de edad, pálido, enflaquecido, barbado y con cachucha, camisa desabotonada, pantalón azul y tenis. Me preocupó su aspecto y asumí que si no recibía pronta atención médica, iba a desmayarse. Le insinué que entrara a consulta. Le comenté que mi reemplazo ya había llegado y que por lo tanto ya había médico en el pueblo. El paciente me miró y sin decir nada esperó a que el portero abriera la reja. Entró al hospital y se presentó. ¡Era el nuevo médico rural y director del hospital! Después supe que se trataba de un brillante profesional y confirmé que las personas no deben calificarse por las simples apariencias y que los valores del alma y del espíritu están adentro, muy adentro en el corazón.

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1969: Nace mi hijo Leonardito

XXXIV

Las Cabezas que querían caminar De un tajo de machete la cabeza cayó y rodó hacia una cuneta del camino, mostrando severas convulsiones en la cara y los ojos grandes desorbitados, como queriendo caminar y tal vez preguntándose qué había ocurrido. Por su parte el cuerpo hacía pequeños movimientos repetidos al otro lado de la carretera. Pareciera que los reflejos y las uniones neuromusculares más primarias se resistieran a desaparecer. Como médico rural me correspondió practicar la autopsia (mejor las dos autopsias: la de la cabeza y el cuerpo). La masa encefálica estaba pálida y deshidratada con los surcos circunvalares aumentados en profundidad. Los ventrículos sin ningún contenido líquido, pues el fluido cerebral se había drenado por el canal raquídeo cuando la cabeza se separó del cuerpo. Las vísceras: pulmones, corazón, hígado, bazo, estómago, páncreas, intestinos y aparato urinario, todas exangües, de una palidez macabra. Además tenía el sexto arco costal derecho con fractura reciente, no desplazada, fruto de la caída. La sección del cuello había sido rampante y sin esguinces. Me resistí a servir de testigo porque tanto el victimario como la víctima eran amigos de mi misma cabalgata. En otro escenario y mucho tiempo después, me encontré de frente con una serpiente de grandes proporciones. Mi compañero sacó su escopeta y de un solo tiro partió al reptil en dos. El tercio más cercano a la cabeza, un muñón sangrante y activo, seguía levantándose del pavimento con el ánimo de agredirnos. Era un cuadro atemorizador. No menos impresionante era ver el cuerpo y la cola dando movimientos francamente convulsivos. Recordé entonces el caso de la sección de la cabeza. Alguna similitud debería existir entre los dos, un vínculo evolutivo o un rasgo común de personalidad. Esa noche tampoco dormí. 49


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1967: El ídolo Elvis Presley se casa en Las Vegas

XXXV

Un Tumor con vida propia Llegó a mi consultorio un viejo amigo y también paciente, a quien yo le conocía de un tiempo para acá un gran acrocordón* en la cara interna de la pierna derecha. La lesión, de un día para otro, había comenzado a crecer de manera protuberante y había tomado una coloración rosada. El paciente estaba muy asustado y yo muy preocupado por el diagnóstico macroscópico que ya tenía en la mente: ¿sería más bien un melanosarcoma** de evolución aguda? La conducta entonces sería practicarle inmediatamente resección amplia y biopsia con miras a una amputación. Una situación muy grave. Tomé un bajalenguas y con sumo cuidado empecé a manipular la tumefacción dándole algunos giros para determinar el ancho de su base, un dato importante cuando se planea una cirugía de ese tipo. Lo que ocurrió a continuación fue sorprendente. El tumor cayó de repente a la mesa de examen. En la pierna se observaba una mancha morada, más bien pequeña, pero no había sangrado evidente. Desconcertado iluminé con mi linterna el tejido que yacía sobre la sábana. Me sobresalté cuando me pareció ver que la masa se movía. Observé entonces con una lupa y descubrí las pequeñas protuberancias que solo podían ser una cosa. El inofensivo acrocordón, el mismo mortal melanosarcoma, no era otra cosa que una bien nutrida garrapata. El animal reposaba sobre su lomo e intentaba incorporarse con movimientos rítmicos y ansiosos de cada una de sus patas. El paciente estaba entonces curado y libre de todo mal.

* El acrocordón es una muy común lesión benigna de la piel, usualmente ubicada en los pliegues cutáneos y que no ofrece riesgo alguno para el paciente. ** El melanosarcoma, ahora conocido como melanoma, es un tumor maligno originado en las células pigmentadas de la piel. Puede diseminarse por el cuerpo a manera de metástasis, causando la muerte en los pacientes que no reciben tratamiento oportuno. 50


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1979: Llega la televisión a color a Colombia

XXXVI

Adolescente Embarazada Practicaba mi consulta particular en una Inspección cercana y una madre se me acercó porque su hija, de entre 9 y 10 años de edad, después del inicio de los periodos no había vuelto a menstruar y su abdomen estaba en franco y progresivo crecimiento. Después de un interrogatorio y examen cuidadoso con certeza absoluta le informé a la mamá que se trataba de un embarazo de más o menos 26 semanas. Entiendo que no tuve la suficiente prudencia y cautela al informar mi concepto sobre este tema tan sensible. El hecho es que después de escuchar una andanada de insultos por parte de la mamá, insultos originados en un sentimiento que yo comprendía, le ofrecí que le haría la cesárea en el momento indicado dado que en la comarca ninguno se la iba a practicar. “¡ni más faltaba!”, fue la respuesta. Un poco más de tres meses después, ya en el hospital de mi sede y ante la evidencia, la mamá aceptó la oferta. La cesárea se practicó sin ninguna complicación física aparente, pero ante la imposibilidad de enviar a la niña y a su madre para que tuvieran un soporte psicológico, entendí que la totalidad del acto médico, la información, el diagnóstico, el manejo y cualquier comunicación sobre el paciente, debe ser sopesada tratando siempre de equilibrar la ciencia médica con el impacto social, económico y emocional sobre los pacientes y sus familias.

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1975: El ruso Anatoli Kárpov gana por primera vez el campeonato mundial de ajedrez

XXXVII

Hepabionta Cristalina A la consulta general de mi hospital llegó una madre con su hija para la consulta. La niña se llamaba Hepabionta Cristalina. Se le averiguó a la mamá el por qué del nombre y adujo que estando recluida en un hospital, durante las revistas médicas había escuchado: “para esta hepabionta, para aquella cristalina”. Estábamos en la era de la protección hepática y si la hepabionta no servía para nada, por lo menos, concluyo ahora, no hacía daño. También vivíamos en la época gloriosa de la penicilina cristalina, para enfrentar la mayoría de casos agudos de infección. Así que la madre de Hepabionta Cristalina debió escuchar el resumen final de una visita de un grupo de médicos al pabellón de mujeres. Probablemente ellos, refiriéndose a una paciente con enfermedad hepática, decían señalándola: “hepabionta”, y hablando de otra con infección, simplemente decían “cristalina”, refiriéndose a esa clase de penicilina. Así que de tanto escuchar estos nombres de medicamentos se los aprendió, y como además le parecieron bonitos, bautizó a su pequeña con una combinación irrepetible: Hepabionta Cristalina. Los padres a veces dan nombres estrafalarios a sus hijos. Conocí una vez a un pacientico llamado Man Quiriquico (Díaz). Tengo muchos otros nombres de pacientes que son únicos. Pero sin duda que Hepabionta Cristalina se lleva el primer lugar. ¿Acaso no tardó mucho la corte para prohibir que los niños fueran bautizados con nombres tan extraños? Y después dicen por qué será que la gente se va para la guerrilla o se suicida.

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1975: Muere el General Gustavo Rojas Pinilla

XXXVIII

Neurosis Conversiva* Vivía a tan solo dos cuadras de mi casa. Así que cuando me llamaron no fui en carro sino que caminé hasta su domicilio. La verdad es que corrí pues el afán de quien me había buscado no dejaba otra alternativa. Encontré a una paciente de mediana edad, tendida cuan corta era sobre el piso que separaba la casa de la cocina. A pesar de su inconsciencia tenía signos vitales normales. Un análisis más cuidadoso me permitió comprender que aunque la mujer tenía los ojos cerrados, realmente estaba despierta. Sin un diagnóstico claro, ordené su traslado al hospital para manejo, pero la paciente nunca llegó. Preocupado, muy temprano al día siguiente acudí al domicilio anotado y como no me respondieron por la puerta principal de la casa, usé una portezuela sin seguro que daba al solar. Allí, sentada en su comedor, encontré a la paciente pegada de un suculento desayuno. Tal como la noche anterior, no dijo ni una palabra. Dejé de preocuparme por su diagnóstico o su evolución y nunca más la volví a ver.

*La neurosis conversiva, anteriormente conocida como histeria, se refiere a una serie de alteraciones mentales con diversas manifestaciones. Una de ellas es la supuesta pérdida de consciencia cuando en realidad el paciente está perfectamente despierto. De cualquier forma, vale la pena aclarar que estas alteraciones son totalmente involuntarias y no implican que el paciente esté simulando voluntariamente. 53


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1975: Muere el poeta Chileno Pablo Neruda

XXXIX

Los Tamales Llamado urgente. La única fabricante de tamales vivía en la Cra. 7 # 7- 20 y necesitaba una consulta domiciliaria. Se trataba de una amiga con enfermedad gastrointestinal dominada por un cólico severo que aparecía por temporadas. Mi diagnóstico era uno o varios cálculos en la vesícula que cuando se movían y se enclavaban en el cuello del órgano, causaban dolor intenso. Atendí a la mujer, le inyecté un antiespasmódico y le recomendé cirugía de la vesícula. Ya sintiéndose mejor, la cocinera me preguntó: -y doctor, ¿por qué salen esos cálculos? Y yo, viéndola sin dolor y sabiéndola amiga de tantos años, quise jugarle una broma: -Eso ocurre por echarle tanta carne a los tamales. Dije con tono sarcástico. La paciente sonrío y a los 8 días siguientes mi tamal tenía una gran lonja de tocino.

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1967: El Papa Pablo VI publica la encíclica Populorum Progressio

XL

La Fé Mueve Montañas La fe mueve montañas y la convicción cura. Era el año 1967 y yo cumplía el año de la medicatura obligatoria. A un joven de 20 años, hijo de uno de mis mejores amigos, le diagnostiqué apendicitis con un posible plastrón apendicular, una masa de inflamación que rodea el apéndice cuando éste ya se ha roto. En la cirugía me encontré sorpresivamente con un vólvulo de parte media del intestino delgado. Una enfermedad que se presenta cuando el intestino gira sobre sí mismo, enrollándose y estrangulándose. El entorchamiento había causado falta de sangre y oxígeno al asa intestinal y ya se veía necrosis visceral de treinta centímetros de largo. Asustado y violando las normas de asepsia y antisepsia, hice entrar al papá a la sala de cirugía y le planteé que el caso era de vida o muerte. Tranquilo, me dijo. Que sea lo que Dios quiera y lo que usted pueda hacer. Y se retiró a orar en la capilla del hospital. Practiqué las resecciones correspondientes, una gran porción de intestino de color negro, y luego realicé las anastomosis. Uniones de los extremos sanos con puntos de sutura complejos y geométricamente diseñados. Salí de la sala de cirugía convencido de mi acertada conducta pero en mi alma tenía la inquietud del caso quirúrgico. Sabía muy bien de las complicaciones: que las suturas se rompieran, que el intestino se tapara o se paralizara y la peor de todas, la peritonitis. El paciente recibió buen manejo de líquidos y electrolitos y al tercer día casi me da un infarto de alegría al escuchar el primer ruido intestinal. Una señal inconfundible de que el intestino se está moviendo con propiedad. Me tomé ocho días para concluir que el caso había sido un éxito, pues mi inexperiencia me obligaba a considerar una evolución catastrófica. Pero el milagro ocurrió. Fuera el milagro otorgado por las oraciones del padre, o el milagro de haber dado con un médico con buena

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memoria que recordaba a la perfección las láminas del libro en donde se explicaba el procedimiento en tales casos. Ars medicorum sacra est. Lo sagrado del arte médico también incluye los milagros.

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1972: Nace Juan Esteban Aristizábal, “Juanes”, cantante colombiano

XLI

Doble Muñón La pendencia era patrimonio cultural de las fiestas veredales, siempre organizadas en la escuela. Había que concurrir a ellas so pena de parecer enemigos de la cívica comunitaria. Juancho Trejos, de 22 años de edad, en estado de alicoramiento, se enfrentó a un rival en una pelea a machete. En uno de los giros de la riña, la mano derecha de Juancho Trejos saltó a un lindero de la cerca vecina. Después de los torniquetes y vendajes correspondientes Juancho fue conducido al hospital donde se le practicó la confección de un muñón. Tres días permaneció Juancho hospitalizado hasta que se le dio de alta para que continuará la recuperación en su hogar. El paciente emigró a su vereda y en la fiesta siguiente buscó vengar su afrenta. Encontró a su victimario quien con el mismo machete, en el mismo sitio y en la misma circunstancia, le tajó la mano izquierda. Nuevo ingreso al hospital. Nuevo muñón. Juancho a la muerte laboral y el victimario a la muerte civil.

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1988: Es asesinado el Procurador Carlos Mauro Hoyos

XLII

Prebendas Se dice que un ayudante hábil en cirugía es media cirugía, y que la confianza en la capacidad del equipo de trabajo es la otra mitad. Rozo Moreno de 33 años de edad, de procedencia rural, llegó a urgencias con una herida con arma cortante que, a lo largo de diez centímetros, seguía exactamente la dirección del reborde costal derecho, justo por debajo de las costillas. Había alcanzado a lesionar la cápsula de Glisson, la membrana que recubre el hígado, y el sangrado era abundante. No había posibilidad de remisión y tocaba enfrentar la situación de inmediato o Rozo no tendría ninguna oportunidad de sobrevivir. En el mismo servicio de urgencias y con un buen equipo de trabajo comencé la misión de salvar a Rozo. Como el hígado está justo por debajo de esas costillas, debía yo esperar a que el paciente inspirara para que el esfuerzo respiratorio desplazara el hígado hacia abajo, haciéndolo visible. Así pues que cada vez que Rozo llenaba sus pulmones de aire, yo pasaba un punto de sutura de catgut*. Como el hombre perdía sangre, ordené que se le pasaran líquidos intravenosos a chorro. Una buena farmacología y una buena enfermera ayudante me permitieron terminar el trabajo sin complicaciones. Me retiré a descansar dejando las recomendaciones escritas y verbales del caso. Al día siguiente encontré al paciente sentado en una silla, con conciencia total y en condiciones generales aceptables para la magnitud de su lesión. Prebendas de la vida y ángeles rondando.

* Aunque la traducción exacta de catgut es tripa de gato, en realidad se trata de un material de sutura fabricado con fibras purificadas de colágeno extraído del intestino de la vaca o de la oveja. A pesar de la aparición de nuevas y modernas suturas, el catgut se sigue utilizando en muchos procedimientos quirúrgicos.

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1966: Muere Walt Disney, víctima de cáncer pulmonar

XLIII

La Partera Ella era honrada. Ella era sana. Ella era la partera de una gran parte de la comarca. Todo el mundo la llamaba Pachita. Un día en la madrugada escuché que cantaban frente a mi casa: “Dos almas que en el mundo había unido Dios, dos almas que se amaban eso éramos tu y yo” Reconocí la voz de Alcibiades Velazco, quien desde la calle me contaba que se le había muerto Zoila, su esposa. Me incorporé y le di los consuelos del caso. El día anterior Zoila había iniciado trabajo de parto con la presencia de Pachita. En altas horas de la noche Pachita vio como lo primero que salía de aquel bebé por nacer, no era su cabeza sino una mano. La partera solo tenía consuelo de acariciar la manito que había prolapsado. Esperar inútilmente era la única opción ya que este tipo de presentación compuesta del feto imposibilita la salida del resto del recién nacido. Así que, sosteniendo la pequeña mano, primero rosada, luego azulosa y finalmente gris, Pachita vio como ambos, madre y bebé, se aquietaban para siempre. Al día siguiente Pachita se acercó al hospital para dar información y yo le recomendé que visitara al Juez Promiscuo Municipal, quien la absolvió diciéndole que eso eran cosas de la vida. También, como es obvio, Pachita visitó al cura párroco. Se le impuso una penitencia consistente en 5 padrenuestros, 3 avemarías y un rosario, con la que el espíritu de Pachita sintió saldada la situación. Yo, desde la Dirección de mi hospital, siempre estuve cerca de las parteras. Ante la imposibilidad de luchar contra siglos de tradición, en vez de desautorizarlas prefería ilustrarlas, asesorarlas y aconsejarlas sobre lo que podían y lo que no debían hacer. Pachita era siempre 59


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responsable, pero la mano inesperada de aquel que nunca nació, la sorprendió en la ignorancia y la impotencia. Al día siguiente de la última novena, Alcibiades, un hombre raizal, anocheció y no amaneció. Desapareció con sus tres hijos y nadie los volvió a ver. La ausencia se los tragó por siempre con la nostalgia entera.

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1978: Julio César Turbay Ayala gana las elecciones a la presidencia

XLIV

Aquí está su Muerto La herida de Láudano Chipaque era vertical. La abertura en el cráneo tenía tal vez unos ocho centímetros de longitud y por la región parietal derecha manaban pequeños grumos de lo que parecía ser materia gris. Inútil fue la insistencia a la familia y amigos para que lo llevaran a una institución de segundo nivel. Además, nuestro hospital no tenía medio de transporte para los pacientes. Los acompañantes impávidamente se ausentaron sin ninguna explicación. No quedaba otra alternativa que, bajo anestesia local, colocar puntos profundos en el cuero cabelludo y ordenar el tratamiento farmacológico reglamentario. Se esperaba la correspondiente meningitis, pero esta no llegó. Al sexto día, por el extremo inferior de la sutura empezaban a salir nuevos grumos de sustancia cerebral. Se ubicó a la familia y categóricamente manifestaron que en la casa no tenían como manejar al paciente y que definitivamente no lo iban a llevar a otro hospital. La última razón fue que mejor sería que el enfermo muriera en el hospital. Pasó una semana y finalmente logré conseguir una ambulancia que llevó al paciente a otro hospital, con mayores recursos para tratar un caso terminal de esta naturaleza. Dos meses después, en una de mis visitas al pueblo natal, desde una mesa de una cantina alguien me envió una copa de aguardiente. Una cortesía, dijo la mesera mientras señalaba a un hombre sentado unos metros más allá. Era mi paciente quien, embriagado, me dijo: “aquí está su muerto doctor”.

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1982: Sale al aire el exitoso programa de televisión Don Chinche

XLV

Curso para Muerto La cafetería tenía una especie de terraza abierta al público que se podía transitar incluso cuando el establecimiento cerraba. Por esa razón no sorprendía ver a Edmundo cuando cada noche organizaba su cambuche en aquel lugar. Escogía siempre el mismo rincón y con periódicos tendidos como colchón, armaba la almohada con su morral. Las cobijas eran sus propios chiros y restos de cartón. Una noche, después de departir con algunos amigos, regresaba caminando a casa. Vi el acostumbrado refugio de Edmundo y me acerqué para ofrecerle algo de comida y acaso una copa. El hombre, refunfuñando, me pidió que no lo molestara, y me dijo algo que en ese momento me pareció simplemente gracioso: “doctor, es que yo estoy haciendo curso para muerto” Al día siguiente, de paso para mi trabajo, miré nuevamente al escondite de Edmundo. A esa hora era común verlo ya levantando su refugio. Me llamó la atención ver que el aspecto de aquel montículo en que se convertía Edmundo cada noche, era el mismo de la noche anterior. Me acerqué con curiosidad y con un poco de temor. Cuando acerqué mi mano a sus ropas sentí frío. Levanté la bayetilla que cubría su rostro y me sobresalté al ver las mandíbulas desencajadas de Edmundo. Sus párpados flácidos y caídos y una sonrisa sardónica. Su pupila estaba lejos de esta vida. Ese frío era para mí familiar. El médico nunca puede alejarse de la realidad que es la muerte. Y el frío de la muerte había invadido a Edmundo. Fue entonces cuando comprendí su comentario de la noche anterior. También corroboré el poder que tiene la mente sobre el cuerpo. A lo largo de mi carrera he visto algunas otras veces personas que deciden hacer el mismo curso para muerto. Simplemente deciden morir.

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1974: Alfonso López Michelsen es elegido Presidente de Colombia

XLVI

Chanza Pachuna La boda estaba programada para el domingo de la Semana Santa del año 1974 a las 7 en punto de la mañana. Él, Doroteo Jaramillo, de 32 y ella, Críspula Vargas, de 24. Las arras matrimoniales las tenía el novio y la víspera, su grupo de amigos lo invitó a un brindis para darle la despedida de soltero. Al día siguiente fui llamado al servicio de urgencias para atender un caso especial: no se supo cómo ni en qué circunstancias, al novio le habían incrustado hasta la base del pene su argolla matrimonial. Había entonces una hinchazón macabra en la parte media del pene y el prepucio. El hospital carecía de instrumentos para practicar el corte del anillo por lo que lo hice con una sierrita de decapitar el vidrio de las ampolletas. Después de una paciente tarea que duró varias horas, el paciente salió inmediatamente a averiguar lo sucedido. La boda obviamente se canceló y Jaramillo se esfumó. El pueblo entero, incluyéndome a mí, se preguntaba. ¿Había sido la novia la culpable de esta complicación? ¿Tal vez un rival? ¿O un pacto de los dos? La novia lloraba porque se había perdido de la boda que tanto había preparado. También lloraba por su novio desaparecido. Pero sus sabios padres la consolaban diciéndole que tal vez se había salvado de un marido que hacía cosas extrañas. Al final esa familia también desapareció del pueblo. Las habladurías los espantaron. Por pura casualidad, años más tarde, supe de ambos, pues por rutas separadas llegaron a mi consulta. Fueron ellos, cada uno por su lado, quienes me revelaron lo sucedido aquella noche antes de la boda. Me pidieron eso sí, guardar el secreto y para la mala fortuna de los lectores, así lo haré.

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1971: Muere la modista francesa Coco Chanel

XLVII

Un Epiplocele El domingo de ramos en horas de la tarde, llegó a mi domicilio Locadio Lucuara. Venía montado en su corcel con su cara radiante, como si nada estuviera sucediéndole. Traía su poncho puesto y el brazo izquierdo debajo de él. No se desmontó. Levantando la camisa me mostro el motivo de su consulta: un epiplocele en flanco izquierdo sostenido con la mano. Una herida abierta en el vientre permitía que el epiplón, un delantal membranoso y cubierto de grasa que protege a las vísceras, saliera formando una especie de burbuja. No quise que se bajara de su caballo y lo remití al hospital a donde inmediatamente llamé para que se alistara el equipo humano y el instrumental. En la cirugía solamente encontré una pequeña lesión superficial del intestino grueso. Se llevaron a cabo los procedimientos reglamentarios y se dejó un dren preventivo por si sangraba o acumulaba pus, pero nada de eso sucedió. Al tercer día obtuvo la salida. El paciente muy jocoso nunca se quejó de la herida, ni de los sucesos que la provocaron. Se lamentaba que no hubiera ocurrido el día viernes santo para haber acompañado a Cristo con la herida de la lanza en el costado derecho. ¡Ah sagrada anatomía!

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1979: Inicia la crisis de los rehenes en Irán

XLVIII

Corazón Dislocado (la inspiración?) Yo estaba confundido. Cada acto cotidiano y cada minucia de la vida eran, para mi mente y mi corazón, un pecado insalvable. Me confesaba todos los días pero mi paz con Dios duraba pocos minutos después de salir de la iglesia. Así que volvía a pecar y volvía a confesarme en una angustia que me envolvía como la hiedra y parecía arrastrarme al mismo infierno. Los temas que atormentaban mi cabeza, los temas de mi locura, incluían las dudas sobre el origen de Dios, el origen del mundo, el enigma de la virginidad de María, el carácter putativo de José, los otros hijos de María, los hijos de Cristo, la ascensión del Señor, la asunción de la Virgen, el horno ardiente del infierno, las llamas del purgatorio. Todos ellos pensamientos místicos que se repetían en mi mente sin cesar. En el cielo parecía no pensar pues era ya claro que ese lugar no era para mí. Postración ante el confesionario y el altar, penitencia de hasta cincuenta rosarios por pecado. Tanto que hice algo impensable para mí: compré una camándula. Y luego, el estallido psicológico y emocional: inquietud, insomnio, avidez por la lectura, consultas con la gente que yo creía sabia. Un caos mental. Mis padres, muy preocupados por mi estado, me llevaron al médico y como los servicios locales no fueron suficientes, decidieron llevarme muy lejos, a un lugar donde se había reencarnado la sabiduría en un médico local. Al ver a esa familia que llegaba de tierras tan lejanas, pues tanto entonces como ahora, el estado de las vías hacía parecer como remotos lugares apartados por tan solo unas decenas de kilómetros; el médico decidió atendernos con prontitud. Usando un fonendoscopio que tenía adaptado un micrófono y unos parlantes, el sonido de casi 100 decibeles que llenaba el salón era pues el de mi propio corazón. ¿Si escuchan? -dijo el médico. 65


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Nosotros asentimos mientras nuestras miradas se cruzaban en una mezcla de incertidumbre y asombro. El hombre mostró a mis padres el diagnóstico que acababa de anotar en la historia clínica. Imagino que acordaron no dejarme ver tal sentencia. Luego, el galeno dijo: “…y pónganle cuidado a ese muchacho porque cuando menos piensen va a caer por ahí como un pollo”. Me prescribió complejo B, antiparasitarios y el remedio infalible: el elíxir de la larga vida y la salud. Tal vez como aquel viejo médico predecía, con semejantes patrañas me alivié de inmediato. Mi mente se tranquilizó y regalé la camándula desgastada a mi madre. Años después, ya ejerciendo mi profesión, y por azares de la vida, me ubiqué a ejercer en el pueblo del connotado profesional. Lógico que quería saludarlo y contarle la parte pertinente de esta historia. Me mostró el cuaderno de los diagnósticos que guardaba con celo y rescató las notas de casi veinte años atrás que decían: “Luis Arturo Castaño Ocampo con el corazón dislocado” Le pedí el favor que repitiera el procedimiento, pues conservaba el sistema de amplificación del sonido que tan hábilmente había utilizado para impresionarnos. Ambos lo escuchamos. Una amplia sonrisa mutua. Posteriormente fui su médico de cabecera y al final, asistí con pesar a su sepelio. Aquel hombre me había salvado y tal vez, sin que ninguno de los dos lo supiera, había sembrado en mi corazón la semilla de la vocación médica.

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1983: Un terremoto afecta seriamente a la ciudad de Popayán

XLIX

Una Consulta Exitosa El sábado 9 de julio de 1983, inauguraba un consultorio médico en una población vecina. La idea había surgido a partir de mi buen nombre, la orientación de muchos amigos y la difusión por medios de comunicación. Se trataba de un despacho en el que obviamente yo no podía defraudar a ninguno de los involucrados y mucho menos a la clientela. Como siempre apliqué las técnicas minuciosas de interrogatorio y examen clínico, típicas de la medicina interna, mis diagnósticos tenían fama de ser acertados. Igualmente ocurría con los tratamientos, basados en el conocimiento preciso de la farmacología. Como era de esperarse el volumen de la consulta fue apabullante y en uno de esos atafagos se presentó a solicitar los servicios Telésforo Tenerife Romero, a quien apodaban “Tetero”. Un hombre muy compuesto, con relativa cultura y maneras que sobresalían en su medio. El motivo de consulta no tiene importancia para el caso, pero si el hecho de que al explorar los oídos usé un otoscopio de copas sueltas. El aparato, diseñado específicamente para examinar el oído externo y la membrana del tímpano, permitía que cada copa que entraba en contacto en el paciente pudiera cambiarse para adaptarse al tamaño del oído y para utilizar una estéril con cada enfermo. “Tetero” salió muy satisfecho de la consulta y antes de pasar al siguiente paciente busqué la copa utilizada en la consulta de Telésforo para limpiarla y sumergirla en el líquido limpiador. La verdad es que revolqué el consultorio y no pude encontrarla. Como debía continuar la consulta, pues tenía muchos pacientes esperando, apliqué mentalmente la solución de mi madre para estas situaciones: “Que no hay brujas pero que las hay las hay”. Me dispuse para atender un nuevo paciente pero unos tímidos golpes en la puerta me interrumpieron. Cuando abrí me encontré con “Tetero”, quien preguntaba confundido: Doctor, ¿será que ya puedo quitarme esta copita del oído? ¿o es necesaria para el tratamiento?

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Como la imagen de médico preciso y metódico debía conservarse, le dije que estaba preocupado por tu tardanza en regresar y que esa prueba que le estaba haciendo ya se podía suspender. “Tetero”, aliviado, me entregó la copita y salió del consultorio sintiéndose mucho mejor. Años después, confesé a “Tetero” la verdad sobre aquel episodio y él, con la tranquilidad que dan los años, me respondió: Doctor, no se preocupe que yo me di cuenta de todo, simplemente no quise hacerlo quedar mal.

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2013: Es santificada la única Santa colombiana, Madre María Laura de Jesús Montoya

L

El Mismo Mal Un médico amigo, jardinero y hortelano, me contó una historia que juzgué como cierta desde el primer instante. El profesional tiene los vasos sanguíneos frágiles y ante el menor trauma, especialmente durante sus trabajos de jardinería, sangra con facilidad. Sus brazos y sus manos muestran por lo tanto moretones con frecuencia muy notorios. El colega, muy cercano a mis afectos, atiende su consulta particular de rutina en horas de la mañana y parte de la noche. Tantos años de experiencia le han enseñado que debe dedicar a cada paciente el tiempo que este requiera, por lo que logra escuchar a cada enfermo con atención y sin dejar pasar ningún detalle. Llegó a su despacho Tarsicio Chitiva, de 55 años de edad, agricultor; quien consultaba por equímosis* numerosas en los antebrazos, de predominio en el derecho. Relataba que esas manchas le aparecían cuando había roces fuertes en sus antebrazos o cuando hacía esfuerzos en los que aplicaba presión a sus manos. Después del interrogatorio paciente y médico iniciaron una charla informal sobre el agro y en ese trayecto de la consulta el médico amigo, a quien conozco muy bien, colocó las manos entrelazadas y los codos encima del escritorio. Se sabe que no hay ser más observador que un paciente, no se pierde detalle de las instalaciones del consultorio, la presentación personal del médico y su salud. Así que de repente el paciente Chitiva se quedó mirándole los brazos a su médico y opinó con esta perla: ¡Pero si el dotor tiene lo mismo que yo tengo! El médico instintivamente escondió sus brazos bajo el escritorio y respondió con unas indicaciones: No se preocupe que eso ya pasara. Solo necesita reposo por un par de semanas. Sin embargo, hay que buscar la causa verdadera de sus manchas. *Equímosis es el término médico para referirse a los moretones en la piel. 69


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El médico amigo, de quien puedo decir que conozco a la perfección la manera como piensa, ordenó entonces un examen de coagulación al paciente. Pero el enfermo, buscando los brazos del profesional, ahora escondidos, simplemente dijo: “pero dotor si ni usted mismo ha sido capaz de curarse, ¿qué puedo esperar yo?”

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1966: Muere Camilo Torres, el Cura Guerrillero

LI

El Culebrero Acertadamente se llamaba Hermes Coral, alias “El Culebrero”. Lo conocí en mi pueblo natal a donde el culebrero iba todos los sábados. Llevaba consigo una caja con su culebra de nombre poco original: “Margarita”. En otra caja cargaba todo lo necesario para su espectáculo. Hacía la parafernalia de los poderes de Margarita y luego empezaba a explicar las bondades de sus productos. Y yo, de niño, era uno de sus espectadores más fieles. Pasaron muchos años y un día de abril de 1966, en mi práctica de medicina interna en el hospital San Juan de Dios de Bogotá, la monja Adelia, la tirana del piso, me informó que había llegado un paciente a una de mis camas. Eran más o menos las 5 de la tarde y faltaban solo unos minutos para terminar mi turno. Aun así me dirigí a la cama señalada y de inmediato lo reconocí. Era “el culebrero”. Sin revelar mi identidad, inicié su historia clínica y el examen físico. Pero ya que el hombre no parecía grave, decidí no pasar mis apuntes sobre la condición del paciente a la historia clínica, pues estaba simplemente agotado. Solo atiné a prescribir lo necesario y a solicitar los exámenes paraclínicos requeridos. Planeaba escribir lo pertinente al día siguiente, pues siempre llegaba muy temprano al hospital. Por el momento solo pensaba en descansar. Al día siguiente llegué al hospital cuando apenas había salido el sol. Me disponía no solo a completar el registro de la historia clínica, sino que ahora sí, habiendo descansado, pretendía conversar con el enfermo sobre aquellas épocas en las que él se dedicaba a visitar parajes rurales del Tolima. Pero al entrar a su habitación, me encontré con una sorpresa. La cama estaba deshecha y el colchón doblado sobre la misma. Una señal inequívoca de que el paciente había muerto. La monja Adelaida me confirmó las sospechas. El paciente ya reposaba en la morgue, en donde el patólogo realizaba la autopsia. El caso se presentaría en la reunión del CPC (correlación clínico patológica), al final de la misma semana. El profesor de patología fue misericor71


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dioso y me permitió llenar los faltantes de la historia clínica. De lo contrario me hubiera tenido que enfrentar a una sanción seria por no haber escrito todo al momento del ingreso del enfermo. Cuando llegó el momento de la reunión, hice mi exposición ante el grupo docente y el resto de médicos y estudiantes de la facultad. Decidí adjudicar la muerte del paciente a un infarto cardíaco, pero cuando el patólogo expuso los resultados de la autopsia, era claro que, aunque mi diagnóstico y tratamiento de ingreso, de cardiopatía coronaria, eran acertados, la causa de la inesperada muerte era un infarto pulmonar. El médico fiscal del caso ocupó mi curul y, siguiendo la tradición en este tipo de ejercicios académicos y sobre todo en aquella época, me trató de mentiroso y de ignorante. Yo abandoné el torreón avergonzado y en silencio. Me refugié en uno de los rincones de la cafetería en donde varios amigos me manifestaron su solidaridad. En esas andaba cuando se armó un revuelo en el pasillo. Las enfermeras gritaban y todos corrían. Cuando salí a ver qué estaba ocurriendo, vi a la delgada huérfana que parecía buscarme para lamentarse: una serpiente, sin duda alguna de Hermes Coral, me miraba con atención y con ojos inquisidores. La respuesta llegó de manos del encargado del mantenimiento. Con un alicate de grandes proporciones, envió a esta nueva “Margarita” al mundo en el que su amo reposaba en paz.

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1994: Inicia la telefonía celular en Colombia

LII

Tapón Seroso Con el tiempo, la capacidad auditiva va disminuyendo porque la transmisión de los decibeles y la estructura del oído van sufriendo transformaciones casi dramáticas. Menos decibeles útiles en el sonido, menos procesamiento del mismo y por tanto menos capacidad para la audición. Se vuelve el individuo un sordo disimulado, progresivo y tolerado aún por él mismo. La buena audición es una de las cualidades más importantes que debe tener el médico avezado para que todo el proceso de una consulta tenga los efectos que se buscan. Buen medio acústico, buena voz del paciente, buen fonendoscopio y buen tensiómetro, pero ante todo buena capacidad del galeno para oír y para escuchar. Despedí a mi secretaria porque no ajustaba bien la puerta y no le hacía buen mantenimiento al fonendoscopio y al tensiómetro y la auscultación de murmullos, tonos, y tensión arterial eran muy deficientes. Ella tenía la culpa. Para evitarme el embrollo de mandar a revisar mis instrumentos, ordené un cerramiento hermético de la puerta y adquirí fonendoscopio y tensiómetro nuevos. Muy orgulloso de mi mismo pues ese día al iniciar la consulta estrenaría mi capacidad auditiva. ¿Y saben? Nuevamente no escuché los ruidos con claridad. Un tapón seroso me tenía totalmente ocluidos los conductos auditivos y un buen lavado permitió el regreso de mi secretaria.

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1987: Es capturado el narcotraficante Carlos Lehder

LIII

El Burro y los Bananos Mi profesión médica la he ejercido siempre en la mediana y pequeña provincia. El ejercicio no es fácil para un profesional de la medicina cuando se tiene algún renombre y existe un compromiso con la comunidad. Muchos éxitos y también muchos fracasos, fracasos que casi siempre vienen dados por la carencia de las ayudas auxiliares de diagnóstico y tratamiento. Se solicitan consultas a domicilio y es cuando el profesional debe poner toda su capacidad de observación al servicio de estas atenciones. Afortunadamente tengo parentela inmediata y colateral que ejerce la misma profesión. En uno de esos domicilios invité a uno de estos familiares, quien apenas se encontraba en entrenamiento, a que me acompañara. Hallé a Mincho Tijeras, de 60 años de edad, quién estaba dominado por un severo timpanismo* abdominal acompañado de dolor severo. Ni en el interrogatorio, ni en el examen pude concretar la razón de su patología. Mis maestros me habían enseñado que una de las cualidades del buen médico es la observación del entorno y del paciente. Me retiré al centro de la alcoba y observé que debajo de la cama estaban las cáscaras de unos cincuenta bananos y de repente le pregunté al paciente cuando se había comido los bananos. El enfermo confesó y yo le receté con la tranquilidad de estar ante un caso de indigestión aguda y nada más. De regreso en mi casa, el pariente cercano, pichón de médico, me preguntó cómo había sabido que el paciente se había comido esos bananos. Le expliqué que de soslayo había visto la cáscara de ellos debajo de la cama. En una de mis ausencias, el mismo pariente quiso reemplazarme en uno de los casos y encontró un paciente con la misma sintomatología. Hizo todo el proceso y de repente observó una albardilla (montura hecha de cuero) y preguntó a su paciente: Y usted ¿cuándo se comió el burro? *Cuando el abdomen está distendido y hay mucho aire en el intestino, al percutir la superficie abdominal se puede percibir un tono alto que se conoce como timpanismo. 74


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1984: Es asesinado Rodrigo Lara Bonilla Ministro de Justicia

LIV

Pitucho Después de una cesárea programada, a las 39 semanas de embarazo, nació un niño de 2.800 gramos y 49 cm. de talla y con un Apgar* de 10/10. Por su color moreno y su actividad muscular se me ocurrió opinar que era un pitucho, haciendo referencia a la hormiga pitucha, un insecto pequeño de color café, hábil, listo y enérgico. Lógico que la mamá, cuya anestesia la dormía solo de la cintura para abajo, estaba escuchando mis inofensivos comentarios. Pasaron 25 años cuando fui invitado a una mesa de cafetería para un café y uno de los contertulios quiso verificar si yo era el Doctor Castaño. El hombre no dejaba de mencionar la palabra demanda y me miraba y volvía a implicar que habría acciones legales, hasta que decidí interrogarlo directamente. Como desahogándose el fulano respondió que yo le había inducido una enorme lesión. Mi sorpresa se vio resuelta cuando continuó su discurso sin dejar de posar su mirada en mis ojos. Refería que su propia madre lo apodó pitucho desde siempre y que con ese sobrenombre creció, fue a la escuela, al colegio y a la universidad y en todas partes nadie conoce su verdadero nombre pues él es simplemente pitucho. Pitucho para acá y pitucho para allá. Comprendí al joven y le expliqué que las decisiones de su madre no eran mi responsabilidad. Igualmente aprendí que el médico en toda circunstancia debe cuidar meticulosamente sus palabras.

* El test de Apgar da una calificación a cada recién nacido, teniendo en cuenta el color de la piel, la actividad y los signos vitales. Un Apgar de 10/10 implica un recién nacido sano, de buen color y muy activo. 75


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1979: Cae a la tierra el satélite Skylab

LV

El Bozal de Maristela Precisamente era un 12 de julio y viajábamos con mi familia al campo a celebrar mi enésimo cumpleaños. Al doblar la curva nos encontramos con una escena impactante. El hombre yacía boca arriba sobre el pavimento. A su lado, una niña de unos 12 años de edad, llorosa y alterada, se sacudía basuras de la blusa y el blue jean y en la berma aún encendida estaba la moto Kawasaki de 150 c.c. Era Mardoqueo Santos, de unos 35 años, quién manifestó que le hormigueaban las piernas y que no lo fueran a mover sin las debidas precauciones. Parece que el accidentado pertenecía a una O.N.G. y tenía conocimientos sobre secuelas de accidentes e inmovilizaciones. De mi maletín de urgencias le apliqué un analgésico fuerte, intramuscular. Al instante ya había varios vehículos y sus dueños acudieron a prestar su colaboración. Fue entonces cuando oteé la modesta casa de Lucinda Torrecilla y con su visto bueno tomamos las dos tablas de las banquetas de la cocina y con los barrotes y puntillas de una ventana derruida armamos la camilla. Colocamos a Mardoqueo en la camilla improvisada y lo aseguramos por los muslos y el tórax con el bozal del ternero de Maristela, la hija de la dueña de aquella casa. Rumbo al hospital, el accidentado a la sala de urgencias, la niña al Bienestar Familiar y la moto al garaje de las ambulancias. Los rayos x mostraron evidentemente una muy probable lesión de un disco vertebral lumbar, lo cual ameritó, con la misma inmovilización, la remisión a un tercer nivel. Siendo fiel a mi promesa, días más tarde regresé al lugar de los hechos. Busqué a Lucinda e hicimos un presupuesto para reponer los elementos que habíamos tomado de su casa y le pagué en efectivo. Luego, busqué también a Maristela. Le expliqué que el bozal se había ido con el enfermo pero que yo le llevaba uno nuevo. Le mostré la nueva soga pero la niña no la aceptó. Entregué el bozal nuevo a su madre y me fui mientras seguía oyendo el llanto de Maristela. En mi espalda podía sentir la mirada de quien no entiende por qué la gente no cumple las promesas. 76


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1986: Ocurre la matanza de Pozzeto

LVI

Cuando Toca Teodosio Bavativa, de 65 años de edad, casado, agricultor, bebedor consuetudinario y fumador importante, cardiópata, hipertenso y diabético. Candelaria, su esposa, estaba pero muy bien acostumbrada a sus demoras para llegar a la casa. Un día de tantos se supo que Teodosio estaba en la fonda más cercana pero en toda la noche no llegó a su domicilio. Había que salir a buscarlo y lo hallaron, a la orilla de un caño, aparentemente muerto. Pero tenía pulso y aunque su respiración se oía congestionada, al menos era claro que el hombre aún respiraba. Los pies, helados, permanecían dentro del agua. El puente que cruzaba el caño no tenía barandas y en su borrachera, Teodosio fue a dar al sitio señalado. Un examen médico minucioso reveló que solo había sufrido ligeros rasguños y unas cuantas contusiones. Por lo demás, Teodosio no tenía ninguna complicación relacionada con la caída. En el hospital, Teodosio juró que nunca volvería a tomar aguardiente. Promesa de borracho, pues atendí a Teodosio muchas otras veces por eventos similares. Caídas de cierta magnitud, pero al final nada grave. Después de cada episodio, Teodosio hacía el mismo juramento. Pero era obvio que se trata de una promesa incumplible. Todos en el hospital esperábamos aquel día en que Teodosio llegara verdaderamente mal herido o muerto. Pero ese día nunca llegó. Pasaron los años y el hombre murió de un infarto fulminante, en el comedor de su propia casa, mientras disfrutaba de un calentado suculento y saturado de colesterol. La muerte llega cuando toca y nunca la víspera.

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1971: Muere el compositor ruso Ígor Stravinski

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Proyectil Travieso Tancredo Chilatra era un negociante de caballos, líder natural de su entorno. Vestía de sombrero vueltiao, pañuelo rabo de gallo, camisa café de manga larga, pantalón caqui y botas color marrón. Su pistola bien empretinada. Como buen líder, en una de las fiestas patronales de su pueblo, y en honor a la Virgen del Carmen, el hombre, de cincuenta años de edad, organizó una cabalgata. Para su mala fortuna, al remontar la pierna derecha para treparse en su montura, se le disparó la pistola. Una herida penetrante en la parte media del pliegue inguinal fue el resultado inmediato. Tancredo recibió la atención primaria en el hospital de su pueblo, en donde hallaron el orificio de entrada de la bala pero no el de salida. Decidió montar su propio caballo y recorrer los once kilómetros que lo distanciaban de mi despacho. Argumentaba que solo confiaba en mi criterio médico para su atención. La búsqueda de la bala fue inútil como inútil fue hallar el orificio de salida. Controlé el sangrado, realicé el lavado pertinente y le prescribí antibióticos. Un poco desconsolado me disponía a despedirme afectuosamente de mi amigo y le di un par de palmadas en la rodilla derecha. De inmediato palpé una pequeña tumefacción que me llamó poderosamente la atención por lo indurada. En el presunto e increíble trayecto de la bala no había moretones ni ninguna otra lesión aparente que siquiera sugiriera que el proyectil pudiera estar alojado en tal lugar. Con una pequeña incisión pude extraer una bala de 9 milímetros sin ninguna complicación. Tancredo nunca supo que yo ya planeaba despedirme. Por el contrario, el hombre siempre imaginó que mis amplios conocimientos médicos me habían permitido rastrear la posición final de la bala. Gracias a Tancredo seguí ganando prestigio en la región y gracias a una casualidad, el paciente se recuperó sin secuela alguna.

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1971: Muere el compositor ruso Ígor Stravinski

LVIII

TBC Visceral Doroteo Tisquesusa, proveniente de un corregimiento lejano, creía la muerte cerca. Un dolor espantoso se le había acomodado en la parte baja del abdomen, un poco hacia la derecha. Cuando le comenté que justo ese día nos reuníamos allí en el mismo pueblo, un grupo de colegas de la misma promoción, Doroteo comenzó a creer en los milagros. Estábamos casualmente celebrando una reunión de amigos y en mi casa se hospedaban un anestesiólogo, un cirujano, un ortopedista y un cirujano plástico. Los convencí de que me acompañaran a la cirugía de Doroteo y mientras el cirujano y el anestesiólogo resultaban increíblemente útiles, el ortopedista y el plástico simplemente acudieron como si el evento fuera parte del paseo. Al abrir el abdomen de Doroteo nos encontramos con una sorpresa impresionante. Las vísceras abdominales estaban deformadas y empastadas. No se podía diferenciar entre el intestino y el hígado, mientras que si se podían identificar ganglios inflamados por toda la cavidad abdominal. El concepto unánime y macroscópico fue que se trataba de un cáncer de origen indeterminado pero indudablemente diseminado y sin posibilidad alguna de tratamiento. La misma explicación se le dio a la familia en el momento del egreso. El hombre fue remitido para que el Instituto Nacional de Cancerología identificaran el origen de ese tumor que ya había traspasado los límites de la supervivencia. Nuestra improvisada junta médica había dictaminado que a Doroteo solo le quedaban algunos días de vida, si acaso un par de semanas. Ocurrió que seis meses después, caminado por el pueblo, me pareció ver a un fantasma. Era el mismísimo Doroteo. El encuentro no fue casual. El paciente me buscaba con un arrume de papeles bajo su brazo. El fantasma se concentró en mostrarme específicamente una hoja en donde se certificaba que ya estaba completamente sano. Como Doroteo no me buscaba con afán distinto que el de la felicidad de saberse curado, pude revisar con detenimiento la documentación. Resultó que el paciente nunca había sufrido de cáncer sino que tenía una rara, aunque severa, forma de tuberculosis, que en vez de afectar el pulmón, 79


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como es su clásica manifestación, afectó el tracto digestivo. Con el adecuado tratamiento Doroteo se curó sin secuelas mayores. Los casos raros ocurren y con frecuencia desafían al médico en ejercicio. El caso de Doroteo fue una lección aprendida y, curiosamente, una amistad ganada, pues Doroteo siguió siendo mi paciente hasta su último día, dos décadas después.

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1976: Muere la escritora Agatha Christie

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Domicilios Era una época de mucho trabajo y de jornadas interminables. Una época sin ley 100 y sin EPS en la que aquel que podía pagar buscaba los servicios particulares, mientras que el enfermo sin recursos, igual era atendido en el hospital sin que perteneciera a ningún Sisbén y sin que estuviera en listado alguno. El simple hecho de presentarse al hospital le daba el derecho a la atención médica. Igualmente quien no contaba con recursos y tampoco podía trasladarse al hospital era atendido a domicilio y sin costo alguno. También solicitaban atenciones domiciliarias los acomodados que preferían una consulta en la comodidad de su hogar. Aunque mi consulta se repartía fundamentalmente entre la práctica privada del consultorio y la atención pública en el hospital, también atendía muchas consultas a domicilio. Era una medicina de contenido social y de un alto contenido de medicina familiar. Era pues una labor agradable y se tenía la oportunidad de conocer y explorar una gran cantidad de pacientes en su entorno familiar, social y económico. Siempre he tenido el concepto que no hay enfermedades sino enfermos y más que enfermos unos entornos familiares que contribuyen notablemente a la salud o a la enfermedad. Ocurrió que nos visitaba el cuñado menor, Juan, quien en ese momento tenía unos 11 años de edad. Aunque Juanito hablaba español en realidad su lengua verdadera era el inglés, pues había crecido en un país angloparlante. A Juanito le encantaba acompañarme a los domicilios. Así que cada noche, al llegar a casa, me encontraba con uno o dos domicilios solicitados. Domicilios y más domicilios. Día y noche domicilios y para los domingos y festivos descansábamos atendiendo más domicilios. De todos modos Juanito era feliz acompañándome a todos ellos. “Juanito, acompáñeme a ver un domicilio”. Y Juanito asentía feliz. Juanito me esperaba en el carro mientras yo atendía al paciente y un día, al regresar al automóvil después de finalizar la consulta, noté a

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Juanito muy preocupado. Con un poco de timidez, como dudando de si debía o no entrometerse en la vida privada de los pacientes, Juanito finalmente me preguntó: ¿y qué es lo que tiene Don Micilio, que usted tiene que verlo a toda hora?

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1968: Nace la modelo y cantante francesa Carla Bruni

LX

Un Quiste Dermoide Devorada por las ausencias y la nostalgia, ya sin tiempo y sin espacio, estaba Lucía Castro González. Mujer anónima y sin rasgos, sin nexos familiares que la rescataran. Ella nació de la escoria y en la escoria creció, vivió y murió sin posibilidades de una redención. No tuvo hijos y los sobrinos murieron en las nebulosas de los tiempos idos. Recuerdo muy bien el año, 1959, cuando me perfilaba para mis estudios de medicina y en una lóbrega tarde, en un camino cualquiera, me encargó: “cuando ya tenga permiso para operar, usted me va a sacar este tumor”. La mujer señalaba una tumoración que protruía de su párpado inferior derecho, y que en realidad la hacía inconfundible. Al cursar mis siete años de estudios médicos, en cada lección quirúrgica o dermatológica, Lucía Castro González llegaba a mi mente. Así pues que, de regreso a mi provincia, y ya con “permiso para operar”, Lucía llegó a mi consulta. Leal a mi proceso formativo y con los elementos necesarios, practiqué una incisión semicircular, por debajo del quiste y siguiendo los pliegues normales, ya acentuados por la vejez de la paciente. Cuando identifiqué al tumor, decidí traccionarlo para desprenderlo de su base. Y entonces, ¡oh sorpresa! Cada vez que yo halaba del tumor, el ojo derecho se hundía casi hasta el tercer ventrículo cerebral*, quedando la cuenca ocular aparentemente vacía. Obviamente suspendí el procedimiento y reconstruí los tejidos para luego convencer a Lucía de que su quiste estaba pegado al cerebro y que yo la consideraba inoperable, no solo por mí, sino incluso por el neurocirujano más experto. Vi como la ilusión de décadas se truncaba y como el rostro desalentado de Lucía acentuaba mi sensación de fracaso en uno de mis primeros intentos quirúrgicos. Pero Lucía Castro González fue más inteligente y sabia que su médico y simplemente se recompuso y opinó: “Pues doctor, cuando no se puede, no se puede” El quiste quedó en su lugar y Lucía murió con su marca que la

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acompañó desde la infancia. Yo por mi lado, confirmé que uno de los preceptos más repetidos por mis profesores era más que cierto: Primum non nocerum. En medicina, primero no dañar.

* El cerebro contiene unas cavidades que, al igual que las cavidades del corazón, también se conocen como ventrículos. 84


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Nota Final Es importante aclarar que aunque los hechos aquí narrados se basan en eventos reales, los nombres de los protagonistas fueron cambiados para proteger su privacidad.

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Índice Anecdotario Prólogo ................................................................................0 Dedicatorias.........................................................................1 Introducción ........................................................................3 I El paciente recetando al Médico .......................................5 II Anatomía Clínica Comparativa........................................7 III Papilas Gustativas...........................................................8 IV Bronquitis Avícola ..........................................................9 V La Estreptomicina...........................................................10 VI Médicos para una pierna ................................................11 VII Prematuridad .................................................................12 VIII Al lado de mis padres..................................................13 IX Hidrofobia .....................................................................14 X El Hachazo.......................................................................16 XI Mordedura de Serpiente .................................................18 XII Reconocimiento de un cadáver.....................................20 XIII Evisceración Mortal (O Casi) ......................................22 XIV Los Pájaros Tirándole a las Escopetas.........................23 XV Una Retención de Cabeza .............................................25 XVI Una Horrible Tarasca...................................................27 XVII Una Fuga ....................................................................29 XVIII Sangría Incruenta ......................................................30 XIX Un Colgajo .................................................................31 XX El Raterillo....................................................................33 XXI Cuádriceps ...................................................................34 XXII Maceración.................................................................35 XXIII El Nicuro..................................................................36 XXIV Muerte en el Parto.....................................................37 XXV Óvulos Orales.............................................................38 XXVI Una Pequeña Inversión.............................................39 XXVII Parto Gemelar..........................................................40 XXVIII Muerte por Ahogamiento .......................................41 XXIX Gajes del Amor.........................................................43 XXX Parto a Domicilio .......................................................44 XXXI Intoxicación Masiva .................................................45


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XXXII El Duende................................................................47 XXXIII El Médico Rural.....................................................48 XXXIV Las Cabezas Que Querían Caminar.......................49 XXXV Un Tumor con Vida Propia .....................................50 XXXVI Adolescente Embarazada.......................................51 XXXVII Hepabionta Cristalina...........................................52 XXXVIII Neurosis Conversiva* .........................................53 XXXIX Los Tamales ...........................................................54 XL La Fé Mueve Montañas.................................................55 XLI Doble Muñón ...............................................................57 XLII Prebendas....................................................................58 XLIII La Partera ..................................................................59 XLIV Aquí Está Su Muerto ................................................61 XLV Curso Para Muerto......................................................62 XLVI Chanza Pachuna ........................................................63 XLVII Un Epiplocele...........................................................64 XLVIII Corazón Dislocado (la inspiración?) ......................65 XLIX Una Consulta Exitosa ...............................................67 L El Mismo Mal ..................................................................69 LI El Culebrero....................................................................71 LII Tapón Seroso .................................................................73 LIII El Burro y los Bananos ................................................74 LIV Pitucho .........................................................................75 LV El Bozal de Maristela ....................................................76 LVI Cuando Toca.................................................................77 LVII Proyectil Travieso .......................................................78 LVIII TBC Visceral .............................................................79 LIX Domicilios....................................................................81 LX Un Quiste Dermoide .....................................................83 Nota Final ............................................................................84



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