COMUNES
ESPACIOS INTERMEDIOS EL PAISAJE URBANO EN AMÉRICA
TERCERA CONVOCATORIA
Tercera convocatoria Colección Miradas Plurales y Diversas: Espacios comunes, espacios intermedios: el paisaje urbano en América.
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Cuidado de la edición
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Ediciones
Editorial UDLA Ediciones
Primera edición, octubre 2024
ISBN: 978-9942-7165-2-1
Los contenidos de este tercer volumen de la Colección Miradas Plurales y Diversas, es de responsabilidad de sus autores y no comprometen o representan la opinión del Colegio de Arquitectos Provincia de Pichincha, CAE-P.
Gracias por respetar las leyes del copyright al no reproducir, escanear ni distribuir ninguna parte de esta obra sin la debida autorización. Al hacerlo está respetando a los autores y permitiendo que la UDLA continúe con la difusión del conocimiento. Reservados todos los derechos. El contenido de este libro se encuentra protegido por la ley y es publicado bajo licencia exclusiva mundial.
Antes de su publicación, esta obra fue evaluada bajo la modalidad de revisión por pares anónimos.
Hecho en Ecuador, octubre 2024
TERCERA CONVOCATORIA
COLECCIÓN
MIRADAS PLURALES Y DIVERSAS
ESPACIOS COMUNES, ESPACIOS INTERMEDIOS: EL PAISAJE URBANO EN AMÉRICA
INTRODUCCIÓN
MARÍA SAMANIEGO PONCE
GERARDO MONTARULI
RAFAEL VÉLEZ MANTILLA
PRÓLOGO
NATALIA BRENER
ESPACIOS COMUNES, ESPACIOS INTERMEDIOS: EL PAISAJE URBANO EN AMÉRICA
PRIMER PREMIO
EL ESPACIO INTERMEDIO:
ESTRATEGIA ARQUITECTÓNICA ANTE LA CRISIS
ALLISON MENDOZA GÉNESIS MENDIETA
VERÓNICA ROSERO
MENCIONES
VIVIENDA COLECTIVA, CIUDAD Y JARDINES EN AMÉRICA LATINA: EL CASO DE BOGOTÁ
MARÍA LUISA VELA
ANDANZA SENTIMENTAL DEL CUERPO EN LA CIUDAD INTERANDINA
JAIME DANIEL TILLERÍA
CIUDAD FRONTERA:
ESPACIO COMÚN DE INTERMEDIACIÓN ESTATAL
FERNANDO CARRIÓN
ARTÍCULOS SELECCIONADOS
AVIACIÓN, TERRITORIO, Y MODERNIDAD: LA EVOLUCIÓN Y CONFORMACIÓN DEL ANTIGUO AEROPUERTO DE QUITO (1920-1950)
ERNESTO BILBAO
EL RÍO EN LAS CIUDADES: UN ENFOQUE GENERAL A LA TRANSFORMACIÓN DEL PAISAJE URBANO
ALICIA RIVERA
JOHANNA VILLAVICENCIO
QUITUMVÉ
TERRITORIALIZACIÓN DE LA GESTIÓN POPULAR Y SOLIDARIA
DANIEL RODRÍGUEZ
AUTORES INVITADOS
PRESENTACIÓN: YADHIRA ÁLVAREZ
RASGOS CIVILIZATORIOS DE LA ARQUITECTURA MODERNA EN QUITO
JULIO ECHEVERRÍA
MERCADOS POPULARES
TERRITORIO, ETHOSBARROCO, ESPACIOS INTERMEDIOS Y COMUNES URBANOS. UNA APROXIMACIÓN AL MERCADO DE SAN ROQUE EN QUITO
ANA RODRÍGUEZ
CONSIDEREMOS LOS ARTICULADORES FORMALES DEL PAISAJE
OMAR CHAMORRO - UNIVERSIDAD DE LAS AMÉRICAS
CENTROS
DANIELA SOFÍA LOAIZA - UNIVERSIDAD DE LAS AMÉRICAS
AGRADECIMIENTOS
ARTÍCULOS INVITADOS
INTRODUCCIÓN
El Directorio del Colegio de Arquitectos de Pichincha está nuevamente honrado en presentar la publicación de la Tercera Convocatoria
Editorial Miradas Plurales y Diversas. Este proyecto, establecido en el año 2019 con el interés de promover la investigación, el análisis y la crítica de temas relacionados con el ejercicio de la profesión de la arquitectura, se ha consolidado como un espacio particularmente rico en reflexiones que alimentan, desde distintas perspectivas, la forma de hacer arquitectura y
María Samaniego Ponce Presidente CAE - Pichincha
ser parte de una construcción positiva de nuestras ciudades.
La constante preocupación del CAE-P por abrir espa cios que incentiven el conocimiento y conciencia sobre la importancia e incidencia de la arquitectura como soporte de las actividades humanas, en este caso se ha enfocado en rencontrar los elementos dentro de los sistemas aquitánicos y urbanos que provean e incentiven las relaciones público privadas, el convivir de vecinos, el juego, la dispersión y la contemplación: ESPACIOS COMUNES, ESPACIOS INTERMEDIOS: PA ISAJE URBANO EN AMÉRICA LATINA.
El concepto de paisaje urbano es el que conjuga al espacio público y colectivo con distintos atributos sociales, culturales, económicos y una mayor o menor presencia de la naturaleza en el espacio construido; es un concepto dinámico, en términos temporales y espaciales. Un paisaje urbano saludable aporta positivamente a la vida urbana, al uso y la vida de los espacios públicos, de los privados (que son comunes y que se tornan públicos) y de los puentes que los enlazan (los espacios intermedios).
Para la Federación Panamericana de Asociaciones de Arquitectos , FPAA, auspiciar y propiciar la difusión de la Tercer Convocatoria al Concurso Editorial Internacional: Colección Miradas Plurales y Diversas , organizado por el Colegio de Arquitectos de Ecuador – Pichincha , conforma un compromiso que nuestra institución ha sostenido a lo largo del tiempo, desde sus conceptos fundacionales, año 1920, con el objetivo de estrechar vínculos intelectuales entre los arquitectos, así como también exho rtarlos a prestarse un mutuo apoyo que tienda a dignificar, a dar prestigi o a nuestra profesión y el conocimiento de la producción de la arquitectura en el vasto territorio de América , propiciando aportes significativos a la resolució n de nuestro hábitat, aportando a los espacios de decisión con p ropuestas de interés para nuestra sociedad.
Tanto en la FPAA como en el CAE-P, creemos que, para que nuestras ciudades se tornen menos excluyentes, inseguras o vulnerables, se debe mejorar el contexto urbano y la calidad de vida en ellas, y estas acciones están asociadas a la participación de las instituciones intermedias en la comunidad, a sus políticas integradoras, participativas, colaborativas y de identificación de propuestas que estén preocupadas y ocupadas por nuestra realidad panamericana. Es por esto que entendemos al concurso como una oportunidad para conocer, reconocer, identificar, y difundir aquellos proyectos, obras y actores que hacen posible propuestas que den valor a los diferentes espacios que conforman nuestro hábitat y nos permita encontrar las acciones ejemplares que nos den la dignidad social, humana y personal que necesitamos.
Como Federación Panamericana nos interesa propiciar espacios para debatir en cada una de nuestras acciones, cómo construir un mundo con alto grado de previsibilidad, reflexio nando sobre las condiciones de nuestras ciudades, atendiendo especi almente sobre el derecho básico a tener viviendas dignas y salud, espacios públicos
de calidad, tendiendo a disminuir los desequilibrio s sociales en nuestros países, procurando respuestas a una sociedad en permanente reconfiguración en sus dinámicas sociales. Ratifica ndo la preocupación de los arquitectos por los temas ambientales y la necesidad de recuperar la conciencia de la naturaleza para una a rquitectura propia que responda sabiamente a los requerimientos del lu gar.
La relación del hombre con los lugares y con sus espacios se da a través del habitar, es decir se contextualiza con la realidad y el territorio donde nos desarrollamos, definido además por la cultura, clima y regiones o territorio. Podemos analizar, a través de la identificación de las respuestas que nos da la producción de la arquitectura, la transformación y evolución de los espacios urbanos y también considerar que el espacio interior y el exterior tienen una distancia que intermedia entre uno y otro, promoviendo un espacio de transición que ayuda a la experiencia entre dos situaciones definidas, esos espacios de transición o intermedios, sin definición, son los que permiten el acontecimiento, aquello impensado pero que los habitantes y sus costumbres impulsan para definir sus actividades de socialización, en consecuencia definen los espacios que incidirán en gran medida en las prácticas sociales, en el imaginario colectivo de nuestras ciudades y territorios.
Seguramente desde estas acciones surgirán documentos que nos permitan el compromiso para la acción y realización de nuestra tarea profesional e institucional, estableciendo metas y estrategias en la búsqueda de soluciones, a fin de contribuir a la localización y cumplimiento de objetivos de un desarrollo más sostenible. Nos permiten acercarnos a los estamentos que representan voluntades positivas en el hacer, visibiliza la empatía con las distintas realidades, permite sostener a la Federación Panamericana, FPAA, como el CAE-P, como instituciones activas con amplia participación y reconocimiento de toda América y del mundo.
Pensamos que un premio o un concurso promueve una interrupción para el análisis y la celebración de las buenas prácticas. Es desde esta interrupción que sostenemos la posibilidad de repensar nuestras actividades y nuestros espacios con el objetivo de garantizar el desarrollo de nuestra profesión y de nuestras ciudades.
Apoyamos continuar con el estímulo, divulgación y premiación de las buenas prácticas individuales y colectivas, promovidas desde las instituciones, trabajando en conjunto para llevar c onocimiento y crear conciencia sobre la labor profesional de los arquitectos en cada ciudad, pueblo o territorio de América.
Los textos presentados en esta impecable publicación acogen líneas de pensamiento reflexivas y lúcidas en torno a una problemática que exige de arquitectos y urbanistas su mayor compromiso y entrega. El entorno urbano en América se encuentra en un punto donde existe suficiente información para, de manera objetiva, evaluar qué modelos de ciudad debemos concebir y proyectar para cada una de nuestras urbes. El desafío es inmenso, tan grande como la diversidad misma que nos define y da forma a los espacios donde operamos como sociedad.
Existen infinidad de ángulos y perspectivas para entender los espacios que nos definen, aquellos lugares donde nos conectamos con nuestra cultura, nuestros valores y nuestras realidades. Entender estas visiones ha llevado mucho tiempo y mucho talento, y hoy nos convoca a hacerlo desde una óptica definida por la diversidad y la libertad demostrada por quienes, de manera apasionada, aportan a este compendio de ideas y reflexiones.
Es importante reconocer que el momento es oportuno para aceptar que no existen reglas claras ni verdades absolutas cuando tratamos de construir espacios urbanos en nuestras ciudades. A lo largo de estos textos, abundantes en experiencia y pasión, el lector podrá evidenciar que, con el paso del tiempo, los escenarios urbanos que nos acogen son más complejos e indescifrables. Factores coyunturales como el surgimiento de una pandemia o un estallido social pueden transformar de manera radical la forma en que vivimos la inmediatez de nuestras ciudades. Espacios que históricamente han definido patrones de comportamiento social, generando identidad, sentido de pertenencia y seguridad, ya no representan a una colectividad cada vez más desconectada, incluso del mismo espacio físico. Académicos y profesionales nos invitan a reflexionar desde múltiples ángulos sobre una realidad en proceso de total transformación. La lucidez y profundidad de las ideas expresadas en esta publicación nos convocan a todos a unirnos al apasionante reto de planificar el espacio urbano de nuestras ciudades.
PRÓLOGO
Es un honor y un privilegio presentar esta excepcional publicación, que constituye la tercera edición del Concurso “Miradas Plurales y Diversas”, en este caso sobre un tema de altísima complejidad y pertinencia para el tiempo que nos toca vivir: Espacios Comunes, Espacios Intermedios: El Paisaje Urbano en América.
No ha sido fácil la selección, dada la alta calidad de los trabajos que se enmarcan dentro de un amplio espectro de investigaciones, ensayos, estudios teórico-conceptuales o de crítica, destacados por su profunda investigación, rigurosidad, viabilidad expositiva y un excelente material gráfico, en algunos de los casos.
De modo específico, en esta edición el concurso se propuso:
• Promover el análisis, la documentación, la reflexión conceptual y la crítica sobre el paisaje urbano y arquitectónico.
• Resignificar los espacios y elementos arquitectónicos de transición, o espacios intermedios (relación entre lo público y lo privado), como elementos importantes en la conformación y uso del hábitat y su evolución a lo largo del tiempo.
• Identificar, documentar y destacar proyectos e intervenciones, así como contribuciones creativas e innovadoras por parte de entidades públicas, profesionales de la arquitectura, comunidades y usuarios; que optimicen el uso de los espacios comunes e intermedios dentro de los ámbitos arquitectónicos y urbanos.
Esta compilación de trabajos nos permite encontrar rastros comunes, pero a su vez diversos, diferentes formas de encarar un tema pertinente y profundo, desde distintas miradas, lo que le otorga su riqueza y singularidad.
Aún cercana, la crisis sanitaria que vivió la humanidad cambió la forma en que vivenciamos nuestras ciudades y nos hizo cuestionar y plantearnos nuevas interrogantes sobre el habitar. Nos cuestiona fuertemente sobre estos espacios intermedios entre lo público y lo privado, entre lo urbano y lo rural, en un territorio indivisible, continuo, cargado de vivencias y urgencias que, lejos de estar contenido, se plantea como un escenario de la vida cotidiana, de aquellos lugares comunes que resulta imprescindible poner en valor.
Ya a comienzo de los setenta, Jane Jacobs desafió la opinión imperante según la cual los suburbios eran buenos lugares para las mujeres y los niños. El aislamiento, la falta de gente en las calles y la dependencia del automóvil eran no solo cuestiones que afectaban a las mujeres, sino también factores que contribuían al deterioro de la esfera pública en general.1
En su libro Muerte y vida de las grandes ciudades (1961), va a rescatar las ricas preexistencias de la ciudad multifuncional, compacta y densa, donde la calle, el barrio y la comunidad son vitales en la cultura urbana. “Mantener la seguridad de la ciudad es tarea principal de las calles y las veredas”. Para ella, una calle segura es la que propone una clara delimitación entre el espacio público y el privado, con gente y movimiento constantes, manzanas no muy grandes que generen numerosas esquinas y cruces de calles; donde los edificios miren hacia la acera para que muchos ojos la custodien. Ideas absolutamente innovadoras para su época, como la mezcla de usos, la densidad equilibrada, la protección del patrimonio arquitectónico y urbano, la prioridad de los peatones, las identidades barriales o el cuidado diseño del espacio público son parte de un cuerpo doctrinario de enorme vigencia.
Las ponencias presentadas en este libro profundizan, con rigor y a cabalidad, en el análisis y desarrollo conceptual de lo que hoy representan los espacios intermedios en el contexto pos-pandémico. Examinan minuciosamente la relación entre lo arquitectónico, lo urbano y el territorio en su concepción más amplia, invitándonos a pensar desde nuevas perspectivas y condicionantes que se deben considerar al diseñar estos espacios comunes.
1 Jacobs, Jan. Muerte y vida de las grandes ciudades. Madrid, 2011.
Los autores y autoras, con una claridad y profundidad admirables, exploran cómo los espacios intermedios han cobrado una relevancia sin precedentes en el diseño de las ciudades, sirviendo como zonas de transición, encuentro y adaptación a las nuevas realidades.
El paisaje urbano de América es un lienzo en constante evolución, y este libro es una valiosa contribución a la paleta de colores que lo define, testimonio de la vitalidad y la capacidad de adaptación de nuestras ciudades y comunidades.
Tal como se planteaba en las bases de la convocato ria, el concepto de paisaje urbano es el que conjuga al espaci o público y colectivo con distintos atributos sociales, culturales, económicos y una mayor o menor presencia de la naturaleza en el espacio construido. Este se muestra dinámico, constantemente cambiante, en términos temporales y espaciales.
Al decir de Leslie Kern, una ciudad –sus peligros, sus emociones, su cultura, sus atractivos y mucho más– reside tanto en la imaginación como en su aspecto material. La ciudad imaginada se moldea a través de la experiencia, los medios, el arte, los rumores y a través de nuestros propios deseos y miedos.2
El paisaje urbano tiene un importante componente visual, le da identidad y vivencias a la ciudad. La identidad de la ciudad se mantiene casi inalterable con el pasar del tiempo o, por el contrario, puede formar parte inherente de los cambios cotidianos del sitio, los lugares comunes, las huellas, la superposición de historias... Al decir de Corboz, el territorio puede concebirse como palimpsesto.3
El paisaje urbano surge y se manifiesta en los espacios colectivos, los lugares de uso común, los lugares de encuentro, de fiesta, de protesta. Estos espacios y elementos son los que, mediante su uso, van formando la imagen de la ciudad.
Ser parte del Jurado en esta nueva edición, junto con el arquitecto Pablo Moreira (Ecuador) y la arquitecta Diana Wiesner (Colombia), a quienes agradezco la instancia de intercambio y crecimiento, ha sido una experiencia maravillosa.
2 Kern Leslie. Ciudad feminista. La lucha por el espacio en un mundo diseñado por hombres, 2021.
3 Corboz, Andrè. El territorio como palimsesto, 1983.
El jurado emite una gran felicitación al Colegio de Arquitectos de Pichincha y al Museo de Arquitectura del Ecuador por esta iniciativa y sugiere que la mantenga a futuro, precisando y profundizando sus alcances, en beneficio de la arquitectura, el urbanismo, el paisajismo, el gremio profesional, la academia y la sociedad en general.
Los trabajos han sido analizados con detenimiento, considerando su contenido teórico y conceptual; su enfoque metodológico; la pertinencia y profundidad de los temas, la estructura formal y el soporte documental de apoyo que proveen.
Esta publicación cumple, y con creces, los objetivos planteados en esta serie de la colección y concursos Miradas Plurales y Diversas, de relacionar las actividades de investigación, crítica y reflexión teórica con el ejercicio profesional de la arquitectura y con el conjunto de prácticas de la comunidad.
Esperamos que inspire a lectores y lectoras, y desafíe a seguir explorando y construyendo nuevas miradas, desde los intersticios, desde las diversas escalas de intervención, desde lo público y lo privado, desde los lugares comunes y espacios intermedios, y contribuya así a la mejora de la calidad de vida y al avance hacia ciudades más integradas, seguras, equilibradas y sostenibles.
Natalia Brener Maceiras
Arquitecta Urbanista
Octubre, 2022
18 JURADOS
Natalia Brener
Arquitecta urbanista, magíster en Ordenamiento Territorial y Desarrollo Urbano egresada de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de Uruguay. Ha desempeñado múltiples tareas en las áreas de planificación, gestión territorial y acondicionamiento urbano, con énfasis en el diseño de espacios públicos y movilidad urbana sostenible. Actualmente es Directora de Asesoría de Territorio Sostenible del Gobierno de Canelones. En el período 2020-2022 fue presidenta de la Sociedad de Arquitectos del Uruguay. Es integrante del grupo de trabajo Public Spaces Work Programme de la UIA (Unión Internacional de Arquitectos) y asesora de Equidad y Género de la FPAA (Federación Panamericana de Asociaciones de Arquitectos).
Pablo Moreira
Arquitecto por la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Central del Ecuador, realizó su posgrado en Arquitectura Crítica y Proyecto en la Universidad Politécnica de Cataluña. Miembro Fundador de MCM+A Taller de arquitectura, estudio creado en el año 2000. La experiencia del taller ha estado enfocada al diseño arquitectónico y urbano, la rehabilitación arquitectónica y la investigación histórica. Ha sido docente de varias universidades del país y actualmente ejerce la cátedra en la Universidad Internacional UISEK. Fue presidente del Colegio de Arquitectos de Pichincha desde 2017 hasta febrero de 2021 y presidente del Colegio de Arquitectos Nacional durante el período 2019-2021. En la actualidad es secretario ejecutivo de la Federación Panamericana de Asociaciones de Arquitectos FPAA.
Diana Wiesner
Arquitecta reconocida por sus diseños en ecología urbana y activista líder en temas socio-ecológicos. Ha sido premiada y distinguida en diversas bienales nacionales e internacionales de paisaje, arte, construcción sostenible y gestión social. Entre los más recientes están el reconocimiento por trayectoria en la Bienal Colombiana de Arquitectura de 2022, primer premio en excelencia a la Arquitectura sostenible en 2021. Ha sido autora colaboradora en Nature of Cities y comisionada asesora nacional del programa Biodiverciudades 2021, así como directora del jurado del Premio Internacional Sir Geoffrey Jellicoe Award 2022.
VEREDICTO DEL JURADO
TERCERA CONVOCATORIA: CONCURSO DE ENSAYO
MIRADAS PLURALES Y DIVERSAS ESPACIOS COMUNES, ESPACIOS INTERMEDIOS: EL PAISAJE URBANO EN AMÉRICA.
Quito, 20 febrero 2023
Antecedentes
Los integrantes del jurado de la tercera convocatoria de ensayos “Miradas plurales y diversas, ESPACIOS COMUNES, ESPACIOS INTERMEDIOS: EL PAISAJE URBANO EN AMÉRICA”, convocado por el Colegio de Arquitectos de Pichincha, CAE-P, a través del Museo de Arquitectura del Ecuador, MAE, han efectuado la lectura y el análisis individuales y colectivos de toda la documentación, entregada el primero de febrero en la tercera fase de este concurso, por los catorce (14) autores que fueron recibidos y seleccionados por los representantes del concurso.
Luego de la lectura y el análisis individual consignado en una matriz de evaluación según criterios establecidos y acordados, se realizaron varias sesiones de trabajo conjunto, efectuadas de manera virtual los días miércoles 8 de febrero, martes 14 de febrero y jueves 23 de febrero. Posteriormente, el jurado ha deliberado y emitido el pronunciamiento que se presenta a continuación.
Consideraciones del jurado:
1. El jurado emite una gran felicitación al Colegio de Arquitectos de Pichincha y al Museo de Arquitectura del Ecuador por esta iniciativa y sugiere que la mantenga a futuro, precisando y profundizando sus alcances, en beneficio de la arquitectura, el urbanismo, el paisajismo, el gremio profesional, la academia y la sociedad en general.
2. Señala que los catorce (14) trabajos han sido an alizados con detenimiento, considerando su contenido teórico y con ceptual; su enfoque metodológico; la pertinencia y profundidad de los temas, la estructura formal y el soporte documental de apo yo que proveen. Ha seleccionado un ganador y dos menciones de traba jos destacados.
3. Ha elegido 4 adicionales para que sean ajustados para su posterior publicación, con las debidas exigencias editoriales.
4. El jurado recomienda que, siendo esta convocatoria un tema que aborda una problemática común en todos los países del continente, y particularmente en la región latinoamericana, más allá de la publicación que se realizará, se considere que la muestra museística, extraída del primer premio, tenga un carácter de itinerancia a través de la Red de Museos de arquitectura Panamericana Red MAPA.
Recomendaciones
1. El Jurado recomienda que los trabajos seleccionados para publicación se sometan a un proceso de edición, de estilo y de contenido, que sea desarrollado –junto con los autores– por un editor que garantice la calidad y pertinencia de los ensayos que han sido seleccionados para publicación.
2. Adicionalmente, sugiere que, en esta coordinación con los seleccionados, se logre mayor profundización de contenidos y selección curatorial de las imágenes de soporte que permitan visualizar a cabalidad la importancia del tema.
Veredicto
Con base en tales señalamientos, el jurado del concurso de ensayos “ESPACIOS COMUNES, ESPACIOS INTERMEDIOS: EL PAISAJE URBANO EN AMÉRICA” de la colección “Miradas plurales y diversas” dictamina de manera unánime que, de los catorce trabajos recibidos, se eligen tres destacados, entre los cuales otorga dos primeras menciones.
La primera mención, se otorga al proyecto identificado con el código: 004, dado que presenta una profunda investigación, alta calidad, rigurosidad, pertinencia, viabilidad expositiva, redacción fluida, bien referenciada y un excelente y coherente material gráfico de soporte. La segunda mención se otorga al trabajo identificado con el código 011. Dicho trabajo se destaca por tener una aproximación poética del paisaje quiteño, gran coherencia con las imágenes de soporte de elaboración propia y una visión innovadora y original desde donde interpretar el territorio y en particular los espacios intermedios, realizando una lectura cabal y bien argumentada de los espacios analizados, profundizando argumentadamente, y denunciando también, la situación del paisaje, el espacio público y la gestión. Este ensayo se destaca por la sensibilidad y su original manera de expresión.
El jurado seleccionó como ganador (primer premio) al trabajo que se destaca de los dos anteriores en términos metodológicos y estructurales. Dicho trabajo, identificado con el código 020 fue seleccionado por unanimidad, por presentar un tema pertinente, profundo, con una estructura clara, bien sustentada y consistente en sus referencias. El trabajo profundiza, con rigor y a cabalidad en el análisis, desarrollo conceptual y concreción, sobre lo que hoy resultan ser los espacios intermedios, luego de la crisis sanitaria que vivió la humanidad, cambiando la forma de habitar; la relación entre lo arquitectónico y urbano y las nuevas perspectivas y condicionantes que se deberían reflexionar al momento de diseñar los espacios. Finaliza el desarrollo de los conceptos tratados con trabajos colaborativos realizados por estudiantes en entornos complejos pero comunes en la región, logrando una total pertinencia en el tema.
Por lo anterior, las autoras del artículo ganador deberán elaborar, conjuntamente con la Dirección del MAE, la muestra museográfica que sustente el ensayo para ser expuesto en el Museo de Arquitectura del Ecuador, MAE, y que sea parte de la Red MAPA.
Los nombres de los trabajos ganadores son:
• Primera mención: código 004: “Vivienda colectiva, ciudad y jardines en América Latina: el caso de Bogotá”.
• Segunda mención: código 011: “Andanza sentimental del cuerpo en la ciudad interandina”.
• Primer premio: código 020: “Espacio Intermedio: Estrategia arquitectónica ante las crisis”.
Así mismo, por unanimidad, el jurado sugiere que se incluyan los siguientes trabajos adicionales en esta edición de la colección Miradas plurales y diversas, con ajustes de edición, estilo y contenido:
• El trabajo identificado con el código 005: Ciudad de Frontera: Espacio Común de Intermediación Estatal.
• El proyecto identificado con el código 018 : Aviación, territorio y modernidad: La evolución y conformación del antiguo aeropuerto de Quito, 1920-1950.
• El trabajo identificado con el código 019: El río en las ciudades: un enfoque general a la transformación del paisaje urbano.
• El trabajo identificado con el código 025: QuitumVé. Territorialización de la gestión popular y solidaria.
Estos trabajos seleccionados ponen en valor variad os abordajes sobre temas relevantes, plurales y diversos que aportan a la discusión colectiva desde lo local y lo universal, en particular en lo panamericano, enriqueciendo el conocimiento y complementando la discusión.
Para constancia, suscriben este veredicto, de manera conjunta, quienes han conformado el jurado: Natalia Brener (Uruguay), Pablo Moreira (Ecuador y delegado por FPAA) y Diana Wiesner (Colombia), en la presente fecha.
Natalia BrenerPablo MoreiraDiana Wiesner Presidente del Jurado
EL ESPACIO INTERMEDIO:
ESTRATEGIA ARQUITECTÓNICA ANTE LA CRISIS
AUTORAS1: ALLISON MENDOZA
GÉNESIS MENDIETA
VERÓNICA ROSERO
1 Alisson Mendoza y Génesis Mendieta: Arquitectas tituladas en la Universidad Central del Ecuador. Verónica Rosero: Arquitecta, Ph.D., docente investigadora en la Universidad Central del Ecuador.
Resumen
Durante el período de confinamiento y clases virtuales, dos estudiantes de Arquitectura en proceso de desarrollo de sus trabajos de titulación realizaron sus respectivas propuestas. La coyuntura y las vivencias personales influyeron en su proceso; se sensibilizaron ante la situación de dos grupos vulnerables: la tercera edad y los niños y niñas en situación de orfandad. Durante el desarrollo de sus diseños, encontraron en el espacio intermedio una estrategia poderosa para estructurar sus propuestas y dar tregua a aquella situación en la que, en diferentes escalas, toda la población fue vulnerable.
Con el objeto de presentar estos dos proyectos como un solo cuerpo, bajo una misma metodología y punto de partida, se ha estructurado el texto de la siguiente manera: la introducción, donde se presentan una serie de antecedentes sobre escenarios de crisis y respuestas arquitectónicas en diferentes épocas; una segunda parte, donde se define y categoriza el espacio intermedio; y una tercera parte, donde se transita de la teoría a la implementación de los conceptos previamente estudiados. En una cuarta instancia se presentan, a manera de síntesis, los dos trabajos de titulación con el espacio intermedio como estrategia proyectual ante la crisis: “Habitar la nueva normalidad. El espacio intermedio como base para el diseño de un proyecto residencial intergeneracional” (Calacalí) y “Más allá de la casa hogar: proyecto arquitectónico del orfanato para niños y niñas” (Quito). Finalmente, se presenta una reflexión, a manera de cierre, remarcando el valor del proceso, al abordar con sensibilidad y coherencia la coyuntura, para así, de forma estratégica, proponer proyectos que construyan positivamente el proceso de formación académica y el posterior ejercicio de la profesión en respuesta a las necesidades contemporáneas.
[Figura 1]
1. Introducción: escenarios de crisis y respuestas arquitectónicas
Necesitamos una catástrofe para que podamos repensar las características básicas de la sociedad en la que nos encontramos. Žižek, 2020
La transformación de la arquitectura se determina por la concepción de las nuevas necesidades que surgen a lo largo de la historia, eventos que han motivado la reestructuración de las formas de habitar. Desde la emergencia sanitaria que aconteció en el año 2020 por el virus COVID-19, el habitar ha tenido que reinventarse, tomando espacios inflexibles y estructuradamente inadecuados para crear áreas de estudio, trabajo y recreación. La pandemia trajo cambios en la vida cotidiana; tal como lo menciona Paul B. Preciado: “Cada sociedad puede definirse por la epidemia que la amenaza y por el modo de vida de organizarse frente a ella” (2020).
Equipo CIAM de Argel, panel de presentación sobre la tuberculosis en la bidonville Mahieddinne para el CIAM IX, Aix-en-Provence, Francia 1953
Fuente: Colomina, B. (2021). Arquitectura de rayos X, Puente editores, pág. 21.
No obstante, no es la primera vez que arquitectos y arquitectas asumen el reto de reestructurar la ciudad y la arquitectura debido a una crisis sanitaria. En el siglo XIX, en el año 1858, la tuberculosis obligó a la creación de una serie de innovaciones. En lo urbano, se construyeron los sistemas de alcantarillado y plomería, además de la promulgación de leyes de zonificación. En la arquitectura se implementaron estrategias como calles elevadas, patios interiores, galerías y terrazas que promovían una interacción social en este espacio de carácter indefinido que permitía el flujo y la permanencia de cada habitante (Figura 1).
Ya en el siglo XX, Beatriz Colomina afirma que “la arquitectura moderna fue idealizada por la obsesión médica de su tiempo, es decir, la tuberculosis” (2019). Toma como ejemplo la arquitectura de Le Corbusier, cuyos cinco principios, comenta, nacen como consecuencia directa de esta enfermedad, imponiendo una serie de ideas de la época moderna de la cual surgen nuevos principios, nuevas “recetas”. Cita así un texto de Hacia una arquitectura (1923): “Nos hemos convertido en animales sedentarios [...]; la casa nos roe en nuestra inmovilidad, como una tuberculosis. Dentro de poco necesitaremos demasiados sanatorios”. De manera sistemática, la arquitectura del siglo XIX fue tachada como insalubre, carente de sol, luz, ventilación, etc., aspectos que, por su parte, la arquitectura moderna aspiraba cubrir a través de sus terrazas, su blancura, entre otros elementos. (Figuras 2 y 3)
El confinamiento después de la emergencia sanitaria a causa de la pandemia COVID-19, denotó la falta de flexibilidad y adaptabilidad de los espacios dentro de las viviendas: diseñadas para un uso concreto, la arquitectura, en la gran mayoría de los casos, fue incapaz de brindar el confort para que varias actividades se realicen simultáneamente, provocando un conflicto entre los habitantes y sus dinámicas en el espacio. Como lo menciona Zaida Muxí (2019), “Debemos repensar cómo vivimos y cómo queremos nuestras viviendas según las necesidades vitales, según cada etapa de la vida” (Figura 4).
En la concepción contemporánea del habitar, la vivienda es un refugio y una morada donde múltiples actividades acontecen simultáneamente. Si bien esta cuestión no es exclusiva de la contemporaneidad, en comparación a épocas precedentes, hoy en día la sociedad cuenta con una serie de avances tecnológicos significativos que hacen posible todas estas actividades en un mismo tiempo y espacio. Para este fin, si el espacio no está diseñado tomando en cuenta las necesidades actuales, restringiendo la vivienda a una cuestión preconcebida y tipológicamente estricta,
[Figura 2]
Fuente: Colomina, B. (2021). Arquitectura de rayos X, Puente editores, pág. 26. Le Corbusier, La Ville radieuse (1935), cubierta de la primera edición francesa y las ilustraciones del libro La Ville radieuse de Le Corbusier, en su edición inglesa.
los conflictos afloran. En ese sentido, es necesario replantear la forma de abordar el diseño arquitectónico a través de estrategias que permitan amortiguar los cambios abruptos de la vivienda. Es así como, a manera de estrategia, surgen los espacios intermedios. Estos espacios permiten establecer un intersticio entre lo público y privado, mejorando las interacciones sociales e individuales del habitar.
Los análisis y las reflexiones sobre la calidad de la arquitectura que habitamos han puesto en evidencia los puntos fuertes y débiles del habitar actual. La idea de espacio intermedio se identifica como la proyección necesaria para aportar a la arquitectura contemporánea. Su proximidad de uso intenso y continuo tiene la capacidad de fomentar “espacios susceptibles a mejorar la calidad de la vivienda” (Prokopljevi, 2020). En un sentido más amplio, e integrando otras variables de la sociedad contemporánea, la arquitectura actual se debe repensar considerando lo que la sociedad industrial del siglo XIX había separado: el trabajo (a través de la fábrica) y el hogar, y con ello la distribución patriarcal entre masculinidad y feminidad. Que la pandemia haya fusionado en el espacio doméstico las actividades productivas y reproductivas exige nuevas estrategias de convivencia y domesticidad.
“The Biological Unit”, ilustración de la edición francesa ( The Rasiant City) del libro La Ville radieuse de Le Corbusier. [Figura 3]
Fuente: Colomina, B. (2021). Arquitectura de rayos X, Puente editores, pág. 32
Fuente: Lucio Tavora (2021)
Adicionalmente, la concepción de familia nuclear de cuatro a cinco integrantes es cada vez más escasa. Muxí (2019) alude a que “la sociedad es cada vez más diversa, las agrupaciones familiares han cambiado, así mismo, los usos de los espacios, por lo que, debemos tenerlo presente a la hora de construir los lugares donde deben vivir estas personas”.
La arquitectura de la “nueva normalidad”
Del mismo modo que las teorías clásicas de la polis griega seguían las teorías de los cuatro humores, las ideas contemporáneas sobre la salud organizan actualmente las teorías del diseño. El discurso arquitectónico se entreteje a través de teorías del cuerpo y del cerebro, construyendo al arquitecto como una especie de doctor y al cliente como paciente.
Colomina, 2021
La “nueva normalidad” es un término que se acuñó tras la emergencia sanitaria de 2020, respondiendo a los cambios en la forma de vivir de sus habitantes, como sucedió en la época moderna. Esta coyuntura dio como resultado propuestas alternativas para este proceso de transición/
adaptación en distintas disciplinas. Como ejemplo, el documental “Maneras de vivir” de la serie Escala Humana expone nuevos modos de habitar: “Nuestra vida va cambiando y con ella nuestras necesidades. No serán las mismas si vivimos solos, en familia o en comunidad. La vivienda es el escenario de nuestras vidas y su arquitectura tiene que ser capaz de responder a los cambios de guion, a todos los modelos de familia y a las nuevas realidades” (Cléries, 2019). Hoy es imperativo prestar mayor atención a las áreas disponibles, al tipo de mobiliario, a la contaminación auditiva, la interconexión y la flexibilización de espacios, por mencionar algunos aspectos.
El confinamiento expuso en su máxima expresión la falta de comodidad e inflexibilidad, sumado a la falta de espacios que permitan el contacto con el exterior.
La “nueva normalidad” ha supuesto un reto para los arquitectos y arquitectas de la era digital: “la pandemia ha marcado un punto de inflexión
Diagrama de la arquitectura en la “nueva normalidad” [Figura 5]
Elaborado por las autoras (2022)
Los modos de habitar de la “nueva normalidad” dict an nuevas pautas para la concepción de la vivienda. Por ejemp lo, habitaciones relacionadas con interacciones sociales internas: el recibidor o la sala de estar tal vez ya no son un requisito funcional actual. Por el contrario, quizá se requiera diseñar un espacio entre la vivienda y la ciudad, un “nuevo lugar” para la socialización y/o la transición.
Los espacios intermedios son este “nuevo lugar”, un espacio de transición clave del encuentro con el ajeno, con el desconocido, que permita una sociabilización entre habitantes. A través de los espacios intermedios, es posible abrir esa célula compacta de la vivienda y difuminar el límite dado entre lo público y lo privado. La conexión espacial interna-externa se profundiza en las relaciones dentro de la vivienda en respuesta a las nuevas necesidades donde los espacios tienen capacidad de adaptación y mutación (Figura 5).
2. El espacio intermedio: definición y categorización
En la década de 1950, el Movimiento Moderno es sometido a críticas y reinterpretaciones por los miembros del Team 10, entre ellos, Aldo Van Eyck, quien propuso la Disciplina Configurativa. Este método proponía unificar el diseño de la casa y la ciudad como un proceso proyectual, fundamentado en el concepto del in-between. Este concepto era para Van Eyck “como el lugar intermedio donde los fenómenos duales de lo individual y lo colectivo se reconciliarían” (Lidón de Miguel, 2015). Así, este concepto permite distinguir cualquier lugar intermedio donde se reconcilian las dualidades aparentemente contrariadas. En la transición de la teoría a la práctica, Aldo van Eyck materializa la idea del in-between en su proyecto para el Orfanato De Ámsterdam en 1957. El proyecto, ubicado en la periferia sur de Ámsterdam, se desarrolló en un terreno plano y sin edificaciones vecinas, permitiéndole adoptar la forma de un mat-building o edificio de extensión modular. La arquitectura se genera a partir de la repetición horizontal de módulos que se extienden formando una entidad autónoma pero cercana a la ciudad. El edificio se asemeja a un laberinto, compuesto de múltiples espacios internos-externos, conectados con diversas áreas de transición, fusionando lo privado y lo colectivo (Figura 6).
Patio exterior a las habitaciones del Orfanato de Ámsterdam-Aldo Van Eyck [Figura 6]
Fuente: Lidón de Miguel, M. (2015), Aldo van Eyck y el concepto In-between: aplicación en el Orfanato de Amsterdam, pág. 86.
Pero el concepto de in-between no es nuevo. Con diferentes nombres, los espacios intermedios se han tratado de diferente manera por distintas culturas. Por ejemplo, en la casa japonesa estos espacios intermedios son denominados “Engawa, derivado de un vínculo que se utiliza para designar el tipo de espacios que pertenecen al mismo tiempo a dos realidades” (Prokopljevi, 2020). Este espacio no define un adentro ni un afuera, sino dos realidades al mismo tiempo y se lo puede entender como una ampliación del interior hacia el exterior.
El espacio es intermedio por su postura entre realidades, usuarios, materiales y tiempos, separa tanto como une y, por consiguiente, su diseño connota constantemente una determinada intencionalidad. Aldo Rossi conceptualizó a estos espacios como primarios, flexibles e irreductibles, cuyo diseño siempre tiene esta intencionalidad. En la arquitectura los espacios
[Figura 7]
intermedios están dados por áreas cuya función no está determinada, no obstante, propician el encuentro. Por tanto, “los espacios intermedios son fundamentalmente lugares de relación y extensión de lo privado en lo público y viceversa, son espacios de proximidad que potencian la socialización” (Montaner, 2005). Se conciben como aquel espacio entre “la intimidad del hogar pasando por un espacio donde definimos otras actividades y nos relacionamos con los otros” (Fuentealba, 2020).
El espacio intermedio se lo ha estructurado desde la modernidad, donde los arquitectos hacían una transición entre el adentro y el afuera, creando un “espacio abierto, ambiguo y variable con propiedades únicas y singulares que lo hacían distinto del interior y del exterior, aunque estuviera estrechamente relacionado con estos” (Suárez, 2014). No obstante, en la arquitectura contemporánea estos lugares se han ido desvaneciendo (Figura 7).
Escuela al Aire Libre en Suresnes de Eugène Beaudouin y Marcel Lods (1935).
Fuente: Puente, J. (2014), Escuela y naturaleza: Los espacios para la enseñanza escolar de Richard Neutra, pág. 75.
El espacio intermedio se puede entender de dos maneras: primero, aquel que genera una relación vecinal mediante recorridos y, segundo, el que produce actividades en comunidad. De esa manera, se definen como espacios intermedios comunales y colectivos. Lo comunal, entendido según Manuel Delgado (1975), como aquel espacio que “puede ser lo de todos, lo accesible a todos, aquello con lo que todos comulgan”. Lo colectivo,
por el contrario, “se asocia con la idea de reunión de individuos que toman consciencia de lo que conveniente de su copresencia y la asumen como medio para obtener un fin” (Fuentealba, 2020). Es decir, la comunidad está instaurada desde la comunión de las personas, mientras que la colectividad está organizada partiendo desde la comunicación de las mismas.
Tipos de espacios intermedios
En escala arquitectónica, los espacios intermedios pueden ser pasarelas, patios interiores, terrazas accesibles, pasillos. En la escala de ciudad, están galerías, pórticos, balcones, jardines, zaguanes y porches. A continuación, algunas definiciones clave para entender las propuestas posteriores:
El patio se deriva de tipologías heredadas de arquitecturas preexistentes como espacio intermedio que hace referencia al modo de habitar de los espacios que lo envuelven. El patio es el nexo que une un espacio privado con un espacio colectivo; puede darse como una adición de la célula particular llamada hogar o aquel espacio donde se producen momentos de interacción social vecinal, que al esta r en contacto con el plano tierra “es un instrumento de conectividad de la casa” (Fuentealba, 2020). El patio genera relaciones vecinales de cará cter visual en los pisos superiores a través del vacío, el cual permite que los habitantes tengan un acercamiento desde los corredores, pasillos o ventanas.
El proyecto De Drie Hoven (Herman Hertzberger, Países Bajos, 1971) es un ejemplo de este tipo de espacio intermedio. La riqueza espacial de este proyecto arquitectónico se denota a través de la estrategia de un corazón comunal rodeado de cuatro patios grandes llenos de vegetación, que permite coexistir a los habitantes en el interior y exterior del edificio, además de apropiarse y realizar diferentes actividades, como conversar, comer, sembrar, divertirse, entre otras, gracias a este espacio intermedio propuesto en la planta baja. El proyecto consigue crear un ambiente en el que cada persona, según sus limitaciones, tiene la posibilidad de interactuar con el espacio (Figura 8).
Las calles en el aire, término acuñado por Alison y Peter Smithson para los “elementos descubiertos que marcan una inflexión en la sección” (Fernández, Mozas, Ollero, 2013). Este espacio supuso en sus proyectos un lugar de encuentro social, dándole una mayor dimensión en conjunto a un uso específico destinado a la circulación. Son espacios de sociabilización en altura, “el lugar que encontramos inmediatamente luego de salir de nuestras casas y es el primer lugar de encuentro con el mundo exterior”
(Fuentealba, 2020). Las calles en el aire permiten llevar a cabo situaciones cotidianas; se pueden considerar como una extensión del habitar la vivienda, donde su dimensión puede facilitar la apropiación para que se pueda relacionar lo colectivo y el interior de la célula denominada hogar. Entonces se crea aquel lugar indefinido, ambiguo, pero necesario para la relación con los demás habitantes, facilitando una convivencia social.
Patio de la residencia de ancianos De Drie Hoven elaborada por el arquitecto Herman Hertz Berger [Figura 8]
Fuente: Hidden Architecture (2016)
Las calles en el aire están presentes en dos proyectos ejemplares realizados por los Smithson: Golden Lane, no construido, y Robin Hood Gardens, construido en 1972 y demolido en 2017. La demolición se llevó consigo el potencial de las calles en el aire, su connotación como un espacio dinámico que, si en su momento era relevante como producto de una
emergencia sanitaria previa, hoy adquiere mayor pertinencia frente a las necesidades del confinamiento. Otro proyecto más contemporáneo que utiliza esta estrategia es la Plaza de América, por Carmen Pérez y Consuelo Argüelles, España, 2009. La espacialidad y funcionalidad del proyecto se ven estrechamente ligadas a los actores que habitan y coexisten en el edificio. Así, las arquitectas diseñan corredores de mayor dimensión donde colocan aberturas que incentivan el encuentro a diferentes alturas entre los habitantes más jóvenes y los de la tercera edad, fomentando el intercambio de experiencias sociales intergeneracionales. El proyecto de Pérez y Argüelles se traduce en una arquitectura necesaria para resolver los graves problemas a los que se enfrentan muchas personas mayores de bajos ingresos que viven en condiciones de vivienda inadecuada y sufren de aislamiento, soledad y vulnerabilidad (Figura 9).
Calles en los aires en las viviendas intergeneracionales de la plaza América de Alicante, que fue modelo a seguir en cuarentena por su conexión.
Diario Información, (2020)
Las plazas en las alturas consisten en el lugar de encuentro de la ciudad; permiten el acceso a todos, es decir, son un lugar público, no únicamente de paso si no de estancia, encuentro y paseo: “(...) sin duda el perímetro de estas plazas es el que define la vida urbana que ellas puedan dar” (Fuentealba, 2020). La plaza en las alturas es el vínculo del edificio y el contexto en un piso diferente a la planta baja, y es un elemento que se activa por las funciones que el edificio le brinda en su perímetro. Este tipo de plazas están dispuestas como lugar intermedio entre el contexto en las alturas y el edificio, mientras aportan un espacio de vínculo con el exterior a través de vistas, asoleamiento y ventilación. Sin embargo, “su uso será más exitoso o no según la cercanía que tenga con la vivienda y los equipamientos usados alrededor de esta” (Fuentealba, 2020).
El Edificio de Viviendas para Gente Mayor CAP, por Esteve Bonell, Josep María Gil, Marta Peris y José Manuel Toral, España, 2017, es un ejemplo del intercambio social mediante la estructuración espacial de dos plazas. La primera plaza se encuentra ubicada en el plano tierra, permitiendo el flujo permanente de la población general, mientras que la segunda plaza se encuentra en la planta alta y pertenece a la colectividad de personas de la tercera edad que viven en los tres bloques de viviendas que la rodean. Esta plaza se enriquece mediante las actividades que el edificio le propone mediante espacios polivalentes llenos de talleres, lo cual constituye que sea un lugar que permita el encuentro al aire libre entre los habitantes. El proyecto logra compatibilizar el uso diferenciado de cada uno de los espacios y el encaje volumétrico con el entorno mediante tres usos superpuestos en un edificio unitario que genera múltiples espacios de socialización y consolida el tejido social del barrio (Figura 10).
Las terrazas como miradores son espacios intermedios que se ubican estratégicamente en un lugar alto donde se pueda contemplar la ciudad y su contexto. Adicionalmente, permite un encuentro colectivo para disfrutar al aire libre. Dispone de una relación directa y estrecha con los exteriores de la vivienda, proponiendo perspectivas visuales potentes. Los balcones y galerías urbanas en altura cumplen una función similar. La terraza trae consigo un sinfín de oportunidades arquitectónicas cuando se establece como un espacio intermedio que potencia la permanencia de los habitantes y crea un espacio social, redefiniendo su funcionalidad.
El proyecto de vivienda cooperativa La Borda, por La Col, España, 2018, denota un diseño cuya espacialidad y funcionalidad se consiguen mediante la distribución de diversos espacios intermedios: un patio central rodeado por corredores en plantas superiores y balcones en la fachada sur del edificio. Su cubierta posee una distribución de terrazas que permiten observar el entorno inmediato, ser un lugar de estancia y realizar diferentes actividades, como el cuidado y entretenimiento de niños y ancianos en un proyecto caracterizado por su enfoque participativo y una promoción autoorganizada por sus usuarios para acceder a una vivienda digna, no especulativa, a través de una estructura colectiva (Figura 11).
3. De la teoría a la implementación. Dos proyectos de titulación para poblaciones vulnerables en quito
Una vez que se han expuesto las respuestas arquitectónicas a los escenarios de crisis, con el espacio intermedio como estrategia para abordar los cambios que exige la contemporaneidad, se han seleccionado dos trabajos de titulación realizados durante el confinamiento. De una u otra manera, el experimentar en primera persona los efectos de la pandemia en el espacio doméstico influyó en las propuestas que se presentan a continuación.
Previamente es necesario detallar los grupos objetivos de los trabajos desarrollados bajo el paraguas del espacio intermedio como estrategia. En ambos casos, las propuestas están destinadas a dos grupos de población vulnerable: por un lado, niños y niñas en situación de orfandad; por otro, personas de la tercera edad. Otra cuestión transversal a ambas propuestas es el planteamiento de proyectos de programa mixto. Si bien un proyecto arquitectónico no resuelve un problema social a gran escala como los de las poblaciones vulnerables antes mencionadas, es de suma importancia una propuesta que brinde apoyo como parte de un sistema complejo donde la arquitectura es un subsistema que aporta, a manera de engranaje, al desempeño del mismo.
Con respecto a la población de la tercera edad, el proyecto enfocado en la vivienda intergeneracional, como respuesta a la situación de los adultos mayores, estudió el concepto de este tipo de alojamiento. Esta propuesta surge hace más de dos décadas, cuando personas jubiladas o en proceso de jubilación buscaban una “tercera vía” de alojamiento que evitara tanto las desventajas de vivir solo en una vivienda aislada, como las de alojarse en residencias en las que únicamente se pueda convivir con otras personas mayores. En las soluciones residenciales intergeneracionales, personas de diferentes edades conviven en una misma vivienda, edificio, urbanización o conjunto de viviendas. En el caso de los edificios o conjuntos de viviendas, cada persona o familia cuenta con un espacio particular que se complementa con espacios comunales compartidos, como jardines, salas de reunión, patios internos, comedor y cocinas comunitarias (Figura 12).
“El concepto original se inicia como una comunidad intergeneracional, dándose el beneficio de prestar ayuda mutua si es que se requiere” (Fuentealba, 2020, pág. 89). Es decir, estas viviendas ayudan a reducir la demanda de servicios de la salud en adultos mayores y disminuyen la precariedad residencial juvenil, mejorando la cohesión social y las condiciones de habitabilidad. Ana Fernández (2019) menciona en el Foro de Vivienda y Rehabilitación de Barcelona que “la vivienda intergeneracional nace de la necesidad de vivir en comunidad, la cual fomenta el intercambio, el aprendizaje de diferentes generaciones es más interesante y el beneficio mutuo es mayor”. En síntesis, una vivienda intergeneracional es una oportunidad que “prolonga el tiempo de vida independiente, evita el aislamiento, la soledad y el miedo” (Mayor, 2019).
En el segundo caso, el proyecto enfocado en niños y niñas en situación de orfandad parte de la sensibilización sobre la situación de emergencia de los orfanatos tras la pandemia. El planteamiento arquitectónico y programático se propone ir más allá de la “casa hogar”. Como antecedente, cabe mencionar que para la creciente crisis del siglo XIX se acuñaron nuevos términos que ayudaban a explicar las definiciones adoptadas por varias organizaciones sociales internacionales que posteriormente adoptaron una definición más amplia sobre la orfandad a mediados de 1990, cuando el SIDA causó millones de muertes de padres y madres, privando a una población importante de menores de edad del cuidado de ambos progenitores.
“Como ocurre con todas las crisis y pandemias sanitarias, los niños más vulnerables corren un mayor riesgo de quedarse sin el cuidado de sus padres debido a la muerte” (Fore, 2021). En ciertos casos, los niños y niñas huérfanos de ambos padres llegan a estar bajo el cuidado de familiares cercanos. “(...) en algunas ocasiones pueden ser atendidos y cuidados en orfanatos, instituciones, de carácter público o religioso, en donde se les alimenta e imparte educación de forma gratuita” (Redacción, 2021). Las diferencias entre la terminología empleada, en diferentes partes del mundo, pueden tener efectos sobre las políticas y programas que están orientados a la niñez.
“La COVID-19 arrebató a miles de niños y adolescentes el abrazo de sus padres, tíos y abuelos. Algunos quedaron al cuidado de familiares, pero otros pasaron a vivir en centros de acogida del Estado, donde reciben atención integral hasta cumplir 18 años de edad” (Ascarza, 2021). A mediados de 2019, en Ecuador, el Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES) recabó algunos datos sobre el ingreso de menores a casas de acogida durante todo el período de cuarentena, a causa de la pandemia mundial. Entre marzo de 2020 y junio de 2021, el MIES contabilizó un total de 756 nuevos ingresos en los albergues del Ecuador. “La cifra es mayor a los 739 menores que ya permanecían en sitios de acogida desde años anteriores hasta febrero del 2020” (Diario El Universo, 2019). Los motivos del ingreso de los infantes a los centros de acogida en el período mencionado son diversos. Entre ellos están: Por negligencia: 328 casos. Por abuso sexual: 115. Por maltrato y negligencia: 70. Por Abandono: 65. Por solo maltrato: 59. Por trata: 18. Por presunta violencia sexual: 17. Por otros motivos: 84 (datos tomados de la Matriz de Esclarecimiento Legal 2021 - MIES). “Son más de 3.000 menores de edad que están bajo la custodia del Estado, en unas condiciones lamentables” (Espinosa, 2021) (Figura 13).
Fuente: Diario El Universo (2019)
A nivel mundial, se sabe que “millones de niños, niñas y adolescentes alrededor del mundo viven en acogimiento institucional, donde carecen de un ambiente propicio en el cual puedan alcanzar su máximo potencial.” (Gale & Calero, 2016). “Al menos 2,7 millones de niños viven en centros residenciales en todo el mundo (...) es probable que las cifras publicadas en Child Abuse & Neglect sean sólo la punta del iceberg, ya que se ha encontrado que en la mayoría de los países hay amplias lagunas en la recopilación de datos y la precisión de los registros.” (UNICEF, 2017). Sabiendo que existen instituciones que brindan apoyo a niños y niñas huérfanos, es fundamental brindar herramientas, a través de la arquitectura y el diseño de espacios, acordes a su descubrimiento y crecimiento personal y social. Si bien la gestión, la inversión y las políticas públicas son fundamentales para enfrentar esta situación, un proyecto arquitectónico podría representar un apoyo al otorgamiento de ese necesario ambiente propicio para el desarrollo de niños y niñas en situación de orfandad.
4. Resultados. El espacio intermedio como estrategia proyectual ante la crisis
4.1. Habitar la “nueva normalidad”. El espacio intermedio como base para el diseño de un proyecto residencial intergeneracional
En la parroquia Calacalí ubicada en Quito, Ecuador, se desarrolla el diseño arquitectónico de una residencia intergeneracional con enfoque en el habitar de la “nueva normalidad” basado en la estrategia de espacios intermedios. La “nueva normalidad”, término ocupado tras la emergencia sanitaria producida por el virus COVID-19 en el año 2020 presentó cambios en la cotidianidad. Entre ellos, los nuevos modos de habitar, debido a que se plantea a la vivienda como refugio, espacio de recreación, lugar de trabajo y de estudio, con habitantes de diferentes edades y diversas maneras de vivir, provocando en la vivienda conflictos entre el espacio, el usuario y las diferentes actividades que se realizan de manera simultánea.
El diseño de este proyecto nace con la intención de integrar a la ciudad y a la vivienda generando un “nuevo lugar” para la interacción social. Mediante el análisis de referentes teóricos y proyectuales, se determina que este nuevo lugar son los espacios intermedios, los cuales no poseen una función determinada, no obstante propician el encuentro con los otros. El proyecto arquitectónico plantea como resultado diferentes tipos de espacios de interacción social, además de una adaptación a las diferentes maneras de vivir en la “nueva normalidad”, ya que se diseñan viviendas adaptables a usuarios de todas las edades que viven individualmente, en parejas y o en familias, para que dichas viviendas puedan crecer o decrecer según las actividades y necesidades de quien las habite.
Como objetivo general se planteó diseñar un edificio residencial intergeneracional en Calacalí basado en la aplicación de espacios intermedios, a través de investigación teórica y análisis de referentes de la arquitectura intergeneracional, para obtener un proyecto que mejore las condiciones espaciales de la vivienda en la “nueva normalidad”. Metodológicamente, el trabajo se construyó con base en cuatro partes principales: investigación, análisis de referentes proyectuales, reconocimiento del sitio y diseño de la propuesta arquitectónica. En primera instancia, se analizó la teoría de las viviendas intergeneracionales y su capacidad de otorgar espacios para la socialización entre individuos de diferentes edades que se ayudan mutuamente en actividades cotidianas. A continuación, se estudió el concepto de la “nueva normalidad” y los problemas existentes en la vivienda, entrelazándose con la teoría de los
espacios intermedios, actualmente inexistentes en la vivienda, especialmente en la estandarizada. Complementariamente se analizaron cuatro referentes, donde se profundiza en los espacios sociales e individuales y cómo materializan la transición de espacios públicos, colectivos, comunitarios y privados, con diferente espacialidad y funcionalidad, permitiendo dinámicas heterogéneas.
Seleccionar el lugar donde se emplaza el proyecto fue uno de los puntos clave del proceso. Observar el entorno inmediato, la contextualización y su morfología permitieron tomar decisiones de diseño donde cada estrategia se obtiene de cada uno de los análisis y observaciones. El producto final se caracteriza por contar con una serie de espacios dinámicos y heterogéneos para el disfrute de múltiples generacionales en la “nueva normalidad” (Figura 14).
Análisis de Calacalí, su entorno inmediato, ubicación y perfil del terreno [Figura 14]
Fuente: Elaborado por las autoras (2022)
En Calacalí, entre la tasa de juventud y envejecimiento existe un 15,23% de diferencia, siendo la población joven y adulta la más numerosa, en contraste con los adultos mayores. No obstante, al ser una zona rural, el porcentaje de las personas longevas está en aumento, ya que los jóvenes y adultos migran a las grandes zonas urbanas en busca de nuevas oportunidades laborales y nuevas condiciones de habitabilidad. El proyecto propuesto presenta un “nuevo lugar” que ayudará a mitigar esta migración, haciendo que puedan vivir en colectividad generaciones antiguas y nuevas. El análisis del sitio se realizó con base en cuatro puntos: a) Localización: se observan aspectos básicos como la ubicación, los rangos de edades y la población existente. b) Morfología territorial: se determinan las características del sector que permiten la accesibilidad y las factibilidades que posee el lugar, entre las cuales se estudiaron llenos y vacíos, uso del suelo, equipamientos, movilidad y topografía. c) Dinámicas del lugar: se analizaron las dinámicas particulares de los habitantes de Calacalí, así como los espacios de socialización que poseen, qué tipo de actividades realizan y los flujos más frecuentes de los residentes de la zona. d) Estudio del entorno inmediato: se analizaron la geometría y la implantación según la normativa, así como las condicionantes naturales y artificiales que inciden en el terreno. De este proceso se obtuvieron una serie de estrategias propias del lugar. Se tomaron decisiones por medio del estudio de la incidencia de condicionantes naturales y artificiales en el predio seleccionado, tales como: frentes continuos, alturas de edificaciones aledañas, topografía pronunciada, asoleamiento y visuales destacadas (al haber grandes montañas alrededor) y de vegetación alta.
Para determinar el programa y el usuario, se realizó un análisis de las necesidades de los usuarios. Esto determinó cuatro ejes principales para el diseño del proyecto:
a) Niños/as: realizan actividades bajo la supervisión de un adu lto responsable y, por ende, se gestiona el diseño de u na guardería, la cual tiene una terraza mirador interna, donde solo se ti ene permitido el ingreso a los menores para salvaguardar su integridad.
b) Jóvenes: realizan actividades extracurriculares, ya sean escolares o colegiales. Se diseñan aulas donde se puedan realizar tareas asistidas por profesionales, además de un patio de interacción que se conecta a espacios de ocio y esparcimiento.
c) Adultos: requieren de espacios de ocio, por lo tanto, se diseñan talleres de dibujo y pintura que se pueden extender a través de una plaza elevada en la cual se pueden exponer los productos finales.
d) Adultos mayores: necesitan un lugar de ayuda médica asistida, por lo que se diseña un centro médico del día que cuenta con ayuda médica básica para emergencias. Adicionalmente se conecta con un patio de contemplación y descanso que permite disfrutar del aire libre (Figura 15).
PROGRAMA ARQUITECTÓNICO
Isometría explotada del programa arquitectónico y sus espacios intermedios [Figura 15]
Fuente: Elaborado por las autoras (2022)
En cuanto a las estrategias teóricas, estas se derivan de la reflexiones y conclusiones extraídas desde la teoría del “habitar la nueva normalidad”. Se determinaron estrategias arquitectónicas como el diseñar para personas cuyas edades son diferentes, así como la flexibilidad y adaptabilidad del espacio para las diferentes actividades a realizarse y la reestructuración de los espacios de socialización. Por otro lado, la teoría de espacios intermedios nombra cuatro espacios importantes en los cuales se puede apoyar el diseño arquitectónico para lograr las interacciones sociales: el patio, las terrazas como miradores, la plaza en las alturas, y las calles en el aire (Figura 16).
ESTRATEGIAS DE DISEÑO
Estrategias de diseño arquitectónico [Figura 16]
Fuente: Elaborado por las autoras (2022)
ESPACIOS INTERMEDIOS
[Figura 17]
Espacios intermedios como estrategia en el proyecto arquitectónico
Fuente: Elaborado por las autoras (2022)
PLANTA ARQUITECTÓNICA
Planta arquitectónica del proyecto especificando de los espacios intermedios implantados en el diseño [Figura 18]
Fuente: Elaborado por las autoras (2022)
MÓDULO HABITACIONAL
[Figura 20]
Módulo habitacional del proyecto y su conexión con los espacios intermedios
Fuente: Elaborado por las autoras (2022)
Perspectiva general del proyecto [Figura 21]
CORTE
En términos pragmáticos y desde el análisis crítico, el proyecto se materializa gracias a una serie de estrategias de casos de estudio que determinaron estrategias de diseño internas como: un espacio distribuidor de actividades dentro de la vivienda, el espacio intermedio como conexión entre lo público y privado, el vacío como ayuda especial para conexión en altura, balcones estratégicamente propuestos y habitaciones satélites. Estas últimas implican una extensión de la vivienda, para que esta pueda crecer o decrecer según la necesidad de quien la habite, realizando combinaciones entre las habitaciones satélites, viviendas individuales y de pareja. Adicionalmente, se definieron estrategias de diseño exterior con los patios como protagonistas, en los cuales se pueda interactuar con habitantes de diferentes edades. Adicionalmente, jardines y terrazas que generen apertura al aire libre y plazas urbanas rodeadas de actividades que las activen.
4.2. Más allá de la casa hogar: proyecto arquitectónico del orfanato para niños y niñas en Quito
El proyecto arquitectónico propone el diseño de un orfanato para niños y niñas, ubicado en el Barrio La Alameda de la ciudad de Quito. Comenzando con la investigación de antecedentes his tóricos y tipológicos, se desarrolló el planteamiento del problema buscando interpretar de forma general la realidad de los orfanatos en la ci udad. Tomando como punto de partida la conceptualización, el estudio s e divide en dos partes, concatenando la parte teórica con el proyecto arqui tectónico centrado en la arquitectura infantil. Así, se realizó una aproximación a la teoría de los ambientes de aprendizaje de Richard Neutra y el pro yecto arquitectónico del Estudio FP Arquitectura que materializa esta id ea. Por otro lado, se realiza un estudio de la teoría que expuso Aldo Van Eyck sobre el concepto de in-between con el desarrollo del Orfanato de Amsterdam, y el trabajo de Herman Hertsberger y la Escuela Montessori.
Para determinar el área de oportunidad donde se implanta el proyecto, se realizó un análisis urbano a tres escalas: barrial, el entorno inmediato y el estudio de la zona de oportunidad. Los resultados de la exploración urbana ofrecen el punto de partida para la concepción volumétrica en conjunto con las estrategias morfo-tipológicas y teóricas que brindó todo el estudio previo. El trabajo concluye con la aplicación de los conceptos y estrategias en un programa variado que busca la relación directa de los ambientes individuales con las zonas de actividades colectivas.
El objetivo general es diseñar un orfanato para ni ños y niñas en la ciudad de Quito, a través de la investigación teórica, contextual y tipológica, para ofrecer un diseño que contenga b uenas condiciones de habitabilidad para los infantes. Metodológicamen te el trabajo está estructurado en cuatro fases principales consecutiv as: análisis y síntesis, conceptualización, contextualización y desar rollo arquitectónico desde las estrategias derivadas de los procesos pre vios. En la fase de la contextualización, se realizó el análisis del lugar en tres escalas: nivel barrial, entorno inmediato y área de oportunidad.
Con respecto al lugar, se analizaron tres diferentes escalas para comprender las relaciones entre ciudad-barrio-manzana-lote. A nivel barrial, se realizaron varios estudios generales que evidenciaron las relaciones espaciales y dinámicas entre el barrio La Alameda y barrios aledaños. Para el análisis del entorno inmediato, se tomaron manzanas aledañas al predio. Este análisis, conformado por varios parámetros urbanos, identifica el dinamismo del área seleccionada con el resto del barrio. Para la fase final del análisis
del lugar, se estudia el área de oportunidad donde se implantará el proyecto arquitectónico, explorando las normas dictadas por el IRM, la geometría y la topografía del predio. Para determinar los parámetros específicos de diseño, se realizó una matriz de análisis morfo-tipológico del área de oportunidad sobre la especificidad del predio (Figura 22).
BARRIO LA ALAMEDA - QUITO
Como parte del proceso, se estudiaron temas para t ratar las particularidades del proyecto específico. Era neces ario conocer los antecedentes tipológicos y establecer una clasificaci ón de hogares para niños y niñas dependiendo del tiempo de estadía de los menores en estos centros sociales, ya sea temporal o permanent e, teniendo estos últimos diferentes características. En primera inst ancia se encuentra el Internado o Casa Hogar, que tiene como finalidad proteger al menor que se encuentra en estado de abandono, ya sea en o rfandad total o parcial, es decir, huérfano de ambos padres. Pastor Montero (2013) expone que este sistema de albergue crea un ambiente similar a un hogar natural para que los infantes crezcan. En la mayorí a de los casos, los responsables de este nuevo hogar son un matrimonio que deberá cumplir algunos requisitos y que hacen la función de p adres. El propósito es velar por el menor, brindando las mismas comodid ades de un hogar auténtico, incluyendo el afecto y todas las oportun idades para, de esta manera, lograr formar al menor con bases sólidas. P or otro lado, está el internado de ocupación familiar, un modelo que busc a brindar al menor de 0 a 10 años una familia sustituta. “Tienen la mi sma finalidad que la casa hogar, peligro de abandono o peligro moral, o estado transitorio de crisis personal o familiar.” (Pastor, 2013). Fin almente, se encuentran los hogares de acogida temporal, albergues de carácter transitorio, donde se gestionan cuidados a niños cuyos familiare s son incapaces de cuidar de ellos. Para este proceso, se siguen las l eyes en vigor, donde las autoridades a cargo establecen el proceso neces ario para integrar al menor en un hogar de acogida temporal (Blatt, 2018) .
A manera de enlace entre teoría y proyecto, se realizó una revisión de los ambientes de aprendizaje. El trabajo de Richard Neutra es ampliamente conocido por sus casas, algunas de las cuales son consideradas modelos ejemplares de la arquitectura residencial. Sin embargo, al ser tan extensa su actividad profesional, tuvo encargos de otra índole, entre ellos la arquitectura escolar. “Richard Neutra buscaba comprender y hacer visibles los procedimientos proyectuales con los cuales relacionaba los espacios interiores cubiertos y climáticamente protegidos de sus escuelas, con los espacios exteriores que las rodeaban” (Puentes, 2014).
[Figura 22]
Perspectiva general del proyecto
Fuente: Elaborado por las autoras (2022)
El proyecto de la Escuela Elemental Kester Avenue, en California, 1951, es un proyecto que consiste en un nuevo modelo de escuela donde Neutra realiza una propuesta que integra la cultura ar quitectónico-educativa (Figura 23). Otro proyecto que toma en cuenta los ambientes de aprendizaje es el Jardin Infantil Rodrigo Lara Bonilla, por FP Arquitectura, Cali, Colombia, 2019. El proyecto se implanta en una zona verde con un gran número de árboles, con el fin de integrar la naturaleza con los espacios educativos. La disposición depende de la ubicación de los árboles existentes, lo que permite una amplia zona verde arborizada.
En cuanto a las estrategias contextuales , destaca la topografía del predio que evidencia la variación de nivel en s entido transversal y longitudinal. La volumetría del predio donde se considera el emplazamiento presenta una condición de línea de fábrica y tres p isos desde el nivel de la calle. Las líneas del entorno generan una malla de llenos y vacíos. El acceso responde a los flujos de circulación y al ún ico acceso al proyecto según la especificidad del programa. La altura resp onde a las preexistencias de la elevación de las construcciones vecinas. La inclinación de las cubiertas responde al entorno y a las características propias del centro histórico, pero desde una reinterpretación. La prop orción en fachada ha sido tomada de los vanos y llenos de las fachadas vecinas, también reinterpretada y aplicada al proyecto mediante una malla dinámica.
De los estudios específicos se derivan las estrategias teóricas, las que, aunadas con las estrategias contextuales y el programa arquitectónico, determinaron de forma general la zonificación de las actividades planteadas. Se desarrolla de forma especializada cada espacio del proyecto. El patrón disperso de tipologías permite distribuir las actividades para impedir la segmentación. El patio como elemento central juega entre el lleno y el vacío y busca la relación entre el adentro y el afuera, complementando cada espacio con el exterior de forma dinámica y multidireccional. El espacio exterior activo busca darle características adicionales al patio con el uso de la vegetación, el mobiliario y la textura del suelo, enfocándose en el aprendizaje y el ocio Las dobles y triples alturas en zonas específicas generan una espacialidad dinámica y de interrelaciones en vertical. El Mueble como complemento proporciona apoyo a las actividades a realizarse (Figura 24).
Diagrama de estrategias de diseño [Figura 24]
Fuente: Elaborado por las autoras (2022)
Con las bases previas, se procedió a trabajar en el proyecto y programa arquitectónico. El diseño de un orfanato para niños y niñas, ubicado en el Barrio La Alameda, cerca del Centro Histórico de Quito, es un proyecto que se configura a partir de un programa variado que busca la relación directa de los ambientes con el patio o las zonas de actividades (Figura 25), de tal manera que el vínculo entre aprendizaje y juego sea directo. En la segunda fase para la concepción de los espacios del proyecto, se agrupan y extraen los programas estudiados de los referentes teóricos y arquitectónicos, dando como resultado uno que responde a las necesidades del orfanato. De esta forma, se presenta un programa completo y con espacios relacionados entre sí, que buscan la relación entre las gradientes de privacidad, partiendo de lo colectivo, lo comunitario y lo privado (Figuras 26, 27, 28, 29 y 30).
PROGRAMA ARQUITECTÓNICO
Programa arquitectónico, zonificación general y espacios complementarios. [Figura 25]
Fuente: Elaborado por las autoras (2022)
ESPACIOS INTERMEDIOS
Espacios intermedio externo e interno como estrategia de diseño [Figura 26]
Fuente: Elaborado por las autoras (2022)
PLANTA NIVEL 0.00+
Planta arquitectónica nivel 0.00 identificando los espacios intermedios externos e internos [Figura 27]
Fuente: Elaborado por las autoras (2022)
MÓDULO HABITACIONAL
Fuente: Elaborado por las autoras (2022) [Figura 29]
Módulo habitacional del proyecto para infantes, su distribución general y división de áreas internas
Módulo habitacional del proyecto para infantes, su distribución general y división de áreas internas [Figura 30]
Corte en perspectiva del proyecto arquitectónico y su espacialidad [Figura 28] CORTE EN PERSPECTIVA
Fuente: Elaborado por las autoras (2022)
5.
REFLEXIÓN
FINAL. COYUNTURA, PROCESO, ESTRATEGIA Y SENSIBILIZACIÓN
En 1922 Pierre Winter escribía para el número 15 de la revista
L’Esprit Nouveau, a manera de metáfora para la arquitectura, que un espíritu nuevo requería de un cuerpo nuevo. En su texto asegura que el descubrimiento más extraordinario de nuestro tiempo es la salud física como base de la salud mental. Un siglo más tarde, esta premisa se muestra aún más vigente, pero a través de una relación bidireccional. El papel de los espacios que habitamos adquiere cada vez más connotaciones simbólicas, pero paradójicamente se requieren soluciones pragmáticas. Aquello que se fue difuminando a lo largo del siglo XX vuelve a considerarse como imperativo: la estabilidad mental depende de múltiples factores, entre ellos, de un entorno físico saludable.
Esta afirmación se basa en la aproximación de arquitectos cuya retórica del edificio saludable se apoyaba en la experiencia real de cuerpos enfermos. Por ejemplo, Richard Neutra, hacia 1929, consideraba a la arquitectura como una rama de la medicina preventiva. Paulatinamente fue reafirmando esta postura e integrando a la salud mental, donde su teoría de la arquitectura versaba sobre la intersección entre cuerpo y cerebro (Colomina, 2021).
Un siglo más tarde, los avances científicos corroboran, a través de estudios de neurocientíficos y psicólogos, que la región del hipocampo del cerebro está en sintonía con la configuración de los espacios que habitamos. En un afán de interdisciplinariedad, nacen grupos de investigación en “neuroarquitectura” que estudian el efecto cognitivo potencial del espacio construido en el comportamiento humano, con referentes como Juhani Pallasmaa. De forma breve se plantea en la introducción de este texto que la arquitectura siempre ha asociado cuerpo y espacio, pero que, como menciona Colomina, es un “cuerpo médico” cuyo diagnóstico implica nuevas posiciones para el diseño y para la representación arquitectónica.
Los trabajos de titulación aquí presentados surgen también de una observación empírica de los cuerpos en confinamiento. De pretender, así como la arquitectura moderna quería ser una cura, aunque desde una gran modestia, que sus propuestas representen una tregua y una estrategia a la arquitectura de la “nueva normalidad”, en especial para los usuarios más vulnerables. El punto clave son los espacios intermedios, estos lugares de transición entre el interior y el exterior, lugares de convivencia que nos recuerdan que somos seres sociales. La vivencia en el propio cuerpo de las carencias del habitar contemporáneo despertó nuevas sensibilidades; no obstante, para canalizarlas eran necesarios procesos con metodologías concisas que aúnen esa nueva empatía con la teoría y el proyecto, con el análisis, la síntesis y la aplicación.
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PRIMERA MENCIÓN
VIVIENDA COLECTIVA, CIUDAD Y JARDINES EN AMÉRICA LATINA
Pequeños o grandes, los jardines son siempre infinitos y por eso decidí no medir ni un centímetro cuadrado o lineal más en la vida (González, 2018, p. 207)
El interés por este tema de investigación surgió durante el muy prolongado confinamiento del segundo año de la pandemia en Colombia en 2021, mediado por una inexplicable nostalgia de una vida ciudadana exterior, de contacto con la naturaleza y con la ciudad. Lo anterior pareció consolidar una añoranza de jardines como habitaciones, para salir de la casa propia y habitar más afuera que adentro, como quizás ya se puede.
Prólogo / contexto
Este trabajo hace parte de un proyecto de investigación vigente que reflexiona sobre la relación entre el espacio abierto común y el habitar colectivo en la Bogotá de las últimas décadas del siglo XX hasta hoy. Las formas de producción del tejido residencial de las iniciativas públicas de grandes piezas de ciudad a partir de los años cincuenta, en el contexto de experimentos similares de vivienda en América Latina, fueron de una escala equivalente a la que ahora desarrolla el sector privado con una serie de tipologías en altura, usualmente cerradas y centradas en los espacios comunes.
En este escenario, la priorización de lo comunal/cerrado sobre lo público/abierto ha incidido en las formas de vida en comunidad, en ocasiones divergentes de las visiones de ciudad consignadas en las agendas urbanas locales y globales. De esta manera, estos espacios comunes se constituyen como un conjunto de imaginarios arquitectónicos, inmobiliarios, sociales y culturales, comparables espacialmente en un contexto de ciudad, para indagar sobre su carácter de paisaje urbano privado y su rol como escenario de las formas de vida colectiva en nuestras ciudades.
En Colombia, la calidad de la vivienda suele no contemplar el entorno o el paisaje, y aún es incipiente este ámbito en la regulación urbana local. De hecho, la medición de déficit habitacional en Colombia (DANE, 2009) históricamente no ha contemplado las variables del entorno y se centra en las condiciones constructivas y de acceso a servicios públicos de las unidades de vivienda. Así, a propósito de la convocatoria “Espacios comunes, espacios intermedios: el paisaje urbano en América” y del interés por el espacio intermedio, otras evaluaciones alternativas de calidad de la vivienda han apuntado al entendimiento de tres escalas: la unidad, la ciudad y la escala intermedia1 (Concha, 2016), siendo esta última la escala de interés de la investigación y de este escrito, en vista de que una revisión de una muestra significativa de proyectos colombianos de vivienda colectiva contemporánea del Observatorio de Vivienda2 arroja que la mayoría de proyectos fallan en la escala intermedia, particularmente en la relación de público, comunal y privado. Por su parte, las políticas sectoriales y territoriales definen normas de carácter monetario o cuantitativo, por lo cual es importante entender también de manera cualitativa y espacial nuestros paisajes residenciales, al igual que una evolución retrospectiva de su rol en la ciudad.
De esta manera, el texto a continuación resulta de un interés personal y del mencionado proyecto actualmente en curso. Sin embargo, teniendo en cuenta la naturaleza de la convocatoria, presento un ejercicio híbrido y de estructura abierta para tratar de explorar con un poco más de libertad al respecto. Incluyo algunas de las ideas que he considerado relevantes para la reflexión sobre el tema en el contexto de América Latina, e igualmente agrego algunos dibujos, fotos y textos personales, que pretenden ser un recurso para transmitir una vivencia cotidiana, ciudadana y no solamente técnica sobre el tema. El objetivo es enriquecer la investigación en curso, con un relato en construcción permanente sobre la ciudad, la vivienda y el paisaje, como texto, como material escrito y gráfico, como posible guion museográfico y también como registro de un proceso que abra un diálogo en la región.3
1 “Los tres ámbitos (ciudad, agrupación, unidad) conforman la calidad de la vivienda.” En Concha (2016), con base en metodología del Observatorio de Vivienda, C. Escallón.
2 Desde 2006, incluyendo algunos proyectos de vivienda de fechas anteriores a la creación de este observatorio en Colombia.
3 Todas las imágenes presentadas en este trabajo son de elaboración propia del autor.
Este trabajo se estructura en seis partes: la primera establece en esencia los conceptos y los ejes temáticos de lo colectivo, lo residencial y el paisaje en el contexto de América Latina; la segunda contextualiza la llegada del jardín a la ciudad y a la vivienda en el contexto de los modelos higienistas de principio de siglo; la tercera es específica sobre el desarrollo de la vivienda en Bogotá a partir de los años cincuenta; la cuarta habla del jardín como paisaje de lo común; la quinta es una hipótesis gráfica y escrita sobre una posible cronología del jardín común en Bogotá; y por último hay unas reflexiones finales en las cuales se realiza una síntesis tridimensional (como diagramas, pero en papel) de lo presentado como cronología y transformación del rol del jardín en la vivienda de la ciudad, utilizando esta técnica para caracterizar espacialmente las seis variaciones identificadas.
1. Introducción: lo colectivo, lo residencial y el paisaje
Lo colectivo y lo residencial
La relación de lo colectivo y la vivienda incide en las condiciones de vida y las formas culturales de la ciudad (Cerasi, 1990), dentro de la cual el espacio colectivo se define como “el conjunto de aquellos lugares, casi nunca homogéneos en su tipología, pero ligados por la unidad de su significado colectivo y por su cohesión determinada por la construcción histórica de la ciudad y de su imagen” y plantea que la investigación sobre lo residencial es siempre una investigación paralela sobre la ciudad y la transformación de la vida urbana.
Bajo esta perspectiva, la relación entre la vivienda y el paisaje supone el estudio de una serie de espacios intermedios,4 que posiblemente dan cuenta de cómo hemos habitado colectivamente en el tiempo algunos espacios abiertos en nuestras ciudades, en la transición entre la escala doméstica y la escala urbana, mediante el acercamiento al jardín común como objeto de estudio.
4 Jan Gehl en su libro La vida entre los edificios sostiene que “la vida ocurre en el espacio entre los edificios. La vida urbana pasa en las habitaciones de la ciudad” (Gehl, 2011).
América Latina y el paisaje residencial privado
En América Latina, las transformaciones ligadas a procesos migratorios acelerados y el crecimiento poblacional de las ciudades, particularmente en las capitales durante la segunda mitad del siglo XX, han producido en algunos sectores un paisaje urbano privatizado, fuertemente influido por los principios de la arquitectura moderna de la vivienda o mass housing, en ocasiones surgido de la urgencia por aliviar los déficits cuantitativos habitacionales, de un aprovechamiento del suelo mediante modelos más compactos de ocupación y de la búsqueda de alternativas a la ciudad autogestionada. En esa medida, las formas contemporáneas de vida en comunidad de las agrupaciones de vivienda colectiva, en especial las que son en altura, han producido un paisaje residencial seriado, y en ocasiones homogéneo, en el cual el centro de manzana, y en general el espacio abierto privado, es un escenario relevante de lo común en la ciudad.
En el libro compilatorio de la exposición Latin America Under Construction: Architecture 1955-1980, Bergdoll sostiene que “hacia 1980, las doctrinas desarrollistas que fueron a su vez soluciones y motores al crecimiento urbano significativo en América Latina, empezaron a ser cuestionadas (y remplazadas) por las economías neoliberales. Por su parte, para este tiempo, las ciudades latinoamericanas fueron convirtiéndose en megaciudades con los problemas propios del sur global (...) aun cuando en los 50s se creía que era la región que prometía mejores futuros urbanos” (Bergdoll, 2015). De esta manera, es relevante aproximarse al estudio de la ciudad de Bogotá en el marco de las ideas de experimentación y construcción de futuro, como característica, al parecer compartida, de la arquitectura latinomericana, para entender la evolución de la arquitectura de la vivienda colectiva de nuestras ciudades en el tiempo.
A propósito de esta transformación de las formas de producción de la vivienda, Patricio del Real (2011) sostiene que “los proyectos de vivienda del Movimiento Moderno explican muchos de los mecanismos de exclusión y el tipo de geografía que construyeron”. Al respecto, en gran parte de las grandes ciudades de América Latina, los proyectos de vivienda “formal” no solo se han convertido en una especie de contra-geografía de la informalidad, sino que en ocasiones la serialización parece reforzar estereotipos y provoca una serie de asimetrías, no solamente en las condiciones de vida sino también en la imagen de la vivienda en la ciudad, al punto de consolidarse en lo que pareciera ser un estigma tipológico.5
Altitud y Fundación de capitales latinoamericanas [Imagen 1]
5 La idea de “estigma tipológico” es un término propio que resulta de habitar y trabajar en la estratificada y segregada ciudad de Bogotá, en la cual hay un tipo de vivienda, de arquitectura y de construcción que es propio de la llamada “Vivienda de Interés Social - VIS”, que es diferente a la vivienda de mercado. De esta manera, es usual que haya quienes se refieran despectivamente a la “vivienda tipo VIS” y anuncios de vivienda de mercado que aclaran que “no es VIS” como una ventaja. Los topes económicos que se definen para las categorías VIS y No VIS los define el Ministerio de Vivienda, Ciudad y Territorio de Colombia y esto traza la diferencia entre las dos categorías de vivienda en el país.
Jardines y orden
Francis Hester, en su libro The Meaning of Gardens, sostiene que el jardín, entendido como el orden idealizado del mundo natural, revela una relación del control humano sobre una naturaleza por domesticar, y en esta medida, representa ideales del poder y dimensiones sociales relevantes en diferentes períodos del tiempo. El jardín es para Hester el lugar para nuevas “geometrías de ideas”, caracterizando así muchas veces los valores de nuestros tiempos, y por tanto, de nuestras ciudades. De esta manera, los cambios en la vida pública han incidido en las formas de los jardines, y estos trascienden de lo doméstico a los ámbitos más públicos y de carácter comunitario. Mediante los jardines nos conectamos con los sentidos, con los otros, con nosotros mismos y con la naturaleza, y desde la literatura bíblica, el jardín parece ser el primer lugar en el cual se crea un orden a partir del caos (Hester, 1990).
Bajo estos ejes de lo colectivo, la vivienda, la ciudad y el paisaje privado del jardín, en el contexto de América Latina, se busca indagar sobre una capital de cordillera como Bogotá, que, al igual que Quito, Caracas, La Paz, Sucre, Ciudad de México o Brasilia (ver Imagen 1), son ciudades de ladera y sin frente marítimo. De esta manera, reflexionar también gráficamente sobre la relación espacial entre vivienda colectiva, ciudad y paisaje puede dar cuenta de una parte de la historia reciente de la arquitectura y la ciudad latinoamericanas, con una urbe que ejemplifica la condición de
[Imagen 2]
Garden City Bogota
montaña, que define sus formas de crecimiento y, en gran medida, su identidad. Paralelamente, se busca identificar la transformación del rol espacial del jardín respecto a la vivienda colectiva de Bogotá en el tiempo, a partir de los años cuarenta, pues es desde los cincuenta que jurídicamente existe la figura para constituir agrupaciones de vivienda mediante Propiedad Horizontal, lo cual pareciera diluir las líneas prediales para dar origen a otras formas del espacio abierto de la vivienda.
2. La ciudad y el jardín, de Europa a Bogotá
La influencia del urbanismo europeo durante los añ os treinta y cuarenta produjo un repertorio importante de barr ios y arquitectura residencial relevante en diferentes ciudades de Amé rica Latina, donde se pudieron ver posiblemente implementados algunos de los principios del modelo de ciudad-jardín (Howard, 1898 y 1902). Aunque se ha dicho que en América Latina el concepto de ciudades-jardí n no fue implementado en la misma época y de la misma manera que en Estados Unidos e Inglaterra como modelo de planeación urbana, la e scala de aplicación fue la del “suburbio-jardín” y el “dormitorio-subur bio-jardín” de barrios de clases medias y trabajadoras (Hardoy, 1990). De esta manera, se habla más de una “difusión” como forma de imitación o importación cultural, que de una “transferencia” de un modelo impu esto por los gobiernos (Almandoz, 2004) en algunas ciudades de América Latina.
Ebenezer Howard, en su modelo de Ciudad Jardín, más que una ciudad con jardines, buscaba una ciudad entre un jardín, y la diferencia radica en que, más allá de la propuesta de que las viviendas individuales del entrante siglo XX contaran con los beneficios de un jardín privado conexo, se trataba de que en efecto el jardín público fuera el elemento aglutinador de la sociedad y estructurador de las ciudades (Álvarez, 2007).
En el caso de Bogotá, se buscaba en el mercado inmobiliario por parte de las familias pudientes bogotanas una idea de vivienda distinta a la casa colonial, que emulara en su contexto las propiedades paisajísticas y de habitabilidad de la vida campestre. De esta manera, se implementó en algunos barrios de la ciudad una lógica de viviendas unifamiliares semi-agrupadas y una aparente separación de funciones mediante “cinturones verdes” en forma de alamedas generosas, con el ancho suficiente para alojar arborización y conformar un paisaje urbano distinto para la época, como se muestra en la Imagen 2.
Si bien este tipo de barrios de viviendas unifamiliares aisladas o pareadas con zonas verdes fueron, en un inicio, más similares a lo que parecía promulgar el modelo, más adelante aquellos fueron relevados por un período de experimentos de grandes barrios de vivienda durante las décadas siguientes de los cincuenta, sesenta y setenta. De esta manera, el legado de los urbanismos higienistas del Movimiento Moderno, sumado a la anterior tradición de barrios-jardín, ha consolidado la importancia de estos espacios de pequeños paisajes como parte de la cultura urbanística y arquitectónica de nuestras ciudades.
Así, desde la publicación de Las Ciudades Jardín del Mañana de Ebenezer Howard (1898-1902), la difusión de las ideas de Le Corbusier con La Ciudad del Mañana y su Planeación (1929) y la integración a la política pública distrital del Manual de Urbanismo de Karl Brunner (1939-1940), en algo más de cuarenta años se reúnen, y quizás se podría decir que se integran localmente, algunos principios clave de una visión de ciudad que apuntaba a una mayor inclusión de la naturaleza en la arquitectura, pensando en sus beneficios asociados en términos de salubridad, embellecimiento urbano, posibilidades inmobiliarias y presumiblemente un mejoramiento de la calidad de vida, en relación con las condiciones, a veces precarias, de habitabilidad en los centros urbanos y periferias de origen informal aún en proceso de consolidación. De esta manera, la idea de integrar espacios verdes al diseño urbano y a la vivienda, se consolida a partir de una serie de discursos globales especialmente influyentes para el tejido residencial de Bogotá entre los años cuarenta y cincuenta, lo cual es común con algunas otras ciudades principales de Sudamérica.
3. Vivienda colectiva en Bogotá
Bogotá es una ciudad que ha crecido principalmente durante el siglo XX a partir de su centro colonial fundacional (1538) en dos sentidos: el primero es en la dirección paralela a los cerros orientales que se constituyen como el límite natural de la ciudad hac ia el norte y hacia el sur, por lo cual la otra dirección importante de ex pansión urbana es hacia el occidente, en suelo que en otro momento fue rura l, deteniéndose en el límite natural occidental del Río Bogotá.
[Imagen 3]
A partir de la década de los cincuenta, y gracias a la ley 182 de 1948 (Ley de Propiedad Horizontal), en Bogotá se permitiría que los ciudadanos tuvieran la alternativa de compra de un apartamento, teniendo en cuenta que, durante los años cuarenta, gran parte de la oferta de vivienda colectiva, como alternativa a las casas, estuvo en los edificios de renta, los cuales solo permitían la modalidad de alquiler. Un ejemplo de este tipo de edificios de la época se ve en la Imagen 4. Más adelante, edificios como el Centro Urbano Antonio Nariño (Imagen 5) ilustran la transformación no solamente tipológica, sino del jardín.
Por su parte, en 1972 surge el UPAC, derivado del Plan de Desarrollo Nacional de Las Cuatro Estrategias desarrollado por Lauchlin Currie, representativo como ejemplo de la planeación macroeconómica del Estado. De acuerdo con Zambrano (2007), igualmente durante esta década del setenta, “se adoptó la edificación de vivienda como forma de combatir el déficit habitacional (...) lo cual transformó la estructura socio-espacial de Bogotá”.
De acuerdo con los censos en Colombia, la ciudad d e Bogotá tenía 3´982.941 habitantes en 1985, 4´945.458 en 1993, 6´778.691 en 2005 y 7´181.569 en 2018 (DANE), lo cual indica que la población de la capital de Colombia se ha casi duplicado en un período de treinta años durante el cambio del siglo XX al XXI. De esta manera, si bien entidades como el Instituto de Crédito Territorial-ICT y el B anco Central Hipotecario a mediados del siglo XX buscaron aliviar los déficits de vivienda durante un período de tasas altas de crecimiento poblacional, este rol fue relevado a partir de la década del noventa por el sector privado y las Corporaciones de Ahorro y Vivienda.
Teniendo en cuenta el anterior resumen del panorama de la vivienda colectiva de Bogotá, surge la inquietud metodológica sobre cómo se ha abordado anteriormente el tema y cómo se puede estudiar de una forma quizás menos objetual y centrada en las plantas tipo y forma construida, para encontrar un hilo conductor al margen de las tipologías edilicias usuales (torres, barras) y explorar el espacio vacío diseñado en el cual se desenvuelve la vida en comunidad, los encuentros y los intercambios ciudadanos. De esta manera, la Imagen 6 muestra la diferencia entre una forma y otra. Estos planos de proceso son los que dan paso a la hipótesis del capítulo 5 sobre la cronología del jardín común.
En la Imagen 3, la cartografía de la ciudad se filtra de manera que únicamente se vean los espacios libres de las agrupaciones en Propiedad Horizontal, para poder visualizar con mayor claridad las similitudes y diferencias entre los diferentes tejidos residenciales en el tiempo y en el espacio urbano. Así, la imagen a continuación toma seis tipos de sectores de vivienda de manera cronológica, lo cual coincide con la dirección de la expansión hacia el occidente en un eje casi central respecto a la huella de toda la ciudad. Por su parte, se incluye un listado, también cronológico, de proyectos de vivienda paradigmáticos de un período de setenta años (1948-2018). Este listado ha sido construido con base en las diferentes
Bienales de Arquitectura Colombiana organizadas por la Sociedad Colombiana de Arquitectos, dentro del cual hay diez proyectos que han sido premiados desde su primera versión en 1964. Es importante aclarar que en la parte derecha de la imagen los tejidos residenciales destacados no necesariamente hacen parte de la selección de proyectos destacados por el mainstream arquitectónico gremial del listado en la parte izquierda, el cual usualmente ha premiado edificios singulares de vivienda, en una escala menor y no necesariamente del desarrollo urbano de grandes sectores residenciales.
Edificio centro [Imagen 5]
[Imagen 6]
Huellas vivienda
4. El jardín como paisaje de lo común
El jardín como naturaleza artificial y como paisaje arquitectónico se caracterizaría por ser una extensión y soporte de la vivienda, que para Darío Álvarez en El Jardín en La Arquitectura del Siglo XX se constituye como una serie de estancias exteriores, cuyo tamaño y forma están determinados por temas funcionales o actividades, y esto configura el jardín pensado como un repertorio de espacios. Por su parte, en cuanto al orden del jardín, este se organiza mediante la compartimentación de zonas, separadas entre sí, pero conectadas por los ejes-paseo del sistema general de recorridos (Álvarez, 2007). Bajo esta perspectiva, los centros de manzana ajardinados de agrupaciones de vivienda también suelen organizarse de acuerdo con un programa de actividades y, típicamente, unos senderos que conectan eficientemente los accesos a los edificios de vivienda con la ciudad.
Paralelamente, el jardín es concebido también como una arquitectura de los espacios exteriores y hace posible la creación de paisajes al interior de los edificios. De hecho, en su origen, el jardín de las domus (en la época romana) presentaba una visión cerrada de la naturaleza, un intento de atraparla y hacerla propia de la casa, cerrándose así al exterior para abrirse a un paisaje interior, creado a la escala humana (Álvarez, 2007). Esta idea es particularmente relevante para el estudio de los jardines comunales de las agrupaciones de vivienda, en la medida en que, al ser la misma arquitectura la que encierra el jardín y lo separa de la ciudad, este paisaje interior se constituye no solamente como como lugar seguro y amurallado por la vivienda, sino también como vista cercana de las unidades residenciales, y de alguna forma es también un parque, reducido a la escala de una comunidad.
De hecho, el concepto de jardín se utiliza en ocasiones como sinónimo de parque, pero el primero suele aludir a un espacio más pequeño y a un diseño más artificial geométricamente (Uerscheln, 2003). De esta manera, si bien en Bogotá en los años cuarenta, justo cerca al IV Centenario de su fundación de 1538 y en el auge de los barrios-jardín ya mencionados, se hablaba de una “vida privada de los parques públicos” (Cendales, 2020).
A partir de los años sesenta y en el tejido residencial de la ciudad contemporánea, se podría decir que actualmente hay también una vida pública relevante que está ocurriendo en los jardines privados de agrupaciones de vivienda colectiva.
5. Cronología y crónica del jardín común en Bogotá
Como ejercicio exploratorio, se busca hacer una ca tegorización cronológica para analizar la transformación del jar dín en relación con la vivienda en Bogotá, con una serie de etiquetas sencillas que, si bien pueden caer en generalizaciones, suponen algunas hipótesis sobre su carácter y rol en el espacio urbano en diferentes periodos de la historia de la ciudad, mencionando algunos ejemplos de proyectos de vivienda colectiva representativos de la arquitectura loc al. Igualmente, esta cronología está nutrida por algunas notas de campo, quizás buscando enriquecer este ejercicio de análisis con un compon ente de percepción personal e imaginación, a manera de crónica desde e l espacio exterior, en el contexto hipotético de los tiempos, en una ciudad andina latinoamericana en transformación.
Barrios-jardín: el jardín como salud y ornamento, el paisaje parcelado
Durante los años treinta y cuarenta, los llamados barrios-jardín surgidos de la mencionada difusión de algunas ideas del modelo de ciudad-jardín, se constituyen como sectores emergentes para clases medias capitalinas, con pequeñas casas pareadas o aisladas, antejardines y jardines traseros privados. Podría decirse que es un período en el cual el jardín es entendido como salud o higiene y como paisaje ornamental. Ejemplo de este período son barrios como Teusaquillo, La Merced o Quinta Camacho (Imagen 7).
Barrios-jardín: el jardín como salud y ornamento, el paisaje parcelado [Imagen 7]
La insólita pendiente, de quizás más de sesenta grados, de la cubierta de las casas de Quinta Camacho, La Merced y algunas de La Magdalena, hizo pensar a los bogotanos que podríamos estar preparados para la nevada de un invierno europeo y por tanto para que también nos permearan las ideas de una sonora “garden-city”, más allá de la imagen de una prosperidad prestada para la cual la ciudad se sentía extrañamente preparada. Sin embargo, no llegó la nieve, y no sabemos si la prosperidad. Posiblemente sí, pero a algunos barrios más que a otros.
La pendiente pronunciada también la tendrían las lomas llenas de déficit que crecerían falda arriba y falda abajo algunas décadas después, cuando el perímetro urbano estaría ya lejos de los techitos rojos inclinados que ilusionaban a las burguesías capitalinas y las conectaban con sus pretensiones de embellecimiento gracias a los nuevos barrios arborizados de una insólita Inglaterra en Sudamérica.
Edificios-parque: el jardín como recreación y apertura, el paisaje abierto
Por su parte, en las siguientes décadas de los años cincuenta y sesenta, las pequeñas casas en manzanas de loteos reticulares dan paso a agrupaciones de casas en hilera de menor tamaño y mayor eficiencia, sencillez e industrialización constructiva. De manera simultánea, con la llegada de los experimentos de vivienda moderna en América Latina, en Bogotá surgen ejemplos paradigmáticos de edificios-parque de gran altura y jardines colectivos, típicamente planeados para ser públicos, y más adelante cerrados para ser privados o comunales. Ejemplo de esto son las grandes torres entre jardines como el Centro Urbano Antonio Nariño en 1952, el Conjunto Bavaria en 1966 y las Torres Colseguros en 1967 (Imagen 8).
En lo que posiblemente sería la supermanzana de mayor tamaño en uso residencial de la ciudad, el país y quizás en toda Sudamérica, era necesario que los seis accesos peatonales y vehiculares del Centro Urbano Antonio Nariño fueran tan organizados por letras y números como lo debían estar quienes buscaron el orden tan cartesiano de la ciudad y de la vivienda a inicios de los años cincuenta en Bogotá.
La extensión y el silencio que tiene el ahora gran parque hermético, hacen dudar que este lugar se llame un Centro Urbano, pero en 1952 tendría que ser, sin duda, un centro de pensamiento sobre ese ya envejecido futuro. Como un gran jardín para la ciudad, hecho de pequeños y medianos jardines
[Imagen 8]
sin la nomenclatura alfanumérica de los edificios, Antonio Nariño es posiblemente la primera agrupación de vivienda en altura en la ciudad, diseñada desde el urbanismo racional e higienista que en América Latina ofreció tanto suelo disponible para la experimentación.
Agrupaciones abiertas verdes: el jardín como encuentro y recorrido, el paisaje público
Edificios-parque: el jardín como recreación y apertura, el paisaje abierto
Agrupaciones abiertas verdes: el jardín como encuentro y recorrido, el paisaje público [Imagen 9]
Luego, durante los años sesenta y setenta, se da una transición de los barrios de casas y los edificios de gran altura sobre plataformas o grandes espacios abiertos, hacia una serie de agrupaciones abiertas-jardín de baja y mediana altura con zonas verdes comunales, usualmente con el fomento de entidades estatales y con el apoyo del sector bancario de la época. Ejemplo de este período son agrupaciones como Pablo VI en 1966, del Instituto de Crédito Territorial, y la Unidad Residencial Alfonso López de 1967, proyecto de la Caja de Vivienda Popular. Las Torres del Parque de Rogelio Salmona se consolidan en 1970, con el apoyo del Banco Central Hipotecario, como uno de los ejemplos notables de agrupación abierta en altura (Imagen 9).
Sonaban versiones del rock n´ roll traducidas al español por Los Speakers, y más adelante sonaban las big bands de la cumbia colombiana y venezolana en emisoras, pero también en apartamentos modestos de las recién estrenadas agrupaciones de vivienda, ahora de edificios más bajitos que los de antes y más altos que las casas, pero con unas llamadas “zonas verdes” que idilizaban la seguridad de los niños, acompañándolos de utilería suficiente para jugar, hacer amigos y regresar tarde a la casa, ya que, en últimas, era como un jardín-prologación-de-la-casa, que diluía los límites pero eventualmente se convertían en una cada vez más necesaria reja, en su momento preventiva, un presagio para tiempos más oscuros de violencia e inseguridad en la ciudad en las décadas siguientes.
Eran tiempos de acceso clasemediero a empleos mal pagos pero aparentemente estables y llenos de garantías. La composición de hogares según el DANE era de casi cuatro personas por hogar y esto facilitaba enormemente el trabajo modular de los arquitectos d e la vivienda, pues todas eran de salón, comedor, cocina y por lo menos tres alcobas. Ser profesor de colegio o empleado bancario o de una cerve cería facilitaba acceso a créditos aparentemente blandos de unas súper entidades ya desaparecidas que, en tiempos de El Graduado, la balada ita liana y el brutalismo en altura de los centros de las ciudades colombianas, sin duda eran siglas 6 y entidades que parecían eternas a los fi eles de la h ipoteca.
Conjuntos cerrados-jardín: el jardín como activo inmobiliario, el paisaje vendible
Con la transformación del sistema de diseño y prod ucción de vivienda colectiva del sector público a las constructoras del sector privado y el surgimiento de las Corporaciones de Ahorro y Vivienda, durante los ochenta y noventa surge una escala distinta par a la vivienda multifamiliar en tiempos de gran inseguridad en el país, y son los conjuntos, usualmente edificios agrupados, francamente cerrado s hacia la calle y volcados alrededor de un espacio abierto central comunal, usualmente en la escala de manzanas. Una muestra de este tipo de conjuntos son las manzanas de Ciudad Salitre, con el ejemplo de El Tunal en 1984, la Nueva Santa Fe en 1987 y Almenares en 1996. Los tres proyectos de firmas reconocidas de arquitectos locales (Imagen 10).
6 ICT: Instituto de Crédito Territorial. BCH: Banco Central Hipotecario. CVP: Caja de Vivienda Popular. FNA: Fondo Nacional del Ahorro.
Posiblemente ningún funcionario del Banco Central Hipotecario imaginaría que sus tapetes institucionales sobrevivirían casi cuarenta años en las porterías del conjunto Dividivi, al parecer bautizado así en honor a un árbol con ese nombre. La renovación urbana de gran escala en Bogotá sigue siendo un mito y la Nueva Santa Fe es de los contados ejemplos construidos: una manzana por conjunto. Desde 1987 se instalaron ansiosamente cuatro rejas en las cuatro esquinas y esas rejas eran, por un lado, fuente de ruido del muy bulloso barrio Santa Bárbara y Las Cruces; pero por otro lado resquicios de gran escala y asomos seguros del centro de manzana hacia la calle. Estos asomos lejanos parecían más zaguanes bogotanos que el supuesto París que quiso replicar el arquitecto al soñar con míticas manzanas permeables. La permeabilidad quizás no haya tenido que ser necesariamente literal y funcional en contextos de ciudades latinoamericanas, inseguras desde su fundación, y en los ochenta más aún. Tal vez un día el gremio arquitectónico y urbanístico pueda estar en paz con esta realidad sin moralismos.
Conjuntos cerrados-jardín: el jardín como activo inmobiliario, el paisaje vendible [Imagen 10]
El éxodo: el jardín como residuo, el paisaje perimetral
A finales de los años noventa e inicios del siglo XXI, con la implementación de los macroproyectos de vivienda y especialmente con la priorización de los programas de Vivienda de Interés Social en la ciudad, las densidades habitacionales y regul aciones urbanas dieron paso a otras edificabilidades y estándares d e unidades mínimas, en las cuales la vivienda, tanto unifamiliar c omo multifamiliar, usualmente se agrupa alrededor de extensas zonas de parqueos en superficie que, al ser notablemente más económico q ue en sótano y por el sistema constructivo industrializado que r eemplaza el aporticado, se constituye como el paisaje abierto común de las agrupaciones de vivienda de clase media y de bajos ingres os en la ciudad, usualmente en sus periferias. Ejemplo: Ciudadela El Recreo, de Metrovivienda, en 2003. Los jardines reaparecen con generosidad en las agrupaciones de vivienda suburbana de munici pios vecinos al norte de la ciudad como Chía, Cajicá y La Calera. D e esta manera, el éxodo se da en la escala de cada manzana, pero tamb ién, de alguna manera, es un éxodo del perímetro urbano a lugares remotos, con el suelo edificable de la ciudad cada vez más escaso ( Imagen 11).
El éxodo: el jardín como residuo [Imagen 11]
Con el nuevo milenio llegaron unas distorsiones tip ológicas de casas miniatura en hilera, como barrios obreros ing leses pero con remedos de calles y encorralados en supermanzanas de un a hectárea para facilitar las cuentas de viviendas por hectárea, si n jardín trasero sino espacio disponible posterior para llenar y sin más jardín que el que permitieran unos centímetros de matera frente a ventan as de dos metros de frente con reja blanca en rombos, típicamente de las zonas sociales de las nuevas viviendas de un recién rebautizado “i nterés social” que se alzaba victorioso contra la satanizada informalidad .
Tanto casitas como edificitos de mampostería estru ctural y teja tipo Eternit se construyeron hasta los cinco pisos, en especial en unas neo-ciudadelas de alto potencial inundable al suroc cidente de la ciudad. El éxodo del jardín, sobre todo de la vivienda económica, terminaría llevándolo a desarrollos inmobiliarios de torres de lujo en la montaña y más adelante al ´suburbia´ sabanero, en donde se es taría replicando, una vez más, el sueño burgués de las cubiertas incl inadas de los años cuarenta, pero ahora sería en vivienda semi-campest re de cubiertas planas, colores ocres y oliva, nadando en dunas de jar dines bien podados de las impermeables agrupaciones suburbanas.
Pequeños retornos: El jardín ornamental y la biofilia integrada, el paisaje ruina
En las dos décadas recientes, y posiblemente detonado por una creciente dificultad de disponibilidad de suelo urbano y de expansión en la ciudad, simultáneo al desarrollo urbano de otros sectores de alta densidad residencial como Mazurén, al noroccidente, y La Felicidad, al occidente, en zonas de sectores consolidados se han estrenado una serie de proyectos de pequeños edificios-ensamble en englobes de algunos predios que completan manzanas existentes. Ejemplos de este período son piezas infiltradas de vivienda como los edificios Bohío, Suramérica, y Pasajes Residenciales, casos puntuales y merecidamente celebrados en el gremio arquitectónico por sus aportes a la ciudad y a la innovación en el diseño arquitectónico de vivienda de calidad, sin ser necesariamente de lujo. En 60 años de bienales, en la categoría de vivienda colectiva, diez proyectos en Bogotá han sido premiados entre 1962 y 2020, con la categoría desierta en tres bienales (2008, 2012, 2020) que justamente abarcan este último período de “pequeños retornos”. En 2018, Pasajes Residenciales y La Hoja (2015) fueron la excepción y ganaron el premio en esta categoría. La idea
del paisaje-ruina en este período tiene que ver, más que con la destrucción, con la manera en la que los jardines se integran a las pre-existencias y cambian radicalmente a una escala más pequeña y fragmentada que en períodos anteriores (Imagen 12).
Pequeños retornos: el jardín ornamental y la biofilia integrada [Imagen 12]
6. Reflexiones finales, síntesis en papel
La vivienda colectiva en altura en la ciudad contemporánea tiene el potencial de transformar la calidad de las ciudades en crecimiento en países en vía de desarrollo como Colombia. En esa medida, el estudio de la relación del espacio colectivo en la arquitectura de la vivienda en altura con la ciudad se ha podido abordar desde la revisión de los atributos cualitativos y espaciales de la escala intermedia. De esta manera, para validar el ejercicio de categorización cronológica de los tipos de jardín según su rol y vocación espacial en relación con la vivienda, se realizaron, paralelamente a los seis dibujos, seis maquetas de cartón plegado para tratar de abstraer la configuración espacial de estos vacíos verdes en el tiempo, como se ve en las imágenes 13 y 14.
Sobre la evolución del jardín en el tiempo, de los barrios-jardín a la biofilia, el jardín común contemporáneo en Bogotá quizás resulta la difusión de las ideas de ciudad-jardín horizontal 30s-40s, luego la ciudad jardín vertical 50s-60s, y por último de la privatización y comodificación del espacio abierto a partir de las políticas neoliberales de los años ochenta y noventa. Actualmente las políticas de cambio climático y las preocupaciones en contexto post-pandémico vuelven a poner en relevancia el tema del jardín, no solamente como un asunto de salud, funcional y de recreación, sino como un tema que habla de nuestras formas de vida en la ciudad.
Categorización cronológica de los tipos de jardín [Imagen 13]
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ANDANZA SENTIMENTAL DEL CUERPO EN LA CIUDAD INTERANDINA
Prefacio
El texto a continuación fue realizado bajo el marco inevitablemente amplio que define ya la palabra paisaje. A todas y a nadie pertenecen esos innumerables recovecos que solo podemos imaginar abarca la vastedad de su horizontal quietud. Lo urbano, por otro lado, nos contiene dentro de una específica conducta humana: la de la congregación. Sujeto a las interacciones plurales de una especie que tomó quizá demasiada conciencia de sí misma, el efecto espacial de nuestro gregarismo se ha visto así moldeado por esa pluralidad. Esto exige que la urbanidad sea reconocida no solo en su espacialidad sino también como la interacción de ideas, de derechos y de acciones que por siempre ha sido regulada por dinámicas de poder.
A diferencia de la cualidad relativa de parecer estar detenido que posee el paisaje natural, el paisaje urbano, desde los tiempos antiguos y más aún en nuestra contemporaneidad, ha existido en un estado de progresiva mutación. Bien dijo Baudelaire que la forma de una ciudad cambia más rápido que el corazón de un mortal. ¿Somos realmente sabios? ¿O solo seres necios intentando transfigurar en nuestras arquitecturas la penosa angustia que nos genera el pequeño espacio de tiempo que nos ha sido dado? Tal vez hemos sido ambos a lo largo de la historia, desde que por primera vez colocamos una piedra para llorar nuestras muertes y alteramos para siempre nuestra relación con la tierra y le dimos significado. La arquitectura es como un meteorito, cambia para siempre el paisaje.
Lo curioso de esta fabricación es que sigue siendo universal o, por lo menos, pública, no importa qué intimidad haya sido la causa de su quehacer. El paisaje urbano es todo aquello de lo que no somos dueñas, pero que de todas maneras podemos experimentar con nuestros ojos, oídos, olfato, tacto. Se constituye mientras caminamos, cuando de hecho nos aproximamos con nuestros cuerpos a lugares, admirados por las construcciones y las luces, sorprendiéndonos en cada esquina como enamorados. Es una experiencia extra-arquitectónica que depende de nuestra posición relativa por afuera de la arquitectura, no obstante, absolutamente determinada por ella.
Con este recorrido pretendemos reinstaurar el cuerpo, entender qué es este y su relación con el espacio por el que el paisaje urbano cobra sentido. Siendo habitantes de los Andes, nuestro experimento también requiere la recuperación de su sentido geográfico, junto con la realización de que no podemos realmente comprender la ciudad y la manifestación de nuestras vidas en ella, sin volver a la comprensión de sus ciclos y al fantástico abrazo alargado de su cordillera. Hemos de confesar, sin embargo, que nuestro ejercicio se queda corto. ¡Tanto más habríamos de abarcar por las vías que nos lanzan hacia su páramo! ¡Tanto más habríamos de apreciar en el inminente proceso urbano de sus ruralidades! El paisaje urbano también está en las parroquias lejanas, en sus viviendas y plazas centrales. No alcanzamos aquí a quebrar el imaginario centralizado del espacio civil. ¡Tanta más arquitectura y vida que podríamos haber registrado del paisaje ecuatoriano! Nos quedamos por el momento con estas breves apariciones en la capital interandina y el sentimiento que conmueve nuestra fugaz estadía humana.
Entrada
Lo importante ahora es recobrar nuestros sentidos. Tenemos que aprender a ver más, a oír más, a sentir más (...) En lugar de una hermenéutica, necesitamos una erótica del arte.
Susan Sontag
[Figura 1]
[Figura 2]
Observando, caemos alegremente en cuenta de que la humanidad siempre se ha congregado, con sus pequeños sistemas socioeconómicos, con sus lenguas y manifestaciones de arte, sujeta a un hecho arquitectónico primitivo e intacto: la búsqueda de cobertura. Esa intimidad multiplicada, emparejándose con sus almas vecinas, midiéndose y ayudándose, ha creado, con furor doble y a fuerza de supervivencia, el espacio civil. Es este espacio en el que nos movemos todos los días en el que la arquitectura, entre otras cosas, deja de ser arquitectura y se vuelve paisaje, donde requiere, como devengando poéticamente el opuesto de aquello que la justifica, ser contemplada necesariamente desde la intemperie. La vemos entonces ahí, durando, como petrificada, aunque sea solo durante lo que aguanta el flash –siempre son instantes los que conservan la forma de toda una época. Habiendo entonces extendido nuestras piernas sobre la vereda, abandonamos su propósito sagrado y nos aventuramos contra los elementos, donde el abrigo solo pueden proveerlo otras arquitecturas, o algún amigo. Se levantan las formas ante nuestros ojos asombrados y mansos, una hilera de casas que completan una plaza y un monte quebradizo que atrae hasta ella toda la fuerza de los cielos. A veces, si el Año Nuevo es frío, suele amanecer su cresta espolvoreada como azúcar impalpable.
Autores:
Nicole Alicia Ordoñez Jaramillo
Jaime Daniel Tilleria Durango
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Aquí la arquitectura se confronta consigo misma y, por segunda vez, con su circunstancia. Se ve dispuesta en un panorama en el que su individualidad pierde sus bordes. De hecho, en el paisaje, nos parece, todo pierde un poco su individualidad de alguna manera. El paisaje es la experiencia de una colección de presencias desde una distancia que exige la reducción de sus especificidades. Analizar cada una de estas presencias en su totalidad equivaldría a ampliar a retrato. Pero es justamente esa visión de la que queremos partir, la de la cara fija e histórica de nuestra arquitectura, la de la aldaba y los alféizares en frente de nuestros ojos cuando parados en la calle vemos nuestro edificio, nuestra casa, y la reconocemos en todo su doméstico color, dándonos la bienvenida o despidiéndonos, segura de seguir ahí cuando regresemos. A medida que nos alejamos, la vista y la experiencia abarcan más y más, hasta que lo que queda es solo arquitectura exhibida en toda su regia magnitud, o en la de su avergonzado abandono. Y nuestro cuerpo, nuestra piel y nuestros músculos que agotan sus dinteles, extenuados, son el testigo chamuscado de su forma, brillante por el sol ecuatorial.
[Figura 3]
[Figura 4]
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Nicole Alicia Ordoñez Jaramillo
Jaime Daniel Tilleria Durango
¡Cara architettura! ¡Querida arquitectura! Nada puede existir sin aproximación, sin proximidad, nos dice Lefevre, es decir, sin relaciones. De la misma manera nuestra ancestralidad andina nos dice que nada pervive fuera de su relación con los demás elementos del mundo, que toda forma de vida transcurre sus días según el principio de la relacionalidad.1
El paisaje precolombino, por ejemplo, supone siempr e una correspondencia ceremonial entre la acción humana y la naturale za, y su sistema tecnológico-simbólico de habitación en los distintos niveles ecológicos de los Andes es de gran interés para quien quisiera co mprender mejor nuestra relación con el paisaje construido, aunque su credo se haya ido desvaneciendo de a poco. De este modo hallamos en la arquitectura, como dato último verificable de la realidad, 2 no solo las convenciones simbólicas que nos comunican de vuelta el significado de nuestra e xistencia colectiva, sino el enfrentamiento directo, sublime, inaudito de nuestra presencia real contra lo más tangible de sus promesas.
1 Que nada existe por sí mismo, sino que depende de la existencia del resto de las partes del mundo. “Que ningún ente es principio de su propio ser, de este modo la ontología andina es siempre una inter-ontología.” J. Estermann.
2 La definición es de Rossi.
Daniel Tilleria Durango
¡Cara architettura! Tu belleza nacía de una inseparabilidad tácita con la tierra, con sus montañas y sus aguas. Después de los siglos, contra tu frente troceada chocamos, y ahora miramos fascinadas tu sombra y tu color reinterpretado mil veces, modificado a lo largo del altiplano laborioso. Hemos traído a ti conocimiento del otro extremo del planeta, hemos vertido sobre ti todo el estilo de las generaciones modernas, hemos prendido tus antorchas con todas las epistemologías, te hemos bañado en el ensueño de la electrónica y sus autómatas cortinas. Pero ¿qué es de ti sin la tierra? Verdaderamente, si queremos alcanzar el sol es porque tal vez no entendimos lo que entendieron los antiguos, que por su sombra es que lo medimos y lo comprendemos, que no es porque está alto sino porque calienta y nos hace crecer.
Esta brevísima andanza sentimental es apenas una p equeña irrupción en el paisaje urbano, un intento por rede scubrir ese calor, en un país que se jacta de recibir todo el sol posible del año. En un país en el que su geografía, lo único que nos pertenece y aquello por lo que ni siquiera luchamos, es el centro de su experienci a, lo que queremos es remontar a la piel hacia lo más profundo, a sent irlo todo, a espabilar esos poros adormecidos que ya poco sienten, a r eanimar ese nervio enajenado a los estímulos de la cordillera y desper tar nuestro párpado quieto a las vicisitudes de la nueva memoria.
Al paisaje urbano lo entendemos como la estetización del espacio civil, que con su calma fabricada pretende pasar el año sin que nadie se dé cuenta, esa plaza alumbrada a la que intentamos no lanzar nuestro pánico, pero a la que nos entregamos inimitables, en nuestra figura más completa y diversa. En este sentido, el paisaje urbano es siempre político. Es fácil estar de acuerdo con la metáfora de que la civilidad es como utilizar una máscara bajo la que nuestra privacidad es temporalmente retraída,3 que es el lugar donde nuestros monstruos son sujetados por un breve tiempo en el que interactuamos con “urbanidad” o “civilidad” (nótese cuando son usados como sinónimo de cortesía o respeto). Pero esta máscara resulta a veces solo una endeble funda de plástico, fácil de atravesar si la empujamos lo suficiente con los dedos. Y a veces así resulta la irrupción de nuestra intimidad en el paisaje urbano, rompiendo la membrana, creando las mismas fisuras que trotamos, haciendo temblar su pintura seca, abriendo su lienzo como un pecho que se desgarra, y así mismo lo experimentamos, a veces en agonía, a veces en placer.
3 Richard Sennett dice que el propósito de la civilidad es proteger a los demás de la carga de uno mismo.
La arquitectura como producto, y como primer estím ulo urbano, tiene la habilidad dual de enfrentar dimensione s sin aniquilarlas, de oponer los universos que al borde de su umbral amab le se miran de cerca y se entienden sin decirse una sola palabra, de crear espacios dobles en los que se encuentran las contradicciones que rigen nuestra humanidad. De ella depende tanto nuestro calor como nuestro fr ío, en ella se ve expulsada en el fulgor del tiempo y la materia tanto nuestra civilidad como nuestra privacidad. Sin embargo, la arquitectura como proceso, ejercida no solo para la búsqueda de cobertura o como labor creativa en la que se alboroza nuestro espíritu, sino como herramienta del poder y del control, ya que es el acto que mayor afectación tiene en el paisaje, puede en cambio ser colaboradora de muerte, de segregación y de olvido. La arquitectura no siempre es la agradable comunión de los esfuerzos humanos, muchas veces es la arrolladora coerción de una identidad sobre otra.
El cómo interpretar una arquitectura producida así en la actualidad, con tantos significados, requiere volver a pensar con los pies en el suelo, requiere primero la recomposición de nuestra relación con la tierra, afectada por primera vez por ese gran quiebre cosmológico que empezó con la conquista de Abya Yala y de los Andes. Sin embargo, este texto no brindará tal milagro, aunque espera que su mención baste para reconocerlo. Nuestro registro no puede jactarse de ser una interpretación escrupulosa, y no debe tomársela como tal. Es tan solo la fantástica aparición de uno y varios cuerpos en el paisaje, haciendo vibrar las cuerdas de lo civil, a ver si la máscara se
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[Figura 7]
quiebra o si habremos subestimado su capacidad elástica. Al final son nuestros amores los que nos dan más de lo que nos quitan. Es tal vez es solo una forma más en la que reconocemos el paisaje, pero también es un intento por naturalizar un amor, por implantarlo para siempre en la cosa que más fijamente está ahí. Como todo amor, experimenta una serie de disrupciones que tanto alteran su cara plana, pero que también nos cortan desde adentro. Está en el afecto con el que reconocemos la forma de una plaza, pero también en el asombro con el que notamos su piedra sangrienta, y su ladera pelada.
¡Cara architettura! Después del trabajo y los feriados, las votaciones y las fiestas populares, después de los amores y las muertes, solo quedas tú, y a veces ni tú.
[Figura 8]
[Figura 9]
[Figura 10]
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Jaime Daniel Tilleria Durango
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Cuerpo
Lo visceral es deliberado. El pulso atento de nues tros instintos ha sido modificado, pero no apagado. No hemos s ido apartados de nuestro sueño feral y precoz, que retirado de su la tir horizontal galopa hacia las llanuras, entre los venados y los pumas, solo hemos domesticado sus alucinatorias figuraciones. Anhelante po r hallar siempre el reino templado del descanso, pero lista para arder caminando por una avenida sin árboles, o asada entre la lata descolor ida de los vagones repletos, nuestra carne revive una y otra vez, entr e el estrépito urbano, una vieja sospecha: el espacio nos pertenece tanto como nuestro cuerpo, y no existe real significancia del uno sin el otro. En esta creencia reposa nuestra libertad, la libertad de movimiento, aquella con la que pretendemos surcar esta ciudad incaminable y erguir en cada una de sus esquinas, como gran monumento, el recuerdo de l a luz, de otros cuerpos, de la flor que invencible deforma el pavim ento, de la casa chaflanada en cuyos detalles geométricos rebota el hol lín, el gas quemado y la orina de paloma.
Hemos venido a resensibilizar nuestros cuerpos desensibilizados, a recuperar el fundamento de nuestros sueños, a revertir la analogía que en el siglo XVIII adjudicaba la cualidad de la circulación de la sangre a las avenidas de la nueva lógica urbana europea. Como gran (re)descubrimiento reconocimos en la higiene un aspecto fundamental para el progreso de la ciudad industrial. Para esto, la ciencia médica ya transformaba el imaginario del funcionamiento del cuerpo y del corazón, lo que afectó, como en todas las eras lo ha hecho, la construcción del espacio urbano, al punto de comparar las calles eficientes y limpias con nuestras arterias y nuestra piel que necesita estar aireada (Sennett, 1994). En los Andes, que se urbanizaron más rápido de lo que se industrializaron, tal visión de la necesidad de una salubridad pública apareció de modo diferente, respondiendo a su propia modernidad social, pero eventualmente asimilando la misma analogía, con políticas semejantes. Sin embargo, ¿qué decir de los tiempos de una institucionalidad desbaratada en la que esa analogía ya no funciona o, por lo menos, ha adquirido una connotación irónica? ¿Cómo reconciliarla con el hecho de que esos mismos procesos industriales y urbanos nos otorgaron también nuevos problemas mentales y cardiorrespiratorios, y taponaron nuestras arterias, tan literal y metafóricamente?
[Figura 15]
Sin importar los esfuerzos higienistas que pudiera n llevarse a cabo en la ciudad, lo cierto es que el desprecio por otras manifestaciones del cuerpo / espacio ha tenido mayores efect os en el paisaje urbano que cualquier política de recuperación o sanea miento. Pero esto solo es verbigracia de las inclinaciones del poder, y del inequitativo acceso a la tierra, heredero de las legislaciones c oloniales que, no pudiendo asimilar la cosmovisión andina, la interpret aron bajo su propio marco jurídico. Por otro lado, también fue curioso aprender que las medidas salubristas del siglo XIX en Quito hayan teni do como base una estructura pseudopolicial, regulada por barrios, ta nto por civiles como autoridades, para mantener el cuidado de las calles , las plazas y las edificaciones públicas. Más cabe decir sobre quiene s proponían en los diarios utilizar ancianos para la recolección de ba sura y así que estos no se convirtieran en “limosneros ociosos y fastidi osos”, o del hecho de que las actividades públicas del cuidado de la ciud ad estaban relegadas al indígena, porque el blanco-mestizo, aunque fuera pobre, no quería formar parte de las mingas o la limpieza de acequia s (Kingman, 2006).
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El cuerpo es importante aquí porque es precisamente la presencia de la otredad tomada carne, siendo acosada por las mismas fuerzas naturales, pero sin poder reconocerse como iguales de muchas otras maneras, de las maneras que consideramos importantes como los lugares que habitamos, los trabajos que realizamos, las influencias de las que gozamos, los mercados a los que accedemos, el sexo que tenemos. Entonces es cuando este “otro” cuerpo, que de hecho siempre estuvo ahí, se vuelve lienzo del prejuicio, y el cuerpo viejo, patriarcal, que es la verdadera novedad, ese al que sí le es permitido permanecer quieto para siempre en la copa de una alameda gris a la vista obligada de todas, con los ojos fijos para siempre en el quieto hueco azul que aparece entre las nubes, pero con miedo de mostrar un poco de su piel y de su espalda floja, ese cuerpo empopado, ingobernable, pusilánime, es la fuente de tal prejuicio. Y el arbitrario orden que surge de él, tomando por interés ya sea el estandarte del higienismo, de la seguridad, ya sea del progreso, de la modernidad, o de la tecnología, muchas veces ad(re)quiere la falta de contacto con “lo otro”. Las distancias sociales se afirman en distancias espaciales, nos dice Ana Julia Aréchaga (2011), no es sorpresa que Quito sea la capital de las distancias. Pero este
[Figura 17]
orden se vuelve demasiado deprisa contra sí mismo y se desmorona como un viejo arcángel de madera en una iglesia que se quema. Qué contradicción querer conservar la individualidad de lo único que verdaderamente nos pertenece, habitando espacios que solo pueden ser construidos por una colectividad, y la nuestra tan señorial como curuchupa. ¿Será esto lo que verdaderamente nos aqueja? Tal vez ni nuestro cuerpo nos pertenece y solo hemos llegado a apegarnos demasiado al espacio que ocupamos. Tal vez la idea del desapego sea en realidad la reconciliación con el hecho de que ni el espacio es verdaderamente nuestro. Pero avanzaremos aún con el apoyo de nuestra cordillera, y repasamos que lo que nos es necesario no es desapegarnos, sino justamente volver a ese apego de la tierra, al principio de relacionalidad que corre por nuestras venas, entender los ciclos de las montañas que habitamos, y saber que también somos ellas.
Lo sensual es requerido. Es una demanda de nuestra condición humana. No somos solo animales que domaron el fuego y construyeron ferrocarriles, somos quienes se acuestan en una noche fría frente a la chimenea y sudan en su calor, somos quienes abren las ventanas mientras la locomotora bordea el monte de una manera imposible, cortándolo ligero, y sentimos con nuestros brazos y cabellos al viento, dando el respiro alegre mientras en el fondo asoma un vallecito, y entre los tejados alcanzamos a distinguir el blanco solitario de su pequeño campanario. Si existen
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Nicole Alicia Ordoñez Jaramillo
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espacios intermedios, es porque el cuerpo primero es intermedio, porque siempre está en transición, ya sea entre estados de sí mismo, o moviéndose entre su colección armada de destinos georreferenciados. Así es como nos damos cuenta de que una nación está desmoronándose, cuando se camina a través de ella, y nos encontramos en sus plazas, cuando nos metemos en sus ríos y su agua tóxica nos irrita la piel, cuando sentimos en el aire el beneficio puro de sus parques o el hedor lixiviado de su botadero que ya rebosa. Es a través de lo sensual que nos damos cuenta de lo que se pudre.
Por otro lado, sostenemos que lo sensual rectifica el prejuicio, pues es de las pocas maneras, o de las maneras más sinceras que tenemos de verdaderamente experimentar nuestro cuerpo cuando este es arrojado al espacio común, es lo que le informa de su lugar en él, y también la fuerza por la que termina transformándolo. En este enfrentamiento es que la ruptura del cuerpo/espacio puede comenzar a revelar inequidades en todo tipo de relaciones sociales, laborales, políticas, domésticas. La separación de habitación y cuerpo revela qué aspectos de nuestra intimidad nos es permitido proyectar en el espacio tanto público como privado, y cuáles son controlados por un sesgo con resguardo policial. Si quieres desarticular a un grupo, lo primero que atacas son sus espacios de reunión, no los dejas
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[Figura 18]
ocupar un lugar en el espacio civil; para verdaderamente quebrar un espíritu y doblegarlo, empieza por separar el lugar del cuerpo.4 Esta separación, por ejemplo, es igual de notoria en la costumbre privada de empleadas domésticas “puertas adentro”, donde su espacio es relegado y su cuerpo tiene que estar siempre presente, pero ser igual de invisible. Cuando no tienen suerte, porque a eso se ha reducido la legislación de sus derechos, las historias son en verdad espantosas, y su espacio ha sido por completo anulado. O tal vez no es posible anularlo del todo y siempre queda ese último puesto de defensa donde brilla todavía su lucha, indomable, llena de una fuerza sobrehumana y que exclama “¡Aquí estoy! ¡Este es mi cuerpo y este es mi espacio!”. Tal vez una apología del cuerpo exige siempre un cuestionamiento y hasta el completo desbarajuste del espacio civil, hasta que las nuevas sensualidades, y también aquellas centenarias y sagradas, recuperen finalmente la forma de su arquitectura, o reclamen su habitación en la arquitectura histórica que sobrevive abandonada por los mismos que la defienden y se resquebrajen sus significados aparecidos y soberbios, y entonces pueda ser el paisaje un poco más suyo de lo que ha sido hasta ahora.
Cabe cuestionarse el “común” de lo que entendemos por espacio común. Notoria es la acción exclusivista de la heteronormatividad criolla en nuestro paisaje, virales son sus hechos que separan los cuerpos disidentes de los espacios “tradicionales”, pero mayores son sus derrotas. Dónde sacan a dos, regresan doscientas. Notori a es la violenta campaña contra los cuerpos pauperizados y migrantes, contra las diversas apariencias que transitan sin un automóvil, contra las vendedoras de a pie, campaña que la fuerza pública justifica, como soldados asustados sobre sus caballos disfrazados, trizando las perten encias contra el suelo, llevándoselas y haciéndolas desaparecer en los incalculables cajones de su burocracia, y a los cuerpos se los abandona en llanto, tirados en la vereda, sangrando. El registro de tales autoritaris mos es extenso, y si por alguna razón no podemos navegar en su repertorio di gital, basta con salir a caminar.
4 Revísese: los movimientos por los derechos de mujeres trabajadoras del hogar; los planos urbanos de Quito entre 1914 y 1998; la masacre obrera de Guayaquil el 15 de noviembre de 1922; Footloose, película de 1984.
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Día/tarde/noche
Este, a pesar de los esfuerzos, es un capítulo triste.
Todo acto tiene una referencia geográfica. Todo cuerpo se mueve en la lógica de un sistema de coordenadas. El dilema del desplazamiento de un sujeto u objeto desde un punto de origen A hasta un punto de destino B es intrínseco a nuestra experiencia corporal, y como tal es el mayor obstáculo que enfrenta la realización de nuestras fantasías humanas, desde las más sencillas hasta las más descabelladas. La dificultad de tal desplazamiento es exponencial en la medida en que el cuerpo o el número de cuerpos aumenta en masa y cantidad, por lo que es imperativo que su resolución procure ser eficiente. Ya sea sobre transportar cinco volquetas de tierra por un estrecho jardín, o sobre trasladar enormes turbinas para una estación hidroeléctrica en la selva, o sobre movilizar doscientos kilos de pescado desde la bahía a la montaña, o sobre marchar un ejército con treinta y siete elefantes a través de los Alpes, la naturaleza de este problema tiene que enfrentarlo eventualmente todo proyecto de cualquier escala.
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En la ciudad el dilema no es menos obvio, pero con la particularidad de que el objeto que mayor dificultad parece ofrecer para su traslado, y eso solo porque resultamos ser millones, son nuestros propios cuerpos, trabajosos, sensibles, irritables, abatidos, fácilmente entretenidos, pero con susto constante. En la ciudad moderna, consolidada por la división social del trabajo y la acumulación de capital, lo que más tiene necesidad de movilizarse es justamente nuestra fuerza laboral, y eso es lo que define, para bien o para mal, la experiencia urbana en la actualidad. La pregunta ¿cómo me movilizo de mi hogar en A a mi lugar de trabajo-estudio-reunión-visita-comercio-festejo ubicado en B? es el más sutil de nuestros inconvenientes diarios, pero sutil únicamente porque su respuesta parece ya habernos sido dada, aunque la solución haya sido implementada en detrimento de nuestros cuerpos y del paisaje urbano. En este juego de distancias y arribos sincopados, lo que nos interesa no es realmente lo que suceda en A o en B, sino aquello que los separa, el espacio entre espacios y el tiempo que toma experimentarlo.
La circunstancia particular de Quito, cuya densidad poblacional es de las más bajas de la región,5 siendo capital del país más densamente poblado de Sudamérica, es cuando menos curiosa, cómica inclusive si contamos que los tiempos de traslado son insufribles.
5 El registro de 2016 revela que hay 54 habitantes por hectárea (Quito Cómo Vamos, 2020). La densidad más alta de Quito se alcanzó en 1904 con 276 habitantes por hectárea (Carrión, 2012). El rango de densidad urbana sostenible está alrededor de los 240 hab/ha (Hermida, 2015).
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El origen de tal circunstancia podemos remontarlo al modelo urbano que, por causas tanto geográficas como ideol ógicas, hemos perseguido desde hace más de sesenta años: el urban ismo norteamericano. Si bien el Plan Regulador de Odriozola para Q uito en 1942 trajo a la capital interandina los preceptos más controversial es y segregacionistas del urbanismo modernista europeo, en el cual ya se daba prioridad al automóvil, consideramos que es en la segunda mitad del siglo XX cuando realmente se ejerce la influencia norteamericana que modela la ciudad latina actual, en la misma época en la que se d io inicio al proyecto Alianza para el Progreso de intervención económica estadounidense en América Latina por J.F. Kennedy en 1961, misma époc a en la que en ese país, gracias al Sistema Interestatal de Autopistas implementado por D.D. Eisenhower en 1956 y promocionado por las empr esas constructoras de automóviles, se empezaron a construir gran des avenidas que cortaban por el medio las ciudades, demoliendo ente ramente, específicamente, barrios y comunidades negras, hispanas y a siáticas, a lo largo de todos los estados (Segregation by Design, 202 0). Cabe recordar también, con inmenso desconsuelo, la liquidación en 1948 del sistema de tranvías quiteño que iba desde Chimbacalle hasta la Av. Colón, 6 y la degeneración, por varias causas, del Ferrocarril Tr ansandino del Ecuador a partir de los cincuenta.
6 Un último tramo en inaugurarse en 1923, desde la Av. Colón hasta la por entonces aldea de Cotocollao, y que por cuestión de derechos exclusivos para la tracción eléctrica usaba diésel a diferencia de las otras rutas, duró apenas cinco años, dejando de funcionar en 1928.
Desde la segunda posguerra, el enclaustrado Quito de la primera mitad del siglo pasado se abrió finalmente al mundo, pero intentamos ser cosmopolitas queriendo mantenernos señoriales. El Plan Regulador terminó cimentándose como un instrumento para el beneficio de las élites que ya venían alejándose del casco histórico desde los años veinte, con la consolidación del primer barrio planificado de la ciudad, la Ciudadela Larrea al oeste de El Ejido. Eventualmente hallamos en el automóvil una herramienta más para ese distanciamiento, nos facilitó la huida. Nos encontramos entonces acatando un orden establecido en el norte a causa de una guerra que ni siquiera nos pertenecía, arrojándonos planes de propiedad horizontal, impulsando la propiedad privada en detrimento de la vivienda pública y cooperativas de vivienda (Mantilla, 2020), la sagaz propaganda del peligro rojo, la lotización de antiguas tierras comunales convertidas en haciendas (Carrión, 2012), inundándonos en sus fantasías de anchos asfaltados y concesionarias, y una cola infinita de automóviles. En ese sueño resplandeciente nos hallábamos cuando, en los setenta, el boom petrolero vino y fue la combustión que faltaba para que nuestras ilusiones salieran finalmente de órbita. Atravesamos Iñaquito y perdimos la cabeza. Toda razón para darle la prioridad al automóvil estaba dada, además el mundo comenzaba a adoptar los polímeros orgánicos de hidrocarburos como material base para productos de un solo uso. La realidad, sin embargo, es que aquí, lejos de los amplios llanos del norte, dormimos separados por apenas una colina o una quebradita, las aceras nos quedan apretadas, nos miramos de cerca, y por primera vez en la historia, muy de cerca.
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Es en este contexto de movilidad atrofiada en la que hallamos al fantasma de la quiteñidad traqueteando con su endeble pistón. La quiteñidad es la sensación de salir a la calle y sentir que ya estás atrasada; incluye un mayor o menor grado de frustración perceptible, caracterizada por tener como principal causa la pública ineficiencia en el traslado de nuestras fuerzas y motivaciones más personales. En Quito no hay lugar para la demora, pero sí para el atraso. No queremos dudar ni por un instante hacia dónde vamos porque no tenemos el tiempo para desviarnos, tenemos que ya saber exactamente a dónde nos dirigimos para poder siquiera pensar en salir. Nos ha sido arrebatado nuestro derecho a dudar, a retrasar una decisión, de aletargar un estado mientras se avanza hacia el siguiente, de las minúsculas ces-des-es-efes- ges entre las irrebatibles As y Bs, de holgazanear porque el destino no está lejos. ¡Pero qué lejos se siente un viernes a las cinco de la tarde, o un martes, o un sábado, o toda la semana, todas las semanas! El paseante protagonista del cuento urbano moderno es imposible de escribir ahora, todo lo que nos queda es la sensación de movernos muy lentamente sin ir a ninguna parte. El espacio intermedio ha sido cercenado, ya no construimos portales ni galerías ni zaguanes porque no tenemos necesidad de ellos, pero ¡cuánta falta nos hacen! Sus preexistencias son experimentadas tan solo por unos pocos por coincidencia, pero afectados del mismo modo por la cruenta falta de alternativas.
Desarmamos el acero de su fresco picaporte y no dimos más con su cerrojo. Enseñaron a nuestras pieles frágiles pero astutas a cubrirse en sus pequeñas naves que se mueven como rumiantes de hojalata, pensando que así vencerían al frío y a la gente, y que ganarían tiempo. ¡Tiempo! La forma de una ciudad entera desarrollada únicamente por la promesa de que ganaríamos tiempo. Hoy esa promesa no se la ve por ningún lado, pero paradójicamente se nos desparrama el tiempo por las avenidas colapsadas, tenemos tiempo para regalar, se nos desbordan los minutos entre las ventanas atoradas en las calles paralizadas, y nadie nos devolverá las dos horas que se tarda en cruzar media ciudad en hora pico, todos los días, ida y vuelta. Nunca hemos visitado una capital en la que tal deuda se imponga a sus habitantes, en la que tal restricción corporal, del caminar y del libre uso del transporte público, sea tan brutalmente desplegada como en las calles de nuestra querida Quito del dos mil veintitrés. Las ciclovías son una lúcida herramienta, y aunque el limitado éxito de sus frágiles bolardos represente el rescate de la autonomía del cuerpo y de su libertad pasada, la lucha es fogosa y sus días de batalla recién comienzan. Por si fuera poco, en las fiestas de la ciudad cancelan el Ecovía nocturno en una de las “arterias” más activas, aunque en un día normal tampoco es que pasa después de las nueve. Hemos cambiado la cabeza por los pies, el sentimiento nos excede. Pasmadas en la incredulidad, pretendemos mantener la calma. Nos es sencillo imaginar la angustia, el estrés de un sistema que se traba todos los días, pero del que dependes con tu vida. Me preocupo, una vez oí que la tristeza también deviene en apatía.
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Las nociones de lugar y ocasión dan por hecho la participación del sujeto en lo construido, por lo que la ausencia de lugar –por tanto, también de ocasión– provoca una pérdida de identidad, una sensación de aislamiento y de frustración.
Richard Sennett
En Quito, notamos, ya no se construye barrio para dar lugar a la ocasión, para la espontaneidad, ahora solo se construyen destinos. Y esta alienación, causada por sus innecesarias lejanías, solo parece ahondarse en la espera de sus espacios intermedios. Estos no son disfrutados en la plenitud de nuestros cuerpos, sino que son más bien franqueados con la ayuda del automóvil, para cuya presencia hacemos espacio más que para cualquier otra. El argumento es que el fraccionamiento urbano que sufre la ciudad es reflejo del fraccionamiento de nuestra identidad ciudadana, y viceversa; la relación entre cuerpo/espacio, como explicitamos antes, es circular. Además, las afectaciones de nuestra movilidad anquilosada no solo incluyen las temporalidades de nuestros quehaceres, sino nuestra relación como actores políticos del espacio civil con las manifestaciones
[Figura 25]
[Figura 26]
de nuestra cultura, cada vez más desatendida, más silenciada, pero romantizada con el rostro paralizado por el conservadurismo de sus míticos espacios patrimoniales. ¿Qué valor tiene toda la cultura, nos dice Benjamin, si la experiencia no nos conecta con ella? Entonces ¿cómo defines la quiteñidad sin también definir los grados de dificultad para realizar algo tan esencial como movilizarte? El barrio ahora solo existe en las zonas ya consolidadas, y en las periferias, desdichadas y afortunadas al mismo tiempo. Todo nuevo esfuerzo constructivo está definido por el uso del auto que te saca y te mete a los lugares que necesitas sin tener que pisar la vereda. Así se pretende anular la experiencia extrafamiliar, que irónicamente constituye la familiaridad que nos hace parte de una ciudad, de un pueblo.
El sistema de movilidad quiteño está en una campaña para erradicar la posibilidad del encuentro con otros cuerpos, o peor, el encuentro tan solo entre cuerpos socialmente semejantes. Atrapados en nuestras armaduras de latón, con el trasero frustrado sin darle el sol, nos es cada vez más difícil relacionarnos con los otros sujetos del paisaje que ahora solo se compone de innumerables placas y retrovisores. Y a los caminantes, que en una exquisita paradoja representan alrededor del setenta por ciento de
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la fuerza quiteña (Quito Cómo Vamos, 2020), les queda la huella del caucho sucio, el irritante picor de su polvo puerco, el pavimento sin señalización, las veredas rotas, la polución que se posa al fondo de nuestros pulmones, los grasientos tubos del bus mal tenido, la curva brusca, el furor del autoritario pito, el frenazo y el susto de la muerte por arrollamiento. Pero también, a diferencia de quienes atascados en el tráfico fantasean secretamente con bajarse del auto y caminar, les queda el azul del cielo y la querida arquitectura. Aunque no siempre.
¿Y la noche? ¿Qué decir de nuestra noche, cuando c aminar es menos desolador en un desierto? Es la experiencia d e la arquitectura, el regalo obvio de su forma, la que es aniquilada todos los crepúsculos, regenerándose todas las mañanas como el hígado de Prometeo, pero siempre más débil, solo para volver a ser devorada en la siguiente puesta de sol. Para ser la capital, ¡qué muda es su noche! Es un teatro con todos los asientos vendidos, pero vacío. Nuestro paisaje noct urno es el de un cementerio de arquitecturas por el que ni siquiera el fantasma de la quiteñidad se atreve a transitar.
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¡Germina
ya, oh, fruta babosa, y así poder humedecernos en la savia de tu amplio regadío!
Nuestra relación actual con el espacio, argumentam os, es una de las más violentas de nuestra historia, pero porque ya el encuentro solo entre la diversidad de realidades que la habit an es suficientemente frenético. Decir, por ejemplo, como dijimos antes, que el Ecuador es el país más densamente poblado de Sudamérica, siendo t ambién uno de los más pequeños y al mismo tiempo de los más biodiversos –del planeta–, donde la mayor fuente de divisas del Estado es la venta de petróleo, a costa del bosque amazónico que está pasando tiempos de deforestación sin precedentes, de camarón, a costa de la desaparición de los manglares, más una nueva agenda minera que se prepara para destruir los páramos y el bosque nublado, debe decirnos algo también de la cantidad de conflictos territoriales que debe estar sufriendo como nación.
Estas situaciones y procesos se circunscriben dentro de lo que Lefevre identificó como la “revolución urbana”, en la que aquello que se entiende por “tejido urbano” no solo involucra los servicios e infraestructura que se experimenta en las grandes ciudades, sino todo predominio de estas sobre el campo, ejercido en las parroquias rurales e incluso en comunidades cuyo sustento depende de la producción-extracción dirigida para el consumo en las urbes. En este sentido, el mundo entero está experimentando la más acelerada manifestación de su etapa urbana. Por eso la región ecuatoriana nos resulta el perfecto caso de estudio sobre la construcción del paisaje urbano en Sudamérica, porque es la zona que está experimentando la mayor cantidad de interacciones en la menor superficie y con la menor cantidad de recursos disponible. Sin embargo, no acongojaremos nuestros corazones con todavía otro macro análisis sobre el alcance, ya sea beneficioso o perjudicial, de estas prácticas. Para ello tan solo debemos prestar oído a lo que nos dice la gente que las aguanta.
La causa de este capítulo es menos difícil de explicar, pero creemos que su presencia es de las más afectadas por esta revolución, que, en el contexto de lo que llamaremos urbanismo criollo, tiene cada vez menos sitio, menos cuerpo, menos recuerdo.
Entendiendo la urgencia con la que se siente todo moverse, como el cuchicheo de millares de personas minúsculas caminando una sobre otra, pero desesperadas al mismo tiempo por alejarse unas de otras, una de las violencias más notoriamente ejercidas sobre el paisaje urbano es aquella contra lo que ya va quedando apenas como remanente de
los ecosistemas interandinos: sus quebradas, sus bosques, sus tierras fértiles, sus montañas, sus árboles ya crecidos en territorio que ahora es urbanizable, sus parques, sus laderas y todos sus ríos. Y esto no es algo que suceda necesariamente en el campo, lugar al que el imaginario comúnmente relega el reino de la naturaleza. Las tierras fértiles de las que hablamos son las que ocupan la huella urbana junto a nosotras, pero no por eso han dejado de ser fértiles. Las quebradas a las que nos referimos, que muchas veces contienen flora y fauna endémica, son las que están siendo rellenadas dentro de los límites de la ciudad metropolitana. En la única área de bosque que queda entre Carcelén y Carapungo, ya están trazando calles para desertificarla en adoquín. Al Ilaló lo están desacralizando. En el parque central de Tumbaco murió una ceiba patrimonial. Y no se malinterprete, esta es una denuncia pública: dejaron morir a una ceiba patrimonial. Hasta con la medalla municipal de ser reconocida como tal estaba y así mismo la dejaron morir, una gigante hermosa justo frente a la oficina de la presidencia del Gobierno Autónomo Descentralizado (GAD) donde tienen reuniones y firman convenios para mejorar los espacios del pueblo. Estaba afectada por una plaga que, pudiendo, tampoco quisieron tratar nunca, es decir, la mataron, y nadie se hizo responsable, nadie levantó una ceja. Murió silenciada tras el ajetreo de la máquina. Un hombrecito vestido de overol un día vino con una escalera a cortar todas las ramas. A la vista muda de los jacarandás y de los molles, solo quedó el tronco pelado, y aún así se veía todavía espléndida, elevada sobre la altura de la iglesia. Al día siguiente vino a cortar lo que quedaba. Nadie soltó una lágrima o reproche. Tal vez cuando hace mucho sol y se arriman junto a la baranda que custodia cobarde el tocón que quedó ahí abandonado a pudrirse dirán “qué sol hace”, pero no reconocerán que es la ceiba que ya no las defiende. Las y los empleados y autoridades en la Administración Zonal y en el GAD se lavan las manos porque el parque es competencia de la Empresa de Obras Públicas, pero esta tampoco se hace responsable. Nadie tuvo la decencia de plantar otro árbol, ni siquiera quienes todos los días trabajan a su lado y, por su causa, un día solo dejó de estar ahí.
Teniendo siempre en cuenta el principio que dirige nuestro navegar andino, nuestra postura como sujetos en el paisaje se remite, por siempre se remite, a la tierra. Lo que queremos en verdad es devolver al cuerpo el tacto de la flor, queremos devolver a la ciudad el juego sanador de su pétalo múltiple y el regalo de su sexo, incentivar a la imaginación a discernir la sensación de su textura entre otras con las que tenemos contacto todos los días, queremos aprender a ser conscientes de nuestra experiencia para
así aproximarnos más a la dulce verdad de que, en su interior de estambres y pistilos, en la flor existe una fuerza superior a toda la codicia del planeta: la de la vida que nos da medicina y nos da de comer.
En la antigua iglesia de Tumbaco, incrustadas por todo el recinto de piedra y adobe pintado, hay unas baldosas blancas con dibujos de plantas de diversos usos, junto con una breve oración manuscrita en la que se exalta con devota gratitud el carácter de la especie. A la representación del cactus de San Pedro o Aguacollas le acompaña el siguiente rezo: Agradezco a Dios por hacerme entender el universo. Para el Aloe Vera Sábila, la mano anónima da de nuevo las gracias: Agradezco a Dios por el macho, la hembra y el cristal baboso. En una en la que el tiempo y la intemperie habrán desvanecido el dibujo, el texto que aún permanece dice: Gracias doy por la hoja de col, a la que abrazo para quitarme el dolor. Para el dibujo del floripondio escriben: Agradezco a Dios por cuidarme inconsciente. A lo que solo cabe preguntarse: ¿Cuál era la relación de estas personas con esas plantas? ¿Qué nivel de cotidiana interacción habrán mantenido con sus valores medicinales y ceremoniales para llevar a cabo tal registro público, poético y artístico? ¿Qué cercanía habitaban que parecemos ya no habitar ahora? ¿Qué espacio común ha sido sacrificado?
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[Figura 32]
En el gris infernal de su claro cemento, donde resplandecen millares de minúsculos minerales como gotas de diamantes en el aire cuyo albor veraniego hace rebotar al sol contra nuestros ojos, la acera nos agobia con su calor radioactivo. No hay un solo árbol, pero al menos los cables rayan el suelo con su sombra, cortando breve los rayos que descienden sobre nuestra cara. En el futuro evolucionaremos a ser criaturas deshidratadas y medio ciegas, que aprendieron a vivir con poco porque poco fue lo que les quedó, o un día Quito solo va a despertar sin agua, y no podremos bañarnos en el Machángara. Nos quedamos abrazando entonces, insulsos, cada acacia de parterre, cada cucarda de frente de edificio, cada metro cuadrado de flora nativa que pueda salvarse en este territorio cuyos bloques siguen avanzando, inexorables, hacia el páramo silvestre, inocente en su profuso pequeño cosmos de agua gélida, exuberante y total. Una noticia que nos tomó por sorpresa, como la muerte de un tío querido, fue aprender que toda la tierra negra que se vende en la capital para hacer trabajos de jardín, lo que más comúnmente incluye forrar de césped grandes áreas de tierra fértil para urbanizaciones, proviene del páramo de Papallacta. Cuentan que los proyectos son regenerativos y plantan árboles nativos en donde sacan la tierra, pero es un consuelo vago. Entonces nos vemos forzadas a replantearnos los procesos con los que producimos el espacio que habitamos.
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Una brigada de palo santo sostiene mi garganta. Dibujo con los huesos de mi cara las montañas a las que mis párpados estaban acostumbrados, cuando no es suficiente; me hundo un hueco en el estómago. Y continúan gritando mis pies el nombre de un territorio quebrado y diminuto en el sur.
Milena Díaz
Rojas
¡Llueve! Rápido, saca la semilla, agarra su piel a rrugada y lisa, clara y oscura, grande y pequeña, de a una, de a ci nco, de a veinte, de a cien, estrújala en tu mano, sopla sobre ella, que el viento la cargue y que el fruto que se pudre nos sumerja en el sereno vien tre de su viscoso elemento, sin pudor, hacia su centro. Algún reposo hal lamos en la siembra. Alguna lumbre titila en el monte negro, seis segundos, gira, doce segundos, retrocede, como un faro en la bahía, nuestra barcaza dulce atraviesa la marea que arrecia, nos sofocamos, pero entre la pestaña mojada y el sudor de nuestro párpado divisamos su tenue centelleo, apenas.
Nos avergüenza lo silvestre, otro sutil efecto quizá de la revolución urbana, pero también actitud heredera del colonialismo y de la jardinería francesa que adoptamos en el siglo XIX. Nos causa pesadillas su figura atolondrada. No nos gusta su “basura”, como si la naturaleza generara basura. Tratamos a nuestros jardines como la baldosa pura de un escenario quirúrgico, no admitimos su mancha, alisamos nuestro césped con delirio dermatológico, corremos a buscar el rastrillo en cuanto cae una hoja seca, pero no nos inmutamos con el motor abrasador de las sopladoras; nos molesta la rama rota, pero no nos incomoda botar un algarrobo para hacer un parqueadero; anhelamos el verde plano que pueden hollar nuestros talones, pero nos aterra la abeja que perdida busca los estambres. Alucinamos con el sueño imposible y contradictorio de habitar la naturaleza en medio de rellenos de quebrada, pero nos escandaliza la sola idea de evitar una construcción en áreas protegidas. Nos han mal alimentado, como a bebé sediento de leche al que le dan agua, la aciaga solución de los jardines verticales, pero incluso estos, no pudiendo ser bien mantenidos, se han vuelto de plástico patético. Tanteamos entre la hojarasca rala con la esperanza de hallar el plantín de alguna que otra salvia nativa, la quitensis, la sagittata, la corrugata que asoma a ratos por la Simón Bolívar, o la Salvia de Alausí con sus hojas de gamuza. Las hallamos, todavía vivas. Respiramos.
¿Quién no quisiera recibir a sus amigas a la sombra de un cholán a la entrada de su casa y perderse en la fiesta bianual de su reino dorado? ¿O admirar las vainas que pendulan de la rama fresca de una guaba al cruzar la calle, o acercarse frunciendo el ceño, fascinada, para examinar la flor anaranjada del porotón en forma de cola de camarón? Pero no nos atrevemos a reventar el pavimento, preferimos amagar las curvas con unas pobres macetas de cemento y unos marchitos helechos. En el paisaje urbano de la ciudad interandina la naturaleza ha sido apartada, quizá porque la forma de la cordillera es tan cercana que damos por sentado el beneficio de su vista y su presencia eterna. Pero allá arriba, en la silueta que divide al horizonte, la muerte espera paciente su turno. Al fin y al cabo, el agua que corre por debajo de nuestros puentes ya le pertenece.
Hemos sublimado la naturaleza, pero hemos perdido la realidad de su suelo y se ha vuelto un condescendiente símbolo. Asediada, reducida su tierra, se multiplica su imagen polimérica y se produce en masa su mercancía, pero sus signos han suplantado su verdadero respiro. Se ha elevado ante nosotras el fantástico simulacro de su flor sin aroma y nuestros cuerpos, como cubiertos en cera, han renunciado al cosquilleo real de su tacto, del minúsculo pelaje de su hoja hábil. Pero no desesperamos, la vida tiende a la abundancia, solo tenemos que darle la bienvenida.
Documentación civil
De ella fui a todo. De todo torné a ella. De tal manera está en su sitio, tal armoniosa sencillez la eterniza, el color y la luz son suyos tan por entero, que casi se podría coger de ella en la mano, como su agua, el caudal completo de la vida.
Juan Ramón Jiménez
Después de sumirnos, aunque sea momentáneamente, en la tambaleante realidad de nuestra desbocada movilidad y el extrañamiento de la naturaleza, hemos de volver, irremediablemente, a la querida arquitectura, a su hecho fijo e inagotable. Si bien esta es el componente urbano por excelencia, sin importar la escuela de la que surja o la función que la requiera, la arquitectura sobre la que aquí verteremos nuestro entusiasmo es esa que está ligada a la vida civil, ya no entendida únicamente como el encuentro en el espacio común de nuestras individualidades moderadas, pero como la organización concreta de la ciudadanía en el marco de la república moderna. Los edificios que hemos elegido no tienen aparente conexión, solo el hecho de que sus espacios están administrados por alguna institución del Estado y que, para bien o para mal, manifiestan el acuerdo cívico de nuestra sociedad ecuatorial. Nuestra intención, sin embargo, no es analizar la historia de sus construcciones, ni exaltar sus funciones, o calificar el aparato ideológico que haya demandado su edificación. Tampoco busca nuestro esfuerzo ser una descripción de su belleza –o de la carencia de esta– ni el desmenuzamiento cerebral de las causas y gestos de sus estilos, ni ser tampoco una reflexión formal sobre sus tipologías, si bien puedan estas determinarse en la asimilación de su presencia.
Hemos de pararnos de frente a la historia y entender que nuestra presencia, la de nuestros cuerpos, en el rostro por siempre cambiante de su paisaje no puede ser de una pasividad contemplativa. Si bien la intención poética de este texto ha empujado, a ratos, a la palabra en la búsqueda de su posibilidad lírica, la relación con el pasado y el presente, y el futuro probable, que rige nuestra irrupción en el paisaje, requiere de nosotras superar la mera contemplación del espacio civil estetizado. Esto es, entender a la historia no como un proyecto acabado, sino como un proyecto en crisis, siempre al encuentro de nuevas formas de habitación civil. Por eso los edificios de este capítulo no son vistos bajo el cuadro de una victoria cívica ni del logro petrificado de su institucionalidad, su conocimiento no está ligado a la representación de lo dado, sino al carácter práctico e irreverente de nuestra experiencia ciudadana. Lo que nos queda es el puro sentimiento exaltado, arrebatado.
De ella fui a todo. De todo torné a ella. No se trata de imponer mediante la arquitectura un modo de vida, sino de con ella “permitir todo lo que de imprevisible hay en la vida”.7
7 Esta ilusión la transcribe Rossi en su Autobiografía Científica.
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Nicole Alicia Ordoñez Jaramillo
Jaime Daniel Tilleria Durango
La Casa del Cabildo
Un palacio que no es un palacio. Sus pasillos, sus grises portales y su amplio vestíbulo poco tienen de palaciegos. Tras el sólido blanco de sus alféizares posmodernos, quién sabe lo que se refunde en los rincones oscuros de su inverosímil burocracia. Sobre el borde de la avenida el balcón de su despacho mayor raya una franja en un día claro, pero el rostro de su confundido habitante nunca asoma sobre la baranda. Sueña con quedarse para siempre en el registro público, con su rostro enmarcado y su nombre repetido. Si es querido, duerme, tal vez, tranquilo, o inquieto se dará vueltas atemorizado, escuchando acercarse para siempre la furia caliente de una masa que lo odia. Siempre ondeando la bandera de su patria, de sus escritorios no sale una sola hoja firmada que se transfigure en acción y sepa devolver el vínculo de su terruño partido, o así se siente. La casa ¡ay, la casa de Quito! ¿Qué será de ti cuando el sol termine por despedazar tu tejado y tu pueblo ya no pueda caminar?
Autores:
Nicole Alicia Ordoñez Jaramillo
Jaime Daniel Tilleria Durango
La Previsora
Sobrevive solo porque no tiene necesidad de respirar. Con su geometría criticada y sus alturas aparentemente desproporcionadas, no puede decirnos realmente qué tan sola se siente. Sin resentimiento, resiste en el espíritu disecado de sus detalles escalonados. Todos quienes extrañaban la forma que vino a suplantar han muerto. Su novedad es hoy una prehistoria. Su ficción es más potente que su prejuicio. Pervive serena en su abandono, en el silente celeste que se eleva más alto que toda la cuadra, esperando a que alguien se atreva a comprarlo en la subasta pública. ¡Úsenme! No grita, sin poder patalear, no agita sus inexistentes brazos buscando alivio en la atención del Estado. ¡Por el amor de Dios, úsenme antes de que explote el Cotopaxi!
[Figura 14]
La Licuadora
Su significado depende de dónde la miras. El pequeño coloso que da la bienvenida a la entrada de la ciudad antigua. La baliza modernista del futuro de Iñaquito. Si el dinero migró al norte, el poder lo fue siguiendo. En su cortina de vidrio negro, la primera del país, se absorbe todo el sol ecuatorial, y no lo escupe de vuelta. No puedo evitar pensar que su forma de trapecio, que algunos resienten y otros admiran, no es más que el resultado de unas ganas por completo autónomas de su autor, sin ataduras, sin disculpas. Bien llamada Licuadora, más allá de ser una alegoría popular de su figura, en su presencia no solo se mezclan los dos Quitos del siglo pasado, sino dos momentos que marcaron la sociedad ecuatoriana: cuando se lo inauguró en el ’73, a inicios del boom petrolero, como sede del Filanbanco, símbolo de bonanza y de los nuevos tiempos, y cuando se lo abandonó tras la crisis económica del ’98, y sus vidrios se fueron rompiendo de a poco, sin ser reemplazados hasta el dos mil quince. Extrañamos su tope circular, y el nuevo blanco no le sienta, pero que el paisaje no cese de beneficiarse con la bienvenida de su nostálgica almenara.
[Figura 24]
El Banco Central
En su tiempo, el abstraído funcionalismo internaci onal tuvo más cercanía con nuestra realidad ecuatorial que cu alquier eclecticismo republicano, y a veces esto es difícil de acepta r. Si nos embotellamos demasiado en nuestra propia soberbia, no nos damos la libertad de ver el mundo que existe fuera de nosotros y recibirlo c omo quien recibe el amanecer, sea que llueva o despeje. Abrirnos es un ejercicio que puede matarnos y liberarnos, el rol del artista depende e n gran manera de este discernimiento. A lo mejor también debemos dejar mo rirnos para ser más nosotros mismos. Pero tal vez ahora morimos demasiado. La diferencia, por ejemplo, entre la arquitectura pública quiteña de los sesentas, que aspiraba al ya caduco Estilo Internacional, y aquel la que en la actualidad aspira al tedioso globalismo, es que la primera conservaba aún los últimos retazos de un sentido de pertenencia en una ciudad que todavía era mixtura y no alejamientos. Quizá ese desfase de la información era un beneficio antes que un retraso, porque nos permitía todavía vernos a nosotros mismos sin tanto manoseo mediático, sin tanta duda. Ahora
[Figura 25]
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Nicole Alicia Ordoñez Jaramillo
Jaime Daniel Tilleria Durango
Plaza República
Me fascina la pirámide truncada de vidrio que sale de la nada. Cubre, como un paraguas cubriendo un charco de agua, inservible, un enorme hueco de cemento, un espacio abandonado que podría usarse para fiestas, festivales, convenciones, sin invertir más que en luces y tres escobas. Me fascina el aura tan deliciosamente setentera de Santa Prisca. Los edificios, como naves, son los sueños de una ciencia que recién despertaba y que murió demasiado deprisa. Aunque sus piedras y sus vidrios sucios permanezcan desatendidos, siempre que paso por ahí prefiero imaginarla llena de vida. A tal punto nos ha llevado el desahucio, que me permito elegir mentirme, mentirme y decir que este es el mejor barrio de Quito, mentirme y decir que no falta mucho para que la ciudad encuentre de nuevo su centro. ¿Qué protegen ahora las rejas verdes que bordean la Plaza República? ¿A qué le tiene miedo la Gobernación de Pichincha, cuyo edificio custodia mejor su sombra que el territorio que comanda desde sus oficinas?
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Nicole Alicia Ordoñez Jaramillo
Jaime Daniel Tilleria Durango
La Asamblea Nacional
Podríamos reírnos un poco y decir que la pantalla de acero con la que cubrieron su cuerpo más alto hace que parezca una cárcel. Podríamos reírnos aún más diciendo que quizá los asambleístas son las verdaderas víctimas. Un edificio, en particular público, puede desatar el apasionamiento de una persona que resiente la perversión de la administración que la ocupa o que la edificó, como un ateo rencoroso que no puede apreciar la iglesia magnífica que se levanta frente a él por causa de los pecados de su institución. No es realmente una cuestión de fe. Así de ineludibles son nuestras emociones, la reacción de nuestro cuerpo a los espacios que atravesamos. No hay estética desapasionada, no hay arquitectura en el vacío. ¡Pero mira esos murales alargados de Mideros que cuentan la historia ecuatoriana!
[Figura 31]
[Figura 33]
El Planetario
Arrepentidas, llegamos a este punto sin haber dich o mucho sobre las niñas y niños, a quienes también pertenece la ciudad, quienes son probablemente las más afectadas por la reticenc ia pública de crear un paisaje urbano seguro e inclusivo con su libertad, quizá la mayor de todas. En eso pienso cuando veo el planetario, pienso que solo fui una vez en mi infancia lejana y nunca más he vuelto. Pregunto y a muchos nos ha pasado lo mismo. A pesar de que su domo blan co siempre está a la vista y siempre hay planes de volver. Pienso en la niñez admirada por un simulacro de estrellas. Pienso en que, cuando crecemos, los espacios se vuelven más pequeños, pero vuelven a agrandarse en las distancias invisibles que nos separan de nosotros mismos. Pienso en que la nostalgia es como un telescopio, pienso en que pude haber sido botánico o geógrafo o arqueólogo. Pienso que daría igual, porq ue de todos modos no habría vuelto nunca a esa media esfera que por siempre adorna la ladera norte del Itchimbía.
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Nicole Alicia Ordoñez Jaramillo
Jaime Daniel Tilleria Durango
La Casa de la Cultura
Recuéstame leve que necesito descansar. Acompáñame a ahuyentar este sol que, aunque amaneció nublado y p robablemente vaya a llover en unas horas, ahora quema sin miseri cordia. ¿Cuándo decidimos levantar vallas alrededor de espacios civ iles como política pública? Si el Estado atendiera a sus enfermos tan pronto como pone rejas no habría nadie a quién sanar. Pero ya, basta de criticar. Basta de apenarnos por lo que nos falta. Basta de dejar que el malestar penetre nuestra mente y obnubile nuestra conciencia. Acosta do en esta hierba recién cortada, mi dedo tiembla. Ya no escribo, sol o pienso o intento dejar de pensar. Intento dejar mi cabeza divagar, p ero un taxi se cruza en rojo y los pitazos inundan el cruce de la Patria y la Seis. Quiero ocupar este espacio, quiero bailar en el jardín de esta ca sa circular, quiero usar su estación, quiero que la ciudad entera se arrejun te de nuevo, quiero...
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Nicole Alicia Ordoñez Jaramillo
Jaime Daniel Tilleria Durango
[Figura 32]
[Figura 34]
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Nicole Alicia Ordoñez Jaramillo
Jaime Daniel Tilleria Durango
Suspendida la cadencia de tu alborozado andar
En esta cordillera que me eleva me desato. Mi cuerpo no es un templo, es un monumento desquiciado y quebradizo. Hundo mis garras en la tierra, la mugre me penetra las uñas, hasta las entrañas. Mi piel se hace viento. Soy un animal indecente que canta, una bestia que rumia, que danza y que se baña desnuda. Quise ver más, oír más, sentir más. Ya habrá tiempo en la noche, o en otra vida, para cubrirnos de alcanfor. Empiezo por moverme.
Mucho quiero, pero poco doy. No sé si lo que hago soy. Me creo y me destruyo todos los días entre los bloques de mi arquitectura, porque mía es, tan mía como los Andes. Penetro en el paisaje como un dardo insignificante, las calles desfiguran mi trayecto inconstante. El fin de mi cola larga detalla el rigor de la piedra plana, mi carne anaranjada se halla en los espejos que reflejan su silueta suelta. ¿Qué maniobra del pétalo ajustado dará paso al fragor de su resquicio viviente? ¿Qué milagro nos gobierna que no nos disuelve? ¿Cuánto tiempo hemos de seguir transformando nuestras ciudades, entrando y saliendo de nuestros hogares sin rendir el fortín en la cumbre del peñón que decora nuestro collado?
Quise volver a pensar en el pasado, sin dejar de avanzar hacia el futuro. Recuperar la noción de nuestra geografía para entender mejor nuestra arquitectura. Que nuestra estela fulgure liviana sobre la faz de América Latina y encontremos en sus ondas la fuerza de su raíz que atraviesa este planeta. Al final nos callamos, encontramos el coraje en el silencio. Mira, qué tan suave en su redonda presencia nos completa la montaña, qué tan bello el espacio que nos recupera en su atávica iridiscencia.
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ARTÍCULO SELECCIONADO
ESPACIO COMÚN DE INTERMEDIACIÓN ESTATAL CIUDAD DE FRONTERA:
FERNANDO CARRIÓN
La centralidad es una forma, en sí misma vacía, que requiere de un contenido. Lefebvre Henri (2013)
Resumen
Las ciudades de frontera superan la lógica del nacionalismo metodológico para construir una región urbana mutinacional, como un espacio común de intermediación estatal, en el contexto de la globalización. El paisaje urbano resultante e s el de una sola ciudad que se despliega en varios estados nacionale s, lo cual hace que el límite se convierta en una centralidad urbana longitudinal de articulación global . Además se despliega dentro de la ciudad como un elemento adicional de la tradicional segregación urbana, formando fronteras intraurbanas y centralidades intercamb iables, según coyunturas específicas.
Introducción
Las fronteras se definen a través de las siguientes acepciones: la antropología, originada en las miradas alrededor de lo simbólico y la pertenencia (alteridad); la sociología, a partir de las diferencias y desigualdades socio-económicas venidas del racismo, la xenofobia y el clasismo; el urbanismo, mediante la segregación, expresada en la estructura urbana. Desde la etimología, es una palabra originada en el latín, donde front viene de frontis, frontera o frente, y era (arius) de lugar o paraje; aunque también puede ser una fase histórica. Esto es, un sitio frente a una barrera, un lugar o un momento histórico. No puede quedar fuera la definición del Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), que la considera como el confín, límite o en frente de
Este conjunto de acepciones de la palabra frontera opera de manera simultánea dentro de las ciudades limítrofes, porque son urbes complejas donde lo intra, trans e interurbano –a varios niveles– están presentes concurrentemente.
Las ciudades de frontera se cimentan en una estructura urbana desigual y asimétrica, proveniente de dos determinaciones. La primera, de las inequidades socio-espaciales que se basan en los procesos de división social del espacio, por población y actividades, para conformar la segregación urbana (residencial, centralidades, periferias)1, tema clásico en los estudios urbanos (Sabatini, 2006). La segunda, de las relaciones interestatales que marcan los Estados nacionales (soberanía). Desgraciadamente es una entrada poco estudiada porque no se la considera una variable urbana, lo cual ha impedido entenderla como parte de la estructura de la ciudad. Estas dos entradas definen las fronteras intraurbanas, inscritas en la misma unidad urbano-regional multinacional, que cuenta con dos temas estructurales: la centralidad y sus áreas de influencia (periferias), localizadas en espacios diferenciados, pero articulados. Una visión de este tipo conduce al tránsito de una concepción sustentada en varias ciudades nucleares , cada una inscrita en un Estado nacional, hacia lo que en realidad ocurre: la configuración de un territorio unificado bajo la forma de una región urbana multinacional (Carrión, 2017). En otras palabras, la condición fronteriza hizo pensar, erróneamente, que existían varias ciudades, una a cada lado de la frontera, solo porque el territorio estaba flanqueado por el límite interestatal. Esto significó desconocer que la esencia de la ciudad es la heterogeneidad, nacida de la fragmentación de actividades, poblaciones e infraestructuras; a la cual, en este caso, se suman los límites nacionales.
Esta interpretación incorrecta se sustenta en una concepción nacionalista de la urbanización, que impide comprender sus características. Es una óptica inscrita en las relaciones de poder en el ámbito exclusivo de lo nacional. Por eso, a las ciudades no se las define en las relaciones, sino en el atributo rango-tamaño dentro de cada país: jerarquía urbana que determina si son pequeñas, intermedias o grandes.
Históricamente generan un crecimiento de la economía y de la urbanización en las fronteras, por encima de los promedios de sus países. Más aún, las sociedades de frontera se representan a través de los gobiernos locales, gracias a los procesos de descentralización y democratización,
1 Su expresión más extrema son los barrios cerrados o de muros, según Teresa Caldeira (2008).
permitiéndoles tener una inédita presencia local e internacional, y que reivindiquen mayor autonomía frente al centralismo estatal.
Estas ciudades asumen un nuevo rol, dado el peso de las funciones que adquieren en el contexto nacional y mundial. Por eso operan como pivotes de integración de las fronteras y de las economías mundiales, legales o ilegales. Este cambio induce a otro no menor: las relaciones interestatales en las fronteras empiezan a constituirse sobre la base de los vínculos trans e interurbanos; es decir, de la proyección desde lo local hacia lo nacional y global. No como ocurría antes, que estaban enclaustradas en el ámbito lo local y la integración nacional pasaba por las entidades multilaterales (OEA, CELALC, CAN, SICA, MERCOSUR).
Un par de hechos deben resaltarse en este proceso. Por un lado, el límite interestatal se comporta como una centralidad urbana, dado que esta línea integra los territorios urbanos de un lado con los del otro –no separa, como era concebido antiguamente– a través de la dinámica de la asimetría complementaria (Carrión, 2013). Más compleja esta asimetría porque el diseño de las políticas urbanas en las fronteras está marcado por las lógicas de defensa de la soberanía, a través del control aduanero y de las restricciones migratorias, contrarias a la realidad de integración que se vive. Además, no se diseñan políticas públicas con énfasis en lo transfronterizo, acorde con los procesos que ocurren en las zonas, sino más bien otras que tienen un fuerte contenido nacionalista, incrementando el sentido del confín.
Por un lado, el COVID-19 ilustra la incidencia rup turista que tienen las políticas sanitarias, de corte nacional y centralista, induciendo a un mayor distanciamiento entre los Estados. Por otro, los efectos que produce en el lado fronterizo donde hay más poblaci ón y más pobreza (vulnerabilidad social). El mayor contagio y letali dad se produjo en las fronteras con mayor población (por interacción social), con mayor inserción en la globalización (por importación del virus ) y con más alto índice de pobreza (por enfermedades preexistentes) (Lara-V alencia y GarcíaPérez, 2021).
También debe resaltarse el impacto que produjo el cierre multi-escalar de los territorios, partiendo desde de la vivienda, el barrio, la ciudad y el país, mediante políticas de distanciamiento físico, restricción a la movilidad y cierre de fronteras. Sobre todo esto último mostró que el límite es el verdadero cordón umbilical de la región urbana, generando un peligroso proceso de recentralización estatal que debilitó a las regiones trans-fronterizas a nivel local y global.
Para desarrollar esta tesis general, el texto tend rá una lógica expositiva con los siguientes apartados. Se inicia con la necesaria visión histórica de las fronteras, debido al alto nivel de transformación que tienen, lo cual permite situar y entender la dinámi ca de la urbanización y de las ciudades limítrofes. Luego sigue el tema c entral del capítulo: mostrar, por un lado, como la ciudad de frontera opera bajo la forma de una región urbana (ciudad de ciudades), y por otro, la manera en que las ciudades de frontera construyen los límites intraurbanos. Se concluirá con un conjunto de recomendaciones que buscan resal tar algunas características de la ciudad de frontera, como región urbana.
Fronteras históricas, con regiones de intermediación urbana
El punto de partida para analizar las fronteras es su sentido histórico, por la dinámica cambiante que tienen. En esa perspectiva, Marc Augé (1998) afirma que las “fronteras nunca llegan a borrarse, sino que vuelven a trazarse”. Se trata de una realidad de fuerte mutación, porque permanentemente se reconfiguran. El límite, la frontera y lo transfronterizo actúan mancomunadamente, aunque con pesos relativos según el lugar y el momento.
Las fronteras viven una importante metamorfosis desde fines del siglo pasado, cuando adquieren peso político y económico propio. Su territorio consigue autonomía gracias al desarrollo económico y al protagonismo político, con lo cual se tiende a reconfigurar el sentido de periferia y a redefinir su relación con el centralismo estatal. Pero también a superar su cualidad local-nacional para convertirse en una zona de integración interestatal, por cuanto sus relaciones estructurales conforman fronteras contiguas, discontinuas y distantes.
En esta mutación tienen que ver los procesos de gl obalización y descentralización que ocurren simultáneamente. La mundialización de la economía, la cultura, la tecnología y la socieda d producen la concentración de sus efectos a nivel local (Borja,1994). En otras palabras, este fenómeno mundial requiere de lugares estratégicos, como las ciudades, para proyectarse de forma ubicua por el planeta. Esto es lo que Robertson (2003) describe como glocalización . Por eso las ciudades de frontera alcanzan una dimensión cosmopolita , por ser universales .
En la transformación de las fronteras actúa la Reforma del Estado bajo las siguientes expresiones: i. La descentralización promovió la autonomía y el fortalecimiento del poder de los territorios, con gobiernos representativos2, más competencias y mayor capacidad presupuestaria. ii. La apertura internacional cerró el ciclo del modelo de sustitución de importaciones y puso a las fronteras en una condición de pivot regional y global. iii. La privatización fortaleció las lógicas de mercado y debilitó al Estado, incrementando las desigualdades y reduciendo su capacidad reguladora.
Las fronteras adquieren un poder inédito, debido a la mayor legitimidad política gracias a la elección popular de las autoridades locales y a la mejora significativa de los mecanismos de gestión y gobierno. Pero también a que aumentan los procesos de acumulación, debido a la captación de cuantiosos recursos económicos, legales e ilegales. Con esta nueva condición se establecen relaciones directas con el otro lado para formar un territorio unificado transfronterizo multinacional, que cuestiona el centralismo estatal. Así como también se buscan nuevas formas de vinculación con otras fronteras más distantes, donde mucho aportan los tráficos ilegales.
Quizás esta expresión de ilegalidad sea uno de sus factores más complejos, porque representa un desconocimiento del orden normativo estatal, expresado en el contrabando y los tráficos. Claramente la membresía nacional de las instituciones públicas, privadas y comunitarias formales es franqueada por las actividades ilegales, quedando por fuera del control y de la regulación estatal. En este contexto, la autonomía entra en debate, con un sello distinto al del resto de los territorios nacionales.
A este proceso abona la urbanización acelerada y gravitante de las fronteras en toda la región, porque las fronteras viven un proceso de poblamiento, que tiene lugar en las ciudades, elemento gravitante de la integración regional multinacional (pivot).
De límite a frontera
El proceso histórico de las fronteras en América Latina está relacionado con tres momentos secuenciales: el límite, como línea-puntos que separan, la frontera como región-plano que relaciona sus partes (interfronterizo), y lo transfronterizo como espacio de integración global.
2 Mientras en 1985 solo 7 países de la región elegían autoridades locales, para el año 1997 todos lo hacen.
• La formación de los Estados nacionales en América Latina nace con los procesos independentistas. Allí toma forma el límite3, bajo la definición de confín; esto es, de la demarcación territorial de los Estados o de hasta dónde llegan y desde dónde empiezan. Es una línea real o imaginaria de encuentro-separación con el otro (alteridad), a través de una tensión extraña entre clivaje (fractura) e integración (otredad) de distintos Estados nacionales.
El límite es un concepto de separación, que produjo disputas militares alrededor de la llamada integridad territorial (soberanía), como también la escisión de los pueblos originarios ubicados en esas regiones, porque los nuevos Estados nacionales fragmentaron estas comunidades ancestrales para, en algunos casos, terminar siendo enemigas, independientemente de su origen común.
• A partir de la segunda postguerra mundial, empieza a desarrollarse lo que se denominó el modelo hacia adentro o de sustitución de importaciones (Rodríguez, 1980; Fitzgerald, 1993), induciendo el tránsito del límite-línea a la frontera-región e instaurando lo interfronterizo, porque son varias fronteras que interactúan entre sí. Cada uno de los Estados empezó a pensar su desarrollo hacia adentro, con lo cual el límite se transforma en frontera bajo dinámicas inter-fronterizas. Es decir, una relación de dos o más regiones de frontera, diferentes y distintas, que comparten una misma línea de demarcación territorial.
Las fronteras son el espacio donde se expresan las relaciones interestatales. Esta situación entraña una relación que opera como imán: se trata de una zona que tiene un magnetismo particular que hace que los polos opuestos se atraigan. Esto es, fronteras de distintos Estados se necesitan entre sí por ser diferentes.
• En el contexto del proceso de globalización se vuelven a trazar las fronteras bajo la dinámica transfronteriza4, superando las lógicas del límite-línea y de la frontera-plano, para dar paso a la unificación de la región transfronteriza-plurinacional. Esto es, un territorio integrado a partir de un límite, demarcado por varios países. Este proceso debe interpretarse en términos de integración transfronteriza multinacional, a través de dos modalidades interrelacionadas: el establecimiento de una entidad regional formada por un ensamble
3 Según el DRAE, la palabra límite es: “Línea real o imaginaria que separa dos terrenos, dos países, dos territorios”.
4 Según el DRAE, el prefijo trans (de origen latín) significa: “detrás de”, “al otro lado de” o “a través de”.
plurinacional; y la articulación con otras regiones fronterizas localizadas en lugares distantes, para estructurar un sistema fronterizo global. En los dos casos, las ciudades se comportan como puntos estratégicos o eslabones de interconexión, f ormando un complejo urbano.
De esta manera, las fronteras operan como un hub o router, porque este conjunto de relaciones conducen a la co nfluencia de múltiples flujos de productos, capitales, materi as primas, servicios, símbolos y personas inmersas en los pro cesos de importación y exportación (legales e ilegales), con lo cual las regiones transfronterizas, siguiendo a Castells (19 99), viven “el tránsito del espacio de los lugares al espacio de los flujos”.
Esta nueva realidad de las fronteras muestra su carácter complejo, donde los actores y las instituciones de la región cuestionan el poder central ubicado en lugares distantes (capitales), lo cual se convierte en un incentivo adicional para actuar mancomunadamente en ese espacio pluri-estatal.
Patrones de urbanización
En la urbanización de América Latina, hay dos gran des momentos: uno, originado en la segunda postguerra mundial, donde se configura una ciudad nuclear o central, inscrita en un territ orio específico (sea campo o región metropolitana) y dentro de un solo Estado nacional. En otras palabras, se trata de un patrón de urbanización con una ciudad nuclear inscrita en un territorio y dentro de un Estado nacional . Esta característica conduce a la formación de la denominada jerarquía urbana , constituida por atributos de rango-tamaño de población, al interior de un mismo Estado-nación (Carrión, 2017).
Posteriormente se prefigura una nueva etapa, a partir de los años 80 del siglo pasado, cuando el patrón de urbanización se modifica: de la ciudad nuclear o central se pasa a una región urbana, donde no se urbanizan ciudades sino regiones urbanas, bajo la cualidad de una ciudad de ciudades. Esta región urbana ya no se inscribe en un territorio circundante (rural o metropolitano), sino en el marco de otras ciudades, para construir el sistema urbano global
Este fenómeno introduce una especificidad: la regi ón transfronteriza no está inscrita en un solo Estado, sino dentro de varios, como también en un sinnúmero de corporaciones priva das globales. Con ello se consolidan nuevas formas de autonomía, sobre todo en las ciudades capitales (capitalidad) y en las de fronte ra (nacionalismo), que son diferentes a las que tienen otras ciudades. Aparecen nuevas formas urbanas en las zonas de frontera, acordes co n los patrones de urbanización existentes en América Latina, pudiendo mencionarse los siguientes:
Patrones de urbanización y marcos institucionales de gobierno de las ciudades en América Latina [Gráfico 1]
Nota: Elaboración propia.
En el primer momento (Gráfico 1), se configuran ciudades inscritas en espacios inmediatos y contiguos (ciudad nuclear), contando con administraciones estructuradas a partir de gobiernos locales o municipales.
En el segundo momento, impera la lógica interurbana, propia de los sistemas urbanos, produciendo un problema complejo de resolver: no hay sintonía entre la emergente organización territorial con el vigente marco institucional, produciendo un gobierno multinivel que se ejerce en un territorio multiescalar con una institucionalidad con autonomías yuxtapuestas. Más complejo aún, si se tiene en cuenta que el patrón de urbanización no es homogéneo sino diversificado y heterogéneo, pudiendo encontrarse, al menos, las siguientes tipologías analíticas:
• Los clusters, resultado de la suma de ciudades en el marco de una región monoproductora de servicios o de bienes, como son los casos del Cluster del Salmón en Chile, con 45 comunas integradas o del Bajío en México, que produce vehículos de marcas norteamericanas en condiciones ventajosas para su mercado. El gobierno se concreta con la implantación de zonas francas, ejercidas por varias administraciones públicas, locales y nacionales sometidas al mercado.
• Las regiones urbanas herederas de la lógica metropolitana (Soja, 2008), operan bajo el sentido de aglomeración urbana; que concentra población y actividades, en un territorio multiescalar. El caso más evidente es la Ciudad de México, que tiene una población que bordea los 9 millones de habitantes, pero su zona metropolitana puede llegar a tener más de 22 millones. Y lo más complejo: en su seno se encuentran 60 municipios y 4 estados, lo cual hace bastante complejo el manejo de autonomías distintas, provenientes de diferentes niveles de gobierno.
• Las ciudades imaginadas o multi-situadas (Carrión, 2017) se constituyen gracias a los procesos migratorios urba no-urbano internacionales, luego del cierre del ciclo de la migración rural-urbana. Se trata de ciudades articuladas en espacios distantes y discontinuos gracias a las tecnologías de comunicación, que permiten diversificar las remesas (económicas, culturales 5) e integrar espacios. Este es el caso de las segundas y te rceras ciudades de nuestros países, localizadas fuera de los territ orios nacionales (García Canclini, 1994).
5 No solo remesas económicas, sino también culturales y de productos comprados en los lugares de origen con recursos de los lugares de destino. Y el enlace tecnológico de amplio espectro.
La segunda ciudad de Cuba está en Miami, la de El Salvador en Nueva York, las de México en San Antonio o Houston y la de Venezuela en Bogotá, entre muchos otros casos.
• Las ciudades de frontera son originadas históricamente en la línea limítrofe que demarca el confín de un Estado con respecto a los otros. La línea demarcatoria interestatal inicialmente se considera el lugar de inicio de un Estado y de una ciudad con respecto a otro Estado y otra ciudad. Pero esta consideración se modifica cuando las fronteras se inscriben en circuitos globales. En ese caso, la ciudad de frontera reproduce la condición de región urbana dentro de varios Estados. Uno de los casos más relevantes es la continuidad urbana que forman Ciudad Juárez (México) y El Paso (EEUU), donde solo un río limítrofe las separa. Si en la fase anterior, la existencia de una ciudad dependía de la otra, en la actualidad se integran en una, tanto que se las empieza a concebir como áreas metropolitanas multinacionales.
Las ciudades fronterizas son lugares de comercio, intercambio y servicios, que se posicionan como nodos de integración a través de dos dimensiones: la proveniente de la dinámica transfronteriza multinacional (región integrada) y la de una red o sistema fronterizo global. Es que las ciudades fronterizas facilitan los flujos y desplazamientos de personas y productos, ilegales e informales (Vera da Silva, 2015); más aún, cuando se percibe un tránsito de las lógicas offshore a las nearshore, que dan lugar a una integración supranacional.
La dinámica transfronteriza tiene lugar gracias a la lógica de las economías de enclave, mediante un doble sentido. Primero: según el DRAE, el de un “Territorio incluido en otro con diferentes características políticas, administrativas, geográficas, etc” (territorio enclavado); esto ocurre, para el caso que nos ocupa, en la región transfronteriza multinacional. Pero también un segundo, que proviene de una economía localizada en un territorio donde el modelo de acumulación global se desarrolla sin integrarse con el territorio en el que se localiza. Este es el caso de las ciudades de frontera, que opera como un terreno estratégico donde se enclava una economía, legal e ilegal, bajo un mercado de importación-exportación, gracias a rutas y circuitos dentro del sistema urbano global.
Las fronteras se urbanizan: Complejo urbano regional
La región fronteriza en América Latina tiene un crecimiento poblacional acelerado. A mediados del siglo XX la población fronteriza era muy pequeña, por ser inhóspita, peligrosa y sin infraestructuras (Reboratti, 1992). En ese momento, las fronteras eran la periferia de la periferia. A partir de 1950, con la
aceleración del proceso de urbanización en todo el continente, así como por la necesidad de controlar las fronteras y de reafirmar la soberanía nacional, los Estados buscan redistribuir la población y los recursos con fines geopolíticos (Rodríguez, 2002). La propuesta de política pública se sustentó en los lemas de “Gobernar es poblar” o de construir “fronteras vivas”, acentuando la función proteccionista de los territorios limítrofes, inscritos en las lógicas nacionalistas.
A partir de la década de los años 80 del siglo pasado, las fronteras empiezan a vivir un importante dinamismo poblacional y de diversificación económica (legal e ilegal), que derivó en flujos de intercambio comercial y de producción industrial (maquila). En esta perspectiva, se impulsaron programas nacionales de integración interestatal (Rodríguez, 2002), como de los organismos multilaterales (CAF, WB, BID, OEA)6.
Las fronteras se convierten en espacios universales, porque no son solo el vínculo entre Estados colindantes, sino que forman parte del sistema económico mundial. A partir de este momento, se inician nuevas formas de integración de la región urbana supranacional, convirtiéndose en un elemento central y gravitante (pivot).
En estas regiones de frontera se empiezan a generar externalidades positivas, legales e ilegales, que operan como una masa gravitatoria de atracción poblacional. El resultado evidente son los importantes cambios demográficos: las tradicionales migraciones rural-urbana, internas a los Estados nacionales, se encuentran en su ciclo terminal7. Primero, porque el origen rural de la emigración ya no cuenta con el caudal poblacional que tenía. En América Latina, según ONU-HÁBITAT, en 1950 la población urbana era del 41%, cuando ahora está sobre el 83%. Esto quiere decir, si el proceso migratorio es finito, que solo queda el 17% de la población por migrar desde la ruralidad, lo cual es imposible. Más aún, cuando existen procesos con dos características claras: el campo no puede seguir expulsando población, por más mecanización que se inserte, porque alguien debe sostener la producción rural. Y porque empieza a verificarse un movimiento poblacional inverso, urbano-rural, que todavía es embrionario, sustentado en la búsqueda de una mejora en la calidad de vida y del trabajo a distancia, sobre la base de la alta tecnología en el trabajo y los servicios. Esta tendencia se fortalece con la pandemia del COVID-19. Por ejemplo, en Perú varias ciudades vivieron procesos de retorno poblacional (Zolezzi, 2020), donde sobresale Lima, lugar que produjo una emigración de alrededor de 300 mil personas, por la necesidad de reducir los factores de contagio y de
6 Por ejemplo: CAF tiene el Programa de Apoyo al Desarrollo e Integración Fronteriza (PADIF) con fines de integración regional.
[Tabla 1]
captar bienes de consumo básico. También otras ciudades de la región han visto un crecimiento de zonas y ciudades próximas, debido al cierre de negocios y actividades presenciales, sobre todo en las zonas de centralidad urbana (Buenos Aires, Quito, Ciudad de México).
Además, en términos del destino migratorio, porque existe un redireccionamiento de los lugares a los que se dirigía la población, como eran las ciudades capitales o áreas metropolitanas, para dar paso a una fuerte migración urbana-urbana con dos lugares finales: el uno, en las regiones y ciudades de frontera, y el otro, en ciudades localizadas en otros países (Lattes, 2001).
En estos procesos migratorios, las ciudades de frontera tienen una función estratégica: ser el filtro natural para el contacto interno-externo, signado por los Estados. De allí que se conviertan en espacios conflictivos, porque allí operan organizaciones ilegales dedicadas a estos fines, la mayoría internacionales.
Es evidente el acelerado crecimiento de la población en las zonas de frontera, fenómeno que se observa en la Tabla 1. El porcentaje promedio de la urbanización de los países es alto, aunque inferior al de las fronteras.
Urbanización de las fronteras en relación con la de los países
Nota: Elaboración propia con datos de los Censos Nacionales de 2000 y 2010.
Guatemala arranca con el más bajo porcentaje de urbanización, pero es la que más crece en los niveles nacional y de fronteras. Por el contrario, Brasil y Argentina tienen las tasas nacionales de urbanización más altas y también los porcentajes más altos en sus fronteras.
Si se compara el comportamiento demográfico en los dos períodos intercensales, 2000 y 2010, se puede afirmar que el promedio de la tasa de crecimiento poblacional de las fronteras en Latinoamérica es más acelerado que el de los Estados nacionales. El crecimiento intercensal de la tasa de urbanización de los países es de 4,95%, mientras el de las zonas de frontera de 6,26%. Estos datos significan que, en este período, la tasa de población promedio de las fronteras crece un 1,31% más que la de los países. Y este es un fenómeno propio del cambio de siglo.
El crecimiento de la población fronteriza está sus tentado en las ciudades de frontera, lo cual lleva a la conclusión de que hay un proceso acelerado de urbanización de las fronteras en Améri ca Latina. Por ejemplo, Ciudad Juárez en México tiene un alto crecimie nto poblacional: en 1980 tenía 544 mil habitantes, mientras que al año 2020 llega a tener 1´512.450; esto es, un aumento de casi tres veces e n el período. Cúcuta
La urbanización de las fronteras modifica el patrón de urbanización en América Latina [Mapa 1]
Nota: Elaboración propia con datos de la Tabla 1 de este texto.
Mapa Porcentaje de Urbanización de Provincias Fronterizas
1993 - 2002
2005 - 2015
SIMBOLOGÍA
Porcentaje de urbanización
75% a 100%
50% a 75% 0% a 25%
25% a 50%
en Colombia, fronteriza con Venezuela, tenía 379 mil en 1985 para llegar a 777 mil en 2020, es decir, crece al doble. Entre 1971 y 2001, la población de la Triple Frontera (Brasil, Argentina, Paraguay) creció en promedio 30% por año, llegando a los 664 mil habitantes en 2012 (Bello, 2013).
Otra de las características del comportamiento demográfico en este período tiene que ver con el cambio de los perfiles de la urbanización. Como las fronteras están localizadas en el interior del continente y existe el crecimiento poblacional de las ciudades, se produce el redireccionamiento de la urbanización hacia zonas inéditas.
Antiguamente las ciudades se localizaban preferentemente en los perfiles costeros, en lugares estratégicos para el comercio (mares, ríos) o en zonas con vocación para la producción agrícola o ganadera. Sin embargo, existe un r|edireccionamiento, por ejemplo, con el cambio de la capital de Brasil ubicada en la costa Atlántica (Río de Janeiro) hacia el interior (Brasilia). Pero también, como se observa en el Mapa 1, la urbanización tendencial hacia el interior del continente, sustentada en el crecimiento de la economía y del poblamiento de las regiones transfronterizas.
Hay una connotación demográfica adicional en la población fronteriza (Picech, 2017): la mayor concentración de población se encentra en la parte más “débil” del sistema transfronterizo.
Por ejemplo, en la relación de México con Guatemal a, la mayor concentración de la población está en el lado guate malteco, mientras la situación es inversa en la relación de México co n los EE.UU. Casos similares se presentan en República Dominicana y Ha ití, en donde en el primero vive el 4,7% de la población total en la frontera, mientras en el segundo el 25,6%. En la frontera de Argentina y Bolivia, la población es de 4,7% y 13,9% respectivamente (Canales et al., 2010). La explicación de esta inequidad va en la necesidad que tie nen las fronteras más débiles de obtener provecho de las que tienen m ayor desarrollo, ancladas en la Ley de los vasos comunicantes.
De allí que las demandas sociales y económicas tie ndan a redirigirse a los lugares donde existe más población. P or eso se promueven y construyen obras de infraestructura y de servicio s, distintas según el lado y las necesidades de integración a los territo rios multinacionales. Las carreteras, autopistas, aeropuertos, puentes y puertos, como también hoteles, farmacias, restaurantes, escuelas, un iversidades, industrias y centros comerciales, llegan para satisfacer las necesidades de su población, de sus actividades y de la interacció n.
La
lógica binaria inicial de la región urbana fronteriza
Las líneas limítrofes trazadas por los Estados utilizan accidentes geográficos y coordenadas, sin tomar en cuenta los criterios sociales. En este proceso, se hace caso omiso de las sociedades allí asentadas; tanto que terminan por cercenarlas por razones de soberanía nacional7. Allí están, por ejemplo, los casos de los pueblos y nacionalidades indígenas transfronterizos de Colombia, Ecuador y Perú: Awá, Inga, Quillacinga, Pastos, A’i Kofán, Eperara Siapidaara, Kamentsá, Murui, Kichwa, Siona, Secoya, Coreguaje, Nasa, Embera Chamí, Shuar y Achuar.
Posteriormente, las ciudades que existían, previas a la delimitación de los Estados nacionales, empiezan a fortalecer sus relaciones interurbanas y a desarrollarse a lo largo de la línea limítrofe, manteniendo su especificidad, pero bajo la metáfora del imán: los polos distintos se atraen. Pero esa atracción es voluble, dadas las condiciones estructurales de los polos y sus interrelaciones. De allí que, en un momento, puede tener un mayor desarrollo una ciudad de frontera que otra8, mientras que, en otro, puede ser al revés, estructurando diferencias sustanciales.
Es la lógica de frontera la que otorga este dinamismo a sus ciudades, permitiendo una nueva forma de integración, supeditada a relaciones asimétricas. En este contexto, se establecen vínculos interurbanos ciudad-ciudad, independiente de la proximidad o de la distancia, porque es la funcionalidad complementaria la que determina la formación de la integración urbana.
Antiguamente fueron entendidas como varias ciudades, porque los límites nacionales las dividían, conociéndolas con los nombres de: i. ciudades espejo, metáfora para decir que una se refleja en la otra, cuando en realidad son diferentes en tamaño y características; ii. ciudades gemelas, alegoría que sirve para afirmar que tienen un mismo origen, donde el límite opera como matriz, pero que en absoluto conduce a ser similares; y iii. ciudades pares, se trata de una figura que alude a dos urbes similares, cosa que en absoluto ocurre. En términos de la utilización de estas nociones, se puede afirmar que en Brasil prima la de ciudad gemela, mientras en México la de ciudad espejo y en el mundo de la academia la de ciudad par.
7 Según Tohono O’odham, en la frontera entre México y Estados Unidos, desde 1853 se movió libremente la población sobre sus tierras ancestrales, pero la reciente militarización no solo ha dificultado sus viajes, sino que ha dividido a la gente. https://news.un.org/es/story/2018/08/1439422
8 Por ejemplo, una devaluación del peso colombiano hace que la centralidad de la ciudad de Ipiales (Colombia) atraiga el consumo de la población de Ecuador, deprimiendo a la ciudad ecuatoriana de Tulcán. El precio de los derivados del petróleo venezolano en Cúcuta (Colombia) genera unos procesos de acumulación impensados.
Estas tres denominaciones hacen referencia a ciuda des que tienen patrones supuestamente similares, cuando son muy distintas, tanto que existe una relación de determinación de l a una sobre la otra. En otras palabras, en la realidad no son dos ni tam poco son iguales. La ciudad de un lado con la del otro están interco nectadas, gracias a la confluencia de tres procesos: los de la g lobalización (expansión de mercados y tecnologías), los nacionales (re gulación económica, acuerdos de integración) y los locales (comerci o, industria). Esta confluencia imprime una cualidad: las ciudades estr ucturan regiones transfronterizas, vinculadas con otras regiones de frontera, operando como bisagras de integración (Boisier, 1987). A manera de una cremallera de amplio espectro que se comporta como un dispositivo que cuenta con un conjunto de engranajes que sirven par a unir los polos de la ecuación (frontera). Se trata de dos cintas p aralelas (límite) que cuentan con un cúmulo de dispositivos que interactú an con la finalidad de integrar lo que se encuentra separado.
Este proceso se lo puede observar en el Mapa 2, en el que la lógica de cremallera se forma con las ciudades de la región fronteriza de México y Estados Unidos, operando como un engran aje. En la línea demarcatoria de estos dos países, existen 11 engran ajes que arman el complejo urbano dentro de la región transfronter iza. Hay que resaltar que esta característica se reproduce en el conj unto de las zonas de frontera de América Latina, aunque en algunos casos sea más explícita que en otros.
Mapa 2
El proceso de urbanización de esta frontera ha sid o acelerado: si en 1960 tenía 1´179.910 habitantes, para 2010 ll ega a 7.2 millones y ahora supera los 17 millones de residentes. Lo in teresante: ahora esta población es mayoritariamente urbana, debido a la m igración interna e internacional, atraída por la oferta laboral de las ciudades, convertidas en los centros de gravedad de la nueva economía glo bal, sustentada en la digitalización y en los servicios especializados , entre los cuales se encuentra la industria maquiladora (Fuentes y Peña, 2018).
En las fronteras latinoamericanas operan dos tipos de complejos urbanos, determinados según los países que las conforman:
Primero, Urbano Binacional , formado por ciudades de frontera. Casos interesantes son los que tienen el mismo nomb re o la fusión de los dos lados de la frontera. Por ejemplo, la ciuda d de Nogales de EE.UU. y de México; Paso Canoas en Costa Rica y en Panamá. Pero también está
El complejo urbano fronterizo México-EE. UU. opera como cremallera [Mapa 2]
Nota: Adaptado de Google Earth, 2023., Frontera Estados Unidos-México.
la ciudad de Mexicali que es una fusión de México c on California y su par del otro lado Calexico que proviene de California y de México.
Un caso muy interesante es el de la ciudad de Desa guadero en Bolivia y en Perú que comparten el mismo nombre, pr oveniente de la toponimia del Río Desaguadero, que es el límite geo gráfico entre los dos países. En la Imagen 1, se aprecia el continuo de l a mancha urbana.
Desaguadero (Bolivia) y Desaguadero (Perú) [Imagen 1]
Nota: Tomado de Google Earth, 2022., Desaguadero.
Por otro lado, se pueden señalar los casos de ciudades del Brasil, que tiene fronteras con todos los países de Sudamérica, con excepción de Ecuador y Chile. También los de Colombia (Ipiales) con Ecuador (Tulcán), donde el río Guáitara las separa e integra. O, en el caso emblemático de Rivera (Uruguay) y Livramento (Brasil), que es una calle divisoria que revela la presencia de dos estados nacionales (lo testimonian las banderas), pero que cumple la función de integración, para formar una sola ciudad, tal cual se puede observar en la imagen 2.
Rivera (Uruguay) y Livramento (Brasil) [Imagen 2]
Nota: De Miguel Chaves, WordPress, (https://wordpress.org/openverse/image/b700c946-ab0b-40de-a190-8d71234c3339/).
CC BY-SA 3.0.
Ciudad Juárez (México) y El Paso (EEUU) [Imagen 3]
Nota: Obras del gobierno de los EE. UU., 2016, Flickr, (https://www.flickr.com/photos/cbpphotos/27794631963/in/album-72157671268964965/).
Otro ejemplo significativo en el que un río integra-separa a la ciudad de un lado con la del otro es el de Río Grande, con las urbes de Ciudad Juárez en México y de El Paso en EE.UU. La continuidad espacial es evidente, tal como se observa en la Imagen 3.
Adicionalmente, están las ciudades donde la discontinuidad espacial está presente, pero que cuentan con lógicas complementarias: estos casos son los de Tacna (Perú) y Arica (Chile) con 53 kilómetros de distancia9 y los de Cúcuta (Colombia) y San Antonio del Táchira (Venezuela) con 11 kilómetros, entre otros casos de integración, donde la distancia física no es un óbice.
9 La mayor distancia no es espacial sino temporal, porque Santiago-Chile determina su hora de acuerdo con las condiciones propias de su área metropolitana, lo cual induce a que exista una hora de diferencia en las dos ciudades y, por tanto, la administración pública no cuadre temporalmente con la del otro lado.
Nota: Mapa de Latinbaires Editores srl. Comprado en Avenza Maps, 2023. Orden #11247690.
Un segundo tipo de complejo es el Urbano Multinaci onal, compuesto por algunos casos emblemáticos, donde operan varias fronteras. Allí está, por ejemplo, la triple frontera entre Brasil, Argentina y Paraguay que conforman una región urbana integrada alrededor de los ríos Paraná e Iguazú. En la misma confluyen Ciudad del Este con 308.983 habitantes (INE, 2022, Argentina), Foz de Iguazú con 272.656 ( DGEEC, 2022, Brasil) y Puerto de Iguazú con 82.849 (OMA, 2022, Para guay). Estos núcleos conforman una ciudad tri-nuclear que cuenta con 664 .488 pobladores, alrededor de los sectores económicos del turismo, la electricidad y el comercio, con mercados orientados a la región transfronteriza y al mundo entero, de forma legal e ilegal (Rabossi, 2013). Lo paradójico está en que los ríos operan como límites nacionales que separan, pero también como puntos de encuentro, tal como se observa en el Mapa 3.
Está también la Tetra Frontera, con cuatro ciudades de cuatro países, que están distantes pero articuladas mediante acuerdos de hermanamiento, que trabajan con funciones específicas y de forma integrada. La región transfronteriza cobija a las ciudades de Manaos (Brasil), Iquitos (Perú), Leticia (Colombia) y Sucumbíos (Ecuador). Se ubican a lo largo del Río Putumayo (afluente del Amazonas), convertido en la base de integración, con la intención de Brasil para unirse a la Cuenca del Pacífico, mediante las ciudades de Manaos (Brasil) y de Manta (Ecuador), puerto en el Océano Pacífico.
Otro caso interesante es el del Trifinio formado entre Honduras, El Salvador y Guatemala en Centroamérica, donde de forma multi-nuclear se integran 45 municipios de frontera.
En todos los casos de los complejos urbanos existe una dinámica de conurbación sui generis, como expresión histórica de un hecho innegable: el proceso de integración en un doble sentido: urbano-urbano y urbano-regional, en un contexto de globalización.
La región transurbana multinacional
La actual ciudad de frontera se enmarca en los pat rones generales de la urbanización de América Latina, pero con especificidades. Se configura la región urbana multinacional , sobre la base del continuum y la conurbación , estructurando una ciudad de ciudades inscrita en varios Estados nacionales. La lógica transfronteriza, en épocas de globalización, introduce la dinámica transurbana, que supera el se ntido de la mancha urbana, surgida en las antiguas unidades citadinas, una por cada Estado.
Su lógica se organiza dentro de un territorio unificado, donde existe una segregación espacial originada en actividades, población, infraestructuras y los límites interestatales. Lo particular de este patrón de urbanización tiene que ver con la configuración de una estructura urbana con centralidades urbanas, sus áreas de influencia y la determinación interestatal (límite).
La estructura urbana de la región urbana de frontera
Las ciudades de frontera se desarrollan a partir del límite, lo cual conduce a dos patrones urbanos distintos: el de una ciudad o el de varias. La tesis mayoritaria se inscribe en la idea de que habría varias, una a cada lado de la línea de demarcación interestatal. Una interpretación de este tipo reclama un nuevo paradigma explicativo, dada la presencia del proceso de globalización.
El fundamento explicativo de la existencia de vari as ciudades en las zonas de frontera, como también en la urbanización latinoamericana, es el nacionalismo metodológico (Faist, 2019 y Beck, 2005). Su tesis se asienta en la existencia d e ciudades nucleares inscritas en un solo Estado nacional, lo cu al niega el sentido de la ciudad global sostenido por Saskia Sassen (1999). El nacionalismo metodológico introduce distorsiones en los marcos institucionales, en las políticas públicas 10 , en la organización social y en los imaginarios sociales. Se trata de un princip io que organiza las estructuras institucionales, sociales y territorial es; además de construir identidad, pertenencia y sistemas de represe ntación dentro de su jurisdicción territorial. Pero esta visión se desgasta históricamente por el proceso de globalización, donde lo tra nsnacional licúa el peso de lo nacional 11 . Allí se fundamenta la tesis de que en las regiones transfronterizas no existen varias ciudade s, sino una sola, bajo la modalidad de un complejo urbano transfronterizo o región urbana multinacional .
10 En el año 2008 se realizó una mesa de debate sobre planificación urbana de las ciudades fronterizas de Tulcán (Ecuador) e Ipiales (Colombia). Lo interesante y paradójico: los secretarios de planificación de las dos ciudades no se habían reunido nunca y ni siquiera se conocían. Extraño, porque la determinación del desarrollo de una ciudad depende de la otra.
11 El Estado nación deja de ser el punto de partida de la organización de la sociedad, porque se produce la ruptura del principio de identidad entre estado nación y sociedad, considerados como una unidad de análisis cerrada en sí misma (Smith, 1979).
Esta región es una matriz de localización de actividades urbanas, bajo la lógica de la asimetría complementaria (Carrión, 2022), originada en políticas proteccionistas, paridad monetaria, costos de producción y oferta de empleo, entre otros. Lo paradójico: estas asimetrías tienden a hacerse complementarias gracias al mercado formal (acuerdos de libre comercio) o ilegales (contrabando, tráficos); debido a que el producto que hay al otro lado no lo hay acá, a que el precio del bien es más bajo o es de mejor calidad. Su resultado es la construcción de un espacio estratégico que se convierte en un HUB de entrada y salida de información, servicios, capitales, productos y personas que van y vienen desde lo glocal. Las partes que conforman la región urbana configuran una estructura urbana compuesta por fronteras multiescalares. Así, por ejemplo, las armerías complementarias en el cordón fronterizo de EE.UU. con México hacen que en EE.UU. haya armerías porque la comercialización es legal, mientras en México es prohibida. Por el contrario, en el lado mexicano existen farmacias de forma recurrente porque en Estados Unidos la compra requiere de una receta, lo cual encarece el producto. En la frontera Brasil-Uruguay, Uruguay tiene legalizado el consumo de marihuana y el aborto, mientras en Brasil no, lo cual genera flujos de población del Brasil a Uruguay. Por otro lado, la ubicación de la población en las ciudades sigue las condiciones de la segregación residencial, a la cual se suma el nacionalismo. De esta manera, al paradigma de la segregación intraurbana, se añade la óptica multinacional, conformando el sentido de foraneidad, que también existe en las otras ciudades latinoamericanas12, pero es más evidente en este caso, por la nacionalidad difusa.
Adicionalmente las infraestructuras van a tono con las demandas de la región urbana transfronteriza.13 En este caso su satisfacción dependerá de los distintos niveles de gobierno (multinivel) y del Estado que se trate. Así, en el nacional están las políticas aduaneras, migratorias, de defensa, con sus respectivos aparatos; y en el local, el sector mobiliario, la producción y los servicios (comercio, banca).
12 http://www.arquitecturatropical.org/EDITORIAL/documents/CARRION%20ESPACIO%20 PUBLICO.pdf
13 Por ejemplo, si se trata de una ciudad turística, tiene que tener infraestructuras hoteleras, restaurantes, centros culturales, playas. Si es una ciudad capital, deben dominar las vinculadas a la condición de sede de los aparatos estatales. La ciudad industrial, contar con una densidad de las condiciones generales de la producción. Y así sucesivamente.
La centralidad urbana: Punto nodal de integración y proyección
Walter Christaler (1966), en su libro de los lugares centrales, sostiene que la centralidad urbana proviene de la oferta jerarquizada de servicios, la cual genera la atracción de la población localizada en sus áreas de influencia o de mercado (demanda), bajo los costos de transporte.
Más allá de las críticas a esta definición, se debe resaltar el peso que tienen las relaciones que la definen. Así, la centralidad urbana no puede comprenderse encerrada en sí misma o bajo ciertos atributos, sino a partir de las relaciones que la configuran, desde la oferta (centralidad) y hacia la demanda (periferias). En definitiva, es una construcción de una relación de contenido plural, que proviene de la concentración de poderes y capitales en el territorio.
La centralidad urbana es la expresión de la segreg ación urbana, es decir, de la desigualdad expresada territorialme nte, en el siguiente sentido: se trata de la concentración jerárquica y polarizada de las funciones centrales en un lugar particular de la ciuda d, definido como centro. Es importante la distinción entre centro , como espacio específico o lugar central (sitio), y centralidad urbana , que concentra funciones. De esta manera, la centralidad urbana atrae usuarios y consumidores, por ser el lugar desde donde se ejerce la atracción (masa gravitatoria).14 Eso supone una articulación del centro (nodos) con sus bordes (periferias) mediante la accesibilidad (movilidad), lo cual hace realidad la afirmación de que todos los caminos conducen al centro. Un elemento clave en la construcción y procesamiento de la desigualdad es el precio del suelo, en tanto segrega y expulsa actividades y personas.
Para entender las centralidades urbanas en las ciudades de frontera, se debe reconocer que el límite se comporta como un centro gravitacional de atracción de las partes, lo cual es posible porque su función central es la complementariedad multinacional de lo diverso. Pero también es imprescindible entender la centralidad bajo una dinámica histórica, que puede manifestarse en los siguientes tres momentos secuenciales: • Inicialmente, las ciudades crearon su centralidad fundacional cuando todavía su condición fronteriza no se prefiguraba como determinante, debido a que no existían los Estados. Sus ámbitos de influencia fueron los bordes intraurbanos y la ruralidad circundante.
14 El COVD-19 ayuda a entender esta condición gravitatoria de la centralidad urbana, debido a que la contabilidad de casos de personas contagiadas según unidades territoriales se realiza en sus áreas de influencia.
• Posteriormente, con la formación de los Estados nacionales y la delimitación de sus confines, la centralidad añade los componentes de la centralidad de los negocios (capital financiero, comercial), naciendo un segundo tipo de centralidad, de carácter longitudinal, ubicada a lo largo del cordón fronterizo.
• Con el proceso de globalización se vive un tercer momento, cuando las centralidades incorporan la función del terciario superior, adoptando la lógica de centralidad longitudinal de articulación global (Carrión y Cepeda, 2021) a lo largo del límite.
En la ciudad de frontera las tres centralidades (fundacional, de negocios y global) se expresan de forma simultánea, pero bajo dos lógicas explícitas: la centralidad longitudinal, originada en el límite fronterizo, adquiere la cualidad de centralidad de flujos. Mientras la segunda, de carácter zonal (fundacional y/o de negocios), se estructura a partir de la localización del capital para valorizarlo y del poder para ejercerlo, conformando una centralidad de lugar. Esto es, inscrita en la relación de flujos y lugares que definen las centralidades urbanas (Borja y Castells, 1997). Los dos tipos de centralidades son catalogadas como centralidades históricas fundacionales, porque encarnan un doble nacimiento: el de la ciudad enclaustrada en el ámbito nacional y el de la región urbana multinacional.
Las dos centralidades concentran poderes y negocio s, primando las relaciones de intercambio impulsadas por agentes económicos multinacionales, legales e ilegales. Y, además, las funciones centrales propias del orden multinacional expresan localmente las desigualdades transnacionales. Allí están las funciones aduaneras, migratorias, de soberanía territorial y las expresiones simbólicas de identidad, pertenencia y nacionalidad. Son tan fuertes estas funciones que generan un nivel de accesibilidad muy alto, que requiere de autopistas, carreteras, puertos y puentes para vehículos multipropósito (aviones, cam iones, barcos, automóviles), así como tecnología de punta.
Las funciones centrales están vinculadas al comerc io (mayorista, minorista), a la administración (pública, privada), a servicios (salud, educación) y a algunas actividades productivas. Entre estas últimas está la maquila , que obtiene beneficio de la asimetría complementa ria, debido a que el capital foráneo es atraído por el otro lado de la frontera porque desde allí puede importar insumos y exportar productos con beneficios arancelarios. Además obtiene provecho de los bajos salarios y las escasas prestaciones sociales.
Las regiones urbanas de frontera forman un sistema de centralidades , donde unas y otras se articulan bajo un patrón mu lticéntrico. En esta perspectiva, se desarrolla una importan te infraestructura, sobre todo de transporte, que permite la accesibili dad de sus periferias a las distintas centralidades.
La centralidad longitudinal –la de flujos– no es r econocida porque se la concibe como espacio de separación y no de integración. Y la centralidad de los lugares vive un proceso de aband ono y estigmatización por parte de las élites, debido a la concentración del comercio de bajo estándar, a la localización residencial de sectores populares y al impulso de la informalidad. En las dos centralidades la mov ilidad es clave, porque convierte a estas centralidades en zonas de alta migración con contacto global, como también en una forma plurinacional de integración. La complejidad de esta realidad conduce a que ciertos actores clave les hayan dado la espalda, al extremo de negar su existencia.15 Históricamente las élites locales desconocen el origen de las ciudades –es decir, su historia–bajo lo que podría definirse como parricidio urbano (Carrión, 2010), que puede llevar al descentramiento o la pérdida relativa de centralidad.
Las áreas de influencia: El sentido plurinacional
La centralidad y sus áreas de influencia definen l a estructura urbana, sobre la base de la especialización de las actividades y de la localización de las personas en el espacio. Entre u na y otra hay una relación estrecha, porque la centralidad crea una r ed de interacción que cambia históricamente, dando lugar a viejas y n uevas centralidades y periferias, al menos, en tres períodos:
• El primero, en el contexto de una ciudad pequeña y con bajas demandas de movilidad, las áreas de influencia de sus centralidades se ubican al interior de la ciudad, en lo que son sus bordes o periferias urbanas (suburbios). Y, además, en la ruralidad circundante o hinterland (campo-ciudad).
• Segundo, cuando se conforman los Estados nacionales, el área de influencia de la centralidad se expande y cambia, extendiéndose hacia el otro lado de la frontera, para construir una lógica interurbana multicéntrica. En otras palabras, a las periferias intraurbanas y a las inscritas en el ámbito rural, se suma la interfronteriza, con lo cual la expansión y la mancha urbana son cuestionadas.
15 Así como se negó la existencia de una región urbana multinacional, por el énfasis en lo nacional, en este caso se niega el origen histórico, porque al capital le interesa la velocidad de su rotación y a las élites su confort.
• Y tercero, cuando penetra la lógica transfronteriza multiescalar y multinivel, las centralidades y sus periferias se configuran dentro de los referentes global/local y flujos/lugares (Borja y Castells, 1977).
Esto hace que las periferias sean excéntricas, porque adquieren una autonomía relativa frente a las centralidades. La ciudad dormitorio es una de sus expresiones, aunque criticada porque no existen ciudades monofuncionales sino, en este caso, una relación centro periferia dentro de la misma unidad urbana multinacional. En esa perspectiva, una centralidad ubicada al otro lado puede convertirse en periferia de la otra y viceversa.
La centralidad, por razones laborales, servicios, actividades administrativas o por motivos comerciales, puede desarrollarse dentro de uno o varios Estados, dependiendo de su masa gravitatoria. En general la atracción de la centralidad del otro lado tiene que ver con cuestiones vinculadas a las asimetrías complementarias, mientras las que se desarrollan en el espacio nacional tienen que ver con cuestiones cotidianas y poco especializadas. En otras palabras, el poblador escoge la centralidad a la cual dirigirse, mientras su localización tiene un sentido nacionalista propio de la segregación residencial.
Lo que sí ocurre, y siguiendo a Wacquant (2007), e s que se construyen estigmas territoriales, donde uno de los elementos clave es la xenofobia, la cual conduce a que, dentro de las ciudades, se diluya el sentido de ciudadanía y se fortalezca el de foranei dad.
Conclusiones
El nacionalismo metodológico negó la posibilidad de una ciudad de frontera desplegada en varios Estados nacionales. La globalización desnudó esta incoherencia, porque, por ejemplo, en muchas capitales hay presencia de varios Estados nacionales, como también de varias corporaciones privadas globales. Un caso que ilustra esta discordancia es el de las ciudades de frontera, que configuran regiones urbanas multinacionales, gracias a que la asimetría complementaria hizo que las fronteras entraran en una lógica de integración. De allí que los límites interestatales se comporten como líneas de integración de los Estados colindantes y las fronteras en regiones de articulación universal. En este contexto, no solo que las ciudades de frontera son un territorio unificado pluriestatal, sino que operan como pívots de articulación de las lógicas trans e inter fronterizas.
Las fronteras se inscriben en sistemas fronterizos globales, donde sus ciudades son sus polos medulares de articulación multinacional, debido a que generan una economía sólida (legal e ilegal), un importante proceso de urbanización, un fortalecimiento de los poderes locales y vínculos transfronterizos.
Las ciudades espejo, pares o gemelas, deducidas del nacionalismo metodológico, caen en desuso para dar paso a la creación de las regiones urbanas multinacionales. Este nuevo orden territorial cuestiona los marcos institucionales y las políticas tradicionales de gobierno, para empezar a repensarlas desde una perspectiva integrada local-fronteriza-global.
La región urbana se convierte en el centro de gravedad del sistema fronterizo global, porque actúa como polo o pívot de la ecuación, convirtiéndose en elemento articulador de la economía y de la vida en la frontera, así como en el eslabón fundamental que articula las economías nacionales con las internacionales. En esa perspectiva, lo transurbano es el elemento definitivo, gracias a que las centralidades y sus áreas de influencia adquieren la condición multinacional.
Las vinculaciones entre ciudades ocurren por encim a de las relaciones entre naciones, sustentadas en los nuevos flujos migratorios, las tecnologías de la comunicación y los mercados legal es e ilegales. Así, ciudades localizadas en territorios distantes se integran por la economía, la cultura, la sociedad y la tecnología.
Estas mutaciones estructurales desembocan en el in édito protagonismo de las regiones de frontera frente a los Estados nacionales, gracias a la autonomía política deducida de la descentralización, del crecimiento económico, del aumento de su población y de la nueva forma de integración nacional, plasmada en las regiones urbanas pluriestatales.
En términos de la innovación de los gobiernos de e stos territorios, se deben resaltar algunos ejemplos icónicos. Está Ciudad Juárez (México) y El Paso (EE. UU.) que piensan en un área metropolitana de gestión dual. También los acuerdos de formación de mancomunidades entre Tulcán (Ecuador) e Ipiales (Colombia) p ara el manejo de residuos sólidos. 16 Algo más ambicioso es el caso del Trifinio (Honduras, El Salvador, Guatemala), en el cual está prese nte la cooperación internacional, los gobiernos nacionales y 45 munici pios de los tres países. De igual manera, en la frontera entre Perú y Ecuador, existe un
16 Algo complejo porque Naciones Unidas prohíbe el depósito final de residuos sólido producidos en un Estado distinto. En este caso ha sido superado por la propuesta de captar mayor escala de basura para el reciclaje.
grupo de municipios que trabajan en la misma perspe ctiva, sobre todo después de la firma de la paz en el año 1998.
Estas regiones urbanas tienen fronteras deducidas de la localización de las actividades, de los habitantes y de los servicios, así como de la línea demarcatoria de los Estados. Así s e han construido históricamente las fronteras intraurbanas en las ciudades de frontera .
También debe resaltarse que las centralidades y su s áreas de influencia tienen una dinámica que les hace comport arse de forma nacionalmente intercambiable, debido a que en unos mo mentos pueden comportarse como área de influencia y en otros como centralidad, lo cual hace que las centralidades de las ciudades de frontera sean itinerantes.
Estos nexos no se desarrollan por fuera de conflictos, porque representan nuevas relaciones de poder, más aún cuando las fronteras empiezan a tener un peso político mayor. Pero también de violencia e ilegalidades (contrabando, tráficos), por las propias características de la asimetría que provocan, lo que lleva a que estas regiones tengan tasas de homicidios más altas que los promedios nacionales (Carrión y Gotsbacheer, 2021).
Estos procesos negativos se acrecentaron con el COVID-19 y las políticas impulsadas para contrarrestarlo. Las fronteras se cerraron, con lo cual las inequidades se incrementaron. Como resultado se experimentó una redefinición de las funciones locales en beneficio del poder nacional, generando un giro hacia el centro que terminó incrementando la ilegalidad y la violencia, así como perjudicando sanitariamente a los habitantes de frontera, sobre todo a los más vulnerables.
Las políticas sanitarias contra el COVID-19 introdujeron un proceso de refronterizacón, en un momento en el que se había caminado mucho hacia la integración interfronteriza. Pero también aceleró el reposicionamiento de las visiones nacionalistas, que volvieron a posicionar el concepto de la frontera como un escudo protector frente a las amenazas externas (Lara-Valencia y García-Pérez, 2021). Y lo paradójico: con ello se fue en contra de los procesos históricos de integración, construyendo muros ideológicos y físicos, tanto al interior de las ciudades como entre los países colindantes. Sin lugar a duda, el nacionalismo metodológico es un peligro real y una apuesta contra la historia.
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AVIACIÓN, TERRITORIO, Y MODERNIDAD: ARTÍCULO SELECCIONADO
LA EVOLUCIÓN Y CONFORMACIÓN DEL ANTIGUO AEROPUERTO DE QUITO
1920-1950
ERNESTO BILBAO
Para el año 2000, John Kasarda, consultor y académ ico norteamericano, describía el surgimiento de un nuevo tipo de centro poblacional y de zonas de influencia planificados en función del aeropuerto llamado aerotrópolis (Rosero, 2015, p. 16). Según Kasarda, el éxito de importantes centros económicos y el dinamismo explosivo del e-commerce , el transporte rápido y eficiente de bienes, la importación y exportación desde flores frescas, hasta suministros de componentes electrónicos, está directamente relacionada a la proximidad de aeropuertos con ciudades y redes de distribución de transporte de carga y pasajeros. Según Kasarda, la velocidad y agilidad del transporte aér eo se han convertido tan críticas para las actuales economías globalizad as que prácticamente se han convertido en la espina dorsal del desarroll o de cualquier ciudad (Kasarda, 2000, pp. 43-48). La aerotrópolis es, según Kasarda, un “nuevo tipo de forma urbana” que supera los aspectos cultu rales, geográficos, económicos, idiosincráticos y hasta políticos (Rosero, 2015, p. 16).
Entre la década de 1910 y 1920, casi ochenta años antes de que John Kasarda escribiera sobre la aerotrópolis, ninguna ciudad había escapado de los efectos inmediatos de la tecnología del vuelo motorizado. Desde el inicio del siglo XX, las aspiraciones de modernidad se apuntalaron sobre la construcción de infraestructura para la comunicación, y los aeropuertos amalgamaban perfectamente mitos de modernidad, avance tecnológico y factores de índole local e internacional. El avión —uno de los inventos más significativos del siglo XX— rompió con los límites de las naciones estado, y mientras conectaba rápidamente continentes y destinos, cambió dramáticamente el paisaje urbano y rural en casi todas las ciudades del mundo. La “belleza de los nuevos aeropuertos” cerca de importantes centros urbanos, como dijo Le Corbusier desde inicios del siglo XX, inauguró un nuevo entendimiento de la ciudad y el paisaje, y encaminó a la planificación urbana en direcciones totalmente inesperadas (Gordon, 2004; Le Corbusier, 1946). Aeropuertos ¾ que para Le Corbusier en 1923 representaban la “directa e inmediata expresión de progreso”¾ se convertirían muy pronto en instrumentos emblemáticos de identidad nacional. Líderes, empresarios y promotores cumplieron con sus deseos y aspiraciones de progreso a través
de la construcción de aeropuertos con el fin de conectar a sus ciudades con las flamantes rutas del tráfico aéreo. Así, cualquier aeropuerto se convirtió en punto de enlace y exploración hacia geografías distantes, en puerto de transporte de personas y en lugar de intercambio de ideas y productos. Los aeropuertos también permitirían el propio avance de la aviación y el desarrollo de nuevos programas arquitectónicos.
Para la década de 1940, el desarrollo de aeropuertos y terminales aeroportuarias ya había llegado a su auge durante la llamada “Era Dorada del Vuelo”. Debido a sus tamaños y funciones particulares, los aeropuertos y aeródromos se convirtieron en importantes infraestructuras que no solo brindaban conectividad, sino que ofrecían inmensas oportunidades para la teorización del diseño arquitectónico, la arquitectura del paisaje y la planificación urbana. En los países andinos, la espectacularidad del diseño y construcción de nuevos aeropuertos se convirtió en motivo de orgullo y desarrollo inclusive hasta los años sesenta. Por ejemplo, el escritor colombiano Carlos Martínez idealizó al avión en 1940 como el símbolo de “la llegada de la modernidad” cuando éste aterrizó en Bogotá en 1920, modificando totalmente su estructura territorial (Mondragón López, 2012, p. 238). Para los años cincuenta, varias ciudades de países Andinos ya contaban con nuevos aeropuertos, como el de Limatambo, en Lima, Perú, o el de Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia. Estos aeropuertos se promocionaban internacionalmente como los más modernos de Sudamérica. Estos primeros aeropuertos no solamente conectarían a dichas ciudades con otros continentes, sino que además facilitarían vuelos hacia áreas remotas de los Andes centrales, eternamente desconectadas por las fuertes barreras geográficas (Bilbao, 2020, p. 209).
No obstante, como aprecia Alastair Gordon, el aero puerto, al ser “simultáneamente un sitio, un sistema, un artef acto cultural”, pone “cara a cara las frustraciones de la modernidad” (G ordon, 2004). Es así que, a pesar del mejoramiento de varios ámbitos en términos de turismo, comunicaciones y económicos, fruto del transpor te aéreo, las ciudades andinas no estuvieron del todo preparadas par a la planificación e incorporación de aeropuertos dentro de su estructur a urbana. Este factor, dominado principalmente por la falta de planif icación e imaginación de cómo incorporar a los nuevos aeropuertos a un co ntexto urbano determinado, implicó cambios aún más fuertes en sus t erritorios, dinámicas sociales y económicas comparados con los impact os que sufrieron ciudades de países industrializados. La ubicación i nicial de los aeropuertos en las afueras de las ciudades sobre el pai saje rural conllevó la considerable construcción de infraestructura via l y de apoyo en sus
zonas de influencia, como carreteras, bodegas, plat aformas y cisternas de combustible, que trajeron consigo un importante desarrollo urbano en las periferias (Bilbao, 2020, p. 210).
Eliecer Enríquez, Quito a través de los tiempos. Portada, 1938. [Figura 1]
Fuente: Colecciión personal del autor
En ese sentido, el propósito de este estudio es entender la evolución de la infraestructura aérea y el impacto que tuvo la aviación en el territorio de Quito desde el primer aterrizaje de un avión en 1920 hasta la consolidación de la aviación comercial a finales de los años cincuenta. Así mismo, este artículo también presenta el rol de la aviación y del antiguo aeropuerto en cuanto al proceso de modernización e inclusión de Quito en una dinámica global más amplia. A pesar de que el primer aeropuerto de Quito construido en este período luce básico y elemental, este estudio demuestra que el crecimiento y la urbanización de la capital del Ecuador está directamente relacionada a la proximidad del mismo. Ni la inclusión del automóvil ni la llegada del tren en la primera década del siglo XX habían producido tan significativos cambios en el orden espacial de Quito como lo hizo el avión [Fig. 1]. Por otro lado, el vuelo motorizado produjo drásticas transformaciones en la estructura tradicional, agrícola y económica heredadas desde épocas coloniales, como la hacienda. Además, a partir del análisis de varias escalas, desde la arquitectónica, la urbana y hasta la continental, este estudio también revela que detrás de la imagen rústica y ordinaria del primer aeropuerto de Quito subyacen intereses internacionales de orden político, cultural y económico aún más grandes que los propios anhelos locales. El transporte aéreo posicionó a Quito en el mapa de los destinos a nivel mundial, pero también ayudó a la construcción del imaginario de la ciudad respecto a su arquitectura, raza y estructura social. A pesar de que los quiteños recibieron a la aviación con optimismo y hasta con expectativas utópicas, la llegada del avión a Quito n o deja de mostrar sus contradicciones. Para la sociedad quiteña, las implicaciones del desarrollo aeroportuario pasaban inadvertidas al me zclarse con sus propias aspiraciones de modernidad, conectividad y entusiasmo causadas por el contacto con la tecnología aeronáutica .
Dado que el avión conectó a las naciones andinas desde la década de 1920, este documento explora la evolución del aeropuerto de Quito desde dos aspectos: primero, los efectos de las primeras operaciones de aeronaves en el territorio de Quito y las estructuras sociales poscoloniales desde la década de 1920 hasta la década de 1930; y segundo, cómo la construcción del aeropuerto de Quito contribuyó a que las potencias imperiales y globales “redescubrieran” Quito al vender su imagen arquitectónica y urbana a nivel local e internacional desde la década de 1940 hasta la década de 1950. Este enfoque permite reconstruir los factores que ayudaron a diseñar la imagen y la identidad de Quito tanto local como internacionalmente, y entender las circunstancias que rodearon la evolución
de la aviación hacia y desde Quito y la construcción de su aeropuerto. Este estudio es una provocación que demuestra la complejidad de la modernización de la capital argumentando que detrás de la evolución ordinaria del aeropuerto de Quito se encuentran mayores esfuerzos políticos, culturales y económicos que figuran poder, sueños de modernización y procesos de internacionalización. Así, este estudio permite entender los procesos de modernización catalizados por agentes tecnológicos externos, como la aviación en este caso, en ciudades andinas y reflexionar sobre su impacto en el paisaje urbano y arquitectónico, así como en la mentalidad de su gente a lo largo del tiempo de estudio.
Quito, los Andes y la incomunicación
Ecuador es una “paradoja geográfica” donde volcanes nevados andinos surgen de las profundidades de las selvas y los fríos páramos andinos se alternan con fértiles valles de clima templado. “Este mundo es violento”, escribió sobre Ecuador el viajero, autor, naturalista y explorador norteamericano Victor Wolfgang von Hagen en 1949 y afirmó que Ecuador es una “tierra de topografía revuelta en la que todo es arriba o abajo” (von Hagen, 1949, p. 3). De hecho, antes del desarrollo de los aeropuertos y las redes de comunicación como las carreteras, los Andes obligaron a la población de la Sierra ecuatoriana a vivir en completo aislamiento. El esfuerzo casi sobrehumano por superar los impedimentos andinos dio lugar a un intenso aislamiento geográfico que derivó en un “Ecuador esquizofrénico”, un estado de conflicto que afecta tanto al hombre como al medio ambiente (von Hagen, 1949, p. 10). La aparente respuesta a esta situación contemplaba la implementación de una red factible de comunicaciones construida para superar obstáculos y diferencias, capaz de conectar al Ecuador a nivel local e internacional. Hasta mediados del siglo XX, la implementación de una red comunicacional de cualquier tipo (ferrocarriles, aeropuertos, carreteras) seguía siendo uno de los objetivos primordiales de los gobiernos ecuatorianos, como el del presidente Galo Plaza Lasso (1948-1952) y el de José María Velasco Ibarra (1952-1956), pero ninguno fue capaz de cumplir este objetivo en última instancia. En la década de 1950, el escritor y geógrafo Felipe Fernández, quien estudió el panorama problemático de las comunicaciones del Ecuador, aún no podía entender cómo las comunicaciones aéreas, “más libres que las terrestres”, no habían contribuido de manera decisiva a las comunicaciones de Ecuador, eliminando así el aislamiento regional. Según él, Quito, la capital de Ecuador, ubicada a una altura de
2.800 metros sobre el nivel del mar, había sido conectada por vía aérea con la costa, pero apenas a nivel internacional, relegando a otras ciudades como Guayaquil, el principal puerto del país, el papel central para el desarrollo de los servicios aéreos. De hecho, hasta la década de 1950, la aviación no había desarrollado su capacidad total para volar a gran altura, lo que redujo la navegación aérea desde y hacia la Sierra ecuatoriana a un estado relativamente precario. Los campos de aviación (nombre comúnmente utilizado hasta entonces para referirse a un aeródromo o aeropuerto) existentes en la Sierra tampoco estaban aún equipados para un tráfico más significativo. Por ello, para Fernández, la aviación en Quito no era un factor de fundamental importancia dentro del sistema de comunicaciones ecuatoriano (Fernández Alonso, 1956, p. 422).
Sin embargo, los otros medios de comunicación en el Ecuador tampoco se habían desarrollado plenamente. Si bien los puertos marítimos proporcionaban un contacto específico a nivel internacional, hasta la década de 1950 las carreteras y los ferrocarriles no tenían las condiciones adecuadas para garantizar una comunicación interior efectiva. Fernández también afirmó que la construcción “no suficientemente sólida y perfecta” de esta infraestructura no les permitió resistir las inclemencias del clima andino caracterizadas por fuertes lluvias, inundaciones y avalanchas de “extraordinario poder destructivo” (Fernández Alonso, 1956, p. 422). Debido al histórico sometimiento de la infraestructura de transporte a los Andes ecuatorianos, las comunicaciones terrestres, aéreas, marítimas y fluviales se caracterizaron hasta mediados del siglo XX por una baja eficiencia circulatoria y no vinculaban aún al Ecuador interna y externamente. Otro factor fundamental que influyó en las comunicaciones de Ecuador fue que la población aún vivía en condiciones rurales totalmente autosuficientes. Por ejemplo, a mediados del siglo XX, solo el 28% de la población de Ecuador vivía en ciudades. Esta condición socavó la aparición de incentivos económicos que pudieran estimular el desarrollo de infraestructura comunicacional para superar los obstáculos geográficos.
Otro aspecto a tomar en cuenta fue la condición de apartamiento o encierro de Quito. Hacia finales del siglo XIX, era todavía una pequeña ciudad de no más de 45.000 habitantes, aparentemente armoniosa en estructura y forma de vida. Según Eduardo Kingman y Ana María Goetschel, Quito medía 2.800 metros de largo por 2.000 metros de ancho y tenía unas 1.600 casas. Los quiteños habían construido la mayoría de sus edificios con amalgamas de barro y muy pocos con ladrillo y una mezcla de cal y arena. Los techos eran generalmente de madera y las tejas de barro. Casi todas
las casas tenían patios interiores y traspatios, y muchas tenían huertos. Más allá de los límites de la ciudad, el cultivo de hortalizas y la crianza de pequeños animales estaban muy extendidos, y las casas conservaban un sabor rural. La realidad de Quito producía la “impresión de algo remoto para los viajeros que visitaban la ciudad” (Kingman Garcés & Goetschel, 1992, p. 153).
Debido a la majestuosidad del entorno y la pequeña escala de Quito, así como al carácter urbano particular dado principalmente por las calles estrechas, pequeñas plazas y patios escondidos dentro de edificios y conventos, la gente comúnmente calificaba a Quito como el “Claustro de los Andes”. La ciudad pudo haber obtenido esta caracterización con base en la cantidad de jardines recogidos dentro de conventos y viviendas y la imagen de aislamiento que proyectaba la ciudad al estar encerrada por la inmensa escala de las montañas andinas. Por el tiempo en que aterrizó el primer avión en 1920, un viajero estadounidense describió a Quito como un lugar que “sin duda [produce] al [visitante] una impresión de algo remoto; su elevación, su aislamiento y la vida observada en sus calles, todo combinado produce este efecto”1 (Espinosa Apolo & Páez, 1996, pp. 86-87).
La ciudad “ocasiona una atmósfera que expresa [...] desolación”, también agregó. Harry A. Franck, quien visitó Quito en 1913, había hecho anteriormente una afirmación similar: Quito tiene la atmósfera de un “mundo aparte, una pequeña esfera pacífica y tranquila provista de pocas comodidades modernas, pero con poco de la complicada vida de las ciudades del siglo veinte”. “Las fábricas, en el sentido moderno, son desconocidas”, también comentó (Franck, 1917, p. 39).
Sin embargo, no solo los viajeros y locales reconocieron la lejanía de Quito. Incluso los habitantes de países vecinos como Colombia tenían la misma impresión. Cuando el viajero Harry A. Franck preguntó a los bogotanos cómo llegar a Quito en 1913, la gente reaccionó con sorpresa, probablemente porque también vivían en un aislamiento similar a 2.644 metros sobre el nivel del mar. Para ellos, Quito “no era sólo una lejanía, sino sólo un nombre, como Moscú o Lhassa”. Según Franck, solo unos pocos que habían ido a la escuela tenían una “notación nebulosa de que [Quito] estaba en algún lugar hacia el sur”. Después de considerar que buscar información era simplemente una pérdida de tiempo “porque lo inexistente no se puede describir”, la mejor manera para Franck era buscar información en un Atlas y descubrir que Quito estaba a solo 480 kilómetros de distancia hacia el sur (Franck, 1917, p. 39).
1 Blair Niles citado en Espinosa Apolo & Páez, 1966, pp. 86-87.
La lucha de Quito con los Andes se había convertido en un tropo histórico y un mito en el que los quiteños construyeron la suposición de que habían vivido a merced de la dura geografía. Esta idea persistió hasta mediados del siglo XX debido a la falta de un sistema vial adecuado y las desafiantes condiciones físicas andinas para construir carreteras decentes.
Para A.C. Veatch, otro viajero que visitó Quito en 1913, había habido algunos avances en la construcción de carreteras modernas en el barrio de Quito. Sin embargo, como Veatch señaló, “el camino que conduce al sur de la ciudad es el único que recorre una distancia considerable”, y solo “otras tres carreteras modernas se han completado para distancias de solo 10 a 15 millas” (Veatch, 1917, p. 33). En sus relatos también expresó su asombro al no poder pasar en “motor” más allá de Pomasqui, localidad ubicada a sólo 21 kilómetros al norte de Quito. A.C. Veatch también se sorprendió cuando descubrió que necesitaría dos días para viajar de Quito a Otavalo, a solo 80 kilómetros de distancia, siguiendo los senderos y “caminos” de montaña existentes en Ecuador (Veatch, 1917, p. 35).
Para la década de 1950, Fernando Chaves, un historiador ecuatoriano, todavía recordaba el carácter particular de Quito y su relación con su geografía y topografía. Los viajes a Quito a principios del siglo XX eran como “actos de heroísmo” que podían incluso convertirse en un “curso de educación calmante para muchos males” porque era demasiado largo (Chaves, 1956). “Los Andes [ecuatorianos] fueron lugares donde incluso se registraron nuevos récords de velocidad en viajes de mulas hasta principios del siglo veinte”, también afirmó. En efecto, alrededor de 1956, 43 años después de la visita de Veatch, el desarrollo vial no había cambiado. Por ello, Chaves escribió que cualquiera que lograra recorrer el país en una pequeña parte en automóvil sabía que “es mejor no hablar de carreteras”. [...] “Ningún camino merece el nombre de carretera”, advirtió, y agregó que “muchos son solo caminos trazados, ‘senderos en buen español’ [...] que solo sirven en época seca” (Chaves, 1956). El autor incluso se burló de una competencia automovilística llamada “Vuelta a la República” al referirse al ir y venir de los pilotos, manejando en varias ocasiones por la misma vía sin recorrer la mayor parte de las provincias del Ecuador (Chaves, 1956). Pero también cuestionó la cantidad de recursos económicos desperdiciados en intentos fallidos de construir un sistema vial para conectar el país, lo que solo alimentó el mito de las carreteras y la conectividad en Ecuador. Sin embargo, en la década de 1940, parecía que la aviación daba signos de alivio a esta situación. El viajero Víctor Wolfgang von Hagen afirmó que entonces se podía llegar a Quito “si n lágrimas” por tres
vías diferentes: en tren desde Guayaquil, en automó vil desde Bogotá por un tramo de la Carretera Panamericana Andina, o en avión, flotando por el aire sobre la “Carretera Andina por medio de un Pan American Clipper” (von Hagen, 1949, p. 12). Para él, el viaj ero ya no necesitaba el equipo que un explorador del siglo XVII consideraba indispensable: “ojo de halcón, orejas de burro, cara de mono, palabras de mercader, lomo de camello, boca de cerdo, patas de ciervo”. Llegar a Quito, se volvió, según el viajero extranjero, “bastante fácil” por aire (v on Hagen, 1949, p. 12).
Le Corbusier, “Urbanisme et aéronautique” (Urbanismo Aeronáutico), 1947.
Fuente: © F.L.C. / ADAGP, Paris / Artists Rights Society (ARS), New York 2023
[Figura 2]
Quito, haciendas y su primer Campo de Aviación
La inclusión de Quito en las redes aéreas mundiales comenzó a finales de la Primera Guerra Mundial, cuando Europa y Estados Unidos exportaron operaciones aéreas a otras regiones, como América Latina. Un estudio realizado en los Estados Unidos en 1941 indica que los centros urbanos latinoamericanos no estaban preparados técnica, financiera ni socialmente para emprender las etapas pioneras de la aviación a partir de 1920 (Burden, 1943, p. 10). Sin embargo, la situación mejoró cuando los gobiernos latinoamericanos abrieron sus cielos a empresarios europeos y estadounidenses (Burden, 1943, p. 10). Como señala el estudio, “las potencias aeronáuticas tenían todos los incentivos” y la iniciativa para fomentar la aviación en la región (Burden, 1943, p. 10). Este desarrollo —además de la competencia entre pilotos estadounidenses y europeos para batir récords de quien volaba más alto, más lejos, más rápido y más tiempo— permitió volar a ciudades ubicadas a más de 2.500 metros de altura como Bogotá, La Paz o Quito.
El momento épico cuando el primer avión llegó a los Andes sirvió como historia material para la representación y la teorización de la infraestructura del aeropuerto. En una conferencia ofrecida en Bogotá en 1947, Le Corbusier dibujó a las Américas para explicar el surgimiento de un Urbanisme et aéronautique (Urbanismo aeronáutico) compuesto de “estupendas nuevas rutas aéreas” que superan cualquier barrera geográfica, y que además ofrecen “nuevas aventuras humanas” [Fig. 2]. Para Le Corbusier, estas nuevas rutas “van en línea recta, cortan en línea recta y van a todas partes […] indiferentemente de [cualquier] obstáculo geográfico” (Boyer, 2011, p. 666).2 Lo más importante es que, al representar a Bogotá vinculada a rutas aéreas, Le Corbusier dio a entender que el principal puerto de Colombia ya no estaría en el mar, sino en Bogotá, en su interior (Boyer, 2011, p. 652). Como arquitecto, reconoció las implicaciones de la aviación al alcanzar desiertos y las selvas tropicales obedeciendo a itinerarios separados apenas por horas (Boyer, 2011, p. 482).3 La formación de un urbanismo aeronáutico cambiaría dramáticamente, según él, la transferencia intercontinental de personas, bienes y noticias, trayendo un nuevo orden mundial e intensificando la globalización (Boyer, 2011, p. 482). Como muchos otros, Le Corbusier entendió también que la aviación abriría la puerta al progreso del mundo a través de nuevos aeropuertos y que el avión sería símbolo de una nueva era (Boyer, 2011, p. 651). Toda ciudad, según Le Corbusier, “reclamará un [aeropuerto] de acuerdo con sus necesidades y derechos” (Boyer, 2011, p. 673).4
2 Le Corbusier, “Concerning Town Planning” citado en Boyer, 2011, p. 666
3 Le Corbusier citado en Boyer, 2011, p. 482
4 Le Corbusier, “Concerning Town Planning” citado en Boyer, 2011, p. 673
Quito era una de esas ciudades que reclamaba el derecho a tener su propio aeropuerto desde que el primer avión, el Telégrafo I, aterrizó piloteado por el piloto italiano Elia Liut en una rústica explanada de la hacienda La Carolina en 1920. Como se enunció anteriormente, la complicada geografía andina había aislado históricamente a Quito y, antes del avión, viajar a Quito desde la costa del Pacífico requería un viaje de por lo menos tres semanas, y desde Bogotá, cincuenta y siete días (Franck, 1917, p. 126).5 Cualquier viaje demandaba superar quebradas, barrancos, espesos, lluviosos y cálidos bosques tropicales y subtropicales, y fríos y nublados páramos, en mula o en automóvil a través de una red de carreteras prácticamente inexistente. El ferrocarril que conectaba Quito con Guayaquil, y desde ahí con el mundo, en solo dos días, apenas había llegado en 1910 (Kingman Garcés, 2006, p. 209).6 Este momento ayudó a Quito a dinamizar su economía y desarrollar una perspectiva no local (Kingman Garcés, 2006, pp. 215-238).7
5 En sus crónicas sobre su viaje de Bogotá a Quito en 1917, el escritor norteamericano Harry A. Frank explica como le tomó 57 días alcanzar Quito desde Bogotá. Para más información leer Franck, Vagabonding Down the Andes, 126.
6 El Día, septiembre 18, 1919. Citado en Kingman Garcés, 2006, p. 209.
7 De acuerdo con Eduardo Kingman, la vía férrea introdujo una nueva manera de entender las relaciones entre espacio y tiempo en Quito, pero también proveyó a la ciudad de lo que Kingman llama la “Primera Modernidad de Quito”. Para más información, leer Kingman Garcés, 215-38.
No obstante, cuando el avión conectó a estas dos ciudades a tan solo una hora, la relación entre el tiempo y el espacio había cambiado aún más. Desde que el primer avión aterrizó en 1920, Quito nunca sería la misma. Si el ferrocarril había comenzado a ofrecer a sus habitantes la posibilidad de entender el espacio a escala nacional, el avión abrió la opción de concebirlo a nivel global (Kingman Garcés, 2006, p. 231).8
En la década de los años veinte, la agricultura y la comercialización de materias primas aún sostenían la economía del Ecuador y la nación apenas había comenzado los primeros pasos hacia la industrialización. Durante el período colonial y hasta la construcción del Canal de Panamá, Ecuador fue una de las naciones más aisladas de los principales mercados del mundo atlántico (Hurtado, 2018, p. 13).9 Muchos estudios atribuyen el atraso económico del Ecuador durante la colonia y la era republicana al aislamiento geográfico y a la difícil topografía (Hurtado, 2018, p. 12). Estos accidentes naturales dificultaron la construcción de rutas de comunicación y el Ecuador sufrió una falta de integración tanto interna como externa (Hurtado, 2018, p. 13). El desarrollo económico se había producido
8 Para más información sobre la vía férrea, leer Kingman Garcés, 231.
9 El historiador y ex Presidente del Ecuador (1981-1984) Osvaldo Hurtado explica que, gracias a la construcción del Canal de Panamá, Ecuador se integró más efectivamente a la comunidad internacional. Para más información, leer Osvaldo Hurtado, Las costumbres de los ecuatorianos (Bogotá: Penguin Random House Grupo Editorial, 2018), 13.
Plano de la Ciudad de Quito para los Trabajos del Censo, 1921. [Figura 4]
Fuente: Cortesía Biblioteca Ecuatoriana Aurelio Espinosa Polit, Quito.
solamente gracias a la exportación de productos a través de la costa del Pacífico, principalmente a través de Guayaquil. En la década de los años veinte, Guayaquil había concentrado su capacidad económica sobre todo en grandes plantaciones y exportaciones de cacao (Andrade Andrade, 1988, p. 23; Hurtado, 2018, p. 12).10 Mientras tanto, la economía de Quito se dedicaba principalmente al consumo interno basado en grandes sistemas de haciendas desde la época colonial (Andrade Andrade, 1988, p. 24).
10 En la última década del siglo diecinueve y en las primeras dos décadas del siglo veinte, la producción de cacao sostuvo la economía del Ecuador. Esta producción cayó abruptamente en los años veinte debido a la competencia de colonias europeas en África. Después, en los años cincuenta y sesenta, la economía ecuatoriana se movió alrededor del cultivo y exportación de bananas hasta que se encontró petróleo en las regiones orientales del país. Desde los sesenta, la exportación de petróleo ha sido el principal ingreso del país. Guayaquil se mantuvo como centro económico de cacao y banano durante este período. Para mayor información, leer Bruno Andrade Andrade, «Reseña de una década que forjaría historia», en Crisis y Cambios de la Economía Ecuatoriana en los Años Veinte (Quito: Banco Central del Ecuador, 1988), 23; Hurtado, Las costumbres de los ecuatorianos, 12.
“Caballos de Carga Humanos”, 1963. Indigenas trabajando en las haciendas cercanas a Quito. [Figura 5]
Fuente: Fotografía de John Hightower, Associated Press. Colección Personal del Autor.
En 1920, el Telégrafo I encontró una “ciudad señorial”, perfectamente dividida entre la zona urbana y la zona rural (Kingman Garcés, 2006, p. 29) [Fig. 3]. La población de Quito había aumentado apenas de 40.000 habitantes en 1886 a 50.000 en 1922. La estructura urbana de Quito estaba compuesta por casas coloniales y aristócratas, conventos e iglesias. Salvo algunos pequeños desarrollos y caminos, el Plano de Quito para los Trabajos del Censo de 1921 muestra cómo la ciudad aún mantenía su huella compacta, en gran medida debido al aislamiento y a las barreras naturales [Fig. 4]. El espacio rural o periférico de Quito, por otro lado, pertenecía a la hacienda, un sistema de producción agrícola expresamente feudal y colonial, propiedad del hacendado, generalmente de ascendencia española o blanca. Con la excepción de los capataces y administradores blancos y mestizos, la mayoría de la población indígena vivía en la periferia y en haciendas colindantes a Quito. Los indígenas, quienes durante siglos fueron llamados desdeñosamente “indios”, fueron considerados por muchos de “clase inferior”, incivilizados y en su mayoría despojados de cualquier derecho ciudadano [Fig. 5]. Eran “esclavos disimulados” que proporcionaban todo el trabajo agrícola y doméstico, y comúnmente sujetos a bajos salarios, insultos y abusos físicos por parte del hacendado (Hurtado, 2019, p. 94). La crueldad de las haciendas hizo que el escritor ecuatoriano Jorge Icaza la considerara
la “tragedia del indio ecuatoriano” en 1934. La “gr an propiedad”, como se llamaba la hacienda, estaba formada por la compra, el despojo, la herencia, el matrimonio y las donaciones (Hurtado, 2019, p. 87). En Quito, esta estructura “familística” llegó al punto en que solo siete familias tenían más de 144 haciendas, cercanas entre sí o distribuidas en todo el Ecuador (Hurtado, 2019, p. 97). En 1934, un historiador y hacendado aceptó que “la posesión de grandes haciendas en Ecuador estaba en manos de tan pocos propietarios y que el sistema de hacienda estaba lejos de desaparecer” (Hurtado, 2019, p. 88).11 Las haciendas eran la base del poder y el eje en torno al cual giraba la sociedad ecuatoriana, creando una sociedad paternalista (Hurtado, 2019, pp. 83, 98).12 La tradición legitimaba la autoridad y la superioridad del terrateniente de tal manera que todos se sintieran obligados a prodigarle obediencia, fidelidad y sumisión (Hurtado, 2019, p. 98). Aunque la ciudad ejerce una sutil influencia sobre las haciendas, el pobre desarrollo industrial de Quito dependía mucho social, cultural y económicamente del sistema de la hacienda. En 1920, el hecho de que la ciudad y el campo fueran tan diferentes hizo de estos dos mundos un símbolo de distinción entre modernidad y rusticidad, inclusive de separación racial. Quito daba la sensación de vivir entre dos universos: la ciudad moderna y la periferia rústica.
Gestionados por las élites de Guayaquil y Quito con la ayuda de inmigrantes y empresarios europeos, los primeros aviones aterrizaron en Quito en la periferia rústica. La hacienda La Carolina y más tarde la hacienda Iñaquito, ambas ubicadas en los terrenos bajos del norte de la ciudad a solo once kilómetros de distancia, ofrecían condiciones óptimas para los primeros vuelos. Parte del paisaje natural de la laguna precolombina de Añaquito y los restos de cuerpos de agua, humedales y bosques dieron a estas dos haciendas las condiciones perfectas para el pastoreo de ganado y la producción agrícola realizadas por indígenas que vivían dentro de sus límites. Otros aviones también aterrizaron en otras haciendas en todo el Ecuador. Uno en la hacienda Azaya y Pilanquí, cerca de la ciudad de Ibarra, y otro en la hacienda El Vínculo, cerca de San Gabriel, en 1921. En 1924, otros aviones también utilizaron haciendas como pistas de aterrizaje, como la hacienda La Tina, cerca de la ciudad de Cuenca, o la hacienda San José, cerca de Cayambe.
11 Jacinto Jijón citado en Hurtado, 2019, p. 88.
12 Para analizar las estructuras de poder, Osvaldo Hurtado en El Poder Político en el Ecuador parte de la hipótesis de que, durante la República hasta por lo menos 1949, la hacienda fue la base del poder alrededor de la cual la sociedad ecuatoriana giraba. Para más información, leer Hurtado, 83, 98.
El primer aeropuerto de Quito se conocería más tarde en la década de los años treinta como Campo de Aviación. Apareció por primera vez en el mapa de las “áreas permitidas de urbanización” de Quito de 1935 [Fig 6]. El mapa muestra un futuro suficientemente claro: la ciudad pronto se extenderá hacia los espacios “vacantes” rodando sobre sus haciendas y comunidades indígenas hasta un límite marcado por la presencia del Campo de Aviación hacia el norte. El mapa dará forma a este territorio (Capello, 2011, p. 35).13 Más tarde, el Campo de Aviación aparece nuevamente en los mapas de Quito y Cotocollao de 1939. Estos mapas representan a la ciudad en contraste con sus alrededores, un territorio marcado por la presencia de quebradas y haciendas. La hacienda La Carolina en el mapa de Quito aparece rodeada de otras siete, incluidas Chaupi, Rumipamba, Merizalde, Miraflores, Batán Grande y Bellavista. El mapa Cotocollao, muestra al Campo de Aviación rodeado por al menos otras quince haciendas y tierras divididas en propiedades agrícolas más pequeñas llamadas quintas [Fig. 7]. A pesar de los pocos caminos y quebradas que atraviesan el territorio, los límites entre las haciendas y el Campo de Aviación parecen poco claros.
Un artículo de El Comercio de 1930 muestra cómo eran las elementales operaciones en el Campo de Aviación. Para dar la bienvenida a un vuelo que llegaba desde Bogotá, el autor relata cómo “automóviles y autobuses llenos de entusiasmados pasajeros se dirigieron al aeródromo de Iñaquito para ver al avión”. El artículo también comunica sobre los problemas que tuvo la policía para despejar el campo de aterrizaje de las multitudes y los autos que lo rodeaban. Según la nota, un único teléfono ubicado en el aeródromo yacía en medio de la multitud ansiosa de escuchar noticias sobre el avión colombiano. Incluso una banda de música tocaba para el público, incluidos diplomáticos, autoridades y el mismísimo presidente de Ecuador [Fig. 8]. Cuando el avión finalmente aterrizó, las multitudes desfilaron al piloto sobre sus hombros y caminaron en dirección a Quito (“La Segunda Etapa del Vuelo Bogotá-Quito”, 1930). Detrás de este patriótico momento se encuentra la sorprendente alteración del espacio de la hacienda Iñaquito en un espacio público tal vez más democrático; o en ágora para varias clases sociales, ciudadanos y no ciudadanos, blancos e indígenas, autoridades y gente común. Al día siguiente, un editorial publicado en el mismo periódico reflexionaba sobre tan trascendental acontecimiento.
13 Tomado de la observación que hace Ernesto Capello sobre el mapa de J. Gualberto Pérez, Plano de Quito con los planos de todas sus casas, en donde el mapa tiene dichas funciones. Para más información, leer Ernesto Capello, City at the center of the world: space, history, and modernity in Quito (Pittsburgh: University of Pittsburgh Press, 2011), 35.
Plano General de Quito con las Zonas Permitidas para la Urbanización, 1935. Acercamiento. Campo de Aviación se muestra en el recuadro.
[Figura 6]
[Figura 7]
“La aviación es el elemento moderno de la civilización”, afirmaba el editor, además de ser muy explícito sobre las ventajas que la aviación traería para el comercio y el turismo, e incluso para la “nobleza internacional”. El autor enfatizó sobre la necesidad de contar con “aeródromos bien preparados para evitar vergüenza y fracasos”. Para él, estos campos “darían satisfacción a la gente y gloria a los aviadores”. “El vuelo de ayer [...] ha patentado la necesidad de buenos campos de aviación”, finaliza el autor (“Por la Aviación”, 1930).
La década de los años veinte y entrados los años t reinta constituyeron un período de aprendizaje para que lo cales y extranjeros asimilaran lentamente la realidad de volar ha cia Quito y desde Quito. Fueron principalmente vuelos esporádicos y de exhibición realizados por pilotos franceses e italianos que ca pacitaban a pilotos locales. Sin embargo, los pocos aviones y el alto costo de realizar vuelos frecuentes dificultaban ganar experie ncia, aspecto que enunciaba que era simplemente difícil “trasplantar la aviación a los
Mapa Cotocollao. Servicio Geográfico Militar, 1939.
Acercamiento. Campo de Aviación se muestra en el recuadro.
Fuente: Cortesía Biblioteca Ecuatoriana Aurelio Espinosa Polit, Quito.
Andes” (Corn, 2019, p. 285). Muchos de estos avione s inclusive se estrellaron frente a espectadores o en montañas cer canas a Quito generando un verdadero escepticismo sobre la verdad era viabilidad del vuelo motorizado sobre esta ciudad. Sin embargo , a medida que el transporte aéreo se hizo más seguro y más ciudad es se conectaban por vía aérea, las autoridades ecuatorianas vie ron el potencial y las ventajas del vuelo motorizado.
Como consecuencia, desde abril de 1930, las autoridades compraron haciendas en todo el país para desarrollar aeropuertos. Por ejemplo, el gobierno nacional compró la hacienda La Atarazana para la construcción del aeropuerto de Guayaquil. En la ciudad de Cuenca, el gobierno ordenó en 1935 la expropiación de la hacienda Machángara para la construcción del nuevo aeródromo de la ciudad. El gobierno municipal de Quito compró las haciendas San Isidro y La Posta, y compró terrenos cerca de Cotocollao para expandir su Campo de Aviación. En enero de 1936, un decreto ejecutivo nombró al aeropuerto de Quito “Mariscal Antonio José de Sucre”. El
“La Segunda Etapa del Vuelo Bogotá-Quito”, El Comercio, Junio 4, 1930. [Figura 8]
Fuente: Cortesía El Comercio.
mismo año, las autoridades promulgaron una ley que prohibía el cultivo de árboles y la construcción de cualquier edificio u obstáculo dentro de un perímetro de 900 metros alrededor de los aeropuertos. Este factor permitió el rápido desarrollo de la aviación comercial, postal y de carga, especialmente a finales de los años treinta, liderado principalmente por inversiones alemanas, italianas y estadounidenses.
Hacia 1939, la ciudad empezó a ocupar la periferia del territorio disponible entre el centro urbano y la hacienda La Carolina, y tres años más tarde, el primer Plan Regulatorio de Quito diseñado por el arquitecto uruguayo Guillermo Jones Odriozola (1913-1994) delineaba la incorporación de estos territorios acorde con un modelo urbano más moderno (Busquets & Correa, 2007; Ortiz Crespo, 2007). Este plan consideraba la expansión urbana hasta cuatro y medio veces más el tamaño de Quito, y delineaba la incorporación de las zonas rurales colindantes a través de novedosos focos de desarrollo residencial y temático [Fig. 9]. El plan de Odriozola, sin embargo, vagamente ofrece especificidad alguna sobre la manera en que el rústico Campo de Aviación y su zona de influencia se incorporarían a esta nueva imagen urbana. No fue sino hasta 1946 que el Municipio de Quito finalmente compró la tierra de las haciendas La Carolina e Iñaquito para consolidar aún más el aeropuerto de la ciudad.
La transformación del paisaje feudal en el norte de Quito brindó oportunidades de negocio inmobiliario para las élites dueñas de haciendas y propiedades cercanas o colindantes al Campo de Aviación. Desde los años veinte hasta los años cincuenta, la parcelación de grandes haciendas permitió la consolidación de nuevas urbanizaciones y barrios residenciales colindantes al aeropuerto. Por ejemplo, dos anuncios publicitarios de 1950, “En el Quito del mañana”, y “El futuro urbano de Quito, asegure el porvenir de su familia” promocionaban un nuevo desarrollo inmobiliario con notorias alegorías de futura modernidad basadas en la proximidad con el avión. La presencia de la hacienda El Rosario, que muy probablemente será la siguiente a urbanizar, es notable en uno de estos anuncios [Fig. 10]. Este desarrollo inmobiliario también generó cambios en la distribución y densidad poblacional causadas por el desplazamiento de los trabajadores, campesinos e indígenas que vivían en antiguas haciendas y en zonas aledañas, que sin opción alguna se vieron forzados a reubicarse en barrios periféricos en favor de los nuevos habitantes de clase media o alta que los reemplazarían (Bilbao, 2020, p. 219).
Guillermo Jones Odriozola. Plan Regulatorio de Quito, 1942. [Figura 9]
Fuente: Cortesía Alfonso Ortiz Crespo.
[Figura 10]
“En el Quito del Mañana,” El Comercio, Febrero 17, 1950.
Fuente: Cortesía El Comercio
No existieron terminales en el Campo de Aviación hasta que la aviación comercial se consolidó a fines de la década de los treinta. Este proceso respondió más a disputas e intereses geopolíticos entre Alemania y los Estados Unidos durante el período de entreguerras que a iniciativas locales [Fig. 11]. En tiempos de guerra, las grandes potencias entendieron la importancia de las rutas aéreas como líneas de defensa. Pero también comprendieron que la misma línea de defensa, consolidada por grandes flotas aéreas, era vital en tiempos de paz. Por ejemplo, para el imperio inglés, francés o belga, la consolidación de rutas aéreas era indispensable instrumento para mantener contacto con sus colonias y territorios lejanos. La instrumentalización del avión para estos fines era tan clara que, en 1935, el piloto inglés Alan Cobham consideraba que “la nación que controla el aire controlará la tierra” (Gordon, 2004, p. 76).14
Los primeros servicios de aviación comercial en Quito comenzaron cuando la aerolínea germano-ecuatoriana SEDTA firmó un contrato para operar en Ecuador en 1935. A principios de la década de los cuarenta, el aeropuerto Mariscal Sucre lucía como un gran campo abierto, en donde la terminal de SEDTA se mostraba como un cobertizo rústico de un solo piso hecho de adobe y tejas, y con una banda
14 Alan Cobham citado en Gordon, 2004, p. 76.
Rutas Aéreas de los EEUU y de los países del Eje, años 1939 y 1941.
[Figura 11] Fuente: Pan American Airways Special Collection, University of Miami.
horizontal acristalada [Fig. 12]. El espacio libre entre el campo abierto y el terminal ofrecía suficiente superficie para que los aviones Junker JU-52 de la aerolínea pudieran maniobrar con comodidad. Desde el terminal nacía un camino de tierra que conducía a la ciudad. Esta imagen, aunque ordinaria, confirma lo que Le Corbusier afirmaría en 1947, en el sentido de que la belleza de un aeropuerto se encuentra en el esplendor de los espacios abiertos.15 Pero ante todo confirma su concepto de “arquitectura bidimensional” que él atribuyó a la manera en que ninguna estructura como el terminal es razonable si no se muestra yuxtapuesta a la magnificencia del avión (Boyer, 2011, p. 672). La exagerada escala de la pista de aterrizaje contrastada con el minúsculo terminal también confirma lo que para Le Corbusier este tipo de infraestructura debía parecer: “desnuda” (Gordon, 2004, p. 84). La relación entre la pista de aterrizaje y el camino hacia Quito también ratifica la inmediatez de la transición entre el avión al automóvil de manera directa y sin mucho esfuerzo, casi desprovista de una arquitectura, en donde prima una organización sustentada en la optimización del tiempo (Gordon, 2004, p. 79).16
15 Le Corbusier, “La beuté d’un aéroport, c’est la splendeur de l’espace!” 16 Referencia a la cita de Joseph F. Hudnut encontrada en Gordon, 2004, p. 79
[Figura 12]
Campo de Aviación, Quito, Finales década de 1930. Avión de SEDTA al fondo.
Fuente: Fotografía de Gottfried Hirtz.
El espacio del terminal de SEDTA no solamente era compartido por máquinas y vehículos, sino también por personas. Por lo general, mujeres y hombres, presumiblemente indígenas, vendían algún tipo de mercancía u ofrecían sus servicios como manipuladores de equipaje como formas de subsistencia [Fig. 13]. Así, la presencia del avión, símbolo de modernidad, contradice la desigualdad estancada de Quito, reflejada por estos indígenas que también participan como agentes activos en el cambiante pulso moderno de la ciudad a través de su co mpromiso con las actividades que se desarrollan cerca del avión y el terminal. Al asumir funciones rudimentarias cerca del aeropuerto, estas personas también permiten la conexión de Quito con resto del mundo. El viajero von Hagen escribió sobre esta paradoja moderna en el aeropuerto de Quito a finales de la década de 1940: “Los aviones traen carga de la manera más avanzada, pero se traslada a lomos de indios, hombres o mujeres, las mulas de carga de Quito, que, con los dedos de los pies v ueltos hacia adentro y el andar a galope, la espalda inclinada, los ojos en la tierra, arrastran los pies por las calles empedradas de la ciudad” (von Hagen, 1949, p. 14). La apariencia rústica del terminal sugiere que podría haber sido construida por mano de obra no profesional. Esta imagen retrata un “paisaje híbrido” con características modernas y vernáculas contrastadas por el avión y el terminal de aspecto ordinario.
Campo de Aviación, Quito, Finales década de 1930.
Fuente: Fotografía de Gottfried Hirtz.
Para competir con SEDTA, la aerolínea estadounidense Panagra, subsidiaria de Pan American Airways, comenzó a operar en Quito a mediados de 1935. El éxito de Panagra respondió directamente a la preocupación de los Estados Unidos previa a la Segunda Guerra Mundial por su propia seguridad. El temor a la presencia nacional-socialista en el continente prescribía desplazar fuera del espacio aéreo de Sudamérica a todo tipo de aerolínea y negocio relacionado a los países del Eje, y consolidar las operaciones a través de sus propias aerolíneas [Fig. 14]. Valiéndose de la “Lista Negra” emitida por Franklin D. Roosevelt en el Registro Federal de 1942 que incluía los nombres de empresas alemanas e italianas en América Latina, el gobierno de los Estados Unidos solicitó al gobierno de Ecuador la cancelación de SEDTA acusándola de intentar bombardear el canal de Panamá desde el Ecuador (National Archives and Records Administration, 1942; Supuesto Plan de Alemania para bombardear el Canal de Panamá desde Ecuador, s. f.). Estas acciones, además del fomento del “Good Neighbor Policy” facultaron la expansión de las operaciones de Pan American Airways sobre el continente americano y las posibilidades estratégicas que la aviación comercial ofrecía para controlar y “dejar ver los recursos de las vastas y no desarrolladas regiones del mundo, en Asia, África y Sudamérica,” tal como lo predijera el vicepresidente de los Estados Unidos Henry Wallace en 1943 (Barney, 2015; Josephson, 1944).
[Figura 13]
[Figura 14]
“U.S. Airways Replaces Nazis’ Ecuador Line”, New York Herald Tribune, Septiembre 14, 1941.
Fuente: Pan American Airways Special Collection, University of Miami.
Para 1939, Panagra construyó y poseía casi toda la infraestructura aérea, ayudas de navegación y rutas postales, por las que el estado ecuatoriano mantendría una prolongada deuda por su arriendo y uso hasta la década de los sesenta. La estética era notable en la terminal de Panagra, evidenciando la intencionalidad del diseño arquitectónico y paisajístico [Fig. 15]. Según Alice Dalgliesh, una turista y escritora estadounidense que viajó a Quito en 1941, la terminal de Panagra y otros edificios “[estaban] ubicados contra una montaña alta [refiriéndose al volcán Pichincha], y [tenían] paredes amarillas con techos rojos. Alrededor de ellos [había] jardines con caléndulas, claveles y margaritas que llegaban hasta los hombros” (Dalgliesh, 1942, p. 29). Pero la terminal de Panagra, diferente a la de SEDTA, definía el espacio por seguridad y control. Ahora, solo los viajeros que podían permitirse volar en avión y el personal de Panagra podían ocupar estos espacios.
El desarrollo de la aviación comercial generado en el período de entreguerras de 1920 a 1940 ofreció acceso a territorios nuevos, frescos y lejanos, lo que abrió oportunidades para un amplio espectro de nuevos y emocionantes negocios. Al unir territorios distantes con solo unas pocas horas de diferencia, las sociedades modernas se conectaron con paisajes vírgenes
Terminal de Panagra, Postal. Década de 1940.
Fuente: Colección personal del autor.
y exuberantes, y el avión rompió fronteras políticas e internacionales para expandir inversiones que encontraron oportunidades en los campos de la cultura, las ciencias, el turismo y la expedición. En Estados Unidos, entre las décadas de 1920 y 1950, el acceso a nuevas geografías generó productos culturales y científicos factibles de consumo para las clases media y alta estadounidenses. Las narrativas detrás de estas nuevas geografías permitieron la elaboración de imágenes, personalidades y paisajes contrastantes que reforzaron sus propias fortalezas culturales e identidades propias (Said, 1994, p. 3). Así, la aviación comercial ayudó a solidificar esta distinción geográfica y cultural y permitió la creación de una especie de nuevo poscolonialismo. La premisa de este nuevo poscolonialismo no se basó en la conquista territorial; por el contrario, se fundaba simplemente en el ejercicio del consumo interno y del poder capitalista que trataba la geografía y la diferencia como objetos para disfrutar y gratificar los placeres recreativos de los viajeros. La aviación comercial también aseguró su sentido de superioridad racial, alimentó su apetito por las ganancias y, al mismo tiempo, aseguró la presencia y el control geopolítico (Lieffers, 2019, p. 36).
[Figura 15]
En este contexto, la consolidación del aeropuerto de Quito, así como los intereses geopolíticos de las grandes potencias entre 1930 y 1940, sirvieron para ubicar a la capital en el mapa de las rutas aéreas regionales e intercontinentales. Por medio d e ellas, surgirían innumerables posibilidades de nuevos negocios en ot ros países que las aerolíneas extranjeras supieron aprovechar para conectar sociedades modernas con exóticos paisajes. Por ejempl o, aerolíneas comerciales de Estados Unidos como Panagra y Branif f Airways, la cual entraría a la oferta comercial en el Ecuador e n 1946, y el acceso a nuevas geografías generaron productos apetecibles en las ramas de turismo y exploración para el consumo de las cla ses media y alta estadounidenses. La promoción turística de ciudades y destinos se realizó por medio de imágenes opuestas a las que lo s consumidores estadounidenses estaban habituados en sus lugares d e procedencia. Pero estas imágenes también se utilizarían con la finalidad de reforzar la identidad y robustez cultural del turis ta anglosajón. La publicidad de la aviación comercial, como la de Pan agra y Braniff, se basaba claramente en la construcción de un imaginar io no occidental, o un “otro”, a través del cual se contrastaba el vigor de las sociedades modernas frente a otras de carácter más primi tivo como las latinoamericanas (Mercer et al., 2017). La construc ción del “otro” contribuyó a la creación de un sentimiento de “nort e” americanismo caracterizado por cierto nivel de superioridad en l os campos estético, de conocimiento, racial y de poder (Mercer et a l., 2017). Afiches, revistas de viajero y publicidad de las aerolíneas estadounidenses evidencian aspectos que refuerzan la distinción cul tural y geográfica. Muchos de estos materiales publicitarios mues tran a turistas anglosajones disfrutando de la exuberancia y exotic idad de poblaciones, ciudades y paisajes latinoamericanos y de l a “rareza” de sus habitantes. Turistas de traje posando para fotograf ías junto a llamas o alpacas, o junto a indígenas con coloridos poncho s, o simplemente paseando elegantemente en paisajes insólitos o ciud ades antiguas son muy comunes en revistas y periódicos de la époc a. El título de una revista de viajeros de Panagra inclusive despli ega la pregunta: “¿Puede usted no verse a usted mismo en Sudamérica? ” [Fig. 16]. El título e imagen de esta portada podría simplemen te interpretarse como que el interés no se centra en la alpaca ni en el indígena, sino en la autodefinición del turista extranjero contras tado por el contexto que lo rodea (Pan American Airways & Panagra, 19 49).
[Figura 16]
Can’t you just see yourself in South America?, Pan American Airways y Panagra revista de viajero, 1949.
Fuente: Colección personal del autor.
“Bit of Spain in South America”, New York World Telegram, 1938.
El esquema en el que Quito se acopla a este modelo de promoción turística se realiza a través de la intencionada publicidad de su arquitectura colonial y paisajes rurales. El largo aislamiento durante siglos y el lento desarrollo urbanístico que dio como resultado la inadvertida conservación de la arquitectura del Centro Histórico convirtió a Quito en producto y destino ideal para aerolíneas y turismo internacional. Es un poco incierto pensar que Quito, cuando en los años 30 su población apenas superaba los 100.000 habitantes y cuyo desarrollo e infraestructura vial, hotelera y de servicios eran totalmente incipientes, haya sido posicionada de forma tan decidida (Municipio del Distrito Metropolitano de Quito, 2010). La promoción de Panagra, por medio de posters y postales mostrando particularmente plazas, iglesias y conventos, insinúan el redescubrimiento de Quito y la venden como “un pedazo de España en Sudamérica” [Fig. 17]. Fotografías de espacios embl emáticos de Quito, como la Plaza de la Independencia habitada por turistas extranjeros, muestran la condición geográfica y longeva de la ciudad [Fig. 18]. Otra publicidad muestra paisajes rurales de las inmediaciones de la ciudad, como haciendas, el monumento a la Mitad del Mundo y los mercados de Otavalo y Saquisilí en donde los principales protag onistas son campesinos e indígenas, quienes quizás habitaban o trabaja ban en las antiguas haciendas colindantes a Quito. El poster Quito Pintoresco en los Andes Ecuatorianos resume la construcción del imaginario de Quito. Ge ografía, paisaje, ciudad, arquitectura y raza, mostrados en distintos planos composicionales, son exhibidos en una poderosa relació n vertical en relación al avión.
El viaje de la escritora estadounidense Alice Dalgliesh, quien visitó Quito volando en Panagra en 1941, ejemplifica la asimilación de este imaginario y la construcción del “otro”. Dalgliesh, volaría el circuito completo que Pan American Airways ofrecía a Latinoamérica, de lo cual escribiría dos libros, Wings Around South America y They Live in South America, en 1942. En sus publicaciones, Dalgliesh asegura que en su ruta a Quito contempló el paisaje andino ecuatoriano y que lucía como algo totalmente novedoso. Después de recibir un certificado por cruzar la línea ecuatorial de parte de los
Calcomanía de Braniff Airways. Décadas de 1940 y 1950. Fuente: Colección personal del autor. sobrecargos de Panagra, y aún en el aire Dalgliesh, narra: “¡Mira hacia abajo! Estas montañas son diferentes de las que nunca hemos visto.” Sobre el paisaje andino, comenta que estaba “cubierto con terciopelo arrugado de color verde amarillo [...] con parches de verdes más oscuros que contienen pequeños pueblos de indios” (Dalgliesh, 1942). “Aquí y allá se levanta un rizo de humo de una cabaña solitaria”, continúa posiblemente describiendo el paisaje común agrícola de la hacienda y sus alrededores. Al llegar al aeropuerto de Quito la autora comenta que observó sus primeros “indios”, quienes además de lucir “algo orientales”, parecían “alarmados cuando las grandes aves plateadas volaban ruidosamente sobre su cabeza al aproximarse al aeropuerto”. Según Dalgliesh, los indígenas se preguntaban “¿Qué era este tipo de criatura voladora?” que ellos llaman “ave de trueno o alpaca voladora”, o “Panagra”, como si esa palabra significara avión (Dalgliesh, 1942). Sin embargo, con un claro tinte colonialista, Dalgliesh hace una profunda interpretación del fuselaje del avión al decir que “había algo tan extraño en este paisaje [del aeropuerto] como cuando los conquistadores españoles llegaron hace cientos de años con su brillante armadura” (Dalgliesh, 1942). Esta lectura no es muy diferente a la que Braniff utilizaría para promocionar vacaciones en Sudamérica a finales de los años cuarenta. Las campañas de Braniff “El Conquistador” o “Aventuras en la Tierra del Dorado” transmiten al pasajero un aire de conquista mientras disfruta del confort de volar con la aerolínea [Fig. 19]. Ya en Quito, Alice Dalgliesh describe a la ciudad como una “encantadora vieja ciudad española” y como “la más antigua de las Américas, de más de cuatrocientos años” (Dalgliesh, 1942).
[Figura 19]
En Quito, Dalgliesh también asegura ver “enormes r acimos de flores que crecen en el aire fresco de las monta ñas, claveles, dragones y lirios” transportados por avión a otras tierras. También señaló acerca de ver “cajas de hermosas y frágiles orquídeas que viajan en avión desde Ecuador a América del Norte o a Argentina hacia el sur” (Dalgliesh, 1942). Lo más probable es q ue todas estas flores provenían de granjas agrícolas cercanas a Qu ito, o haciendas, cuyos propietarios encontraron nuevas oportunidades de negocios en mercados extranjeros, gracias a la aviación. Est e emprendimiento evidencia el inicio de la floricultura comercial del Ecuador, que eventualmente tomaría más cuerpo a mediados y final es de la década de los sesenta y ochenta por medio de plantacion es de claveles y rosas, y que hasta el día de hoy es una de las ag roindustrias más importantes del país. Este período también coincide con la expansión, consolidación y construcción del primer aerop uerto y terminal modernos de Quito entre 1954 y 1960, que fueran cos teados por medio de un préstamo que el Ecuador recibió del Exp ort Import Bank de Washington D.C. y diseñados y construidos por Ai rways Engineering Corporation y Smith Engineering and Constructio n Corporation respectivamente, ambas empresas de los Estados Unid os. El terminal del aeropuerto, construido a un costado de la n ueva pista de tres kilómetros, tenía líneas limpias y rectas según el Estilo Internacional [Fig. 20]. Aunque pareciera modesto, el nuevo t erminal era sin embargo el puerto de entrada de una nación en pleno anhelo y proceso de modernización, y desde su apertura se lo pr omocionó sólidamente como uno de los mejores y más modernos de Su damérica. Su fachada este, construida casi en su totalidad con u n muro cortina de bastantes dimensiones, enfatizaba, por medio de su transparencia y relaciones visuales hacia el exterior, la maravil la tecnológica del avión y su pista de aterrizaje como principales atr activos para viajeros y usuarios. Por el contrario, la fachada occi dental era cerrada, como si negara la presencia de una sociedad poco de sarrollada y del volcán Pichincha ubicado detrás del terminal. El in terior ofrecía un ambiente atractivo para los viajeros, compuesto por arte y comodidades modernas, como cafeterías, salas de espera y boutiques. El mural de Galo Galecio, que representaba el prime r vuelo a través de los Andes ecuatorianos de Elia Liut en 1920, y u n restaurante se enfrentaban desde extremos opuestos del vestíbulo p rincipal.
[Figura 20]
Terminal del Aeropuerto Mariscal Sucre, Quito, 1969.
Fuente: Fotografía de Luis Mejía. Cortesía Alfonso Ortiz Crespo.
El terminal y el aeropuerto, al ser diseñados por arquitectos e ingenieros de los Estados Unidos, evidencian que de trás del inmenso esfuerzo ecuatoriano de construir esta infraestruct ura se albergan intereses más profundos. Para la década de 1950, dura nte los primeros años de la Guerra Fría, y ante el temor de la expan sión comunista, la política exterior de Estados Unidos planteó la nece sidad de asegurar una presencia física estadounidense en los países d e África, Asia y especialmente América Latina mediante la construcci ón de cuatro infraestructuras vitales: el aeropuerto, el hotel, la embajada y el club de campo (country club). La idea consistía en que los viajeros y representantes estadounidenses no solo disfrutaran de la vi da en estos lugares como la tenían en casa, sino también que los usaran como espacios para llegar, dormir y observar. Varias versiones de esta configuración “tetra-edificio” aparecieron en diferentes países c omo Cuba, Venezuela y Colombia durante la década de 1950. En la misma d écada, en Quito, además del aeropuerto, se completó la nueva Embajad a de los Estados Unidos, diseñada por Vincent G. King y William A. B rown, y el Hotel Quito, diseñado por Charles F. McKirahan. Esto muestra cóm o los intereses nacionales e internacionales coincidieron simultáne amente en Quito en torno a la construcción de su nuevo aeropuerto, el cual ubicó a la ciudad dentro de una dinámica global más amplia en los año s venideros. Un evidente efecto de lo que John D. Kasarda predicarí a con aerotrópolis casi sesenta años después.
Conclusión
La historia espacial de la infraestructura aérea d e Quito ilustra la paradoja de los aviones, vanguardias de una nueva edad, aterrizando en el sitio exacto que representaba el statu quo rural de Quito, la hacienda. En ese sentido, el Campo de Aviación d e Quito expresa dos temporalidades históricas: presencias recesivas del pasado, la hacienda, y modelos alternativos de modernidad, el aeropuerto y el transporte aéreo. Estas circunstancias indican el d esplazamiento del poder del hacendado, al menos en las haciendas cerc anas a Quito, a favor de líneas aéreas extranjeras o negocios inter nacionales. El avión catalizó la transformación de la sociedad tradicion al quiteña para dar los primeros pasos hacia la modernización, pero tam bién como instrumento para la consolidación de un nuevo sistema sus tentado por la aviación.
El estudio del antiguo aeropuerto entre las década s de 1920 y 1950 permite también comprender la propia realida d geográfica de Quito y su historia de aislamiento dentro de los An des, así como las circunstancias en las que el avión facilitó la comunic ación de la ciudad con el resto del mundo. El estudio del aeropuerto, además, no solo que facilita el análisis de la transformación del paisa je post-feudal de Quito en un nuevo modelo de carácter moderno, sino que ta mbién permite comprender cómo el aeropuerto creó oportunidades pa ra que otros gobiernos, aerolíneas y corporaciones maniobraran de manera más efectiva en Ecuador. El rápido desarrollo de la aviació n comercial durante la década de 1940, junto con un enfoque de marketin g paralelo que vendía sofisticados viajes aéreos modernos mezclado s con imágenes e ideas de Quito como un “otro”, lugar exótico, o u n “pedazo de España en los Andes”, facilitaba la construcción de la pro pia identidad del viajero y de la imagen proyectada de Quito. Esta estra tegia pronto atrajo a turistas y viajeros que, al ver la ciudad y el pais aje que la rodea desde el aire, también construyeron sus propias impresiones y narraciones de la geografía, la arquitectura, la forma urbana e inclu so sobre la historia de Quito.
No obstante, la expansión de la aviación comercial en América Latina, como en Ecuador, también correspondía a los propios intereses y la política exterior de otros países, como los Estados Unidos y su intención de proteger la región de la influencia del nazismo y el comunismo. En la década de 1950, la construcción del primer aeropuerto moderno de Ecuador llamó nuevamente la atención de las inversiones estadounidenses que encontraron oportunidades detrás del propio esfuerzo de Ecuador para mejorar su infraestructura aérea. Los temas planteados en este artículo ciertamente invitan a una mayor exploración sobre las varias dimensiones de la aviación y su impacto en el territorio y las relaciones internacionales.
Muchas décadas después de su consolidación y construcción, el antiguo aeropuerto Mariscal Sucre entró en desuso y fue transformado en un parque público en 2013. Su reemplazo, también llamado Mariscal Sucre, se construiría a 20 kilómetros de distancia, en los suburbios del noreste de Quito. El nuevo aeropuerto se promociona como uno de los más modernos de América.
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ARTÍCULO SELECCIONADO
EL RÍO EN LAS CIUDADES
UN ENFOQUE GENERAL A L A TRANSFORMACIÓN DEL PAISAJE URBANO
ALICIA RIVERA AUTORAS: JOHANNA VILLAVICENCIO
Resumen
La importancia del río en el desarrollo de las ciudades se encuentra presente en la historia como parte de la identidad colectiva de la población como elemento de la memoria e imaginario colectivo. No obstante, gran parte de las ciudades latinoamericanas el río se le otorga poco o nulo valor en la trama urbana de una ciudad. En este sentido, el presente trabajo tiene como objetivo analizar y sensibilizar la relación existente entre el río y la ciudad, como la posible cohesión territorial que se produce entre los elementos, a partir de una metodología de carácter cualitativo basada en la técnica de revisión documental. El análisis se realizó mediante esquemas gráficos y textuales permitiendo entender y comprender la función del río como un elemento articulador en el desarrollo de las ciudades en lo relativo a las dinámicas sociales, económicas y ambientales. Además, del análisis de la revisión de la transformación del paisaje urbano por la presencia del río como elemento natural. Consecuentemente, el estudio ha permitido reflexionar hacia una transformación en el paisaje urbano involucrando al río como parte del entorno urbanístico mediante la planificación, la conciencia del integrar y disfrutar, tipologías para proyectos factibles y el río como sistema. Este trabajo es un aporte hacia la búsqueda de la relación del paisaje y los elementos urbanos que se originan a partir de los ríos como un ente articulador en la toma de decisiones y en la propuesta de proyectos urbanos como fuente de conocimiento en urbanismo, arquitectura y planificación.
Palabras clave: conexión, dinámicas fluviales, paisaje urbano, río urbano, servicios ecosistémicos
Introducción
El río urbano juega un rol determinante en la conformación espacial y social de las ciudades. En particular, en ciudades latinoamericanas donde existe una estrecha relación del río con el territorio en el desarrollo histórico de las ciudades, debido a que las fuentes de agua se convirtieron en un elemento vital para mantener las actividades económicas y sociales de la población. Los usos que han tenido los cauces de los ríos han incidido en el tipo de agua y morfología; López et al. (2019) mencionan que estos cambios se relacionan por tres factores: “el significado social que se les atribuye, el crecimiento urbano y el ciclo del agua” (p. 47); de esta manera, estos se vinculan con políticas enfocadas en la organización social del agua, la función de la infraestructura hídrica, las prácticas de control del recurso, los progresos tecnológicos y la relación entre el agua y la sociedad. Esta relación existente entre los ríos y la ciudad se manifiesta no únicamente porque el agua forma parte de la infraestructura urbana, sino porque hay un vínculo entre la morfología, economía, población, memoria colectiva e identidad; así, Durán (2014, pp. 52-53) plantea que el agua será “un elemento que da forma y cohesión al territorio y a la ciudad, de manera que las intervenciones que se realizan en las geografías del agua tienen un impacto a grandes distancias espaciales y temporales” y, por lo tanto, serán áreas pertinentes para proyectos futuros de desarrollo sostenible.
Sin embargo, en la actualidad los ríos a más de ser fuentes de vida, son áreas que presentan riesgos y contaminación; como afirman López et al. (2019, p. 48) “los cauces de los ríos se han desecado y sus bordes han sido rebasados por un crecimiento urbano que les da la espalda, y les otorga un uso de traspatio y repositorio de desechos”, en las ciudades se ha intervenido de manera inadecuada con la desviación, canalización y pavimentación de estos, lo que ha ocasionado filtraciones de agua al subsuelo, escorrentía, destrucción de ecosistemas riparios; afectando la función del río como elemento natural del paisaje, infraestructura verde y que forme parte del equipamiento e identidad del lugar donde se implanta, todo ello producto de la demanda de suelo para expansión, de materiales de construcción, transformación por puentes y gran infraestructura, desvalorización económica de la actividad agrícola y la desbordante producción de desechos (Pellicer, Paisajes Fluviales de las ciudades de la Red C-6, 2002).
Por lo tanto, existe un debate respecto al mantenimiento, regulación y encauzamiento cuando al río se lo considera un canal de desagüe hidráulico. Ureña, (2002) analiza cuatro disyuntivas respecto al tratamiento de las áreas fluviales en las ciudades: “mantener la diversidad natural del cauce y las riberas de los ríos, tratar los márgenes de los ríos con técnicas y materiales más blandos, mantener la vegetación dentro del cauce y tratar los espacios colindantes a las riberas” (p. 55) que han originado alternativas para crear diversidad, espacios urbanos de uso intenso, más espacio para desagüe hidráulico e interacción entre áreas consolidadas y las riberas. Las áreas fluviales constituyen lugares de valor y diversidad y, por consiguiente, “son espacios de mayor calidad paisajística y diversidad ecológica de un territorio” (p.55) y de alguna manera son aquellas que relacionan la parte rural de una ciudad.
El reto al cual se enfrentan las ciudades latinoamericanas es la poca importancia de la relación río-ciudad que afecta los márgenes de los ríos por la nula planificación o por la intervención de proyectos descontextualizados como embaulamientos o canalizaciones, los cuales privatizan los márgenes naturales. El río urbano otorga a la ciudad identidad, potencia los espacios comunes, intermedios y paisaje urbano. Dichos espacios se deben potenciar tejiendo una red ecológica urbana en el recorrido del agua para conectar social y espacialmente la ciudad para mejorar la calidad de vida de los usuarios entendidos como personas, flora y fauna del lugar.
Este trabajo denominado “El río en las ciudades: un enfoque general a la transformación del paisaje urbano” se plantea dada la importancia del río dentro de la ciudad. El objetivo de la investigación es analizar y sensibilizar la relación existente entre el río y la ciudad. Además, refleja el interés que este análisis sea el vehículo para que los tomadores de decisiones conozcan de la importancia de este tema en la planificación urbana y territorial de las ciudades y lo puedan incorporar.
El trabajo está dividido en cuatro secciones. La primera sección se centra en la introducción al tema, metodología detallada y antecedentes teóricos de los principales conceptos para entender todo el documento presentado en este estudio. La segunda sección incluye respaldos teóricos sobre los ríos en las ciudades tratando al río como elemento de conexión y articulación, así como la transformación del paisaje urbano y la conexión río-ciudad. La tercera sección se enfoca en miradas reflexivas de la relación río- ciudad considerando el espacio común, intermedio y paisaje urbano, valorando el potencial que presenta el río en el paisaje. Se finaliza con las conclusiones generales del estudio donde se valora la importancia que el río debe tener si se quiere alcanzar ciudades sostenibles y resilientes.
[Figura 1]
Metodología
En vista de la importancia de la relación entre los ríos y las ciudades, el presente trabajo analiza la importancia del río como elemento articulador en las ciudades mediante una metodología de enfoque cualitativo y de tipo descriptiva. Se utilizó la técnica de revisión documental, es decir, una revisión bibliográfica que permitió analizar referencias en el tema de ríos y ciudades con vinculación al paisaje urbano. Este trabajo fue abordado en tres fases (ver Figura 1).
Antecedentes teóricos
En la primera fase se realizó una aproximación a la definición de los términos desarrollados a lo largo del documento mediante la revisión bibliográfica de artículos científicos y libros, estas referencias se disponen de acuerdo a su relación con el tema propuesto y su utilidad para construir los antecedentes teóricos, así se exploraron los términos: río urbano, paisaje urbano, conexión y servicios ecosistémicos, caracterizando sus elementos y su relación con la temática propuesta.
Esquema general del trabajo
Nota: Elaboración propia
Desarrollo de la temática
En esta etapa se desarrolló el tema principal de este trabajo a través de la revisión de referencias de varios autores donde se introducen cuatro subtemas que permitieron un enfoque general de la situación histórica y actual de las dinámicas que ocurren entre el río y la ciudad, de esta manera, se profundizó en el río como elemento de conexión y articulación en las ciudades, la transformación del paisaje urbano por las dinámicas sociales, económicas y ambientales y la conexión río – ciudad desde el enfoque de tipologías, dada la pertinencia de generar un debate entre las relaciones territoriales que el río estructura, existiendo entre las dinámicas urbanas y el río una relación dominante.
Reflexión teórica
Finalmente, en la tercera fase se abordaron cuatro miradas reflexivas del presente trabajo: una mirada desde la conciencia del territorio para integrar y disfrutar, una mirada desde las tipologías en la definición de proyectos, una mirada desde la planificación y una mirada integral del río como sistema con el objetivo de proponer y contribuir con esta investigación hacia estrategias acordes al lugar mediante algunos ejemplos que pudieron establecer su aplicabilidad en entornos similares.
Es importante acotar, que durante el desarrollo de este trabajo fue primordial valerse de esquemas gráficos y textuales que representan algunos puntos esenciales para comprender la relación río-ciudad, reconociendo su papel fundamental como elemento articulador del territorio.
Antecedentes teóricos
Río urbano
Se puede partir desde la conceptualización de sistema y corredor fluvial. Sin embargo, estos dos términos no contribuyen a proporcionar una idea clara para entender la relación entre el medio natural del ecosistema terrestre y acuático o la evolución que los ríos han tenido, por lo que constituye un sistema complejo natural. En definitiva, los ríos pueden considerarse como “sistemas complejos en cuatro dimensiones (longitudinal, transversal, vertical y temporal), constituidos por ecosistemas interactivos” (Frolova, 2008, p. 27); o como el elemento que estructura el territorio y el paisaje. Argüelles et al. (2012) define al río como el “vector de diversas materias, un recurso para los sistemas bióticos y sociales y un fundamento de nuestro imaginario paisajístico común” (p.30).
[Figura 2]
Las dimensiones que menciona Frolova (2008) son ampliadas por Argüelles et al. (2012) bajo el enfoque ecológico y señalan que se debe comprender el comportamiento hidrológico de la cuenca vertiente1 a través de las tres dimensiones espaciales; de esta manera, la dimensión longitudinal va a representar el eje central de continuidad de flujos conectando comunidades biológicas, vegetación riparia2 y variedad de hábitats fluviales; en la dimensión transversal por su parte los tramos que se ensanchan y las aguas del cauce ocupan sus márgenes; la dimensión vertical se producirá a nivel de sustrato generando flujos subterráneos de agua, con nutrientes y organismos para el mantenimiento de los hábitats; y finalmente, se considera la cuarta dimensión debido a que las dinámicas varían en el tiempo (ver Figura 2).
Dimensiones espaciales del funcionamiento ecológico de los ríos
Nota: Elaboración propia a partir de Argüelles et al. (2012, pp.33-34).
1 Llamada también cuenca hidrográfica, “es un área definida topográficamente, drenada por un curso de agua o un sistema conectado de cursos de agua, que dispone de una salida simple para que todo el caudal efluente sea descargado” (Viessman et al., 1972).
2 “Aparece como una formación arbórea o arbustiva frondosa, que contrasta fuertemente con el paisaje circundante, directamente relacionada con el régimen fluvial, el patrón termopluvial, la topografía (...), dimensiones del cauce, la naturaleza física del sustrato (...) y los usos antrópicos” (Argüelles et. al., pp. 35, 70, 2012)
En lo que respecta al río urbano se incluyen algunas definiciones obtenidas de la revisión bibliográfica, esta puede partir de la geomorfología fluvial, en la cual el río es urbano si la dinámica de este está afectada por la ciudad, por consiguiente, un tramo urbano estará compuesto por usos de suelo urbano en la parte de la llanura de inundación3, por lo tanto, según lo que expone Durán et al. (2020) el concepto de río urbano responde a criterios geomorfológicos, proponiendo una definición basada en dos puntos: “(1) en su dominio y/o zonas de protección definidas por la ley se encuentren usos urbanos y/o (2) dicho curso se encuentre inmerso en una matriz urbana” (p.20); es decir, el carácter urbano del río también corresponde a criterios ecológicos.
Se puede acotar la definición propuesta por Hurtado y León (2016, p. 14) sobre el río urbano como el “afluente que se encuentra inmerso, total o parcialmente en el perímetro de la ciudad y debido a esta condición sufre un gran deterioro en su estructura natural, creando procesos ecosistémicos diferentes relacionados con las dinámicas urbanas”. La combinación del paisaje y el río, formarán un paisaje fluvial4 que representa en el término ambiental un sistema de relaciones que servirá para comprender la gestión del territorio (Pellicer, Paisajes Fluviales de las ciudades de la Red C-6, 2002), este paisaje fluvial incluye el cauce natural, las riberas y las llanuras de inundación en sus dos márgenes, sin embargo, este paisaje fluvial también se percibe en un contexto paisajístico en el cual está inmerso, por lo tanto es importante introducir el concepto de paisaje urbano, que tendrá su morfología, actividades socioeconómicas y prácticas que permiten contar con una percepción de la combinación entre el paisaje urbano y el río (Argüelles et al., 2012).
3 Se debe tomar en cuenta que “las áreas fluviales se componen de tres zonas el cauce mayor, el corredor ripario y las llanuras de inundación, así: el cauce mayor, una porción de suelo que es ocupada frecuentemente por el flujo de agua y sólidos y que incluye el cauce de aguas bajas. Este cauce amplio no es fijo sino que se mueve dentro de un espacio que geomorfológica y ecológicamente forma parte del río, esta zona suele coincidir aproximadamente con el corredor ripario o área de interfase entre el ecosistema acuático y el terrestre. Un espacio que puede ser todavía más amplio constituido por las llanuras de inundación, dentro de las cuales están los espacios anteriores” (Ureña, 2002, p. 48).
4 “Es un paisaje en cuyo origen y dinámica el río es el elemento principal, el río le otorga una fuerte personalidad y unos significados que se valoran de diferentes maneras, según el sujeto y el punto de vista, la escala y el momento de la observación” (Argüelles et al., 2012, p. 30).
[Tabla 1]
Paisaje urbano
El concepto de paisaje urbano ha cambiado a lo largo del tiempo, desde su significado hasta el sentido que se le otorga, sus escalas, objetivos, incluso las disciplinas que lo estudian han aportado de manera teórica y metodológica a su atención en proyectos, gestión y ordenación del territorio debido a sus dinámicas y transformaciones (Alba, 2019). Podemos mencionar que el paisaje urbano como tal está sujeto a una interpretación perceptiva visual de la ciudad, a través de imágenes o gráficos que se convierten en constructos mentales que tendrán un criterio de calidad según el observador y los elementos observados (Hernández y Osorno, 2018).
El paisaje urbano es el reflejo de la forma de vida de una determinada población, así, “es aquel que significa mayor grado de transformación de los recursos y paisajes naturales” (Pérez, 2000, p. 33), es decir, el paisaje urbano es un fenómeno físico que se ha modificado a través de la historia, mediante el crecimiento de la ciudad; se pueden analizar algunos factores que han intervenido en los procesos de cambio del tipo, forma y estructura del paisaje urbano (ver Tabla 1). Además, Rodríguez (2007) también menciona tres categorías, como factores determinantes que permiten valorar las condiciones formales del paisaje urbano, las físico naturales, socioculturales y urbanas.
Nota: Elaboración propia a partir de Pérez (2000, pp. 33-34).
Cambio en la estructura material del hábitat urbano – procesos/factores/indicadores P ro c e so/ f a ct o r/ in d ic a d o r D e sc rip c ió n
Factores biofísicos
Procesos biológicos
Procesos urbanos
Indicadores urbanos/espacio público
Indicadores metabólicos
Indicadores socioeconómicos, culturales y políticos
Ubicación geográfica, clima, relieve, meteorología
Condiciones de vida, flora, fauna
Conformación, expansión, morfología
Calle, lugares de circulación, zonas verdes, elementos simbólicos, plazas, monumentos
Consumo de energía, recursos naturales, producción de residuos
Procesos sociales y de poder, producción
De esta manera, el paisaje urbano ha sido creado p or el hombre porque se ha perdido o sustituido al paisaje na tural, actualmente predominan los elementos artificiales o construidos , por consiguiente, Rodríguez (2007) lo define como el “resultado de la configuración de un grupo de elementos físicos, naturales y humanos, do nde se manifiesta un notable predominio de las estructuras construida s y usadas por el hombre -edificios, espacios públicos, redes técnica s, mobiliario urbano, entre otros -sobre los restantes elementos” (p. 30) . Después de que el paisaje fue estudiado de manera p erceptiva y descriptiva, se lo consideró a partir del siglo XX de mane ra sistémica en el cual sus estructuras espaciales y procesos ecológicos se vinculan, sin embargo, como para el siglo XXI al paisaje se lo incluyó en estudios del territorio relacionando la calidad de vida y la sostenibilidad ambiental, por lo cual, se obtuvo que “al paisaje se le dotó de un carácter legal y pasó a incorporarse a la planificación territorial, propiciando, por tanto, la aparición de nuevos modos de enfocar el estudio paisajístico” (Alba, 2019, p. 2). Se puede acotar que el concepto de paisaje urbano ha sido empleado como sinónimo de morfología urbana o imagen urbana (Alba, 2019).
Añadiendo a lo anterior, el paisaje urbano en un contexto ambiental se sintetiza como la relación ciudad-campo en referencia al criterio estético, Pérez (2000) señala que el valor de uso del paisaje se conformará por el nexo que existe entre el campo y la ciudad. Es importante mencionar la relación existente entre la humanidad y la naturaleza, por lo cual se debe recuperar el contacto directo de los ciudadanos con los elementos naturales. El crecimiento acelerado de las áreas urbanas no solo ha ocasionado cambios en el paisaje físico sino en la percepción que se tiene sobre el medioambiente. Además, la pérdida de los sistemas ecológicos ha generado una inadecuada actividad de los ecosistemas.
Conexión de elementos espaciales y naturales
Dentro de una ciudad las conexiones se entienden como acciones fundamentales, las conexiones se pueden establecer desde la percepción visual o desde procesos abstractos. De acuerdo a Salingaros (2005) las conexiones “se forman entre los nodos complementarios, no como nodos, las trayectoreas peatonales consisten en tramos cortos y rectos entre los nodos” (p.3), sin embargo, para tener múltiples puntos se necesita que esas trayectorias sean curveadas o irregulares. Además, señala que comprenden tres tipos de elementos: naturales, nodos de actividad humana y elementos arquitectónicos. Los elementos naturales incluyen la
vegetación, condiciones climáticas, ríos, etc.; las actividades humanas están representadas por los lugares de trabajo, urbanizaciones, mercados, etc.; y los arquitectónicos son los medios que conectan los naturales y fortalecen los nodos de actividad (Salingaros, 2005).
Al término conexión se lo relaciona con conectividad como sinónimo de unión, interrelación o enlace, es decir, la conectividad es el “hecho de que diferentes puntos geográficos se encuentren conectados, de manera que pueden establecerse relaciones de movilidad” (Santos y De las Rivas, 2017, p. 17). Por consiguiente, las conexiones facilitan acercarse a cualquier punto considerando varias trayectorias. Estas conexiones son factibles si no solo se toma en cuenta los nodos urbanos dentro de una trama reticular sino al implementar líneas curvas.
Al involucrar el tema de estudio Durán P. (2014) por su parte menciona que “la relación entre el medio físico y el funcionamiento de la ciudad es una simbiosis altamente compleja, donde se involucran variantes y factores complejos (...), como la morfología, la estructura, los metabolismos, las redes y el paisaje” (p. 55) en este caso la conexión del río y la ciudad a través de calles o vías. El agua conjuntamente con la ciudad va a conformar una conexión entre dinámicas urbanas y sociales. Estos dos cuerpos refiriéndose al río y la ciudad generarán una fuerza de cohesión. Por ejemplo, en los corredores ecológicos la conexión representa la eficacia de una estructura para la circulación de las especies, por otra parte, la vegetación asociada al río creará un paisaje que se conectan con otras áreas del entorno (Argüelles et al., 2012), siendo así que “la principal función ecológica del paisaje fluvial es la de ejercer como corredor natural de conexión entre hábitats” (p. 71). El área paisajística debe tomar en cuenta las conexiones en el aspecto ecológico que el río ha delimitado a través de sus riberas y otros espacios. Siendo así que, un corredor como medio de conexión conjuntamente con el río debe cumplir algunas condiciones, entre ellas, que tenga las condiciones ecológicas adecuadas, mantener una continuidad sin que existan fragmentaciones, direccionalidad para que motive su desplazamiento y dimensiones apropiadas (Argüelles et al. 2012).
Servicios ecosistémicos
En los últimos años, el concepto de servicios ecos istémicos ha ganado campo en varios ámbitos, valorando la imp ortancia que poseen en relación con el bienestar humano. En la lit eratura se cuenta con varios acercamientos al concepto de servicio ec osistémico, que fue inicialmente esbozado por (Westman, 1977) como “servicios de la naturaleza”. Siguiendo esta misma línea (Daily, 199 7) los define como
los diversos beneficios que brinda la naturaleza a la sociedad, indistintamente si son ecosistemas naturales o los forma dos por el hombre. En el año 2005 la iniciativa conocida como Evaluaci ón de los Ecosistemas del Milenio, promovida por la Organización de l as Naciones Unidas (ONU), define con un enfoque multiescalar desde las escalas local, nacional, regional y global que los servicios ecosist émicos, servicios del ecosistema o servicios ambientales son los benefici os que aportan los ecosistemas a los seres humanos para realizarse en todas sus facetas, incluyendo aquellos beneficios que la gente percibe y aquellos que no percibe, convirtiéndose en el principal referente s obre el tema (Millennium Ecosystem Assessment, 2005).
Del mismo modo, Lampartova et al. (2016) resalta que la presencia de servicios ecosistémicos es el resultado de la biodiversidad, de los ecosistemas y su uso directo o indirecto por parte de las personas y cómo dichos beneficios pueden ser percibidos en materia de capacidades funcionales y de servicios. Por lo tanto, la función del ecosistema, se refiere a la capacidad e influencia de los ecosistemas para incidir en sus elementos y procesos internos, así como en el entorno externo. De acuerdo a Millennium Ecosystem Assessment (2005) para fines de la evaluación de los servicios de los ecosistemas, las funciones de los ecosistemas se pueden agrupar en tres categorías, como funciones de suministro que es la capacidad de los ecosistemas para crear biomasa, las funciones de regulación relacionadas a la capacidad para regular los procesos ecológicos y mantener los sistemas vivos, y funciones culturales, la capacidad de los ecosistemas de contribuir al bienestar humano.
Por otra parte, los servicios del ecosistema, se definen como los servicios y bienes proporcionados por el paisaje, que benefician a las personas como servicios de regulación que incluye productos que se obtienen de los ecosistemas como alimentos, agua pura, leña, entre otros, los servicios de suministro, son beneficios que se obtienen de la regulación de los procesos de los ecosistemas como regulación del clima, agua y enfermedades, y servicios culturales, son beneficios intangibles de los ecosistemas como espirituales, recreacionales, estéticos, entre otros (Millennium Ecosystem Assessment, 2005).
Para su mejor comprensión se puede citar un ejemplo, de función del ecosistema como lo señala Lampartova et al. (2016) puede ser un deshielo más lento durante el crecimiento del bosque debido al efecto del bosque sobre las condiciones climáticas (las temperaturas del aire en los bosques son más frías y estables en relación con los paisajes abiertos).
Los servicios de los ecosistemas, por lo tanto, me dian en el riesgo de inundaciones al aumentar los flujos de deshie lo durante períodos de tiempo más prolongados.
El río en la ciudad
El crecimiento de las ciudades conlleva el modelad o de estructuras a partir del desarrollo de procesos que fueron componiendo nuevas demandas para el ordenamiento espacial, así estos cambios se suscitaron en las riberas de los ríos. Como mencionan López et al. (2019) antiguamente las fuentes de agua superficial cumplían un rol importante en las ciudades ya que sostenían la vida económica y la sobrevivencia de las futuras generaciones. Es por ello, que la función vital del ser humano se establecía en base al agua, es decir, este es un elemento fundamental en el desarrollo urbano y de lo cual se ha creado una relación compleja que involucra aspectos morfológicos, metabólicos, e structurales, paisajísticos y de redes (Durán, 2014). Para abordar este tema se analiza cuál es la conexión entre el río y las ciudades y cómo s e convierte en un elemento de conexión y articulación para el desarrollo de actividades tanto económicas, sociales y ambientales y cómo transforman el paisaje.
El río como elemento de conexión y articulación en las ciudades
La relación que existe entre río y ciudad puede se r interpretada desde el punto de vista del paisaje urbano, debido a que la morfología del trazado ha condicionado el desarrollo de la ciudad. De esta manera, en ciudades de latinoamérica se vió una marcada relación entre los cauces de los ríos con la periferia de los centros históricos, es decir, el río era el límite del casco urbano (Rojas, 1997). Además, el vínculo entre río y ciudad se manifiesta a través de la variabilidad de su s límites construidos a lo largo del tiempo, las ciudades se han desarrolla do a partir de los cauces de los ríos, originándose una conexión entre cultura y construcción física.
Rojas (1997) propone que la conexión que tienen el río y la ciudad se evidencia mediante el concepto de sistema de interacción, el cual agrupa elementos que al superponerlos se identifican puntos comunes (ver Figura 3), el Sistema Ambiental está formado por los elementos físico espaciales en “sus condiciones de huella natural complementada por elementos de carácter perceptual del paisaje y de los elementos de uso establecidos en un contexto urbano especial” (Rojas, 1997, p.43), el Sistema Funcional agrupa los flujos de transporte, infraestructura, servicios que intervienen la morfología del territorio y el Sistema Simbólico abarca los usos y costumbres, afectando la arquitectura y los elementos naturales, “el paisaje como conjunto se percibe en diferentes grados de resolución” (Rojas, 1997, p. 44).
Sistema de interacción
Fuente: Elaboración propia a partir de Rojas (1997, pp.43-44).
[Figura 3]
Una vez definida la relación entre río y ciudad es necesario acotar el carácter de vertebración territorial y urbana que posee el río. Durán (2014) menciona que la vertebración se refiere a las “estructuras implícitas en el territorio, que lo ordenan y dan sentido a los asentamientos y estructuras posteriores, pero que no han sido diseñados e insertados en el territorio explícitamente para interconectarlo” (p. 58), es decir, el río es un elemento existente y en función de este, la ciudad va tomando forma. Por lo cual, la relación entre el agua y la ciudad se manifiesta mediante siete factores clave: “el agua, el origen de la ciudad y la memoria; el imaginario colectivo; el agua como soporte; la red hidrológica (...); el agua y la conectividad; los espacios del agua como espacio público y el agua como recurso económico” (Durán, 2014, p.60), por consiguiente producirá una cohesión espacial, social y simbólica en el territorio desde el soporte físico, como el río.
El río urbano debe entenderse como ese espacio abi erto que se genera en el trazado urbano y que como “eje orde nador y polivalente dentro de la misma y la relación que aporta con lo natural marcando aquellos espacios verdes del espacio público como e lementos beneficiosos” (Maldonado, 2021, p.18) será un elemento de continuidad y articulación de las diferentes zonas de la ciudad. De esta manera, el río al estar en relación con el origen de las ciudades como se lo mencionó anteriormente, se convierte en la base que estructu ra el territorio y la ciudad porque es apoyo de infraestructura para agua y drenaje y es eje y límite que permite dar forma a la trama urbana (D urán, 2014).
Además, es importante destacar cómo el río va a pe rmitir una relación entre ciudad y naturaleza, “entendida como el fundamento sobre el cual se construye el espacio de cultura” (Rojas, 1997, p.42) cuyas características nacen desde el propio paisaje urban o, hasta el uso práctico que se le otorga. Existe una interacción en el tiempo histórico que va a marcar una valoración de: a) lo natural como elem ento de percepción visual, b) de cultura por su utilidad tanto económica, política u operativa; esta valoración de la que Rojas (1997) afirma se mo difica respecto a las expresiones de las comunidades, sin embargo, la presencia del río se seguirá afianzando como componente de la naturaleza.
Transformación del paisaje urbano por las dinámicas sociales, económicas y ambientales
En la actualidad los tramos urbanos de una ciudad, los ríos presentan grandes alteraciones en su recorrido natural del agua y con ello consecuencias que afectan a la sociedad. En este contexto, es oportuno conocer la transformación del paisaje urbano en rel ación a sus dinámicas sociales, económicas y ambientales para lograr el e quilibrio entre lo urbano y lo natural desde una mirada amplia, así como entendiendo, comprendiendo y reflexionando la importancia del río en la ciudad.
Así, se aborda el crecimiento de las ciudades en t orno al río urbano según las diferentes dinámicas de acuerdo a La mpartova et al. (2016). Por ejemplo, las dinámicas sociales, las civilizaciones en un inicio eran nómadas y a raíz de las fuentes de subsistencia cercanas al río, tales como pesca y tierras fértiles dio paso al sedentarismo. Los pueblos crecieron influenciados considerablemente por la geomorfología del lugar relacionada por el río o por los ríos. De tal m anera, algunos asentamientos crecieron y se expandieron en los márgenes del río, quedando el río en el centro de las ciudades. Con el desarrollo de las ciudades se han incorporado dos temas de funciones. Por un lado, funciones relacionadas con aspectos de paisajismo para evitar las inundaciones. Por otro lado, función de servicios, como es la recreación, así como, el de sistemas de suministro y alcantarillado. No obstante, con el crecimiento de las ciudades con poca o nula planificación ha afectado al carácter de los ríos y sus alrededores. En este sentido, se debe repensar la importancia de los corredores fluviales como parte de la infraestructu ra de la ciudad verde y azul y no darle la espalda. Las áreas a lo largo de los ríos deben usarse de manera multifuncional para el disfrute del peatón p ara tener una ciudad sostenible.
En cuanto a las dinámicas económicas, indudablemen te están relacionadas a los servicios ecosistémicos, que representan la formulación de principios y valores de los beneficios. P or ejemplo, corredores de recreación (mobiliario, juegos recreativos), corredores biológicos (paisajismo de la vegetación, formación de biotopos), corredores de transporte (puentes, muelles, compuertas), fuente de subsistencia (agricultura, pesca), influencia del microclima, fuente de energía, entre otros, esto implica una economía tanto en diseño co mo en mantenimiento. De esta manera, el río articula las relaciones territoriales en términos de economía para incentivar el turismo y el comercio y se constituye como un espacio público.
Y como tercer punto, se hace referencia a la dinámica ambiental, en el cual se resalta que los cursos de agua forman parte del paisaje y de la vida de las personas en una ciudad. En particular, la calidad ambiental y la evocación de la memoria. Donde el verde y el azul se van integrando y penetrando hacia la ciudad; sobre todo, dando prioridad al peatón, como protagonista, porque entre más peatones se tiene paseando y disfrutando por la ciudad, se tiene mayor calidad de vida y mayor seguridad, logrando una ciudad viva de día y de noche, con el potencial de revitalizar amplios sectores de la ciudad con proyectos estratégicos por la capacidad de transformación y consolidación de los existentes. Todo recorrido verde y azul proporciona la sensación de estar bien conectado porque se crean diferentes atmósferas urbanas, las cuales representan la secuencia de diferentes escenarios que se viven o se experimentan en los corredores ecológicos, tales como, una escena en las copas de los árboles donde se crea un dinamismo natural entre la fauna y flora, una escena intermedia bajo la sombra del verde donde el protagonista es el peatón, y una escena debajo del suelo, donde se potencia el dinamismo del recorrido del agua, y se afirma la capacidad del proyecto urbano como fuente de conocimiento en arquitectura y urbanismo, de esta manera, no somos parte de las barreras o divisiones.
Conexión río – ciudad, un enfoque desde sus tipologías
La estructura urbana a partir de un río constituye la expresión de la memoria de una ciudad, en la cual se centra su origen. Sobre todo, se pone en valor la convivencia ineludible en el espacio y en el tiempo resaltando el amplio abanico de conexiones que corresponden a la interacción entre una ciudad y un río en su conjunto. De acuerdo, a (Silva et al., 2006) la ubicación del río en relación con la ciudad se puede resumir en tres tipos principales, tales como: diametral, la relación entre las áreas construidas en ambos márgenes varía entre 0,5 (los dos márgenes del río cortan la ciudad) y 0,7 (un márgen del río es mayor en relación al otro márgen); excéntrico, se caracteriza porque tiene un márgen más desarrollado que el otro márgen. Se caracteriza por ratios entre 0,7 y 0,95 y tangencial, es decir, el río pasa justo fuera de la ciudad, bordeándola por uno o más lados. Además, se caracteriza por no tener asentamientos humanos en la orilla opuesta del río. Se identifica por ratios desde 0,95 hasta 1 (solo una orilla desarrollada).
La Figura 4 muestra esquemáticamente los tres tipos principales de cruce del río dentro de una ciudad.
Tipos de cruce del río en la ciudad
Nota: Elaboración propia a partir de Silva et al. (2006, p. 8).
En las ciudades conformadas por dos orillas o márgenes se enfatiza la importancia que genera el río dentro de las ciudades. Por ejemplo, (Manning, 1997) enfatiza la importancia de los puentes, ya sean, vehiculares, peatonales o de bicicletas, permitiendo a las personas contemplar y tener contacto sensorial con el agua. Se destaca dos funciones, por un lado, la función de enlace, la cual une dos márgenes que permiten la circulación ininterrumpida a lo largo del río; y, por otro lado, la función de zonas de contacto, donde las personas disfrutan o esperan sobre el agua, y se disponen a explorar o a contemplar creando los espacios intermedios entre río y ciudad.
[Figura 4]
Otro punto fundamental dentro de la integración rí o-ciudad, o en ocasiones, puede promover su desintegración mutua, está relacionado con la existencia o no de áreas adecuadas para facilitar el contacto físico con el agua, lo que otorga a las personas un int enso contacto sensorial de acercamiento y de contacto con el azul. De tal m anera, se puede apreciar desde la evolución histórica la consideración sobre cómo se han visto transformados, mutados, interrumpidos, reformulados, estos vínculos en cada época. Por ejemplo, de acuerdo a Pellicer (2001) se constata que la correlación entre el agua y la ciudad se resuelve de forma muy diversa en el espacio y en el tiempo “en función de acontec imientos históricos (avenidas), de las soluciones técnicas, de la disponibilidad económica, de la consideración social del espacio fluvial o de la sensibilidad por el paisaje”. Otros autores, como Penning- Rowsell (199 7) reflexionan sobre los vínculos entre las ciudades y los ríos como una combinación de recursos y ventajas. De tal manera, identifican dos enfoques tanto de amenazas y riesgos como el de una convivencia a lo largo de la historia humana. Expone que se han registrado diferentes cic los de acercamiento y de alejamiento en la relación entre ciudad y río, y se encuentran entre la marginalidad y la centralidad. Este punto puede jus tificarse claramente por la percepción pública de un curso de agua. Por ejemplo, el ancho, donde juega un rol relevante, afectando nociones co mo escala, distancia, contacto visual, profundidad, reflexión, atracción, entre otros (Rentería, 1985; Mougntin, 2003).
Rentería (1982) citado en Silva et al. (2006) menciona que el río comienza a percibirse como una barrera física, para recorrido peatonal, en algún punto cercano a los 220-300 metros de ancho. Superado este ancho, tiende a estar más orientado al tráfico, menos agradable para cruzar a pie y las orillas se vuelven más separadas. El contacto de la ciudad con su río, medido por la longitud de estas áreas cercanas a las orillas (hasta 150 metros) puede dar una idea de su potencial integrador. De acuerdo con el estudio de Shi et al. (2018) enfocado en 104 ciudades de China se identificaron los principales tipos de proyectos fluviales que se dividen en tres categorías: proyectos de “ingeniería”, “enfrentados al agua” y “ecológicos”, otorgando valores como del 28,7%, 60,5% y 10,8%, respectivamente. Asimismo, concluyen que los tipos de proyectos emprendidos estaban fuertemente influenciados por factores como el clima, el entorno socioeconómico y la designación de “Ciudad jardín paisajista” enfocados a nivel estético. Igualmente en ciudades latinoamericanas se puede observar dichas tipologías. La figura 5 muestra los proyectos fluviales agrupados en tipologías.
Tipologías de proyectos fluviales
Nota: Elaboración propia a partir de Shi et al. (2018, p. 7).
En esta misma linea de acuerdo (Argüelles et al., 2012) se puede mencionar que los proyectos tipo ingeniería se puede considerar los proyectos a través del río, los cuales ordenan la escena del río en tres ámbitos bien diferenciados como del embalse, entorno de la presa y escena aguas abajo. Por otro lado, los proyectos a lo larg o del cauce del río que se integran en la escena fluvial alterando sus principales elementos, por
[Figura 5]
ejemplo los encauzamientos. Los proyectos enfrentad os al agua tienen una localizacón estratégica al encontrarse en los bordes de gran potencial fluvial, son aprovechados para proyectos de us o social, económico y cultural. Finalmente, los proyectos de tipología ecológicos son más propios del entorno natural donde el protagonista e s la propia naturaleza, a pesar de incluir criterios técnicos.
Miradas reflexivas sobre el río en la ciudad, potencialidad del paisaje urbano
El río urbano, es paisaje dentro de la trama urbana. Entendido como el resultado del conjunto de flora y fauna como un articulador entre los individuos y los pueblos en su dinámica y en su historia. Además, el río es su agua, su ribera, su arbolada, su jardín. El río es también el sentido del agua en las civilizaciones y de referencias poéticas (Martínez de Pisón, 2009) constituyendo la parte esencial del recorrido azul y verde dentro de la ciudad. Entonces, el río no puede ser considerado como “elemento” aislado, a pesar de la contaminación o del crecimiento urbano desenfrenado, incluso muchas veces desordenado de las ciudades. Por el contrario, al río se lo debe valorar e integrar dentro de la ciudad de una manera ordenada y planificada, manteniendo el contacto e interacción directa con los procesos urbanos por su influencia en la conformación espacial y social. A continuación, se presenta una reflexión tanto del enfoque de la conciencia del territorio como de una mirada general del potencial de las tipologías en la definición de proyectos. Una mirada desde la conciencia del territorio para integrar y disfrutar
Gran parte de nuestras ciudades latinoamericanas se ubican cerca de los ríos y dentro de los proyectos urbano-arquitectónicos se debe impulsar que las ciudades vuelvan a la naturaleza, entendida como el fundamento sobre el cual se construye el espacio de la cultura. En particular, crear una red de conexión, de recorrido, entre los parques y espacios públicos en la ciudad en torno al río. De esta manera, las ciudades también contribuyen con la mitigación del cambio climático, porque asociar la recuperación ambiental con la mejora de las condiciones sociales conduce a la construcción de una ciudad más sostenible. Tener en el siglo XXI ciudades dinámicas desde el enfoque social, económico y ambiental, que nos preocupemos por los principales recursos como el agua, viendo al río como una oportunidad, y que sea protagonista, y lograr con ello un paisaje de disfrute del espacio común entre río y ciudad debe considerarse como objetivo principal.
A lo largo de los márgenes de un río, sea del tipo diametral, excéntrico o tangencial, se considera como un espacio intermedio entre lo natural y lo urbano. Dicho espacio tiene el potenci al de prolongar e integrar las actividades culturales y socioeconómicas que son parte del lugar como actividades espontáneas íntimamente ligada s a su existencia. Y se debe disfrutar como un hilo de conexión, sin barreras o divisiones. La puesta en valor del río es un pretexto de unir t odo, permite integrar a la gente, darle identidad de manera justa y equitativa. En particular, el reto está en recuperar los espacios abandonados o d escuidados para que sean nuevos lugares, independientemente de su escala, y contribuyan a mejorar la calidad de la vida urbana. Actualmente, existen varios ejemplos alrededor del mundo que reflejan dicho interés de recuperar la relación río-ciudad y pueden convertirse en el vehículo insp irador para aprovechar los ríos en las ciudades y se conviertan en los nue vos destinos de disfrute para la población. Evidentemente, el ancho del río es un parámetro que tiene un marcado dominio en las interrelaciones entre el río y la ciudad. Por ejemplo, a partir del estudio de Silva et al. (2006) investigan sobre la relación de integración entre la ciudad y su río en ambas escalas: por un lado, una escala menos detallada, nacional y regional, que es importante para el análisis del sistema ciudad-río; y, por otro lado, una escala más detallada, escala de ciudad, para probar el nivel d e integración local de cada ciudad con el río en Portugal. Se puede reflexionar que el ancho es altamente dependiente de la interacción río-ciudad. No obstante, no se puede convertir en un impedimento de disfrute del a zul y verde dentro de la trama urbana.
Asimismo, durante el proceso de esta investigación se ha reflexionado sobre las estrategias que deben ser consideradas para poner en valor la relación río-ciudad, agrupándolas en dos grandes estrategias, como:
i) Corredores ecológicos, enfatiza sobre la importancia de los márgenes del río, los cuales deben permanecer verdes y azules activos. En otras palabras, se prioriza el tema de las prácticas del habitar desde un enfoque general hasta particular, considerando usuario tanto a las personas como la flora y a la fauna propios del lugar, los cuales puedan interactuar con el verde y el azul sin barreras creando diferentes atmósferas urbanas. Asimismo, se reflexiona sobre las tipologías y usos de las edificaciones frente a los márgenes, en los cuales debe primar la continuidad, permeabilidad y conectividad con el río, independientemente si son de uso comercial, recreativo
[Figura 6]
o de vivienda, toda esta estrategia debe ser enfocada a nivel de ciudad que incluya el espacio público inmediato como parques, plazas, calles peatonales, entre otros;
ii) Corredores dinámicos, los cuales incluye la accesibilidad multimodal entendida desde el transporte público hasta el uso de la bicicleta. Se apunta a la creación de escenarios urbanos activos y generadores de actividad económica y cultural. Se caracterizan por motivar y promover la aparición de nuevos negocios y equipamientos de distintos tipos de actividades fuera y dentro de las edificaciones.
Corredores ecológicos y corredores dinámicos
Nota: Elaboración propia
Una mirada desde las tipologías en la definición de proyectos
Considerar en los proyectos urbano-arquitectónicos la variable de permanecer conectados con el río debe ser un tema analizado y meditado desde el territorio en su contexto físico mediante un análisis -desde arriba- que permita definir estrategias que impulsen el tema del verde y del agua, para que la ciudad también contribuya de una manera dinámica a la mitigación del cambio climático. Por otro lado, un análisis -desde abajo- a una altura de los ojos, entendiendo y observando las acciones del usuario parcialmente fijadas por el hábito o las tradiciones que imprimen carácter al lugar (di Campli, 2010). En otras palabras, tener en cuenta que cualquier intervención sobre el área de influencia del río, debe tener en cuenta una red de relaciones en la que intervienen las dinámicas sociales, económicas y ambientales. Se debe pensar en la necesidad de desarrollar una “nueva cultura del agua” que genere una nueva relación con el río y ciudad. Por todo ello se reflexiona una serie de estrategias que afectan sobre las decisiones del futuro inmediato de la ciudad considerando la tipología de los proyectos fluviales tanto de ingeniería, enfrentados al agua y ecológicos, tales como:
i) Devolver el espacio natural al margen del río. Actuando principalmente en la dotación de mayor espacio natural para regular crecidas, inundaciones y la dinámica fluvial. Asimismo, se debe pensar en la eliminación de barreras, principalmente transversales como presas, azudes, y barreras longitudinales como muros para evitar desbordamientos en las riberas y llanuras de inundación, que interrumpen el flujo natural del agua, con ello se permite el desarrollo de los numerosos y diferentes tipos de ecosistemas que van surgiendo en su recorrido. Además, se debe prohibir extracciones de áridos para evitar problemas que influyan drásticamente en la dinámica fluvial; ii) Potenciar recorridos y conectividad. En particular, conservar y recuperar la continuidad de los corredores ecológicos potenciando su flora y fauna. Asimismo, reconfigurar los márgenes de los ríos para convertirlos en un boulevard urbano para movilidad peatonal y sostenible. La figura 7 muestra las estrategias de manera sintética.
[Figura 7]
Estrategias que consideran las tipologías de los proyectos fluviales
Nota: Elaboración propia
Esta mirada desde las tipologías sirve para reflexionar que el río es un paisaje con carácter propio, pues el río otorga al espacio intermedio con la ciudad una gran personalidad y valores según la escala, y punto de vista. Visto desde arriba, un paisaje monótono; no obstante, cambia de percepción por la proximidad al río, dando paso a la apreciación llena de riqueza y heterogeneidad en el cauce y sus márgenes (Fischesser & Dupuis-Tate, 2003). Por ello, independientemente de la tipología de los proyectos fluviales, se recomienda un análisis y diagnóstico del área a intervenir desde un enfoque general hasta particular, propuestas coherentes al lugar respetando la dinámica fluvial, y tener en cuenta que cualquier intervención debe potenciar la conexión río- ciudad y otorgar el valor inicial de la trama de una ciudad.
Una mirada desde la planificación
Para las ciudades que han dado la espalda al río, es un desafío incorporarlo y por lo tanto, se convierte en un desafío también para la planificación urbana. El río como elemento natural posee capacidades ambientales y paisajísticas debido a que comprende hábitats naturales y características visuales, esto nos conduce a plantear estrategias que permitan la integración del río con la ciudad y que resulte un elemento estructurador con condiciones naturales y paisajísticas en el ordenamiento de un territorio. Por ello, la planificación debe aprovechar la capacidad que tiene el territorio a modificarse continuamente ya que sus elementos naturales están en constante transformación.
La planificación urbana debe incorporar estrategias paisajísticas concretas, mediante instrumentos de gestión donde se obtengan suelos necesarios y se otorgue continuidad a los proyectos urbanísticos, con la posibilidad de implementar propuestas de calidad urbana con un nuevo paisaje urbano que se acople al modelo de crecimiento de las ciudades, es decir, los planes deben contener estrategias para que el crecimiento urbano este vinculado con las transformaciones ambientales y paisajísticas. Las intervenciones territoriales como por ejemplo, las obras públicas, urbanizaciones, extracciones, etc. han sido causantes de daños irreversibles en los espacios fluviales, “las actuaciones de planeamiento y estrategias para los desarrollos urbanísticos deben realizarse desde el máximo esfuerzo por el respeto por mantener su equilibrio y complejidad entre los diferentes ecosistemas asociados” (González et al., 2007, p. 29). Por lo tanto, la planificación favorecerá hacía los espacios consolidados en la dinámica natural de los cauces fluviales para que estos generen un panorama donde el ciudadano acceda y disfrute del gran potencial que puede otorgar un río en sus escalas y dimensiones (González et al., 2007).
De este modo, es necesario formular leyes y reglam entos aplicados a mejorar las políticas de ordenamiento del t erritorio respecto a los ríos y que se considere su desarrollo como diná mica natural en las ciudades (González et al., 2007), debido a que son escasas las leyes que protegen los cauces públicos. En la actualidad existe degradación crítica de los espacios fluviales con lo cual se ha perdido su valor urbano en el territorio como recurso natural y como ele mento del paisaje urbano. Los ríos urbanos deben considerarse como si stemas continuos y dinámicos en el territorio, por lo tanto, la cuen ca hidrográfica debe ser incluida en la planificación territorial (ver F igura 8) lo cual permitirá
[Figura 8]
abordar ese espacio desde su cauce, ribera y llanur a de inundación bajo criterios y vínculos entre los procesos del ecosist ema fluvial (González et al., 2007), así como, la protección y/o recupera ción “del régimen hidrológico, espacio de libertad fluvial y vegetación riparia” (p. 31), que están relacionados con la calidad del agua, la morf ología de los ríos y la vegetación riparia presente.
Planificación territorial del río urbano
Nota: Elaboración propia a partir de González et al. (2007, p. 31).
Es importante que el paisaje se integre a las polí ticas de ordenación territorial, en especial las culturales, medioambientales, agrícolas, sociales o económicas que tienen un impacto directo sobre el paisaje (Andrés y Masía, 2010). Dejar de lado los criter ios equivocados para construir ciudad desde el medio natural, el embaula miento de los cauces entre muros de hormigón, la expulsión del río o la poco importancia del paisaje fluvial como intervenciones urbanísticas ha n ocasionado que los ríos sean foco de enfermedades y contaminación, sean espacios escasos de atractivo y que constituyan un elemento al cual sería mejor enterrar. González et al. (2007) señalan que la delimitación de los márgenes del río y sus funciones no son suficientes para una ciudad, es necesario una intervención considerando al río como un sistema, desde el “conocimiento riguroso del régimen fluvial; es decir, de los flujos hidrológicos, ecológicos y sociales, procurando la compatibilidad de las funciones naturales y las funciones urbanas del espacio fluvial, y garantizando la rentabilidad en términos hidrológicos, ecológicos, sociales y económicos” (p.11).
Por lo tanto, los planes de ordenamiento deben caracterizar su red hidrológica estableciendo situaciones de inundabilidad, es decir, cuales son los suelos inundables y alternativas para precautelar la dinámica natural de los sistemas fluviales. Esto se puede sostener con estudios, cartografía, planos de riesgo que se trabajen conjuntamente con las instituciones pertinentes y contar con documentación útil al momento de tomar decisiones. Para lo cual lo ideal es mantener una gestión coordinada en la que sea posible que a las decisiones las tomen varios actores y con la experticia necesaria. Contar con un adecuado marco normativo que regule y proteja a los ríos sería lo más adecuado para la planificación. Estos marcos varían de acuerdo a cada país, sin embargo, tienen en común que existen varios actores que intervienen en la gestión de los cuerpos de agua, por lo tanto, su enfoque es la búsqueda de criterios y consensos para el manejo adecuado a través de política pública que permita la implementación de programas de rescate, intervención o restauración de los ríos. Respecto a los instrumentos de planeación para el rescate de los ríos se encuentran los conocidos planes maestro s que en los últimos años han sido destinados a la restauración y rehabi litación de los ríos. Al plantear cada problemática y definir prioridades, Zamora (2010) menciona que existen puntos teóricos y prácticos que se debe tomar en cuenta al momento de trabajar en un plan maestro y plan tea algunos puntos para analizar (ver Figura 9).
[Figura 9]
a) su área de actuación no se limita al cauce,
b) presenta una evolución histórica del río en su contexto urbano,
c) establece áreas estratégicas para el manejo del río,
d) considera oportunidades futuras sobre la gestión del río,
e) describe el proceso de planeación y elaboración y
f) tiene un lenguaje amigable para su consulta pública sin perder rigor técnico.
Puntos teóricos y prácticos para trabajar el tema de restauración de ríos urbanos
Nota: Elaboración propia a partir de Zamora (2010, pp. 46-48).
Una mirada integral del río como sistema
En la actualidad, se está dando una valoración al papel que cumplen los ríos en las ciudades en aspectos espaciales y sociales así como su función climática; el crecimiento urbanístico y la inversión inmobiliaria dan importancia a contar con un río porque se afianza el vínculo del hombre con la naturaleza. Como mencionan González et al. (2010) las industrias, fábricas bodegas y muelles que se ubicaban en los márgenes de los ríos se han transformado en espacios públicos con proyectos destinados al comercio y recreación, “los ríos han comenzado a conceptualizarse como prestadores de servicios: ecosistémicos, fuentes de abastecimiento de agua potable, objetos de recuperación paisajística y del patrimonio histórico” (p. 12).
Dejando de lado la imposibilidad de desarrollar proyectos en sus llanuras de inundación o restringirlos espacialmente entre vías y edificaciones (González et al., 2007).
Considerar la relación entre los elementos natural es y humanos de un río urbano conlleva a preservar los rec ursos y servicios ambientales con beneficio futuro para la ciudad y, por lo tanto, es la premisa para el manejo de los ríos urbanos, “ya no se pretende entubarlos y canalizarlos, sino recuperar ríos vivos que prest en servicios ambientales a la ciudad” (Zamora, 2010, p. 42). Por consi guiente, la importancia radica en que al considerar al río urbano como un recurso natural se puede incorporar a un sistema de espacios libres y zonas verdes en las ciudades, propiciando actividades de esparcimiento y convirtiéndose en un eje natural en distintas escalas (González et al., 2007). Así, podemos mencionar el anteproyecto Parque del Río en l a ciudad de Medellín, en el cual se aplicaron cuatro criterios pr oyectuales:
1) “El río como eje estructurante” creando un parque botánico que articule los sistemas naturales de la ciudad en un circuito ambiental,
2) “Repotenciación de los vacíos urbanos y su vincu lación al sistema ambiental”, conectando los vacíos verdes urbanos al corredor biótico,
3) “Recuperación e integración de quebradas” mediante un corredor biótico metropolitano, y
4) “Reciclaje de estructuras subutilizadas en el área de influencia del corredor biótico” (ver Figura 10) otorgando nuevos usos y que complementen la vocación del parque (Cabezas, 2013).
[Figura 10]
Parque del Río en la ciudad de Medellín – Anteproyecto (2013)
Nota: Elaboración propia a partir de Cabezas (2013).
Por lo tanto, introducir los ríos a las ciudades requiere que estos sean restaurados y preservados, mediante proyectos de “corredores naturales y ecológicos de conexión entre los parques urbanos (...) y los espacios naturales protegidos” (González et al., 2007, p. 31). Como se ha mencionado anteriormente el río al convertirse en un elemento articulador y tomando en cuenta la aproximación al sistema de interacción (Rojas, 1997) la propuesta de proyectos de regeneración urbana ambiental encaja en la definición de la interacción de los elementos físico espaciales concediendo un equilibrio entre el territorio y el disfrute de los ciudadanos donde el paisaje también tendrá un carácter perceptual definido en la relación río-ciudad. De esta manera, como estrategias se puede integrar sin proble-
Estrategias para proyectos de regeneración urbana y su articulación río-ciudad
Nota: Elaboración propia a partir de Péerez y Tofaletti (2015, pp. 11-12).
ma alguno el río a la ciudad (ver Figura 11):
A estas estrategias se puede añadir la incorporación de espacios verdes para actividades recreativas o deportivas, fomentando la apropiación social de los espacios urbanos y naturales tomando en cuenta los beneficios ambientales y sociales. En el anteproyecto del Río Ambato en Ecuador, se propuso “la inclusión de áreas de recreación activa, como parques con juegos infantiles y áreas para el deporte y zonas de recreación pasiva, para el descanso” (Albornoz, 2016). La utilización de la infraestructura existente como anillos de circunvalación e inter[Figura 11]
cambiadores pueden asociar de manera directa los espacios periurbanos con los corredores verdes y los espacios públicos creados junto al río (Perez y Tofaletti, 2015). Para incorporar el río a la ciudad es necesario una valoración ambiental de los espacios naturales que se encuentran próximos a este y de cuáles son las nuevas fachadas que se quieren atribuir a la ciudad, de igual manera, el fomento de nuevos paisajes urbanos como captadores de identidad de cada lugar de la ciudad (Andrés y Masía, 2010). Así también, en la incorporación de los espacios verdes que formarán una red, estos deben configurarse hacia una conexión con el interior de la ciudad, es decir, impulsar conexiones transversales mediante espacios verdes que se convierten en elementos que integran los barrios, lugares residenciales o incluso la periferia (Andrés & Masía, 2010), esto es evidente en el anteproyecto Parque del Río en la ciudad de Medellín donde es evidente la continuidad de la intervención hacia los barrios aledaños. El río incorpora paisaje como lo señala González et al. (2007) en una perspectiva lineal y transversal, es decir, el río es un “elemento clave en la mitigación de los efectos de los asentamientos urbanos en el territorio” (p. 37), la recuperación de los ríos implica que las áreas urbanas mejoren y se conserve la calidad del paisaje, de esta manera, por ejemplo el Barranco en Cuenca (Ecuador) partió desde la perspectiva de “cambiar el comportamiento de las personas hacia el espacio público y el paisaje urbano”, este proyecto cuyo objetivo fue la recuperación ambiental del río, dar prioridad al peatón y crear espacio público para la ciudadanía (Bienal de Arquitectura de Quito, 2010), una de las estrategias para fomentar el paisaje urbano en relación del río con la ciudad, es la apertura visual al paisaje mediante implementación de “permeabilidad y accesibilidad urbana, humedales urbanos e itinerarios naturales” (Perez y Tofaletti, 2015, p. 11).
Conclusiones
El río al ser un elemento de la ciudad se convierte en un nodo contenedor de alternativas que son posibles plantear para aprovechar los espacios que se pueden crear en torno a este. Como se destacó inicialmente la importancia que ha tenido el río en el desarrollo de las ciudades y cómo ha sido parte de la formación de los territorios a través de dinámicas económicas, sociales y ambientales; estás se encuentran presentes en la historia como parte de la identidad colectiva de la población más allá de ser un elemento físico sino como elemento de la memoria e imaginario colectivo.
A pesar de la importancia ampliamente conocida de mantener una
estrecha relación entre la naturaleza y la ciudad, como en el origen de los asentamientos humanos y con ello la configuración de la trama en las ciudades, gran parte de ciudades latinoamericanas se evidencia una separación marcada entre río y ciudad. Por este motivo, este estudio presenta “El río en las ciudades: un enfoque general a la transformación del paisaje urbano” por el rol del río en las ciudades como “columna verde y azul”. Se repiensa en incorporar una planificación desde el enfoque de la vertebración territorial y urbana orientada en potenciar el río en las ciudades considerando sus diversas dinámicas como sociales, económicas y culturales, todas ellas inmersas en las diferentes tipologías de los proyectos fluviales y su potente relación entre río ciudad. Asimismo, se reflexiona sobre cuatro miradas que resaltan la importancia del río en el paisaje urbano. De los resultados de este estudio, se pueden extraer las siguientes consideraciones principales.
Realizar un estudio urgente de los ríos en nuestras ciudades tanto desde un enfoque territorial, es decir, un análisis general -desde arriba- como desde un análisis -desde abajo- donde se valoren las prácticas del habitar considerando al usuario como a las personas, a la fauna y a la flora del lugar. Para ello, será imprescindible el apoyo articulado entre los organismos del sector público, sector privado y academia para que la toma de decisiones sean las adecuadas, porque los espacios intermedios entre río-ciudad son cruciales para relacionarnos e identificarnos con el lugar.
Implementar tipologías en los diferentes proyectos fluviales considerando la experiencia positiva y negativa en otras ciudades. Es conocido que la protección contra inundaciones y desbordamientos son prioridad en las áreas urbanas. No obstante, es posible realizar intervenciones respetando y valorando a la naturaleza. Además, independientemente de la tipología del proyecto fluvial se debe potenciar los márgenes de los ríos para fortalecer la cohesión social y cultural. De esta manera, promover espacios incluyentes para diferentes edades y género en armonía y disfrute con la naturaleza.
El reconocimiento de la función natural del río es primordial porque ha condicionado la historia, la cultura y las condiciones naturales de una ciudad. La planificación de una ciudad debe definir los modelos territoriales en base a esas condiciones, así como el respeto hacia las riberas de los ríos para mantener su estado natural, sin embargo, la planificación ha desarrollado estrategias erróneas con enfoque únicamente económico y funcional que han afectado de manera notable los cauces naturales por el desarrollo urbanístico y el crecimiento urbano incontrolado en los cuales se aprovecha al máximo el suelo. Es escasa la integración que tienen los ríos
con las ciudades, debido a que no se logra entender que estos son recursos naturales importantes por las relaciones ambientales y paisajísticas que se suscita, la planificación ha dejado de lado estos criterios. Los proyectos de restauración deben realizarse bajo una perspectiva integral que comprendan aspectos ambientales, hidrológicos, culturales y desde la mirada de los servicios ecosistémicos.
Al considerar la relación existente entre el río y la ciudad, se crean nuevos usos bajo un sistema de espacios públicos, corredores, boulevares, etc., que complementan las dinámicas naturales con las urbanas. Este trabajo ha proporcionado algunas estrategias que aportan de manera integral la relación mencionada, con el objetivo de restaurar, mantener y preservar los ríos como elementos naturales. Es necesario orientar pautas para incorporar un sistema verde que agrupe todos los espacios verdes de la ciudad y que la infraestructura existente aporte como medio de comunicación para asociar dichos espacios. Por otra parte, el crecimiento de las ciudades debe ir acompañado de una planificación que inserte al paisaje con un marco normativo a las actividades urbanas otorgando beneficios sociales, económi-
cos y principalmente ambientales.
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QUITUMVÉ
TERRITORIALIZACIÓN DE LA GESTIÓN POPULAR Y SOLIDARIA
Introducción
C40, una red de alcaldes de casi 100 ciudades líderes en el mundo que colaboran para brindar la acción urgente para enfrentar la crisis climática a nivel urbano lanzó “Reinventing Cities” una competencia global que busca acelerar el desarrollo de la regeneración urbana resiliente y carbono cero en todo el mundo.
A través de este concurso, las ciudades identifican sitios infrautilizados que están listos para ser liberados y transformados e invitan a equipos multidisciplinarios creativos, incluidos arquitectos, planificadores, desarrolladores, inversores, ambientalistas, titulares de proyectos creativos, empresas emergentes, académicos y asociaciones comunitarias, a presentar propuestas que puedan servir como modelo para los hitos de la ciudad del futuro.
El mundo y las ciudades refuerzan sus compromisos y acciones climáticas; estudiantes centran sus esfuerzos para repensar barrios ecológicos y prósperos; universidades y autoridades comparten su visión de barrios urbanos ecológicos y prósperos.
La Alcaldía del Distrito Metropolitano de Quito, parte de C40, definió como lugar seleccionado para este concurso las inmediaciones a la Terminal Terrestre Quitumbe.
Quitumbe es un área importante dentro del Distrito Metropolitano de Quito, además, es un distrito clave, ya que proporciona servicios e instalaciones importantes para la ciudad. Entre e llos, se destaca la Terminal Terrestre Quitumbe, que es una estación multimodal del Sistema Integrado de Transporte y contará con conexiones a los corredores BRT y al Metro de Quito en un futuro próximo.
Este concurso ofreció a los estudiantes la oportu nidad de reimaginar la zona para crear nuevos espacios público s para los habitantes.
Este documento busca socializar la propuesta “Quit umVé” elaborada por los autores en el marco del concurso Reinventing Cities en 2021, considerando los lineamientos del c ertamen. QuitumVé nace del imaginario de un equipo multidiscipl inario que mediante un trabajo interdisciplinario encontraron un resultado transdisciplinario, necesario al momento de repensa r las ciudades.
A la propuesta “QuitumVé” le acompaña una evaluación de beneficios sociales/comunitarios además de una evaluación ambiental con una proyección de emisiones de carbono evitadas y reducidas, en cada una de las intervenciones desarrolladas en la propuesta.
Diagnóstico
Contexto histórico
“Quitumbe” es el nombre de un héroe mítico de la tradición andina. Su gesta, originalmente codificada en forma de quipu, había estado en manos de -Catari- un antiguo quipucamayoc de la corte del inca. En el siglo XVI se logró una traducción bajo pedido del Dr. Bartolomé Cervantes, canónigo de la catedral de Charcas. A esta fuente accedió en el siglo XVII Anello Oliva cronista de la primera generación de jesuitas en el Perú durante su estadía en Charcas y la incluyó en su crónica “Vida de Varones ilustres de la Compañía de Jesús”. Pese a una primera aceptación positiva de la obra por parte de la orden religiosa, finalmente en el período colonial su publicación fue restringida; su primera edición es de 1895 por gestión de los limeños Juan Pazos Varela y Luis Varela Obregoso en la imprenta de San Pedro.” (Valeria Coronel Valencia. s.f.)
Históricamente Quitumbe fue un asentamiento rodeado de tierras cuyo uso fue en su mayoría destinado a quintas o haciendas de los quiteños por su lejanía a la ciudad. En 1861 se convierte en parroquia rural debido a su importancia como punto de comunicación con las provincias para el intercambio comercial, y en 1972 es declarada como parroquia urbana. A partir de este momento, Quitumbe acelera su crecimiento de manera espontánea y dispersa sin contar con planificación urbana, aquella tipología de vivienda se caracterizaba por tener un patio, traspatio y un huerto del que las personas se proveían de alimentos. En algunos casos también contaban con caballerizas o grandes áreas de cultivos (Masache, 2015).
En 1991, se expide el “Plan Ciudad Quitumbe” según la Ordenanza 2891, con la finalidad de realizar un plan de crecimiento urbano ordenado en el sector por parte del Municipio de Quito y la Junta Nacional de la Vivienda. Dicho proyecto presenta falencias e incumplimiento por parte de las autoridades, motivo por el cual es modificado a través del “Proyecto Especial Quitumbe 2001”, que unió puntos clave del anterior plan con reformas a las mismas, a sus bordes naturales, al uso de quebradas, vías, entre otras (Osorio, 2019).
En el Plan Metropolitano de Ordenamiento Territorial (2012) se plantea como objetivo planificar con autonomía la gestión territorial para garantizar un nivel adecuado de bienestar a la población, en donde prime la preservación del ambiente para las futuras generaciones; según Osorio (2015) la ciudad Quitumbe fue planificada con una franja de equipamientos ubicada en el centro de la urbe, estableciéndose como punto focal que cubra las necesidades de la comunidad, tomando en cuenta salud, culto, comercio, seguridad, recreación y cultura; a su vez, el Plan Metropolitano de Desarrollo y Ordenamiento Territorial (2015) considera a Quitumbe dentro de sus metas para el 2019, con la propuesta de implementación de una planta de tratamiento previo a la inmisión de aguas residuales al sistema hídrico.
En relación al sistema de transporte público, en e l año 2013 se toma en cuenta a Quitumbe en el proyecto Primera Línea del Metro de Quito, para vincular el Terminal Terrestre con u na parada del metro, convirtiendo al barrio en un nodo potencial de tran sporte, comercio y turismo. Quitumbe se vería potencialmente beneficia do considerando los principios del desarrollo orientado al transpor te (DOT).
Contexto territorial
La zona tiene una baja densidad de población, con densidades predominantes entre 51 y 200 hab/ha (Secretaría de Territorio, Hábitat y Vivienda, 2021), a excepción de los equipamie ntos de escala zonal y metropolitana que ocupan un área importante de l área de la zona. Se distingue un trazado urbano discontinuo, principalmente debido a la topografía. Existe una presencia relevante de quebradas que dificulta la transversalidad entre sectores, además, intensifica n la ruptura en el tejido urbano. El barranco del parque de Atacazo es un espacio verde importante en el lugar.
El sistema vial está principalmente destinado al uso del transporte motorizado, con una relevante presencia de transporte pesado. La ocupación de grandes áreas o terrenos para la instalación de sistemas de transporte locales e interprovinciales generan recorridos peatonales largos junto a muros que no tienen en cuenta espacios públicos y no propician actividades sociales y comerciales. La presencia de amplias vías que carecen de arbolado urbano, generan nodos importantes de intersección vial que tiene impacto en la imagen y paisaje urbano.
Las oportunidades de empleo no son altas en comparación con otros centros urbanos cercanos. Las principales vías donde se desarrollan actividades son Av. Guayanay y Mariscal Sucre, donde se promueve concebir usos múltiples. La actualización del Plan de Uso y Ocupación del Suelo espera reforzar la función de este centro urbano como área metropolitana. La morfología de las quebradas brinda un carácter natural al vecindario. Sin embargo, el acceso y las conexiones para peatones y ciclistas en esta zona son limitados.
Su proximidad a una estación de transporte importante presenta la oportunidad de desarrollar un mayor crecimiento urbano y de convertirse en una zona metropolitana clave. Dentro de la zona hay otras obras claves de infraestructura, como la planta de tratamiento de aguas residuales. Estas grandes obras de infraestructura introdujeron al sector grandes muros de hormigón, corredores viales anchos, poca vegetación y pocos espacios para la relajación y la recreación. Algunas de las vías son peligrosas y predominan los automóviles.
Contexto Ambiental
Quito se ha comprometido a convertirse en un modelo y líder en la implementación de la Nueva Agenda Urbana, y a seguir desarrollando una ciudad sostenible para todos. Esto está en consonancia con la responsabilidad local asumida para cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible, en particular el Objetivo 13, “Acción por el clima”. En este contexto, la ciudad acaba de completar su Plan de Acción Climático (PAC), cuyos objetivos son lograr la neutralidad de carbono, la resiliencia ante los riesgos climáticos y la justicia e inclusión climáticas para el año 2050 (Alcaldía Metropolitana de Quito, 2015)
La PAC de Quito ha dado prioridad a varias medidas de mitigación y adaptación, que tendrán un impacto y beneficios directos en las poblaciones urbanas. Las principales prioridades climáticas de la ciudad se resumen a continuación:
• Edificios sostenibles y dinámica del uso del suelo
• Gestión integrada del agua
• Servicios ambientales
• Agricultura sostenible
• Gobernanza e investigación sobre el cambio climático
• Gestión circular e integrada de los desechos
• Movilidad sostenible
Uno de los principales problemas ambientales del lugar deriva de años de degradación ambiental. El desarrollo no planificado y la expansión urbana descontrolada en las laderas y quebradas que rodean el lugar han deteriorado los sistemas naturales de drenaje y aumentado el riesgo de deslizamientos de tierra e inundaciones, así como los daños que provoca este tipo de incidentes. La calidad del aire de esta zona es muy baja en determinadas horas del día. Esto se debe a la gran congestión de tráfico que se produce por la terminal de autobuses y a que las principales calles que conducen al centro de la ciudad, utilizadas por vehículos de transporte ligero y pesado, atraviesan el lugar.
Contexto de concursos y proyectos previos.
Parte de la metodología propuesta para el desarrol lo del proyecto consiste en realizar una revisión documental de los proyectos arquitectónicos y urbanos planteados en la zona. El objetivo es que estos contribuyan al desarrollo de una propuesta integral al recuperar proyectos previos. Esto permitiría plantear una propuesta que complementa los proyectos ya planteados, alineando los esfuerzos de ideación de equipos multidisciplinarios que han desarrollado propuestas en el sector.
• Visión de Quito 2040
Esta propuesta es presentada como una herramienta para poder alcanzar los desafíos y metas propuestas por el Municipio Metropolitano de Quito para el año 2040, que consisten en crear una ciudad inclusiva y abierta para todos, global y competitiva, ambientalmente responsable, diseñada para la vida y que valore su cultura e historia. El nuevo modelo de ciudad estará alineado con los siguientes componentes: Ambientalmente responsable; Agua para la vida; El paisaje natural: La Biored; Nuevo Ordenamiento Territorial Urbano Sostenible; Nueva forma construida: Morfología; Vivienda digna; Movilidad y accesibilidad sostenible; Desarrollo social inclusivo; Economía innovadora; Alimentación sostenible; Cultura y Patrimonio. (Alcaldía de Quito, 2018)
Con base en el concurso de ideas desarrollado por el Instituto Metropolitano de Patrimonio y Urbanismo y el Mun icipio del Distrito Metropolitano de Quito, denominado Mi Barrio Ejempl ar y Sostenible. El concurso pretende plantear una Agenda barrial a par tir de talleres participativos con moradores de los barrios. En 2018, de cuatro equipos ganadores, determinan como ganador del sector sur a l Barrio Martha Bucaram. El equipo ganador plantea una propuesta qu e cuenta con un enfoque transversal y holístico: ámbito urbano, soc ial, económico, ambiental, movilidad, accesibilidad y resiliencia. La s fases de la propuesta se desarrollan por escalas de intervenció n y se ar ticulan a su vez con las fases del proceso de gestió n de residuos só li dos urbanos. Se hacen intervenciones en cuatro escalas: escala humana, de la casa a la calle; escala barrial, el equipamiento y la plaza; escala interbarrial, conectar y reactivar; y la escala ciudad, dinamismo econó mi co y espacio verde (Valencia, 2019).
• Corredor Metropolitano de Quito
Quitumbe Jardín Cultural es el proyecto ganador del Concurso corredor metropolitano de Quito. Pretende re-inspirar a sus habitantes, mejorar su calidad de vida mediante una ciudad accesible, equitativa, resiliente y sensible a su entorno, devolviendo así la vitalidad a las avenidas, edificios y espacios públicos. Maiztegui, (2020) describe las estrategias claves que lo componen:
• Ciudad Dendrítica: Crecimiento a partir de una estructura central que se fortalece en el corredor y considera a su contexto natural como un aliado.
• Desarrollo sostenible: Integra lo natural y lo urbano para conformar un metabolismo optimizado con una estructura verde que proporciona autosuficiencia.
• Movilidad activa: Da prioridad al peatón y disminuye la presencia de autos particulares en un 80%, optimizando el sistema de transporte metropolitano al complementarlo con un sistema de movilidad transversal e intermodal.
• Plan de Remediación de Quebradas
Este plan de remediación es una herramienta de gestión para la intervención ambiental integral en las quebradas del Distrito Metropolitano de Quito (DMQ). Dicho plan cuenta con programas enfocados en la restauración y recuperación de las quebradas y espacios públicos, mediante la identificación y valoración de pasivos y servicios ambientales, implementación de procesos de participación social, mitigación y eliminación de fuentes de presión de las quebradas (Novum, s.f.).
Plan de Intervención Ambiental Integral
Paso 1. La recopilación y sistematización de información secundaría
Paso 2. Caracterización Socio-Ambiental de las quebradas
Paso 3. Identificación y desarrollo del mapa de actores
Paso 4. Identificación y Valoración de Pasivos Ambien- tales de las quebradas
Paso 5. Identificación Valoración de Bienes y Servicios Ambientales de las quebradas
Paso 6. Prioridad y Factibilidad de intervención
Paso 7. Sistema de indicadores
Paso 8. Educación Ambiental para la conservación de las quebradas del Distrito Metropolitano de Quito
Paso 9. Mitigación / suspensión de las Fuentes de Presión
Paso 10. Programas para la conservación de las quebradas del Distrito Metropolitano de Quito.
• Eje articulador Sur
Este proyecto se basa en el análisis morfológico de la traza urbana, la organización del suelo, espacios públicos, equipamientos, el estudio de las dinámicas socioeconómicas, el análisis ambiental de las zonas, y la movilidad y su conexión con el sistema urbano.
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Propuesta
QuitumVé
Es un sistema barrial que permite “Territorializar la Gestión Popular y Solidaria”, se basa en la localidad y las interacciones diarias entre la comunidad. Focaliza la cotidianidad en su acción y promueve lo cooperativo, lo asociativo y lo sostenible. Busca formalizar una organización institucional local y generar concienciación y participación pública, fortalecer capacidades locales, resiliencia frente a los efectos del cambio climático, promover financiamiento externo, incorporar tecnología y levantar datos.
QuitumVé es el conjunto de 7 iniciativas que buscan territorializar formas comunes de acercarnos entre vecinos ( Véase Diagrama 1 ). Iniciativas interrelacionadas y conectadas entre sí , las cuales encuentran puntos comunes entre los y las habitantes del barrio, y vinculan diversos actores que permiten un adecuado funcionamiento.
Las iniciativas que conforman QuitumVé son:
1. VecinAso
Sistema Asociativo de Actividades Comerciales Locales
Objetivo General
Busca, dentro del polígono de intervención, promover el cooperativismo y la asociatividad y encontrar puntos en común entre quienes ejercen actividades varios como: tiendas, zapaterías, costureros/as, bazar, etc, para generar procesos locales que por medio de la economía popular y solidaria puedan generar calidad de vida, cohesión social, fortalecimiento y dinamización de la economía local y reducción de emisiones.
Alcance
VecinAso es un sistema local que junta actividades comerciales de barrio para el fortalecimiento de las capacidades en el desarrollo de la economía popular y solidaria, de quienes manejan negocios locales por medio de oficios, tiendas de barrio y actividades comerciales varias.
Beneficiarios
USUARIOS: Quienes habitan y transitan el polígono de intervención y hacen uso de Vecinaso.
COLABORADORES: Quienes proveen, prestan servicios y apoyo logístico a los promotores.
PROMOTORES: Dueños de locales, tiendas, oficios y demás actividades comerciales.
Desarrollo del proyecto
Los usuarios demandan productos y servicios generales diariamente, por lo que VecinAso distribuye esta demanda entre todos los promotores, de manera justa, equitativa, y eficiente, garantizando un intercambio comercial efectivo. VecinAso propone centralizar los pedidos realizados a los proveedores por todas las tiendas asociadas en un centro de acopio administrado por los colaboradores. Los productos llegan a cada tienda, que abastece según un radio y una determinada población, a través de un sistema local de distribución por bicicletas que va desde el centro de acopio a cada socio VecinAso.
VecinAso cuenta con una base de datos centralizada que recepta pedidos en torno a necesidades de los usuarios, ejemplo: si un usuario necesita un zapatero, ingresa al servicio y busca la disponibilidad. Si hay pedidos de 20 arreglos de zapatos, los 20 pedidos se distribuyen en los 10 zapateros asociados, garantizando una equitativa repartición del trabajo y de las ventas, así con cualquier oficio y demás actividades comerciales. VecinAso acepta y comercializa también en moneda social, los porcentajes de flujo se definirán en consenso.
Pasos de implementación
1. Mapeo de las principales actividades económicas del polígono de intervención
2. Socialización puerta a puerta
3. Socialización grupal
4. Afianzamiento y cohesión de los involucrados
5. Desarrollo de capacidades en economía popular y solidaria
6. Formación de asociaciones y cooperativas
7. Creación de la Red de Vecinasos
8. Monitoreo y Seguimiento
2. ProfesionArte
Sistema Local de Residencias Profesionales
Objetivo General
Proyecto que pretende vincular a la academia con l os barrios, generando alianzas estratégicas que aporten en la o rganización, fortaleciendo y cohesión social en los barrios, además d e contar con soporte técnico especializado para el desarrollo de proyect os locales. Se consolida como una oportunidad de inserción laboral pa ra profesionales recién graduados o no que estén interesados en part icipar activamente de procesos comunitarios.
Alcance
Pretende vincular a universidades públicas y privadas con las dinámicas barriales mediante un programa de becas para los profesionales recién graduados, financiando su estancia en el barrio, brindando beneficios a cambio de su soporte profesional en áreas específicas que ayuden al desarrollo de los proyectos que se gestan en el barrio. Promoviendo la participación comunitaria y estrategias para la gestión de proyectos que vinculan a la comunidad, consolidando iniciativas que crean y fortalecen pequeñas y medianas empresas generando empleo y desarrollo local.
Beneficiarios
USUARIOS: Habitantes del barrio, profesionales de distintas áreas.
COLABORADORES: Universidades e instituciones educativas superiores y empresas privadas.
PROMOTORES: Ministerios relacionados, municipio y organizaciones no gubernamentales
Afiche del proyecto Profesionarte
Desarrollo del proyecto
• El barrio demanda del soporte técnico de ciertas áreas para lo cual se convoca a profesionales a participar y a postular para ganar una estancia con beneficios específicos en los servicios que ofrece el barrio.
• Los profesionales pueden iniciarse en su carrera profesional dotando de estrategias a la comunidad en sus determinadas áreas generando proyectos y dinamizando la participación del barrio generando empoderamiento local.
• Desarrollo y gestión de proyectos comunitarios vinculados.
Pasos de implementación
1. Gestión de financiamiento, patrocinadores.
2. Apertura de convocatorias
3. Profesionales aportando permanentemente al barrio
4. Proceso de vinculación y asociatividad con la comunidad
5. Desarrollo de proyectos
3] Propuesta de intervención Profesionarte
3. MuyuÑan
Sistema de Moneda Local
Objetivo General
(Imagen 3)
Afiche del proyecto MuyuÑan
MUYU es una moneda social y solidaria que permite satisfacer nuestras necesidades humanas, e intercambiar nuestros saberes, a partir de nuestros talentos, confianza y apoyo mutuo. Iniciativa que funciona en la ciudad de Quito (https://monedamuyue- cuador.wixsite.com/mu- yuecuador). Muyu-Ñan pretende ser una extensión y un nodo acoplado al MUYU que permita crear medios alternativos monetarios, comunitarios, sociales y cooperativos, para facilitar intercambios tanto de productos, servicios, o de conocimientos que satisfagan las necesidades de los usuarios y fomenten el crecimiento interno del polígono.
Alcance
Es un sistema de moneda local, un crédito mutuo y colectivo, basado en la confianza y la reciprocidad, mediante el intercambio de recursos (productos, servicios y conocimientos), en la búsqueda de generar estabilidad económica local y bienestar social. El sistema junta el consumir y producir en el PROSUMIR, concepto que permite el aprecio del trabajo y esfuerzo del otro al momento de transaccionar productos y servicios.
Beneficiarios
USUARIOS: Quienes transaccionan y prosumen
COLABORADORES: Quienes administran las transacciones y el flujo de intercambio de servicios y productos, así como la organización de ferias.
PROMOTORES: Quienes promueven y se encargan de la divulgación del sistema de moneda local.
Desarrollo del proyecto
• Los usuarios prosumen productos y servicios que son aptos para ser intercambiados por Muyu-Ñans.
• La comunidad acuerda un crédito común.
• Es una iniciativa inclusiva. Los usuarios ofertarán los productos, servicios o conocimientos disponibles a cambio de otros que consideren de interés.
• Los promotores realizarán levantamiento de información de los intercambios efectuados para llevar un registro y del mismo extraer datos cuantitativos y cualitativos que arrojen resultados.
• Se realizan ferias para promover el prosumir productos y servicios locales.
Pasos de implementación
1. Campaña de socialización.
2. Proceso de socialización y capacitación.
3. Talleres participativos para el desarrollo e implementación del proyecto.
4. A partir de la información obtenida en los talleres, se realizará la estructuración definitiva del proyecto.
5. Elaborar un reglamento interno del proyecto.
6. Organización de las ferias (selección del lugar, fecha, hora).
7. Difusión.
8. Inscripción de participantes.
9. Detalle de productos, servicios y conocimientos ofertados.
10. Levantamiento de información del evento.
11. Presentación de los resultados del proyecto.
4. Constru Reparo
Sistema Asociativo de Construcción y Reparación
Objetivo General
Busca centralizar los servicios de construcción y reparación asociando a los vecinos vinculados a diversos oficios, que permita generar trabajo local al cual se puede acudir en busca de servicios relacionados con tarifas estandarizadas, incluyendo la recaudación de materiales de construcción restantes de otras obras que permita encontrar materiales a pueden utilizar en arreglos menores.
Alcance
Iniciativa desarrollada a nivel del polígono de intervención pudiendo vincular a todo el barrio generando una base de datos de los de las personas a las que se puede acudir distribuyendo de manera equitativa el acceso a trabajo, teniendo capacitaciones periódicas con los profesionales de barrio, mejorando sus habilidades y técnicas constructivas.
Beneficiarios
USUARIOS: Habitantes del Barrio que necesitan una reparación o una construcción
COLABORADORES: Profesionales de barrio, institutos de enseñanza técnica superior, universidades.
PROMOTORES: Habitantes del barrio, personas que desarrollan actividades de albañilería, vidriería, carpintería, cerrajería, plomería, pintura, entre otros.
Desarrollo del proyecto
• El barrio demanda de servicios de construcción y arreglos varios.
• Asocia a las personas vinculadas a oficios relacionados a la construcción para trabajar de manera colaborativa.
• Se genera una base de datos de las personas asociadas.
• El sistema de construcción y reparación recepta los pedidos del barrio y los distribuye de manera equitativa.
• Se capacita a las personas asociadas, fortaleciendo sus habilidades y mejorando su conocimiento técnico especializado.
• Organización y gestión de un espacio para recolección de materiales de construcción.
Pasos de implementación
1. Gestionar una base de datos de los personas vinculadas a la construcción que se integrarán al proyecto
2. Proceso de socialización y capacitación.
3. Organización en conjunto con los profesionales de barrio las estrategias de organización y proyecciones de trabajo.
[Diagrama 4] Propuesta de intervención Construreparo
5. BicilleVé
Sistema Local de Bicicargo
Objetivo General
La iniciativa Bici LleVé reduce los km recorridos por vehículos motorizados para el transporte de diferentes encargos dentro del barrio. Transportan distancias cortas y medianas en bicicletas adaptadas para llevar carga.
Alcance
Busca afianzar lazos entre la comunidad del barrio ofreciéndoles la oportunidad de participar en la iniciativa y poder ser retribuidos por sus servicios de bici-entregas. Dueños de talleres de bicicletas, como distribuidores, que vivan y sean parte del barrio así como aficionados y profesionales de la bicicleta que quieran encontrar una dinámica desde la economía popular y solidaria.
Beneficiarios
USUARIOS: Todos y todas quienes dentro del barrio requieran de hacer envíos y entregas.
COLABORADORES: Todos y todas quienes sean del barrio y presten los servicios de bici-entrega.
PROMOTORES: Todos y todas quienes sean del barrio y quieran administrar el servicio de bici-cargo.
Desarrollo del proyecto
• Vincula a profesionales y aficionados de la bici que residen en el barrio.
• Se junta a los talleres y técnicos en bicicletas en un sistema barrial de bici-servicios.
• Hace entregas de todo tipo dentro del barrio.
• Ofrece remuneración en dólares por servicios prestados a quienes viven en el barrio.
• Ofrece remuneración en Moneda Social por servicios prestados a quienes viven en el barrio.
• Fortalece las capacidades de los vecinos para el uso y mantenimiento de sus bicicletas.
Pasos de implementación
1. Mapeo de talleres, técnicos y posibles interesados
2. Socialización puerta a puerta
3. Socialización grupal
4. Afianzamiento y cohesión de los involucrados
5. Desarrollo de capacidades en economía popular y solidaria
6. Formación de asociaciones y cooperativas
7. Monitoreo y Seguimiento
6. ReciVeci-Cachivache
Sistema Local de Reciclaje y Reuso
Objetivo General
Reci-Veci es una iniciativa social que fomenta la separación adecuada de residuos sólidos en los hogares, entidades educativas y empresas en Ecuador, con el objetivo de generar prácticas inclusivas con las /os recicladoras/es base. Esto lo logramos mediante: capacitaciones, análisis, asesorías y desarrollo de herramientas organizativas. Estas acciones y herramientas contribuyen a mitigar los riesgos ambientales y de salud ocupacional de las recicladoras y recicladores base cuando realizan su labor.
Alcance
Reci Veci es una estrategia que a partir de la recolección de desechos reciclables, orgánicos y cachivaches, potencia una sostenibilidad circular en el territorio, para posteriormente ponerlo a disposición de la comunidad.
Beneficiarios
USUARIOS: Quienes entregan y separan los desechos reciclables, orgánicos y/o cachivaches y quienes adquieren los enseres y muebles usados.
COLABORADORES: Quienes dan mantenimiento y administran el servicio de Cachivache, deberían ser personas del barrio, que pueden verse beneficiadas por una retribución en dólares o en Muyu-Ñan.
PROMOTORES: Quienes se encargarán de la recolección, selección, administración y promoción de los bienes, los recicladores de base.1
1 Según la Iniciativa Regional para el Reciclaje Inclusivo (IRR,2015) “reciclador de base” se refiere a los trabajadores (formales o informales) de la cadena de valor del reciclaje. Es decir, las personas que se dedican a la recuperación y venta de materiales reciclables en el flujo de residuos sólidos municipales.
Desarrollo del proyecto
• Reci-Veci funciona con toda su esencia, será una extensión de lo que ya está implementado en otras zonas de la ciudad Identifica y organiza a los recicladores de base del polígono
• Instalación de puntos de acopio.
• Quienes desechan sus bienes muebles, llenarán una ficha indicando sus características generales y el estado actual de los mismos.
• Si los bienes no son aptos para segundo uso, se los envía a los puntos de reciclaje autorizados.
• Una vez definido qué bienes o qué parte de ellos, son aptos para un segundo uso, se realiza un inventario de los bienes disponibles para su posterior almacenaje y oferta.
• Los usuarios deberán llenar una solicitud indicando su interés en ciertos bienes.
• Cada usuario tendrá un número máximo de bienes a recibir, dependiendo de las características de su grupo familiar. Los colaboradores se encargarán de la selección y entrega de los bienes a los usuarios, después de haber analizado cada caso. Pasos de implementación proyecto
1. Campaña de socialización de la estrategia Reciveci.
2. Talleres participativos para el desarrollo e implementación del proyecto.
3. A partir de la información obtenida en los talleres, se realizará la estructuración definitiva del proyecto.
4. Elaborar un reglamento interno del proyecto.
5. Definición de la zona de almacenaje y custodia. (coordinación con la administración)
6. Levantamiento de base de datos de los posibles colaboradores internos y externos.
7. Recepción y recolección de los bienes puestos a disposición de los usuarios.
8. Realización del inventario.
9. Socialización de los bienes disponibles.
10. Los usuarios deberán llenar una ficha con sus datos personales y familiares, indicando su interés en los bienes.
11. Los promotores realizan una selección y distribución de acuerdo a lo establecido en el reglamento
7. SAQ
Sistema Agroalimentario Local QuitumVé
Objetivo General
Sistema local en torno a la siembra, cultivo, cosecha, procesamiento, distribución y comercialización de productos agroalimentarios y, en consecuencia, al cumplimiento de la función de la alimentación humana en la población del barrio. Sistema de cultivo local que pasa por un proceso de educación y sensibilización, así como el fortalecimiento de capacidades a los vecinos en la producción agroalimentaria convencional y no convencional, la gestión de residuos orgánicos y la economía popular y solidaria. Busca generar producción local y autoabastecimiento promoviendo el consumo de proximidad y la distribución de cercanías, reduciendo la huella de carbono generada por las distancias de recorrido de los productos, mejora calidad de vida de los habitantes, dotando de espacios de estancia y participación comunitaria, así también como nuevas oportunidades laborales locales.
Alcance
Enfoque local como parte de una red de hitos de producción agrícola a lo largo de la ciudad, espera replicabilidad en las viviendas de los residentes del polígono de intervención utilizando estrategias de capacitación y uso de espacios comunitarios para producción local.
Beneficiarios
USUARIOS: Habitantes del barrio.
COLABORADORES: Habitantes del Barrio y empresa Privada
PROMOTORES: Municipio(AGRUPAR) , Ministerio de Agricultura, FAO y otros organismos internacionales, Empresa Privada, Asociación de Vendedores de Alimentos.
Desarrollo del proyecto
• Producción orgánica y agroecológica de hortalizas, leguminosas y cereales
• Producción orgánica y agroecológica de especies menores de animales.
• Instalación de sistemas controlados de cultivos, invernaderos y sistemas hidropónicos de cultivo.
• Instalación de sistemas acuapónicos para el cultivo de peces comestibles y hortalizas varias.
• Uso de las terrazas vacías de edificios para la instalación de sistemas controlados de cultivo. Instalación de agroindustrias locales
• Distribución a través de BicilleVé
• Uso y manejo de huertos comunitarios para la educación y sensibilización ambiental.
• Los usuarios demandan productos de producción local que reduzcan la huella ecológica por el transporte o el recorrido que realizan dichos productos.
• Se identifican posibles espacios donde se ubiquen huertos urbanos comunitarios gestionados por sus habitantes de manera colaborativa.
• Se realizan mediante la modalidad de mingas trabajos de labores culturales Se recibe el soporte de los profesiona- les de barrio en capacitación y gestión del proyecto
• Abastecimiento local de productos con huella de carbono reducida, alcanzar como meta en 10 años el 40% del consumo total del barrio.
• Venta e intercambio de excedentes de productos a barrios colindantes, restaurantes, entre otros.
• Conexión local con fruterías y verdulerías locales, así como con los mercados populares aledaños.
[Diagrama 7]
Propuesta de intervención Sistema Agroalimentario Quitumvé
Pasos de implementación
1. Evaluación y diagnóstico del sistema agroalimentario y de la situación física del polígono
2. Desarrollo del plan y la estrategia agroalimentaria de Quitumbe, alineada a la estrategia agroalimentaria del DMQ.
3. Desarrollo de plan de financiamiento. Proceso de socialización y fortalecimiento de capacidades
4. Asociación y organización de vecinos del barrio.
5. Creación de red del vínculo agroalimentario
6. Selección de espacios públicos, privados y comunitarios donde se realizará la intervención de cultivo urbano.
7. Implementación de los sistemas de cultivo local gestionados por los habitantes del polígono. Fortalecimiento de capacidades en torno a la distribución y comercialización.
8. Monitoreo y seguimiento, manejo de datos y producción.
9. Creación del Instituto local de Agricultura Barrial y Sistemas Agroalimentarios Vecinales
Evaluación Ambiental
El concurso Students Reinventing Cities de C40 tiene como objetivo reducir las emisiones de GEI para la zona de Quitumbe, así como garantizar la calidad de vida de los habitantes del sector; la evaluación ambiental del proyecto QuitumVé pretende analizar cada una de sus propuestas y medir su grado de efectividad desde el punto de vista ambiental para cumplir con los principales objetivos del concurso.
Es importante considerar los puntos de presión ambiental que se evidencian dentro del polígono de intervención y en las quebradas que se encuentran distribuidas en el sector, teniendo como puntos de presión directa a las actividades humanas, consumo energético, ruido, generación de residuos, mala gestión de efluentes urbanos e industriales y emisiones de GEI por transporte, y como puntos de presión indirecta a la evolución del parque automotor de Quitumbe o el mal uso del suelo.
Para cumplir con los objetivos del concurso, se elabora un Análisis del Ciclo de Vida de cada uno de los aspectos ambientales que intervienen en la propuesta, con la finalidad de poder analizar los impactos potenciales asociados a entradas y salidas del sistema; a su vez, se utiliza la herramienta GPC (Protocolo Global para Inventarios de Emisión de Gases de Efecto Invernadero a Escala Comunitaria), el cual ayudará a desarrollar un inventario completo y sólido de GEI para apoyar a la planificación de acción climática. Por otro lado, se plantea utilizar la herramienta prospectiva MFA (Análisis de Flujo de Materiales), la cual nos dará una visión clara y concisa del uso y disposición final de los recursos, materiales y energía utilizados en el proyecto, a su vez que evalúa su disposición final y grado de afectación al medio ambiente.
Glosario de Términos Evaluación Ambiental
Metabolismo Urbano. Conjunto de procesos complejos sociotécnicos y socioecológicos por los que los flujos de materiales, energía, personas e información dan forma a la ciudad, atienden a las necesidades de su población y repercuten en el interior del país (Currie y Musango, 2016).
Material Flow Analysis (MFA): Herramienta de gestión ambiental dedicada al análisis de los procesos de entrada y salida de materiales aplicado al sistema urbanístico (Balanay & Halog, 2019).
Análisis de ciclo de vida (ACV): Técnica para determinar los aspectos ambientales e impactos potenciales asociados a un producto: compilando un inventario de las entradas y salidas relevantes del sistema e interpretando los resultados de las fases de inventario e impacto en relación con los objetivos del estudio (ISO 14040, 2006).
Coeficiente de correlación Kendall: Medida de dependencia no paramétrica que identifica los pares concordantes y discordantes de dos variables, el cociente nace después de haber identificado dichas variables y haber calculado los totales (Rodó, 2019).
Coeficiente de correlación de Pearson: Medida de regresión estadística que cuantifica el grado de variación conjunta entre dos variables, midiendo su dependencia lineal, y señalando lo bien o lo mal que el conjunto de puntos representados se aproxima a una recta (Peiro, 2015).
Huella de carbono: Conjunto de emisiones de gases de efecto invernadero en términos de CO2 equivalentes, directa o indirectamente al ambiente (MMA, s.f.).
Huella ecológica: Indicador que permite estimar los requerimientos en términos de consumo de recursos y asimilación de desechos de una determinada población y economía, expresados en áreas de suelo productivo. (Tobasura, 2008).
Protocolo Global para Inventarios de Emisión de Gases de Efecto Invernadero a Escala Comunitaria (GPC): Norma de cuantificación y reporte para ciudades que ofrece a las ciudades un marco robusto, transparente, consistente y globalmente aceptado para identificar, calcular y reportar emisiones de GEI a escala de la ciudad (C40, 2017).
Resultados
Para este proyecto se definieron herramientas de evaluación y monitoreo del impacto ambiental que produce QuitumVé, lo cual está medido de forma general con el GPC y de forma específica para cada proyecto con ACV y Metabolismo Urbano (MFA). A continuación mediante diagramas explicaremos el uso de las herramientas específicas de medición: La primera metodología a utilizarse es el metabolismo urbano. La evaluación del metabolismo urbano, conecta los recursos, los procesos biosociales urbanos y las actividades urbanas de provisión de viviendas, bienes y servicios, y de transporte de personas y mercancías (Ferrao y Fernández 2013). El segundo método de análisis, evaluación y seguimiento es el Análisis del Ciclo de Vida (ACV), el cual es un proceso objetivo que permite evaluar las cargas ambientales conjugadas a un producto, actividad o proceso, identificando y cuantificando tanto el uso de materia y energía, así como las emisiones al entorno, para determinar el impacto del uso de recursos y emisiones generadas, con el propósito de evaluar y llevar a la práctica estrategias de mejora ambiental. (Rieznik y Hernández, 2005).
[Tabla 1] Descripción de alcances para inventarios de ciudades
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Nota: World Resources Institute (2014, p.31). Protocolo Global para inventarios de emisión de gases de efecto invernadero a escala comunitaria.
Para la evaluación del proyecto QuitumVé de forma general se utilizará el GPC, (Véase tablas 02 y 03) que ayudará a dirigir acciones de mitigación, crear estrategias de reducción de GEI y realizar seguimiento al progreso del proyecto QuitumVé dentro del polígono de intervención. De esta manera se podrá contar con un inventario completo y sólido de estos gases, demostrar la importancia de las ciudades en la lucha contra el cambio climático y facilitar información a través de la inclusión de datos comparables.
Esta herramienta estará destinada a ser utilizada en QuitumVé con la finalidad de aplicarse como medición sobre las emisiones que se producen en el polígono de intervención, la herramienta ha sido adaptada a los proyectos que se formulan en el proyecto QuitumVé y resumirá los datos que tienen que ser presentados para presentar un cálculo de las emisiones que se producen en el polígono de intervención.
y alcances cubiertos por el GPC
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Nota: World Resources Institute (2014, p.37). Protocolo Global para inventarios de emisión de gases de efecto invernadero a escala comunitaria.
Definidas las principales metodologías a usarse para la medición de impactos ambientales. A continuación en la tabla 3 definimos los parámetros necesarios para realizar la evaluación y seguimiento de los proyectos que se desarrollarán en el proyecto QuitumVé.
[Tabla 3]
Matriz de evaluación y seguimiento de los proyectos de QuitumVé
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Resultados Esperados
Se aspira rehabilitar el espacio público como por ejemplo el de las quebradas presentes en el polígono de intervenc ión mediante los programas explicados anteriormente, en cuanto a la cuantificación de emisiones se ha estimado lo siguiente.
Emisiones evitadas por movilidad urbana activa. Se proyecta que 9.5 km de ciclovías se pueden implementar, estimando que el 25% de la población se transporta en automotores para real izar compras o actividades diarias que en promedio tienen una distancia de 1 km y lo realizan al menos 4 veces al día, si se intercambian los viajes en automotores por bicicleta integrando progresivamente a las personas que usan la movilidad activa se consiguiera evitar las siguientes emisiones de CO2, los resultados proyectados se muestra en la Tabla 4.
Proyección de reducción de toneladas de CO2
Recuperación de residuos orgánicos para compost.
Con base en reportes de la Empresa Metropolitana de Gestión Integral de Residuos Sólidos (2021) en el DMQ se estima que cada persona genera 0.88 kg de residuos al día, de estos el 53.2% corresponde a residuos orgánicos, de los cuales se estima que aproximadamente un 30% es apto para compostaje. A partir de estos datos, se proyecta que si el 10% de la población separará estos residuos, se podría generar 190108.64 Kg/año de compost. Además, se planifica que el 20% del área de las quebradas podrían ser cultivadas y para ello, por cada m2 se utilizará 1 kg de compost. Se calcula que el área de las quebradas utilizable es de 16232.6 m2, con cultivos 4 veces al año se necesitaría 64930.4 kg de compost/año, dejando un excedente de compost de 125178.24 kg de compost/año que se destinaría a huertos caseros u otros espacios públicos dentro de polígono o para la comercialización.
Evaluación de beneficios comunitarios
La evaluación de benefi cios comunitarios de la pr esente propuesta nace de una adaptación del: “Instrumento de análisis para evaluar intervenciones en sectores urbanos en proceso de co nsolidación”, el cual se desarrolló de la reflexión conjunta entre los grupos de investigación Gestión y Diseño de Vivienda –GIV– y Construcción de lo Público –CdLP–, de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Los Andes, Bogotá, Colombia.
Éste permitió defi nir unas premisas de investiga ción e identificar unos referentes de estudio, a partir de los cuales proponen el enfoque de actuación que hoy sirve de base para la investig ación sobre nuevas estrategias de intervención en sectores urbanos en proceso de consolidación.
¿Cómo funciona?
Se identificaron propuestas que abordan el desarrollo de la ciudad desde perspectivas que articulan diferentes puntos de vista y entienden el impacto de las intervenciones urbanas con un enfoque integrador de los actores involucrados, las dinámicas de gestión y los tiempos y tipos de intervención, que supera el ámbito puramente físico. El instrumento propone reconocer tres dimensiones interdependientes: sociocultural, socioeconómica y físico espacial. Así, la intervención implica un hecho político por su impacto en la comunidad. Como consecuencia, la exploración sobre formas de intervenir sectores urbanos en proceso de consolidación se basa en la relación dimensiones/ componentes y la importancia que dentro de cada dimensión ocupa cada componente.
El instrumento recomienda definir:
a) categoría de análisis
b) caracterizar componentes y definir dimensión
c) definir variables de análisis,
d) método de valoración.
Para el objeto de evaluar QuitumVé desde su impacto en la comunidad se adapta el presente instrumento y se define:
Categorías de análisis: Beneficios comunitarios.
Dimensión: Socioeconómica y sociocultural.
Componentes:
Usuario, asociado a las dinámicas de los sujetos y sus grupos sociales.
Ciudad, el componente ciudad, entendido como el lugar donde converge lo material e inmaterial del habitar urbano.
Tecnología, asociado a procesos técnicos y tecnológicos involucrados en el desarrollo de cualquier intervención.
Variables: se definieron variables de análisis con las que se pretende tener una mejor comprensión y valoración de los aportes de cada proyecto. En consecuencia, a cada componente se asignaron cuatro variables. Se las encuentra en la Tabla 5, que corresponde a la aplicación y calificación de cada propuesta. Las variables fueron tomadas del instrumento original y adaptadas al contexto de las dimensiones sociocultural y socioeconómica.
Método de valoración: con base a la relación dimensión/ componente/ variable se definió un método de valoración que consiste en dos pasos:
1. Siguiendo la clasificación de los proyectos por categorías de análisis, se toma cada propuesta y se identifican las variables a las que hace algún tipo de aporte.
2. Con las variables identificadas se valora el nivel de profundización de cada aporte, y se consigna en el cuadro de aplicación y calificación de las variables. Para determinar el nivel alcanzado, al consignar los resultados en el cuadro se utiliza una escala de grises, de manera que si el aporte es bajo tiene color blanco, si es medio tiene color gris y si es alto color negro.
3. Se realiza un mapeo de actores y se encuentran las relaciones existentes, para que la evaluación visualice la acción de los actores en función de los resultados, Diagrama 8.
QUITUMVÉ
[Tabla 5]
Tabla de aplicación y calificación de las variables
[Diagrama 8]
Estrategias de financiamiento
En virtud de la interconexión existente entre los 7 proyectos que integran QuitumVé, se proponen las siguientes estrategias de financiamiento, que permitirán una efectiva y viable capacidad de ejecución:
• Alianzas Público Privadas, Alemania.
• Fondo Canadiense para iniciativas locales.
• Fondo IDCR para desafíos.
• Plan Intercoonecta, España.
• Agencia Pública de Castilla y León, España.
• Desarrollo Humano Integral - Ecuador, España.
• Fondo Cantabria Coopera, España.
• Becas MAEC-AECID de Cooperación al Desarrollo Cultura y Educación, España.
• ITEC - Indian Technical and Economic Cooperation Programme, India.
• BECAS MASHAV, Israel, Programa de Envío de Expertos.
• Japón, Programa de Malasia de Cooperación Técnica.
• Fondos HOMF de la Embajada de Nueva Zelanda.
• Programa de Entrenamiento de Terceros Países (TCTP), Singapur.
• El Fondo Verde para el Clima, Fondo Global para el Medio Ambiente.
• Fondos HOMF de la Embajada de Nueva Zelanda, Fondo Fiduciario Manuel Pérez Guerrero (FFPG).
• Líderes empresariales: Responsabilidad social corporativa (norma ISO 26000).
Cofinanciar los 7 proyectos que integran la propuesta QuitumVé, a partir de una optimización del cobro del impuesto municipal de contribución especial o por mejoras. Para ello, se requieren los estudios de prefactibilidad y factibilidad aplicables, que permitan identificar la forma de pago a partir de esta estrategia, de conformidad a lo establecido en la ley.
La actualización del Catastro Municipal y la optimización del cobro del impuesto predial, permitirá al Gobierno Autónomo Descentralizado del DMQ, identificar los predios que se encuentran en deuda, o no registrados, con la finalidad de mejorar la recaudación fiscal, y consecuentemente, constituir una nueva fuente de financiamiento para la ejecución de los 7 proyectos que integran QuitumVé.
Referencias
Alcaldía de Quito. (2001). Ordenanza Metropolitana No. 1158 (Consejo Metropolitano de Quito). Reformas al capítulo IV, del Título I del Libro Segundo del Código Municipal - Sección IV “Del Proyecto Especial Ciudad Quitumbe 2001”. 10 de octubre de 2001.
Alcaldía de Quito. (2018). Visión de Quito 2040 y su Nuevo Modelo de Ciudad. Recuperado de http://www.rniu.buap.mx/infoRNIU/nov18/2/ quito-vision-2040-y-su-nuevo-modelo-de-ciudad.pdf
Alcaldía de Quito. (2015). Plan Metropolitano de Desarrollo y Ordenamiento Territorial. Recuperado de https://www.quito.gob.ec/documents/ PMDOT.pdf
Alfonso Peiro Ucha. (2015). Coeficiente de correlación lineal. Recuperado de https://economipedia.com/definiciones/coeficiente-de-correlacion-lineal. html
Balanay, R., & Halog, A. (2019). Tools for circular economy: Review and some potential applications for the Philippine textile industry. Recuperado de https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/ B9780081026304000030
C40 Cities. (2017). Protocolo Global para Inventarios de Emisión de Gases de Efecto Invernadero a Escala Comunitaria. Recuperado de https://ghgprotocol.org/sites/default/files/standar ds/GHGP_GPC%20 %28Spanish%29.pdf
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Autores invitados
Julio Echeverría Andrade
Doctor en Sociología por la Università degli Studi di Trento, Italia. Politólogo especializado en análisis político e institucional, sociología de la cultura y urbanismo. Ha ejercido la docencia en distintas universidades y centros académicos, como la Pontifica Universidad Católica del Ecuador, Universidad Andina Simón Bolívar, FLACSO-Ecuador, Universidad de las Américas y Universidad Central del Ecuador.
Ha sido profesor visitante en la Universidad de Trento e investigador en el Instituto Ítalo-germánico de Trento Italia, y editorialista de diario El Comercio (2012-2014) Quito-Ecuador. Fue cofundador y director de las revistas de ciencias sociales y cultura Nariz del Diablo (19801994) y Ciencias Sociales (2011-2013). También fue director de la revista Cuestiones urbanas (2014-2017).
Ha publicado varias obras, entre las cuales destacan: Debates sobre modernidad y postmodernidad (1991), Flexibilidad y nuevos modelos productivos (1994), La democracia bloqueada (1997), El desafío constitucional (2006), La democracia sometida (2016), Ensayo sobre la política moderna (2018) y Ciudad y Arquitectura (2018).
Ana Rodríguez
Investigadora, docente y curadora. Actualmente es consultora, investigadora y cofundadora de Urban Front (www.urban-front.com). Licenciada y máster en Filosofía Estética, y en Artes y Ciencias del Arte por la Universidad de París Sorbona, máster en gestión y emprendimientos culturales, y doctorante en Teoría Crítica en el 17, Instituto de Estudios Críticos, en la Ciudad de México.
Trabaja desde hace más de veinte años en educación, cultura y estudios de la ciudad. Dirigió el Centro de Arte Contemporáneo de Quito, la Fundación Museos de la Ciudad, fue viceministra y ministra de Cultura y Patrimonio del Ecuador. Desde allí impulsó la Ley Orgánica de Cultura, actualmente vigente. Ha sido docente en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, la Universidad San Francisco de Quito y la Universidad Central del Ecuador. Ha sido investigadora en CENEDET, Centro Nacional de Estrategia para le Derecho al Territorio (IAEN) y FLACSO Ecuador, en asuntos de territorio, pandillas juveniles, arte, curaduría, políticas culturales, memoria y patrimonio, mercados populares y soberanía alimentaria; y también en CITE-FLACSO, Centro de Investigaciones en Políticas Públicas y Territorio, en temas de gobiernos locales, políticas públicas e indicadores urbanos.
Omar Alejandro Chamorro Cruz
Arquitecto por la Universidad San Francisco de Quito y máster en diseño arquitectónico avanzado por la Universidad de Columbia en Nueva York. Su carrera profesional ha estado vinculada a la academia, al diseño arquitectónico, diseño de productos, a la construcción y a la práctica artística. Como docente de pregrado ha participado en la Universidad San Francisco de Quito y Universidad de Las Américas, institución donde labora actualmente. Además, ha colaborado como docente de postgrado en el programa de maestrías de la Universidad Central del Ecuador. Finalmente, ha estado vinculado al Colegio de Arquitectos y fue miembro de la BAQ 2018. Entre estos y distintos intereses, basa su trabajo en la constante búsqueda física, intelectual y espiritual de la creación de Arquitectura.
Daniela Sofía Loaiza
Ph.D. en Arquitectura y Urbanismo (Chile y España), Máster en Arquitectura de la Ciudad (Brasil) y Arquitecta formada por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador.
Su trayectoria profesional y académica la ha llevado a escribir e investigar sobre morfología y su relación con las formas de apropiación de diversas escalas arquitectónicas y urbanísticas. Ha participado activamente en investigaciones, seminarios y congresos a nivel nacional e internacional discutiendo y reflexionando sobre esta temática central.
Fue directora de la Maestría en Urbanismo y docente de titulación en la UDLA, además de haber presidido El Foro de la Ciudad del Colegio de Arquitectos del Ecuador –Pichincha.
Madre de Alicia, ciudadana vigilante y rebelde, con un alma creativa que encuentra su expresión en la alfarería e inspiración en el café y en su amor por el páramo andino. Comprometida profundamente con el entorno urbano y apasionada por la transformación buena, bella y verdadera, de los espacios que habitamos.
PRESENTACIÓN
Lo que ven estas Miradas
En el marco de la publicación
Miradas Plurales y Diversas; Espacios
Yadhira Álvarez
Vocal de Directorio MAE
Comunes, Espacios Intermedios: El Paisaje Urbano en América, se ha invitado a nutrir la discusión desde perspectivas diversas a destacados autores nacionales, lo cual nos permite explorar múltiples identidades del paisaje y desarrollar la comprensión de esta noción vinculada a la producción espacial de las ciudades. En lugar de buscar un abordaje singular o esencial del término, se ha abierto una lectura del paisaje en relación con sus conceptos afines o desde campos disciplinarios y profesionales ampliados. Ana Rodríguez se acerca a los conceptos del común urbano y el espacio intermedio a través de una reflexión sobre el paisaje de los mercados populares. Su artículo examina la impo rtancia y la singularidad de estos espacios en Quito, enfocándose e n el Mercado San Roque. A través de conceptos de teoría cultural y e studios urbanos, explora cómo estas construcciones no son meros luga res de intercambio, sino procesos históricos que configuran ter ritorios y producen espacios urbanos. La autora analiza la relación entre los mercados y el ethos barroco, una resistencia adaptativa de las poblaci ones indígenas frente a la colonización capitalista. Ade más, se discuten las dinámicas entre lo formal y lo informal, el carácte r ambivalente de los espacios y la importancia de los mercados como comu nes urbanos, esenciales para la vida social y económica de la ci udad. Finalmente, plantea la necesidad de un modelo de gobernanza par ticipativa que combine propiedad pública y comunitaria para preser var y fortalecer estos espacios vitales.
Daniela Loayza reflexiona sobre la búsqueda del centro como un concepto profundo que trasciende lo físico para abarcar lo emocional, lo espiritual y lo social. La autora se inspira en la práctica de la alfarería, comparando el proceso de centrar la arcilla con la necesidad humana de encontrar un punto de equilibrio interno y externo. A través de referencias filosóficas y artísticas, explora cómo las ciudades y sus centros urbanos representan el alma de las sociedades, albergando la memoria colectiva. La preservación y revitalización de estos centros se plantea como esencial para mantener la identidad cultural y fomentar la interacción comunitaria.
Omar Chamorro reflexiona sobre la relación entre arquitectura y paisaje, utilizando conceptos de diversos pensadores para explorar los “articuladores formales” del paisaje. Argumenta que la arquitectura debe enfocarse en lo estético, además de lo utilitario, subrayando su independencia y capacidad para transformar la percepción del entorno. Destaca cómo la arquitectura puede conmover y cambiar la percepción del espacio, mediando entre el observador y el paisaje. Los elementos formales permiten que la arquitectura no solo se integre, sino que también resalte y modifique el paisaje, creando un vínculo más profundo entre el observador y su contexto. Chamorro concluye que estos principios son esenciales para preservar la esencia arquitectónica en su relación con el paisaje.
Julio Echeverría analiza la evolución de la arquit ectura y el urbanismo en Quito, destacando la interacción entre sus elementos naturales y culturales y cómo esta combinación ha generado una socialidad urbana única. La ciudad, situada en un terreno montañoso, ha tenido que adaptarse de manera conflictiva a su entorno natura l, especialmente a sus quebradas, que han influido en su urbanismo desde tiempos prehispánicos hasta la colonización. Durante la época colonial, Quito adoptó un trazado de cuadrícula española, pero conservó elementos simbólicos y religiosos de la cosmovisión indígena. Con la llegada de la modernidad en el siglo XX, la ciudad experimentó una expansión hacia el norte y el sur y adoptó una arquitectura funcional, que, aunqu e eficiente, carece del simbolismo y la conexión con el paisaje que car acterizaban épocas anteriores. Echeverría subraya que Quito es un ejem plo de hibridación de diferentes semánticas urbanas, con la coexistencia de matrices culturales e históricas, y enfrenta el desafío de reco nciliar estas tradiciones urbanísticas para lograr un desarrollo sostenible en el contexto actual.
Les invitamos a profundizar en las reflexiones y contribuciones presentadas a través de estos valiosos artículos.
RASGOS
El estudio de los asentamientos humanos, y del fenómeno urbano en particular, es clave para investigar los procesos civilizatorios; el mismo concepto de ciudad como polis y civitas nos habla de esta correlación en la cual la materialidad del hecho urbano se dota de sentidos que la comprenden. En las ciudades andinas, y en particular en el caso de Quito, el sentido civilizatorio parecería girar en torno a una recurrencia de hechos urbanos o de fenómenos que mucho tienen que ver con la idea de una permanente transición o movilidad de formas. Muchas veces se la ha caracterizado como coexistencia ecléctica en la que conviven variedad de estilos arquitectónicos y de modelos urbanísticos, sin que necesariamente exista una continuidad relativamente inteligible.1
Este fenómeno, que podría ser visto como signo de ambigüedad o inconsistencia, es en cambio manifestación de una historia cargada de sentidos que se contraponen y por momentos dialogan, una condición que pone de manifiesto una permanente búsqueda donde ninguna de ellas hegemoniza. La historia de la arquitectura y del urbanismo en Quito permite reconocer con más claridad esta característica, el monumento arquitectónico, la superposición de modelos urbanísticos que coexisten, nos hablan de la complejidad y riqueza de matices, en la cual se expresan importantes orientaciones de sentido inmateriales y simbólicas.
En esta investigación se examinan aspectos de conexión entre arquitectura y urbanismo que pueden ser leídos a partir de algunos rasgos civilizatorios que informan acerca de la conformación de la ciudad y cómo esta combinación es generadora de socialidad urbana, una dimensión que transita entre los dos campos a menudo enfrentados de lo público y lo privado. Observamos esta construcción como un proceso de larga duración, que permanece abierto a la interpretación contemporánea.
1 Este tema lo trato con más detenimiento en los primeros capítulos de mi libro Ciudad y Arquitectura, (Trashumante, 2018) al cual remito al lector.
La hermenéutica del territorio
Quito, como toda ciudad, se asienta en un territorio y en una morfología natural, se adapta de manera conflictiva, se acopla a las complejidades naturales y lo hace de una manera no proyectada; la ciudad está permanentemente redefiniéndose en esta interacción con la morfología natural. Esta le ofrece soluciones vitales, ‘recursos’, pero también la afecta permanentemente y le exige respuestas; en alguna medida, la morfología natural la envuelve en sus dinámicas, y la aglomeración urbana no hace otra cosa que adaptarse a ella permanentemente; las formas de adaptación son complejas, la civilización urbana es una forma adaptativa evolutiva en la cual más parecería (y el caso de Quito es muy representativo al respecto) que el hecho natural domina sobre el hecho cultural como respuesta.2
2 Las soluciones urbanísticas y arquitectónicas parecerían no atinar a construir respuestas claras y unívocas. Una combinación, la del paisaje natural y la del paisaje construido que termina fundiéndose en soluciones adaptativas contradictorias e insostenibles. La morfología natural permanentemente está ofreciendo resistencia a las soluciones urbanísticas. En muchos casos, monumentos o casas, ca lles o avenidas son abandonadas o dejadas como testimonios de inactualidad, acosadas por las lógicas nihilistas propias del mismo desarrollo urbanístico. (A. Rossi, R. Venturi, Tosco C.).
La visión histórica no permite ver con claridad lo s momentos anteriores a la formación de la ciudad de Quito, qu e es descrita en los documentos de las crónicas dejadas por los primeros conquistadores. Todo parecería indicar que, en realidad, la ag lomeración urbana se asentaba en el medio de una red hídrica compuesta p or lagunas y quebradas que orientaban la disposición de casas y con ventos.
La ciudad prehispánica y española, según las traza s arqueológicas y los distintos acercamientos interpretativos de los primeros cronistas, describen a Quito caracterizado por un eje ver tical de articulación y orientación urbanística; predomina la relación este-oeste sobre la longitudinal norte-sur; el macizo montañoso del Pichincha aparece como referente natural de la ciudad, refleja la preeminencia de una lógica descendente en la cual su presencia aparece como central y gravitante. Una red hídrica compuesta por quebradas y cascadas vierte a gua sobre la planicie de la meseta en la cual se despliega la aglomeración urbana.
[Figura 2]
Restitución de la topografía del lugar de la fundación.
Obtenido de: Marín, L. Del Pino, I. Junta de Andalucía, 2005.
5. Quebrada de Jerusalem
6 Quebrada de El Tejar
7. Quebrada del Itchimbéa
7. Quebrada de Manosalvas
Desde entonces, la formación inicial de la ciudad se expresa como una solución adaptativa compleja. La aglomeración concéntrica está atravesada por ‘accidentes geográficos’ que delimitan territorios; las quebradas aparecen como elementos dominantes en la fase formativa de la ciudad, son reconocibles como cauces naturales de flujos hídricos descendentes; provienen de la montaña y del deshielo que resulta de la permanente exposición a la fuerza calórica del sol;3 las quebradas alojaban estos cauces de agua y de esa manera absolvían necesidades materiales, pero también inmateriales. Las quebradas permiten el reconocimiento y la identificación de la importancia de la montaña, de los flujos de agua como elementos sacrales de referencia, pero que son también espacios para el encuentro y la socialización, lugares cargados de significación.4
Las trazas arqueológicas y las descripciones de los primeros cronistas permiten reconocer estos elementos como líneas fundacionales de la ciudad. La inicial aglomeración urbana se ‘asienta’ en las riberas de la quebrada de Ullaguanguayacu, se realiza en los bordes de la parte alta de esta formación, según lo describe la historiadora T. Estupiñán5,
3 H. Burgos describe estas caracteristicas del sistema hídrico, que se irán perdiendo en el transcurso del tiempo. “El panorama que vieron los primeros españoles en 1534, era de una ciudad o campamento aborigen ubicada entre quebradas y lomas resguardadas por cuatro cerros cercanos. La mitad de la meseta estaba ocupada por el cerro Yavirag (Panecillo) y en los extremos se veían dos lagunas, una, Turubamba, producto de los deshielos del Guagua Pichincha; y otra, de Añaquito, formada por los lahares y corrientes del Rucu Pichincha que originaron la quebrada de Rumipamba y el lago de la Carolina.”(H. Burgos, 2008).
4 El concepto de lugar asume connotaciones de mucho interés para las últimas reflexiones en arquitectura, hace parte del giro fenomenológico iniciado por Husserl y continuado por Heidegger y sus seguidores; remitimos aquí a la formulación de I. de Solá Morales: “la noción de lugar no designa simples determinaciones fotográficas o geométricas, sino el entorno en el que se produce el encuentro con un mundo habitado por sentidos, por memorias, por divinidades”; cf. Mediaciones en la arquitectura y en el paisaje urbano, ETSAB, 2004.
5 En su artículo “El plano conocido más antiguo de Quito”, la autora describe las características de esta morfología urbana: “Hacia el sur estaba la quebrada de «Ullaguangayacu» conocida también como «de los gallinazos». Esta quebrada tenía tres afluentes que nacían del Pichincha; dos de ellos se unían un poco más al norte del convento de San Diego, sitio llamado en esa época «llanura de Miraflores» y conformaban con el tercero una sola quebrada cerca del convento de Santa Clara en la unión de la actual calle Cuenca y la avenida 24 de Mayo; en este sector la quebrada era denominada «del Auqui», por estar cerca de las casas de Francisco Topacuchi, hijo de Atahualpa; más tarde en 1650 según González Suarez, la quebrada tomó el nombre de Jerusalén, porque en sus inmediaciones se construyó la capilla de ese nombre o «del robo», como se la conoció vulgarmente. A principios del presente siglo la quebrada fue rellenada y canalizada cuando presidía el Concejo de Quito el doctor Francisco Andrade Marín dando paso a lo que hoy es la avenida 24 de mayo”. Cf. Estupiñan T. “El plano conocido más antiguo de Quito”.
un eje urbanístico que se define como límite natural de la matriz concéntrica de la ciudad, cuya conformación ocupará los siglos XVII y XVIII.6
La quebrada de Ullaguangayacu se configura como el eje urbanístico más importante de la primera aglomeración urbana. No solamente conducía el cauce de las aguas, sino que posibilitaba el reconocimiento del hecho natural como definitorio en la reproducción material de la vida; la naturaleza ‘encauzada por sí misma’, ‘animada por sí misma’, aparece como modelo para la apreciación del ojo humano, cauce natural que, sin embargo, es permanentemente rebasado en su función, al conducir cíclica y aleatoriamente el caudal de las aguas.7
Esta ubicación de la quebrada la hace ser lugar obligado del encuentro y del pasaje, permite generar la idea de conector; la quebrada estará permanentemente siendo ‘completada’ por puentes construidos para permitir el flujo de personas y el transporte de productos que venían de ’afuera’; la quebrada permitía y dotaba de señales para el reconocimiento del espacio construible, del lugar para el asentamiento humano. Una conjunción de naturalidad y respuestas adaptativas que acontece de manera relativamente espontánea como delimitación de los bordes; una estructuración geológica que permitía el reconocimiento del límite de la fuerza natural, pero también el límite de la aglomeración humana.
La categoría que ilustra este proceso es la del reconocimiento. El hecho natural y el hecho urbano se vuelven reconocibles, el paisaje natural se vuelve paisaje construido; el reconocimiento de estas características lo hacen ser al mismo tiempo un hecho civilizatorio en cuanto tiene que ver con el establecimiento de límites; la delimitación ofrece señales acerca del reconocimiento de lo otro, sea natural o humano, el límite establece los bordes entre interno y externo y ello permite la construcción del hecho social; la figura del puente que atraviesa la quebrada es la figura de la relación con
6 En esta misma dirección, R. Terán describe la inicial configuración del asentamiento hispánico: “Durante el siglo XVI el Quito hispánico tuvo que depender del antiguo asentamiento indígena de señores locales e incas, de sus caminos de ladera y de su «tiánguez», el poblamiento nativo estuvo concentrado en lo que después fueron las parroquias de San Roque y San Sebastián y el área del convento de San Francisco. Durante los primeros años, la primitiva ciudad española que se había establecido en principio entre la actual plaza grande y la parroquia de Santa Bárbara, tuvo que coexistir tensamente con aquel antiguo núcleo, en medio de un cierto balance de fuerzas”. (R. Terán, p.162).
7 Es un tópico clásico en la teoría de la arquitectura el reconocimiento del “efecto de las formas físicas sobre el espíritu” (Venturi, 2021) al punto que la misma definición de arquitectura podría entenderse como respuesta a esta pulsión; el objeto arquitectónico y urbanístico se adapta a la morfología o al entorno en el cual se proyecta y lo hace de formas diferenciadas, su encuentro siempre supondrá la alteración de la forma natural.
“Puente nuevo” en 1734
Puente de Otavalo
Puentes sobre la Quebrada de Manosalvas en 1573
Relleno de la Quebrada de Manosalvas 1574 - 1734
Relleno efetuado por Alonso de Manosalvas en 1668
Relleno efetuado por los jesuitas entre 1636 - 1687
[Figura 3]
Primeros puentes de Quito
Obtenido de: Marín, L. Del Pino, I. Junta de Andalucía, 2005. b a
la alteridad.8 En su historicidad concreta, la quebrada de Ullaguangayacu y sus puentes permitían el reconocimiento de los lugares de proveniencia de muchos pueblos y etnias que fueron parte del imperio inca y con los cuales tomaba forma la ciudad como dispositivo civilizatorio.
Otra quebrada de singular relevancia para la vida de la urbe era la quebrada Pillisaycu, o de Zanguña. Al decir de Estupiñán, “esta quebrada tenía dos afluentes que nacían de las vertientes de las faldas del Pichincha, el uno llamado de El Placer por estar cerca de las casas del placer del inca, y el otro, de El Tejar, nombre que adquirió en el siglo XVII por la existencia cercana de hornos para la producción de tejas”. La quebrada de Zanguña dotaba de agua a la ciudad, la cual se proveía mediante fuentes dispuestas en espacios alrededor de los conventos y de las plazas públicas.
Una tercera quebrada provenía de las colinas de San Juan y recibía un afluente que traía aguas de la laguna que más tarde tomará el nombre de la Alameda. Todas estas quebradas estaban atravesadas por puentes que conectaban a conventos y calles que surcaban la ciudad de sur a norte. Si la orientación este-oeste está en el origen de la aglomeración que se adapta a la red hídrica, la orientación sur- norte conecta en cambio los flujos de movilidad humana regionales que provenían del sur, de Cuenca y Guayaquil e incluso desde el Perú, con los que se desplegaban hacia el norte, a Otavalo, Caranqui y Pasto.
Las quebradas estaban atravesadas por puentes que realizaban estas conexiones horizontales longitudinales; “existían puentes en las calles que van desde San Francisco a la Merced (...) otro cerca de la iglesia mayor (actual García Moreno) o «en la calle d e arriba» entre lo que hoy son las calles Espejo y Sucre” (p. 50). “Durante los primeros años el Cabildo de Quito dio prioridad a la construcción de puentes antes que al relleno de las quebradas por razones funcionales de índole salubrista [...] entre febrero y junio de 1573 se encontraba en construcción un puente cercano a la Iglesia Mayor que probablemente cruzaba la quebrada de Manosalvas en la calle que después se llamó Pichinc ha (hoy Benalcázar). El 27 de septiembre del mismo año el cabildo dispuso la construcción de otros puentes en las principales calles de la ciudad” (L. Marín, I del Pino, 2005).
8 Reviste particular interés remitirse a las formulaciones de G. Simmel sobre la idea y el concepto de puente: “Entonces, que el hombre es el ser que ata, que siempre tiene que separar y que sin separar no puede unir -primero debemos concebir espiritualmente en su separación el mero ser indiferente de las dos orillas, para poder luego unirlas a través de un puente. El puente muestra cómo el hombre reúne la subdivisión del ser meramente natural (...) en su significado estético general, que lo logra gracias a su capacidad de hacer perceptible algo metafísico y perdurable, en algo funcional, aquí está el fundamento de su especial valor para el arte figurativo”. cf. G. Simmel, Ensayos de Estética, Padova, 1970.
La estructura topográfica de quebradas y la red hídrica delimitaban el espacio natural sobre el cual se desplegaba la aglomeración urbana. Los conventos de San Francisco, la Merced, después Santo Domingo y San Agustín, así como la Plaza Mayor con la Gobernación, delinean la trama urbana que se consolidará durante los siglos XVII y XVIII.
La implantación europea
La presencia europea en el territorio de Quito modifica la construcción descendente cuyo carácter parecía ser reeditado en la ocupación del territorio; el sol, el agua y la sacralidad cósmica de la religiosidad prehispánica definen una construcción del espacio en el cual estos elementos responden a recurrencias cíclicas, a dinámicas naturales propias, pero que son percibidos como donadores de sentido para la reproducción de la vida social. Es sobre esta cosmovisión, que se expresa en el ordenamiento del territorio, que interviene la colonización española.9
9 Seguramente estos aspectos de adaptación al territorio están vinculados a las características religiosas de los pueblos nord andinos, las cuales hacen parte de más amplios nexos con condiciones materiales y políticas propias de sus procesos de reproducción. El planteamiento que se sostiene en este trabajo indaga sobre aspectos o rasgos de las condiciones ‘inmateriales’ de reproducción de estos pueblos, en un período preciso y complejo, el S. XVI, de encuentro conflictivo entre distintas matrices culturales y civilizatorias, la nord andina, la inca y la española. Las distintas fuentes documentales de los cronistas indígenas y españoles dan pistas, por ejemplo, sobre la incidencia de la colonización en la activación y utilización de los conflictos entre las sociedades nativas descentralizadas y el sistema imperial centralizado de los incas. (Cf. R. Terán, 1992 , T. Estupiñán,1984, C. Espinosa, 2010).
Renacimiento y barroco quiteño [Figura 4]
La presencia colonizadora es avasalladora. Su enfrentamiento, más allá de la expoliación material, es a las estructuras culturales y semánticas de la religiosidad de los pueblos y las comunidades locales. Sin embargo, la presencia hispánica está cargada de contradicción y complejidad, la monarquía cristiana se consolidaba en Europa mediante lógicas de concentración y centralización del poder que intentaban aplicarse en América no sin dificultades y complicaciones. Dichas contradicciones se expresaban en la diversidad de versiones catequizadoras que ponían en práctica las distintas órdenes religiosas. Estas tensiones se aprecian en el arte de los monumentos y de las iglesias. El barroco artístico introduce variables que alteran las líneas clásicas recuperadas por el renacimiento, la predominancia de la imagen divina personificada introduce una proyección que favorece el proceso evangelizador y el encuentro con otras formas y maneras de representar la vida religiosa.
En Quito se combinan ambas perspectivas. Los asentamientos prehispánicos parecerían disponerse en líneas simétricas que reeditan o representan la orientación cósmica. La observación de los astros permite la ubicación de huacas y tolas como puntos de observación y como resguardos para la ocupación del territorio. Al mismo tiempo, la disposición de la red hídrica estructura la dinámica territorial.
La observación astral se convierte en referencia a bstracta para su representación en el territorio. De igual forma, como acontecía en el renacimiento italiano, también aquí el naturalismo tiene que ver con la astrología, con la contemplación de los astros y sus líneas imaginarias de conexión. El asentamiento urbano del Quito prehispá nico se despliega, según las trazas arqueológicas, en un espacio mucho más amplio que el de la mancha urbana reconocible en las líneas traza das por la lógica del damero.10
Existe una espacialidad que respeta la extensión y la movilidad y que contrasta fuertemente con las lógicas de concentración y ordenamiento de formas, que caracteriza a la proyección racionalista ya presente en el paradigma clásico greco romano, con el cual llega la colonización española.
La lógica del damero refleja una visión simétrica que se proyecta sobre un territorio que es visto como ‘plano abstracto’. Los ‘accidentes naturales’ pasan a ser ‘fallas’ que deben ser corregidas y sobre las cuales interviene el ordenamiento urbano.
10 La prospección arqueológica realizada por el FONSAL en el 2009 dentro de lo que se ha denominado como la meseta de Quito y sus alrededores, cubre una extensión de 257 km. Atlas Arqueológico, Quito, FONSAL, 2009.
[Figura 6]
Perspectiva de La Merced desde San Francisco.
El asentamiento hispánico busca el encuentro con la aglomeración étnica indígena. Los primeros en llegar son las congregaciones religiosas franciscanas y mercedarias; si el convento de San Francisco lo hace orientándose hacia los asentamientos incas al borde de la quebrada de Ullaguanguayacu, el convento de la Merced lo hará en torno a la quebrada de Zanguña y a la huaca del Auqui, según lo advierte Estupiñán.
En Quito se ensaya la construcción de un modelo o lenguaje estético que luego se replicará en iglesias y convent os menores; sin embargo, su operación es parte de la historia arquitectó nica y urbanística previa, que venía estructurándose en escuelas y orientacion es constructivas. 11
En Quito es clara la convivencia de la visión renacentista con la barroca. La forma arquitectónica de la iglesia emerge como núcleo de sentido; “así, la planta central y la cúpula con que se cubre se presentan como formas analógicas”. La planta central del monumento religioso apunta a “predisponer el alma lo mejor posible a las facultades contemplativas y llevar a cabo un acto religioso en la propia sublimidad de la obra”.12 Aquí, la construcción del modelo contrasta con la del tipo constructivo; entre ambos se entabla una secuencia semántica en la cual se retroalimentan; el modelo refiere a la estructura del monumento, mientras el tipo a las formas que este puede asumir sobre la invariancia de la estructura. La arquitectura proyecta de esta manera una mentalidad y al mismo tiempo da forma o estructura lo colectivo.
11 En la Europa del siglo XVI aparece toda una literatura dedicada a las técnicas pictóricas y constructivas, que debían ser adoptadas en la construcción de ciudades e iglesias. G. Vassari, a quien se le adjudica haber formulado el mismo concepto de Renacimiento, ubica en la recuperación de las formas estéticas clásicas la tarea del momento. En el prólogo de su libro Le vite de’ piú eccelenti pittori, scultori e architettori, da Cimabue insino a tempi nostri (1550), sistematiza criterios y procedimientos en los cuales se establecen conexiones entre las artes, en particular la pintura y la escultura, con la arquitectura; los recoge en un tratado sobre las ‘artes del diseño’, que podría decirse se convierte en canon o paradigma estético que luego será reproducido masivamente. Igual importancia tiene la figura de L. B. Alberti (14041472) al privilegiar el trabajo con los elementos accesorios respecto de las estructuras racionalistas de lo clásico, el privilegiar los detalles será la puerta de entrada al arte barroco y a la representación mística; tanto a Vassari como a Alberti les caracteriza el mirar al arte como premisa configuradora de la vida social, como un verdadero ethos (B. Echeverría: 1994). Esa parecería ser la orientación que está en la conformación de ‘lo específico’ del barroco latinoamericano, cuya muestra más emblemática será justamente la que se representa en las iglesias y en la configuración urbanística de Quito en el siglo XVI. 12 Rossi recupera a A. Chastel en esta formulación fundamental (Rossi, 2018).
Una rápida y esquemática caracterización nos permitiría admitir que mientras la visión clásica define la estructura del modelo, la visión barroca se ocupa de la forma constructiva; esta remite a la operación práctica del modelo y su aclimatación o su uso como dispositivo del hacer cotidiano. En este diálogo estético, la riqueza y exuberancia del monumento barroco parecería superar la racionalidad simétrica del planteamiento clásico. En la estética barroca, el ícono monumental se regodea en el detalle, al cual quiere describir y al hacerlo pone en segundo plano el ordenamiento de las líneas simétricas. La perspectiva barroca parecería lograr una mejor adaptación con la accidentada morfología natural y social que presenta esta parte del asentamiento urbano.13
El convento y la plaza de San Francisco realizan l a visión racionalista-renacentista y establecen líneas de cone xión tanto con la aglomeración étnica asentada en las riberas de la q uebrada, como con el otro ícono fundacional de la ciudad hispana, que es el convento de La Merced. En torno a estos primeros asentamientos, se despliega la inicial estructura urbana. La lógica del damero apu esta por la simetría, los elementos (íconos naturales y simbólicos) se ar ticulan en la totalidad que los comprende y, al hacerlo, definen el esp acio como territorio urbanizable; sobre esta traza se despliega la edifi cabilidad barroca. Los monumentos religiosos se insertan en la matriz clás ica, la iglesia está en la plaza que conecta los puntos exteriores a la centralidad del ícono monumental. El sentido religioso esté tanto en las formas y en la arquitectura del monumento que describen la semántica de la creencia, como en el ordenamiento que estas presentan en el t erritorio.
13 El barroco arquitectónico replica a nivel estético, al tiempo que contribuye a caraterizar los comportamientos sociales que atañen al encuentro y a las interacciones étnicas diferenciadas, que están en la formación de la ciudad. Una historia que se vuelve crucial para la definición de ciertos rasgos civilizatorios de la vida urbana en América Latina. Al respecto, las formulaciones de B. Echeverría son de particular relevancia, el barroco se configura como ethos que impregna de sí los comportamientos que configuran los mundos de vida: “El ethos barroco no puede ser otra cosa que un principio de ordenamiento del mundo de la vida”(p.28), que cobra particular relevancia justamente en esta parte de la España americana, al punto de volverse creación de una propia configuración sociohistórica, “un proyecto de creación de «otra Europa, fuera de Europa». De re-constitución –y no solo de continuación o prolongación– de la civilización europea en América, sobre la base del mestizaje de las formas propias de ésta con los esbozos de forma de las civilizaciones «naturales», indígena y africana, que alcanzaron a salvarse de la destrucción”. (UNAM, El Equilibrista, p.30).
La arquitectura y el urbanismo se conectan y combinan en esta doble aproximación que es artística y cultural, en cuanto refiere a conceptos y comportamientos, a construcciones y monumentos. La arquitectura refiere al monumento en sí, al elemento icónico que es referente del ordenamiento urbano. Lo que está en juego es la construcción modelística, la elaboración de la obra que perdura en el tiempo y que emite señales. La arquitectura está comprometida con la semiología, en cuanto es lingüística en su esencia.
Arquitectura y encomienda
El siglo XVI es el de la consolidación del asentam iento urbano español sobre el territorio habitado por los indígenas. La ocupación se da gracias a la introducción de instituciones que garantizaban el dominio imperial sobre la masa de naturales, esto es, de pobladores originarios, a los cuales era menester cristianizar y proteger de la amenaza recurrente a perderse en sus prácticas y en sus ritos paganos, asociados a expresiones del demonio y de la perdición del alma. La institución matriz de la primera dominación es la encomienda. Los primeros conquistadores fueron encomendados por la Corona junto a frailes y religiosos a emprender esta tarea. Una tarea de salvación de las almas, que debía tener su contrapartida en la obligación de los indios a pagar con tributos esta concesión dadivosa otorgada por la Corona. La encomienda y el tributo indígena se convierten en soportes institucionales sobre los cuales se edifica la ciudad durante los siglos XVI y XVII.14 La monumentalidad de iglesias y conventos será construida por maestros y arquitectos indígenas y españoles; el arte del tallado se combina con la arquitectura, donde se funden prácticas constructivas y saberes académicos. La sociedad quiteña se configuraba como una amalgama de órdenes, corporaciones y gremios, en los cuales la presencia indígena será determinante, instituciones relativamente autónomas en el contexto de la dominación colonial (Webster, 2012). El mismo convento e Iglesia de San Francisco, caracterizado como “el edificio más importante del siglo XVI en América del sur” (Kubler citado por Webster), se convirtió en modelo para la construcción de muchas iglesias más allá de los límites de la misma Real Audiencia.
14 Dos fueron las instituciones que ‘ordenaban’ las relaciones coloniales entre indígenas e hispanos, la mita y la encomienda; la primera de mayor incidencia en la explotación de minas y en la producción agraria, vinculada a la imposición de tributos y al trabajo forzado de la población indígena; la encomienda, en cambio, supuso el reconocimiento de atributos y virtudes propias de la población indígena, en trabajos de corte artesanal, mediante su utilización en oficios vinculados a la actividad urbana, en particular en la construcción de iglesias y conventos, pero también de casas y alojamiento. Entre ambas es posible establecer diferencias y especificidades propias, que caracterizan a la dominación colonial. La conformación de gremios y cofradías fue otra institución que, junto al cabildo, regulaba la conformación de actividades profesionales típicamente urbanas. En la conformación inicial y en la consolidación urbana de Quito, se combinaron estos distintos sistemas de explotación e intermediación. (Cf. S. Webster, 2021, C. Espinosa, 2010, R. Terán, 1992).
Entre los siglos XVI y XVII, se construyen los pri ncipales íconos monumentales de la ciudad concéntrica. La construcción se convirtió en un verdadero emporio de oficios: canteros, carpi nteros, albañiles, entalladores y artistas que interpretaban a su propia manera los patrones estilísticos europeos. El estudio de S. Webster así lo documenta: “Desde 1602, los maestros carpinteros y constructores indígenas, Francisco Morocho y Antonio de Guzmán, dirigieron la edificación de la capilla mayor de la iglesia de San Agustín durante varios años [...] la construcción de la Capilla de San Juan de Letrán fue contratada por lo s frailes mercedarios en 1609 con Diego Ventura de Santiago, maestro albañil indígena, y su hijo Juan Ventura, oficial albañil indígena.” (Webster, 2012, pp.18-19)
Es probable que el relativo aislamiento de Quito respecto de la Corona, a diferencia de las otras capitales como México, Lima o Bogotá, la diversidad étnica que la caracterizaba, así como la confluencia de distintas órdenes religiosas, cada cual, compitiendo en su empresa de adoctrinamiento, explique la concentración de creatividad artística y arquitectónica. En el convento y en la iglesia de San Francisco se aprecia la combinación de estilos que se inauguraban contemporáneamente tanto en Europa como en América. La arquitectura renacentista del convento aloja en su centro al monumental pretil barroco, estableciendo un diálogo que seguramente solo podía darse gracias al efecto de distancia semántica y geográfica que permitía el mismo emplazamiento de la ciudad andina.
La ciudad colonial de los siglos XVI y XVII consol ida ya el nuevo orden construido en torno a los conventos y las órd enes religiosas. La ciudad de dios se superpone sobre la ciudad terrena l (Agustín de H.). El territorio étnico perteneciente a los ‘naturales’ s erá finalmente dominado y resignificado bajo las premisas de la teología cristiana. En su estudio “Doctrinas y parroquias del obispado de Quito e n la segunda mitad del siglo XVI”, A. Albuja describe la configuración de parroquias a través de las cuales se administraba el culto religioso: “ No deja de admirar que, para entonces, había en la catedral de Quito, un cu erpo de canónigos tan nutrido como el actual. Se encontraban en plena vida las parroquias urbanas de San Sebastián, San Roque, Santa Bárbara, San Marcos, San Blas, Santa Prisca, San Juan de Machángara y Machan garilla, además de las cercanas de Cotocollao y Chillogallo, con to das las poblaciones del valle de Los Chillos, los núcleos aún remotos c omo Mindo, Nanegal y Gualea.” (A. Albuja, 1998, pp. 15-16)
Las comunidades tradicionales serán afectadas por la presencia de las nuevas instituciones traídas por los españoles, las cuales se superponen a las indígenas sin necesariamente anularlas o extirparlas como inicialmente lo concebía la estrategia colonizadora. Las instituciones coloniales se convierten en intermediarias del poder de la Corona sobre los pueblos nativos y se ven obligadas a plegarse ante su realidad; el resultado será el del amalgamiento de instituciones propias de los indígenas con aquellas introducidas por la Corona. Así como el barroco altera las formas clásicas del plano renacimental que se proyecta sobre el territorio, el ordenamiento vertical y jerárquico del primer momento colonizador será alterado por el reconocimiento de la institucionalidad indígena.
La amalgama institucional hispana-indígena permite replantear los vínculos y las lógicas de poder tradicionales; las formas comunitarias se mantienen a pesar de la dominación y fortalecen los itinerarios de movilidad preexistentes que caracterizaron la realidad de los pueblos y señoríos preincásicos; el concepto de comunidad prehispánica se caracteriza por la movilidad en amplios territorios. Los intercambios entre pisos ecológicos, los mitimaes y la ocupación de espacios por comunidades extrañas con las cuales se debía o podía interactuar cuestionan la idea de la comunidad como espacio cerrado, autárquico o autosuficiente y definen modalidades propias que se vuelven palpables en la vida de las ciudades andinas, y Quito, seguramente, es una muestra clara en esta dirección.15
Arquitectura y modernidad
Ya para finales del siglo XIX, estas conexiones complejas comienzan a desdibujarse; la ciudad concéntrica será desbordada por la presencia de migraciones provenientes de la sierra central y de la costa. La pulsión de fuga emerge frente a la congestión identitaria, a la emergencia de las masas impulsada por el liberalismo en ascenso, donde aparece como fuerza determinante la intensa actividad de la estación del ferrocarril. Durante la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del XX, se aprecia la tendencia hacia el desarrollo longitudinal; se establecen líneas de fuga hacia el norte y hacia el sur de la ciudad concéntrica: la propulsión modernista inicial define el paisaje urbano mediante la construcción de parques y jardines que
15 Hasta el día de hoy se observa el proceso migratorio de ida y vuelta como un patrón de movilidad permanente en la aproximación al hecho urbano, cuyos orígenes prehispánicos se fortalecen en el siglo XVII al tiempo que se cargan de nuevas connotaciones.
emulan el paisajismo propio del primer modernismo renacentista europeo; los parques de la Alameda y del Ejido aparecen como espacios para la contemplación paisajística; en torno a esta orientación se delinean las nuevas urbanizaciones que caracterizarán al Quito moderno; el impulso urbanístico que avanza por el territorio (norte-sur), a través de la retícula de barrios jardín, de centros cívicos y de diagonales, es perf ormado por la realidad de la morfología natural; el cambio de eje en el de sarrollo urbano, propio de la modernidad funcional, se superpone a la orien tación sacral-religiosa previa. 16
La arquitectura del modernismo promueve cambios sustantivos en los valores y en las significaciones que hacen la vida de la ciudad. La congestión identitaria a la que hacemos referencia es congruente con la generalización de una cierta disposición a relativizar la centralidad de los espacios y las formas del reconocimiento. La compulsión a la fuga es consustancial con la funcionalidad de los dispositivos de la urbanización; la pérdida de los centros rituales parece no ser sustituida por nuevos espacios para la socialización. La ciudad se proyecta como una máquina funcional en la cual la movilidad emerge como estructura performativa de los actos y de la socialización urbana; un sentido de urgencia se instala en la vida cotidiana que contrasta con la relativa pasividad de las rutinas que habían caracterizado a la ciudad concéntrica. Desde entonces, el tiempo que transcurre en la ciudad parecería ser el de la movilidad apurada, que no requiere ni fomenta espacios para la contemplación y el disfrute del paisaje. La urbanización en serie, la acumulación de casas, convive con la expansión hacia las periferias, donde predomina la precariedad y la ausencia de servicios.
La creciente complejización urbana parecía requerir de lineamientos orientadores que planifiquen su desarrollo. A inicios de los años 40 del siglo XX, esta orientación asume estatus institucional en el gobierno de la ciudad, bajo las pautas del primer Plan regulador del desarrollo urbanístico. El panorama global internacional lo estaba ya definiendo y Quito no quería mantenerse al margen. Las tendencias modernizadoras apuntan por la planificación. La búsqueda del Plan como ordenamiento del territorio, la inexistencia de una 16 “Muchos de los caminos y vías actuales son el resultado de primitivas sendas utilizadas desde épocas inmemoriales que con el tiempo han sido mejoradas, como el acceso en zigzag al Panecillo. Las actuales avenidas: Diez de Agosto y Seis de Diciembre, fueron sendas o caminos a las orillas del gran lago norte que iba desde El Ejido hasta El Inca. El gran lago sur desde Sta. Ana hasta la actual Av. Moran Valverde. Los sitios arqueológicos se encuentran en las faldas de las lomas circundantes a esos lagos ya desaparecidos, como los sitios de Cotocollao, Ciudad Metrópoli, La Florida, Chilibulo, etc.” (Peñaherrera, 2023).
arquitectura urbanística que asuma a la ciudad como objeto de diseño y la aparición de la arquitectura y el urbanismo norteamericano como propulsor de nuevas orientaciones, están en el clima de inquietudes y preocupaciones que informan la postura de este primer plan regulador, obra del arquitecto uruguayo Jones Odriozola, que será gravitante para la construcción de la ciudad funcional moderna.
El plan reconoce la tendencia ‘natural’ de adaptación a la morfología del territorio propia de la meseta andina, una adaptación que supone una traslación del eje de orientación urbanística de este-oeste que había caracterizado a la traza prehispánica, a la línea longitudinal norte-sur. Se trata de regular el desbordamiento del modelo concéntrico, que acontece de manera más clara al finalizar el siglo XIX y en las primeras décadas del XX.
La ciudad longitudinal ilustra muy bien esta lógic a de fuga y segregación; el desarrollo longitudinal apuesta por expandir la ciudad hacia el norte y el sur, mientras se vacía la pobla ción de la ciudad concéntrica. 17 El Plan Odriozola había establecido las líneas de un tipo de desarrollo que contuviera las tendencias expansivas , al definir espacios o áreas que debían contener y ordenar las func iones de la ciudad: administrativas, laborales y de vivienda y habitaci ón; un plan pensado para un tipo de desarrollo estable e incremental, p ero que sería rebasado y alterado a partir del auge y expansión de la e conomía extractivista.
Si la aglomeración concéntrica trabaja con íconos o contenedores de sentido que adscriben al principio de reconocimiento, que es de carácter sacral-religioso y que gira en torno a la iglesia y la plaza, la casa y el patio definen esa misma orientación en la dimensión doméstica. En la proyección longitudinal funcional, estos elementos serán sustituidos por grandes vías que canalizan los flujos de movili dad y por edificios en los cuales el patio desaparece, para dar lugar a un modelo de habitalidad caracterizado por la solución individual y unifamiliar. Los íconos monumentales religiosos serán sustituidos por elementos icónicos abstractos
17 Estamos seguramente frente a una macrotendencia de modificación en el desarrollo urbanístico, que se refleja en formas de segregación, que se superponen en una suerte de proceso evolutivo que caracteriza a la complejidad urbana. La segregación sociocultural se mantiene, mientras emerge otro tipo de segregación, la socioespacial: si antes en la misma casa convivía la sevidumbre con ‘los señores’, ahora esta diversificación se dispone en el territorio. La solución individualizada a la cual apunta la arquitectura de la casa y del edificio se instala en la planicie de la meseta, y al mismo tiempo convive con la ocupación de barrios en los márgenes, donde habita la población pobre y, en su generalidad, la población de procedencia indígena.
de fuerte carga funcional. La arquitectura racionalista de líneas simétricas exentas de adornos y ornamentos sustituye a las formas barrocas y románticas preexistentes.18
La arquitectura moderna en Quito tendrá en los año s 70 del siglo XX su mejor impulso, en algo inspirada en las pautas ya definidas por Odriozola; líneas de edificabilidad que res ponden a las proyecciones de una economía dispuesta al crecimiento est able y progresivo; la construcción de edificios dispuestos para el des arrollo funcional, que conviven con áreas de habitabilidad prediseñadas ur banísticamente, ubicadas en el centro norte de la urbe, se verán se riamente comprometidas por el desarreglo promovido por la crecient e predominancia de una economía extractivista, caracterizada por sus c iclos de inestabilidad y crisis.
Las grandes obras de infraestructura urbana promueven esta lógica de desarreglo urbanístico. El centro de la ciudad es atravesado por dos grandes vías en su parte occidental y oriental; la actual Av. Occidental y la Av. Atahualpa fracturan literalmente la comunicación entre importantes barrios del centro histórico como La Tola y El Tejar, que consolidaban la matriz de crecimiento este-oeste propia de la ciudad concéntrica. Las lógicas del urbanismo contrastaban con las orientaciones de la arquitectura funcional moderna; entre ambas parecían no existir adecuados vasos comunicantes.
El mismo Plan Odriozola no es atendido cuando se r ealiza esta operación urbanística. El centro de la ciudad es vaciado de sentido en su misma estructuración urbanística y la posible ar ticulación funcional es superpuesta por vías que anunciaban la dominancia de una lógica de modernización poco reflexiva. Estaban desde entonces definidas las lógicas de un desarrollo urbanístico dispuesto a invadir su entorno natural y a provocar serias alteraciones en la composición sociocultural del territorio.
18 El neogótico empieza a dejar su huella en la expansión longitudinal de Quito. La Basílica del Voto Nacional y la iglesia de Santa Teresita son testimonio de ello; expresan líneas de secularización en el mismo cuerpo de la creencia religiosa católica. El uso de materiales como el cemento, el hierro, el hormigón armado, la piedra pulida, materiales propios de la representación arquitectónica moderna, configuran los nuevos íconos ceremoniales religiosos.
Conclusiones
De la observación establecida, es factible detectar distintas modalidades de ordenamiento del territorio construido; distintas epistemologías urbanísticas se conectan en este largo devenir. Desde la visión sacral teológica del encuentro entre las civilizaciones nord andinas y los imperios inca y español, a las modalidades de la planificación ya plenamente modernas, que se dan durante la República en el transcurso de los siglos XX y XXI.
Rastros claramente identificables de estas orientaciones y poseedores de gran vitalidad y vigencia parecerían convivir en el actual territorio de Quito, en una suerte de hibridación de semánticas. Tanto la dominancia inca sobre los pueblos prehispánicos, como la dominancia española sobre la población indígena, apuntan a definir la identidad en tanto adscripción a principios metafísicos de ordenamiento. Sin embargo, la presencia española, con la lógica del damero, modifica seriamente la orientación sacral, desde una proyección inductiva adaptativa a las señales cósmicas, hacia una deductiva descendente, con clara función performativa; desde una lógica de adaptación al hecho natural, hacia otra de modificación y desconocimiento del mismo. La presencia hispánica se superpone sobre la configuración indígena con fines de desacralización y cristianización.
El clasicismo renacentista aparece como momento de tránsito entre ambas versiones, como momento de secularizaci ón que anuncia la emergencia de lo moderno, el barroco como soluci ón de mediación y encuentro entre ambos paradigmas. Ambas orientacion es son reconocibles en las trazas arqueológicas como en la const rucción icónica religiosa barroca y están presentes en el modelo de ciu dad concéntrica, al cual hace referencia lo que hoy se conoce como Cent ro Histórico.
Es esta construcción semántica dispuesta como orde namiento urbano la que se modifica con la consolidación d e lo moderno. El modernismo arquitectónico urbanístico de la primera mitad del siglo XX privilegia la orientación racionalista funcional , apunta a superar la solución barroca y rompe con ella, establece el pri ncipio de funcionalidad sobre el del reconocimiento y, al hacerlo, modi fica los patrones de segregación desde una lógica identitaria, hacia una espacial-territorial. Ambas lógicas se superponen en el territorio de Quito. En su versión inicial, planteada en la planificación de Odriozola , la funcionalidad aparece como coexistencia de ambos principios, pero en su concreta operacionalización, esta se diluye y la visión funcional racionalista termina afectando sustantivamente al principio del ordenami ento barroco.
La complejidad urbana actual es la de la compenetración de estas distintas matrices culturales, la de la superposición no dialogante y, por tanto, caótica entre ellas. Sus resultados serán funestos en las dos direcciones; generan desastres urbanos al perderse o debilitarse la lógica del reconocimiento identitario. La funcional, que aparecería como expresión de la modernidad arquitectónica, al carecer de orientaciones de sentido que solo podrían provenir de las dinámicas del reconocimiento, se verá desbordada por las presiones del capital inmobiliario, pieza central de la lógica rentista extractivista que adopta el capitalismo en su fase postindustrial. Sus resultados son palpables en la fuga y dispersión que invade los entornos naturales y socioculturales del territorio. Las afectaciones a la sostenibilidad del territorio en sus dos vertientes, biológicas y culturales, son cada vez más evidentes.
El desafío de la ciudad frente a la complejidad que ha asumido el desarrollo urbanístico en este primer cuarto del siglo XXI, consistirá en revertir las tendencias regresivas que se derivan de este desencuentro entre paradigmas y visiones acerca del territorio y de sus formas de organizarlo. La perspectiva no podrá ser otra que la del reconocimiento de la pluralidad de pertenencias sociales y culturales, de semánticas que interactúan, así como la importancia del territorio natural, la sostenibilidad ecosistémica en el contexto de una crisis ambiental que es planetaria, pero que asume particulares características en la geografía nord andina.
Es necesario recuperar las lógicas del reconocimiento como posibilidades de deliberación plural y democrática, las necesidades del ordenamiento funcional, como organización de las partes en el todo sistémico, la reproducción sostenible del territorio; predisponer la planificación como advertencia de los riesgos a los cuales se ve abocado el desarrollo en sociedades complejas como lo es el Quito en el siglo XXI; conjugar los principios de la prevención con los de la remediación/resiliencia; combinar minimalismo en la afectación de los entornos naturales, con inclusión de los actores y con el replanteamiento necesario de las formas de vida, en función de la optimización de su reproducción social y biológica.
Referencias
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MERCADOS POPULARES:
TERRITORIO, ETHOS BARROCO, ESPACIOS INTERMEDIOS Y COMUNES URBANOS.
UNA APROXIMACIÓN AL MERCADO DE SAN ROQUE EN QUITO
ANA RODRIGUEZ LUDEÑA
La historia de Quito es desde el inicio una historia de mercados, plazas y ferias. Este artículo explora la relación entre varios conceptos que provienen de la estética, la teoría cultural y los estudios urbanos para poder explicar la singularidad y la vigencia de los mercados populares, tomando como caso de estudio el Mercado San Roque en Quito. Los primeros conceptos que proponemos explorar para entender al mercado popular son el de territorio (Deleuze) y el de ethos barroco (Bolívar Echeverría), que nos permiten una lectura de la especificidad cultural del mundo andino. Haremos un recorrido por dos nociones provenientes de los estudios urbanos y del derecho a la ciudad, como son la de espacio intermedio y común urbano. Trataremos de entender las conexiones y posibles contradicciones que emergen de esta caracterización del mercado, con el fin de aportar a una comprensión sensible de las ciudades, desde el punto de vista de su memoria e historia y de su proyección como una continuidad de espacios comunes, en lugar de una proyección como espacio de privatización y especulación.
Quito, desde el punto de vista de los mercados populares, es una ciudad cuya identidad ha vivido escindida entre las formas de organización social del trabajo y del consumo y los discursos excluyentes de los medios de comunicación y las élites; entre la pobreza del higienismo conservador y la riqueza de su historia territorial. Los mercados populares, en ese sentido, no son simples lugares, como muchas veces se los ha querido tratar, sino que son procesos históricos que configuran territorios y que producen siempre nuevos espacios. El mercado San Roque proviene de movimientos que van de la plaza a la calle, de la calle al mercado cerrado, del mercado cerrado a los barrios.
En la época prehispánica, el territorio que hoy ocupa Quito era un lugar de intercambios para las comunidades que habitaban en sus alrededores y valles cercanos. Durante la colonia, en los siglos XVII, XVIII y XIX, las ventas y ferias ocupaban plazas y calles. Durante la segunda mitad del siglo XX, las políticas de ordenamiento y preservación del Centro Histórico provocaron que el comercio informal fuera organizado en espacios cerrados. Desde entonces, una compleja red de distribución de los alimentos frescos se despliega en la
ciudad, a través de un sistema de más de cincuenta mercados y ferias, que a su vez alimentan miles de fruterías y verdulerías en todo el distrito, que se proveen sobre todo en San Roque y el mercado Mayorista. El higienismo ha querido ver a los mercados como espacios que se pueden encerrar y controlar. El proceso del mercado, que podríamos decir se inscribe en un ethos barroco, ha desbordado la lógica ornamental hasta convertirla a su propia dinámica.
Bolívar Echeverría dice que el ethos barroco es el comportamiento que las poblaciones locales indígenas americanas produjeron frente a la imposición colonial de un régimen de dominación capitalista, para hacerlo vivible y soportable, para adornarlo con el juego del derroche, impensable en el ethos clásico de la modernidad capitalista europea. Se trata de una forma de resistencia, pero al mismo tiempo de integración. Es “una estrategia que acepta las leyes de la circulación mercantil [...] pero que lo hace al mismo tiempo que se inconforma con ellas y las somete a un juego de transgresiones que las refuncionaliza” (Echeverría, 1994). Ese ethos aparece en el siglo XVII y atraviesa hasta el siglo XX, reinventándose. Por ello pareciera que hay una resonancia con los mercados que existían ya antes de la llegada de la colonia como plazas de intercambio en el territorio que hoy es Quito, y que han sobrevivido y se han adaptado con múltiples y complejas estrategias. El mercado de San Roque nos parece resumir esa historia y ese proceso de manera ejemplar.
Problematizamos la noción de “espacio” a través de los distintos sentidos que se pueden construir en torno a él, considerando los procesos sociales como determinantes del signo que toma un espacio. Retomamos lo conceptos de imaginación sociológica y de imaginación geográfica (Harvey, 2007 [1977]): la primera da cuenta de la proyección o posibles trayectos de la lucha de clases y de las desigualdades en el devenir histórico de una sociedad o de una comunidad, y la segunda da cuenta de la dimensión espacial que condiciona el carácter territorial de las relaciones sociales por la cercanía, la vecindad, la movilidad, la segregación, el aislamiento. Por ello, hace falta decir que la aproximación al barrio de San Roque se da, no porque el mercado está en él, sino porque el mercado es parte del barrio, por lo que el barrio está constituido o determinado por el mercado, ya que su presencia afecta a la naturaleza misma del territorio de San Roque y activa una gran parte de la vida de ese territorio como un espacio de luchas históricas. Al mismo tiempo, ese territorio de San Roque ocupa un espacio estratégico en la ciudad, en la configuración espacial del territorio urbano, condición que obliga a analizar la situación de San Roque desde una aproximación urbanística más integral. El entendimiento del territorio proviene en gran medida de las fragmentaciones y discontinuidades que
ha sufrido y de la mirada de actores o dirigentes que son parte del proceso de organización de San Roque, los mismos que muestran con énfasis el carácter endógeno de su desarrollo o reconformación territorial. El mercado San Roque se encuentra en el borde del Centro Histórico de Quito, zona de alto valor patrimonial, conformado por 3,76 hectáreas de zona edificada y 230 hectáreas de prot ección natural, con 64 edificaciones monumentales y más de 4.200 in muebles registrados en el inventario municipal de bienes patrimo niales. La zona de alto valor patrimonial es la parte más céntrica de la ciudad, en donde se encuentra el Palacio de Carondelet, sede del gob ierno, en la Plaza de la Independencia, rodeada de edificios públicos, iglesias, conventos coloniales, museos y plazoletas. En términos genera les, entre los inmuebles del Estado, del Municipio y de la Iglesia, ocupan el 18,89% del área patrimonial del CHQ; el espacio público consti tuye un 29,79% y el restante 51,32% reside en propiedades privadas. De los 3’049.292 m2 construidos, el 46,76% es utilizado como vivienda, mientras que el 53,24% restante presenta otros usos, la mayoría rel acionados al comercio o, en su defecto, son inmuebles que permanecen vacíos y en proceso de deterioro. Casi la totalidad de ese comercio es popular, constituye el más diverso y accesible de la ciudad y los compr adores provienen de todo el distrito metropolitano. La ubicación del me rcado San Roque en el borde del Centro Histórico, desde 1981 en que fu e inaugurado como mercado cubierto que albergó a las ventas ambulante s y las ferias de calle del sector, habla de una centralidad históric a y territorial que fue espacialmente formalizada, pero cuyo funcionamiento y organización escapa hasta el día de hoy a la formalidad instituc ional. El barrio de San Roque desde la Colonia fue un lugar de carácter rural y urbano a la vez (Minchom citado en Espinosa, 2009), con casa bajas y parcelas de cultivos. Un “mestizaje urbano” tuvo que ver con ese triple carácter: rural, artesano y popular, en donde convivían mestizos, españoles empobrecidos e indígenas con estatus diferenciados (no se trata de una parroquia que por decreto es exclusiva “de indios” como San Sebastián y San Blas). La mezcla de estas tres dimensiones, rural-artesana-popular, produce unas relaciones sociales y una economía particulares, territorializadas, con dimensiones formales e informales, que permite la reproducción social de la vida a partir de prácticas culturales específicas –el cultivo de la tierra, el trabajo artesano, el mercadillo. Es también un barrio animado, de pulperías y cantinas.
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Dos fenómenos se consolidaban desde entonces: la d iversidad de habitantes del barrio y la concentración demográ fica. El crecimiento fue muy acelerado, y aunque no se tengan datos p recisos, sabemos que en ciertos períodos de la Colonia la ciudad crecía cerca de un 10% anual (se multiplicó por nueve en ochenta años). La participación de San Roque en los acontecimientos de 1809-1812 fue muy activa, y mostró también una importante tensión entre poblaciones mestizas e indígenas. Después del proceso de independencia, una especie d e formalización del barrio aparece en la voluntad de reterritorializarlo desde el poder, ya no como ese espacio de borde donde cupieron tantos suj etos diversos, sino como un espacio más institucional con una fuerte pr esencia del estado a través de infraestructura. En San Roque se ubicó la gran cárcel de la ciudad en el siglo XIX, precisamente en 1879, en el gobierno de García Moreno, quien construyó bajo el modelo francés una prisión con arquitectura de panóptico. Unos años antes, en 1871, se construyó el Colegio de Artes y Oficios a pocas cuadras del penal García Moreno, diseñado por el arquitecto Francisco Schmidt. Esa edificación se tr ansformaría después de la revolución liberal en el Colegio Central Técnico, que funcionó en ese edificio hasta finales de los años 1970.
El plan de desarrollo urbano de Odriozola en los a ños cuarenta no contempla a los mercados, y hasta los años setenta, no se consideró a las plazas de mercados populares como un eje de la planificación. Se contemplaron espacios de abasto de alimentos, pero no de cultura e intercambio en un sentido más amplio, visto que conectan al campo con la ciudad y al centro con los barrios a través de la distribución de alimentos. En 1967 se empieza a planificar la avenida Occidental o Mariscal Sucre como eje que une el norte con el sur, se inaugura con sus túneles en 1978, el mismo año que la UNESCO declara al Centro Histórico de Quito como Patrimonio de la Humanidad, y se inicia un trabajo de reubicación de comerciantes informales y de vendedores de calle. La avenida Mariscal Sucre divide a San Roque y aísla al sector de la Escuela de Artes y Oficios al separarlo de la continuidad del Centro Histórico. Allí, en ese borde, se construye y se inaugura el mercado San Roque en 1981 como parte de l ordenamiento de comerciantes que ocupaban aceras y plazas del Centro Histórico, consagrando un patrimonio entendido como un asunto mero de conservación monumental, a pesar de que la UNESCO reconoce en su declaratoria “el intercambio de valores humanos” (1978).
En el mercado San Roque trabajan hoy en día aproximadamente 2.000 comerciantes mayoristas y minoristas, más de 500 estibadores (cargadores que llevan las cargas sobre sus espaldas); 400 desgranadoras de choclo, haba, arveja y fréjol; 200 rodeadoras (mujeres que caminan por el mercado ofertando fundas de una o dos libras de los distintos productos). Esas cifras han decrecido mucho en los últimos diez años, sobre todo después de la pandemia. Cerca de la mitad de esos trabajadores son indígenas, kichwahablantes, provenientes de comunidades indígenas de la sierra del Ecuador, sobre todo de las provincias de Chimborazo, Cotopaxi y Tungurahua. Los demás pertenecen a las clases populares de la ciudad que se autoidentifican como mestizos. El mercado provee cerca de un tercio de los alimentos frescos de la ciudad de Quito (Hollenstein, 2019).
Una reflexión proveniente de la filosofía y la fen omenología relaciona tierra y territorio, dejando de lado su a parente equivalencia. Muestra que el territorio está contenido en potenci a en la tierra, y se actualiza o se realiza a partir de operaciones que no dependen de la tierra, sino de otros agentes externos que la trans forman en territorio, que la territorializan. La tierra deviene en territ orio a partir de la acción de un otro. Es decir que la territorialización es u na construcción ligada a una transformación de la tierra en territorio por parte de un sujeto. Ese sujeto puede ser una comunidad ancestral, una t ribu, una sociedad moderna. El territorio es el fruto del trabajo de u n sujeto que transforma la tierra. En general ese sujeto no es un indivi duo, tiende a ser una colectividad, o una comunidad, realizada o en poten cia. Es un proceso en el que la tendencia a actualizarse proviene más desde el territorio que desde la misma tierra, es decir, en la que los agentes de la territorialización marcan el sentido de la tierra, ya que esta es la posibilidad misma o condición de existencia del territorio.
En esta operación de surgimiento del territorio, o de develamiento de un territorio, aparecen unas tendencias centrípetas y unas líneas de fuga, unas vocaciones y unas fronteras, en medio de las cuales el territorio se actualiza (Deleuze, 1980). Esto quiere decir que hay una especie de imaginación y de voluntad de territorio, que es lo que entendemos como territorialización. Es un proceso y a la vez una tendencia. Hay procesos de territorialización históricos y de largo aliento, que son los que nos hicieron pensar en una filosofía del espacio –una geofilosofía– que toma en cuenta el devenir histórico del territorio: sus largos procesos y tendencias de
territorialización. Esos procesos nos arrojan esquemas o diagramas que nos permiten abstraer las nociones o categorías de territorialización. Por ejemplo, la expansión del mundo andino en los siglos XIV y XV, condición de amalgamiento de señoríos étnicos locales e incas en el callejón interandino, corredor que unía un collar de ciudades que tenían entre sí los intercambios más antiguos del continente. O el proceso de implantación violenta del capitalismo colonial y del posterior proceso de urbanización del mundo; las luchas del movimiento indígena de fines del siglo XX y principios del XXI, reflejadas en la violencia social y política hacia toda una clase trabajadora, y en las grandes construcciones discursivas del mestizaje y el racismo, así como en la contracara de esa violencia, como son las formas de la organización y la resistencia que se articulan hasta el día de hoy. Eduardo Kingman (2021) lo plantea así:
En términos históricos y antropológicos nos gustaría entender no sólo los relacionamientos entre el mundo urbano y el rural o la formación de sectores populares urbanos de origen campesino e indígena en las ciudades de los Andes (particularmente en Quito) sino la reproducción de una sensibilidad estética y de un tipo de consumos, asumidos como barrocos, así como su reproducción en la calle. Si durante la colonia y el siglo XIX se van consolidando determinados espacios de circulación, relacionamiento e intercambio relacionados con un mundo indígena y de mestizaje indígena, urbano-rural, de lo que se trata finalmente es de entender qué es lo que sucede ahora, en medio del proceso de institución de una cultura de la separación, acrecentada por la pandemia. Esto es de la percepción no sólo de los espacios sino de amplios sectores sociales como ruinas y como desechos.
El mercado San Roque es, entonces, un territorio histórico que resuena con la memoria del barrio diverso y los comerciantes de plaza y calle desde hace cientos de años, aun si fue inaugurado en 1981 como mercado cerrado. En su interior y en las calles que lo rodean confluyen varias fuerzas vitales de la ciudad. Hay varias dimensiones y actores de ese proceso histórico y territorial: la presencia de indígenas urbanos en relación de tensión-negociación-organización con los comerciantes mestizos; la organización de comerciantes autónomos con sus niveles y articulaciones; la informalidad como condición de la construcción flexible del precio y del trabajo; la relación de antagonismo con la autoridad municipal; la ambivalencia de los espacios interiores y exteriores, así como públicos, privados y comunes; los diversos usos del mercado para sus trabajadores, usuarios y para todos los que viven del mercado.
Cuando Echeverría explica el ethos barroco, describe cómo la población indígena andina se adapta a las reglas del capitalismo colonial y a la vez las subvierte. Esta teoría cultural categoriza las formas que toma la cultura latinoamericana, o más específicamente andina, a partir del siglo XVII y sigue vigente:
(...) la aceptación indígena de una forma civilizatoria ajena, como una aceptación que no sólo la transforma, sino que la re-conforma, sigue la misma peculiar estrategia barroca que adoptan ciertas sociedades de esa época en la interiorización de la modernidad capitalista, que impone el sacrificio de la forma natural de la vida –y de los valores de uso del mundo en que ella vive– en bien de la acumulación de la riqueza capitalista. Así como esta variedad barroca de la humanidad moderna acepta ese sacrificio convirtiéndolo en una reivindicación de segundo grado de la vida concreta y de sus bienes, así también, sumándose a ella, los mestizos americanos han aceptado el sacrificio de su antigua forma civilizatoria, pero haciendo de él, al construir la nueva civilización, un modo de reivindicarla. (Echeverría, 2006).
Nos interesa particularmente que, en esa reflexión de Echeverría, la vida cotidiana en América se desarrolla en medio de una “legalidad efectiva” que implicaba una transgresión de “la legalidad consagrada” que “no pretendía una impugnación de la misma; lo hizo sobre la base de un mundo económico informal cuya informalidad aprovechaba la vigencia de la economía formal con sus límites estrechos” (Echeverría 2006: 7).
En ese sentido, recogemos dos dimensiones del barroco que atañen directamente a nuestra comprensión del mercado popular: una primera, que tiene que ver con la normalización de la informalidad, como un orden paralelo establecido que es la base misma del funcionamiento de los mercados al estar estos basados en la construcción flexible del precio y del trabajo; y otra dimensión, que es el sentido ambivalente del espacio físico inclasificable en el que funcionan, por el régimen de propiedad, que siendo predios pertenecientes al municipio en la mayoría de los casos, resultan en espacios cuyas normas son impuestas por el cabildo pero reelaboradas en la praxis del mercado, frente a la falta de responsabilidad de parte del municipio con respecto al cumplimiento de la norma y de cara a las necesidades de los comerciantes de seguir trabajando.
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Al analizar el carácter ambivalente del espacio mercado, es importante señalar que una de las expresiones de ese ethos barroco que plantea
Echeverría es el patio interior de la arquitectura colonial quiteña, que representa un espacio intermedio, un espacio que media entre el interior y el exterior, entre lo público y lo privado, es decir que es, de cierta manera, una prolongación de la plaza pública o de la calle en el interior privado de la casa, así como podría ser una apertura del interior hacia el exterior dentro de la casa. Ese espacio intermedio es importante a la hora de entender el mercado popular. Por paradójico que pueda ser, el espacio del mercado es un espacio definido por al menos tres momentos: el de su origen de ordenamiento, que recoge espacios dispersos de venta callejera que estaban “afuera”; el de la búsqueda de limitar su espacio y buscar el cierre del catastro con los que están “dentro”: el del desborde hacia las calles aledañas que le extiende como un pulpo, y del crecimiento hacia la ciudad entera a través de miles de tiendas y verdulerías de barrio de comerciantes indígenas que hacen parte de la misma cultura andina y de la economía familiar campesina.
Para abordar la categoría de “común urbano” como una ampliación del espacio intermedio, retomamos la genealogía de definiciones propuestas por Castro y Martí (2016): los comunes urbanos –o “comunes vecinales” en este enfoque– a partir de una tendencia neoinstitucionalista, serían recursos compartidos por una comunidad, con regímenes de propiedad común, con arreglos institucionales fuera de la administración del Estado o la propiedad privada, basados en la autogestión de una comunidad local (jardines comunitarios, mercados callejeros, cooperativas de vivienda). Otras definiciones complementarias han buscado ampliar hasta la gestión de infraestructu-
1 Desde 2015, por ejemplo, el Municipio de Quito dejó de pagar las facturas de electricidad y de consumo de agua del mercado San Roque, así como de la mayoría de los mercados, incumpliendo la ordenanza que exige que el Municipio individualice la medición del consumo para cada uno de los puestos antes de proceder a exigir el pago por parte de los comerciantes. Haciendo caso omiso de la normativa, el Municipio solicita a través de documentos oficiales el pago directo del servicio sin haber implementado la individualización del consumo. Los comerciantes organizan un sistema de cuotas para el pago. Durante la pandemia, el Municipio obliga al cierre de mercados, a pesar de haber autorizado la apertura de supermercados, sin considerar que los mercados son centros de expendio de alimentos frescos mucho más necesarios para la provisión de nutrientes, son más accesibles para la mayoría de las personas y, sobre todo, son menos riesgosos en términos epidemiológicos por ser más aireados, debido a su condición de infraestructuras amplias y a sus espacios abiertos. En esos meses de cierre, la facturación se mantiene con cifras altas a pesar de que nadie labora en el mercado. Cuando se retoma el trabajo, con ventas bajas y muchas pérdidas de vidas humanas en las familias de los comerciantes, se lo hace con una deuda importante cuya responsabilidad de pago es rechazada por el Municipio.
ras de propiedad pública como redes o bienes gestionados como comunes (sistemas de aguas, puertos, carreteras). Otros ejemplos muestran casos de aspectos más inmateriales de la vida urbana, como la seguridad (organización de una comunidad para prevenir la criminalidad), en tanto comunes urbanos.
El mercado San Roque, en este sentido, es una confluencia de varias definiciones: es una propiedad pública desde el punto de vista del suelo y el predio municipal, pero es propiedad privada desde el punto de vista del negocio que pertenece a un comerciante; es una práctica ligada a una dependencia tanto de los trabajadores comerciantes como de los ciudadanos consumidores (por lo que no requiere de incentivos adicionales para su sostenibilidad en la gestión); es un común “inmaterial” en el sentido de la dimensión cultural y de la lenguas de relación intercultural (kichwa y español); es parte de una red de comunes en la medida que es parte de un sistema de mercados y de distribución de alimentos y, por ello, su impacto es de nivel metropolitano. En este último punto se enfatiza el carácter de comunalidad desde una perspectiva marxista, en el sentido que produce diferencia radical en la redistribución de riqueza comparado con el supermercado (Hollenstein, 2019) que concentra la propiedad y la renta en tres grupos económicos que emplean a 28.000 personas con un volumen de ventas de 4,25 millones por año, mientras los comerciantes autónomos en Quito alcanzan ventas de 4,68 millones produciendo trabajo para 227.000 personas. Esto sin hablar de la renta per cápita y del acceso por parte de la ciudadanía a alimentos frescos a bajo precio. Frente a esta situación, siendo el mercado un común urbano por excelencia, que interesa defender en nombre de la calidad de vida los habitantes de la ciudad, nos queda el reto de pensar su gobernanza, sus condiciones de organización y trabajo, así como su relación de con el gobierno local.
A manera de conclusión y apertura, podemos aventurar la necesidad de pensar de manera creativa el devenir del mercado, como un reto colectivo y participativo, que implica inventar una modalidad de propiedad mixta, pública y comunitaria para los espacios y predios directamente relacionados con las actividades allí se desarrollan, así como una regulación acordada comunitariamente, para crear una responsabilidad o propiedad individual del negocio de cada comerciante. Esto sería reconocer que la gestión y la comprensión del proceso mercado apela a una figura antigua en el mundo andino según la cual el territorio urbano es una continuidad del mundo rural y viceversa, en el marco de un ethos de vida cuya organización y capacidad de reconformación constituye un espacio de resistencia e integración a la vez, inscrito en el carácter comunitario de algunos espacios públicos urbanos estratégicos.
Referencias
Castro Coma, M., & Martí-Costa, M. (2016). Comunes urbanos: de la gestión colectiva al derecho a la ciudad. Revista EURE, 42(125), 131-153.
Deleuze, G., & Guattari, F. (1980). Mille Plateaux. París, Francia: Minuit.
Echeverría, B. (1990). Conversaciones sobre lo barroco. México: UNAM.
Echeverría, B. (Comp.). (1994). Modernidad, mestizaje cultural y ethos barroco. México: UNAM / El Equilibrista.
Echeverría, B. (1998). La modernidad de lo barroco. México: Era.
Echeverría, B. (2010a). Modernidad y blanquitud. México: Era.
Echeverría, B. (2010b). Meditaciones sobre el barroquismo I. Alonso Quijano y los indios. En Modernidad y blanquitud. México: Era. (Trabajo presentado en el Congreso Internacional “1605: Las Universidades y el Quijote”, Universidad de Alcalá, España, 25 de enero de 2006).
Hollenstein, P. (2019). ¿Están en riesgo los mercados y ferias municipales? Aprovisionamiento de alimentos, economías populares y la organización del espacio público urbano de Quito. Quito, Ecuador: FES ILDIS.
Kingman Garcés, E., & Muratorio, B. (2014). Los trajines callejeros: memoria y vida cotidiana. Quito, siglos XIX-XX. Quito, Ecuador: FLACSO Sede Ecuador, Instituto Metropolitano de Pat rimonio, Fundación Museos de la Ciudad.
Kingman Garcés, E. (2021). Calles, ferias y Plazas de Mercado: De los Relacionamientos Barrocos a la Cultura de la Separación. Consultado el 1 de junio de 2023 en: https://arquivosabertoscidades.la/en/ calles-ferias-y-plazas-de-mercado-de-los-relacionam ientos-barrocos-a-la-cultura-de-la-separacion/
Rodríguez, A. (2018). We stay in San Roque! Fights for the right to territory in a popular market in the city of Quito. En Cooperative Cities. Nueva York, EE. UU.: Parsons New School.
Rodríguez, A., & Hollenstein, P. (2020). Searching for alternatives to oligopolistic modernisation: food provisioning, social organisation and interculturality. En Cities of dignity: Urban transformations around the world. Global Working Group Beyond Development - Fund. Bruselas, Bélgica: Rosa Luxemburg.
ARTICULADORES FORMALES DEL PAISAJE
CONSIDERACIONES
Omar Chamorro
Universidad de las Américas
Introducción
Con el fin de identificar uno de los posibles campos de acción de la arquitectura de herencia occidental en relación al paisaje, a continuación se presentan 9 textos que sirven de premisa a la teoría a la que se ha llamado: “Articuladores Formales del Paisaje”.
Consideremos a Žižek
Fotografía: Jens Cederskjold (2010) Artist’s Shit. Autor de la obra: Piero Manzoni - Merda D’artista. https://web.archive.org/web/20161015231835 http://www.panoramio.com/photo/32604617
[Figura 1]
El goce no tiene ninguna utilidad, y el gran esfuerzo de la “permisiva” sociedad hedonista-utilitaria actual es domesticar y explotar este exceso incontable e inexplicable para hacerlo encajar en el campo de lo contable y lo explicable. El goce se tolera, incluso se promueve, siempre y c uando sea saludable, siempre que no atente contra nuestra estabilidad psíquica y biológica: chocolate, sí, pero sin grasa; Coca Co la, sí, pero sin azúcar; café, sí, pero sin cafeína; cerveza, sí, pero sin alcohol; mayonesa, sí, pero sin colesterol; sexo, sí, pero sexo se guro...
Slavoj Žižek
Por distintas razones, el espíritu de nuestra época no concibe interacciones en el mundo fuera de valores utilitarios. Actividades artísticas, que tradicionalmente no presentan una función práctica, hoy en día deben “servir” para algo. Entre las utilidades más comunes encontramos: “Generar diálogo”, “crear consciencia”, “evidenciar el estado de las cosas”. Por lo general, cuando una práctica o disciplina aparece o adopta ciertos principios ajenos, se debe a que alguna profesión no está atendiendo estas necesidades, sin embargo, en este caso particular, estos valores utilitarios no estaban descuidados por la sociedad; no existía una crisis como muchos desearían para que el arte adopte otro rumbo. El periodismo, la crítica académica y literaria, la sociología, etc., todas estas profesiones se encargaban justamente de cumplir estas funciones. Es decir, el arte ha abandonado su función principal, la función de conmover, por adoptar algo que no necesitaba atención, una función práctica.
Por otro lado, el vacío dejado por el arte sigue sin ser ocupado, creando paradójicamente una crisis. Ir a un museo de arte contemporáneo es suficiente para entender esta declinación. Objetos extraños, inconclusos, erráticos, muchas veces basura, o hasta excremento; excremento entendido de forma literal, sin voluntad de ser despectivo. El “artista” Piero Manzoni enlató sus desechos en 1961 para varias muestras alrededor del mundo. La obra fue bautizada por Piero como “Merda d’artista” y fue reproducida hasta la lata número 90. Todos estos productos, tienen como característica estar envueltos en discursos llamativos que asombran lo intelectual, lo tecnológico o lo social. Discursos que emocionan, pero no conmueven. No es necesario un discurso paralelo, se agradece la intención, pero el arte, cuando es arte no necesita explicación. Si alguien no comprende una obra, no radica este hecho en la ignorancia del observador, sino en la falta de
talento y sensibilidad del autor. En fin, el arte contemporáneo ha servido simplemente para la proliferación de cualquier cosa, excepto de arte.
Todas estas muestras de “arte” están al servicio de fines utilitarios, de nuevo: “generar diálogo”, “crear consciencia”, “evidenciar el estado de las cosas”, entre las excusas más comunes. El objeto, su belleza, la legibilidad, el valor estético, la habilidad y el talento del autor no sirven para estos tiempos “emergentes”. Cuántas veces se señala de irresponsables a aquellos que viven del placer y del goce, a aquellos que exponen su talento y conmueven a masas con sus obras. Aparentemente, no es posible disfrutar de las cosas cuando vivimos en un mundo tan terriblemente corrupto como lo muestran. Los únicos que encuentran conveniencia de vivir en un mundo emergente son aquellos que se sitúan y postulan a sí mismos como los salvadores.
Porque perdura, la arquitectura glorifica algo. De ahí que no pueda haber arquitectura cuando no hay nada que glorificar. Ludwig Wittgenstein
Por todas estas razones, evaluar el cambio de la arquitectura frente a cambios emergentes como la pandemia previamente vivida o cualquier emergencia o evento es por lo menos: absurdo. Las edificaciones se modifican por estos hechos, evidentemente. La sociología se adapta, aprende; la ingeniería resuelve, responde, innova, pero la arquitectura no cambia. Es fácil confundirse entre profesiones, especialmente en el mundo de hoy donde los discursos de lo multidisciplinario imperan. La arquitectura siempre va a existir de la glorificación de algo importante, de la identificación y necesidad de manifestar los valores y lo mejor del ser humano y la cultura en la que sitúan, nunca de la materialización de sus crisis, nunca de sus necesidades. Es decir, las edificaciones, que no deben confundirse con la arquitectura, cumplen con funciones vitales, el resguardo de la vida y son necesarias. La arquitectura, como todas las artes no entran en el campo de las necesidades físicas o intelectuales. La arquitectura cumple con placeres, funciones estéticas, destinadas al espíritu humano y al goce. Finalmente, que las facultades, arquitectos e instituciones arquitectónicas estén obsesionados con otras cosas que no son arquitectura no quiere decir que la disciplina esté transformándose; quiere decir que vivimos en una época confusa, incapaz de producir algo de valor arquitectónico e identificar el valor de la arquitectura y por esto, al modo de los
exitosos “artistas contemporáneos” buscamos reinterpretar la arquitectura. Dejamos que los “protectores” de la arquitectura nos permitan hacer arquitectura siempre y cuando sea “saludable”, sostenible, responsable, sustentable. Muchas veces me pregunto si la voluntad por construir objetos transparentes, desmontables, livianos no es simplemente una actitud inconsciente de nuestra época por construir algo que pueda ser fácilmente eliminado en el futuro. Un futuro en el cual podamos como cultura tener algo importante que decir y construir algo permanente, en piedra.
Como menciona Žižek, nuevamente:
El goce se tolera, incluso se promueve, siempre y c uando sea saludable, siempre que no atente contra nuestra estabilidad psíquica y biológica: chocolate, sí, pero sin grasa; Coca Co la, sí, pero sin azúcar; café, sí, pero sin cafeína; cerveza, sí, pero sin alcohol; mayonesa, sí, pero sin colesterol; sexo, sí, pero sexo se guro...
Edificios, sí, pero sin arquitectura.
Consideremos a Byung-Chul Han
(...) El cuerpo mueve al espíritu, y no al revés. No es el cuerpo el que obedece al espíritu, sino el espíritu el que obedece al cuerpo. También se podría decir que el medio genera el mensaje. En eso consiste la fuerza de los rituales. Las formas externas conducen a alteraciones internas. Así es como los gestos rituales de cortesía tienen repercusiones mentales. La bella apariencia engendra un alma bella, y no al revés(.)
Byung-Chul Han.
Hoy en día, verse en la obligatoria tarea de separar basura es común. Plásticos de distintos tipos, vidrios, tapas de botellas, cartón, papel y, evidentemente, desechos orgánicos. Escenarios hasta hace poco tiempo inimaginables, mucho menos el de lavar los desechos antes de botarlos. Obviamente, el proceso de reciclaje no contempla que los envases plásticos contengan pequeños residuos orgánicos o alguna que otra mancha. Esto sería negligente, irrespetuoso hacia los recolectores y vergonzoso ante la comunidad consciente de la urgencia de “cuidar el planeta”.
Al secar el último impoluto envase que había repos ado por unas horas en el lavadero antes de ser botado, se observ a que la bolsa azul destinada al plástico, la verde para vidrio y la amarilla para papel, están próximas a rebosar. Con esfuerzo calza el último contenedor plástico posible en la bolsa azul. Inmediatamente se informa de tal situación a la persona que, por acuerdo previo, llevaría los desec hos a los centros especializados de reciclaje. Responsabilidad, se debe añadir, que en ningún momento fue escogido como una situación negativa, todo lo contrario, fue solicitada con felicidad y emoción. Es común en contrar quien con agrado asume el rol de ejercer el transporte de los objetos destinados al reciclaje. Con voz suave, sin particular gesto negativo, ni motivación de queja alguna; como si de algo normal y común se tratara, se comenta: “La basura ya está llena”. La respuesta al comentario rompió el ambiente de paz: “!No es basura!” se escuchó, acompañado de un aire pesado, como si se hubiese realizado una grave ofensa. Ante esto, naturalmente fueron inútiles y vacías las explicaciones. Entendamos que a pesar de que se podría llamar a un objeto “basura” de un modo despectivo, este no era el caso, el término “basura” servía para describir obj etivamente un conjunto de cosas contenidas en una bolsa azul, no importa e l impecable estado de dicha bolsa o su contenido. El tenso clima continuó, aunque pronto no se comentó más del tema, mientras las bolsas de colore s salían rumbo a su destino final. Días después, finalmente aparece una posible explicación a lo sucedido: miles de personas se ven a diario relacionadas con rituales de este tipo. La selección y separación de objetos (independientes de su naturaleza) requiere un esfuerzo minucioso, incluyendo un compromiso y empeño emocional. Para estas personas, los desechos divididos no son “basura”, de hecho pueden, fácilmente, entrar en la categoría de “ofrenda”. Un acto ritual en ciertas circunstancias y un acto religioso en casos extremos. Es decir, a ojos de estos colectivos o de votos, estos objetos no son desechados, son un regalo para la “madre naturaleza”.
Si la hipótesis de Byung-Chul Han resulta cierta, la cultura contemporánea, que no es más que el espíritu colectivo, se vería manifestado por estos pequeños rituales a distintas escalas y en diversas situaciones. Colectivos de “arte” y “arquitectura” son evidencia de aquello. Grupos que buscan a priori trabajar con objetos ya utilizados para limpiarlos , pulirlos, tratarlos, evitando siempre no cambiar su natu raleza y “estética” precaria para finalmente presentarlos como ofrenda. Tanta es la buena habilidad de estos “artistas” que no es extraño encontrarnos con que gente de limpieza hayan botado a la basura por accidente “obras de arte” en
[Figura 2]
ciertos museos del mundo. La desnaturalización del objeto, proceso en el cual pierde su look de “basura” se aprecia como algo negativo, se reduce su valor como categoría de “regalo”. En este r itual, el exceso de limpieza esconde y elimina el esfuerzo realizado po r el autor de recuperar, seleccionar, reutilizar. Lo puro y limpio, c aracterísticas estéticas de otras épocas, es un pecado imperdonable en esta era concentrada en los autores y los procesos pseudomoralistas más que en las obras. A final de cuentas, debemos comprender que este fen ómeno no es una aproximación racional, no es el fin la resolución d e un problema, es más próximo a un acto simbólico, ritual y religioso. Es to es evidente incluso al otro extremo de las ofrendas, las de los proc esos o de accesorios “innovadores”: paneles solares, productos de baja h uella de carbono y biomateriales. Si se los presenta como objetos efic ientes y prácticos, siempre son acompañamientos o instrumentos de una r esponsabilidad con el medio ambiente, la sociedad o algún colectiv o. Se los presentan abiertamente como un acto moral, ético y, a escondi das, como un acto religioso.
Consideremos a Louis Sullivan
Fotografía: Nick Stanley (2023) Corner Detail. Autor de la obra: Louis H. Sullivan and Dankmar Adler - Guaranty Building (1896).
https://i0.wp.com/archeyes.com/wp-content/uploads/2 023/01/Louis-Sullivan-Masterpiece-The-guaranty-building-Nick-Stanley-corner-23.jpg?w=1600&ssl=1
Existen clichés en arquitectura que por su propia naturaleza no recordamos su origen. Incluso, lo más probable es que la definición de los mismos se haya modificado hasta significar todo lo contrario a lo que en un inicio pretendía. La frase: “la forma sigue la función”, popularizada por Louis Sullivan en el siglo XIX, posiblemente es uno de estos casos. ¿Qué significa esta frase que recitamos continuamente en talleres de arquitectura? De forma superficial podríamos dar una respuesta, sin embargo, basta con ver la obra del propio arquitecto para hacernos sospechar que tal vez no es lo que creemos. Y esta desconfianza nos puede hacer llegar a dos posibilidades. La primera, Sullivan no era coherente entre lo que pregonaba y su obra, es decir, como es común entre arquitectos, sus ideas y sus obras poco tienen que ver -no sería el primero ni el último en la historia de la arquitectura en tener una discordancia entre lo que produce y lo que piensa-. Después de todo, existe la mala costumbre de “revestir” las obras con discursos pomposos para “mejorar” las cualidades “arquitectónicas” de un proyecto. Segunda posibilidad: nosotros, los arquitectos y académicos contemporáneos no entendemos la frase correctamente. Por varias razones culturales, seguramente el lect or, cuando lee la frase “la forma sigue la función”, se imagin ará poder hacer una lectura de los usos del edificio a través de su fachad a. Es decir, identificar claramente dónde se encuentran los baños, habitacio nes, cocinas, etc.
Y hasta ahí podríamos aseverar que Sullivan no era coherente con sus principios. Sus edificios no tenían esta cualidad, no podemos identificar los usos de sus proyectos. Sus fachadas responden a otros patrones, ajenos al uso. Y, de nuevo, hasta este punto podría mos condenar a Sullivan o dudar de él. Dudar de nuestros prejuicios y p roponer la posibilidad de que no sabemos qué quiere decir la frase: “La fo rma sigue la función”. Es importante entender que una de las característic as del lenguaje es que se va transformando con el tiempo; una de las t ransformaciones es la posibilidad de que ciertos términos se vuelva n sinónimos entre ellos. En este caso, a ciertos términos “arquitectó nicos” como función, uso, utilidad, programa los tomamos como si significaran lo mismo, los intercambiamos inconsciente y constantemente. Exist en, sin embargo, diferencias profundas entre ellos. Si tomamos un za pato, su función es proteger el pie del piso. Su uso es distinto, porqu e se lo puede usar para matar una mosca, trabar una puerta, etc. La utilida d tiene que ver con el propósito específico: zapatos de fútbol, zapatos de caminata, zapatos de correr, etc. En arquitectura pasa lo mismo y aqu í es donde vamos a encontrar seguramente un debate ontológico. La arqu itectura contiene
usos, sí, la arquitectura contiene utilidades; son entidades accesorias, no esenciales. Pero la arquitectura es función. Y n o, la función de la arquitectura no es albergar a la vida, esa es la func ión de un edificio. Sí, otro sinónimo que tanto daño ha hecho a nuestra dis ciplina, tal vez el peor y más peligroso de todos. Un edificio no es lo mismo que arquitectura. Y, en este sentido, la función de la arqui tectura es, como toda práctica artística, y lo que la separa de un mero h echo construido es: conmover. La función de la arquitectura es conmover , no a través de los oídos, eso es música; no a través del gusto, es o es gastronomía; no a través de elementos bidimensionales, eso es pintu ra. La arquitectura conmueve a través del espacio.
Regresemos al edifi cio donde podemos identifi car s us usos a través de sus fachadas. Claramente este edificio no estaba regido bajo la frase: “La forma sigue la función”; estuvo diseñado bajo este principio, o, mejor dicho, bajo el incorrecto entendimiento de es ta frase, y me encantaría poder decir que lo que estaban produciendo er a edificios (no arquitectura) bajo la frase: “La forma sigue el uso”, pe ro lamentablemente la confusión no se detiene ahí. Hasta el momento en este corto texto hemos identificado que palabras aparentemente sinónimas como edifi cio-arquitectura, uso-función se utilizan de forma “incorrecta”. La palabra forma ha sido parte de este fenómeno de igual manera. Para esto debemos identificar con qué palabra se la relaciona directamente, y esa palabra es: fi gura. Forma es general, universal, ideal. Es cercano al “mundo de las formas” platónico o al “mundo de las ideas”. Las figuras so n resultados, entes materializados, específicos y particulares, moldead os por los fenómenos propios de la realidad. Es la síntesis entre lo que debe ser un objeto en el mundo ideal y lo que finalmente es en el mundo real. Por ejemplo, la idea o forma de patio existe en nuestras cabezas, son reglas, característ icas, no estructuras específicas. Un patio triangular, cuadrado, redondo, de 30 metros cuadrados, 200 metros cuadrados, sigue siendo patio . La idea de patio es la forma. El resultado construido es la figura, con sus proporciones, materiales, ubicaciones, usos, etc. Es d ecir, al identificar los usos en un edificio, no estamos hablando de “la forma sigue la función”, ni de “la forma sigue el uso”, lo más cercano es: “la figura sigue el uso”. Qué lejos podemos caer, de la arquitectura a un edificio, tan solo por seguir frases, ideas o mensajes distorsionados; todos , víctimas de no saber reconocer la inevitable transformación del lenguaje.
Consideremos a Adam Smith
Nada es más útil que el agua; pero esta no comprará gran cosa; nada de valor puede ser intercambiado por ella. Un diamante, por el contrario, tiene escaso valor de uso; pero una gran cantidad de otros bienes pueden ser frecuentemente intercambiados por éste. Adam Smith.
La paradoja del valor de Adam Smith nos sitúa en un profundo aprendizaje de la naturaleza humana. Mientras creeríamos que la utilidad de un bien es lo que le da valor, Smith señala que esto está lejos de ser cierto; existen objetos que sin una utilidad aparente tienen un gran valor. Postulado que, en palabras de otro economista, David Ricardo, nos hace comprender algo evidente: cuanto más escaso sea un bien, más valioso será.
Por más que vivamos en una época con un fanatismo por otras disciplinas, parece que ese fanatismo ha estado dirigido a la destrucción de la arquitectura, no a su enriquecimiento ni, mucho peor, a evaluar si “nuevas ideas” son beneficiosas o dañinas a nuestra práctica.
Parece que no hemos considerado la paradoja del va lor en arquitectura y seguramente a muchos no les convenga. ¿Por qué no compararla con la idea de diversidad o lo multidisciplinario? Ideas en boga, transgresoras y revolucionarias. La idea de diversi dad ha sido exitosa, la que ha tomado mucho campo de nuestra práctica. Nace con la idea de cuestionar si la arquitectura puede ser más de lo e stablecido, pero ha sido tan exitosa que ahora todo objeto construido es arquitectura. Todo es tan diverso que el resultado no es que todo es a rquitectura, sino que probablemente nada sea arquitectura. Claramente el resultado de este discurso es que la oferta de lo que es arquitectura se incremente y, por ende, lamentablemente su valor se reduzca. Producto de esto es que no es extraño escuchar a profesionales arquitectos decir que la sociedad no valora su trabajo, que los clientes reducen su conocimiento a la elaboración de “un simple dibujo”; es decir, el cliente aparentemente es el arquitecto contratando un dibujante. Habría que ver s i los mismos arquitectos que se quejan de este fenómeno no son los mismos que en entornos académicos abogan por una arquitectura diversa y mú ltiple también. Si arquitectura es cualquier cosa y cualquiera puede realizarla, es comprensible que un cliente ni siquiera contrate a un arquitecto, sino que realice
sus obras solo o con un maestro constructor. Después de años de haber aplaudido en eventos y charlas “aquitectónicas” a ingenieros, constructores, albañiles, robots o hasta a clientes “haciendo arquitectura”, al modo do it yourself (y ahora viene la “inteligencia” artificial), no nos podemos quejar de que la sociedad nos vea, con suerte, como administradores, gestores, asesores, dibujantes o programadores. Vale la pena decir que estos eventos se han dado en las altas esferas de instituciones que juraron proteger al arquitecto y a la arquitectura.
Hemos excluido aspectos esenciales de nuestra práctica como el talento, característica también valorada por su escasez: no todo el mundo lo tiene. Hemos cambiado la idea de ser disciplinado a adorar lo multidisciplinario, que no es nada más que intercambiar a placer y conveniencia las reglas de juego de todas las prácticas, es decir, ser indisciplinado. Con todo esto, lo que hemos ganado a cambio es una gran cantidad de arquitectos; de hecho, nunca han habido tantos arquitectos en la historia de la humanidad, pero eso no ha generado más arquitectura.
Parecerá contradictorio lo siguiente, pero sí: sí existen muchas arquitecturas. Si existiera una, no sería una práctica artística, embebida en filosofía, sino, sería una ciencia. Sin embargo, a pesar de que existen varias arquitecturas, esto no quiere decir que son infinitas ni relativas a cada uno de los gustos de los clientes o los “arquitectos”. La arquitectura tiene caminos posibles, pero limitados, estructurados y definidos. No todo es arquitectura. La arquitectura no es diversa. La arquitectura no es multidisciplinaria. Y aun si así lo fuera, por el propio bien de los principios de nuestra práctica o incluso por el bien de sus bolsillos: !Mientan! Para que la arquitectura sea escasa y, por ende, valiosa de nuevo.
Consideremos a David Foster Wallace
Están dos peces nadando uno junto al otro cuando se topan con un pez más viejo nadando en sentido contrario, quien los saluda y dice: “Buen día muchachos ¿Cómo está el agua?”. Los dos peces siguen nadando hasta que después de un tiempo uno voltea hacia el otro y pregunta: “¿Qué demonios es el agua?
David Foster Wallace
Operar en el mundo sin comprender el contexto es el estado natural del ser humano. El estándar de vida es de supervivencia, de cumplimiento de necesidades biológicas y sociales básicas con el fin de tener
una vida sostenida, práctica y eficiente. Es el estado de resolver problemas conforme vayan apareciendo y proyectando posibles soluciones a posibles problemas futuros. Para estos seres humanos cualquier cuestionamiento existencialista es confuso, incómodo y prescindible. Por ende, son personas que necesitan alimento no gastronomía; alarmas y alertas, no música; señales y signos, no pintura; edificios, no arquitectura. En pocas palabras, son personas que viven de las funciones prácticas, no de las funciones estéticas. Y estas funciones estéticas pueden desvelar otras “aguas”, “aguas” sobre las cuáles ciertas personas operan, son formas distintas de ver la realidad y sí, la arquitectura pertenece a una de estas. Hay individuos que nacen en este espíritu, ven innatamente la realidad con estos ojos; otros, pueden adoptar esta nueva realidad, tarea difícil ya que demanda empatía, sensibilidad, disciplina y voluntad de “matar” al “yo” previo con el fin de adoptar un nuevo ser.
De la misma manera, todas las palabras redactadas previamente y a continuación cumplen con una función práctica, la de transmitir un mensaje. Sin embargo, el lector se vería sorprendido y probablemente asustado si yo aseveraría que estos párrafos son poesía. No lo son, lo que hace que las palabras se transformen en poesía es lo mismo que hace que una pintura se convierta en arte, que los sonidos se vuelvan música, que la comida termine en gastronomía, que los videos sean cine, y que una edificación sea arquitectura. No importa cuan claro, práctico y eficiente sea un texto, el cumplimiento de necesidades nunca lo va a hacer poesía. De la misma manera, no importa cuántos problemas resuelva un edificio, este hecho nunca lo va a volver arquitectura. Pertenecer a estas categorías solo están vinculadas al cumplimiento de reglas que las propias disciplinas han desarrollado libremente en la historia de nuestra práctica porque existen estas realidades paralelas de la existencia humana, alejadas de las necesidades corpóreas y mentales, el campo de lo que antes llamábamos: espíritu.
Parte de la sociedad, incluyendo a miembros de nuestra comunidad arquitectónica, creen y se han dedicado a eliminar estas distinciones. En vez de clarificar estas distintas “aguas”, lo que han logrado es confundir. Con el afán de extender los límites de nuestra disciplina, lo que han logrado es eliminar dichos límites, hasta hacer de la arquitectura una práctica para muchos indistinguible. Por estos motivos no es extraño escuchar que arquitectura puede o no estar construida para ser arquitectura, o que cualquier objeto habitable es arquitectura. Es decir, parte importante de la crisis del estudio de la arquitectura ha sido la eliminación de la distinción entre edificio y arquitectura. No toda obra construida es arquitectura, como no todo
texto es poesía. Nuestra disciplina depende de la experiencia con la obra, momento en el cual se clarifican todas las falsas promesas intelectuales y discursivas. Al estar en presencia de arquitectura se hace evidente que estás expuesto a algo “diferente”. En efecto, la arquitectura, en su calidad de arte, tiene esta capacidad transformativa. Aquí radica la esperanza real frente a todos los discursos y el excesivo ruido de nuestra época. La arquitectura perdurará a pesar de todos los afanes “intelectuales” por transformarla y hasta destruirla.
Consideremos a Hegel
Fotografía: Lukas Gruntz. (2017) Sin título. Autor de la obra: Kengo Kuma. - Edificio M2. [Figura 3]
https://architecture-tokyo.com/2017/04/03/1991-m2-building-kengo-kuma/#jp-carousel-1448
En todo grupo humano existe una base de ideas, reg las y principios. A estos se les puede entender como “status quo” o “tesis”. Inevitablemente, se les presentará con el tiempo una “antí tesis”, un pensamiento contrario que disputa el orden establecido. La relación de diálogo y negociación entre tesis y antítesis generará una conclusión o síntesis.
Sin embargo, esta síntesis no es estática. Con el t iempo naturalmente esta síntesis adoptará la figura de tesis, a la esp era de la llegada de una antítesis, que en negociación con la tesis creará una nueva síntesis y así, sucesivamente. A este principio se lo conoce como “ dialéctica Hegeliana”. Sí, la sobresimplificación de este principio ha sido discutido a lo largo del tiempo, sin embargo, su naturaleza existe desde el tiempo de Heráclito y Aristóteles, y es fundamento de la cultura occidental. Es tan importante esta estructura que considero, precisamente, que en la suspensión consciente o inconsciente del proceso dialéctico radica el surgimiento del postmodernismo y la crisis identitaria contemporánea de occidente.
Si entendemos que adoptar una tesis, o una postura, es simplemente un fenómeno momentáneo, ¿para qué comprometernos con una idea? ¿Por qué no esperar la antítesis? O, muchísimo mejor, la síntesis. La velocidad de desarrollo y la comunicación voraz y feroz que vivimos permite el desarrollo de esta lógica. Ante esto, evidentemente es comprensible que la gente no adopte una postura y, seguramente, la idea de diversidad es producto de este “error en el sistema”. Obviamente no es la única repercusión. Si la tesis no tiene peso ni validez temporal, nos enfrentamos a dos opciones: primero el no actuar, nihilismo absoluto y característico del mundo contemporáneo. La segunda es actuar en el mundo. Actuar, pero al ser consciente de lo absurdo de tomar una postura; el actuar adopta las características del cinismo, de la ironía, del sarcasmo, etc. Ambas opciones o caminos han sido características que se le da al postmodernismo desde distintas corrientes filosóficas. Esta crisis de pensamiento ha producido evidentemente una situación de letargo cultural. Sin embargo, se encuentran los valientes, ajenos al sistema, a quienes, al tratar de encontrar una respuesta de acción y construcción cultural, se les presentan nuevamente dos opciones: la primera, ver atrás, cuando la cultura tenía un orden y peso. Una suerte de romanticismo, añoranza de un momento que se sentía que las cosas eran mejor, muchas veces incluso sin saber claramente el porqué de este fenómeno. Abundan los movimientos artísticos e incluso políticos que abogan por este camino. “Make America Great Again”, por ejemplo, en lo político, y la presencia de movimientos con pref ijos “neo” y “re” son populares con esta manera de resolver el problema c ultural descrito
previamente. La segunda posibilidad es ver al vecino, a quien le está yendo aparentemente mejor. Y existe una gran parte de arquitectos que se han hecho por este camino y el elegido ha sido evidentemente Oriente, nuestro único vecino y como caso particular, Japón. El problema principal es que Oriente no fue construido bajo principios dialécticos. Oriente no tiene ese concepto en su sociedad. Oriente está manifestado y representado brillantemente en el Ying Yang. Donde existen dos elementos identificables, pero el opuesto está contenido en sí mismo y viceversa. La “tesis” es contenedor y contenido de la “antítesis” al mismo tiempo, para ponerlo en términos occidentales. En otras palabras, no hay disputa entre opuestos, no hay negociación que genere una síntesis. Eso es oriente. Un japonés, por ejemplo, nunca va a decir “no” a una pregunta, dado que existe la posibilidad de que la idea contraria exista -y existe para ellos constantemente- negociándose con el “si”. Las repercusiones arquitectónicas en este sentido son significativas. Occidente está construido con la diferenciación clara entre interior y exterior. Oriente no. Los dos son opuestos y están incluidos al mismo tiempo. Todo es “difuso”, todo es “intermedio”. Robert Venturi ya hizo el llamado hacia la ambigüedad en su libro Complexity and Contradiction in Architecture. Lo ambiguo, como se describe, es en sí un concepto “ambiguo”. Existe la idea de que lo ambiguo no es ni uno ni otro. Pero también “ambi” puede contener a ambos. Como la idea de “ambidiestro”. Una arquitectura sin límites definidos, con espacios y condiciones ambiguas no es nueva, es localizable en occidente, pero ha sido perpetua en oriente. El problema con estas aproximaciones es que como occidentales podemos estudiar estos principios, pero no los podemos interiorizar, encarnar: simplemente no somos eso. No somos orientales ni japoneses, no importa la cantidad de veces que visitemos el país o consumamos su cultura, como occidentales no podemos ser japoneses. De seguir este camino, estamos destinados a ser una sombra, una traducción superficial de sus ideas. Mucho más importante, ¿es necesario ver a Oriente? ¿Nos hemos olvidado de los productos japoneses cuando jugaron a ser occidentales? Veamos el edificio “M2” de Kengo Kuma. ¿Es eso lo que estamos produciendo inconscientemente?
Los espacios intermedios se pueden teorizar, pero siempre de manera apartada, imitativa, desconectada de cómo somos como occidentales. La ambigüedad y la verdadera naturaleza de estos espacios están fuera de nuestro entendimiento. Este fenómeno, inevitablemente, va a ser una negociación e identificación en relación dialéctica con occidente. No podemos sentir lo que es un espacio intermedio, no podemos incorporarlos a nuestro espíritu, permanentemente será un mero ejercicio intelectual.
Consideremos a Koolhaas
Para sobrevivir, el urbanismo tendrá que imaginar una nueva novedad. Liberado de sus obligaciones atávicas, el urbanismo, redefinido como un modo de actuar en lo inevitable, atacará a la arquitectura, invadirá sus trincheras, la expulsará de sus bastiones, minará sus certezas, hará estallar sus límites, ridiculizará sus preocupaciones sobre la materia y el fundamento, destruirá sus tradiciones y dejará en evidencia a quienes la practican.
Rem Koolhaas
Hablar del urbanismo, de su éxito o fracaso en, aproximadamente, 170 años de existencia sería tema de discusión en un espacio mucho más extenso. Brevemente, hay que entender que esta práctica nace con el fin de resolver un problema. Ante el hecho de que nunca nos habíamos agrupado tantas personas en un territorio, se postula la hipótesis de que las ciudades necesitaban una entidad destinada al diseño de ciudades de miles de hectáreas a 100 años de distancia. Esta es la escala que propone el urbanismo como hipótesis a ser comprobada empíricamente. Hoy en día, de las miles de hectáreas propuestas acabamos en “acupuntura urbana”; y de los 100 años, en los planes de 40, 20, 10, 5 años, a la “ciudad de los 15 minutos”. Es decir, ha acabado en la escala que siempre ha sido campo de la arquitectura. La hipótesis planteada por el urbanismo fracasó. Es comprensible que, ante este hecho, como último método de supervivencia, el urbanismo replantee su espacio en la sociedad y busque cuestionar los propios límites de la arquitectura. Arquitectura que como práctica sí ha sido exitosa en la construcción de ciudades a lo largo de la historia.
La finalidad de este texto no es apuntar directamente al urbanismo, es identificar que, como esta profesión, existen otras prácticas que están en constante negociación con la arquitectura y debemos ser cautelosos en cuánto territorio cada práctica cede. El texto de Koolhaas es importante porque advierte de una problemática cuando como sociedad o colectivo optamos por mezclar y ajustar los límites de ciertas disciplinas. Es sencillo encontrar paridades importantes de este texto de Koolhaas, escrito en 1994, con nuevos agentes y problemáticas contemporáneas. Es parte de la historia que sigan apareciendo emergencias sobre las cuales la arquitectura debe perder territorio y deba adaptarse a las nuevas circunstancias. Son, en otras palabras, los mismos males pero con distintos actores. Es decir, si hasta los
años noventa quien se promulgaba como inevitable para actuar en relación a las necesidades de su época era el urbanismo; hoy son nuevas las prácticas que utilizan estos mismos mecanismos para justificar su existencia. La sostenibilidad y sustentabilidad (existe una diferencia, no son sinónimos) aparecen en nuestra práctica como novedades e inevitables. De igual manera, la técnica constructiva, siempre presente en nuestra cultura, a pesar del constante aparecimiento de advertencias en mitos como Prometeo, Ariadna, Frankenstein, etc. O, finalmente, el último grito de la moda de la mano de la tecnología y la incorporación de la “inteligencia artificial”. Debemos cuestionarnos: ¿Estas prácticas también minarán nuestras certezas disciplinares, como dice Koolhaas? Pues poco a poco vemos premios y publicaciones que valoran los proyectos, no por sus valores arquitectónicos sino por la utilización de estas novedades. Eso debería darnos unas pistas. “Ridiculizará sus preocupaciones”, menciona Koolhaas. ¿Será por eso que, en un proyecto cualquier, se menosprecia la voluntad estética o, incluso, ni siquiera se la considera? Si los valores impuestos en esta época son responder a la eficiencia energética, la honestidad material, las valoraciones económicas y la optimización de recursos, en efecto, deberíamos alertarnos ya que estamos frente a otras prácticas que vienen a ridiculizar las preocupaciones propias de la arquitectura.
El bastión que ha expulsado el urbanismo a la arquitectura ha sido su rol en relación con la ciudad. No es extraño escuchar que sin urbanismo no habría consideración de un objeto arquitectónico, en relación con la ciudad. Al escuchar esta idea podemos entender cuán alejada está la idea de lo que es y no es arquitectura por parte de la academia. Puede ser que el urbanismo, al colonizar y monopolizar una escala que nunca resolvió, haya creado esta incorrecta idea. La arquitectura, en realidad, ha sido la responsable de crear las ciudades que admiramos, visitamos y con las cuales generamos apegos. Apegos que permiten proteger, reutilizar obras. El apego nunca es producto de una idea alterna, racional, pseudomoralista e impuesta a la gente a través de “educación” (propaganda). En pocas palabras, el apego está relacionado con aspectos estéticos en nuestra práctica y la valoración estética sería una solución a tantos problemas contemporáneos que ciertos grupos apuntan. Aldo Rossi menciona en su texto Funcionalismo ingenuo que una edificación construida hace cientos de años es utilizada una y otra vez de distintas maneras, como hospicio, vivienda, oficinas, etc. Esta edificación es conservada por su valor estético, la gente se “enamora” de la edificación. Esta obra es mucho más eficiente que cualquier obra que pueda ser construida y derrocada en poco tiempo.
En este sentido, la solución para llegar a una cultura sostenible no está en ser eficientes materialmente, está en hacer las cosas con valores estéticos. La arquitectura debe resurgir como generador de ciudad. No podemos olvidar lo que ha producido el urbanismo en nuestras ciudades porque, de no reconocer su efecto, podemos caer en una novedosa práctica que se encargue de generar los mismos males.
Consideremos a Julian de Medeiros
Entertainment Earth. (2015) - Groot. https://www.entertainmentearth.com/news/wp-content/uploads/2015/03/groot-660x400.jpg
Si bien parecería superficial la incorporación de una referencia cinematográfica del género de superhéroes a este co mpendio, quisiera alegar que este tipo de manifestaciones culturales es una forma de mitología en el mundo contemporáneo. Su popularidad i ndica que deben existir patrones en la obra que desnudan al ser hum ano de hoy.
Guardianes de la Galaxia, franquicia de superhéroes basados en la línea editorial de Marvel Comics, dio el salto a la pantalla grande hace unos años. En estas películas nos encontramos con una serie de personajes
[Figura 4]
alienígenas como Groot. Groot es un árbol humanoide, quien solo es capaz de decir la siguiente frase: “I am Groot”. Sin embargo, tardamos poco en darnos cuenta de que estas tres palabras constituyen un lenguaje completo entendido únicamente por sus amigos cercanos. De repente, al final de las tres películas sucede un hecho inesperado. La última línea del personaje no es “I am Groot”, sino: “I love you guys”. Evidentemente, este hecho llena de sorpresa a todos los espectadores, pero llama más la atención que el resto de los personajes de la película no se asombran, como si no estuvieran escuchando nada fuera de lo común. James Gunn, director del film, al ser preguntado por este suceso, explica que Groot no aprendió a enunciar nuevas palabras. Él volvió a decir: “I am Groot”, sin embargo, al cabo de varias películas, el público es ahora parte de su familia y es capaz de entender, finalmente, el complejo lenguaje de Groot. Efectivamente, con relación a este fenómeno, Julian de Medeiros explica que el personaje Groot no cambia, quien cambia somos nosotros. En términos técnicos, la transformación no es epistemológica, es ontológica. La fuente del mensaje permanece intacta, quien se modifica es el receptor.
Ante esto deberíamos considerar que este fenómeno no es solo posible en la ficción, sino en el diario vivir. Y por ello, la arquitectura también podría tener este efecto transformador. Existe la posibilidad de generar una transformación epistemológica, donde el edificio dialoga con el contexto. De este diálogo nace un nuevo territorio, donde en armonía conviven paisaje y edificio. Se puede identificar claramente un antes y un después del edificio, en cuanto a su contexto, y la aparición de otro edificio modificaría las condiciones de existencia tanto del paisaje como del edificio previo. En pocas palabras, la condición de nuevo, elemento que suma, objeto que se agrega es esencial en el entendimiento de esta transformación. La segunda posibilidad de transformación es ontológica y es la manifestada en el fenómeno de Groot. Al emplazarse un edificio en un territorio, no se modifica físicamente en sí. Lo que cambia es la forma en la que el ser humano mira el paisaje y su arquitectura. Se trata de una transformación de los observadores, por su necesaria relación colectiva, donde no pueden entender un tiempo o territorio previo a la existencia del edificio. La obra destruye cualquier condición temporal. No hay un “antes” de la obra, la obra ha modificado la naturaleza del territorio y es incomprensible para la gente que no haya existido dicho objeto previamente. Es tan poderosa esta transformación que estructuras antes impensadas en el territorio ahora son posibles, el mismo edificio pudo haber sido impensado, rechazado o prohibido antes de su ejecución. Pensemos pues de forma retroactiva e imaginémonos cuan incomprensibles
serían algunas ciudades sin ciertas arquitecturas, o cómo estas ciudades podían existir sin estos puntos de referencia, orientación e identificación.
Imaginémonos los edificios como transformador epistemológico, pero a la arquitectura como posible transformador ontológico.
Consideremos a Akira Kurosawa
¿Qué es el cine? La respuesta a esta pregunta no es nada fácil.
Hace mucho tiempo el novelista japonés Shiga Naoya presentó una obra escrita por su nieto como uno de los escritos en prosa más notables de la época.
Se publicó en una revista literaria. Se titulaba ‘Mi perro’ y decía así: “Mi perro se parece a un oso; también se parece a un tejón; también se parece a un lobo...”. Continuó enumerando las características especiales de su perro, comparando cada una de ellas a la de algún otro animal; resultado de ello fue una lista completa del reino animal. Sin embargo, el escrito concluía diciendo: “Pero como es un perro, a lo que más se parece es a un perro”. Me acuerdo que me eché a reír a carcajadas cuando lo leí, pero decía algo serio.
El cine se parece a muchas otras artes. Si el cine tiene características literarias, también tiene cualidades teatrales, un lado filosófico, particularidades de la pintura y la escultura, y elementos musicales. Pero, en conclusión, el cine es cine. Akira Kurosawa.
La arquitectura, al igual que el cine, parece much as cosas. Parece escultura, fotografía, pintura, cine, inclus o otras prácticas mucho más lejanas. Prácticas de orígenes, roles y fines totalmente ajenos como sociología o ingeniería. Definir los límites y la esencia de la arquitectura es imperativo para discutir su relación con prácticas no usuales o hasta escalas distintas. En el caso de esta publicación, el paisaje es el cuestionado, tomándolo automáticamente, sin explicación ni comprobación previa, como un ejercicio acorde a la arquitectura. Sin embargo, el solo hecho de cómo el mundo contemporáneo lo nombra debe ría causarnos
una sospecha. “Arquitectura del paisaje”, ¿existe entonces “sociología del paisaje” e “ingeniería del paisaje”? Seguramente sí, sin embargo, por la inconsciente voluntad de la época de atribuir todo a la arquitectura, en nombre de la diversidad y lo multidisciplinario, se niega la diferencia categórica entre arquitectura, sociología e ingeniería y con ello, paradójicamente, se reduce la posibilidad de desarrollar distintas teorías de paisaje. ¿Se puede evaluar el paisaje desde la ingeniería? ¿Se puede evaluar el paisaje desde la sociología? Si nos apro ximamos de una manera simplista a la ingeniería, la reduciríamos a la capacidad de resolver problemas. De esta manera, ver la ciudad “co mo ingeniero”, o ver el paisaje “como ingeniero” conllevaría primero analizarla “objetivamente”, a través de datos, cifras, estadísticas, etc. Para, posteriormente, identificar una serie de problemáticas sobres las cuáles se podría actuar. Es, en sí, una aproximación científica haci a los fenómenos de la ciudad. Una aproximación medible y cuantificable . Por otro lado, la relación del paisaje y la sociología viene de hecho s históricos, narrativas construidas en relación con un territorio. Na rrativas que, si bien se evalúan como medibles y comprobables, no son nec esariamente del mundo científico, cuentan con un factor subjetivo, mutable.
Entonces, ¿cómo se puede ver el paisaje como arqui tecto? Existen distintas posibilidades, todas desde el cam po estético y, por ende, necesariamente van a tratar con temas filosóf icos. Existen tantas aproximaciones al paisaje como filosofías y aproximaciones estéticas existan. Dentro de estas posibilidades, e n este escrito, se postulará una relacionada al campo ontológico, de l a voluntad de identificar la esencia y naturaleza de un fenómeno u objeto.
Históricamente, la arquitectura ha utilizado otras prácticas para incorporarlas a sí misma. Entre ellas están la geometría, la matemática, la sociología, la tecnología, etc. Sin embargo, hay que tener claro, la arquitectura no es geometría o sociología, tiene geometría o sociología. No son elementos esenciales, sino accesorios o instrumentales a la arquitectura. No son el fin sino los medios para crear arquitectura. Ante esto, ¿qué conocimiento podemos identificar como propio d e la arquitectura? Dentro de esta pregunta nos encontramos con pocas r espuestas, una de ellas es la idea de tipo. El tipo arquitectónico so lo existe en arquitectura, no existe en pintura, ni escultura, ni geometría, n i sociología, etc. Desde sus distintas aproximaciones, el tipo en arquitectura se ha dedicado a categorizar, reducir, abstraer la disciplina hasta su fuente original. Dentro de las teorías que se pueden identificar están las categorías que sugiere
Antonio Armesto: El aula, porche y recinto; Koolhaa s con punto, línea y trama; o el mismo Koolhaas, en la Bienal de Venecia , con “elementos y fundamentos”. Es por estos precedentes que se plant ea que, si el paisaje es arquitectura, debe necesariamente enfrentar tipologías arquitectónicas. Y si existe “arquitectura del paisaje”, deben haber tipologías únicamente identificables dentro de la relación de un edificio y su paisaje.
Conclusión: Consideremos los Articuladores Formales del Paisaje
Premisas:
Como premisa, tomemos en cuenta unas conclusiones de los textos previos, con el fin de explicar la idea de “Articuladores Formales del Paisaje”.
Consideremos a Žižek.
Una arquitectura del paisaje entendida a través de “articuladores formales” deberá asumir consideraciones estéticas, las funciones prácticas son irrelevantes.
Consideremos a Byung-Chul Han.
Una arquitectura del paisaje entendida a través de “articuladores formales” es independiente de aspectos técnicos y materiales.
Consideremos a Louis Sullivan.
Una arquitectura del paisaje entendida a través de “articuladores formales” deberá comprender la idea de forma (no figura) y función (no uso).
Consideremos a Adam Smith
Una arquitectura del paisaje entendida a través de “articuladores formales” comprende que el valor de la arquitectura o cualquier bien no radica en su diversidad sino en su escasez.
Consideremos a David Foster Wallace.
Una arquitectura del paisaje entendida a través de “articuladores formales” nace del reconocimiento de la autonomía de la arquitectura frente a otras disciplinas.
Consideremos a Hegel.
Una arquitectura del paisaje entendida a través de “articuladores formales” deberá ser parte de un proceso dialéctico entre objeto arquitectónico y paisaje.
Consideremos a Koolhaas.
Una arquitectura del paisaje entendida a través de “articuladores formales” advierte posibles desviaciones de prácticas ajenas a la arquitectura.
Consideremos a Julián de Medeiros.
Una arquitectura del paisaje entendida a través de “articuladores formales” buscará la transformación ontológica como medio de relación al territorio.
Consideremos a Akira Kurosawa.
Una arquitectura del paisaje entendida a través de “articuladores formales” deberá entender que su esencia radica en la tipología.
Contenido:
Con base en estas premisas, se describen a continuación las posibles relaciones de un edificio con un paisaje:
1. El edificio como punto focal. El observador se encuentra en el paisaje y contempla al edificio.
2. El edificio como fuente de observación. El observador se encuentra en el edificio y contempla el paisaje.
3. El edificio como mediador. Al observar el edificio la atención no se centra en él, sino que permite ver el paisaje a través de él.
De estas tres categorías, las dos primeras no se subdividen, no presentan posibilidades distintas al fenómeno de observación. Es en la tercera, “el edificio como mediador”, donde podemos hablar de distintas formas de mediación. A continuación, las enumeraremos y son, en sí, los “articuladores formales del paisaje” que son motivo y conclusión de este documento:
• Articulador Formal del Paisaje 1: Marco.
Observar a través de un telescopio, de una cámara o de un rollo de cartón. Todos estos medios eliminan obstáculos visuales periféricos, fijando la atención a un punto. Un objeto construido puede hacer lo mismo. De esta manera el edificio permite enmarcar, resaltar un objeto que está atrás de sí mismo.
Ejemplos: Salk Institute, de Louis Kahn, enmarcando el mar de San Diego. El Espacio Público Teatro la Lira, de RCR Arquitectes + PUIGCORBE arquitectes, enmarcando Ripoll.
• Articulador Formal del Paisaje 2: Celosía.
Observar a través de velos, mallas, capas. Estos medios ocultan parcialmente un objeto, no negándolo. La ambigua relación del objeto intermedio no oculta, sino que despierta la atención, seduce. El paisaje es resaltado por un principio o una voluntad de misterio.
Ejemplos: Casa Curutchet, de Le Corbusier, y la relación de su celosía con un árbol, en la ciudad de La Plata. Lever House de SOM, cuyas columnas esconden parcialmente un jardín central de Manhattan. La James-Simon Gallery, de David Chipperfield, que es velo de un grupo de museos en Berlín. Milam Residence, de Paul Rudolph, o el SESC Pompeia, de Lina Bo Bardi, cuyas celosías cortan el cielo.
• Articulador Formal del Paisaje 3: Podio.
La base de un trofeo, un altar sobre el cual descansa un féretro, un podio de ganadores. Poner una base a algo que resalta un objeto; en este caso, puede ser el propio paisaje. Existe la posibilidad de que un edificio actúe como base que resalta finalmente un objeto lejano.
Ejemplos: El Centro para las Artes Casa Das Muda, de Paulo David, o las Piscinas das Marés, de Álvaro Siza, donde los edificios son podio del mar. Hábitat Guápulo, de Jaime Andrade Heymann y Mauricio Moreno, cuyas cubiertas en la terraza comunal son podio de las montañas de Quito.
• Articulador Formal del Paisaje 4: Escalera.
A diferencia del podio que también genera una base, la escalera suma una condición de ascenso. El observador es invitado a participar en “obtener” el paisaje destacado.
Ejemplos: Casa Malaparte, de Adalberto Libera, donde las escalinatas resaltan el mar de Capri. La Universidad de Mujeres, de Ewha de Dominique Perrault, cuyas escalinatas dirigen la atención a la ciudad de Seúl.
• Articulador Formal del Paisaje 5: Corona.
La estrella en el árbol de Navidad, la cereza del pastel, la corona en la cabeza de la reina. Existen objetos que señalan que están encima de algo importante. Así, existen edificios que son coronas de paisajes.
Ejemplos: La Capilla de San Pedro, de Paulo Mendes da Rocha, donde el edificio corona el paisaje de Campos do Jordão. El pabellón, de Álvaro Siza, para la Expo 2018, en Portugal, enmarcando Lisboa. MASP, de Lina Bo Bardi, enmarcando Sao Paulo.
Conclusión
Existen edificios que son puntos focales, están he chos para ser vistos o ser hitos y referencias de un territorio. En ellos, el paisaje es fondo de estos objetos. Existen edificios que sirven para observar, desde su interior se puede apreciar elementos del paisaje. Finalmente, existen también edificaciones que no son puntos focales, sino que, a través de ellos, permiten ver el paisaje de otra manera. Al igual que una fotografía abstrae, selecciona, reduce un campo visual, estos edificios son los encargados de mostrar aspectos específicos del territorio.
Estas estructuras formales resultan de gestos, recursos lógicos y hasta de obviedades. El corto contenido teórico alrededor del paisaje desde el orden tipológico puede suponer que estas ideas ya estén expuestas en la cultura arquitectónica, sin embargo, a pesar de cualquier sospecha, no lo están. La conclusión, evidentemente dista de la complejidad de los textos previos contenidos en este documento, que incluso pueden “sentirse” innecesarios. No obstante, las premisas son importantes para identificar el origen y preservar lo más posible las intenciones que estos “Articuladores Formales del Paisaje” plantean al mundo de la arquitectura.
Adam, S. (1776). An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations. W. Strahan & T. Cadell.
Han, B. (2020). La desaparición de los rituales: Presión para ser auténtico (pp. 29-40). Herder Editorial.
Koolhaas, R. (n.d.). ¿Qué fue del urbanismo?. En Acerca de la ciudad (pp. 11-20). Editorial GG.
Kurosawa, A. (1981). Something like an autobiography. En S. R. Bock (Ed.), Some random notes on filmmaking (pp. 141-148).
Sullivan, L. (1986). The tall office building artistically considered. Lippincott’s Magazine, (March 1896), 403-409.
Wallace, D. (2009). Esto es agua: Algunas ideas, expuestas en una ocasión especial, sobre cómo vivir con compasió n. Little, Brown and Company.
Wittgenstein, L. (2006). Culture and value. En G. H. von Wright (Comp.). Blackwell Publishing. [Original publicado en 1977].
Žižek, S. (2021). Chocolate sin grasa y prohibido fumar: Por qué nuestra culpa por consumir lo consume todo. En Chocolate sin grasa (pp. 13-17). Buenos Aires, Argentina: Ediciones Godot.
Centro
INTRODUCCIÓN
La búsqueda del Centro
Escribir este texto me ha resultado complejo. No solo porque me ha costado organizar las ideas que, intuitivamente, sentí que tenían un hilo conductor sino porque he querido que no se “sientan” forzadas por una mala redacción o articulación de las reflexiones. Además, los conceptos sobre los cuales he escrito permanecieron junto a mí en un estado de “reposo” formándose y madurando con la ayuda de Kairós, dios del tiempo oportuno. Me he desprendido de Cronos y la necesidad de gestionar y medir los segundos y me he permitido sentir cómo cada palabra germina en el momento y en el lugar preciso. Con este antecedente espero que me disculpen por escribir este fragmento del artículo en primera persona, pero, al final, esto que resumo brevemente en unas pocas líneas resultó en una experiencia absolutamente personal y merece la pena escribirlo así.
Hace un poco más de dos años, le recomendé a mi madre que tomara clases de torno alfarero. Mi mamá, un ser creativo innato y con una habilidad envidiable para trabajar con las manos, aceptó mi sugerencia. Aprendió muy rápido y de una manera tan natural y espontánea que lo hacía ver como algo realmente sencillo. Poco tiempo después quedé hipnotizada mientras la miraba moldear la tierra en el torno, mirando sus manos que danzaban al ritmo de la arcilla y contemplando cómo su corazón parecía haberse sincronizado con ese otro mundo que estaba construyendo.
Me sentía tan cautivada y curiosa por esa simultaneidad de eventos; el del mundo de la tierra que se permitía moldear y el de la mujer que dejaba que el movimiento la guíe para descubrir lo que la arcilla (y ella misma) quería ser. Parecía una coreografía largamente aprendida, un diálogo profundo e intenso y una compenetración tan estrecha como una amalgama entre dos universos distintos sobre ese torno. Finalmente, le pedí que me enseñara. Las palabras salieron de mi boca sin haberlas meditado mucho, en realidad no estaba segura de haber sido yo quien las había dicho. Pero sabía que quería experimentar eso que, desde lejos, parecía ser una especie de magia que transportaba su espíritu a otros sitios donde se encontraba con ella misma.
En la clase inicial lo primero que mi madre me dij o fue “debes encontrar el centro” . Entendí que se trataba de encontrar más allá del centro del torno alfarero; debía empezar una increí ble y profunda búsqueda: la del Centro y la de Mi Centro. Empiezo así con dicha búsqueda: con un viaje hacia El Centro de la Ciudad.
Boceto Mujer en el Torno alfarero. [Figura 1]
El Centro
El concepto de “centro” ha sido una constante en la reflexión humana, permeando diversas disciplinas y manifestándose de maneras fascinantes a lo largo de la historia. Desde la filosofía hasta la arquitectura, desde el arte hasta la psicología, la noción de centro ha desafiado y cautivado a la mente humana. En este texto, exploraremos el significado del centro desde diversas perspectivas, destacando su importancia y su impacto en la ciudad, nuestras sociedades y nuestra vida cotidiana.
La necesidad humana de buscar un centro surge de la condición misma del ser humano: un ser libre, consciente, con esencia animal y racional y en constante búsqueda de significado. La analogía del alfarero centrando la arcilla condensa esta búsqueda como un acto creativo, donde cada giro del torno representa una oportunidad para dar forma a la propia existencia. Este centro, sin ambiciones y aparentemente simple, se convierte en el epicentro de la alquimia creativa, donde las posibilidades se moldean con la destreza del alfarero y su conexión profunda con la tierra.
El centro es el punto donde la resistencia inicial de la materia cede ante la voluntad del alfarero. Es ahí donde la transformación comienza, donde las manos hábiles danzan con gracia para crear formas que superan la realidad tangible. Cada giro es una invitación a una nueva creación, a un diálogo silencioso entre el artista y su musa de tierra. El centro es mucho más que una coordenada física, es un ancla emocional que conecta al artista con su obra de una manera íntima. La arcilla, una masa maleable, se entrega al torno dispuesta a transformarse.
La emoción se infiltra por cada poro de la arcilla mientras el centro se convierte en un testigo silencioso de la transformación. La simbiosis entre el centro y el alfarero se vuelve cada vez más estrecha. El alfarero siente el pulso del torno, la respiración de la arcilla en movimiento, y en esa danza armoniosa nace el arte. Cada movimiento, es una expresión de la pasión que fluye desde el centro hasta las puntas de los dedos. Es una comunión entre el alma de quien tornea y de la materia moldeable.
Cuando el torno se detiene, la obra cobra vida propia, pero el centro sigue resonando en la pieza final. Es el eco de la conexión entre el artista y su creación, una huella emocional impresa en cada curva y cada contorno. El centro en el torno de alfarero, más que un punto axial, se convierte en un símbolo de la unión entre lo natural: la arcilla, y lo artificial: la obra, donde la tierra permite su domesticación y su propia transformación, donde la emoción se inmortaliza en la forma material de una obra maestra.
Encontrar el centro es descubrir el punto de equilibrio donde ninguna parte de nuestra existencia prevalece sobre las demás, creando así armonía interna y externa. Es reconocer, que al igual que en la alfarería, hay que conectarse con el pulso del origen, es dejar que las manos transformen la tierra y que la tierra las transforme también. Es una profunda trialéctica de lo material, lo imaginario y lo espiritual.
Al explorar el concepto de centro, nos sumergimos en las aguas hondas de la autoconciencia y la autorreflexión. Nos enfrentamos a la pregunta fundamental de quiénes somos en relación c on el mundo que nos rodea y nos impulsa a explorar las profundidade s de nuestra propia humanidad.
La filosofía nos invita a reconocer que somos parte integral de un todo más grande y que la búsqueda del Centro no es un capricho, sino una respuesta intrínseca a la complejidad propia de la existencia humana. La necesidad de encontrar un eje central persiste como un impulso fundamental en la vida del ser humano. Como el alfarero que, con destreza y paciencia, centra la arcilla para revelar su potencial creativo, el individuo busca su propio centro, con cuidado, para otorgar significado a su existencia. Nosotros, como individuos y como colectivo, necesitamos encontrar nuestro núcleo o esencia como punto de partida para modelar nuestras vidas.
Nietzsche (1883) aborda la búsqueda del Centro desde la perspectiva del eterno retorno. La idea de que cada momento se repite infinitamente conlleva la necesidad de otorgar sentido a cada experiencia. En este ciclo interminable, el individuo se ve impulsado a buscar un centro que trascienda la fugacidad del tiempo, una esencia que dé coherencia a su existencia. En este contexto, el centro se convierte en un punto de conexión con los diferentes universos, una coreografía donde nuestras vidas se entrelazan con las fuerzas que dan forma al tejido del espacio y el tiempo.
Jung (1951) nos invita a enfocarnos en el proceso de individuación, un acto equiparable a la habilidad del a lfarero para posicionar el barro en el torno. Al girar, revela las capas más profundas de nuestra alma, como el alfarero que, al centrar l a arcilla, despierta sus potenciales latentes. La individualidad, ese nú cleo único que yace en lo más profundo de cada ser humano, se desp liega en su plenitud cuando nos permitimos moldear y nos dejamo s llevar, como en un baile, por la música que trae la vida.
En el ámbito filosófico, el centro se convierte en un concepto que va más allá de lo palpable por los sentidos, adentrándose en la esencia misma de nuestra conciencia. Es el punto focal donde
convergen nuestras aspiraciones, miedos y esperanza s, donde nos enfrentamos a la dualidad de nuestra existencia, a la luz y a la oscuridad que le dan forma a la totalidad compleja de n uestra naturaleza. En el arte, desde una perspectiva compositiva, el centro es la fuerza gravitacional que organiza el caos aparente de la obra. Es ese punto alrededor del cual se despliegan todas las formas y líneas, generando un orden que trasciende la mera estructura visual. La composición se convierte en una sincronía de elementos que encuentran su lugar en relación con el núcleo y con el todo, creando una melodía que resuena en el corazón del creador y del observador. Es ese lugar donde el alma de una obra y la interpretación del espectador se entrelazan, creando un diálogo atemporal que traspasa las limitaciones del tiempo y el espacio. En este espacio filosófico central, el arte se convierte en un lenguaje universal, una manifestación de la verdad que va más allá de las palabras.
El centro, en este contexto, actúa como un faro en la oscuridad. Nos guía a través de la incertidumbre y nos proporciona un sentido de orientación y autenticidad. Estar centrado signific a enfrentar la vida con serenidad y sabiduría, confiando en nuestro núcleo, en nuestros ancestros y en nuestros maestros lo cual nos permitirá tomar las mejores decisiones. Estar centrado es abrazar la totalidad de nuestra existencia con conciencia y aceptación. Es reconocer que, al igual que el alfarero que da forma a la arcilla con serenidad y perseverancia, nosotros también estamos en constante proceso de crecimiento, constr ucción y transformación.
Ese centro no es únicamente un lugar físico, es un estado emocional y espiritual que nos proporciona estabilidad, dirección y sentido. Lo mismo ocurre con LOS CENTROS DE NUESTRAS CIUDADES.
Las ciudades y su Centro
Imaginemos por un momento caminar por las calles empedradas de un centro urbano, donde cada adoquín susurra historias antiguas y cada edificio sostiene secretos que solo aquellos dispuestos a escuchar podrán comprender. La ciudad, como un libro de piedra (Benjamin, 2006), se abre ante nosotros, ofreciendo sus páginas llenas de experiencias vividas, sueños construidos y la promesa de un futuro aún por escribir.
La ciudad es mucho más que la mera construcción de edificios; es la manifestación concreta de sueños, visiones y emociones. En este vasto universo de formas y estructuras, el concepto de “centro” emerge como el latido emocional que da vida a la esencia misma de la existencia humana. El centro no es simplemente un punto geográfico, sino un alma vibrante que conecta, envuelve, unifica y comunica.
En el corazón de cada ciudad yace el anhelo de establecer un foco, un lugar que trascienda lo material para convertirse en un reflejo de la identidad y propósito de una sociedad. Este centro, más que una coordenada en el espacio, es la fuerza que atrae y guía a quienes están en su presencia. Es el epicentro de experiencias y emociones que transforma un simple acto de habitar en una narrativa cautivadora y emocionante.
El centro, al ser el núcleo emocional, no solo define el diseño físico, sino que también despierta sensaciones profundas. Un asentamiento humano sin un centro significativo es como un corazón sin pulso, una estructura sin alma. La Ciudad, en su esencia, es la búsqueda constante de estos centros que eleva lo ordinario a lo extraordinario como umbrales de encuentro entre diferentes tiempos y espacios.
El concepto de centro en la ciudad es el alma vibrante que transforma espacios en lugares llenos de significado y emoción. Cada edificio, ciudad o estructura encuentra su identidad en el centro que lo define, convirtiéndose así en un testimonio estremecedor de la capacidad humana para crear, expresar y habitar espacios que conmueven y emocionan.
Según Jacobs (1961), la búsqueda de los centros ur banos se vincula con la necesidad de crear entornos que fomenten la interacción y la diversidad de actividades. Los centros son lug ares donde florece la vida comunitaria, la solidaridad y la creatividad. En esta sinfonía urbana las experiencias se entrelazan en una trama complej a que trasciende en el tiempo.
El centro es un núcleo original, un punto de partida nodal. Hace referencia a la concentración y convergencia, el punto cero donde todo comenzó. Pesavento (2008) en su enfoque sobre la historia urbana, destaca la importancia de los centros urbanos como reflejo de procesos históricos y cambios sociales. Desde esta perspectiva, estos centros se erigen como puntos de confluencia que encapsulan la memoria colectiva de una sociedad.
El acto de construir y preservar centros no solo responde a necesidades pragmáticas o nostálgicas, sino que también se convierte en un medio para preservar la identidad y la continuidad cultural a lo largo del tiempo. Como
seres humanos, estamos inmersos en la búsqueda constante de este centro, anhelando descubrir el propósito que nos impulsa a través de la vida.
Kevin Lynch (1960) nos invita a considerar la percepción de los habitantes en relación con su entorno urbano. En el centro de la ciudad, la imagen que se proyecta se convierte en un elemento crucial para la identidad urbana, influyendo en cómo los ciudadanos se relacionan con su entorno y se apropian del espacio. Los centros nos ayudan a identificarnos y a sentirnos orientados. En nuestra naturaleza de animales es una condición fundamental para poder apropiarnos de un lugar. Pero la búsqueda del centro va mas allá de un instinto animal de sentirnos identificados como individuos y como parte de un colectivo, es una necesidad de sentirnos orientados racionalmente para saber de dónde venimos para tener más claridad de hacia dónde debemos ir.
Según Hassenpflug (2016, s/p), “Las ciudades son ciudades porque tienen un centro”. Son espacios que contienen historia y, por tanto, diferentes tiempos, y en ese sentido la ciudad puede ser conocida y reconocida por sus centros. Sin embargo, en la construcción de ciudades, el centro no es solo una intersección de calles o la ubicación de un monumento imponente; es la coincidencia de historias, intercambios, culturas y sueños que se reúnen en un abrazo edificado. Según Vargas y Castilho (2014) los centros de las ciudades han sido identificados como los lugares más dinámicos de la vida urbana animados por el flujo de gente, vehículos y mercaderías. Estos centros al ser puntos intensos y “efervescentes” de las ciudades se convierten en referentes simbólicos en la memoria colectiva. El centro es el testigo silencioso de los encuentros y las despedidas, es el escenario donde se tejen las relaciones humanas y se forjan los recuerdos inolvidables que son contados de generación en generación. En cada rincón del centro urbano late la pulsante vitalidad de una comunidad que encuentra su expresión más auténtica en la arquitectura que la alberga; es un símbolo de origen, un testimonio de los días primigenios cuando los cimientos de la urbe fueron establecidos. Es el marco cero, el núcleo original que sigue latiendo con la energía de aquellos que una vez imaginaron un lugar para vivir, trabajar y soñar. Este espacio se convierte en un faro en el tiempo, un punto de referencia que nos conecta con el pasado y proyecta luz hacia el futuro.
La poesía de Charles Baudelaire (1869) y las novelas de Carlos Ruiz Zafón (2001), capturan la esencia de la ciudad como un paisaje lleno de contrastes yuxtapuestos que encuentran su resonancia en los centros urbanos. Estos lugares no son meramente funcionales; son espacios donde la inten-
sidad de la diversidad arquitectónica y cultural crea una paleta rica y amplia de experiencias que estimulan los sentidos y enriquecen la vida cotidiana. En esa danza poética de la vida urbana, los centros de las ciudades, en palabras de Gaston Bachelard (1994), son los “epicentros poéticos” donde las narrativas se entrelazan y se expresan a través de la arquitectura, la cultura y la interacción humana.
Cada ciudad tiene su propia y única identidad que se refleja en sus calles, plazas y edificios. Es en el centro donde esta identidad se manifiesta de manera más palpable, donde los ciudadanos dan vida a su cultura, donde las tradiciones se enlazan con la modernidad, creando un mosaico diverso y vibrante de experiencias, dinámic as y situaciones. Los centros de las ciudades se revelan como núcleos burbujeantes, donde la vitalidad, la intensidad y la concentración de dinámicas y experiencias convergen en un baile urbano inigualable (Sennett, 1992). Este espacio es un escenario donde se definen los patrones que distinguen a una ciudad de otra.
Como Walter Benjamin (2006) sugería, la ciudad es un libro de piedra, y cada página es una oportunidad para descubrir la riqueza de su narrativa. Al sumergirnos en la esencia de estos centros urbanos, nos encontramos con un viaje a través de los sentidos. Las calles resuenan con la música del movimiento, donde cada paso es una nota que contribuye a esa sinfonía urbana. La arquitectura, como una composición melódica edificada, nos invita a leer entre líneas, a interpretar las formas y estructuras que nos cuentan detalladamente la historia de la ciudad.
Al fi nal nos percatamos que el centro urbano es un hogar emocional, un refugio para las historias que nos han precedido y un lienzo en blanco donde nuestras propias experiencias se entrelazan con las de aquellos que nos anteceden y aquellos que nos segui rán. En el corazón de la ciudad, es donde encontramos la esencia misma de nuestra humanidad, la capacidad de crear, recordar y desear.
En el corazón de cada ciudad existe un tesoro oculto que pulsa con vida, una narrativa que se teje con los hilos del tiempo y el espacio. Nos aventuramos a descubrir el alma de las ciudades, a explorar el misterio que se esconde en sus centros urbanos, donde la esencia de nuestra historia se encuentra con la modernidad en un abrazo trascendental.
El rescate de los Centros
La conexión emocional con el centro se manifi esta en el diseño cuidadoso de espacios que invitan a la contemplación y la interacción. Un jardín en el corazón de un edificio, una plaza que acoge a los transeúntes con brazos abiertos son manifestaciones de la importancia de cultivar un centro que no solo cumple una función física, sino que nutre el alma de quienes lo experimentan. La arquitectura de los centros urbanos, en palabras de Sullivan (1896), es la expresión material de la función interna y externa de una construcción social. Es en el cent ro de la ciudad, que esta expresión arquitectónica se convierte en la partitura de una sinfonía urbana, donde la forma y la función de diversos tiempos bailan juntas en esa plataforma de una danza armónica que da vida al espacio.
No podemos dejar de notar la importancia del patrimonio material e inmaterial, esa riqueza tangible e intangible que se combina y es el alma de la ciudad. Las canciones que flotan en el aire, los edificios, las historias contadas por los ancianos, las festividades que llenan las plazas de risas y color, las galerías, las manifestaciones y las luchas, todo esto es parte de la identidad que define un centro urbano. Es un recordatorio de que la ciudad no solo está hecha de ladrillos y mortero, sino también de las historias que se comparten de generación en generación, de las creencias que dan forma a las comunidades y de los rituales que celebran la vida.
Sandra Jatahy Pesavento (2008), en su enfoque sobre la historia urbana, destaca la importancia de las centralidades como reflejo de procesos históricos y cambios sociales. Desde esta perspectiva, los centros urbanos se erigen como puntos de convergencia que encapsulan la memoria colectiva de una sociedad. El acto de construir y preservar los centros no solo responde a necesidades prácticas, sino que también se convierte en un medio para preservar la identidad y la continuidad cultural a lo largo del tiempo.
Manuel Delgado (2004), en su análisis sociológico de la ciudad, explora la dimensión simbólica de los centros. En sus obras, destaca cómo estas áreas centrales no solo son lugares físicos, sino también nodos de significado social y cultural. Desde esta perspectiva, se convierten en escenarios de encuentro, expresión y representación de la diversidad de una sociedad. Buscamos estos centros urbanos porque son espacios donde se construyen y negocian significados compartidos.
Sin embargo, en la contemporaneidad, nos enfrentamos a desafíos adicionales. La preservación de los centros urbanos se convierte en una tarea urgente, una búsqueda de lo que queda, lo que se ve, lo que se sabe que existió y lo que se duda o sospecha que fue. La ciudad se vuelve un palimpsesto, acumulando capas de tiempo, formas, usos y significados. Es necesario desentrañar estas capas, descender a los subterráneos del tiempo, desvelar lo que se oculta bajo la superficie del espacio urbano.
En este proceso, nos encontramos con el patrimonio visible que se presenta ante nosotros en el espacio del centro urbano. Cada edificio, cada calle, cada plaza, cuenta una historia que espera ser contada. La arquitectura de la Ciudad se convierte en una forma de expresión, una melodía que resuena silenciosamente, una biblioteca abierta que nos invita a leer entre sus muros. La ciudad se convierte en un diálogo entre épocas, un testimonio de la permanencia y el cambio a lo largo del tiempo.
Pero no todo es visible a simple vista. Las capas más profundas de la ciudad que se ocultan a nuestros ojos tam bién claman por ser descubiertas. La ciudad, como un poema, espera a ser leída en su totalidad, desde sus versos más visibles hasta aque llos que se esconden entre las líneas de la historia revelando lo s secretos de esas imágenes desgastadas por el tiempo y relatos que ha n quedado en el olvido.
La preservación de los centros urbanos se conviert e en una responsabilidad colectiva, una tarea que va más allá de la conservación de edificios y monumentos. Es un acto de ciudadanía, un compromiso con la memoria de la ciudad, un esfuerzo por guardar y transmitir la identidad que se ha construido a lo l argo de los años. En un mundo donde la homogeneización y “pasteurización ” (Do Amaral e Silva, 2011) amenazan con borrar las diferencias en tre las ciudades, la preservación se convierte en un acto de resisten cia y rebeldía, una afirmación de la diversidad y singularidad de cada urbe.
Pero la preservación no es simplemente mirar hacia atrás; también es mirar hacia adelante. ¿Cómo podemos revitalizar los centros urbanos, darles nuevas funciones y significados contemporáneos? ¿Cómo podemos evitar que se conviertan en meros espacios de consumo, desprovistos de vida y habitantes reales? Estas son las preguntas que nos desafían en el presente, llamándonos a encontrar soluciones creativas, sensatas y pertinentes para asegurar la continuidad de los centros urbanos como corazones palpitantes de nuestras ciudades.
[Figura 4]
François Ascher, en sus reflexiones sobre la ciudad contemporánea, destaca la necesidad de flexibilidad y adaptabilidad en el diseño urbano. Los centros, según el autor, deben ser lugares que evolucionen con las cambiantes demandas sociales y económicas de la población, lugares que puedan ajustarse a las transformaciones constantes de lo local y también de lo global.
Asimismo, en la concepción de Rem Koolhaas (1978), el centro urbano debe convertirse en un espacio dinámico, donde la versatilidad y adaptabilidad son fundamentales para mantener su relevancia en el tejido urbano. Los centros urbanos, como entidades complejas y cambiantes, se erigen como lugares donde la intensidad no solo está en la fisonomía física, sino en la capacidad de adaptación y transformación constante. Estos núcleos efervescentes no temen su evolución para mantener su relevancia en la dinámica contemporánea.
Nos encontramos frente a esos desafíos contemporáneos de preservación, frente a la búsqueda de nuevas funciones culturales para varios edificios que deberían ser, no solo preservados, sino restaurados. Es fundamental que nos unamos en la lucha contra la transformación de los centros urbanos en meros parques temáticos dedicados al turismo y a la recreación de habitantes líquidos (Bauman, 2001; Lipovetsky, 1987). Estos desafíos nos recuerdan que la preservación no es una tarea estática, sino un proceso dinámico que requiere adaptación y creatividad constante que manifieste el espíritu de sus habitantes.
La reactivación de los centros urbanos se convierte en una misión crucial, una oportunidad para devolverles la vitalidad que merecen. La cultura, el arte, la convivencia y la humanización de estos espacios se presentan como antídotos contra la amenaza de la uniformidad. Esta preservación no debe ser un acto nostálgico, sino una visión audaz del futuro, donde los centros urbanos no solo conserven su historia, sino que también escriban nuevos capítulos de sus ciudadanos.
Este viaje por el corazón de las ciudades nos lleva a reflexionar sobre la cuestión más profunda y fundamental: ¿Por qué preservar y revitalizar los centros urbanos? La respuesta yace en la esencia de la ciudadanía y en su derecho. Recordar, evocar y preservar la memoria de una ciudad no es solo un acto de amor por el pasado, sino también un compromiso con el presente y el futuro. Es afirmar que cada ciudad tiene una historia que merece ser contada, que cada edificio tiene una voz que espera ser escuchada y que cada plaza tiene un alma que anhela ser vivida. Tener las raíces fuertes para no caer ante la adversidad de los nuevos tiempos.
En cada paso que damos por el centro urbano, estamos escribiendo nuestra propia historia en el libro de la ciudad. Somos los protagonistas de esta odisea urbana, los exploradores de un mundo que se revela a aquellos dispuestos a mirar más allá de la superficie. La ciudad, con sus callejones estrechos y plazas bulliciosas, nos invita a perdernos y encontrarnos, a enfrentar nuestra esencia con valentía y a abrazar la diversidad que la hace única.
Así, en el alma de las ciudades, descubrimos un ll amado a la acción. No solo para preservar y revitalizar, sino también para participar activamente en la creación de la historia de la ciu dad. Cada uno de nosotros es un actor y constructor del presente y un guardián del pasado. En nuestras manos está la responsabilidad de tejer los hilos de la ciudad, de contribuir a su narrativa y de ser vigilantes de su memoria.
El espacio público como Centro
El centro es el punto de partida de aglomeración u rbana y es donde se desarrollan las actividades principales de la ciudad y por tanto donde se desarrollan los mayores grados de sociabilidad. En este sentido, y en palabras de Hassenpflug, “El centro debe ser un palco público. Él es (o reclama ser) ESPACIO PÚBLICO, esto es espacio accesible para todos, para ricos y pobres, jóvenes y viejos, nativos y extranjeros.” (2016, s/p).
En palabras de Borja (1996), la vida en espacios p úblicos resuena con la noción de que los centros urbanos son plataformas donde se despliega la interacción humana. Calles transitadas, plazas llenas de vida y parques que respiran encuentros dan forma a estos núcleos efervescentes, donde la intensidad de las conexiones humanas se convierte en el pulso vital de la ciudad y en una composición poética que refleja su identidad única.
Esto no signifi ca que cada edifi cio del centro deb e ser de tenencia pública, pero su estructura, su esqueleto deben ser públicos. En palabras de Solà-Morales “La importancia del espacio público no está, seguramente, en ser más o menos extenso, cuantitativa mente dominante o protagonista simbólico, sino en referir entre sí los espacios privados haciendo de ellos, también, patrimonio colectivo. Dar el carácter urbano, público, a los edificios y lugares que sin él serían solo privados, esa es la función de los espacios públicos; urbanizar lo priv ado: es decir, convertirlo en parte de lo público.” (1992, s/p)
En este contexto es fundamental que las articulaciones entre el sistema de espacios públicos y de los centros en diferentes escalas sean estrechos e indisolubles (Christaller, 1933). Los espacios públicos al igual que los centros tienen el inmenso potencial de dar mayor permanencia a la estructura de la ciudad. Son solo los espacios públicos los que consiguen consolidar significados colectivos y conectar los cambios de la vida urbana a lo largo del tiempo. En resumen, la ciudad debe ser pensada desde la configuración de sus espacios públicos para que, de esa manera, podamos conformar centros con esa estructura y con ese espíritu colectivo.
Sin embargo, en el renacimiento contemporáneo del centro, como centro especializado: centros residenciales, centros comerciales, centros logísticos, centros tecnológicos, etc., la heterogeneidad es prácticamente imposible. No se trata solamente de matar la calle como espacio público por defecto, sino de matar la multitud, eliminar la mezcla democrática. El nuevo centro está diseñado para asegurar un perfecto continuo de trabajo, consumo de recreación de la clase media “[...] aislado de las desagradables calles de la ciudad”. (Davis, 1990).
Las tendencias de negación entre la relación del c entro como espacio público deben ser evaluadas en los proyectos de ciudad. Sin duda las ciudades contemporáneas son mucho más comp lejas que las ciudades tradicionales, pero es justamente por eso que es necesario fortalecer los centros desde su esencia democrática y colectiva. Una ciudad sin espacios públicos terminará siendo una ciudad de parques temáticos articulados por un cordón viario, donde toda actividad humana estará siendo vigilada desde un panóptico para no salir de ese orden artificial zonificado y esterilizado.
La especialización, fragmentación y la poca variedad social en estos centros especializados (y privados) contemporáneos promueven un bajo grado de urbanidad y vitalidad de la ciudad. La vitalidad tiene como base a la diversidad, concentración e intensidad de formas, usos, usuarios, horarios, situaciones, dinámicas, actividades e intercambios. Un centro urbano sin vitalidad no será un ancla a nuestro pasado, a nuestra cultura, a nuestras identidades, a NUESTRO CENTRO.
El viaje hacia el Centro continúa
La búsqueda del centro no es solo un viaje académico e intelectual, sino también emocional y nos lleva a descubrir la verdadera naturaleza de nuestro ser. Es un recordatorio apasionante de que, en el corazón de nuestra existencia, encontramos no solo respuestas, sino también la belleza de la búsqueda misma. En este viaje, descubrimos que el centro no es solo un destino, sino un caminar continuo de autodescubrimiento y conexión con el todo que nos rodea. El centro no es solo un hecho, es un fenómeno en constante transformación que nos involucra y modifica constantemente.
Al regresar a la imagen del alfarero y su torno, descubrimos que esta metáfora no es solo ornamental en este viaje, sino la esencia misma de la comprensión del Centro. La arcilla, moldeada por la maestría del alfarero, simboliza nuestra propia capacidad para encontrarnos con la esencia de nuestras vidas. En cada giro del torno, hallamos la oportunidad de revelar nuevas capas de nuestra verdadera naturaleza, un proceso poético que nos conecta con la esencia de nuestro ser, con nuestros ancestros y con nuestros hijos.
El centro es el eco de la conexión entre los seres humanos y su creación, una huella que queda impresa en cada esquina y en cada balcón. El centro simboliza esa inevitable unión entre la humanidad y su obra, donde su cultura y sus espíritus se materializan e inmortalizan en una obra maestra con toda su complejidad, todos sus misterios y todos sus secretos: LA CIUDAD.
Volviendo a la primera persona (y me disculpo nuev amente por ello), entiendo ahora que puedo aportar positivamente de diversas maneras en la construcción incesante del centro de mi ciudad. Espero con ello una transformación firme y sincera tanto en él como en mí misma. Así, mi hija podrá descubrir un hermoso centro al cual transformar y al cual entregarse para también recibir esos impulsos silen ciosos para su propio crecimiento y evolución arraigados en su cultura.
Vuelven a mi cabeza las palabras de mi madre “debe s encontrar el centro” y ahora entiendo que este viaje al centr o de la ciudad, al cual intuitiva y apasionadamente me he dedicado por más de veinte años, me está enseñando, también y poco a poco, a descubrir cuál es mi propósito, cuál es MI CENTRO.
Referencias
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Agradecimientos
Miembros del directorio CAE-P
(2023-2025)
Arq. María Samaniego Ponce, Presidenta
Arq. Yadhira Álvarez Castellanos, Primer Vocal Principal Directorio
Arq. Diego Salazar Lozada, Segundo Vocal Principal Directorio
Arq. Lucia Vásconez Cordovez, Tercer Vocal Principal Directorio
Arq. Juan Ordoñez Cordero, Cuarto Vocal Principal Directorio
Arq. Diego Ordóñez Holguín, Quinto Vocal Principal Directorio
Arq. Rosa Elena Donoso Gómez, Sexto Vocal Principal Directorio
Arq. Mario Cueva Orna, Primer Vocal Suplente Directorio
Arq. Verónica Abril Cruz, Segundo Vocal Suplente Directorio
Arq. Bernardo Bustamante Patiño, Tercer Vocal Suplente Directorio
Arq. Francisco Mejía, Cuarto Vocal Suplente Directorio
Arq. Carolina Proaño, Quinto Vocal Suplente Directorio
Arq. Carlos Hidalgo, Sexto Vocal Suplente Directorio
Arq. Juan Rodríguez, Administrador
Arq. Aura Esther Arellano García, Secretaria Provincial Dr. Arturo Moscoso, Síndico
Miembros del directorio Museo Archivo de Arquitectura de Quito (2023-2025)
Arq. María Samaniego Ponce - Presidente en funciones del CAE-P
Arq. Pablo Moreira Viteri - Ex Presidente del CAE-P 2019-2021
Arq. Yadhira Álvarez Castellanos – Vocal de Directorio delegada al MAE
Arq. Diego Salazar Lozada – Representante de los Ex Presidente
Arq. Francisco Mejía – Vocal de Directorio en funciones delegado al MAE
Lic. Bernarda Ycaza - Directora del MAE
Arq. Natalia Brener
Arq. Pablo Moreira
Arq. Diana Wiesner
Arq. Jaime Vásconez
Lic. Bernarda Ycaza
Arq. Aura Esther Arellano
Arq. Juan Rodríguez
Arq. María José Valencia
Arq. Génesis Guanoluisa
Equipo administrativo CAE-P