Lector Tabacalero Manual

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Manuel Aguirre era el mejor torcedor de tabacos en la Cuba de 1865. Sus Habanos estaban tan bien torcidos que era fácil distinguirlos de los demás e incluso era fácil distinguir si él se había levantado de mal o buen animo. Popularmente decían que la habilidad de sus manos era fruto de un ritual santero, que le habían practicado cuando era niño. Otros atribuían su habilidad a que tocaba tambores, o a la tradición tabacalera de su familia, o a miles de cosas. Desafortunadamente, el tiempo actúa sobre todo y tan bien lo hizo sobre sus manos, hasta que voluntariamente el viejo Aguirre acepto que no podía ser más un torcedor. Justamente ese día; el peor para Manuel se convertiría en el mejor día para un nuevo oficio. En medio de la tristeza el dueño de la plantación le dijo ante su despedida: Aquí, hoy, no vamos a perder nada, contigo solo hemos ganado jóvenes apasionados que quieren dejar su huella en un tabaco de la manera en que tú lo hacías, ahora la persona que tú eres no se puede alejar de este lugar, lo que tú hacías debe seguir siendo inspiración y eso, lo sienten los jóvenes simplemente con verte, por lo cual en la cabecera de la mesa de torcido, tú te sientas a ver que hacen los demás y por esto seguirás recibiendo tu salario.


Al día siguiente el 29 de abril de 1865 don Manuel fue a ocupar su puesto en la cabecera y paso el día más aburrido, inútil e indigno de su vida y prometió que no volvería a la tabacalera jamás. Su esposa le dijo-anda prueba un día más a ver que pasa, llévate a tu nieto que te haga compañía y tú lo entretienes leyéndole un libroAl día siguiente con nada de ganas y tomado de la mano por su nieto, fue a ocupar la cabecera. Se sentó y le leyó el cuento a su nieto y al terminar se dio cuenta que algunos torcedores habían reído y esperado el final del cuento tanto como su nieto. Ese día se dio inicio a uno de los oficios más hermosos, el oficio de lector de tabacalera y había sido inventado sin querer por Manuel Aguirre y su nieto. De ahí en adelante el llevaría un libro y les leería con su tranquila voz de viejo y con la entonación de la experiencia, los mundos de los escritores. Su nieto lo acompañaba en las tardes y no parpadeaba o cerraba la boca, gracias a la maravillosa forma en que el abuelo Manuel convertía cada palabra en música, marcando el compás de lectura al golpear con el dedo índice de su mano izquierda la mesa. Un día, mientras leía “Una hoja en la tormenta” de Ling Yutang y relataba los horrores cometidos por los japoneses en su invasión a China: “Los aldeanos de los alrededores de Chapei vivieron meses enteros bajo una granizada de balas sin abandonar sus hogares. Pero jamás, hasta ahora habían visto ojos humanos a soldados que, riéndose, arrojaban un bebe al aire y lo recibían hábilmente en sus bayonetas al caer, y llamaban a eso un deporte” ese día no sólo Manuel lloro al leer esto sino también la mayoría de los torcedores que dejaron caer unas lagrimas sobre la hojas de tabaco. Cuentan que ese lote de tabacos llenaba de una extraña melancolía a quienes los fumaban.


Esto no solo llenó de fama sobre el mejor torcedor de la historia a don Manuel sino que también lo convirtió en un lector que podía cambiar la materia de las hojas de tabaco a través de quienes las manejaban, algo incomparable para cualquiera de las marcas de Habanos que ahora querían tener lectores tan increíbles como don Manuel en sus tabacaleras. La vida transcurría ahora mejor que nunca para los torcedores que esperaban cada día con ansiedad las páginas leídas melodiosamente por don Manuel, que entre expresiones de risa, tristeza, misterio y dolor eran vividas con increíble realidad gracias a los detalles, la entonación y a todas las cosas que teatralmente el manejaba; como por ejemplo, las pausas o silencios que le agregaban dramatismo a las situaciones. Aunque en ocasiones estos silencios terminaban en suaves ronquidos de Don Manuel que se quedaba dormido justo cuando se desenredaba la intriga. Con los años su estilo fue decayendo y llenándose de interrupciones, en una ocasión mientras leía “El corazón delator” de Edgard Allan Poe y llegaba a la parte final donde el misterio se descubría: -¡Basta ya de fingir, malvados! -aullé-. ¡Confieso que…- le dio un increíble ataque de tos que no le permitió terminar el cuento y todos se quedaron sin saber hasta su regreso tres días después cual era el final de ese cuento de terror.



Finalmente todos incluyéndolo a él llegaron a la conclusión que los años pesaban tanto como los libros y que era la hora de pensionar al creador y máximo lector de los lectores de tabacalera. Pero reemplazarlo era casi imposible, nadie podría hacerlo igual o mejor que él. Así es que encargaron a la creciente e innovativa tecnología Rusa la producción de algo desconocido hasta el momento que llamaban robot. El cual no envejecería o cometería errores y en cambio si entretendría a los torcedores con una lectura sólida, rítmica y veloz que redundaría en un aumento de la producción. El increíble robot era un lector de tarjetas perforadas que buscaba imitar un libro en su forma, con un par de bocinas por donde salía el sonido. Parecía un engendro, pero no importaba si hacia bien el trabajo de lector. Las cosas comenzaron mal desde el primer día cuando intentaron poner el artefacto sobre la cabecera de la mesa y algo hacia que quedara desnivelado y por lo tanto no funcionara correctamente. El robot se trababa al pasar las páginas y repetía tortuosamente la última palabra de la página. La causa de este problema era un legado del viejo Manuel; un pequeño hueco que con el tiempo se había hecho donde él golpeaba con su dedo la mesa para llevar el ritmo de la lectura. Muchos recordaron con melancolía el sonido del golpecito repetitivo sobre la mesa. Después de rellenar este hueco con macilla, el robot quedo perfectamente nivelado y comenzó a funcionar, estaban realmente fascinados con esa máquina, que leía sin ninguna interrupción y sin acento montuno.



Al cabo de un mes, el robot funcionaba a la perfección y la producción había aumentado notablemente, pero los controladores de calidad sentían que la calidad era un tanto más baja de lo normal. Temiendo que esta baja de calidad fuera producida por algún problema en el robot, realizaron una encuesta entre los trabajadores para identificar el problema. Vagamente y sin tener una respuesta clara, la conclusión fue que el robot era muy bueno pero le hacia falta algo, que no podían identificar. Los cambios en el robot debieron venir y los ingenieros, estudiaron más a fondo las técnicas de un buen lector. Aplicando su nuevo conocimiento a una versión más avanzada, que tendría la capacidad de interpretar los espacios entre palabras como silencios emotivos. Las pausas y la lectura eran tan aburridoras que algunos se quedaban dormidos sobre la hojas y otros en vez de estar más tranquilos y felices se desesperaban y tensionaban con los silencios de las lecturas.



Nuevamente y retándose al máximo para imitar el secreto de las cosas buenas de don Manuel los técnicos se vieron obligados a realizarle cambios más profundos al robot, que no sólo interpretaba los silencios sino que tenia una gran base de datos de palabras que deberían tener una entonación diferente para darle mayor intención a los textos y por lo tanto al trabajo de los torcedores. El robot en su tercera fase fue llevado como lo último de la robótica rusa que sin duda era impresionante, parecía casi magia todo lo que podía hacer. Tenía un brazo que pasaba las páginas para hacerles recordar el sonido del lento pasar de las hojas que hacia don Manuel, También sus ojos se movían siguiendo la lectura y habían creado un sonido para suspirar al llegar al final del libro. Incluso de sus ojos salían algunas lágrimas si se detectaba la palabra “lágrima” en el texto leído.


Los torcedores estaban realmente impresionados con el nuevo robot que podía hacer miles de cosas igual y mejor que cualquier lector, trabajaba sin cesar día tras día, sin parar a tomarse un tinto, sin pararse al baño, sin carraspear, no se saltaba páginas, no incluía dentro de los textos comentarios o historias personales. Todos parecían disfrutar del nuevo robot, pero tanto los controladores de calidad como los seleccionadores coincidían en que algo seguía estando mal en la producción, es decir estaba bien, pero no tenia propiedad, carecía de carácter, cuerpo y vitalidad. En fin era una producción como cualquiera, que simplemente cumplía. En conclusión el robot seguía careciendo de algo. Algo que se reflejaba en la producción del tabaco pero que nadie podía entender claramente que era. Después de varias tecnologías aplicadas a diferentes modelos de robots, llegaron a la conclusión que era un imposible tener lo que tenía don Manuel, nadie le ponía aquella increíble entonación, aquella musicalidad, aquel sentimiento, que les hacia sentir que esas historias eran vividas por ellos mismos, alejándolos de su vida cotidiana, transportándolos a otro mundo.




Al parecer el robot lo hacia todo, al parecer tenia todo lo que los mejores lectores podían tener. Pero al parecer los científicos habían omitido lo más importante, algo que solo tenemos los humanos y que don Manuel tenía para hacer cualquier oficio al que se enfrentaba; la pasión. Esa pasión que lo hizo ser el mejor torcedor de tabacos y después el mejor lector de la tabacalera. La pasión al oficio que lo hizo por iniciativa propia crear el oficio de lector, la pasión que lo hizo crear en cada libro un mundo para que todos disfrutaran de el. Finalmente creemos que lo que nos hace inigualables, es esa cualidad humana llamada pasión. Es complicada de definir pero fácil de sentir, transforma lo simple en increíble y lo difícil en una cadena incesante de lucha hasta lograr lo que se quiere.



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