“La razón por la cual rescaté a los niños tiene su origen en mi hogar, en mi infancia. Fui educada en la creencia de que una persona necesitada debe ser ayudada de corazón, sin mirar su religión o su nacionalidad.”
Irena Sendler
(1910-2008)
Cuando Alemania invadió el país en 1936, Irena era enfermera en el Departamento de Bienestar Social de Varsovia el cual llevaba los comedores comunitarios de la ciudad. Allí trabajó para aliviar el sufrimiento de miles de personas tanto judías como católicas. Gracias a ella, estos comedores no sólo proporcionaban comida para huérfanos, ancianos y pobres sino que además entregaban ropa, medicinas y dinero. En 1942 los nazis crearon un gueto en Varsovia, e Irena, horrorizada por las condiciones en que se vivía allí, se unió al Consejo para la Ayuda de los Judíos. Consiguió identificaciones de la Oficina Sanitaria, una de cuyas tareas era la lucha contra las enfermedades contagiosas. Más tarde obtuvo pases para otras colaboradoras. Como los alemanes invasores tenían miedo de que se desatara una epidemia de tifus, permitían que los polacos controlan el recinto. Dentro del gueto, ayudaba en lo que podía a los judíos que estaban dentro, pero su mayor hazaña, por la que estaba considerada como una heroína en su país, fue la de sacar a 2.500 niños. Lo hacía de las formas más inverosímiles. Luego los ocultaba en familias católicas o en conventos para evitar que acabaran en las cámaras de gas nazis. Para salvaguardar la seguridad de los niños y así poder devolverlos a sus familias cuando todo terminara, escondía sus nombres con sus nuevas identidades en botes de conservas que enterraba bajo un manzano cercano a su casa. Se ponía en contacto con las familias a las que ofrecía llevar a sus hijos fuera del gueto. Pero no les podía dar garantías de éxito. Pero de cualquier forma, lo único seguro era que los niños morirían si permanecían en él. Muchas madres y abuelas se negaban a entregar a sus hijos y nietos, algo comprensible pero que resultó fatal para ellos. Algunas veces, cuando Irena o sus chicas volvían a visitar a las familias para intentar hacerles cambiar de opinión, se encontraban con que todos habían sido llevados al tren que los conduciría a los campos de la muerte.
A lo largo de un año y medio, hasta la evacuación del gueto en el verano de 1942, consiguió rescatar a más de 2.500 niños por distintos caminos: comenzó a sacarlos en ambulancias como víctimas de tifus, pero pronto se valió de todo tipo de subterfugios que sirvieran para esconderlos: sacos, cestos de basura, cajas de herramientas, cargamentos de mercancías, bolsas de patatas, ataúdes... en sus manos cualquier elemento se transformaba en una vía de escape. Incluso utilizaba a sus perros para disuadir a los guardias en el registro de su material a la salida del gueto. El 20 de octubre de 1943, Irena fue detenida por la Gestapo y llevada a la prisión de Pawiak donde fue brutalmente torturada. En el colchón de paja de su celda, se encontró una estampa ajada de Jesucristo. La conservó en aquellos duros momentos de su vida, hasta el año 1979, en que se deshizo de ella y se la obsequió a Juan Pablo II. Irena era la única que sabía los nombres y las direcciones de las familias que albergaban a los niños judíos; soportó la tortura salvaguardando a sus colaboradores y a los niños ocultos. Le rompieron los pies y las piernas, sin embargo nadie pudo romper su silencio. Así que fue sentenciada a muerte. Una sentencia que nunca se cumplió, porque camino del lugar de la ejecución, el soldado que la llevaba, la dejó escapar. La resistencia le había sobornado porque no querían que Irena muriese con el secreto de la ubicación de los niños. Todo esto no le apartó de su objetivo principal: “salvar vidas” y continuó trabajando con otra identidad hasta que acabó la guerra. A partir de entonces, se encargó de la supervisión de orfanatos y asilos en Varsovia. Pese a todo, su historia fue tapada por 40 años de régimen comunista, hasta que un grupo de estudiantes estadounidenses la descubrieron y la difundieron a todo el mundo. Apareciendo su historia en un periódico, acompañada de fotos la época, fue entonces cuando varias personas empezaron a llamarla para decirle:
“Recuerdo tu cara... soy uno de esos niños. Te debo mi vida, mi presente y mi futuro. Y quisiera verte...”
Como era de esperar, la historia llamó la atención de Hollywood, donde se rodó una película: “El valiente corazón de Irena Sendler”. Al fin llegó el reconocimiento y el memorial israelí del Holocausto, el Yad Vashem, le concedió en 1965 el título de “Justa entre las Naciones”, que otorga a los gentiles que contribuyeron a salvar a judíos.