[ Letras ] DE CAMBIO
SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN | NUEVA ÉPOCA | COORDINADOR: VÍCTOR RODRÍGUEZ MÉNDEZ | 7 DE ENERO DE 2017 |
Recalentado literario Siete autores clásicos en su propia tinta | PAG. 2
¡Aguas con los magos! CARTAS APÓCRIFAS POR ESTEBAN MARTÍNEZ | PAG. 4
Calculador A LA SAZÓN POR NETZAHUALCÓYOTL ÁVALOS ROSAS | PAG. 8
Una noche de copas NARRATIVA POR FRANCISCO JAVIER LARIOS MEDINA | PAG. 5
Hace 50 años
En la memoria
Viaje al cine de 1967
POESÍA POR ELENA GARRO | PAG. 6
CINE POR SYLVAIN PROVILLARD | PAG. 7
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Recalentado literario Siete autores clásicos en su propia tinta No existe esa cosa llamada “novela” POR VIRGINIA WOOLF Si existiera en Inglaterra, como sucede en Francia, una Academia de las Letras con autoridad para decidir cuestiones controvertidas, quien escribe llamaría inmediatamente su atención sobre el estado caótico de la narrativa. Durante trescientos años el cerebro humano ha estado dedicándose con gran vigor y fecundidad a escribir novelas, y ello ha dado lugar a los tipos más diversos. Proust, Kipling, De La Mare, Elinor Glyn, Hardy y Wells son todos novelistas, pero sus libros difieren tanto como un galgo de un bulldog. La mente humana es tan sugestionable que esta repetición de la misma palabra causa un daño considerable. El lector llega a la conclusión de que, dado que estas variedades de libros tienen el mismo nombre, tienen que ser de la misma naturaleza. En algún lugar en lo hondo de su mente hay una forma vaga llamada “novela” a la que, a menudo con gran pérdida de tiempo y esfuerzo, trata de ajustar el espécimen que tiene delante. A menudo es extremadamente injusto. Un ejemplo notable lo ha proporcionado recientemente William Clissold, de Wells. El libro ha sido condenado mil veces no por este o aquel fallo sino porque no es “una novela”. Ya es hora de que este espectro imaginario pero todavía muy poderoso sea destruido. Y puesto que estamos sin legisladores, imploremos a los propios novelistas que vengan en nuestra ayuda. Cuando escriban una novela, que sean ellos quienes la definan. Que digan si han escrito una crónica, un documento, una narración o un sueño.
Virginia Woolf.
Älvaro Mutis.
Pues no existe esa cosa llamada “novela”. Virginia Woolf, ¿Qué es una novela? 27 de marzo de 1927
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Nostalgias de lector POR ÁLVARO MUTIS En la siempre postergada y siempre interrumpida tarea de poner un relativo y enigmático orden en mis libros, suelo encontrar, para alimento de mi nostalgia y razón de mis sueños, algunos cuya lectura nos formó para siempre y dejaron en nosotros ecos, sabores, escenas y personas que serán el cortejo siempre presente y siempre fiel que ha de acompañarnos hasta el último día. No hace mucho me sumergí de nuevo en el caos de mis libros por ordenar y quisiera dejar aquí constancia de algunos de esos hallazgos que nos suscitan la mezcla de nostalgia y dicha que mencionaba antes. Kim, de Rudyard Kipling, fue el primero. Una vez más viajé por la gran ruta que cruza la India y sentí los olores capitosos de las comidas saboreadas a la vera del camino, al caer la tarde. ¿Habrá, me pregunto, libro más hermoso sobre país alguno y que nos deje una imagen tan imperecedera y tan fiel de sus más secretas esencias? Lo dudo. Siempre que abro esta obra de Kipling para recorrer algunas de sus páginas, termino leyéndola por entero. ¿Cuántos adolescentes, cuántos adultos, la leen todavía? No creo que sea un libro para nuestros días. Malos días, entonces, ajenos a una delicia semejante. Cuatro tomos maltratados, pero aún con los emblemas de Saturnio Calleja, Editor, Barcelona, bien visibles en el lomo, me regresan a mis nueve años. Son Los hijos
del aire de Emilio Salgari. La nave movida por aire líquido que recorre la China, el Tibet, y parte de Siberia, con sus heroicos tripulantes en busca de aventuras, es una de las más vivas presencias de mis sueños de niño. Superior a toda la serie sobre Sandokán y sólo comparable en riqueza de imaginación y en misterioso exotismo escalofriante a La cimatarra de Buda, Los hijos del aire sigue siendo mi libro favorito del gran italiano que terminara sus días degollándose con su navaja de afeitar. Cae de pronto en mis manos la hermosa novela de George Eliot, El molino junto al Floss, uno de los libros favoritos de Marcel Proust y, a mi sentir, el modelo más perfecto de la tradición narrativa inglesa, la más sólida y rica de todos los tiempos, sin lugar a dudas. Un deseo, casi una urgencia de volver a leer el libro de la autora de Middlemarch, me lleva a ponerlo de lado junto a mis próximas lecturas. Tendrá que esperar un buen trecho, porque la mesa de noche sigue empedrada de buenas intenciones de relecturas inaplazables. Y, de pronto, me asalta, atenazante y sombría, la duda que fuera motivo para uno de los más bellos poemas de Borges y que, dicha en llana y desteñida prosa, vendría a preguntar: ¿cuántos libros amados se quedarán ya sin ser releídos? ¿Cuánta felicidad y cuánta mina de ensueño y aventura se han clausurado para siempre, sin que nosotros sepamos? Para curar de alguna manera tan penoso interrogante, más nos vale internarnos de nuevo y sin demora en las inteligentes y cáusticas páginas de Sainte-Beuve, remedio infalible para esta clase de nostálgicos achaques. Álvaro Mutis, Novedades, México. 29 de noviembre de 1980
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El tercer ojo POR JULIO CORTÁZAR Como ustedes pueden ver, para mí la idea de lo fantástico no significa solamente una ruptura con lo razonable y lo lógico o, en términos literarios y sobre todo de ciencia ficción, la representación de acontecimientos inimaginables dentro de un contexto cotidiano. Siempre he pensado que lo fantástico no aparece de una forma áspera y directa, ni es cortante, sino que más bien se presenta de una manera que podríamos llamar intersticial, que se desliza entre dos momentos o dos actos en el mecanismo binario típico de la razón humana a fin de permitirnos vislumbrar la posibilidad de una tercera frontera, de un tercer ojo, como tan significativamente aparece en ciertos textos orientales. Hay quien vive satisfecho en una dimensión binaria y prefiere pensar que lo fantástico no es más que una fabricación literaria; hay incluso escritores que sólo inventan temas fantásticos sin creer en modo alguno en ellos. En lo que a mí se refiere, lo que me
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es un silencio buscado, pero el silencio de la muerte es el que corta de tajo lo que pudo ser y nunca más va a poder ser, lo que no sabremos jamás. No sabremos nunca si Büchner hubiera sido más grande que Goethe o no; yo creo que sí, pero no lo sabremos nunca. No sabremos jamás que habría podido escribir Büchner a los 30 años. Y eso mismo se extiende en todo el planeta como una mancha, una enfermedad atroz que de alguna u otra manera pone en jaque nuestras costumbres, nuestras certezas más arraigadas.
Julio Cortázar.
Roberto Bolaño, entrevista con Eliseo Álvarez. Revista Turia, Teruel, junio de 2005
ha sido dado inventar en este terreno siempre se ha realizado con una sensación de nostalgia, la nostalgia de no ser capaz de abrir por completo las puertas que en tantas ocasiones he visto abiertas de par en par durante unos pocos fugaces segundos. En ese sentido la literatura ha cumplido y cumple una función que debiéramos agradecerle: la función de sacarnos por un momento de nuestras casillas habituales y mostrarnos, aunque sólo sea a través de otro, que quizá las cosas no finalicen en el punto en que nuestros hábitos mentales presuponen.
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Repartir sus tripas entre muchos personajes POR AMOZ OZ
Julio Cortázar, El estado actual de la narrativa en Hispanoamérica
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Los silencios literarios POR ROBERTO BOLAÑO El silencio de Rulfo creo que obedece a algo tan cotidiano, que explicarlo es perder el tiempo. Hay varias versiones. Una que explicaba Monterroso es que Rulfo tenía a su tío fulanito, que le contaba historias, y cuando le preguntaron por qué ya no escribía, él contestó porque se me murió el tío fulanito. Y yo me lo creo, además. Otra explicación es simple y sencilla, y es porque ya está, todo tiene fecha de caducidad. Por ejemplo, a mí me inquieta mucho más el silencio rimbaudiano que el silencio rulfiano. Rulfo deja de escribir porque él ya había escrito todo lo que quería escribir y, como se ve incapaz de escribir algo mejor, simplemente para. Rimbaud probablemente hubiera podido escribir algo mucho mejor, que ya es decir palabras muy altas, pero ése es un silencio que a los occidentales nos plantea preguntas. El silencio de Rulfo no plantea preguntas, es hasta un silencio entrañable, es cotidiano. Después del postre, ¿qué coño vas a comer? Hay un tercer silencio literario, que es el no buscado, el de las sombras que uno está seguro de que estaban allí en el umbral y que no han llegado a ser jamás hechos tangibles. Por ejemplo, está el silencio de Georg Büchner. Él muere a los 25 o a los 24 años, deja tres o cuatro obras de teatro que son cuatro obras maestras, una de ellas Woyzeck, una obra maestra absoluta, otra sobre la muerte de Danton, que es una obra maestra enorme, no absoluta pero notabilísima, y las otras dos, una se llama Leonce y Lena y la otra no me acuerdo, que son de una importancia fundamental. Todo esto antes de cumplir 25 años. ¿Qué hubiera pasado si Büchner no hubiera muerto, qué escritor hubiera habido ahí? Y este silencio no buscado es el silencio de…, no me atrevo a llamarlo destino…, es una manifestación de la impotencia. El silencio de la muerte es el peor de los silencios, porque el silencio rulfiano es un silencio aceptado y el rimbauldiano
Amoz Oz
Roberto Bolaño.
Otra historia a modo de digresión: me reclutaron como oficial subalterno en una división acorazada en el frente egipcio durante la guerra de los Seis Días de 1967. Yo era reservista, tenía unos treinta o veintimuchos años y todos nosotros, de profesiones variadas, no éramos solo jóvenes soldados. Pero estábamos en una división acorazada y la noche anterior al comienzo de la lucha nos sentamos en torno a un fuego de campamento intentando imaginar lo que iba a pasar. En algún momento, el general se unió a nosotros. El general Tal era el comandante en jefe del ejército israelí en la guerra del 67. Se hizo un silencio y él comenzó a compartir con nosotros algunas de sus ideas sobre la batalla inminente. Tras unas cuantas frases, un cabo anciano, rotundo y con anteojos, le interrumpió y preguntó: “Perdóneme, general, ¿ha leído alguna vez Guerra y Paz de Tolstói?”. El general dijo: “Claro que sí, vaya pregunta, la he leído muchas veces”. “Es consciente, general, de que está a punto de cometer el mismo error de concepto que, según Tolstói, cometieron los rusos en la batalla de Borodino?”. De inmediato el escuadrón por completo estaba inmerso en una feroz discusión a gritos sobre Tolstói, sobre estrategia, sobre literatura, sobre traducción, sobre todo, y todo el mundo gritaba a voz en cuello, llamándose perfecto idiota, incluidos el general y el cabo. Al final resultó que este último era profesor de literatura rusa en la Universidad de Tel Aviv. Pero el general tenía una titulación superior por la Universidad de Jerusalén. ¿Así que por qué no yo? Los israelíes discuten sin parar. Y además yo me levanto cada mañana, me doy un paseíto por el desierto, me hago una taza de café, me siento a mi mesa y comienzo a preguntarme: “¿Cómo me sentiría si fuera ella? ¿Cómo sería ponerme en la piel de él?”, algo que uno tiene que hacer si quiere escribir has-
ta los diálogos más sencillos: uno solo tiene que repartir, no ya su sentido de la lealtad, sino incluso sus tripas entre muchos personajes. Creo que fue D.H. Lawrence quien una vez dijo que, para escribir una novela, hay que ser capaz de refrendar docena y media de opiniones y sentimientos contradictorios y conflictivos con el mismo grado de convicción, vehemencia y fuerza interior. Así que tal vez esté algo mejor equipado que otros para entender, desde mi punto de vista judío israelí, cómo se siente un palestino desplazado, cómo se siente un árabe palestino a quien “alienígenas de otro planeta” le han arrebatado su patria, cómo se siente un colono israelí en Cisjordania. Sí, a veces me pongo en la piel de esa gente ulltraortodoxa. O al menos lo intento. Tal vez esto me cualifique para alzar la voz y criticar. Amos Oz, Sobre el goce de escribir y el compromiso. 17 de enero del 2001
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La generosidad de Tolstói POR EDITH WHARTON La fiesta con la que comienza Guerra y Paz es uno de los más brillantes ejemplos, en ficción, del difícil arte de “situar” a los principales actores en el capítulo inicial de lo que va a ser una novela excepcionalmente poblada. Seguramente, ningún lector olvidará -ni siquiera confundirá- a unos con otros en su llegada incesante a esa recepción trivial y gris en San Petersburgo; Tolstói, con gesto único y poderoso, reúne a todos los personajes principales y los pone en acción ante nuestros ojos. Muy distinto -aunque fuera, a su modo, igual de notable- del primer capítulo de Los hermanos Karamázov. En este primer capítulo Dostoievski coloca una serie de retratos sobre una pared en blanco, como en una galería: describe a todos los miembros de la familia Karamázov, uno tras otro, con precisión implacable e infernal introspección. Pero ahí se quedan, colgando en la pared. O de pie. El lector lo sabe todo de ellos porque se le ha dicho, pero no se le permite sorprenderlos en acción. La historia que nos cuentan sobre ellos comienza más tarde, mientras que en Guerra y Paz el primer párrafo conduce ya al grueso de la historia y cada una de sus frases y de sus gestos contienen ese movimiento lento de abanico que lo recorre todo y que solo Tolstói dominó.
Edith Wharton
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Muchas de estas novelas con gran densidad de personajes comienzan de modo más gradual -como La feria de las vanidades, por ejemplo- y van presentando sus personajes en ordenada sucesión. Naturalmente, el proceso es más simple y, en algunos casos, igual de eficaz. El paseo matutino del señor y la señora de Reynal y sus pequeños, en el primer capítulo de El rojo y el negro, hace sonar una nota portentosa, igual que el solitario desayuno del señor Pendennis. En términos generales, hay mucho que decir de una obertura tranquila en una novela concurrida: aunque tal vez el novelista prefiera lanzar a sus personajes a las tablas todos a la vez, con la generosidad de Tolstói. No hay norma fija en este sentido ni en ningún otro. En el arte de la ficción, cada método tiene que justificarse por sí mismo si quiere tener éxito. Pero para tener éxito, el método debe en primera instancia seguir el tema, debe encontrar su vía lo mejor posible, considerando las dificultades propias de cada situación. Edith Wharton, Escribir ficción.
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Una infinita mezcla de intenciones POR FRANZ KAFKA 20 de diciembre. La objeción de Max contra Dostoyevski: que hace aparecer a demasiados enfermos mentales. Completamente incierto. No son enfermos mentales. La expresión de la enfermedad no es más que un medio de caracterización y, además, un medio muy tenue y fecundo. Se debe repetir, por ejemplo, a una persona con la mayor obstinación que es simple e idiota y, si porta en su interior un núcleo “a la Dostoyevski”, será incitada a un rendimiento superior. Sus caracterizaciones a este respeto poseen a menudo el significado de insultos entre amigos. Si ellos se llaman “tonto”, no quieren decir que el otro sea realmente tonto y así degradar su amistad, sino que la mayoría de las veces se trata, cuando no de una simple broma, aunque también en este caso, de una infinita mezcla de intenciones. Así, por ejemplo, el padre de los Karamazov no es ningún loco, sino un hombre muy listo, casi al mismo nivel de Iván, aunque malvado, pero en todo caso mucho más astuto que el primo, tan indiscutible para el narrador, o el sobrino, que se siente superior a él. Franz Kafka, Diario. Textos tomados de https:// calledelorco.com/
Franz Kafka.
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¡Aguas con los magos! CARTAS APÓCRIFAS :: POR ESTEBAN MARTÍNEZ
L
omo la muerte, inevitable es este servidor para ustedes, confusos por contradictorios humanos, mas si no fuera por su servidor, muchísimo antes la humana criatura sería de la muerte después de sufrir inquietantes y dolorosos desórdenes de conducta y angustiosas alucinaciones, pero ahí está, para que eso no suceda, y felicidad del género humano, servidor del mismo, aunque eso, ese servicio, tiene un costo, la entrega de casi un tercio de sus vidas a este servidor, pues, repito, ese es el obligado, por necesario, requisito para que sigan siendo por un cierto tiempo más o menos largo, y en la duración de esos tiempos de sus vivires está la importancia de su servidor: el dormir, cuna de los sueños de todos los humanos, ya que “los hombres despiertos sólo tienen un mundo, pero los hombres dormidos tienen cada uno el suyo”, como dijo acertadamente (¿o no es así?) hace unos dos mil 500 años el filósofo griego Eráclito de Efeso, lo que explica en gran medida la intensa curiosidad y el interés que desde los más remotos tiempos tienen los humanos por sus sueños, sentimientos alimentados y robustecidos por el presentimiento de que los sueños eran adivinanzas que era preciso descubrir para la tranquilidad e incluso felicidad de los individuos y del grupo al que pertenecía, presentimiento aclarado y explicado en gran medida por la ciencia moderna. En esa globalidad en la que se mueve, estimado lector de la presente, no faltan y más bien sobran científicos, filósofos y estudiosos del tema, que coinciden en la idea de que los sueños llevaron al hombre prehistórico a crear y creer, en una segunda vida, situada más allá de la que vivían despiertos, lo que no habría podido concebir sin la aparición en sus sueños de los muertos, tanto de sus seres queridos como de sus congéneres a los que temió y odió, así como de sus temores provocados por animales o cosas reales y sus terrores imaginados, todo lo cual condujo a su mente primitiva, a su pensar no científico, repito, a crear y creer en otra vida, en los fantasmas y, probablemente, los dioses, con lo cual el soñar, entre otras cosas, ha contribuido en gran medida al existir de la metafísica, que tantos problemas ha causado y causa al pensar y al vivir de los humanos, hecho que no vamos a tratar en la presente. Su servidor pide que por favor tengan en
cuenta y no olviden que así como existen los sueños personales, igualmente, según C. G. Jung y sus seguidores, existen los sueños fundamentados y alimentados por el inconsciente colectivo, integrado el mismo por arquetipos simbólicos sedimentados y acumulados por las experiencias colectivas por la humanidad desde sus inicios; asimismo, existen los sueños provocados, utilizados en la medicina para el tratamiento de una serie de enfermedades del sistema nervioso. Teniendo en cuenta lo expuesto en el párrafo anterior y considerando los grandes avances logrados por ustedes, los humanos, sobre las estructuras y mecanismos de los sueños, este servidor dice y sostiene que es posible sembrar, o mejor dicho, provocar sueños en las masas, en el colectivo humano… y con ello manipular la conciencia y la voluntad de los individuos que la integran… y así llevar a las masas a acciones u objetivos determinados… puede que benéficos… pero también perjudiciales, incluso para las necesidades, los intereses y deseos de la masa, de los más… pero muy beneficiosos para los intereses y privilegios de la minoría que ha manipulado los sueños de los más. ¿Dije que tal hecho era posible? Pues tanto lo es que ya ha sido puesto en práctica en esa globalidad en la que se mueven sus principales ejecutores, los que bien pueden ser tenidos y denominados Los Magos de los sueños: los publicistas y los políticos… las manos diestras y siniestras principales de la visión empresarial de la historia, ideología del capitalismo privado, vertebrador y dirigente de la globalidad en la que viven. Por todo lo expuesto hasta aquí, este servidor de ustedes se permite decirles a los estimados lectores de la presente: ¡aguas con los magos de los sueños!, que se cuiden de la publicidad y de la propaganda política, pues bien puede darse el caso de que las mismas persigan nada más “dormirlos”, convertirlos en “tarugos” con los que alimentar el fuego con el que cocinan sus muy particulares intereses. Con el sincero deseo de que los reyes magos les hayan traído el regalo, por parte de la publicidad y la propaganda política, de sanas, buenas y honestas intenciones… ¿será eso posible?...con todo mi leal afecto. EL DORMIR
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CREACIÓN
Una noche de copas (El feliz encuentro de la musa-araña y el poeta cama-león) Francisco Javier Larios Medina Ahora sé que, una y otra vez, incesantemente, voy a parar a este callejón sin salida, para encontrarme con el mismo resultado, la posesión física. Y no me interesa la posesión física, sino el juego, como un Don Juan, el juego de la seducción, del enloquecimiento, de poseer a los hombres no sólo físicamente, sino también espiritualmente. Exijo más que las putas. Anäis Nin: Incesto. Diario amoroso.
L
o traté por primera y única vez una noche de viernes en conocido bar del Centro Histórico de la ciudad. Yo esperaba a unas amigas para celebrar la graduación de una de ellas: Carmen, quien había concluido sus estudios de literatura. Yo había desertado a media carrera de esa licenciatura, para cursar historia del arte en otra institución. Esa noche por razones que todavía no conozco ellas no llegaron a la cita. Tal vez me equivoqué de lugar, no lo sé. En la semipenumbra del bar se escuchaba la voz de José José como un susurro apenas audible. Él tomaba en la barra. Parecía un joven petulante a la caza de emociones intensas. Lo cierto es que aparentaba una edad que no tenía. Pulcramente vestido y de imagen bien cuidada. Era difícil adivinar si era un vendedor exitoso o un junior solitario. Después de veinte minutos de espera y al ver que no llegarían mis amigas, empecé a coquetearle. Primero de una forma discreta y luego ya descaradamente con la idea de no pasar esa noche plantada y sola. Por eso a la primera insinuación (pobre tonto, ingenuo charlatán…) él se acercó a la mesa y sin mayores preámbulos me espetó: “Hola, guapa. ¿Me permites acompañarte?”. Ni siquiera esperó la respuesta e inmediatamente se apoltronó como si estuviera en la sala de su departamento. “Me llamo Manuel del Postigo y soy escritor”. Me extendió la mano y apretó la mía como si necesitara ese recurso para confirmar lo que ya sentía una conquista segura. En seguida soltó un monólogo saturado de ególatras vanidades para impresionar a un auditorio colectivo que se reducía a una sola persona. Habló de su infinidad de viajes por el extranjero. Se jactó de haber convivido con múltiples personalidades de la vida artística internacional. Así llegó a escribir algunas canciones para Joan Manuel Serrat o a beber una botella de tinto en París con Julio Cortázar, mientras le sugería tal o cual tema para alguno de sus futuros cuentos. Yo no estaba impresionada, sino más bien divertida por aquel farsante, que con gran esfuerzo representaba su papel de artista de gran mundo. Des-
pués de todo, no era más que un pobre fantoche, intentando practicar torpemente las milenarias artes de la seducción por medio de la literatura y de la exageración sentimental. Lo único impresionante de “Manuel” era su mitomanía, que al parecer no tenía límites ni fronteras. Incluso llegó a ofrecerme en venta un cuadro de Alfredo Zalce que había desaparecido recientemente de una exposición. Dijo que era una verdadera ganga y que yo no debería dejar pasar esa oportunidad. Y todavía más, que me aceptaría se lo pagara en cómodas mensualidades. Jajajajaja, como si yo fuera una Leidy-ama de casa o distinguida clienta de tienda departamental. Después de varios tragos su personalidad cambió bruscamente y no es que estuviera del todo ebrio. Pareciera que el esfuerzo anterior lo hubiera agotado. Su rostro adquirió una sombría tristeza. Y los tonos lúgubres de las baladas transformaban su cara y saturaban la atmósfera de aquel antro de moda. (¡Qué triste fue decirnos adiós, cuando nos adorábamos más…!) Se lamentó de no tener una musa – atractiva, inteligente y hermosa como yo– que lo inspirara y que estuviera a la altura de su exigente poesía. Me pareció que ahora acudía a otra burda maniobra para llevarme a la cama. Mientras ingería otra cerveza se quejaba amargamente de la incomprensión de sus colegas y de los círculos literarios de la ciudad, tan pobres de espíritu y carentes de visión estética. ¡Tan, pero tan… provincianos! Al pedir la cuenta me contó la historia de su abuelita que había sido operada de las cataratas y necesitaba unos anteojos especiales que le costaban una buena lana. En eso andaba, pidiendo a sus conocidos el apoyo monetario y había entrado a ese bar para entrevistarse con un amigo que lo dejó plantado y desesperanzado. Con tono lastimero me suplicó que le ayudara y me pagaría posteriormente, agregando sin falta los respectivos intereses bancarios del caso. Además de mitómano el tipo era un hábil
“sableador” que dramatizaba con una destreza insuperable. Hipostación y mímica eran de una calidad insuperable. De haber contado con la propiedad de una empresa teatral yo lo habría contratado inmediatamente (Espera, aún la nave del olvido no ha partido…). Hubiera sido una muy buena inversión con ese experto heredero y admirador del gran Esquilo. Por eso es que, luego de beber su enésima cerveza, ya no supe si fingía o eran reales los síntomas de su borrachera. Hipaba con cierta regularidad mientras entornaba los ojos queriendo enfocar imágenes que quizá estaban nada más en su imaginación. Hasta que se desplomó totalmente en la mesa mientras seguía balbuceando –casi inconsciente- su monólogo interminable (Hoy quiero saborear mi dolor, no pido compasión ni piedad…). A la hora en que cerraban y nos echaron del bar tuve que cargarlo literalmente para llevarlo al hotel más cercano. Al desvestirlo intentó explicar algo sobre la inspiración, el trabajo y el oficio del poeta. Quiso citar algunos versos de Pablo Neruda y solamente pudo proferir algunas frases incoherentes: amor, marineros, niño de rodillas… isla negra, proas y mascarones… mujer de tinta verde… para terminar ridículamente desnudo de bruces en la cama llorando a moco y baba, la incomprensión del mundo para su grandiosa obra literaria. Yo fumaba mis cigarrillos, como un chino fuma su pipa de opio. Contemplando con delectación al cazador, convertido en presa ya cautiva. (Yo que fui tormenta, yo que fui tornado… soy un volcán apagado…) Seguían en mi cabeza sonando las letras lastimeras del Príncipe de la canción. De pronto mi galán descontinuado se puso cachondo y me pidió que le diera todo lo que un hombre necesita para olvidar su soledad. Caricias, besos y el catálogo completo de posesiones y posiciones imaginables. Exhausto perdió el sentido y la inconciencia lo llevó a soñar entre nubes de algodón color de rosa… Yo me sentía bien y con la moral del buen samaritano. La sucia madrugada empezaba a manchar de gris las vetustas fachadas de las casonas coloniales cuando dejé a “Manuel” durmiendo entre las suciedades de su cama y lo más profundo de su provisional felicidad. Salí de aquella atmósfera deprimente, pensando en que yo no necesitaba aplicar en la práctica los encantos de una mujer, sino solamente la caridad piadosa de un trasvesti para que aquel desgraciado gozara su más hermética, oculta y reprimida fantasía sexual.
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CREACIÓN
En la memoria Elena Garro En la memoria hay rastros de serpientes jeroglíficos trazados en jardines palabras secretas en la arena guedejas de caminos que se encuentran el porvenir escrito en signos y en el centro del laberinto tu nombre. En la memoria hay ventanas abiertas al perfil de la luna países minerales ramas de pájaros estrellas pegadas a los vidrios ardientes soles cayendo en la boca del infierno oscuros visitantes embozados en azufrosas capas el círculo de una falda roja y tus diez dedos inventando la tarde. En la memoria hay rejas y un brazo de mar azul y solitario abriéndolas, cerrándolas en un ir y venir de espumas. Un río que corre entre los muebles árboles adentro de una biblioteca unas palabras que navegan sobre las mesas de un café un puente abierto a los amantes y un caracol acumulando cantos en la playa. En la memoria avanzas alta marea en llamas y retrocedes sobre la arena quemada por tu paso. México, miércoles 22 de diciembre de 1954 Tomado de https://lalibretadeirmagallo.com/2016/09/12/seis-poemas-para-recordar-a-elena-garro/ El poema está incluido en el libro Cristales de tiempo (Universidad Autónoma de Nuevo León), compilación de la escritora y periodista Patricia Rosas Lopátegui.
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Viaje al cine de 1967 ENSAYO :: Hace 50 años el séptimo arte vivió uno de sus años más fértiles, eclécticos y creativos: del cine experimental al cine contestatario que anunciaba los movimientos sociales de 1968, dejando el legado de la Nueva Ola francesa, 1967 fue un año clave de la historia el cine. POR SYLVAIN PROVILLARD sprovillard@hotmail.com
A
provechando las típicas retrospectivas de fin de año, me preguntaba hace algunos días cuáles películas de este año iban a quedar para la posteridad: muchas veces no es tan sencillo darse cuenta del valor histórico, social y estético de una obra de arte, menos en el momento de su producción. Creo que mi lista personal para 2016 no rebasa las cuatro o cinco películas -claro me faltan muchas para ver y, dentro de ellas, espero secretamente que haya joyas escondidas. Sin embargo, si nos basamos en la selección del libro 1001 películas que hay que ver antes de morir, solamente cinco o seis películas por año han sido escogidas para representar al cine del siglo XXI. ¿Será ello sintomático de una crisis creativa en el séptimo arte o simplemente vinculado a la dificultad de hallar las obras trascendentes de nuestra época? Matemáticamente hablando, 1001 películas en 113 años nos dan un promedio de nueve películas por año; adivinen cuál fue, según el autor Steven Jay Schneider, la mejor generación: 1967, con veinte películas imprescindibles. La razón de tanta creatividad y diversidad es ante todo técnica: cámaras ligeras y silenciosas, película sensible y equipos de sonido portátiles permitían filmar en las calles a la luz del día y así reducir los costos de producción necesarios en los rodajes en estudios; los años 60 fueron, veinte años antes de la llegada de las cámaras de video, la primera democratización del cine. Una tecnología más accesible, además de la coyuntura de la época, fue lo que permitió el surgimiento de la Nueva Ola francesa, la cual influyó en el cine mundial. Este movimiento fue considerado como una descolonización cultural, o sea una liberación del yugo de los estandartes hollywoodenses: la Nova Vlná en Checoslovaquia, la Escuela polaca de cine, el Cinema Novo en Brasil, el cine experimental de Snow, Brakhage, Conner y Warhol, y el nuevo Hollywood, que empezó justamente con dos éxitos de 1967: Bonnie y Clyde de Arthur Penn y El graduado de Mike Nichols. La Nueva Ola también se vio reflejada en realizadores ya establecidos que produjeron algunas de sus mejores obras, o por lo menos sus obras más libres, en los años
60: Federico Fellini (Giulietta de los espíritus, 1965), Ingmar Bergman (Persona, 1966), Luis Buñuel (Bella de día, 1967) y Michelangelo Antonioni (Blow-up, deseo de una mañana de verano, Palma de Oro en 1967).
El adiós de dos genios 1967 empezó con una triste noticia: en los primeros días de enero se estrenó la última película dirigida por Charles Chaplin, Una condesa de Hong Kong. Triste noticia porque esta comedia romántica con Sophia Loren y Marlon Brando fue un fracaso tanto crítico como comercial, y también porque la frágil salud del genio no le permitió volver a realizar ninguna obra en los diez años que le quedaban por vivir. La buena noticia llegó de Francia con Jacques Tati (sin duda el único digno heredero del genio cómico de Chaplin), quien estrenó Playtime, obra maestra del cine burlesco, crítica social de los tiempos modernos y extraordinaria aventura visual en Tativille, una ciudad integralmente creada por el director galo para su película. El 15 de diciembre 1966 murió otro genio del séptimo arte: Walt Disney. Su testamento fílmico, El libro de la selva, se estrenó en 1967: la adaptación de la novela de Rudyard Kipling fue un éxito mundial que marcó, según muchos críticos, el fin de la edad dorada de los estudios Disney. Esta obra maestra del cine de animación volvió a la vida en 2016 con una nueva versión que tuvo un éxito similar al filme original. 50 años después de su muerte, la leyenda Disney está más viva que nunca.
cita como en esta película que cambió para siempre las representaciones eróticas en la pantalla grande. 1967 fue el año de la consagración para la actriz francesa que rodó también una cinta a los antípodas de Bella de día: Las señoritas de Rochefort es una comedia musical dirigida por Jacques Demy sobre la alegría de ser hermanas. Este filme, considerado como una de las películas más jubilosas de la historia del cine, terminó, en la vida real, con una tragedia cuando Françoise Dorléac, la hermana de Catherine Deneuve y coprotagonista de la cinta, murió en un accidente de coche a los 25 años. Mientras tanto, Jean-Luc Godard seguía su producción incontenible de obras maestras: en 1967 se estrenaron Dos o tres cosas que yo sé de ella, Week-end y La chinoise (La china), tres películas con una fuerte carga política. La primera, rodada como un falso documental, describe cómo una mujer parisina se prostituye para ganar dinero en una sociedad influenciada por el consumismo e impasible frente a la guerra de Vietnam; la prostitución se vuelve una metáfora del estado capitalista moderno. Week-end, con su famoso plano secuencia del embotellamiento, es una obra caótica que mezcla humor y violencia para satirizar nuevamente la sociedad de consumo. La chinoise pone en escena a estudiantes influenciados por el maoísmo (la Revolución Cultural china empieza en 1966), el marxismo y los movimientos de la izquierda francesa en 1967. Ya sabemos lo que ocurrió en París un año después.
Godard anuncia el mayo de París
Un viento de libertad en Europa del Este
Los años 60 fueron la época de oro del cine francés, y no solamente por los aportes de la Nueva Ola. En 1967 se estrenó El silencio de un hombre (Le samuraï) de Jean-Pierre Melville, historia de una asesino a sueldo amoral, asexual y metódico, interpretado de forma ascética y minimalista por Alain Delon. Su personaje, especie de maniquí encantador, nos recuerda al personaje de Catherine Deneuve en Bella de día, otra obra maestra producida en Francia en 1967. La libertad de tono de Luis Buñuel nunca ha sido tan explí-
El cine occidental logró infiltrarse del otro lado de la “cortina de hierro” a pesar de la censura y permitió el nacimiento de una generación de cineastas atrevidos. Una década después de la represión rusa de la Revolución húngara de 1956, Miklós Jancko realizó El rojo y el blanco, que, a pesar de ser una coproducción ruso-húngara, no fue exhibida en la Unión Soviética por el fuerte simbolismo nacional que expone. En Checoslovaquia, la sed de libertad se hacía presente en la sociedad y las artes: Milan Kundera publicó su primera no-
8 | LETRAS ~ CAMBIO DE MICHOACAN
SÁBADO 7 DE ENERO DE 2017
vela, La broma, sátira del estalinismo, un sistema que ha totalmente perdido y aniquilado el sentido del humor. En cuanto a cine, la Nueva Ola checoslovaca tuvo su apogeo en 1967: Miloš Forman dirigió El baile de los bomberos, su tercera y última obra rodada en su país natal, una satírica comedia negra sobre los males que corrompen a las sociedades de tipo soviético; František Vláèil realizó Marketa Lazarová, drama medieval considerado la mejor película checa de todos los tiempos por los críticos nacionales; con Trenes rigurosamente vigilados, Jiøí Menzel se llevó el Oscar a la Mejor Película extranjera. Un año después, el proceso de apertura política en Checoslovaquia fue aplastado por el Ejército rojo durante la Primavera de Praga.
El Nuevo Hollywood nace En 1967, el nuevo lenguaje cinematográfico creado por los autores de la Nueva Ola francesa empezó a influir Hollywood de forma duradera: en Bonnie and Clyde, la técnica del jump cut innovada en Sin aliento por Jean-Luc Godard, fue utilizada en esta lectura moderna de la historia de los amantes gánsteres. Ese mismo año se estrenó Who’s that knocking at my door?, una película de bajo presupuesto dirigida y protagonizada por dos jóvenes desconocidos llamados Martin Scorsese y Harvey Keitel. 1967 fue también la época del verano del amor en San Francisco, de las marchas contra la guerra de Vietnam y del movimiento por los derechos civiles. Sidney Poitier fue el actor que más representó el derecho de equidad para los afroamericanos, al protagonizar En el calor de la noche y, sobre todo, ¿Sabes quién viene a cenar?, comedia dramática sobre una joven que presenta a su novio negro ante sus padres conservadores. La nueva libertad creativa de los años 60 se manifestó en el cine experimental, sobre todo en Estados Unidos: Report de Bruce Conner y Wavelength de Michael Snow son dos obras de 1967 que nos muestran el nuevo uso que estos vanguardistas le dieron a la herramienta cinematográfica. En el cine de 1967 se filtra toda una época: éste fue el año de los sueños de libertad que todavía no estaban reprimidos, de las aspiraciones a un mundo más justo y de las revoluciones nacientes. Este mundo murió hace ya 50 años.
Calculador A LA SAZÓN :: POR NETZAHUALCÓYOTL ÁVALOS ROSAS
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uestro organismo es un dispositivo inteligente, un aparato de cálculo programado para la eficiencia y también para la sobrevivencia. Así es que si con tu forma de comer le envías señales confusas, tu metabolismo responderá con medidas emergentes poco agradables o incorrectas. Repito: incorrectas. Si sólo comes una vez al día el organismo detecta escasez, a través de los procesadores químicos de azúcar en tu cuerpo. Entonces, los catalizadores enviarán la señal de acumular grasa como medida de emergencia metabólica. El metabolismo no especula: calcula en función de los componentes químicos que regulan el funcionamiento del organismo. Si hubiera un procesador, el razonamiento tendría una premisa expresada robóticamente de la siguiente manera: el objetivo reporta bajos niveles de energía… posiblemente el polígono ambiental carece de combustibles… se ejecutará protocolo de contingencia… activar reserva de energía. Cuando te brincas una comida comienzas a sudar frío, te mareas y te pones de malas, pero no te mueres. ¿Por qué? Porque tu organismo está pasando un proceso químico para transformar tu grasa en energía. El tránsito es bastante molesto como ya lo habrás vivido. El organismo acumula energía en forma de grasa cuando lo acostumbras a comer poco. Los osos devoran grandes cantidades de almíbar cuando van a hibernar. Los carbohidratos se convierten en el necesario combustible orgánico. Es así que estos rechonchos omnívoros se la pueden pasan durmiendo todo un invierno, pero despiertan y reviven: flacos y nuevamente hambrientos. Si en lugar de acumular grasa quemas los carbohidratos que vas a utilizar, tu organismo guardará lo mínimo necesario. ¿Resulta-
do?: ligereza, eficiencia, consumo inmediato. Es aquí donde podemos distinguir que los carbohidratos son alimentos apropiados siempre y cuando se utilicen avivadamente. Si comes ocho tortillas, pero sabes que las vas a quemar en una buena partida de tenis o en una contienda sexual: adelante, buen provecho; de lo contrario, mídete. Por estas condiciones metabólicas es que algunos nutriólogos o dietistas sugieren hacer la mayor cantidad de alimentos al día para mantener una figura esbelta y un peso liviano. Tienen razón; sin embargo, esto resulta relativo a la preferencia estética, exigencias laborales y modus vivendi de cada individuo. Si quieres ser muy ágil conviene que dispongas de seis alimentos al día; sin embargo, si eres afecto a un cuerpo fornido o te la llevas más tranquila, el tipo de dieta paleolítica te sugiere que comas abundantes proteínas y pocos carbohidratos, tan sólo tres ocasiones al día.
LA NOTA, LA RECETA, EL REMEDIO En realidad, lo que más te convienen es profundizar acerca del referido funcionamiento metabólico y calcular que los diferentes alimentos tienen características que debes ajustar a tu estilo de vida. Las frutas te brindan energía y aditivos para un desayuno para arrancar tus actividades. Los carbohidratos (por lo general semillas) te dan combustible de larga duración para una jornada laboral; las proteínas te ayudan a regenerar músculos y tejidos; las grasas sirven de reserva energética, calórica y también para lubricar los órganos; las verduras, por su parte, con su extenso surtido de vitaminas, minerales y antioxidantes, son los mejores aditivos metabólicos; es decir, te ayudan al mejor aprovechamiento de todos los demás alimentos.