[ Letras ] DE CAMBIO
SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN | NUEVA ÉPOCA | COORDINADOR: VÍCTOR RODRÍGUEZ MÉNDEZ | 3 DE MAYO DE 2014 |
Ambición de la piel Un relato visual ALEJANDRO ZAMORA / ITZEL ÁVILA | PAG. 2
Curiosidades lingüísticas de nuestro idioma SONIA IGLESIAS Y CABRERA | PAG. 4
Saber comer. El placer de la lentitud A LA SAZÓN NETZAHUALCÓYOTL ÁVALOS ROSAS | PAG. 5
Octavio Paz y la Ciudad de México AGENCIAS | PAG. 6
Six feet under. Experiencias pre-mortem EL TERCER OJO SYLVAIN PROVILLARD | PAG. 7
El derrumbe CREACIÓN EMILIO MARTÍNEZ FRAUSTO | PAG. 8
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SÁBADO 3 DE MAYO DE 2014
Ambición de la piel Un relato visual TEXTO: ALEJANDRO ZAMORA
FOTOGRAFÍA: ITZEL ÁVILA
La idea es cubrirse de música. Música suave, casi transparente. La idea es envolver su cuerpo en arpegios, dotarlo de melodías, cambiarle el ritmo, la vibración.
Se inspira un poco de mí. De nosotros. De mí, por este calor y suavidad que me acompañan en la piel; por este andar elástico, casi ingrávido. Cuando me acaricia, hunde las puntas de los dedos en mi cuello, atrás de las orejas, donde el pelo es de una suavidad que no se siente. Es entonces cuando piensa en una música, en una melodía primero simple, tan simple como la piel. Es inútil, es triste. A mí el pelo me viene de adentro: es una suavidad que me nace, un calor que emerge. Su música viene de afuera, se sobrepone. Primero la imagina, con cierta intensidad, con cierta furia. Luego la entibia, le quita las cadencias fuertes, las modulaciones abruptas; la hace maleable y fluida para que discurra en ella de manera lenta y vaga. Ella prefiere la luz de la tarde; esas horas de contrastes tenues que la hacen casi transparente, que vuelven su piel melódica; su anatomía, de arpegios. Yo la veo y me dejo hacer, porque a veces le envidio algo. Del contacto de sus dedos envidio el pulso, la articulación, cierta simetría. Si me siento aquí, indiferente, primero me mira; luego sus manos vienen a mí, sus manos tibias por el calor residual de su trabajo de acordes que se acumulan en las yemas, y por la memoria de los objetos cálidos que ase. Es una tibieza coral cuando me toca bajo el cuello con esos dedos, una suave polifonía que me enternece.
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De ti se inspira por ser la compañía que no lo sabe, por esa perentoria capacidad de estar sin pensar en ello, de ser sin preguntarte nada. Eres su yo anterior que la acompaña, su posibilidad abierta, el potencial pretérito de su presente. Eres su hoy inmemorial, sin tiempo, un abismo de sí misma —uno de tantos. De ti emana la trama de su vida como la forma de un adagio que edifica su piel y su memoria.
Los tres somos un mismo movimiento de esa sonata imposible que al nacer se desvanece, y con ella, el último instante de esta luz perfecta en una tarde mortecina.
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Curiosidades lingüísticas ARTÍCULO :: Sobre nuestro idioma. POR SONIA IGLESIAS Y CABRERA El por qué del seseo en el habla de México
N
Nuestro idioma, el español, presenta algunos procesos en su estructura que se suelen llamar fenómenos lingüísticos. Uno de ellos es el llamado seseo en el cual los fonemas representados por las grafías “c” (antes de “e” y “i”), “z” y “s”, se equiparan y se pronuncian como una consonante fricativa alveolar sorda /s/, en vez de producirse el ceceo y emitirse como una consonante fricativa dental sorda /ô/ como se pronuncia en el dialecto castellano en España. Dicho fenómeno lingüístico empezó a manifestarse en los siglos XV y XVII. El seseo se produce en los dialectos del español hablado en América y en los dialectos andaluz, hablado en la región de Andalucía; y canario, hablado en las Islas Canarias. En Andalucía lo encontramos en: Almería, Granada, Jaén, Málaga, Córdoba, Sevilla, Cádiz, y Huelva. Asimismo, el seseo comprende zonas de hablantes del castellano en la Comunidad Valenciana, donde se sustituyó el valenciano por el castellano por razones fronterizas o por la ocupación de tropas y civiles durante la expulsión de los moros de la zona en el siglo XVI. En América, el seseo predomina en todo el Continente de habla hispana, salvo algunos casos aislados. El seseo se originó debido a diferentes procesos evolutivos que afectaron a los fonemas sibilantes del español anterior al siglo XXII, cuando se diferenciaban cuatro fonemas: Ce, ci, çe, çi : africada dentoalveolar sorda /ts/ z: africada dentoalveolar sonora /dz/ ss: fricativa ápicoalveolar sorda /s/ s entre vocales: fricativa apicoalveolar sonora /z/
A finales del siglo XVI, las consonantes sonoras se ensordecieron y se mantuvieron solamente /ts/ y /s/ apicoalveolar, sistema de baja estabilidad a causa de la gran similitud fonética entre ambas consonantes. Con el tiempo, en Castilla las consonantes sonoras desaparecieron y sólo quedaron las sordas / º/ dentoalveolar y /s/ apicoalveolar, que derivó en que /º/ se transformara en la dental /ô/ y perdiera la sibilancia. Obviamente, no sucedió lo mismo en la región de Andalucía donde la distinción entre dentoalveolares y apicoalveolares desapareció mucho antes de que se produjera el ensordecimiento que eliminara a las consonantes sonoras. Como ejemplos podemos mencionar que en el seseo el vocablo taza, se pronunciaría tasa, o cena daría sena Gracias a los conquistadores españoles mayoritariamente sureños de la Península Ibérica, en México predominó la pronunciación andaluza del seseo con algunas excepciones en la pronunciación de funcionarios de clase alta nacidos en España, pero asentados en la Nueva España.
El por qué del yeísmo en nuestra habla Se trata de un cambio fonético, de un proceso fonológico en el que se confunden dos fonemas distintos, debido a la deslateralización de uno de tales fonemas, muy frecuente en el idioma español. Así sucede con la /y/ y el
dígrafo /ll/. En el castellano hablado en la Edad Media, /y/ y /ll/ eran dos fonemas distintos, pero en el español que hablamos actualmente, en la mayoría de los dialectos, ha habido un cambio de índole fonética, y no hay ninguna distinción en la pronunciación. Solamente las zonas de Ecuador, Paraguay, Bolivia, la zona andina de Argentina, el sur de Chile y los Andes centrales escapan a este cambio. En América se produce yeísmo debido a que en España se pronuncian de la misma manera la “ll” y la “y”, lo cual puede deberse a la “comodidad en el habla” a las pocas palabras en que nuestra lengua distingue entre los fonemas mencionados: Calló, cayó; arroyo, arrollo, etcétera. En América, el yeísmo es mucho más complejo que en España: a) existe el yeísmo que confunde la /ll/ y la /y/ como queda mencionado y sucede en la Península Ibérica y en nuestro país, México; b) el yeísmo que diferencia, en el que no ha existido confusión y se pronuncian de manera muy distinta, como es el caso de ciertas partes del Ecuador y Argentina.
El voseo en México Este fenómeno de la lengua española se produce cuando se utiliza el pronombre “vos” en vez del pronombre “tú” en algunas conjugaciones verbales como el presente de indicativo, aun cuando en sentido morfológico puede afectar a todos los tiempos y modos. Históricamente, el voseo se remonta al siglo IV en España, en donde “vos” en lugar de “tú” se empleaba socialmente para denotar mucho respeto. Aunque después ocurrieron cambios lingüísticos que modificaron la situación, pero eso es harina de otro costal. En algunas áreas de América, se emplea el voseo como forma de confianza, y se usa “usted” como forma de respeto. Es la América voseante. En otras zonas, en la América que tutea y vosea, el “vos” se emplea solamente en el ámbito íntimo; el “tú” para una confianza no muy grande; y el “usted” para
denotar respeto al interlocutor. En cambio, en la América tuteante, “tú” es tratamiento de confianza, y “usted” de respeto. En nuestro país, el voseo se encuentra restringido a determinadas áreas como son: Chiapas, donde se emplea en casi todo el estado, menos las grandes ciudades; Tabasco, Yucatán y Quintana Roo, en las zonas rurales. Dichas zonas se ven afectadas por el tipo de voseo llamado pronominal, que se refiere al uso de “vos” como sujeto: Vos bailás; como vocativo: ¡Vos, tomálo!, como complemento con preposición: Te di a vos; y en forma comparativa: Es tan bello como vos. También como complemento sin preposición y los pronombres átonos se utiliza “te” o “tú”: Te está llamando a vos, Vos viste cómo quedó tu vestido de bonito. Este voseo mexicano tiene lugar en el habla sobre todo de los indígenas que hablan español como segunda lengua.
Algo para divertirnos: los famosos palíndromos El vocablo palíndromo proviene del griego palin dromei que significa “volver a ir hacia atrás”. Se trata de un juego que atañe a las palabras y que nos permite leer un término o una frase de derecha a izquierda y de izquierda a derecha manteniendo el mismo significado, aunque la grafía varíe un poco. Cuando el palíndromo se produce en un número, recibe el nombre de capicúa, por ejemplo: 323. Vemos ahora unos cuantos divertidos palíndromos. En la palabra: Anilina, oso, rotor, oro, radar, reconocer, somos, ananá, arenera, seres, sos, Ana.
En palabras toponímicas: Wassamassaw (Estados Unidos), Selles, Ibi, Senés y Polop (España), Yatay (Paraguay), Itatí y Neuquén (Argentina), Amama (Ghana), Oruro (Bolivia).
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En el enunciado: A la catalana banal, atácala. Anita lava la tina. Adán no calla con nada. No di mi decoro, cedí mi don. Adán no cede con Eva y Yavé no cede con nada Nada, yo soy Adán. A la catalana banal atácala. La ruta nos aportó otro paso natural. A la manuela dale una mala. Dábale arroz a la zorra el abad. Alí tomó tila. Allí por la tropa portado, traído a ese paraje de maniobras, una tipa como capitán usar boina me dejara, pese a odiar toda tropa por tal ro-pilla. Allí ves Sevilla. Se van sus naves. A mamá Roma le aviva el amor a papá y a papá Roma le aviva el amor a mamá. ¿Acaso hubo búhos acá? Ana, la tacaña catalana. Átale, demoníaco Caín, o me delata. Anula la luz azul a la Luna. Ateo por Arabia iba raro poeta. Arde ya la yedra. Así le ama Elisa. Ana vana. Aman a Panamá. A mí me mima.
Veamos ahora un palíndromo del siglo XVI aparecido en el Cancionero llamado Sarao de Amor de Juan Timoneda, escrito español nacido en la ciudad de Valencia en 1520. Tres versos con tal artificio hechos, que tanto dizen al derecho como al revés: Ola moro moro malo. No tardes y sed ratón. No desseo esse don.
Poema palindrómico compuesto por Julio González Cabillón. Fragmento. Arde ya la yedra, la moral, claro, mal. No deseo yo ese don, la tomo como tal. No traces en ese cartón, la ruta natural. Arde ya la yedra, la moral, claro, mal. Amad a la dama, la ruta natural. ¿Ávida de dadiva? La tomo como tal. Arde ya la yedra, la moral, claro, mal. ¿Osar ropa por raso? La tomo como tal. ¿O sacáis ropa por si acaso? La ruta natural. Bifrontes
Existen los llamados semi palíndromos o bifrontes que son palabras o frases que leídas de derecha a izquierda nos dan un significado y leídas de izquierda a derecha nos dan otro. Por ejemplo: Arenal La mina de sal La tele ves Eva usaba rímel Animal Alabama Educa Laicos Roma Odio
Lanera La sed animal Se ve letal Le miraba suave Lámina Amábala Acude Social Amor Oído
SABER COMER
El placer de la lentitud A LA SAZÓN :: POR NETZAHUALCÓYOTL ÁVALOS ROSAS Chi va piano va sano e va lontano; chi va forte va a la morte. (Quien va despacio, va lejos; quien corre se dirige hacia la muerte) Dicho popular italiano.
T
omarse tiempo le da sentido a la existencia. ¿Qué caso tiene ganar la carrera hacia la muerte? Mejor hacerse a un lado de la competencia y ver como se precipita la bolsa de valores. Entonces, te bajas del auto y deslizas a la vera del camino, donde una onda de calidez aromatiza la naturaleza: donde sintetiza la vida. Levantas la mirada hacia esa bóveda arbórea por donde se filtra la luz que mácula lo verde, te andas entre las ramas, estiras suavemente los sentidos y desatas un astro amarillo; recorres con mil ojos su circunferencia, lo pulsas como al objeto amado, lo desvistes con violencia mientras explota una fragancia agridulce en el ambiente. En el culmen del placer, estrujas hasta desbordar sus jugos sobre ti. Disfrutar la vida requiere apropiarse del momento; urgir, implica el secuestro de nuestros sentidos por parte de los sicarios de cronos, por tanto, la imposibilidad de conectarte con el propio placer y con el de nuestros semejantes. Vivir de prisa es sobrevivir de forma egoísta y necia. Comer, amar y contemplar la naturaleza son los sacramentos de una religión que deseo profesar con diligencia. Así es que advierto que tomarme el tiempo para comer no solo me proporciona vulgar combustible; en cambio, me da la energía vital y espiritual para completar mis votos. Por eso quiero hacerlo con fe y deleite. Con todo interés. ¿Qué caso tiene que nuestro planeta sea tan rico y diverso en fauna y flora? ¿Acaso no bastaría con vacas y pasto? Sí de lo que se trata es de apresurarnos a comernos unos a otros para seguir funcionando, entonces no se necesitan tantas plantas, ni colores, ni aromas, ni texturas, ni formas, ni cantos, ni sustancias, ni guisos, ni invitados, ni cocineras, ni una mesa bien puesta, ni momentos especiales. Es reconfortante reconocer que las especias y las especies dan equilibrio, belleza y gusto a la propia existencia. En cambio, habituarse a la comida rápida
implica limitaciones cognitivas, de criterio y sensibilidad. No saber distinguir entre una buena sazón o un ingrediente de otro; no percibir, no tener una memoria de olores y sabores. Todo ello, refiere una humanidad a la que la comida, y la vida, simplemente les da igual. El sentido primario de existir es consagrarte a cada instante, en cada acción, en disfrutar: desde contemplar la composición del platillo hasta deslizar el tenedor y luego averiguar, con nuestros sentidos, que partes del mundo estamos por integrar a nuestro ser. No se trata de llevarse cualquier cosa a la boca, sin darte cuenta, mientras ya estás deseando que esté digerido. Nos la vivimos deseando lo que sigue, mientras olvidamos el sabor que habita en nuestra boca. Lennon dijo: “la vida es aquello que te va sucediendo mientras te empeñas en hacer otros planes”. Por cierto, John era amante del pan y de los vegetales. Y a partir de 1965 moderó su alimentación después de que un reportero lo denominó: “The fat Beatle”. Cuando comemos despacio y ponemos énfasis en lo que masticamos no sólo atendemos los sabores esenciales sino que sustraemos y aprovechamos una mayor cantidad de nutrientes. Si repasamos lo suficiente, habilitamos una digestión más ligera, eficiente y antibacteriana. Poco a poco, convenientemente, despertamos el accionar de los jugos gástricos. De esta forma, también activamos un dispositivo de nuestra inteligencia corporal llamada saciedad, la que evita que comamos en exceso.
LA NOTA, LA RECETA O EL REMEDIO.
Un estudio realizado en Nueva York por parte de la Universidad de Rhode Island y publicado por Reuters Health se dedicó a comprobar el dicho familiar de que comer despacio reduce el apetito. Fue así que se registró científicamente que un grupo de mujeres consumió 70 calorías menos cuando se les pidió comer lento, a bocados pequeños y masticando cada parte al menos 15 veces, a diferencia de otro grupo al que se conminó a devorar el mismo guiso de pasta. Una variable del ejercicio fue la felicidad experimentada por quienes disfrutaron de su comida.
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Paz y la ciudad de México ARTÍCULO. El monstruo hermoso al que el poeta siempre volvió. POR AGENCIAS
L
a ciudad de México fue para Paz “lugar de epifanías, donde sucedían cosas inesperadas. Cosas bellas o feas, todo para él era un momento para celebrar”, cuenta la poetisa Roxana Elvridge-Thomas. Vivió varios años en países extranjeros, se enamoró de tierras lejanas como la India y del modo de escribir versos en Japón, se mantuvo lejos voluntariamente, pero siempre, tras cada huida o viaje, Octavio Paz volvió a la ciudad monstruosa y hermosa que lo vio nacer y morir. “La veía como su ciudad, como este inmenso lugar de epifanías, donde sucedían cosas inesperadas. Cosas bellas o feas, todo para él era un momento para celebrar”, cuenta la poetisa Roxana Elvridge-Thomas. Abrazando su antología poética autografiada por Paz, Elvridge-Thomas habla del amor de éste por una ciudad que tiene “una importancia fundamental” en su obra, pese a que la vida del nobel de literatura fue un constante viaje. Casa grande/ encallada en un tiempo/ azolvado. La plaza, los árboles enormes/ donde anidaba el sol, la iglesia enana / -su torre les llegaba a las rodillas, cuentan unos versos de su poema “Pasado en claro” (1975). Hablan de su primera casa, la que lo vio nacer el 31 de marzo de 1914, ubicada en el barrio de Mixcoac, en una plaza en la que hoy todavía reinan los árboles gigantes y hay resquicios del pueblo que un día fue, hasta que la gran ciudad se lo comió. Pertenecía a su abuelo, Ireneo Paz, un escritor e historiador cuya biblioteca fue la que introdujo al niño Octavio a la literatura, el germen de lo que sería su gran pasión, la escritura. Hoy en día la casa sigue en pie, aunque como cuenta a Efe en una entrevista la maestra Elvridge-Thomas, “está muy transformada”, pues es un convento de monjas desde hace ya tres décadas. Todavía se mantienen dos habitaciones casi intactas a la entrada de la casa, a la izquierda, lo que era el comedor, con esos grandes ventanales por los que se asomaba el niño Paz a mirar la plaza; a la derecha, la sala de estar que hoy es un recibidor de las monjas. Y ahí sigue la pequeña iglesia de la que Paz dijo que “parecía más hecha para los pájaros que para los hombres”, que tantas evocaciones le provocó. Elvridge-Thomas recuerda los viajes de Octavio Paz a Estados Unidos a los cuatro años, con su familia; a España, al congreso de escritores antifascistas, a los 23 años, o su periplo internacional como diplomático en países como Estados Unidos, Francia, la India o Japón. Todos acabaron marcando su obra, pero México siempre fue su principal tema ya que, como dice su amiga, la escritora Elena Poniatowska, “siempre escribió de las cosas más cercanas a su corazón”. “Aquí está su infancia, aquí están sus raíces, aquí está su formación primera, aquí está donde leyó sus primeras obras y aquí está donde regresó, siempre regresó, en cuanto terminó su periplo internacional, regresó”, añade Elvridge-Thomas. Y por ello tiene poemas en los que regresa a la Ciudad de México, a lugares concretos como el Antiguo Colegio de San Ildefonso, en donde estudió la preparatoria: A esta hora/ los muros rojos de San Ildefonso/ son negros y respiran:/ sol hecho tiempo,/ tiempo hecho piedra,/ piedra hecha cuerpo./ Estas
calles fueron canales./ Al sol,/ las casas eran plata:/ ciudad de cal y canto,/ luna caída en el lago (“El nocturno de San Ildefonso”). Frente al antiguo colegio que hoy es museo en donde se conservan intactos los murales de los grandes (Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco, entre otros), descansan las ruinas de la que fuera capital del imperio mexica, Tenochtitlán. Destruida por los españoles tras la conquista y cubierta por una nueva ciudad, hoy es muestra perfecta de las dos grandes constructoras de la identidad de México, un tema del que Paz siempre reflexionó en textos como su gran obra, El Laberinto de la soledad (1950). “La historia de México es la del hombre que busca su filiación, su origen. Sucesivamente afrancesado, hispanista, indigenista, ‘pocho’ (mexicano nacido en EE.UU.), cruza la historia como un cometa de jade, que de vez en cuando relampaguea”, apunta un fragmento del libro. “Siempre regresaba porque amaba esta ciudad, amaba México y desde el principio en este ensayo fundamental, trata de explicar a México y al mexicano (...) Siempre trató de regresar a esto que le parecía algo monstruoso y hermoso al mismo tiempo”, cuenta Elvridge-Thomas. Como comenta a Efe su también amigo y
escritor Alberto Ruy Sánchez, él “amaba a México y los grandes enigmas de su búsqueda como creador e intelectual se alimentaban en México”. El 19 de abril de 1998 Octavio Paz murió en el barrio de Santa Catarina (barrio capitalino de Coyoacán), en una casa que el Gobierno le prestó (hoy convertida en la Fonoteca Nacional), después de que su apartamento del Paseo de la Reforma se incendiara, quemándose gran parte de su biblioteca. Ya nada queda que recuerde al poeta en ese edificio de Reforma ubicado frente al Ángel de la Independencia, en donde Octavio fue feliz con su esposa, Marie Jose Tramini, sus plantas, sus gatos y sus libros. Tampoco hay nada de él en el lugar donde se reunía con otros intelectuales, el mítico Café París de la calle Filomeno Mata, que hoy es el restaurante Pagoda, pues el antiguo se quemó. Ni de aquel “perímetro intelectual” del centro histórico en el que reinaban las librerías como la francesa y lugares de ocio como el Kiko’s, el Ambassadeurs, el Waikikí... La Ciudad de México ha cambiado desde que Paz dejó de pisar sus calles, aunque su alma sigue intacta, ese espíritu ambiguo que el poeta de los ojos azul intenso dejó plasmado para la eternidad en sus poemas.
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Experiencias pre-mortem EL TERCER OJO :: Six feet under es uno de los mejores programas que la pantalla chica nos ha regalado. En las cinco temporadas de la serie de HBO, a través de sus personajes el creador de la serie Alan Ball nos enseña cómo vivir con el constante recuerdo de nuestra mortalidad. POR SYLVAIN PROVILLARD
A
lgo pasó con Six feet under que nunca me había pasado antes y que, desgraciadamente, no ha vuelto a ocurrir. Más allá de una simple empatía con los personajes, tengo la sensación que una parte de mí creció con la familia Fisher. Probablemente tenga que ver con el momento de la vida en el que vi la serie por primera vez. Tenía 25 años, un periodo de intenso aprendizaje moral, intelectual y sentimental. Creo que sobre todo tiene que ver con la profundidad de las reflexiones humanas, personales y colectivas, que suscitan los diálogos, personajes y situaciones de la serie. Tampoco vayan a creer que se trata de un programa para intelectuales hecho por intelectuales. En sus temas, Six feet under no es nada más que una telenovela: escándalos familiares, amor, desamor, muerte, duelo, pasión, traición y locura. Sin embargo, subió los estandartes del soap opera a un nivel insospechado. Así lo expresa el francés Tristan Garcia en su libro Six feet under, nuestras vidas sin destino: la serie es “uno de los más bellos ejemplos de sublimación intelectual de una forma de arte popular.” Cuando uno le pregunta a alguien: “¿Has visto Six feet under?”, existen tres tipos de respuestas. La primera: “Nunca he escuchado hablar de esta serie, ¿es buena?”, una respuesta válida, ya que la serie terminó hace casi diez años. La segunda: “Vi dos o tres capítulos en la tele, y no me atrapó, se me hizo muy lenta”, afirmación también aceptable, ya que la serie tiene un ritmo anormalmente pausado, justamente porque se toma el tiempo de profundizar los sentimientos de cada uno de sus personajes. La tercera y la menos común: “¡Claro!, es mi serie favorita”. Así fue la respuesta de Yazmín en 2009 y, para mí, comprobaba cierta forma de sensibilidad compartida. Parece que no me equivoqué: unas horas después nos besamos y cinco años después seguimos juntos. Me acuerdo también de una fiesta ochentera en casa de unos amigos, en la cual circulaba un chismógrafo. Una de las páginas decía: ¿Cuál es tu serie favorita? (Six feet under no vale). Pregunté por qué. Me dijeron que era demasiado obvio que iba a ser la respuesta de todos los que la habían visto. Los Soprano, Breaking bad y The wire me ofrecieron grandes momentos de divertimento televisivo: quedé maravillado y enganchado por el desarrollo narrativo de cada una de las historias. Six feet under va más allá de la diversión. Una evidente razón de ello es que resulta más difícil tener empatía e identificarse con antihéroes asesinos que con personajes que se parecen a la mayoría de nosotros.
Diversas imágenes sobre la espectacular serie de HBO.
Los Fisher es una familia banal de clase media, típicamente disfuncional. El mayor logro de la serie es tratar igual a cada uno de sus protagonistas y retratar su búsqueda de singularidad. Por ejemplo, Rico, el empleado embalsamador de la funeraria, puede parecer caricaturesco en la primera temporada, ya que la trama se enfoca más en los miembros de la familia. Sin embargo, toma una dimensión propia y pasa por un extenso desarrollo psicológico en las siguientes temporadas. ¿Y qué decir de Brenda? La amante del hijo mayor Nate, se vuelve casi insoportable para el espectador en la segunda temporada. Esperamos que desaparezca de la serie de una forma u otra, pero los guionistas logran salvarla y reivindicar a esta mujer inteligente y atormentada. Algunas series actuales pueden ser comparadas con las novelas por entregas que aparecían en los periódicos y revistas de la segunda mitad del siglo XIX, y que proveían cultura popular de calidad. Existe un cierto paralelismo entre Six feet under y Los hermanos Karamazov o la obra de Marcel Proust. Si en algunas décadas o siglos la gente se pregunta a qué se parecía la vida ordinaria de la gente de la clase media occidental a principios del siglo XXI, bastará con darles las cinco temporadas de la serie para que tengan una idea, al igual que hoy reconstruimos la vida del siglo XIX con las novelas de Hugo, Zola, Balzac, James, Melville, Tolstoi y Dostoievski. Sin dar lecciones moralistas ni ser un manifiesto de superación personal, Six feet under es una joya de refinamiento psicológico. A través de un realismo empático, la serie creada por Alan Ball (guionista de Belleza
americana) lleva al espectador, si no a un mejor conocimiento de uno mismo, por lo menos a una reflexión profunda sobre el sentido de la vida. En mis días tristes, Six feet under me sirvió de terapia: olvidaba mis mundanos problemas y me enfocaba en los de personas ficticias que curiosamente parecían ser un espejo de los míos. Buscaba entonces en un diálogo, en una situación, una respuesta, una pista, un punto de partida para la reflexión. Tristan Garcia empieza su libro dedicado a la serie con la siguiente frase: “Six feet under me enseño a llorar”. Como los Fisher, vengo de una sociedad en la cual la muerte es un tema absolutamente tabú y uno tiende a guardar sus emociones adentro. Es un proceso largo y complicado reconectar con nuestras emociones y finalmente empezar a vivir. Es lo que tratan de hacer la esposa y los tres hijos de Nathaniel Fisher cuando se muere en un accidente automovilístico al inicio del primer episodio de la serie. Six feet under es la crónica de 63 muertes (no siempre) anunciadas, una al principio de cada episodio. La omnipresencia de la muerte conlleva mucho cinismo y humor negro, que cohabitan de manera casi simbiótica con poesía y ternura. A final de cuentas, se parece mucho a la vida real. Espero perdonen mi falta de objetividad al hablar de Six feet under, pero cuando uno ama tanto una obra, es difícil mantener la imparcialidad. Es la única serie que vi por completo dos veces: en un momento dado, sentí la necesidad de juntarme nuevamente con mis hermanos imaginarios Nate, David y Claire. Si todavía no los conocen, les invito a entrar a la Fisher and Sons Funeral Home.
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CREACIÓN
El derrumbe Emilio Martínez Frausto
C
uando se levantó de su cama, como lo hacía todos los días y a la hora en que lo hacía todos los días, se encontró con un mar de escombros en el suelo que cubría todos los ángulos posibles. El techo y los muros de su casa se hallaban derrumbados y la totalidad de sus posesiones destruidas sin remedio. Los rayos del sol y el cielo despejado anunciaban un día tranquilo y relajante. «Vaya tormenta cayó anoche», pensó para sí mismo y, con total naturalidad, se calzó las sandalias que escondía debajo de la cama, que milagrosamente lograron sobrevivir a cualquiera que haya sido la catástrofe que destruyó el hogar de nuestro noble protagonista. Salió a la calle y se estiró. Fue en este momento en que se dio cuenta de que la devastación no era solo suya, pues los hogares de sus vecinos se hallaban de igual forma reducidos a montones de piedras y polvo. Tranquilamente los saludó. -Pero, ¿qué pasó? -Nadie sabe y no creo que podamos saber pronto. A nadie le sobrevivió la tele. El reloj (porque uno que otro reloj quedaba aún) daba cerca de las doce en punto, hora en que nuestro hombre solía ir a la iglesia todos los domingos, así que fue a buscar a su esposa e hijos, una niña de unos seis años y un bebé recién bautizado, y recorrieron el camino hacia su templo de preferencia, que les quedaba a quince minutos. En el terreno que correspondía a la iglesia (y es que ésta fue también destruida) una gran cantidad de feligreses discutían con el sacerdote. -Empiece la misa, pues, que tenemos cosas que hacer -pedía la gente, ansiosa. -Por favor, tranquilícense y sean sensatos. ¿No se dan cuenta de lo que ocurrió a su alrededor? No hay iglesia donde dar misa, está destruida, sus casas están destruidas. ¡El país entero está destruido y ustedes no se dan cuenta de eso! -contestó el clérigo. -Sí, sí nos damos cuenta, padrecito, pero la misa
es la misa y además uno no tiene tiempo para ocuparse de esas cosas, si hay partido en la tarde y tenemos que buscar alguna televisión que no se haya destruido para poder verlo. ¡Ya pues, la misa! Y el sacerdote, presionado, dio la palabra de dios, así como lo hacía cada domingo, siempre a las mismas personas, con la casual anexión de algún recién nacido. La televisión de un panadero, que estuvo prendida durante toda la noche, se encontraba intacta y frente a ella se reunieron todos los hombres de la iglesia a ver el partido y compartir un par de cervezas y cigarrillos. Mientras tanto, y para estas horas del día, la gran parte del mundo se había ya enterado del extraño acontecimiento nocturno del país. En varios diarios y noticieros se mencionaba el amargo, sorpresivo e inexplicable derrumbe de todos los hogares, las escuelas, las iglesias, las tiendas, las fábricas, las cantinas y, para resumir, todas las posesiones de un país. Cientos de manos, al enterarse de la situación, estaban dispuestas a ayudar a los pobres ciudadanos y partieron rumbo a la nación escombrada. Pocos días después comenzaron las labores de limpieza y recolección de los restos. Podían verse por las calles hombres ensombrerados y embotados dirigiendo a otros que manipulaban máquinas de nombre alemán que usaban para recoger las piedras apiladas sobre el suelo –y, en ocasiones, esas máquinas arrancaban tantito de ese suelo y se lo llevaban, pero esos nobles voluntarios extranjeros buscaban sólo hacer lo correcto (sea lo que sea que eso signifique) y sus intenciones eran puras y amigables- se llevaban esos escombros para soltarlos después en enormes camiones que eran llevados al mar para arrojar toda esa basura en sus más abismales profundidades. El primer mes posterior al derrumbe masivo se suspendieron por completo las actividades laborales (incluso el presidente abandonó sus arduas
ocupaciones). Sin pensarlo demasiado las máquinas se comieron una buena parte del triste suelo porque, a final de cuentas, el país estaba ya arruinado por completo y lo mejor era sacarle provecho mientras se pudiera y nadie dijo nada porque las costumbres son sagradas y no se pueden interrumpir, aunque unos cuantos sujetos se propusieron quejarse después de sus cervezas de la noche, pero terminaron tan borrachos que no pudieron recordar si quiera su propio nombre, no se diga hacerse escuchar seriamente. Eran tiempos extraños, aunque felices en extremo para los jóvenes, que ya no tenían que despertarse a las cinco de la mañana para ir a sus aburridas clases de secundaria o de preparatoria y podían entregarse a tareas más sublimes como mejorar su técnica para lograr el bostezo más largo que les fuera físicamente posible o conectar sus lunares por medio de líneas para descubrir esas importantes geometrías ocultas en ellos, todas tareas de gran trascendencia espiritual. El pueblo aprendió a adaptarse a esa nuevo forma de vivir y no todo era malo para ellos: por lo menos ahora, que estaban librados de esas molestas luces de la ciudad, podían ver las estrellas en el cielo nocturno y fantasear con bellos mundos en lo que le gustaría vivir y bellos días que tendrían en el porvenir. Sus amigos extranjeros, esos atentos corazones sangrantes, no se conformaron sólo con recoger y tirar, sino que también emprendieron labores de reconstrucción, no sólo de los edificios, también se encargaron de reconstruir el estilo de vida de la gente: trajeron consigo televisiones y radios y refrigerados y lavadoras y cafeteras y muebles y todo lo que perdió la gente y se los entregaron como préstamos que serían reclamados cuando su situación mejorara, además les regresaron sus partidos de futbol y las misas del domingo. Todo volvía a ser como era antes. Y así la gente noche a noche regresaba a sus casas desaparecidas, a sus ciudades desaparecidas. A su país desaparecido.