[ Letras ] DE CAMBIO
SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN | NUEVA ÉPOCA | COORDINADOR: VÍCTOR RODRÍGUEZ MÉNDEZ | 2 DE JULIO DE 2016 |
Bernandino Hernández: muerte y fotografía POR PEDRO ANZA | PAG. 4
Pérez Galdós Un clásico de hoy día POR MARCO ANTONIO REGALADO | PAG. 2
Pedro, Javier y Jorge, tres grandes mitos musicales POR GREGORIO MARTÍNEZ MOCTEZUMA | PAG. 5
«¿Y si vivo cien años...?»: sobre la vigencia de Alberto Cervantes POR RAÚL DÍAZ | PAG. 6
Malala. Mi historia CREACIÓN POR MALALA YOUSAFZAI / PATRICIA MCCORMICK | PAG. 7
Foresta A LA SAZÓN POR NETZAHUALCÓYOTL ÁVALOS | PAG. 8
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Benito Pérez Galdós La narrativa que se acusa de lo que no es POR MARCO ANTONIO REGALADO
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ablar de Benito Pérez Galdós no es hablar sólo del novelista prolífico, sino de uno de los escritores más representativos de la narrativa desde el siglo XIX. La obra de Pérez Galdós es una gran observación hacia los momentos que le tocaron vivir. Es una narrativa que han tratado de signar dentro del naturalismo o dentro del realismo; y lo que tiene es el realismo de la época, pero con toques geniales de intuición que le permiten reflejar tanto las atmósferas de los ambientes y las situaciones que describe, así como los retratos de lugares y de personajes. Si bien se sirve del lenguaje para identificar a sus personajes —con lo cual muchas veces se le acusa de lo que no es, y de lo que muchos han mal argumentado: “Usa un lenguaje ramplón cuando describe o habla un personaje ramplón” — , sin embargo, más allá de las falsas visiones, debemos leer y reconocer a Pérez Galdós como maestro y modelo para cualquier novelista que, además de saberse síntoma de su tiempo, quiera ser testigo. Nació en Las Palmas (Islas Canarias) en 1843. Décimo hijo de un coronel del Ejército, fue un niño reservado, interesado por la pintura, la música y los libros. La llegada a Las Palmas de una prima le trastornó emocionalmente y sus padres decidieron que fuera a Madrid a estudiar Derecho, en 1862. Se transforma entonces en un madrileño que frecuenta tertulias literarias en los cafés, que asiste puntualmente al Ateneo madrileño, que recorre incesantemente la ciudad y se interesa por los problemas políticos y sociales del momento: se define a sí mismo como progresista y anticlerical. En 1868 viaja a París y descubre a los grandes novelistas franceses. A su regreso traduce a Dickens, escribe teatro y, por fin, en 1870 se decide a publicar su primera novela, La fontana de oro, con el dinero que le da una tía, ya que en esa época las novelas o se publicaban por entregas en publicaciones periódicas, revistas y periódicos, o corrían a costa del autor. La obra era todavía romántica, pero en ella ya empezaban a verse sus ideas radicales que aflorarán en el decenio siguiente. En estos años comienza a escribir los Episodios nacionales, en la década de 1880, su época de máxima creación. También en esos años se compromete activamente en la política, ya que de 1886 a 1890 es diputado por el partido de Sagasta, aunque nunca pronunció un discurso. A pesar de la oposición ultra católica que no le perdonó haber escrito Doña Perfecta, un panfleto anticlerical, fue elegido miembro de la Real Academia Española. La obra de Galdós se caracteriza por su marcado y nítido realismo; dividió su obra en Episodios nacionales, Novelas españolas de la primera época y Novelas españolas contemporáneas. Además, hay que considerar su teatro. Hasta 1880 son unas
Retrato de Benito Pérez Galdós, por Joaquín Sorolla, 1894.
(...) frecuenta tertulias literarias en los cafés (...) asiste puntualmente al Ateneo madrileño (...) recorre incesantemente la ciudad y se interesa por los problemas políticos y sociales del momento
novelas de tesis, maniqueas, donde los buenos son personajes modernos, abiertos, liberales y progresistas; y los malos, conservadores, tradicionalistas, fanáticos
religiosos e intransigentes. Obras simplistas llenas de ardor juvenil. Entre éstas destacan Doña Perfecta (1876), Gloria (1877) y La familia de León Roch (1878). En Doña Perfecta cargó las tintas en el anticlericalismo y en el enfrentamiento entre progreso y tradición; en Gloria repartió por igual la intransigencia religiosa entre judíos y católicos, y en La familia de León Roch entre católicos y liberales. Desde 1873 a 1912, Pérez Galdós se propuso el ambicioso proyecto de contar la historia novelada de la España del siglo XIX, es decir, desde 1807 hasta la Restauración, con la intención de analizar el protagonismo de las fuerzas conservadoras y de progreso en España. Son 46 novelas distribuidas en cinco series de diez obras cada una, excepto la última que quedó interrumpida y sólo tiene seis. Obras corales, épicas, que cubren la anécdota del protagonista individual. Muy lejos de la novela histórica del romanticismo, Pérez Galdós se documenta con rigor y hasta donde puede de los hechos históricos y los comentarios están narrados con gran objetividad. Las dos primeras series (1873-1879) cubren la guerra de Independencia y el reinado de Fernando VII; en ellas el autor manifiesta un cierto optimismo en una evolución lenta pero segura hacia el progreso. Entre las obras más celebradas de
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estas series se encuentran: Trafalgar, Bailén, Napoleón en Chamartín o La familia de Carlos IV. En 1898 retomó de nuevo las series, en las que trabajó hasta 1912; cubre desde las Guerras Carlistas hasta la Restauración. El optimismo galdosiano se ha apagado y ahora aparece la visión amarga de la España profunda dividida y enfrentada en guerras fratricidas. Ante esta convicción el autor busca una salida en el ideal de “la distribución equitativa del bienestar humano”, resultado de su izquierdismo político. Algunas de las obras de este periodo son Zumalacárregui, Mendizábal, De Oñate a La Granja, Amadeo I o el último episodio, Cánovas. A partir de 1881 son más de veinte y casi todas se desarrollan en Madrid. En estas obras el autor ya no utiliza planteamientos maniqueos religiosos o políticos para valorar las conductas de sus personajes, y con plena libertad analiza sus sentimientos, deseos y frustraciones. Lo que surge es un conjunto impresionante de mezquinos, bondadosos, burgueses adinerados, nobles arruinados, desheredados, grandezas y miserias de gentes que viven para aparentar. Pérez Galdós consigue captar esta pluralidad social y vital con técnicas narrativas nuevas sirviéndose tanto del monólogo interior, como del estilo indirecto o del personaje narrador —que ya había utilizado en los primeros Episodios Nacionales—; ahora el autor presenta y el lector juzga. La primera de estas novelas es La desheredada (1881), obra naturalista en la que la protagonista —una muchacha loca que está en el manicomio de Leganés (Madrid)— se cree descendiente de un aristócrata y acaba en la prostitución; El amigo Manso (1883), obra que ya anuncia las “nivolas” de Miguel de Unamuno, y plantea el contraste entre un profesor krausista y su superficial y taimado alumno; en Tormento (1884) la protagonista es engañada y seducida por un sacerdote disoluto y la recoge un indiano enriquecido aunque no se casa con ella; en Miau (1888) describe las penalidades de un cesante progresista durante un gobierno conservador y el infierno de la burocracia; la usura aparece tratada en Torquemada en la hoguera (1889), en la que se narra la ascensión social de un usurero que acaba convertido en senador; el tema ético y religioso se aborda en Nazarín (1895), que Luis Buñuel llevó a la pantalla, como también hizo con otra novela de Pérez Galdós, Tristana, en la que a partir del personaje femenino se ve a un sacerdote perder la fe porque su pureza evangélica no es comprendida ni aceptada por un mundo mezquino: “...Te quise desde que nací…”. Esto decía la primera carta… no, no, la segunda, que fue precedida de una breve entrevista en la calle, debajito de un farol, entrevista intervenida con hipócrita severidad por Saturna, y en la cual los amantes se tutearon sin acuerdo previo, como si no existiesen, ni existir pudieran otras formas de tratamiento. Se asombraba ella del engaño de sus ojos en las primeras apreciaciones de la persona del desconocido. Cuando se fijó en él, la tarde aquella de los sordomudos, le tuvo por un señor así como de treinta o más años. ¡Qué tonta! ¡Si era un muchacho!… Y su edad no pasaría seguramente de los veinticinco, sólo que tenía un cierto aire reflexivo y melancólico, más propio de la edad madura que de la juventud. Ya no dudaba que sus ojos eran como centellas,
Benito Pérez Galdós no es un narrador tradicional, sino un narrador total, un maestro que nos sitúa en el polo opuesto de los escritores que convierten su trabajo en espectáculo.
su color moreno caldeado de sol, su voz como blanda música que Tristana no había oído hasta entonces y que más le halagaba los senos del cerebro después de escuchada. “Te estoy queriendo, te estoy buscando desde antes de nacer —decía la tercera carta de ella, empapada de un espiritualismo delirante—. No formes mala idea de mí si me presento a ti sin ningún velo, pues el del falso decoro con que el mundo ordena que se encapuchen nuestros sentimientos se me deshizo entre las manos cuando quise ponérmelo. Quiéreme como soy; y si llegara a entender que mi sinceridad te parecía desenfado o falta de vergüenza, no vacilaría en quitarme la vida”. Y él a ella: “El día en que te descubrí fue el último de un largo destierro”. Ella: “Si algún día encuentras en mí algo que te desagrade, hazme la caridad de ocultarme tu hallazgo. Eres bueno, y si por cualquier motivo dejas de quererme o de estimarme, me engañarás, ¿verdad?, haciéndome creer que soy la misma para ti. Antes de dejar de amarme, dame la muerte mil veces”. Y después de escribir estas cosas, no se venía el mundo abajo. Al contrario, todo seguía lo mismo en la tierra y en el cielo…” De Tristana, (fragmento).
Después vendría Misericordia (1897), que está considerada como una de sus obras maestras; en ella retrata a la dulce Benina, que mendiga para llevar dinero a la casa en la que trabaja de criada sin cobrar y en
la que aparece el retablo más descarnado de la miseria madrileña. Entre todas estas obras destaca Fortunata y Jacinta (1887), el mural más extraordinario sobre la historia y la sociedad madrileña de la época y una de las mejores novelas de la literatura española. El paso de los años le daba brío y en 1892 se entregó a la reforma del teatro nacional. El estreno de Electra (1901) supuso un acontecimiento nacional: al acabar la representación los jóvenes modernistas acompañaron al autor hasta su casa en olor de multitud. En 1907 Pérez Galdós volvió al Congreso, como republicano, y en 1909 fue jefe titular de la “conjunción republicano-socialista”. Su izquierdismo fue el causante de que no se le otorgara el Premio Nobel. Un 4 de enero de 1920 murió ciego y pobre en Madrid, su ciudad de adopción. Quizá podría concluir diciendo que llevo más de la mitad de mi vida leyendo a Pérez Galdós y cada día aumenta más mi admiración por su maestría a la hora de construir un universo narrativo desde esa aparente falta de estilo, que es dominio de todos los estilos. Tengo una pequeña colección de la editorial Tor de Argentina, y no dejo de leer y releer los Episodios nacionales. Mi admiración es también por su modestia, y porque su despliegue de recursos literarios lo lleva a cabo con un pudor exquisito, sin que el lector se dé apenas cuenta; sin que note la ornamentación literaria, ni advierta sus deslizamientos, sus travestismos, su trabajo en crear cimientos bajo la casa, siempre atrapado en la invisible telaraña novelesca. Benito Pérez Galdós no es un narrador tradicional, sino un narrador total, un maestro que nos sitúa en el polo opuesto de los escritores que convierten su trabajo en espectáculo. En las novelas de Galdós las cosas fluyen sin dar nunca la impresión de que son fruto de un gran esfuerzo. Se diría que el escritor no existe, que todo nace inocentemente, con extrema facilidad. Hasta ahí llegan su respeto por el lector y su elegancia.
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Muerte y fotografía RESEÑA :: Las fotografías de Bernandino serán expuestas en Sarajevo, en el marco de la premiación del Premio Bayeux, auspiciado por la Fundación Warm, fundada por periodistas que estuvieron presentes en la Guerra en Bosnia. POR PEDRO ANZA Copyright © Cuartoscuro.com
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icen que Bernandino Hernández llega “al muerto” –las escenas del crimen– antes de que el asesino jale el gatillo; que cuando la cabeza del occiso se desploma, apenas golpea el pavimento, la cámara de Bernandino ya busca el encuadre para su primera imagen, y que aún no se extingue el bramido que sigue al disparo cuando presiona el obturador. Por supuesto, todo esto que se dice de Berna se platica en cantinas y oficinas de prensa para enriquecer la tertulia cotidiana y romantizar más y más la imagen del fotoperiodista acapulqueño, pero él y su cámara ganaron esa fama de impetuoso y veloz a base de llegar siempre primero “al muerto”, al lugar de los hechos. Imaginemos: Un vocho estacionado afuera de alguna cantina de mala muerte de una ciudad costera asediada por la violencia y el crimen. Berna con una cerveza aguarda dentro el pitazo de algún conocido, ya sea taxista, policía, periodista o transeúnte que le diga “hay un muerto en…” o “se escuchan disparos por…” o “están colgando a tres en el puente de…”. Entonces su celular suena, deja el dinero de su bebida sobre la mesa y sube a su vocho empuñando su cámara, desobedece los semáforos y las flechas de sentido de las calles para llegar al muerto y retratarlo antes que nadie, la sangre aún escurriendo, libre de miradas, de mirones, de perito de policías y a veces de cuchicheo y de lágrimas. Claro que este retrato del Berna peca de nuevo de romántico y literario, pero qué cerca está de la realidad. De noche, entre palmeras, postes de luz, clubes, balazos, fotografías y tragos, Bernandino Hernández, esperanza de los últimos bohemios de las últimas redacciones de los últimos periódicos, quien de niño vendía aceite de coco en las playas de la ciudad, hace su trabajo. “A mi cámara la tocó la muerte”, me platica el Berna, quien se define como “un simple fotógrafo, un charalito”. “Neta, una vez ayudaba a un güey de la Semefo a subir un cuerpo a la camilla, era en un monte y estaba empinado y resbaloso ca´on, me caí y mi cámara rodó y quedó en la mano del muerto, no se le quitó el olor en unos días”, relata. Con 15 años de edad Berna se inició en la
© BERNANDINO HERNÁNDEZ /CUARTOSCURO.COM
Recorrido tradicional conocido como “La tigrada”, que se realiza en el mes de agosto / Chilapa, Guerrero.
© BERNANDINO HERNÁNDEZ /CUARTOSCURO.COM
Los cadáveres de cuatro personas, presuntamente “levantadas” al salir de la discoteca Alebrije, fueron encontrados en la colonia Benito Juárez. Una de ellas colgada de un puente peatonal / Acapulco, Guerrero.
En la colonia Nueva Revolución, ciudadanos que se organizan para salir del atraso improvisaron una escuela primaria en el lugar / Acapulco, Guerrero.
fotografía como aprendiz de Alfredo Sánchez Torres, un foto-reportero acapulqueño de aquellos años. Así conoció el laboratorio, las cámaras y la ciudad; empezó a “pesetear” también, haciendo fotos en fiestas y quinceaños. Ya después hizo foto para diarios locales y en la actualidad colabora para Associated Press, Cuartoscuro, La Jornada y el periódico El Sur. Las fotografías de Bernandino se preparan hoy para recorrer algunos miles de kilómetros: serán expuestas en Sarajevo. En el marco de la premiación del Premio Bayeux, la Fundación Warm, que fue fundada por periodistas que estuvieron presentes en la Guerra en Bosnia y que se encarga entre otras cosas de difundir el trabajo de periodistas que cubren conflictos armados a nivel mun-
dial, seleccionó a periodistas de distintas partes del mundo para realizar una exposición de su trabajo en la capital de Bosnia. La muestra se inaugurará el 25 de este mes. La idea, de acuerdo a Enric Martí, fotoperiodista y representante de la Fundación en México, es “homenajear y reconocer también el trabajo de esos fotógrafos que están haciendo fotos en sus pueblos, y no sólo el trabajo de esos otros que van de guerra en guerra”. Bernandino, que ya alistó algunas botellas de mezcal guerrerense para el viaje, entre risas y tragos de café habla sobre su inminente gira: “La fotografía es mi vieja, ca´on, me ha dado todo, mi casa está hecha de fotografías, ahora la oportunidad de viajar, y yo que no he salido de mi pueblo, sigo siendo un nopalero ca´on”.
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Integrantes de un grupo armado que buscaba a unos sujetos en el interior de casas de la colonia Simón Bolívar rafagueó a una señora con sus dos hijos dentro de la miscelánea Lizeth / Acapulco, Guerrero.
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El día de reyes para los niños indígenas de la Montaña de tres comunidades, es un día más sin regalos / Cochoapa, Guerrero.
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Pedro, Javier y Jorge RESEÑA :: Un breve acercamiento a los tres grandes mitos de la música ranchera en México. POR GREGORIO MARTÍNEZ MOCTEZUMA tallereando@yahoo.com.mx
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uizás sea el hecho de que ocupan sitios en la misma porción de tierra, sí, que están enterrados en el mismo cementerio, el Panteón Jardín de la Ciudad de México -efecto del añejo centralismo-, o tal vez tenga que ver el hecho de que aún se transmiten sus películas por la televisión abierta, ¿o de plano son los mejores cantantes de música ranchera en la historia de nuestra música popular? Asunto polémico per se, en el que bien se aplica el manido dicho de “en cuestión de gustos se rompen géneros”. No obstante, en lo que no cabría duda es en que Pedro Infante, Javier Solís y Jorge Negrete -estricto orden necrológico por mes de fallecimiento sin contar el año- son los tres más grandes mitos de la música ranchera. Sí, por supuesto, José Alfredo Jiménez es “El rey”, pero en el terreno de los compositores de este tipo de música, no al nivel ni alcance de estos tres grandes monstruos de nuestra cultura popular. Sí, también sé que hay otros “grandes”, como Antonio Aguilar, Vicente Fernández, Miguel Aceves Mejía, Lucha Reyes, Lola Beltrán, Lucha Villa, Francisco El Charro Avitia, Paco Michel, Cuco Sánchez, Luis Aguilar, Luis Pérez Meza, Gilberto Valenzuela El Sahuaripa… A partir de aquí podrían caber todas las concesiones y gustos personales, desde Chavela Vargas hasta Ale-
jandro Fernández, pasando por una pléyade de intérpretes que sería muy largo enumerar y completar: Tito Guízar, los Hermanos Záizar, Matilde Sánchez La Torcacita, Las Jilguerillas, las Hermanas Padilla, las Hermanas Huerta, María de Lourdes, Enriqueta Jiménez La Prieta Linda, Flor Silvestre, Amalia Mendoza La Tariácuri, Juan Valen-
tín, Chayito Valdez, Beatriz Adriana, Juan Gabriel, Rocío Dúrcal… Es decir, hay mucha tela de donde cortar en este tema que poco a poco va pasando a territorios del olvido. Al menos en los medios de difusión masiva y, por tanto, en la educación sentimental de millones de adolescentes y jóvenes. Excepto, claro, esos tres grandes que mencioné al
El tiempo parece hacerles los mandados y estos tres cantantes de música ranchera viven en la memoria de sus admiradores y en la de los servidores del omnipresente Youtube. Fotos: Gregorio Martínez Moctezuma
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inicio. Sea por la razón que fuere, lo cierto es que cada 15 de abril el Panteón Jardín se vuelve una romería, situación que sólo ocurre en esa fecha, precisamente la del aniversario luctuoso de Pedro Infante. Sin duda, el cantante sinaloense es el mejor logro de nuestro Star System, de ayer y de hoy. A 59 años de la muerte del Ídolo inmortal de México, cientos de admiradores siguen acudiendo cada año a rendirle tributo. Cuatro días después, el 19 de abril, se cumple el aniversario de la muerte de Javier Solís, con merecidísimo mote de El rey del bolero ranchero. No faltan los fieles admiradores, pero no llegan al ciento. A ver cuántos se reúnen este año, en el cual se cumplen 50 de su partida. El 5 de diciembre se conmemora la muerte de Jorge Negrete, quizás el mejor cantante de los tres, el cual sus admiradores celebran yendo a su tumba a cantar sus canciones. Son pocos, pero, como su ídolo, “valentones”. Y Negrete ya cumplió 62 años de haber dejado viuda a María Félix. A manera de contraste, cerca de la de Pedro Infante, la tumba de Miguel Aceves Mejía luce abandonada, desierta. El 6 de noviembre, fecha de su aniversario luctuoso, he acudido alrededor del mediodía al Panteón Jardín y he visto colocado sobre su lápida un ramo de rosas rojas y algunas otras flores sueltas. ¿Algunos fieles y devotos admiradores o alguien de su familia? Este año se cumplen los primeros diez años de su partida de este mundo y quizás vayan algunas personas a recordarlo. Muchas de ellas probablemente sean las mismas que acuden a los aniversarios de Pedro, Javier y Jorge, aunque, hay que decirlo, cada uno de estos magníficos cantantes tiene sus admiradores exclusivos, pues algunos de ellos los visitan de algún estado de la república y nunca falta el extranjero que viene sólo a acompañar a su ídolo, como el ecuatoriano que visita a Pedro, el matrimonio español que viene a ver a Jorge o el peruano que no se olvida de Javier. ¿Cuántos más vendrían si pudieran hacerlo? ¿Cuánto tiempo más seguirán presentes en la memoria colectiva? Me atrevería a suponer que no más de 50 años, pero, dadas las vueltas del tiempo, cada vez más se afianza el “mercado de la nostalgia” y se padece la generación de cantantes de artificio tecnológico. Además, México, nos guste o no, tiene raíces campesinas por todas partes, y esto les garantiza pervivencia, casi vida eterna. “Haiga sido como haiga sido”, el tiempo parece hacerles los mandados y estos tres cantantes de música ranchera viven en la memoria de sus admiradores y en la de los servidores del omnipresente Youtube, en México y en prácticamente todos los países de habla española. Por supuesto, rodeados de leyendas y seguidores, como todos los verdaderos mitos; más vigentes en la vida colectiva que muchos, por ejemplo, de nuestros literatos y artistas de música clásica, de danza y otras artes.
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«Y si vivo cien años...» RESEÑA :: Sobre la vigencia del compositor vernáculo Alberto Cervantes. POR RAÚL DÍAZ
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xtraño pero muy gustado híbrido, el bolero ranchero sigue vigente y enamorando a muchos en las voces del eternamente vivo Pedrito Infante, de Javier Solís o Lola Beltrán y, más cercanamente, de Vicente Fernández, por sólo mencionar algunos de sus muchísimos intérpretes que en el mundo han sido. Surgido de manera no planificada, sino producto de un medio capricho, el bolero ranchero nace de una exigencia de Pedro Infante al compositor poblano Alberto Cervantes (1923- 2001), cuyos boleros gustaban al cantante pero quería que le compusiera canciones rancheras. No lerdo pero quizás sí un poco perezoso, Cervantes les hizo arreglos especiales a algunas de las canciones que ya tenía y, así adaptadas, se las presentó al ídolo que de inmediato consagró el nuevo género, el bolero ranchero. Autor de auténticos éxitos que llenaron toda una época, Alberto Raúl Cervantes fue musical, anecdótica y gratamente recordado la noche del pasado lunes en la Fonoteca Nacional, dentro del programa Sesiones de Escucha, Música Popular Mexicana, que con gran aceptación se realiza en ese recinto cada semana. En el recordatoriohomenaje participaron el propio compositor a través de una grabación que por primera vez salió al alcance público: además, su hija Ofelia, quien se ha encargado de cuidar el amplio acervo de su padre consistente, entre otras cosas, de 700 casetes con grabaciones inéditas. También estuvieron el guitarrista y compositor Eduardo Hernández, los cantantes Eduardo Ortega y Octavio Velázquez; y el investigador Pável Granados, encargado del ciclo. Con charla alternada, música y canciones, la rica velada permitió conocer varias face-
tas del compositor, huérfano a temprana edad y, afortunadamente por poco tiempo, “niño de la calle”, así como su temprana vocación y facilidad compositiva y de cantante que, como rara vez sucede, fue alentada por sus padres. En la grabación que inició la grata noche se escuchó al compositor decir: “Soy hijo de un músico oaxaqueño que se llamó Otilio Cervantes y de Josefina González, quien me alentaba para que cantara y le leyera mis sueños e ideas, aunque desafortunadamente siendo muy niño se me fueron”. En otro momento de sus memorias el autor de “hitazos” como “100 años”, “La verdolaga” y “Ni por favor”, contó: “En la escuela me llamaban la atención porque en lugar de pruebas presentaba versos en los cuadernos para las chamacas a quienes afortunadamente empezaron a gustarles y desde allí vi que mi vocación estaba escrita”. Con tal vocación y dedicación, resultó natural que iniciara su carrera profesional a los 15 años. Entonces, el Tenor continental Pedro Vargas le grabó su primer bolero. Natural fue también su relación con otros grandes de su tiempo y la composición popular como Rubén Fuentes, con cuya coautoría ganó tres discos de oro. Hablamos, pues, de un auténticamente grande de la canción popular mexicana, creador de un género y que, curiosamente, como en esa misma cálida velada recordó su hija, “no sabía nada de música”. En estas condiciones no es exagerado pensar que el autor de “Mal de amores (que sólo tu amor me lo quita)”, y “Tres consejos”, era sencillamente genial: “Y si vivo cien años… cien años pienso en ti”.
Pasate a mi lado, con gran indiferencia,
Me duele hasta la vida saber que me
tus ojos ni quisiera voltearon hacia mí.
olvidaste... pensar que ni desprecios merezca yo de ti.
Te vi sin que me vieras, te hablé sin que me oyeras, y toda mi amargura se ahogó
Y sin embargo sigues unida a mi existencia,
dentro de mí.
y si vivo cien años, cien años pienso en ti.
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CREACIÓN
Malala. Mi historia (Fragmento) Malala Yousafzai / Patricia McCormick
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uando cierro los ojos, veo mi cuarto. La cama está sin hacer, la mullida manta está arrugada a un lado porque llego tarde a un examen y me he levantado a toda prisa. En mi mesa está abierta mi agenda escolar en la página que lleva la fecha del 9 de octubre de 2012. Y el uniforme –el shalwar blanco y el kamizazul– está colgado en una percha de la pared, esperándome. Oigo a los niños del vecindario jugar al cricket en una callejuela que hay detrás de nuestra casa. Oigo el rumor del bazar, no muy lejos. Y, si escucho atentamente, oigo a Safina, mi amiga que vive en la casa de al lado, dando golpecitos en la pared para contarme un secreto. Huelo el arroz que se está haciendo mientras mi madre se ocupa de todo en la cocina. Oigo a mis hermanos pequeños pelearse por el mando a distancia, y los canales de la televisión fluctuar entre WWE SmackDown y dibujos animados. Pronto oiré a mi padre llamarme por mi apodo con su profunda voz. “Jani —dirá, que en persa significa “querida amiga”—, ¿cómo marchaba hoy el colegio?” Me pregunta cómo han ido las cosas en el Colegio Khushal de Niñas, que él había fundado y donde yo estudiaba, pero yo siempre aprovecho para responder literalmente. “Aba –responderé en broma–, ¡el colegio no marcha! En todo caso, camina lentamente”. Ésa es mi forma de decirle que las cosas pueden ir mejor. Salí de mi querido hogar en Pakistán una mañana, pensando que, en cuanto acabaran las clases, volvería a meterme entre las sábanas. Sin embargo, acabé en el otro extremo del mundo. Algunas personas dicen que ahora sería muy peligroso para mí volver. Que nunca podré regresar. Así que, de vez en cuando, vuelvo allí en mis pensamientos. Pero ahora otra familia vive en aquella casa, otra niña duerme en aquella habitación, mientras yo estoy a miles de kilómetros de distancia. No me importan mucho las demás cosas que hay en mi habitación, pero sí me preocupan los premios escolares que hay en mi estantería. Incluso sueño con ellos algunas veces. Hay un premio de finalista del primer concurso de oratoria en el que participé. Y más de cuarenta y cinco copas y medallas doradas por ser la primera de la clase en exámenes, debates y competiciones. A otra persona le pueden parecer adornos de plástico sin valor. Pero, para mí, son recordatorios de la vida que amaba y de la niña que era… antes de salir de casa aquel día fatídico. Cuando abro los ojos, me encuentro en mi nueva habitación. Está en una sólida casa de ladrillo en un lugar húmedo y frío llamado Birmingham, Inglaterra. Aquí sale agua corriente de cada grifo, fría o caliente, como prefieras. No hace falta traer las bombonas de gas desde el mercado para calentar el agua. Aquí hay habitaciones grandes con suelos brillantes de madera. Los muebles también son grandes y hay un televisor enorme. Apenas se oye un ruido en este barrio de las
afueras, tranquilo y verde. No hay niños riendo y chillando. No hay mujeres abajo cortando la verdura y charlando de sus cosas con mi madre. No hay hombres fumando y discutiendo de política. Sin embargo, a veces, a pesar de las gruesas paredes de la casa, oigo a alguien de mi familia llorar porque se acuerda de nuestro hogar. Entonces mi padre entra en casa y dice con voz fuerte: “¡Jani!, ¿Qué tal en el colegio?”. Ya no hacemos juegos de palabras. No me pregunta por el colegio que él dirige y en el que yo estudio. Pero hay algo de preocupación en su voz, como si temiera que yo no fuera a estar ahí para responderle. Porque no hace mucho tiempo casi me mataron, simplemente por defender mi derecho a ir a la escuela.
* Era un día como muchos otros. Yo tenía quince años, estaba en noveno curso, y la noche anterior me había quedado demasiado tiempo levantada, estudiando para un examen. Ya había oído al gallo cantar al amanecer, pero me había vuelto a dormir. Había oído la llamada a la oración de la mezquita que había cerca de nuestra casa, pero me había ocultado bajo la manta. Y había fingido que no oía a mi padre cuando vino a despertarme. Entonces se acercó mi madre y me sacudió suavemente el hombro. “Despierta, pisho –dijo, llamándome “gatito” en pashtún, la lengua de los pashtunes–. ¡Ya son las siete y media y vas a llegar tarde al colegio!” Tenía un examen de historia y cultura pakistaní. Así que rogué apresuradamente a Dios. Si es tu deseo, ¿sería posible que fuera la primera? –susurré–. ¡Ah, y gracias por todos los éxitos que he conseguido hasta ahora! Con el té me tomé a toda prisa un trozo de huevo frito y chapati. Mi hermano más pequeño, Atal, estaba especialmente pesado aquella mañana. Se quejaba de toda la atención que yo recibía por pedir que las niñas recibieran la misma educación que los chicos, y mi padre bromeó con él un poco mientras tomaba el té. “Cuando Malala sea primera ministra algún día
podrás ser su secretario”, dijo. Atal, el pequeño payaso de la familia, fingió ofenderse. “¡No! –gritó–. ¡Ella será mi secretaria!” Toda esta charla casi me hizo llegar tarde y me apresuré a marcharme, dejando el desayuno a medio acabar en la mesa. Bajé corriendo por el sendero justo a tiempo de ver el autobús lleno de niñas de camino al colegio. Aquel martes por la mañana subí de un salto y nunca volví la vista hacia nuestra casa. * El camino al colegio era rápido, sólo cinco minutos por la carretera y a lo largo del río. Llegué a tiempo y el día del examen pasó como de costumbre. El caos de la ciudad de Mingora nos rodeaba, con el ruido de los cláxones y las fábricas, mientras nosotras trabajábamos en silencio, inclinadas sobre nuestros papeles y completamente concentradas. Al salir del colegio, estaba cansada pero contenta; sabía que el examen me había salido bien. “Vamos a quedarnos hasta el segundo turno –me dijo Moniba, mi mejor amiga–. Así podemos hablar un poco más”. Siempre nos gustaba quedarnos hasta el último autobús. Durante varios días había tenido una extraña e inquietante sensación de que algo malo iba a ocurrir. Una noche me encontré pensando en la muerte. ¿Cómo será estar muerta?, me preguntaba. Estaba sola en mi habitación, así que me volví hacia La Meca y pregunté a Dios. “¿Qué ocurre cuando te mueres? –dije–. ¿Qué se siente?” Si moría, quería explicar a la gente lo que se sentía. “Malala, eres tonta –me dije a mí misma–. Si estás muerta, no vas a poder explicar a nadie cómo fue”. Antes de acostarme, pedí a Dios una cosa más. ¿Podría morir un poquito y regresar para poder decir a la gente cómo es? Pero el día siguiente había amanecido claro y soleado, lo mismo que el siguiente y el otro. Y ahora sabía que había hecho bien mi examen. Los nubarrones que hubiera habido sobre mi cabeza habían empezado a despejarse. Así que Moniba y yo hicimos lo que siempre hacíamos: charlamos de nuestras cosas. ¿Qué crema para la cara estás usando? ¿Se había tratado la calvicie uno de nuestros maestros? Y, ahora que el primer examen había pasado, ¿sería muy difícil el siguiente? Cuando llegó nuestro autobús, bajamos las escaleras corriendo. Como siempre, Moniba y las demás niñas se cubrieron la cabeza y la cara antes de salir del recinto y subir al dyna, la furgoneta blanca que era el autobús del Colegio Khushal. Y, como siempre, el conductor tenía preparado un truco de magia para divertirnos. Aquel día hizo desaparecer un guijarro. Por mucho que lo intentábamos, no conseguíamos descubrir su secreto.
8 | LETRAS ~ CAMBIO DE MICHOACAN
Nos apretujamos dentro, veinte chicas y dos profesoras apiñadas en los tres bancos que se extendían de un lado a otro del dyna. El calor era sofocante y no había ventanas: sólo un plástico amarillento que golpeaba contra un lado, mientras avanzábamos a trompicones por las abarrotadas calles de Mingora en la hora punta. La calle de Haji Baba era una confusión de rickshaws de vivos colores, mujeres con velos hinchados por el viento, hombres en moto, tocando el claxon y zigzagueando por el tráfico. Pasamos junto a un tendero que estaba sacrificando pollos. Un muchacho que vendía helados de cucurucho. Una valla publicitaria del Instituto de Trasplante Capilar del Doctor Humayun. Moniba y yo estábamos absortas en nuestra conversación. Tenía muchas amigas, pero ella era mi amiga del alma, a la que contaba todo. Aquel día, cuando especulábamos sobre quién tendría las mejores notas ese semestre, una de las niñas empezó a cantar y el resto nos unimos. Justo después de pasar la fábrica de dulces Pequeños Gigantes y la curva en la carretera, a no más de unos tres minutos de mi casa, el autobús se detuvo lentamente. Fuera reinaba una extraña calma. Hoy está esto muy tranquilo -dije a Moniba-. ¿Dónde está toda la gente?”. Después no recuerdo nada más, pero ésta es la historia que me han contado: Dos jóvenes con vestimenta blanca se plantaron delante del autobús. “¿Es éste el autobús del Colegio Khushal?”, preguntó uno de ellos. El conductor se rió. El nombre del colegio estaba pintado en letras negras a uno de los lados. El otro joven saltó y se asomó a la parte de atrás, donde todas íbamos sentadas. “¿Quién es Malala?”, preguntó. Nadie dijo nada, pero varias niñas miraron en mi dirección. Levantó el brazo y apuntó hacia mí. Algunas niñas gritaron y yo apreté la mano de Moniba. ¿Quién es Malala? Yo soy Malala, y ésta es mi historia. Prólogo del libro Malala. Mi historia, por Malala Yousafzai y ýPatricia McCormick. Alianza Editorial. Traducido por Julia Fernández.
SÁBADO 2 DE JULIO DE 2016
Foresta A LA SAZÓN :: POR NETZAHUALCÓYOTL ÁVALOS ROSAS
N
o es algo que cultiven las manos de otros aldeanos. Son más bien una bendición espontánea de nuestro Padre Misericordioso. Un brevísimo regalo para menguar la sed del viandante y dadle un modesto gozo a su agridulce existencia. Vosotros podéis encontradlas a la vera del camino, hijos. O quizá más adentro, en lo profundo de la fronda. No os lo recomiendo, so pena de los peligros implícitos que resuellan de la boca del lobo; y de tremendas y abominables criaturas que Dios guarde la hora. Les encantarán sus brillantes e intensos colores: su carmín profundo, sus azules, violetas y morados oscurísimos; el ámbar. Probablemente sus miradas se recrearán juguetonas en sus agraciadas y doncellas formas esferoidales, en la rotunda abreviatura, o en el cúmulo de glóbulos brillantes. Bien crecen silvestres en los arbustos o cómo pasajeras se descuelgan plácidas desde las matas que brotan en recovecos húmedos; entre troncos y rocas de la agreste espesura, y al cobijo de los gigantes. El Creador las ha conferido de coquetería, brillos, aromas y sutiles encantos, en contraste con lo cenizo de las ramas que las ostentan. La sabiduría y exquisita bondad que las aviva, también las destaca para que sean más atractivas para las criaturas. Las verán, las devoran y las cagarán. Amén ha de ser el esparcimiento de sus semillas. -¡Ah! Y debéis tened cuidado porque algunas de estas bayas son tan venenosas como su hechizante beldad. Así pues, remitidse a juntar sólo las que les he pintado en este lienzo, y nada más porfiados, que el diablo ronda donde la curiosidad se resbala. Por supuesto que podéis cogedlas y llevarlas a vuestras chozas. Pero en verdad os digo, no oséis comedlas frescas o haced dulces y conservas sin antes habedme compartido de las mejores. Una vez que haigas dispuesto de
ellas, tenéis que pagad el respectivo tributo, pues has de saber, mi querido rebaño, que tales frutas también son tesoro de nuestro señor feudal. Del bosque son las frutillas que llevan por nombres: arándano, azul o rojo; cereza, mora, endrina, frambuesa, madroño, zarzamora, grosella, zarzaparrilla negra, guinda, zarza pasajera, sauco, murtilla y calafate; entre otras muchas, de otras regiones y provincias que, lamento decidles, vos nunca conoceréis. No sólo son deliciosas, hijos e hijas, su arrebatada y suculenta dulzura o acidez está impregnada de bendiciones para el cuerpo y el alma, pues son santa curación contra mutaciones, tumores malignos, daños en la retina del ojo; para el hígado, y sobre todo, para la memoria. Así que recordad lo que les he dicho. Traed las joyas justas. Sed buenos siervos y buenos cristianos.
LA NOTA, LA RECETA, EL SECRETO · En nuestros días el cultivo de las berries es común. · Ya no es un privilegio, pero algunos niños viven esclavizados a su cosecha. · Michoacán es uno de los principales productores del mundo. · Las berries o bayas son frutillas de arbusto. · Las frutas del bosque incluyen a las berries, y también a frutas de plantas bajas, como la fresa. · Sus principales virtudes están en combatir el estrés oxidativo del cerebro. · Son de bajo índice glicérico y ricas en fibra. Así que también ayudan en la disminución de la tasa de absorción de glucosa, favoreciendo de esta forma el manejo metabólico del azúcar y, por ende, de la diabetes. · Son comunes en el aroma y gusto de muchos vinos. Reconocerlas te acercará al mundo de la cata y sus placeres.