[ Letras ] DE CAMBIO
SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN | NUEVA ÉPOCA | COORDINADOR: VÍCTOR RODRÍGUEZ MÉNDEZ | 12 DE MARZO DE 2016 |
Gonzalo Arango El rebelde que murió por una ráfaga de viento POR JORGE BUSTAMANTE GARCÍA | PAG. 2
Ideas POR GONZALO ARANGO | PAG. 3
Óscar le entra a la política CINE CINE. POR SYLVAIN PROVILLARD | PAG. 7
Ultima fermata
¡Cavernícolas!
CREACIÓN POR MAKSIM ÓSIPOV | PAG. 4
POR NETZAHUALCÓYOTL ÁVALOS | PAG. 8
Tierra Caliente. Historias y recuerdos: una obra épica POR GREGORIO MARTÍNEZ MOCTEZUMA | PAG. 6
2 | LETRAS ~ CAMBIO DE MICHOACAN
SÁBADO 12 DE MARZO DE 2016
Gonzalo Arango El rebelde que murió por una ráfaga de viento POR JORGE BUSTAMANTE GARCÍA
H
ay personas que uno ve una sola vez en la vida y se quedan nítidas, con toda complejidad, en la memoria. Me pasó cuando conocí en Bogotá al gurú y fundador del nadaísmo Gonzalo Arango. Ese hombre estaba en el imaginario de los que en los sesentas éramos adolescentes con sueños e ilusiones de querer derrumbar el sistema que imperaba, con todas sus parcelas de injusticia, miseria y perversión. Gonzalo Arango fundó un movimiento iconoclasta y rebelde, muy a la colombiana, que desde su primer manifiesto en 1958 quiso dinamitar la abulia y beatería en que parecía dormitar la sociedad de la época. Era un hombrecillo delgado, de baja estatura, de apariencia frágil y voz tenue, una especie de colibrí que puso patas arriba el estado de cosas imperante y se convirtió en una eficaz espinilla que enconaba las buenas conciencias. Pronto aglutinó a un grupo de jóvenes de parecida locura a los que se conoció luego como nadaístas, unos herejes pertinaces, alborotadores, rebeldes y escandalosos que hicieron en realidad mucho ruido y poca poesía. Para finales de los sesentas Arango era ya un personaje mediático, un tanto domado, con aura de insurrecto. Se había vuelto periodista, hacía reportajes, escribía crónicas y entrevistas. Es memorable la que publicó de su encuentro con el multicampeón Martín “Cochise” Rodríguez, toda una leyenda del ciclismo de la época. Con el tiempo la obra nadaista quedó reducida a escombro, sólo unos cuantos libros lograron salvarla del olvido y unos pocos de sus protagonistas son todavía hoy parte viva de la literatura colombiana: Jaime Jaramillo Escobar, mejor conocido como X-504, autor de “Sombrero de ahogado” y “Poemas de la ofensa”, este último uno de los libros más importantes de la poesía colombiana del siglo XX; el narrador, poeta, ensayista, viajero experto en la cultura griega, en la actualidad profesor en la Universidad de Cincinnati Armando Romero; el atrevido y divertido Jotamario Arbeláez, beligerante beatnik del Valle del Cauca, hijo desastre de un sastre, con al menos dos libros deliciosos y memorables “El cuerpo de ella” y “Mi reino por este mundo”; el viejo Monje Loco, Elmo Valencia, sobreviviente nonagenario y pobre, loco que perdió todo menos la cordura, educado en Estados Unidos, autor de la novela rara Islanada y los relatos El universo humano; y Eduardo Escobar, seminarista frustrado, columnista controvertido, el único nadaista que terminó bateando con la derecha, lo redime, sin embargo, su libro “Cantar sin motivo”. Visité a Gonzalo Arango en julio de 1974 junto con Olga, la muchacha de los ojos verdes, y el poeta Álvaro Rodríguez Torres, en su departamento de las Torres de la Plaza de Santamaría, en donde el escritor nadaista vivía con Angelita, una cantante inglesa de pop afincada en Bogotá. Angelita, una bella mujer de ojos claros, nos hizo pasar. En la sala se extendía una
Arriba, el escritor nadaista Gonzalo Arango con la cantante Angelita.
Cuando lo vi pensé cómo un hombre así, endeble, bajito, de voz sosegada y mirada fresca, había durante años conmocionado al país con sus vibrantes escritos
alfombra, cojines en el suelo, un sillón, dibujos de flores abigarradas adornaban las paredes. Nos acomodamos en los cojines mientras Álvaro conversaba con Angelita de unas fotos de ella y Gonzalo que habían salido recientemente en una revista. En el cuarto contiguo se escuchaba el tecleo incesante de una máquina de escribir, un clic clic cloc cloc que se extendió por quince o veinte minutos, se sentía la hoja de papel deslizándose a veces con arrebato por el rodillo de la máquina, sucedían unos segundos de silencio y de nuevo el clic clic cloc cloc de la máquina atestaba la habitación. De pronto sólo se escucharon nuestras voces, el clic cloc dejó de sonar, algo se movió, se oyeron unos pasos. Cuando lo vi pensé cómo un hombre así, endeble, bajito, de voz sosegada y mirada fresca, había durante años conmocionado al país con sus vibrantes escritos. Su cabello negro, abundante y largo caía libre sobre sus hombros, una camisa ligera y alegre le llegaba abajo de la cadera. Nos saludó afable, sereno. A Álvaro y Olga, la
de los ojos verdes, los conocía de hace tiempo, pero a mí era la primera vez que me veía, aunque sabía algunas cosas que mi amigo le había contado. Yo estaba de vacaciones de mis estudios en Rusia y desde el primer momento comenzó a preguntarme por ese país que le parecía a la vez enigmático y controvertido por todo lo que se ventilaba al hedor de la tan cacareada guerra fría que por entonces estaba en todo su apogeo. Se interesó en saber cómo vivía la gente común, qué problemas tenía, cuál era la vida cotidiana en Moscú. No le interesaban los desmanes de los políticos, le interesaba la gente, la vida que pasaba por las calles. Estuvimos unas cuatro o cinco horas en su apartamento, nos ofrecieron vinos y empanadas, hablamos de sus libros, le pregunté si ya renegaba del nadaísmo. Sabía que desde que conoció a Angelita en la isla de Providencia su vida furibunda e insumisa contra todos los poderes había dado un vuelco. Ahora lo veía ahí, en su refugio, junto a su ángel en un estado apacible,
LETRAS ~ CAMBIO DE MICHOACAN | 3
SÁBADO 12 DE MARZO DE 2016
CREACIÓN
Ideas Gonzalo Arango Poema tristísimo Si muero te invito al sol alma mía y no olvides llevar tu cuerpo Sufriremos felices y juntos seremos Gonzalo Arango.
carne de luz en la memoria de Dios
aplomado, caviloso, casi místico, pero con la fuerza interior del guerrero aún dispuesto para mil batallas. Llevaba al nadaista todavía dentro. Habló de Pasternak, de Maiakovski, de Tolstói, de Andréi Voznesenski y llegó por fin a Evtushenko. Al mencionarlo se levantó de inmediato, se dirigió al cuarto donde antes sonaba el clic cloc de la máquina y regresó con dos libros en la mano. Abrió uno, escribió algo y me dijo “es para ti”. Se trataba de El oso y el colibrí, el diario que escribió cuando acompañó al poeta ruso en 1968 en su recorrido por el país y la Amazonia colombiana. El oso era Evtushenko, el colibrí Gonzalo. Luego tomó el otro libro recién salido del horno, Obra negra, escribió una larga dedicatoria y al entregármelo me dijo: “es para el oso ruso, por favor has que le llegue”, sabía que yo regresaría a Moscú al mes siguiente. Al despedirnos Angelita nos regaló un pequeño disco de vinilo con algunas de sus canciones. Fue difícil encontrar al oso ruso, era un poeta muy ocupado en su actividad de trotamundos. Le dejé Obra negra con una amiga suya muy cercana que conocí en un recital de Voznesenski, me confirmó que lo había entregado al oso unas semanas después. Pasaron los días, los meses, dos años. En octubre del 76, hace ya cuarenta años, recibí una carta de mi amigo Álvaro en que me anunciaba compungido la muerte del colibrí nadaista en un accidente de tránsito en la carretera de Bogotá a Tunja. Iba con Angelita, pero a ella no le pasó nada. Cuando me enteré busqué el disco que me había regalado Angelita y lo escuché durante días en un pequeño tocadiscos que tenía en mi cuartucho de estudiante. Recordé nuestro encuentro y me hundí de nuevo en El oso y el colibrí mientras una de las canciones que más me gustaba, una versión adaptada por Angelita al español, sonaba y sonaba: “Quiero saber si el amor tuyo/ es un amor seguro/ dímelo ya y no pregunto más/ ¿aún me amarás mañana?...” (https://www.youtube.com/ watch?v=UdkgMw56Nfw). Treinta y ocho años después en un encuentro en Durango con los sobrevivientes nadaistas Jotamario Arbeláez y Armando Romero, el primero nos comentó que a Gonzalo Arango no lo mató el golpe despiadado del accidente, sino una fatal ráfaga de viento. No lo entendí del todo, pero prefiero ahora pensar que así fue.
Y si no hay Dios lo mismo da Recordaremos el sol que tanto nos gustaba allá en Cali Colombia Nuevo Mundo ¿Recuerdas? ¿O era en la luna? ¡Lo olvidé! Fuente: Obra negra. Santa Fe de Bogotá, Plaza & Janés, primera edición en Colombia, abril de 1993.
* El testamento del profeta Yo, Gonzalo Arango, dejo: Mi mala reputación a la familia. Mi mal olor a la International Pretoleum Company. Mi tiempo perdido al Tesoro Nacional. Mi cerebro a una babosa. Mi corazón al pez espada. Mi ángel de la guarda a la Academia de Historia. Mi alma inmortal al primer gusano. Mi sexo a la medusa de cabellos de serpiente. Mis dos pies a la memoria de Arthur Rimbaud. Mi gloria a los pobres de espíritu. Mi felicidad a los psiquiatras. Mi sífilis a la posteridad. Mi mano derecha a la revolución. Mi izquierda al Manco de Lepanto. Mi ombligo al Museo del Oro. Mis zapatos rotos al Nadaísmo. Mi caja de dientes al enterrador. Y mi intestino delgado a la República de Colombia. Fuente: Archivo de voz en: elprofetagonzaloarango.com Poemas tomados de gonzaloarango.com © 2000-2016.
4 | LETRAS ~ CAMBIO DE MICHOACAN
SÁBADO 12 DE MARZO DE 2016
CREACIÓN
Ultima fermata Maksim Ósipov
H
a muerto. Su madre ha dicho: ha muerto. Se ha tomado sus medicamentos, le ha leído un poco (él ha pedido algo antiguo, muy antiguo), después ha ido a pre-pararle una bebida y, de pronto, un grito: “Nina, creo que me muero. ¡Llama a Matvéi!” Ha ido a buscar el teléfono y al volver él ha dicho: “No llames. Me encuentro mejor.” Pero después ha resoplado profundamente dos veces y ha dejado de respirar. —Estos días se ha acordado mucho de ti. Qué más da, piensa Matvéi. Ya es tarde. Se acabó, demasiado tarde. Ya en el avión ha comenzado a sentir el corazón, ahora le duele todavía más. Ella le leía mucho, sobre todo poesía. Su padre adoraba la poesía. Su madre no parece aturdida, más bien concentrada. —Matiush, vamos a colgar y... ¿Dónde estás? Está en Nueva York. —Vamos a colgar —repite su madre— y apagaré el te-léfono. No para de recibir llamadas. Su madre está sola, debe de ser duro para ella. Ella responde: no, no pasa nada. Pero, claro, no puedes esquivar a la gente. Y a su padre siempre le han gustado estos bullicios. —Mañana vendrán tus hermanos. Sus hermanos. Los últimos días llamaban a todas ho-ras. Le exigían a ella que se hiciera cargo. Cada uno reac-ciona a su manera. —No había nada que hacer—dice Matvéi—. Nosotros estábamos preparados para ello. —Sí —responde su madre—. Me voy con él. Matvéi habría llegado a tiempo quizás, si hubiera corrido, pero en algún momento el tiempo comenzó a pasar demasiado deprisa, y ha llegado a Nueva York con retraso. La cola está cerrada: hasta mañana, los aviones a Moscú salen una vez al día. Le han llamado, han sonado varios anuncios por el megáfono. Pero él todavía no se ha acostumbrado a su nuevo apellido. —Hoy ha muerto mi padre —dice Matvéi, avergonzado. Qué mala noticia, lo sienten mucho. Le ofrecen un hotel. Una noche en un hotel, no, imposible. Deben hacer algo, ayúdenme, por favor. Miran a ver qué pueden hacer por él. Londres, Frankfurt, París, no queda sitio en ningún vuelo. Bueno, hay la posibilidad de hacer escala en Roma. Le dan un asiento en primera clase. Como muestra de... Bueno, queda claro por qué. No hace falta ningún pago adicional, aquí tiene el billete y la tarjeta de embarque. No corra, hay tiempo de sobra. ¿Cómo se encuentra? Bien, gracias. Es cierto. Les está muy agradecido. El vínculo biológico, natural, con su padre siempre ha sido débil, no tiene motivos para estar dolido. De todos modos es algo extraño, su padre antes estaba y ahora ya no. Además, le da miedo lo que puede encontrarse: un cuerpo frío y amarillento, un cadáver. ¿O se lo llevarán? No, a su padre no le gustaba la “cultura del gramófono en la maleta”, no habría aprobado esa idea. Matvéi ya ha visto algún cadáver: el de uno de sus entrenadores de ajedrez (nada terrible, había mucha gente, en algún lugar lejano vio unas coronas junto a la tumba) y el de su abuela de Leningrado, la madre de su madre. No tenía mucha relación con ella; en realidad, apenas la conocía: nunca había aceptado el matrimonio de su hija, su yerno era casi de su edad, podían haber estudiado juntos. Tanto en casa como en la iglesia, su
madre no paró de arreglar algo en la ropa de la difunta, la acariciaba, la tocaba. A Matvéi le parecían gestos artificiales, como si lo hiciera para reconfortarlo. Pero él siguió allí de pie, como todos, agobiado por sentirse tan lejos, y finalmente besó el papel sobre la frente de la difunta 1 . Se encuentra en primera clase del avión con destino a Roma. Allí tiene una escala de casi seis horas y al anochecer llegará a Moscú. Junto a él viajan muchos americanos con atuendos de toda clase, hombres y mujeres, y quedan también mu-chos asientos libres. —Make yourself comfortable —póngase cómodo. Las piezas deben estar cómodas, sí. Matvéi toma mecánicamente un licor, todavía en tierra. Él apenas bebe, no suele tener ocasión. A lo mejor consigue dormirse. No rechaza la comida. Periódicos. Pasa el carrito con los periódicos. Recuerda: lea, fórjese opiniones. Los vecinos escogen varios de ellos: los periódicos son enormes, como las raciones en los restaurantes de este país. Se sumergen en columnas de cifras, tanto los hombres como las mujeres. La letra es diminuta, leen las cotizaciones: nuestra civilización es un proyecto económico y jurídico. Matvéi también coge un periódico, para leerlo entero necesitaría varios días. Política, política, noticias locales, arte, deportes. Siguiendo su costumbre retomada, se dispone a echar un vistazo a los textos de las partidas de ajedrez, pero lo abandona, ¿qué sentido tiene? Y de pronto llega a los obituarios: muy oportuno. Todos los protagonistas de las historias que lee tienen una cosa en común: sus vidas terminaron en abril de ese año, 1999. Como la vida de su padre. Sobre cada uno se cuenta dónde y de qué murió, a qué familiares deja, los hitos de su carrera y alguna cosa simpática para que les recuerden. O no siempre una cosa simpática.
Fallece el senador republicano Roman Hrusk (¿cómo se pronuncia, Hrask?) a los noventa y cuatro años, tenía una gran influencia en la Comisión de Asuntos Judiciales. Enemigo de la violencia y la pornografía en los medios de comunicación. Acérrimo defensor de la pena de muerte. Totalmente en contra de las restricciones a la venta de armas. En la época de Nixon promovió a un protegido suyo en la Corte Suprema, un hombre gris a quien muchos consideraban mediocre. “Qué importa que sea mediocre”, decía el senador, “hay muchos jueces mediocres, y personas y abogados. Ellos también tienen derecho a una pequeña representación.” Deja a dos hijos y una hija. Otra necrológica: Estelle Sapir, de setenta y tres años. Consiguió que un banco le devolviera el dinero de su padre, muerto en el campo de Majdanek. “Debes sobrevivir, Estelle”, le repetía su padre: fue la última vez que hablaron, a través de un alambre de espino en el sur de Francia. Él le dio los nombres de varios bancos donde tenía sus ahorros. En el 48, los ingleses y los franceses le entregaron su dinero sin ofrecer resistencia, pero los suizos exigían pruebas por escrito de que su padre había muerto. En los campos de exterminio no emitían certificados de defunción. Estelle pasó cincuenta años intentando recuperar el dinero que había ahorrado su padre. No tenía hijos, sí algún sobrino. Understatement, ese modo de usar la atenuación, el eufemismo, lo no dicho, lo abarca todo, incluso la expresión del dolor. El texto rebosa serenidad. Él sigue leyendo, de sorbo en sorbo. Muere el propietario de un equipo de béisbol que ha gastado millones en causas benéficas. Muere la primera esposa de Rockefeller, vicepresidente y gobernador, le dio cinco hijos y bailó el charlestón hasta su vejez. Muere el juez del Bronx que condenó al asesino de una joven y de dos niñas a la pena máxima: setenta y cinco años de cárcel. La sala del juzgado, reza la noticia, estalló en
LETRAS ~ CAMBIO DE MICHOACAN | 5
SÁBADO 12 DE MARZO DE 2016
aplausos al oír la sentencia. Seis por ocho, multiplica Matvéi, cuarenta y ocho. Más dos: al mayor de ellos no lo sentenciaron a ocho, sino a diez años. Resultado, cincuenta. A un total de cincuenta años condenó su padre, su propio padre, a aquellos muchachos de Leningrado. Matvéi echa un vistazo a su alrededor: unos vecinos leen, otros duermen. ¿Alguno de ellos será merecedor de una necrológica como estas? Tráigame otra copa. O qué demonios, traiga la botella. Nunca en su vida había bebido tanto como durante las últimas tres horas. Debería comer algo, le dice la azafata, ella está obligada a preocuparse por que el pasajero no se emborrache del todo. No quiere comer, ella le ofrece una ensalada. Hay ensalada César, con pollo. O griega. Tráigame una César. Venga, la última historia. Y después intentará dormir. El veterano de la Primera Guerra Mundial Herbert Young falleció el jueves en su casa de Harlem. La semana siguiente iba a cumplir ciento trece años. En febrero se convirtió en caballero de la Orden de la Legión de Honor de Francia, en la ceremonia de entrega de la medalla saludó y después alzó su copa de champán. En la Primera Guerra Mundial sirvió en el 807 regimiento de infantería del ejército francés. El regimiento, formado por negros americanos, permanece en la memoria como testimonio de la segregación racial que existía entonces en Estados Unidos. Un mes antes de su muerte, Young dijo a unos periodistas: “Me alisté en el ejército porque me sentía solo. Todos los muchachos se habían ido a la guerra.” Durante sus últimos años llevaba un audífono y se había quedado prácticamente ciego, pero la guerra la recordaba bien: “El que diga que aquello no fue terrible miente.” Participó en cargas con bayoneta, fue envenenado con gas tóxico alemán. De los trescientos cincuenta muchachos de su regimiento solo sobrevivieron doce, la mayoría murió a causa de enfermedades, y no de las heridas. Tras la guerra pasó todavía nueve meses en Europa enterrando a los muertos. De regreso en Estados Unidos, se dedicó a reparar automóviles antiguos y a los ochenta y siete años se casó con Grace, una joven de veintipico. Por ahora no hay más información disponible sobre sus familiares. Cuando un mes atrás le preguntaron cómo había conseguido vivir tanto tiempo, él respondió: “Siempre he procurado no meterme en problemas.” “No temáis”, recuerda Matvéi, “no temáis nada.” ¿Qué escribirían sobre su padre? La botella que le han llevado ya está medio vacía y Matvéi no nota ni una especial embriaguez ni ganas de dormir. Humanista, escribirían, de setenta y cuatro años, cambió de confesión religiosa en numerosas ocasiones, amante de las expresiones ingeniosas, aunque no todas fueran de su cosecha. Graduado en la Universidad de Leningrado, administrador diligente, ejemplo de pulcritud académica, enemigo de todo tipo de experimentos. Gran conocedor de la poesía rusa del xviii y de la primera mitad del xix, así como de los licores de hierbas. Apodado el Duque, por su semblante noble y sus orígenes casi de la realeza. Deja viuda e hijo, o mejor dicho, hijos. En el año 1949 redactó una denuncia política contra seis estudiantes, que fueron condenados a un total de cincuenta años de internamiento en el Gulag. Nunca se arrepintió, ni en una conversación privada ni en un discurso público, de este hecho consumado. Un soplón impenitente. El duelo está fuera de lugar. No, esto mejor no incluirlo. Solo los hechos. Al diablo los periódicos. Matvéi consigue echarse hacia atrás, le da pereza casi hasta cerrar los ojos, encuentra una postura en la que no le da vueltas la cabeza. Roma, vuela a Roma. Palíndromo: Roma-Amor. “Y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará”, 2 decía su padre una y otra vez
en mo-mentos de dificultad. Sí, era un buen conocedor de las Escrituras. El duelo está fuera de lugar. A fin de cuentas, él tampoco siente ningún duelo. Lo que siente es otra cosa. Lleva toda la vida viviendo en un sistema de relaciones bidimensional, de dos coordenadas. En primer lugar, el ajedrez: blancas y negras, ganas o pierdes, uno a cero. El cine: los nuestros contra los otros, los nazis contra los rusos. Más pares: los órganos de poder frente a los disidentes, la tenacidad frente a la traición. Él ha huido de todo eso. Pero en América también: blancos frente a negros, derechas frente a izquierdas, republicanos frente a demócratas. La suma de todos estos vectores determina la imagen del mundo, le dicen los adultos con experiencia; según adivina Matvéi, aquellos que han aprendido a ocultar que se encuentran en una situación sin salida, a acallar el vacío de su alma, a ensordecer el dolor. Algunos han aprendido mejor que otros. Recuerda a Margo: las luces del puente, la sopa de coco, el olor de las algas; sin embargo, aquel tipo extraño, el psicólogo amigo de su padre, ese no ha aprendido a ocultar nada. Negras contra blancas, Rusia contra América, dos corrientes, dos direcciones, dos vectores: ambos yacen sobre un plano al tiempo que lo crean. A él le gustaría tanto ver el mundo de otro modo, pero todos los intentos de adivinar algo en el mundo, él lo sabe, se estrellarán contra un plano sin profundidad, sin altura: el hule de la mesa, la pantalla del televisor, un tablero de ajedrez. A la derecha o a la izquierda, hacia delante o hacia atrás, he aquí todas las opciones. “A derecha irás, tu caballo perderás”, sus compañeros del club de ajedrez solían bromear con esta sentencia. “El mal infinito” de Hegel, atrás y adelante. Vida y muerte. Logra adormecerse durante un tiempo y en el letargo Matvéi gime, intenta dar un pequeño paso, moverse hacia algún lado, hacia arriba, de lado, pero una aglomeración de figuras se lo impide: la señora Rockefeller, a sus noventa años y desnuda (¿o es Margo?), baila charlestón con frenesí, el embajador, con la cara azul e hinchada de un
muerto, le mete un peón en la boca, y el anciano con Alzheimer se ríe, jeje, jeje, lo agarra y lo deja colgando: toma, come. Senadores, jueces, el tipo aquel del “KGB de dónde si no” y el psicólogopsicótico rojo de excitación que alardea de su apartamento: “Ahora lo pondremos todo en su sitio, colgaremos los cuadros, presiento la felicidad, siento prefelicidad. ¿A usted le pasa? ¿No? Entonces tiene usted un defecto de personalidad.” Matvéi está agobiado, necesita responder, ahora no se trata de ser feliz o infeliz, quiero escaparme, escaparme, ¡déjeme ir! Pero esta es la respuesta a otra cosa, está en su estómago, no en su cabeza. Un gran golpe de suerte: el retrete está libre. Vomita la ensalada César sin digerir mezclada con el alcohol, una abominación. Tras la última arcada, Matvéi se tumba entre el inodoro y el lavabo y pierde el conocimiento. Lo recupera al poco tiempo. Agua, necesita mucha agua, está deshidratado (la azafata sabe lo que dice). Él obedece y bebe, deja que le acompañe hasta el asiento y le tape con la manta.Así, con el estómago revuelto, Matvéi aterriza en Roma. El caudal de gente lo conduce hasta el control de pasajeros y después hacia el tren, aunque él no tenía previsto ir a la ciudad. Pero le quedan cinco horas y media, tiene que pasarlas de alguna manera. —¿Este tren va a Roma? —pregunta Matvéi en inglés al entrar en el vagón. —Sì, sì —responden—. Ultima fermata —”última parada”. Texto incluido en El grito del ave doméstica / El crit de l’ocell domèstic. Maksim Ósipov. Traducción de Esther Arias / Arnau Barios. Club Editor. Barcelona, 2015. 224 páginas.
Notas 1 En los entierros ortodoxos, se pone en la frente del difunto una tira de papel que lleva escrita una plegaria. 2 Mateo, 24:12.
6 | LETRAS ~ CAMBIO DE MICHOACAN
SÁBADO 12 DE MARZO DE 2016
Una obra épica RESEÑA :: Tierra Caliente. Historias y recuerdos, de Juvenal Acosta Almazán. POR GREGORIO MARTÍNEZ MOCTEZUMA
L
os caminos de la literatura son azarosos, ya se sabe, pero, por lo mismo, sorpresivos y casi siempre gratos. Encontrar un libro de un autor desconocido (para uno y que está fuera del canon literario) de un tema que le es cercano a uno es algo tentador, difícil de resistir. Eso me ocurrió con Tierra Caliente. Historias y recuerdos (Anaya Editores, México, 2013), de Juvenal Acosta Almazán, que por el título y sus 590 páginas suena a memorias, pero por la ilustración y el texto de la contraportada pareciera que se trata de la historia de una puta (válgase la expresión, en lugar de eufemismos, como la usan libre y naturalmente Cervantes en su inmortal novela y García Márquez en otra no tan inmortal). Sin embargo, ni el título ni el texto de contraportada preludian el mar de historias interesantísimas que contiene el libro; es más, ni el texto de la primera solapa, que incluso pareciera anticipar un deficiente escrito (cuasi capricho) de un viejo profesor, ya retirado, del que se habla en la segunda solapa. En fin, pudo más la curiosidad y me llevé el grueso ejemplar encontrado en un bazar entre antiguallas y revistas viejas, sin saber cuándo podría comenzar su lectura. Al comenzar este año encontré entre mis lecturas pendientes el libro del autor calentano, quien nació el 23 de enero de 1938 en Coyuca de Catalán y egresó de la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos”, de Ayotzinapa. Por supuesto, lo que llamó mi atención fue el título. Al adquirirlo, lo hice con la intención de ver qué historias y recuerdos tenían que ver con la música, con el fandango de la región de Tierra Caliente. Y así inicié su lectura, que ya no pude abandonar hasta concluir el libro. Sí, hay referencias mínimas y casi superficiales sobre la música regional: se menciona su inclusión en una fiesta y al grupo de Los Hermanos Valdez, de Huetamo, y a don Juan Reynoso Portillo, del lado de Guerrero; esto es incidental. Lo que se puede decir del libro es que es un híbrido, a medio caballo entre la novela y las memorias, entre la ficción y la realidad. Pero es un libro que alcanza proporciones épicas por la calidad de su prosa, la recreación de una época (que bien podría situarse entre 1940 y 1970, sin de dejar de señalar los movimientos sociales en el país y en el estado de Guerrero) y la singularidad de sus personajes. En Tierra Caliente… estamos frente a la historia de Gustavo Cruz Plancarte, un buen hombre arquetípico de la región, y de La Zarca, una joven que fue violada y cuya vida pierde sentido en su pueblo, por lo que decide marcharse a Tijuana impulsada por el deseo de venganza y de prosperar, dejando a su madre en el pueblo. Pero estos dos seres se desenvuelven con otros y en un contexto determinado, de este modo se entrecruzan sus historias con las de los amigos de Gustavo, quienes fueron sus compañeros en el Internado de Coyuca de Catalán (en el que se menciona a uno de sus alumnos, el compositor Martín Urieta, originario de Huetamo), y con los personajes de la comunidad de Los Mezquites, dando a cada uno la oportunidad de contar su historia, como bien lo prefigura el epígrafe empleado al iniciar esta “novela río”, precisamente del Nobel colombiano antedicho: “La vida no es como la vives, sino
El escritor Juvenal Acosta Almazá.
como la cuentas”. De hecho, la novela es rica en personajes arquetípicos, como resulta serlo Lucrecia Leyva La Zarca, que se vuelve prostituta en Tijuana y después regresa a su pueblo para poner una cantina con putas; El Requesón, el vago alcohólico del pueblo, sabio, alburero y dicharachero, que tiempo después se redime por amor; Narciso Alvear “El Turicato”, el policía local ignorante que, siguiendo la iner-
Tierra Caliente. Historias y recuerdos es como un mural, un gran fresco de la vida regional
cia del lugar y de la época, se vuelve “burro” al servicio del narcotraficante local; don Onésimo Zequera, sacerdote de ideas progresistas que es una especie de réplica en miniatura, por sus actividades solidarias, de don Sergio Méndez Arceo, “El Danny”, jefe de seguridad de “El Montecito”, cabaret de Tijuana, adonde Lucrecia volverá al final de la novela y al padecer el incipiente brote de violencia relacionada con giros negros… En suma, Tierra Caliente. Historias y recuerdos es como un mural, un gran fresco de la vida regional comprendida entre los pueblos que acompañan al río Balsas en su paso por Michoacán y Guerrero, compuesto por un maestro con virtudes innegables de narrador y quien, si olvida sus impulsos de ensayista y conciencia social, seguramente ha encontrado la vocación de escritor que siempre le había dado cosquillas. El profesor Acosta Almazán, con este libro, ha escrito una obra que podría servir de base argumental, ahora que están de moda, a una serie o a una película, pues logró plasmar en sus páginas personajes de alturas épicas (que sufren y se enfrentan a vicisitudes desgarradoras) e historias entrañables que se disfrutan de principio a fin. Enhorabuena, maestro Acosta, ya que, de algún modo, hace realidad, parafraseado, el título de un libro del historiador michoacano Luis González y González: la validez y necesidad de la microhistoria.
LETRAS ~ CAMBIO DE MICHOACAN | 7
SÁBADO 12 DE MARZO DE 2016
Óscar le entra a la política ENSAYO :: Millones de aficionados siguen anualmente la ceremonia de los Premios de la Academia a la espera de momentos de belleza, glamur, divertimento y alegría. Este año, los Óscares sostuvieron una carga política inédita, desde las protestas ante la ausencia de nominados afroamericanos hasta la elección de las películas premiadas y los discursos de los galardonados. POR SYLVAIN PROVILLARD sprovillard@hotmail.com
F
ue realmente un programa de entretenimiento televisivo o un mitin político apenas disfrazado? El evento más mediático de este año es la campaña presidencial en Estados Unidos y el miedo suscitado por la probable victoria del candidato Donald Trump en las elecciones primarias del Partido Republicano (su predecesor Abraham Lincoln seguramente está revolviendo su metro noventa y tres en su cripta). Aunque existan notables excepciones como Charlton Heston y Clint Eastwood, el microcosmos hollywoodense apoya tradicionalmente al Partido Demócrata. En tiempos de crisis tan fuerte como la que estamos (sobre) viviendo, no solamente económica y financiera (véase La gran apuesta), sino política (véase Puente de espías) y moral (véase En primera plana), la mayoría de los ganadores de una estatuilla dorada sintieron la necesidad de alzar la voz y aprovechar sus tres minutos de fama, en el caso de los premios menores, o de su ya establecida celebridad, para transmitir un claro mensaje público.
son desconcertantes: 3.4 por ciento de los 109 filmes producidos por grandes estudios fueron realizados por féminas. En 2016, solamente dos directoras compitieron por un Óscar: Liz Garbus por Mejor Documental y Deniz Gaze Ergüven por Mejor Película Extranjera (Mustang).
Óscares tan preocupados
El cineasta Spike Lee.
Óscares tan blancos En cuanto a la industria cinematográfica estadounidense, tuvo primero que lidiar con una inmensa polémica: la ausencia de actores afroamericanos en las listas de nominados (por segundo año consecutivo) y el subsecuente boicoteo de la ceremonia por personalidades como Will Smith y Spike Lee. El hashtag #OscarsSoWhite fue uno de los más populares de este año y muchas personalidades opinaron al respeto. La primera pregunta que surge de esta incómoda situación es si realmente ningún director, actor o actriz afroamericano merecía formar parte de la lista de nominados. Si bien creo que Will Smith (La verdad oculta) no tenía su lugar en los cinco contendientes, la acida comedia de Spike Lee, Chi-raq, adaptada de una obra de Aristófanes, debió haber recibido mejor trato por parte de la Academia. Otros reprocharon que la única nominación que recibió Creed fue para el italoamericano Sylvester Stallone (¿homenaje al ganador del Oscar a la Mejor Película en 1976 con Rocky?) en una película dirigida y protagonizada principalmente por afroamericanos. El propio Steven Spielberg se preguntó por qué Idris Elba no fue nominada como actriz secundaria por su papel en Beasts of no nation y por qué Straight outta Compton (Letras explicitas) no fue nominada para Mejor Película. Pese a estas aparentes injusticias, es difícil acusar a la Academia de racismo cuando otorgó hace dos años el premio mayor a 12 años esclavo. Después de décadas de supremacía blanca en los galardonados, la academia por fin reconoció desde los años 2000 el talento de actores como Denzell Washington, Jamie Foxx, Forrest Whitaker, Morgan Freeman, Mo’Nique, Octavia Spencer, Lupita N’yongo y Halle Berry. La Academia tiene una curiosa manera de esconder la embarazosa ausencia de nominados afroamericanos: en la ceremonia de este año, el 25 por ciento de los que entregaron las estatuillas fueron afroamericanos, una forma de discriminación positiva (si consideramos que representan el 12 por
ciento de la población estadounidense), un poco torpe para mi gusto. Sin embargo, el problema no reside, en realidad, en la representación de los diferentes grupos étnicos dentro de los nominados, sino en la propia industria cinematográfica: 91 por ciento de los miembros de la Academia son caucásicos.
Óscares tan machos Este año, la actriz y directora francesa Julie Delpy aprovechó la ola de reclamaciones para protestar contra el machismo de la industria cinematográfica. Su voz no fue escuchada por el 76 por ciento de hombres que conforman la Academia. Si bien los números de representatividad de las minorías están muy debajo de la media, los relativos a las mujeres
En primera plana, cinta basada en hechos reales que sigue la investigación de periodistas del Boston Globe sobre los casos de pedofilia cubiertos por la Iglesia Católica, se llevó el Óscar a Mejor Película. No es una gran obra pero su mensaje de denuncia es fuerte, al igual que La gran apuesta (Mejor Guion Adaptado), sobre la crisis financiera del 2007-2008. Esta tendencia de premiar filmes con mensaje políticos claros empezó ya hace algunos años: las películas históricas Argo y 12 años esclavos y los documentales La bahía, Inside job y Citizenfour, sobre las revelaciones de Edward Snowden. En la ceremonia de este año, ninguno de los grandes desafíos del siglo XXI faltó: Leonardo di Caprio expresó su preocupación por el cambio climático y su apoyo a los pueblos indígenas del mundo, quienes por su modo de vida son los primeros afectados por el calentamiento global. González Iñárritu mandó un mensaje directo, muy al estilo de Martin Luther King, a todos los que discriminan por el color de la piel. Lady Gaga cantó con mujeres víctimas de agresiones sexuales y el cantante Sam Smith declaró: “Estoy aquí como un hombre orgullosamente gay y espero que algún día podamos convivir como iguales”. Incluso el diseñador de vestuario de Mad Max: Furia en el camino advirtió que si no cambiábamos nuestra forma de vida, podríamos terminar nuestros días en un mundo apocalíptico parecido al que retrata la película.
Los directores mexicanos Alfonso Cuarón y Alejandro González Iñárritu.
8 | LETRAS ~ CAMBIO DE MICHOACAN
SÁBADO 12 DE MARZO DE 2016
Quizá parte de las minorías de Estados Unidos pensaban vivir una época de cambio de actitudes, de respeto e igualdad de oportunidades, gracias a la elección de un presidente afroamericano. Sin embargo, la sociedad no se ha transformando de manera transcendental: los prejuicios y la intolerancia siguen más vivos que nunca, y cualquier ocasión para luchar contra ellos es bienvenida.
Quiz: Óscares, minorías y política 1. ¿Cuántos directores afroamericanos fueron nominados en toda la historia de los Óscares? Solamente tres. John Singleton (Boyz n the hood), quien es también el más joven de todos los nominados en la historia del premio (24 años), Lee Daniels (Precious) y Steve McQueen (12 años esclavo). Ninguno ha ganado. 2. ¿Cuántos directores latinos han ganado el Óscar al Mejor Director? Dos. Los mexicanos Alfonso Cuarón y Alejandro González Iñárritu, que se exiliaron a Hollywood y que representan de alguna forma a los más de 50 millones de latinos (16 por ciento de la población) viviendo en Estados Unidos. 3. Hattie McDaniel fue la primera actriz afroamericana en ganar un Óscar en 1939. ¿En qué película actuaba? Lo que el viento se llevó. Ganó el Óscar a Mejor Actriz de Reparto por su papel de Mammy, la esclava domestica de Scarlett O’Hara. 4. ¿Cuántas mujeres fueron nominadas para Mejor Director en toda la historia de los Óscares? Cuatro. Lina Wertmüller (Siete bellezas), Jane Campion (El piano), Sofía Coppola (Perdidos en Tokio) y Kathryn Bigelow, la única que se llevó la estatuilla, en 2009, con Zona de miedo. 5. ¿Cuántos actores abiertamente homosexuales al momento de llevarse el Óscar lo han ganado? Ninguno. Sin embargo, varios actores heterosexuales ganaron un Óscar por interpretar a un homosexual (entre ellos Tom Hanks en Filadelfia, Philip Seymour Hoffman en Capote y Sean Penn en Milk). El ecléctico actor británico Ian McKellen, abiertamente gay, ironiza sobre el tema: ¿por qué no me dan uno por actuar el papel de un hombre heterosexual? 6. ¿En qué año ganó por última vez un realizador estadounidense el premio al Mejor Director? Fue en 2009 y el director era una directora (ver pregunta 4). Desde entonces, todos fueron extranjeros: el británico Tom Hooper, el francés Michel Hazanavicius, el taiwanés Ang Lee y los mexicanos Alfonso Cuarón y Alejandro González Iñárritu. En cuanto a nacionalidades, la Academia no discrimina. 7. ¿Quién fue el primer actor afroamericano en llevarse el Óscar? Sydney Poitier en 1963 por su papel en Los lirios del valle. Este acontecimiento ocurrió en pleno movimiento de los derechos civiles. Desgraciadamente esta simbólica victoria fue una simple pantalla de humo, ya que tuvimos que esperar 38 años para ver otro actor de color ganar otra vez el Óscar, Denzell Washington en 2001.
¡Cavernícolas! A LA SAZÓN :: POR NETZAHUALCÓYOTL ÁVALOS ROSAS
H
ace cerca de una década que una forma de comer, similar a la de los cavernícolas, llama la atención y es adoptada por personas que desean mantenerse fuertes y sanas más allá de las recetas obligadas por la modernidad. Se trata de la llamada dieta paleo. Esta forma de alimentación propone almorzar lo que los primeros hombres y mujeres de la era paleolítica. Se trata de lo que ingería la gente que vagaba nerviosamente nuestro planeta hace la friolera de dos millones de años. Incluye carne, frutas, verduras y nueces. No algo cultivado ni ordeñado, mucho menos, procesado. Se fundamenta en la creencia de que el Homo Sapiens llegó a ser lo que es gracias a un régimen alimenticio basado en la caza, la pesca y la recolección. Explica que sus ingredientes promovieron el desarrollo cerebral y un despliegue anatómico pleno. Y aunque algunas otras investigaciones indican que en aquella época los seres humanos no vivían más de 25 años, no hay fijón, los fans del paleo –que suelen ser mucho más alivianados que esos radicales libres llamados veganos– atribuyen la precaria esperanza de vida de los cavernícolas al estrés de no tener una pareja segura, a las duras jornadas a la intemperie y, muy especialmente, al riesgo de ser devorados por un tigre dientes de sable. Hablando de argumentos, sus promotores exponen que el genoma humano se ha mantenido substancialmente inalterado desde el final de la era paleolítica, hace 10 mil años, luego de evolucionar durante miles de lustros. Se supone que “es la dieta que está codificada en nuestros genes” y es “la alimentación para la que estamos diseñados”, aclaman los entusiastas. Esta forma de sustento cuenta actualmente con millones de adeptos en todo el planeta, por ser el régimen favorito de los practicantes del ejercicio llamado cross fit, y por su posible aporte para curar la obesidad, la diabetes y los trastornos coronarios, a pesar de ir en contra de la mayoría de las recomendaciones nutricionales convencionales. Aunque un estudio publicado en la revista Journal of Diabetes Sci-
ence and Technology mostró que el menú paleolítico “mejoraba el control glucémico y varios factores de riesgo cardiovascular, como la hipertensión y la obesidad, en comparación con la propia dieta para la diabetes”. Sus detractores también son muchos y no paran de replicar: “Incluye demasiada carne y vísceras”, “descarta la energía inmediata y económica de legumbres y cereales”, “le hace falta la leche para cubrir las recomendaciones diarias de calcio y vitaminas A y D”. El caso es que la dieta paleo es una de las más odiadas y amadas al iniciar el siglo XXI.
LA NOTA, LA RECETA, EL REMEDIO Al concluir un siglo exagerado en cuanto a regímenes dictatoriales y alimenticios, la controversia sobre la comida paleo, en los albores de un nuevo milenio, revela el lado siniestro y la testarudez de gran parte de la comunidad científica y nutricionista; la que insiste en descartar, fundamentalmente, aspectos positivos de ciertas investigaciones y propuestas. Parecería sencillo admitir que la dieta cavernícola resulta idónea si se modera el consumo y se atiende la calidad de la carne, pero detrás de esa obvia verdad se escuchan los reales de las industrias agroalimentarias. Cereales, legumbres y papas (los CLP) son un tipo de alimento a los que también se les denomina “anti-nutrientes” por no llamarlos tóxicos, y aunque gran parte de su veneno se elimina con la cocción, prevalece lo siguiente: · Toxinas en pequeñas pero graves cantidades. · Un elevado índice glucémico (similar al de la azúcar) · Baja cantidad de vitaminas, minerales, antioxidantes y fitoesteroles. Por eso, también se les llama “calorías vacías”. Paradójicamente, son las que llenan el espacio de la obesidad global. Y como dijo la calculadora: total. La dieta paleolítica es una de las que contienen los menores índices de anti-nutrientes y resulta en el mayor aprovechamiento de nutrientes.