[ Letras ] DE CAMBIO
S U P L E M E N T O D E C U L T U R A D E C A M B I O D E M I C H O A C Á N | N U E V A É P O C A | COORDINADOR: VÍCTOR RODRÍGUEZ MÉNDEZ | 5 DE SEPTIEMBRE DE 2015 |
Martínez Ocaranza De bárbaros amores / 2 CENTENARIO. POR ALFREDO GARCIDUEÑAS / ERNESTO HERNÁNDEZ DOBLAS DOBLAS| PÁG. 7
Vasos Lyssaridis: la lírica de la protesta POR ALEJANDRO SALDÍVAR | PÁG. 5
Buena erección A LA SAZÓN SAZÓN. POR NETZAHUALCÓYOTL ÁVALOS ROSAS | PÁG. 3
Interrogantes RESEÑA. POR COLUMBA VERTIZ | PÁG. 5
Literatura y la avidez de la novedad ARTÍCULO ARTÍCULO. POR CARLOS HIGUERA |
François Mauriac Revisitando su Nudo de víboras POR MARCO ANTONIO REGALADO | PÁG. 2
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La depuradora CREACIÓN CREACIÓN. POR E.L. DOCTOROW | PÁG. 6
De amigos y lobos en Nueva York CINE CINE. POR FAUSTO PONCE | PÁG. 8
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François Mauriac Revisitando su Nudo de víboras POR MARCO ANTONIO REGALADO
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uizá lo que más destaca de la novelística de François Mauriac es haberse asomado a esas ciertas partes oscuras del alma humana, ahí donde habita la naturaleza del mal. No me quiero referir a ese extraño tema de la religión o la teología, porque la fe sólo guarda ciertos huecos de inseguridad; la religión cual sea es otra ficción de la literatura –tal como lo refería Jorge Luis Borges-. Lo que más ha destacado la crítica son sus firmes creencias religiosas; pero más importante aún es asomarse a ese trabajo del gran escritor que era y que se reflejan en su novelas, en las que aborda los conflictos morales básicos del ser humano, tal como ocurre en Nudo de víboras. Nudo de víboras es una larga carta narrada en primera persona, en la que un rico abogado de sesenta y ocho años, un hombre avaro por naturaleza que, presintiendo la cercanía de la muerte, relata de manera fiel los sentimientos de toda una vida. Tras un matrimonio infeliz con la hija de una familia de la alta burguesía venida a menos, cuya única dote era su apellido, se ha sentido siempre despreciado por su esposa y también por sus hijos que sólo desean su herencia. Paso a paso va introduciendo al lector en su vida donde el cariño, que él nunca dio, brilla por su ausencia y donde el dinero acumulado en sus negocios es lo único que interesa a su familia. Luis, personaje protagonista de la novela, elabora con gran frialdad un plan de venganza que confirma sus suposiciones; sin embargo, pronto los acontecimientos le harán ver que su comportamiento también ha influido mucho en el de los demás. No existen solamente culpables o inocentes. Aunque la balanza no esté equilibrada, casi siempre hay un reparto de culpas. A pesar de estar tan alejados —no físicamente pero sí en espíritu—, la muerte de su esposa le hace ver su equivocación y decide cambiar de actitud. Amante del dinero, su única obsesión en la vida se pasa al extremo contrario y decide repartir sus bienes ante el estupor de sus hijos. Al principio todo parece ir muy bien, pero no por mucho tiempo. Observa cómo mundos tan separados a lo largo de los años no se pueden acercar. Ha sido tanto el distanciamiento que cualquier cambio que intente se ve como una maniobra. Luis, ya anciano, descreído, cínico, egoísta y ateo, al presentir su pronta muerte, en la carta —llena de reproches hacia Isa, su esposa, católica y tradicional— hace balance del fracaso de su relación matrimonial, y hace patente también el desprecio que siente en todo momento hacia su persona el resto de la familia — hijos, nueras, yernos y nietos—, que desean que muera lo antes posible para heredar. El origen del conflicto con su mujer surgió cuando, recién casados, ésta le confesó un anterior idilio amoroso de juventud. Luis se casó con ella muy enamorado, pensando que Isa también lo estaba de él. Pero semejante revelación le lleva a pensar que su matrimonio fue un modo de arreglar una situación socialmente incómoda tanto para ella como para su familia. Por otro lado, desea vengarse de sus parientes, dejando su herencia al hijo ilegitimo
El escritor francés François Mauriac.
que tuvo con una mujer de baja escala social. François Mauriac está reconocido como uno de los más grandes escritores católicos del siglo XX. Huérfano de padre, se educó en un clima de fervor religioso bajo la custodia de su madre. Extraordinario estilista, Mauriac evoca siempre en sus obras una atmósfera cargada de sentimientos. Los deseos de la carne, al final del viaje del ser humano, no proporcionan una satisfacción real, sino que se muestran como una trágica oposición al esencial anhelo humano de vida espiritual. Consciente del lado oscuro de la naturaleza humana, François Mauriac realizaba sus análisis psicológicos que tratan sobre la lucha contra el mal que libran en su interior hombres y mujeres. Mauriac se licencia en Letras por la Universidad de Burdeos y en 1906 se traslada a París. Al poco tiempo escribe su primer libro de versos Les mains jointes, y años más tarde su primera novela: El niño cargado de cadenas. Participa como soldado en la Primera Guerra Mundial, donde enferma gravemente. A su término prosigue su carrera de periodismo. En 1922, después de muchos intentos, se consagra como escritor con su novela El beso al leproso. Años más tarde pasa por una fuerte crisis religiosa, y en 1932, ya superada, publica uno de sus grandes éxitos: Nudo de víboras. Durante la Segunda Guerra Mundial participó en la Resistencia Francesa contra la invasión nazi y al finalizar realiza con poco éxito una incursión en el teatro. Colaboró en el pe-
riódico conservador Le Figaro, y luego en L’Express. Partidario de De Gaulle, le combatió con dureza cuando vio que era infiel a su vocación cristiana. El premio Nobel logrado en 1952 marca el apogeo de su carrera literaria. En el plano político, fue contrario a las guerras coloniales en Indochina y Argelia. Su defensa de esta última causa durante su guerra de la independencia le causó amenazas de la organización terrorista de extrema derecha OAS. La obra de Mauriac refleja sus fuertes convicciones religiosas cuando afronta conflictos morales. Son análisis psicológicos sobre la lucha contra el mal desde el lado más oscuro de las personas. Si hay una cosa que provoca Mauriac es, sin duda, los sentimientos. En una entrevista publicada en 1953, explicaba así el sentido de su obra: Soy un metafísico que trabaja sobre lo concreto. Trato de hacer perceptible, tangible y oloroso el universo católico del mal. Los teólogos nos dan una idea abstracta del pecador. Yo lo doto de carne y hueso. Cada novelista debe inventar su propia técnica y esa es la verdad. Toda novela digna de llamarse tal es igual que otro planeta, grande o pequeño, que tiene sus propias leyes, así como sus propias flora y fauna.
A todo ello siempre unía el recuerdo de los paisajes de su infancia que aparecían a menudo en sus novelas. En Nudo de víboras, el pro-
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tagonista del libro —el rico abogado de origen campesino— nos muestra en toda su crudeza la amargura que le invade, aunque también deja una puerta abierta a la esperanza. Lo deja entrever con suficiente claridad. Hurga en las profundidades del alma humana y plantea dilemas morales de la religión y en particular del cristianismo. Decía François Mauriac: ”El escándalo de la monopolización del Cristo por los que no participan de su espíritu”; más allá de cuestiones religiosas, éste es, según mi parecer, el tema esencial de Nudo de víboras. Mientras el viejo abogado, harto de las estratagemas de su familia por poseer su fortuna, anota en un cuaderno las reuniones familiares que transcurren bajo la ventana del baño, y ve cómo piensan hacerse con su dinero —que por otra parte ya ha procurado distribuir para que no llegue jamás a sus manos— aprovecha también para contarle en la carta a su mujer todas y cada una de las afrentas sufridas en su matrimonio. Desde el abandono en su comportamiento como esposa hasta la educación en un falso catolicismo que ha inculcado a sus hijos, y en la que prima más la defensa de los valores materiales que los propios espirituales. Nudo de víboras es un gran drama donde quedan al descubierto las miserias humanas de cada uno de los personajes. Es una atmósfera cargada de sentimientos y una metáfora que sigue siendo muy actual. Nació en Burdeos un 11 de octubre de 1885. Estudió en la Universidad de Burdeos y en la École des Chartes de París. Comenzó su carrera literaria como poeta, pero cosechó sus mayores éxitos como novelista. Sus primeras novelas, El beso al leproso (1922) y Genitrix (1923) fueron igualmente aclamadas por la crítica y por el público. Novelas posteriores como El desierto del amor (1925), Thérèse Desqueyroux (1927) y Nudo de víboras (1932) figuran entre las mejores obras de ficción del siglo XX. Mauriac es autor asimismo de obras de teatro, entre las que destaca Asmodeo (1938), obras filosóficas como Lo que yo creo (1963), la biografía De Gaulle (1964) y diversas obras críticas. François Mauriac fue premio Nobel en 1952 y es uno de los grandes escritores franceses de todos los tiempos, un clásico que no debemos dejar de leer. Sus novelas no solamente lograron un gran éxito en Francia, sino en toda Europa. Sin embargo, al igual que ha sucedido con otros importantes escritores de su época, no se sabe muy bien por qué apenas se le recuerda y son leídos con un dejo de desdén.
Buena erección A LA SAZÓN :: POR NETZAHUALCÓYOTL ÁVALOS ROSAS “Todo necio confunde valor y precio” Antonio Machado.
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ntre remedios y hechizos, propios de naturaleza humana, son los afrodisiacos la pitanza más deseada. Comidas exóticas y platos prodigiosos son de lo más costosos, embelesan con el manto del encanto y son treta del deseo; menester de la escasez. Una manía comer de este o aquel manjar para poder ascender al Olimpo del placer. Más vana es la búsqueda de aquello que sólo podéis obtener con equilibrio y sustento. Lo sé… lo sé. Tremenda humillación sufre aquel señor, aun con todo el dinero, si no puede encumbrar su espada y brindarse en el torneo. De nada le servirán: cuerno de rinoceronte o polvo de cantáridas si no ha podido animar sus extrañas más mundanas. Ya sea la erección del varón, insignemente evidente, o la de la dama; que es de temple sugerente, cuando Venus se convierte en un monte prominente, es la circulación sostén para fornicar. He aquí de sugerir los valiosos alimentos que, además de dar firmeza a sexuales ornamentos, son dignos de hacer correr la sangre que da poder. El ajo es un ingrediente de este caso pertinente, pues fortifica las paredes por donde ha de circular el flujo de la creciente. Y son frutos de la mar muy lúbricos alimentos
que, con ayuda del zinc, desatan temperamentos. Es cierto que el camarón al igual que don ostión y el legendario salmón, son de todo corazón y aceleran la pasión. De aliadas tenéis las nueces, prodigiosas en aceites, bien provocan que se explaye la templanza de las venas. Y el oscuro chocolate, dueño de sensualidad y textura dominante, tiene el valor de animar la libido de tu mente, que es del todo conducente a tu nervio efervescente. Para excitar el calor y desbaratar las grasas será menester beber infusiones de café o consumir una salsa, que es el chile gran placer y en metabolismos anda. La frescura vegetal para todo es ricura. Cebolla y jitomate nos serán de mucha ayuda, al purificar la sangre y darle fibra a la rúa. El jengibre es un poder que oxigena nuestro plasma, con ello ha de llegar a inflamar nuestra esperanza. La cúrcuma es una especia muy popular en la India, es la semilla amarilla que desinflama la panza y hará relajar la piel en la que habrá de crecer el miembro de estas andanzas.
LA NOTA, LA RECETA, O EL REMEDIO Porque habéis de comprender que no es cuestión de un objeto, el objeto del placer. Se trata de abastecer todo el caudal del querer. Para amar, con entereza y placer, de todo haz de comer.
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La lírica de la protesta RESEÑA ::Estaré aquí, poemas de Vasos Lyssaridis. POR ALEJANDRO SALDÍVAR
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asos Lyssaridis (1920) opera políticamente al interior de sus poemas. En ellos habita la memoria de Chipre: una isla asolada por Gran Bretaña y Turquía. “Si por tu voluntad no te arrodillas, ni muerto conseguirán hacerte arrodillar”, es el epígrafe inaugural del libro. “El autor de estos poemas es el prototipo de ciudadano en toda la extensión de la palabra: el individuo que pertenece a una ciudad, a su comunidad y que, consciente de su propia dimensión, interviene en la esfera sociopolítica, donde ejercita sus derechos y se obliga a cumplir sus deberes, el primero de todos con la patria”, escribe en el prólogo Guadalupe Flores Liera, traductora mexicana del poeta griego. En Estaré aquí suena la lírica de la protesta, la didáctica de un médico en consulta familiar y la épica de las batallas helénicas. Los poemas conjugan el pasado y el presente de los eternos olvidados y nos recuerdan lo absurdo de las fronteras. La poética de Lyssaridis se ubica en Chipre, y desde su perspectiva, “la poesía le permite expresar lo que en el lenguaje de la política no es posible”. Por eso es posible que algunos versos obedezcan al “dictado de las circunstancias” durante la lucha independentista de Chipre en la década de los cincuentas. Flores Liera ofrece una breve reseña del conflicto geopolítico entre ese país, Gran Bretaña y Turquía. Además de un amplio trabajo biográfico que documenta la vida del poeta fundador del Movimiento Socialdemócrata (EDEK, por sus siglas en griego). Los 66 poemas fueron seleccionados por Flores Liera a través de la editorial Agra de Atenas y de la página web del EDEK. Dichos poemas recuerdan al compromiso político que Nicanor Parra estableció contra la dictadura chilena en América Latina. Sin embargo, Lyssaridis no es irónico, ni subvierte el orden lingüístico como Parra, pero sí toma el altavoz en las manifestaciones. Es ese sentido, comparte mayores lazos con la poesía del salvadoreño Roque Daltono el nicaragüense Ernesto Cardenal. “Lyssaridis es una voz incendiaria que se expresa con versos dóricos, de corte epigramático. Su mensaje es claro, llama a la resistencia contra los políticos que ignoran el clamor popular, en cualquier lugar del mundo, porque la arbitrariedad tolerada sienta precedentes”, escribe Flores Liera en el libro editado por la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL). Hay una voz de alerta que subyace en las palabras del poeta: una reivindicación de la memoria, la alerta de que los poderosos siempre pueden borrar el pasado de un plumazo, que vivimos un pre-
sente turbio, producto de un pasado turbio. Aquí se puede consultar el volumen completo: http://issuu.com/casadellibrouanl/docs/ estare_aqui-ebook Y estos son cincopoemas del autor.
Te escribo desde mi cárcel voluntaria Te escribo desde mi cárcel voluntaria. Afuera la vida pasa despreocupada. Con dos mil muertos sin enterrar, con las espaldas dobladas. Algunos se esfuerzan por estar preparados para recibir con complacencia a los hermanos conquistadores. Los sabios siempre mueren viejos. Aquel perro que se negó con frecuencia a mover con lentitud la cola muere joven, sobre el frío adoquinado. No ha saboreado un hueso, ha dejado a un sinnúmero de descendientes huérfanos. Te escribo desde mi insulsa cárcel voluntaria. Dentro de un rato las espaldas dobladas se erguirán, las que no lo consigan se romperán. Si me convierto en un muerto insepulto lleva un clavel rojo al sitio donde me conociste. Te saludo amigo.
Vasallos Las cifras desdibujan las ideas. Medimos la moral por pulgadas. Hipotecamos los ideales con el porcentaje. A la pesadilla de ayer la vestimos de Apolo y adornados de joyas aunque de rodillas
continuamos la marcha. Los esclavos no escogieron el camino por ellos mismos. Los vencedores los ataron en las bodegas. A causa de ellos me indigno contra los tiranos y respiro cuando rememoro a Espartaco. Los vasallos por consentimiento propio se encadenaron Los ignorantes vitorean dichosos. A éstos no hay Espartaco que los libere.
Verdad (1) Se llenaron los cruceros del planeta de ideas prostituidas. No se trata de que lo valioso es lo raro. Lo que vale madura con el roce. Se llenaron las miradas humanas de destellos falsos y mis entrañas se llenaron de asco y no hay consuelo ya ni en el espejo. Yo, pequeño necio yo, te tomaré de la mano sudorosa y no te mostraré el camino de horcas y de Gólgotas. Te conduciré al pantano de enfrente para que veas reflejada tu suciedad, para que despiertes a la verdad.
Cargo Cargo en mi espalda una humanidad cansada. Cargo una revolución arruinada. Cargo los dioses que murieron. Cargo los dioses que no vendrán.
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Interrogantes RESEÑA :: Curiosidad. Una historia natural natural, de Alberto Manguel. POR COLUMBA VERTIZ
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El poeta Vasos Lyssaridis (1920).
Sólo regálame dos horas postrimeras Dios del caos y de la creación, te perdono el haberme creado a mala imagen y semejanza. Dios del trueno y de la venganza, te perdono los castigos y los anatemas. Dios del amor y de la compasión, echo a un lado la maldad que heredé de ti
l nuevo libro del argentino-canadiense Alberto Manguel, titulado Curiosidad. Una historia naturaleza, llega a México. Según la editorial Almadía, el ensayo, que aborda temas como las preguntas, la infancia, lo desconocido, la tragicomedia La celestina, el poema “La divina comedia”, las palabras, la imaginación, la conciencia y la reflexión, entre otros tópicos, también saldrá simultáneamente en los mercados de Alemania, Brasil, Corea, España, Estados Unidos, Francia, Italia, Rusia y Turquía. Curiosidad. Una historia natural, según su portada, es una colección de interrogantes que tienen raíz en pasajes de la infancia del propio autor: “La primera vez que se extravía en las calles de su barrio lo llevan a meditar sobre las expectativas que abre la posibilidad de toparnos con lo desconocido. Las preguntas que hacía en su infancia a sus mayores le revelan el contenido de emoción y esperanza que hay en interrogar al mundo. Las lecciones que recibió de su profesor de secundaria al leer colectivamente La celestina le enseñaron a interesarse en cómo sucedía la seducción de las palabras. Y el eje bibliográfico de esta investigación es la Divina comedia, que, según Manguel, es una obra que puede leerse como la búsqueda de un hombre impulsado por la curiosidad, cuyo protagonista que se detiene a cada paso para averiguar las historias y las razones del destino de condenados y salvados.” Manguel nació en Buenos Aires en 1948. Fue lector para las editoriales Gallimard, Denoël y Les Lettres Nouvelles, en París, y Calder & Boyars, en Londres. Después trabajó como editor en la casa editorial Franco Maria Ricci, en Milán, y de 1975 a 1981 en Les Éditions du Pacifique, en Tahití. Entre 1982 y 2001 residió en Canadá, país del cual adoptó la nacionali-
dad. Es miembro de la Unión de Escritores Canadienses, Del PEN Canadá y de la Fundación Guggenheim. Ha sido nombrado Oficial dela Orden de las Artes y las Letras en Francia. Entre sus obras figuran Guía de lugares imaginarios (Premio de la crítica de Mannheim, 1993), Noticias del extranjero (Premio McKitterick a la mejor primera novela, Gran Bretaña 1991), En el bosque del espejo (Premio FranceCulture 2001), Leyendo imágenes (2002), Stevenson bajo las palmeras (2003), Diario de lecturas (2004), El regreso (2005), Todos los hombres son mentirosos (2008). Almadía ha publicado sus libros La ciudad de las palabras (2010) y Una historia de la lectura (2011).
y el amor que malgasté en almas yermas. Dios de la guerra y del botín, perdóname porque por inepto me probé en la piratería y el asalto. Dios de la música, de los colores y de la armonía, humildemente suplico comprensión por el maltrato rudo de la buena herencia. Dios de las orgías y de la ira, haz oídos sordos ante el clamor desarticulado de mi pequeñez. Dios de la misericordia y de la comprensión, en esta hora postrera en que me uniré a la inexistencia ilimitada fervientemente suplico por tu piedad sin límite. Sólo regálame dos horas postrimeras, para considerar lo que no consideré, para evocar lo que no viví, para llorar por lo que no hice, para consolar a quienes di amargura injustamente, para mofarme de quienes favorecí, para arrodillarme ante el hombrecillo gigante que soslayé despreocupado. Dios de todas las cosas y de la nada, sé tú el primero en arrojar un puñado de polvo sobre el polvo del que fui creado.
Literatura y la avidez de la novedad ARTÍCULO :: POR CARLOS HIGUERA
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pesar de que la poesía es uno de los géneros menos leídos, hay contradictoriamente un gran número de libros publicados; actualmente proliferan los concursos nacionales y estatales, juegos florales, becas para escribir poesía de sesenta cuartillas (me sigo preguntando ¿quién ha delimitado que un libro de poesía debe tener mínimamente sesenta cuartillas?) y, desde luego, más epígrafes que garanticen el premio con el conocimiento previo de jurados. Son pocos los que acceden a las élites del poder y obtienen el cuerpo de nuestros impuestos transfigurado en Conaculta. El principal motivo: ¿promover la literatura? El Fonca –creación del polisémico salinismo– se ha instaurado año tras año como la tribuna del amiguismo, las relaciones y los grupos de cultura centralizado y centralistas. Recordemos que la historia de los escritores no tiene que ver mucho con el Estado benefactor. El poeta español León Felipe publicó de su propia bolsa Versos y oraciones del caminante. Fernando Pessoa publicó El libro del
desasosiego disperso en diarios, sin becas ni apoyos nacionales. Pablo Neruda, poderoso monstruo de la palabra, a los 19 años publicó su Crepusculario y costeó su libro. Borges igualmente publicó Fervor de Buenos Aires con un tiro de 300 ejemplares que pagó su padre. Las obras de El jugador, el personaje de Raskolnikov de Dostoievski y sus continuos líos monetarios no hubieran sido escritos con estímulos y becas. Es cierto que, por una parte, ayudan, pero no porque existan hospitales los hombres dejan de morir; no porque existan becas y subsidios los escritores institucionalizados están escribiendo el libro venidero de la literatura mexicana. Lo que sí hay es un mercado del libro de grupúsculos y escritores caza-premios –tampoco decimos que el áurea romántica del artista que no se debe contaminar su creación con dinero-; lo que sí existe es lo que denominó Heidegger la avidez de novedad, en “no demorarse” en publicar con “falta de paradero”. En lo ambiguo desaparece el auténtico creador, y entonces aparece el publicista corporativo.
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CREACIÓN
La depuradora E.L. Doctorow
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abía seguido a mi hombre a este lugar. Todo lo que hacía era un misterio para mí y aquel día de noviembre su predilección por las depuradoras de agua no lo era menos. El edificio cuadrado de granito, con torres almenadas en las esqui-nas, se levantaba junto al embalse sobre una meseta que dominaba la ciudad desde el norte. Tenía una gran cantidad de ventanas, por las cuales curiosamente, no parecía pasar la luz. En los cristales se reflejaba el cielo que tenía a mis espaldas, una masa tumultuosa de ondulantes formas grises bullendo entre bóvedas rosas y con nubarrones negros navegando en las alturas como una armada. Su carruaje estaba en el patio delantero. El caballo pateó el suelo empedrado y giró la cabeza para verme. Tras el edificio estaba el embalse, un cráter acuoso que ocupaba el equivalente a cinco o seis manzanas de un barrio urbano situado sobre un terraplén cuyo ángulo ascendente sugería la plataforma piramidal de una civilización antigua, maya tal vez. En verano, la gente de la ciudad venía aquí a pasar el domingo, subiendo al terraplén para dar gritos de admiración ante la vista de aquella extensión cuadrada de agua. Aquel día la tenía toda para él solo. Desde donde yo estaba se oía el violento chasquido, la bofetada insistente de las olas contra el empedrado. A escasa distancia del embalse, mi capitán de barba negra estaba en pie bajo cielo nublado contemplando algo sobre la superficie del agua y sujetándose con fuerza el ala de su sombrero con una mano. El viento le aplastaba el faldón del abrigo contra la pierna. Estaba seguro de que él no ignoraba mi presencia. De hecho, algunos días había percibido en sus actos una enajenada voluntad de asociación, como si sus quehaceres buscaran nuestro beneficio mutuo. Subí el terraplén por el flanco oriental, a un centenar de metros de él, y me puse cara al viento para ver el objeto de su atención. Se trataba de un velero de juguete que ascendía y descendía sobre el oleaje a velocidad alarmante, desapareciendo y reapareciendo sin dejar de balancearse mientras vertía agua por los costados. Lo contemplamos varios minutos. Desapareció, se alzó y volvió a desaparecer. El movimiento tenía un ritmo que adormecía la percepción y pasó un rato antes de darme cuenta, mientras esperaba verlo reaparecer, que ya lo esperaba en vano. La catástrofe me produjo la misma impresión que si estuviera en lo alto de un acantilado y hubiera visto un velero engullido por el mar. Cuando se me ocurrió pedir ayuda a mi hombre, lo vi corriendo sobre el pontón de tierra endurecida que daba a la parte trasera de la depuradora. Lo seguí. Una vez dentro del edificio, noté el frío del aire sepultado y oí la orquesta del agua que siseaba y rugía al caer. Bajé corriendo por un pasillo de piedra y hallé otro corredor que permitía continuar hacia la izquierda o la derecha. Me quedé escuchando. Oí sus pasos claramente, el martilleo metálico de unos tacones cuyo eco resonaba a mi derecha. Al final del túnel oscuro había una escalera de hierro que ascendía circularmente en torno a un eje de acero negro. Subí por la espiral y, al llegar al piso superior, me hallé en una pasarela dispuesta sobre una enorme piscina interior de agua turbulenta. Ese torbellino diabólico soltaba un vapor mineral, como un quinto elemento, que nutría una profusión de musgo y limo sobre la superficie de piedra ennegrecida del muro del fondo. Sobre mi cabeza había una claraboya de vidrio traslúcido. Bajo su luz lo vi de pronto, a menos de dos metros de donde yo me hallaba. Estaba inclinado sobre la barandilla con una expresión absorta de una intensidad aterradora. Pensé que podía caer al agua de tan ensimismado como parecía estar. Verlo en aquel momento de turbación me resultaba casi insoportable, así
Edgar Lawrence Doctorow (Nueva York, 6 de enero de 1931 - Nueva York, 21 de julio de 2015).
que de nuevo miré hacia lo que miraba él y allí abajo, en el tumulto amarillento de corrientes espumosas maceradas por el arnés mecánico, aprisionado en la maquinaria de una de las compuertas, había un pequeño cuerpo humano cuya ropa parecía haber quedado atrapada en un bisagra o algo similar. El niño, una miniatura como el barco del embalse, se golpeaba incesantemente contra el artefacto de hierro, primero a un lado y luego al otro, como en una protesta muda, tiri-
tando y temblando, animando por revulsión la muerte que ya lo había vencido. Alguien gritó y al cabo de un momento vi, como recién desgajados de la piedra, a tres hombres de uniforme sobre un repecho inferior dispuestos a resolver la situación. Estaban tirando de una cuerda unida a una polea sobre el muro del fondo y por este medio habían logrado fijar una especie de puente colgante hasta la otra pared, la pared que mi pasarela me impedía ver. En ese momento, vi aparecer
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De bárbaros amores a otro de los empleados de la depuradora, colgado del cable por los tobillos, con una ruedecilla que le permitía avanzar y con las manos libres para poder liberar al artilugio de su obstrucción. Y, alzando el cuerpecillo del agua por la camisa, aquel hombre logró asir por los tobillos y zapatos a un niño de entre cuatro y ocho años que al ahogarse se había quedado de color azul. Y, así suspendidos los dos, columpiándose rítmicamente sobre las aguas alborotadas, se deslizaron sobre el cable como un par de trapecistas hasta que se perdieron de vista al pasar por debajo de mí. Al ver la calidad profesional de la maniobra me pregunté si los trabajadores de la depuradora estarían acostumbrados a esta clase de sucesos. Poco después, en el patio, ya bajo el cielo anochecido, vi a mi hombre cargar en su carruaje el cadáver envuelto en una manta, cerrar la puerta con elegancia y subir de un salto al pescante, Y, así donde supo imponerse a su caballo con un sonoro chasquido de las suspendidos riendas. Y se fue camino de la ciulos dos, dad con el niño muerto mientras veíamos difuminarse en la distan- columpiándose cia los radios de las relucientes rítmicamente ruedas negras. Empezó a llover. Me puse a cu- sobre las bierto en aquel lugar donde el agua parecía oprimirnos a todos, por aguas dentro y por fuera, a los muertos alborotadas, se y a los vivos. Entre tanto, los trabajadores de deslizaron sobre la depuradora se disponían a re- el cable como partirse un tesoro. Llevaban el uniforme azul marino con cuello un par de alto de los empleados municipales trapecistas alterado con un tosco jersey bajo la chaqueta y con el pantalón remetido en las botas altas. El suyo no era un trabajo envidiable. Imaginaba sus pulmones humanos cubiertos del mismo musgo que crecía sobre los muros de piedra. Todos tenían el rostro reluciente, enrojecido de frío y esmaltado por la niebla. Al verme hicieron gala de su indiferencia mientras llenaban de whisky sus vasos de estaño. Esos rituales también se tienen en alta estima entre los bomberos y los sepultureros. Traducción de Gabriela Bustelo.
CENTENARIO MARTÍNEZ OCARANZA :: Entrega 2. “Porque morir es darse en abundancia de bárbaros amores”. Ramón Martínez Ocaranza, Elegía de los triángulos.
Alfredo Garcidueñas (Morelia, 1992)
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n el 2011 escuché el nombre del poeta por primera vez, de boca de un amigo en la Facultad de Filosofía. Su nombre resonó a tal grado que hasta ahora no ha cesado de aparecerse en mi camino. La poesía de Ramón Martínez Ocaranza llegó a mí como el tañido de una campana que llama a la sorpresa y a la erupción. Pensaba que después de leer poesía vanguardista, de prenderme de Lorca, Baudelaire y Huidobro, no conocería fruto más exquisito. Me di a la tarea de buscarlo en librerías, entre las piedras y las nubes. A los pocos días me prestaron el libro rojo de su Poesía Reunida, que leí extasiado, fuera de mí, algunas veces atento, otras noqueado por una metáfora o una pregunta. Poco a poco he ido haciendo mi acervo personal. Llevo algunos años acudiendo a él, golpeando sus laberintos, bebiendo de sus sueños, repasando los lugares que contempló, mostrándolo como si fuera mi propia sangre, aventurando una hermenéutica imaginativa que me permita entender su lengua, la estructura de su ser en llamas, pero se me escapa de la manos, me rompe los sentidos, me exige dejar de ser mediocre en todos los aspectos de mi vida, armarme de voluntad y entendimiento, no sólo para la percepción, sino para dar el salto a las aguas oscuras de la existencia. Postdata: Si vas a empezar a leer a Ramón, naufraga con gusto, no te salves, y si vas a releerlo, de preferencia espera a que llegue el Otoño.
Ernesto Hernández Doblas (Morelia, 1971)
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n día, mi padre, como era costumbre, llegó con un nuevo libro en sus manos. Cuando lo dejó en el librero de inmediato me acerqué a mirarlo con esa curiosidad que todavía. En la portada: un hombre con el puño en alto y un grito que en verdad podía escucharse si uno miraba con atención. El título del libro: Patología del Ser. Nada yo sabía de lo que significaban esas palabras y sin embargo algo de fuego y de sismo comunicaban en mí. Nada sabía yo de los furores, de la rabia, del abismo que tras esas palabras alzaba su barco pirata, su atómica bomba. El autor: Ramón Martínez Ocaranza, nombre que ya no se iría del sitio central que tomó desde entonces, del sitio en que yo poco a poco empecé a escribirme, del estado de sitio en que la vida me puso, con una sola bandera y un arma llamada Poesía. Ahora que la poesía es mi dama de negro y de blanco (mi esposa fatal), recuerdo las primeras palabras que me dijo Ocaranza por medio de su libro-novela: Contéstame, Beatriz, no seas tan perra. Devuélveme las puertas del infierno que nunca
FOTO: ALEJANDRO DELGADO
me cerraste. ¡Ah, Satán es testigo que nunca he sido infiel desde entonces a ese llamado de pura blasfemia! Lucifer bien lo sabe: por esos caminos interné mi corazón de once años, mi oscuro corazón que todavía. Debo decirlo ahora y no callar para siempre: Ramón Martínez Ocaranza es el poeta más grande de Michoacán por la sencilla razón de que es el poeta que más profundo y más alto llegó con su luz de maldito. Es el poeta que más abrevó en los fulgores de un tiempo convulso que le tocó morir. Es el poeta que de manera más clara unió su decir a su hacer, porque su vida fue igual que su obra: un preguntarse de llamas, un golpear a las puertas del Ser, un partirse la madre una vez y otra vez contra el viento. Así lo conocí, recuerdo. Así llegó a mis entrañas, con tambores de guerra. Ese primer encuentro entre Ocaranza y mis once años ya está sembrado en futuros que abrazo con llagas. Aún a mis edades presentes, no puedo decir: he comprendido, respecto a una obra monumental y monstruosa. Y sin embargo, regreso a ella mil y una noches de insomnio, porque justo es ella la que mejor me describe los tiempos que vivo, vivimos. Apocalipsis es ahora. Y su profeta Ocaranza nos dijo sin miedo las visiones que tuvo y que hoy retratan nuestra penuria. Nuestro mundo de escombros, nuestra estatua de polvo y ceniza. Ramón Martínez Ocaranza es poeta del caos, lugar por excelencia del odio, pasto verde para su ganado de búfalos del Hades. Una de sus Musas es desde el principio una Furia, una Gorgona de guturales ecos quien de la mano empuñada lo llevó desde el principio del camino a decirle al pan pan y al vino vino. A partir de su primera publicación se sumerge en un constante interrogar a las Efigies del Seol donde los muertos comparten los enigmas de la parte dantesca que habita todo vivir. Ocaranza es hermano espiritual de aquel Ángel que cayó de la luz por amor a la verdad, dejando a su paso una estela de planetas ciegos. Ramón Martínez Ocaranza se da un banquete de vida con la muerte y es desde la muerte que vive y muere su poesía y su pensar y existir. Ahora que vivimos un tiempo de ruinas, recuerdo. Y al recordar, reafirmo mi amor: estampida de voces que dan gracias a una obra que admiro y que muero. A un poeta que en mi infancia me tomó de la mano y me llevó con ternura al infierno.
8 | LETRAS ~ CAMBIO DE MICHOACAN
SÁBADO 5 DE SEPTIEMBRE DE 2015
De amigos y lobos en Nueva York RESEÑAS :: Cine. POR FAUSTO PONCE
Venganza supernatural Eliminando amigos (Unfriended, EU-2015) es una ingeniosa cinta de terror adolescente que intenta generar miedo a través de la cultura de Internet, propiamente de los video-chats. La película dirigida por Levan Gabriadze consigue engancharnos, pero tampoco se puede decir que sea una obra icónica del cine de terror; sin embargo, entretiene. En la cinta aparece inicialmente la pantalla de una computadora que tiene en el navegador abierto una página con el video de una chica llamada Laura (Heather Sossaman), suicidándose. El material audiovisual data de hace un año. ¿Por qué ocurrió esto? Resulta que un grupo de chicos de su escuela la grabaron en una fiesta en donde ella tuvo una experiencia humillante. Y, no conforme con esto, subieron el video a la red para que todo el mundo pudiera verla. Gracias a lo anterior, la chica terminó matándose. En este contexto, un grupo de siete amigos relacionados con el video de Laura se encuentran conectados en una sesión de Skype (video-chat). Todo va normal y abren otras páginas web cuando de pronto un sujeto anónimo ingresa a su grupo. El susodicho sabe secretos vergonzosos y terribles de los presentes, y no sólo eso, nadie puede sacarlo del chat, y dice ser la difunta Laura. Como buena película de terror, alguien tiene que morir, así que Laura buscará una manera ingeniosa de ir eliminando a estos muchachos que alguna vez la humillaron. Lo más atractivo de la cinta es la utilización de los recursos visuales del director, quien con apertura de pantallas de navegador, chats, Facebook, e-mails e íconos de la web consigue atraparnos en su narrativa. Claro, los motivos de los personajes y sus secretos son sumamente bobos… en otras palabras, muy adolescentes; es por eso que la cinta es incapaz de convertirse en algo interesante para el género del terror, aunque tampoco es lo peor que se ha visto: la cinta pasa de panzazo.
La libertad del encierro Seis jóvenes de apariencia sospechosa caminan por Nueva York, visten gabardina negra, sombrero y lentes oscuros... Es esta escena la que llamó la atención de Crystal Mocell, quien de inmediato hizo contacto con los hermanos Angulo sólo para darse cuenta de que había encontrado el tema de su próxima película. Lobos de Manhattan (The Wolfpack, EU-2015), es un documental fascinante: por un lado nos presenta una historia conmovedora de “sobrevivencia”, y a la vez otra familiar, perturbadora. Todo gira en torno a esos seis adolescentes que vivieron encerrados prácticamente toda su vida en la casa de sus padres. Resulta que el señor Angulo (de origen peruano), enajenado con la filosofía Hare Krishna, decidió que la socialización –así como estaba planteada la sociedad estadunidense– esclavizaba al ser humano, al igual que el trabajo. Así pues, decidió que él y su familia vivirían en una comunidad cerrada y comerían gracias al dinero de la asistencia social. Los señores Angulo sólo salían por comida o por alguna situación estrictamente necesaria. Afortunadamente, la madre de los muchachos de origen estadunidense, maestra de escuela, pudo darles una buena educación a sus hijos. Los muchachos la complementaron a través a la música –su
Arriba, fotograma de Eliminando amigos. Sobre estas líneas, los protagonistas de Lobos de Manhattan.
padre decía que un contrato con una disquera era la única forma aceptable de colaboración con la sociedad– y del cine. De hecho, gracias a este último pudieron conocer el mundo exterior y, de alguna manera, mantener un poco de sanidad mental. Los hermanos Angulo pasaban horas y horas pegados a la televisión viendo películas clásicas del cine estadunidense, desde Ciudadano Kane, pasando por Lawrence de Arabia, Pulp Fiction hasta El señor de los anillos y la nueva trilogía de Batman. Y la cosa no paraba ahí, los chicos se organizaban como si fueran profesionales cineastas para recrear, con los recursos que tenían a la mano, escenas de sus películas favoritas. Al escuchar los argumentos del padre que justifican el encierro de la familia, no puede uno más que horrorizarse. Sin embargo, por momentos hay algo de verdad en sus declaraciones: el sistema no es lo que debiera ser, es un sistema salvaje y violento que muchas veces oprime al individuo. Pero es sumamente claro que el señor Angulo se pasó de la raya. Por momentos, hay conducta violenta del padre hacia la madre, si bien no se habla de abuso físico hacia los pequeños.
Resulta conmovedor el momento en que los muchachos relatan sus experiencias con el mundo exterior, en un principio algo traumáticas –como lo es el nacimiento de un niño cuando se enfrenta a una sobreestimulación externa–, pero, posteriormente, un verdadero renacimiento, un descubrir constante. Hasta antes del documental, los chicos tenían permitido salir un par de veces al año. Cuando rompen el cautiverio es cuando uno sonríe, porque sabe que existe un halo de esperanza para que los chicos puedan vivir una vida plena. Como espectador uno es capaz de sentir el alivio y la magia que deviene a través de la capacidad de asombro. Para uno el cine es el descubrimiento de que existe otro mundo. Para los chicos Angulo la cosa fue al revés: ellos descubrieron el cine primero. Al final no se puede evitar preguntar si sobrevivirán en el mundo exterior, y aunque es preferible la libertad al encierro, la voz del señor Angulo queda por ahí metida, sembrando la semilla de la duda: ¿vivimos en el mejor de los mundos posibles? Finalmente, la vida real no es como las películas que los hermanos Angulo han recreado una y otra vez.