Letras 21 de noviembre de 2015

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[ Letras ] DE CAMBIO

SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN | NUEVA ÉPOCA | COORDINADOR: VÍCTOR RODRÍGUEZ MÉNDEZ | 21 DE NOVIEMBRE DE 2015 |

Geología y traducción Una liga íntima con la lectura POR JORGE BUSTAMANTE GARCÍA | PAG. 2

El hijo de Saúl: viaje hacia el corazón del Holocausto CINE SYLVAIN PROVILLARD | PAG. 6

Sobre la violencia y los otros

Adiós a Rafael Freyre y su ranita

CARTAS APÓCRIFAS ESTEBAN MARTÍNEZ |

RESEÑA ROBERTO PONCE | PAG. 7

PAG. 4

Comida de verdad A LA SAZÓN. POR NETZAHUALCÓYOTL ÁVALOS | PAG. 5

Acuérdate CREACIÓN JUAN RULFO | PAG. 8


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Vista de la entrada a San Diego de Curucupaceo, Michoacán.

Geología y traducción Una liga íntima con la lectura POR JORGE BUSTAMANTE GARCÍA

A

hora creo recordar que desde muy joven sentí la necesidad de escribir, presentía que era una manera de volcar el mundo interior, eso inenarrable que cada quien lleva dentro y que lo acompaña como una sombra a lo largo de la vida. Tal vez esa inspección del sentir inefable era, en última instancia, lo que me movía a hilar palabras, a tejer elucubraciones acerca de mí mismo, a contrastar mi experiencia más íntima con la experiencia de los demás en un mundo que siempre está ahí en permanente cambio y movimiento. Todo lo que escribe una persona que escribe va, quizás, en pos de esa iluminación. Por eso tal vez también me interesé por la lectura. Tenía que saber cómo le habían hecho otros para desenredar la madeja de sus vidas y desentrañarla en un relato, en un poema, en un ensayo, en una novela. Por eso me puse a leer como bobo entre los veinte y treinta años de mi vida, temiendo siempre que todo se escapara, que no quedara nada que realmente me ayudara a desenredar mi propia madeja. Todo lo que hice en esos años fue escribir unas mil cartas desde lejos, llevar un diario y estudiar geología. ¡Ah, la geología, la geología!, todo un campo del que quiero hablar. Por más que ocupó gran parte de mi tiempo, no logró apartarme de la lectura literaria, porque yo acudía a

la lectura de novelas, poemas, biografías, artículos, revistas y periódicos con el único fin de sentirme menos solo, procurar aclararme lo que me ocurría y lo que ocurría a mi alrededor. Tenía la inexplicable sensación de que sería joven por muchos años más, que aún tendría todo el tiempo del mundo para escribir lo que suponía iba a escribir y todo lo dejaba al extenso futu-

¡Ah, la geología, la geología!, todo un campo del que quiero hablar.

ro, esa porción de la vida que en realidad no existe, porque todo lo que nos sucede ocurre en un múltiple e interminable presente. Somos muchas historias, memoria, pensamiento y muerte en el único hoy que nos pertenece. La geología permite leer de otras maneras lo que no habíamos tocado todavía. Pararse frente a un afloramiento, tratar de distinguir las diversas rocas entre sí, iden-


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tificarlas, clarificar sus relaciones, esclarecer las características de los estratos o de las masas rocosas, dilucidar sus deformaciones, sus estados tranquilos, sus afectaciones tectónicas por fallas o plegamientos, imaginar lo que ocurrió a través del tiempo geológico es asistir a todo un acto de lectura y de ficción. La historia no sólo de la tierra, sino de los planetas, las estrellas y todo el universo es la representación de la tan anhelada e inalcanzable novela total. Una novela donde no se tiene una sola historia, sino todas las historias posibles, cada una con su propio espectro de posibilidades. Ese afloramiento contiene todas las aristas de la construcción del mundo y, como ante un relato infinito, es un privilegio estar ahí parado, leyéndolo. Leer un afloramiento así es traducirlo. Con frecuencia me enfrentaba, como geólogo, a ese ejercicio de interpretación. Si algo fallaba de pronto en mi lectura de lo que veía en el afloramiento, si algo no encajaba, entonces se derrumbaban los modelos que pretendía alcanzar. Y construir un modelo en geología es algo muy importante. Si uno omite, por ejemplo, la presencia de ciertos minerales, si no los detecta, si no capta ciertas alteraciones y deformaciones, el modelo puede cambiar vertiginosamente. Lo mismo puede ocurrir con la traducción de poesía. Si no percibes ciertas maneras de decir, ciertos sentidos recónditos de las palabras, ciertas resonancias de los vocablos ambiguos, la traducción se enfilará hacia otros rumbos. A menudo me gustaba traducir poesía en los campamentos geológicos, después del trabajo de campo. Era una manera de relajarse un poco y continuar interpretando tanto los signos, los vocablos, como las rocas y sus relaciones. Así lo hice en las montañas del sur de Colombia en 1979. Durante varias noches traduje y pulí en un campamento geológico algunos poemas de Alexander Blok, tendido sobre un catre y alumbrando el papel con una linterna, en total silencio, para no despertar a mis compañeros exploradores. Algunos de ellos se alegraron mucho cuando un tiempo después leyeron mis versiones en el suplemento Lecturas Dominicales de El Tiempo, sobre todo un poema blokeano que en acento colombiano sonaba así: “La noche, la droguería, la calle, el farol, / Mundo absurdo e insípido. / Vive aunque sea un cuarto de siglo más/ Y todo será lo mismo. No hay salida”. Rusia fue a mis veinte años, y lo sigue siendo hoy, un continuo diálogo, una permanente revelación. La geología y la literatura fueron dos ventanas que se me abrieron allí para siempre. Gracias a la primera, viajé estrepitosamente por ese país extenso y enigmático. Las prácticas estudiantiles nos llevaron a los lugares más recónditos. En un koljoz de Moldavia, a orillas del río Dnieper, entre perales y manzanos y baldes completos de vino que nos costaban apenas un rublo, aprendimos el uso del teodolito. En Daguesthán, al sur del mar Caspio, entre dos poblados de nombre lejano, Gergiebel y Kikuní, y a orillas del Karakaisún, confeccionamos un mapa geológico que antes que de realidad, estaba hecho de nombres extraños y sueños perdidos. Y me acompañaron también libros extraños. Leí Memorias de un opiónamo en la cima de una montaña del Cáucaso, sobre vetas de plomo y cinc en un paraje perdido de la república de Osetia del Norte, donde los atardeceres parecían tranquilos, pero lo lanzaban a uno de cara y sin remedio al vasto sueño sin respuesta

A menudo me gustaba traducir poesía en los campamentos geológicos, después del trabajo de campo. Era una manera de relajarse un poco y continuar interpretando tanto los signos, los vocablos, como las rocas y sus relaciones.

Paisaje de Osetia del Norte.

del universo. Un librito maravilloso, “En el país de los cuentos” de Knut Hamsom, me acompañó durante una estancia en el poblado de Orsk, en los Urales. Geología y literatura se me volvieron indisolubles. Allí a donde fuera leía minerales y libros. Convivo con eso hasta la fecha. Leí Años de fuga de Plinio Apuleyo Mendoza mientras realizábamos cartografía geológica en el sur de Colombia en 1979; cohabité en 1991 con Maqroll el Gaviero cuando se volvió minero en Armibar, mientras realizábamos exploración minera en San Diego de Curucupaceo en Michoacán; en octubre de 1990 en un viaje de inspección geológica de varios días entre Morelia y Arcelia, en Guerrero, leí El general en su laberinto. La terminé en esta última localidad, encerrado en un hotelucho sórdido y sofocante, lleno de mosquitos y zancudos que no daban tregua. Me imaginé que así, cercado por un mísero ambiente, iba Bolívar de regreso por el río Magdalena hacia la costa, traicionado y decepcionado, directo a la muerte, después de liberar cinco naciones. No me pesa haber dedicado tanto tiempo de mi vida a la geología y la traducción de literatura rusa. Al contrario, me entusiasma. Ambas disciplinas me mostraron el andamiaje sobre el que está construido el mundo: tiempo, materia y silencio. Los seres vivos somos apenas consecuencia de esos factores, y sólo los humanos estamos supeditados a la traducción, a la interpre-

tación, para discernir los estratos telúricos no sólo de nuestro planeta, de todos los confines infinitos en que se despliega el universo, sino también de nosotros mismos, de nuestra alma sin término. El ejercicio de la geología y la traducción va ligado íntimamente a la lectura. Desde mis primeras experiencias de campo elaborando con compañeros de estudio mapas geológicos, aprendimos a poner sobre un papel nuestra lectura de las rocas y sus relaciones mutuas en un lugar específico. Levantamos mapas entre Sinferópol y Bajshisarái, en Crimea, en el verano de 1973. Las prácticas de yacimientos minerales las pasamos en Ucrania, en los Urales y en el Cáucaso profundo, en Osetia del Norte, un país pequeño en los bordes de Chechenia. En las minas profundas de minerales polimetálicos caminábamos por los niveles de las minas recolectando muestras, documentando las paredes y el frente de los socavones, descifrando el significado de los distintos minerales y sus aureolas de distribución a lo ancho y profundo de los yacimientos. En cada uno de esos lugares pasamos largos meses husmeando, inventándonos a nosotros mismos y a los demás, pues como leímos en una pancarta en el aeropuerto de Orsk, una pequeña ciudad al sur de los Urales, “nacimos para hacer el cuento realidad”. * Del libro inédito Apuntes del rumor del tiempo.


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Sobre la violencia y los otros CARTAS APÓCRIFAS :: POR ESTEBAN MARTÍNEZ

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eñores Proteo, Bartolo Peregrino y Cándido Buenafé, firmantes de cartas a este buzón: siento informárselo, pero no coincido con sus opiniones expresadas en las mismas, pues ustedes, queriendo o sin querer, con ellas apoyan la teoría de que la agresión, madre de las más atroces violencias, está forma parte de la sangre de toda humana criatura, por lo que es imposible escapar a la misma y no nos queda más remedio que sucumbir a sus impulsos, por lo que somos peor que los animales, que, por regla general, no matan ni torturan a sus semejantes, ya que su agresión natural se resuelve en un ritual en el que el más débil, la mayoría de las veces, opta por la huida, dejando el campo libre a su rival. Igualmente, tampoco estoy de acuerdo con sus pensares cuando afirman que no hay que dejarse llevar por el pesimismo, padre del desaliento y la apatía, ya que la agresión y la violencia han servido y sirven para imponer y mantener la ley y el orden en las distintas sociedades que han formado y forman los naturalmente agresivos y violentos humanos. Servidor, muchos menos comparte la idea de Cándido Buenafé: que la globalidad en la que nos movemos “es el mejor de los mundos”, por ser una de las etapas más revolucionarias de la humanidad, pues en ella, gracias a os avances de la ciencia y su aplicación a la producción de bienes, de mercancías, nos ha liberado de tareas penosas, han aumentado las horas de ocio y con ello nos ha dado al mismo tiempo más libertad de la que nunca antes gozamos los humanos. Y el colmo, alaba y expresa su admiración por la clase que la ha venido estructurando de manera principal desde hace poco más o menos 250 años: los capitalistas, dueños del dinero, fábricas, empresas comerciales, grandes terratenientes, medios masivos de comunicación, etcétera, etcétera. Muy señores míos, Proteo, Bartolo Peregrino y Cándido Buenafé, servidor no ignora que sus opiniones tienen una buena base, las teorías de señalados estudiosos del tema: Robert Ardrey, Desmon Morris, Karl Lorenz y sus muy numerosos seguidores… pero siento decirles que están equivocados… sí… en el sentido de que no son los poseedores de la verdad absoluta… ya que en poco o en nada han tomado en cuenta a la teoría sustentada por Berkowitz y Montagu, para los cuales el comportamiento agresivo sería parte del aprendizaje, pues la etología confirma que la agresión no tiene un sentido peyorativo, ya que por lo general, no significa violencia, y raramente implica daño. Esos últimos científicos citados y sus partidarios, argumentan en favor de su tesis que si todos los animales vivientes, incluidos los humanos, en realidad fueran entes en guerra constante con otros de su contorno, prevalecería el más agresivo, el más fuerte, con lo que el poder sería igual a la ley, al derecho, con lo que pocos de los otros seres vivientes sobrevivirían, y menos los humanos, tan indefensos en sus inicios; afortunadamente ningún ser vivo se encuentra en tan extrema situación, pues, por regla general, forman parejas más o menos duraderas o viven en rebaños o constituyen bandadas, cardúmenes, piaras, jaurías, manadas… y otros, como los insectos, llegan a vivir en hormigueros, en enjambres… y hay

que tener en cuenta que toda asociación requiere cooperación, por débil y efímera que sea… por lo que se puede decir que la agresión, aunque muy extendida, no es una regla invariable de comportamiento. Si no se ignora que, tanto en los animales como en los humanos, ni la agresión innata, instintiva es la verdad absoluta… ni tampoco lo es la del instinto de cooperación… e igualmente, insiste, no se ignora que la agresión, mayoritariamente, entre los animales, se resuelve en rituales en los que no se llega ni a la tortura y mucho menos al asesinato premeditado… ¿cómo explicarse los atroces niveles de brutal violencia de que es capaz la criatura humana, hecha a imagen y semejanza de Dios?... ¿y cómo es que la globalidad en la que respiramos, vertebrada y regida por los mejores… según dicen tantos… o sea los capitalistas, los dueños del dinero, fábricas, corporaciones de mercados, medios de comunicación, etcétera… que nos han dado y nos dan tantos satisfactores, ocio para disfrutarlos y libertad para elegir los que más nos acomoden como nunca antes lo hizo otra clase dirigente, siguen dándose esos niveles de atroz y brutal violencia? Usted, causal lector de la presente que nos ha seguido hasta aquí, ¿puede hacerlo? ¿Qué me contesta? Con el sincero deseo que Dios le asista en ese intento. JUAN D’UDAKIS

“¿Dónde está la superioridad?”

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e todos los seres que se mueven en la tierra, hay dos especies a las que las une una característica que no tiene nada de virtuosa, pues más bien es perversa: la de los humanos y la de las ratas, únicas en la naturaleza que matan a sus semejantes. Como no lo ignora el respetable lector de la presente, ante esta horrible realidad surgió y sigue presente la pregunta de ¿Cómo es posible que la criatura humana, que tiene un alma y fue creado a imagen y semejanza de su creador, Dios, haya llegado a tan condenable extravío? La religión, en la tradición judeocristiana, de antiguo se la ha explicado con lo del Paraíso Terrenal, la tentación del diablo y la desobediencia de los primeros padres, Adán y Eva. Esto ha ido desarrollando y conformando un pensar de que, en su origen el humano era bueno y lo corrompió... y sigue corrompiéndolo… el diablo, el mundo y la carne. Este pensar por siglos predominante y hasta determinante del llamado Mundo Occidental… pero al irse haciendo cada vez más laico (más fundando en la razón que en la fe) el pensamiento de la cultura de occidente, esa explicación religiosa tuvo que enfrentar… e ir compartiendo el poder… con la idea… que mucho debe a Thomas Hobbes… de que el humano es malo por naturaleza, lo que le llevó a una constante guerra con sus prójimos… y


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por el miedo, al darse cuenta de que esa guerra bien podía acabar con la destrucción de todo y todos… consintió en hacer un contrato, por el cual cada uno renunció a su poder y lo transfirió a un gobernante, que a su vez garantizaba el bien común de los ciudadanos… con lo cual se hace a la sociedad, al Estado, benefactor de la humana criatura al ser el medio óptimo para el desarrollo de todas sus facultades. Contra esta teoría, J.J. Rousseau, fiel a la bondad innata del género humano, sostuvo que la culpable de su corrupción, la que los vuelve malos es nada más y nada menos que la sociedad. Al día de hoy, estas opuestas tesis, siguen cuestionándose mutuamente, aportando pruebas y pruebas en favor de sus respectivas posiciones y en contra de la oponente… sin que hayan podido quitarle al hombre que, como las ratas, sean los únicos seres que matan a los de su especie… como lo demuestra el que sean posibles guerras preventivas… y se justifiquen con la mentira… las varias guerras locales que tienen lugar hoy en el mundo y las brutalidades llevadas a cabo en ellas; el aumento de la delincuencia organizada y la individual y la creciente barbarie de su proceder; la intensificación y extensión del espionaje global; el evidente despliegue de los estado policiacos y sus arbitrariedades… y el que ya se comience a hablar de la posibilidad de un conflicto atómico que sería el Armagedón, la batalla del fin del mundo. Así las cosas, es difícil juzgar, desde el punto de vista de la moral, de qué lado está la superioridad, si en el civilizado o en el primitivo, considerando por el primero como salvaje. Ante esto, es curioso y como para pensarse lo que F. Nansen explorador del Ártico informa en su carta, del año 1756, en la que el autor, un esquimal, “no puede (...) en su origen comprender como el humano hombres de la misma fe se cazan unos era bueno a otros, cual si fue- y lo corrompió... sen focas o roban a gente que nunca han y sigue visto o conocido. corrompiéndolo… Pelear por la posesión de tierras le el diablo, parece codicia sin atenuantes. Invoca el mundo a su propia patria y y la carne. escribe: “¡Qué fortuna la de que estés cubierto de hielo y nieve! ¡Qué fortuna la de que, si en tus rocas hay oro y plata que tanto ambicionan los cristianos, esté cubiertas con tanta nieve que no puedan sacarlos! Tu improductividad nos hace felices y nos libera de ser molestados”. Al autor de la carta le sorprendía que los europeos no hubiesen aprendido mejores modales al vivir entre los esquimales y proponía enviar curanderos y misioneros a los blancos para que les enseñaran a forma de vida de los esquimales…” (esto fue copiado del libro Psicología social de Otto Klineberg, editado por el Fondo de Cultura Económica). Qué ejemplo tan problemático el del anónimo esquimal!... nos pone en la encrucijada de la duda, pues al tiempo que afirma que la maldad de la naturaleza humana, nos dice que, desde el punto de vista de la moral, cuanto menos desarrollado está, y más primitivo es, menos malvado es el ser humano… ¿O será porque, como creían H.G. Wells y Aldous Huxley, que una de las enfermedades de nuestra especie es la idiotez?... ¿Qué pensar, respetado lector de la presente? Con mi sincera amistad. ARMANDO LIOS

Comida de verdad A LA SAZÓN :: POR NETZAHUALCÓYOTL ÁVALOS ROSAS “Ocúpate del alma”, dijo el gordo vendedor de carne. Canción “Corre, dijo la tortuga”, Joaquín Sabina

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anto mitote acerca de la incidencia cancerígena de los embutidos y de las carnes coloradas me ha puesto a pensar acerca de la ingenuidad humana. El asunto invita a reflexionar acerca de la diferencia entre inocencia e ingenuidad; la primera, tan característica de la infancia, es la ausencia de perversidad por mero desconocimiento; la segunda, refiere al disimulo de la maldad, aunque en mi pueblo le llaman “hacerle al pendejo”. Y, así como muchos vecinos, en residenciales de interés social enrejan cada calle de México pretendiendo “vivir con exclusividad y seguridad”; es la misma gente que se sigue jalando los pelos por el anuncio de que “la charcutería” les puede arrebatar todo lo que aman. La ironía abunda. La conspiración en contra de la humanidad carnívora de parte de la Organización Mundial de la Salud continúa siendo tema de chismorreo. Al menos, la gente ya se aprendió las siglas (OMS) y hasta refieren a los Rockefeller con sumo rigor; ellos, absolutamente desenfadados –me refiero a los Rockefeller, of course–, siguen cenando pavo orgánico, con los Vanderville, el tercer viernes de cada mes. Ahora resulta que la OMS ha provocado angustia entre la población (incluyendo a los industriales de la moronga –¡ternuritas!–) por el simple hecho de cumplir con su deber técnico de clasificar y dar a conocer el grado de daño que provocan los embutidos y el exceso en el consumo de carne carmesí. En realidad, todas y todos sabemos que el organismo de la ONU sólo quiere molestar al Peje, a la desdichada clase media-media, y también a los pobres inocentes (a esos que no se han enterado de que las salchichas ya no harán

más fácil la vida a las madres de familia de todo el mundo). Y aunque hace más de dos décadas, en algunas de esas cápsulas y medios informativos –dizque científicos y de salud pública– los padres y madres de familia ya habían escuchado algunas “rarezas” acerca de que las carnes procesadas hacen daño a los mocosos (“Ah no, qué flojera”, dijo la mamá de Kiko. “Yo voy a seguir haciendo chan-güi-ches todos los días”). El confort, pariente rico y gringo del conformismo nacional, es la entidad que en realidad va ganando la batalla en nuestro estilo de vida. No le echemos la culpa al Gansito Marinela, al Comesalchicas Fud o al Osito Bimbo. Comemos basura porque nos dejamos llevar, nos alimentamos mal porque es más fácil. De sobra sabemos que comer de verdad implica responsabilidad en la selección, combinación y variedad de la comida. Y por supuesto, es un asunto de integridad personal (un alimento que sólo algunos quieren probar).

LA NOTA, LA RECETA, EL REMEDIO Isabela Giordano Gil Moreira, mejor conocida como Bela Gil, es una chef vegetariana que causa revuelo popular por sus extraordinarias recetas, de corte brasileiro, en las que sustituye carne por verduras. Sin embargo, ante el marasmo prevaleciente, la encantadora y sensata cocinera proclamó lo siguiente en su página de Facebook: “Una cosa es un beicon artesanal, rico en vitamina D y antioxidantes; ahumado lentamente. Otra cosa es un tocino de cerdo que sabrá Dios qué comió y que además pasa por un proceso industrial con nitratos y nitritos añadidos, humo líquido y glutamato monosódico… en todo caso, sin importar si es animal o vegetal, la moderación y el autoconocimiento son claves para tener buena salud. ¡Comida de verdad, siempre!”.


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El hijo de Saúl: viaje al corazón del Holocausto ENSAYO :: Más que una obra de ficción o un simple testimonio, El hijo de Saúl es una experiencia extrema y visceral, un viaje sin retorno al infierno de los campos de concentración nazis. Esta cinta húngara vuelve a abrir el debate sobre la posibilidad y la necesidad de representar el Holocausto en la pantalla grande. . POR SYLVAIN PROVILLARD sprovillard@hotmail.com El verdugo mata siempre dos veces, la segunda por medio del olvido. Elie Wiesel, sobreviviente judío húngaro del Holocausto

Controversia y decencia

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l exterminio sistemático de millones de personas por el régimen nazi antes y durante la Segunda Guerra Mundial ha sido representado de múltiples formas por el séptimo arte, tanto por documentales como por películas de ficción. Estas últimas son las que más han dado lugar a polémicas: el debate suscitado por La lista de Schindler en 1994 sobre la trivialización del Holocausto y la imposibilidad de representar el horror de las cámaras de gas fue seguido por otro, más virulento todavía, cuando se estrenó La vida es bella. La fábula de Roberto Benigni se atreve a dar un espacio a la comedia y a la imaginación en los campos de concentración en una representación evidentemente ahistórica, peligrosa e imperdonable según algunos críticos. Muchos se preguntan si, setenta años después de los traumáticos hechos, el arte y, en particular, la ficción tienen todavía algo que aportar sobre la Shoah (término hebreo que significa catástrofe). ¿Realmente queda algo que decir o mostrar del Holocausto? Parece que sí, si tomamos en cuenta la recepción positiva (Gran Premio del Jurado en el último Festival de Cannes) y la casi ausencia de controversia alrededor del filme El hijo de Saúl. La ópera prima de László Nemes no entra en la categoría del espectáculo que vende buenos sentimientos al espectador, utilizando el Holocausto como un simple escenario, tal como lo hace El niño con el pijama de rayas por ejemplo. El hijo de Saúl es un nuevo intento de representar lo irrepresentable, en el cual el director húngaro tomó el riesgo de romper dos de las cosas prohibidas por muchos expertos: no hacer ficción a partir de los testimonios de los sobrevivientes de los campos, por necesidad de veracidad, y no exhibir lo que pasó dentro de las cámaras de gas. Estas leyes fueron establecidas principalmente por Claude Lanzmann, director de Shoah, la obra visual más importante sobre el Holocausto, con sus nueve horas y media de testimonios. El documentalista francés acudió al Festival de Cannes para ver la obra, interesado por el hecho de que fuera húngara (el Holocausto para los húngaros fue algo muy particular, que empezó tarde, en la primavera de 1944, sin embargo, los nazis liquidaron a más de 400 mil judíos magiares en cuatro meses). Sobre la película, Lanzmann dijo: “László Nemes ha inventado algo y ha sido lo suficientemente hábil para no tratar de representar el Holocausto. Él sabía que no podía ni debía hacerlo. No es una película sobre el Holocausto sino sobre lo que era la vida en los Sonderkommandos”. Incluso, corre la leyenda de que el director francés ha-

Fotograma de El hijo de Saúl. En la siguiente pàgina, el director László Nemes y el afiche de la película.

bría murmurado al oído de su colega húngaro: “Usted es mi hijo”.

Supervivencia y resistencia Junto con el libro Des voix sous la cendre (Voces bajo las cenizas), compilación de los manuscritos en yiddish de los presos de los Sonderkommandos de Auschwitz enterrados en botellas en el suelo alrededor de los hornos, el documental Shoah fue justamente una de las fuentes que utilizó el realizador magiar para escribir el guión de El hijo de Saúl. Estamos en octubre de 1944 en el campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau. El protagonista de la cinta, llamado Saúl, es un judío húngaro miembro del Sonderkommando, grupo de prisioneros que los nazis fuerzan a participar en el exterminio de sus correligionarios. Su función es desnudar a los condenados, seleccionar y ordenar sus artículos personales, transportar los cadáveres de la cámara de gas a los hornos crematorios y diseminar las cenizas. Acaban de sacar a un niño de la cámara de gas que, milagrosamente, respira todavía. Un médico nazi lo remata asfixiándolo y pide una autopsia. Saúl se convence que este niño es su hijo y hace todo para evitar que lo quemen y ofrecerle un funeral conforme al rito hebreo. Saúl decide salvar a un muerto y así salvarse a él mismo de la indignidad, haciendo algo humano an-

tes de morir. “¿Saben? Sentir… allá… era muy difícil sentir lo que fuera: imagínense, trabajar día y noche, en medio de los cadáveres, nuestros sentimientos desaparecen. Estábamos muertos al sentimiento, muertos a todo”, cuenta Abraham Bomba, sobreviviente de un Sonderkommando entrevistado por Lanzmann en Shoah. Es justamente la sensación que quiso reproducir Nemes en su obra. La cámara al hombro sigue a Saúl como una sombra, llevando a su lado al espectador en su infierno cotidiano. Los sonidos ensordecedores y permanentes de los gritos de los soldados de la SS y de las víctimas, combinados con los planos-secuencia casi monocromáticos, sin profundidad de campo, con un formato de pantalla 4:3, no nos dejan descansar ni respirar, mucho menos pensar. Tal es el efecto buscado por Nemes y su director de fotografía para tratar no de entender sino de sentir cómo se sobrevivía en las entrañas del monstruo más terrorífico construido por la humanidad. El hijo de Saúl retrata también la insurrección que ocurrió el 7 de octubre de 1944 (tela de fondo de la cinta La zona gris de Tim Blake Nelson), cuyo objetivo era destruir los crematorios, escaparse y contar al mundo lo que realmente estaba pasando en los campos. Cuando los prisioneros del Sonderkommando se enteraron de que había planes de matarlos, un grupo de ellos se rebeló, matando a tres guardias SS y haciendo estallar el cre-


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matorio IV, gracias a pólvora de contrabando conseguida por prisioneras en fábricas aledañas. En un contexto muy cercano a la realidad histórica, Nemes creó un personaje, una historia y una experiencia inolvidables y, diría yo, necesarios.

Historia(s) y memoria Desde mi adolescencia he leído muchas obras literarias de sobrevivientes para tratar de entender cómo la humanidad pudo llegar a un grado tal de odio y monstruosidad: entre ellas, Si esto es un hombre de Primo Levi y obras de dos autores húngaros, La noche de Elie Wiesel y Sin destino de Imre Kertész, adaptada al cine en 2005. También vi muchos documentales, entre ellos, Shoah, Noche y niebla y De Núremberg a Núremberg, que muestran imágenes de archivo de los campos, en las que el blanco y negro causa una especie de distanciamiento temporal. A pesar de la fuerza de los hechos retratados y de la carga emotiva de estas lecturas y filmes, siento que solicitan más a nuestro razonamiento que a nuestros sentidos. Incluso cuando pisé el suelo de la cámara de gas de Auschwitz I (las demás fueron destruidas por los nazis antes de su huida) no logré imaginar ni sentir lo que realmente había sucedido ahí. Tampoco con un testimonio tan cercano como el de mi abuelo cuando me contó los horrores que había visto en el campo de concentración de Braunschweig pude tener la compasión (etimológicamente: sufrir con) que hubiera querido sentir. En esto, El hijo de Saúl aporta algo nuevo a la representación del Holocausto: un acercamiento sensorial al proceso de deshumanización que ocurría en los campos de la muerte. Callar está prohibido, hablar es imposible, así exprime Elie Wiesel la paradoja en torno a los testimonios del Holocausto. A pesar de la extrema dificultad de retratar este genocidio en su globalidad, tomar la decisión de hacer una película –por muy subjetiva, ficcional o imperfecta que seaconstituye un acto de resistencia contra el olvido. Por lo tanto, las imágenes –por muy insoportables que sean- deben cumplir con un cierto deber de memoria y de respeto a la verdad histórica y a las millones de víctimas del horror nazi. El papel que tiene el cine es primordial cuando se trata de dar y conservar testimonios, de recordar a la humanidad de qué ha sido capaz, para evitar que se reproduzcan los mismos errores y los mismos horrores. Al entrar al bloque 4 del campo de Auschwitz I hoy en día se puede leer una frase de George Santayana: “Aquellos que no recuerden el pasado están condenados a repetirlo”. El deber de la memoria es uno de los papeles más importantes del cine en relación al Holocausto, sobre todo en una época en la cual cada día se erigen nuevos muros y se siguen perpetrando genocidios.

Adiós a Rafael Freyre y su ranita RESEÑA :: ROBERTO PONCE

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los 89 años de edad ha muerto Freyre, uno de los caricaturistas más cotizados de mediados del siglo pasado en el periodismo nacional y cuya emblemática ranita sonriente surgió como chusca autoparodia a su fealdad. Oriundo del puerto de Veracruz, Rafael Freyre Flores nació el 3 de noviembre de 1917, publicando sus primeras caricaturas hacia 1930 en el diario jarocho El Dictamen. Al año, sus simpáticos dibujos fueron premiados por la Sociedad Pro-Bellas Artes de Veracruz. Más cartones suyos aparecieron en México al Día y Don Timorato, siendo contratado eventualmente para ilustrar en todas las publicaciones de la casa Excélsior: Revista de Revistas, Jueves de Excélsior, Últimas Noticias y las páginas del llamado Periódico de la Vida Nacional. Por años, sus caricaturas a colores fueron portada de la popular revista política Siempre! Hacia 1943 dio vida a sus Posadas de Excélsior de la mano del temido reportero Carlos Denegri (a quien Julio Scherer llamó “el mejor periodista de México, pero el más vil”), firmando los dos como Ric y Rac. Un par de años más tarde, solicitó sus trazos de humor la National Editor Asociation, de Estados Unidos. Entre 1953 y 1961 participó en las tres series del programa de televisión transmitido por Canal 4 Duelo de dibujantes, con sus colegas Guasp, Isaac y Ernesto El Chango Cabral. Trabajaría en el noticiero 24 Horas de Televisa y fue Premio Nacional de Periodismo 1979. El historiador Agustín Sánchez González, en su Diccionario biográfico ilustrado de la caricatura mexicana (Sociedad Mexicana de Caricaturistas, 1997, 285 páginas), refiere acerca de Freyre lo siguiente: “Sus dibujos se caracterizan por la auto caricatura representada por una ranita, nacida de la comparación que uno de sus tíos hacía de su persona, así como del anuncio de unos cigarrillos en donde salía una ranita.”

Portada de la revista Jueves y dos viñetas de Freyre.

Freyre obtuvo el galardón Mergenttaler 1958 de la Sociedad Internacional de Prensa en Buenos Aires, Argentina, compitiendo contra 200 moneros de Latinoamérica. En 1966 expuso en el Salón de la Plástica del INBA y en 1968 llevó sus caricaturas dentonas Freyre y su obra 1938-1968 a la UNAM. Asimismo, sacó a la venta los libros Caricaturas al aire (1938), Siete dibujantes con una idea (1954), Mira lo que me encontré (1957), Bufo Vulgaris (1963) y Algo de Freyre (1980). Al darse a conocer la noticia de su deceso este viernes 6, el presidente del Conaculta, Rafael Tovar y de Teresa, escribió en su cuenta de Twitter, @rtovarydeteresa: “El gremio periodístico se vistió de alegría y de crítica mordaz con el trabajo de Rafael La Ranita Freyre. Descanse en paz”.


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CREACIÓN

Acuérdate

A

cuérdate de Urbano Gómez, hijo de don Urbano, nieto de Dimas, aquél que dirigía las pastorelas y que murió recitando el “rezonga ángel maldito” cuando la época de la gripe. De esto hace ya años, quizá quince. Pero te debes acordar de él. Acuérdate que le decíamos “el Abuelo” por aquello de que su otro hijo, Fidencio Gómez, tenía dos hijas muy juguetonas: una prieta y chaparrita, que por mal nombre le decían la Arremangada, y la otra que era rete alta y que tenía los ojos zarcos y que hasta se decía que ni era suya y que por más señas estaba enferma del hipo. Acuérdate del relajo que armaba cuando estábamos en misa y que a la mera hora de la Elevación soltaba un ataque de hipo, que parecía como si estuviera riendo y llorando a la vez, hasta que la sacaban fuera y le daban tantita agua con azúcar y entonces se calmaba. Esa acabó casándose con Lucio Chico, dueño de la mezcalera que antes fue de Librado, río arriba, por donde está el molino de linaza de los Teódulos. Acuérdate que a su madre le decían la Berenjena porque siempre andaba metida en líos y de cada lío salía con un muchacho. Se dice que tuvo su dinerito, pero se lo acabó en los entierros, pues todos los hijos se le morían recién nacidos y siempre les mandaba cantar alabanzas, llevándolos al panteón entre música y coros de monaguillos que cantaban “hosannas” y “glorias” y la canción esa de “ahí te mando, Señor, otro angelito”. De eso se quedó pobre, porque le resultaba caro cada funeral, por eso de las canelas que les daba a los invitados del velorio. Sólo le vivieron dos, el Urbano y la Natalia, que ya nacieron pobres y a los que ella no vio crecer, porque se murió en el último parto que tuvo, ya de grande, pegada a los cincuenta años. La debes haber conocido, pues era muy discutidora y cada rato andaba en pleito con las vendedoras en la plaza del mercado porque le querían dar muy caros los jitomates, pegaba gritos y decía que la estaban robando. Después, ya pobre, se le veía rondando entre la basura, juntando

Juan Rulfo rabos de cebolla, ejotes ya sancochados y alguno que otro cañuto de caña “para que se les endulzara la boca a sus hijos”. Tenía dos, como ya te digo, que fueron los únicos que se le lograron. Después no se supo ya de ella. Ese Urbano Gómez era más o menos de nuestra edad, apenas unos meses más grande, muy bueno para jugar a la rayuela y para las trácalas. Acuérdate que nos vendía clavellinas y nosotros se las comprábamos, cuando lo más fácil era ir a cortarlas al cerro. Nos vendía mangos verdes que se robaba del mango que estaba en el patio de la escuela y naranjas con chile que compraba en la portería a dos centavos y que luego nos las revendía a cinco. Rifaba cuanta porquería y media traía en el bolso: canicas ágata, trompos y zumbadores y hasta mayates verdes, de esos a los que se les amarra un hilo en una pata para que no vuelen muy lejos. Nos traficaba a todos, acuérdate. Era cuñado de Nachito Rivero, aquel que se volvió tonto a los pocos días de casado y que Inés, su mujer, para mantenerse tuvo que poner un puesto de tepeche en la garita del camino real, mientras Nachito se vivía tocando canciones todas refinadas en una mandolina que le prestaban en la peluquería de don Refugio. Y nosotros íbamos con Urbano a ver a su hermana, a bebernos el tepeche que siempre le quedábamos a deber y que nunca le pagábamos, porque nunca teníamos dinero. Después hasta se quedó sin amigos, porque todos al verlo, le sacábamos la vuelta para que no fuera a cobrarnos. Quizá entonces se vio malo, o quizá ya era de nacimiento. Lo expulsaron de la escuela antes del quinto año, porque lo encontraron con su prima la Arremangada jugando a marido y mujer detrás de los lavaderos, metidos en un aljibe seco. Lo sacaron de las orejas por la puerta grande entre el risón de todos, pasándolo por una fila de muchachos y muchachas para avergonzarlo. Y él pasó por allí, con la cara levantada, amenazándolos a todos con la mano y como diciendo: “Ya me las pagarán caro”.

Y después a ella, que salió haciendo pucheros y con la mirada raspando los ladrillos, hasta que ya en la puerta soltó el llanto; un chillido que se estuvo oyendo toda la tarde como si fuera un aullido de coyote. Sólo que te falle mucho la memoria, no te has de acordar de eso. Dicen que su tío Fidencio, el del molino, le arrimó una paliza que por poco y lo deja parálisis, y que él, de coraje, se fue del pueblo. Lo cierto es que no lo volvimos a ver sino cuando apareció de vuelta aquí convertido en policía. Siempre estaba en la plaza de armas, sentado en la banca con la carabina entre las piernas y mirando con mucho odio a todos. No hablaba con nadie. No saludaba a nadie. Y si uno lo miraba, él se hacía el desentendido como si no conociera a la gente. Fue entonces cuando mató a su cuñado, el de la mandolina. Al Nachito se le ocurrió ir a darle una serenata, ya de noche, poquito después de las ocho y cuando las campanas todavía estaban tocando el toque de Ánimas. Entonces se oyeron los gritos y la gente que estaba en la Iglesia rezando el rosario salió a la carrera y allí los vieron: al Nachito defendiéndose patas arriba con la mandolina y al Urbano mandándole un culatazo tras otro con el máuser, sin oír lo que le gritaba la gente, rabioso, como perro del mal. Hasta que un fulano que no era ni de por aquí se desprendió de la muchedumbre y fue y le quitó la carabina y le dio con ella en la espalda, doblándolo sobre la banca del jardín donde se estuvo tendido. Allí lo dejaron pasar la noche. Cuando amaneció se fue. Dicen que antes estuvo en el curato y que hasta le pidió la bendición al padre cura, pero que él no se la dio. Lo detuvieron en el camino. Iba cojeando, y mientras se sentó a descansar llegaron a él. No se opuso. Dicen que él mismo se amarró la soga en el pescuezo y que hasta escogió el árbol que más le gustaba para que lo ahorcaran. Tú te debes acordar de él, pues fuimos compañeros de escuela y lo conociste como yo.


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