[ Letras ] DE CAMBIO
SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN | NUEVA ÉPOCA | COORDINADOR: VÍCTOR RODRÍGUEZ MÉNDEZ | 27 DE FEBRERO DE 2016 |
No puedo creer que Umberto Eco esté muerto POR NEKTLI ROJAS | PAG. 2
La invasión de los necios POR MANUEL MICHELONE | PAG. 3
35 milímetros de libertad POR SYLVAIN PROVILLARD | PAG. 4
Marién Luévano, una diva del flamenco mexicano
Tan fantástico como la ficción
POR CARLOS RUVALCABA | PAG. 6
Cuestionable
POR LEILA GUERRIERO | PAG. 7
POR NETZAHUALCÓYOTL ÁVALOS | PAG. 8
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No quiero creer que Umberto Eco esté muerto El hombre que demuestra que todo tiene que ver con todo POR NEKTLI ROJAS
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n escritor es un amigo, un padre, un consuelo, un milagro. Aunque nunca lo hayamos conocido de cuerpo presente, entablamos con él una relación profunda y cariñosa. Confiamos en él, que se manifiesta a través de sus personajes, sus argumentos y sus opiniones, de manera única y personal para cada uno de nosotros. Por eso su muerte es la pérdida de alguien cercano, la pérdida de una parte de nosotros mismos. Hay autores que ya conocimos muertos. Nos hicimos sus lectores, sus amigos, sin sentir su muerte porque siempre nos hablaron desde el más allá. Pero hay otros, nuestros contemporáneos amados, que nos proporcionan la sensación de estar muy cerca. Tal vez la separación de siete grados entre los hombres sea verdad. Entonces, creemos que podemos estar a siete personas de ellos. Y cuando se mueren, la maravilla se evapora. Cuando yo estudiaba mi muy amada carrera, la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM no tenía en su pensum la materia de semiótica. A duras penas alcancé una Teoría literaria de Wellek y Warren y la promesa de que el área de literatura crecería desde el método científico hasta el infinito conocimiento. Mi maestro de fonética y fonología, el doctor Juan López Chávez, me daba copias fotostáticas sobre las bases lingüísticas de la creación literaria. Y no es que Umberto Eco no hubiera escrito la Obra abierta (1962), La estructura ausente (1968) o el Tratado de semiótica general (1975), era que eso no estaba de moda. O no lo estaba en mi medio ambiente, en donde, fauna literaria y vegetariana, nadie sentía la necesidad de afilarnos los colmillos. De este modo, lo primero que conocí de Umberto Eco fue su obra literaria. Y lo primero que leí fue, al contrario de muchos que empezaron por El nombre de la rosa, El péndulo de Foucault. Aventuras, pero no de un protodetective franciscano y medieval como en El nombre…, sino en la conspiración de los templarios. Todo lleno de ironía y erudición. La belleza absoluta. Lo leí y me quedé enamorada para siempre de Eco. Seguí con El nombre… y luego una amiga querida me prestó Cinco escritos morales y A paso de cangrejo, que contiene algunos artículos periodísticos. Y yo estaba encantada con ese hombre de inmensa cultura y excelente sentido del humor. A lo largo de los años, y a través de mi romance literario con él, sólo le he reprochado su amor por el futbol. Empecé a estudiar semiótica en la lavandería. Mientras la ropa giraba dentro de las lavadoras que contrataba en los pocos locales que entonces había para eso,
Eco comprende de manera fantástica la forma en que se narra, en que se construye una novela, un artículo, un ensayo, una obra de texto que servirá ad æternum (o eso quiero creer)
yo subrayaba conceptos, se me iluminaba la vida con el modelo semiótico reformulado y se me quemaban las neuronas con la (no) comprensión de los sistemas no lingüísticos. Y seguía adorando a Eco. Claro que, debo confesarlo en esta hora, tuve serios coqueteos con Genette. Eso era inevitable. Pero Eco tiene algo que otros teóricos de la semántica, la narratología y la semiótica no tienen: un enorme talento literario. Eco comprende de manera fantástica la forma en que se narra, en que se construye una novela, un artículo, un ensayo, una obra de texto que servirá ad æternum (o eso quiero creer). Parece saber cómo se escribe cualquier cosa. Parece estar hecho de textos y discursos, de carcajadas y entendimientos totales. Se le salen figuras retóricas por los ojos, estructuras profundas por las orejas, se le caen reflexiones graciosísimas de los labios acerca de las cosas más complejas… y también de las más sencillas. A veces, en la lavandería me ofrecían apagarle a la televisión, dado que yo me empeñaba en usar mi marcador amarillo. No me importaban en lo más mínimo el excesivo ruido ni la infinita estupidez de los programas que la tele mostraba. Eran una borrosa imagen de la realidad, de la felicidad. La verdad estaba entre las páginas del Tratado… Creo que a veces la dueña del local pensaba que había cam-
biado de libro, porque me reía ostentosamente. Eco es el único teórico con el que una puede aprender y reír a carcajadas por la forma en que presenta los conceptos. ¿Con qué palabras puedo yo, pobre mortalita sin lavadora, agradecerle las maravillosas horas que me hizo pasar? Eco me ayudó a hacer mi tesis con su libro Cómo hacer una tesis, partes del cual, a pesar del dudoso encumbramiento del sistema APA, todavía les receto a mis alumnos. Como dice Umberto Eco… , suelo empezar en las clases de metodología de la investigación. Como dice Eco… , también cuando tallereamos poemas. Como dice Eco…, una vez más en Literatura española. Lean Baudolino, les digo, es una obra genial para entender y gozar las creencias, la escritura, las costumbres medievales. Y es que Eco, como Jakobson, se metió en todos los ámbitos de la lingüística y el análisis literario, pero aún mejor. Más humano, más irónico. El gran teórico con alma latina y sonrisa de escritor. Recuerdo mis horas pasadas con Julia Kristeva en la tristeza desesperada del condenado. Contra esos males, un poco de Tratado… Recuerdo la pena de leer a Cross con el único fin de aplicar su teoría, la sociocrítica. Con Eco no era así: era el gozo de aprender. La alegría de estar con él al leerlo. Ningún libro (Stephen King y Lovecraft palidecerían de envidia) me produjo el
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miedo y la delicia de La misteriosa llama de la Reina Loana, que no es un libro de horror, sino uno acerca de la forma en que la memoria trabaja y tiende a construir personas que pierden su individualidad. Cuando leí Número cero, también me aterroricé, ahora de la manera en que la forma de presentar la realidad, la manipula y crea verdades a partir de percepciones (perceptos, diría él). Códigos que entrelazan sistemas, códigos que se vuelven sistemas de creencias. Genial. Este pesar que ahora siento, empezó con la muerte de Bradbury (el 5 de junio del 2012), continuó con la de Moustaki (el 23 de mayo del 2013), la de García Márquez (17 de abril del 2014), la de Eduardo Galeano (13 de abril del 2015), la de Henning Mankell (5 de octubre del 2015) y se ahonda ahora con una pérdida que nunca nadie llenará. Porque mi vacío se suma al de todos los que lo amaron a la distancia del tiempo y el espacio, pero en la cercanía de eso que Eco expresaba en Apocalípticos e integrados: el contrato que firma el lector (o el que ve una serie en la televisión, una
Y es que Eco, como Jakobson, se metió en todos los ámbitos de la lingüística y el análisis literario, pero aún mejor. Más humano, más irónico. El gran teórico con alma latina y sonrisa de escritor. obra de teatro y demás) con el autor, y que consiste en creerle. Me quedan algunos consuelos: mis libros no leídos de Eco, entre los que está uno de sus últimos textos: Historia de las tierras y los lugares legendarios, en donde seguramente lo encontraré. Estará leyendo, sobre el prado, recargado en el Árbol de la Sabiduría junto a uno de los ríos que dividen el paraíso en cuatro partes. Mirará a través de sus lentes, ya inútiles y conservados sólo como un aditamento de ornato, mientras su mente explora los significados ocultos en las verdades absolutas de la muerte y de la vida, que se manifiestan en las flores y los frutos, en la belleza, los textos y los pensamientos de amor. Ahora abriré esos libros buscando revivirlo. Ahora los leeré obligándome a pensar que la muerte no existe porque Umberto Eco es el hombre que demuestra que todo tiene que ver con todo. No quiero creer que está muerto. Quiero negarme a tener fe en la muerte como me he negado a tenerla, con gran éxito, en la existencia del norte como punto cardinal. Creo en las verdades parciales de los nortes metodológicos y a esa convicción quiero agregar la de las muertes relativas. Mientras tanto, la muerte recolecta y yo busco alivio en las palabras de Jorge Manrique: Non se os haga tan amarga la batalla temerosa qu’esperáis pues otra vida más larga de la fama glorïosa acá dexáis. Aunqu’esta vida d’honor tampoco no es eternal ni verdadera; mas, con todo, es muy mejor que la otra temporal, peresçedera.
La invasión de los necios TECNOLOGÍA :: POR MANUEL MICHELONE
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mberto Eco, escritor y filósofo italiano, dijo hace unas semanas que las herramientas como Twitter y Facebook “dan el derecho de hablar a legiones de idiotas”. Censuró incluso que se permita que la opinión de los “necios” tenga la misma relevancia que la de un premio Nobel. Las afirmaciones de Eco pueden ser puestas en tela de juicio, porque de alguna manera todos esperaríamos que la información, el derecho a la misma, así como el derecho a expresar nuestras opiniones, no debiera ser coto de poder de nadie. Digamos que en ese sentido Internet libera y democratiza. Sin embargo, Eco pensaba que, por ejemplo, “la televisión ha promovido al tonto del pueblo, con respecto al cual el espectador se siente superior. El drama de Internet es que ha promovido al tonto del pueblo al nivel del portador de la verdad”. Más aún, Eco, el ganador del premio Príncipe de Asturias afirmó: “Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. “Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los necios”. Y hay que decir que antes el escritor había ya criticado a Internet, llamándolo “instrumento peligroso” porque no permitía conocer “quién está hablando”. El escritor, ya fallecido, puede ser criticado por muchos motivos, y pueden hallarse valiosos contra-argumentos a la postura que plantea, pero es claro que esta facilidad para publicar cualquier cosa no ha sido tan productiva como esperaríamos los seres humanos. Sí, Internet es una maravilla en muchos sentidos, pero también es un nido de banalidades, de estupideces, de creencias ridículas, de mentiras por demás evidentes, y de una demostración de que no somos siquiera lo suficientemente responsables cuando publicamos lo que sea en la red. Creo que si nos remitimos a las redes sociales, Eco tiene toda la razón. Y muchos dirán que las redes sociales no deberían tomarse muy en serio, pero el hecho es que hay tanta gente que se hace de una opinión o apoya un punto de vista a partir de lo que lee en Facebook, por ejemplo, sea correcto o no, que termina por permear en la mente de muchas personas. Por ejemplo, cuando Korenfeld fue captado por un eventual camarógrafo aficionado, montando un helicóptero de CONAGUA para ir al Aeropuerto, la publicación de estas imágenes provocó que el directivo tuviese que renunciar. Y fue quizás un acierto de las redes sociales, pues presionaron lo suficiente, como un monstruo de mil cabezas, para que Korenfeld fuese obligado a tomar esta decisión de dimitir. En otros casos los consensos en las redes sociales pueden ser lamentablemente equivocados, como aquéllos que piensan que la vacunación es una mala idea y, por ende, no vacunan a sus hijos, exponiéndolos a enfer-
Umberto Eco.
medades ya prácticamente desaparecidas. En mi opinión, nadie tiene el derecho de decir quién puede opinar, quién puede publicar y quién no. El hecho de que ahora, por ejemplo, cualquiera pueda hacer una página web o un blog, y mostrar sus ideas aunque éstas sean absurdas, debería considerarse una bendición. Recordemos cuando las editoriales decidían mediante quién sabe qué argumentos qué autor era publicable y cual no. Sin duda las editoriales serias se tomaban su tiempo para concluir si un libro merecía ser publicado. Hoy, nadie tiene que pasar por el control u opinión de terceros. Ahora todos, en Internet podemos publicar lo que se nos antoje. ¿Que esto generará muchos contenidos basura? Probablemente sí, pero es ahora tarea del propio lector decidir qué lee, a qué le hace caso y en quién confía. Hoy el acceso a Internet es realmente un milagro tecnológico que deberíamos aprovechar. Parte de lo que nos hace humanos es que nos refleja en la red de redes cómo somos, qué intereses tenemos, de qué pie cojeamos, etcétera. Yo francamente difiero de la opinión de Eco en general, pero en lo que se refiere a las redes sociales, me parece que éstas han demostrado que son absolutamente prescindibles y le concedo una pizca de verdad en sus opiniones. Internet es lo que queramos que sea. Está en nosotros. Si lo descuidamos, pues terminará siendo absurdamente ridícula su información. Creo que más que censurar las opiniones de nadie, deberíamos hacernos más responsables de lo que decimos en esta red global. ¿O no?
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35 milímetros de libertad ENSAYO :: Las condiciones de las mujeres en los países islámicos siguen siendo relativamente desconocidas para los que vivimos en el mundo occidental. Rara vez se escucha la voz de una de las 800 millones de musulmanas, ya que a la mayoría de ellas se les niega el acceso al mundo de las artes. Quizá por eso son tan valiosos los testimonios cinematográficos de mujeres islámicas que logran denunciar su situación a través de ficciones y documentales. POR SYLVAIN PROVILLARD sprovillard@hotmail.com
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n la mitad norte de África, en el Próximo y Medio Oriente, en el Bangladesh y en Indonesia viven el 95 por ciento de las musulmanas. Residen en países donde el Islam es la religión mayoritaria e incluso, en 23 de ellos, donde es religión de Estado. Sin embargo, estas mujeres que representan el 11 por ciento de la población mundial, no parecen gozar del derecho de expresarse. Las mujeres influyentes en el mundo islámico son rarísimas: Benazir Bhutto, Primer Ministro de Pakistán, asesinada en 2007; Shirin Ebadi, primera mujer juez de Irán, ganadora del Premio Nobel de la Paz en 2003 por su lucha por los derechos humanos, en particular de los niños, mujeres y refugiados; la yemení Tawakkul Karman y la pakistaní Malala Yousafzai, también galardonadas con el Premio Nobel de la Paz, por su combate a favor del derecho a la educación y a la seguridad de las mujeres. Mi única experiencia de viaje en un país musulmán fue hace tres años en Marruecos, país no fundamentalista y relativamente abierto a otras culturas. Sin embargo, impresiona la ausencia de las mujeres en la vida pública y laboral. No significa que la situación de las mujeres sea mucho mejor en países no musulmanes, de hecho México y Marruecos tienen un índice de desigualdad de género casi equivalente. Sin embargo, dentro de los diez países con más discrepancia entre hombres y mujeres en el mundo se encuentran siete países musulmanes: Yemen, Afganistán, Níger, Arabia Saudita, Mali, Sierra Leona y Mauritania. Estas frías estadísticas esconden indudablemente muchas tragedias y combates pendientes contra la misoginia y la inequidad de género.
Aunque es más fácil encontrar una aguja en un pajar que a una cineasta musulmana, algunas de ellas lograron que se proyectaran sus obras en festivales internacionales. Los temas de sus cintas están lógica y invariablemente vinculadas con la condición de las mujeres, la denuncia social y la lucha por los derechos humanos. Esto no significa que los hombres sean indiferentes a la suerte de las musulmanas: el director franco-rumano Radu Mihai-
leanu (Vete y vive, Tren de vida, El concierto) realizó en 2011 La fuente de las mujeres, en la cual féminas de un pueblo del Norte de África emprenden una huelga de sexo para convencer a los hombres de que ellos tienen que cumplir con la fastidiosa tarea de ir por agua al manantial situado en la montaña. En la película franco-mauritana Timbuktu, Abderrahmane Sissako denuncia la llegada de grupos religiosos extremistas a las ciudades de Mali que imponen la sharia, o sea, la ley islámica: los niños juegan al futbol sin balón, la música está prohibida y algunas mujeres, juzgadas por tribunales de grotescos e hipócritas verdugos, son lapidadas hasta la muerte. A continuación les presento nueve películas realizadas por musulmanas, que retratan las diversas problemáticas vinculadas con su estatuto de mujeres en países islámicos.
1. La casa es negra (Irán, 1962) La poetisa Forugh Farrojzad fue a la vez emblema del feminismo y precursora del Nuevo Cine iraní, repudiada por los sectores más conservadores de su país y admirada en el mundo. En su corto documental La casa es negra, la directora de una sola película sobrepone imágenes de los habitantes de la leprosería de Tabriz con poemas suyos para crear 22 minutos de melancólica belleza que algunos consideran todavía como la mejor película iraní de la historia.
2. Mustang: Belleza salvaje (Turquía, 2015)
La poetisa Forugh Farrojzad. En la imagen del extremo superior, Persépolis (Irán, 2007).
Esta producción germano-franco-turca, que compite para el Oscar a la Mejor Película Extranjera este año, es un grito de alarma al regreso del patriarcado y del fundamentalismo
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religioso en la sociedad turca desde 2003, cuando llegó el Partido conservador AKP al poder. Mustang cuenta la historia de cinco hermanas huérfanas que defienden su libertad contra las injustas reglas impuestas por su abuela y su tío. Los conflictos que tienen que enfrentar las niñas (matrimonios forzados, pruebas de virginidad, violencia y violaciones intrafamiliares) son más dolorosos todavía cuando se sabe que Turquía tiene una tradición laica y que las mujeres obtuvieron el derecho a votar en los años 30, 15 años antes que en países primermundistas como Francia. Pese a ello, Turquía sigue siendo una sociedad profundamente patriarcal: entre 2002 y 2009, 4 mil mujeres fueron asesinadas por motivo de “honor”, 70 por ciento de ellas por su marido u otro miembro masculino de la familia.
3. La manzana (Irán, 1998) A sus 18 años, Samira Makhmalbaf, hija del famoso director de nombre Mohsen, dirigió su opera prima en Teherán. Familias se unen para denunciar a un vecino que nunca deja salir a sus dos hijas gemelas de la casa. El padre declara que sus hijas son flores que no hay que poner en el sol, ya que se marchitarían rápidamente. Cuando la trabajadora social logra liberar a las niñas, éstas emprenden un viaje en el mundo exterior, donde todo es nuevo. Su sueño: poseer una manzana.
4. La bicicleta verde (Arabia Saudita, 2012) La bicicleta verde es la primera película oficialmente producida por Arabia Saudita, monarquía en la cual el cine está prohibido. Haiffaa al-Mansour, quien estudió cine en Egipto, dirigió a su equipo escondida en una van, ya que no se puede ver a una mujer dar órdenes a hombres. Wadjda es una niña de 10 años que sueña con tener una bicicleta, a pesar de la formal prohibición de andar en ellas para las mujeres saudís. Decide inscribirse a un concurso de oratoria coránica para poder ganar el objeto de su deseo. La bicicleta verde nos muestra las calles de Riad, la vida de una familia de clase media, la condición de las mujeres y sus mil estrategias para liberarse de las tradiciones arcaicas. Esta película, realizada y protagonizada por mujeres, es todo un símbolo para este país en el cual las mujeres pudieron votar y presentarse como candidatas a las elecciones municipales por primera vez hace apenas dos meses.
5. Chilla, 40 días de silencio (Uzbekistán, 2014) Esta cinta uzbeka retrata a cuatro mujeres de distintas edades en cuatro momentos claves de sus vidas: un viaje íntimo al mundo de las mujeres de Asia central, que buscan su identidad y luchan por su derecho a tomar decisiones en la vida. Este proceso lo viven a través de la Chilla, rito de la tradición sufí que implica 40 días de expiación, meditación y silencio.
La bicicleta verde, primera película oficialmente producida por Arabia Saudita.
Aunque es más fácil encontrar una aguja en un pajar que a una cineasta musulmana, algunas de ellas lograron que se proyectaran sus obras en festivales internacionales
9. En la casa de mi padre (Marruecos, 1998)
6. Persépolis (Irán, 2007) La película animada que dirigió Marjane Satrapi es la adpatación de un comic autobiográfico que relata cómo el cambio de régimen político en Irán en 1978 y, luego, la guerra contra Irak afectaron su vida personal, hasta llevarla a vivir su adolescencia en el exilio en Austria. De regreso en Irán, se casa y se divorcia casi inmediatamente. Sus padres, temiendo que el carácter rebelde de Marjane le pueda causar problemas mayores con la Republica Islámica, deciden mandarla a Francia de forma definitiva.
loto) está compuesta de cuatro cortometrajes dirigidos por cuatro directoras originarias de Indonesia, el país con más musulmanes en el mundo (alrededor de 200 millones). Esta cinta coral se enfoca en las difíciles situaciones de vida con las cuales la mayoría de las mujeres, tanto en Yakarta como en los pequeños pueblos insulares, tienen que lidiar: abuso sexual, drogadicción, enfermedades y tráfico humano.
7. Chants of lotus (Indonesia, 2007)
Esta reciente producción americano-pakistaní es un documental que sigue a 160 muje-
Perempuan punya cerita (Los cantos del
res bangladesís que viajan a Haití después del terremoto en el marco de la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas. Estas guardianas de la paz, desprovistas de iniciativa en su país, resultan empoderadas por su delicada misión. Esta obra replantea el papel de las mujeres en situaciones de peligro y desmantela los estereotipos sobre las capacidades laborales y humanas de las musulmanas.
8. A journey of 1000 miles: Peacekeepers (Bangladesh, 2015)
La directora Fátima Jebli Ouazzani cuenta como escapó de su casa hace 16 años para evitar que su padre la casara contra su voluntad. Su rechazo a la ley patriarcal es una historia de dolor y exilio: cuando Fátima regresa a su país, platica con su abuela que logró divorciarse pero que tuvo que regresar a vivir con el esposo odiado. La narración sigue también a una pareja de neerlandeses de origen marroquí que llega a Marruecos para casarse, la novia tiene el mismo miedo que todas las musulmanas: ¿fluirá la sangre que comprobará su virginidad? Una arcaica tradición que compele a algunas mujeres a introducir ortigas en su vagina antes del acto para asegurarse el sangrado.
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Marién Luévano, una diva del flamenco mexicano RESEÑA :: POR CARLOS RUVALCABA
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e paso por la Ciudad de México tuve la oportunidad de disfrutar el espectáculo de una de las más destacadas bailaoras de flamenco del momento, la mexicana Marién Luévano, acompaña da del cantaor José Díaz “El Cachito”, del guitarrista Anwar Miranda y del violinista michoacano Ulises Martínez Vázquez, en el Centro de Flamenco y Experimentación Artística, Hojas de Té, en pleno corazón de la Zona Rosa. Su sombra la seguía por el escenario cuando bailaba una siguiriya, pero no era su sombra, era más bien su alma que se manifestaba para danzar con ella apasionada, al tiempo que se escuchaban los gritos de “¡Vamos, Mari!”, mientras Cachito ponía la piel de gallina con su cante. El violín y luego la guitarra se acoplaron mágicamente a los pasos de la diva, cortando la respiración de los espectadores por su entrega en el escenario, lo que provocó entusiasmados olés. Para llegar al nivel de la bailaora Marién Luévano se necesita además de su gran talento, una larga trayectoria de estudios, ensayos e investigaciones, rodeada de grandes maestros de México y España, por eso se fue diez años a Andalucía a vivir como gitana. Investigó y aprendió todo sobre los palos del flamenco, algo no muy común entre las estudiantes, debido a la innumerable cantidad de palos que hay en cada región andaluza. Sólo en la provincia de Cádiz hay decenas de palos entre los que destacan las alegrías, arrieras, bulerías, chufas, guajiras, milongas, rumbas, siguiriyas y muchos más. Bailar siguiriya no es para cualquier bailarina, porque este cante está considerado como una de las esencias más jondas del flamenco, debido a que es uno de los palos básicos más antiguos de esa música. Bailarlo y cantarlo requiere de un gran temperamento porque, según expertos, es “dramático, fuerte y hasta desolador”, ya que trata de los eternos temas de la vida, la muerte y el amor. Pero Marién va más allá de las usanzas del sur de España. Agrega a lo que baila un pedazo de su ser y enamora a la tradición andaluza para que también tenga alma mexicana. En
Marién Luévano.
sus coreografías se puede ver una evolución desde lo plenamente tradicional, hasta conseguir un estilo cada vez más personal en sus movimientos, expresiones, vestuario y lógicamente en las coreografías de su autoría. Marién se dedica además, de manera exitosa, a la enseñanza. Ha dado cursos en diversas ciudades de Canadá, Japón, Taiwán, Bélgica, Alemania y México. Cuenta ahora con la beca del FONCA para Creadores Escénicos y está trabajando en el proyecto que llama “Tres Generaciones”, el cual consiste en una ardua investigación sobre la historia del flamenco en España y México y sus principales exponentes en los años cincuenta, que le servirán de referente e inspiración para sus nuevas coreografías. Como parte de su proyecto, Marién trans-
mite sus conocimientos a bailaoras profesionales. En esta investigación y desarrollo ha involucrado a cuatro alumnas egresadas de la Escuela Nacional de Danza Nellie y Gloria Campobello. Desde luego, es de aplaudir esta iniciativa ya que las grandes bailaoras son muy celosas de su protagonismo y no es común verlas compartiendo el tablao con sus discípulas. Marién no sólo les comparte sus conocimientos, sino también el escenario y se siente orgullosa de ver los adelantos de sus alumnas, según ella misma lo confiesa. Marién nació en Torreón, Coahuila. Su compañía de baile flamenco surgió en el 2005. Desde entonces ha presentado con éxito más de diez obras, en los más importantes escenarios de la república. Los ejercicios coreográficos de “Tres Generaciones”, los irá presentando Marién Luévano a lo largo de este año en el centro Hojas de Té, utilizando diversos palos para hacer sus investigaciones sobre el movimiento, con elementos como el abanico, las castañuelas, la bata de cola y el mantón. Quienes estén interesados en verla, se encontrarán con una diva que lo da todo en el escenario y les arrancará más de un olé con suspiros del corazón. Mañana domingo 28 de febrero es una excelente ocasión para verla bailar en San Miguel Allende, donde presentará su obra “Transeúntes”, acompañada del destacado violinista michoacano Ulises Martínez, como parte del Festival Fringe 2016. Danzará en el Centro Cultural Allende a partir de las 11 de la mañana. El espectáculo es gratuito. ¡Venga, Mari! … ¡Olé y olé!
Diversos aspectos del arte de la bailaora Marién Luévano.
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Tan fantástico como la ficción DISCURSO :: POR LEILA GUERRIERO
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ara empezar por alguna parte, me gustaría decir que la cosa más importante que sé acerca de cómo contar historias me la enseñó una película llamada Lawrence de Arabia, que vi más de siete veces, a lo largo de un invierno helado, en la ciudad donde nací. Yo tenía apenas once años y aquel invierno, mientras mis amigos jugaban o se iban a pescar, me encerré en el cine con obsesión de psicópata a ver, siete días, siete veces, a razón de cuatro horas por vez, esa película que llegué a conocer tanto como conocía los rincones de mi cuarto. Y cada una de las siete veces entré al cine con el mismo entusiasmo y esperé con idéntico fervor las mismas escenas: aquella en la que Omar Shariff brota de las dunas dispuesto a defender su pozo de agua; aquella en la que Lawrence camina sobre el tren, enloquecido, sintiendo ya en su corazón una lámina de luto por la vida que tiene que dejar; aquellas batallas, aquellos caballos, aquel desierto, aquella túnica blanca, aquellos ojos. Pero si uno busca el argumento de Lawrence de Arabia en, digamos, Wikipedia, se topa con una frase que dice así: “Esta película narra la historia de Thomas Edward Lawrence, un oficial inglés que durante sus años en Arabia logró agrupar a las tribus árabes para luchar contra los turcos por su independencia”. La frase es cierta, y sólo es eso: cierta. Porque nada dice del desierto amarillo, ni del ulular de sus bravos guerreros, ni de la túnica helada de Lawrence, ni de sus ojos siempre presos de una sombra enfurecida. Porque Lawrence de Arabia es “la historia de un oficial inglés que durante sus años en Arabia”, etcétera, pero, de muchas y muy variadas formas, no es eso en absoluto. Y ahí radica aquello que les decía que sé y que es simple y que es esto: una historia, cualquier historia, tiene como destino posible la gloria o el olvido. Y la clave no está en el cuento que la historia cuenta sino en eso que la hace arribar con toda pompa a un puerto majestuoso o hundirse en el mar de la indiferencia. Lo que sé, decía, es simple y es esto: lo que importa no es el qué, sino el cómo. No la historia, sino los vientos que la empujan. El cronista argentino Martín Caparrós dijo alguna vez que cada que le preguntan si hay alguna diferencia entre periodismo y literatura, no sabe qué contestar. “Mi convicción es que no hay diferencia –dijo–. ¿Por qué tiene que haberla? ¿Quién postula que la hay? Aceptemos la separación en términos de pactos de lectura: el pacto que el autor le propone al lector: voy a contarle una historia y esa historia es cierta, ocurrió y yo me enteré de eso. Y ése es el pacto de la no-ficción. Y el pacto de la ficción: voy a contarle una historia, nunca sucedió, pero lo va a entretener, lo va a hacer pensar. Pero no hay nada en la calidad intrínseca del trabajo que imponga una diferencia”. Hablamos, claro, de crónicas sólidas que encierran una visión del mundo y se reconocen como una forma del arte, y no de pegotes amasados sin entusiasmo para llenar dos columnas del diario de ayer. Estas crónicas toman del cine, de la música, del cómic o de la literatura todo lo que necesitan para lograr su eficacia. El tono, el ritmo, la tensión argu-
Yo encuentro cierta belleza en que las cosas sucedan –absurdas, contradictorias, a veces irreales–
mental, el uso del lenguaje, y un etcétera largo que termina exactamente donde empieza la ficción. Porque la única cosa que una crónica no debe hacer es poner allí lo que allí no está. Hace un tiempo escribí la historia de un grupo de antropólogos forenses cuyo trabajo consiste en exhumar, de fosas clandestinas, restos óseos de personas ejecutadas por diversas dictaduras, para identificarlos y devolverlos a sus familiares. La crónica empezaba así: No es grande: cuatro por cuatro apenas, y una ventana por la que entra una luz grumosa, celeste. El techo es alto. Las paredes blancas, sin mucho esmero. El cuarto –un departamento antiguo en pleno Once, un barrio comercial de la ciudad de Buenos Aires– es discreto: nadie llega aquí por equivocación. El piso de madera está cubierto por diarios y, sobre los diarios, hay un suéter a rayas –roto– , un zapato retorcido como una lengua rígida, algunas medias. Todo lo demás son huesos. Tibias y fémures, vértebras y cráneos, pelvis, mandíbulas, los dientes, costillas en pedazos. Son las cuatro de la tarde de un jueves de noviembre. Patricia Bernardi está parada en el vano de la puerta. Tiene los ojos grandes, el pelo corto. Toma un fémur lacio y lo apoya sobre su muslo. –Los huesos de mujer son gráciles –dice. Y es verdad: los huesos de mujer son gráciles. Apenas después, el texto revelaba que ése no era el cuarto de juegos de un asesino serial sino la oficina del Equipo Argentino de Antropología Forense, que Patricia Bernardi era uno de sus miembros, y que los huesos esparcidos eran los de tres mujeres, exhumados el día anterior de un cementerio de la ciudad de La Plata. Pero aun cuando ese párrafo tiene un tono calculado, una métrica medida y cada
palabra está puesta con intención, no hay nada en él que no sea verdad: todo eso estaba allí aquel jueves de noviembre a las cuatro de la tarde: el suéter a rayas –roto–, el zapato retorcido como una lengua rígida, los huesos, costillas en pedazos, y, por supuesto, Patricia Bernardi, que tomó un fémur y se lo apoyó en el muslo y dijo lo que dijo: “Los huesos de mujer son gráciles”. Por cosas como ésas me gusta la realidad: porque si uno permanece allí el tiempo suficiente, antes o después ella se ofrece, generosa, y nos premia con la flor jugosa del azar. Yo encuentro cierta belleza en que las cosas sucedan –absurdas, contradictorias, a veces irreales– y me gusta entrar en la realidad como a un bazar repleto de cristales: tocando apenas y sin intervenir. En 2006 publiqué un libro que se llama Los suicidas del fin del mundo, que cuenta la historia de Las Heras, un pueblo de la Patagonia argentina donde, a lo largo de un año y medio, doce mujeres y hombres jóvenes decidieron volarse la cabeza de un disparo, o ahorcarse con un cinturón en el cuarto de su casa, o colgarse en la calle a las seis de la mañana del día 31 de diciembre de 1999. Durante un tiempo viajé a ese pueblo, hablé con peluqueros y con putas, con madres y con novios, con hermanas y amigos de los muertos, y, cuando creí que había terminado, empecé a buscar un editor para eso que, pensé, podía ser un libro. Muchos retrocedieron espantados ante tanto muerto joven, pero uno de ellos, con ojos luminosos de entusiasmo, me preguntó: “¿Por qué mejor no lo escribís como si fuera una novela?”. No tengo ninguna respuesta para explicar por qué dije que no, salvo que, en el fondo, no le encuentro sentido a transformar en ficticia una historia que se ha tomado el trabajo de existir así, tan contundente. Que cuando doce personas deciden suicidarse en un año y medio en plena calle o en casa de su mejor amigo, en fechas tan significativas como el día de cambio de milenio, en un pueblo petrolero con más putas que automóviles, no siento que mi imaginación pueda agregar, a eso, mucho. El libro, finalmente, fue publicado como una crónica y, aunque todo lo que cuenta es real, está plagado de recursos literarios. Incluida su música de fondo: la chirriante música del viento. En su novela Las vírgenes suicidas, donde narra la historia de las cinco lesivas hermanitas Lisbon, el norteamericano Jeffrey Eugenides utiliza un recurso que enrarece el clima desde el principio y remite a la idea de corrupción y podredumbre de las cosas vivas. Dice Eugenides: “Esto ocurría en junio –escribe-, en la época de la mosca del pescado, cuando, como todos los años, la ciudad se cubre de tan efímeros insectos. Se levantan entonces nubes de moscas de las algas que cubren el lago contaminado y oscurecen las ventanas, cubren los coches y la farolas, [...] y cuelgan como guirnaldas de las jarcias de los veleros, siempre con la misma parda ubicuidad de la escoria voladora”. Yo no tenía las moscas del pescado, pero tenía el viento. En los días de viento, y eso es casi siem-
8 | LETRAS ~ CAMBIO DE MICHOACAN
pre, en Las Heras no se puede salir a la calle. En esos días puertas y ventanas trepidan con temblores frenéticos, y los habitantes permanecen encerrados, sitiados por el aullido de esa fuerza maligna. Madres y novias, hermanos y amigos de los suicidas hablaban con odio y con temor de eso que doblegaba a la ciudad con alaridos de bruja y la envolvía como un presagio ominoso: el viento, decían, es peor que nada: peor que la soledad, peor que la distancia, peor que el frío y que la nieve. A la hora de escribir pensé que tenía que reproducir ese clima enloquecido y lograr que el viento se levantara del libro como un enjambre. Así, en las primeras páginas, el viento sopla tímido, balanceando apenas el ómnibus que me llevaba a Las Heras. Un poco más adelante arroja ceniceros al piso, se cuela por las hendijas, empuja polvo hasta el fondo de la garganta de las casas. Al final, el viento ya es un monstruo negro, una bestia con voluntad propia. “Afuera –dice el libro– el viento era un siseo oscuro, una boca rota que se tragaba todos los sonidos: los besos, las risas. Un quejido de acero, una mandíbula”. Si todo texto está afinado en un tono, yo quiero pensar que Los suicidas del fin del mundo está afinado en el chirrido del viento. Y no por gusto ni por capricho, sino para pintar, sobre su alarido interminable, un pasado de sangre y un presente de horror en el que todo –las muertes, la pura desgracia, los suicidios– seguía sucediendo. Porque aun cuando fuera un personaje, aun cuando fuera una metáfora, un puro recurso literario, el viento no era –no podía ser– un adorno. El viento era –tenía que ser– parte de la información. En su libro El empampado Riquelme (la historia de un hombre que sube a un tren pero nunca llega a destino y cuyos huesos aparecen en el desierto de Atacama medio siglo más tarde) el chileno Francisco Mouat dice que, para escribirlo, leyó a Paul Auster, a Richard Ford, a Juan Rulfo, a Kafka. “Todas estas lecturas –dice Mouat– están desparramadas por este libro y tienen mucho que ver con estas páginas”. Yo siempre sospeché que los buenos cronistas tienen nutridas bibliotecas de ficción y que van más seguido al cine que a talleres de escritura. Que no aprendieron a describir personajes en una clase de la universidad, sino leyendo a John Irving. Que no saben narrar con exquisita parquedad por haber participado en un taller de producción de mensajes, sino porque se conocen hasta el solfeo la prosa de Lorrie Moore. Que son rigurosos con la información pero creativos en sus textos no porque hayan estudiado Metodología de la investigación, ni Planificación de Procesos Comunicacionales, sino porque saben quién es John Steinbeck. Y pienso todas esas cosas porque en los grandes cronistas encuentro ecos de Richard Ford y de Scott Fitzgerald, de Góngora y de la Biblia, de José Martí y de Gonzalo Rojas, de Flaubert y de Paul Bowles, de Salinger y de Alice Munro, de Nabokov y de Pavese, de Bradbury y de Martin Amis, de Murakami y David Foster Wallace. Claro que, si vamos a ser sinceros, no suele haber, en los grandes escritores de ficción, ecos de cronistas majestuosos. Pero hay que ser pacientes. Porque tiempos vendrán en que eso también suceda. Texto leído durante la Feria del Libro de Bogotá, 2008.
SÁBADO 27 DE FEBRERO DE 2016
Cuestionable A LA SAZÓN :: POR NETZAHUALCÓYOTL ÁVALOS ROSAS
P
ongamos las cosas claras. Si la vida exige cierta honestidad la cocina obliga a ser íntegros, so pena de algunas de las condenas más entrañables de la propia humanidad. Esto viene a colación por una palabra muy manoseada del ámbito gastronómico. Me refiero a lo “gourmet”. De niño, mi padre me recriminaba el que comiera de todo, y en cualquier lugar, sin reparar. En ese tiempo yo lo tildaba de petulante (pinche viejo presumido) aunque, como es común, con el tiempo me di cuenta que en realidad no tenemos mucho tiempo para andar de saltimbanquis durante el resto de nuestras vidas. “Ah, qué razón tenía mi venerable anciano”, llegué a decir luego, ente otras sandeces melodramáticas y encíclicas póstumas que no repetiré por alguna dignidad que aún conservo. Lo indudable es que cierta edad reconocí que no se pueden leer todos los libros ni comprender a todas las mujeres ni tener mil amigos en Facebook. Así es que decidí elegir. Primero opté por los placeres antes que los vicios… y, humildemente, ahí la llevo. Ya eliminé de entre mis contactos a 300 feministas obtusas y a otros tantos tipos de dientes pa fuera. Y en términos de comida prefiero las cocinas tradicionales que el delicatesen; sin embargo, hay que informarse, conocer, probar y valorar para llegar a elecciones auténticamente ricas. Comparar y reconocer tus propios gustos es a lo que llamo ser un auténtico gourmet. Gourmet es una construcción cultural que deriva de vocablos franceses: “Gourmand” que a su vez viene de “Gout”, que define: gusto. La palabra “met” significa plato de comida. Así que, estimados lectores o lectoras, hemos llegado a lo más obvio. Me son suficientes las anteriores expresiones para deducir que, más allá de términos superficiales, existen personas cordiales a comer o a cocinar con todo el detalle que
amerita conservar y combinar productos de la mayor calidad, respetando sus atributos naturales, su grado de madurez, las medidas más apropiadas de cortes, cocimiento y sazón, para destacar sus propiedades saludables en armonía con el sabor y la belleza de su presentación. Creo que de eso se trata y es totalmente legítimo. Lo desagradable con lo gourmet es que hoy en día cualquiera lo refiere y lo explota, y como dijo Síndrome en Los increíbles (Disney-Pixar, 2003): “Y cuando todos sean súper ninguno va a ser…”. Ok, estoy de acuerdo que en su contexto original la referida frase es probablemente cuestionable, pero el hecho es que me checó para esta causa tan fatua, en la que podríamos agregar, para hacerla aún más chocante, que “el arte es para todos, pero no todos son para el arte”. Por otra parte, quienes prodigan lo gourmet se han vuelto tan arrogantes que a continuación me presto a señalar algunas observaciones “generales” -ojo, dije generales: estoy harto de ofrecer disculpas por las honrosas excepciones-, para intentar reconocer o hasta probar este tipo de pucheros exquisitos, sin que decante la autoestima:
LA NOTA, LA RECETA, EL REMEDIO. · La relación precio y cantidad suele ser un abuso. · La prometida fusión de sabores puede ser un experimento que nos tragamos con gesto mustio, ante la guasa del “chef”. · Nombres de platillos como fua en destellos de Venús no son algo por lo que debas temer: son una ridiculez. · La presentación tiende más al blof que a la armonía. · No son mucho más saludables que otros platillos; incluso, es probable que alguno de los ingredientes provengan de La Legumbre Buena Onda, local 69 de la Central de Abastos de Iztapala. · Le echan muchas flores, ¿por qué será?