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[ Letras ] DE CAMBIO

SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN | NUEVA ÉPOCA | COORDINADOR: VÍCTOR RODRÍGUEZ MÉNDEZ | 27 DE AGOSTO DE 2016 |

¿Tótem o Tabú? Alberto Navarrete, in memoriam POR ALEJANDRO DELGADO DELGADO| PAG. 2

Oriana Fallaci

¿Víctimas? CARTAS APÓCRIFAS POR ESTEBAN

La reportera insolente

MARTÍNEZ | PAG. 3

POR ESTHER PEÑAS | PAG. 4

Juego de niños CREACIÓN POR ROBERT LOUIS ROBERTSON | PAG. 6

Itinerante A LA SAZÓN POR NETZAHUALCÓYOTL ÁVALOS | PAG. 8


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Alberto Navarrete In memoriam ¿Qué fue primero: el Tótem o el Tabú? POR ALEJANDRO DELGADO

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nálogamente puedo preguntarme: ¿qué fue primero: el Conocimiento o la Curiosidad? ¿El Sonido o la Audición? ¿La vocación o el juego? He conocido, a través de años, el ir y venir, los flotares y hundimientos, la cordura y la necesaria locura, los ocios y el trabajo, de un ser con desconcertante talento: Alberto Navarrete. Con él hemos coincidido en diversas ocasiones en algunas manufacturas que van, desde la gráfica y el arte objeto hasta exploraciones que desde el inicio llamamos Audio Experimentación. De principios de los ochenta datan aquellas experimentaciones que presentamos en el Primer Festival de Música Contemporánea (realizado en el Museo de Arte Contemporáneo de Morelia). Me refiero a esas Improvisaciones sobre la Recta, de las que el maestro Rubén Valencia abiertamente aceptó habían influido en él para la realización de una de sus más representativas composiciones: Las Bagatelas Opus 1. Improvisaciones sobre la Recta fue un trabajo de días enteros por espacio de varios meses en mi estudio que, desde entonces se continúa llamando Le Changarré. Ahí flautas, chirimías, guitarra, violín, quena, armónicas, voces, sonidos bucales y guturales, alternados y en combinación experimentativa constituyeron el resultado a que nos llevaron audiciones y discusiones sobre Stockhausen, Cage, Varesse, Revueltas, los jazzistas, la experiencia Fluxus y la necedad de curiosear lo del llamado “Arte Total”, al cual Frank Zappa nos indujo en su pretexto creativo llamado Total music para freaks. No había de otra, o hacíamos algo con el conocimiento y medios a nuestro alcance, o todo quedaría como uno más del mexican curious de la inercia que aún parece ser parte del repertorio de las envolturas sociales de la cultura nacional. No había de otra. Sin planes de producción, difusión, sin más expectativas que aprender y jugar, jugamos el juego que había de ser jugado. Con el paso del tiempo se han ido reconsiderando las huellas, que tos juegos de esos días habían grabado en nuestros corazones. De muchas formas el juego nos descubrió indagando manipulaciones de técnicas y conceptos que, décadas posteriores han sido bautizados como “nuevas tecnologías”. Registrábamos caseramente –en una grabadora de carrete Sony Stereoscope– una multitud de pistas (tracks), toda suerte de ejecuciones sonoras con instrumentos y medios como los ya mencionados. En esas grabaciones combinábamos la armónica con el violín, percutíamos las cuerdas de la guitarra con el micrófono, distorsionábamos los aires de la quena sometiéndola al ruido de interferencia de las bocinas creando atractivos y horrendos feedbacks, vocalizábamos frases y sonidos guturales que revertíamos a sonidos inesperados aplicando la

Alberto Navarrete. Fotos: Lluvia y Joda Navarrete.

De muchas formas el juego nos descubrió indagando manipulaciones de técnicas y conceptos que, décadas posteriores han sido bautizados como “nuevas tecnologías”.


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¿Víctimas? CARTAS APÓCRIFAS :: POR ESTEBAN MARTÍNEZ

P cámara de eco (recuerdo que una ocasión nos propusimos “alcanzar el eco”, es decir, invertir en la grabación el orden emisiónrepetición que bautizamos como el verdadero efecto de “posterización”). No solamente grabamos infinidad de experimentaciones en lo que, influidos por la terminología del diseño, aplicábamos algunos aprendizajes previos sobre sonoridades y su relación con el tiempo, a saber explorar los intervalos sonido-silencio de donde buscábamos construir nuestra propia Raga, cayendo en la sorpresa del “ruido blanco”; echamos menester directo al medio grabador-reproductor, cortando y editando la cinta magnética en secuencias que medíamos con escalimetro, escuchábamos el resultado que regrabamos alterando manualmente la velocidad de avance-retroceso sometida también a eco y reverberancia logrando lo que hoy se conoce como efecto Flange. Botellas cargadas de canicas y balines, sordinas manufacturadas con esponja o estropajo, bongos sobre tensados, derrapando maderas o metales en las cuerdas de la guitarra, y sabrá cuántas más diabluras se nos iban ocurriendo. Observábamos los efectos, los accidentes y sacando conclusiones no libres de jugueteos, armamos nuestras improvisaciones y variaciones que masterizamos en audio cassettes. Como niños, como monjes nos perdimos en los juegos donde mezclábamos el audio del cielo y el infierno, trastocados de experimentación, de alguna forma hechizados por la libertad. Las experiencias parecen quedar atrás, el alma de nuestra memoria es la experimentación. Hoy, décadas pasadas, Alberto Navarrete, fiel a su endemoniada ruta en que ha ido cruzando diferentes formas y géneros musicales, nos trae a colación una verdadera colación creativa en la que se las juega entre mago e inventor de malditurias; porque recoge la experiencia histórica de la música para echarle en cara lo inicuo de sus dioses, la dureza y la frialdad de sus tabús. Nada ha escapado al dominio social y el arte es uno de tantos dominios con sus propias envolturas sociales, sus paradigmas y tecnocracia. Alberto simplemente antepone, desde la memoria, la posibilidad del juego. * Paratotem. Disco masterizado de Alberto Navarrete. Se busca publicarlo.

obrecillos, ya que les viene como anillo al dedo los que expresa la conocida canción que dice en sus versos: “Ayer maravilla fui y hoy ni la sombra soy”. Para confirmarlo no hay más que recordar que, en su pasado, fueron los que mayormente organizaron a la ancestral horda (ese primigenio agrupamiento humano caracterizado por la carencia de estructuración social y, por consiguiente, con escasa conexión interna), en tribus, en aldeas, en ciudades-Estado, los Estado-nación e incluso los imperios, tanto en la antigüedad como en la época moderna. Sí, estimados lectores de la presente, como ya habrán intuido seguramente, me estoy refiriendo a los hombres del poder, a los políticos, que en muchos casos, en el pasado, proclamaron e impusieron a los pueblos la creencia de que eran la encarnación de nada menos que de la divinidad en la tierra, dando lugar a que así se instituyeran sociedades teocráticas y teocráticas-militares, ejemplo de ello, la sociedad del antiguo Egipto y del pueblo azteca. Más tarde (¿más modestos o sería por necesidad?) consideraron e impusieron a su pueblos la idea de que su autoridad provenía directamente del mismo Dios, idea en la que, por largo tiempo, fueron ayudados por la religión, como lo demuestra la emblemática frase de “rey por la gracia de Dios”, con la que comulgaron tantos y tantos pueblos apenas hasta anteayer. Luego, con el correr del tiempo, los políticos asumieron la posición de que (con eso de la democracia) eran los representantes legítimos y también los defensores de la voluntad del pueblo, creencia en la que todavía se mantienen con sus asegunes; lo digo porque con el nuevo paradigma que rige la actual globalidad en la que nos movemos, de ser lo máximo por tanto tiempo, han caído de la gracia divina y, con eso del bautizado Estado-regional, los políticos están perdiendo, poco a poco y a veces aceleradamente, sus facultades de “ordeno, mando y hago cumplir”. Veamos algunos hechos indicadores de esa situación que acabo de exponer. Hay una verdad irrebatible en nuestros días, y es que en

ellos el poder económico (en sus diferentes expresiones) no únicamente es fundamental, sino también determinante en lo político, en lo social e incluso en lo educativo, pues el nuevo paradigma de Estado-regional en el que nos movemos responde mayormente a una organización de tipo empresarial, lo que da una realidad que, se quiera o no se admita, tiene por ideología la exigencia de la subordinación a la leyes del mercado y la obtención de beneficios, por lo que los políticos, en esta nuestra globalidad en la que respiramos todos, de buen o mal grado, están perdiendo cada vez más la soberanía propia de los Estados que gobiernan (dizque, hay que aclarar), tanto en lo que se refiere a su interior como hacia el exterior, con lo cual están dando cada vez más posibilidades de intervención a otros Estados, a sus capitalistas nacionales y a corporaciones trasnacionales en sus asuntos internos, y obligados, por la preponderancia de lo económico en la actualidad, a permitir competitividades externas que no pueden enfrentar, ya que rebasan su buena voluntad, e incluso leyes nacionales, sagradas hasta ayer. Todos estos hechos están alimentando y robusteciendo un poder, el económico, que no respeta fronteras y que está determinando incluso el tipo de gobierno que deben tener los estados. Estimados lectores, estos hechos y otros más que sería largo enumerar en la presente, considero que justifican mi compasión hacia los políticos, pues en el fondo esas verdades inevitables y contra las que no se puede luchar, convierten a los pobres políticos en entes heterónomos; en seres que sufren de heteronomía, o lo que es lo mismo, en individuos sujetos a la autoridad o guía de otro o de ideas heredadas, como puede ser los ídolos, de los que ya habló el inglés F. Bacon hace casi 400 años. Bueno, esa es la opinión de servidor, ustedes, estimados lectores de la presente, juzgarán si estoy en lo cierto o no. Sin más por el momento, su seguro servidor. Inocencio

Peregrino


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Oriana Fallaci, la reportera insolente RESEÑA :: P OR ESTHER PEÑAS

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ue la reportera más importante del mundo. Quizás suene desmedido, pero la sentencia se ajusta a su legado. Todas las universidades de Periodismo del mundo la incluyen en sus planes de estudios. Revolucionó el modo de ejercer la profesión, enseñándonos que siempre hay que colocarse frente al poder, jamás a su lado. El poder emponzoña. Milan Kundera la calificó como la precursora del periodismo moderno, por encima de Hemingway y Orwell. Hablamos, ya lo habrán deducido, de Oriana Fallaci (Florencia, 1929-2006). Su modo de entrevistar era áspero e incómodo. Resultaba impertinente, ruda y fastidiosa para sus interlocutores, pero ninguno resistía el prurito de ser entrevistado por ella. Conversó con Ghandi, Arafat, Arthur Miller, Kissinger, Fellini, Scorsese, Clark Gable, Galtieri, la duquesa de Alba, Gadafi, Jomeini, Sinatra… la lista es interminable. “Cada entrevista es un retrato de mí misma, son una extraña mezcla de mis ideas, mi temperamento, mi paciencia, y todo esto guía mis preguntas”, explicó al Times. Cubrió, como reportera de guerra, los conflictos en Vietnan, India, Pakistán, oriente Medio y Latinoamérica. Durante la masacre de Tlatelolco (México, 1968), fue alcanzada por una bala del Ejército. Tampoco eso la arredró. Como no la amilanaron los cuatro meses de prisión condicional a los que fue condenada por negarse a revelar al Tribunal de Menores el nombre de la persona que le informó de que en la muerte de Passolini habían intervenido varias personas. Corría entonces el año 1977. Ahora, a punto de cumplirse diez años de su muerte, la también periodista italiana Cristina de Stefano (Pavía, 1967) presenta la primera biografía de la Fallaci (el artículo que la precede, licencia de respeto, como mandan los cánones), La corresponsal (Aguilar). Para elaborarla, ha tenido acceso a todos los archivos personales, en poder del sobrino. “Como muchos otros periodistas, supe cuál sería mi profesión después de leer Entrevista con la historia. Oriana es un mito, esto es indiscutible, aunque después de estudiar la carrera me olvidé un poco de ella hasta que murió, en 2006. Fue entonces cuando pensé en escribir sobre ella, ya que he escrito varias biografías de mujeres; me pareció que la suya era una vida muy interesante, larga y plena, pero no tenía contactos en ese momento, así que desistí. Sin embargo, en 2008, el heredero de Oriana me preguntó si quería trabajar con su archivo para escribir su vida. Era la primera vez que escribía por encargo, pero también la primera persona que accedía al archivo personal de la Fallaci”, nos explica de Stefano. Con Oriana se cambió el modo de entender el periodismo. Ella se encaró con los poderosos y truncó el modo de hacer. Dinamitó la figura del periodista convertido en altavoz y se erigió en azote, exigiendo respuestas claras y denunciando las mentiras o las medias verdades. “Fallaci representa una ruptura en la his-

Ella era una anárquica que no soportaba el poder, que lo combate, todo tipo de poder, no sólo el político, también, por ejemplo, el de las estrellas de Hollywood

Amaba la cocina y era una apasionada de la cultura. Adoraba tanto a Europa como detestaba su decadencia moral toria del periodismo mundial, indiscutible, innovadora. Quería ser novelista, lo fue, pueden gustarte o no sus obras, pero su importancia en la historia del periodismo es innegable, el periodismo cambió a partir de su modo de hacer las cosas, se hizo más personalizado, más agresivo, con preguntas mucho más incisivas… antes resultaba un periodismo mucho más aburrido, sin margen para la creatividad y la personalización. A partir de Oriana todo cambia, sobre todo en la entrevista política, por su manera de considerar el poder. Ella era una anárquica que no soportaba el poder, que lo combate, todo tipo de poder, no sólo el político, también, por ejemplo, el de las estrellas de Hollywood, y trata de demostrar que quien ejerce el poder no es mejor que nadie. Su mirada es muy transgresora, y siempre busca exponer el punto débil del adversario (del entrevistado) para demostrárselo al público”, continúa de Stefano.

Su faceta de escritora Escritora. Más de veinte millones de copias de sus libros demuestran que lo hacía bien. O, por lo menos, que era capaz de conectar con lectores de todo el mundo. Su primer título no requiere coda, Los siete pecados capitales de Hollywood. A él le seguirían El sexo inútil (donde combate los estereotipos femeninos); Penélope en la guerra (que narra un tórrido ménage à trois); Nada y así sea (sobre la guerra de Vietnan); Entrevista con la historia, Carta a un niño que nunca nació (una reflexión sobre la maternidad, pese a que perdió el niño) e Inshallah (‘lo que Dios quiera’, traducido de manera ajustada). Mención especial requiere Un hombre, publicado en 1973, cuando conoció al poeta Alekos Panagulis, un resistente a la dictadura griega que había sido el autor de un atentado fallido contra Yorgos Papadopulos, jefe de la Junta de coroneles que en dirigía los


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destinos del país heleno, y del que no sólo se enamoró (todo lo perdidamente que puede enamorarse una mujer aguerrida e independiente como ella), sino que mantuvo un intenso romance. A raíz del atentado, Panagulis fue detenido y condenado a muerte, pero finalmente solo permaneció cinco años en prisión. El libro es una apasionada biografía de su amor.

Un hombre

La Fallaci y el Islam

residuos de mierda y más a menudo de mierda que de sangre. La mierda de los vencidos, la

La gran polémica llegó a puertas de su muerte. Tras los atentados del 11 de septiembre, la Fallaci pespuntó dos títulos, La rabia y el orgullo y La fuerza de la razón, que desatarían todo tipo de reacciones, virulentas, amenazantes, de adhesión… en cualquier caso sembró el asombro absoluto. Hasta entonces nadie de su proyección había hablado con tal contundencia y reprobación sobre el islam. Para ella, el islamismo era «el nuevo nazismo”: “Nuestro primer enemigo no es Bin Laden, ni Al Zarqaui, es el Corán, el libro que los ha intoxicado”. Pero el desencuentro –por atenuar el pasión- entre la Fallaci y el islam era mucho más antiguo. No hay que olvidar que, siendo la mayor de cuatro hermanas, su infancia transcurrió en la Italia fascista de Mussolini. Su padre participó en la Resistencia contra la ocupación nazi en su región natal, y Oriana se unió así al movimiento clandestino de la Resistencia ‘Justicia y Libertad’, ocupándose del transporte de las municiones de una parte a otra del Arno. El fascismo representaba para la Fallaci lo mismo que el islam: la opresión, el abuso y la asfixia de la libertad de expresión. “Los que instalaron el nazismo en Europa fueron una minoría de desalmados que miraba al profeta Hitler, como los terroristas de hoy miran al profeta Mahoma”, escribió en un artículo. De Stefano lo explica de este modo: “Para Oriana, la primera forma de fascismo es coartar la libertad de palabra, de expresión. Para la última Oriana, eso es lo que la enfrenta al islam; es cierto que fue muy criticada, sobre todo por sus propios colegas, pero eso no hizo sino propiciar que su discurso se endureciera, al darse cuenta de que solo así puede atacar ese fascismo islámico en tanto que mordaza a la libertad de expresión. El desencuentro entre Oriana y el islam viene de lejos, no se sitúa en el 11 de septiembre, brota en los años 60. Aparte de la falta de libertad de expresión, por su condición de mujer emancipada, dada la situación que ocupa la mujer en el islam, y también por su condición de atea, ya que piensa que la teocracia islámica, como cualquier otra, coloca lo sacro y lo divino por encima del individuo. La rabia y el orgullo fue duramente atacado por diferentes sectores, pero si uno lo lee encuentra no una crítica feroz al islam, sino a la actitud de Europa, una civilización antigua y cansada, cuyo cansancio puede convertirse en peligroso a la hora de luchar por los principios morales que la sustentan. Oriana plantea un problema que o bien no tiene solución o bien la solución que se desprende es la confrontación”. Tal era su preocupación por la deriva que tomaba Europa, a su juicio en peligro por su excesivo pacifismo, que se reunió con Ratzinger, ya saben, Benedicto XVI, para pedirle una mayor contundencia, una actitud más resuelta, en la condena de la ofensiva islamista.

La ambivalencia Esta mujer de 48 kilos, menuda, de rasgos marcados, con fuerte personalidad, también tenía una faceta “simpática, alegre, vital”.

(Fragmento)

Todas las banderas, incluso las más nobles y puras, están sucias de sangre y de mierda. Cuando miras los estandartes gloriosos, expuestos en los museos y en las iglesias, venerados como reliquias ante las que hay que arrodillarse en nombre de los ideales, NO TE HAGAS ILUSIONES: esas manchas parduscas no son trazas de herrumbre, sino residuos de sangre, mierda de los vencedores, la mierda de los buenos, la mierda de los malos, la mierda de los héroes, la mierda del hombre que está hecho de sangre y mierda. Donde está la una, está la otra por desgracia; la una tiene necesidad de la otra. Naturalmente, depende mucho de la cantidad de sangre vertida, de la mierda salpicada: si la primera supera a la segunda, se cantan himnos y se erigen monumentos; si la segunda supera a la primera, se clama escándalo y se celebran ritos propiciatorios. Pero establecer la proporción resulta imposible, dado que la sangre y la mierda adquieren el mismo color con el tiempo.

Amaba la cocina y era una apasionada de la cultura. Adoraba tanto a Europa como detestaba su decadencia moral. Se instaló en Estados Unidos, al que despreciaba por su política exterior. Se establece en Estados Unidos en 1963, porque considera que su personalidad y su modo de hacer periodismo son más compatibles con ese país que con Italia. En su país natal era conocidísima, y eso lo sufría. En Estados Unidos, si eres famoso te admiran; si lo eres en Italia, te critican y te envidian. Aparte de la proyección que tiene la prensa norteamericana. Oriana es la primera periodista global, sus escritos se publican en numerosas cabeceras, se transforma en una especie de franquicia de sí misma. Y vivió en Nueva York, un lugar muy concreto de Estados Unidos. Mantenía con este país una tensa relación, solía decir: “Ita-

lia es mi madre y Estados Unidos es el marido que he escogido y, como todos los maridos, me ha decepcionado. Ella critica muchísimo la política norteamericana en América Latina y en Vietnan”, apunta de Stefano. Cuando los médicos le dieron cuenta del cáncer que terminó minándola, regresó a su país natal. “Me desagrada morir, sí, porque la vida es bella, incluso cuando es fea”, escribió. A los 77 años cerró definitivamente los ojos esta “atea cristiana”, como solía definirse, que vio tantas cosas y que las dejó por escrito para que otros, nosotros, los que vendrán, seamos testigos de la historia a través de su mirada. Información de www.ethic.es, publicado de acuerdo a los términos de la Licencia de Creative Commons.


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CREACIÓN

Juego de niños Robert Louis Stevenson

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a nostalgia que sentimos por nuestra niñez no puede justificarse del todo: un hombre puede vivir sin temor al sarcasmo público, pues aunque sacudamos la cabeza ante el cambio no se nos escapan las múltiples ventajas de nuestra nueva situación. Lo que perdemos de impulso generoso lo ganamos en la costumbre de cuidar generosamente de los demás y la capacidad de disfrutar a Shakespeare debería ser una buena compensación para nuestra perdida disposición a jugar a los soldados. El terror ha desaparecido de nuestras vida, más aún, ya no vemos al Diablo entre las sábanas ni permanecemos despiertos al escuchar el viento. Ya no tenemos que ir a la escuela y si sólo hemos cambiado un trabajo pesado por otro (lo que de ningún modo es seguro), estamos liberados para siempre del temor cotidiano al castigo. Y sin embargo nos ha acaecido un enorme cambio y aunque no la pasemos peor, al menos consideramos de modo diferente a nuestros placeres. Necesitamos hoy condimentos para que el cordero frío del miércoles agrade a nuestro apetito del viernes, y puedo recordar el tiempo cuando disfrazarlo de venado y contarme una historia de cazadores lo hacía más delicioso que la mejor de las salsas. Para la persona adulta el cordero frío es cordero frío en cualquier parte del mundo y ninguna mitología alguna vez inventada por el hombre puede hacer que le resulte mejor o peor. El hecho concreto, la flagrante realidad del cordero arrasa con esas seductoras invenciones. Pero para el niño sigue siendo posible transformar los alimentos con un hechizo y si lee sobre un platillo en un libro de cuentos será maná del cielo para él durante una semana. Si un hombre adulto no desea comer, beber ni hacer ejercicio, si no tiene gustos sanos significará que su cuerpo es débil y que deberá tomar algún remedio, pero los niños pueden ser puro espíritu, si así lo quieren, y sacar placer de un mundo hecho únicamente de luz de luna. Las sensaciones no pesan tanto en nuestros primeros años como harán más adelante; nos sigue pesando algo del entumecimiento producido por los pañales. Vemos, tocamos y oímos a través de una especie de neblina dorada. Los niños, por ejemplo, son lo bastante capaces de ver, pero no son muchas sus facultades para mirar, no apelan a sus ojos por el placer de usarlos, sino guiados por sus propios objetivos. Las cosas a las que veía más vívidamente con la mente no eran hermosas en sí mismas sino simplemente interesantes o apetecibles para mí tal como creía que se las podía usar en un juego concreto. Tampoco el sentido del tacto es tan claro y punzante en los niños como en el hombre. Si apelamos a nuestros recuerdos, creo que las sensaciones de ese tipo que habremos de recordar serán de algún modo vagas y no nos llegarán más que como una neblinosa y agradable sensación de estar en la cama. Y aquí, por supuesto, pretenderemos hablar de las sensaciones placenteras y del control del dolor, el elemento más mortífero y trágico de la vida y el verdadero amo de nuestro espíritu y nuestro cuerpo. Es así, el dolor hace su propio camino en cada uno de nosotros, irrumpe como un grosero visitante en el jardín encantado donde el niño anda como en un sueño, con una seguridad no menor que con la que el inmortal dios de la guerra gobierna el campo de batalla o nos hace llorar en nombre de su padre. Ni la inocencia ni la filosofía pueden protegernos de este aguijón. En cuanto al gusto, cuando recordamos los excesos de dulces no elaborados que deleitan a un paladar juvenil “sin dudas no es una aspereza

muy cínica” pensar en un personaje de crecimiento más maduro. El olfato y el oído probablemente estén más desarrollados, recuerdo muchos olores, muchas voces y una enorme cantidad de cursos de agua cantando en el bosque. Pero el oído puede mejorarse mucho como medio de obtener placer y existe todo un mundo entre acechar maravillado un nido de pájaros y la emoción con la cual un hombre escucha la música articulada. Al mismo tiempo, y al ritmo de este incremento en la definición y la intensidad de lo que sentimos y que acompaña nuestra edad adulta, tiene lugar otro cambio de la esfera del intelecto, a causa del cual todas las cosas se transforman y son vistas a través de teorías y asociaciones como si se tratara de ventanas coloridas. Nos hacemos día a día, fuera de las especulaciones sobre la historia, las versiones y las especulaciones económicas y Dios sabe qué más, de un instrumento con el que caminamos y miramos más allá. Estudiamos las

vidrieras de los locales con otros ojos que los de nuestra niñez, sin sorprendernos nunca, no siempre llevados por la admiración sino para construir y modificar nuestras pequeñas teorías incongruentes sobre la vida. Ya no es el uniforme de un soldado lo que atrapa nuestra atención sino tal vez el leve carruaje de una dama o quizá el gesto vivamente impreso en su rostro por la pasión y que lleva una historia prohibida escrita en sus líneas. El placer de la sorpresa ha quedado atrás; los pilones de azúcar y los caballos de mar parecen pálidos remedos cuando los vemos; y caminamos por las calles para imaginar historias y para hacer sociología. No por eso debemos ignorar que existe una buena cantidad de personas que camina sólo con propósitos de tránsito o para ayudar a la digestión y al hígado. Son ellos quienes en realidad deben recordar su infancia con sensaciones mezcladas pero el resto de nosotros se halla en mejor posición; sabemos más que cuando éramos niños, comprendemos mejor, nuestros deseos y simpatías son más acordes al estímulo de los sentidos y nuestras mentes se concentran en lo que les interesa cuando recorren el mundo. Según mi planteo, se trata de una altura que un niño no puede alcanzar. Son transportados en cochecillos y arrastrados de aquí para allá por niñeras embarcadas en una placentera indiferencia. Una vaga, leve, continua extrañeza los posee. Aquí y allá alguna circunstancia destacable, como un mapa del mar o un guarda, ocupa al descuido el lugar del pensamiento y los saca por un momento de sí mismos; y se los puede ver, todavía remolcados a los tirones por la inexorable niñera como por una especie de destino, pero que siguen paralizados ante cualquier objeto brillante que se les cruza en el camino. Pueden transcurrir algu-

nos minutos antes de que otro espectáculo igual de excitante los vuelva a traer al mundo en el que habitan. Y en relación con otros niños casi invariablemente muestran cierta inteligente simpatía. “He aquí un buen camarada preparando pasteles de barro” parecen decir, “por lo que puedo entender, hay un cierto sentido en los pasteles de barro”. Pero dejan pasar de largo sin mostrar el menor interés los actos de sus hermanos mayores, a menos que sean claramente pintorescos o recomendables por el hecho de que son fácilmente imitables. De no ser por esta perpetua imaginación, nos veríamos tentados a suponer que directamente nos desprecian o que sólo nos consideran como criaturas brutalmente fuertes y brutalmente tontas, entre las cuales condescienden a vivir en obediencia como un filósofo en medio de una corte de bárbaros. De hecho, a veces demuestran una arrogancia despreciativa que es verdaderamente estremecedora. Cierta vez, cuando me quejaba en voz alta de un dolor físico un caballerito entró a mi cuarto y despreocupadamente me preguntó si había visto su arco y sus flechas. No prestó la menor atención a mis quejidos, era algo que debía aceptar como una muestra de la inexplicable conducta de sus mayores. Como un astuto caballero en ciernes no habría de gastar su capacidad de asombro con ese tema. Aceptaba a esos mayores, que se ocupan tan poco del placer racional y que incluso pueden ser enemigos del placer racional de los demás, sin comprenderlos y sin quejarse, tal como el resto de nosotros acepta que el universo sea como es. Nosotros los adultos podemos contarnos una historia, dar y recibir golpes hasta que suene la señal, cabalgar rápido y lejos, casarnos, caer y morir mientras todo el tiempo permanecemos tranquilos junto al fuego o tirados en la cama. Esto es exactamente lo que un niño no puede hacer, o al menos no hace cuando puede apelar a otra cosa. Trabaja fundamentalmente con figuras secundarias y propiedades dramáticas. Cuando su historia llega al momento del combate debe levantarse, tomar algo que haga las voces de espada y mantener un duelo con algún muelle hasta que se queda con aliento. Si debe cabalgar para recibir el perdón del rey, ha de montarse a una silla, a la que habrá de apurar y fustigar y sobre la cual se comportará tan furiosamente que el mensajero llegará si no ensangrentado por espuelas al menos orgullosamente enrojecido por el esfuerzo. Si sus peripecias implican un accidente sobre un peñasco, debe trepar en persona al escritorio repleto de cajones y caer corporalmente sobre la alfombra antes de que su imaginación quede satisfecha. Soldados, muñecas, en resumen todo juguete está en la misma categoría y obedece al mismo objetivo. Nada puede torcer las convicciones, la fe, de un niño; acepta los sustitutos más burdos y puede digerir las incoherencias más evidentes. La silla que había cumplido el papel de castillo o que se había abalanzado valerosamente al piso en su rol de dragón es retirada para que la use la visita de la mañana y él no se sentirá avergonzado en lo más mínimo; podrá seguir Sus escaramuzas a la hora siguiente con un balde de carbón; en medio de una encantada satisfacción podría llegar a ver sin que lo afecte demasiado al jardinero enterrando tranquilamente las papas de la cena de ese día. Puede hacer abstracción del hecho de que algo de lo que hace no encaja en su relato y desvía la mirada del mismo modo en que apretamos nuestras narices al pasar por una sucia callejuela. Y tan es así que a pesar de que los pasos de los niños se cruzan diariamente con los de


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SÁBADO 27 DE AGOSTO DE 2016

sus mayores en cientos de lugares, jamás van en la misma dirección y nunca se basan en el mismo elemento. Del mismo modo que los cables telegráficos pueden cruzarse con la línea de la ruta, o que el pintor de paisajes y un vendedor visitan el mismo país y sin embargo se mueven en mundos diferentes. La gente afectada por estos espectáculos se regodea en voz alta por el poder de la imaginación en los jóvenes. En realidad pueden decirse un par de palabras al respecto. En cierto modo, lo que exhiben los niños es una imaginación pedestre. Son las personas adultas quienes crean las historias de cuna; lo que hacen los niños es preservar celosamente los textos. Una de entre una docena de razones por la cual Robinson Crusoe debería ser tan popular entre la juventud es que muestra su nivel en esta cuestión como si fuera una sutileza; Crusoe está siempre en el papel de sustituto y debe actuar en una gran variedad de profesiones. Por lo tanto el libro trata todo el tiempo de herramientas y no hay nada que agrade más a un niño. Los martillos y los serruchos pertenecen a una provincia de la vida que convoca claramente a la imitación. El drama lírico juvenil, seguramente basado en el tan antiguo modelo tespiano, en el cual los pasos de la humanidad son impulsados por el convencional “En una fría y nevada mañana”, es una buena muestra del gusto artístico de los niños. Y esta necesidad de acciones desplegadas y personajes secundarios da cuenta de un defecto en la imaginación del niño que le impide llevar sus novelas a la privacidad de su propio corazón. No conoce aún lo suficiente al mundo y a los hombres. Su experiencia es incompleta. Ese vestuario general y ese escenario al que llamamos memoria está apenas provisto, por lo que sólo puede utilizar escasas combinaciones y corporizar sólo algunas historias por sí mismo y sin ayuda externa. Se encuentra en una etapa experimental, no se muestra seguro de cómo habremos de sentirnos en determinadas circunstancias, aunque es claro que habrá de aproximarse en la medida en que lo intente y sus talentos se lo permitan. Y es aquí que llegamos al heroísmo infantil armado de una espada de madera y a las madres que ejercen su hermosa vocación sobre un pedazo de palo remendado. Podría causar gracia por ahora, pero se trata de las mismas personas y las mismas ideas que en poco tiempo, cuando ocupen el escenario de la vida, nos harán llorar y temer. Pues los niños tienen las mismas ideas y sueñan con lo mismo que los hombres con barba y las mujeres casaderas. Ninguno es más romántico que el otro. La fama y el honor, el amor de los jóvenes y el amor de las madres, el placer que su método le brinda al comerciante, todos ellos y los demás están anticipados y ensayados en las horas de juego. En relación a nosotros, que hemos avanzado más y nos enfrentamos a las amenazas del destino, sólo somos objeto de miradas esporádicas para recoger una pequeña señal de su propia reproducción mimética. Dos niños jugando a ser soldados son mucho más interesantes para sí mismos que un soldado verdadero al que ambos se ocupan tanto en imitar. Tal vez esto sea lo más extraño de todo el asunto. “Arte por el arte” es su consigna y los actos de los adultos sólo interesan como materia prima para el juego. Ni Teófilo Gautier ni Flaubert podrían contemplar la vida más insensiblemente, o valorar la reproducción tanto más que la realidad; y ambos parodiarían una ejecución, un lecho mortuorio o el funeral del joven de Naim con todo el entusiasmo del mundo. Por supuesto, el verdadero paralelo del juego no habrá de encontrarse en el arte consciente que, aun que se derive del juego, es en sí algo abstracto, impersonal y depende fundamentalmente de intereses filosóficos lejanos al alcance de la infancia. Es cuando construimos castillos en el aire y personificamos al protagonista de nuestras propias historias que regresamos al espíritu de nuestros primeros años. Solo que hay varias razones

por las cuales ese espíritu ya no resulta agradable de aceptar. En estos tiempos en que admitimos en nuestras divagaciones este elemento personal estamos en condiciones de despertar recuerdos incómodos y pesarosos y recordar intensamente las viejas heridas. Los sueños de nuestra vigilia ya no pueden vagar por los aires como una historia de Las mil y una noches; nos hablan en realidad de la historia de un período del cual hemos formado parte, cuando atravesamos varias etapas desdichadas y nuestra conducta fue rápidamente castigada. Y luego el niño, tengamos esto en mente, hace su parte. No es que simplemente se la repita para sí mismo: salta, corre y se excita con la sangre que cubre todo su cuerpo. Y de este modo su juego lo estimula y no tarda en asumir una pasión en la que se desahoga. Cuando nos dedicamos a nuestra forma intelectual de juego, tranquilos junto al fuego y acostados en la cama, surgen en nosotros muchas e intensas sensaciones a las que no encontramos salida. La mente madura no acepta sustitutos sino que desea las cosas en sí incluso para ensayar un diálogo triunfal con nuestro enemigo. A pesar de que se trate seguramente del único fragmento teatral placentero que aun nos queda, no resulta plenamente satisfactorio e incluso es posible que se convierta en una visita y un encuentro que puede ser la contracara de lo triunfal. En el mundo infantil de las sensaciones confusas, el juego lo incluye todo. “Hacer creer” es el quid de toda su vida y a veces no consigue siquiera ponerse a caminar si no lo hace como personaje. No pude aprender mis primeras letras sin la adecuada mise-en-scene e interpretar a un comerciante en su oficina antes de poder sentarme junto a mi libro. Les molestaría indagar en su memoria y descubrir cuánto hicieron, ya sea por trabajo o por placer, de buena fe y en pleno uso de sus facultades, y cuánto para engañarse con alguna invención? Recuerdo como si fuera ayer la expansión del alma, la dignidad, la confianza en mí mismo que me llegaba con un par de bigotes hechos con corcho quemado, aun cuando no hubiera nada que hacer. Los niños llegan hasta a renunciar a lo que llamamos realidades y prefieren la sombra a la sustancia. Cuando podrían conversar de modo inteligible, parlotean sin sentido en una jeringonza incomprensible y se sienten felices de hacer creer que hablan en francés. Ya he dicho que incluso el imperioso impulso del hambre puede llegar a ser postergado y traído de las narices por el grosero final de una vieja canción. Y esto es más profundo: cuando los niños se reúnen, incluso una merienda puede sentirse como una interrupción de sus actividades vitales y deben encontrar alguna sanción imaginaria y contarse alguna clase de historia para darle colorido y hacer entretenido el simple proceso de comer y beber. ¡Qué fantásticas creaciones he podido oír alrededor de tazas de té! De las que se seguían un código entero de reglas y un mundo completo de entusiasmos hasta que el beber el té alcanzara el rango de juego. Cuando mi primo y yo bebíamos nuestro potaje por las mañanas, contábamos con un truco para resistir la maldición de la comida. Él comía la suya con azúcar y explicaba que se trataba de un territorio continuamente hundido bajo la nieve. Yo le agregaba leche a mi porción y decía que se trataba de un país que sufría todo el tiempo de inundaciones graduales. Pueden imaginarse los boletines que intercambiábamos; que quedaba aquí una isla que no habla quedado sumergida, más allá un valle al que la nieve aún no había cubierto, cuáles eran las invenciones realizadas, el modo en que la población vivía en roperos y perchas y viajaba en zancos. En mi país se vivía siempre en botes, sus habitantes se ponían furiosos cuando el último rincón protegido se partía en pedazos y se iba

achicando minuto a minuto. Así el alimento resultaba siempre una cuestión secundaria e incluso podía alcanzar un gusto nauseabundo, tanto tiempo había sido cocinado en esas ensoñaciones. Pero tal vez los momentos más excitantes que pasé alguna vez en relación con alguna comida fueron en el caso de la jalea de pies de vaca. Era casi imposible no crecer —y pueden estar seguros que hice todo lo que pude para favorecer la ilusión— que una parte de ella era hueca y que tarde o temprano mi cuchara se enterraría en el secreto tabernáculo de la roca dorada: allí tal vez un barbarroja en miniatura esperara su momento, allí podían encontrarse los tesoros de los cuarenta ladrones y al embrujado Cassim golpeando las paredes. Y de ese modo me escurría lentamente, con el aliento entrecortado, paladeando la situación. Créanme, poco era el paladar que me quedaba para la jalea y a pesar de que prefería su gusto si la acompañaba con crema, solía prescindir de ella, pues la crema empañaba las fracturas transparentes. Aun en los juegos, este espíritu es positivo para niños que piensan correctamente. Es por eso que las escondidas tienen semejante predominancia, pues es la fuente primordial de la aventura, y las acciones y el entusiasmo que generan los predispone hacia casi toda forma de fábula. Y por eso el cricket, que es mera materia de destreza, que no genera nada y no llega a objetivo alguno, fracasa tan a menudo en satisfacer los apetitos infantiles. Se acepta que es un entretenimiento, pero no algo a lo que se pueda jugar. No podemos contarnos una historia respecto del cricket y la actividad a la que da lugar no puede justificarse en teoría alguna. Incluso el fútbol, a pesar de simular admirablemente la lucha, la decadencia y el flujo de una batalla, ha presentado dificultades a la mente de los jóvenes luchadores en busca de verosimilitud y conozco al menos a un pequeño quien estaba maravillosamente ejercitado con la pelota y que tenía que estimularse cada vez que iba a jugar con una elaborada historia de encantamientos antes de tomar el proyectil como una especie de talismán metido dentro del conflicto entre dos naciones árabes. Pensar en esta disposición mental es preocuparse por cómo educar a los niños. Es seguro que viven en una época mítica y que no son contemporáneos de sus padres. ¿Qué pueden pensar acerca de ellos? ¿Qué hacer con esos gigantes barbados o con polleras que se inclinan a contemplar sus juegos? ¿Qué se mueven en un nebuloso Olimpo, siguiendo designios desconocidos y lejanos al placer racional? ¿Que profesan la más tierna solicitud a los niños y sin embargo una cantidad de veces abandonan esa actitud y reivindican terriblemente las prerrogativas de la edad? Frente a todo esto, se halla el niño, de cuerpo ágil pero de moral rebelde. ¿Fueron alguna vez esas impensadas deidades padres? Pagaría lo que sea por saber cuál es el sentimiento puro de los niños en nueve de cada diez casos. Una sensación de ser engatusado, una sensación de atractivo personal muy débil en el mejor de los casos; sobre todo, me atrevo a imaginar un sentimiento de terror a causa del resto no experimentado de humanidad que se pierde para que él sienta esa atracción. No es de asombrarse, pobre corazoncito, con un mundo tan tumultuoso en el que vive si se aferra a la mano que conoce. La terrible irracionalidad de toda la cuestión, tal como se les aparece a los niños, es algo que estamos demasiado dispuestos a olvidar. Me recuerdo imaginando apasionadamente por qué no podemos todos ser felices y dedicarnos a jugar. Y cuando los niños filosofan, creo que habitualmente lo hacen con este mismo objetivo. Al menos algo queda claro en estas consideraciones: sea lo que sea que esperemos de las manos de los niños, no habrá de ser una exactitud


8 | LETRAS ~ CAMBIO DE MICHOACAN

matemática sobre los términos del asunto. Caminan en una vana exhibición y entre medio de nieblas y arco iris; corren apasionadamente detrás de los sueños y se despreocupan de toda realidad. Hablar es un arte difícil y no completamente conocido y nada hay en sus propias inclinaciones o propósitos que les enseñe qué queremos decir con la verdad abstracta. Cuando un mal escritor es inexacto, aun cuando pueda indagar en medio siglo, lo acusamos de incompetencia pero no de deshonestidad. ¿Por qué no aplicar el mismo criterio a quienes se expresan de modo imperfecto? Que un ganadero sea un completo ignorante respecto a la poesía, o que un poeta se pierda en los detalles de los negocios. Lo perdonaremos de todo corazón. Pero si se nos muestra una miserable entidad humana sin calzones, cuya única profesión sea la de tomar un balde por una ciudad fortificada y una brocha de afeitar por un estilete mortal y que ocupa las tres cuartas partes de su tiempo en una ensoñación y el resto en una abierta autodecepción, esperamos que sea tan cuidadoso con los hechos como un experto científico manejando sus evidencias. Sinceramente, me parece una actitud menos que decente. Es no considerar cuán poco ve un niño o cuán dispuesto está a confundir lo que ve con una embrujada ficción y que le preocupa menos lo que llamamos verdad que a nosotros una galleta en forma de dragón. Recuerdo mientras escrito que el niño se preocupa mucho de la verdad exacta de sus historias. Pero en realidad se trata de un asunto muy diferente y que se vincula con el tema del juego y de la cantidad precisa de jugacidad y jugabilidad que debe buscarse en el mundo. Varias de estas agudas preguntas deben aparecer en el curso de la educación infantil. Entre la fauna de este planeta, que ya incluye al bello soldado y al terrorífico mendigo irlandés, ¿no puede el niño esperar un Barbazul o un Cormorán?, ¿no puede buscar magos que sean amables y potentes? ¿Puede o no esperar razonablemente ser abandonado en una isla desierta o que se lo transforme a tan diminutas proporciones de modo que pueda vivir en términos de igualdad con su batallón de soldaditos y armar un crucero en su propia goleta? Sin dudas se trata de preguntas graciosas para un neófito que ingresa a la vida con un deseo de jugar. El niño puede entender la precisión cuando se trata de este punto. Pero si meramente le preguntamos sobre su conducta pasada, por ejemplo quién arrojó una piedra, prendió tal o cual fósforo o si ha contemplado un parque o pasado por un camino prohibido, pues no le ve sentido al interrogatorio y se puede apostar diez contra uno que se ha olvidado ya de la mitad y que por lo demás se ha mareado con las consiguientes escenas imaginadas; Sería fácil dejarlos en su nativo país de nubes, donde aparecen tan bellos —bellos como flores e inocentes como cachorros. Saldrán muy pronto de sus jardines para tener que internarse en oficinas y en los laberintos que reserva la justicia a los testigos. Disfrútenlo aún un momento, padres conscientes. Que puedan retozar un poco más entre sus materiales de juego. ¿Cómo saber si no les espera en el futuro una existencia dura y de permanente lucha? De Ensayos, R. L. Stevenson. Traducción de Marcos Mayer. Buenos Aires: Losada, 2005. [Supervisó: H.W., 2006.]

SÁBADO 27 DE AGOSTO DE 2016

Itinerante A LA SAZÓN :: POR NETZAHUALCÓYOTL ÁVALOS ROSAS

T

apear es uno de los rituales culinarios más garbosos y complacientes del mundo. Es elegir los lugares más agradables y apetecibles, andar a la búsqueda del bocadillo particular o exclusivo y darle variedad a la andanza profana en compañía de seres queridos y hasta con la familia. Es un gusto itinerante producto de los mejores arraigos colectivos. Y es que las tapas mezclan el concepto de comer con el de socializar. Se trata de una de las facetas más bulliciosas de la cultura gastronómica española. Además, se ostenta como uno de los acompañamientos mejor recreados para vinos selectos de la propia península. La Real Academia Española define a la tapa como “cualquier porción de alimento sólido capaz de acompañar a una bebida, alcohólica o no”. Se supone como un trozo de comida que, en tabernas y mesones, solía ser colocado sobre la boca de la jarra o el vaso de vino. Aquellas “tapas” vetustas y concisas se amparaban en un trozo de jamón serrano, rodajas de chorizo, de embutido, o en un selecto pedazo de queso. Hoy, las tapas no dejan de ser sencillas aunque poseen la gracia de una portentosa síntesis. Tienen diversos nombres según la región de España donde se tomen. En Aragón y Navarra se denominan “alifaras”, en el País Vasco “poteos”. Y vaya, tíos, que se han extendido por todo el mundo, y fuera de la península pueden ser: piscolabis, a l’apéritif, o simplemente la tapita, ¿vale? Algunas están confeccionadas sobre trozos de pan aliñados, bañados con una cama de pasta de tomate o mantequilla, y coronadas con algún ultramarino: desde calamares hasta gambas. Y que las hay del tipo en que se insertan anchoas, aceitunas, espárragos, junto con otras delicias vegetales, en un palillo que se entrega como banderilla. Por otro lado, están los minúsculos platos de guisos

soberbios –valga el contra pelo–, como pueden ser caracoles guisados con ajo, alcaparras, perejil y aceite de oliva. Las explicaciones sobre su origen suelen caer en lo simplón y en la arrogancia monárquica, desde que el rey Alfonso X ”El Sabio” se vio iluminado durante una enfermedad y, a la sazón, proclamó la ordenanza de jamás servir vino sin comida, hasta el cuento ese de que un camarero colocó una lonchita de jamón en el catavinos Real de Alfonso XIII para tapar la bebida y que esta no se llenará del polvo consecuencia de una tolvanera. Inclusive, sin el mínimo decoro, algunos gilipollas afirman que no era polvo sino moscas y, que de todos modos, el monarca se zampó el trozo de pernil, iniciando así una repugnante tradición. En fin, el ritual del tapeo abrevia arte y temple. Es desdén por la mesa y la silla, disimulo ante lo exquisito, trasmutación de la comida por el picoteo. Es, sin lugar a dudas, el don de la palabra y el gesto majo que torean, sin tregua, a la glotonería.

LA NOTA, LA RECETA, EL REMEDIO Si alguna vez venís a la madre patria, por aquí te dejo cierta etiqueta para que las disfrutéis al máximo, macho: • Se trata de un tentempié antes de la comida o la cena, para darse un gusto, recobrar fuerzas y no atragantarse al rato. • Se toman mejor de pie y junto a la barra. • No toméis más de dos en un solo sitio. • Practica la “convida” que, según los sevillanos, no es más que alternar el pago de las rondas con tu cofradía. • Hay que ligar alimentos del mismo tipo. Si se trata de crustáceos y mariscos, pues vaya. Y si no sabéis, pregunta, que nos encanta ilustrar a los fuereños acerca de vinos y parejas. • Finalmente, has de saber que el mejor maridaje para tapear es la conversación franca y ligera.


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