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[ Letras ] DE CAMBIO

SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN | NUEVA ÉPOCA | COORDINADOR: VÍCTOR RODRÍGUEZ MÉNDEZ | 22 DE ABRIL DE 2017 |

Yevgueni Yevtushenko El siberiano de las estrofas del siglo POR JORGE BUSTAMANTE GARCÍA | PAG. 2

¡La mitad no quiero de nada! POESÍA POR EVGUENI YEVTUSHENKO | PAG. 3

Te vendo un perro

Carnevale

NARRATIVA POR JUAN PABLO

A LA SAZÓN POR NETZAHUALCÓYOTL ÁVALOS ROSAS | PAG. 7

VILLALOBOS | PAG. 4

Las rejas no matan DIARIO SIN CABEZA POR ERNESTO HERNÁNDEZ DOBLAS | PAG. 5

Madame Bovary, una célebre «pecadora» ARTÍCULO POR BBC MUNDO | PAG. 6

El enfoque equivocado para estudiar ajedrez CIENCIA Y TECNOLOGÍA POR MANUEL LÓPEZ MICHELONE | PAG. 8


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SÁBADO 22 DE ABRIL DE 2017

Yevgueni Yevtushenko El siberiano de las estrofas del siglo POR JORGE BUSTAMANTE GARCÍA

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n 1995 apareció en Moscú un libro monumental e inverosímil: Las Estrofas del siglo, una antología de la poesía rusa del siglo XX, que incluye 875 poetas nacidos entre 1837 (año en que muere Pushkin) y 1977. Es un libro elaborado durante toda una vida y allí están por primera vez juntas las voces más disímiles y antagónicas: los acmeístas, los simbolistas, los futuristas, los guardias blancos y los comisarios rojos, los revolucionarios, los contrarrevolucionarios y los aristócratas, “los elegantes constructores de torres de marfil, que olían a perfume, y aquellos que olían a cebolla y vodka, destructores de la misma torre con ayuda de dos instrumentos: la hoz y el martillo”. Su autor, el prolífico Yevgueni Yevtushenko (1933-2017), uno de los escritores más controvertidos y combativos de las últimas cinco o seis décadas en Rusia, creador de más de cincuenta libros de poemas, una autobiografía precoz cuando aún no cumplía los 30 años, dos novelas, varias

Yevgueni Yevtushenko en su juventud.

narraciones y cuentos, dos libros de fotografía, tres de ensayo literario, director de dos películas, fue -sin duda alguna- uno de los testigos privilegiados y protagonista de excepción tanto de lo que se conoció como literatura soviética y de la literatura rusa contemporánea. Junto con Andréi Voznesenski, Bulat Okudzhava, Robert Rozhdestvenski, Bella Ajmadulina (su primera mujer), entre otros, Yevtushenko perteneció a una generación de poetas especialmente popular durante el deshielo soviético en los años sesenta, un grupo que llenaba estadios en lecturas de poesía ante decenas de miles de apasionados oyentes. Este siberiano de carácter hosco y encabritado, gigantón de dos metros de altura, aprendió a amar la poesía al lado de su padre, Alexander Gangnus, un geólogo que se llevaba a su hijo a trabajar a las largas expediciones geológicas en Kazajistán. Publica su primer poema a los 16 años en el periódico “Deporte soviético” y su primer

libro Los exploradores del futuro, un poemario malísimo, repleto de himnos, marchas y tambores aparece en 1952, cuando apenas contaba con 19 años de edad. Lee con entusiasmo, en ediciones prohibidas que le proporcionaron sus amigos, la obra de los más diversos autores occidentales, desde Hemingway y Joyce, hasta Eliot y Frost. Pero también se nutre de los clásicos rusos y se cautiva y se deslumbra con la poesía de Pasternak. Publica luego La tercera nieve, La avenida de los entusiastas y La estación Sima, éste último un autorretrato lírico que expresa las dudas de un joven acerca del mundo que lo rodea y que se convierte en un examen de conciencia que abarca la vida toda: “He visto tantos viejos trucos,/ siempre remozados,/ y he aplaudido tantas veces,/ que parecí versado en tales mañas./ He visto tantos adornos en cucharas/ sin un solo garbanzo./ He visto cómo la verdad se volvía mentira/ y cómo esto era el pan de


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CREACIÓN

¡La mitad no quiero de nada! Yevgueni Yevtushenko (1933-2017) ¡La mitad no quiero de nada!

cada día./ Todos nosotros somos culpables/ del sonido huero de las poesías,/ del torrente de citas,/ de los clichés con que terminan los discursos” (versión de JBG).

Fue expulsado del Instituto de Literatura de Moscú, cuando ya cursaba el cuarto año, por defender la novela antiburocrática de Vladimir Dudinzev No sólo de pan vive el hombre. Publica entre lo más relevante en los años siguientes La manzana y, en 1961, el poema Babí Yar (traducido al español por José Emilio Pacheco) sobre el exterminio de los judíos por los nazis en la Segunda Guerra Mundial, que luego sería convertido en sinfonía poética por Dmitri Shostakóvich. Desde entonces y hasta casi el final siguió publicando ininterrumpidamente en revistas y periódicos, como “Novy Mir”, “Znamia” y “Literaturnaya Gaceta”. Yevtushenko fue uno de esos poetas queridos y odiados a un mismo tiempo, con una misma intensidad. A pesar de su obra prolífica, varios de sus libros parecen no haberse liberado de una actitud ingenuamente contestataria. Cuando pase el temporal y lleguen nuevos tiempos, será recordado por algunos poemas extraordinarios: “La estación Sima”, “Babi Yark”, la “Central hidroeléctrica de Bratsk”... y por su antología excepcional: Las estrofas del siglo... Él mismo lo reconoció en el prólogo de su antología: “Del modo más sincero escribí, por desgracia, muchísimos malos poemas, y mi vida profesional no puede ser ejemplo de concentración y escrúpulo. Pero colocando la mano en el corazón, como le gustaba decir a Pasternak, creo que, a pesar de todo, algo he hecho. Tengo la esperanza de que al menos parte de mis pecados me serán perdonados por esta antología, sobre la que en mucho van a juzgar al siglo XX que se va y el siglo XXI que llega”. El poeta tuvo una larga y fructífera relación con Latinoamérica. En 1961 estuvo en Cuba, donde conoció al Che y a Fidel, y en 1968 viajó seis meses por México, Colombia y otros países. En México su guía fue Carlos Monsiváis y encontró grandes amigos como Eraclio Zepeda. En Colombia su guía por el país y la Amazonía fue el nadaista Gonzalo Arango, quien escribió un libro de esa experiencia: El oso y el colibrí, donde el oso era Yevtushenko y el colibrí Gonzalo. El oso poeta contestó cuarenta años después, en 2012, con un largo y sorprendente poema dedicado a la modelo colombiana Dora Franco, de quien se enamoró y en el que recuerda también a sus amigos García Márquez y al colibrí Gonzalo Arango, además de otros personajes como los chilenos Pablo Neruda y

¡Que sea mío el cielo todo! ¡La tierra toda, mía! Mares y ríos, el torrente de la montaña, ¡míos! No los comparto. No me seducirás, vida, con una parte. ¡Será todo o nada! ¡Yo podré con todo! N o quiero ni la felicidad ni el dolor a medias. Quiero, sí, la mitad de la almohada donde, pegado a tu mejilla, como una pobre estrella fugaz, fulgure el anillo de tu dedo... Versión de Rafael Alberti y María Teresa León.

Yevtushenko fue uno de esos poetas queridos y odiados a un mismo tiempo, con una misma intensidad

Salvador Allende. En el poema, los personajes colombianos del Macondo de García Márquez se confrontan con aquellos de la Rusia de Pushkin, Tolstói, Chéjov o Gógol. Sobre todo los pobres y bebedores “angustiados por la miseria”. En 1993 Yevtushenko publicó la novela No te mueras antes de la muerte, una obra de tintes políticos sobre los resortes secretos del intento de golpe de estado de agosto 1991. En ella también están los recuerdos y confesiones de Yevtushenko sobre sus mujeres amadas y también sobre cómo intentaron reclutarlo en el KGB. El protagonista cuenta cómo el equipo de futbol de la URSS cayó un día en un burdel en Chile y toca, al mismo tiempo, aspectos poco conocidos tanto de Yeltsin, como de Gorbachov y Eduard Shevardnadze. Es una novela viva que se sumerge en la inmediatez y se extravía en la actualidad de ese momento. Tal vez sea ese su peor defecto. Aunque decorosamente escrita, adolece de imaginación y audacia, que la convierten en apenas un balbuceo persistente. Al final de la novela, Yevtushenko incluyó varios poemas que son lo más notable del libro. En un tono que recuerda lo mejor de su poesía de los años sesentas, en una especie de ajuste de cuentas con el presente y el pasado, escribe un poema conmovedor, un adiós a la Bandera Roja, que en algunos fragmentos suena así en versión al español del propio Yevtushenko:

“Adiós, Bandera Roja nuestra. Fuiste nuestro hermano y nuestro [enemigo. Fuiste el camarada del soldado en las [trincheras, Fuiste la esperanza de la Europa cautiva. Pero, como una cortina roja, tras de ti [ocultabas el Gulag Repleto de cadáveres helados. (...) Adiós, Bandera Roja nuestra. En nuestra ingenua infancia jugamos al Ejército Rojo y al Ejército [Blanco. Nacimos en un país que ya no existe. Pero en esa Atlántida estuvimos vivos [y fuimos amados. Tú, Bandera Roja nuestra, yaces en el [charco de un mercado. Prostituidos mercaderes te venden por [divisas. Dólares, francos, yenes. Yo no tomé el Palacio de Invierno del zar. Ni asalté el Reichstag de Hitler. No soy lo que llamarías un comunista. Pero te acaricio, Bandera Roja, y lloro”.*

*Versión tomada del volumen Adiós, Bandera Roja del Fondo de Cultura Económica, México, 1997.


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CREACIÓN

Te vendo un perro

(FRAGMENTO)

Juan Pablo Villalobos Me perturba su vestido rosa. No me deja morir. Juan O’Gorman Quizá entienda en la otra vida, en ésta sólo imagino. Daniel Sada Qué de estómagos pudieran ladrar si resucitaran los perros que les hicisteis comer. Quevedo

or aquella época, cada mañana al salir de mi departamento, el 3-C, tropezaba en el pasillo con la vecina del 3-D, a la que se le había metido en la cabeza que yo estaba escribiendo una novela. La vecina se llamaba Francesca y yo, faltaba más, no estaba escribiendo una novela. El nombre había que pronunciarlo Franchesca, para que sonara más arrabalero. Después de saludarnos con un arqueo de cejas, nos parábamos a esperar delante de la puerta del elevador, que dividía el edificio en dos y subía y bajaba como la bragueta de un pantalón. Por comparaciones como ésta, Francesca iba diciéndole a todos los vecinos que yo me le andaba insinuando. Y también por llamarla Francesca, que no era su nombre de verdad, era el nombre con el que yo la había apodado en mi supuesta novela. Había días en que el ascensor tardaba horas en llegar, como si ignorara que los usuarios éramos ancianos y pensara que nos quedaba todo el tiempo del mundo por delante y no por detrás. O como si lo supiera pero le importara un pepino. Cuando una mesa con la pata coja! por fin se abrían las puertas, los dos entrábamos, Y Francesca me respondía, sin variaciones: empezábamos a bajar despacito y a Francesca se –¡Franchesca es nombre de puta italiana! ¡Viele subían los colores al rostro, por puro efecto jo rabo verde! metafórico. El aparato iba tan lentamente que paEran diez tertulianos, más la lideresa. De vez en recía que lo movían unas manos pícaras que de- cuando se moría alguno, o era declarado incapaz moraran a propósito, para aumentar la calentura de seguir viviendo sin asistencia y lo mandaban a y postergar la consumación, el descenso de la un asilo, pero Francesca siempre se las arreglaba bragueta. Las cucarachas, que infestaban el edifi- para engatusar al nuevo inquilino. En el edificio cio, aprovechaban el viaje y bajaban a visitar a las colegas del zaguán. Yo empleaba el tiempo libre en el ascensor para apachurrarlas. Ahí era más fácil darles caza que en casa, en los pasillos o en el zaguán, aunque también más peligroso. Tenía que pisarlas de manera firme pero sin exagerar, si no corríamos el riesgo de que el elevador se desplomara. Yo le pedía a Francesca que se quedara quieta. Una vez le había pisado un dedo y me había obligado a pagarle el taxi hasta el podólogo. En el zaguán la aguardaban sus achichincles de la tertulia literaria, pobrecitos: los obligaba a leer una novela atrás de otra. Se pasaban las horas en el zaguán, de lunes a domingo. Habían comprado en el tianguis unas lamparitas de pilas que se enganchaban a la portada del libro junto con una lupa. Hechas en China. Las cuida- El escritor Juan Pablo Villalobos. ban con un cariño tan indecente que parecía que fueran el invento más importante des- había doce departamentos, repartidos en tres de la pólvora o el maoísmo. Yo me escabullía en- pisos, cuatro por piso. Ahí nada más vivían viudos tre las sillas, situadas formando una rueda, como y solterones, o más bien viudas y solteronas, poren terapia de rehabilitación o secta satánica, y que las mujeres eran mayoría. El edificio estaba cuando alcanzaba la puerta y presentía la inmi- en el número 78 de la calle Basilia Franco, una nencia de la calle, con sus baches y su peste a fri- calle como cualquier otra de la Ciudad de México, tanga, les gritaba como despedida: tan descascarillada y cochambrosa como cual–¡Cuando terminen me pasan el libro! ¡Tengo quier otra, quiero decir. La única anomalía en ella

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era justamente ésta, el gueto de la tercera edad: el edificio de los viejitos, como lo llamaban el resto de los vecinos de la cuadra, tan viejo y ruinoso como sus habitantes. El número del edificio era el mismo que mi edad, con la diferencia de que la numeración de la cuadra no aumentaba con cada año que pasaba. La prueba de que la tertulia era en verdad una secta era que aguantaran tanto tiempo sentados en esas sillas. Se trataba de sillas plegables, de aluminio, de cerveza Modelo. Estoy hablando de fundamentalistas literarios, gente capaz de convencer al gerente de publicidad de la cervecería de que les regalara las sillas como parte de su programa de fomento a la cultura. Resultaba de lo más rebuscado, pero la publicidad subliminal funcionaba: yo salía del edificio y me iba directo a la cantina, a tomar la primera cerveza del día. La tertulia no era la única desgracia en la rutina del edificio. Hipólita, del 2-C, daba clases de modelado en migajón los martes, jueves y sábados. Había un instructor que venía los lunes y los viernes para hacer ejercicios aeróbicos a la vuelta, en el Jardín de Epicuro, un parque repleto de maleza y arbustos en el que más que oxígeno lo que había era dióxido y monóxido de carbono, óxidos de nitrógeno y de azufre. Francesca, que había sido profesora de idiomas, daba clases particulares de inglés. Y además había yoga, computación y macramé. Todo organizado por los propios vecinos, que creían que jubilarse era como la educación preescolar. Había que aguantar todo eso más el estado lamentable en el que se encontraba el edificio, pero, en compensación, el precio de la renta estaba


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congelado desde el inicio de los tiempos. También se organizaban excursiones a museos y a lugares de interés histórico. Cada vez que en el zaguán pegaban el aviso de la visita a una exposición, yo preguntaba: –¿Alguien sabe cuánto cuesta la cerveza en ese antro? No era una pregunta cualquiera, había llegado a pagar a cincuenta pesos la cerveza en la cafetería de un museo. ¡El precio de un mes de renta! Yo no podía permitirme esa clase de lujos, tenía que sobrevivir con mis ahorros, que, según mis cálculos, alcanzarían a este ritmo ocho años más. Lo suficiente, pensaba, para que antes la calaca se pasara a hacerme una visita. A este ritmo, por cierto, lo llaman elegantemente vida estoica, aunque yo lo llamaba mala vida a secas. ¡Tenía que llevar la cuenta de las copas que tomaba al día para no salirme del presupuesto! Y la llevaba, metódicamente, el problema era que por la noche la perdía. Así que los ocho años quizá estuvieran mal calculados y fueran siete o seis. O cinco. El hecho de que la suma de las copas que me tomaba cada día acabara dando la vuelta para convertirse en una cuenta regresiva me ponía bastante nervioso. Y entre más nervioso, más me costaba llevar la cuenta. En otras ocasiones, mientras el ascensor bajaba, Francesca se ponía a darme consejos para la escritura de la novela, que, como ya dije, yo no estaba escribiendo. Bajar tres pisos a esa velocidad alcanzaba para recorrer dos siglos de teoría literaria. Decía que a mis personajes les faltaba profundidad, como si fueran agujeros. Y que mi estilo necesitaba más textura, como si estuviera comprando tela para cortinas. Hablaba con una claridad asombrosa, articulando las sílabas de modo tan riguroso que las ideas que transmitía, por más estrafalarias que fueran, sonaban a evidencia. Era como si alcanzara la verdad absoluta a través de la pronunciación y, encima, empleara técnicas de hipnosis. ¡Y funcionaba! Así había llegado a dictadora de la tertulia, a presidenta de la asamblea del edificio, a autoridad última en materia de chismes y calumnias. Yo dejaba de ponerle atención y cerraba los ojos para concentrarme en el descenso de mi bragueta. Luego el ascensor rebotaba al llegar al zaguán y Francesca hilaba una última frase que yo agarraba deshilachada por haber perdido el hilo de su perorata: –Le va a pasar como a los yucatecos, que buscan y buscan y no buscan. Y yo le respondía: –Quien no busca no encuentra. Ésa era una frase de Schönberg que a mí me recordaba a mi madre hace setenta años, cuando yo perdía un calcetín. Yo buscaba y buscaba y luego resultaba que el calcetín se lo había comido el perro. Mi madre murió en 1985, en el terremoto. El perro se le adelantó más de cuarenta años y por atrabancado no se enteró del desenlace de la Segunda Guerra Mundial: se tragó unas medias de nylon, larguísimas, tan largas como las piernas de la secretaria de mi papá. © Juan Pablo Villalobos, 2014 © Editorial Anagrama, S. A., 2014 Primera edición: enero 2015

DIARIO SIN CABEZA

Las rejas no matan ERNESTO HERNÁNDEZ DOBLAS

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urante varios años visité la cárcel. Ha sido una de las experiencias que más ha marcado mi conciencia y eso que llaman corazón. Cada jueves asistí con alegría a compartir mi amor por la palabra, el pensamiento, la literatura y los instantes poéticos que se dan cuando hay encuentros verdaderos con los otros. Agradezco a mi dios azar esa oportunidad. En días pasados vino a mi memoria ese acontecimiento de mi vida, porque los 334 presos que se encontraban en el Centro de Readaptación Social Francisco J. Múgica fueron trasladados al penal conocido coloquialmente como Mil Cumbres. Cuántas memorias estarán palpitando entre los muros que ahora sonarán a silencio. Cuánto dolor, alegría, pesadillas y conversiones recorrerán los pasillos, los cuartos, las distancias y los números de un calendario que transcurría lento igual que suero en un hospital de fantasmas. Ahí estuve yo. Mi vida y la de algunos de quienes ahí llegaron a cumplir su cita con el destino se haya definitivamente ligada. Recuerdo la primera vez que ingresé a un lugar que suele causar temor y temblor en el imaginario colectivo. Es verdad, yo temblaba. Demasiado bien ha hecho su trabajo el cine y la cultura en general; ha puesto en nuestras mentes imágenes tétricas y violentas, elaboradas con el fin de hacernos apreciar nuestro supuesto mundo normal, nuestra supuesta bondad colectiva, nuestra supuesta diferencia entre ellos y nosotros. Ellos, los malos, los condenables, los que desviaron sus huellas del sendero correcto en pleno uso de sus facultades y por ello merecen las rejas, los castigos, el ser apartados de nuestro maravilloso mundo de bienestar y buenas maneras. Esa primera vez, incluso temí que no me dejaran salir, como si algo en nuestras mentes y emociones, estuviera siempre mostrándonos en un espejo, la imagen de un culpable. Todo me era hostil dentro de mi percepción. Por fin llegué a la Biblioteca José Revueltas, ubicada en la planta alta del gran espacio en donde se encontraba el auditorio del lugar.

Poco a poco fueron llegando ellos. Los otros, los distintos e iguales a cualquiera, los que habían cometido delitos, pero estaban dispuesto a escuchar de Ramón Martínez Ocaranza, de Nietzsche, de José Revueltas y de Cristina Pacheco. Poco a poco llegaron ellos, los que me mostraron su interior sin miedo, los que me enseñaron que no tenía por qué sentir ni lástima ni miedo. No estaba ni salvando a nadie ni con héroes de la trasgresión. Humanos, simplemente humanos. Pero de un tipo especial por la circunstancia que pasaban. Cada jueves durante varios años esperé con gozo la hora de encontrarme con ellos. Hablamos de la libertad, del amor, de la poesía. Reímos juntos, alguna vez lloramos, nos burlamos de la ley y la moral, descubrimos juntos que la vida con todo y sus enigmas y tribulaciones resulta un viaje misterioso y digno. Reafirmé que la literatura es vida y sangre o no es sino un inútil juego de palabras. Algunos me contaron sus historias. Todos me dieron su amistad sin condición. Cada jueves era la oportunidad de un encuentro entre iguales. Ahora que las 28 celdas quedaron vacías, mi pensamiento regresó al tiempo en que cada jueves visitaba la cárcel. Las rejas no matan el espíritu de quienes buscan formas no sólo de sobrevivirse a sí mismos sino de crecer por dentro. Tiempo después, cuando ya no me era posible seguir asistiendo al taller literario que entre todos hicimos, tuve la oportunidad de encontrarme en las calles de esta ciudad de indolencia e hipocresía a tres o cuatro de quienes estaban recluidos en aquellos años. Me dio gusto verlos, abrazarlos y decirles sin palabras lo que las palabras no alcanzan a decir. Imagino que algunos más aún están presos. Que han sido trasladados. Imagino que siguen buscando la forma de no solo sobrevivir en medio del lugar en donde siguen estando sino de hacer crecer la semilla de esa flor que se enreda en toda forma de prisión, de esa flor y canto que, al crecer por dentro, es indestructible y fugitiva. Sobre todo, eso: fugitiva…


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Una célebre «pecadora» ARTÍCULO Sobre el juicio a Madame Bovary, “una de las pecadoras más célebres del mundo”. REDACCIÓN

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a novela más escandalosa de todos los tiempos”. Así la definió la revista Playboy en 2010, cuando publicó un fragmento de una nueva traducción de la novela del francés Gustave Flaubert, Madame Bovary. “Es una de las pecadoras más célebres de la literatura (...) La transformación de Emma, de esposa provinciana aburrida a adúltera entusiasta nos recuerda cuán escandaloso puede ser ser humano”, le decía la revista a sus lectores, a manera de contexto. Es dudoso que Emma Bovary, quien decepcionada con el matrimonio busca la felicidad en los brazos de otros, pueda escandalizar a un lector de Playboy del siglo XXI. Pero de que la historia de Flaubert incomodó a lectores poderosos en el siglo XIX no cabe duda. Tanto que llegó a los tribunales.

¡Silencio en la corte! Hace 160 años, en enero de 1857, un hombre llamado Ernest Pinard se levantó de su silla en la atiborrada sala de un tribunal y declaró: “El arte que no observa las reglas deja de ser arte; es como una mujer que se desnuda completamente. Imponer las reglas de decencia pública en el arte no es subyugarlo sino honrarlo”. Pinard era el fiscal del Imperio de Francia y al frente suyo se encontraba el escritor Gustave Flaubert. Su novela, Madame Bovary, había sido declarada “un afronte a la conducta decente y la moralidad religiosa”.

M. Bovary llora la muerte de su esposa, pintado por Albert Auguste Fourie.

Tres responsables Madame Bovary había sido serializada en la revista La Revue de París desde principios de octubre hasta mediados de diciembre de 1856, y muchos la habían calificado de obscena. Por eso que ese día, además de Flaubert, “el autor, el ofensor principal”, había dos acusados más. León Laurent Pichat, director de la publicación literaria, por difundir el texto, y Auguste-Alexis Pillet, por imprimirlo pues, en opinión del fiscal, quienes imprimen “no son máquinas; tienen un privilegio, hacen un juramento, están en una situación especial y son responsables”. “¡Denle la pena más liviana a Pillet, sean tan indulgentes como quieran con el director de La Revue, pero para Flaubert reserven toda su severidad!”, urgió el funcionario.

¿Qué le molestó, Monsieur Pinard? Aunque Emma Bovary no era quien estaba en el banquillo, la única manera de juzgar al creador era a través de los actos y carácter de su personaje, de manera que fue ella la verdadera protagonista del proceso. Decía Pinard: “¿Trató de mostrarla por el lado de la inteligencia? Nunca. ¿Del lado del corazón? De ninguna manera. ¿Del lado de la mente? No. ¿Del lado de la belleza física? Ni siquiera eso. (...) El retrato es por encima de todo lascivo, la imagen es voluptuosa, la belleza es una belleza de provocación”. El fiscal justificaba sus afirmaciones con muchas citas de la novela, pero resalta cuatro para señalar lo que -en su opinión- son

Ilustración para la novela hecha por Pierre Brissaud en 1921 mostrando el paseo por el bosque de Rodolfo y Emma Bovary. En la siguiente imagen, con su segundo amante, León, Madame Bovary se entrega a todos los placeres. Sin embargo, descubre que después de un tiempo, hasta los amantes aburren.

los más graves pecados: · Su amor por Rodolphe Boulanger, su primer amante · Su búsqueda de consuelo en la religión cuando éste la abandona · Su amor por Léon Dupuis · Y finalmente, su muerte.

En el bosque “¡Hago mal, hago mal!”, decía Emma. “¿Por qué? ... ¡Emma! ¡Emma!” “¡Oh, Rodolfo! ...”, exclamó lentamente, poniendo la cabeza sobre su hombro. Inclinó hacia atrás su blanco cuello que se hinchaba con un suspiro y, desfallecida, deshecha en lágrimas, con una largo estremecimiento y tapándose la cara, se entregó.

Esa escena ofendía al fiscal pero no tanto como la que le sigue. Emma regresa a casa. “Tras esta caída, este primer adulterio, este primer error, ¿siente remordimiento en presencia de su esposo engañado que la adora? ¡No! Con una actitud atrevida, entra, glorificando el adulterio”, condena Pinard. “¡Eso, caballeros, es mucho más peligroso e inmoral que la caída misma!”.

En la iglesia Tras múltiples encuentros, Emma, enamorada, le ruega a Rodolphe que se fuguen. Él acepta el plan y se fuga... solo, dejándole apenas una carta y provocando que ella se enferme. Al borde de la muerte, recurre a la religión. “¿Hay en esta adultera algo de la fe arrepentida de una Magdalena? No, no; ella siempre es la misma mujer apasionada, en pos de ilusiones, buscándolas hasta entre las cosas más augustas y sacras”, denuncia Pinard. “¿Con qué lengua uno le reza a Dios en el lenguaje dirigido a un amante en la efusión del adulterio?”, reclamaba.

Pecado sin castigo Pero más allá de lo que Emma hace y cómo lo hace, el gran problema con la novela parecía ser que no emitía un juicio claro. Si bien es cierto que la protagonista -en su eterna búsqueda por el amor soñado- sufre, se enferma, se desilusiona y no llega a alcanzar la felicidad que tanto anhela, no es juzgada. Hasta el hecho de que sea ella quien, aho-


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gada en deudas y en penas de amor, decide terminar con su vida, no satisface como el castigo que merecía. Es ella quien toma arsénico y, por horrible que sea su muerte -que Flaubert describe con lujo de detalles-, “ella murió cuando quiso y de la manera que quiso, no porque cometió adulterio sino porque así lo deseó”, declara Pinard. “¿Quién condena a esta mujer en el libro? Nadie. Esa es la conclusión. No hay en el libro una persona que la condene”, agrega. Peor: ni siquiera después de su muerte recibe su merecido, señala la fiscalía. Su marido la sigue llorando, a pesar de que por culpa de ella le embargan sus bienes. Y cuando encuentra las cartas de sus amantes, su amor crece. El final de la pecadora Emma es un desenlace, no una condena.

Todos de acuerdo La defensa, que fue liderada por Antoine Marie Jules Sénard, se apoyó en la distinción de la familia Flaubert y su buena posición en la sociedad, así como en la opinión de respetables figuras de la época que defendían la obra. Respecto a las citas usadas como pruebas de delito, alegó que fueron sacadas de contexto y las desmenuza mientras asegura que lo que el escritor hizo fue ofrecer el espectáculo del vicio para exponer su horror. El veredicto: no hubo pruebas suficientes para encontrar a Pichat, Flaubert y Pillet culpables de lo que se les acusaba. Pero la sentencia incluía una cláusula en la que todas las partes estaban de acuerdo: “los peligros que resultan de una educación inapropiada para el medio en el que se debe vivir”. Emma es, dice el veredicto, “una mujer que aspira a un mundo y sociedad que no le corresponden que, descontenta con la condición que el destino le asignó, olvida sus deberes de madre, falta a los de esposa, introduciendo adulterio y ruina en su hogar...”. Madame Bovary, como La mujer quijote (1752), de Charlotte Lennox, o Catherine Morland en La abadía de Northanger (1817), de Jane Austin, es otra ávida lectora a la que las novelas le descarrilaron la vida.

Aprés la absolución Los argumentos en el juicio giraron en torno al arte, la moralidad, el sexo y el matrimonio... y aseguraron la fama de la novela y su autor. Madame Bovary fue publicada en un sólo tomo en abril de 1857, y fue todo un éxito de ventas. La novela se convirtió en un hito de la literatura realista. Ha sido traducida varias veces en diferentes lenguajes e interpretada desde distintos puntos de vista una y otra vez. Gustave Flaubert escribió más novelas, entre ellas La educación sentimental, así como cuentos y obras de teatro. Sigue siendo conocido principalmente por Madame Bovary, y por su incansable búsqueda de le mot juste (‘la palabra exacta’). Ernest Pinard llevó al banquillo ese mismo año a Charles Baudelaire por su colección de poemas Las flores del mal. Seis de ellos fueron prohibidos. Tras ocupar varios cargos cada vez más altos, en 1866 fue nombrado ministro de Interior de Napoleón III. © BBC Mundo

Carnevale A LA SAZÓN :: POR NETZAHUALCÓYOTL ÁVALOS ROSAS

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arnevale, de origen latín, significa: adiós a la carne. De acuerdo con la religión católica se trata de una fiesta permisiva antes de la representación del periodo de ayuno y contrición al que se sometió Jesús de Nazaret para: ponerse a prueba, enfrentar sus demonios, fortalecer su fe, exaltar su espíritu y adelgazar. Se supone que en el carnaval se permite pecar a gusto antes de dejar de comer a satisfacción… pero, Dios mío ¿en verdad lo más sabroso es pecao? La cuaresma es un tiempo de preparación para conmemorar la resurrección de Cristo y también es llamada Pascua. En sus orígenes contaba con otra cantidad de días, hasta que se convino en 40. Ya sabemos cómo se las gasta la iglesia más pagana y convenenciera del orbe. Y todavía está por verse eso de que uno de los Borgia decretó el permiso de comer pescado en Cuaresma, debido a que poseía la flota pesquera más importante de Italia. La ley católica obliga "a los que han cumplido catorce años a abstenerse de comer carne cada viernes de cuaresma hasta finalizar el Viernes Santo y el comienzo del Domingo de Gloria… la carne es considerada maciza, tripas y órganos de mamíferos… también se encuentran prohibidas las sopas y cremas de ellos… peces de mar y de aguadulce, anfibios, reptiles y mariscos son permitidos, así como productos derivados de animales como mantequilla y gelatina; siempre y cuando no tengan sabor a carne" Se supone que no se debe comer carne roja porque es considerada como un manjar; es decir, un gusto excesivo, un placer extremo, una comida ostentosa, un aliciente sexual… además de ser muy nutritiva. Características que alimentaban algo que iba en contra de lo que se aspiraba, que era ayunar para disminuir la fuerza física y propiciar que cuerpo y mente se brindaran a lo espiritual.

Una curiosidad de tiempos rancios en la historia de la Cuaresma es "la bula". Y es que hubo un tiempo en el que los pudientes que sintieran antojo o necesidad de comer carne, podían hacerlo, con el perdón de Dios, gracias a "la bula de la Santa Cruzada", una limosna especial para no cometer pecado. Está norma fue abolida en 1966 por el Papa Pablo VI, durante el Concilio Vaticano II, santiamén en que las reglas de la abstinencia cambiaron a como las conocemos hoy en día. En las Sagradas Escrituras el número 40 significa tiempo de preparación. De ese 40 derivó la palabra cuaresma y cuarentena. Para el que esto escribe significa la época del año en que, por gracia de Dios, la comida popular exalta su propio espíritu y se renueva… se trata del glorioso espacio en que gran parte de México ofrenda platillos apartados de las carnes rojas, cercanos a la creación divina, aliñados en el sincretismo y añejados en la tradición…el ritual de "guardar" que ha llegado hasta nuestros días como un hábito gastronómico… la cocina "no carnívora" que nos bendice con sus aromas y sabores… un auténtico carnaval de gustos piadosos.

LA NOTA, LA RECETA, EL REMEDIO La Cuaresma es el bendito tiempo de: el pescado a la veracruzana, sopa de frijol, sopa de tortilla, tortitas de camarón, caldo de habas con yerbabuena, caldo de guajolote, entomatadas, mole de pescado, tamales de frijol, atápakua de ejotes, charales capeados, ejotes con huevo, ensalada de nopales, tortitas de papa o de coliflor, chiles rellenos, pinole, agua de betabel o "Lágrimas de la Virgen", capirotada… pásele ¿Qué va a comer? ¿Qué va a beber? ¿Con qué delicia va a honrar al creador?


8 | LETRAS ~ CAMBIO DE MICHOACAN

SÁBADO 22 DE ABRIL DE 2017

El enfoque equivocado para estudiar ajedrez CIENCIA Y TECNOLOGÍA :: POR MANUEL LÓPEZ MICHELONE

H

oy en día en el mundo se deben publicar más libros de ajedrez que de todos los demás pasatiempos de mesa que existan. La razón de esto parece ser simple: el ajedrez ha demostrado ser un problema duro de roer y hoy por hoy no está claro si alguna vez se resolverá. Hoy las computadoras, incluso las caseras, tienen suficiente poder de cómputo para batir al 99.99% de los jugadores en todo el mundo pero aun así, el juego no está resuelto, como por ejemplo, en el caso de las damas inglesas. Una pregunta que surge naturalmente en el aficionado es ¿qué estudiar? Con tanta información, libros, discos compactos, bases de partidas, etcétera, no parece haber una guía sencilla sobre qué es lo que debe hacer alguien que quiera a llegar a jugar bien. De hecho, la experiencia de muchos ajedrecistas es que estudian y no parecen progresar. Algo -piensan- deben estar haciendo mal y sí, la realidad es que el enfoque del ajedrez está siendo mal orientado. Da la impresión que el problema está en cómo enfocamos el estudio. De hecho, el aje-

drez queremos encasillarlo en temas como apertura, medio, juegos, finales, etcétera, de manera que pensamos que si estudiamos alguno de esos tópicos, nos volveremos expertos y punto, pero no es así. La dificultad -me parece- tiene que ver con pensar en que el ajedrez puede estudiarse como una carrera universitaria, dividiendo en asignaturas el tiempo de estudio y entonces "hacer exámenes" (que sería ir a los torneos y jugar partidas para observar nuestros avances). La realidad es que el ajedrez parece ser más un oficio, en donde se empieza a progresar en la medida que uno juega partidas. Al igual que la carpintería o quizás la natación, solamente se puede mejorar practicando y sí, en el ajedrez hay que entender una serie de cuestiones pero muchas de ellas pueden zanjarse jugando en torneos. De hecho, esto explicaría por qué algunos jugadores que estudian poco relativamente, mantienen cierto nivel de juego, mientras otros, que estudian mucho, no parecen progresar mayormente. Desde luego que evidentemente se requiere disciplina y no es mala idea por ejemplo,

dividir el estudio de los finales en los de torre, piezas menores, damas y peones. Cada tipo de finales parece tener sus propias reglas y no todas son aplicables genéricamente. Pero aun así, más importante que hacer esta distinción entre los tipos de finales a estudiar, lo que importa es la disciplina con la que se estudia. Si trabajamos frente al tablero un par de horas por día, será mucho mejor que si estudiamos diez horas el fin de semana. El cerebro aprende poco a poco y llega misteriosamente- a conclusiones. Por ello, mi recomendación es simple: vea ajedrez, estudie ajedrez, partidas de otros jugadores, finales, aperturas, posiciones del medio juego, táctica, etcétera, pero hágalo con constancia y par de horas por día (si le alcanza el tiempo para ello). Eso le dará beneficios pero ojo, no de la noche a la mañana, sino quizás en 4 o 6 meses de trabajo intenso. Una vez a Kasparov le preguntaron cómo se podía progresar en ajedrez si se tenía poco tiempo para estudiar. La respuesta del gran campeón fue ésta: "¿Cómo espera progresar si no dedica tiempo al estudio de forma cotidiana?".


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