Letras 9 de agosto

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[ Letras ] DE CAMBIO

SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN | NUEVA ÉPOCA | COORDINADOR: VÍCTOR RODRÍGUEZ MÉNDEZ | 9 DE AGOSTO DE 2014 |

LACARTA DEVENECIAY RESTAURACIONES POLÉMICAS JUDITHAMADORTELLO|PAG.4

NUEVAEDICIÓN DELOSENSAYOS DEGEORGE ORWELL SAMUELREGUEIRA|PAG.6

Sin culpas ALASAZÓNNETZAHUALCÓYOTL ÁVALOSROSAS|PAG.5

Sexo y ciencia en los cincuenta ELTERCEROJOSYLVAIN PROVILLARD |PAG. 7

Incandescencia CREACIÓNLEONORAALONSO/ ADRIJANAJERKIC/ITZELÁVILA| PAG. 8

Ana María Matute

Un colofón para una «vida de papel» POR ANA MARÍA MATUTE |PAG. 2


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Un colofón para una «vida de papel» Sobre la osadía de escribir POR ANA MARÍA MATUTE

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ospecho que no soy la primera en decir que nunca, durante la larga travesía de mi vida (salpicada, por cierto, de abundantes tempestades), imaginé que llegara a conocer un día como éste. Y, junto a la inmensa alegría que me invade, debo confesarles que preferiría escribir tres novelas seguidas y 25 cuentos, sin respiro, a tener que pronunciar un discurso, por modesto que éste sea. Y no es que menosprecie los discursos: solo los temo. Mi incapacidad para ellos quedará manifiesta enseguida y, por tanto, me permito apelar a su benevolencia. Pero antes deseo hacerles partícipes de mi agradecimiento: este premio lo considero como el reconocimiento, ya que no a un mérito, al menos a la voluntad y amor que me han llevado a entregar toda mi vida a esta dedicación. Así que esta anciana que no sabe escribir discursos solo desea hacerles partícipes de su emoción, de su alegría y de su felicidad -¿por qué tenemos tanto miedo de esa palabra?- a todos cuantos han hecho posible este sueño, sueño que me acompaña desde la infancia. Desde aquel día en que oí por vez primera la mágica frase: “Érase una vez...” y conmovió toda mi pequeña vida. Érase una vez un hombre bueno, solitario, triste y soñador: creía en el honor y la valentía, e inventaba la vida. San Juan dijo: “El que no ama está muerto”, y yo me atrevo a decir: “El que no inventa, no vive”. Y llega a mi memoria algo que me contó hace años Isabel Blancafort, hija del compositor catalán Jordi Blancafort. Una de ellas, cuando eran niñas, le confesó a su hermanita: “La música de papá no te la creas, se la inventa”. Con alivio, he comprobado que toda la música del mundo, la audible y la interna -esa que llevamos dentro, como un secreto- nos la inventamos. Igual que aquel soñador convertía en gigantes las aspas de un molino, igual que convertía en la delicada Dulcinea a una cerril Aldonza. Inventó sensibilidad, inteligencia y acaso bondad -el don más raro de este mundo - en una criatura carente de todos esos atributos (¿Y quién no ha convertido alguna vez a un Aldonzo o Aldonza de mucho cuidado en Dulcineo o Dulcinea...?). El tiempo en el que yo inventaba era un tiempo muy niño y muy frágil, en el que yo me sentía distinta: era tartamuda, más por miedo que por un defecto físico. La prueba de ello es que esa tartamudez desapareció durante los bombardeos. O así lo creo. Pero el caso es que, salvo excepciones, las niñas de aquel tiempo, mujeres recortadas, poco o nada tenían que ver conmigo. Y traigo esto a cuento para explicar -y quizá explicarme de algún modo- mi extrañeza, mi entrega total, absoluta, a esto que luego supe se llamaba Literatura. Y que ha sido, y es, el faro salvador de muchas de mis tormentas. Sí, este galardón que tanta felicidad y optimismo me causa -y no olvidemos que el opti-

Ana María Matute en fecha anterior a su fallecimiento.

Y recuerdo. Recuerdo. Sólo tenía un amigo, mi muñeco Gorogó, que, naturalmente, más tarde incorporé a una de las novelas con las que me siento más identificada, Primera memoria.

mismo y los planes de futuro, a los ochenta y cinco años, son cuestiones a meditar o poner en tela de juicio- puede ser el colofón a la entrega de toda una vida que, en mis tiempos mozos, consideré en su mayor parte una “vida de papel”. Y recuerdo. Recuerdo. Sólo tenía un amigo, mi muñeco Gorogó, que, naturalmente, más tarde incorporé a una de las novelas con las que me siento más identificada, Primera memoria. Aunque no haya escrito nunca una novela autobiográfica, estoy en sus páginas. Todo eran inventos, hasta que supe que en la Literatura -en grande-, como en la vida, se entra con dolor y lágrimas. [...] La osadía que impulsa a los adolescentes y a los ignorantes y a los fabricantes de inventos y de sueños -¿acaso no son, a veces, una misma cosa?-, todo eso me empujó a llevar mi primera novela -escrita años antes, a los 17- a probar fortuna en una de las más prestigiosas editoriales. Pero mi mayor osadía era no sólo llevar una novela casi adolescente a una importante editorial, sino que, encima, la llevaba escrita a mano, en un cuaderno escolar, cuadriculado, con las tapas de hule negro (Si alguien de mi edad me está escuchando, sabrá de qué tipo de libreta hablo. Eran las libretas de la posguerra). Yo iba a Destino cada día, con mi libretita bajo el brazo, 19 años y calcetines -que entonces estaban de moda a esa edad- y mi aspecto aún más aniñado del normal. Un empleado que se había fijado en mí (debía de resultar patética) se conmovió con mis pretensiones y mi libreta y me consiguió una entrevista con el director. Se trataba del novelista Ignacio Agustí, que acababa de tener un enorme éxito con su novela Mariona Rebull. Cuando vio mi cuadernito

lleno de letras e “inventos”, tuvo la delicadeza de no manifestar ni burla ni extrañeza. Debo agradecérselo, era un verdadero señor. Con infinita paciencia, me explicó que debía pasarlo a máquina y que ellos la leerían, y que ya me dirían algo. Aún hoy me sonrojo recordándolo. Era la criatura más ignorante y despistada de cuanto el mundo editorial se refería. Nadie de mi entorno, ni familiares, ni amistades, conocidos o saludados (como diría Josep Pla) había tenido nada que ver con el mundo editorial. Eran lectores, eso sí, pero de la confección de un libro lo ignoraban todo. Afortunadamente, la lectura y los libros no escasearon en mi familia. Cosa que he de agradecerles, porque no era muy frecuente en la España de entonces. Pocos días después, tuve la enorme alegría -y, por qué no decirlo, el vago temor- de que la editorial Destino me contratase el libro. Eso sí, con la sorpresa de mi estupefacto padre, a quien yo no había anticipado nada de aquellos afanes, y que fue requerido para dar validez a mi contrato con su firma, pues yo era menor de edad. Animada por el éxito de aquellos primeros pasos, y enterada de la existencia del Premio Nadal -que había ganado otra mujer joven, Carmen Laforet, aunque ella era algo mayor que yo-, envié mi segunda novela, escrita a los 19, con la esperanza de obtenerlo yo también. No fue así, pero tengo aún la satisfacción y acaso orgullo de constatar que quedó en tercer lugar, cuando se llevó el premio el gran Miguel Delibes. La novela citada, llamada Los Abel, y escrita, que no publicada, a los 17 años, suplantó en el contrato a Pequeño teatro (que, 11 años más tarde, obtuvo el Premio Planeta). Y ese fue mi


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verdadero bautizo de entrada en el mundo editorial. Empecé a conocer a escritores y todo tipo de gentes de “invenciones”, puesto que me aparté totalmente del que había sido hasta aquel momento mi entorno natural. Conocí y viví un clima distinto, muy distinto del que había sido el mío habitual hasta aquel momento, y que, paradójicamente, resultaba mucho más afín a mi naturaleza. Y continué inventando invenciones, y viene a mi memoria un día en que inventé el “arzadú”... Brotaba esporádica, espontáneamente, cuando buscaba el nombre de una flor. Si existía, vivía sólo en la memoria de su delicadeza, su color, su perfume, aunque no constara en ningún libro ni catálogo de botánica. Y, así, llegó un día en que estudiosos y minuciosos profesores y escolares americanos se interesaron por el arzadú, y me brearon a preguntas: no lo encontraban por ninguna parte [...]. Desde aquí les pido perdón a aquellas gentes de buena voluntad. Tómenlo como lo que era: una invención más. La había introducido no sólo en algunos de mis cuentos, sino también en alguna novela; y, al fin, yo me lo creía, y me lo creo: el arzadú brota cada primavera, o cada otoño, en las vastas y ahora ya remotas colinas de los sueños. De los sueños que convierten Aldonzas en Dulcineas, y quién sabe cuántas flores más. Tantas como soñadores, o poetas existan. Y cuando por fin vi publicado por vez primera mi primer libro, Los Abel, dormí toda la noche con el ejemplar bajo la almohada. Y el gran honor con el que hoy se me ha distinguido reúne para mí tanto una trayectoria literaria como vital: no puedo separar la una de la otra. Desde que tengo uso de razón, he leído, he escrito, he escuchado... Desde aquel primer cuento inventado a los cinco años hasta este último libro, que los recoge casi todos, compruebo con satisfacción que por fin el cuento ha ingresado entre los géneros respetados de nuestra literatura. Aun cuando contemos con entre sus cultivadores desde el inmenso Cervantes, que honra con su nombre este premio, hasta los más recientes de nuestros escritores, jóvenes y no tan jóvenes, hasta hace poco aún se lo ha considerado literatura “menor”. Pero por fin en España se empieza a reconocer en el cuento, en el relato corto, el valor y la importancia que merece. Sobre la famosa crueldad de los cuentos de hadas -que, por cierto, no fueron escritos para niños, sino que obedecen a una tradición oral, afortunadamente recogida por los hermanos Grimm, Perrault y Andersen, y en España, donde tanta falta hacía, por el gran Antonio Almodóvar, llamado “el tercer hermano Grimm”-, me estremece pensar y saber que se mutilan, bajo pretextos inanes de corrección política más o menos oportunos, y que unas manos depredadoras, imaginando tal vez que ser niño significa ser idiota, convierten verdaderas joyas literarias en relatos no sólo mortalmente aburridos, sino, además, necios. ¿Y aún nos preguntamos por qué los niños leen poco? Yo recuerdo aquellos días en Sitges, hace años, cuando algunas tardes de otoño venía a mi casa un tropel de niños y, junto al fuego -como está mandado-, oían embelesados repetir por enésima vez las palabras mágicas: “Érase una vez ...”. Y habían dejado la televisión para escucharlas. Yo no había cumplido los once años cuando estalló la guerra civil española. Unos niños acostumbrados a no salir de casa si no era acompañados por sus padres o la niñera nos vimos haciendo interminables colas para conseguir pan o patatas. No es raro, pues, que yo me permitiera, años más tarde, definir esa generación a la que pertenezco como la de “los niños asombrados”. Porque nadie nos había consultado en qué lado debíamos situarnos. Nadie nos había informado de nada y nos en-

Si en algún momento tropiezan con una historia, o con alguna de las criaturas que transmiten mis libros, por favor créanselas. Créanselas porque me las he inventado.

Ana María Matute en su juventud.

contramos formando parte de un lado o de otro, tal y como me confesó un día Jaime Salinas. Yo, ahora, sólo recuerdo que el mundo se había vuelto del revés, que por primera vez vi la muerte, cara a cara, en toda su devastadora magnitud; no condensada, como hasta aquel momento, en unas palabras –”el abuelito se ha ido y no volverá...”-, sino a través de la visión, en un descampado, de un hombre asesinado. Y conocimos el terror más indefenso: el de los bombardeos. Y aquellos cuentos, aquellas historias para niños, añadieron en su ruta interna de niña asombrada un aprendizaje. Atroz. Mucho más atroz que los cuentos de hadas. En lugar de cuentos aislados, empecé a escribir entonces una revista, de la que era editora, escritora y repartidora, una revista “a mano” que se pasaban unos a otros mis hermanos y mis primos, algún amigo... Había de todo: desde cuentos, por supuesto (que siempre acababan con un “continuará” del que yo aún no tenía clara noticia), hasta crítica de cine, con sus correspondientes fotografías recortadas de alguna revista. Y recuerdo ahora como, en medio de todo aquel horror, qué encanto, qué maravilloso invento de la vida era para mí aquella llamada revistilla... Y todo lo que yo ignoraba, que sería lo que continuaría mañana... Entonces escribí mi primera novela. Se llamaba Juanito, y ocurría durante la Revolución Francesa. Pero pueden imaginar qué extraña Revolución Francesa relataba... Claro está: me la inventé, pero algo tienen los inven-

tos-sueños, porque, cuando durante la noche, toda la casa dormida, acudía al cuarto de mis dos hermanos, José Antonio y José Luis, y, ayudada por una linternilla de pilas, se la leía, protestaban cuando yo decía “continuará” (Y eso quería decir hasta la noche siguiente). Entonces parecía llenarse de magia la habitación a oscuras de los niños. Niños asombrados como cuando, en cierta ocasión, vi surgir, al partir un terrón de azúcar en la oscuridad, una chispita azul-, algo que me reveló que yo sería escritora, o que ya lo era. Con ello sólo quiero decir que aquella lucecita azul, aquel virus, no me abandonó nunca. Cuando Alicia, por fin, atravesó el cristal del espejo y se encontró no sólo con su mundo de maravillas, sino consigo misma, no tuvo necesidad de consultar ningún folleto explicativo. Se lo inventó, como la música de papá. Ahora, tras estas deshilvanadas palabras, ojalá haya logrado trasmitirles algo de mi alegría, mi gratitud por la distinción que aquí me trae. Y me permito hacerles un ruego: si en algún momento tropiezan con una historia, o con alguna de las criaturas que transmiten mis libros, por favor créanselas. Créanselas porque me las he inventado. Muchas gracias. Discurso íntegro de Ana María Matute en la entrega del Premio Cervantes 2010. La escritora murió en Barcelona el 25 de junio de 2014.


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Restauraciones polémicas ARTÍCULO ARTÍCULO::PORJUDITHAMADORTELLO

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icen que entre los restauradores es casi una ley la siguiente frase: “La restauración termina donde comienza la duda”. Porque si no se tiene la información suficiente o confiable acerca de cómo fue una obra o un monumento, el de restauración debe quedar en simplemente devolverle su estabilidad, para que no avance el deterioro, y no reconstruir más. Así lo establece la Carta de Venecia en su artículo noveno: La restauración es una operación que debe tener un carácter excepcional. Tiene como fin conservar y revelar los valores estéticos e históricos del monumento y se fundamenta en el respeto a la esencia antigua y a los documentos auténticos. Su límite está allí donde comienza la hipótesis: en el plano de las reconstituciones basadas en conjeturas, todo trabajo de complemento reconocido como indispensable por razones estéticas o técnicas aflora de la composición arquitectónica y llevará la marca de nuestro tiempo. La restauración estará siempre precedida y acompañada de un estudio arqueológico e histórico del monumento.

Partícipe de la redacción de ese documento creado en mayo de 1964, durante el II Congreso Internacional de Arquitectos y Técnicos de Monumentos Históricos, realizada en Venecia, Italia, el arquitecto Carlos Flores Marini recuerda el contexto en el cual nació la carta y su propósito central, en un comunicado del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH): “Después de la Segunda Guerra Mundial se empezó la reconstrucción de muchas ciudades europeas que habían sido devastadas por la guerra, pero sin un criterio claro de intervención. En ocasiones se hacía una reconstrucción total de la urbe, como ocurrió en Varsovia; o bien se implementaba una arquitectura moderna sin tener un plan definido, por lo que el belga Raymond Lemaire decidió que uno de los documentos fundamentales del congreso sería la carta”. En su opinión, el documento “no pasa de moda” y es tan vigente como hace 50 años, “continúa siendo preciso, incisivo y claro. Da lineamientos generales, señala métodos a seguir, explica qué cosas se pueden hacer y dónde frenar una restauración; cada país se lo apropia y pone sus propios límites, pero es muy claro en sus enunciados, y no permite duda alguna”. México firmó aquel texto, conocido también como Carta Internacional para la Restauración y Conservación de Monumentos Históricos, junto con Austria, Bélgica, España, Francia, Grecia, Italia, Países Bajos, Perú, Polonia, Portugal, Túnez y especialistas de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), con el Centro Internacional de Estudios para la Conservación y la Restauración de los Bienes Culturales (ICCROM). Además, fue adoptada en 1965 por el Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (Icomos). Fundador de la carrera de restauración de monumentos en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), de donde es egresado, y autor de proyectos para la restauración del Alcázar de Colón en Santo Domingo, República Dominicana, y de los centros históricos de Salvador de Bahía, en Brasil, y Cartagena de Indias, Colombia, entre otros, Flores Marini considera que en México se ha adaptado bien la Carta de Venecia. Pone como ejemplo el rescate de la zona arqueológica del Templo Mayor, en el Centro His-

Construcción de un museo en la zona arqueológica de Tzintzuntzan.

tórico de la Ciudad de México: “En todos los trabajos en el Templo Mayor, el arqueólogo Eduardo Matos tuvo un respeto absoluto por la Carta de Venecia, pues no hay casi reconstrucciones y los visitantes entienden muy bien cómo estaba el complejo arquitectónico.” En el libro Conservación del Patrimonio Monumental. Una biografía arquitectónica, publicado por Carlos Flores Marini en 2012, en la editorial Almatea, ha abordado también el caso de restauraciones controvertidas, por ejemplo: El antiguo convento de Santo Domingo en Oaxaca, remodelado por el arquitecto Juan Urquiaga; la sala de espectáculos del Palacio de Bellas Artes; el Monumento a la Revolución, al cual añadieron un elevador con lo cual pasó de ser un símbolo patrio a mirador; y menciona también el Convento de la Enseñanza, intervenido por el arquitecto Teodoro González de León, quien destruyó espacios del siglo XVIII para construir un auditorio de El Colegio Nacional, que ocupa ese espacio. Cuando el volumen se dio a conocer en enero de 2012 en el Centro Cultural Isidro Fabela, en San Ángel, el arquitecto dijo a la prensa sobre aquellas restauraciones: “Los documentos recuerdan y dejan constancia de la lucha constante que se libra cuando los funcionarios actúan irreflexivamente o sólo buscando el efecto populista, como el caso del Monumento a la Revolución.” Flores Marini, junto con un grupo de arquitectos, se pronunció públicamente en 2010 contra la construcción del elevador en el Monumento a la Revolución y demandó que fuese retirado de inmediato, por ser “una intromisión que altera el espacio, modifica la forma de su concepción original, su valor estético y su espacio arquitectónico, concebido como un arco de triunfo”. Hizo ver además que el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), responsable del cuidado y preservación de los monumentos del siglo XX y, en todo caso, de la aplicación de la Carta de Venecia, dio el visto bueno para la colocación del elevador, cuando ya estaba instalada la estructura, por lo cual el procedimiento fue “ilegal”. Respecto a la obra en Santo Domingo, realiza-

da con inversión del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), el gobierno del estado de Oaxaca y Fomento Social Banamex, dijo al hablar de su libro: “Se prefiere hacer grandes obras, como es el caso de Santo Domingo, en Oaxaca, que hacer restauraciones. Con lo que se gastó en Santo Domingo, se podrían restaurar como unos 20 templos; pero al gobierno le interesa más que se note lo que se hace. México es el país latinoamericano que menos invierte en patrimonio y eso que tenemos mucho más monumentos que ellos.”

Violaciones a la norma La restauración de la sala principal del Palacio de Bellas Artes ha sido una de las más polémicas, pues cambiaron parte de sus elementos originales, entre ellos la maquinaria teatral colocada por el arquitecto Adamo Boari desde 1904. El propio Icomos México, con el apoyo de un grupo de la sociedad civil llevó el caso ante la Unesco y presentó una denuncia penal en la Procuraduría General de la República. Se habló no sólo de que no se respetaron los principios de la Carta de Venecia, sino también de violaciones a la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos por parte del propio INBA. El arquitecto Víctor Jiménez, exdirector de Arquitectura del instituto, aseguró en aquel momento que no había lugar para interpretaciones, más no para argumentar que la ley es perfectible o incompleta, porque si se hubiese aplicado la norma se habría protegido el monumento artístico: “No fueron sus insuficiencias, fue la absoluta ignorancia. Desde el punto de vista legal ningún ciudadano y menos las autoridades de Bellas Artes pueden alegar: ‘Yo desconocía la ley, por eso no la apliqué’. Eso jamás es un argumento válido... Una de las grandes fortalezas de este dictamen, lo mencioné al principio es todo el instrumental legal que muestra que se trató de una intervención contra la ley.” Realizada también por el polémico arquitecto Juan Urquiaga, la intervención en el claustro


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de La Merced ha sido también cuestionada, porque se le agregó una techumbre considerada agresiva y poco discreta por los especialistas, cuando los claustros carecen de ella desde sus orígenes. Se ha pretendido que el lugar albergue un museo de la indumentaria para que se “gane la vida”: El restaurador de la Catedral Metropolitana, entre otros monumentos, Sergio Zaldívar, preguntó con indignación por qué tendría que ganarse la vida este espacio “que debe preservarse simplemente por su belleza y es admirable en sí mismo”, sin albergar ninguna colección de indumentaria. “Me parece absurdo -dijo al semanario que el criterio de Wall Street sea el mismo que norme las pautas de cultura del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). Es la misma filosofía de los ricachones en las Lomas o Polanco para decir que los niños desnutridos de la Sierra de Guerrero deben de ganarse la vida. Es el capitalismo salvaje ¿cómo va a ser la misma pauta de protección de los edificios?” Dos intervenciones escandalosas en el gobierno de Felipe Calderón, que llevaron a los trabajadores del INAH a presentar denuncias formales contra él como posible responsable por haber ordenado la obra, fue la construcción de un museo en la zona arqueológica de Tzintzuntzan, Michoacán, justo encima de una pirámide purépecha precolombina. Y la remodelación de los Fuertes de Loreto y Guadalupe, en Puebla, calificada por el historiador Felipe Echenique en su momento, como un crimen de “lesa historia”, pues se le adosó al de Guadalupe una construcción moderna “por demás espantosa”, en contra de cualquiera de los preceptos de conservación y restauración establecidos en la Carta de Venecia, dijo. Y denunció más violaciones a la Ley de Monumentos. La más reciente controversia se dio por la pretendida restauración ordenada por la Autoridad del Centro Histórico en la Ciudad de México, a la escultura ecuestre de Carlos IV conocida como El Caballito, en la cual el despacho Marina la dañó irreversiblemente al aplicarle ácido para su limpieza. Hasta hoy, especialistas del INAH, de la UNAM y de otras instituciones, trabajan en el lugar para establecer el procedimiento con el cual se tratará de estabilizar la obra y revertir los daños. Y en puerta está la anunciada intervención al Polyforum Cultural Siqueiros…

Sala de espectáculos del Palacio de Bellas Artes.

Sin culpas A LA SAZÓN :: POR NETZAHUALCÓYOTL ÁVALOS ROSAS Lo que no te mata te hace más fuerte. Friedrich Wilhelm Nietzsche

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ue si la carne de puerco es tóxica, que si los huevos tapan las arterías, que los jugos de frutas hacen un daño tremendo… y no sé qué tantas peroratas. ¡Ya basta! Demasiada especulación ha dado por estropear el gusto desahogado por la comida, al grado que muchas personas viven con el Jesús en la boca en lugar de llevarse los placeres de la vida a su interior. ¡Aguas! El pánico acecha en los rincones más populares de nuestro ser. Por supuesto que en esta misma columna he pateado la leche, tirado la sal; incluso, he rechazado el azúcar de algunos labios; pero de eso a comer con zozobra, prefiero morir de colesterol a vivir con miedo. Incluso he escuchado algún programa mediático “dedicado a la salud” y patrocinado por un tal doctor Pepe -o qué se yo- donde se empeña más de la mitad del tiempo radial al terrorismo alimenticio. Lo hacen con tal vehemencia que parecen ayatolas piloteando un avión comercial… sobre todo cuando se refieren a la carne, un producto que contiene nutrientes insustituibles. Un alimento que ha favorecido el desarrollo de la inteligencia humana, aunque algunas personas no lo puedan digerir. Otro caso son los arrebatos de vegetarianos, veganos y otros tantos grupos extremistas que cada semana surgen a fuerza de miedos y remordimientos existenciales. Ahora sí que el que esté libre de pecado que lance el primer chayote; esta hortaliza, claro que tiene su corazoncito, y por supuesto que ameritaría la creación de leyes para proteger sus derechos… Por cierto, muy tierno y delicioso su corazón, sobre todo si se le cose con

mantequilla de lecha de vaca, no con esa emulsión plástica llamada margarina. Oiga usted. Tan sabroso que es empacarse una barbacoa de borrego a la penca, relamerse una tostada desbordante de crema, o paladear unos tacos de tripa bien doradita en aceite y bañada en salsa molcajeteada. ¿Hacen daño? Eso depende. Señoras y señores, niños y niñas… abuelitos. Pararse en la vida es cuestión de equilibrio. Sentarse a la mesa es un acto íntimo de cariño e integridad familiar; arribar a los tacos parados, es un riesgo, un manifestación de libertad, una declaración de principios que cada persona debe afrontar para conquistar un gusto propio, y para probar que la vida no sólo se viste de manteles largos. La salud también se alimenta de placer, experiencias, y de las más osadas mezclas culturales; de mole, menudo, cueritos, moronga y sopa de médula. No sólo de lechugas hidropónicas, pollos eunucos, y cereales transgénicos pulcramente empacados. En todo caso, de lo que se trata no es de satanizar a la comida y a sus discípulos, sino de enriquecer la sensibilidad y el metabolismo humano con todo aquello que le apetezca y le caiga bien, en un momento dado.

LANOTA,LARECETAOELREMEDIO

Parte de mi familia (descendientes de un despiadado conquistador llamado Alonso de Ávalos) es de Sahuayo, Michoacán; un paraíso de excesos gastronómicos. Por ejemplos: unos panques atestados de huevo y frutos secos llamados trancas; unas carnitas endémicas trasparentadas en sal; una orgía de fritangas que integran vísceras, particularmente hígado; además de bistec, chorizo y cebolla, denominada tripas caras. Por lo visto, no tengo autoridad moral ni perdón del Creador.


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Nueva edición de los ensayos de George Orwell LECTURASDEVERANO ::PORSAMUELREGUEIRA

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ncisivo, crítico, visionario, George Orwell regresa con sus artículos periodísticos en los que hinca el diente a la realidad, en una nueva colección de sus Ensayos, que rescata cien de los mejores textos de no ficción del autor de Rebelión en la granja. La ambiciosa obra de mil páginas aborda un período crucial en su vida, aún afectado por sus experiencias en la Guerra Civil Española, donde recibió un tiro en la garganta, pero mantuvo su espíritu crítico intacto para arremeter contra la sociedad inglesa, la literatura coetánea y los nacionalismos. Desde 1928 y hasta su muerte, el autor de 1984 rememoró en varios de sus escritos, aquí traducidos por siete expertos, episodios clave en su vida y anécdotas en apariencia simples, que conducen a conclusiones sobre la vida, la condición humana o la situación política. Entre esos recuerdos, destaca “Matar a un elefante”, donde durante su estancia en Birmania la presión de los indígenas le obliga a acabar con la

El escritor británico George Orwell.

vida de un paquidermo desbocado, por ser el único hombre occidental armado; un incidente tras el que piensa que, “cuando el hombre blanco se vuelve un tirano, es su propia libertad la que destruye”. En un mundo al borde de la II Gran Guerra, tras la cual ya advierte la inminente amenaza del estalinismo, el autor denuncia un sistema tiránico que engaña a las grandes sociedades cultas. Y acusa de cobardía a las democracias. Como un estratega militar, muchas veces se abstiene de censurar a aquellos radicales que considera equivocados, pero admira su integridad e incluso su pericia narrativa. Y busca las distintas contradicciones entre los “suyos”, medios y pensadores de los que era partidario y a los que siempre supo sacar punta en sentencias donde nadie más se paraba a prestar atención, en fondo y en forma. Entre réplicas políticas e intelectuales, evoca sus vivencias en la guerra, fruto de un hombre fuertemente vinculado a su tiempo, con una filo-

sofía de vida resumida en el ensayo “El león y el unicornio”. Pero, si hay algo con lo que Orwell disfrutó, fue con la literatura. Desacredita a Chesterton, alaba a Henry Miller y a Joyce, desprecia a Sherlock Holmes, reseña a Dickens, disecciona Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift y, fiel a su estilo, admite los ataques de Tolstói a Shakespeare en un panfleto ruso, para después reflejar los puntos débiles y del autor de Guerra y Paz. Orwell embiste contra la automatizada profesión del crítico especializado, aquel que no puede distinguir entre los libros verdaderamente “buenos” y usa el mismo adjetivo con cada obra que reseña. Vaticina el devenir de la Guerra Fría en el siglo XX, describe el comportamiento fan de los jóvenes para con sus objetos de admiración, que aún hoy repercute en los adolescentes del nuevo milenio. EFE| El Universal.


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Sexo y ciencia en los cincuenta ELTERCEROJO ::LaserieMastersofsex,ahoraensusegundatemporada,narralavidapúblicayprivadadeWilliamMastersyVirginiaJohnson,dosinvestigadores deunauniversidaddeMissourique,enlosañoscincuentaysesenta,fueronpionerosenelestudiodelasexualidadhumana.Estahistoriarealestambiénelretratode unaépocaplagadademisoginia,ignoranciaytabúes,queamboscientíficosdecidieroncombatir.PORSYLVAINPROVILLARDsprovillard@hotmail.com

H

ace sesenta años los estudios sobre la sexualidad humana eran casi inexistentes, por lo menos en el mundo occidental: no se sabía qué provocaba el orgasmo femenino, muchas mujeres -y más hombres todavía- ni siquiera sabían lo que era ni cómo se lograba; los hombres ignoraban que las mujeres podían fingirlo; la prueba de Papanicolaou apenas empezaba a difundirse y la palabra sexología era todavía un neologismo. Sin embargo, las cosas iban a cambiar de forma drástica en un lapso muy corto. La revolución sexual de los años sesenta y setenta se debió en parte a un cambio de mentalidad y también a las investigaciones científicas que médicos y psicólogos emprendieron en el periodo de la posguerra. La historia de esta serie emitida por el canal Showtime (Californication, Dexter, Weeds, Los Borgia, Shameless, Homeland) se basa en la biografía de Thomas Maier, publicada en 2009 y titulada Maestros del sexo: Vida y tiempos de William Masters y Virginia Johnson, la pareja que enseño a América cómo amar. En octubre 1956, William Masters se convierte en un ginecólogo nacionalmente reconocido al recibir un premio por su contribución al mundo de la medicina en el campo de la fertilidad. Mujeres de toda la región acuden a sus servicios para resolver las dificultades que encuentran para poder embarazarse. El reconocimiento no le importa a Masters, tiene otro proyecto en mente: estudiar los fenómenos de la sexualidad humana. Un hombre, vestido de manera formal, está escondido dentro de un armario, mirando hacia fuera a través de una ranura. Se escuchan sonidos sospechosos de brincos en una cama y dos personas respirando profundamente. El hombre tiene un cronómetro en la mano izquierda y mantiene una linterna con la boca para iluminar un cuaderno en el cual está tomando notas. El objeto de su estudio: una pareja teniendo sexo. Así empieza la serie y así empezó el doctor Masters con su investigación científica: observando prostitutas haciendo el amor con clientes en una casa de citas. Al hombre serio y metódico esta escena no le provoca ninguna excitación más que la curiosidad científica. Algunos años antes, Alfred Kinsey había publicado informes sobre la conducta sexual humana pero sus resultados se basaban únicamente en entrevistas. Lo que realizaron Masters y su asistente Virginia Johnson fue algo inédito: observaron el acto sexual de manera detallada gracias a cámaras y electrocardiógrafos, pero sobre todo tuvieron que luchar contra los tabúes y mitos de una sociedad conservadora, y contra la desaprobación de la comunidad científica que no consideraba el sexo como algo digno de estudio. El interés histórico y sociológico de la serie es innegable y la impecable ambientación (similar a la de Mad men, serie sobre el mundo de la publicidad en los años sesenta) ayuda al espectador a proyectarse en el Medio Oeste estadounidense a mitad del siglo pasado. La dirección es irreprochable también: el piloto fue realizado por John Madden, director de Shakespeare enamorado, cinta ganadora del Oscar en 1998. No obstante, el mayor atractivo de este programa son sus personajes y el desempeño de los actores que los interpretan. El nombre de Michael Sheen probablemente no les suena familiar, pero este actor de teatro clásico hizo notar su talento en la pantalla

Diversos fotogramas de la serie Masters of sex.

grande al interpretar al Primer Ministro Tony Blair en La reina y al periodista David Frost en Frost/Nixon: la entrevista del escándalo. Los papeles secundarios de la serie permiten abordar temas distintos a la trama principal, pero tienen que ver de forma u otra con la sexualidad humana; la polifacética actriz Allison Janney (la secretaria de prensa en El ala oeste de la Casa Blanca y la abuela del sitcom Mom) interpreta a una mujer frustrada, de cincuenta años, cuyo marido huye cuando se trata de amor físico. Su marido, rector de la universidad encarnado por Beau Bridges (hermano de Jeff), sufre mucho al no poder lidiar con su homosexualidad. La esposa de Masters es el arquetipo de la ama de casa de los cincuenta: su única aspiración es ser madre, pero la pareja no logra el embarazo, un colmo para un especialista en el campo de la fertilidad. Si todavía no les convenzo de echar un ojo a Masters of sex, si el tema y la historia no es de su agrado, les ruego hagan un esfuerzo por una sola y hermosa razón: Lizzy Caplan. Antes de protagonizar esta serie, su currículo filmográfico no tenía nada excepcional. Actriz californiana de 32 años, Caplan es simplemente extraordinaria en su interpretación de Virginia Johnson, sin duda

el personaje mejor logrado de la serie. Tres veces divorciada, joven madre soltera de dos hijos y trabajadora, Johnson es también una pionera en la manera que tiene de asumir su vida. No tiene pareja sino amantes pasajeros que satisfacen sus necesidades sexuales. En este aspecto, Johnson es la antítesis de la esposa de Masters y una de las primeras mujeres que decidieron no depender de un hombre. Por lo tanto, ella presiente que los estudios de Masters pueden cambiar drásticamente la vida de las mujeres. Empieza su labor en el hospital como simple secretaria pero se vuelve rápidamente la irremplazable asistente del doctor. Masters of sex es una serie que cambia un poco el panorama televisivo actual, generalmente lleno de vampiros, dragones y gánsteres. La aparentemente sencilla historia de dos científicos es solamente el punto de partida de un estudio apasionante de sus personalidades y su desarrollo personal en la sociedad biempensante de los cincuenta. Uno de los descubrimientos principales de Masters y Johnson fueron las etapas del orgasmo, que, curiosamente, se parecen a las etapas del excelente guión de esta serie: deseo, excitación, meseta, orgasmo y resolución.


8|LETRAS~CAMBIODEMICHOACAN

SÁBADO9DEAGOSTODE2014

CREACIÓN

Incandescencia Texto: Leonora Alonso Traducción: Adrijana Jerkic Fotografía: Itzel Ávila Abrimos los ojos a una claridad que ignorábamos a un fulgor simple y apenas cálido Afuera hacía frío y todo dormía bajo un velo blanco Nos había iluminado una especie de pequeña candela, un fuego fatuo, una llama noble y serena Nos encontró la estrella Nos desnudó el amanecer y así, abrimos más los ojos para vernos bajo una nueva incandescencia * We opened our eyes to brightness that we had overlooked a simple and scarce glow Outside everything was asleep under a whiteout A small sort of a candle was illuminating us a Will-o’-the-Wisp, a noble and calm flame The star found us The sunrise undressed us And like that, with our eyes wide open we saw each other under a new incandescence. * Budimo se obasjani jednostavanim i mlakim svetlom Da li je i ranije bilo tu? Vani je hladno sve je usnilo pod belim plaštom Ozareni svetlošæu neke vrste sveæe Sa tinjavim, plemenitim i mirnim sjajem i takve nas je Zatekla zvezda Obnažila zora i onda smo raširili oèi da bismo se videli pod novim zrakom svetla.


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