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[ Letras ] DE CAMBIO

SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN | NUEVA ÉPOCA | COORDINADOR: VÍCTOR RODRÍGUEZ MÉNDEZ | 1 DE OCTUBRE DE 2016 |

La educación como significación imaginaria / 1 POR ROBERTO VILLAMIL | PAG. 2

Es un mar de dolor nuestro desierto CREACIÓN POR NEKTLI ROJAS | PAG. 5

Ahí les va este corrido: sobre Native León POR GREGORIO MARTÍNEZ MOCTEZUMA | PAG. 8

De teatro y cine CINE POR SYLVAIN PROVILLARD | PAG. 6


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La educación como significación imaginaria Primera de dos partes POR ROBERTO VILLAMIL

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uál es la posibilidad de continuar en contacto con las ideas, reflexiones, con los afectos de un autor que se revelan en los intersticios de la sintaxis y mantener en la finitud y asincronía de nuestras vidas un diálogo vivo? Me parece que esta posibilidad acontece en el acto de creación, en ese momento en el que se decide escribir a partir de esas ideas-potencia, pues en la lectura de su obra desplegamos el desorden primero de intuiciones, afectos, preguntas y senderos de reflexión quizá no muy bien trazados, pero plenos de entusiasmo y, sobre todo, deseo de saber. Quizá el deseo de saber va más de la mano con el saber conocer y preguntar, no tanto con el atesorar, sino para dar la primera forma a “eso” que está “ahí”, en el no-lugar y en el no-tiempo. Hay ideas que son germinales y, no obstante, el camino recorrido en nuestras disciplinas siempre nos hace pensar de manera distinta, planteándonos problemas e interpretaciones posibles sobre viejas cuestiones, como es en este caso la educación. Surge algo que antes no estaba ahí, algo no aprendido, no

dicho ni pensado, pero que surge “existiendo”, que significa y nos mueve a arriesgarnos a pensar, a buscar, a exponer.

I La lectura de la obra de Castoriadis, parafraseando el título de uno de sus textos, 1 sugiere una interrogante ¿qué es lo que hace a la educación? Es una pregunta que, más allá de los límites de la institución educativa, no se formula, pues me parece que no se sabría cuál sería el sentido de hacerla por considerarla obvia. ¿Qué significa educación para nosotros? ¿Qué valor tiene? ¿Qué esperamos de ser educados? ¿El significado social de la educación se está reduciendo tan sólo a la funcionalidad profesional? Estas preguntas nos llevarían entonces a plantear una problemática peculiar: la racionalidad instrumental del capitalismo ha sellado toda posibilidad de darle un significado distinto a la educación que no sea el de ser competitivos y contar con “mejores” credenciales en un mercado laboral cada vez más con-

traído y excluyente. También, si hemos despojado a la institución educativa de su sentido de formación y lo hemos reducido a los requerimientos de la lógica operacional de la sociedad tecno industrial ¿estamos hablando entonces de clausura de las significaciones, es decir, que la institución educativa ha establecido “una conformidad estereotipada de los enunciados y las representaciones…” sobre el papel de la educación para los individuos? ¿En qué están encarnadas esas significaciones?

II La institución educativa tiene una especificidad sociohistórica 2 y forma parte del componente capitalista de las sociedades occidentales, es decir, de “la expansión ilimitada del dominio racional”, como lo apuntó Castoriadis. El sentido contemporáneo de la institución educativa constituye su “verdad”, 3 aunque esta, al ser entendida como una corrección, no se establece como inmovilidad, sino como movimiento perpetuo 4


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que cuestiona la representación heredada. El problema entonces es que la reducción del sentido de la educación a la lógica de la racionalidad del sistema industrial pueda ser interpretado como una clausura de significaciones. 5 La idea de Castoriadis sobre la clausura de las significaciones es conceptualmente pertinente para formular problemas de investigación sobre fenómenos, aspectos, estilos, representaciones, creencias y sentimientos colectivos sobre el papel, sentido e importancia de la institución educativa.

III En una entrevista que el cineasta Chris Marker hace a Castoriadis sobre la democracia, este afirma que el reto en nuestros días es tener ciudadanos que “puedan decidir con pleno conocimiento acerca de asuntos relevantes (…) entre opiniones y argumentos diferentes”. Castoriadis considera que la educación es un aspecto fundamental en el desarrollo de este tipo de ciudadanos. Castoriadis en este documental nos da un concepto actualizable sobre la educación gracias a sus reflexiones sobre la antigua Grecia. La idea de Paideia revestía una importancia especial en la formación de ciudadanos pues, como él señala “no era una educación simplemente técnica o escolar, sino en el sentido más profundo, una educación cívica”. En esta entrevista comenta una idea que me pareció de especial importancia, pues actualiza críticamente una frase que hemos escuchado hasta el hartazgo y que en el paso del tiempo se ha afirmado como uno de los contenidos más convincentes y coactivos de la heteronomía 6 de la institución educativa: “estudia una carrera para que seas alguien en la vida”. La consigna está más cercana a la virtud del capital humano de T. Schultz y a la concepción de Sorokin de la educación como canal de ascenso social. Ser alguien es tener visibilidad social, dinero, bienes materiales, prestigio, una incuestionable carga de símbolos de status y una cuota de poder un tanto narcistoide sobre los entornos sociales más próximos. Ser “alguien”, según la creencia generalizada, se logra por medio de la educación. El mandato, hasta cierto punto, despoja a la educación de otras significaciones importantes en cuanto a la idea anterior de “tener ciudadanos que puedan decidir acerca de asuntos relevantes”. Entre ellos, la cuestión de preguntarse qué es ser alguien, para qué ser alguien y cómo lograrlo mediante la educación. Viene al caso Castoriadis cuando nos recuerda qué es ser alguien en el sentido aristotélico de ciudadano: una persona que es educada con la finalidad de poder gobernar(se) y poder ser gobernada por ciudadanos de una ciudad libre”. Castoriadis en esta entrevista marca una situación crítica en el giro que ha tomado la institución educativa actual “que desvía a los ciudadanos de los asuntos públicos y los convierte en ciudadanos pasivos”. Como veremos, la pasividad se funda en la banalización del acto educativo que es consustancial a todo el proceso de escolarización desde los niveles de educación básica hasta los de alta especialización. La banalización consiste en simplificar el papel de la educación al considerarla, en el marco de las políticas públicas, una administración de expectativas de ascenso social a largo plazo; en cuanto a la docencia, privilegiar la mecánica de la instrucción a costa de la práctica de la formación y reducir el signi-

ficado de las profesiones a los principios de la racionalidad instrumental, asumiéndolos como virtudes del sistema industrial.

IV

Ser “alguien”, según la creencia generalizada, se logra por medio de la educación. El mandato, hasta cierto punto, despoja a la educación de otras significaciones importantes en cuanto a la idea anterior de “tener ciudadanos que puedan decidir acerca de asuntos relevantes”

¿Dónde observamos todo esto? El aula es la zona de confrontación con la realidad de la educación como práctica social. Si algún maestro pregunta a sus alumnos ¿por qué o para qué están aquí? las respuestas más frecuentes serían “pues tener un título”, “ser alguien en la vida”, “tener una profesión, ganar bien y vivir de ella”. Aunque en el fondo de las respuestas podríamos reconocer la vocación o el amor por la carrera, el sentimiento y el valor formativo de la educación están en segundo plano, si es que es el caso. Cuando el agente provocador hace preguntas como “y si no encuentran el trabajo deseado o no ganan lo que esperan, ¿ya no serán ‘alguien’? ¿Valió la pena estudiar?” espera en la respuesta establecer un primer diálogo con el significado de lo educativo. Encontramos entonces indicios de que el sentido de la educación se orienta centralmente a la expectativa laboral, labrarse un futuro o alimentar la idea de que la profesión te hará ser “alguien en la vida”, nada más por el hecho de tener un certificado/título. El sentido de la educación y el de la vida misma empieza a colocarse en el territorio de la mercancía en sus dos acepciones: como valor de uso y como valor de cambio. Cuando somos alumnos aceptamos que hay que estudiar para obtener un título o un certificado, pero también cuestionamos en algún momento tanto el significado como la relación costo-beneficio (esfuerzo-logro) de estudiar. El imaginario educativo instituido que impulsa hacia el certificado, rebota con frecuencia contra la realidad del mercado de trabajo y su empobrecida respuesta a la promesa que exalta y vanagloria. 7 Todos en algún momento de nuestra vida pensamos más o menos así en relación con lo que significa ir a la escuela o a la universidad, pero al final quedamos atrapados en las significaciones sociales de lo educativo. 8 El camino está trazado y lo que hay que hacer es andar en él. No todos pueden continuar con los estudios o sortear las vicisitudes del filtro escolar. Algunos con el estigma de desertores se dan cuenta de que esa promesa no ‘checa’ con

su realidad y aprenden a sobrevivir la amarga lección. Los menos desafortunados llegan al nivel superior pero ahí las sospechas van en aumento y ya no hay marcha atrás. Pareciera entonces que la educación en general es un camino muy largo por recorrer para lograr la promesa del ascenso social y un ardid del sistema industrial que mediante sus mecanismos de control y conducción de expectativas sociales prolonga la esperanza de un turbio concepto de desarrollo económico y bienestar social e individual. 9 Planteado así, ¿entonces qué valor tiene la institución educativa?

V Creo que la reflexión sobre la institución educativa se parece a lo que pensaban Malinowsky y Levy-Strauss acerca del tótem; en el primer caso, afirmaba, servía para comer y, en el otro, para pensar. Creo que la institución educativa sirve para las dos cosas: para ‘comer’ en el sentido de la expectativa social y laboral de la profesión y para ‘pensar’ en cuanto a la aportación del patrimonio cultural como potencia social e individual reflexiva, crítica y creadora. La educación sirve para instruir, para lograr el desempeño de una tarea socialmente, digámoslo así, útil, legítima y retribuíble, pero también a la formación del ser humano en el sentido de bildung como proceso que contribuye a la constante tarea de constituir la individualidad autónoma en el sentido de una edidáxato, que significa “el que se ha enseñado”. Esta es una idea que Castoriadis toma del verso 354 de la tragedia Antígona de Sófocles, el retorno de la acción sobre el sujeto actuando. 10

VI Sin embargo, me parece que la cuestión en torno a la educación actual está centrada en el predominio del valor instrumental de la educación a favor del desarrollo de competencias operacionales que desplazan, como lo señalaba Barnett 11 a otras competencias generatrices de la formación (bildung) como la reflexión, la comprensión, el pensamiento crítico, la sensibilidad estética y la creatividad tanto en el orden de lo científico como en el campo de las artes, las humanidades y las ciencias sociales. Barnett atribuye este desplazamiento a las fuerzas sociales de la socie-


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dad industrial (ya sea económicas, tecnológicas y mediáticas) que presionan al sistema educativo a modificar tanto sus ideologías como las prácticas académicas instituidas y adaptar las currículas profesionales a las necesidades del perfil laboral del sistema tecno-industrial. En este contexto, una profesión basa sus procesos educativos en la incorporación tanto de saberes como de prácticas establecidas en el campo profesional específico. El proceso instruccional de la profesión, más allá de la calidad y actualidad de los contenidos de sus planes, programas de estudio, métodos pedagógicos, de la alta tecnología e infraestructura disponible en sus centros de estudio así como del grado y experiencia académica de sus docentes, se centra en proveer conocimientos, fomentar habilidades y estimular actitudes acordes con un perfil de egreso orientado al mercado laboral. La institución educativa lo que hace entonces es, como lo señalaba Safranski, “formar hombres repetidores de conocimientos” 12 para aplicarlos en escenarios de producción de bienes y otorgamiento de servicios a partir de un saber hacer y un saber proceder. Se estudia lo que el campo profesional ha consensuado como conocimiento legítimo y pertinente que supuestamente se empleará o aplicará en un trabajo, empleo o empresa concreta. La institución educativa, en este sentido, desarrolla todo el aparatus pedagógico que, a pesar de sus autonomías reconocidas (sobre todo a nivel de educación superior), articula o, en algunos casos, alinea las funciones sustantivas con las significaciones de la racionalidad instrumental del sistema industrial, como por ejemplo la adopción en algunos países como México del modelo educativo por competencias en el sistema de enseñanza pública. Nuevas corrientes pedagógicas contemporáneas tratan de abrirse paso en este escenario, y la tendencia predominante, cuando menos en el sector oficial, es el enfoque de las competencias. Las expectativas de este modelo de transformar las prácticas educativas tradicionales basadas en la repetición, la memorización y mecanización, se enfrentan, entre otros obstáculos, a la inercia burocrática de los sistemas públicos de enseñanza. El modelo de competencias (y no es el motivo del texto ahondar sobre este tema) lo he tomado como un ejemplo de la personalidad cultural de la institución educativa; el concepto mismo de competencia no sólo es parte de una norma de calidad, sino también de una significación que proviene de los consorcios industriales que se van instituyendo como virtud en un sistema industrial. 13 Educarse en un modelo por competencias y llegar a ser competente, es la habilidad que se manifiesta como la virtud instituida. La competencia no es tan sólo un dispositivo funcional del profesionista útil para el sistema, sino una significación culturalmente relevante para el sistema mismo. La competencia es la capacidad comprobable en el marco de un desempeño prescrito y verificable. Quien acepta, incorpora y actúa en esta forma, lleva la investidura; es portador de la virtud del sistema. 14 La competencia entonces forma parte de una heteronomía de la sociedad industrial que la institución educativa promueve en nuestros días. Si subsisten otras virtudes en la institución educativa, otros valores en relación con lo educativo, van quedando como parte de los estratos de significaciones desplazadas por la clausura de las sig-

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nificaciones en el marco de la lógica operacional del sistema. La competencia, como objetivo de la educación en la sociedad industrial está estrechamente vinculada con la racionalidad instrumental.

Notas Cornelius Castoriadis, Lo que hace a Grecia, 2 Seminarios 1983-1984. La creación humana III, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2012. 2 “La especificidad de lo sociohistórico no reside solamente en el ser-para sí, el sentido para… la representación… el afecto, la intención (deseo) […] Lo sociohistórico es en primer lugar, la especificidad fenomenológica de las formas que crea y a través de las cuales existe: las instituciones, en1

carnaciones de las significaciones imaginarias sociales y su producto concreto, su portador y reproductor: el individuo viviente en su condición de forma sociohistórica […] Lo sociohistórico es la forma ontológica que puede cuestionarse a sí misma y por lo tanto a través de esta actividad autorreflexiva alterarse explícitamente (…) Cornelius Castoriadis, Figuras de lo pensable, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2001. p. 262. 3 “De hecho esa es la verdadera significación de la verdad, pero que deberíamos llamar más bien corrección: la conformidad estereotipada de los enunciados y las representaciones con las que el mundo instituido y clausurado de las significaciones de la sociedad considerada estableció definitivamente el estado real de las cosas y así mismo el criterio instituido a través del cual esta conformidad es, en cada oportunidad, juzgada”. Cornelius Castoriadis, Figuras de lo pensable, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2001. p. 265. 4 “En el mundo greco-occidental la verdad es creada como el movimiento perpetuo para romper la clausura de las significaciones […] En el caso particular del conocimiento sociohistórico, nuestro interés tiene otra motivación […] aprehender las posibilidades esenciales de los seres humanos” Cornelius Castoriadis, Figuras de lo pensable, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2001. p. 265. 5 “Toda sociedad crea (en su clausura cognitiva o mejor aún su clausura de significación) su propio mundo que al mismo tiempo es tan natural (como sobrenatural) y humano” Cornelius Castoriadis, Figuras de lo pensable, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2001. p. 263.

“He definido la heteronomía como el hecho de pensar y actuar como lo exigen la institución y el medio social”, vid, Cornelius Castoriadis, Figuras de lo pensable, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2001, p. 108. 7 “Las instituciones […] son portadoras (o están animadas por) significaciones que no se refieren necesariamente a la realidad ni a la lógica”. Cornelius Castoriadis, Figuras de lo pensable, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2001. p. 95. 8 “La significación imaginaria, socializándose, convirtiéndose en un individuo social. La psique interioriza estas significaciones y aprende que el verdadero sentido de la vida se encuentra en la estima del clan, la esperanza de ir al cielo, ser un santo (“alguien en la vida”, un profesionista, un tri6

unfador…) acumular riquezas, construir el socialismo, etc.…” Cornelius Castoriadis, Figuras de lo pensable, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2001. p.123. 9 “Las significaciones imaginarias sociales se cristalizan en el imaginario social instituido (el cual) asegura la continuidad (de la sociedad) y la repetición de las mismas formas hasta que una nueva creación colectiva las reemplaza”. Cornelius Castoriadis, Figuras de lo pensable, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2001. p.96. 10 “Cuando me enseño […] me brindo a mí mismo algo que no poseo. La acción sobre sí mismo del autodidacta puede ser tanto su contenido como su sujeto que se definen y existen el uno para el otro” Cornelius Castoriadis, Figuras de lo pensable, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 200. p. 30. 11 Roland Barnett, Los límites de la competencia. El conocimiento, la educación superior y la sociedad, Gedisa, Barcelona, 2001. 12 Rüdiger Safranski, Schopenhauer y los años salvajes de la filosofía, Tusquets, Barcelona, 2008, p. 227. 13 Vid., Shirley Fletcher, Diseño de capacitación basada en competencias, Ed. Panorama, México, 2001. 14 “La institución provee sentido a los individuos socializados, así como los recursos para constituir el sentido para ellos mismos”. Cornelius Castoriadis, Figuras de lo pensable, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2001. p.124. Publicado en la revista electrónica Reflexiones Marginales, año 5, número 29. Octubre 2015 - Noviembre 2015, editada por la Universidad Nacional Autónoma de México, con permiso de sus editores. http:/ /reflexionesmarginales.com/


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CREACIÓN

Es un mar de dolor nuestro desierto Nektli Rojas

U

—Ustedes se creen muy chingones. Dijo la mujer justo antes de disparar su Smith & Wesson MP 9 mm. Le dio al chofer varias veces. Ella estaba de pie en el primer escalón del bus. 08:25 horas. Sangre, hilos de sangre gruesa y rojinegra, materia de pronta coagulación y pestilencia. ¡Arriba el norte! ¡Viva Juarecita! “Ciudad. Juárez es número uno Ciudad Juárez es the number one y la frontera donde debe vivir Dios Arriba Juárez, ajá…”

Country. Mi mayor, cambio a mi siete en frontera y cierre en la mayor en Dios. El coro entra en número uno y The number one. La Diana era morena, bajita, ni muy gorda ni muy flaca. Nomás había tenido una hija, que había nacido cuando la Diana tenía quince años, y se había muerto cuando la Diana cumplió dieciocho. 28 de agosto. 2013. 07:45 horas. La Diana le hace la parada a un bus de la Ruta 4 en la esquina de Ignacio de la Peña y Colombia, ahí por la tienda Metal Mecánica, donde se lee, abajo del número de teléfono en pintura morada: “es un mar de dolor nuestro desierto”. El chofer, Roberto Flores Carrera, se detiene y abre la puerta. La Diana, muy decidida con su peluca rubia, dispara desde abajo varias veces. Roberto logra salirse caminando del camión y cae de bruces en la calle, entre gritos y la sonrisa de Némesis, de espíritu presente. Pinche puta pendeja. Deja de gritar, cabrona, le ordenó mientras la golpeaba una y otra y otra vez en la cara. La nariz estaba rota y echaba sangre como si fuera fuente, los ojos, hinchadísimos de horror y putazos. Los labios, enormes. Ya cállate, puta, escuchó ella antes de desmayarse. —Ya la mataste, güey. —Ps ni modo. Menos problema, ¿no? ¿Le atoras o no le atoras? —No, me cái que yo con muertas no… Ái será pa’l’otra. Los hombres arrojaron el cuerpo por la puerta trasera del camión, a las orillas del desierto. Regresaron a Juárez, a seguir chupando y a reírse a mandíbula impunemente batiente, de las gracias del día. Buena noche. Buenísima. La Diana no se llamaba entonces la Diana. Era tan sólo una mujer anónima que venía de compartir su historia con la de miles de mujeres. Salir del trabajo de noche, montarse en la Ruta 4 para ir a su casa, haberse quedado sola en el bus con los monstruos de sus pesadillas. Y luego la muerte. Sin poesía, sin adjetivos románticos. La muerte que los hombres traen en los puños. La muerte con olor a caca y meados de macho. Los fluidos corporales de la violencia: saliva, semen, sangre. La Diana no estaba muerta. Casi, pero no. Se levantó horas después. La despertó el dolor. Cuando todo duele tanto, ya no se trata de dolores en, se trata del Dolor, el amo, el señor de las tinieblas. Nariz rota, mandíbula rota, los esfínteres interno y externo desgarrados. Sangre. Sangre. La sangre duele tanto. Tanto. Apenas podía ver a través de los ojos hinchados, que parecían llorar sangre. Gemir le ardía en los huesos. Se levantó,

bíblica, y anduvo. Se salvó. Ella sola se salvó. Fístulas, infecciones, el doble terror del posible embarazo, huesos rotos, cartílagos rotos, músculos rotos, moretones en las nalgas y en los muslos, abrasiones. La historia médica de muchas. 29 de agosto 2013. 08:20 horas. Colegio Militar y Universidad, enfrente de la Universidad de Juárez. La Diana espera. Su corazón se acelera bajo la camisa de cuadros. Ella lo calma. Lo justo es justo. Repasa en su mente las estadísticas. Nada demasiado personal para que los nervios no le ganen. Repasa rostros. Repasa historias. Una mujer muerta cada diez horas. Más del noventa por ciento de impunidad. Autobús 744. La Diana hace señal de pedir parada. Lo último que escucha Fredy Zárate es: Ustedes se creen muy chingones. La Diana se abrió un correo. En el grupo todas habían hablado mucho, de todo, de perdón, de venganza, de los hijos, de venganza. Había una chilanga que contó la historia de la Diana Cazadora, esa mujer de bronce que apunta a las estrellas del norte. Diana, les había dicho Martha la chilanga

DIBUJO

con su acento inconfundible, es la diosa de la cacería, mataba bestias en los bosques. Era virgen. Como era fuerte, atlética, y era diosa, no perdonaba las afrentas recibidas, de las que tomaba venganza. Eso dijeron a lo largo de las sesiones, ya fuera de ellas, debemos ser fuertes como Diana, buscarla dentro de nosotras para seguir adelante. La Diana sentía un dolor especial por dos de las compañeras, las más jóvenes, casi unas niñas, que habían sido atacadas por choferes de la ruta 4, igualito que ella. Ellas sabían quiénes fueron. Habían averiguado sus nombres. Son violadores seriales, se dijo ella. Cabrones. Artemisa del terreno virgen, señora de los animales, allá en la lejana Grecia antigua, se despertó una mañana. Era fuerte, era bella, era una mujer de mando. Casta, como era, decidió proteger a sus ninfas de los machos cabríos. La Diana tecleó: dianacazadoradechoferes arroba hotmail punto com. Contraseña: roberto1fredy2. Confirme contraseña: roberto1fredy2. La Diana siguió tecleando: “… aunque mucha gente sabe lo que sufrimos, nadie nos defiende… Creen que porque somos mujeres, somos débiles… yo soy un instrumento que vengará a varias mujeres que al parecer somos débiles para la sociedad, pero no lo somos; en realidad somos valientes y si no nos respetan nos daremos a respetar por nuestra propia mano. Las mujeres juarenses somos fuertes”. Enviar. “Ojos negros, piel canela / que me llevan a desesperar”, tararea Yuri Herrera mientras viaja en una de las unidades de la Ruta 4, esperando que

aparezca la Diana Cazadora. El retrato hablado de la Diana ha sido repartido entre los choferes, que lo traen a la vista. Enormes ojos negros, bolsas debajo de ellos, y un maxilar superior hiperplásico que cubren unos labios gruesos. Cualquiera. Todas las mujeres mexicanas se parecen a ella en esto o lo otro. Todas las mujeres mexicanas se parecen a ella. Yuri se fue a Ciudad Juárez a investigar para Radio Ambulante. “Postal de Juárez”, se le ocurrió. Como si tomara una foto y se la enviara a toda la gente, como un recuerdo de Juárez, lo que pinta a esta ciudad: violencia extrema contra las mujeres. Se metió a la internet, buscó lo más que pudo, entrevistó mujeres de varias edades y en varios sitios de Juárez: las calles, la universidad, los centros comerciales. Oyó más historias de violaciones y abusos. Abrió la supuesta página de Face de la Diana: mil doscientos setenta y cinco likes hasta el 3 de septiembre. Supo que la Diana había declarado temer por su vida, en un mensaje anónimo que llegó a RadioNet. Sentía que alguien la estaba siguiendo, que alguien la observaba. No era eso, que lo supieran y quisieran matarla. Era que la venganza la hacía resplandecer. Había recuperado su fuerza. Y esa luz, la luz de la venganza, se le salía por los ojos y los poros de la piel, la embellecía, transformaba sus miembros en las ágiles piernas y los fuertes brazos de Artemisa. “Las mujeres somos valientes”. Pero la Diana sabía que tarde o temprano, de una forma u otra, la espiral de la violencia, con la fuerza de una licuadora, la iba a atrapar. Entonces fue que se decidió. — Ya me voy, Juarecita. Ya nada me ata aquí. Hice lo que DE ALICE LEORA BRIGGS debía, a Dios le consta. Ni más ni menos. No me quisiste, Juarecita, no quieres a tus hijas, ingrata. No las quieres, dijo la Diana de pie en un punto de la frontera, enfrente de las muchas y muchas cruces que la adornan, macabras, y la embellecen, justicieras. Vine como una, y me voy como otra. La vida no es justa, pero es vida. La vida es una puta perra, pero, ay Dios, cómo la quiero. Gracias, Señor, que me dejaste llegar hasta aquí. Lo que me quede, es ganancia. La Diana se dio la vuelta y caminó hacia el norte. Cuando su madre murió, ella tenía diecinueve. No supo qué hacer y se fue a Juárez, a trabajar en la maquila porque alguien le dijo que ahí siempre necesitan mujeres que sepan trabajar duro. Ahora se iba otra vez, cazadora de la estrella del norte. No tenía la menor intención de regresar. Los miedos a la migra y la deportación habían desaparecido. Ya nada peor le podía pasar. Tenía que irse: mudar de piel. Lo que es justicia, Dios no lo considera pecado. “Eye for eye, tooth for tooth, hand for hand, foot for foot”. Yuri Herrera, con la amplia sonrisa de sus labios delgados, le preguntó al chofer: —¿De veras le tuvo miedo a esa mujer que no dejó subir al bus? ¿Piensa que en verdad podría ser ella? No se parecía tanto… o podría haber estado disfrazada. La Diana cazadora de choferes ya ni ha de andar por aquí, ya se ha de haber ido al gabacho. Llevo una semana viajando en esa ruta y ni sus luces… —Pues mire, señor, quién sabe. Más vale prevenir que lamentársela, ¿no cree?, le respondió el chofer con la mirada clavada en el bate que llevaba al lado del asiento, del lado izquierdo.


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De teatro y cine ENSAYO :: Teatro y cine: dos artes, uno milenario y otro recién nacido, dialogan entre sí para inspirarse el uno en el otro. Las numerosas adaptaciones actuales de obras dramáticas a la pantalla grande comprueban que el teatro sigue siendo un modelo evidente para el joven séptimo arte. POR SYLVAIN PROVILLARD sprovillard@hotmail.com No hay duda de que algunas de las mejores películas de la historia vienen del teatro. Todo es cuestión de encontrar una manera de hacer de la experiencia teatral algo que se pueda ver en cine. Kevin Spacey

A

l no recordar inmediatamente muchas películas inspiradas en obras teatrales, estaba a punto de desmentir al actor de Belleza americana. Sin embargo, me puse a investigar y me di cuenta que ignoraba el origen dramatúrgico de muchas cintas, salvo los musicales que, en su época de oro entre 1958 y 1968, se llevaron cinco Óscares a la Mejor Película (Gigi, Amor sin barreras, La novicia rebelde, Mi bella dama y Oliver). Poco a poco, empecé a hacer memoria: el Cyrano de Bergerac con Gérard Depardieu, el sublime y poco conocido Fausto de Alexander Sokurov (León de Oro en Venecia en 2011), La mujer que cantaba, La duda, El chofer y la señora Daisy, los ya clásicos Arsénico en caja y Un tranvía llamado deseo, y, claro, todas las películas shakesperianas. Se me había olvidado por ejemplo que El hombre elefante de David Lynch y las dos obras maestras de Miloš Forman, Amadeus y Atrapados sin salida, son adaptadas de obras dramáticas. Incluso el guión de Casablanca se basa en la obra Todos vienen al café de Rick, que nunca fue puesta en escena y cuyos derechos fueron comprados por la Warner Brothers. Fueron dos eventos totalmente independientes y circunstanciales los que me llevan a abordar el tema del teatro en el cine. El primero fue el estreno en Francia de Justo el fin del mundo, la nueva película del geniecillo canadiense Xavier Dolan, adaptada de la obra de teatro de Jean-Luc Lagarce. El otro acontecimiento, más triste, fue la muerte de Edward Albee, dramaturgo estadounidense, autor de ¿Quién le teme a Virginia Woolf?, obra que fue llevada con éxito a la pantalla grande en 1966, con Elizabeth Taylor y Richard Burton en los papeles protagónicos.

Una versión de Macbeth en teatro.

aparición del cine. En 1916, Charles Chaplin declaró que “el cine es solamente una moda pasajera. Lo que el público realmente quiere ver es carne y hueso en el escenario”. Se equivocó en su primera afirmación, ya que el cine es hoy en día una industria todopoderosa de la cual el director de Tiempos modernos fue un pionero. Sin embargo, es cierto que existe todavía una demanda por parte del público de experimentar el espectáculo en vivo: el cine no ha matado al teatro.

Conceptualización e identificación Al final ambos artes sobrevivieron y desde hace más de un siglo han estado en diálogo permanente. Si bien existen el teatro filmado y las adaptaciones en cine, el teatro también ha usado la herramienta cinematográfica en el escenario, con el uso de pantallas proyectando secuencias grabadas y editadas anteriormente. Al principio del siglo XX, se creía que no se podía prescindir del actor de carne

El padre teatro Cuando los pioneros del cine entendieron las posibilidades narrativas de esta nueva herramienta, se inspiraron naturalmente en el teatro: el juego de los actores, los diálogos, la escenografía e, incluso, el uso de estudios para rodar las películas restituían las condiciones materiales del teatro. Cuando llegó el cine sonoro en los años 30, asistimos a una verdadera avalancha de adaptaciones, a veces realizadas por los propios dramaturgos, como Marcel Pagnol, Jean Cocteau y Sacha Guitry en Francia, o por directores que trabajaron tanto en cine como en teatro, como Serguei Eisenstein, Ernst Lubitsch, Jean Renoir, Ingmar Bergman, Laurence Olivier y Orson Welles. Hasta la creación del lenguaje fílmico por D.W. Griffith, el cine no era más que teatro filmado. Posteriormente, el séptimo arte tuvo un papel importante para la renovación de la dramaturgia: de cierta forma el arte teatral tuvo que replantearse y redefinirse con la

Carteles publicitarios de Incendios, fue llevado al cine con éxito como La mujer que cantaba, y la obra teatral de Edward Albee en su versión cinematográfica ¿Quién le teme a Virginia Woolf?


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Puesta en escena teatral de Un tranvía llamado deseo.

y hueso, de su cuerpo presente en el escenario. ¿Es irremplazable el aquí y ahora de la representación teatral? Para André Bazin, la pantalla restituye la presencia “a la manera de un espejo, pero de un espejo diferido, cuyo azogue retuviera la imagen”. Lo que se pierde en testimonio instantáneo se gana, en el cine, gracias a la proximidad artificial permitida por los acercamientos de cámara (algo que hace a la perfección Xavier Dolan con sus actores en Justo el fin del mundo). Según el crítico de cine galo, los personajes de la pantalla son objetos de identificación, mientras que los del escenario son objetos de oposición mental, es decir, la voluntad activa del espectador de teatro debe intervenir para transformarlos en objetos de un mundo imaginario, proceso que es el fruto de una inteligencia que se puede exigir solamente a individuos plenamente conscientes. Al contrario, el espectador de cine se identifica por un proceso psicológico que uniformiza las emociones: las películas sólo exigen de ellos una adhesión pasiva. Seguramente la conceptualización era uno de los objetivos de Lars von Trier en sus obras Manderlay y Dogville, cintas filmadas en un escenario sin decorado, donde el espíritu del espectador tiene que recrear la escena a partir de pequeños detalles: un objeto, un ruido, una luz, un gesto ínfimo en el rostro de los actores. Estas cintas son la prueba de los aportes recíprocos de ambos artes: la magia del teatro se une a la del cine. Así como el teatro ayudó al cine en sus primeros balbuceos, el cine quizá esté ayudando al teatro a encontrar un segundo aire.

Diez películas recientes adaptadas de obras de teatro Justo el fin del mundo (Xavier Dolan, 2016) La sexta película del quebequense de 27 años es una exploración de traumas familiares, a través de planos cerrados que captan las mínimas emociones de los rostros y complementan la fuerza de los diálogos de la obra de teatro. Gran Premio en Cannes este año, la cinta narra el regreso de un escritor a su casa después de 12 años sin ver a su madre y a sus hermanos, para anunciarles su muerte próxima. Macbeth (Justin Kurzel, 2015)

La voluntad activa del espectador de teatro debe intervenir para transformarlos en objetos de un mundo imaginario (...) El espectador de cine se identifica por un proceso psicológico que uniformiza las emociones: las películas sólo exigen de ellos una adhesión pasiva Después de Coriolanus, dirigida y actuada por Ralph Fiennes en 2011, y Mucho ruido y pocas nueces en 2012, Macbeth es la más reciente adaptación de William Shakespeare. Reúne a Michael Fassbender y Marion Cotillard en una obra visualmente deslumbrante, con paisajes neblinosos y escenas de batallas de gran realismo. Amar, beber y cantar (Alain Resnais, 2014) Fue la última película que el director de Hiroshima mi amor realizó antes de fallecer. Esta obra híbrida entre cine y teatro, con formato cinematográfico pero trama y decorados teatrales, narra los últimos días de un actor a punto de morir que intenta seducir a las esposas de sus mejores amigos. Agosto: las vueltas del destino (John Wells, 2013). Meryl Streep, Julia Roberts, Juliette Lewis, Chris Cooper, Sam Shepard y Ewan McGregor protagonizan esta adaptación de la obra de Tracy Letts, drama psicológico en la mejor tradición del teatro estadounidense del siglo XX: una familia tiene que reunirse cuando el padre desaparece misteriosamente. Cesar debe morir (Paolo y Vittorio Taviani, 2012) Este docuficción italiano realizado por los directores de Padre Padrone narra la adaptación teatral de la obra shakesperiana Julio César por los presos de una cárcel romana de alta seguridad. A la vez documental sobre la vida carcelaria y teatro filmado, Cesar debe morir ganó el Oso de Oro en Berlín.

¿Sabes quién viene? (Roman Polanski, 2011) El director de El pianista realizó ¿Sabes quién viene?, cinta basada en la obra Un dios salvaje de Yasmina Reza. Es una obra a puerta cerrada que reúne a dos parejas de padres (Kate Winslet-Christoph Waltz y Jodie Foster-John C. Reilly) que tienen que discutir sobre un acto violento cometido por un hijo al otro. La plática aparentemente cortés y civilizada degenera poco a poco hacia a un caos absoluto. Gebo y la sombra (Manoel de Oliveira, 2011) El director portugués, quien falleció el año pasado a sus 106 primaveras, era un amante del teatro. Adaptó numerosas obras dramáticas, entre ellas, El zapato de raso de Paul Claudel con una duración de casi 7 horas. En 2011, el cineasta luso dirigió en Gebo y la sombra a Michael Lonsdale, Claudia Cardinale y Jeanne Moreau para contar la historia de una familia cuyo equilibrio está afectado por el regreso del hijo. La mujer que cantaba (Denis Villeneuve, 2010) La tetralogía La sangre de las promesas del autor líbano-canadiense Wajdi Mouawad, sobre la necesidad de los seres humanos por conocer sus raíces, es lo más bello que he visto en teatro últimamente. El segundo opus, llamado Incendios, fue llevado al cine con éxito, agregando una dimensión realista a la tragedia original. Frost/Nixon: la entrevista del escándalo (Ron Howard, 2008) El director de El código Da Vinci llevó a la pantalla grande la obra homónima de Peter Morgan, basada en la verdadera entrevista (la más vista en la historia) que el periodista David Frost logró hacer al presidente Richard Nixon, pocos años después del escándalo del Watergate. La duda (John Patrick Shanley, 2008) El propio dramaturgo adaptó su obra y dirigió la película que narra las dudas de la hermana Aloysius (Meryl Streep) en cuanto a la culpabilidad del padre Flynn (Philip Seymour Hoffman) en casos de pedofilia. Un extraordinario reparto lleva de forma magistral esta historia angustiante sobre la culpa, el perdón y la duda que nunca deja el alma en paz.


8 | LETRAS ~ CAMBIO DE MICHOACAN

SÁBADO 1 DE OCTUBRE DE 2016

Ahí les va este corrido... ARTÍCULO :: Native León, un hombre de Comburindio, de Ángel Ramírez Ortuño. POR GREGORIO MARTÍNEZ MOCTEZUMA tallereando@yahoo.com.mx

C

uando terminé de leer Native León, un hombre de Comburindio, número 25 de la Colección Canto a mi Tierra (Ediciones Oro/Ediciones del Lirio, México, 2015), de Ángel Ramírez Ortuño, recordé los versos del escritor alemán Bertolt Brecht que hablan de los hombres que luchan toda la vida y son imprescindibles. Sin duda, el autor de este libro conmemorativo lo es. Y no porque haya luchado toda su vida, que todos lo hacemos a nuestro modo y posibilidades, sino porque el guerrerense asentado desde hace muchos años en Huetamo ha realizado una labor profesional encomiable en esta ciudad terracalenteña, cuyas cualidades se pueden apreciar y disfrutar en esta obra. Ramírez Ortuño ha realizado un trabajo periodístico diverso y puntual, que tal vez ya sea hora de que sea más y mejor reconocido. Por supuesto, uno también se queda con la idea de que el hombre que motivó la tarea escritural es uno de esos hombres de los que encomia Brecht, pues la biografía que plasma Ramírez Ortuño así lo deja entrever: Native León era un hombre a carta cabal, un hombre de una sola figura, un hombre de una vocación de servicio y amor por su terruño —Comburindio, perteneciente al municipio de Huetamo— que ya no abundan en estos días en Michoacán ni en nuestro país. Un hombre que por azares del destino entregó la vida para que otro, un amigo, no la perdiera. Un hombre, pues, imprescindible para mejorar la vida de su familia, de sus semejantes, de su entorno, de su país. Un hombre cuya vida incluye tintes de “corrido literario de largo aliento”, como lo señala Virgilio Bermúdez Núñez en el prólogo. La vida de Native contada por Ángel Ramírez Ortuño es un homenaje a su memoria, pero también lo es a su familia, a sus padres, hermanos y descendientes. Un homenaje a

Portada del libro Native León, un hombre de Comburindio, de Ángel Ramírez Ortuño.

un pueblo michoacano que vio nacer a un hombre que reunía muchas de las cualidades que adornan a un ser humano ejemplar. El trágico desenlace de una vida hizo posible que treinta años después ésta se recuperara con el propósito de ser modelo para las mujeres y hombres de bien que pueblan ese rincón de Michoacán. Sí, porque el libro de la vida de un hombre ejemplar no puede tener otro fin que iluminar y señalar la senda de los que lo leen.

Litografía antigua de la parroquia y calle de San Juan, en Huetamo de Núñez.

De esta manera, un aire épico recorre las páginas de este libro, un deseo de que la muerte prematura de un hombre en la flor de la edad trascienda los límites que le impuso el destino; asimismo, un ideal artístico impulsa al escritor para poner la vida y la muerte de un hombre a la altura de la historia. Sí, para el autor, Natividad (Native) León Tavera es una especie de héroe campirano, civil, del que todo pintaba para que diera más muestras de su genio y talento. En este libro, que bien podría afirmar que es y será el libro mayor de su carrera profesional, Ramírez Ortuño se suelta la mano y traza magníficos retratos de la vida en el solar terracalenteño, logra fragmentos de literatura regional de calidad y, hay que decirlo, en ocasiones se olvida del héroe para dejarse llevar por el amor al terruño y regalarnos otros tantos admirables retazos de microhistoria. Pero Native León, un hombre de Comburindio, es más que una biografía: es la visión panorámica de cómo se vive y muere en la Tierra Caliente michoacana, de cómo un patriarca local, don Paciano León, tiene las agallas y la grandeza moral necesarias para evitar más derramamiento inútil de sangre entre su numerosa familia; además, es la visión personal de la historia general de Huetamo. Quizás sin proponérselo, y quizás sin el quizás, Ramírez Ortuño hizo la radiografía del modo de ser, sentir y pensar del hombre que vive en la Tierra Caliente michoacana. Un libro que, pasado el tiempo, como las cosas perdurables de la vida, se volverá imprescindible para conocernos mejor, para saber qué somos y qué queremos ser; uno al que debemos volver cada cierto tiempo para reflejarnos e intentar descifrar los arcanos que conforman nuestra personalidad, nuestro ser más recóndito y auténtico, y de este modo realizar los ajustes necesarios para cambiar y ser mejores personas y ciudadanos.


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