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[ Letras ] DE CAMBIO

SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN | NUEVA ÉPOCA | COORDINADOR: VÍCTOR RODRÍGUEZ MÉNDEZ | 26 DE DICIEMBRE DE 2015 |

La crónica Elogio de un género extraviado POR MARTÍN CAPARRÓS | PAG. 2

Distinguidas POR NETZAHUALCÓYOTL ÁVALOS | PAG. 4

El premio mayor

Jethro Tull: a 40 años de un long play rocanrolero olvidado POR ROBERTO PONCE | PAG. 6

POR ADRIANA PINEDA | PAG. 5

¿Atole con el dedo? /y2 POR ESTEBAN MARTÍNEZ | PAG. 8


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La crónica Elogio de un género extraviado POR MARTÍN CAPARRÓS

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unca pensé que sería periodista: sucedió. Cuando era un chico —pero no lo sabía— no me hacía demasiados futuros, salvo la patria socialista; a veces, cuando me preguntaba qué haría como trabajo, imaginaba que fotos o que historia. Era casi comprensible: tenía 16 años. Por eso fue tan sorprendente que aquel día de diciembre del ‘73 Miguel Bonasso, amigo de amigos de mis padres y director de Noticias, un diario que recién salía, me aceptara como aprendiz de fotógrafo. Pero, me dijo, me empezarían a formar en marzo; mientras tanto podía esperar en mi casa o trabajar el verano como cadete; le dije que empezaba al día siguiente. —¡Che, pibe, hace media hora que te pedí esa Cocacola! —Ya va, maestro, ya se la llevo. En Noticias trabajaban escritores que admiraba: Rodolfo Walsh, Juan Gelman, Paco Urondo. Yo intenté ser un cadete serio. Durante un par de meses manché a media redacción con cafés mal servidos y repartí corriendo los cables de las agencias a las secciones respectivas. Hasta esa tarde de sábado y febrero que me cambió la vida. Hacía calor, hacía calor, el diario era un desierto y un viejo periodista —debía tener como 40 años— me pidió que lo ayudara: me preguntó si me atrevía a redactar una noticia que venía en un cable. La nota se tituló “Un pie congelado 12 años atrás”, y empezaba diciendo que “Doce años estuvo helado el pie de un montañista que la expedición de los austríacos encontró, hace pocos días, casi en la cima del Aconcagua”. Después ofrecía más detalles, y terminaba informando de que “la pierna, calzada con bota de montaña, que los miembros del club Alpino de Viena encontraron el pasado lunes 11, cuando descendían de la cumbre, pertenece al escalador mexicano Oscar Arizpe Manrique, que murió en febrero de 1962, al fracasar, por pocos metros, en su intento de llegar al techo de América”. En esos tiempos en la Argentina no había escuelas: al periodismo se llegaba así, por accidentes.

En el diario Noticias escribí mis primeros artículos, aprendí rudimentos, admiré de más cerca a Rodolfo Walsh —mi jefe—, supuse que si ser periodista era poder mirar, entrar a los lugares, hacer preguntas y recibir respuestas y creer que sabía y ver, casi enseguida, el resultado de la impertinencia en un papel impreso, la profesión me convenía. Ahora, en tiempos computados, cualquiera escribe en Times New Roman; entonces —un larguísimo entonces— llegar a ver tus letras convertidas en tipografía era un rito de pasaje apetecido, que otros controlaban. Lo más fácil era hacerlo en un periódico. Y eso para no hablar de los bares trasnochados, los olores a rancio y a tabaco, los secretos, la camaradería, todo eso que

© MAGDALENA SIEDLECKI

El periodista argentino Martín Caparrós.

entonces parecía parte inseparable del oficio. Pero, además, Noticias era un emprendimiento militante: trabajar allí no era trabajar, era participar en un proyecto — y además nos pagaban. Por eso unos meses más tarde, cuando el gobierno lo cerró, yo quería seguir en periodismo y sabía, al mismo tiempo, que nunca nada sería del todo igual.

(...) supuse que si ser periodista era poder mirar, entrar a los lugares, hacer preguntas y recibir respuestas y creer que sabía y ver, casi enseguida, el resultado de la impertinencia en un papel impreso, la profesión me convenía

Mi padre, sospecho, no lamentó ese cierre. Era un intelectual de aquella izquierda, comprometido, estudioso, muy drogón; un psicoanalista que, cuando vio que podía volverme periodista, me sentó y perorome: —Si quieres hacer periodismo haz periodismo, yo no puedo impedirlo, pero trata de no ser un periodista. Mi padre era español: siempre me habló de tú. —¿Por qué, cómo sería un periodista? —Alguien que sabe un poquito de todo y nada realmente. A mí el programa no me disgustaba. Me contrataron en un semanario deportivo; después tuve que irme. El golpe de 1976 y sus variados contragolpes me retuvieron en París, Madrid: me descubrieron que había un mundo. En esos siete años estudié historia, empecé a novelar, hice muy poco periodismo. Me gustaba — todavía me gustaba— leer diarios y revistas; quizá por eso, cuando volví a la Argentina, imaginé que mi oficio era ese. De un modo muy confuso: hicimos, con mi amigo Jorge Dorio, un programa de radio que creía que innovaba, un programa de televisión que creía parecido, una revista literaria que creía lo contrario. Sí trabajé, 1986, como editor de la revista

que más influyó en el periodismo argentino de esos tiempos. El Porteño había sido fundada en 1981, aún dictadura, por un muchacho inquieto y atrevido, Gabriel Levinas, y un narrador de talla, Miguel Briante. Pero en 1985 Levinas no quiso perder más dineros y la revista quedó a cargo de una cooperativa de sus colaboradores: Osvaldo Soriano, Jorge Lanata, Homero Alsina Thevenet, Ariel Delgado, Eduardo Blaustein, Marcelo Zlotogwiazda, Enrique Symms y unos cuantos más. En El Porteño empezaron a publicarse unos artículos largos que llamábamos territorios porque contaban, con prosa bastante trabajada, la vida de un barrio, un oficio, un sector social. Allí le hice, por ejemplo, a un joven médico y diputado mendocino que amenazaba con renovar la política, una entrevista interminable: nos encontramos una mañana en su oficina del Once y empezamos a hablar y seguimos hablando; cada tanto, él o yo nos levantábamos para ir al baño. Yo picaba mis rayas de coca en el vidrio de su botiquín —que, visiblemente, alguien más estaba usando con el mismo propósito, y en la oficina no había nadie más. Ocho horas después volví a mi casa; era viernes, tenía cinco casetes de hora y media, algunos gramos más en aquel recoveco de la chimenea y todo el fin de semana por delante. Saqué papel, la máquina; cuando por fin paré, el domingo a la noche, tenía más de cien páginas tipeadas. La entrevista no se publicó entera, pero casi. En un panorama periodístico tedioso, rígido, hacíamos esas cosas. El Porteño nunca tuvo muchos lectores; su influencia —indirecta, innegable— empezó cuando Jorge Lanata y la mayoría de sus cooperativistas lo abandonamos para em-


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pezar un diario que, extrañamente, se llamó Página/12. Casi todo lo que después sería el “estilo Página” se había fraguado en El Porteño. Yo participé en la salida de aquel diario, mayo de 1987, como jefe de la sección y el suplemento de cultura; al cabo de un mes y medio Soriano ya había convencido a Lanata de que mejor me echara. Después pasó el tiempo y, de pronto, quise convertirme en un hombre de bien. Corría 1991, ya había cumplido los 33 años y era un señor casi feliz: hacía cositas. Había publicado tres novelas que nadie había leído y me creía un escritor joven; me ganaba la vida: traducía, vendía notas, conducía en radio o en televisión, dirigía una revista de libros, enseñaba historia del pensamiento en la universidad. Mi relación con el periodismo seguía siendo confusa. Pero aquel mes de marzo, cuando nació Juan —primero mi primero, tiempo después mi único hijo— y supuse que debía cambiar de vida, cuando decidí convertirme en un hombre de bien, fui a ver al director de Página/12. Se ve que, pese a todo, no se me ocurría otro lugar: —Tengo dos propuestas para hacerte. Una que te conviene a vos, otra que me conviene a mí. Jorge Lanata, taimado como suele, me dijo que le dijera primero la que me convenía: —Quiero ser crítico gastronómico de Página/30. Página/30 era una revista mensual que Página/12 había sacado unos meses antes. No le estaba yendo bien: su jefa de redacción no sabía qué hacer con ella. Pero Lanata tenía sus pruritos: que la revista ya parecía bastante pretenciosa, que una sección de crítica de restoranes la iba a volver peor todavía. —No, eso no puedo. ¿Y la que me conviene a mí? —Que me pongas a editar tu revista, que la verdad que está muy mala. Lanata me dijo que tampoco, que nos íbamos a pelear todo el tiempo —y creo que era cierto. Ya me iba, derrotado, cuando me dijo que por qué no hacía “territorios”. —Hacete uno por mes, un territorio de algo cada mes y te los pago bien. Dale, por qué no empezás con Tucumán, todo el quilombo que hay con Bussi. Era una propuesta rara. En esos días, en la Argentina, no se hacía periodismo narrativo. O se hacía en muy pequeñas dosis: a veces, notas de Página/12 usaban formas de relato para contar ciertas situaciones —una reunión de ministros, un crimen, un castigo— en artículos que nunca excedían los seis mil caracteres, mil palabras. —Pero si me dan el espacio suficiente y no me rompen las bolas. —No te preocupes. Claro que te vamos a romper las bolas. La idea, por supuesto, no era nueva. Se había hecho, antes, mucho y bien: en los sesenta —que, en la Argentina, duraron desde 1958 hasta 1973, poco más o menos— varios medios lo practicaron con denuedo. En Primera Plana escribía, entre tantos otros, Tomás Eloy Martínez. Y el suplemento cultural del diario La Opinión, que dirigió Juan Gelman, publicó las excelentes historias de Soriano o de Raab. Y la revista Crisis, las de María Esther Gilio, Paco Urondo, Eduardo Galeano. Después primó la idea de que los lectores —como todo el resto de los argentinos— eran idiotas. —Dale, a vos te gusta hacer esas porquerías ilegibles. Empezá con Tucumán y después vemos. Cerró Lanata. Yo no lo habría propuesto pero acepté curioso, casi interesado. En pe-

Distinguidas A LA SAZÓN :: POR NETZAHUALCÓYOTL ÁVALOS ROSAS

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s sensato decir que cada fruta es un mundo. De hecho, su constitución individual es uno de los obsequios más exquisitos de la naturaleza. Cada planta o cada árbol se expresa de manera dife-rente en cada uno de sus frutos. Y cada uno, por más parecido que tenga con sus congéneres, es una realización propia. No somos iguales ni las personas ni los frutos aunque seamos del mismo árbol. El sol, el aire, los insectos, la noche y el polvo estelar llegan de manera diferente a cada tronco. Cada rama es distinta en el número de retoños, cada hoja hace su propia fotosíntesis, cada flor llama al sol con diferente pasión, cada botón aprovecha su propia ocasión de medrar. Y cada tipo de fruta evoca un medio ambiente exclusivo: la frescura enervante de la montaña, el brillo mineral del desierto, la acogedora humedad de la cañada, el bravo calor del valle, o la dulce tibieza de las caprichosas colinas. Lo que sí corresponde a todas, es la necesidad y la capacidad de abastecerse de agua. Todas son aspiradoras y fuente del vital líquido. De hecho, a falta de manantiales, la mejor forma de consumir agua saludable es a través de las frutas. Con su aroma, forma, color, sabor y textura cada una es un orbe que nos evoca un paraje particular del planeta, una historia natural, un ágora de sensaciones y sentimientos respecto a nuestras experiencias con el campo. Las frutas nos trasladan al origen de las andanzas humanas. Es la comida a la que mejor estamos adaptados, desde la dentadura hasta nuestro aparato digestivo. Es lo primero que los antropoides recolectaron y se llevaron a la boca, hace miles de años, antes de tragar carroña o de aprender a explotar la tierra. Ahora, que somos más humanos, deberíamos continuar esa amable tradición al menos cada mañana. Si nos resultan deliciosas, son frescas, y las digerimos pronto es porque son ejemplos de sencillez funcional, auto-cuidado y economía

energética. Se trata de cápsulas espaciales en estado latente, diseñadas para preservar la semilla de la vida mientras aterrizan en una época y en un lugar adecuado para recrearse. Limpian, rejuvenecen y dan energía. Alientan y al mismo tiempo transportan la existencia. Cada fruta es un envase de agua, minerales y carbohidratos; prácticamente, una pila de energía vibrante capaz de encender los instintos de manera espontánea. Son comunes por hidratar y brindar energía inmediata, constituyen riqueza y variedad en la geografía. Existen cientos de variedades de cada especie y miles de especies con un sabor exclusivo, por eso se disfrutan mejor de manera individual. Y es que cada fruta contiene una combinación de aminoácidos, enzimas, minerales, vitaminas y aceites esenciales, que es única en el universo.

LA NOTA, LA RECETA, EL SECRETO No se mezclan: aunque son la comida de más fácil digestión, su óptimo aprovechamiento depende de comer una sola fruta en cada ocasión (La mayoría se digieren entre 30 minutos y una hora). Para aprovechar al máximo sus nutrientes y evitar indigestión deben combinarse adecuadamente, aunque no más de tres a la vez. Mezclarlas con otros alimentos es gravemente perjudicial. Las únicas combinaciones aceptables son: dulces con semidulces. Las frutas ácidas y semiácidas en ningún caso deben revolverse. Ejemplos de tipos de frutas · Dulces: plátano, durazno, higo, mamey, zapote, pasas, sandía, caña de azúcar. · Semidulces: mango, manzana, papaya, pera, uvas rojas, duraznos, guanábana. · Ácidas: fresa, guayaba, limón, moras, frambuesa, arándanos, piña, toronja, zarzamora, mandarina. · Semiácidas: ciruela, kiwi, níspero, tejocote, uvas verdes, capulín.


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riodismo, se diría, las cosas me suceden. Estaba nervioso: pensaba que debía encontrar algo así como una forma de hacer —me decía, por no decir “estilo”. Leí. Me sorprenden personas que quieren ser periodistas y no leen: como un aprendiz de pianista que se jactara de no escuchar música. No se puede escribir sin haber leído demasiado; no se puede pensar —entender, organizar, hablar— sin haber leído demasiado. Leí. Siempre supe que tenía una sola habilidad: imito voces. Leo un fragmento y puedo escribir con ese ritmo, esa cadencia, esas maneras. No hay invención pura; no hay más base posible que la imitación: alguien imita a uno, a tres, a seis; de la mezcla de lo imitado y los deslices del imitador va surgiendo —o no— algo distinto. Era importante, entonces, elegir qué leer para ir armando una manera. Me decidí por cuatro libros que recordaba como ejemplos de periodismo narrativo. Lugar común la muerte reúne lo mejor de Tomás Eloy Martínez: encuentros con personas o con situaciones siempre al borde de la literatura, de éste o el otro lado. Son relatos tan bellos, tan exactos, tan perfectamente engarzados que a veces se echa en falta algún error. Operación Masacre es un clásico contemporáneo: la prosa seca y brutal de Rodolfo Walsh al servicio de la historia de una búsqueda tenaz que terminó encontrando lo más inesperado. Un triple ejemplo: de cómo averiguar lo más oculto, de cómo estructurar un relato, de cómo escribirlo sin alardes para que su eficacia se haga extrema. Music for chameleons ofrece algunos de los mejores textos cortos de Truman Capote —que es decir: algunos de los mejores textos cortos americanos de las últimas décadas. Y, sobre todo, el relato del título: Capote sigue a la chicana Mary Sánchez, la mujer que le limpia la casa, a través de un día de trabajo por distintos pisos neoyorquinos, y demuestra que las supuestas fronteras entre periodismo y literatura son tan tenues. Inventario de otoño es otra compilación: una serie de artículos que publicó, a principios de los ochenta, Manuel Vicent con historias de viejos. Los entrevistaba, les hacía contar cosas, las contaba él. Las historias podían ser mejores o peores pero fueron, para mí, la ocasión de encontrar una música: un ritmo que he copiado tanto. Se lo he dicho, después, alguna vez, al maestro Vicent: no siempre recuerdo la letra de sus textos pero puedo tararearlos sin problema. No sé si lo pensé entonces: ahora me queda claro que los cuatro que elegí son o fueron, también, escritores de ficción. Tucumán solía ser la provincia más chica —y una de las más agitadas— de Argentina. En ese momento se preparaban unas elecciones que amenazaba ganar un general que la había gobernado durante la dictadura — y había matado, en aquellos años, a mucha gente—: un símbolo molesto. El gobierno nacional, para impedirlo, le opondría al tucumano más famoso: un cantor pop de origen muy pobre que se había convertido, en los sesenta, en uno de los grandes personajes argentinos, Palito Ortega. Recuerdo el avión medio vacío en que volé hacia allí, las canciones de Camarón que escuchaba en aquella casetera grande como una biblia de hotel. Recuerdo la noche en que llegué, aquel susto.

Martín Caparrós.

En esos días, en Argentina, nadie hablaba de “crónica”: no era una palabra de nuestro repertorio. O sí, pero decía otras cosas. La palabra “crónica” no tenía ningún prestigio en el mundito periodístico argentino.

La ciudad es siempre diferente. Para el viajero que llegue por la noche, la ciudad aparecerá primero como un bloque de olores espesos y calores, de luces tibias que iluminan apenas; habrá hombres y mujeres, en las veredas más lejanas, que buscarán el aire, que se moverán como si flotaran, sin sonidos. Así el viajero irá internándose de a poco, llegando poco a poco a alguna parte. Entonces caminará por una calle comercial y bulliciosa, atestada de luces y atravesada de carteles que le ciegan la noche, poblada de maquinitas tragaperras, coches lentos y adolescentes que se buscan con los ojos como si no doliera, con ropas de domingo. Y si la noche es noche de domingo, el viajero caminará esa calle hasta la plaza central, la plaza que se llama Independencia —como todo, como el operativo, como la casita—, y le irán llegando entre palmeras los aires de un pasodoble. Entonces el viajero se preguntará por qué las mujeres de las ciudades ajenas siempre parecen propias, apetecibles, accesibles y en la plaza habrá globos, manzanas confitadas, pirulíes y bailarines de ese pasodoble. La banda estará vestida con camisas blancas, de mangas cortas, que harán juego con las palmeras, subida sobre un palco de ocasión ante la casa de gobierno afrancesada y cubierta de lamparitas patrias. Y aquí también se encuentra, dirá un locutor, el doctor Julio César Aráoz, interventor de nuestra provincia, y pedirá el aplauso. El viajero, tal vez, debería quedarse en esta noche de domingo y globos y callar, no buscar las señales, bailar el pasodoble, pero el locutor repetirá justo entonces que el señor interventor se encuentra acompañado de su familia, y dirá que ellos merecen el aplauso de este pueblo de Tucumán y el aire olerá a garrapiñadas y lluvia y jabón pudoroso y después, entonces, aunque parezca tonto, la banda empezará Volver, como si fuera un tango. (…) El lector avisado puede comprobar que en el principio de este primer texto —”…para el viajero que llegue por la noche…”— hay más que un eco de las Ciudades invisibles del maestro Calvino. Sigue siendo, tantos años después, un libro que admiro; no recuerdo, tantos años después, si lo retomé con deliberación o se me impuso. Pero, en cualquiera de sus formas, la copia es, insisto, la única manera de empezar. (Después el texto se internaba en los

vericuetos de la política local de ese momento —y conseguía un interés muy local, muy de ese momento. Alguna vez, pasados muchos años, tuve que preguntarme qué era lo que hacía que un artículo de periódico pudiera leerse pasados muchos años. No sé si supe; sé que, a más información contemporánea, a más nombres y números y caras pasajeras, más posibilidades de que el texto se vuelva ilegible con el tiempo. Pero, en cualquier caso, se supone que esto es, pese a todo, periodismo: que uno lo escribe para el día siguiente. Que se pueda leer veinte años después es una especie de beneficio secundario —¿un beneficio secundario?— que, supongo, no debería intervenir en el esfuerzo de escribirlo). La nota —el “territorio”— sobre Tucumán se publicó en la edición de abril de 1991 de Página/30. Inauguraba una sección fija —mi sección— que había que bautizar. En los veintitantos años que pasaron desde entonces, muchas veces me pregunté por qué se me ocurrió ponerle Crónicas de fin de siglo. En esos días, en Argentina, nadie hablaba de “crónica”: no era una palabra de nuestro repertorio. O sí, pero decía otras cosas. La palabra “crónica” no tenía ningún prestigio en el mundito periodístico argentino. Había, para empezar, un diario Crónica, que ocupó durante décadas el lugar de la prensa amarilla de las pampas. En esos tiempos todavía había dos diarios vespertinos —que, con el tiempo, fueron desplazados por la televisión y su noticiero de las ocho. Uno era la Crónica, el otro La Razón. Cualquier tarde de mi infancia en Buenos Aires miles compraban La Razón o la Crónica; solo los días muy especiales —los golpes de estado, los alunizajes, campeonatos de Boca— daban para pedir los dos al mismo tiempo. Pero los canillitas los voceaban siempre juntos: Razón, Crónica, diarios —y en ese orden, siempre en ese orden. Razón Crónica diarios es un concepto que todavía trato de entender: razón crónica diarios. Crónica era un tabloide en una época en que solo los diarios populares lo eran; solía tener un solo título grande en la tapa y alguna foto más o menos escabrosa. Cuando había un crimen importante —¿un crimen importante?— sus ventas se disparaban: nadie mejor que ellos para sobornar a policías y conseguir los datos que ninguno tenía —y publicarlos. No solo por eso, el sustantivo crónica solía llamar, entonces, al adjetivo roja. Hablar de crónica — roja— era hablar de sangre, de botín, de malvivientes, de crímenes y fugas, de muertes amorales: de lo que entonces se solía llamar los bajos fondos y ahora, por corrección política y respeto por lo horizontal, se llama marginalidad. Pero, además, en el escalafón rigurosamente definido del periodismo argentino, el cronista era el grado más bajo. El cronista era el chico que acaba de entrar, el aprendiz al que todos le encargan las tareas más aburridas, más laboriosas, al estilo de “andate a la calle Boyacá y Cucha Cucha y fi jate si está saliendo agua porque llamaron unos vecinos para denunciar que se les cortó”. O, más en general, el que tenía que ir a buscar la información, pero no tenía derecho a escribirla: debía entregársela a un superior jerárquico —que, para que no quedaran dudas, se llamaba redactor y tenía la misión de redactarla. Crónica era un diario desdeñado, el cronista, el escalón más bajo de la escala zoológica; en la Argentina de 1991 decir que


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uno hacía crónicas era una especie de chiste, una provocación. O, si acaso, referirse a una tradición casi perdida. “La crónica es, tal vez, el género central de la literatura argentina. La tradición literaria parte de una crónica magistral, el Facundo. Otros libros capitales como Una excursión a los indios ranqueles, de Mansilla; Martín Fierro, de Hernández; En viaje, de Cané; La Australia argentina, de Payró; los aguafuertes de Arlt; Historia universal de la infamia y Otras inquisiciones, de Borges; los dos volúmenes misceláneos de Cortázar (La vuelta al día… y Último round); y los documentos de Rodolfo Walsh son variaciones de un género que, como el país, es híbrido y fronterizo”, escribiría, un año más tarde, en un artículo que tituló Apogeo de un género, Tomás Eloy Martínez, su mejor cultor. Hablaba de un libro que, pronto, se iba a llamar Larga distancia. Además me gustaba que en la palabra crónica se escondiera el tiempo: Cronos, el comedor de hijos. Siempre se escribe sobre el tiempo, pero una crónica es muy especialmente un intento siempre fracasado de atrapar lo fugitivo del tiempo en que uno vive. Su fracaso es una garantía: permite intentarlo una y otra vez —y fracasar e intentarlo de nuevo, y otra vez. La sección, en cualquier caso, era mensual: debía alimentarse. Nadie suponía que yo llegase mucho más allá de Tucumán, pero el sistema tenía —como siempre— filtraciones. Mis pasajes se pagaban por canje de publicidad con una agencia de viajes: descubrí que, así como cobraban un cuarto de página por el pasaje a Tucumán, estaban dispuestos a aceptar una doble por un pasaje a —digamos— Moscú. Entonces los viajes empezaron a hacerse más groseros: la Unión Soviética, Haití, Estados Unidos, Brasil, Perú, China, Bolivia. Me encontré, de pronto, con el mundo. Aquellos recorridos empezaban mucho antes de dejar Buenos Aires. Ahora, cuando el problema de la información es el exceso y toda la habilidad consiste en saber separar el grano de la paja, se hace difícil imaginar que hace poco más de veinte años fuera tan complicado conseguir datos sobre lugares más o menos distantes. Internet era un intento semiclandestino, los archivos de los medios eran tristes y locales, las bibliotecas no eran siquiera eso. Recuerdo tardes enteras en la hemeroteca de un instituto de cultura americana de la calle Florida, donde viejas colecciones del National Geographic o el New Yorker o Harper’s podían ofrecer, si se las recorría índice por índice, dos o tres artículos sobre el tema de marras. Los fotocopiaba; después, cuando los leía, la sensación era siempre la misma: que no podría agregar nada a lo que esos periodistas tan poderosos, tan producidos, tan solventes, habían contado con elegancia y precisión. Me desesperaba. Me preguntaba si valía la pena viajar de todos modos. Me contestaba que quería viajar de todos modos —y que ya vería: que, en el peor de los casos, si no conseguía nada de nada, cuando volviera renunciaba. * Lacrónica, publicado por la editorial Círculo de Tiza, es el resultado de cuarenta años de profesión de Martín Caparrós, uno de los periodistas más respetados del idioma. Presentamos un fragmento.

El premio mayor POR ADRIANA PINEDA

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os números nos cortejan en muchos mofilósofo: “El que revela el secreto de otros pasa mentos de una vida –por muy ordinaria por traidor; el que revela el propio secreto que esta sea-; cada uno lleva un expepasa por imbécil”… Así que sencillo: soy imdiente donde acumulamos una gran bécil, me cuesta encapsular, no abrirme; que cantidad de ellos, unos tan significati-no muera mi emoción, resisto, aprendo a “ser vos como olvidadizos. Caída libre. La voz civilizada”, sacar fortaleza, aprender a espearde, se consume: mi silencio escucha otra rar, ¿qué?: No lo sé. Esta historia es imposible vez al Mediterráneo, su luz me envuelve, me por donde se le mire pero frente al mar todo embruja... Yo soy advenediza lo repito hasta se reduce. Un número de la suerte. el cansancio... Habré de conformarme con A nosotros el azar ya nos ha dado un esapreciarle, su pasividad me cautiva, me atrapléndido regalo: la amistad. No me inclino por pa y desata los cordones del alma… dejo la ninguna creencia de la Cábala, a pesar que los mochila que mortifica mi cuello y espalda; números desde que nacemos nos acompañan me enfrento al mar y naufragan mis sueños, por aquello de identificarnos. Luego hay otros se extienden esos puentes que la imaginación números muy especiales, esos que sólo la carga… El número escolar, de empleado, el intimidad enumeraría –con un telón tan osdel pasaporte, el número de casa, el del celucuro, para que brille el verbo hecho secreto, lar, el de las cuentas electrónicas, el de la carne vuelta memoria-, hay que diferenciarlicencia de manejo, los números de vuelo, los les, esos número no son fechas, llevan un símturnos de las diligencias de la vida –un turno bolo muy intrínseco, sólo reconocido por la hasta en el supermercado para compasión; la soledad nos puede exhiprar jamón-, en fin hay de números bir el inventario de los actos licena números, algunos podrían ser de ciosos, pecaminosos, mayores o me“alcurnia”, pienso en ese número de ¡Qué nores, según se juzguen… la cédula profesional o de los expe- placentero es ¡Qué placentero es soñar!: soltar dientes legales, si esos números amarres, pensar en una posibilidad, dicen que son importantes pero na- soñar!: soltar dejar fluir un velero, en una tarde die los retiene… El preso tiene un amarres, apacible, donde no le hagamos falta número y ¿los huérfanos? a nadie, ni nadie culpe a nadie, que Hoy tú me has compartido un nú- pensar en una se detenga el paisaje para siempre, mero, un décimo de otra quimera. posibilidad, que entremos y salgamos del escePero igual podría simbolizar un cruce. nario sin fallar al cuadrante. RetenAy, el condicional, es el modo verbal dejar fluir un ción, límite, autocontrol, ¡qué que rige mis sueños, que encierra la velero, en una pesadez! ¿Eso es la vida? La amisincertidumbre que siempre me agotad se volvió amor sin el permiso bia. ¿Para qué compartir un número tarde apacible, de Occidente ni de nadie... Sería fácil cuando la vida nos ha puesto a tranculpar a las circunstancias, pero donde no le sitar en la cuerda floja? hemos agarrado el más difícil o Pasar, cruzar, conectar, observar hagamos falta pusilánime camino: ¿callar y nede un lado o ir al otro… mi silencio y gar?. Seré imbécil pero no cobarde. circunstancia, mi mundo y yo. ¿Será a nadie Que nadie ni nada secuestre mi ilula cursilería de compartir en Navisión. dades? Los puentes encierran un objetivo: Andar con una pasión silenciosa, libre y comunicar, llevar… Empalman. En la penumpura, dolorosa en fugaces milímetros de la bra construyo mis puentes, ahí un camuflaje memoria, y muy placentera en la intimidad impulsa hacia la desvergüenza, juego de del sueño. La verdad se palpa: a pesar de la póker, los ases lo retengo, los quiero soltar distancia nuestros silencios se tocan… El cuando me mires, cuando confieses que me 39736 para mí, no será un simple número, es llevas no sólo a tus pensamientos, sino igualuna cálida esperanza; el “Gordo de Navidad”, mente en tu corazón. lleva el premio mayor: una confesión mesMe viene a la cabeza la sentencia de un tiza. Soy Tuya.


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A cuarenta años de un long play rocanrolero olvidado RESEÑA :: Cuatro décadas del clásico ¡Muy viejo para rocanrolear: Muy joven para morir! (Too old to rock ‘n’ roll: Too young to die!). POR ROBERTO PONCE

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a banda inglesa Jethro Tull festejará el año 2016 con una lujosa edición conmemorativa por los cuarenta de su LP ¡Muy viejo para rocanrolear: Muy joven para morir! (Too old to rock ‘n’ roll: Too young to die!), cuya portada interior en 1976 incluía una historieta de cómic como guion temático a las diez rolas compuestas por su cantante líder y virtuoso flautista Ian Anderson (Escocia, 10 de agosto 1947). A la venta desde finales de noviembre, esta caja de lujo subtitulada The TV Special Edition (“La edición del especial en TV”) destaca por el par de CD y los dos DVD que enriquecen nuestra memoria audiovisual para dimensionar mejor aquel noveno disco “olvidado” de Jethro Tull, y que era parte de un ambicioso proyecto de Ian Anderson por llevarlo al teatro musical. Incluye un librito de ochenta páginas, donde Martin Webb relata pormenores de la preparación y la grabación del LP en Bruselas y Monte Carlo; los planes de dicho montaje musical jamás escenificado; un programa inédito de 1976 con piezas del álbum para la TV de Londres, y las giras de la banda ese año. Asimismo, cada canción la comenta por

Ian Anderson, el genio detrás de Jethro Tull.

Cuarenta años de una joya rocanrolera.

escrito su autor Anderson, quien presenta esta edición del 40 aniversario en su sitio de internet así: “Pues bien, henos aquí dando una vueltecita de retorno hacia los tiempos cumbre de 1976 y la noción de que tú nunca eres demasiado viejo para rocanrolear.

Steven Wilson se encargó de remezclar los tracks adicionales, las grabaciones de TV así como el resto de los obsequios, para sorpresa de nuestros desprevenidos fans. Esta colección me trae un montón de bellas añoranzas…” ¡Muy viejo para rocanrolear…! captó pasajes musicales hermosos del quinteto, con el sax David Palmer en los arreglos de cuerdas: John Evan en piano y teclados; Barriemore Barlow, batería y percusión; John Glascock, bajo y coros; Martin Barre, eléctrica, y Anderson en voz, guitarra acústica, flauta y armónica. Cantan Maddy Prior (de Steeleye Span) y Angela Allen (pareja de Glascock). Sin embargo, sería el último “LP conceptual” de la agrupación, y el primer tropezón para Ian Anderson incursionando en un “álbum temático”. En reseña de David McGee para la revista Rolling Stone del 26 de agosto de 1976: “Ian Anderson debería ceñirse a la música, porque definitivamente no sabe contar historias como la de este relato fangoso acerca de un tal Lomas, rocanrolero decadente… Justo es recomendarle que con un poco menos de conversación, habría


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salvado a este álbum de sus instantes más vergonzosos. Desgraciadamente, la fuerza de ciertos pasajes bellos y de tantas tonadas preciosas se rompe al entrar la voz de Anderson con su verborrea lírica.”

Alocada institución de las estrellas Aquel noveno álbum de Jethro Tull versa sobre el mítico Ray Lomas, un rocker cincuentero retirado quien a los 30 años de edad entra en crisis existencial, cuando se imponen estilos juveniles distintos al suyo. Luego de una decepción amorosa con la rubia Salamandra, Lomas arranca su moto en pos del suicidio, se estrella y cae en coma, pero sobrevive. Al abandonar el hospital, descubre que otra vez la onda rocker está de moda en el gusto de la nueva generación. Anderson declaró a la revista Guitar World, en septiembre de 1999: “Jethro Tull nació durante el boom del blues y le dimos la espalda a todo lo relacionado con el éxito comercial pop; fuimos los punks de nuestra generación. Seis o siete años más tarde se dio una vuelta de tuerca similar, cuando el movimiento punk de Gran Bretaña le dio la espalda al rock progresivo y todo el arte musical, regresando a las bases agresivas, sencillas y nihilistas de la música. “Esa temática fue el argumento de ¡Muy viejo para rocanrolear: Muy joven para morir! El álbum no era una alusión directa al punk, pero ciertamente la misma naturaleza cíclica de la música pop me movió… Este negocio es cíclico, y si tú persistes en durar ahí el tiempo necesario, vas a volver a estar de moda.” Para 2002 salió la grabación del LP remasterizada en CD, con dos piezas bono: “Cigarrito” y “Tira cómica”. El cronista de All Music Review William Ruhlmann apuntó entonces: “¡Muy viejo para rocanrolear…! permanece como una obra menor en el catálogo Jethro Tull. Este conjunto de Blackpool jamás simpatizó a los críticos y aquel álbum en particular lo tiraron al olvido. Sin lograr el acostumbrado favor de sus fans, fue el único LP del grupo que no alcanzó Disco de Oro durante los setentas.” El jefe Anderson sostuvo que con aquel racimo de piezas, el LP pretendía impulsar un musical escénico del conjunto “en torno a un rocker motociclista de finales de los cincuentas y su nostalgia por los años juveniles, viviendo del pasado”: “Honestamente no se trataba de mí, por Dios, yo entonces era un joven (de 28 años), ¿por qué siempre la gente piensa que debería ser algo autobiográfico?” Rulhmann respondió: “Tal vez así lo piense debido a que el héroe protagonista Ray Lomas se parece bastante a Ian Anderson en la tira cómica que acompaña al álbum, y quizá porque los sentimientos expresados por sus canciones revelan una actitud refunfuñante común a las grabaciones anteriores de Jethro Tull.” El paso del tiempo había sido un tema significativo que la versatilidad de Anderson plasmó a partir del disco debut Esto era (This Was, 1968): Cierta vez me les uní, chavos y chicas fueron todos amigos míos. Ahora hay revolución, pero ellos no saben ni por qué pelean.

Su segundo LP De pie (Stand up, 1969) fue un cañonazo que internacionalizó al conjunto. Cada uno de los seis álbumes subsecuentes de 1970 a 1975 acrecentaron el respeto mundial de Jethro Tull, admiración respaldada por conciertos espectaculares del conjunto luciendo vestimenta extravagante. La figura

centrífuga era un espigado Ian Anderson de ojos saltones, desplegando su exagerada gestualidad histriónica al tiempo que resoplaba con gruñidos la flauta transversa y la manipulaba como falo. Su amistad de esa era con la compañía teatral Monty Python, refinó un humorismo locuaz en foros del rock. Finalmente, a mediados de los setentas Anderson se aventuró a crear su musical, tentado por las obras de teatro y rock con temática social Acto de preservación 1 & 2, que Ray Davies previamente había grabado con su grupo The Kinks en tres discos LP de 1973 y 1974. Según Ruhlmann, no todo fue pérdidas: el tema que brindó título al LP “es un clásico del rock, uno de sus favoritos en concierto y de los más impresionantes en décadas.” Sin embargo, puso en evidencia las canciones que “no encajan con el argumento desarrollado en la tira cómica”. Ejemplificó con “Alocada institución”, pieza que en la caricatura del álbum alude al rechazo de Lomas por una tienda llamada “Hórridos” (la londinense Harrod’s), pero “la canción suena a regañada contra los glam rockers que ‘viven y mueren sobre sus crucifijos platinados’”. De gira por Tampa, Florida, el 31 de julio de 1976, Anderson introdujo la segunda pieza del LP con un sesgo auto satírico: “Esta canción hace una referencia absoluta a las luminarias ricachonas del rock en sus carros Roll Royce, con toneladas de pintura y maquillaje encima, y que limpian sus alberquísimas… paradas sobre una sola pierna.” Sólo una polvoreadita de maquillaje, sólo un toquecín de bravura. Puedes relucir un Piaget de oro en tu pulsera Semaphore… Bailotear el viejo adagio con novedosos giros de elegancia. Y puedes enroscar una corona de rosas alrededor de tu cráneo, Vivir y morir sobre tu cruz de platino. ¡Únete a la alocada institución de las estrellas! ¡Sé el hombre que realmente siempre has creído ser!

Cuarenta años después, Anderson nos entrega esta edición conmemorativa con fotos desconocidas; un apartado sobre la afición que él siente por las motocicletas, más los apuntes de Dave Gibbons para las caricaturas del LP, y el documental De Carmen a Tullman: La vida musical de John Glascock. “Apenas y me acuerdo de haber grabado los archivos con tracks adicionales, pero si se hallan en el formato glorioso de lo analógico en los multitracks, es que efectivamente aquello ocurrió. Disfrútenlos y aspiren las brisas setenteras; yo les prometo no burlarme por las tazas íntimas o de nuestra teñida de cabello con spray.” Aquellos tragos agridulces por ¡Muy viejo para rocanrolear…! quedaron atrás cuando Anderson grabó el siguiente disco LP de Jethro Tull en 1977, Canciones de los bosques, retomando la fidelidad a sus raíces folk. En una entrevista para la BBC de marzo de 1979, Anderson reveló el nombre de un vocalista de la Vieja Guardia inglesa “auténtico” que convocó para protagonizar al roquer Ray Lomas, en el abortado musical ¡Muy viejo para rocanrolear…!: “Siempre he despreciado al rocanrol por lo que representa en términos de Negocio Musical. Con mayúsculas… Hasta cierto punto, siempre tuve a Adam Faith en mi mente como ‘auténtico’ por encima de todo el bonche (Bill Halley, Elvis Presley, Cliff Richard)… En el caso de ¡Muy viejo para rocanrolear…!, por tratarse de una producción escénica totalmente independiente, una onda del tipo un musical, pensé en acudir a Adam Faith. De hecho, llegué a hablar con él al poco tiempo de grabar el LP, y me confesó su enorme desencanto por todo el negocio de la música… “Obviamente, no era un papel para él, pero algo de la onda Adam Faith seguramente se nos debió haber colado por ahí. Lo cual nada tiene de malo.” Adam Faith fallecería el 8 de marzo de 2003, a los 62 años de edad. (http://www.tullpress.com/bbc79e.htm)


8 | LETRAS ~ CAMBIO DE MICHOACAN

SÁBADO 26 DE DICIEMBRE DE 2015

¿Atole con el dedo? / y 2 CARTAS APÓCRIFAS :: POR ESTEBAN MARTÍNEZ

R

espetables lectores: pues sí, como les comuniqué en mi anterior, mi amigo exiliado español dice que, como originario de ese país, tiene sobrados argumentos para decir que la tan festejada y tenida por no pocos como ejemplar y por algunos hasta milagrosa, transición a la democracia en España, no fue más que “atole con el dedo”, o sea, un engaña bobos o ingenuos, pues los hechos muestran que fue… y sigue siendo una farsa para la imagen de Francisco Franco y su ideología filo nazi-fascista siga siendo respetada y, el llamado generalísimo por sus partidarios descanse en paz eternamente en el faraónico mausoleo que se construyó en el Valle de los Caídos, como lo demuestra y confirma el reportaje de Alejandro Gutiérrez, aparecido en el número 2037 de Proceso, titulado “España. Cuarenta años bajo la sombra de Franco”. Veamos algunos de sus datos. El primero y más sobresaliente, es que siga en su pomposa tumba y el que exista un organismo: la Fundación Nacional Francisco Franco, dedicada a recordar, defender, glorificar e incluso mitificar su nombre y a impedir cualquier manifestación de crítica e incluso mitificar su nombre y a impedir cualquier manifestación de crítica hacia su memoria y que amenaza con llevar… y ha llevado… ante los tribunales al que se a hacerlo… casos que se han dado con gobiernos dizque socialistas como de derechas, lo que muestra, demuestra y confirma lo dicho por el llamado caudillo, “dejo atado y bien atado” el entramado legal que para cuando él muriera, no se pudiera hablar mal de su persona, palabras y obras, fuera posible hacer la apología de su gobierno dictatorial y represor en extremo, llevar a cabo reuniones en su honor con el saludo fascista, el de la mano en alto y la palma extendida… como ocurre hasta hoy… al tiempo que se acosa, reprende y hasta se lleva a los tribunales a todo aquel que ose en público ostentar una insignia, escudete o tremole una bandera republicana. Todo eso, respetables lectores, da pie para que mi citado amigo asegure que no le extraña que eso suceda en su patria, país que tuvo la trágica experiencia, cuenta él, de padecer el hecho de que los considerados campeonísimos de la democracia, Inglaterra, Francia… y los USA… dejaron a la mayoría del pueblo español a merced de militares perjuros, pues se rebelaron contra un gobierno al que habían jurado lealtad… y a los que ayudaron descaradamente la Alemania nazi de Hitler y la Italia fascista de Mussolini con hombres y armas… mientras… repite mi amigo… los campeonísimos de la democracia, por medio del tratado de no-intervención negaban su ayuda a un gobierno legítimo… y las compañías petroleras estadounidenses vendían carburantes a sublevados y republicanos… pues los negocios son los negocios y el dinero no huele mal venga o se obtenga de donde sea. Ese subordinar la democracia a la libertad de los gobiernos campeonísimos de la primera, meses después, trágicamente, lo tuvieron que pagar, como dijera W. Churchill, “con sangre, sudor y lágrimas” millones y millones de ciudadanos del planeta Tierra, para vencer al eje formado por la Alemania nazi, la Italia fascista y el Japón militarista. E, insiste mi amigo, cosa curiosa es el he-

CUARTOSCURO / DIEGO SIMÓN SÁNCHEZ

cho de que antes de que terminara la terrible Segunda Gran Guerra, los campeonísimos de la democracia, sobre todo los gobernantes de Inglaterra y los USA, orquestaran y alentaran una propaganda mediática, que se sirvió de todos los medias a su alcance y se sirve… y que no son pocos… ya que la misma continúa propagando que la guerra civil española la perdió la república por culpa de los comunistas, por estar su partido al servicio de la Rusia estalinista, lo que da una curiosa, por decir lo menos, situación según el parecer del citado amigo; la de un hecho en la que se ve a una sujeta acosada por varios rufianes, herida y en peligro de ser asesinada por los mismos, y los que presencian ese hecho, con poder suficiente para evitarlo, no lo hacen… ¿por qué?... y en cambio, cuando otro rufián se pone de su

Los que pudiendo ayudarla no lo hicieron… se enojan e incluso se enfurecen, critican y reprueban a bombo y platillo tal intervención…

lado y la ayuda a librarse de esa agresión que puede ser mortal y ella se aferra a él como uno a punto de ahogarse se aferra a un clavo al rojo si ve en él una esperanza de salvación. Los que pudiendo ayudarla no lo hicieron… se enojan e incluso se enfurecen, critican y reprueban a bombo y platillo tal intervención… y mi amigo pregunta: ¿cómo hay que ver y juzgar a los que tal cosa hicieron?... ¿a los gobiernos de los USA e Inglaterra sobre todo, que al mismo tiempo preparaban el rescate político del franquismo?... ¿y a los políticos españoles y sus partidos, que hacen todo lo posible para que se hable mal de Franco e impiden todas las gestiones de condenar sus crímenes y consienten prepotentes instituciones que son fieles y defienden a capa y espada al generalísimo y a su ideología filo nazi-fascista?... ¿tiene razón o no el que mi amigo, apoyándose en esos hechos, diga y sostenga que la tan alabada transición a la democracia ocurrida en España, no fue y sigue siendo más que “atole con el dedo”?... ¿qué opinan l respecto, ustedes, respetados lectores de la presente? Con el sincero deseo que, por su bien, no se encuentren en tan dolorosa situación.

Ligorio d’Revueltas


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